(Versión libre de cuentos populares) · 2010-06-25 · É rase una vez en el país de los cuentos de siempre –aquellos que nos han leído nuestras madres y en el colegio-, no hace

LA REBELIÓN DE LAS PRINCESAS(Versión libre de cuentos populares)

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LA REBELIÓN DE LAS PRINCESASTexto: Jerónimo Mejías Ganador del Concurso de Cuentos no Sexistas de Alcalá de Henares, 1994Dibujos: Pilar Rubiales Úbeda1ª edición: 19942ª edición: 20043ª edición: 2007Edita: Concejalía de Mujer. Ayuntamiento de Alcalá de HenaresDiseño y Maquetación: Servicio de PublicacionesImprime: EGESA


Érase una vez en el país de los cuentos de siempre–aquellos que nos han leído nuestras madres y en elcolegio-, no hace mucho tiempo, escasamente hará un

año, pero no recuerdo muy bien la fecha, ocurrió algo imprevisto.

Como siempre, en una cabaña del bosque de los cuentos -en el país de los cuentos todavía quedan hermosos y grandiososbosques-, vivía nuestra amiga Blancanieves en compañía delos siete enanitos. Todas las mañanas, los enanitos salían albosque a trabajar cantando sus famosas canciones.

Trabajaban duramente pero estaban contentos porquehacían muchas bromas y se reían muchísimo, hablaban conlos animalitos y éstos les contaban muchas historias fabulosasque acontecían en el país de los cuentos.

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Mientras, Blancanieves se quedaba sola en casa limpiando,cuidando el jardín, yendo al río por agua, lavaba la ropa,cosía, preparaba la cena, etc. Como eran tantos enanitos,aunque la casa era muy pequeñita, Blancanieves tenía muchotrabajo y apenas podía quedarse un ratito hablando con lospeces del río al ir a por agua. Así, todas las noches cuandollegaban los enanitos del bosque, ella se encontraba muycansada y abatida. Su rostro, sus manos y hasta su voz ibanperdiendo la belleza natural que siempre había tenido. Yahacía tiempo que su madrastra se había despreocupado deella pues, como estaba mucho tiempo metida en la cabaña,no era ningún peligro.

Siempre por las noches se repetía la misma escena: losenanitos llegaban hablando de sus cosas, saludaban alegre-mente a Blancanieves, dejaban las herramientas del trabajo yse sentaban todos en la mesa.

Uno decía:

- Hola Blancanieves. Ya estamos en casa, ¿está preparadala cena?

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Otro añadía:

- ¡Qué hambre! Nos comeríamos un ogro cada uno.

Todos reían y alguien recordaba:

- ¡Ah!, Blancanieves, se me ha roto un poco la camisa. Si tela dejo luego ¿podrías cosérmela para mañana?

- Es verdad –decía otro- a mí también se me ha descosidola manga.

Blancanieves asentía con la cabeza y, a veces, intentabadecir algo sin conseguirlo porque se oía de pronto.

- ¿Tiene alguien la sal?

- No, no está en la mesa.

- Blanqui, cariño, se te ha olvidado traer la sal.

Blancanieves se levantaba contrariada, pidiendo excusas,a por la sal.



Así día tras día, hasta la noche de la fecha, la cual sigo sinrecordar, en la que Blancanieves tuvo mucho empeño en colocarla sal en la mesa para que no la interrumpieran.

- Chicos, oídme, tengo algo que deciros.

- ¡Ah!, Bien, Blanca di –dijo uno-.

- ¡Que hable! ¡Que hable! –pronunciaron todos bucólica-mente a la vez.

- Pues mirad, ¡estoy cansada!

- Claro y nosotros también –contestaron-

- Si, pero vosotros cuando llegáis os sentáis a comer, luegoos fumáis una pipa y... ¡hala! A dormir. Mientras yo, quetambién trabajo todo el día, luego tengo que recoger, fregar,coser, preparar la comida de mañana, etc. Luego cuandollega el día de fiesta, tenéis tiempo para jugar, tocar música ybailar. Yo tengo que trabajar también ese día y luego cuandollega el tiempo del baile, apenas tengo fuerzas para bailar:

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- Pero Blanca, así ha sido siempre y nunca te has quejado–profirió un enanito, serio-. ¿A qué viene esto ahora? Si teencuentras cansada puedes descansar un par de días, siquieres.

- ¿Estás enferma? –preguntó otro-.

- Blanca, ¡eres la única que sabe cocinar y coser!

- ¡Ay Blanca! ¡Tienes unas cosas!

- Y además, hay una cosa más. Yo también quiero aprendercarpintería para hacer juguetes, puentes y casas –siguióinsistiendo Blancanieves.

- ¡Lo que faltaba! –se oyó a alguno exclamar.

-Pero ¿cómo se te ha ocurrido eso? ¡Los troncos pesan!–asintió otro.

-También pesan los cubos de agua y la leña que tengo queacarrear todos los días para el fuego –profirió Blancanievescomo respuesta, enfadada ya.

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- Además, si tu trabajas fuera, ¿quién haría la casa? –seoyó preguntar. A lo que Blanca respondió:

- Pues entre todos. Primero yo enseño a uno a cocinar.Luego éste a otro, y así también con la costura, en los tiemposlibres. Luego haríamos turnos por semana para estar en casay a mí me tocaría lo mismo que a todos. Podríamos sabertodos de todo, sin interrumpir los trabajos. Al principio quizásse note un poco el cambio, pero luego todo iría bien. Lo hepensado mucho y estoy segura. De todas maneras no pasanada por probarlo.

Todos los enanos se pusieron a cuchichear entre ellos. Seles notaba en las caras enfurruñados, gesticulando con lasmanos. Blancanieves aprovechó para tranquilizarse un poco,ya que se había alterado, pero se sintió bastante bien porhaber dicho lo que quería decir desde hacía ya tiempo.

Un enanito tomó la palabra e inquirió:

- Mira Blanca, lo sentimos, pero eso que pides es imposible.Llevamos toda la vida así y nos va bien. No encontramosrazones para cambiar ahora.

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- Además, qué dirían los niños si les cambiamos su cuentode toda la vida –añadió otro.

- Los niños y las niñas no son tontos y seguro que entenderíanque es un pacto justo –acertó a decir Blanca, pero comprendióque la actitud de los enanitos, aquella noche, no profesabaningún acuerdo posible. Se sintió impotente. Tenía ganas degritar o de llorar, pero se mantuvo en silencio, aunque nopudo terminar de cenar.

En los días que siguieron a aquella noche, Blancanievesestuvo pensativa y de vez en cuando intentaba hablar, unasveces con uno y otras con otro, sobre las posibilidades quetenía de aprender carpintería, pero siempre se encontrabacon evasivas. Todos intentaban eludir el tema y le decíancosas bonitas para que se sintiera importante en su trabajodel hogar. Sin embargo, no lograban convencerla para queolvidase sus deseos de aprender, y sobre todo, de lo injustoque era no tener tiempo libre, aparte de sentirse sola y nopoder compartir con ellos las cosas que les sucedían fuera decasa. Ella soñaba con adentrarse en el bosque y conocer a

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más animalitos que los que se paseaban por la cabaña.También deseaba aprender cosas por sí misma.

Así pasaron unos cuantos días, hasta que, también en lacena, Blanca se levantó de su silla y dijo:

- Bueno chicos, lo siento pero no puedo aguantar más así.Si no atendéis a razones me ponéis en la obligación dedeclararme en huelga.

- Bueno Blanca, ya está bien ¿no? –repuso un enanito convoz casi de gruñido.

- ¡Ya estamos otra vez! –declaró otro.

- ¡Lo siento! lo he intentado, pero esto no puede seguir así.

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Desde el día siguiente Blanca se declaró en huelga.Cuando los enanos llegaron por la noche se encontraron quela cena no estaba preparada. Todos se entristecieron al darsecuenta de que ella había cumplido su palabra, pero a ningu-no se le ocurrió decirle algo a Blanca, la cual estaba en su habi-tación. Se escuchó decir:

- ¡Vaya, se lo tomó en serio la chica!

- Y ahora ¿qué hacemos?

- Pues nada, venga, vamos a freír un huevo –expuso unocon intención de animar a sus compañeros.

Se repartieron el trabajo entre todos, pero como no esta-ban acostumbrados, al que le tocó poner la mesa se le cayeronunos vasos y al que estaba cocinando casi se le cayó el acei-te y estuvo a punto de quemarse.

Al día siguiente tampoco se encontraron la cena hecha, nila mesa puesta. Ni al otro. Ellos habían pensado que era algopasajero y ya se le pasaría, así que tampoco se lo tomaron,en un principio, muy en serio, pero al ir pasando los días se

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fueron encontrando abatidos. Un día en el bosque se reunieronpara hablar.

- Estoy sin fuerzas. Esto de comer siempre huevos fritos noes bueno –declaró uno.

- Yo me tuve que coser ayer la manga de la camisa. Se meolvidó quitar la aguja y esta mañana me he pinchado conella. ¡Ay, cómo duele!

- Esto no puede seguir así –se prestó a comentar otro, ytodos asintieron con la cabeza.

- Pero tampoco podemos claudicar –indicó enérgicamenteel que había propuesto la reunión.

- ¡Por supuesto que no! –exclamó el que estaba a su lado.

- Pues a ver qué hacemos.

- Mirad, si ella no quiere hacer nada ¡pues vale! Peroentonces mejor que se quede dormida. Yo, aprovechandoque el hada estaba de viaje, le he cogido prestada una de

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sus manzanas especiales. Venid, acercaros, os cuento...

Todos se acercaron hacia el cabecilla, hablaron en voz muybaja, y luego soltaron una carcajada al unísono.

- Entonces, está claro ¿no? Cuando ella muerda la manzanase quedará dormida y hasta que no venga el príncipe azulque la desembruje y se le pase todo ese rollo, no despertará–concluyó muy orgulloso el organizador.

- Sí, porque seguro que está embrujada –se oyó.

- Seguro –dijeron unos cuantos.

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Efectivamente, sucedió que estando Blancanieves paseandopor la casa, su vista se posó sobre la espléndida y brillantemanzana –que depositaron los enanos la noche anterior-,sobresaliendo provocativa de un cesto de frutas sobre lamesa. Blancanieves sintió un apetito incontenible y, con gula,le dio un mordisco a la fruta. En ese mismo instante empezó atener sueño, tanto sueño que no pudo evitar quedarse dormidasobre la misma mesa. Inmediatamente, según llegaron losenanitos del bosque, pasaron la noticia en busca de un príncipeazul libre para poder desembrujar con su beso a Blanca.Todo funcionaba según lo previsto.

Sin embargo, la noticia del sueño de Blancanieves tambiénllegó a oídos de la madrastra. Esta hada había conseguidosuperar hacía tiempo sus complejos físicos. Ya no se interesabatanto por ser la más guapa del reino. Había ido con ungrupo de hadas a hacer cursos de habilidades sociales,habiendo conseguido sentirse mejor con ellas mismas, asíque habían dejado de portarse mal. Ya casi nadie les llama-ba brujas y cosas de esas. Por eso, esta hada había cambia-do el hechizo de sus famosas manzanas sin que los enanitos

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lo supieran. Cuando ella se enteró de que le habían robadouna de sus manzanas soltó una risita, pero no dijo nada, tansólo, al saberse que un príncipe andaba por la región, seacercó sigilosamente a la cabaña de los enanitos y se quedóvigilante.

Desde su escondrijo nuestra hada pudo contemplar cómolos enanitos salían a trabajar y, pasado un rato, vio al príncipeacercarse a la cabaña. Cuando hubo entrado en la casa, ellase apresuró a acercarse a una ventana. Observó cómo él seacercaba a la princesa. La miró fijamente, se relamió lim-piándose los labios, se echó una especie de “spray” en laboca y besó, por fin, a Blancanieves. Se incorporó y, en unademán vanidoso, extendió sus brazos esperando la llegadade Blanca, mas ella no se despertó. La besó de nuevo, másapresurado... tampoco Blanca abrió los ojos. Ya mostrabadesconcierto en su rostro cuando escuchó una risa fuerte. Lapuerta se abrió y apareció el hada riendo a carcajadas, lascuales le impedían hablar, pero acertó a decir:

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- Chico, esto del besuqueo ya no nos interesa. Si quieresque despierte te tienes que comprometer a responsabilizarte,junto con los enanos, de la organización y colaboración dela casa. Ese es el hechizo, ja, ja, ja...

- Pero ¿qué dices? Oye mira, yo estoy entrenado parabesar y ya está –contestó él desconcertado.

- Pues nada chico, estudia por las noches. Si quieres princesa,cúrratelo y ponte las pilas.

- ¡Bah! Oye, yo paso, total vosotras os lo perdéis. Por míque duerma toda la vida.

El príncipe se marchó y la princesa siguió durmiendo.Sucedió que este príncipe besucón no encontró más protago-nistas dormidas para besar, pues las hadas no embrujabanya para hacer daño a las muchachitas. Pero eso es otra histo-ria. ¿Qué pasó con los enanos?

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En la cabaña del bosque de los enanitos se respiraba unambiente desalentado. Se encontraban todos reunidos entorno a la mesa y hablaban entre ellos con un tono pesimista.

- Sabéis lo del príncipe azul ¿no? ¡Qué mala suerte!

- Es verdad, ¡qué mal rollo! A mí ya me duele la barriga detanto huevo frito.

- Y yo me he quedado sin ropa.

- Podemos mirar a ver si hay más príncipes libres por ahí.

- Yo miré en el Segundamano y no había.

- Pues buscaremos por otros sitios, pero hay que encontrarlos.¡Manos a la obra, venga!

Los enanos se repartieron y fueron en busca de teléfonos.Tuvieron que salir de su bosque, ya que por allí no habíanllegado todavía las líneas telefónicas. Todos llamaron urgen-temente desde diferentes sitios y a mucha gente, pero tuvieronque regresar apresurados.

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- Chicos, nada de nada. He llamado al príncipe deCenicienta pero ésta, por lo visto, en vez de ir a las fiestas depalacio, va a una academia a estudiar informática y el príncipese ha apuntado también a estudiar para casarse con ella.

- Yo llamé a un príncipe verde, pero estaba en Alaskadefendiendo a las ballenas.

- ¡Pues sí que estamos bien!

- Oíd, al final vamos a tener que aprender a cocinar ycoser.

- Eso me temo.

- ¡Qué remedio!

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Así fue como los enanos se resignaron a intentar aprendertodo lo relacionado con el hogar, aunque a veces seguíancon la tentativa de encontrar príncipes para despertar aBlancanieves, sin conseguir ningún resultado. Ellos no sabíanque cuando lograran organizarse de tal manera que la casafuncionara sin tener que ocuparse ella de todo, se despertaría.Mientras Blanca seguía sumida en su profundo sueño, ajenatambién al hechizo de su hada.

SEGUNDA PARTE

Mientras los enanitos intentaban sacar adelante la cabañadel bosque sin Blancanieves y mejoraban sus dietas alimenticias,sucedía que en otro bosque, cercano al nuestro, el príncipe,que anteriormente no había conseguido despertar a Blanca,tampoco había conseguido despertar a ninguna más, pues

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éstas no se habían dormido. Las princesas no tenían tiempopara hechizos ni cosas de esas. La mayoría estudiaban despuésdel trabajo, viajaban los fines de semana y en los tiemposlibres se reunían para compartir lo que habían aprendido.Era gracioso que las más avanzadas en experiencia y cono-cimientos eran las que antiguamente llamaban brujas. Portodo ello, nuestro príncipe besucón que seguía en sus trece,había llegado a un estado lamentable.

Ocurrió que con el tiempo se fue transformado –como otrospríncipes- en un lobo con una dentadura atroz y un apetitovoraz. Y allí estaba, en aquel bosque, al acecho detrás de losárboles. Por aquel entonces, tenía que pasar por allá, comosiempre, nuestra amiga Caperucita para ir a casa de suabuelita. Ella tenía la costumbre de ir cantando por el caminoya que así se le hacía más corto.

- Soy Caperucita, la, la , la, la, rita... Caperucita Roja... la, la, la, la, rita...

De pronto, desde unos matorrales saltó el lobo con un gruñido,intentando sorprenderla.

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- Y yo el lobo, ja, ja, ja,...

Se abalanzó sobre ella con tal fuerza que bien podríahaberla derribado al suelo, pero Caperucita, repuesta instan-táneamente del susto, no se dejó intimidar por el lobo y forcejeócon él hasta conseguir darle una patada en un lugar, cuyonombre no consigo recordar tampoco. Mientras el agresor,dolorido, se intentaba recuperar del golpe, ella tuvo la opor-tunidad de salir corriendo, a la vez que le decía:

- ¿Conque querías pasarte conmigo? Ahora mismo voy adenunciarte.

El lobo, viendo que no iba a darle alcance, se retiró apre-surado.

Como en el país de los cuentos todavía no han inventadolas comisarías de policía, Caperucita fue a hablar directa-mente con el autor de los cuentos. Tuvo que gritar muy fuertepara ser oída por él, un señor, un poco mayor ya, que dor-mía confortablemente en su sillón.

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- ¡Eh oiga! ¡Oiga, autor de los cuentos!

Él seguía sin despertarse.

-¡Oigaaaaa...! –gritó más fuerte ella.

El autor frunció el ceño, aún medio dormido, entreabrió losojos y volvió a cerrarlos. Caperucita gritó lo más fuerte quepudo.

- ¡Oigaaaaa...!

Sobresaltado, el autor, hizo un movimiento brusco haciaatrás y estuvo a punto de caerse junto con el sillón, el cualparecía formar parte de su cuerpo.

-¿Quién llama de esa manera? –profirió enfadado porhaber tenido que interrumpir su siesta.

- Muy buenas, quería denunciar un intento de agresión.

- Un momento señorita, ¿quién es usted? ¿Quién ha agredidoa quién? ¿Cómo? ¿Cuándo? ¿Dónde?, fechas -empezó a pre-guntar insistentemente y con tono irritado.

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- Yo... a mí... un hombre... bueno, un lobo... aquí cerca...en mi cuento –contestó, todavía exaltada, Caperucita.

- ¿Qué cuento? –volvió a preguntar el autor mayor.

- El cuento de Caperucita. Yo soy Caperucita... y el lobo haintentado agredirme.

- Bueno –recordó el señor mayor-, claro ¡ya está!Caperucita y el Lobo Feroz ¿no?... bien. En ese cuento es normal ¡ya sabes!

- Pues para mí no, ni es normal ni me agrada –repuso ella.

- Pero si al final te salvan los leñadores ¿no? –dijo, intentandocalmarla.

- Yo no quiero que me salve ningún leñador, ni al final ni alprincipio. Para eso, yo ya hago un curso de autodefensa. Yosólo quiero que reciba su castigo el lobo y que me deje tran-quila –exclamó ella con su voz muy firme.

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- Pero mira, eso no es tan fácil. El cuento ya está impreso yen las librerías infantiles de muchas casas –afirmó el autorcada vez más serio.

- ¡Pues habrá que cambiarlos, porque yo no voy a dejarque me agredan mas!

- Bueno chica, entonces tendremos que cambiarte esa caperu-za que llevas tan roja, porque así vas muy... llamativa–comentó con tono irónico y desafiante.

- ¡Oiga, yo llevo lo que me da la gana! Además, fue ustedel que me la puso. Mire, yo he venido a hacer una denuncia yusted tiene el deber de escucharla por haber escrito así loscuentos –sentenció Caperucita-, además, si no lo hace, convocaréa todas las princesas a una asamblea y hablaremos con losniños y niñas para que no compren más estos cuentos y...

- ¡Para, para! Bueno, te diré lo que vamos a hacer. Vamosa reunir a todos los personajes que podamos y hacemos laasamblea dichosa, porque ¡tendrán que estar todos de acuerdo!¿No? –propuso el autor intentando resolver la cuestión.

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- La verdad, yo no me voy a poner a resolver los problemasque tengan los lobos mientras sigan intentado mordernos. Siellos están hechos un lío con ser príncipes y lobos a la vez, esproblema suyo y del que escribe esos cuentos. Yo sólo voy ahablar con los personajes que, de verdad, quieran hacercuentos que sirvan para que los niños y niñas sean felices demayores. ¡Demostrándolo, claro está! Ahora lo que hacefalta es que los lobos sepan que eso de ir metiéndose con lasniñas, aunque lleven caperuzas rojas o violetas, no está bieny no se les va a permitir hacerlo. Ya va siendo hora de queellos solucionen sus problemas sin que tengamos que pagarnosotras los platos rotos ¿no? Que intenten aprender igualque nosotras lo intentamos. Luego, ya hablaremos –manifestócontundentemente Caperucita, sin darle tiempo al señormayor de añadir nada más- ¡Ah! Y esperamos, mis compañe-ras y yo, ver soluciones rápidas, si no, ya sabes... –añadiócon ademán de haber dado por terminada la conversación.

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EPÍLOGO

Hoy en día se sabe, que el autor mayor ha pedidoayuda a autores nuevos para hacer cuentos dondelos personajes no tengan que hacer huelgas u otras

cosas, por no sentirse a gusto con sus historias. También sesupo que al lobo feroz y a otros personajes –que seguían conla intención de no cambiar-, los trasladaron a otros cuentos,para darles nuevos papeles e ir aprendiendo a ser de otramanera, de forma que pudieran sentirse mejor con ellos mis-mos. Alguien llegó a decir una vez, que escuchó a un príncipedecir que nunca le gustó el color azul para vestirse, que sóloadmiraba ese color cuando estaba en el cielo o reflejado enel mar.

Otra noticia más fue el despertar de Blancanieves, ya quelos enanitos habían conseguido organizarse en la cabaña ycada cual colaboraba de alguna forma en ella. Precisamente

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por este motivo hicimos, hace poco, una fiesta en una playacerca de sus bosques, con todos los amiguitos y amiguitas.Acudieron todas y todos: los tres Cerditos, el Gato con Botas,Bambi, la Sirenita, desde el agua (por eso hicieron la fiestaen la playa), nos deleitó con sus hermosas canciones. Estabamuy contenta porque había decidido ser lo que era, una bellasirena, aunque fuera sin príncipe. Tenía muchos compañerosy compañeras para jugar dentro del mar, además, algunosdecían que se había enamorado de un caballito de mar, conmedio cuerpo de hombre. Un centauro marino como dijeronalgunos que se llamaba.

La Bella llegó un poco más tarde porque por lo visto, elpríncipe se estaba convirtiendo otra vez en Bestia . Así quehabía decidido mandarlo a estudiar al extranjero y los vuelossalieron con retraso.

En fin, toda la playa estaba rebosante de gente. Allí fuedonde tuve ocasión de hablar con Blancanieves y donde mecontó lo ricas que les salían a los enanos las comidas y lascenas. En mi escritorio, hoy en día, tengo un pájaro de madera

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con un globo que me regaló Blancanieves en aquella fiesta,hecho con sus propias manos.

Así fueron felices, sin tener que empacharse de perdices.Simplemente encontraron la forma donde todos y todaspudieran realizarse.

Y colorín, colorado, este cuento no ha terminado, sino quesigue en vuestra casa y en vuestro colegio.

Yo sí, estoy muy contento de poner

FIN

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