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JUN 2011 Huerto del Convento de la Concepción de Pedroche. El escritor leonés Julio Llamazares ha publicado recientemente Tanta pasión para nada, una colección de cuentos en la que, como suele, se alternan procedimientos narrativos y contenidos muy diversos. Uno de los relatos que componen el libro está dedicado a Alejandro López Andrada y se titula "El lilar de las monjas" (leerlo aquí ), redactado, a mi parecer, como una simple crónica periodística sin mucha inspiración. En "El lilar de las monjas", el autor cuenta su viaje casual a un "pueblo de Andalucía" de cuyo nombre no se acuerda, pero que describe así: "en lo alto de una colina, arracimado como un enjambre de flores blancas y rojas (blancas por la cal brillante y rojas por los tejados, de barro árabe muy antiguo) a la sombra del castillo y la torre de la iglesia y dominando el mar de dehesas que cubría toda la llanura hasta donde la vista podía alcanzar". No obstante las licencias literarias, enseguida descubrimos que el pueblo en cuestión es Pedroche, "de estrechas calles, con caserones decimonónicos y plazas llenas de limoneros", un pueblo en el que el viajero distingue "su antigüedad, así como su decadencia". Por sugerencia del alcalde del pueblo, el cuentista y su anfitrión acudieron a visitar el antiguo convento de clausura, un edificio ahora abandonado por las monjas y que, según el autor, estaba siendo objeto de su "demolición" para convertirlo en un hotel: "el interior del convento era un auténtico zafarrancho en el que, en lugar de armas, se usaban mazos y picos". Lo que le contaron al forastero fue, poco más o menos, que las monjas hubieron de abandonar el edificio urgidas por sus necesidades y que el ayuntamiento de la localidad, lleno de analfabetos sin escrúpulos, había entregado el edifico a la especulación inmobiliaria que estaba procediendo a arrasar en él cualquier vestigio de historia: "la construcción del hotel que sustituiría al convento seguramente no respetaría aquel sitio en el que durante cinco siglos encontraron sepultura y su 0

Tanta pasión para - Pedroche en la Red · JUN 2011 Huerto del Convento de la Concepción de Pedroche. El escritor leonés Julio Llamazares ha publicado recientemente Tanta pasión

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JUN2011

Huerto del Convento de la Concepción de Pedroche.

El escritor leonés Julio Llamazares ha publicado recientemente Tanta pasión paranada, una colección de cuentos en la que, como suele, se alternan procedimientosnarrativos y contenidos muy diversos. Uno de los relatos que componen el libro estádedicado a Alejandro López Andrada y se titula "El lilar de las monjas" (leerlo aquí),redactado, a mi parecer, como una simple crónica periodística sin mucha inspiración.

En "El lilar de las monjas", el autor cuenta su viaje casual a un "pueblo de Andalucía" decuyo nombre no se acuerda, pero que describe así: "en lo alto de una colina,arracimado como un enjambre de flores blancas y rojas (blancas por la cal brillante yrojas por los tejados, de barro árabe muy antiguo) a la sombra del castillo y la torre dela iglesia y dominando el mar de dehesas que cubría toda la llanura hasta donde la vistapodía alcanzar". No obstante las licencias literarias, enseguida descubrimos que elpueblo en cuestión es Pedroche, "de estrechas calles, con caserones decimonónicosy plazas llenas de limoneros", un pueblo en el que el viajero distingue "su antigüedad,así como su decadencia".

Por sugerencia del alcalde del pueblo,el cuentista y su anfitrión acudieron avisitar el antiguo convento de clausura,un edificio ahora abandonado por lasmonjas y que, según el autor, estabasiendo objeto de su "demolición" paraconvertirlo en un hotel: "el interior delconvento era un auténtico zafarranchoen el que, en lugar de armas, seusaban mazos y picos". Lo que lecontaron al forastero fue, poco más omenos, que las monjas hubieron deabandonar el edificio urgidas por susnecesidades y que el ayuntamiento dela localidad, lleno de analfabetos sinescrúpulos, había entregado el edificoa la especulación inmobiliaria queestaba procediendo a arrasar en élcualquier vestigio de historia: "laconstrucción del hotel que sustituiría alconvento seguramente no respetaríaaquel sitio en el que durante cincosiglos encontraron sepultura y su

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destino las monjas que lo habitaron". Apesar de la brevedad del relato, seinsiste varias veces en la escasasensibilidad manifestada en la

ejecución de las obras: "los antiguos objetos conventuales, incluidos los religiosos, seapilaban o rodaban entre el polvo y hasta las cacerolas de la cocina y el torno quedurante siglos comunicó a las monjas con el exterior permanecían entre losescombros".

Convenimos en que la intención del autor al escribir este relato trasciende la meraanécdota particular del caso en concreto (para lo que Llamazares se abstiene de citaral pueblo con su nombre o se permite la licencia de ubicar en él un castillo), buscandouna enseñanza más general de las vidas que se fueron, una metáfora sobre el paso deltiempo y el futuro que nos aguarda. El lector es condescendiente con el autor y aceptasu licencia, la de convertir la restauración de un edificio histórico en una demolición, enfavor de la creación literaria, que precisa modificar la realidad para adaptarla a lasnecesidades expresivas y persigue conmover mediante la plasmación decomportamientos agresivos que exciten la emotividad.

El problema viene cuando se pretende convertir en certeza esa distorsión de larealidad. En varias entrevistas periodísticas el autor se ha referido al fondo auténticoque sustenta su relato. En el diario ABC del pasado 3 de marzo Julio Llamazaresafirma: "el cuento que está situado en Córdoba salió de una imagen, de un lilarflorecido en el patio de un convento que estaban derribando". Hay más ejemplos, conlos que el lector no puede ser tan indulgente, pues en tales declaraciones no hay yauna intención literaria, sino una interpretación de la realidad. Una interpretación errónea,en la que, tarde o temprano, acabará apareciendo el nombre de Pedroche y el delalcalde, paradigma de la inculta España profunda, que derribó un convento centenariopara construir un hotel. Quizás a Julio Llamazares nadie se lo dijo, pero hubiera debidosaber que el Ayuntamiento de Pedroche no estaba demoliendo el antiguo convento dela Concepción, sino salvándolo de la ruina y la destrucción. Que el edificio centenariono ha sido víctima de la especulación inmobiliaria, sino liberado de ella. Que fueron,precisamente, las monjas quienes quisieron vender el inmueble a un constructor paraedificar viviendas sobre el compás, la biblioteca y el cementerio. Y que fue elAyuntamiento el que lo rescató para el disfrute general de sus ciudadanos, para sacarlodel hundimiento y entregarlo de nuevo a su pueblo adaptado para usos turísticos yculturales. Todas estas cosas alguien, quizás el anfitrión, tuvo que habérselas dicho alviajero, al escritor, y quizás entonces el cuento hubiera sido otro. Y quizás, entonces, elnombre de Pedroche no hubiera sido aunado con la barbarie sino con la civilización.

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Texto escrito a máquina
http://solienses.blogspot.com/2011/06/el-lilar-de-las-monjas-o-como-el-relato.html

VIERNES 17 DE JUNIO DE 2011

Convento de la Concepción (Pedroche)

A través de una entrada publicada en Solienses he conocido el relato enel que Julio Llamazares habla de las obras en el Convento de laConcepción de Pedroche (texto íntegro en Solienses). Una pena, y unavergüenza. Poco puedo añadir a los acertados comentarios de AntonioMerino sobre un texto basado en una información totalmente erróneapara el que no me sirven como disculpas las supuestas "licenciasliterarias" del autor. Porque me parece muy grave que, con el enormeesfuerzo realizado por el Ayuntamiento de Pedroche para conseguir laconservación del convento, se difunda de manera irresponsable la ideade que lo están derribando para construir un hotel.

No me detendré encomentar la historia delconvento, perfectamenterecogida en la bibliotecahistórica de Pedroche en laRed que incluye uncompleto dossier deprensa. Tampoco en eldesarrollo del proceso decompra y recuperación deledificio, que como siempreha ido siendo cabalmente

narrado por esa gran crónica de la cultura en Los Pedroches que esSolienses: desde las dudas surgidas por el intento de venta a unconstructor en el año 2005 hasta el reciente descubrimento delempedrado original al que corresponde la foto inicial de esta entrada,pasando por en anuncio de su compra por el ayuntamiento, lasprimeras noticias sobre el taller de empleo que iba a iniciar larecuperación de este conjunto patrimonial, su declaración en 2007como bien de interés cultural o el desarrollo de las obras deconsolidación estructural.

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Texto escrito a máquina
BLOG DE JUAN BAUTISTA CARPIO DUEÑAS http://jbcarpio.blogspot.com/2011/06/convento-de-la-concepcion-pedroche.html
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Texto escrito a máquina
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El lilar de las monjas

Para Alejandro López Andrada

Estallaba la primavera aquella mañana en aquelpueblo de Andalucía al que mi acompañante y la canete-ra me habían llevado, no sé en qué grado de responsabili-dad. Mi acompañante renía alguna gestión que hacer enaquel lugar (aparre de entretenerme a mí, pues trabajabaparalaorganización que me había invitado a dar una con-ferencia en la capital del valle) y, mienrras se resolvía aqué-lla, aprovechamos para visitar el pueblo, que era franca-mente hermoso.

Su nombre no lo recuerdo, pero sí su emplazamientoen lo alto de una colina, arracimado como un enjambrede flores blancas y rojas (blancas por la cal brillante y rojaspor los tejados, de barro árabe muy antiguo) a la sombra delcastillo y de la torre de la iglesia y dominando el mar dedehesas que cubría toda la llanura hasta donde la visrapodía alcanzar. La estampa, vista de lejos, semejaba unapostal, tan definidos eran sus colores y los contornos delos diferentes planos.

Por dentro, el pueblo, de estrechas calles, con ca-serones decimonónicos y plazas llenas de limoneros, algu-nas de ellas también con fuente, denotaba su antigüedad,así como su decadencia. Tanto el castillo como la iglesia,a cual más fuerte y amenazante, indicaban su importanciaen otro tiempo, pero su soledad, apenas rota por algúnviejo o por alguna madre con niño que paseaban enrrete-niendo el tiempo, denunciaba la pérdida de aquélla enbeneficio de los nuevos pueblos y de la capital del valle,menos antigua pero de más población y prosperidad. Algo,por otra pante, muy habitual en Andalucía, por donde la

Reconquista avanzó fbrtificando lotrtas y ccrros' t,rrr pcli-

groso era el campo abierto, y donde la población tardó en

descender al llano.La visita duró apenas una hora, justo el tiempo que

en el Ayuntamiento tardaron en resolver el asunto que a miacompañante le había llevado aIIí,y nos disponíamos a de-

jar el pueblo cuando el alcalde, que apareció para saludar-

nos interrumpiendo la reunión a la que asistía en aquel

momento, nos recomendó visitar antes de irnos las obras

que estaban llevando a cabo en un antiguo convento con

el fin de convertirlo en un hotel. Era su obra más impor-tante, según nos manifestó.

El convento estaba cerca, así que le hicimos caso

(tampoco teníamos mucha prisa; hasta la hora de comer

aún quedaba un par de horas por lo menos) y buscamos

calle abajo las paredes del antiguo convento de monjas de

clausura abandonado por éstas hacía muy poco al quedar

ya sólo cuatro y las cuatro muy mayores; un final triste para

un convento que en el año 2024habría cumplido los cinco

siglos y panael propio pueblo, que veía así cómo desapare-

cía uno de los pocos signos de su relevancia histórica.Yaala entrada del convento (un bello patio em-

pedrado al que se accedía desde la calle por un portónfabuloso) pudimos ver las obras que se estaban realizando

en é1. Dos obreros con monos de color ocre sobre los que

destacaba el escudo del Ayuntamiento y -en

la espalda-el de la institución y el plan que financiaban aquellas obras

(lo que nos hizo entender que los obreros eran parados del

pueblo) descargaban de una carretilla el escombro que

acababan de sacar del interior, apilándolo en un montónjunto a la puerta. Sólo se les veía a ellos dos, pero las voces

y los sonidos que llegaban desde dentro indicaban que ha-

bía más trabajadores y que la demolición avanzaba a toda

velocidad.Porque se trataba de una demolición. Aunque el

patio y la fachada delanteros, así como el gran portón que

clurantc muchos siglos aisló a las monjas del vecindariopese a que muchas de ellas venían de él (la mitad habíanacido en el pueblo), permanecían casi intocados, el inte-rior del convento era un auténtico zafarrancho en el que,

en lugar de armas, se usaban mazos y picos y en el queparticipaban no menos de veinte obreros de los dos sexos

y de todas las edades y apariencias. Se veía que en aquelpueblo el paro no era una simple anécdota.

Aunque mi acompañante no era de allí, varios delos obreros lo conocían, lo que nos facilitó poder andarpor todas las partes pese a la prohibición que había a lapuerta; eso y la alusión al alcalde, que era el patrón, al finy al cabo, de los obreros.

La impresión que daba el viejo convento, ahora rotoy desventrado por las mazas como si fuera un animal caído(los antiguos objetos conventuales, incluidos los religiosos,se apilaban o rodaban entre el polvo y hasta las cacero-las de la cocina y el torno que durante siglos comunicó a las

monjas con el exterior permanecían entre los escombros),era de una gran ruina, pero no la provocada por el tiempo,sino por los propios hombres, que es la peor ruina que se

conoce. Eso sí, todos los muros permanecían en pie,lo que

nos permitió reconstruir mentalmente, mientras recorríamos

las diferentes estancias, los espacios que ocuparon las dis-tintas dependencias conventuales, desde la iglesia al claus-

tro o al refectorio y desde las antiguas celdas a las modernas;

éstas -apenas

una docena- construidas con tabiques deladrillo muy ligero (de los que quedaban sólo los trazos enlas paredes y sobre el pavimento) en lo que fuera una gale-ría, seguramente por el mal estado de las antiguas, o por laescasez de monjas, o por ambos motivos alavez. Y eso que,

según nos contó una de las trabajadoras, familiar directade una de aquéllas, el pueblo fue un semillero de vocacio-nes prácticamente hasta su final.

La mujer, que recordaba también cuando, de niña,venía a visitar a slr tía monja y

-más tarde-, junto con

sus amigas adolescentes, a pedirles ¿r las tnonjas ¡raloclulcc,una raíz que crecía en la huerta (mientras nos lo contaba,buscó entre los escombros por ver si quedaba alguna paraenseñárnosla) y que era un dulce muy codiciado por losmuchachos del pueblo en aquella época, a falta de otroselaborados, nos describió el estado del interior del conven-to antes de la demolición. Es increíble

-nos dijo-, pero

las monjas lo tenían todo limpísimo y eso que ya sólo que-daban cuatro y las cuatro muy mayores. Y, para demos-trárnoslo, señaló las paredes encaladas y la gran cantidadde flores que todavía brotaban en el antiguo claustro.

La huerta, ahora un solar, aunque enüe los escom-

bros allí apilados se veían aún algunos árboles, la mayoríade elios ya secos, pero alguno todavía dando flor en su

abandono, ocupaba toda la parte trasera del monasterioy concluía en el cementerio, un pequeño cuadrado escon-

dido en una esquina y separado del resto por un pequeñomurete. Varias tumbas cavadas en la tierra sin ningunaidentificación visible eran todo lo que permanecía de lavetusta comunidad de monjas que durante cinco sigloshabitó aquel monasterio y que ahora ya sólo era un recuer-do; una comunidad por la que pasarían en ese tiempovarios cientos de mujeres como estas que ahora lo estabantirando, vestidas, en lugar de con el hábito monjil, con elmono color ocre con el escudo del Ayuntamiento.

-Se las llevaron

-nos dijo una, señalando las

sepulturas mientras, en unión de una compañera, arran-caba ramos de lilas del espléndido lilar que florecía en unrincón emborrachando el aire de la mañana. Era un lilarfabuloso y de gran antigüedad a juzgar por el tamaño.

Las mujeres se fueron con las lilas y mi acompa-ñante y yo seguimos nuestra visita, que prosiguió perfu-mada ya por aquel olor que el olvidado lilar del cemenre-rio de las monjas desprendía para nadie y quién sabe si porpoco tiempo ya.La construcción del hotel que susritui-ría al convento seguramente no respetaría aquel sitio en el

cluc clurantc cinco siglos encontraron sepultura y su des-tino las monjas que lo habitaron, incluida aquella que,según las trabajadoras, falleció en accidente de coche a lasalida misma del pueblo cuando, en compañía del cura,iba camino del hospital, la primera vez que salía de laclausura en los treinta y cinco años que llevaba en ella.

-Aquí... Por aquí sería

-comenró mi acompa-

ñante al dar la vuelta a una curva cuando regresábamosa la capital del valle. El pueblo quedaba atrás, colgado dela colina como un racimo de flores blancas sobre el quesobrevolaban las rorres y las cigüeñas.

Nadie me creerá. Pero no mienro al decir que,mientras nos alejábamos, superadala curva en la que po-siblemente perdió la vida la pobre monja justo el día en elque volvía a este mundo, por el retrovisor fui viendo cómola caly las tejas del viejo pueblo iban perdiendo color y se

volvían malvas como las lilas que de repenre habían co-menzado a invadirlo todo.