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Una novela violenta Luis Eduardo Rivera En el año 1971 fue convocado una vez más el ya famoso Premio Barral de novela; como siempre, participaron narradores de todos los países del habla hispana. Ese año no se llegó a un acuerdo entre los jurados, por lo que el Premio se declaró desierto y las seis novelas fueron puestas para su publicación en la editorial (Seix Barral). Entre los finalistas se hallaba Los compañeros, del guatemalteco Marco Antonio Flores, la novela que nos interesa comentar en este espacio. Antes de haber escrito ,Los compañeros, Marco Antonio Flores había publicado tres libros de poesía: La voz acumula- da (Ediciones Vanguardia, Guatemala, 1964), Muros de luz (Siglo XXI Editores, México, 1968), y La derrota (Editorial Helios, España, 1972). . La suerte que ha corrido la novela de Flores en su proceso de publicación es una lógica consecuencia de su contenido, que se ha señalado de caótico, unilateral, bdrbaro -como apunta la cuarta de forros-, por su sincera e iconoclasta versión de algunas instituciones políticas y épocas históricas, ambas mitificadas por la izquierda tradicional. Luego de haber sido aceptada por Barral, Los compañeros fue censurada por el gobierno franquista y, por supuesto, pro- hibida su publicación en España. Un año después, Joaquín Mortiz adquirió los derechos de edición de la obra, pero, antes de que aparecieran las primeras galeras, la novela fue objeto nuevamente de un gesto de auténtica censura, no por parte del editor, sino a través de ciertas opiniones alarmistas que adversaban tanto a Los compañeros como a su autor. Ahora, luego de cuatro años de espera, por fin hemos podido ver impresa esta novela tan debatida mucho antes de su publicación y la firma Joaquín Mortiz ha manifestado una vez más la amplitud de su criterio, rasgo que la ha colocado siempre entre 58

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Una novela violenta Luis Eduardo Rivera

En el año 1971 fue convocado una vez más el ya famoso Premio Barral de novela; como siempre, participaron narradores de todos los países del habla hispana. Ese año no se llegó a un acuerdo entre los jurados, por lo que el Premio se declaró desierto y las seis novelas fir~alistas fueron puestas para su publicación en la editorial (Seix Barral). Entre los finalistas se hallaba Los compañeros, del esc~itor guatemalteco Marco Antonio Flores, la novela que nos interesa comentar en este espacio.

Antes de haber escrito ,Los compañeros, Marco Antonio Flores había publicado tres libros de poesía: La voz acumula­da (Ediciones Vanguardia, Guatemala, 1964), Muros de luz (Siglo XXI Editores, México, 1968), y La derrota (Editorial Helios, España, 1972). .

La suerte que ha corrido la novela de Flores en su proceso de publicación es una lógica consecuencia de su contenido, que se ha señalado de caótico, unilateral, bdrbaro -como apunta la cuarta de forros-, por su sincera e iconoclasta versión de algunas instituciones políticas y épocas históricas, ambas mitificadas por la izquierda tradicional.

Luego de haber sido aceptada por Barral, Los compañeros fue censurada por el gobierno franquista y, por supuesto, pro­hibida su publicación en España. Un año después, Joaquín Mortiz adquirió los derechos de edición de la obra, pero, antes de que aparecieran las primeras galeras, la novela fue objeto nuevamente de un gesto de auténtica censura, no por parte del editor, sino a través de ciertas opiniones alarmistas que adversaban tanto a Los compañeros como a su autor. Ahora, luego de cuatro años de espera, por fin hemos podido ver impresa esta novela tan debatida mucho antes de su publicación y la firma Joaquín Mortiz ha manifestado una vez más la amplitud de su criterio, rasgo que la ha colocado siempre entre

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las editoriales de mayor apertura y de mayor prestigio dentro de nuestra lengua. ..

Es necesario , pues, situar la novela de Flores en el mo­mento de su aparición y valorarla no sólo desde el punto de vista literario, sino además dentro de sus implicaciones polí­ticas e históricas, pero desde una perspectiva serena, objetiva, crítica, y no desde una posición emotiva y sectaria, como se ha venido haciendo.

Para la literatura guatemalteca, Los compañeros marca el final de un prolongado silencio dentro del terreno de la no­vela. Luego de las novelas de Asturias y posteriormente las de Monteforte Toledo, no se había escrito en ese país una obra que trascendiera los linderos locales. Las novelas aparecidas en un lapso de más de veinte años resultan exce­sivamente limitadas en cuanto a su interés temático y su calidad literaria. Este juicio podría ser aplicable también, de manera más amplia, a nivel centroamericano, con la única excepción en Nicaragua de Trdgame tierra, de Lizardo Chávez Alfaro. Los compañeros, pues, viene a romper con un prolongado mutismo, el cual es asimismo consecuencia de la situación política y social en que viven actualmente los pueblos centroamericanos. Esto ha repercutido desastrosamente en todos los terrenos de la cultura centroamericana. En Guatemala, por ejemplo, no existe tradición literaria; no existe legado generacional que marque una continuidad histórica dentro de sus fronteras culturales. Los movimientos más valiosos surgidos en lo que va del siglo han significado, lógi­camente, la negación de los valores oficiales. Esta reacción dentro de la cultura trae consigo implicaciones que trascienden al plano político, hacia la denuncia de la explotación capitalista.

El escritor guatemalteco, al asumir, por tanto, la tradi­ción de su país en un sentido profundo -en su búsqueda de un rostro colectivo-, representa, como conciencia latente; la contraparte de la cultura establecida. Y cuando estas ideas y actitudes son compartidas por un sector representativo de la vanguardia cultural y política -un movimiento o grupo pro­gresista-, éste se vuelve peligroso y es acallado con violencia.

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Tal situación ha provocado que gran parte de la literatura centroamericana haya sido escrita en el exilio y que muchos de sus autores sean perseguidos por estos gobiernos.

La novela de Marco Antonio Flores recoge esta realidad en que vive inmersa la población; refleja internamente la an­gustia, la represión y el temor en el que nace, crece y es aniquilada la juventud de un país que intenta rebelarse y cambiar el orden impuesto, y que no encuentra otra salida más que la violencia armada para transformar su realidad circundante y su propia individualidad. "

Los compañeros se cuela en la intimidad de un grupo de jóvenes combatientes; intimidad en el sentido exacto: desde el afloramiento de la problemática individual, los traumas de in­fancia, los excesos, las contradicciones de clase, hasta el enfren­tamiento con la muerte inminente, violenta siempre, frente a la cual cada quien habrá de asumir sus propias decisiones y sopesar el grado de conciencia y responsabilidad ante la lucha contra las fuerzas que sostienen el poder. Unos sucumbirán en acción entre la metralla del ejército o de la policía; otros habrán de ser asesinados, expuestos al sadismo de los torturadores; otros, perseguidos constantemente, se exilarán o simplemente desertarán, huyendo de la muerte, psíquica y moralmente agotados. Esta es, de manera sintética, la trama de la novela.

Tanto el concepto de realismo como el de novela han sido sometidos a una profunda revaloración en nuestra época; ambas son concepciones históricamente dialécticas, y por lo mismo cambiantes, ante la dinámica de la conciencia del escritor y del artista. Este, a su vez, intenta aprehender -empalabrar, en el caso del escritor- su visión del mundo con los elementos que le proporciona su propia realidad. En tal sentido, Los compañeros puede ser considerada como una novela profundamente realista, cuya tensión y verosimilitud provienen de una excesiva carga de emotividad. Y es tal vez por esta desgarrante veracidad que se palpa dentro de la trama, que algunos opinan que resulta derrotista.

La estructura novelística gira en torno al monólogo inte­rior, al fluir libre de la conciencia de los personajes, dentro de

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la cual el tiempo se disemina, la realidad se anarquiza, la con­ciencia se torna crítica y autocrítica y adquiere su propia lógica, muestra su propia verdad, su auténtica versión del mundo y de sí misma. El diálogo entre los personajes (espectros mentales) se halla inmerso dentro del monólogo interior a manera de recuerdo; la anécdota se encuentra desperdigada como un rom­pecabezas a lo largo de la novela. La estructura, por tanto, presenta una gran complejidad debido al inteligente manejo de tiempos, a los diálogos intercalados, a las frases y alusiones cortadas dentro del cauce narrativo, dentro de ese desborde de palabras, exclamaciones y desenfadada escatología; esta com­plejidad es, sin embargo, la que agiliza, acelera y da orden a toda la narración:

Qué vaya hacer, tengo que irme y sus lágrimas hediondas me tapan la puerta. Cada día está más vieja. No me había dado cuenta. Dame permiso. No te vaya dar permiso, no podés irte y dejarme después de tanto sacrificio. Es sólo un año mamá. Tengo que ir a prepararme. Yo no me sacrifiqué para que fueras un comunista. Me las sé todas. Para qué responder. Dame permiso. Desalmado. Dame permiso que el avión me va a dejar. Desalmado. De todos modos me vaya ir hoyo mañana. Madre, déjame vivir. La tomé de los hombros y crujieron. Sus blusas estaban siempre limpias, almidonadas, con mangas anchas y abombadas: crujían. Cuando la tomé de los hombros las mangas crujieron. No te vayás a atrever. No me obligue mamá, estoy dispuesto a todo. Llamo a la policía. Llámela, pero déjeme pasar. Te maldigo. Está bueno. Mirá que te maldigo. Soltó el llanto y bajó la cabeza, vi sus primeras canas. Suavemente la empujé a un lado y le besé las primeras canas. (Segunda edición, Guatemala, 1992, editoriales 6scar de León Palacios y Palo de Hormigo, p.30-31)

Los compañeros es una novela de la violencia en el más exacto sentido: hay violencia en el contenido, en su descar­ga emotiva, en la estructura novelística; hay violencia en la

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misma verbalización. Y algo que nos interesa resaltar radica precisamente en la dimensión que alcanza el lenguaje en esta novela: las palabras no sólo se leen, se escuchan, se sienten, rompen las barreras del texto escrito y crean su propia dimensión radicalizándose en el momento más inesperado. Esta es una cualidad poética, la de infundir a las palabras connotaciones múltiples y provocar asimismo multiplicidad de sensaciones en el lector.

Otro rasgo importante en esta obra lo hallamos en su vitalismo exacerbado, poco frecuente en la actual narrativa latinoamericana, interesada l!lásen los procedimientos for­males, la densidad introspectiva y la aventura intelectual. Podríamos arriesgarnos a opinar que esta novela redescubre para la novela actual una corriente poco explorada por nues­tros narradores, y en este · sentido Los compañeros se acerca más a la novela estadounidense de los treinta, directamente a los Trópicos, de Henry Miller, y por la manera como asume la propia realidad, casi autobiográfica y descarnada, así como su tono vociferante y extremoso, cukndo se refiere al mundo circundante.

Algo que no agradará a un sector de la izquierda tradi­cional y a las buenas conciencias será, indudablemente, el tono directo, desnudo, que adopta el novelista cuando aborda una temática tan delicada y difícil que se ha convertido casi en un tabú en nuestra literatura y se le ha sacralizado las más de las veces con vacía verborrea pequeño burguesa. Sin lugar a dudas, la guerrilla ha representado, en las últimas décadas, un compromiso ' revolucionario en los países lati­noamericanos. Surgida en los años sesenta a nivel latino­americano, resulta más difícil realizar una valoración objeti­va de sus aportes y errores más determinantes. Tal vez una manera eficaz de asumir esta temática, sea, como lo hace Los compañeros, mediante un reordenamiento de vivencias per­sonales. Y es por esta cercanía, posiblemente, que la novela parezca, en muchos momentos, extremista, hasta grotesca, a causa del rigor, de la fidelidad que el narrador trata de im­poner a los hechos:

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Tú no tienes ahora futuro ni presente, ni pasado, eres un tonel lleno de palabras, de imdgenes que no podrds borrar nunca, que te perseguirdn siempre. Tú lo quisiste así, siem­pre te has empeñado en oír, en sentir las emociones de los otros para guardarlas como trofeos, como coleccionista de ba­ratijas. (edición citada, p.184)

Esta fidelidad a la memoria, esta catarsis totalizadora que se desborda a través de las páginas, intentando recuperar los acontecimientos y hacer desaparecer los fantasmas obsesivos, la culpa y el rencor ante la muerte de Los compañeros y ante la propia supervivencia, reviste a la novela de una fuerza vital admirable y humaniza de tal forma el clima narrativo, que los personajes -de una estatura imponente a medida que trans­curre el relato, con todas sus carencias y sus excesos, con toda su ternura y su violencia, con todos sus errores y todo su heroísmo. No hay términos medios en esta recurrencia de recuerdos fragmentados. Estos seres que mueren acribillados a balazos, que luchan por sus ideales, se emborrachan, cometen errores y huyen despavoridos de la muerte, que aman y odian como cualquiera, son hombres reales, tan admirables como aborrecibles en su cotidianidad; son la antítesis de la concepción burguesa del heroísmo: son antihéroes, el prototipo del hombre de nuestra época. Y es en este rasgo en donde radica su grandeza y su heroísmo.

A lo largo de la novela se encuentran -dispersos- juicios, nociones de valor, alusiones y abiertas acusaciones que, más allá del plano literario, resultarían parciales e ideológicamente arbitrarias. Al respecto , pensamos que determinados aspectos (como por ejemplo, la participación de Cuba en la lucha armada guatemalteca) , tocados superficial y unilateralmente, provocan una interpretación distorsionada de la lucha revo­lucionaria. La guerrilla , a nuestro criterio, dentro de su de­sarrollo en la década pasada (1960-1970), cometió errores graves que la condujeron a su desintegración temporal dentro del proceso histórico guatemalteco. Se ha argumentado in­genuamente que las condiciones económicas, políticas y

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sociales no resultaban aún favorables para el desenvolvimiento de la lucha guerrillera, cuando el objetivo de la guerrilla es el de agudizar las contradicciones y forzar a que se den esas condiciones necesarias dentro del pro­ceso revolucionario. El desarrollo de estas organizaciones debe, por consiguiente, ser analizado con profunda lucidez y sin apasionamientos, ya que de otra forma se obtendrán conclusiones apresuradas y subjetivas. Esta, a su vez, es la falla ideológica más notoria que hallamos en Los compa­ñeros, la que ha motivado una fuerte reacción en contra de la novela y dado pie a una serie de acusaciones gratuitas e injustas contra el autor, contra. la obra.

Ahora, haciendo una rápida valoración del cuerpo general de esta novela, pensamos que el capítulo primero (El Bolo, 1962), el sexto (Tatiana, 1963) ye! séptimo (El Patojo, 1966), son, técnicamente, los más logrados; el lenguaje está empleado de manera precisa, alcanza niveles poéticos poco frecuentes en la narrativa latinoamericana actual; son el núcleo central de la novela. Los demás capítulos serán, a juicio personal, las distin­tas variaciones que habrán de otorgar fuerza y desarrollo a los temas que aquí se concentran: lo autobiográfico y desacralizante; la ternura, el amor, la huida permanente; la violencia, la repre­sión, el temor, la muerte, el heroísmo.

En lo que respecta a las fallas más notorias, creemos que el capítulo cuarto (El Bolo, 1944) carece de la tensión y la calidad del lenguaje que alcanzan los capítulos restantes. La psicología infantil -ya que tal efecto intenta producir el au­tor- está pésimamente captada, el lenguaje se siente postizo, falseado, da la im presión de haber sido escrito por un princi­piante. A nuestro criterio, hubiera podido prescindirse de éste sin que la obra perdiese, en lo más mínimo, unidad ni frescura y, al contrario, se hubiese salvado de una grave caída. Algo similar opinamos del capítulo octavo (El Rata, 1967), donde el abuso del monólogo interior vuelve tedioso y repetitivo el cauce de la narración. Por otro lado, el abuso del elemento lúcido del lenguaje, se queda en muchos momentos en puro alarde de verbalismo.

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Pese a todas sus caídas, pensamos que Los compañeros es una novela excelente, y hay que recordar que es la primera incursión de un poeta dentro de la narrativa, que nos descu­bre desde ya a un novelista nato, con una veta imaginativa poco común y un estilo -s i aún podemos hablar de estilo- que en pocos años habrá de imponer su originalidad en nuestra literatura. De eso estamos seguros.

Luis Eduardo Rivera

Ensayista y poeta guatemalteco. Estudió Literatura en la Universidad de

San Carlos de Guatemala y la Universidad Nacional Autónoma de México.

En este último país radicó seis años, donde colaboró en revistas, suplemen­

tas culturales y radio UNAM. Desde 1979 reside en Francia. En ese país

fundó, con otros escrirores, las Ediciones Correcaminos. Trabaja en París

como profesor de español en un instituro superior de comercio e imparte

cursos de literatura en una escuela de enseñanza media.

Ha publicado los libros de poesía Servicios ejemplares; Salida de emer­

gencia; Las voces y los días; Movimientos; la novela Velador de noche, soñador

de día; el libro de ensayos Oficio de lector; y la traducción de los aforismos

de Georges Perrot Papeles pegados.

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