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6

PVP 14,95 € 10180464

www.planetadelibrosinfantilyjuvenil.comIlustración de la cubierta de Eva Sánchez Gómez

«–¿Marie? ¡Marie! –gritó. No estaba por ninguna parte; tam-poco los demás–. ¡Caroline!Corrió hacia la proa, pensando que tal vez vería a sus amigos; tenían que estar en alguna parte. Jules se resistía a pensar que el mar se los hubiera tragado a todos, sencillamente, no podía ser. Pero allí tampoco vio a na-die y, cuando el barco volvió a zozobrar, se golpeó de nuevo contra una barandilla, esta vez en la cabeza. Perdió el sentido y permaneció tendido en el suelo de la cubierta, solo, en la proa de un barco que iba directo ha-cia el núcleo de la tormenta, hacia su propia destrucción.»

Para crear al misterioso y fas-cinante capitán Nemo de sus novelas, Jules Verne se inspiró en el marino que sus amigos y él habían conocido muchos años antes, cuando todavía iban al colegio. El capitán Nemo fue testigo de las aventuras inimaginables que los jóvenes vivieron por enton-ces. Más tarde conservó como un tesoro la narración de las mismas y gracias a él podemos leerlas hoy.

¡Menuda suerte han tenido Jules y sus amigos al ser los elegidos para representar al colegio en la excur-sión a la isla de Yeu! Pero tras la euforia inicial, los problemas surgen nada más zarpar. Una brutal tor-menta los obligará a mostrar sus mejores habilidades para gobernar el barco. Y eso solo es el principio de una arriesgada aventura en una isla-prisión, salpicada de peligros, traiciones, secuestros…Está claro que sus enemigos, la Orden Contra el Progreso, se ha propuesto que los jóvenes no puedan regresar a sus hogares.Una nueva hazaña de los Aventureros del siglo XXI que te dejará sin aliento.

CAPITÁN NEMO

A C A B A D O S

D i S E Ñ A D O R

E D I T O R

C O R R E C T O R

E S P E C I F I C A C I O N E S

nombre:

Silvia

nombre:

Marta V., Iván

nombre:

Nº de TINTAS: 4/0

TINTAS DIRECTAS:

LAMINADO:

PLASTIFICADO:

brillo mate

uvi brillo uvi mate

relieve

falso relieve

purpurina:

estampación:

troquel

título: Un capitán de doce años

encuadernación: Tapa dura c/sobrecub

medidas tripa: 14,1 x 20

medidas frontal cubierta: 14,6 x 20,6

medidas contra cubierta: 14,6 x 20,6

medidas solapas: 8

ancho lomo definitivo: 26

OBSERVACIONES:

Fecha:

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DESTINO INFANTIL Y JUVENIL, 2017infoinfantilyjuvenil@planeta.eswww.planetadelibrosinfantilyjuvenil.comwww.planetadelibros.comEditado por Editorial Planeta S. A.

Un proyecto de Cuca Canals

© del texto: Paula Vidal, 2017© de las ilustraciones de cubierta: Eva Sánchez Gómez, 2017© de las ilustraciones de los inventos en el interior: Paco Porres, 2017© Editorial Planeta S. A., 2017Avda. Diagonal, 662-664, 08034 BarcelonaPrimera edición: abril de 2017ISBN: 978-84-08-17001-3Depósito legal: B. 5.754-2017Impreso en España – Printed in Spain

El papel utilizado para la impresión de este libro es cien por cien libre de cloro y está calificado como papel ecológico.

No se permite la reproducción total o parcial de este libro ni su incorporación a un sistema informático, ni su transmisión en cualquier forma o por cualquier medio, sea este electrónico, mecánico, por fotocopia, por grabación u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito del editor. Para más información contactar con Atlantyca S.p.A. La infracción de los derechos mencionados puede ser constitutiva de delito contra la propiedad intelectual (Arts. 270 y siguientes del Código Penal).Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra. Puede contactar con CEDRO a través de la web www.conlicencia.com o por teléfono en el 91 702 19 70 / 93 272 04 47.

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—Parece que este lugar esté encantado. ¿No es lo más

bonito que habéis visto nunca?

Caroline paseaba su mirada ensoñadora y romántica

por el entorno, suspirando de gozo a cada momento.

Estaba anocheciendo y una brisa suave les sacudía el

pelo a ella y a sus amigos. El cielo, de color anaranjado,

rosáceo y azul, se asemejaba a un lienzo pintado por

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algún artista parisino. Cada vez había menos luz en el

fi rmamento, pero, en cambio, pequeños destellos lumi-

nosos iban apareciendo en los árboles y entre la hierba

que crecía bajo sus pies.

Huan, Jules y Marie pasaron corriendo por su lado. Se

estaban divirtiendo mucho brincando y saltando, inten-

tando atrapar las pequeñas bolas de luz. Sin duda, ellos

no poseían el mismo gusto que Caroline, y no se habían

dado cuenta del maravilloso espectáculo que la naturaleza

les estaba brindando. La chica siguió contemplando las

lucecitas que aparecían entre la vegetación unos instantes

más; luego se encogió de hombros y empezó a correr con

el cazamariposas alzado en la mano derecha para tratar

de alcanzar a sus amigos.

Se encontraban en el Parque de la Luz, que sin duda

hacía honor a su nombre. Durante el día era un sitio

como cualquier otro; sin embargo, cada noche, justo

después del atardecer, el parque se iluminaba con miles

de luciérnagas que aparecían como por arte de magia.

La oscuridad de la noche nunca llegaba al Parque de la

Luz. Los chicos, corriendo de un lado para otro, agitaban

los cazamariposas e iban atrapando todas las luciérnagas

que podían; los bichos luminosos quedaban fácilmente

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enzarzados en la red, de la que ya no podrían volver a salir.

Todos se lo estaban pasando fenomenal, especialmente

Huan, que era el que más luciérnagas atrapaba mientras

no dejaba de reír. De repente, agarró una luciérnaga que

centelleaba cerca de la suela de su zapato y se la llevó a la

boca. Marie, que lo había visto todo, le gritó horrorizada

que no se la comiera. Pero el chico no tenía intención de

tragársela: la colocó en su lengua y, tras mirar a sus amigos

esbozando una brillante mueca con la boca abierta, dijo

algo que a los demás les sonó más o menos así:

—¡Ia, ios, engo u en a oca! Jules lo tradujo correctamente a Caroline y Marie

como: «¡Mirad, chicos, tengo luz en la boca!». Y es que

Huan prácticamente no podía pronunciar las consonan-

tes por miedo a mover la lengua y tragarse el insecto

(aunque sus amigos sospechaban que tampoco le habría

importado mucho si la luciérnaga hubiera acabado sin

querer en su aparato digestivo).

—Eres repugnante, Huan —dijo asqueada Marie.

—¡Estás loco! ¡Sácate el bicho de la boca! —exclamaba

mientras tanto Caroline. Casi ni se atrevía a dirigir la

vista hacia su amigo, que parecía un auténtico monstruo

con la luz brillando en medio de su boca abierta.

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Las chicas miraron entonces a Jules en busca de apo-

yo, pero este se había echado sobre la hierba y no podía

parar de reír, revolcándose entre decenas de puntitos de

luz. Marie puso los ojos en blanco y le tendió una mano

a Jules para que se levantara del suelo.

Entretanto, Huan, que había cerrado la boca y reco-

brado la compostura, y parecía un muchacho totalmente

normal, se acercó a una joven pareja que paseaba por el

parque cogida de la mano. Cuando estuvo enfrente de

ellos, abrió la boca en una macabra mueca: la chica chilló

muy fuerte al ver lo que sin duda le pareció un fantasma

y echó a correr lo más rápido que pudo. Su novio miró

con reprobación a Huan y luego salió en busca de su

enamorada, que se había escondido entre los árboles.

—Te has pasado, Huan —lo reprendió Marie.

—Ha estado completamente fuera de lugar; seguro

que la pobre chica tendrá pesadillas por tu culpa —coin-

cidió Caroline.

Huan, molesto, se sacó la luciérnaga de la boca y le

dio unos golpecitos con el dedo índice para que alzara

el vuelo. El insecto, atolondrado, descendió en picado

hasta el suelo y no remontó.

—Sois unas aguafi estas —murmuró mosqueado.

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Jules, que ya se había recuperado de su ataque de risa,

aprovechó para recordarles a sus amigos el verdadero

motivo de su visita al Parque de la Luz:

—Vamos, es hora de ir metiendo las luciérnagas que

hemos ido cazando en los botes de cristal que cogimos

de la tienda de los padres de Huan.

Marie y Caroline, que no querían defraudarlo, se apre-

suraron a hacer lo que Jules les había indicado. El día

anterior, cuando planeaban la salida al Parque de la Luz,

su amigo les había hablado, con los ojos brillantes y una

sonrisa en la cara, de la idea que tenía para su nuevo

invento: unas gafas de visión nocturna. Las chicas lo

habían escuchado embobadas mientras Jules explicaba

en qué consistiría el artefacto y cómo lo iba a fabricar.

Huan, normalmente muy entusiasta con los inventos de

su amigo, se había quedado en un rincón, muerto de celos

por las miradas que las chicas le dirigían.

—¡Qué bonitos, ahora son botes de luz! —exclamó

Caroline una vez que hubo llenado y cerrado el suyo.

Estaba encantada con el artilugio que iba a inventar

su primo. No solo estaba resultando muy divertido ir a

cazar las luciérnagas, sino que, además, ¡con unas gafas

de visión nocturna, nunca iban a volver a pasar miedo en

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los si tios oscuros! Empezó a bailar al son de una música

imaginaria, mientras movía el recipiente repleto de lu-

ciérnagas en distintas direcciones: lo llevaba de un lugar

a otro rápidamente, con lo cual daba la sensación de que

agarraba una pequeña estrella fugaz entre sus manos.

Jules, que también había acabado de rellenar su bote

de luciérnagas, se quedó observándola largo rato son-

riendo. Marie, viendo a Jules tan extasiado con Caroline,

frunció el ceño y se volvió hacia Huan para conversar

con él y así pensar en otra cosa. Pero Huan no estaba

detrás de la chica.

—¿Huan? ¡Huan! —lo llamó.

Caroline dejó de bailar en el acto, y ella y Jules miraron

a Marie expectantes.

—¡No lo veo por ninguna parte! —les explicó ella, un

tanto alarmada.

Los tres chicos empezaron a buscarlo por el lugar y

a gritar su nombre. Los minutos pasaban y no había ni

rastro de Huan. Miraron por los alrededores durante un

rato; luego, Jules reunió a sus amigas en un pequeño corro.

—Lo que me temía —les comunicó con voz grave y

seria—. Como veis, Huan ha desaparecido, y parece que

está muy claro lo que ha pasado aquí.

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—¿Qué? —preguntaron Marie y Caroline a la vez,

puesto que ellas no lo veían nada claro.

—Lo ha secuestrado la Orden Contra el Progreso —les

explicó Jules rápidamente—. Siempre nos la han tenido

jurada, pero desde que saboteamos su atentado a la Luna,

nos tienen más odio que nunca. No consiguieron des-

truir la Luna porque nosotros se lo impedimos, y ahora

deben de estar más furiosos que nunca; nos lo quieren

hacer pagar. Ya sabéis que tanto el capitán Nemo como

nosotros podemos ser atacados en cualquier momento,

y la primera víctima de todo esto ha resultado ser Huan.

—No puede ser, ¡estaba aquí hace tan solo un mo-

mento! —chilló Marie—. ¡Huan! ¿Dónde estás?

Caroline se unió de nuevo a sus gritos, ansiosa por

obtener respuesta del chico. No era capaz de dejar de pen-

sar en lo que podía hacerle Claude Mathieu, el malvado

director del colegio, a su buen amigo. La Orden Contra

el Progreso procuraba demoler cualquier atisbo de mo-

dernización de la sociedad, pero, hasta ahora, Caroline

y los demás siempre habían podido pararle los pies. Sin

embargo, ¿qué sería de Los aventureros del siglo XXI si

no encontraban a Huan? Aunque no fuera precisamente

el más valiente de los cuatro, su inquebrantable lealtad

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equilibraba al conjunto. Precisamente fue él quien los

salvó a todos en su última aventura, cuando se le ocurrió

utilizar la pólvora con la que la Orden iba a destruir la

Luna para crear pequeñas bombas que apresaran a sus

captores y así poder escapar del lugar. La chica volvió a

gritar su nombre, cada vez más nerviosa.

—¡Chists! —Jules se llevó el dedo índice a los labios—.

Creo que lo más sensato será permanecer en silencio si

no queremos que nos encuentren a nosotros también.

Las chicas callaron atemorizadas e, inconsciente men-

te, se acercaron más a Jules. Todo estaba en silencio y ya

era noche cerrada. Caroline iba a abrir la boca para decir

que allí no había nadie y que debían seguir buscando

a su amigo, cuando, de repente, oyeron un ruido seco.

Tragó saliva y se apretó más a su primo.

—¿Qué ha sido eso? —susurró.

—Seguro que es alguien de la Orden Contra el Pro-

greso que nos ha estado siguiendo —le respondió él

también en susurros.

Marie y Caroline se miraron tremendamente asusta-

das. En aquel instante, vieron una sombra moviéndose

en el aire y chillaron, convencidas de que los de la Or-

den ya habían dado con ellos. Incluso Marie, histérica,

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habría jurado que acababa de ver a Mathieu. Escondió

el rostro entre las manos durante un par de segundos,

y, al notar que no había pasado nada, volvió a mirar la

fantasmagórica sombra. Era solo una rama que se había

movido por el viento. Suspiró, con el corazón latiéndole

fuerte en el pecho del susto.

Pero, de todos modos, ¿qué había sido ese ruido? ¿Y

dónde estaba Huan? Los tres chicos seguían apretujados

en silencio, mirando hacia todos lados pero sin atreverse

a dar un solo paso. Todo fue muy rápido. Alguien puso

la mano en el hombro de Caroline, que se dio la vuel-

ta mientras chillaba y se encontró cara a cara con un

encapuchado de la Orden Contra el Progreso. Una voz

gutural salió de debajo de la capucha:

—¡Vais a morir!

Las chicas chillaban mientras el encapuchado reía

maléfi camente. Jules estaba tendido en la hierba de

nuevo; ¿lo había abatido el encapuchado? Si era así, ¿por

qué el joven inventor también reía?

El encapuchado se retiró lentamente la capucha para

desvelar su verdadero rostro. Marie ahogó un grito.

—¡Huan! —gritó Caroline en tono de reproche—.

Pero ¿qué...?

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—Era una broma —exclamó sonriente el chico.

Caroline miró a Jules, que seguía riendo.

—¿Tú lo sabías? —preguntó dirigiéndole una mirada

amenazadora.

—Bueno... Sí —reconoció un poco avergonzado—. Lo

hemos planeado juntos. Huan debía esconderse cuando

yo dijera lo de poner luciérnagas en los botes.

—Pues no ha tenido ninguna gracia, ninguna —los

reprendió señalándolos acusadoramente con el dedo—.

Ha sido una broma de muy mal gusto; con estas cosas no

se juega, chicos. ¡Nos vamos a vengar! ¿Verdad, Marie?

Pero Marie estaba muy seria y no decía nada.

—¿Marie? —preguntó Huan dubitativo—. ¿Estás

bien? ¿Te he asustado mucho?

Por toda respuesta, la muchacha empezó a sollozar.

Caroline se acercó rápidamente a ella y la abrazó, miran-

do con odio a los chicos. Jules y Huan permanecieron

en el sitio, profundamente avergonzados, sin saber qué

ha cer.

Jules avanzó un paso hacia su amiga.

—Perdónanos, Marie. Hemos sido unos estúpidos.

No hemos pensado en las consecuencias de la broma y

la hemos llevado demasiado lejos.

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Marie seguía llorando. Jules miró a su amigo y le hizo

una seña para que añadiera algo.

Huan carraspeó y se rascó la cabeza.

—Marie... Marie, lo siento mucho, de verdad. —Huan

hablaba lentamente para intentar encontrar las palabras—.

Jules y yo hemos sido unos brutos y unos insensibles, no

merecemos tener unas amigas como vosotras. Perdonad-

nos, por favor.

Las dos chicas sonrieron un poco, pero Caroline con-

tinuaba un tanto enfadada, y a Marie se la seguía viendo

muy triste. Lo cierto era que llevaba varios días alicaída,

y los otros notaban que estaba más sensible y menos

animada de lo habitual. En general, era una chica fuer-

te, aventurera, con iniciativa, pero últimamente la veían

apagada, pocas veces abría la boca y parecía que estuviera

a punto de echarse a llorar en cualquier momento.

Marie se desprendió lentamente del abrazo de Caro-

line y se frotó los ojos, secándose los restos de lágrimas.

Miró alternativamente a Huan y a Jules. Ambos la obser-

vaban atentamente con ojos suplicantes. Jules hacía un

mohín con la boca y Huan había juntado ambas manos

implorando perdón. Estaban muy monos, y Marie no

pudo evitar esbozar otra sonrisa:

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—¿Qué hacemos, Caroline? ¿Los perdonamos?

—A mí me parece que les tendríamos que hacer sufrir

un poco más.

—¡Eh, no! —se quejaron ellos.

Caroline hizo como que lo meditaba.

—De acuerdo —aceptó tras unos segundos de silen-

cio—. Pero a partir de ahora os tenéis que portar mejor

con nosotras —los advirtió—. Y recordad que la venganza

es un plato que se sirve frío.

Jules y Huan rieron, y Marie se esforzó en volver a

sonreír.

—Chicos —les dijo entonces—, puede que mi reac-

ción también haya sido algo desmesurada. La verdad es

que llevo días preocupada y triste, y esta broma de mal

gusto ha sido la gota que ha colmado el vaso.

Los demás aguardaron expectantes a que dijera algo

más. Todos la habían notado rara, pero no se atrevían a

preguntarle qué le ocurría. Marie seguía cabizbaja y no

parecía que fuera a decir nada más, pero, al levantar la

vista y descubrir a sus tres amigos mirándola preocupa-

dos, se dio cuenta de que podía contarles lo que fuera.

—Sea lo que sea, lo solucionaremos, te lo prometo

—dijo Jules para infundirle ánimos.

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—Es por el asilo donde trabajo —les explicó Marie

entre suspiros—. Ya casi no nos queda dinero y última-

mente no podemos dar de comer a los pobres. —Una

lágrima volvió a rodar por su mejilla—. Los que más me

preocupan son los ancianos... Son más vulnerables que

el resto; de hecho, algunos ya han empezado a enfermar.

No sé cómo conseguir dinero para que puedan comer.

—Enterró la cara entre las manos para que sus amigos

no la vieran desmoronarse de nuevo.

Huan, Caroline y Jules la envolvieron en un abrazo

y se miraron entre ellos preocupados. Jules tragó saliva.

Le había prometido a Marie que solucionarían su pro-

blema, pero, ahora que sabía de qué se trataba, no veía

la solución por ninguna parte.

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