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XIV PREGÓN DEL CARGADOR a la Semana Santa de San Fernando Organizado por la Asociación "Jóvenes Cargadores Cofrades" J.C.C. bajo el lema "cuando el Cargador se hace pregonero o el Pregonero cargador" a cargo de D. Jesús Perulero Reyes pronunciado en el Salón de Actos del Colegio de las Hermanas Carmelitas de la Caridad SAN FERNANDO 30 de marzo de 1996 Sábado de Pasión XIV PREGÓN DEL CARGADOR

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pronunciado en el Salón de Actos del Colegio de las Hermanas Carmelitas de la Caridad bajo el lema "cuando el Cargador se hace pregonero o el Pregonero cargador" SAN FERNANDO 30 de marzo de 1996 Sábado de Pasión D. Jesús Perulero Reyes XIV PREGÓN DEL CARGADOR a cargo de

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XIV PREGÓN DEL CARGADOR

a la Semana Santa de San Fernando

Organizado por la Asociación "Jóvenes Cargadores Cofrades"

J.C.C.

bajo el lema "cuando el Cargador se hace pregonero o el Pregonero cargador"

a cargo de D. Jesús Perulero Reyes

pronunciado en el Salón de Actos del

Colegio de las Hermanas Carmelitas de la Caridad

SAN FERNANDO 30 de marzo de 1996

Sábado de Pasión

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A la Semana Santa de San Fernando Jesús Perulero Reyes

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a cargo de D. Jesús Perulero Reyes

Cargador de la Isla que soportas tanto llanto ¡Artífice de que este canto se convierta en alegría, cuando la tarde rezuma olores sacrosantos que en abril, teje despierto el amanecer de un nuevo día. Fragancias de Glorias a María y al Dios, que humano, yace muerto. Cargador de mi Isla, ¡Gracias por tantas cosas! Como guardar viva la llama, siempre altiva de la tradición más honrosa. De navegar por nuestras calles hechas vía dolorosa, entre bajeles de luces y candrays donde la glosa sabe de herencias eternas, resumen de tantas rosas encerradas en un ¡Quieto¡ de fragancias amorosas… Cargador de mi Isla, ¡Cofrade de tantas penas¡ como cargas cada noche entre jarcias y azucenas… Galeote de una pasión. Simón que en abril soportas el peso de una derrota cargada de aflicción. De tu cuello, el dolor y el corazón henchido por ser tú el elegido

en pos de la resurrección… Cargador de mí Isla… cofrade que así amas al Cristo que desparrama su ser y pasión, que aísla una Jerusalén de fortalezas hechas por salinas y marismas. Yo quisiera que me dejarasser tucirineo cuando el día rompa el cielo en osadí de turbadas tinieblas ljanas. Y en esa noche mariana ser portavoz de un ¡Quieto¡, que repique a los cuatro vientos el timbre de una campana, de martillazos bendita por nuestras dos capitanas: Carmen y Rosario, galanas, ¡Cargadoras Santísimas¡… que María antes tuvo que fajarse al sufrimiento, pesado el pensamiento con aquello que luego supo. Y cargar con tanta pen como estrellas de firmmento pueda contar el tiemo, como tantos granosde arena, que son puñales qe encadena la caricia al hijo merto. Carmen y Rosario, Capitanas, dos advocaciones de la Isla, ¡Rosario y Carmen, Carmelitana, azules y verdes de marism

Señor Presidente y Junta Rectora de la Asociación de Jóvenes Cargadores Cofrades, Dignísimas Autoridades, Pregonera, representantes del mundo de la carga de San Fernando y de localidades vecinas, Cofrades, amigos todos, Pepe, gracias por tu palabras de presentación en esta noche iluminada para este pregonero. Gracias por el cariño y afecto demostrado en tu intervención, llena de esa amistad que nos une desde años y por darnos esta oportunidad de ocupar la antesala de nuestra Semana Santa ante este otro Cofrade que, en el fondo, siente la pasión de Cristo de una manera mucho más real que el simple sacrificio bajo el capirote y la

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túnica, Cofrade de almohada y esfuerzo, de peso al cuello, de cuerda de pita y faja en los riñones. A ese Cofrade cirineo de la carga de la Isla, nuestro más sincero y rotundo homenaje… El verso rompe la noche de tinieblas lamentadas, buscando la tez quebrada en la hondura de este roce. La sílaba, tan motivada, cerrada por las espinas, saladas por las salinas, de embeleso yace ajada. El pregón del Pregonero solo quiere ser trepá que alivie el caminar de tantos hombres buenos; que por pasión desgarran la joven carne que ama la sombra de un madero. Tinieblas de soledades, compendio de frialdades, cirineos del Dios Yermo… Pasitos cortos, a bandas, herencia de antepasados que, entonces, necesitados, hoy se alegran como marchan aquellos mismos pasos que, de sudor y sangre manchaban, buscando la escueta soldada, a veces, de hambre forzados. Cargadores de trasiego, maestros de mil vaivenes para sentir en las sienes la magia e este momento. Al caer el paso, bien adentro, y crujir de amor la madera solo duda, y es la cera, que guarda al pabilo hiniesto. Cargadores de la Isla, ¡Portadores en la tierra¡ de lo más grande y hermoso ocurrido desde Eva. Cargadores de una Pasión que cada año se revela

entre luces aterciopeladas y fragancias a canelas, romero, tomillo, clavo,… sal, azahar, hierbabuena, especies a caramelos, hojaldre de limón y menta, que embriagan nuestra Isla donde cargáis con la pena sufrida por aquel hombre nacido en la Nochebuena, de María, Hijo suyo, y del Espíritu. Y azucena desojada en mil trozos que sufrís en la bodega de un bajel de oro divino cubierto de sangre buena… Y el verso es la melancolía al recordar aquellos años cuando un paso de apaño se cargaba con alegría de oír las voces que salían a cargar con el desengaño. El cartón y la madera era cuanto ilusionaban los niños que aspiraban a jugar en la trabajadera. De ilusiones aquella frontera entre divino y lo humano. Caprichos del Arcano, aspirantes de sudaderas, sueños de algún traslado… Compañeros de ensoñaciones ¡Hermanos tras las caídas¡ de lo más pesado, hormiguillas, autores de sensaciones, como surgen cada tarde cuando el Astro se oculta y un nuevo día despunta en este esfuerzo de alardes. Jóvenes que cargan sus hombros con el peso apasionado en este calvario de asombros, como es esta mi Isla

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llegando la pasión de Cristo, que en abril tiñe de lejos, de caídas en mil reflejos bajo sombras de lentisco… ¡Quieto!,¡Estamos…!,¡Cuando quieras!… A tocar el cielo y las alturas. Holandés, ganchete; la locura ¡Que usamos del bálsamo y quimera¡ Ilusiones de una espera largamente soñada. Visiones bajo la madera que explota en primavera camino de aquella casa, donde se cruzan testigos, Cofrades, Hermanos, amigos de molía ya trenzada. Portadores del verso que se mece en la alborada tras horas sufridas de carga bajo un peso, que no escueto, como es aquel madero de pita y borra vestido, en traslado cuyo primer crujido nos ponga más cerca del Templo… ¡Al cielo con Él¡, la arenga esperaba en la cuadrilla sortilegio de zapatillas al unísono tras la espera. Tres martillazos que sean de carencias y consuelo, la cita. El paso ya está fuera embocando la Iglesia cercana, y el revuelto se amalgama, en derredor de una cantera sombrada de jóvenes hombros y corazones que crepitean, ardiente por recibir el peso de zambranas y trabajaderas, canastillas, respiraderos, cola… cabeza, faroles…, cartelas. Mecano de un divino destino de primaveras, que siempre por abrazadera tiene corona de espinos. La noche es buen testigo, cayendo el calendario,

de tantos esfuerzos, de ensayos, como se hacen al abrigo de contraluces solo buscados cual intentos clandestinos de mejorar lo perfecto, que es la carga, todo un hecho, bajo sombras de azul marino… Cargas de manos también isleñas que desde La Salle anuncian la llegada de aquel que viene para salvar a la turba; ésta que en la tarde le aclama como Rey y enviado, y que la mañana le habrá dejado como esclavo a que difama, tendiéndole la sucia trampa, para luego ser crucificado. Rey de Reyes, así aclaman al hijo del carpintero, que morirá en el madero de la vergüenza más villana. Y esa alegría sosegada que en La Salle sabe a cielo se encierra en un recuerdo de nuestra Estrella lasaliana. Aquella que así ilumina la travesía del pensamiento, al llegar el Prendimiento, por el parque, de recogida, buscando el Buen Fin de María aunque la pena vaya bien dentro. Peso bendito de sayones, de sangre y levante salpicado. Y una Columna ha soportado la tragedia de ese hombre, que con su martirio expone el tormento más inhumano. Estampa viva de La Isla repetida el día de Ramos, cuando una carraca de versos navega por nuestros caños, cargando el cuerpo de Cristo macerado por el llanto

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de María, la que ora con un llanto desconsolado. Lágrimas que es su nombre. Emperatriz del quebranto. Fortaleza bajo el manto de la noche más salobre, perfilada en azul Santo. Y tu dolor, Jesús mío, me tiene como a ti, atado, por una corona de espinos de la que yo, Jesús Cautivo, quiero verte Rescatado. Que son todas mis faltas las que te tienen maniatado, cuando las torres gemelas suenan a sones sacrosantos y una paloma bendita aletea junto al Palio de una Trinidad radiante como la imagen que amo, mientras cae en racimos la tarde del Lunes Santo. ¡Cargadores de mi Isla¡ llevadlo despacio, llevadlo, que de repente sopla la brisa entre brumas y marismas la mañana del Viernes Santo. Cuando es el Nazareno el motivo de que este llanto rompa en mil trozos cuando amanezca el nuevo día, perfumado de claveles rojos y añiles para que el canto en Oración convierta la espera de que la puerta de paso a este Jesús Santo. Un haz de luz es quebrantado para la noche salinera, cuando se empapa la madera del primer sudor que espera el martillo del Viernes Santo. Bauprés sonoro que da paso al Señor de la Isla, que entre multitudes camina

llevando la cruz del fracaso, mientras que es su Madre, un dolor recogido en cada verso, que son sus trepás, besos lanzados desde el albor. Dolores Isleñas que tiñen de luto las callejuelas, si no es humana esta manera de pasión que despinte de oscuros y claros que ciñen la frente de esta marinera. Dolor que solo duele a María…, todo amor. Cultivada como una flor bendita en tales sienes. Dolor de la Isla que tiene su descanso en el cargador, cuando brillan con tal fulgor que en vez de dolor, son bienes y consuelo del pecador. Dolor del Cristo, de Servitas, dolor del Carmen, de esta Isla que enmudece de tanto amor. Y es que solo es sincero, más puro, inmenso y verdadero el dolor de la que más amo. Amor de aquel que carga con la cruz de la desesperación. Y es única la sensación al ver su cara manchada con la sangre del dolor. Gran Poder salinero de blancura y frialdades, ¿cómo pudiera ayudarte a superar este trance eterno, cuando camina yermo yendo hacia el Calvario, y la luz del campanario se refleja en tu rostro bello…? Sólo el Amor, es tu ruta. De María, la alegría. La respuesta, solo una: Poder y Amor, norte y guía.

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Cruz de un Mayor Dolor que por sí misma nos duele como premio al pecador, que, prendado, por tal amor, postrado queda ante el Dios que muere. Cristo isleño de larga melena. Requiebro sobre la cruz. Blanca efigie, cuya luz refleje en el campanario cuya cal, como sudario, envuelva a la Isla, de norte a sur. Cuerpo inerte Nazareno que en el Carmen tiene abrigo, y cobija, os lo digo, de Jesús, su Santo Entierro. Claroscuros cenitales que bordean el cuerpo yermo del único Dios, que es eterno, sacrificado en cruz de males. Mayor Dolor de Soledades. Lagrimas por el Hijo muerto. Las rocas cubren el manto de la noche más apagada. Y el parque es todo un paño para enjugar tanta lágrima, que convierta en ríos de gloria este Rosario de historias prendadas en la alborada. Rosario, de perlas preciosas, cuentas del cielo bajadas. Ráfagas puras de vida nacidas en lo hondo del alma. Rosario de tantas madres que en el cielo solo es una. La mujer más bella y pura: María, para el cofrade. La mujer que por cayado tiene hombros cargadores que la llevan entre flores, aunque sea madre del Desamparo, Hijo bendito cuya Sangre brote a borbotones en San Fernando… Y el pregón se faja en la tarde a la hora del suplicio, y en el horizonte hay un Cristo

cargado por sus cofrades, en paso de recia historia que en la Isla tiene un nombre: de Humildad y Paciencia, el hombre crucificado en la memoria. Cristo muerto expectante que en La Ardila tiene abrigo, y miles de almas, por camino, que le cargan una noche herrante. De los confines isleños llega el Cristo marismeño, abierto su corazón divino por tantos puñales como espinos quepan en esa corona, que le tejen a esta hora bajo un ocaso cetrino. El palo esta noche quema como nunca lo hizo la madera. Cruz de pecadores que espera ser trono del único soberano, que en la Isla aguarda sosegado su fin en la muerte más lenta. Jesús, que domina un Calvario entre luces lacerantes, que llevan sombras a la tarde para formar el mosaico, único y crepiteante, de esta Isla expectante por ser de Dios su sudario. Jesús, que humilde, espera la muerte más segura. Cuando el cielo es el que augura que la mujer más bella y pura sea la que encierre más penas. Como es María, la azucena que teme noche oscura, de tinieblas y sombras, sin luna, fría y pálida,… su condena. Sones a carracas suenan la tarde del Lunes Santo, bajo sombras a purpurado que en abril sabe a pena, cuando en Ancha encadena

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Afligidos su desengaño. Del Cristo inunda La Isla la Pasión que ya avanza. Y es su apoyo la confianza en María, que sola aísla un paisaje de marismas teñido de desesperanzas. Largar colas de escolares truecan la calle en Vía Dolorosa. Y es que todo el mundo sabe que estudiantes aquí es la clave para entender la muerte más honrosa. La de Jesús en un madero, como Rey y Soberano, tras pasar como villano camino del dolor más eterno. Cuando el día ya despunta entre albinas y pleamares, y es el apoyo de la Madre el único que la muerte apunta a un Hijo que aún pregunta si puede ser que el cáliz pase. La cadencia es triste eco que solo el cargador pone cura, cuando al palo da altura llevando el paso al cielo: peso por cuyo anhelo ve reflejado un rostro afligido, que en la Isla descansa el buen Hijo en María, presa de Amargura. La Isla es un único pretorio manchado por la sangre del inocente. Un Jesús salinero, silente, pendiente del fallo acusatorio. Ecce Homo, -aquí está el hombre-, apela un Pilatos cobarde, y ante la turba hace alardes esperando el milagro que asombre. La grandeza del carpintero enmudece por los sayones, que de su piel hacen jirones entre burlas de carceleros,

cuando el látigo hunde el cuero en el cuerpo de ese hombre, macerado por tantos golpes bajo manto de terciopelo… Heridas de odio llenas en una espalda divina. Miradas cruzadas, Jesús y María. Su Salud, como luz plena, que nos guíe por un sendero donde Ella sea consejera, para llegar a lo más alto, como hija y madre buena. Rosa de Salud, primavera, dolorosa del Lunes Santo. Olores a Isla bordean una pena que sola camina, cuando la plata brilla a marisma, reflejada en patios y callejuelas. !Caridad para la Madre¡, grita el cielo, mientras la luna recrea la muerte en el rostro, puro y pendiente, del Hijo que, derrotado, yace muerto. El compás no entiende de alardes bajo el luto más sublime, cuyo manto de negro tiñe la blancura de esta tarde, cuando las sombras tras las caídas den paso a un Ave María rezado por tantos cofrades, que cargan sus jóvenes hombros con la muerte del inocente. Mecíos y quietos entre la gente por una mirada, al cielo clemente y un cuerpo muerto, desvaído…, roto. !Inmaculada¡, santo y seña a la bahía viste crespones negros cuando el día, teñido de rojo rompe el alba. Navegando en su pequeña barca Jesús en cruz, junto a su marinería. Porte vehemente, de hidalguía, que un jueves a perdonar nos llama. Crucifijo de paz, que a todos ama, aunque muera por todos, día a día.

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Cargador que de La Casería traes al Cristo crucificado, galeote por todos afortunado de cargar con tal trabajadera, que siempre perdona, como mejor manera de ser del único Dios, infantería, cuya cuadrilla sea compañía de honores a una paz certera. Esperanza que en la calle tiene bandera, por seña Paz y santo, María. La pasión camina bajo oros y entre caireles la piedad de Cristo, y es que en La Isla nunca se ha visto tan radiante la Pastora, cual tesoros, que encierre tras sus hojas con decoro. La Piedad y Misericordia de Cristo. Un sagrario de porcelana María lleva en su pecho, y camina bajo el marino por techo de un cielo claro cada mañana. Mientras estrellas la acompañan llenándole su corazón deshecho… !Misericordia, Señor, por lo hecho!: dejarte camino del Calvario, ni tenderte mi lienzo como sudario mientras el patíbulo aguarda al acecho, ni ser Simón que ayude un buen trecho a llevar tu cruz, como escapulario, que ayude a redimir tantas penas como tanto pesa la espera de ser tu cirineo en este glosario... Hileras de querubines acomodan este silencio que solo asiste. Cuando es la muerte la que persiste bordeando de espinos esta corona. El que expira en la hora nona reflejos lleva a levante y salitre, que de negros y verdores la Isla tiñen, ungido por esteros y caracolas… Un reflejo de esta luna nueva vence al dolor que en el cuerpo penetra. Doscientos años expirando en la alborada.

Y al hombre abre una nueva Era muriendo en cruz, tras cargar con tanta pena. Tinieblas rompen la noche más ajada… Cuentas del cielo forman un Rosario cuyos misterios la noche encierra, entre las manos de aquella que lleva la mayor esperanza hasta el Calvario. Cada perla es trozo del sudario tejido para quien el designio es que muera. Su salvación solo la cera refleja. Y en su corazón henchido, un sagrario. Esperanza franciscana, estrella de armonía, cuando la noche rasgada trae el nuevo día. (El piropo nunca fue tan sentido… madre y capitana, perdona la osadía tras tantos años rindiéndote pleitesía.… Cada estrofa siente su mejor latido). Un Santo día de tinieblas lleno rompe el velo que siempre fue eterno. El pregón busca el luto tras la piedra. Silencios envuelven el traslado del cuerpo a un sepulcro a cada corazón abierto. Cargadores bajo un peso que no arredra. Un José de Arimatea bajo la caída espera un martillo que sea el que alerte el Descendimiento. La noche es frío sentimiento cuando es la muerte su compañera. Y es la muerte su quebranto que envuelve a María, como el viento, si al mirarla surge el llanto. que arremolina sus pensamientos La porcelana se rompe es lo que siento en nuestra Soledad del Viernes Santo. Bonita isleña en cuyo manto se conjugan pena y sentimiento. Tras el dolor, la alegría de tener a Jesús vivo. Tras horas de castigo,

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insultos y martirio por traer la buena nueva. Esa que a todos salva como hijos del enviado. Apóstoles de lo sagrado que libera a quien ama una cruz hecha de salvas por la vida que nos ha dado. Resucitó el buen Hijo. Aquel que fue maniatado, entre trepás, crucificado, bajo sombras de lentisco; un gloria de regocijo por Jesús Resucitado… (MARCHA) (PIANO) A esta hora, al pregonero permitidle la licencia de apelar a la clemencia que en un Huerto fue reflejo, de un sudor frío, eterno, brotado de piel tersa. Un Jesús derrotado que al Cielo pide asilo en el momento más frío que en su Pasión haya encontrado, mientras sones celestiales rodean este momento, y cincuenta y dos pasos, es un hecho que a esta Oración acompañen… (FUERTE) Jóvenes Cargadores Cofrades, veteranos de la Pasión de Cristo. Nunca el incienso se ha visto tanto como una noche herrante, cuando siquiera el levante quiso dejar solo al Hijo, que de rodillas, vacilante, al Cielo pidió permiso:

(FUERTE) !Dios mío!, -dijo al Padrealeja de mí la angustia que esta noche me turba en este crisol de mares, de penas embravecidas y desgarros subyuvantes… ¡Dios mío!, -dijo al Padrees el cáliz de mi muerte el que presiona la frente con este dolor inefable. ¡Qué Pasión, indomable me espera esta noche, silente…¡ (FUERTE) Y el Cristo sudó sangre. Sus rodillas, entumecidas, incapaces de sustentarle, cayeron de hinojos, presas de vida, ante el Ángel que para consolarle, mientras la muerte en cáliz le daba señalaba a la Madre, esa isleña de Gracia llena cuajaíta de pleamares, que derrama e perlas su pena, cuando el Martes Santo sale por el dintel de La Pastora cargada por sus Cofrades. (FUERTE) Esperanza cañaílla, Señora, que arremolina en torno suyo, lo más preciado que tiene nuestra carga, con orgullo, como son quienes hacen que suenen sus caireles; solo un murmullo, rompiendo la tarde celeste con verdores absolutos… (FIN MARCHA) En la última trepá permitid que el pregón se convierta e oración que quede en el Carmelo,

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bajo un azul marinero más intenso que la mar. Y decid a los cuatro vientos: ¡Patrona guapa, requiebro, en La Isla vendaval…! De amor de hijos del Carmelo, en su ojos, en anhelo bajo carga sin igual… Jóvenes Cargadores Cofrades de mi Isla de León. Hermanos en la pasión que siempre nos persuade para subir hasta el Carmen prendados por el amor, de esa isleña morena, Carmela guapa, azucena, ambrosía de dulzor. Yo quisiera ser tu aguaor en ese paso chiquito, que encierra lo más bonito que del Cielo nos bajó. Cada piropo, una flor, recogida en tu pelo, que un día en Carmelo el Altísimo nos entregó. Yo quisiera ser tu cargador para llevarte por nuestras calles

y ver en tu pelo como el levante se prenda con tal primor. De hermosuras y bellezas, el sabor, como conchas engarzadas en tu talle… Yo quisiera ser la voz, Madre mía del Carmelo, para que el suspiro fuese un ¡Quieto!, eterno que aguantase el albor, de una tarde cuyo candor mantuviese la noche en secreto. Y llevarte por las salinas, compendio de maravillas, que solo aquí pueda darse. Para rendirte pleitesía y padecer esta agonía de vivir sin contemplarte. Madre mía del Carmelo, Reina de la armonía, que cuentas con la cuadrilla que en la tierra formó el cielo, con lo mejor de tus hijos que se ponen bajo un palo, para cargar el pesado testimonio del crucifijo. Sortilegio solemnísimo encerrado bajo tu manto. Muchas gracias.

Real Isla de León, 30 de marzo de 1.996, Sábado de Pasión Jesús Perulero Reyes

(Joven Cargador Cofrade)