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1 Juan Manuel Sierra López Sevilla, 10-2-15 La celebración del Bautismo de niños Una explicación mistagógica 0. Introducción Saludo, agradecimientos. Vamos a realizar una aproximación a algo que ya conocemos, pero que encierra una realidad sorprendente y nos introduce en el misterio de la salvación de Dios. Trataremos del Bautismo como realidad salvífica, de la explicación del mismo a la luz de la tradición (explicación mistagógica) y, desde ahí, el itinerario que el mismo sacramento nos presenta. Estamos ante un sacramento, esto es, un signo sensible elegido por Jesucristo y al que se ha vinculado, al celebrarlo en la Iglesia y con el poder del mismo Jesucristo, la comunicación de la gracia de Dios (que es participación divina y la fuerza necesaria para avanzar en el camino de santidad al que todos estamos llamados). 1. El Bautismo Aunque es de todos sabido, el Catecismo de la Iglesia Católica, al tratar sobre el Bautismo, nos explica: El santo Bautismo es el fundamento de toda la vida cristiana, el pórtico de la vida en el espíritu y la puerta que abre el acceso a los otros sacramentos. Por el Bautismo somos liberados del pecado y regenerados como hijos de Dios, llegamos a ser miembros de Cristo y somos incorporados a la Iglesia y hechos partícipes de su misión: «El bautismo es el sacramento del nuevo nacimiento por el agua y la palabra» 1 . No vamos a entrar en los pormenores históricos que están en el origen del sacramento del Bautismo. Basta recordar que se trata de un rito ya utilizado en el judaísmo y en otras religiones, como signo de purificación y de conversión; así aparece en Juan el Bautista, precursor de Jesucristo, y a quien bautiza en las aguas del Jordán (Mt 3,13). Sin embargo, en cuanto sacramento instituido por Cristo, el signo del agua que purifica, acompañado de las palabras con la invocación de la Trinidad, produce la participación en la vida divina, en la Iglesia y la vinculación permanente al mismo Jesucristo. 1 Catechismus Catholicae Ecclesiae, Ciudad del Vaticano 1999, n.1213. (En adelante: CCE).

Una explicación mistagógica · medio de la Iglesia, en los sacramentos y en la salvación que se actualiza en cada persona, a lo largo de los siglos. Se da como presupuesto que

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Page 1: Una explicación mistagógica · medio de la Iglesia, en los sacramentos y en la salvación que se actualiza en cada persona, a lo largo de los siglos. Se da como presupuesto que

1

Juan Manuel Sierra López

Sevilla, 10-2-15

La celebración del Bautismo de niños

Una explicación mistagógica

0. Introducción

Saludo, agradecimientos.

Vamos a realizar una aproximación a algo que ya conocemos, pero que encierra una realidad

sorprendente y nos introduce en el misterio de la salvación de Dios.

Trataremos del Bautismo como realidad salvífica, de la explicación del mismo a la luz de la

tradición (explicación mistagógica) y, desde ahí, el itinerario que el mismo sacramento nos

presenta.

Estamos ante un sacramento, esto es, un signo sensible elegido por Jesucristo y al que se ha

vinculado, al celebrarlo en la Iglesia y con el poder del mismo Jesucristo, la comunicación de la

gracia de Dios (que es participación divina y la fuerza necesaria para avanzar en el camino de

santidad al que todos estamos llamados).

1. El Bautismo

Aunque es de todos sabido, el Catecismo de la Iglesia Católica, al tratar sobre el Bautismo,

nos explica:

El santo Bautismo es el fundamento de toda la vida cristiana, el pórtico de la vida en el espíritu y la puerta que abre el acceso a los otros sacramentos. Por el Bautismo somos liberados del pecado y regenerados como hijos de Dios, llegamos a ser miembros de Cristo y somos incorporados a la Iglesia y hechos partícipes de su misión: «El bautismo es el sacramento del nuevo nacimiento por el agua y la palabra»1.

No vamos a entrar en los pormenores históricos que están en el origen del sacramento del

Bautismo. Basta recordar que se trata de un rito ya utilizado en el judaísmo y en otras religiones,

como signo de purificación y de conversión; así aparece en Juan el Bautista, precursor de Jesucristo,

y a quien bautiza en las aguas del Jordán (Mt 3,13).

Sin embargo, en cuanto sacramento instituido por Cristo, el signo del agua que purifica,

acompañado de las palabras con la invocación de la Trinidad, produce la participación en la vida

divina, en la Iglesia y la vinculación permanente al mismo Jesucristo.

1 Catechismus Catholicae Ecclesiae, Ciudad del Vaticano 1999, n.1213. (En adelante: CCE).

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La Iglesia Católica ha administrado el sacramento del Bautismo desde los inicios, como el

signo salvífico, instituido por Cristo, que nos comunica la salvación. Así aparece tras el discurso de

Pentecostés (Hch 2,38) y en otros lugares de Hechos de los Apóstoles (2,41; 8,12-13; 10,48; 16,15):

el que acepta a Cristo y la redención, recibe por el Bautismo el perdón de los pecados y la adhesión

a la vida divina. El Bautismo aparece como una participación en la muerte y en la resurrección de

Cristo (Rm 6,3-4; Col 2,12) que adquiere un carácter permanente y es prenda de la vida eterna.

En los primeros siglos de la Iglesia fue más frecuente el Bautismo de adultos, que tras

recibir el anuncio del mensaje de Cristo, realizaban todo un itinerario de fe que les llevaba a la

conversión profunda, al conocimiento del evangelio y de la vida cristiana con un auténtico

compromiso espiritual y moral, que culminaba en la recepción de los tres sacramentos de la

Iniciación cristiana: Bautismo, Confirmación y Eucaristía.

También han recibido el Bautismo, desde los primeros siglos, los niños cuyos padres eran

cristianos y había garantía de su posterior educación en la fe. En este caso, eran los padres, los

padrinos y toda la comunidad cristiana quienes acompañaban el lento madurar, humano y espiritual,

de estos niños, hasta alcanzar la perfección en Cristo.

Poco a poco, en Occidente se llegó al Bautismo de niños como la forma habitual de

celebración (se puede decir que, durante muchos siglos, el bautismo de adultos constituyó una

excepción) y se adaptó la celebración por etapas en una celebración única. Esta forma ritual

adaptada aparece en los rituales anteriores y posteriores al Concilio de Trento y así se ha mantenido

hasta el Concilio Vaticano II, en el que se pidió:

Revísense ambos ritos del bautismo de adultos, tanto el simple como el solemne, teniendo en cuanta la restauración del catecumenado, e insértese en el Misal romano la Misa propia In collatione baptismi. Revísese el rito del bautismo de los niños y adáptese realmente a su condición, y pónganse más de manifiesto en el mismo rito la participación y las obligaciones de los padres y padrinos2.

Esto explica la duplicidad de rituales que ahora están vigentes: el Ritual para el Bautismo de

Niños y el Ritual del Bautismo de Adultos, como dos formas de celebración del sacramento que

responden a dos situaciones diversas. Lógicamente, muchos elementos son comunes y lo esencial

del sacramento se encuentra en ambos rituales; sin embargo, es importante conocer el distinto

desarrollo que se da, según el caso y las circunstancias, buscando siempre lo más adecuado para la

santificación de los hombres y la glorificación de Dios, objetivo de toda acción litúrgica.

Antes de pasar adelante, es importante recordar la importancia que tienen las introducciones

(Praenotanda) de los rituales del Vaticano II. En ellas se explica el sentido teológico y espiritual del

Sacramento, todo lo que se refiere a la celebración litúrgica y cuál debe ser nuestra participación en 2 CONCILIO VATICANO II, «Constitución sobre la sagrada Liturgia, Sacrosanctum Concilium, 4 diciembre 1963»: Acta Apostolicae Sedis 56 (1964) 97-134, esto n.66-67. (En adelante: SC).

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esta acción de Cristo y de la Iglesia. Estos textos que acompañan al ritual son la base imprescindible

para comprender lo que estamos realizando.

2. La explicación mistagógica

Los Padres de la Iglesia desarrollaron la teología del Bautismo y nos ofrecen en su homilías

y escritos una explicación sobre el misterio que se encierra en el primer sacramento, por medio de

cada uno de los símbolos que se realizan en la celebración.

Se parte de la unión entre lo que se celebra y el misterio divino que se hace presente y que

transforma nuestra vida: misterio – celebración – vida, como unidad hacia la que se tiende por la

misma fuerza del sacramento, que actúa por encima, incluso, de los propios méritos o disposiciones:

el sacramento no depende de los hombres, es una acción de Dios que se realiza por medio de la

Iglesia, con unos ritos determinados y salvando siempre la libertad de la persona que recibe el

sacramento.

También el Catecismo de la Iglesia Católica dedica su atención a la «mistagogia de la

celebración», y allí nos explica: El sentido y la gracia del sacramento del Bautismo aparece claramente en los ritos de su celebración. Cuando se participa atentamente en los gestos y las palabras de esta celebración, los fieles se inician en las riquezas que este sacramento significa y realiza en cada nuevo bautizado3.

Después va recorriendo brevemente las acciones que tienen lugar durante la celebración del

Bautismo y explica su significado. Pero no adelantemos acontecimientos; vamos a detenernos

todavía un poco en lo que es y supone la explicación mistagógica, como una práctica de la Iglesia

antigua que no ha perdido vigencia en el presente.

Sabemos que la instrucción adecuada y la preparación moral-espiritual de los que debían

recibir el Bautismo ha sido siempre objeto de una gran atención por parte de la Iglesia. Nos

encontramos con testimonios en el Nuevo Testamento, en la tradición patrística y en el magisterio

de la Iglesia, a lo largo de los siglos.

Una de las etapas de formación, que tiene su auge a finales del siglo III y, especialmente, en

el siglo IV, es la llamada catequesis mistagógica, que se impartía a los recién bautizados (neófitos)

durante la semana sucesiva a la solemnidad de Pascua (cuando habían recibido, por el Bautismo, su

incorporación a Cristo y a la Iglesia, como hijos de Dios).

La explicación profunda del misterio que se encierra en los sacramentos tenía lugar después

del mismo Bautismo, puesto que se consideraba absolutamente necesario haber recibido el

Sacramento para adquirir una comprensión completa del misterio que encierra. Esto se fundamenta

3 CCE, n.1234.

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en dos razones: solo quien es cristiano puede acceder a la comprensión plena de la vida cristiana, ya

que algunos aspectos serían mal interpretados por los paganos y no se debe revelar a quien no ha

completado su Iniciación Cristiana; en segundo lugar, los sacramentos son acontecimientos y no

simples nociones, por lo que es necesario vivirlos para comprenderlos.

Las explicaciones mistagógicas presentan una explanación de los sacramentos que:

1. Comenta los ritos vividos en la celebración de la Iniciación Cristiana.

2. Desarrolla la teología bíblica de los sacramentos, enfocados como continuación de las

actuaciones maravillosas de Dios en la historia de la salvación.

3. Ofrece un desarrollo teológico y sale al paso de las dificultades que el nuevo bautizado puede

experimentar en su vida cristiana.

En definitiva, se trata de una interpretación de la Iniciación Cristiana a la luz de los

acontecimientos de la historia de la salvación, tal como aparecen en la Biblia: se describen e

interpretan desde esta clave los diversos ritos que tienen lugar en el proceso del sacramento del

Bautismo, la Confirmación y la Eucaristía; también se toman los Sacramentos de la Iniciación

Cristiana como una clave para la lectura bíblica. Estamos ante una especie de complemento, una

línea que se recorre en ambos sentidos, para alcanzar una comprensión adecuada del misterio de la

salvación, que tiene lugar en la historia, desde los albores de la creación hasta los tiempos actuales,

y en cada persona que se acerca a la salvación, realizada ahora por el Sacramento.

La relación que se descubre, en las explicaciones mistagógicas, entre las acciones divinas en

la obra de la salvación y lo que se celebra en la liturgia de la Iniciación Cristiana es real y se

fundamenta, en ambos casos, en Dios que salva y actúa en su eterno presente. Los acontecimientos,

personas y palabras del Antiguo Testamento son figuras (tipos) que anuncian lo que plenamente se

realiza en Cristo, en el Nuevo Testamento, y después se extiende gracias a la acción de Cristo, por

medio de la Iglesia, en los sacramentos y en la salvación que se actualiza en cada persona, a lo largo

de los siglos. Se da como presupuesto que esta correspondencia ya se encuentra en el orden divino

de la salvación y lo que nosotros hacemos es descubrir esa relación que ilumina, ayuda a

comprender y a vivir la acción de Jesucristo.

Aunque cada texto bíblico conserva siempre, también en la liturgia, el sentido original de

cuando fue escrito, las realidades más profundas solo pueden vislumbrarse y ser desveladas por el

cumplimiento histórico que se produce en Cristo y en la Iglesia (como Cuerpo de Cristo). Por eso,

el sentido primero queda integrado y alcanza una mayor profundidad en la celebración litúrgica de

la Iglesia, que lo pone en conexión con los acontecimientos de la vida de Cristo y su realización en

cada cristiano que, por medio de los sacramentos, participa de la vida divina.

Conocer el pensamiento de los Padres de la Iglesia y de la misma liturgia, cuando usan los

acontecimientos de la Biblia, para explicar la acción de Cristo en los sacramentos constituye un

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medio extraordinario de aproximarse a esta realidad espiritual que ellos viven y que toda la Iglesia

continúa viviendo. El tema es amplísimo; muy claro y preciso en ocasiones, otras algo más forzado,

pero siempre iluminador del sentido profundo y unitario de la salvación de Dios, que sigue siendo

actual.

Las explicaciones mistagógicas las encontramos en las catequesis postbautismales de la edad

patrística, que principalmente son una especie de homilías, y en comentarios a la liturgia. En ambos

casos, junto al desarrollo bíblico, litúrgico y teológico, nos encontramos con un intenso contenido

espiritual, que no puede ignorarse al estudiar este fenómeno. Sin embargo, es ante todo, una

explicación del misterio de la salvación divina, que hunde sus raíces en la misma revelación divina

(que culmina en Cristo) y llega hasta cada uno de nosotros por los sacramentos, que la Iglesia

asimila y nos ofrece como alimento.

La mistagogia, como aproximación al misterio revelado y celebrado, para alcanzar una

comprensión teológica más plena y que se haga presente en la realidad concreta de nuestra vida, ha

sido, de formas diversas (no siempre con igual fortuna), una constante de la acción teológica,

litúrgica y catequética de la Iglesia. Hoy, quizá, se ha desarrollado el interés por ella y su necesaria

aplicación en la preparación y explicación posterior al Bautismo. No obstante, para conseguir una

aplicación correcta es necesaria una sólida formación bíblica, teológica, litúrgica y espiritual; no se

trata de explicaciones piadosas (subjetivas y arbitrarias) que vacían el sentido objetivo de la Biblia y

de los acontecimientos salvíficos, que siguen realizándose en los sacramentos, sino de un verdadero

conocimiento del misterio, que se desarrolla en la historia de la salvación y culmina en Cristo.

La trascendencia de la comprensión mistagógica radica en lo que el mismo Concilio

Vaticano II pedía como requisito necesario para la renovación litúrgica: «es de suma importancia

que los fieles comprendan fácilmente los signos sacramentales» (SC 59). Por eso debemos conocer

el Ritual del Bautismo, vivirlo y darlo a conocer a cuantos a él se acercan.

La explicación mistagógica no ha perdido importancia y contiene pautas pastorales que son

válidas para la Iglesia de cualquier época, ya que nos permite: valorar los signos por los que nos

introducimos en el misterio celebrado; interpretar los ritos a la luz de la Biblia; abrirnos a la nueva

vida en Cristo, desde el compromiso cristiano eclesial.

3. El Ritual del Bautismo de Niños

Como señalamos al inicio, nos vamos a limitar al Ritual actual, siguiendo la edición

española aprobada por la Conferencia Episcopal y refrendada por la Congregación para el Culto

Divino4. Nos detendremos en los distintos elementos de la celebración y en el contenido

4 Cf. Ritual del Bautismo de Niños, reformado según los decretos del Concilio Vaticano II, promulgado por mandato de Pablo VI, aprobado por el Episcopado Español y confirmado por la Sagrada Congregación para los Sacramentos y el

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mistagógico que se nos ofrece, con la ayuda de algunos autores antiguos, sin olvidar las

implicaciones teológicas y espirituales que se encierran en cada caso.

Las partes que presenta el Ritual (seguimos el formulario para el bautismo de un niño, p.57-

75) son:

- Rito de acogida (monición introductoria, declaración del nombre, compromiso de los padres y

padrinos, señal de la cruz).

La finalidad del rito de acogida es lograr que los fieles reunidos constituyan una comunidad y se

dispongan a oír como conviene la Palabra de Dios y a celebrar dignamente el Sacramento5.

- Liturgia de la Palabra (lecturas bíblicas, homilía, oración de los fieles, exorcismo y unción

prebautismal).

La celebración de la Palabra de Dios se ordena a que, antes de realizar el Sacramento, se avive la

fe de los padres y de todos los presentes, y se ruegue en la oración común por el fruto del

Sacramento6.

- Liturgia del Sacramento (bendición del agua, renuncias y profesión de fe, Bautismo, unción con

Crisma, vestidura blanca, entrega del cirio, effeta).

Se ha de procurar que la celebración del Sacramento aparezca como la parte culminante del rito, a

la cual están ordenadas todas las demás. Mantener la participación activa de todos debe ser el

criterio principal a la hora de determinar el lugar de la celebración7.

- Conclusión (aclamación, Padrenuestro, bendición).

Se prefigura la futura celebración en la Eucaristía [...] que la gracia de Dios descienda sobre

todos, se bendice a las madres, a los padres y a todos los asistentes8.

En realidad, todo el rito está cargado de simbolismo y de un profundo contenido, tal como

aparece en las rúbricas, en las acciones y en los textos.

a)La introducción.

La primera rúbrica (n.136) establece la posibilidad de un canto mientras se aproxima el

ministro que ha de presidir la celebración. Denota el carácter festivo de la celebración y, al mismo

tiempo, su sentido sagrado. Se habla de un salmo o himno; en el primer caso es Palabra de Dios que

nos introduce en la alabanza, súplica y acción de gracias al Señor, con las expresiones que él mismo

ha querido revelarnos. Aunque no es el momento de adentrarnos en ello, resulta necesario recordar

la importancia que Jesús, los Apóstoles y la Iglesia han dando siempre a los salmos, en la liturgia y

en la vida de los fieles.

Culto Divino, Barcelona 1970. (En adelante: RBN). 5 Ibid., Praenotanda, n.68. 6 Ibid., Praenotanda, n.69. 7 Ibid., Praenotanda, n.74. 8 Ibid., Praenotanda, n.77.

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Los himnos, de gran tradición en la Iglesia, se inspiran en los salmos y cánticos bíblicos,

adaptando los contenidos a la circunstancia concreta de la celebración. Siempre se ha procurado

armonizar la belleza de los textos con su riqueza doctrinal, acompañándolo de una melodía que

ayude al recogimiento y a la presencia de Dios.

También es significativa la ubicación en este momento. La rúbrica mencionada señala que el

sacerdote se dirigirá a la puerta de la Iglesia (cf. n.136) o al lugar adecuado. Por el Bautismo nos

introducimos en la Iglesia, y la ubicación del edificio (cuando se trata del baptisterio como edificio

exento) o del lugar de la fuente bautismal debe ayudar a comprender este sentido teológico y

espiritual. Así se hace en muchas basílicas antiguas y en otras iglesias.

Al edificio del baptisterio, disposición de la fuente y decoración, estaba asociado en la

antigüedad todo un conjunto de símbolos y alusiones bíblicas, teológicas y espirituales: la forma

octogonal, como expresión del día octavo; las tres gradas como evocación de los días de Cristo en el

sepulcro; la presencia de ciervos, aludiendo al Salmo 41 y a la creencia en la resistencia del ciervo a

las serpientes; etc.

La misma rúbrica apunta otros temas, que sería muy provechoso desarrollar: la vida natural

como don de Dios y anuncio de la vida divina, realidad definitiva que debe estar por encima de todo

en nuestra valoración; la alegría con la que se debe vivir el sacramento del Bautismo, es otro

aspecto que se subraya desde el comienzo. También se debe tener presente la importancia de la

acogida a los que van a participar en la celebración; esta actitud debe ser reflejo de la actitud del

mismo Jesucristo, que acoge a los pecadores y a todos llama a la conversión.

b) El sentido del nombre.

En Israel, como en otros pueblos antiguos, el nombre expresa la realidad de quien lo lleva y

cuál es la misión que ha de cumplir. La misma creación culmina con la imposición del nombre, que

Adán realiza por encargo de Dios (Gén 2,19-20), y manifestar el nombre es revelar el ser de la

persona (Éx 3,13-14). Al mismo tiempo, Dios conoce a cada uno por su nombre, de la misma

manera que el Buen Pastor conoce a sus ovejas por su nombre, y estas le conocen a él (Jn 10,3).

En la Biblia y en la liturgia, el nombre tiene una gran importancia y nos designa en la

presencia de Dios (cambiar el nombre, como sucede en la Biblia y se ha mantenido durante siglos

en la vida religiosa, supone cambiar en nuestro ser y en nuestro obrar, ante Dios). Llevar el nombre

de Dios o de un santo significa ponerse bajo su protección, tomarlo como modelo y referencia,

establecer una especial vinculación con alguien que está vivo y nos protege. Por este motivo, la

Iglesia nos pide que se imponga un nombre con sentido cristiano.

Así lo recuerda el Catecismo de la Iglesia Católica:

2156. El sacramento del Bautismo es conferido "en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo" (Mt 28,19). En el bautismo, el nombre del Señor santifica al hombre, y el cristiano recibe

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su nombre en la Iglesia. Puede ser el nombre de un santo, es decir, de un discípulo que vivió una vida de fidelidad ejemplar a su Señor. Al ser puesto bajo el patrocinio de un santo, se ofrece al cristiano un modelo de caridad y se le asegura su intercesión. El "nombre de bautismo" puede expresar también un misterio cristiano o una virtud cristiana. "Procuren los padres, los padrinos y el párroco que no se imponga un nombre ajeno al sentir cristiano". 2158. Dios llama a cada uno por su nombre. El nombre de todo hombre es sagrado. El nombre es la imagen de la persona. Exige respeto en señal de la dignidad del que lo lleva. 2159. El nombre recibido es un nombre de eternidad. En el reino de Dios, el carácter misterioso y único de cada persona marcada con el nombre de Dios brillará a plena luz. "Al vencedor... le daré una piedrecita blanca, y grabado en la piedrecita, un nombre nuevo que nadie conoce, sino el que lo recibe" (Ap 2,17). "Miré entonces y había un Cordero, que estaba en pie sobre el monte Sión, y con él ciento cuarenta y cuatro mil, que llevaban escrito en la frente el nombre del Cordero y el nombre de su Padre" (Ap 14,1).

En el Bautismo de adultos tenía una especial importancia la llamada elección o inscripción

del nombre, pues suponía la presentación oficial para recorrer la última etapa de preparación para el

Bautismo, que tenía lugar durante la Cuaresma. La inscripción del nombre venía acompañada de un

examen del candidato que, desde este momento pasa al último periodo de preparación: la

iluminación. Esto mismo se ve como el inicio de la victoria sobre Satanás, que va a realizarse en el

que recibirá el sacramento del Bautismo9.

c) Preguntas a los padres y padrinos.

En los primeros siglos, la inscripción del nombre venía acompañada de un interrogatorio y

una investigación de la idoneidad del catecúmeno que deseaba pasar a la preparación inmediata para

el Bautismo. Esto se realizaba contando con el padrino que acompañaba al candidato, debía

instruirlo y guiarlo en el proceso de acercamiento a Cristo y a la Iglesia y, en este momento, debía

responder por él, garantizando la honestidad de vida, la preparación doctrinal y el vivo deseo de

unirse a Cristo.

Así aparece ahora en nuestro Ritual, aplicado a los padres y padrinos, que representan al

niño y en su nombre se dirigen a la Iglesia pidiendo el Bautismo.

Es importante señalar que en la pregunta a los padres: «¿sabéis que os obligáis a educarlo en

la fe...?» (cf. n.138) nos está recordando que el itinerario de formación, en el caso de los niños, se

realiza después del bautismo y antes de recibir los otros sacramentos de la Iniciación Cristiana. Es

de vital importancia ser coherente con lo que aquí se promete y empeñarse en el crecimiento en la fe

y en la caridad, del niño que va a recibir el sacramento del Bautismo.

Este es el momento, también, en el que se recuerda la importancia y la responsabilidad que

los padrinos tienen en el sacramento del Bautismo. También lo apunta el Catecismo de la Iglesia

Católica: Para que la gracia bautismal pueda desarrollarse es importante la ayuda de los padres. Ese es también el papel del padrino o de la madrina, que deben ser creyentes sólidos, capaces y prestos

9 Cf. J. DANIÉLOU, Sacramentos y culto según los SS. Padres, Madrid 21964, 33-35.

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a ayudar al nuevo bautizado, niño o adulto, en su camino de la vida cristiana. Su tarea es una verdadera función eclesial (officium). Toda la comunidad eclesial participa de la responsabilidad de desarrollar y guardar la gracia recibida en el Bautismo10.

El compromiso manifestado públicamente ante Dios y ante la Iglesia, da paso a un signo de

gran importancia en la tradición de la Iglesia: la señal de la cruz que tanto el celebrante como los

padres y padrinos realizan, en este momento, sobre la cabeza del niño que va a recibir el sacramento

del Bautismo.

Sin embargo, las primeras palabras indican la aceptación del candidato y la alegría de la

comunidad cristiana por este acontecimiento.

d) La señal de la cruz.

En el Catecismo se explica que «la señal de la cruz, al comienzo de la celebración, señala la

impronta de Cristo sobre el que le va a pertenecer y significa la gracia de la redención que Cristo

nos ha adquirido por su cruz»11.

La cruz es el signo, por antonomasia, de la redención y por eso lo es del mismo Cristo que se

ofrece por nuestra salvación. Estar marcado por la cruz de Jesucristo implica asumir la salvación

que el Señor nos ofrece, para que libremente respondamos y nos unamos a él: es un signo de

pertenencia y de consagración a Cristo, signo de reconocimiento, de protección.

Los Padres de la Iglesia descubren múltiples anuncios de la cruz en el Antiguo Testamento.

Tertuliano presenta varias figuras de Cristo crucificado: la primera es Isaac, que conducido por su

padre al sacrificio, llevaba sobre sí la leña, anunciando de esta manera la muerte de Cristo, ofrecido

como víctima al Padre, en la pasión12 (ya aparece mencionado en la carta a los Hebreos 11,17-19);

también Moisés, cuando reza por la victoria de Israel, con los brazos extendidos desde la montaña,

es figura de la cruz y de la salvación que en ella nos obtiene Jesucristo13; la asociación entre la

serpiente de bronce y la cruz de Cristo aparece en el mismo evangelio de San Juan y es recogida

muchas veces por los Padres; también la sangre con que se rocían las puertas de los israelitas, antes

de la salida de Egipto, vista como una cruz, se toma como la señal que salva a quienes se adhieren

al Pueblo de Dios.

Así lo recuerda, también, san Hipólito: ... haz con piedad la señal de la cruz en tu frente. Este signo de la pasión es un signo manifiesto y conocido contra el diablo, si lo haces con fe, no para ser visto de los hombres, sino para presentarlo, con sabiduría, como un escudo. Porque el Adversario huye, por el Espíritu que hay en ti, cuando ve la fuerza que proviene del corazón, en el momento en que el hombre interior –es decir, aquel que es animado por el Verbo– muestra formada en el exterior la imagen interior del Verbo. Fue para simbolizar esto, por medio del cordero pascual que era inmolado, que Moisés

10 CCE, n.1255. 11 CCE, n.1235. 12 Cf. TERTULIANO, Adversus Judaeos, 10,5-6. 13 Cf. Ibid., 10,10; Carta de Bernabé, 12,2.

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asperjó con sangre los dinteles y ungió las jambas de las puertas. Venía a prefigurar así la fe, que nosotros tenemos ahora, en el Cordero perfecto. Haciendo con la mano la señal de la cruz sobre nuestra frente y nuestros ojos, alejamos al que intenta exterminarnos14.

Y también San Juan Crisóstomo: Que nadie, pues, se avergüence de los símbolos sagrados de nuestra salvación, de la suma de todos los bienes, de aquello a que debemos la vida y el ser; llevemos más bien por todas partes, como una corona, la cruz de Cristo. Todo, en efecto, se consuma entre nosotros por la cruz. Cuando hemos de regenerarnos, allí está presente la cruz; cuando nos alimentamos de la mística comida, cuando se nos consagra ministros del altar, cuando quiera que se cumple otro misterio alguno, allí está siempre este símbolo de victoria. De ahí el fervor con que lo inscribimos y dibujamos sobre nuestras casas, sobre las paredes, sobre las ventanas, sobre nuestra frente y sobre el corazón. Porque éste es el signo de nuestra salvación, el signo de la libertad del género humano, el signo de la bondad del Señor para con nosotros15.

La señal de la cruz sobre el candidato al Bautismo la realizan los padres y, si es oportuno,

también los padrinos. Este acto viene a corroborar la responsabilidad que adquieren para que el

nuevo bautizado vaya viviendo el misterio de la redención.

e) Lecturas bíblicas.

No es necesario insistir en la importancia que la Palabra de Dios tiene para la celebración y

para la preparación de quienes se disponen al Bautismo. La Iglesia lo ha reconocido siempre así y

constituye uno de los pilares de la formación cristiana.

Las enseñanzas de los Padres de la Iglesia, de la liturgia y del Magisterio se fundamentan en

la revelación bíblica que culmina en Jesucristo, lo mismo que en la celebración litúrgica todo tiende

hacia el Evangelio, como anuncio de la salvación que Cristo no da.

Es muy ilustrativo ver los textos bíblicos que la liturgia nos propone para esta celebración,

pues de esta forma se subraya la acción de Dios, manifestada por el Bautismo.

Los mismos títulos de las lecturas y las respuestas de los salmos responsoriales que se

ofrecen nos ayudan a situar la importancia del Bautismo y cómo debemos vivir esta intervención de

Dios en la historia.

De hecho, «el anuncio de la Palabra de Dios ilumina con la verdad revelada a los candidatos

y a la asamblea y suscita la respuesta de la fe, inseparable del Bautismo. En efecto, el Bautismo es

de un modo particular “el sacramento de la fe” por ser la entrada sacramental en la vida de fe»16.

f) Homilía.

El mismo Ritual nos dice: «La homilía, como parte integrante del rito, dentro de su

brevedad, tiende a explicar las lecturas y a llevar a los presentes a un conocimiento más profundo

14 S. HIPÓLITO, «La Tradición Apostólica, n.42»: Cuadernos Phase 75 (1996) 47. 15 S. JUAN CRISÓSTOMO, Homilías sobre el Evangelio de San Mateo, 54,4. 16 CCE., n.1236.

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del Bautismo y a la aceptación de las responsabilidades que nacen del mismo, sobre todo para los

padres y padrinos»17.

No se trata de alargarse excesivamente, pero sí de introducir en el misterio que se celebra,

poniendo en conexión los hechos con las palabras y ambos con la gracia que se nos comunica por el

efecto espiritual del Sacramento. Prevalece, es claro, la acción divina, pero esta se realiza por medio

de signos y palabras que deben comprenderse a la luz de la historia de la salvación.

Introducir en este universo de salvación es una de las tareas principales de la homilía.

Es importante, en este sentido, lo que recuerda San Cirilo de Jerusalén: Aprende lo que se diga y guárdalo para siempre. No creas que éstas son las homilías acostumbradas: son de calidad y dignas de fe. Pero si en ellas hay en un día determinado algo que no se dice, lo aprenderemos al día siguiente. Pero la doctrina, ordenadamente expuesta, acerca del Bautismo de la regeneración, ¿cuándo se transmitirá otra vez si hoy se descuida? Piensa que es tiempo de plantar árboles; si no cavamos y penetramos hasta el fondo, ¿cuándo será posible plantar otra vez de modo correcto lo que ya en una ocasión se ha plantado mal?18.

g) Oración de los fieles.

Esta parte presenta una aparente duplicidad que, en cambio, desaparece cuando nos fijamos

en el alcance que tienen y en la unidad de la Iglesia, militante, purgante y triunfante. Hay, primero,

una serie de peticiones por el bautizando, por los padres, los padrinos y toda la Iglesia, representada

en los que están allí presentes. Acto seguido se invoca a los santos con una pequeña letanía,

expresión de la Iglesia del cielo que se une a la celebración.

Debemos subrayar la unión profunda de todos los bautizados en Cristo y la solidaridad de la

fe, entre los que han llegado ya a la meta y reinan con el Señor y los que aún peregrinamos entre los

avatares de este mundo, caminando hacia la Jerusalén del cielo.

Es común en las celebraciones bautismales, así se señala en la misma Vigilia Pascual, que el

canto de las letanías de los santos acompañe la procesión hacia el baptisterio, recalcando la

intercesión de los santos por aquel que va a renacer a la vida cristiana.

h) Exorcismo.

El Catecismo explica brevemente este rito: Puesto que el Bautismo significa la liberación del pecado y de su instigador, el diablo, se pronuncian uno o varios exorcismos sobre el candidato. Este es ungido con el óleo de los catecúmenos o bien el celebrante le impone la mano y el candidato renuncia explícitamente a Satanás. Así preparado, puede confesar la fe de la Iglesia, a la cual será “confiado” por el Bautismo19.

La misma oración que presenta el Ritual del Bautismo de Niños es muy expresiva:

17 RBN, Praenotanda, n.72. 18 S. CIRILO DE JERUSALÉN, Procatequesis, 11. 19 CCE., n.1237.

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Dios todopoderoso y eterno que has enviado a tu Hijo al mundo, para librarnos del dominio de Satanás, espíritu del mal, y llevarnos así, arrancados de las tinieblas al Reino de tu luz admirable; te pedimos que este niño, lavado del pecado original, sea templo tuyo, y que el Espíritu Santo habite en él20.

Entre los textos alternativos se ofrece otra posible oración para este momento: Señor Dios todopoderoso, que enviaste a tu Hijo único para que el hombre, esclavo del pecado, alcance la libertad de tus hijos. Tú sabes que estos niños van a sentir las tentaciones del mundo seductor y van a tener que luchar contra los engaños del demonio. Por la fuerza de la muerte y resurrección de tu Hijo, arráncalos del poder de las tinieblas y, fortalecidos con la gracia de Cristo, guárdalos a lo largo del camino de la vida21.

Ambas oraciones muestran los distintos aspectos que en este momento se contemplan: la

lucha contra Satanás, la liberación del pecado y de sus efectos por la fuerza de la redención de

Cristo, y la ayuda del Señor para afrontar la vida a la luz del Evangelio.

Los exorcismos bautismales suponen el reconocimiento del pecado original y del mal que

acecha al hombre desde el inicio de su existencia, pero también, sobre todo, del misterio de la

Redención que es más fuerte que el pecado. La victoria de Cristo sobre Satanás es la afirmación

rotunda que subyace en estas oraciones y en estos ritos que, desde la antigüedad, preceden al

Bautismo.

La función del exorcismo es arrancar al catecúmeno de las fuerzas del mal y adherirlo a

Cristo. Se subraya el aspecto de lucha y la necesidad de afrontar y vencer las tentaciones, por parte

de quien se prepara al Bautismo, consciente de que es algo que se continuará durante toda la vida

cristiana, imitando y siguiendo a Jesucristo, el más fuerte, que ha vencido al diablo en las

tentaciones y en la cruz.

Es Jesucristo quien nos arrebata del poder del Espíritu del mal y nos conduce, como al

pueblo de Israel, por en medio de las aguas (el Mar Rojo que anuncia las aguas bautismales, como

se desarrollará más adelante) hacia la salvación y la tierra prometida, que es la Iglesia y, en último

término, el cielo: estar con Cristo para siempre.

También está latente la convicción de que sin la liberación de Jesucristo, el hombre vive

sometido al mal, el pecado y la muerte; el hombre, sin el auxilio de Dios, no puede por sí mismo

vencer al mal: estas oraciones y estos ritos subrayan la preeminencia de la gracia divina y la

absoluta necesidad que de ella tenemos para la salvación, para nuestra vida cristiana.

La lucha contra Satanás aparece con claridad en la Sagrada Escritura y, especialmente, en el

Evangelio (por ej. Jn 12,21-33). El misterio de Cristo y de la Iglesia es la victoria radical contra el

demonio, el pecado y sus consecuencias. Por eso mismo es lógico que así se presente en la liturgia

20 RBN, n.145. 21 Ibid., n.215.

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(sobre todo en los ritos bautismales, que marcan el inicio de la vida cristiana y de la acción de

Cristo en nosotros), puesto que ésta concreta y actualiza el misterio de Cristo en los sacramentos.

Uno de los temas centrales de la teología bautismal es, por lo tanto, el conflicto con Satanás,

que aparece desde los comienzos del itinerario bautismal y llega hasta el momento culminante del

renacer a la vida divina; sin embargo, la lucha continuará durante toda nuestra existencia terrena.

Los autores de los primeros siglos comparan la situación del candidato al Bautismo con la tentación

de Adán y las tentaciones de Cristo, nuevo Adán.

i) Unción prebautismal.

Se puede decir que va unida al exorcismo, como aparece en el Ritual: «Para que el poder de

Cristo Salvador te fortalezca, te ungimos con este óleo de salvación, en el nombre del mismo

Jesucristo»22.

La unción rejuvenece y fortifica con el poder de Cristo, recordando la preparación de los

atletas, como enseña San Ambrosio: Has sido ungido como atleta de Cristo, como quien tiene que luchar en la lucha de este mundo; hiciste profesión de luchar a brazo partido tus combates. El que lucha sabe lo que le espera: donde hay combate hay corona. Luchas en el mundo, pero serás coronado por Cristo y serás coronado por los combates que sostengas en el mundo. Pues aunque el premio está en el cielo, aquí en la tierra está, en cambio, el mérito para el premio23.

También San Cirilo de Jerusalén se refiere a este momento: Y después, así despojados, fuisteis ungidos con el óleo exorcizado desde los pelos de la cabeza hasta los pies y fuisteis hechos partícipes del buen olivo que es Jesucristo. Sacados del olivo silvestre, habéis sido injertados en un buen olivo y hechos partícipes de la riqueza del verdadero olivo (Rm 11,17-24). Por consiguiente, el óleo exorcizado era símbolo de la comunicación de la abundancia de Cristo y hace huir rápidamente a todo vestigio de poder adverso. Pues así como la insuflación de los santos y la invocación del nombre de Dios abrasan a los demonios, al modo de fortísima llama, y los ponen en fuga, así también ese aceite exorcizado por la invocación de Dios y por la oración adquiere tanta fuerza que no solo purga, quemándolos, los vestigios de los pecados, sino que incluso hace huir a todas las potencias invisibles del Maligno24.

En la simbología del óleo nos encontramos con un sentido curativo y otro de fortalecimiento

del candidato al Bautismo.

La bendición del óleo de los catecúmenos la realiza, normalmente, el obispo en la Misa

Crismal. Es aceite vegetal, tradicionalmente de oliva, aunque el papa Pablo VI autorizó el uso de

cualquier aceite procedente de plantas.

j) Bendición e invocación a Dios sobre el agua.

22 Ibid., n.146. 23 S. AMBROSIO, Los sacramentos, I,2,4. 24 S. CIRILO DE JERUSALÉN, Catequesis, XX,3.

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Se trata de una larga oración en la que se recogen gran parte de las imágenes bíblicas sobre

el agua como elemento utilizado por Dios en la historia de la salvación. Para comprender el

Bautismo en todo su alcance, es necesario el recurso al Antiguo Testamento y a la revelación de

Dios a lo largo de la historia, con hechos y palabras.

En primer lugar subyace algo esencial sobre el sacramento: es un elemento que el Señor ha

tomado para significar un efecto sobrenatural, que se expresa por las palabras que acompañan la

realización del sacramento. Dios se ha servido siempre de los elementos naturales para llevarnos a

lo sobrenatural. El agua aparece reiteradamente como instrumento que destruye el mundo pecador y

es principio de la vida, de la creación como bendición de Dios y participación de su mismo ser.

Todo esto se expresa en la oración de bendición del agua, que también está entre los ritos de

la Vigilia Pascual, cuando en ella se realizan bautismos. El agua debe bendecirse siempre que no

haya sido bendecida previamente.

Vamos a ir comentando brevemente cada uno de los párrafos de este texto, sirviéndonos de

algunos datos de la tradición patrística. Vemos aflorar muchos acontecimientos de la historia de la

salvación, que preparan y esclarecen lo que en el Bautismo celebramos; la salvación de Dios es

siempre actual y así hemos de vivirlo.

- «Oh Dios, que realizas en tus sacramentos obras admirables con tu poder invisible, y de diversos

modos te has servido de tu creatura, el agua, para significar la gracia del Bautismo»25.

Lo que nos presenta, al iniciarse esta plegaria, es la dinámica sacramental que Dios mismo

ha elegido para la santificación de los hombres y que en el Bautismo se realiza por medio del agua.

En los párrafos sucesivos se concretan las acciones de Dios por medio del agua, que anuncian

proféticamente el Bautismo instituido por Cristo para darnos la vida divina, hacernos hijos de Dios

y hermanos en Cristo. Tertuliano, al comenzar su tratado sobre el Bautismo, dice que «nosotros, -

pececillos según el modelo de Jesucristo, nuestro pez- nacemos en el agua y de ningún otro modo

nos salvamos sino permaneciendo en ella»26.

San Cirilo, por su parte, explica: Al estar el hombre compuesto de alma y cuerpo, la purificación es doble: incorpórea para la parte no corporal, corporal para el cuerpo. Pues a la vez que el agua limpia al cuerpo, así el Espíritu sella el alma, para que, asperjados en el corazón a través del Espíritu y lavados por el agua, también con el cuerpo tengamos acceso a Dios27.

25 RBN., n.148. 26 TERTULIANO, El Bautismo, I,3. 27 S. CIRILO DE JERUSALÉN, Catequesis, III,4.

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El agua ordinaria recibe, por la invocación divina, una eficacia santificadora y, desde ese

momento puede curar, por la gracia de Cristo. El agua es el instrumento, pero quien actúa es el

Espíritu Santo28.

- «Oh, Dios, cuyo espíritu, en los orígenes del mundo, se cernía sobre las aguas, para que ya desde

entonces concibieran el poder de santificar»29.

La primera referencia es al momento de la creación, tal como se relata en el Génesis (1,2), y

se afirma el poder santificador del agua: no solo da vida en lo natural, también en lo sobrenatural.

Se pone en juego el paralelismo entre la primera creación y la segunda, realizada por la redención

de Cristo (nuevo Adán). El agua es el primer elemento en el que aparece la vida, es lugar de la

presencia del Espíritu divino y vehículo de vida y santificación.

Tertuliano, en el siglo segundo, ya subraya todo esto: Oh hombre, primero debes venerar la edad de las aguas, por cuanto son una antigua sustancia; después su dignidad, por cuanto sede del espíritu divino, sin duda más atrayente entonces que los demás elementos. En efecto, las tinieblas, todavía sin el ornamento de los astros, eran totalmente informes; el abismo, sombrío; la tierra, tosca, y el cielo, rudo; solo el agua –materia siempre perfecta, fecunda, simple y pura por naturaleza– se ofrecía a Dios como un digno vehículo. [...] Incluso la tarea de modelar al hombre mismo ¿no fue llevada a cabo, ciertamente, con la participación de las aguas? La materia fue tomada de la tierra, pero no habría sido manejable de no ser una tierra húmeda y blanda, aquella, se entiende, que las aguas, segregadas antes del día cuarto en su ensenada, habían preparado para convertirse en fango con la humedad que dejaron. Si a partir de aquí continuase exponiendo todas o muchas de las cosas que vienen a mi mente sobre el valor de este elemento –qué grande es su fuerza o su encanto, cuántas capacidades, cuántos servicios, cuántos medios aporta al mundo–, me temo que daría la impresión de haber reunido elogios a favor del agua, más bien que razones a favor del Bautismo; aunque tanto más plenamente mostraría que no hay que dudar de que la materia que Dios ha manejado en todas sus cosas y obras la ha hecho aparecer también en sus propios sacramentos, de que la materia que gobierna la vida terrena interviene también al servicio de la celestial30.

Y un poco más adelante, el mismo autor, todavía añade: Todas las aguas, en virtud de una antigua prerrogativa que deriva del origen, logran ser, una vez invocado Dios sobre ellas, el sacramento de la santificación: pues inmediatamente sobreviene desde los cielos el Espíritu y se posa sobre las aguas, santificándolas en virtud de su propia presencia, y, así santificadas, quedan empapadas del poder de santificar31.

La analogía entre las aguas primordiales y el agua del Bautismo fundamenta el paralelismo

entre la creación y la redención, la segunda creación; los seres vivientes que proceden del agua

(Gén 1,20) y la vida que brota del agua en el Bautismo.

28 Cf. S. AMBROSIO, Los sacramentos, I,5,15. 29 RBN., n.148. 30 TERTULIANO, El Bautismo, III,2.5-6. 31 Ibid., IV,4.

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- «Oh Dios, que incluso en las aguas torrenciales del diluvio prefiguraste el nacimiento de la nueva

humanidad, de modo que una misma agua pusiera fin al pecado y diera origen a la santidad»32.

Se trata de una imagen bíblica que se repite con mucha frecuencia en los Padres de la Iglesia

que tratan sobre el Bautismo: las aguas del diluvio (Gén 6,13-8,22) borran el pecado sobre la faz de

la tierra y se da comienzo a la vida por medio del madero que otorga la salvación: el arca, como

anuncio profético del otro madero que es la cruz de Cristo.

Esta aplicación aparece ya recogida en la primera carta de San Pedro, cuando dice: «en los

días en que Noé construía el Arca, en la que unos pocos, es decir ocho personas, fueron salvados a

través del agua; a ésta corresponde ahora el bautismo que os salva y que no consiste en quitar la

suciedad del cuerpo, sino en pedir a Dios una buena conciencia por medio de la Resurrección de

Jesucristo» (1 Pe 3,20-21).

Igual que el mundo pecador queda destruido por las aguas, que realizan el juicio de Dios, y

es Noé, el justo, quien obtiene la salvación para dar comienzo a una nueva humanidad, así sucede

en el Bautismo, que destruye al hombre viejo vinculado al pecado y da inicio a una vida nueva por

la gracia, todo ello como efecto del agua y la fuerza del Espíritu.

Otro aspecto del diluvio que se recoge en los Padres es el número de personas que se salvan:

ocho. Esto se toma como anuncio del “octavo día”, el día de la nueva creación, el domingo

definitivo de la Resurrección, en el que se inicia la nueva vida del nuevo Adán, resucitado: es lo que

celebran los cristianos esperando la consumación definitiva en el día octavo sin ocaso, que es la

vida eterna, de la que ya participa el bautizado. Los ocho supervivientes del diluvio pasan así a ser

un anuncio de Cristo, que da origen a la nueva raza de los bautizados: De la misma manera que la primera resurrección de la raza humana después del diluvio tuvo lugar por medio de ocho personas, así el Señor inaugura la Resurrección de los muertos el día octavo, cuando, tras haber permanecido en el sepulcro, como Noé en el arca, pone fin al diluvio de la impureza e instituye el Bautismo de la regeneración, para que siendo sepultados con él por el Bautismo, logremos participar de su resurrección33.

De aquí se sigue otra imagen: la comparación entre el arca y el sepulcro de Cristo. También,

como ya hemos indicado, el arca se toma como anuncio del madero de la cruz, de la Iglesia como

nave de la salvación. Otro elemento que algunos autores traen a colación es la paloma que anuncia

el fin de las aguas destructoras, llevando una ramita de olivo (que también es signo de la paz): esto

enlaza con la irrupción del Espíritu en Pentecostés y con el valor que el óleo tiene en los

sacramentos en general y en el Bautismo en particular.

32 RBN., n.148. 33 ASTERIO DE APAMEA, Comentario al Salmo 6: PG 40,448.

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- «Oh Dios, que hiciste pasar a pie enjuto por el mar Rojo a los hijos de Abraham, para que el

pueblo, liberado de la esclavitud del Faraón, fuera imagen de la familia de los bautizados»34.

Este acontecimiento de la historia de la salvación ocupa un lugar destacado entre las

imágenes que simbolizan y anuncian el nacimiento a la vida divina por el Bautismo. La lectura del

Éxodo que corresponde a este pasaje, debe leerse siempre en la Vigilia Pascual por la importancia

que tiene para la salvación del pueblo de Israel y como anuncio de la salvación definitiva, realizada

en Cristo.

Las oraciones que el Misal de España pone al final de esta lectura de la Vigilia Pascual, ya

señalan este aspecto: También ahora, Señor, vemos brillar tus antiguas maravillas, y lo mismo qué en otro tiempo manifestabas tu poder al librar a un solo pueblo de la persecución del Faraón, hoy aseguras la salvación de todas las naciones, haciéndolas renacer por las aguas del bautismo; te pedimos que los hombres del mundo entero lleguen a ser hijos de Abrahán y miembros del nuevo Israel35. Oh Dios, que has iluminado los prodigios de los tiempos antiguos con la luz del nuevo Testamento: el mar Rojo fue imagen de la fuente bautismal, y el pueblo liberado de la esclavitud imagen de la familia cristiana; concede que todos los pueblos, elevados por su fe a la dignidad de pueblo elegido, se regeneren por la participación de tu Espíritu36.

También los padres de la Iglesia presentan reiteradamente este hecho de la historia de Israel

como anuncio profético de la salvación de los hijos de Dios, por el Bautismo. Estamos ante una de

las figuras del Bautismo que con mayor frecuencia aparece en las enseñanzas de los Padres de la

Iglesia. Todo el relato de la salida de Egipto es imagen de la redención que Cristo realiza,

sacándonos del pecado y haciéndonos partícipes de la verdadera vida, como la auténtica “tierra

prometida”; no es casualidad que la redención de Cristo por su muerte en la cruz y la resurrección,

tienen lugar en el contexto de la Pascua judía, que recordaba y actualizaba la salida de Egipto y la

alianza de Dios con Israel. En la liberación de Egipto, en la muerte y resurrección de Cristo y en el

Bautismo se da una intervención salvífica de Dios: la figura, la realidad y el sacramento. Se percibe

con especial claridad la pedagogía divina y la eficacia salvífica del plan de Dios.

Igual que el pueblo judío experimenta la salvación de la tiranía del Faraón, que queda

sepultado por las aguas, así el catecúmeno se libera del dominio de Satanás, al atravesar las aguas

del Bautismo. Así lo expresa Tertuliano: cuando el pueblo, sacado de Egipto, escapa al poder del rey de Egipto pasando a través del agua, el agua destruye al rey mismo con todas sus tropas (Ex 14,26-29) ¿Qué figura hay más clara que ésta en el sacramento del Bautismo? Los paganos son liberados del mundo, sin duda a través del agua, y al diablo, su antiguo tirano, lo dejan ahogado en el agua37.

34 RBN., n.148. 35 Misal Romano reformado por mandato del Concilio Vaticano II y promulgado por Su Santidad el Papa Pablo VI, Madrid 2012, 298. 36 Ibid. 37 TERTULIANO, El Bautismo, IX,1.

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El mar es figura del Bautismo, ya que libra de la tiranía del diablo, destruye nuestra

enemistad con Dios y nos hace salir de entre las aguas sanos y salvos. En esto mismo insiste San

Ambrosio: ¿Qué hecho es más extraordinario, para hablar ahora del Bautismo, que el paso del pueblo judío por el Mar Rojo? Sin embargo, los judíos que lo atravesaron murieron todos en el desierto. En cambio, el que pasa por esta fuente bautismal, es decir, el que pasa de las cosas terrenas a las celestiales –porque esto es un tránsito y por ello pascua, es decir, su tránsito, esto es, un tránsito del pecado a la vida, de la culpa a la gracia, de la impureza a la santificación –, el que pasa por esta fuente no muere, sino que resucita38.

Cristo aparece como el nuevo Moisés, tanto en el Nuevo Testamento como en la

interpretación que los Padres hacen de este pasaje y del Éxodo, en general. En el paso del Mar Rojo,

Moisés es quien hiere las aguas con su vara, para que se separen y permitan a los israelitas avanzar

en el camino de la salvación; él es el primero en adentrarse incólume entre las aguas; a él le

corresponde, cerrando las aguas, exterminar al Faraón con todo su ejército. La vara de Moisés

también anuncia la salvación que se obtiene por el madero, evocando proféticamente la cruz de

Cristo (lo mismo que la serpiente de bronce, colocada como estandarte, sana a los mordidos por las

serpientes).

San Cirilo de Jerusalén, entre otros, se refiere a la salvación que las aguas dan a Israel, como

anuncio profético de la salvación para el bautizado, al explicar en una catequesis: «La liberación del

Faraón tuvo lugar para Israel a través del mar: la liberación de los pecados la obtiene el mundo por

el lavatorio del agua en la Palabra de Dios»39. Sin embargo, es en la primera de sus catequesis

mistagógicas donde aborda el tema con más extensión: ... Y cuando el enemigo persiguió a los liberados, uniéndose los dos brazos del mar sobre él, según lo que se cuenta en aquel relato asombroso, rápidamente se hundió su poderío en las aguas de Mar Rojo (Éx 14,22-31). Pero debo pasar de lo viejo a lo nuevo, de la figura a la verdadera realidad. En aquel entonces Moisés es enviado por Dios a Egipto, mientras que ahora es Cristo enviado al mundo. Aquel, para sacar de Egipto al pueblo oprimido; Cristo, para liberar a los que están oprimidos en el mundo bajo el peso del pecado. Entonces fue la sangre del cordero la que alejó al exterminador, pero ahora lo ha sido la sangre de Jesucristo, el cordero inmaculado. Ha sido esta sangre la que ha expulsado a los demonios. Aquel tirano persiguió a aquel pueblo hasta el mar. También a ti, con la misma audacia, te perseguía sin pudor el príncipe de los demonios hasta las fuentes de la salvación. Aquel quedó sumergido en el mar, y éste desaparece en el agua saludable40.

- «Oh Dios, cuyo Hijo, al ser bautizado en el agua del Jordán, fue ungido por el Espíritu Santo;

colgado en la cruz vertió de su costado agua, junto con la sangre; y después de su resurrección

mandó a sus Apóstoles: «Id y haced discípulos de todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del

Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo».

38 S. AMBROSIO, Los sacramentos, I,3,12. 39 S. CIRILO DE JERUSALÉN, Catequesis, III,5. 40 Ibid., XIX,2-3.

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Este párrafo de la bendición del agua se refiere al Nuevo Testamento y señala tres acciones y

tres momentos de la vida de Cristo: el bautismo de Jesús en el Jordán (antes de la Pasión), la

lanzada y el agua-sangre que brota del corazón de Cristo (en la Pasión), y el mandato a los

Apóstoles para bautizar en nombre del Señor (después de la Pasión).

Cada uno de estos pasajes neotestamentarios ha sido ampliamente comentado por los Padres

de la Iglesia y por los autores de antiguos y modernos. En todos ellos se resalta, de manera directa o

simbólica la eficacia salvífica del agua, vinculada a la redención de Cristo, y la Iglesia tiene la

misión, recibida de Cristo, de hacer partícipes de la redención a todos los hombres.

- «Mira, ahora, a tu Iglesia en oración y abre para ella la fuente del bautismo: Que esta agua reciba,

por el Espíritu Santo, la gracia de tu Unigénito, para que el hombre, creado a tu imagen y limpio en

el Bautismo, muera al hombre viejo y renazca, como niño, a nueva vida por el agua y el Espíritu. Te

pedimos, Señor, que el poder del Espíritu Santo, por tu Hijo, descienda sobre el agua de esta fuente,

para que los sepultados con Cristo en su muerte, por el Bautismo, resuciten con él a la vida».

Se concluye la bendición con una súplica a Dios que incluye una epíclesis, una invocación

del Espíritu Santo que actúa santificando y, por medio del agua, comunicando la vida divina.

Además, muy brevemente, se recuerdan los efectos del Bautismo que lleva a la perfección la

imagen de Dios que somos cada uno de nosotros.

El Catecismo habla de esta oración y le dedica un párrafo: El agua bautismal es entonces consagrada mediante una oración de epíclesis. La Iglesia pide a Dios que, por medio de su Hijo, el poder del Espíritu Santo descienda sobre esta agua, a fin de que los que sean bautizados con ella «nazcan del agua y del Espíritu» (Jn 3,5)41.

Los Padres de la Iglesia advierte que es necesario pedir a Dios que la gracia del Espíritu

Santo descienda sobre el agua y la haga capaz de un nacimiento tan impresionante. El agua es el

instrumento, pero quien actúa es el Espíritu Santo42.

k) Renuncias y profesión de fe.

Con este acto se expresa, inmediatamente antes del Bautismo, la muerte al pecado (y al

instigador del pecado, Satanás, padre de la mentira) y el renacimiento a la vida divina por la firme

adhesión a Cristo (y a cuanto él nos ha enseñado con obras y palabras).

San Cirilo de Jerusalén nos describe este momento: Oíste que se te mandaba que extendieses la mano hacia alguien que estuviese presente y dijeras: Renuncio a ti, Satanás. Y quiero explicar por qué estuvisteis vueltos hacia Occidente, pues es necesario que lo haga. La razón es que el Occidente es el lugar hacia donde se perciben las

41 CCE., n.1238. 42 Cf. J. DANIÉLOU, Sacramentos, 57.

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tinieblas: su poder está en las tinieblas, siendo él mismo la oscuridad. Por eso, para mantener la razón de lo que se dice en el Símbolo, mirando hacia el Oeste, renunciáis al príncipe de las tinieblas y de las sombras. ¿Qué es lo que dijo cada uno de vosotros mientras estaba de pie?: «Renuncio a ti, Satanás, a ti que eres tirano maligno y muy cruel. Ya no temo –dijiste– tu fuerza: Cristo la deshace haciéndome partícipe de su sangre y de su carne para, por ellas, destruir la muerte con su muerte para que no esté sometido eternamente a la esclavitud. Renuncio a ti, serpiente astuta y sutilísima. Renuncio a ti que eres el traidor y que, simulando amistad, pergeñaste toda iniquidad proponiendo la caída a nuestros primeros padres. Renuncio a ti, Satanás, autor e instrumento de toda maldad»43.

Se trata de uno de los ritos bautismales más antiguos, que expresa la liberación que se

obtiene en el Bautismo, pero de la que ya participa el catecúmeno. Todo el proceso de la Iniciación

Cristiana aparece como una lucha y una victoria sobre Satanás; llegados a este momento se

proclama y la Iglesia, oficialmente, lo reconoce en el que dentro de poco ha de renacer a una nueva

vida.

A continuación de la renuncia viene la profesión de fe, como elemento esencial de la

adhesión a Cristo. Esta vez, el catecúmeno se vuelve hacia Oriente, de donde viene la luz de Cristo

y que es el camino del Paraíso, y realiza la profesión solemne de su fe en Dios, Padre, Hijo y

Espíritu Santo. Todo el contenido de la fe se resume en la triple confesión de las tres personas

divinas, que pronuncia el candidato al Bautismo.

Así lo sanciona el que preside la celebración, cuando concluye: «Esta es nuestra fe. Esta es

la fe de la Iglesia, que nos gloriamos de profesar en Cristo Jesús, Señor nuestro»44.

l) Bautismo.

Llegamos, por fin, al momento central que da inicio a la vida cristiana, en el sentido más

pleno de la palabra. Un gesto sencillo, instituido por Cristo como sacramento que inaugura nuestra

pertenencia a Jesucristo y a la Iglesia, que nos hace hijos de Dios y partícipes de la misma vida

divina. El Bautismo borra todos nuestros pecados nos da la plenitud de la redención.

El Catecismo de la Iglesia Católica explica también este momento: Sigue entonces el rito esencial del sacramento: el Bautismo propiamente dicho, que significa y realiza la muerte al pecado y la entrada en la vida de la Santísima Trinidad a través de la configuración con el misterio pascual de Cristo. El Bautismo es realizado de la manera más significativa mediante la triple inmersión en el agua bautismal. Pero desde la antigüedad puede ser también conferido derramando tres veces agua sobre la cabeza del candidato. En la Iglesia latina, esta triple infusión va acompañada de las palabras del ministro: «N., yo te bautizo en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo». En las liturgias orientales, estando el catecúmeno vuelto hacia el Oriente, el sacerdote dice: «El siervo de Dios, N., es bautizado en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo». Y mientras invoca a cada persona de la Santísima Trinidad, lo sumerge en el agua y lo saca de ella45.

43 S. CIRILO DE JERUSALÉN, Catequesis, XIX,4. 44 RBN., n.152. 45 CCE., n.1239-1240.

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Debemos señalar, simplemente, la invocación divina de cada una de las personas de la

Trinidad y la referencia a la fe de la Iglesia, en el momento inmediato al Bautismo, como aspectos

centrales de lo que aquí acontece.

Las palabras, unidas al agua, por la mediación de la Iglesia, actualizan la salvación que

Cristo ha realizado y operan la transformación del catecúmeno que inicia su nueva vida en Dios.

m) Unción con el Santo Crisma.

El rito de la unción con el Crisma significa la acción del Espíritu que ha transformado al

nuevo cristiano y sigue actuando en él. Al mismo tiempo, es anuncio de la unción que se recibirá en

la Confirmación, completando la Iniciación Cristiana.

San Cirilo recuerda a los nuevos cristianos que «habéis sido ungidos con ungüento al ser

hechos partícipes de la misma muerte de Cristo»46.

De hecho, el Catecismo explica: La unción con el santo crisma, óleo perfumado y consagrado por el obispo, significa el don del Espíritu Santo al nuevo bautizado. Ha llegado a ser un cristiano, es decir, "ungido" por el Espíritu Santo, incorporado a Cristo, que es ungido sacerdote, profeta y rey47.

Los Padres hablan mucho de la unción con el Crisma, pero se refieren a la Confirmación,

que en la celebración del Bautismo de Niños, en la liturgia Romana actual, se pospone a otro

momento de proceso de la Iniciación Cristiana. Aquí, en nuestro Ritual, se anuncia la acción del

Espíritu, que nunca falta, y se insiste en la configuración con Cristo en su triple misión: sacerdote,

profeta y rey (santificar, anunciar y regir).

Todo bautizado participa de Cristo y de la misión de Cristo, aunque después, cada uno lo

realice conforme a su vocación específica.

n) Imposición de la vestidura blanca.

La palabras que acompañan este momento son una explicación clara de su significado: ser

nueva creatura, estar revestido de Cristo, la dignidad cristiana y, en consecuencia, la limpieza que es

ausencia de pecado.

Este acto simbólico se encuentra atestiguado en la tradición de la Iglesia y ha dado nombre

al segundo domingo de Pascua, llamado “in albis”, por ser marcar el final de los días que los

neófitos (los nuevos bautizados) llevaban sus vestiduras blancas (in albis depositis). Durante toda la

octava de Pascua, en las catequesis mistagógicas, en las celebraciones litúrgicas y durante el día,

llevaban las vestiduras blancas que expresaban esa novedad que se había realizado en ellos.

46 S. CIRILO DE JERUSALÉN, Catequesis, XXI,2. 47 CCE., n.1241.

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Con estas vestiduras blancas estamos recordando, también, la meta a la que nos dirigimos: el

cielo; y esto, sin perder de vista lo que hemos recobrado en el sacramento: nuestra dignidad de hijos

de Dios, de cristianos.

Podemos recordar, en este momento, la parábola del hijo pródigo y cómo el vestido que el

padre le da, a su retorno, es signo de la dignidad que recupera al reconciliarse con su padre. Lo que

nos dice la parábola, se realiza plenamente en el Bautismo.

ñ) Entrega del cirio.

De nuevo, el simbolismo habla por sí mismo: la luz es Cristo; los padres y padrinos han de

proteger esta luz, esta presencia de Cristo que crece en nosotros de día en día, si nos abrimos a la

acción de la gracia.

Por lo tanto, en este momento, casi al final de la celebración, se vuelve a recordar, como

quien no quiere la cosa, la responsabilidad de los padres y de los padrinos, ante Dios y ante la

Iglesia, en relación con el nuevo bautizado.

La luz se enciende en el cirio pascual, que es imagen de Cristo resucitado, con todo el

simbolismo que, a su vez, aparece en el llamado Pregón pascual, sumamente rico, pero en el que no

vamos a entrar ahora. Sirva, solo, como indicación de un campo en el que podríamos adentrarnos

para comprender y vivir mejor este momento.

Por último, en las palabras que dice el celebrante se indica el compromiso en la fe y en la

vida (en la moral y en la doctrina), caminando como hijo de la luz y perseverando en la fe, pero con

la mirada puesta en el cielo, nuestra verdadera patria: la meta es «salir con todos los santos al

encuentro del Señor»48.

o) El Padrenuestro.

Tampoco aquí nos vamos a extender. Es la oración que Jesús mismo nos enseñó, cuando los

discípulos le pidieron que les enseñara a rezar. Es el modelo de toda oración y ha sido comentada

por los autores cristianos, desde los primeros siglos. El Catecismo de la Iglesia Católica le dedica un

amplio espacio y nos ofrece un extenso comentario del mismo.

El Padrenuestro es la oración de los hijos de Dios, por eso es tan importante rezarla en este

momento. Además, uno de los aspectos que se cuidaban de forma especial en el catecumenado era

la vida de oración, en la que ahora, el nuevo bautizado, debe progresar.

p) Bendición final.

48 RBN., n.156.

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Pone el broche final, implorando la protección de Dios sobre los padres, los padrinos y el

nuevo cristiano.

4. Conclusión

Una verdadera Iniciación Cristiana debe llevar a comprender lo que se realiza en la liturgia

y, más concretamente, en los sacramentos.

Eso es lo que se busca en las catequesis mistagógicas, pero de tal manera que no quede

reducido a una instrucción teórica, por provechosa que pueda ser. La formación ha de ser integral,

intelectual y afectiva; del entendimiento, la voluntad y la sensibilidad, puesto que toda la persona

está implicada en la salvación que Cristo nos ofrece.

Siempre ha sido un reto para la Iglesia el cuidado de la Iniciación Cristiana, siempre han

existido dificultades y siempre existirán, pues en este mundo y en el corazón de cada uno de

nosotros se mezclan el trigo y la cizaña, no obstante, hemos de trabajar con ilusión para que, en

medio de una sociedad que desconoce o, incluso rechaza a Jesucristo, la fuerza del Bautismo no

quede desvirtuada.

Mientras mejor conozcamos y vivamos lo que es el Bautismo, mejor podremos ayudar a

quienes se acercan a nosotros para conocer a Cristo.

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El Bautismo de niños en edad escolar 1. Algo de historia: datos bíblicos, patrísticos, medievales, modernos y contemporáneos.

- El bautismo de los adultos en la historia de la Iglesia.

- El bautismo de niños en la historia de la Iglesia.

- La situación en la cristiandad y en los países de reciente evangelización.

- En una sociedad descristianizada, con arraigos de cristianismo...

- Un reto en el mundo de hoy: respuesta de la Iglesia, de las diócesis y de los cristianos...

2. Situación ambigua.

- Edad: entre 7 años (uso de razón) y 18 años (mayor de edad)...

Presenta grandes diferencias de mentalidad, situación espiritual, moral e intelectual,

así como la capacidad de compromiso, de inserción en la Iglesia, etc.

- Referencias rituales: RICA cap. V

- Documentos de los Obispos:

+ Comisión Episcopal de Liturgia (España) 1992:

“La iniciación cristiana de los niños no bautizados en edad escolar”

+ Conferencia Episcopal Española 1998: “La Iniciación cristiana” (n.134-138)

+ Conferencia Episcopal Española 2004:

“Orientaciones pastorales para la iniciación cristiana de niños no bautizados en su infancia”

+ Directorios diocesanos

- Retos pastorales en España: evolución teológica, espiritual y social

3. Preparación adecuada.

Se trata de una introducción vital en la existencia cristiana.

- Primera evangelización y llamada a la conversión: descubrimiento de Cristo y la Iglesia

- Preparación doctrinal (Cat. Iª Cat., Cat. nacionales, Directorios catequéticos, etc.)

Credo / Sacramentos / Mandamientos = Fe / Liturgia / Moral

- Vida: compromiso en la Iglesia y en la sociedad (Mandamientos / Virtudes / Bienaventuranzas)

- Celebraciones: Palabra de Dios, oraciones, exorcismos, bendiciones, hasta llegar a sacramentos

4. Integración plena en la Iglesia.

Implica a toda la persona; relación constante con sacramentos (Cristo – Iglesia) => compromiso

Siempre en camino

Javier Cepeda
Texto escrito a máquina
Juan Manuel Sierra López Sevilla, 10-2-15
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Catecismo de la Iglesia Católica

Datos sobre el Bautismo: El Bautismo en la Iglesia 1226. Desde el día de Pentecostés la Iglesia ha celebrado y administrado el santo Bautismo. En efecto, san Pedro declara a la multitud conmovida por su predicación: "Convertíos y que cada uno de vosotros se haga bautizar en el nombre de Jesucristo, para remisión de vuestros pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo" (Hch 2,38). Los apóstoles y sus colaboradores ofrecen el bautismo a quien crea en Jesús: judíos, hombres temerosos de Dios, paganos. El Bautismo aparece siempre ligado a la fe: "Ten fe en el Señor Jesús y te salvarás tú y tu casa", declara san Pablo a su carcelero en Filipos. El relato continúa: "el carcelero inmediatamente recibió el bautismo, él y todos los suyos" (Hch 16,31-33). 1227. Según el apóstol san Pablo, por el Bautismo el creyente participa en la muerte de Cristo; es sepultado y resucita con El: ¿O es que ignoráis que cuantos fuimos bautizados en Cristo Jesús, fuimos bautizados en su muerte? Fuimos, pues, con él sepultados por el bautismo en la muerte, a fin de que, al igual que Cristo fue resucitado de entre los muertos por medio de la gloria del Padre, así también nosotros vivamos una vida nueva (Rm 6,3-4). Los bautizados se han "revestido de Cristo" (Ga 3,27). Por el Espíritu Santo, el Bautismo es un baño que purifica, santifica y justifica. 1228. El Bautismo es, pues, un baño de agua en el que la "semilla incorruptible" de la Palabra de Dios produce su efecto vivificador. San Agustín dirá del Bautismo: "Accedit verbum ad elementum, et fit sacramentum" ("Se une la palabra a la materia, y se hace el sacramento"). La celebración del sacramento del bautismo. La iniciación cristiana 1229. Desde los tiempos apostólicos, para llegar a ser cristiano se sigue un camino y una iniciación que consta de varias etapas. Este camino puede ser recorrido rápida o lentamente. Y comprende siempre algunos elementos esenciales: el anuncio de la Palabra, la acogida del Evangelio que lleva a la conversión, la profesión de fe, el Bautismo, la efusión del Espíritu Santo, el acceso a la comunión eucarística. 1230. Esta iniciación ha variado mucho a lo largo de los siglos y según las circunstancias. En los primeros siglos de la Iglesia, la iniciación cristiana conoció un gran desarrollo, con un largo período de catecumenado, y una serie de ritos preparatorios que jalonaban litúrgicamente el camino de la preparación catecumenal y que desembocaban en la celebración de los sacramentos de la iniciación cristiana. 1231. Desde que el bautismo de los niños vino a ser la forma habitual de celebración de este sacramento, ésta se ha convertido en un acto único que integra de manera muy abreviada las etapas previas a la iniciación cristiana. Por su naturaleza misma, el Bautismo de niños exige un catecumenado postbautismal. No se trata sólo de la necesidad de una instrucción posterior al Bautismo, sino del desarrollo necesario de la gracia bautismal en el crecimiento de la persona. Es el momento propio de la catequesis. 1232. El Concilio Vaticano II ha restaurado, para la Iglesia latina, "el catecumenado de adultos, dividido en diversos grados". Sus ritos se encuentran en el Ordo initiationis christianae adultorum (1972). Por otra parte, el Concilio ha permitido que "en tierras de misión, además de los elementos de iniciación contenidos en la tradición cristiana, pueden admitirse también aquellos que se encuentran en uso en cada pueblo siempre que puedan acomodarse al rito cristiano". 1233. Hoy, pues, en todos los ritos latinos y orientales, la iniciación cristiana de adultos comienza con su entrada en el catecumenado, para alcanzar su punto culminante en una sola celebración de los tres sacramentos del Bautismo, de la Confirmación y de la Eucaristía. En los ritos orientales la iniciación cristiana de los niños comienza con el bautismo, seguido inmediatamente por la Confirmación y la Eucaristía, mientras que en el rito romano se continúa durante unos años de catequesis, para acabar más tarde con la Confirmación y la Eucaristía, cima de su iniciación cristiana.

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Tiempo de profundización

El niño o el joven que ha realizado el proceso de Iniciación cristiana, desde el conocimiento

de Jesucristo hasta el Bautismo (Confirmación – Eucaristía) se convierte en un fiel cristiano. Fiel,

porque ha recibido el sacramento de la fe, que es el Bautismo; cristiano porque su fe conlleva la

adhesión profunda a Jesucristo, con un carácter definitivo. Como hombre nuevo, afronta de manera

diversa su propia vida y todo queda transformado: infancia, adolescencia, juventud, madurez.

Después del Bautismo sigue una profundización progresiva, asimilando los dones recibidos

y siendo conscientes de ser hijos en el Hijo, dentro del cuerpo de Cristo, que es la Iglesia. Es un

tiempo que no puede pasar desapercibido y que debe prolongarse semanas o meses.

Tras esta etapa de asimilación y profundización, se debe seguir el desarrollo de la vida

cristiana o, dicho con expresión más clásica, el avance en la vida espiritual (que debe ser toda la

vida en cuanto es guiada por el Espíritu Santo, verdadera actitud del cristiano).

No podemos olvidar que el fundamento de toda espiritualidad cristiana es la misma

Iniciación Cristiana y ésta se realiza en el seno de la comunidad, de una porción de la Iglesia. Todo

esto, que es propio de los adultos, se debe adaptar también a los niños, para que nadie quede

privado del proceso normal de maduración en la fe y en la vida cristiana.

Es necesario adquirir una verdadera experiencia de lo que celebramos en los sacramentos

por la mediación de la Iglesia. Esto se realiza, también, por medio de la Palabra de Dios, leída,

escuchada y celebrada; y por la Eucaristía, que es fuente y cumbre de la vida de la Iglesia, que

actualiza la redención de Cristo y nos lleva a vivir en la caridad, siendo prenda de vida eterna.

Las catequesis sobre lo que se ha celebrado en los sacramentos (mistagógicas) y la

celebración de la Eucaristía es el camino para avanzar con seguridad en la vida de hijo de Dios. Así

nos introducimos más plenamente en la revelación divina con un sentido de fe, participamos del ser

de la Iglesia y descubrimos el sentido de la creación y de cada persona, puesto que es Cristo quien

revela el hombre al propio hombre. Con todo esto se va implantando el Reino de Dios en el mundo

y en el corazón de cada uno de nosotros.

Hay que personalizar los símbolos litúrgicos, adaptándose a la capacidad de los catecúmenos

y bautizados, para poder alcanzar una auténtica experiencia de la salvación de Dios y de Dios

mismo. Esto se puede hacer profundizando en la Profesión de Fe (Credo o Símbolo), adentrándose

en la oración personal y litúrgica, reflexionando sobre la Palabra de Dios.

En las mismas celebraciones se debería crear un clima acogedor, invitando a la participación

y poniendo en común, después, las cuestiones más significativas de la celebración.

La vida sigue...; y debe seguir, también, la vida cristiana por medio de una catequesis o

instrucción permanente, una vida de oración (personal y litúrgica) y un verdadero compromiso en la

Iglesia.