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CULTURA CORPORATIVA Nº 226 • Noviembre • 2008 Capital Humano 52 E stimados expertos españoles del liderazgo, el capital humano y el management en general. Soy un trabajador sénior, Adolfo Díaz, que se interesa por el progreso en las relaciones jerárquicas dentro de las empresas y, asimis- mo, por el tándem del rendimiento y la sa- tisfacción profesional. Practico el aprendizaje permanente, aunque sobre todo de ese que llaman informal, y que yo casi relaciono más con mi vocación de autodidacto. Leo, sí, leo bastante, y no sólo sobre mi campo profesio- nal. Suelo imprimir aquello interesante que encuentro en Internet, donde además hago descubrimientos “serendipitosos”; pero tam- bién tengo bastantes libros, algunos de ellos escritos por ustedes, aunque son más los de autores extranjeros. Hace poco he topado con un viejo texto de Davenport (gracias Miguel, por este regalo y por los demás libros que me regalaste a la vez), que habla del capital humano: me ha gustado. Lástima que numerosos direc- tivos actuales parezcan aplicar sinonimia a los términos “recursos humanos” y “capital humano”. Yo creo que uno es a otro como la era industrial a la del conocimiento; pero ustedes tendrán una opinión más rigurosa: ¿qué debemos entender por capital humano en la empresa? ¿Quién lo invierte en qué? En mi empresa, de la economía del conoci- miento y la innovación, se pide a los traba- jadores que lleguen con un buen currículo, que hagan los cursos presenciales y on line orquestados por el área de formación, que se Autor: ENEBRAL FERNÁNDEZ, José. Título: Un trabajador escribe, sin tapujos ni ambages. Fuente: Capital Humano, nº 226, pág. 52. Noviembre, 2008. Resumen: En este artículo, escrito en forma de carta, el autor imagina a un profesional de la eco- nomía del conocimiento que se dirige a los expertos nacionales de la gestión empresarial para hacerles llegar sus reflexiones sobre algunos de los temas que preocupan a los directivos, a los estudiosos y a muchos trabajadores del conocimiento. El imaginario remitente de la carta enfoca buzzwords tales como el talento, el liderazgo, el capital humano, la calidad o la productividad; pero básicamente protesta por ser visto, no como un profesional, aprendedor permanente e innovador, sino como un mero recurso, un seguidor de su supuesto jefe-líder, un subordinado, un colaborador, un empleado y un feligrés en la doctrina y liturgia empresarial. Descriptores: Gestión del Talento / Liderazgo / Innovación. F ICHA TÉCNICA Un trabajador escribe, sin tapujos ni ambages En los párrafos que siguen, un profesional de la economía del conocimiento, imaginado por el autor y dirigién- dose a los expertos nacionales de la gestión empresarial, se expresa libremente sobre algunos postulados. Enfoca buzzwords tales como el talento, el liderazgo, el capital humano, la calidad o la productividad, pero básicamente protesta por ser visto, no como un profesional, aprendedor permanente e innovador, sino como un mero recurso, un seguidor de su supuesto jefe-líder, un subordinado, un colaborador, un empleado, y un feligrés en la doctrina y liturgia empresarial. Mediante esta licencia, el autor despliega reflexiones que quizá resulten oportunas. JOSÉ ENEBRAL FERNÁNDEZ, director de Marketing e Innovación de Nanfor Ibérica [email protected] 052_a_Enebral_226.indd 52 052_a_Enebral_226.indd 52 20/10/2008 14:25:22 20/10/2008 14:25:22

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CULTURA CORPORATIVA

Nº 226 • Noviembre • 2008Capital Humano 52

Estimados expertos españoles del liderazgo, el capital humano y el management en general.

Soy un trabajador sénior, Adolfo Díaz, que se interesa por el progreso en las relaciones jerárquicas dentro de las empresas y, asimis-mo, por el tándem del rendimiento y la sa-tisfacción profesional. Practico el aprendizaje

permanente, aunque sobre todo de ese que llaman informal, y que yo casi relaciono más con mi vocación de autodidacto. Leo, sí, leo bastante, y no sólo sobre mi campo profesio-nal. Suelo imprimir aquello interesante que encuentro en Internet, donde además hago descubrimientos “serendipitosos”; pero tam-bién tengo bastantes libros, algunos de ellos escritos por ustedes, aunque son más los de autores extranjeros.

Hace poco he topado con un viejo texto de Davenport (gracias Miguel, por este regalo y por los demás libros que me regalaste a la vez), que habla del capital humano: me ha gustado. Lástima que numerosos direc-tivos actuales parezcan aplicar sinonimia a los términos “recursos humanos” y “capital humano”. Yo creo que uno es a otro como la era industrial a la del conocimiento; pero ustedes tendrán una opinión más rigurosa: ¿qué debemos entender por capital humano en la empresa? ¿Quién lo invierte en qué?

En mi empresa, de la economía del conoci-miento y la innovación, se pide a los traba-jadores que lleguen con un buen currículo, que hagan los cursos presenciales y on line orquestados por el área de formación, que se

Autor: ENEBRAL FERNÁNDEZ, José.

Título: Un trabajador escribe, sin tapujos ni ambages.

Fuente: Capital Humano, nº 226, pág. 52. Noviembre, 2008.

Resumen: En este artículo, escrito en forma de carta, el autor imagina a un profesional de la eco-nomía del conocimiento que se dirige a los expertos nacionales de la gestión empresarial para hacerles llegar sus reflexiones sobre algunos de los temas que preocupan a los directivos, a los estudiosos y a muchos trabajadores del conocimiento. El imaginario remitente de la carta enfoca buzzwords tales como el talento, el liderazgo, el capital humano, la calidad o la productividad; pero básicamente protesta por ser visto, no como un profesional, aprendedor permanente e innovador, sino como un mero recurso, un seguidor de su supuesto jefe-líder, un subordinado, un colaborador, un empleado y un feligrés en la doctrina y liturgia empresarial.

Descriptores: Gestión del Talento / Liderazgo / Innovación.

FICHA TÉCNICA

Un trabajador escribe, sin tapujos ni ambages

En los párrafos que siguen, un profesional de la economía del conocimiento, imaginado por el autor y dirigién-dose a los expertos nacionales de la gestión empresarial, se expresa libremente sobre algunos postulados. Enfoca buzzwords tales como el talento, el liderazgo, el capital humano, la calidad o la productividad, pero básicamente protesta por ser visto, no como un profesional, aprendedor permanente e innovador, sino como un mero recurso, un seguidor de su supuesto jefe-líder, un subordinado, un colaborador, un empleado, y un feligrés en la doctrina y liturgia empresarial. Mediante esta licencia, el autor despliega reflexiones que quizá resulten oportunas.

JOSÉ ENEBRAL FERNÁNDEZ, director de Marketing e Innovación de Nanfor Ibé[email protected]

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comprometan, que tengan iniciativa (aunque no demasiada), que se manejen bien con los ordenadores, que trabajen en equipo (aun-que lo justo), que se alineen con los valores corporativos, que adapten su concepto de la calidad a las normas procedimentales, que sigan las instrucciones y el ejemplo de sus je-fes-líderes, que se orienten al cliente, que ten-gan orgullo de pertenencia… A veces pienso que se nos valoran más estos rasgos que el rendimiento en el desempeño profesional; pero hay al menos una contradicción: no es la orientación al cliente, sino al presidente, lo que cunde en la empresa. (Me contaron por cierto que, en otra gran empresa, el ejecutivo que predicaba el orgullo de pertenencia, se fue pronto de consejero delegado a la em-presa de la competencia).

Ahora tengo un jefe, diría que todavía júnior, que efectivamente cumple con el código de indumentaria, habla bien –pero sólo lo jus-to– en público y privado, es elegante en sus formas, imagen de pulcritud, camina deprisa por los pasillos –siempre con su agenda en la mano–, parece relacionarse con los direc-tivos seniors en clave de complicidad, no da puntadas sin hilo, le gusta tomar decisiones, se reúne mucho… Creo que le han dicho

que tiene talento y que es un líder; desde luego, él cultiva su ego con esmero y se ha comprado un buen coche azul oscuro.

EL DEBATE DEL LIDERAZGO

Creo que ha seguido varios cursos de li-derazgo… Yo, por cierto, nunca he sabido si en las organizaciones, el liderazgo debe interpretarse como una posición o una re-lación. Confieso que yo no veo a mi jefe como líder, pero tal vez es que soy muy par-ticular y escéptico… Cuando me hablan de líderes en la empresa, todavía pienso en re-presentantes sindicales… No obstante, me pareció leer que alguno de ustedes había dado también seminarios de liderazgo a mandos militares, por lo que seguramente el liderazgo ha de entenderse, en general, como posición, o como forma de ejercer la posición (el mando).

Quizá algunos ejecutivos y directivos van de paso por

las empresas y desean aparecer como eliminadores de

problemas, pero los profesionales técnicos queremos que

las cosas se hagan bien y las empresas sean prósperas

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Sé que a menudo aparecen nuevos mode-los de liderazgo y pienso que quizá se deba a que ninguno es suficientemente bueno. Hay, por ejemplo, una definición de líder que me preocupa. Creo que es de alguno de los expertos top ten. Viene a decir que un buen líder es aquel que consigue que sus colaboradores le obedezcan convenci-dos y contentos; aquel que consigue que los colaboradores hagan lo que hay que hacer con naturalidad… A mí me habría gustado más vincular el liderazgo con el destino o la meta a alcanzar, porque quizá sabiendo dón-de voy, pueda seguir a quien me lleve… En realidad, me gustaría vivir el liderazgo como relación y ver en mi jefe a un líder: ¿por qué no?; sin embargo, obedecer simplemente porque, como seguidor, tengo que obede-cer…, pues no.

No digo (a tanto no llego…, todavía) que haya que desobedecer al jefe, lo que digo es que la relación no debe plantearse en tér-minos de ordenar y obedecer, sino de con-venir lo mejor tras compartir información y objetivos. Tampoco crean que rechazo todos lo modelos: por ejemplo, sí me gusta el li-derazgo de servicio que planteó Greenleaf hace décadas, aunque no le hicieran mucho caso entonces: ya les dije que yo también leo. ¿Por qué plantean ustedes el liderazgo en términos de mandar y obedecer? ¿Creen que es lo mejor, en una economía del saber, siendo que éste reside, sobre todo, en la ca-beza de los trabajadores expertos?

Me preocupa (en realidad, me molesta) que se valore más nuestra obediencia que nues-tra inteligencia y experiencia. Yo creo que si después de ser un experto, de aprender continuamente, de cultivar (hasta donde le dejan) la iniciativa y la creatividad, de estar dispuesto a asumir compromiso y responsa-bilidad, es decir, después de tratar de prota-gonizar nuestro trabajo y ser profesionales en nuestros campos respectivos, después de todo eso, uno debe obedecer (lo que a veces se traduce en hacer los recados) a un señor o señorito que es, en el mejor de los casos, un buen profesional de la gestión y que del campo técnico específico sabe menos que uno (aunque a veces cree saber más)… Ca-ramba señores, para ese “viaje” no hacen falta tantas exigencias. Me debe estar faltan-do alguna clave (si no algún tornillo, porque a veces me parece que es de locos…) para entender estas cosas.

El liderazgo ya no parece ser lo que era y tampoco diría yo que la calidad es lo que era, que la profesionalidad es lo que era… Acepto y experimento la idea del cambio, pero no la de la corrupción de los buenos usos y costumbres. Me gusta que las cosas se hagan bien, y me molesta (había escrito otra palabra) que me obliguen a hacerlas mal, por mor de urgencias, presupuestos… Quizá algunos ejecutivos y directivos van de paso por las empresas y desean aparecer como eliminadores de problemas (antes, por cierto, de que emerjan los problemas que generan ellos con sus soluciones), pe-ro los profesionales técnicos queremos que las cosas se hagan bien y las empresas sean prósperas. Dejen que diga tranquilamente lo que pienso, equivocado o no. Quizá sea bueno que nos manifestemos los trabajado-res, cada uno con su punto de vista. (Aun-que a mí se me venga el plural a la cabeza, obviamente no represento a nadie salvo a mí mismo).

Hay –del liderazgo– otra definición de uste-des los expertos que también me preocupa. Ésta viene a decir que el buen líder es aquel que sabe extraer lo mejor de sus colabora-dores, y añade que, por lo tanto, liderazgo y coaching son cosas parecidas. O sea que yo, en vez de un profesional de mi campo, ven-go a ser un colaborador, un recurso humano, un subordinado, un empleado, un seguidor y también un coachee o tutelado (a veces creo que debía ser yo quien tutelara a mi jefe…: sí, debo ser yo un tipo difícil…). Además, pa-ra que dé lo mejor, debe haber alguien que me lo extraiga… Caramba, a veces uno da lo mejor de sí mismo por prurito profesional, y “a pesar” de su jefe.

Francamente, preferiría ser visto como un profesional y que, si algo me faltara o so-brara para serlo, la empresa, a través de las iniciativas de formación continua, me faci-litara el logro. Es más, creo que los traba-jadores júnior que llegan aprenderían más bajo la tutela de los senior, que bajo la tutela de los nuevos gestores-líderes, aunque ya entiendo que esto es más complicado de lo que parece; que depende, para empezar, del propósito de la tutela y que, en todo caso, la empresa es soberana en su organización funcional. Ya sé: si no me gusta, llegado el caso, tendría que buscar otra empresa en que invertir mi capital humano (que es mío). Lo que pasa es que esto parece estar

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montado de modo que si uno pasa de los 50 y no es directivo, es que no vale mucho…

LA GESTIÓN DEL TALENTO

Del talento me gustaría decir (en realidad, una perogrullada) que no es patrimonio de los directivos: también hay trabajadores ta-lentosos e intuitivos, que parecen haber sido elegidos por la naturaleza para hacer lo que hacen. Me parece una pena que deban limi-tarse a obedecer en el qué y aun el cómo, a sus jefes-líderes. Leyendo ciertos artículos, se diría que lo importante del talento es que haya un jefe que lo sepa gestionar bien (se habla de la “gestión del talento”); parece darse por seguro que el talentoso (para la gestión, o para los campos técnicos) no va a saber administrar su propio talento. Pienso que sería mejor convenir las metas a alcanzar y que cada profesional ejerciera luego su pro-tagonismo, sin perjuicio de revisiones perió-dicas y de la flexibilidad y sinergia necesarias en las organizaciones. Yo, en efecto, creo en la denominada Dirección por Objetivos, si no se adultera (lo que se hace frecuentemente, por cierto, pero ya lo sabrán ustedes).

Tomé –él estaba en un workshop– una vez un libro rojo de la librería de mi jefe; era un libro rojo (tiene su porqué que insista en el color) sobre una fórmula denomina-da Dirección por Hábitos (DpH), avalada por prestigiosas consultoras. En este libro se condenaba la Dirección por Objetivos (DpO) confundiéndola con el taylorismo (lo digo porque, sin nombrarle, se utilizaba una frase de Edward Cadbury: “…the reduction of the workman to a living tool, with differential bonus schemes to induce him to expend his last ounce of energy…”), lo que, a mi modo de ver, es casi como confundir el tocino con la velocidad.

En el rojo libro venía a decirse que lo bue-no era la Dirección por Hábitos (se refería textualmente a hábitos tales como la pun-tualidad, laboriosidad, alegría, valentía, buen humor, prudencia, responsabilidad, tem-planza, reciedumbre, equilibrio, saber estar, buen gusto, sencillez…), porque este modelo apuntaba al cómo (al cómo han de trabajar los dirigidos), y asimismo por otras diversas razones que se daban… De lo que leí, les traigo un regalo: “Los retos de la DpH son dos: definir cuáles son los hábitos que con-vienen a las personas y mostrar los senderos

para lograrlos. En este sentido estricto, el trabajo consiste en que la persona conquiste la verdad de sí misma en sus acciones, y, paralelamente, el bien pleno para sí misma, con su conducta: vivir la verdad sobre el bien realizado en cada acto, y la realización del bien subordinado a la verdad sobre su propio ser”. Por el momento les evito comentarios, pero, ¿de verdad se contarán estas cosas en escuelas de negocios y en las consultoras? Señor, señor…

Un amigo mío consultor de formación me comentó que en una conferencia oyó decir (claro, a un experto) que uno de los valo-res que se postulan en las empresas era, en efecto, la alegría. Yo pensé: “o sea que, si uno está disgustado con algo (su salario, su jefe, su carga de trabajo…), o se siente, por ejemplo, más alienado que alineado, etc., entonces se sitúa fuera de los valores pro-clamados, y es una especie de hereje de la doctrina y liturgia empresarial…”.

Señores expertos, lo que vengo a sugerir es que quizá en la economía que emerge se de-ba impulsar la figura del trabajador respon-sable que protagoniza su trabajo y dejar de mimar a los jóvenes directivos, incluso desde

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antes de serlo, es decir, ya en las escuelas de negocios. Creo que algunas ofrecen lo que llaman "aprendizaje experiencial” (o experimental, o experimencial, o algo así); he visto fotos en que los alumnos de une determinada escuela aparecen riéndose y ju-gando, lo que encaja con la idea de aprender jugando…: quizá especialmente en el país de las maravillas, en el país de Nunca Jamás…

O sea, yo pediría menos seminarios para adu-lar y elitizar a los directivos supuestamente talentosos, y mayor impulso a la figura del trabajador experto, quizá igualmente talen-toso, e igualmente (por lo menos) productivo, creativo y profesional. Desde luego, creo que hay mucha ambigüedad en el término líder (lo he leído por ahí: un anagrama de redil) y que todos deberíamos liderarnos a nosotros mismos tras las metas asumidas. Pero no crean, no me importaría ver a mi jefe como líder, si así lo viera realmente yo, es decir, al margen de los diplomas o nimbos que le en-treguen o impongan tras los seminarios.

NUEVOS PERFILES PROFESIONALES

Quizá nuevos perfiles de directivos y trabaja-dores sean necesarios en el siglo XXI; nuevos perfiles, con buenas dosis de autoliderazgo y autogestión de cada directivo y trabajador y con una reconsideración del statu quo. Creo incluso que esto sería urgente, de cara a las cotas perseguidas de productividad y com-petitividad (como dicen los políticos). Pero dudo que esto pase por la Dirección por Há-bitos u otros diversos modelos nacionales y extranjeros de liderazgo.

Una vez, al final de los años 80 mi jefe de entonces me propuso sucederle en el des-pacho y le dije que no: yo quería ejercer mi trabajo cada vez mejor, pero no deseaba ser jefe. Yo mismo le señalé (aunque no hacía ninguna falta) al compañero que veía más idóneo. Creo que haré lo mismo cuando me reencarne, si se da el caso: rechazar la jefatu-ra. Sí, porque el ejercicio profesional técnico puede resultar gratificante, cuando a uno le dejan conciliar su lealtad a la profesión con la exigida lealtad a la empresa (o se las apaña para conciliarlas); además, la jefatura, bien entendida y ejercida, es ciertamente compli-cada, difícil, ingrata, y sin duda merece ser bien pagada (aunque la diferencia de sueldos no debería ser tan escandalosa, diablos).

Pero, ¿no es una pena pedir currículo e inteli-gencia (cognitiva, emocional, volitiva…) a los trabajadores y luego valorar más su obedien-cia, o su adoctrinamiento en la religión em-presarial? Sé que interpretarán debidamente esta pregunta, y que, por otra parte, no me atribuirán una generalización: por supuesto que debe haber organizaciones inteligentes como las que describe Chun Wei Choo. Mi amigo consultor dice que hay buenos direc-tivos que crean “microclimas” (así los llama él) de rendimiento y satisfacción profesional, pero que tiene razón Cubeiro (un top ten) cuando apunta la falta de calidad directiva en nuestro país.

Este amigo parece respetar mucho a algunos expertos nacionales (también fuera de los au-todenominados top ten, como Huete, Marina, Herreros, Trías de Bes, Piñuel, Gasalla, Cardo-na, Rovira…), pero yo pediría a nuestros gurús del liderazgo que dejen de adular y elitizar a los jóvenes que hacen, o llegan de hacer, un máster que les ha pagado tal vez su padre en una escuela de negocios y que impulsen la figura del trabajador profesional, protagonista

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de su trabajo, e incluso de su aprendizaje y desarrollo permanente. La profesionalidad no es (creo yo) exclusiva de los directivos, ni lo es el talento, ni lo es la creatividad, ni lo es la inteligencia, ni lo es el conocimiento, ni lo es la intuición, ni lo es la razón, ni lo es siquiera el liderazgo. Apostemos, caramba, por el traba-jador experto del siglo XXI, imprescindible en la iniciativa innovadora. Bueno, esto es lo que a mí me parece que deberíamos hacer…, por aquello de la convergencia, la productividad y la competitividad.

A decir verdad, y a lo largo de casi 30 años, ninguno de mis jefes o jefas me ha termina-do de gustar, aunque sí he conocido a hom-bres y mujeres con los que habría querido trabajar. Claro, si dijera que (por mis expe-riencias: cada uno tendrá las suyas) prefiero un jefe a una jefa, me pondría a todas las directivas (y a todas las mujeres y no sé si también a mi gata Kitty) en contra…: no lo diré. Yo lo que quiero es que me pidan más inteligencia que obediencia, que me hablen a la cara, que no me aíslen por crítico y me tenga que “dar por eludido”, que no haya espacios de mediocridad militante y que mi jefe no sea uno de esos trastornados por el estrés o el narcisismo, envilecidos por la corrupción o la ambición, preocupados por el corto plazo y no por la prosperidad (salvo la suya). Casi nada, ¿verdad?

A VUELTAS CON LA CONCILIACIÓN

Me gusta hacer cosas nuevas, pero temo que los jefes prefieran ser ellos mismos quienes tengan las ideas. ¿No podrían ustedes insistir, ora como conferenciantes de agencias, ora como autores de libros, ora como articulistas desde el Top Ten (¿es un club, un lobby…?), en que todos podemos tener buenas ideas? Ustedes los expertos parecen atrapados en la predicación del liderazgo, pero yo creo que habría que predicar, por más adecuado al tiempo que corre, el aprendizaje permanente en todo su significado y toda su dimensión. Nosotros, los trabajadores del conocimiento y la innovación, hemos de aprender tanto lo que ya saben otros, como lo que aún no sabe nadie (una forma, ésta, que tiene mi amigo el consultor de referirse a la innovación) y temo que mi jefe-líder sea más un obstáculo que un catalizador.

Otra cosa. Me pasa a mí, pero creo que es una característica de nuestro tiempo. Si las

circunstancias lo exigen, no me importa tra-bajar a cualquier hora, de cualquier día de la semana, de cualquier mes del año, incluido agosto, pero odio que pongan dificultades para tomarme libre el día de mi onomástica o me pidan un justificante del médico por lle-gar tarde a la oficina tras la consulta (es lo de la próstata y por tanto algo desconocido para mi jefe). Quizá, en algunas organizaciones, todavía están en la Teoría X de McGregor; el hecho es que las viejas fórmulas podrían no servir para las nuevas realidades. ¿No tienen ustedes, para las relaciones jerárquicas ac-tuales, una solución mejor que el predicado liderazgo y seguidismo, que parece venir a mantener, y aun aumentar, la distancia “no-sotros”-“ellos”?

¿De verdad debo yo, como trabajador del si-glo XXI, “conquistar la verdad de mí mismo en mis acciones y, paralelamente, el bien pleno para mí mismo con mi conducta; o sea, vivir la verdad sobre el bien realizado en cada acto y la realización del bien subordinado a la ver-dad sobre mi propio ser”? No sé… En fin, lo intentaré. Me va a costar, no crean… ¿Lo han probado ustedes? Quizá con una guarnición de resignación cristiana y un buen vino…

Lo cierto es que todos tenemos mucho que aprender, y quizá lo primero deba ser “aprender a vivir” en estas nuevas realida-des que nos circundan. Yo soy incapaz de estar dos días sin mirar el correo y, por lo tanto, lo miro en fiesta, lo miro en vacacio-nes… Intento conciliar la vida laboral y la familiar y por eso necesito, llegado el caso, poder acompañar a mis padres, mi mujer o mis hijas al médico, o allá donde necesiten mi presencia o compañía. A cambio, insisto, no me importa ir a la oficina un sábado, o un domingo, o un día de vacaciones. No sé si las empresas están preparadas para esto, o prefieren seguir vigilando la puntualidad a la llegada, la laboriosidad a lo largo del día, la alegría, el buen humor… (Son los “hábitos” del libro rojo aquel).

Queridísimos pensadores, olviden el liderazgo y enséñennos ustedes a vivir en esta vorágine

Lo que vengo a sugerir es que quizá en la economía

que emerge se deba impulsar la figura del trabajador

responsable que protagoniza su trabajo y dejar de mimar

a los jóvenes directivos, incluso desde antes de serlo

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del siglo XXI, sin caer en los trastornos de personalidad en que caemos trabajadores y directivos. Yo digo que todos podemos ser más efectivos y felices en el trabajo… y fue-ra del trabajo. Creo que debemos aprender a vivir, como insisto, debemos “aprender a aprender”, “aprender a pensar”… No quie-ro que mi empresa organice más cursos de seguidismo para nosotros, ni de liderazgo para los directivos. ¿No podría haber cursos para aprender a vivir, a pensar, a aprender, a innovar…?

INNOVACIÓN Y CREATIVIDAD

Sí, cambiemos de tercio, que me estoy po-niendo pesado: pasemos a la innovación, de la que se dice que resulta clave en la econo-mía del conocimiento, porque genera com-petitividad y prosperidad. ¿Cómo debemos entender, interpretar, la innovación en la empresa? ¿Sólo como renovación tecnoló-gica? Yo insisto en que parece haber pocos jefes que acepten que una idea sea buena si no es suya, pero, sobre todo, lo que quiero

decir es que la innovación va más allá de la renovación tecnológica y que no pasa nece-sariamente por la I+D. Francamente, tampo-co creo que pase por las festivas sesiones de brainstorming. ¿Qué opinan ustedes?

Cuando, quizá fruto de una posible dosis de serendipidad, di en Internet con la historia de Genrich Altshuller, no sólo celebré que la creatividad se relacionara con el pensamien-to analítico, conectivo, inferencial, abstrac-tivo… También me sorprendió que alguien gestionara así el conocimiento, varias déca-das antes de que apareciera el buzzword “knowledge management”. Recuerdo que había coincidencias entre la vida de Altshuller y de Einstein. ¿Tenemos que seguir relacio-nando la creatividad con el brainstorming, o debemos también “aprender a pensar”, co-mo me parece a mí, para hacerlo en solitario sin tener que disimular si nos pillan? Lo digo porque a mí estas tormentas de ideas me han parecido siempre algo frívolas o festivas, y prefiero pensar por mi cuenta. ¿Hemos de adherirnos al reduccionismo racionalista (tal vez se diga racionalismo reduccionista, no sé), o debe haber espacio para la intuición genuina, en tándem con la razón?

Debo ir terminando. También, aparte de lo del liderazgo, la calidad, el capital humano, el talento o la innovación, me inquieta un poco la confusión (a mí me lo parece) en torno a conceptos como “habilidades di-rectivas”, “calidad de vida en la empresa”, “productividad”, “competencias informacio-nales”… Pongamos que lo de habilidades directivas se refiere a las “soft skills”: ¿acaso no preciso yo también cultivar soft skills, sin ser directivo? ¿Me dirán algo sobre todas estas reflexiones mías? Recuerden: mis de-sazones apuntan a que, si yo tuviera algo de razón además de atrevimiento, los modelos de liderazgo (o seguidismo) que algunos de ustedes proclaman, podrían no estar enca-jando bien en las realidades de la economía del saber y el innovar.

No, no es que yo me crea muy listo; lo que pasa es que, acertados o no, los trabajadores también tenemos algo que decir sobre el tra-bajo del siglo XXI, incluso incurriendo en con-tradicciones o haciendo inferencias gratuitas. Me dejo en verdad mucho (muchísimo) por decir, pero creo haber agotado al lector.

Adolfo Díaz les agradece su atención y paciencia.

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