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Y E S H Ú A B A R Y O S E F Una novela sobre el Jesús de la historia J o n C o d i n a ‘Yeshua bar Yosef. Una novela del Jesús de la historia’. Versión parcial y gratuita. Prohibida su venta, en parte o en su totalidad. Todos los derechos reservados. © Jon Codina, 2016.

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Y E S H Ú A B A R Y O S E F

Una novela sobre el Jesús de la historia

J o n C o d i n a

‘Yeshua bar Yosef. Una novela del Jesús de la historia’. Versión parcial y gratuita. Prohibida su

venta, en parte o en su totalidad. Todos los derechos reservados. © Jon Codina, 2016.

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YESHÚA BAR YOSEF

Una novela sobre el Jesús de la historia

J o n C o d i n a

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Título original: YESHÚA BAR YOSEF. Una novela sobre el Jesús de la historia.

© Jon Codina, 2016

Reg. B-0817-16

Ilustración cubierta: la barca de Genesaret

© Rafael Guinart Baños, 2016

Reg. B-0816-16

Queda prohibida, salvo excepción prevista en la ley, cualquier forma de reproducción, distribución,

comunicación pública y transformación de esta obra sin contar con la autorización de los titulares de la

propiedad intelectual. La infracción de los derechos mencionados puede ser constitutiva de delito contra la

propiedad intelectual (arts. 270 y ss. del Código Penal).

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En memoria de

Maria Rosa Viladoms i Sagristà (1920-2003).

Aunque probablemente no compartirías

muchas de las cosas que aquí se han escrito,

sé que me habrías apoyado en escribirlas.

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AGRADECIMIENTO

En 2013 y tras seis años de trabajo, ya tenía una versión «razonable» de la

novela y empecé a buscar un agente literario, un paso necesario para todo aquel que

desee publicar. Pues los editores, como norma, ya no hablan con los autores sino con el

intermediario, que es el agente literario. Esta persona, el agente, es a la vez un filtro,

pues descarta trabajos que considera que no son suficientemente buenos y/o que no

serán vendibles. Tras un año conseguí un agente. Su nombre es Alberto Suárez y

representa a la agencia literaria Silvia Meucci, que trabaja a caballo entre España e

Italia. Tuve mucha suerte con él, tanto por su profesionalidad como porque, desde el

principio, se mostró apasionado con el proyecto. A él le debo la corrección

ortotipográfica de la novela y algunos buenos consejos, además de llevar a cabo el

arduo trabajo de intentar vender la obra, principalmente contactando con editoriales

que, a priori, podrían mostrarse interesadas. No diré nombres, pero, en general, fueron

editoriales grandes y medianas. Algunas se mostraron interesadas –una de ellas estaba

incluso dispuesta a editar el libro si se suprimían los tres primeros capítulos (la parte no

pública de Jesús)–; pero, en general, siempre hay dos puntos que les son difíciles de

superar: que la novela tenga más de seiscientas notas al pie de página (me temo que

nunca entendieron que eso agilizaba la lectura, porque separaba la parte técnica de la

literaria), y que el autor –quien esto suscribe–, sea alguien desconocido. Tras un par de

años de negativas, decido ahora lanzar la novela por mi cuenta, aprovechando la

difusión del Jesús histórico hecha desde la página de internet:

www.yeshuabaryosef.com. No obstante, Alberto sigue siendo hoy mi agente literario y

aprovecho estas líneas para agradecer su trabajo y su confianza.

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ÍNDICE

Mapa de Tierra Santa en época de Jesús 11

Mapa de Jerusalén en época de Jesús 13

Aclaración histórica 15

Guía para leer la novela 21

El marco 25

PRIMERA PARTE: VIDA OCULTA 31

CAPÍTULO 01: Yosef, el galileo 33

CAPÍTULO 02: Los tres pases 61

CAPÍTULO 03: El despertar 93

SEGUNDA PARTE: VIDA PÚBLICA(*) 117

CAPÍTULO 04: El maestro 119

CAPÍTULO 05: La decisión 164

CAPÍTULO 06: Galilea 181

CAPÍTULO 07: Nazaret 243

CAPÍTULO 08: Sukkhot 270

CAPÍTULO 09: Solos en el Jordán 356

CAPÍTULO 10: Regreso a Galilea 385

CAPÍTULO 11: La misión 405

CAPÍTULO 12: Rumbo a Jerusalén 431

CAPÍTULO 13: Pésaj 444

CAPÍTULO 14: El Templo 496

APÉNDICE 561

CAPÍTULO 15: El cambio 563

(*) Consideraremos aquí que la vida pública de Jesús empezó con su encuentro con el Bautista

y no con su bautismo o su predicación en Galilea.

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ACLARACIÓN HISTÓRICA

Jesús de Nazaret es un personaje histórico y no un mito literario creado por los

evangelistas o los primeros padres de la Iglesia. La inmensa mayoría de investigadores de

distintas disciplinas (historiadores, arqueólogos, filólogos especializados,… sean

cristianos, judíos, agnósticos o no confesionales) lo apoyan. En esencia, las razones para

ello son tres:

I. Las fuentes históricas no cristianas: en especial, el senador e historiador romano

Publio Cornelio Tácito (56-117/125?), y el historiador judío Flavio Josefo (37-100?)

(ambos pasajes pueden leerse más adelante). Tácito, en su obra Anales, utilizó

probablemente documentos de carácter oficial conservados en archivos romanos,

memorias y obras de otros autores, la mayoría de las cuales están perdidas.1 Este autor

describe muy negativamente a los cristianos, lo que ayuda a conferir credibilidad a su

1 Tácito (c.55-120) era miembro de la aristocracia senatorial de Roma. Ejerció cargos públicos muy importantes

y los últimos veinticinco años de su vida los compaginó con la tarea de escribir la historia de la Roma imperial.

Algunos autores niegan que usara fuentes oficiales romanas, apoyándose, por ejemplo, en el error de Tácito al

considerar que Pilato era procurador y no prefecto; pero Tácito pudo usar el cargo de procurador porque era el

vigente en su época. A favor de su veracidad está, por ejemplo, su evidente tinte anticristiano cuando escribe y

su importancia política para disponer de acceso a las fuentes oficiales. La parte del Libro V de los Anales, que

comprendería el año de la crucifixión de Jesús, se ha perdido; y queda solo la del libro XV, que narra la

persecución y tortura con que Nerón sometió a los cristianos, después del célebre incendio de la ciudad,

culpabilizándoles de lo ocurrido y así tratando de acallar las protestas del pueblo. Algunos autores se preguntan

si se destruyó voluntariamente información del Libro V, porque revelaba un carácter político antirromano de

Jesús. Pero, hoy por hoy, esto es hipótesis.

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testimonio. Por su parte, Josefo escribe escuetamente sobre Jesús en su obra

Antigüedades de los judíos, en un célebre pasaje que se conoce como testimonio flaviano.

Este último pasaje presenta, en efecto, interpolaciones cristianas —añadidos posteriores,

producto de una mano cristiana, tal vez la de Eusebio de Cesarea en el s.IV—; pero eso

no invalida todo el texto 2 . Reconocidos estudiosos avalan su autenticidad, inclusive

autores judíos especializados en la obra de Josefo, como Louis H. Feldman o Geza

Vermes. Además, Josefo habla en un segundo pasaje —en el que no hay

interpolaciones— sobre Jaime (Jacobo/Santiago), a quien denomina «el hermano de

Jesús, que se llamó Cristo» (Ant. Jud., libro XX, 197), hecho que, además, presupone que

en un momento anterior de su obra, Josefo ya había hablado de Jesús.

II. Las incongruencias de las fuentes cristianas esenciales, es decir, los evangelios

canónicos: si realmente se pretendía crear un perfecto mesías universal, no tendría sentido

escribir unos textos tan contradictorios entre ellos y consigo mismos. Así, en tales obras

se asumen hechos o testimonios que dañan la identidad del personaje que describen, y que

se mantuvieron porque existía una tradición oral —y tal vez también escrita, como la

denominada «fuente Q»3—, demasiado fuerte como para despreciarla. Son ejemplo de

ello: la crucifixión —una muerte terrible y humillante—, el trato que Jesús recibe de su

familia —no creen en él, y hasta lo consideran un lunático—, el bautismo —que implica

2 La sorpresa de Orígenes (Contra Celso, 1,47), autor cristiano del s.III, de que Josefo no afirmara que Jesús era

el Mesías, significaría que él había leído el texto pero no la interpolación que, en su época, aún no se habría

dispuesto. (Ya señalamos a Eusebio de Cesarea, que vivió poco después que él, como interpolador). A lo sumo,

Josefo afirmaría que era Jesús quien se creía el Mesías. Josefo, pues, hubo de mantenerse «neutral», pues si se

hubiera mostrado negativo, entonces Orígenes le habría atacado. 3 Fuente o Documento Q: este documento no ha sido encontrado y su existencia es fruto de una hipótesis

científica, pero tiene un gran aval entre los estudiosos. Toma su base en que tanto Mateo como Lucas al redactar

sus evangelios, usaron, en parte, una fuente común. Es decir, copiaron de un documento anterior, que sería el

llamado Q. Este documento contendría casi exclusivamente dichos de Jesús y actuaría a modo de guía para los

primeros predicadores cristianos itinerantes. Su composición se sitúa en torno al año 50. Y es, por tanto, unos

veinte años anterior a la redacción del primer evangelio, que es el de Marcos.

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la aceptación de los propios pecados y que presupone que el bautizado sea quien acepte

las doctrinas del bautizador, y no al revés—, o el pésimo retrato que se hace en ellos de

los llamados apóstoles —no comprenden a Jesús, lo abandonan, etc—.

III. La dificultad para explicar lo que sucedería después, si no contásemos con la

existencia histórica de Jesús: por ejemplo, la carta a los Gálatas de Pablo —considerada

auténtica por la gran mayoría de historiadores y filólogos especializados, y que fue escrita

hacia el 54-57—, en donde este reconoce que conoció, entre otras personas, a Pedro y a

Santiago, el hermano de Jesús. (Gal 1,18-19). Flavio Josefo confirmaba la existencia de

este último, y su lapidación y muerte por los judíos de Jerusalén en el año 62, en ausencia

del procurador romano. Sabemos por la misma carta (Gal 2) que surgieron discrepancias

entre los tres discípulos, aunque Lucas tratara de diluirlas en los Hechos de los Apóstoles.

Pero si algo imperó en el cristianismo primitivo fue siempre su diversidad, pues cada

comunidad lo entendía a su manera. Eso explica tantos y tan distintos evangelios (hay

más de 50). Los cuatro evangelios canónicos, que son también los más antiguos (años 70-

100), no nacieron como una conspiración de cuatro personajes en la sombra, sino que son

fruto de la evolución del cristianismo en distintas comunidades. Y nacieron en un

momento muy claro: tras la caída de Jerusalén y la destrucción de su templo, al concluir

la primera guerra judeorromana (año 70). En esa época escribe primero Marcos, y lo hace

en buena parte para indicar que los cristianos son pacíficos y distintos de los judíos que se

alzaron contra Roma. Señala que hasta los cristianos se llevan mal con los judíos, pues

estos últimos no reconocieron al mesías Jesús e incluso indujeron su muerte. Los

evangelios citan también a personajes reales: Juan el Bautista, los reyes judíos Herodes el

Grande y Agripa I, los etnarcas Herodes Antipas y Filipo, los sacerdotes Anás y Caifás,

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Poncio Pilato,… todos ellos citados también por Josefo. Pablo, además, explica en sus

cartas sus vicisitudes desde que se convirtió al cristianismo, pero también las de sus

muchos colaboradores, hombres y mujeres, con nombres, lugares, etc... Es muy difícil

decir que todo ello sea falso, pues Pablo escribe a comunidades —algunas fundadas por

él, otras no— que conocen también a estos personajes. Comunidades donde discípulos de

Jesús, como Pedro, visitaban y explicaban lo que recordaban de su maestro. Hay además

personajes del cristianismo primitivo del s.I, que se cree que tuvieron contacto con

apóstoles o discípulos directos de Jesús, como Clemente de Roma (?-97?) e Ignacio de

Antioquía (?-110?), y cuya historicidad no se cuestiona. Por otra parte, sabemos por

Suetonio (s.I-II), que en época de Claudio, hacia el año 49, ya se expulsó de Roma a

judíos por causar alboroto por un tal Chresto (=Cristo). Probablemente eran disputas entre

judíos y cristianos, pues los romanos no diferenciaban todavía entre ambos. También, y

según los evangelios (especialmente Juan: Jn 9,22; 12,42; 16,2), hacia finales del s.I no se

permitía el acceso de los «cristianos» a algunas sinagogas. Finalmente, el Talmud

(Talmud de Babilonia, tratado Sanhedrín 43a) no cuestiona la existencia de Jesús, aunque

lo considere un mago embaucador que murió colgado (=crucificado) en víspera de la

Pascua. Ahora pues, ¿cómo explicar todo esto si Jesús no existió? Como historiador, es

más fácil hacerlo admitiendo su existencia.

Las obras literarias o documentales que niegan la existencia histórica de Jesús, no

tienen apoyo historiográfico serio, y basan sus argumentos en las similitudes de la vida y

circunstancias de Jesús con otros dioses de la antigüedad (como Mitra, Horus, Perseo,…),

maestros de sabiduría de otras culturas (Krishna, Pitágoras,…), reyes extranjeros (Sargón

de Accad,…), u otras religiones (religiones mistéricas). Muchas de estas similitudes

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verdaderamente existen, pero son explicables por distintos motivos: la influencia de la

cultura irania y griega que recibió la religión hebrea durante muchos siglos; el hecho que,

tras su muerte, se quiso divinizar a la figura de Jesús; a que muchos pasajes

neotestamentarios son, en efecto, ficticios (como las narraciones de la infancia de Jesús,

milagros contra la naturaleza,…) y carece de sentido tomarlos como auténticos; y porque

los evangelios son, en esencia, paulinos, es decir, están claramente imbuidos por la órbita

de Pablo de Tarso —San Pablo—, un judío fuertemente helenizado, que repensó y

transformó el mensaje de Jesús, al que ni siquiera conoció, y del que tomó su muerte

como epicentro y finalidad de su vida, y la consideró como un sacrificio vicario para la

salvación de una humanidad que ya estaba condenada por el pecado original. Pero esto no

es de Jesús; sino, y como muestran sus cartas, de Pablo.

Flavio Josefo (entre corchetes, «[ ]», las interpolaciones):

Por esta época vivió Jesús, un hombre sabio [, si se le puede llamar hombre]. Fue

autor de obras sorprendentes y maestro de los hombres que acogen la verdad con placer

y atrajo no solamente a muchos judíos, sino también a muchos griegos. [Él era el

Cristo.] Y aunque Pilato, instigado por las autoridades de nuestro pueblo, lo condenó a

morir en cruz, sus anteriores adeptos no dejaron de quererlo. [Al tercer día se les

apareció vivo, como lo habían anunciado los profetas de Dios, así como habían

anunciado estas y otras innumerables maravillas sobre él.] Y hasta el día de hoy existe la

estirpe de los cristianos, que se denomina así en referencia a él.

(Antigüedades de los judíos, libro XVIII, 63).

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Publio Cornelio Tácito:

Mas ni con los remedios humanos ni con las larguezas del príncipe o con los cultos

expiatorios perdía fuerza la creencia infamante de que el incendio [de Roma] había sido

ordenado. En consecuencia, para acabar con los rumores, Nerón presentó como

culpables y sometió a los más rebuscados tormentos a los que el vulgo llamaba

«cristianos», aborrecidos por sus ignominias. Aquel de quien tomaban nombre, Cristo,

había sido ejecutado en el reinado de Tiberio por el procurador Poncio Pilato; la

execrable superstición, momentáneamente reprimida, irrumpía de nuevo no solo por

Judea, origen del mal, sino también por la Ciudad [de Roma], lugar en el que de todas

partes confluyen y donde se celebran toda clase de atrocidades y vergüenzas.

(Anales, libro XV, 44, 2-3).

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GUÍA PARA LEER LA NOVELA

Querido lector, a continuación se dispone a leer una historia novelada de la vida de

Jesús de Nazaret, que se ha intentado confeccionar sobre la base de aquello que los

investigadores que siguen una línea histórico-crítica han expuesto a lo largo de más de

dos siglos de estudio. Sin embargo, intentamos novelar unos hechos, muchos de los

cuales no puede probarse que sean estrictamente históricos. De hecho, probablemente por

esta razón, muchos historiadores estarán ya en desacuerdo con novelar la vida de Jesús, y

aún en mayor desacuerdo con novelar la etapa anterior a su ministerio, pues para ese

período, la ausencia de datos es prácticamente absoluta. Debemos señalar que no les falta

razón, especialmente en lo que corresponde a la vida no pública de Jesús —los tres

primeros capítulos de la novela—, que son una reconstrucción ficticia obligada; aunque

se disponga de unas bases muy rudimentarias —si bien necesarias—, como son el

conocimiento del contexto histórico del s.I y lo que Jesús haría después, es decir ya en su

vida pública. Asimismo debemos señalar que, en cuanto a su vida pública, existen

también numerosas lagunas, así como eternas zonas de discusión entre autores, lo que

vuelve necesariamente cuestionables diversos puntos de la novela. Entenderá pues el

lector, la complejidad de nuestra tarea. Sin embargo, también es cierto que existe un

notable consenso entre investigadores en lo esencial sobre la figura de Jesús, lo cual

resulta alentador, y ha sido la base sobre la que se ha edificado esta novela.

En general, nuestra obra sigue el principio básico que popularizó Guillermo de

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Ockham (c.1288-1349), teólogo franciscano y filósofo inglés, con el axioma «Los entes

no deben multiplicarse sin necesidad»4. Es decir, que no se debe recurrir a explicaciones

sobrenaturales para explicar los hechos históricos. Como explica el historiador español

Julio Aróstegui5, «La mejor interpretación es aquella que explica más cosas, que tiene en

cuenta más elementos y que, por el contrario, tiene la arquitectura más sencilla, más

simple… aquella que está apoyada por mayor evidencia empírica. Y aunque puedan haber

varias, siempre hay una más significativa que hay que resaltar, sin excluir a las demás». Y

esa es la que hemos intentado alcanzar, pese a las dificultades ya explicadas.

Creo que podemos afirmar con sinceridad, que hemos intentado mantenernos

siempre dentro de la asepsia y controlar nuestra subjetividad, tanto como nos ha sido

posible. Creemos que todos los puntos que exigen justificación están explicados en las

notas que hemos incluido. También se explican en ellas conceptos y vocabulario propios

de la época, o se citan los pasajes del Nuevo Testamento (NT) que se han desarrollado en

la novela, para que el lector interesado pueda hacer su propia valoración. En algunos

casos donde existen distintas interpretaciones en discusión, se ha razonado el porqué de la

elección escogida. Igualmente, y debido a numerosas omisiones o a lagunas dentro del

mismo Nuevo Testamento —la fuente esencial para conocer a Jesús de Nazaret—,

algunos pasajes de la novela son ficticios, y así se han señalado. Finalmente, se ha

4 Ockham, Guillermo de. Llamado también principio de economía de pensamiento o de parsimonia, aunque no

es original del autor —el primero en utilizarlo fue Aristóteles —fue usado a menudo por Ockham como

instrumento didáctico y como fórmula para combatir postulados de distintos autores. Este principio establece

que, si un fenómeno puede explicarse sin suponer una entidad hipotética, ya sea por ejemplo un hecho

sobrenatural o un concepto abstracto, no hay motivo para suponerla. En otras palabras, en igualdad de

condiciones, la teoría más sencilla que explica un hecho es la más probable. El elemento decisivo no se

encuentra tanto en la formulación del principio, sino en determinar qué entidades son necesarias y cuáles no

para explicar un hecho. Postulados de muchos filósofos griegos o cristianos no superaron este principio

elemental (lo que colaboró en la aparición de la llamada crisis de la escolástica en el s.XIV), de ahí su

generalización en filosofía como la «navaja de Ockham»; y supuso un paso más en el avance de la razón. Puede

encontrarse al final de su obra Ordinatio (Comentario a las Sentencias de Pedro Lombardo), o en el Tratado

sobre los principios de la teología (Aguilar. Buenos Aires, 1972. pp. 129-138), aunque este último libro se

considera, en la actualidad, obra de un discípulo suyo. 5 Aróstegui, Julio. La investigación histórica: teoría y método. Crítica. Barcelona, 2001. p. 377.

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proporcionado más información para aquellos lectores que la deseen, remitiéndoles al

apartado correspondiente del trabajo histórico sobre el que está basada la novela, y que

recoge estudios de más de doscientos autores desde mediados del s.XIX hasta hoy, y que

se indicarán con una referencia entre paréntesis al pie de página. Pero siempre

reconoceremos nuestros límites, nuestra subjetividad, nuestros errores y nuestro

atrevimiento en novelar esta historia.

Todas las citas del Antiguo Testamento en la novela proceden de la Biblia de

Jerusalén, edición de Desclée de Brouwer, Bilbao, 1975 (Edición digital) y las citas de

los Evangelios canónicos proceden de la obra Todos los evangelios. Canónicos y

Apócrifos, edición de Antonio Piñero Sáenz, publicada por la editorial Edaf, en Madrid,

marzo de 2009. Aunque algunas han sido parcialmente adaptadas para obtener un

lenguaje más fluido, modificando a veces su tiempo verbal o su sintaxis.

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EL MARCO

Según el griego Heródoto, considerado el padre de la historia, el mundo es una isla

que flota rodeada por un océano inmenso y llano. El mar Mediterráneo es capaz de

penetrar esta isla desde el oeste, atravesando las columnas de Hércules (el estrecho de

Gibraltar) hasta alcanzar su centro. Los griegos llaman ecúmene a esta gran isla en la que

habitan los hombres, y que se extiende desde la soleada África al sur, hasta las frías

regiones de Britania al norte, y desde la fértil Iberia al oeste, hasta la exótica India al este,

donde Alejandro el Grande consiguió llegar. Los griegos consideraron que el centro de

esta tierra habitada, el ombligo del mundo al que llamaban ónfalos, era su país, y aún más

concretamente, el santuario de Delfos. Los romanos difundieron esta creencia en su

cultura, considerando que con cada nueva conquista, acercaban su frontera a la frontera

natural de la ecúmene. Los judíos, en cambio, estaban convencidos de que el ombligo del

mundo era la ciudad de Jerusalén, y aún más concretamente, su Templo. El también

griego Estrabón, en el s.I, cambiará estas ideas, proporcionando una cartografía más

precisa y cercana a la actual. Sin embargo, su obra tardará aún cierto tiempo en difundirse

entre la gente de su época; y en el tiempo de Jesús, prevalecían los otros puntos de vista.

En línea recta y a unos ochenta kilómetros al norte de Jerusalén se halla la aldea de

Nazaret, en la fértil baja Galilea, donde empieza esta historia hace unos dos mil años, una

aldea muy pequeña que cuenta a lo sumo con unos cuatrocientos habitantes, la mayoría

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campesinos dedicados al cultivo de cereales, uva negra y a la recolección de la aceituna.

Es el año octavo de la era cristiana, y aunque Galilea está gobernada por un aristócrata

judío, Herodes Antipas, el poder real lo ostenta el césar de Roma, el anciano Octavius

Augustus, primer emperador romano. «Yeshúa» —forma abreviada del hebreo

«Yehoshua» (Josué), que significa «Yahvé salva» y que traducimos por Jesús —es un

joven judío de unos quince años6. Desde los trece es considerado ya un adulto, y puede

ser tratado y juzgado según la ley de Moisés, recogida en la Torá7. Ha recibido formación

religiosa como otros chicos de su edad y condición, mostrando aptitudes. Su padre le ha

enseñado su oficio, como corresponde a todo buen judío el educar en un trabajo a sus

hijos para ganarse el sustento diario8.

Yeshúa vive con su familia en Nazaret, la aldea donde nació9, junto a su padre

6 Edad de Jesús: Según Mateo (Mt 2,1), Jesús nació mientras aún reinaba Herodes el Grande, y este murió en el

año 4 a.e.c (antes de la era común= antes de Cristo). En consecuencia, el nacimiento de Jesús se produciría un

poco antes. En la novela tomamos el año 6 a.e.c. por Mt 2,16 («Entonces Herodes se encolerizó mucho… y

mandó matar a todos los niños de Belén y en todas sus comarcas… desde la edad de dos años hacia atrás…»).

El cálculo del nacimiento de Jesús en el año 1 es un error que se debe al monje y abad Dionisio, apodado el

Exiguo, quien, sobre el año 525 y por encargo del papa Juan I, calculó el nacimiento de Jesús equivocándose en

unos años. Cuando en el s.IV se empezó a celebrar el nacimiento de Jesús, (antes solo se celebraba la Pascua,

muerte y resurrección), Constantino I propuso, hacia el 321, la fecha del 25 de diciembre para que coincidiera

con una importante festividad romana conocida como Natalis Solis Invicti («nacimiento del Sol Invencible»),

aproximadamente en el solsticio de invierno, cuando el «Sol Invicto» renace, marcando el inicio del predominio

de las horas diurnas respecto a las nocturnas. (La divinidad de Mitra, importante en los ss.II-IV en el orbe

romano, especialmente entre los legionarios, aunque nunca llegara a ser religión oficial, fue integrada en este

culto al Dios Sol y a veces se confunden). En el año 350, el papa Julio I reconoció oficialmente el día 25 como

la fiesta de la natividad. Cuando el cristianismo se oficializó en el Imperio Romano (edicto de Tesalónica, 380),

esta fiesta pagana se convertiría en una fiesta cristiana, lo que facilitó también la aceptación de esta nueva

religión; aunque sin existir relación alguna con la fecha auténtica del nacimiento de Jesús, la cual, o bien ya los

evangelistas desconocían o, si aceptamos a Lucas, podría haber sucedido en verano, («los pastores pasaban la

noche al raso», Lc 2,8, y por tanto, no necesitaban resguardarse del frío nocturno de las otras estaciones). La

fiesta del Sol Invicto llegaba al final de las Saturnales, unas alegres fiestas populares en honor a Saturno

celebradas la semana anterior, y que tenían su origen en la celebración del fin de la siembra. Después del día 25

empezaban las Sigilarias, unas festividades en las que se hacían regalos a los niños. Todas estas fiestas están en

el origen de la actual Navidad. (Puede leerse más en el apartado J1a). 7 La Torá (‘Enseñanza’, aunque suele traducirse del griego nomos, ‘Ley’): el equivalente al Pentateuco (‘cinco

rollos’) de los cristianos, es decir los cinco primeros libros de La Biblia: Génesis, Éxodo, Levítico, Números y

Deuteronomio. (Puede leerse más en el apartado I3c). 8 Una sentencia rabínica dice «Quien no le enseñe un oficio manual [a su hijo], le está enseñando a robar.»

(Talmud de Babilonia, tratado Qiddushin 30b). Jesús heredó la profesión de su padre (Mt 13,55 y Mc 6,3). 9 Lugar de nacimiento: De los cuatro evangelios canónicos, Marcos, el más antiguo, y Juan, el más tardío,

señalan la aldea de Nazaret. Mientras que los otros dos citan la ciudad de Belén de Judea. Mateo explica que

José y María vivían en Belén, mientras Lucas cuenta que vivían en Nazaret y solo se desplazaron a Belén en

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Yosef (José), su madre Miryam (María) y sus muchos hermanos10. Su piel está tostada

por el sol de Galilea, y sus manos, habilidosas para el trabajo, muestran callos precoces.

Lleva una barba escueta y tímida y sus ojos, de un color marrón vivo; están habituados a

calcular las medidas exactas de todas las cosas que construye en el diminuto taller de su

padre, o fuera de él11. El joven trabaja reparando y confeccionando instrumentos de

razón de un censo. A pesar de este aparente empate, las razones que inclinan a pensar que Jesús nació en Belén

son de carácter exclusivamente teológico y no pueden constituir un hecho histórico. Veamos: a) La no

existencia de referencias escritas a un «Jesús de Belén», sino solo y reiteradamente, a un «Jesús de Nazaret» (En

la antigüedad se expresaba así el lugar del nacimiento); b) Se creía que el Mesías tenía que nacer en Belén de

Judea según una profecía de Miqueas (Miq 5,1); c) El propio NT cuestiona que Jesús pudiera ser el Mesías

porque era oriundo de Nazaret: ¿No dijo la escritura que la descendencia de David y de la aldea de Belén, de

donde venía David, viene el Cristo? » (Jn 7, 42); «Y le dijo Natanael: «¿De Nazaret puede venir algo

bueno?’…» (Jn 1, 46 frag.); d) El hecho de que los primeros cristianos fueran llamados «Nazarenos« por los

judíos, al menos desde mediados del s.I (Hch 24, 5-6); e) El Talmud llamaba a los cristianos «nosrim»

(Nazarenos). f) Los evangelios de Mateo y Lucas tienen poca credibilidad, pues describen un nacimiento tan

diferente de Jesús, que se podría inferir fácilmente que se trata de dos personajes distintos, cuyo nexo común

son abundantes referencias milagrosas y citas justificativas al AT. g) La veracidad de un nacimiento tan

espectacular en Belén pone en duda que, años después, su madre y sus hermanos lo fueran a buscar porque

creían que estaba «fuera de sí» (Mc 3, 20-21); o «ni siquiera sus hermanos creían en él» (Jn 7,5). h) La

tradición de los padres de la Iglesia, en especial Hegésipo (s.II), parece confirmar también los orígenes de la

familia de Jesús en Nazaret. i) El censo de Quirino que menciona Lucas (Lc 2,1-5) corresponde a una fecha

posterior (años 6/7), y fue hecho en razón de la destitución del etnarca Herodes Arquelao y la creación de la

gran provincia romana de Iudaea. Ocurrió pues, cuando Jesús tenía entre 10-13 años. (Recordemos que Jesús

nacería entre el 7 y 4 a.e.c.). No hay noticia de ningún empadronamiento o censo de la época en que nació Jesús.

El historiador del s.I Flavio Josefo se refiere ya al censo de Quirino (años 6/7) como algo nuevo y sin

precedentes. Además, Publio Sulpicio Quirino no era gobernador de Siria en la época en que Jesús nació.

Tampoco sería correcto que alguien que viviese en Galilea, gobernada en el año 6 por el judío Herodes Antipas,

fuese a censarse en Judea, una provincia soberana (y tributaria) del Imperio Romano. j) Arqueológicamente se

ha verificado la existencia de la aldea de Nazaret en la época de Jesús (y mucho antes), con tumbas, lagares o

casas con restos de cerámica. (Más información en el apartado J1a.ii).

La idea de un nacimiento milagroso procede de los capítulos iniciales de Mateo y Lucas, muy generalizados

entre la audiencia cristiana. Sin embargo, las fuentes más antiguas del cristianismo (Marcos, Q y Pablo)

desconocen cualquier hecho milagroso —siendo obvio que de haberlo sabido lo habrían comunicado —y los

relatos contados por Mateo y Lucas son de difícil credibilidad. (Sobre el nacimiento virginal de Jesús, puede

leerse más en la nota 48). Sobre estos relatos citaremos ejemplos muy conocidos: La estrella de Belén (Mt 2,9):

en la antigüedad, la estrella era el símbolo de la realeza, y se creía que era una señal divina de reconocimiento.

Así se indicaba el nacimiento de grandes personajes, como sucedió por ejemplo con Jerjes I de Persia, Octavio

Augusto o Trajano en Roma y Alejandro Magno, Mitrídates el Grande o Demetrio I Poliorcetes en Grecia. Para

el evangelista no cabía duda que si los grandes reyes habían tenido una, Jesús debería haberla tenido igualmente.

Esta historia es, posiblemente, una reelaboración de la historia del profeta de Oriente Balam, quien ve el ascenso

de la estrella de Jacob (Núm 24,17). Los magos venidos de Oriente —que no reyes—también son obra

exclusiva de Mateo (Mt 2,1-2), y aportan universalismo a la figura de Jesús, quien sería así entendido como rey,

tanto para judíos como paganos. Este relato muestra incongruencias, como el hecho de que unos magos paganos

vengan de tan lejos para adorar al «rey de los judíos» (Mt 2,2), o su ingenuidad ante el rey Herodes. El episodio

del Templo (Lc 2,41ss.) en el que un Jesús de 12 años deslumbra a los sabios de Israel en el lugar más

destacado, el Templo, es consecuente con que todo personaje ilustre debe ya despuntar en su juventud. 10 Así lo explica el Nuevo Testamento y en varias ocasiones (Mc 3,31. 6,3; Mt 13,55-56; Jn 2,12,…). (Sobre la

familia de Jesús puede consultarse el apartado J1b). 11 Probablemente el lector se pueda interrogar por el físico de Jesús. Ello cae fuera de nuestros conocimientos,

pues no tenemos base alguna para e llo. El breve retrato que daremos está basado esencialmente en la ficción.

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madera, y también aradas para el campo o yugos para los animales12. Si es preciso, trabaja

también la tierra en las épocas de cosecha, pero a menudo se emplea en la construcción de

casas, no solo en Nazaret, sino en los pueblos de alrededor. Sus parábolas nacerán de

todos estos contextos. El shabbat13, el día sagrado para su pueblo, lo dedica al descanso y

a su dios, Yahvé, como todo buen judío.

Yeshúa bar Yosef 14 —Jesús hijo de José— es pues un muchacho judío de clase

La síndone de Turín no es, al menos hasta la fecha, una prueba históricamente válida, por mucho empeño que se

quiera poner en ella. 12 La palabra que usan los evangelios para describir el oficio de Jesús —recordemos que todo el Nuevo

Testamento (NT) está escrito en griego— es tékton y, aunque tradicionalmente se tradujo por carpintero, su

significación es más amplia: artesano o constructor se adaptan mejor. (Leer más en el apartado J2). 13 Shabbat (‘Sábado’): Día sagrado para los judíos que marcaba el cuarto mandamiento de Moisés: «Recuerda

el día del sábado para santificarlo.» (Ex 20,8). Día pues, de dedicación a Dios y exento de todo tipo de trabajos.

Dios: En los diálogos de la novela no usaremos esta palabra, pues los judíos evitaban pronunciar el nombre de

Dios por respeto al tercer mandamiento (Ex 20,7). Según la tradición, a partir del momento en el que Dios se

reveló a Moisés en el monte Horeb/Sinaí bajo el nombre de Yahvé («El que es» o «el que existe»). Los judíos

del s.I, pues, ya no la empleaban, y en su lugar usaban otros nombres como, por ejemplo, Adonay («Señor»),

Hashem («El nombre»), el Cielo, el Justo, el Poder... (Apartados I3d y J12). 14 Los judíos no tenían apellido, y usaban el nombre del padre para identificarse. Esta nombre completo aparece

en el evangelio de Lucas (4,22) y Juan (1,45; 6,42). Jesús fue también conocido desde muy temprano con un

sobrenombre: Jesús de Nazaret, en arameo Yeshúa ha-Notsrí. Nazaret era entendida por todos los evangelistas

como una aldea de Galilea (Mc 1,9; Mt 2,23; Lc 24,19; Jn 1,45-46). Pero también Marcos denomina a Jesús con

el griego nazarenós, usado como adjetivo (Jesús «Nazareno»: Mc 1,24), o sustantivo (Jesús «el Nazareno»: Mc

10,47; 14,67; 16,6). Mientras que Mateo y Juan prefieren utilizar mayoritariamente el sustantivo griego

nazôraios, es decir «nazoreo» (Mt 2,23; Jn 18,5-7. 19,19). Y Lucas usa indistintamente los dos (Lc 4,34; 24,19

cf. Hch 2,22; 3,6). Sin embargo, esta distinción no es trivial, y hay autores que defienden dos hipótesis distintas

que nada tienen que ver con la aldea de Nazaret: 1) Jesús el Nazoreo era en realidad un nazir. Los nazires

eran aquellos israelitas que consagraban su vida a Dios, temporalmente o de forma perpetua, por medio de un

voto voluntario (como favor, agradecimiento, ascetismo, vocación espiritual,...). La Biblia narra los casos del

juez Sansón (Jue 13,7) o el profeta Samuel (1 Sam 1,11). El nazir debía cumplir un triple voto: no cortarse el

pelo, abstenerse de bebidas alcohólicas y no acercarse a ningún cadáver (Núm 6,1-21; Am 2,11-12). Y tal vez,

el celibato. La transcripción errónea —¿voluntaria?— por parte de los evangelistas, de «nazoreo» por

«Nazareno», en referencia a una localidad, Nazaret, sería la explicación del equívoco. Pero esta hipótesis,

aunque posible, tiene sus dificultades: a) A Jesús se le acusaba de beber vino y ser comilón (Mt 11,19); b) Jesús

no se muestra reacio del todo al contacto con cadáveres, como puede verse en algunas de las resurrecciones (Mc

5,35-43; Lc 7,11-17; Jn 11,38-44). Es cierto que él no toca los cadáveres, pero en el primer caso (la hija de

Jairo) entró en la misma habitación, y en el segundo (la viuda de Naim) tocó el féretro, siendo ambos motivos de

impureza. Y cuando la hemorroísa le tocó el vestido (Mc 5,25-34), Jesús no pareció contrariado sino todo lo

contrario, aun a pesar de quedar impuro «hasta la tarde» (Lev 15,19). c) El hecho de que los evangelistas

hubiesen cambiado «nazoreo» por «Nazareno», escogiendo una aldea llamada Nazaret, que precisamente

aquellos que sostienen esta hipótesis del nazireato de Jesús defienden como inexistente en el s.I, resulta

incongruente. La Nazaret del s.I está arqueológicamente bien documentada. 2) Jesús era miembro de la estirpe

del rey David: La raíz hebrea «ntzr» expresa la idea de «guardar, observar», y confiere a nazôraios [«nazoreo»]

un sentido mesiánico por la vía de Isaías 11,1: «Saldrá un renuevo del tronco de Jesé, un vástago [nétser]

brotará de sus raíces…». «Nazoreo» puede significar también «el vástago», el mesías que surge de las raíces del

tronco de Jesé, que es la familia real de David. Sin embargo, la pretensión de que Jesús era del linaje de David

por parte de su padre terrenal José (Lc 1,32. 2,4), como también muestran las dos genealogías de Jesús (Mt 1,1-

16; Lc 23-31), o Pablo (Rom 1,3), supone serias dudas: a) Las dos genealogías de Jesús, que no casan. b) La

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humilde, trabajador, con escasa formación cultural pero inteligente, sensible a la realidad

que le rodea, orgulloso de su pueblo y con un sentimiento religioso y una vocación

espiritual muy fuertes. Este es nuestro protagonista y esta podría ser su historia.

contradicción de indicar que Jesús es hijo de David por parte de padre (José), cuando el verdadero padre de

Jesús no es José —según los evangelios—sino Dios. c) Cuando el mismo Jesús formula la pregunta: «¿por qué

dicen los escribas que el Ungido [=Mesías] es un hijo de David?» (Mc 12,35). d) Igualmente, y como ya

dijimos, ¿por qué Dios habría situado a María en una situación tan comprometida de vergüenza pública con la

apariencia de una adúltera, algo que en esa época era una grave mancha al honor? En ese sentido, otro de los

propósitos de las genealogías de Jesús fue proporcionarle un linaje social honorabilísimo, pues la familia era la

depositaria del honor de los antepasados. Citando a Jesús: «como el Padre, así el hijo» (Mt 11,27). e) Jesús es

llamado «hijo de David» en varias ocasiones, pero ello no presupone que Jesús sea hijo de David en sentido

literal. (Puede leer más sobre ambas hipótesis en el apartado J1a.iii.).

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PRIMERA PARTE

VIDA OCULTA

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CAPÍTULO 1

YOSEF, EL GALILEO

Nazaret, año 8.

Aaron entró en la casa a prisa y jadeando, y no se detuvo hasta llegar a la habitación

de sus padres, cruzando el patio central a gran velocidad. El niño llevaba el borde inferior

del vestido manchado de barro y las patillas empapadas de sudor. En el dormitorio, se

encontraban reunidos los suyos. Dos figuras ocupaban el centro de la habitación. Sara, su

madre, que aun se conservaba bella en opinión del muchacho, parecía aquel día haber

envejecido por lo menos diez años. Con el rostro triste, los ojos llorosos y el pelo

toscamente encanecido, sostenía en su regazo la mano de su marido, Zacarías, el padre de

Aaron, que yacía en la cama con el rostro pálido y las piernas encogidas. El viejo, pues,

superaba de largo los cincuenta años, era de los hombres más ancianos del pueblo y daba

muestras inequívocas de sufrimiento mientras se sujetaba el bajo vientre con una mano, y

soportaba como podía los avatares del dolor y los escalofríos de una débil fiebre. Sus

otros dos hijos varones y su hija mayor, Esther, contemplaban la escena apenados y en

silencio. Eleazar, el segundo de los tres hermanos varones, acababa de ser padre de una

niña, pero no parecía feliz ese día a ojos del chiquillo. La tía Raquel, la hermana pequeña

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de Zacarías, viuda y sin hijos, le acariciaba el pelo a su hermano. Su pronta viudedad la

había trastocado un poco el entendimiento, pero continuaba siendo apreciada en la

familia, siendo como era tan dulce y paciente con los más pequeños.

Aaron era el único hijo varón de Zacarías y Sara, su segunda esposa. El pequeño se

quedó cerca de tía Raquel, agarrado a su vestido, y contemplando la escena con los ojos

fijos en su padre. La pequeña María, que apenas contaba tres años de edad, comprendía

que algo era diferente. Y se quedó junto a su hermano, como acostumbraba a hacer. La

familia de Zacarías era de las más ricas de la aldea y había prosperado merced al cultivo

de la vid, que incluso exportaban a algunos pueblos de alrededor.

—Ya está aquí —dijo Aaron aprovechando un instante de descanso entre dos

respiraciones.

—Ta qui —repitió la pequeña María, imitando a su hermano.

—Lo he encontrado —añadió Aaron, después de tomar aire.

—Contrado —repitió inocentemente la pequeña.

Eleazar salió de la habitación y se dirigió a la entrada de la casa. Él, Simeón y

Esther eran hijos de la primera mujer de Zacarías, que había fallecido hacía unos doce

años por unas fiebres altas. Al poco rato se oyeron crujidos de pisadas en la antesala y

una breve conversación. Luego unos pasos que se acercaban y una larga figura entró

pausadamente en la habitación. Tuvo que agachar un poco la cabeza para pasar. Su

sombra cubrió la escasa luz que llegaba al enfermo, quien giró la cabeza para ver al recién

llegado. Detrás de él venía Eleazar.

—Pasa, pasa Yosef15 —añadió Sara, la esposa de Zacarías.

—Que la paz esté con todos vosotros —dijo el extraño con una voz grave, aunque

15 Yosef: forma hebrea de José. Abreviatura de Yehosef.

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no exenta de calidez.

—Y contigo Yosef —dijo tía Raquel.

—Gracias por haber venido —añadió por último, y desde el fondo de la habitación,

Simón, el primogénito de Zacarías.

Yosef era un hombre notablemente mayor, superaba la cuarentena, pero su cuerpo

se mantenía recio y ágil, al igual que su mente. El bigote y la barba habían empezado a

encanecerse, pero aún predominaba el tono castaño en sus cabellos. Su barba, tal y como

prescribía la ley16, no estaba cortada en sus lados, de forma que sus patillas formaban

unos rizos, muy habituales en la mayoría de los judíos varones. Sus ojos eran grandes y

muy expresivos, y su mirada penetrante, pero no invasiva. Su espalda estaba ligeramente

encorvada, habido como estaba de conversar con gente de menor estatura. Vestía una

túnica hasta las rodillas y por dentro una suerte de calzones que llegaban hasta un poco

más abajo. La túnica estaba abierta por los lados, que se mantenían cerrados gracias a un

ceñidor. Llevaba también un manto sobre ella pues refrescaba al atardecer, y un pequeño

turbante alrededor de la cabeza. Yosef contempló rápidamente a los presentes. Y antes de

posar la mirada en el enfermo, observó unos instantes el rostro de Simeón. Su expresión

era diferente a la de los demás; había cierta tristeza, pero no denotaba preocupación. Su

rostro mostraba cosas que no gustaron al extraño. Pero, por supuesto, no dijo nada.

—Es mi Zacarías —le dijo Sara.

—El Cielo lo reclama —añadió Raquel.

Yosef asintió muy levemente.

—Hace dos días que no come y bebe poco y anteayer empezó a tener fiebre, aunque

creo que no mucha —continuó Eleazar.

16 Lev 19,27; 21,5.

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—También le duele mucho la barriga —añadió Sara, y Zacarías asintió desde la

cama.

—Entiendo —respondió Yosef—. ¿Cómo pasó?

—Fue después de cenar. Dijo que no se sentía bien y se acostó. Desde entonces

apenas se ha levantado.

—¿Qué comió?

—Ah… —balbuceó Eleazar —. No sabría decirte que...

—Nada especial —contestó Sara—, comimos verduras, nueces, queso y un pedazo

de pollo. Todo kosher17 —aclaró.

—¿Y qué bebió?

—Vino. Él siempre bebe vino.

—Entiendo —dijo Yosef—. ¿Has ido de vientre desde entonces Zacarías?

—No.

—¿Y a orinar? ¿Cuándo fue la última vez que fuiste?

—Creo que… ayer por la mañana —dijo después de pensarlo.

—¿Orinaste mucho?

—Poco… muy poco —concretó Zacarías con esfuerzo—. A veces cuesta.

Yosef se acercó a la cama del enfermo y se sentó a su lado, en el espacio que le dejó

libre la tía Raquel. Puso su mano sobre la frente del enfermo y luego le tomó el pulso,

mientras con la otra examinaba los ojos y las encías del paciente. La coloración le pareció

buena.

—Yahvé nos lo reclama.

—Oh, no vuelvas a decir eso Raquel, por favor —le respondió Sara.

17 Kosher («apto»): Es la comida aceptada, apropiada según la ley judía, y preparada según sus indicaciones.

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Yosef examinó el vientre del paciente con una de sus grandes manos que casi ocupó

la totalidad de la región cuando se posó sobre su barriga. La zona del bajo vientre estaba

abultada, caliente y era sensible cuando la tocaba.

—Respira profundamente, Zacarías —añadió Yosef.

El viejo cogió aire, pero al final de la respiración se detuvo y de sus labios escapó

un leve gemido de incomodidad.

—¿Te molesta aquí? —dijo Yosef tocándole el bajo vientre.

—Sí.

—Bien, vuelve a respirar normal. Creo que es tu vejiga, Zacarías. La orina no puede

salir y se ha acumulado.

—¡Bendito sea el Cielo! —exclamó Sara—. ¿Se puede hacer algo?

Zacarías suspiró resignado.

—Confío en ti, Yosef —dijo apretando con fuerza la mano del alto galileo.

Aaron, que se había retirado de la habitación, pues no soportaba ver a su padre

enfermo, entró aprisa de nuevo.

—¡Ha venido Yeshú!

—¡Ido Yeshú! —repitió alegremente la pequeña María, casi sin saber lo que decía.

Yeshúa entró en la habitación en silencio. Tenía quince años, cuatro más que Aaron,

y era bastante más alto que este, alcanzando ya la talla de un adulto. Sus manos eran

alargadas y llevaba la cara con cierto acné. Antes de contemplar lo que le rodeaba, dedicó

una sonrisa a su pequeño amigo. Luego alzó la vista y vio con claridad el sufrimiento en

cada uno de los presentes. En todos, salvo en Simeón, aquel que tenía la barba casi rubia.

Como su padre, Yeshúa tenía cierta facilidad para percibir cuando los sentimientos de las

personas eran nobles y sinceros. Y también cuando no lo eran. Y en ese hombre lo que

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percibió fue más bien una cierta indiferencia ante todo lo que sucedía. El joven suspiró y

su mirada acabo postrándose en el rostro de Zacarías, que intentó esbozar una ligera

sonrisa al ver al chico.

—Veo que llevas mi bolsa —le dijo Yosef interrumpiendo sus pensamientos—.

Necesito que prepares un caldo con infusión. Usa apio, perejil, matalahúva, hinojo y....

—¿Menta?

—Eso es. Mucha menta —asintió satisfecho.

—¿Tenéis apio? —preguntó Yeshúa.

—Sí —repuso con rapidez Esther, la hija mayor de Zacarías. Y de inmediato Esther

acompañó a Yeshúa al patio. Aaron y María les siguieron. Aaron porque no soportaba ver

sufrir a su padre. Y María porque casi siempre seguía a Aaron.

Yosef sacó con suma delicadeza su talit18 y se lo puso cubriendo sus hombros y la

cabeza. De él colgaban los tzitzit, unos flecos que iban cosidos en las cuatro puntas tal y

como prescribía la Ley, a modo de recordatorio de los diez mandamientos que Moisés

había entregado a su pueblo. Respiró profundamente y puso sus dos manos sobre el bajo

vientre del enfermo, cerró los ojos y oró en voz baja. Inconscientemente todos se

acercaron para ver mejor. Sara acercó la mano de su esposo a su corazón.

En el patio, Esther, que estaba embarazada, vertió agua de un cántaro en un cazo de

cerámica y lo calentó sobre las brasas. Yeshúa colocaba la bolsa de su padre sobre la

mesa, y rebuscaba entre un montón de bolsitas de tela hasta encontrar las cuatro que

quería, cada una marcada con un símbolo distinto. Las sacó y extrajo con cuidado una

18 Talit: chal de color blanco y franjas negras con flecos en sus bordes y utilizado principalmente en los

servicios religiosos, aunque antiguamente su uso podía abarcar la vida cotidiana. Su origen se encuentra en el

AT, cuando Dios habló a Moisés (Núm 15,37-41). Los tzitzit se llevaban según mandaba Deut 22,12. Jesús

plausiblemene los llevaba (a tenor de Mt 9,20; 14,36), como judío piadoso que era, aunque criticó que se

alargaran de cara al exterior (Mt 23,5). La orden de Moisés viene recogida también en Núm 15,37-39.

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pequeña cantidad de hierba de cada una de ellas. Esther le facilitó el apio que el joven

colocó también en un cuenco, triturándolo todo con ayuda de un mortero de madera, y

ante la atenta mirada de Aaron y la pequeña María.

—Toma, aquí tienes el agua —dijo Esther poco después, depositando el cazo

humeante sobre la mesa.

Yeshúa vació el contenido del mortero en una jarra y luego vertió el agua del cazo.

—¿Tienes miel? —añadió.

—¿Hace falta miel también? —preguntó sorprendido Aaron.

—¿Miel también? —repitió la pequeña María.

—No —respondió Yeshúa— pero… —agachó la cabeza y miró a su amigo—, sabe

mejor —y le guiñó un ojo.

Aaron sonrió por primera vez, y luego también Esther. María hizo lo mismo,

aunque sin entender. Esther cogió un tarro del fondo de un estante, lo puso encima de la

mesa, y lo abrió con facilidad. Yeshúa extrajo un poco de miel con el dedo y la puso en la

jarra. La removió un buen rato frotándola entre sus dos manos hasta que la miel se

deshizo, y finalmente vertió parte de la infusión en un vaso.

—Ahora esperaremos a que se enfríe y... ya está.

Esther aprovechó ese momento para acercarse tímidamente al muchacho.

—Yeshúa podrías...— dijo con voz dudosa y cruzando las manos sobre el vientre.

No hizo falta que dijera nada más. Yeshúa colocó sus dos manos sobre la barriga de

Esther para sentir si el bebe daba o no patadas. Luego cogió una muñeca de la chica, y sin

soltar la otra mano de su vientre, sintió el pulso un momento con los ojos cerrados.

Entonces los abrió y la miró a los ojos: «Niño».

Esther suspiró y sus ojos se llenaron de lágrimas en un instante.

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—Bendito sea el Cielo! ¿Estás seguro, Yeshúa?

El muchacho asintió.

—Ya hemos tenido dos niñas y... bueno, ahora queríamos... en fin... alabado sea el

Señor —y Esther, emocionada, le besó en la frente.

Yeshúa cogió el vaso con cuidado y lo llevó a la habitación. Todos le siguieron. En

la casa, Yosef seguía aún con sus manos puestas sobre el vientre de Zacarías y susurrando

una oración, mientras todas las miradas estaban puestas en él. La oración aparecía como

un susurro agradable, un cántico apenas perceptible. Al poco, el rostro de Yacob empezó

a cambiar.

—Siento un calor agradable… —y añadió al poco—. ¡Qué calor…!

Y su expresión de malestar fue dejando entrever un aire de descanso primero y

alivio después. Y acto seguido las sábanas quedaron mojadas, mientras un fuerte olor a

orín recorrió la habitación.

—Papá… ¿te has hecho pis? —dijo Aaron atreviéndose a romper el silencio. Y la

pequeña María se tapó la boca con las dos manos.

—Sí, hijo. Bendito sea el Señor —repuso tía Raquel ante la mirada estupefacta del

niño.

—Papá ha hecho pis y ya está mucho mejor —añadió Sara, la madre de Aaron—,

¿verdad Yosef?

—¿Cómo te sientes, Zacarías? —le preguntó también el alto galileo.

—En la gloria, hijo mío, en la gloria —y todos rieron.

—Respira hondo de nuevo —le propuso Yosef.

Así lo hizo y en su rostro apareció la sorpresa.

—Ya no me molesta —y siguió respirando profundamente un par de veces—. No

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me molesta nada.

—Bien. Ahora tómate esta infusión.

Entonces Yeshúa acercó el vaso a las manos de Zacarías, y este empezó a beberla

muy despacio. Paró un momento y sonrió al muchacho. «Qué buena», añadió

escuetamente antes de volver a acercar la taza a sus labios. Esther y Yeshúa

intercambiaron una mirada de complicidad, y Yosef un suspiro de resignación mientras

los miraba, pero no dijo nada. Cuando Zacarías terminó la taza, Aaron se abalanzó sobre

su padre y lo abrazó con fuerza. Zacarías apretó a su hijo pequeño contra su pecho.

Ninguno de los presentes dijo nada, pero Sara se puso a llorar.

—Que tome la infusión cinco veces al día durante una semana —dijo Yosef—.

Pequeñas cantidades. Si todo continúa bien mañana podrá empezar a comer. Pero nada de

crudo ni grasas. Cosas fáciles de digerir. Empieza con arroz hervido, avena, verdura,

espárragos y mucha fruta. Y por lo menos diez días sin tomar queso. ¿Entendido?

—Entendido Yosef —respondió Sara aliviada.

—Ah! y de momento nada de beber vino, ¿de acuerdo Zacarías?

Zacarías dio un sobresalto, pero luego se encogió de hombros cuando Sara lo miró

con firmeza. «Lo que tú digas». Yosef se quitó el talit, y con el mismo cuidado con el que

lo había sacado, empezó a doblarlo antes de introducirlo de nuevo en la bolsa que llevaba.

—Sí, se hará como dices. Gracias Yosef —concluyó Sara con los ojos llorosos.

—Su rostro ha cambiado, ya no tiene la sombra de la muerte —dijo tía Raquel—.

Ha sido un milagro —dijo agarrando una de las grandes manos de Yosef entre las suyas.

Yosef la miró con ternura.

—Solo el Cielo hace milagros, Raquel —le respondió con tono apacible, y después

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le acarició la mejilla—. Yo solo soy un hijo de hombre19 —concluyó con una sonrisa.

—¿Y cómo podemos agradecerte lo que has hecho, Yosef? —añadió Eleazar, uno

de los hijos de Zacarías.

Yosef le guiñó el ojo «Que el Señor esté siempre con vosotros», y el galileo rodeó

el hombro de su hijo con su largo brazo y los dos salieron de la habitación. Sin embargo,

Eleazar decidió seguirles, alcanzándolos en la habitación contigua, que era el patio central

de la casa.

—Por favor Yosef, acepta esto —dijo entregándole una bolsa de judías, que había

en un rincón del patio.

—No. Está bien así —dijo Yosef, que no quiso cogerla.

—Gracias Yosef, pero de todas maneras... necesito que, en fin... No quiero abusar

de ti, pero...

—Dime —dijo el alto galileo con tono comprensivo.

—Hace dos días cuando trabajaba me hice daño en la espalda. Pensaba que pasaría

pero noto que no estoy bien, me duele bastante casi con cualquier esfuerzo y también si

respiro profundamente. A veces hasta me parece que me falta el aliento. ¿Podrías... hacer

algo?

Yosef interrogó a su hijo con la mirada, y Yeshúa comprendió. El joven cogió en

silencio la mano de Eleazar y le indicó que se sentara en la mesa. Suavemente fue

recorriendo su columna de arriba abajo con sus dedos a través del vestido, sintiendo

primero costilla a costilla, y luego vértebra por vértebra, hasta encontrar una en mitad de

la espalda. Entonces se paró. Movió el brazo de Eleazar con una mano, mientras con la

19 El Antiguo Testamento (AT) recoge esta expresión con la que Dios hablaba a Ezequiel. Jesús la usó en

algunas ocasiones durante su vida, como veremos. (El lector puede leer más al respecto en el apartado F2b3).

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otra tocaba el hueso.

—¿Te duele cuando muevo el brazo?

—Un poco solo.

Entonces Yeshúa dejó el brazo y presionó el hueso hacía adentro.

—Sí, sí… es aquí. Es aquí —dijo Eleazar —. ¡Ah! Y se me corta la respiración

cuando aprietas.

Yeshúa colocó su rodilla detrás de la espalda de Eleazar, en el punto donde le dolía,

y luego llevo los brazos de este hacia atrás. Aaron y la pequeña María observaban todos

los movimientos del muchacho con sumo interés.

—Respira hondo unas cuantas veces y saca el aire suavemente —dijo Yeshúa.

Eleazar respiro profundamente dos veces y cuando hubo terminado de sacar el aire

por segunda vez, el muchacho le imprimió una presión con su rodilla a la vez que

levantaba su espalda tirando de los brazos hacia atrás. Un chasquido seco se oyó en el

patio. Aaron se quedó a media respiración y la pequeña María boquiabierta. Eleazar hizo

un par de respiraciones cortas, asustado, pero luego empezó a respirar cada vez más

profundamente, hasta darse cuenta de que ya no le dolía. Justo después empezó a mover

el cuello, luego los brazos y finalmente la espalda.

—Me encuentro mejor... De verdad. Y respiro mejor —dijo casi sin creerlo.

Yosef sonrió. Eleazar se levantó y puso la bolsa de judías en las manos de Yeshúa,

antes de que su padre pudiese decir nada.

—Gracias Yeshúa, eres digno hijo de tu padre. Que el Poder os proteja a los dos —

añadió.

Yeshúa y su padre salieron de la casa, y ya emprendían la ruta cuesta arriba cuando

Yosef sintió una manita que tiraba de su túnica.

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—Señor —dijo una voz muy tímida.

—¿Sí, Aaron?

El niño depositó su canica preferida, la de cristal azul claro, en la gran mano del

galileo.

—Puede venderla si quiere. Pero es muy valiosa —dijo con timidez.

—En tal caso, la guardaré siempre.

Aaron sonrió con orgullo y volvió a entrar de nuevo en la casa. Yeshúa observó

atónito la respuesta de su padre.

—¿Sabes hijo…? —dijo el hombre antes de guardar la canica en su bolsa—. Nunca

antes me habían dado tanto.

—¿Cómo dices padre? —respondió Yeshúa contemplando la bolsa de judías que

llevaba en las manos, y pensando en la canica de Aaron.

—Aaron me ha dado su mejor canica.

—Es solo una canica papá —dijo el chico con una expresión condescendiente.

—Sí, pero para él es su mayor tesoro —Yosef hizo una pausa antes de continuar—.

Hijo, cuando alguien te da lo mejor que tiene, no importa lo que eso nos pueda parecer,

sino lo que representa para él20.

Yeshúa contempló nuevamente la bolsa de judías—. Tienes razón, padre. No lo

olvidaré.

—Sé que no lo olvidarás —dijo Yosef con una ligera sonrisa—. Y ahora vamos, o

tu madre empezará a preocuparse.

Cogieron el camino de arriba, pues aunque era menos llano, era más directo. La

casa de Yosef se encontraba algo alejada del centro de Nazaret. Como la aldea estaba

20 Aquí hay una alusión a la parábola del óbolo de la viuda (Mc 12,41-44), que veremos mucho más adelante.

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situada en gran parte en la cima de una pequeña colina, también algunas casas se

encontraban erigidas en sus cuestas. Otras se habían construido aprovechando unas

cuevas que había, lo que las mantenía frías en la época del calor. Ahora llegaba la

primavera, y los olivos empezaban a florecer. La noche estaba cerca, como mostraban ya

las débiles luces en el interior de las casas de adobe y madera. Nazaret era una aldea muy

pequeña que contaría con poco más de trescientas personas, con las calles sin pavimentar

y sin seguir un trazado ortogonal ni ordenado; más bien eran grupos de casas que se

habían ido juntando con el paso del tiempo. Su riqueza, si es que podía llamarse así,

estaba en el cultivo del vino y del aceite, aunque algunos trabajaban también en la vecina

ciudad de Séforis.

Por el camino, Yosef intuyó cierta inquietud en el silencio de su hijo; pero no dijo

nada hasta que este le habló.

—Padre, había un hombre en la casa que... que...

—Que no se alegró cuando Zacarías mejoró.

—Eso creo padre —dijo Yeshúa alzando la cabeza.

—¿Cuál de ellos, Yeshúa?

—Simeón creo. El de la barba rubia.

—Simeón —exclamó con un asentimiento—. Yo también lo he sentido.

—¿Pero por qué no se alegró? Curaste a su padre; debería estar contento.

—No lo sé hijo —Yosef hizo una pausa antes de continuar—. Simeón lleva siempre

puesta ropa elegante, y vive en una de las mejores casas del pueblo. No obstante, pocas

veces lo he visto trabajar. Tal vez esté viviendo por encima de sus posibilidades. Zacarías

tiene una gran parcela de tierra, de la mejor de la aldea, y tal vez Simón necesite ya su

parte de la herencia para mantener su forma de vida.

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—¿Qué forma de vida?

—Hijo, hay gente que nunca estará satisfecha con lo que tiene. Gente que siempre

quiere más. Desea lo que tienen los otros, y no para hasta conseguirlo. Pero cuando lo

obtienen, siguen igual. Nunca estarán satisfechos, y por eso nunca serán felices. Recuerda

hijo, si con lo que tenemos podemos comer, calentarnos en invierno y, en fin, vivir de

forma honrada como manda el Señor, eso ya está bien. Las personas que nos rodean,

nuestra familia, nuestros amigos, ellos nos dan la felicidad. Y no las cosas. Toda persona

rica es injusta, o lo que tiene lo ha heredado de una persona injusta.

En las sociedades mediterráneas de la antigüedad, como la judía, las personas

honorables se esforzaban por evitar la acumulación de capital, pues lo consideraban una

amenaza al equilibrio comunitario. Como todos los bienes son limitados, el que trataba de

acumular capital era alguien carente de honor, puesto que acumular riqueza o propiedades

no era posible mas que si otro los había perdido o había sufrido un percance. El joven

reflexionó un instante.

—¿No estás de acuerdo conmigo muchacho? —preguntó finalmente Yosef ante el

silencio de su hijo.

—No, no es eso padre —respondió Yeshúa—. Sí que lo estoy. Pero luego de la

cena... querría que me enseñases la oración que has utilizado antes.

—¿Por qué?

—Si te pasase a ti lo mismo, alguien debería poder curarte.

Yosef puso su mano sobre el hombro de su hijo, sintiéndose inmensamente feliz—.

Yo creo que la oración no es tan importante, sino nuestra fe en ella —añadió.

—Entiendo, padre —dijo el niño, mirándole.

—Y recuerda que siempre es el Señor quien obra la curación.

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—Ya lo sé —dijo casi resignado, pues había oído esa frase una docena de veces.

Entonces Yosef, viendo aún el interés del chico, empezó a recitar en voz baja la cita

que había utilizado:

Mi refugio y fortaleza, mi Dios, en quien confío. Que él te libre de la red del

cazador, de la peste funesta; con sus plumas te cubra; y bajo sus alas tienes un refugio:

escudo y armadura es su verdad.

Pronto Yeshúa le acompañó y los dos recitaron al unísono los mismos versos.

No temerás el terror de la noche, ni la saeta que de día vuela, ni la peste que

avanza en las tinieblas, ni el azote que devasta a mediodía. Aunque a tu lado caigan mil y

diez mil a tu diestra, a ti no ha de alcanzarte. Basta con que mires con tus ojos, verás el

galardón de los impíos, tú que dices: «¡Mi refugio es el Señor!»21.

Los dos pararon de cantar y Yosef dio una palmada de conformidad en el hombro

de su hijo.

—Estas palabras son el mejor de los amuletos —le dijo, y luego, al poco, añadió—.

Recuerda también que la muerte no debe darte miedo. Porque tras ella solo puede estar el

Señor.

—¿No te da miedo el sheol22, padre? —le preguntó el muchacho.

21 Sal 91, 2-9 (frag.). 22 Sheol: en el s.I los judíos creían que las «almas» irían allí después de morir (Gen 37,35; Ecl 9,9-10). Para

algunos eso sería para la eternidad, pero para otros hasta la resurrección general (Isaías 26,19). El sheol no era

un lugar de tormento, pero tampoco se consideraba un sitio acogedor. Era bastante equiparable al hades de los

griegos, donde iban a parar, sin pena ni gloria, las «almas» de los difuntos. En general, el concepto de alma no

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—No quiero morir hijo, si es a eso a lo que te refieres. Pero ni la muerte ni el sheol

me asustan tanto. El Poder nos resucitará cuando lo considere oportuno.

Yeshúa se sintió reconfortado. Su padre tenía siempre una respuesta justa para todo.

*

El olor a comida casera recién hecha era ya perceptible aún antes de entrar en la

casa, pues el aroma de las especias que Miryam23 había usado para sazonar el pescado

impregnaba por completo hasta el pequeño taller de carpintería, adosado a la casa, en

donde Yeshúa se desplazó para guardar la bolsa con las plantas de su padre. Al fondo, el

joven pudo observar la mesa en la que estaba trabajando para el padre de Jeremías, su

mejor amigo. A lo sumo en tres días la tendría lista. Antes de franquear el umbral de la

casa, primero Yosef y luego Yeshúa, se llevaron la mano a los labios después de tocar la

mezuzá24 con los dedos.

En el interior de la casa el pequeño Yosef, con cuatro años recién cumplidos, y la

pequeña Shalom25, de tres, estaban ya sentados delante de la mesa, cada uno sobre su

existe claramente en el AT, sino un aliento vital (nephesh, ruach, en hebreo, aunque estos vocablos tengan

diversos significados), que Dios insufla al polvo para crear al hombre (Gen 2,7). Es, en gran medida, la

influencia de la religión irania y la filosofía griega —Platón notablemente—, la que permite comprender la

creencia en el alma para muchos judíos del s.I (por ejemplo, fariseos, esenios y gran parte del pueblo llano, entre

estos últimos a Jesús: Lc 16,19-31, la parábola del rico y Lázaro). Es incorrecto asimilar el sheol con el

purgatorio cristiano. 23 Miryam: forma hebrea del nombre castellano María. En griego «Mariám» o «Maria». 24 Mezuzá: cajita adosada en un hueco de la jamba de la puerta de entrada de las casas y que albergaba una hoja,

mayormente de pergamino, que contenía algunas de las plegarias más sagradas para el pueblo judío, siguiendo

las indicaciones que marcaba el Deuteronomio: «Queden en tu corazón estas palabras que yo te dicto hoy. Se la

repetirás a tus hijos, les hablarás de ellas tanto si estás en casa como si vas de viaje, así acostado como

levantado; las atarás a tu mano como una señal, y serán como una insignia entre tus ojos; las escribirás en las

jambas de tu casa y en tus puertas.» (Dt 6,6-9 y 11,18-20) 25 Shalom: forma hebrea del nombre castellano Salomé.

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pequeño cojín. Sus cabezas se levantaron para poder fijar la mirada en la alta figura, y sus

labios dibujaron esas sonrisas sinceras que Yosef tanto amaba. Judá26, que hacía poco

había cumplido los seis, se puso de pie sobre la mesa, pues esta no distaba mucho del

suelo, y empezó a mover las manitas buscando la atención de su padre. Hana27, la tercera

de la casa, mandó un beso a padre desde la cocina, donde ayudaba a madre; pues no había

separación entre las dos habitaciones. Y Simón, el cuarto, encendía una tercera luz de

aceite para iluminar la casa.

Yosef se colocó la kipá28 y besó la frente de sus dos pequeñuelos; y cuando le llegó

el turno a Judá, este se abalanzó de un salto desde encima de la mesa, que le obligó a

cogerlo al vuelo.

—Hijo mío, no debes saltar antes de aprender a caer con seguridad. ¿Estás de

acuerdo? —dijo Yosef justo antes besar la frente de su hijo.

—Es más divertido —argumentó el niño.

—¿Ah sí? Bueno. Pero al menos avísame antes de saltar la próxima vez.

El niño negó con la cabeza y repitió «Es más divertido así».

—¡Ay! —suspiró Yosef con resignación.

—Padre —dijo Yacob29, reclamando su parte de atención. Con dos años menos que

Yeshúa era el segundo de la casa—. Hoy hemos estudiado en profundidad el shabbat en

la escuela.

26 Judá: abreviatura del nombre hebreo Yehuda. «Judas» en castellano. 27 Hana: abreviatura de Shoshana, nombre arameo de Susana. En hebreo Shushannah. Los nombres de Susana y

Salomé, proceden de una fuente antigua, Helvidio (s.II), aunque no pueden confirmarse. Las hermanas de Jesús

aparecen citadas en Mc 3,32; 6,3 y Mt 13,56 (El lector interesado puede leer más sobre la familia de Jesús en el

apartado J1b). 28 Kipá («cúpula»): pequeño sombrero que cubre la corona de la cabeza. Aunque no tiene origen en el AT su uso

es muy antiguo, y parece estar relacionado con la obligación de los sacerdotes del Templo de no llevar la cabeza

descubierta por respeto a Dios. 29 Yacob: forma hebrea de Jacobo. El español Jaime es una deformación del griego Iacobos, que remite a la

forma hebrea mencionada. En la novela mantendremos la forma original, Yacob, y no Jaime o el nombre

habitual que recibe en España, Santiago (San Jacobo).

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—Bien hijo —dijo Yosef, besando ahora la frente de Simeón—. ¿Y qué has

aprendido?

—Pues…, lo que se puede hacer y lo que no. Y qué cosas son contrarias a la ley ese

día.

—¿Y bien?

Yacob respiró hondo, alzó la cabeza para mirar a los ojos de su padre y recitó en

voz alta lo que había aprendido:

Guardarás el día del shabbat para santificarlo, como te lo ha mandado tu Di-s. Seis

días trabajarás y harás todas tus tareas, pero el día séptimo es día de descanso para tu

Di-s. No harás ningún trabajo, ni tú, ni tu hijo, ni tu hija, ni tu siervo, ni tu sierva, ni tu

buey, ni tu asno, ni ninguna de tus bestias, ni el forastero que vive en tus ciudades; de

modo que puedan descansar, como tú, tu siervo, y tu sierva. Recuerda que fuiste esclavo

en el país de Egipto y que tu Di-s te sacó de allí con mano fuerte y tenso brazo; por eso tu

Di-s te ha mandado guardar el día del shabbat30.

—¡Bravo, hijo! —dijo Yosef con sinceridad.

El chico miró a su madre, que asintió orgullosa con la cabeza. Y Yeshúa le sonrió.

—Pero dime —continuó su padre—. ¿Estás de acuerdo en todo?

Yacob se sorprendió por la pregunta.

—Por supuesto, padre. Es la ley. El Señor creó el shabbat. Él también necesitó un

día de descanso —dijo Yacob, atónito porque su padre no supiese algo tan evidente. El

padre se tumbó en el suelo, sobre una estera y un cojín, en frente de la mesa. Judá seguía

30 Uno de los diez mandamientos de Moisés (Ex 19,8-11; Dt 5,12-15).

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agarrado a su cuello, pero con el vaivén quedó sentado en su regazo.

—El Altísimo creó el shabbat, hijo mío. Y gracias al Cielo que existe. Pero dime —

dijo después de besar la mejilla de Hana, que acababa de traer el pan recién amasado y

horneado por ella misma esa mañana—, si tuvieses un buey que te ayudase a trabajar la

tierra, y este cayera en un pozo en shabbat, y no pudiese salir, ¿lo sacarías o esperarías al

día siguiente?31

—Ah, pues… —balbuceó un poco antes de responder—, la ley dice que los

enfermos pueden ser atendidos en shabbat. Y si el perro se cae al pozo, seguro que se

habrá hecho daño, y eso es... como si estuviese enfermo. Así que, sí, lo sacaría —

respondió finalmente orgulloso de su razonamiento.

—Bien, pero dime, y si el perro no se hubiese hecho nada —interrogó Yosef, que

aún llevaba a Judá colgado del cuello.

—Pues entonces...

Yacob interrogó a su hermano mayor con la mirada, pero Yeshúa se abstuvo de

decir nada, limitándose a encogerse de hombros. Yacob estaba solo en su respuesta.

—Esperaría a que acabase el shabbat... supongo —dijo finalmente, aunque sin

demasiado convencimiento.

31 Esta escena alude al debate sobre si era lícito o no salvar la vida a alguien en shabbat, o incluso curarle. El

NT (Nuevo Testamento) explica que Jesús se refería a menudo a tal discusión (la curación del hombre de la

mano muerta en Mc 3,1-6, la curación del hidrópico en Lc 14,1-6, o la del inválido en la piscina probática de

Jerusalén, en Jn 5,18); explicando que Jesús antepuso, en todos estos casos, la sanación al respeto por el

shabbat. Ahora bien, aunque siempre había debates entre los hombres instruidos sobre cómo interpretar las

Escrituras, la opinión de Jesús era defendida por muchos maestros de la ley antes que él. El respeto por la vida

era prioritario. Jesús se limitó a seguir ese precepto. Sin embargo, también es cierto que no todos los judíos

creían eso. Por ejemplo, no lo creían los esenios refugiados en Qumram, a orillas del Mar Muerto. El

Documento de Damasco, un texto descubierto a finales del s.XIX en una sinagoga de El Cairo y más tarde

(re)encontrado, a mediados del s.XX, en Qumram, recoge que ningún hombre podía liberar un animal en el día

del shabbat. Y si caía en un pozo o una zanja, no podía ser sacado de él en shabbat (MS A 11.13-14). El

historiador judío del s.I Flavio Josefo (Guerra de los Judíos II, 147-149) confirmaba que los esenios eran los

que «evitaban trabajar el día séptimo de la semana con un rigor mayor que el de los demás judíos», dando

algunos ejemplos de ello. (Puede leer más en el apartado H8 sobre la comunidad de Qumran, y en el apartado

I2f sobre los esenios).

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—¿Y lo dejarías llorar asustado toda la noche…? ¿Y a merced del frío?

—Bueno… le traería una manta.

Yacob echó de nuevo una hojeada a Yeshúa y este suspiró antes de negar con la

cabeza.

—¿Y los otros animales nocturnos, no se lo podrían comer...?

—Ah pues.... no sé. Pues entonces… supongo… lo consultaría con algún maestro

de la ley para que me ayudase.

—¿Buscarías a un maestro de la ley… en shabbat?

Yacob ya no supo qué decir.

—Hijo… —dijo Yosef con tono comprensivo.

—¿Sí, padre?

—¿Si fueses tú el perro, que querrías?

Yacob respiró un par de veces y luego suspiró resignado ante la lógica de la

pregunta. Su padre se acercó y le besó en la frente.

—Deja en paz al chico con esas ideas, Yosef —dijo una voz cálida, pero enérgica,

desde el patio—. No lo confundas —Miryam entró con un plato en las manos, sobre el

que había un pescado asado con abundantes especias—. El respeto al shabbat es un

mandamiento, y es ley —matizó—. Y no vengas tú a complicarlo todo con tus historias.

El rostro juvenil de Miryam se mantenía al unísono con su cuerpo ágil y lleno de

energía. A pesar de haber dado a luz a siete hijos32, la gracia de sus movimientos le

recordaba que él aún seguía siendo joven; pues Yosef era unos cuantos años mayor que

ella. La mujer puso el plato sobre la mesa y besó a su esposo sin perder su sonrisa.

—Te quiero, Miryam.

32 Mc 6,3; Mt 13,55-56 cf. Jn 7,1-10. (Puede leerse más sobre la familia de Jesús en el apartado J1b).

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—Lo sé, Yosef.

—Te quiero Miryam —añadió Judá, colgado de nuevo de los hombros del galileo.

—Lo sé, Judá —respondió ella mirándole—. Yo os quiero a los dos.

Yosef y Judá se miraron y sonrieron. Luego ordenó a su hijo que se sentara donde le

correspondía y los demás también ocuparon su sitio, sentándose sobre algún pequeño

cojín en frente de la mesa; pues no había sillas. Yeshúa llevaba también puesta su kipá.

Entonces Yosef anunció la pregunta de costumbre: «¿Quién bendecirá hoy la mesa?».

Luego, sus grandes ojos escudriñaron maliciosamente las caras de sus hijos. Todos se

hicieron bien visibles para que su padre les viera. Todos excepto el pequeño Yosef. Y su

padre se percató de ello rápidamente: «Ánimo, Yosef».

Yacob, Simeón y Judá se lamentaron de no haber sido ellos los elegidos. El

pequeño Yosef agachó la cabeza y juntó las manos. Miró de reojo a su padre un instante,

y luego a Yeshúa. Finalmente levantó la cabeza.

—¿No podría bendecirla más tarde?

—¿Cuándo? —respondió su padre—. ¿Después de comer?

Yosef negó con la cabeza y Miryam le sonrió. El pequeño respiró hondo. No había

otra salida.

—Bendito sea el Señor, rey del mundo… Bendice nuestra casa y a todos los que

están en ella —luego esperó un momento y viendo que su padre esperaba algo más, bajó

la cabeza, reflexionó un momento, y añadió—. Y bendice a todo nuestro pueblo entero…

—y tras una rápida mirada de reojo, añadió—, para siempre.

Entonces levantó la cabeza para observar la reacción de su padre. Este esperó un

momento, se rascó la barba, y le sugirió con delicadeza: «¿Y que te parecería también

“gracias por los alimentos que nos das”?».

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—Eso también —remató el pequeño Yosef con un enérgico movimiento de su

cabeza.

—Hijo —dijo el galileo esbozando una sonrisa—, la próxima vez, sé que lo harás

perfecto.

El pequeño Yosef sonrió y miró a su hermano mayor buscando su aprobación. Y

Yeshúa asintió. Yosef el galileo cogió el pan hecho por la mañana en el horno de casa, y

lo fue partiendo como de costumbre, en tres partes, una para él y las otras

respectivamente para Yeshúa y Yacob, quienes, sentados uno a cada lado de su padre,

rompieron el pan en diferentes pedazos que dieron a los demás hermanos. Miryam

también tuvo su trozo, aunque ella comía solo lo justo, pues el pan era a su vez usado

como cubierto. Luego el galileo empezó a comer, enrollando un puñado de lentejas

mezcladas con cebolla y ajo de caballo —puerro— en su lámina de pan, que luego untó

en una salsa antes de llevársela a la boca. Y solo luego los demás empezaron a hacer lo

mismo, mientras Miryam cortaba el pescado con el único cubierto de toda la mesa. El

pescado era algo exclusivo de los lunes, el día del mercado. La carne era muy cara, salvo

cuando un excedente llegaba a los mercados, como sucedía en las grandes fiestas en las

que se sacrificaba a muchos animales. La cena era lo mejor del día. Después de estudiar o

trabajar, era el momento en el que todos se reunían y padre hacía alguna broma a madre

para que todos rieran. Pero no solo eso, padre les contaba siempre alguna historia de su

pueblo que resultaba mucho más amena que las que oían en la sinagoga.

—¿Qué historia nos contarás hoy padre? —preguntó Judá con interés, aunque sin

dejar de comer.

—Pues no sé —dijo Yosef mientras cogía un trozo de pescado, y se lo ponía en la

boca—. ¿La de Daniel en el foso de los leones?

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—Ya la contaste la semana pasada —arguyó Yacob con rapidez.

—Y por tercera vez —matizó Hana.

—¿Os he contado la de Jonás? —prosiguió el galileo.

—Hace dos lunes —volvió a señalar Yacob con extraordinaria rapidez.

—¿Y la de Isaías cuando se refugió en el desierto y el Señor le…?

—El jueves —matizó Yacob resignado.

—Bueno, pues, ¿qué queréis?

Todos dudaron, y el pequeño Yosef se adelantó a los demás.

—Una de guerra —dijo el pequeño, y todos le miraron sorprendidos.

—Estamos comiendo —razonó Yosef—. No creo que sea buena idea.

—Una de guerra —repitió Judá y sus hermanos empezaron a seguirle— una de

guerra, una de guerra, una de guerra —y excepto Yeshúa, todos fueron canturreando la

frase.

—¿Una de guerra?... Con lo bonitas que son las historias de nuestros profetas —dijo

Yosef resignado—. Bueno… ¿Y tú qué dices, Yeshúa? —le preguntó entonces su padre.

Las miradas de sus hermanos se posaron en él, buscando su apoyo. Yeshúa tomó

aire y dijo con voz pretendidamente solemne: «una de guerra», y se ganó el aplauso

general.

—Está bien —dijo Yosef justo antes de morder un pedazo de pan que había untado

en la salsa y empezar a silenciar por fin las quejas de sus intestinos—. Dejadme pensar.

—Háblales de los macabeos —le dijo Myriam.

—No creo que sea buena idea…—dijo disimulando una sonrisa.

—¡Sí! —exclamaron casi todos a una.

Yosef miro resignado a su mujer y bebió un par de sorbos de agua. Luego suspiró—

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. Como quieras.

—Pues veréis… Hace muchos, muchos años… —y el hombre captó al momento

toda la atención de sus hijos— el rey de Siria, cuyo nombre el Cielo me castigue si oso

pronunciar alguna vez, impuso a Israel la prohibición de que adorara al Señor y de que le

rindiera sacrificios en el Templo, como agradecimiento a la ley que Este nos había

entregado. Muchos obedecieron al rey y se apartaron del camino del Señor.

Los hijos respondieron con muestras de disconformidad en sus expresiones y sus

gestos. La pequeña Shalom hizo lo mismo que sus hermanos, aún sin entender del todo la

situación de la historia.

—Pero una familia piadosa y humilde se negó, y lucharon contra esa falsa ley,

matando al emisario del rey. Este se vengó atacando al pueblo, y muchos israelitas

murieron, y los piadosos hubieron de buscar refugio en las montañas. Pero pronto

empezaron a luchar contra los soldados del rey, ocultos en las montañas y los bosques.

Luchaban con inteligencia, con coraje y con la fuerza del Señor.

—¿Y quiénes eran?

—Les llamaban macabeos, porque su fuerza era como la de un enorme martillo.

—¡Ah….! —admiración general.

—El rey sirio —prosiguió el galileo, después de ingerir otro trozo de pescado

asado— consiguió entrar en Jerusalén… y saquear el Templo.

Los niños se llevaron las manos a los labios, reprimiendo sus gestos de indignación,

pero sin dejar de comer.

—Pero el rey tampoco así pudo destruirlos… y como castigo, torturó y mató a los

siete hijos de una familia muy buena. Todos ellos se habían negado a adorar a cualquier

ídolo. Solo invocaban al Señor —les aclaró el galileo—. Por eso el rey ordenó entonces

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que murieran uno a uno, y delante de su madre.

—¡Qué crueldad! —exclamó Hana.

—Pero su madre no desfalleció, como tampoco desfallecieron sus hijos —dijo el

galileo con un entusiasmo contagioso—, pues ellos sabían que el Señor les

recompensaría, en su día, con una nueva vida33.

—¿Y los mató a todos?

—A todos.

—¿A los siete?

—A los siete.

—Nosotros también somos siete —dijo Yacob—. Yosef miró entonces a su esposa.

—Tienes razón, hijo —dijo Myriam mirando a su esposo.

—Pobre madre —dijo Hana—. ¿Y a ella que le pasó?

—El rey la mató la última.

—Qué injusticia.

—¿Y luego que sucedió? —preguntó Judá.

—Los macabeos siguieron luchando hasta que consiguieron expulsar al rey de

nuestra tierra, limpiar el Templo, y darnos una nueva y maravillosa fiesta. Que es la… —

y el padre esperó la continuación.

—La hanuká —dijo atento Yeshúa, cuando vio que nadie respondía

—La hanuká —ratificó su padre.

—Madre —preguntó Judá—. ¿Tú habrías hecho lo mismo? —preguntó el niño.

La madre miró a su esposo, y luego volvió la mirada hacia su hijo.

—Pues, no lo sé... Supongo que sí —y hubo una exclamación general, poco antes de

33 2 Mac 7.

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que terminaran con avidez el pastel casero de higos y manzanas que tanto les gustaba.

Cuando los niños estuvieron ya acostados, Miryam entró en su habitación, se quitó

el manto que le cubría el pelo y empezó a peinarse. Yosef, tumbado encima de la cama,

hecha con una manta puesta encima de una vieja estera, se acomodó para disfrutar ese

bonito instante, cuando su mujer se descubría el pelo; uno de los mejores momentos del

día, cuando todo ha pasado ya y uno se percata que el Señor le ha bendecido con otro

maravilloso día.

—¿De verdad tienes que seguir trabajando en esa ciudad pagana34, Yosef? —le dijo

Miryam sin volverse.

—No veo otra solución —respondió él con paciencia, sin perder un detalle de cómo

ella se peinaba—. Y también hay judíos en Séforis35.

—¿Podrías buscar trabajo en otras aldeas?

—Ya hemos hablado de ello.

—Si aceptases algo de dinero cada vez que impones las manos, no tendrías que ir a

Séforis.

—Hoy me han dado judías.

—Judías… —dijo ella con cierto aire crítico.

—Amor mío, no puedo aceptar dinero por hacer lo que el Señor me ha permitido.

34 Los paganos (o gentiles) no son considerados propiamente impuros por los judíos, pues la impureza se

contrae, principalmente, por entrar en contacto con la sangre, el esperma o por tocar a un muerto, pero no por

tocar o hablar o hacer negocios con un pagano. Sin embargo, dado que la mayoría de los paganos adoraban a

dioses «falsos», podían ser vistos –en especial entre los judíos más estrictos–, como idólatras, y la idolatria sí es

un pecado grave para el judío. Por ello, un sacerdote que estuviera en un turno activo de oficio, debía abstenerse

de entar en la casa de un pagano. Pero, en general, el Levítico recomienda ser tolerante con el extranjero (Lev

19,33-34). 35 Séforis: ciudad situada a unos 5 km. al noroeste de Nazaret. Durante la juventud de Jesús era la ciudad más

grande de Galilea. Aunque había sido destruida en la revuelta del año 4 a.e.c., surgida a tenor de la muerte del

rey Herodes, al poco fue restaurada por Herodes Antipas, tetrarca de Galilea y Perea, quien la convirtió en su

residencia oficial hasta el año 20 aprox. Esto supuso, probablemente, un aumento de la presión fiscal sobre los

pueblos y aldeas circundantes para sufragar sus costes. (Sobre Séforis, puede leerse el apartado H1a.i7. Sobre la

posibilidad que José o Jesús hubiesen trabajado allí, puede consultarse el apartado J2).

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—Pues los físicos36 sí lo hacen. Y a veces no pueden hacer nada por sus pacientes.

—Pero yo no soy físico.

—Pues podrías —hizo una pequeña pausa para tragar saliva—. Y la última vez que

el físico enfermó… te vino a ver a ti. ¡Ya me dirás!

Pero Yosef no dijo nada.

—¿Por qué me casaría contigo Yosef bar Yacob?37

—Por mi cuerpo, por supuesto —dijo Yosef, antes de dedicarle una mueca

divertida.

—Ja, ja… Sí, eso te crees tú —Miryam se volvió y le regañó con la mirada. Hizo

una pausa antes de continuar—. Eres alto, sí, pero más bien delgaducho. Y tu nariz...

—¿Cómo que delgaducho? ¿Y qué le pasa a mi nariz?

—Tu nariz es aguileña. Y si trabajases como físico, por lo menos estarías más

relleno.

—Bueno, bueno... ¿y entonces por qué te casaste conmigo, mujer?

—Fueron mis padres. Yo era muy joven y no sabía...—dijo intentando estar seria.

—¿Cómo? ¡Ahora verás! —y Yosef se dispuso a agarrarla. Miryam intentó

esquivarlo, pero no pudo nada ante la longitud de esos brazos.

—Repite eso ahora, si te atreves —dijo Yosef mientras la mantenía sujeta.

—Por supuesto que me atrevo: ¡DEL-GA-DU-CHO!

—Debería tumbarte en mi regazo y azotarte.

36 Físico: médico. Aunque el NT no los tenga en buena consideración (Mc 5,26; Lc 8,43), y en alguna ocasión

tampoco el AT (2 Cr 16,11-13), su figura no estaba tan mal vista como indican estas citas, a tenor de lo que

puede leerse en el libro del AT llamado Eclesiástico o libro de Ben Sira (Eclo 38,1-14). No obstante, la creencia

era igualmente que la curación, aún obrada por el médico, solo podía provenir de Yahvé (Eclo 38,2.12-14). Los

tratamientos médicos iban acompañados de oraciones. (Apartado J10). 37 El nombre del padre de Yosef proviene de la genealogía de Jesús recogida por el evangelista Mateo (Mt 1,16),

aunque Lucas refiera otro nombre (Lc 3,23).

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—Cómo lo intentes, Yosef bar Yacob, ya puedes prepararte. No pararé hasta que...

Pero Yosef la besó con dulzura. Miryam intentó proseguir con su plétora de

amenazas, pero no pudo. Y se dejó, concentrándose solo en el beso. Un breve instante al

menos, hasta que la pequeña Shalom apareció.

—No puedo dormir, immá38 —susurró desde el fondo de la habitación.

—Ves —dijo Miryam apartando con fuerza el cuerpo de su marido—, con tanto

ruido mira lo que has conseguido. Ahora voy —le respondió a la pequeña, después de

abofetear dulcemente la mejilla de su marido. Luego la cogió en sus brazos y se la llevó.

—Eras el hombre más bueno que conocía —le dijo antes de salir de la habitación—

pero no eres práctico —añadió con una mirada desafiante.

Myriam se llevó a la pequeña Shalom a la cama. Shalom, Hanna y el pequeño Yosef

dormían juntos, mientras los otros tres hermanos compartían la otra cama. Las camas eran

igual de sencillas: una estera sobre el suelo, una manta encima para hacer grosor y otra

para cubrirse.

38 Immá: en arameo, palabra familiar para referirse a la madre.

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CAPÍTULO 2

LOS TRES PASES

Al atardecer, cuando Yosef entró en el pequeño taller, Yeshúa hacía ya un buen rato

que trabajaba reparando la mesa del padre de Jeremías, una de cuyas patas había cedido

cuando su hijo, su mejor amigo, había saltado varias veces encima en un vano intento por

hacer sonreír a sus hermanos que había culminado en reprimenda severa. El taller de

Yosef era poca cosa, una habitación adosada a la casa donde vivían, con una pequeña

ventana abierta al exterior. El padre de Yeshúa, aunque trabajaba algunos días en el taller

acostumbraba a hacerlo fuera de la aldea, la mayoría de las veces en Séforis, la ciudad

vecina que llevaba ya en obras varios años, desde que Herodes Antipas se había

empeñado en reconstruirla emulando los escasos buenos gestos de su padre. La mayoría

de las veces Yeshúa se quedaba en la habitación-taller, arreglando piezas o bien haciendo

pequeñas reparaciones en alguna casa del pueblo. Solo en un par de ocasiones había

acompañado a su padre a Séforis, aunque desconocía la trágica historia de la ciudad.

Después de lijar la pata nueva, Yeshúa la encajó en la esquina correspondiente de la

mesa, y se disponía a practicar una capa de barniz cuando su padre le habló:

—Estás haciendo un buen trabajo —observó Yosef con una vista rápida de la

situación, antes de devolver las herramientas que había cogido por la mañana.

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Yeshúa asintió complacido.

—Has aprendido bien lo que te enseñé… Lástima que esto no te guste tanto como a

mí —añadió.

El muchacho miró a su padre, sorprendido por el comentario. Luego bajó la cabeza

y limpió el pincel con un trapo húmedo antes de untarlo.

—No me desagrada —le corrigió.

—Lo sé —Yosef hizo una breve pausa y luego preguntó como si nada—. ¿Qué te

agradaría hijo?

Las manos de Yeshúa se detuvieron, y alzó la cabeza con el rostro iluminado.

—Viajar, padre —respondió sin dudar—. Me gustaría conocer más mi país, y sobre

todo nuestros maestros.

—¡Ah! —suspiró Yosef—. Eso no me parece mal. Pero… sospecho que no es todo.

Yeshúa tragó saliva y se puso en pie para poder mirar algo más directamente a los

ojos de su padre.

—Habla con libertad, hijo. Te escucho.

Y Yeshúa usó un tono que pretendía ser solemne. Era la primera vez que iba a

hablar de eso con su padre. De sus ideas y sus anhelos, de un futuro que deseaba diferente

al que le correspondía por tradición familiar, pues él era el primogénito y quien debería

cuidar de la familia cuando padre faltara.

—Nuestro pueblo no es libre y deberíamos serlo —dijo el muchacho mientras sus

ojos brillaban—. Los malos gobernantes, y también Roma, encadenan a nuestra gente. Si

los judíos del mundo se unieran, podríamos librarnos de su opresión…

Yosef respiró profundamente. Ya había oído argumentos parecidos muchas veces.

Incluso le recordaban a él mismo hacía no tanto tiempo. Y de hecho, eran una línea de

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pensamiento muy importante entre los jóvenes galileos, quienes se veían en su

imaginación convertidos en valientes guerreros, emulando las gestas de sus antepasados

victoriosos: Josué, David o los hermanos macabeos. Muchos jóvenes galileos, con esas

historias en la cabeza, habían sido arrastrados a la lucha contra las tropas romanas o

incluso contra algunos dictados del rey Herodes, aunque siempre con consecuencias

nefastas para ellos. Sin embargo, los profetas hebreos hablaban de un modo diferente,

más prudente y respetuoso, y apelaban al comportamiento recto y a la justicia divina.

—Creo en el futuro de nuestro pueblo Yeshúa —dijo Yosef—. Pero no creo que la

libertad nos llegue por la fuerza de las armas. Nosotros no podemos vencer la fuerza de

Roma. Solo Yahvé tiene la fuerza y el fuego para derrotar a las legiones romanas.

Yeshúa se quedó en silencio. Escuchar hablar así a su padre podía hacer pensar en

miedo o cobardía. Aunque él no creía que su padre poseyera esos rasgos. El muchacho

hizo una pausa y tragó saliva—. ¿Y no crees que el Cielo nos ayudaría como hizo en

otros tiempos?

Yosef pareció sorprenderse por la pregunta, pero solo brevemente. Guardó una

última herramienta y suspiró de nuevo antes de hablar. Decidió contarle lo que siempre

supo que algún día debía hacer.

—Hace ya algunos años, tú eras muy pequeño y apenas andabas, hubo una revuelta

a la muerte del rey. El padre de quien ahora gobierna me refiero. Unos cientos de galileos

a las órdenes de Judá, hijo de Ezequías, entraron en Séforis, mataron a la guardia y

saquearon el arsenal real. Muchos celebraron la victoria que creyeron sería el principio de

otras más. Y la revuelta se extendió a otras ciudades, incluso a Jerusalén. Pero entonces

Roma intervino. Sus legiones bajaron desde Siria e incendiaron Séforis, donde mataron a

cientos y crucificaron a muchos de los nuestros. Y así continuaron su ruta de destrucción

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hasta llegar a Jerusalén, donde se dijo que crucificaron a dos mil.

—Padre, nunca me contaste esto.

—Ya es hora de que sepas la verdad. En Séforis estoy reconstruyendo una ciudad

destruida por la cólera de Roma. Y eso no es todo. Hace unos diez años otro galileo, Judá

de Gamala, y un fariseo —Sadoq creo recordar—, que les guiaba con sus promesas,

alzaron numerosas poblaciones del país contra Roma. Hasta que esta intervino otra vez e

hizo crucificar a muchos de los nuestros39.

—Pero, padre, ¿no es verdad que los macabeos40 vencieron al rey de Siria? Tú

mismo nos lo recordaste la otra noche.

—Sí, hijo. En esa ocasión el Poder estuvo con el pueblo. Pero ahora, no sé… no

parece querer intervenir a nuestro favor. Y míranos, no le culpo. Nuestros líderes son

corruptos, solo les preocupa aumentar su fortuna y practican una religión que no es

sincera sino de cara al exterior.

—Y aún así, el Poder no los castiga.

—Algunos dicen que hemos pecado, que por eso el Cielo no nos ayuda. Puede ser.

Yo… no lo sé. Pero si es así, es verdad que Roma ha pecado aún mucho más y sigue

dominándonos.

—¿Pero entonces... qué debemos hacer? —preguntó Yeshúa desconcertado.

39 Ambas historias son consideradas reales y pueden leerse en la obra del autor del s.I Flavio Josefo, aunque

algún autor considera que los dos personajes son el mismo. La primera alude a la destrucción de la ciudad en el

año 4 a.e.c. tras una revuelta a la muerte del rey Herodes, que fue liderada por un Judas, hijo de Ezequías, quien

saqueó un arsenal real. La ciudad fue incendiada por orden del gobernador romano de Siria y sus habitantes

vendidos como esclavos (Guerra de los judíos II,56 y 68; III, 30-34 y Antigüedades de los Judíos XVIII, 26). La

historia de Judá de Gamala y Sadoq, quienes se levantaron contra un censo impuesto por Roma en el año 6, es

narrada en Guerra II,56 (y tal vez II,118), y Ant. Jud. XVIII,1. (Más información en el apartado J19). 40 Macabeos: hablamos ya de ellos en el capítulo anterior. Con este nombre se conoce a los judíos que se alzaron

contra las medidas impuestas por el monarca sirio Antíoco IV hacia mediados del s.II a.e.c. Después de varios

años de lucha consiguieron imponerse, y mantuvieron la independencia de Israel casi un siglo, constituyendo

una dinastía de monarcas judíos, los asmoneos, que gobernarían el país hasta la llegada de Roma en el 63 a.e.c.

(Ver apartado I1a2).

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—Yosef hizo una pausa antes de responder; y se hizo un silencio en la habitación.

—¿Cómo podría yo saberlo…? —le dijo—. Soy solo el artesano de la aldea. ¿Quién

sabe? —añadió—. Tal vez algún día encuentres tú la respuesta, Yeshúa —el muchacho

no supo qué decir, y se encogió de hombros tímidamente.

—Trabajas bien la madera, hijo. Ya pocos secretos me quedan para enseñarte —

suspiró Yosef acariciando la mesa—. Mi padre me decía que al artesano que trabaja bien

no le hace falta levantarse ante el más grande de los doctores41 —concluyó, Yosef.

—Lo sé, padre. Me habrás dicho eso más de…

—¿…diez veces? —terminó Yosef.

—Iba a decir cien.

—¿Tantas? —y después de un breve instante, los dos rieron.

—¡Que la paz sea con vosotros! —dijo acelerada una voz de muchacho—. Señor,

¿ha terminado ya Yeshú? —preguntó Jeremías, el mejor amigo de su hijo, irrumpiendo en

el taller con el ímpetu propio de la juventud.

—Que la paz esté contigo Jeremías. ¿Cómo están tus padres?

—Bien señor.

—Me alegro.

—Esto… ¿Ha terminado ya Yeshú, señor?

—Pues eso deberías preguntárselo a él —añadió Yosef.

—¿Has terminado ya? —preguntó de nuevo el muchacho.

—Me falta la capa de barniz.

41 Dicho popular rabínico. La expresión hace referencia a los doctores de la Ley, expertos en la Torá.

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—¡Ah!… Bueno... Ahora íbamos a jugar a los tres pases 42 —añadió el chico

maliciosamente con un aire tentador.

—Yeshúa levantó la mirada, y sus ojos se agrandaron. Luego buscó en el rostro de

su padre una autorización.

—Hoy has trabajado mucho —se apresuró a decir Yosef en su habitual tono

reposado—. Ya barnizarás mañana.

—Gracias, padre.

—Qué os divirtáis… jugando a los tres pases —y su tono de voz daba a entrever

que el tékton de Nazaret intuía algo, pero Yeshúa no pareció prestar atención a ese

detalle, y ambos chicos salieron a toda prisa del taller en dirección al pequeño llano

donde solían ir a jugar a los tres pases.

Los muchachos se cruzaron al vuelo con el viejo Jonás, quien andaba con ayuda de

dos bastones, y a punto estuvo Yeshúa de derribarlo—. Disculpe señor, añadió el chico

sin pararse.

—No tienes que disculparte —le dijo Jeremías sin dejar de correr—. Que se aparte

él.

—¡Qué tonto eres! —respondió Yeshúa.

Y ambos rieron sin dejar de correr. A Yeshúa le divertía el humor de su amigo.

—Oye, creo que tu padre sospecha algo.

—No creo —dijo sin apenas pensarlo.

Tomaron la ruta sur y cruzaron toda la aldea. Nazaret se había construido en gran

42 Los tres pases: antiguo juego tradicional en Israel/Palestina que consiste en pasarse la pelota tres veces y el

último que la recibe debe intentar hacer diana en uno de sus compañeros, que quedará así descalificado.

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parte en la ladera de una pequeña montaña, de algo más de seiscientos codos43 de altura.

Galilea, que había sido originariamente asignada a la tribu de Zabulón —nombre del

sexto de los doce hijos de Yacob44 —era una de las regiones más bellas, y fértiles de todo

el país. Y aunque era una zona de paso importante para las grandes caravanas que iban de

este a oeste, la pequeña aldea de Nazaret, situada a más de cien estadios45 al sudoeste de

la capital, Magdala, se encontraba lejos de estas. Sus habitantes, pues, no eran

comerciantes o prósperos mercaderes, sino humildes campesinos en su gran mayoría, que

vivían del cultivo de cereales, como la cebada, el trigo y el mijo, la recolección de la uva

negra en terrazas artificiales —que trituraban con sus pies en lagares construidos en el

interior de grandes bloques de piedra— y aceitunas, que molían en una prensa de piedra

para obtener el preciado aceite. Los terrenos donde se cultivaban estos productos se

encontraban en la parte más sur de la ladera, donde las pendientes eran aún más notorias.

En cambio, las zonas más sombreadas, en el lado norte, se reservaban para el cultivo de

legumbres y verduras. En la parte oeste había una fuente natural que abastecía de agua la

aldea. La parte más bella del pueblo era, según el padre de Yeshúa, allá donde crecían los

olivos; y era en sus alrededores donde se daban cita los muchachos.

Cuando llegaron, encontraron a todos reunidos. Los dos hermanos hijos del cestero:

Matatías, el mayor, al que llamaban Mattai, que siempre parecía estar de mal humor y

nadie sabía por qué, y el menor, Isaías, que era todo lo opuesto. También estaban Isaac,

que andaba medio cojo desde que se rompió la pierna derecha al caer de una higuera;

43 Un codo equivale aproximadamente a 45-50 centímetros. 44 Yacob: Según el libro del Génesis, Jacob (Yacob) —hijo de Isaac y nieto por tanto de Abrahán— fue

«rebautizado» como Israel por un ángel del Señor que no pudo vencerle en batalla. (Génesis 32, 23-30). Y más

posteriormente lo fue por el mismo Dios (Génesis 35, 9-11). Lía fue una de las dos mujeres con las que estuvo

casado (además de Raquel). Junta a ellas y a dos sirvientas (Bala y Zelfa), Jacob tuvo 12 hijos, que serían los

líderes de las respectivas doce tribus de Israel. El sexto hijo de Lía (el décimo del total) fue Zabulón, quien se

instaló en la región de Galilea. 45 Un estadio equivale aproximadamente a unos doscientos metros. La medida estándar de un estadio es

alrededor de 185 m., aunque existen variaciones según el país donde se utilice.

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Benjamin, al que todos apodaban «Rojito», pues tenía la cara llena de granos; y Simeón,

el hijo del propietario de la prensa de aceite. Junto a ellos el pequeño Esdras, que comía

algunas bayas de sicómoro, la fruta de los pobres —al igual que la pulpa del algarrobo—

y que acababa de cumplir los diez años, aunque seguía tartamudeando cuando se ponía

nervioso, lo que sucedía a menudo. Finalmente estaba Judith, la hermana de Jeremías, la

única niña del grupo y la única niña de la aldea a quien gustaba jugar a los tres pases.

Tenía once años, y su padre ya la había advertido que pronto debería dejar de jugar para

atender sus responsabilidades como mujer, y poder así encontrar un esposo prometedor.

Mattai, el mayor del grupo —un año más que Yeshúa y Jeremías—, al verlos llegar

les gritó con voz firme:

—Llegáis tarde rufianes —dijo con cierta ironía—. Pero… ¡contemplad! —y sacó

de debajo de su manto una hermosa espada de madera de sicómoro, muy bien barnizada,

que dejó a muchos asombrados.

—Es magnífica. Casi tan bonita como la de Yeshú —dijo Ben el Rojito.

—¿Bromeas? Esta es mejor —respondió Mattai—. Fíjate en la empuñadura, ¿a qué

es bonita?

—Ah, sí. Es verdad. Oh…

—Parece una gladius46 romana —dijo Yeshúa.

—No lo es —aclaró Mattai algo irritado—. Es una espada judía, como la que

llevaba Judá Macabeo.

Yeshúa y Jeremías contemplaron la exhibición de vanidad del chico con visible,

aunque exagerada actitud de menosprecio, si bien se veía que reconocían que su espada

era, cuanto menos, bonita. Pero ambos detestaban los pretenciosos aires que solía darse

46 Gladius: espada corta usada por los legionarios romanos. (Se hablará de ella más adelante, en el capítulo 14).

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Mattai, especialmente ante ellos dos. Mattai siempre competía para ser el mejor. Sin

embargo a Yeshúa lo que más le disgustaba del chico no era eso, sino que no percibía un

buen corazón en él.

—A mí me gusta más la espada de Yeshú —añadió Judith con un agradable tono de

voz—. Su madera es la misma que usaron los antiguos para construir el arca.

—Tal vez, pero ¡fíjate! No tiene mi barniz —precisó Mattai moviendo su espada de

cara al sol y observando su brillo.

—Bueno, pero la suya me gusta más —repitió—. Esta parece… no sé… más

romana —y Judith y Yeshúa cruzaron una mirada de sintonía.

—No lo es —respondió Mathias irritado—. Es una espada judía, como la que

llevaba Judá Macabeo.

—¡A mí me gusta! —exclamó el pequeño Isaac, el medio cojo, absorto por el brillo

de la espada—. Déjame tocar tu espada Mattai —y este se lo permitió, con muestras de

orgullo.

Isaac primero, y luego todos, uno a uno, fueron tocando la empuñadura mientras

blandían la espada por un momento. Jeremías y Yeshúa aceptaron también tocarla,

aunque con un gesto de cabeza que pretendía simular el gran esfuerzo que eso les

requería.

—Qué ligera es —exclamó el Rojito. Luego le tocó el turno a Jeremías, que la

examinó como si fuera un experto.

—Está algo desequilibrada —dijo Jeremías—. Este mango romano es demasiado

pesado.

—No lo es. ¡Y es una espada judía! —respondió con enfado.

Entonces el Rojito trajo las diferentes espadas de madera que solían guardar en un

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gran agujero natural que había entre dos rocas, y las fue entregando a sus propietarios con

solemnidad.

—¿Alguien quiere el pilum47? —preguntó el chico, pero como de costumbre nadie

quiso coger el palo, porque a nadie le apetecía ser romano. Y lo dejó en el suelo. Cada

chico cogió su espada.

Yeshúa cogió su espada de madera de acacia y gritó:

—¡Desafío a cualquiera que crea que puede vencerme a que lo intente!

—¡Acepto el desafío! —grito Judith elevando al aire su espada, antes de que Mattai

pudiera decir nada.

—Esperad —dijo Simeón intentando poner orden—. Primero haremos los equipos.

¿A ver, a quién le tocaba hoy ser romano?

—A Mattai y a ti —señaló el Rojito.

Pero Judith, sin esperar, lanzo un mandoble a Yeshúa que estuvo a punto de

derribarlo. Por suerte, pudo frenarlo con un contragolpe de su espada en el momento

crítico.

—¡Traidora! —gritó Yeshúa, aunque con una media sonrisa—. ¡Todos lo habéis

visto!

—¡Ah, cállate! —dijo ella. Y dicho esto los dos empezaron a combatir, mientras los

demás aún discutían.

—¿Por qué siempre tengo que ser yo el romano? —inquirió enojado Mattai.

—Es que... con esa gladius romana lo pareces —dijo Jeremías.

—¿Cómo? Ahora verás —dijo Mattai aún más enfadado—. Te reto aquí mismo… y

47 Pilum (pl. pila): Lanza usada por miembros de las tropas romanas, aunque diseñada principalmente para ser

lanzada; por lo que a veces prefiere traducirse por jabalina.

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a muerte.

—Muy bien, romano. Defenderé el honor de mi pueblo. A muerte —y empezaron a

luchar.

—Muy bien —gritó entonces Simeón—. Entonces yo e Isaac lucharemos por el

César y desenvainó su espada de madera amenazando a Ben el Rojito y al pequeño Isaías.

—Es que a mí me tocaba hoy ser judío —se lamentó Isaac.

—No importa, Isaac. Hoy puedes ser mi centurión.

Isaac sonrió y desenvainó.

—Pero no lo olvides… —puntualizó el muchacho—. Yo soy César.

—¡Viva el César! —dijo el pequeño Isaac, pero Ben descargó un mandoble sobre el

niño y lo derribó al momento.

—¿Y yo? ¿Con qui-qui-quién voy? —añadió tartamudeando Esdras, el más

pequeño del grupo, que temía otra vez quedarse sin luchar.

—Tú con Isaac. Así entre los dos haréis un soldado romano completo.

—Es-es-está bi-bien —repuso el pequeño Esdras, alegre solo por poder participar

en el juego.

Judith no tenía aún doce años, pero peleaba con fuerza y sin miedo. Yeshúa tuvo

dificultades en contrarrestar algunos de sus golpes, hasta que, por suerte para él, en uno

de esos ataques, la misma fuerza del golpe acabó desequilibrándola. Entonces Yeshúa de

un fino golpe certero la hizo caer. Luego puso la punta de su arma sobre el corazón de la

niña.

—Judith de Nazaret, eres mi prisionera —exclamó Yeshúa.

—Maldita sea —refunfuñó la chica—. No vale. No vale.

—¿Por qué no vale?

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—Pues, porque me he desequilibrado. ¿No lo has visto?

—Pero mi golpe te ha hecho caer.

—Sí claro, me has golpeado cuando ya estaba desequilibrada.

—¿Tú siempre tienes algo que añadir, verdad chica?

—Y tú siempre tienes la suerte contigo, Yeshúa bar Yosef.

—No es suerte. Es que tengo una espada mejor —añadió Yeshúa al final para no

ofenderla.

Judith recuperó su espada y se levantó del suelo con la ayuda del muchacho. Los

dos se quedaron mirándose unos momentos cogidos de la mano. Y entonces Judith le

besó en los labios. Fue espontáneo y tan rápido que Yeshúa apenas pudo reaccionar. Ese

era su primer beso. Fue agradable pensó. Los dos soltaron sus manos, y ninguno de ellos

dijo nada mientras se dirigían hacia donde estaban los demás. Yeshúa iba andando y

blandiendo su espada, cortando la hierba más alta que encontraba a su paso.

—No le digas a mi hermano que te he besado —dijo la chica.

—¿Y por qué lo has hecho?

—Que pregunta más tonta —dijo ella. Y dándole un empujón que casi lo derriba se

echó a correr—. Atrápame si puedes, delgaducho.

Y Yeshúa se puso a perseguirla.

Cuando llegaron a donde estaba el grupo ya nadie luchaba, salvo Mattai con su

gladius de madera de sicomoro y bella empuñadura, contra Jeremías y su más sencilla

espada de nogal, que empezaba ya a astillarse. Al final, uno de los potentes golpes de

Mattai acabó quebrando la espada de Jeremías, y entonces el chico dirigió orgulloso su

espada al cuello del muchacho.

—¿Y bien, judío, pides clemencia o no?

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—¡Nunca! Antes la muerte que ser perdonado por un romano —repuso Jeremías

ante la expectación de los demás.

Mattai hizo como si le clavara la espada y Jeremías hizo ver que moría, con un grito

de gran sufrimiento. Los demás aplaudieron. Jeremías había muerto heroicamente. Luego

Jeremías se levantó y saludó, recibiendo una segunda ovación.

—Así muere un buen judío —añadió el Rojito, sentado junto a los demás y sin dejar

de aplaudir.

—Así así que-que-querría mo-morir yo —añadió Esdras.

A petición de los presentes, Yeshúa y Mattai, los dos vencedores de sus respectivos

combates, entablaron la última batalla del día. Los dos oponentes se examinaron antes de

empezar, midiendo sus fuerzas. Entonces Mattai tomó la iniciativa, lanzando fuertes

golpes que desbordaron en un principio al joven Yeshúa, hasta que, aprovechando la

inercia de uno de esos movimientos y la fatiga que este iba acumulando, consiguió

desequilibrarle con un par de golpes precisos. Y luego, con un último golpe más fino pero

certero en la muñeca, le expulsó la bonita espada de las manos; y Mattai cayó al suelo de

culo y desarmado. El mango de la espada se rasgó al golpear contra una piedra y un

sonido seco lo anunció. Yeshúa apuntó con su espada al corazón de Mattai, pero este le

clavó una dura mirada. Los demás contemplaron la escena con miedo a parpadear.

—Romano —dijo Yeshúa—. Si prometes que os retiraréis de la tierra del Señor, te

dejaré ir con vida.

—Has hecho trampa. Estaba distraído.

—Retiraos de mi tierra y te permitiré vivir.

—Y has roto el mango de mi espada.

—Ha sido un combate justo —clamó Jeremías desde su sitio.

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—Lo ha sido —dijeron los demás.

—Ha hecho trampa —repitió Mattai.

—No es verdad, ahora tienes que rendirte o morir —gritó Jeremías.

—Está bien —dijo Mattai después de reflexionar un momento—. Pero no me rindo.

Antes la muerte —arguyó—. ¡Viva el César!

—Que así sea —respondió Yeshúa. Y entonces hizo ver que le clavaba la espada.

Mattias agonizó un momento y luego hizo ver que moría.

Los demás aplaudieron, y luego se acercaron para dar una palmadita a Yeshúa en la

espalda. Isaías se acercó para ver cómo estaba su hermano mayor.

—Estoy bien —dijo Mattai mientras se levantaba—. Pero me ha estropeado el

mango de la espada haciendo trampas.

—Otro día le ganarás —y le dio la espada que acababa de recoger del suelo.

—Gracias, Isaías.

—Bah….No me extraña que haga trampas —dijo Mattai con cierto tono

desafiante—. Nació ya sin honor.

Todos le oyeron y se quedaron sin habla. Yeshúa levantó la mirada

—¿Qué has dicho? —preguntó visiblemente enfadado.

Mattai sintió de nuevo la atracción de todos, pero sacó pecho y dio un paso al

frente.

—He dicho que no me extraña que hagas trampas porque eres un mamzer48.

48 Mamzer: Literalmente, «hijo cambiado por otro». Esta palabra hebrea tiene el significado aproximado de

«hijo ilegítimo» o «bastardo», según algunos autores (apartado J1a.i). Aunque inicialmente designaba

probablemente a la población mestiza de la llanura filistea, los judíos llamaron mamzer al fruto de la unión

prohibida de una pareja que no tenía derecho a casarse, por ejemplo entre un judío y un pagano (Deut 23,2-3).

Sin embargo, este nombre se aplicaría también a aquellos judíos hijos del fruto de una mujer cuya pareja sexual

aún no estaba identificada. Así, parece posible la descripción del embarazo de María según Mateo (Mt 1,18:

«De Jesús Cristo el nacimiento fue así. Desposada su madre, María, con José, antes de que se unieran se

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Yeshúa tiró su espada al suelo y se lanzó encima del chico. Mattai dejó caer la suya

y los dos empezaron a pelearse hasta que Jeremías, Ben el Rojito, Judith y Simeón,

consiguieron separarlos, no sin esfuerzo.

—Eso que has dicho está mal —le dijo Judith a Mattai.

—¿Por qué? —repuso él—. Todos lo sabéis. Nació antes de tiempo.

Y Mattai dio un empujón a Jeremías, que lo sujetaba, cogió su espada con el mango

desquebrajado, y se fue a paso acelerado. Isaías vio como su hermano se alejaba y se fue

tras él, aunque tuvo tiempo para volverse

—No te enfades Yeshú. Mañana se le habrá pasado, ya verás —le dijo el muchacho

antes de partir.

Pero Yeshúa apenas le escuchó, manteniendo su mirada clavada en la figura de

Mattai, que se alejaba. Su rostro aún mostraba claramente su enfado—. Maldito seas… —

dijo en voz baja.

—Venga, no digas eso —le dijo Judith—. No te pega—.

Yeshúa contempló el rostro de la chica y luego el de su amigo Jeremías y, poco a

poco, fue calmándose.

—Otro día volveremos a jugar todos y no habrá pasado nada —le dijo Jeremías

encontró embarazada del Espíritu santo.»), que ponía, tal vez, a Jesús en la situación de ser considerado un

mamzer según una interpretación muy restrictiva (Misná, tratado Yebamot 4,13; aunque la Misná se compiló

posteriormente, recogía opiniones de la época de Jesús). Pues Jesús nació tras la firma del contrato matrimonial,

pero antes de que se consumase el matrimonio de sus padres (es decir, de que cohabitaran y compartieran lecho

oficialmente, lo que solía ocurrir tras un año). Las gentes marcadas con la grave mancha del mamzer eran bien

conocidas aunque, naturalmente, tratasen de ocultarla. Por otro lado, el nacimiento de una mujer virgen no se

admite históricamente por varias razones: a) Es contrario a la naturaleza. b) ¿Por qué Marcos y Juan no saben

nada de todo ello? c) Es un relato muy habitual en el orbe antiguo que los semidioses nazcan de la unión de un

dios y un mortal (Hércules, Perseo,…), y la religión cristiana hubo de competir en este mundo grecorromano. d)

La interpretación del texto de Isaías que los evangelistas usaron: «He aquí que una doncella está encinta y va a

dar a luz un hijo...» (Is 7,14 frag., citado por Mt 1,23), en donde la «doncella» (parthenos), del texto griego de

la Biblia de los LXX, procedía de una traducción incorrecta de la Biblia hebrea original que indicaba «mujer

joven» (alma). e) ¿Por qué Dios habría situado a María en una situación de vergüenza pública con la apariencia

de una adúltera, lo que, en esa época, era una grave mancha al honor? f) Además, ¿si el nacimiento de Jesús fue

en verdad tan milagroso, por qué su familia en el NT consideró que Jesús estaba fuera de sus cabales (Mc 3,20-

21)? (Puede leer más al respecto en el apartado J1a).

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poniéndole la mano en el hombro.

Dejaron las espadas escondidas en el rincón de siempre y todos volvieron a sus

casas, aunque no con el mismo humor de costumbre. Yeshúa se sintió dolido. No era la

primera vez que se metían con él por lo mismo. En los pueblos había muchos

chismorreos. Sus padres se lo habían dicho varias veces. Y cualquier cosa podía ser

motivo de reproche. Pero pocas cosas herían más a Yeshúa que se metieran con sus

padres y con su honor.

*

Al volver a casa, Yeshúa se fue directo al taller, entró en él y empezó a barnizar la

pata sin apenas decir algo. Su padre percibió su enfado, pero tampoco dijo nada y siguió

con lo suyo. Al joven se le cayó el bote de madera que contenía el barniz al suelo. Lo

recogió, secó el suelo con un trapo y luego siguió barnizando usando pinceladas más

largas de lo habitual.

—Vamos a comer —dijo Hanna, la mayor, sin pararse ante de la puerta del taller.

—Bien. Ahora vamos —contestó Yosef—. ¿Vamos hijo?

—No tengo hambre.

—¿No tienes hambre después de jugar a los tres pases?

—No padre —repuso Yeshúa sin mirarle—. Terminaré hoy de barnizar.

—¿Te has caído? —le dijo viéndole un morado en la mejilla.

—Me he caído.

—Te has hecho daño.

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—No padre.

—¿Alguno de tus amigos se ha caído también?

Yeshúa giró la cabeza para contemplar el rostro de su padre y entendió que no podía

engañarle.

—Mattai también se ha caído.

—Ah… entiendo.

—Después de comer aplícate el ungüento y mañana estarás mejor.

—Luego lo haré.

—Bien.

Yosef se levantó y dejó lo que estaba haciendo. A través de la ventana se reflejaban

los últimos rayos de la tarde.

—Padre…

—Sí, Yeshúa.

—¿Por qué siempre hay alguien que me recuerda lo mismo…? ¿Acaso es tan grave?

Yosef entendió en seguida.

—Yeshúa, la forma con que la gente suele atacarnos a menudo es aquella con la

sabe que va a hacer más daño.

—Pero el maestro Simeón dijo que no era tan importante…

—Hijo, tu madre te concibió poco antes de casarnos porque nos «conocimos»49 al

poco de firmar la ketubbah 50 . Tuvimos que haber esperado, pero estábamos muy

49 Conocerse: en este contexto indica mantener relaciones sexuales. 50 Ketubbah: contrato matrimonial que firman los esponsales, o sus padres si los prometidos son menores de

doce años y medio aproximadamente, y que se produce un año antes de que se celebre la boda. Tras la firma, los

representados pasan a ser esposos aunque el matrimonio no se celebre hasta al cabo de un año. Solo después de

celebrada la boda, los recién casados empezarán a vivir juntos en una nueva casa y, por tanto, podrán entonces

mantener relaciones sexuales. El matrimonio quedará entonces consumado. Durante este periodo de un año no

deberían mantenerse relaciones de ese tipo. En lenguaje de la época «el hombre no debería conocer a la mujer».

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enamorados. Y éramos tan jóvenes… sobre todo ella. Y el amor es entonces aún más

fuerte. Pero eres nuestro hijo a ojos míos y del Señor. Cuando naciste y vi que eras un

varón y estabas sano, supe que el Poder no vio pecado alguno en lo que hicimos.

Yeshúa miró a su padre y su mirada de enfado desapareció. Su padre tenía siempre

una respuesta justa para todo.

—¿No soy un mamzer verdad?

—No digas nunca más eso hijo mío. El Poder lo negó cuando bendijo tu

nacimiento.

—Sí, padre —repuso ya más tranquilo.

—Pero la próxima vez…, prefiero que no uses la violencia, sino la cabeza.

Y Yeshúa sonrió

—Sé tan sabio como Yosef ante el faraón de Egipto, y tan listo como Daniel51 —

dijo Yosef—. Y ahora, vamos a cenar. Darás mañana una nueva capa de barniz; seguro

que te saldrá mejor.

—Sí padre —asintió el muchacho.

*

No obstante, si esto sucedía, los rabinos podían ser tolerantes; aunque en este punto la ley parece ser más

estricta en Galilea que en Judea (Misná. Tratado Ketubot, 1,5). Para rabinos o judíos menos flexibles, tal suceso

podía ser entendido como pecaminoso, y el recién nacido como fruto de ese pecado. Esta interpretación

moderna de lo que pudo suceder con el nacimiento de Jesús puede leerse con más detalle en el apartado J1a, y

toma como base al evangelista Mateo: «Desposada su madre, María, con José, antes de que se unieran se

encontró embarazada del Espíritu santo.» (Mt 1,18 frag.), como ya citamos en la nota 48. 51 Se alude a José, el hijo pequeño de Jacob (Yacob), que prosperó en Egipto interpretando con ingenio los

sueños del faraón y evitando con astucia las trampas de los consejeros oficiales del monarca (Gen 39-42). Y al

profeta Daniel, que, entre otros, salvó con inteligencia la vida de Susana de falsas acusaciones de adulterio (Dan

13).

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El shabbat era el día consagrado al Señor. Ese día no se trabajaba. Estaba prohibido

por la Ley. Todos los judíos del mundo se reunían para oír la palabra del Señor. Nazaret

no tenía propiamente una sinagoga52, pero sus aldeanos usaban un antiguo almacén como

si lo fuera. El edificio estaba situado en las afueras de la aldea, cercano a un riachuelo que

permitía que las gentes pudiesen purificarse con su agua antes de entrar; y estaba

construido en un lugar más elevado que las demás casas, para que no hubiera nadie que

habitara más arriba. Los aldeanos no solo se reunían en asamblea para orar, también allí,

en otros días de la semana, se daban cita para firmar contratos matrimoniales, celebraban

actos durante las principales fiestas, o se realizaban circuncisiones a los recién nacidos —

en su octavo día, como mandaba la ley—. Pero en shabbat, los aldeanos se juntaban allí

para oír la palabra del Señor. Los lunes y los jueves también celebraban la liturgia, pero

eran menos los adultos que podían asistir debido a sus obligaciones rutinarias. Por las

mañanas, en cambio, asistían los niños, quienes recibían no solo formación religiosa, sino

también de lectura. A Yeshúa y a Yacob, su hermano, les gustaba mucho ir allí, pero

Yeshúa ya era demasiado mayor, y ahora, solo en shabbat podía escuchar a Simeón53,

quien había sido su maestro. Antiguamente, Simeón había vivido en Jerusalén y algunos

decían que había sido un importante fariseo, incluso miembro del Gran Sanedrín de la

52 Sinagoga de Nazaret: La sinagoga es el lugar de culto a Dios, distinto al Templo que hay en Jerusalén (el

único lugar oficial donde se hacían sacrificios). Se cree en general que existían sinagogas en Galilea y Judea ya

en la época de Jesús; aunque las excavaciones arqueológicas en Nazaret han puesto de manifiesto que,

probablemente, no existía ninguna sinagoga «oficial». Se piensa que la comunidad se reuniría en algún lugar

específico para tales actos: una habitación cuadrada o ligeramente rectangular donde celebrar asambleas

comunitarias, aprender la Torah (a modo de escuela) y como casa de oración. (Así interpretan algunos

arqueólogos y estudiosos la llamada sinagoga negra de Cafarnahum). La única sinagoga en Galilea confirmada

con seguridad en el s.I es la de Magdala. Gamla/Gamala queda más al este y la llamada sinagoga negra de

Cafarnahum tiene detractores.. (Puede consultarse más en el apartado H11a.i). 53 Simeón: el nombre se ha escogido como un guiño a Lucas 2,22, donde leemos que cuando nació Jesús, fue

llevado al Templo de Jerusalén para ser presentado al señor y ofrecer un sacrificio de acuerdo con lo que

ordenaba la Ley. Allí, un hombre justo llamado Simeón, por revelación del Espíritu santo, supo que Jesús era

ese mesías. Este hecho no es considerado histórico. Existe la posibilidad de que un sacerdote pudiera liderar una

sinagoga, como muestra la inscripción griega de Theodotos en Jerusalén, pero parece poco probable en un lugar

tan remoto y pequeño como Nazaret. (Puede leerse más en el apartado J1a).

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ciudad; aunque él nunca había dicho nada al respecto. En todo caso, hacía años que había

abandonado la capital y prefería la tranquilidad del campo, viviendo en la antigua casa de

sus padres con uno de sus hermanos. Simeón era un hombre muy respetado, y aunque era

ya mayor, recobraba toda su juventud cuando hablaba. Sus ojos brillaban cuando hablaba

del Señor recordando las historias de la Torá, que tanto gustaban a Yeshúa y a Yacob. Lo

hacía a su manera, con una gracia especial que le era propia. Gustaba también de describir

al Señor usando historias sencillas que penetraban rápido en el corazón de la gente llana

del lugar. El viejo Simeón era muy respetado en todo el pueblo, y la gente a menudo

consultaba con él cualquier tipo de problema, porque los resolvía con argumentos tan

simples como sólidos. Y rara vez alguien discutía su opinión. «Siméon lo ha dicho», era

suficiente garantía.

Las sinagogas no eran un lugar sagrado como el Templo —donde se consideraba

que moraba Dios—, y estaban abiertas no solo a los judíos sino también a los paganos,

los cuales podían ser incluso bien recibidos. No solo hablaban los maestros, sino también

los laicos o cualquiera que fuera conocedor de las Escrituras. Pero no había gentiles en

Nazaret. Era demasiado pequeña para atraer el interés de algún mercader extranjero. La

sinagoga era un sencillo edificio de planta rectangular, sin ábside alguno. Los adultos se

sentaban sobre una estera en el suelo, apoyando la espalda en la pared, mientras los más

jóvenes lo hacían sentados delante de ellos. Así lo hicieron Yosef, Miryam y sus dos hijos

mayores, Yeshúa y Yacob delante. Ninguno de los dos muchachos llevaba talit, pero

ambos llevaban la cabeza cubierta con la kipá y una faja para que quedase fija en la

cabeza. Los hombres adultos, como Yosef, llevaban la kipá debajo del talit. Las mujeres

llevaban siempre la cabeza cubierta con un manto. No había separación entre hombres y

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mujeres54. Los hijos más pequeños de Yosef y Myriam se quedaron en casa a cargo de

Hana, la hermana mayor.

Simeón, vestido también con su habitual talit, que él llevaba siempre puesto, y el

grueso rollo de la Torá en la mano, se situó sentado en el centro de la sala, de forma que

todos le viesen por igual, mientras los asistentes podían verse todos cara a cara. No había

ninguna mesa ni pedestal, pero el hazán55 le sostenía el libro sagrado con sus manos, para

que pudiera leer con más comodidad. A una señal de Simeón todos se pusieron en pie y

los hombres recitaron el shemá Israel56. Luego se sentaron y Simeón recitó una plegaria

acompañada del «amen» constante de los oyentes:

Yhwh57 te bendiga y te guarde; ilumine Yhwh su rostro sobre ti y te sea propicio;

Yhwh te muestre su rostro y te conceda la paz58.

Después, el hazán desenrolló el rollo sagrado de la Torá hasta el punto en el que

habían terminado el shabbat anterior, y lo acercó al maestro, quien, con su habitual

54 Esa es la opinión más admitida para esta época. La estructura de las sinagogas que se conocen del s.I es

distinta a la aquí expuesta, y la describiremos más adelante, al retratar las sinagogas de Cafarnahum y Magdala,

que sí se han encontrado. Al no conocerse una sinagoga oficial en Nazaret, solo admitimos un edificio que fuera

vagamente readaptado para cumplir esa función. (Sobre la estructura y organización de las sinagogas del s.I,

puede consultarse el apartado H1d2i). 55 Hazán (en griego, yperetes): ayudante en algunas de las funciones que se realizaban en las sinagogas. Su

cargo queda por debaje del director del culto, llamado en arameo ros ha-keneset y en el griego del NT,

archisynagogus («arqueosinagogo»). La sinagoga (literalmente, «asamblea, congregación»), en arameo Kneset,

recibe en el griego del NT el nombre de synagogé. 56 Shemá Israel: Primer verso de la «plegaria» más conocida del pueblo judío llamada así por sus primeras

palabras, y que obligatoriamente los judíos recitaban dos veces al día, al amanecer y al anochecer. (Práctica que

aún se mantiene hoy en día entre los judíos practicantes). El primer verso literalmente significa: «Escucha,

Israel, el Señor es nuestro Dios, el Señor es uno.» Es posible que originalmente fuera usado solo ese verso, que

se encuentra en el Deuteronomio (Dt 6,4), y que resume perfectamente la creencia de la religión judía en un

único Dios. Pero la oración completa comprende Deuteronomio 6,4-9; 11,13-21, y Números 15,37-41. De hecho

esta «plegaria» no es un ruego a Dios sino una afirmación de la fe del pueblo de Israel en Él. 57 YHWH: forma para escribir Yahvéh («El que es» o «El que existe») para que el lector, cuando la leyera, no

pronunciara el nombre en vano e incumpliera el tercer mandamiento. Por tal motivo, no se conoce exactamente

cómo se leía (Apartado I1d4). 58 Núm 6,24-26

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ternura, y frunciendo el ceño, leyó un capítulo del Éxodo. Simeón sostenía en su mano

una pequeña lámpara de aceite para poder ver con claridad. La lectura de la Torá se

estructuraba de forma que, en un ciclo de tres años, se leería por completo. Y luego se

empezaba de nuevo con el propósito de que, aquellos y especialmente aquellas mujeres

que no sabían leer, pudieran al menos, oír sus palabras. Simeón leía en hebreo, parándose

a cada versículo para traducirlo al arameo, la lengua que los aldeanos entendían. Aunque

el hebreo no distaba mucho del arameo, pocos eran los aldeanos que lo entendían. Solo

algunos, si habían mantenido la costumbre desde pequeños de recitar la Torá. No había

libros en la aldea, exceptuando esta única Torá, que guardaba Simeón como el tesoro más

valioso del mundo en el interior de una pequeña arca de madera. Yeshúa había aprendido

las Escrituras, como muchos de sus compañeros, por tradición oral y repetición; pues no

sabía leer ni escribir59.

Escuchando a Simeón, el joven recordó un momento especial que vivió en una de

sus clases, cuando Simeón les lanzó una pregunta, como solía hacer a menudo para

asegurarse de que le seguían y le entendían:

—Cuando estuve en Jerusalén, me contaron que hacía muy poco un hombre joven

se había acercado al maestro Shammai, y le propuso: «Si me explicaras la Torá en el

tiempo que yo pudiese mantenerme a la pata coja, sería tu discípulo». Shammai, un

excelente maestro, consideró ese comentario una burla a la Ley y una ofensa al Poder, y

59 Aunque el pueblo judío educaba a los jóvenes ya desde niños (en el conocimiento de sus leyes y costumbres,

no dando una información cultural general), es poco probable que el índice de alfabetización fuera importante.

Y en las pequeñas aldeas del mundo rural todavía menos. Una muestra de ello es que la Torá se leía en hebreo,

pero inmediatamente se traducía al arameo para que el pueblo pudiera entenderla. Es mucho más plausible que

la educación sobre la Ley fuese por transmisión oral, tanto en casa como en la escuela. Las sinagogas servían

también como escuelas elementales (llamadas, en hebreo, bet ha-Sefer («casa del libro»), que deben distinguirse

de las escuelas superiores (bet ha-midrash, «casa de estudio»), cuyo acceso quedaba más restringido. El

conocimiento se hacía por repetición y memorización, utilizando técnicas mnemotécnicas, como estudiar en voz

alta y canturrear los textos, como todavía se hace hoy en día. Una máxima rabínica señalaba: «primero aprender

(de memoria), luego entender». (El lector puede consultar más información al respecto en el apartado J2).

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no quiso siquiera hablar con el joven, del que se desembarazó de un empujón —Simeón

hizo una pausa y arqueó las cejas—. Aunque yo no creo que lo empujara realmente —

añadió con una sonrisa; y algunos rieron—. Al día siguiente —continuó Simeón—, el

mismo joven fue a ver al maestro Hillel, y le hizo la misma proposición: «Si me

explicaras la Torá en el tiempo que yo pudiese mantenerme a la pata coja, sería tu

discípulo». Hillel, que era un hombre más práctico, se tomó la pregunta como un reto,

observó el rostro del muchacho, y luego le respondió… —entonces el maestro Simeón

hizo una pausa y recorrió a sus alumnos con una mirada—. ¿Jeremías, sabes tú qué le

respondió? —preguntó entonces.

—Pues… no sé. Le recordó los diez mandamientos de Moisés —repuso el chico.

—Demasiado largo pensaría Hillel, hay que condensarlo más… ¿Y tú, Mattai?

—Pues… no sé… ¿Es posible condensarlo más?

—Hillel supo encontrar una solución. Yacob… ¿y tú qué dices?

—Solo hay un Dios —repuso el hermano de Yeshúa tras pensarlo.

—Hmmm —reflexionó positivamente Simeón—. Lo que dices es muy correcto,

pero ¿no te parece demasiado breve?

—Y tú, Yeshúa. ¿Qué crees que dijo Hillel?

Yeshúa, que llevaba un rato reflexionando, levantó la cabeza para observar el rostro

alegre de su maestro.

—Ama a Dios por encima de todas las cosas —repuso el muchacho.

—¡Ah! —sonrió Simeón—. Bien dicho. Y tienes razón en lo que dices. Hillel bien

pudo haber respondido así…, pero no fue eso lo que dijo. En su lugar, Hillel escogió

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decir: «Amarás a tu prójimo como a ti mismo60».

Hubo un «¡Ah!» generalizado. Y luego algún «claro, claro».

—Fijaos cual fue la respuesta del maestro —les remarcó Simeón—. Hillel considera

que la mejor forma de amar al Cielo es amar al prójimo, es decir a todos los hermanos y

hermanas de nuestro pueblo. Queridos niños, practiquemos esto de corazón y nuestro

pueblo será grande para siempre a los ojos del Señor. Y nada tendremos que temer.

Yeshúa volvió al presente. En la sinagoga, tras leer el fragmento del Éxodo, Simeón

leía ahora el libro de Daniel, que luego comentó; y terminaron, como siempre, con la

lectura conjunta de un salmo. La sesión concluyó y la muchedumbre se fue disolviendo.

Muchos se acercaban y tocaban con un extremo de su talit el rollo de la Torá para luego

llevárselo a los labios en señal de máximo amor por la Ley. Simeón, después de saludar a

algunos vecinos, se acercó a Yeshúa y le dijo delante de su padre.

—¡Ay Yeshúa…! Que gran hombre de leyes podrías haber sido —y Yeshúa se

sonrojó mientras su padre le acariciaba el pelo.

*

Era un día de finales de verano cuando Yeshúa llegó a casa y encontró mucha gente

de la aldea allí reunida. Había también un carro tirado por un asno en la entrada, lo que le

sorprendió todavía más. El muchacho aminoró el paso y fue avanzando por el camino

improvisado que la pequeña multitud le dejó libre. Yeshúa oyó su corazón golpeando el

60 Lev 19,18.

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pecho con fuerza y supo que algo iba mal. Algunas voces resonaban de fondo, distantes,

extrañas a sus oídos; hasta que, al poco, entendió que eran lamentos.

—¡Pobre chico! ¡Y qué será ahora de ellos! —dijo una mujer.

—El Cielo te bendiga Yeshúa —le gritó otra.

—¡Qué desgracia! Qué desgracia… —repetían algunas.

—Es esa ciudad maldita…

Yeshúa entró en casa. Sus hermanos estaban de pie en un rincón de la habitación.

Hana, que sostenía en brazos a la pequeña Shalom, le miró con los ojos llenos de

lágrimas, mientras los demás aguardaban a su lado. Simeón y Judá lloraban sentados en el

suelo. Yacob, con el rostro petrificado, salió de detrás de la cortina donde normalmente

dormían sus padres. Llevaba al pequeño Yosef agarrado de la mano, pero era incapaz de

responder a las inquietas preguntas del niño. Yeshúa dejó sus herramientas en un rincón

del suelo y se dirigió con lentitud a la otra habitación. Separó la cortina y reconoció el

rostro del físico en primer lugar. Luego el de su madre, sentada a los pies de la cama y

agarrando la mano de su esposo. Y Yosef, su padre, quien yacía tendido, con la tez pálida

y los ojos hundidos. Su rostro indicaba dolor y gran debilidad, y percibió la muerte de su

padre como una aguja clavándose en su propio corazón.

—Lo siento, Yeshúa —dijo el físico antes de retirarse—. No he podido hacer nada.

De pronto le pareció que la habitación estaba muy fría, y la débil luz de la lámpara

de aceite volvía el cuarto lóbrego. Pero su padre, al verle, le sonrió, y le indicó que se

acercara con un leve gesto de su mano. Y Yeshúa lo hizo, con lentitud.

—Déjanos Miryam —dijo Yosef. Y esta obedeció, acariciando el cabello de su hijo

al salir.

—Madre, como trajiste al físico y no a Simeón —le susurró el chico, pero ella no

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contestó.

Yeshúa se arrodilló a su lado. El chico apartó lentamente la manta, y vio que la

túnica de su padre estaba manchada de sangre a nivel del tórax. Su pecho se movía con

dificultad, como si cada bocanada de aire fuese un esfuerzo agotador, y un brazo,

escondido debajo de la manta, temblaba a sacudidas de forma descontrolada.

—Padre…

—Ha habido un accidente en la obra, hijo.

—Padre, ¿es que te mueres?

Yosef le clavó la mirada con una ternura que no podía esconder la desesperación del

momento.

—Me muero, hijo.

Los ojos de Yeshúa enrojecieron, pero se contuvo y no lloró.

—Escúchame, hijo. Tengo que decirte algo que creo es importante.

Yosef hizo una pausa para respirar. Intentó coger más aire, pero el pecho le dolía

enormemente. Respiró unas cuantas veces más despacio y se recuperó ligeramente.

Entonces puso su mano sobre la de su hijo.

—Yeshúa, la libertad de nuestro pueblo no llegará por las armas, pues nada

podemos así. Escúchame bien, hijo. No busques en la espada la solución a los males que

cubren nuestro pueblo. Es la palabra verdadera la que nos puede liberar. Es el amor al

Dios de nuestros padres lo que nuestro pueblo más necesita. Recuerda a los profetas

siempre.

—Padre…

—Déjame terminar hijo —Yosef puso su mano suavemente sobre el pecho del

muchacho y respiró un par de veces antes de continuar—. Sé un hombre justo.

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—Lo seré padre.

—Bien —y sonrió—. Hubiese querido hacer más cosas en esta vida, pero el Poder

me reclama. Y aunque no estoy preparado, debo ir. Pero quiero decirte algo muy

importante, algo que mi padre, tu abuelo, nunca llegó a decirme —y dicho esto, Yosef

puso ahora su larga mano sobre el hombro del muchacho—. Hijo... estoy orgulloso de ti.

Yeshúa no supo qué responder con la emoción del momento.

—Estoy muy orgulloso de ti. Y quería que lo supieses… —hizo una nueva pausa y

cogió aliento—. El Señor es fuerte en ti. Lo sé. Pero lo que sea que el Cielo te haya

reservado, cuida de tu familia. ¿Me comprendes, Yeshúa? Deberás cuidar de ellos ahora.

Porque te van a necesitar más que nunca. Siento traspasarte esta carga, hijo mío... Sea lo

que vayas a hacer en esta vida, no olvides a tu madre, y a los pequeños… hasta que

crezcan. ¿Podrás prometerme esto?

—Sí padre.

—Mi querido Yeshúa. Me temo que ahora ya no podrás volver a jugar a los tres

pases.

—No importa padre.

—Me reconforta oírte decir eso. Tú eres mi primogénito61. Y todos tus hermanos te

respetan… Sé que lo harás bien.

Yosef puso la mano en la mejilla de su hijo. Y respiró algo más tranquilo un par de

veces.

—Dame el talit.

Yeshúa cogió la bolsa de su padre y de dentro extrajo el talit de su padre,

61 El hijo primogénito tenía privilegios especiales (Dt 21,15-17). De hecho, Pablo se refiere en alguna ocasión a

Jesús como el primogénito de Dios (Rom 8,28-29).

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cuidadosamente doblado y protegido por un trapo. Yeshúa quiso colocarlo sobre la

cabeza de su padre, pero este se lo impidió.

—No hijo. Hace unos años un chiquillo me dio su mejor tesoro, ¿te acuerdas?

—¿Una canica? —dijo esforzándose en recordar.

—Una canica —dijo Yosef y sonrió—. Ahora yo te doy el mío—. Le apretó la

mano con el talit dentro. Y tragó saliva con dificultad—. Así debe ser. Y ahora déjame

besarte —dijo Yosef.

Yeshúa se acercó aún más—. Que el Poder te bendiga, Yeshúa, como hago yo

ahora—. Yosef cerró los ojos unos instantes después de besarle la frente—. Y ahora llama

a madre. Yeshúa retrocedió unos pasos y llamó a su madre, quien apareció en seguida a

tiempo para arrodillarse junto a su marido.

—Miryam…

—Yosef… —dijo ella estrechándole la mano entre las suyas, y conteniendo el llanto

y la respiración.

—Te quiero....

—Te quiero Yosef —repitió Miryam.

—Me llevo tu amor… —y dicho esto, la vida dejó su cuerpo en un instante,

mientras sus ojos permanecían abiertos, contemplando ahora inertes el rostro de su mujer.

—Lo tienes —añadió ella antes de romper a llorar.

Yeshúa empezó a retroceder hasta salir de la habitación. Su respiración se iba

acelerando más y más, y no entendía porqué no la podía controlar. Su corazón

repiqueteaba con una fuerza desmesurada. El muchacho se volvió y contempló los rostros

de sus hermanos, ahora clavados todos en él. Y una fuerza oprimió aún más fuerte su

pecho. Y tuvo que salir de la casa, a respirar aire fresco. Pero viendo como las mujeres de

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la aldea se golpeaban el pecho con las manos, y toda esa gente que se le acercaba a

consolarlo, prefirió alejarse y al poco empezó a correr. Sin volverse ni saber hacia donde

iba. Corrió y corrió hasta salir de la aldea. Y luego, corrió por el viejo camino hasta el

prado donde solían jugar a los tres pases. Y luego, corrió subiendo la montaña. Y luego,

cuando ya no pudo más, cayó al suelo de rodillas, frente a una higuera, en un lugar donde

a menudo gustaba de descansar. Y se echo a llorar bajo su sombra, golpeando el tronco

con sus puños.

—¿Por qué… te lo has… llevado? —intentó decir mientras lloraba—. Él era bueno.

Era bueno… Te has equivocado... te has equivocado —y se sorprendió por lo que estaba

diciendo, y porque estaba tuteando al Señor.

Se cubrió la cara con las manos —ahora ensangrentadas por los golpes— y continuó

llorando. Solo al rato empezó a serenarse. Y al poco, o tal vez mucho tiempo después,

entendió que no estaba solo. Judith estaba de pie, no muy lejos delante de él. Yeshúa se

sorprendió y acabó de secarse los ojos.

—Sabía que estarías aquí. Lo siento Yeshú.

La muchacha se acercó y le abrazó. Y así permanecieron un rato. Hasta que Yeshú

se serenó del todo. Entonces volvió a casa. Judith le acompañó. Algunas mujeres seguían

con sus lamentaciones; algunos hombres, familiares y amigos, se echaban ceniza sobre la

cabeza para expresar su dolor. Todos los que habían entrado en la casa estando allí el

difunto, quedarían impuros una semana 62 . Pero en las pequeñas aldeas algunos de

habitantes se solidarizaban así con sus vecinos y amigos, reconfortándolos y

compartiendo con ellos su desgracia y su duelo; aunque luego debieran purificarse.

Yeshúa decidió empezar encargándose de todo, y habló con un pariente para depositar al

62 Núm 19,14.

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día siguiente el cuerpo de su padre en la pequeña tumba familiar. Así lo harían. Le

velarían toda la noche y por la mañana lo enterrarían. Estarían siete días alejados de los

habitantes del pueblo, se lavarían el día tercero y el séptimo, y lavarían entonces sus

vestidos para quedar puros63. Simeón, el fariseo, sería el hombre puro que les ayudaría en

el ritual de purificación.

Precisamente fue Simeón quien entonces se acercó a Yeshúa, pero no le tocó

aunque quería, pues la ley se lo impedía. Vino con dos de los compañeros de trabajo de su

padre. Uno era un hombre alto, enjuto y con poca barba, que el muchacho había visto ya

una vez cuando acompañó a su padre a la ciudad de Séforis. El carro, con el que supuso

habían traído a su padre, era suyo.

—Lo siento hijo mío —dijo Simeón con el corazón afligido—. Que el Cielo acoja a

tu padre y le resucite el día de los justos.

Simeón le presentó entonces a los dos hombres que le acompañaban.

—Estos son Ezequiel y David, compañeros de tu padre.

—¿Te acuerdas de mí? —le preguntó Ezequiel. Mientras el otro hombre mantenía la

cabeza baja y parecía avergonzado —Yeshúa asintió—. Nos vimos en Séforis una vez —

dijo el muchacho.

—Me alegra que lo recuerdes —le dijo Ezequiel. Luego tragó saliva y cogió una

bocanada de aire, como si necesitase recobrar las fuerzas—. Yo estaba con él cuando

pasó —le dijo el hombre—. Se desplomó una pared y tu padre nos apartó, a mí y a mi

compañero, para que no recibiéramos el golpe… Él lo recibió en nuestro lugar.

Yeshúa se quedó medio petrificado escuchando la explicación y contemplando el

rostro de los dos hombres. Pero supo que no eran malas personas.

63 Núm 19,17-22.

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—Ha sido un accidente. No debería haber pasado —dijo el otro hombre, casi sin

levantar la cabeza—. Tu padre me ha salvado. Bendito sea.

—Tu padre era un hombre justo. El Cielo lo sabe —añadió Ezequiel. Yeshúa asintió

con la cabeza—. Ahora nos faltará un hombre. Tu padre decía que eras habilidoso con las

manos. Si quieres, puedes trabajar con nosotros; y si eres bueno, con el tiempo ocuparás

su lugar. Y tendrás para mantener a tu familia.

Yeshúa no respondió.

—También sé que es pronto… Puedes decidirlo más adelante.

—Sí Yeshúa, es pronto aún… —dijo Simeón, mirando de reojo al trabajador.

—Ocuparé su sitio —contestó el muchacho con firmeza.

—Bien —dijo Ezequiel—. Volveré dentro de una semana, cuando termine el luto, y

te enseñaré entonces cual será tu trabajo en la ciudad.

—O unos días más si necesitas… —agregó entonces su compañero, compungido

por el pesar.

—Empezaré cuanto antes —respondió Yeshúa.

Y los tres hombres se sorprendieron.

—Muy bien —dijo al fin Ezequiel—. Así se hará —y dicho esto, los dos

trabajadores se alejaron.

Simeón alzó la mirada y vio a Myriam, la madre de Yeshúa, quien había oído la

parte final de la conversación. Yeshúa se volvió y la vio también.

—Yo cuidaré de vosotros madre —le dijo.

—Hijo mío —dijo la todavía joven madre con los ojos llorosos—, sé que lo harás.

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CAPÍTULO 3

EL DESPERTAR

Nazaret, de los años 25 a 29.

Yeshúa cumplió su promesa y trabajó desde entonces muy duro para sacar adelante

a la familia. Y aunque recibieron cierta ayuda de algunos parientes y de la comunidad, los

primeros años fueron especialmente difíciles, cuando Yeshúa apenas podía contar con la

ayuda de sus hermanos, si no era en pequeñas colaboraciones en el taller o en algunos

trabajos temporales en el campo. El grueso del trabajo lo desarrolló él mismo en la vecina

Séforis, ciudad todavía en construcción a la que visitaba normalmente cuatro días por

semana, recorriendo la hora larga de distancia que le separaba dos veces al día, de buena

mañana y hacia el final de la tarde. Aunque tuvo que mejorar mucho su rudimentario

griego64 para poder hacerse entender con otros trabajadores y algun tékton local. Dos días

a la semana los pasaba en la misma Nazaret, trabajando en el pequeño taller de su padre o

en cualquier otro lugar de la aldea donde se le requiriera. Alguna vez, incluso había hecho

alguna faena en Naím u otra aldea vecina; pues Nazaret no ofrecía muchas oportunidades,

64 En la época de Jesús, una variante del griego llamada koiné era el idioma usado de forma estándar para

comunicarse entre gentes de diferentes culturas. (Sobre si Jesús hablaba la koiné, leer el apartado J2).

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debido a que la mayoría de los campesinos reparaban sus propias herramientas, y a que

las casas apenas contenían muebles, salvo una mesa y algunos estantes. Yeshúa trabajaba

preferiblemente reparando paredes o arreglando techumbres.

Se había afeitado la barba corta que llevaba, a causa del luto65, y tardaría tiempo en

dejarla crecer. Y solo lo hizo escuetamente, pues una barba larga le molestaba para

trabajar, en especial los cálidos días de verano. Aunque muchos judíos se enorgullecían

de ella, pues era una forma de reivindicar su procedencia, y hasta cierto punto, un tímido

elemento de resistencia contra Roma.

Yacob y Simeón le ayudaban recogiendo aceitunas en otoño, cuya maduración

gradual permitía alargar esa actividad hasta bien avanzado el invierno. En primavera

recogían brevas, el primer fruto de las higueras, de sabor menos dulce que los higos pero

muy apreciadas por su tamaño, y que algún año podían llegar a ser comidas hasta en la

Pésaj —la Pascua—. En mayo solían recogerse las cosechas y, si procedía, podía

entonces alquilarse esporádicamente como jornalero, en previsión de poco trabajo. Los

cereales se cortaban con la hoz, y la trilla raramente se hacía con bueyes —porque casi no

los había— y a menudo se usaba solo el viento para separar el grano de la paja66. En

septiembre estaba la uva, cuya fermentación no solo era utilizada en las fiestas o las

bodas, sino también como elemento de trueque; aunque antiguamente el vino había sido

un elemento de culto, pues con él se embriagaron algunos sacerdotes y profetas67. Hana y

madre atendían a los más pequeños, y se ocupaban de las actividades cotidianas de la

casa. Hacer el pan era la tarea diaria de las mujeres para alimentar a su familia68. Hacían

las tortas de pan, triturando, amasando y horneando el trigo. El pan podía tener entonces

65 Jer 41,5. 66 1 Cor 9,9 y Sal 1,4 respectivamente. 67 Respectivamente Jn 2,3; 2 Cro 2,10 y Dan 1,5; Is 28,7. 68 Como parecen aludir a ello: Gen 18,6; Jer 7,18 o Mt 13,33.

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diferentes formas. La masa, en forma de bollo, se colocaba sobre una placa de piedra

previamente calentada en ceniza caliente 69 . Una vez hecho, a veces lo guardaban

ensartado en un bastón, de donde procedía la expresión «romper el bastón del pan»

cuando había hambruna70. Al pan se le añadía algo de masa madre, la levadura natural,

para darle más consistencia, exceptuando los días previos a la Pésaj donde se eliminaba

todo grano de levado; pues durante el Seder —la cena pascual— y los siguientes siete

días, solo se comería el pan ácimo, es decir, sin la masa madre71.

Las mujeres se encargaban también de la colada, la limpieza del hogar y de ir a

recoger el agua al pozo. Precisamente gustaban de ir a la misma hora por la mañana y

aprovechar para ponerse al día de todo, pues era de los pocos momentos en que las

mujeres se divertían, armando cierto alboroto que ningún hombre en su sano juicio se

hubiera atrevido nunca a perturbar. También era menester suyo hilar la ropa para toda la

familia, aunque la mayoría de las veces se limitaban a zurcir o a remendar. Yeshúa veía a

veces a su madre, bajo la luz de la lámpara de aceite, poniendo parches usados sobre ropa

vieja72; y gustaba contemplar el trabajo de sus habilidosas manos. Como norma, las

mujeres confeccionaban la ropa de su propia familia y no había tejedores en los pueblos,

ya que tal oficio era además despreciado, por estar relacionado con mujeres y tener fama

de fraudulento. También eran mal vistos los curtidores, porque a veces usaban pieles de

animales prohibidos por la ley para confeccionar el cuero 73 . Además, las pieles

desprendían malos olores. El clima de Nazaret en invierno era frío, e incluso refrescaba

69 Ex 12,8; 1 Re 19,6. 70 Sal 105,16. 71 Ex 12,14-15. 72 Alusión a Mc 2,21 y par. (par=pasajes paralelos en los otros evangelios canónicos). No se ponen parches

nuevos en ropa vieja. 73 Este fue el oficio de Pablo de Tarso (Hch 18,1-3). Pedro estuvo alojado en casa de uno de ellos en Joppe (Hch

9,43), pero la casa se encontraba a las afueras de la ciudad (tocando al mar), para no perjudicar a la población

con sus olores e impurezas (Hch 10,6). Los evangelios aluden a los bataneros (Mc 9,3), que blanqueaban la

ropa, en el episodio de la transfiguración.

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en las noches de primavera, aunque la mayor parte de los días del año eran agradables.

Sin embargo, en verano, el calor podía llegar a ser sofocante, siendo a veces preferible

estar dentro de casa.

Poco a poco, y con el devenir de los años, sus otros hermanos llegaron también a la

edad adulta y se fueron incorporando plenamente al trabajo familiar. Este hubo de

repartirse pues el taller no daba para todos. Yacob, el segundo hijo de Yosef y Miryam,

trabajaba también la cerámica y la cestería, construyendo respectivamente pequeños

jarrones o vasos, así como cestos. Mientras que Simón, el tercer hermano varón, ayudaba

a Yacob o bien trabajaba como labrador en el campo junto al pequeño Yosef, el hermano

menor. Conseguir reunir la dote de Hanna había sido una de las prioridades de Yeshúa.

La dote era importante para la propia seguridad de su hermana, pues, aunque sería el

marido quien la administraría en su nombre, si este cometía alguna injusticia —incluida

el adulterio—, debería devolvérsela intacta a su mujer, lo que la ayudaría en su

manutención hasta que pudiera volver a casarse. Toda mujer debía casarse, y si no lo

hacía, se veía como algo extraño e incluso preocupante, por la situación de inseguridad en

que quedaba. Los dos hermanos varones más pequeños, Simeón y Yosef, no llegaron a

recibir la formación artesanal de su padre debido a su muerte prematura. Lo que,

afortunadamente, no supuso una grave crisis, pues el taller tampoco podría haber ofrecido

trabajo para todos ellos. Hana se casó finalmente con un pariente de la misma Nazaret, y

se fue a vivir con él siguiendo la costumbre74. Yeshúa compartía ahora la cama solo con

Yacob, mientras Simeón dormía con Yosef y la pequeña Shalom con madre. El huerto de

casa marchaba bien y podían intercambiar alimentos por otros productos, como pescado o

en ocasión de algunas festividades, carne. Una o raramente dos veces por semana comían

74 Según Mateo, las hermanas de Jesús vivían en Nazaret cuando él predicaba (Mt 13,55-56).

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el pescado que traían unos comerciantes al mercado desde Magdala, ciudad portuaria a

orillas del lago de Genesaret.

Yeshúa siguió imponiendo las manos75, como había hecho su padre con aquellos

que se lo pedían buscando mitigar su dolor. Sus hermanos y su madre sabían que había

heredado el don de padre y lo consideraban una gracia del Cielo. Y cuando el viejo

maestro Simeón murió, a veces ante alguna disputa, algunos aldeanos habían llegado a

buscar consejo en Yeshúa. Pues los carpinteros pasaban por ser personas justas, por su

capacidad de medir las cosas de forma exacta, como hacían en su trabajo. En tales casos

no era raro escuchar: «¿no hay aquí un carpintero o hijo de carpintero que nos solucione

el problema76?»

Yeshúa bar Yosef no se comprometió en matrimonio hasta que pudo reunir, esta vez

con ayuda de todos sus hermanos, la dote para la pequeña Shalom. A la joven no le

faltaban pretendientes, y Yeshúa acordó el contrato de la pequeña, quien al cabo de un

año de esponsales pasaría a vivir en casa de la familia de su esposo, también en Nazaret,

un hombre a quien él consideraba bueno y con expectativas de futuro. Cuando hubo

firmado el contrato se sintió muy aliviado y feliz, pues supo que había cumplido ya la

promesa que le hizo a padre. Fue entonces cuando firmó su propio contrato de

matrimonio con Judith, su amiga de la infancia, quien pasó entonces a ser su esposa. Al

75 Imponer las manos: esta expresión tiene aquí un significado de curación por las manos. En otros casos el

significado podía ser distinto, por ejemplo de bendición o también de transmisión de una capacidad o poder

(aunque no sea real) a una tercera persona. Por ejemplo, en los primeros libros del AT (Antiguo Testamento),

este es el medio por el cual se transfería la autoridad de una persona a otra, como en el caso de José a su hijo

Efraim (Gn 48,17), o de Moisés a Josué (Núm 27,18). En el NT toma un significado parecido pues los

discípulos de Jesús la usan como una forma de transmitir el poder del Espíritu Santo (Hch 8,17-19), pero

también como curación (Hch 9,17-18). Jesús la usó también como forma de curación (Mc 6,5). Originalmente

parece haber sido la forma en que los judíos transmitían sus pecados a un animal, el chivo expiatorio, que luego

sacrificaban a su Dios (Lev 1,3-4). 76 Dicho utilizado en época de Jesús. (Más información sobre esta cita en el apartado J2).

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cabo de un año77 la tomó ya en su casa y el matrimonio se consumó definitivamente.

Los dos habían esperado mucho, pero valió la pena al fin. Las cosas ya habían

cambiado notablemente desde que su padre había muerto. La reconstrucción de Séforis

estaba muy avanzada e incluso Antipas se había instalado en ella de forma oficial. Sin

embargo, había decidido, de nuevo emulando las grandes obras de su padre, dotar a

Galilea de una nueva capital, construida según los cánones modernos helenísticos, es

decir, romanos y griegos. Así se empezó a construir una ciudad, a pocos estadios al sur de

Magdala, también a orillas del lago de Galilea. Para muchos era absurdo construir una

ciudad allí cuando la función ya era ejercida por Magdala. Y la nueva capital solo serviría

para disminuir el nivel de vida y la buena marcha de los que vivían en Magdala y los

alrededores, que eran judíos del país, a favor de los nuevos habitantes de la capital, cuya

gran mayoría eran goyim (no judíos), judíos de dudosa piedad o judíos forzados a vivir

allí. Pues la nueva capital fue construida prácticamente encima de un antiguo cementerio,

lo que convertía en impuros a sus habitantes. Por eso muchos judíos piadosos rechazaron

ir allí a vivir. Sin embargo, Antipas no cedió en su empeño. Y así prosiguió su política de

77 Jesús muy probablemente no estaba casado en su vida pública. Esta empezó muy tardíamente y se desconoce

lo que pudo pasar hasta los 33-35 años en que empezó a predicar. Cabe preguntarse porqué empezó tan tarde su

misión. El matrimonio era lo normal en la época y es más plausible considerar eso que no lo opuesto. Sin

embargo, aquí no hay una postura clara entre historiadores. Existen algunos pasajes en el evangelio de Juan que

algunos autores consideran que pueden aludir a un supuesto matrimonio de Jesús en su vida pública: las bodas

de Caná (Jn 2) —entendiéndolas como las suyas propias—, las palabras de Jesús en la cruz («Mujer, ahí tienes a

tú hijo», Jn 19,26, dichas a su supuesta esposa), o la aparición del Jesús resucitado a María Magdalena («No me

toques», Jn 20,17, dando a entender que ella era su esposa y venía a besarlo). Pero estos argumentos son

difícilmente sostenibles. Por otro lado hay evangelios apócrifos que parecen dar a entender más claramente que

Jesús estaba casado, especialmente el evangelio de Tomás (cuando Salomé se dirige a Jesús diciéndole «¿Quién

eres tú, hombre… Tú has subido a mi cama y has comido en mi mesa.», EvT, 61) y el evangelio de Felipe («Y

la compañera del [Salvador es] María Magdalena. El [Salvador] la amaba más que a todos los discípulos, y la

besaba fuertemente en la [boca]. Los demás discípulos…le dijeron: ¿Por qué la amas más que a todos nosotros?

El Salvador respondió y les dijo: ¿Por qué no os amo a vosotros como a ella?», EvF 55b) Estos últimos textos

son de mediados del s.II al s.III, son tardíos y escritos por generaciones de cristianos teológicamente más

avanzadas, y no deben entenderse literalmente, sino dentro de una línea espiritual que formó parte del

cristianismo primitivo y que es la gnosis. (Sobre el estado civil de Jesús puede consultarse el apartado J3 y sobre

la gnosis el apartado F6). Finalmente y más recientemente, el llamado evangelio (?) de la esposa de Jesús

(«Jesús les dijo: Mi esposa».) tal vez del s.IV, no es sino un fragmento pequeñísimo de papiro del que se

conservan algunas líneas incompletas a cuyo significado sus mismos descubridores no dan autenticidad

histórica.

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helenización en detrimento de la gente del lugar. La ciudad fue llamada además Tiberias,

en honor del entonces césar de Roma.

El reciente matrimonio fue bien recibido en el pueblo. Si tanto Hana como Shalom

se habían ido a vivir a las casas de sus respectivos maridos, como mandaba la costumbre,

en contrapartida Yeshúa trajo a su esposa a su casa, donde vivían también Yacob, Simeón

y Yosef con sus respectivas mujeres e hijos78 . Su familia la recibió bien —pues la

conocían de toda la vida— lo que fue sin duda agradable, pues a menudo el cambio de

familia podía ser algo traumático para la mujer, que se incorporaba a una comunidad en la

que podía sentirse extraña o incluso separada. Cada vez que un nuevo matrimonio se

incorporaba a la familia, Yeshúa y Yacob añadían una habitación a la casa; todas ellas

comunicando con un espacio interior que hacía las funciones de patio común. Yeshúa era

entonces el patriarca de su familia y tenía el pleno respeto de sus miembros, además de

contar con el afecto sincero de sus hermanos, pues había ocupado con éxito el lugar de su

padre a base de su propio esfuerzo y trabajo. Él y Judith se casaron en septiembre,

después de la vendimia, una época de celebración y alegría para todos los pueblos de

Israel. El día del matrimonio, la esposa pudo aparecer en el cortejo con la cabeza

desnuda79, mostrando su bonito pelo y un delicado peinado. A diferencia de las ciudades,

aunque en la vida diaria el velo era obligado, en el campo —donde las mujeres podían

andar solas hasta la fuente, ayudar en el huerto e incluso vender luego sus productos— las

relaciones eran más libres y las costumbres menos estrictas, por lo que las mujeres podían

no llevarlo en algunas circunstancias. Con la consumación del matrimonio, Yeshúa pasó a

ser según la ley el dueño de su mujer, y ella le debía obediencia. Pero ambos se querían y

78 Pablo explicaba que los hermanos de Jesús estaban casados y que sus esposas los acompañaban en sus viajes

de predicación (1 Cor 9,5). 79 Lo que significaba que era virgen. No sucedía así si no lo era, por ejemplo si era viuda y se volvía a casar.

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se anunciaba un matrimonio feliz.

*

Lamentablemente no fue así como siempre sucedió, pues aunque Yeshúa y Judith se

querían, al cabo de cinco años aún no habían tenido hijo alguno. El Señor no los había

bendecido en ese sentido, lo que fue un hecho penoso para ellos, desdichado para su

familia, sospechoso para algunos aldeanos y un castigo del Cielo para otros. Había quien

recordaba que el Señor dejó estéril a la mujer de Abimelec y a todas sus siervas en el

Génesis, y sus razones tendría80. Otros —muy pocos—, que si Jesús era un mamzer no

podía casarse con una mujer que no lo era. Según la ley, Yeshúa podría haber repudiado a

su mujer81 y haberse casado de nuevo con otra; pero no quiso. Judith le había sugerido

que podía tomar otra esposa, como hizo Abrahán con Agar, la sirvienta de su mujer Sara,

o Jacob con Bilhá, la sirvienta de su segunda esposa Raquel 82 , pero aparte de que

mantener a dos esposas hubiera sido bastante costoso, Yeshúa jamás le hubiese hecho eso

a su mujer, porque la amaba demasiado. Para él, Judith era la mujer de su vida, la que el

Génesis prometía a cada hombre. Y era con ella con quien debía formar una familia83. De

80 Gen 20. Un “oprobio”, una deshonra pública, es como define el NT a la esterilidad (Lc 1,25). 81 El Talmud es un libro formado por la unión de dos libros, la Misná y la Guemará, ambos comentarios de

leyes escritos por rabinos destacados de los primeros siglos de la era cristiana. Lo que decimos toma como

referencia el Talmud de Babilonia (tratado Pesahim 113b), aunque fue recopilado unos siglos después (s.V), y

no se sabe seguro si su validez era exacta en la época de Jesús. Al cabo de diez años sin hijos, resultaba obligado

cambiar de esposa según la Misná (tratado Yebamot 6, 6). Es interesante señalar como la ley daba por supuesto

que la mujer era la responsable de la infertilidad y no el marido. (Sobre la situación de la mujer en el judaísmo

del s.I, puede leerse el apartado I2d). 82 Gen 16,1-4 y Gen 30,1-6 respectivamente. 83 Gen 2,21-24. Jesús se manifestó duramente en contra del divorcio (Mc 10,1-12 y par.) recordando este

ejemplo del Génesis. (Para más información, ver el apartado J13).

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momento, Yeshúa disfrutaba con sus sobrinos y esperaba. Pero Judith, cuando lo veía

jugar y reír con ellos, sentía un enorme vacío en sus entrañas. Tanto su marido como sus

cuñadas la habían consolado en repetidas ocasiones, pero la pena seguía dentro. A veces

le costaba mirar a los ojos de su marido, porque se sentía culpable y avergonzada por el

oprobio de su esterilidad.

Yeshúa seguía trabajando la mayoría de las veces en Séforis, donde llevaba ya el

peso de algunas obras menores, como antes había hecho su padre. La salud de su esposa

empeoró en el último año, y a veces sufría crisis de tos. Las cataplasmas de mostaza

aplicadas al pecho que le recomendó el físico, y que se hacían triturando el grano de esta

planta, le hacían poco efecto. Una curandera de Naím la visitó también, pero con poco

resultado84. En cambio, Judith mejoraba más cuando Yeshúa le imponía las manos sobre

el pecho y rezaba —como había visto antes hacer a su padre—. Eso la ayudaba… al

menos durante cierto tiempo. Pero su enfermedad convencía a la gente que esa joven

familia no había sido bendecida por el Señor. Aunque Yeshúa era honesto y trabajador,

otros elementos jugaban en su contra: siempre había quien recordaba que había nacido

antes de consumarse el matrimonio de sus padres. Además, su padre había muerto no de

muerte natural —lo que algunas voces habían llegado a relacionar con lo anterior— y él

se había casado con una mujer infértil que no contaba con la gracia del Señor, y se veía

obligado a trabajar en una ciudad donde había numerosos paganos, lo que para los más

conservadores de la aldea, era algo negativo. Con el tiempo, la gente empezó a acudir

preferiblemente al físico, y fueron dejando de pensar ya en el tékton de la aldea como

sanador. Y esa faceta de Yeshúa fue cayendo en el olvido entre la gente. Aunque no para

su familia, que seguía recurriendo a ella cuando les hacía falta. También con el tiempo,

84 Había mujeres curanderas en el judaísmo. (Lo citamos brevemente en el apartado J10).

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algunos prefirieron confiar sus reparaciones a su otro hermano, Yacob, y no a él. Todo

esto no fue un proceso rápido, no pasó de la noche a la mañana; sencillamente fue

pasando.

Yeshúa contaba con la ayuda y la admiración de sus hermanos y el amor de su

madre. Sin embargo, el joven matrimonio era consciente de su pesar, y aunque Yeshúa

creía que el Señor terminaría por bendecirlos, no entendía porque se demoraba tanto.

Simeón, su maestro en la sinagoga, antes de morir le había dado esperanzas, poniéndole

ejemplos de otras mujeres que, según las Escrituras, habían parido en edad más avanzada,

como la mujer de Abrahán. Pero Judit se consideró85 siempre desdichada y marcada por

no tener hijos, sintiéndose empobrecida ante las demás mujeres de la familia y de la

aldea. La infertilidad era una vergüenza severa para ella y para toda mujer de bien86. Eso,

unido a su frágil salud, la debilitó aún más si cabía. Su nueva familia, y la aldea en

general, la tenían por una mujer honesta y trabajadora, aunque alejada del cariño del

Señor. Y como algunos aldeanos solían decir, el Cielo debía tener sus razones para ello.

Y así fueron haciendo durante un cierto tiempo más, en el que, aunque la tos de Judith se

agravó, ella procuraba no darle importancia y seguir adelante. A pesar de intuir en su sino

que la situación no mejoraría.

El shabbat la aldea se seguía reuniendo en el antiguo almacén que hacía la función

de sinagoga, y allí leían las Escrituras y alababan al Señor. Al llegar la noche, cuando el

shabbat oficialmente terminaba, discutían los asuntos del pueblo que requerían más

atención, como organizar algunas actividades, solucionar algunas rencillas vecinales o

preparar la festividad más próxima. A veces recibían visitas de gente de otras partes del

85 Gen 21,1-2. 86 Lc 1,25.

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país, principalmente familiares o amigos, y también de aldeanos que retornaban de

peregrinación en caravana desde Jerusalén, donde habrían celebrado alguna festividad.

Todos ellos traían noticias del país. Yeshúa había ido muy de vez en cuando con ellos

hasta Jerusalén, especialmente en alguna Pésaj. Aunque la ley obligaba a ir al menos tres

veces al año, por Pésaj, Shavuot —Semanas o Pentecostés — y Shukkot—

Tabernáculos—, las necesidades económicas de las pobres gentes de Nazaret hacían eso

impracticable; y una vez al año resultaba ya mucho.

Pero la gente que iba y venía de Jerusalén era la que se encargaba de mantener

informados a los pueblos. Así fue como, tiempo atrás, mientras discutían sobre la

preparación de Purim —la fiesta de verano y una de las más alegres, donde se celebraba

la intercesión de Esther ante la amenaza del rey persa— algunos vecinos que habían

regresado con la caravana de Jerusalén, habían contado la noticia de la muerte del rey

Herodes. O cuando, tiempo después, otros relataron que el hijo mayor de este, Arquelao

—quien gobernaba la mitad del reino de su padre— había sido destituido y sustituido por

un romano87. La última noticia que había llegado a Nazaret era que Herodes Antipas se

había casado con su cuñada Herodías —quien aún estaba casada con uno de los hermanos

del mismo Herodes—, y que había sido ella misma la que había tomado la iniciativa de

repudiar a su marido. Un hecho insólito y que suponía una evidente infracción de la

Ley88, pues una mujer no podía tomar tal decisión. El padre de la primera esposa de

Antipas era el rey de los nabateos, que vivían al sur de Israel, y cuando su hija repudiada

se lo contó, no se lo tomó nada bien. Algunos judíos pensaron que podría haber guerra

87 Este dato es correcto. Su mala gestión, que provocó incidentes entre los distintos grupos judíos, provocó su

destitución por orden de Octavio Augusto, quien ya no quiso nombrar otro sucesor judío y destinó en su lugar

un prefecto romano. El primero fue Coponio y el más conocido, Poncio Pilato. (Más información en el apartado

I1b). 88 Lev 18,16.

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entre los dos países, aunque por fortuna no fue así89.

*

El Nazareno llegó un día a casa y su mujer no salió a recibirle con un jarro de agua

fresca, como era su costumbre en los cálidos días de verano. La llamó y no obtuvo

respuesta, lo que le extrañó. Inquieto, dejó sus cosas en el suelo y entró en la habitación,

encontrándola tumbada boca abajo e inconsciente con un visible golpe en la cabeza,

sangre seca en la frente, y aún líquida en la comisura de los labios. La levantó y la puso

sobre la cama, donde la sacudió un poco hasta que volvió en sí, aún desorientada.

—¿Qué te ha pasado? —le preguntó mientras con un trapo limpiaba la sangre de sus

labios.

—No lo sé Yeshú. Estaba doblando la ropa y noté calor, mucho calor. Entonces

entré en casa para beber agua y, supongo, me caí. Y… —dijo poniéndose la mano sobre

la frente—, me golpeé la cabeza, ¿verdad?... Pero no me acuerdo de eso.

—¿Tropezaste?

—Creo que no.

Yeshúa tocó la mejilla de su mujer y la sintió caliente. Entonces le puso la mano en

la frente y se sorprendió.

—Judith, estás ardiendo.

89 Sin embargo, la guerra entre Herodes Antipas, tetrarca de Galilea y Perea, y Aretas IV, rey de Nabatea, sí

sucedió finalmente, aunque años más tarde a la muerte de Jesús, hacia el 36. Y se saldó con la derrota del

primero. Muchos judíos lo consideraron entonces un castigo por el asesinato de Juan el Bautista ordenado por

Herodes.

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—¿Sí? —dijo ella intentando levantarse—. Tengo calor... y frío. ¿Puede ser por el

golpe?

—Quédate en cama —le dijo impidiendo que se levantara.

—Pero no puedo. Tengo que acabar de recoger la ropa, preparar la cena y… —un

nuevo ataque de tos le sobrevino; y Judith cogió el trapo de las manos de su esposo en un

gesto rápido y se lo puso en la boca. Al pasar la tos y retirarlo, Yeshúa vio de nuevo

sangre en sus labios.

—¡Judith! Vuelves a tener sangre en los labios.

—¿No te ha tocado verdad? —dijo ella por miedo a haberle contaminado.

—No, no es eso.

Ella se los secó y contempló el trapo enrojecido en algunas zonas.

—¿No es esta la primera vez que te pasa verdad?

—A veces sangro un poco cuando toso —dijo ella—. Solo de vez en cuando.

—Oh Judith, ¿por qué no me lo dijiste?

—No quise preocuparte Yeshú. Has tenido que trabajar tanto para ayudar a la

familia.

El Nazareno la miró con ternura.

—Descansa aquí.

—Soy tu esposa. Debo cuidar de ti.

—Hoy quiero que descanses —dijo forzando una sonrisa y cubriéndola con una

manta.

—Bueno —dijo ella viendo que no había otra solución y sintiéndose agotada—.

Creo que me hará bien reposar un rato.

Yeshúa se levantó y avanzaba hacia al exterior cuando Judith le interrumpió.

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—No es grave, ¿verdad Yeshú?

—Tienes fiebre y necesitas descansar —le dijo, aunque le costó mirarla

directamente a los ojos. Luego, cuando salió al exterior, alejado de la mirada de su mujer,

se puso las manos en la boca y se contuvo para no llorar. Tuvo que apoyarse contra una

pared para no caer. El Nazareno lo sabía bien; su padre se lo había explicado un par de

veces por lo menos, para que supiera reconocer el principio de esa enfermedad y alejarse

de ella. Era tisis. Y todos conocían la evolución, a veces lenta o a veces rápida, pero

siempre con el mismo triste final. Al ver acercarse a su madre, el Nazareno hizo un

esfuerzo para serenarse, aunque ella detectó la preocupación en el rostro de su hijo.

—Hijo… ¿qué pasa?

Yeshúa la alejó un poco de la casa y entonces le habló.

—Madre —le dijo antes de que ella pudiera decir nada más—, Judith y yo nos

trasladaremos.

—¿Pero por qué?

—Judith está enferma madre.

—¡Enferma! ¡Cielo bendito! —dijo antes de poder respirar al fin—. ¿Tan grave es?

—Lo es madre.

—Hijo mío… —dijo ella poniéndole su mano en el hombro.

—Estaremos bien.

—¿Pero dónde iréis?

Yeshúa volvió la cabeza hacia el viejo cobertizo en el que guardaban todo tipo de

trastos.

—Pero no podéis vivir allí —dijo entendiendo su mirada.

—Aún no. Pero lo arreglaré; y dentro de un par de días nos trasladaremos. No digas

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nada a los hermanos de momento. Hasta entonces, Judith comerá en nuestra habitación.

—De acuerdo hijo. Tú arregla el cobertizo, pero ya sabes que tus hermanos te

ayudarán sin más explicaciones. Y yo… —dijo tras un suspiro—, yo le traeré la comida

cuando no estés, para que ella pueda descansar.

*

Aunque con los cuidados Judith consiguió recobrarse, su salud volvió a empeorar a

las pocas semanas, y esta vez tuvo que guardar cama más tiempo. Yeshúa ya había

habilitado plenamente el cobertizo y vivían allí. No quería que los frecuentes esputos

sanguinolentos de su mujer trajesen la impureza a miembros de su familia. La noticia se

extendió inevitablemente por la aldea, donde la desgracia de Judith fue interpretada en la

misma línea del castigo divino que ya suponía su infertilidad. Entre algunos habitantes

del pueblo había debate sobre si el pecado procedía de ella o de sus padres, pero al ser

estos gente piadosa y haber tenido varios hijos, Judith emergía como la principal

responsable de lo que le sucedía. Sin embargo, y tal vez porque Yeshúa era considerado

por la mayoría del pueblo un hombre bueno, aunque desafortunado —muy pocos lo

señalaban como mamzer—, si alguien sugirió el traslado de la enferma fuera de la aldea,

tal idea no prosperó. Pero a pesar de que el Nazareno obtuvo el apoyo de su familia y de

algunos amigos, en general primó cierta indiferencia entre la gente del pueblo hacia su

desgracia.

Yeshúa tuvo que sufrir cuando las fuerzas de su mujer de veintiséis años iban

minando cada día. Pasaron unos últimos meses muy tristes y penosos. Yeshúa rezaba en

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solitario buscando ayuda. Su padre y Simeón, su antiguo maestro, ya no estaban. Y nadie

había podido ocupar su lugar con la misma autoridad y sabiduría. Ayunó algunas veces

implorando por su mujer. Usó sus habilidades sanadoras con ella, aunque solo conseguía

muy temporalmente alejarla del sufrimiento. Pensó que tal vez había perdido lo que su

familia consideraba un don. También pasó a trabajar menos horas en Séforis, yendo solo

por las mañanas, para luego volver a casa y atender las necesidades básicas de su esposa.

La alimentaba, la limpiaba y la cuidaba. Estaba tan menguada que verla entera le

resultaba muy doloroso, pero lo disimulaba. La vestía cuando ella se encontraba algo

mejor, y entonces la llevaba afuera. Le había construido una silla especial, muy cómoda,

con el asiento y el respaldo forrados de lana, donde ella podía sentarse al exterior y, ya

bien abrigada, contemplar como Yeshúa trabajaba en el pequeño huerto que tenían.

Y llegó el último mes, luego la última semana, y tras ella el último día. Lo pasaron

juntos. Al atardecer, Yeshúa se la llevó afuera, para que disfrutara una vez más de la

belleza del fértil valle de Yizreel, al sur de las montañas de Nazaret, el lugar donde

Débora luchó contra Sísara, el jefe del ejército cananeo, y donde Saúl lo hizo contra los

filisteos90. Y allí, con esa bonita puesta de sol, bañados por la última luz del crepúsculo,

su mujer se fue. Estaba tan pálida y había perdido tanto peso que sus ojos se hundían ya

en el cráneo, y no pudiendo contemplarlos más sin vida, prefirió cerrárselos. Lloró el

Nazareno e imploró a Yahvé entre sollozos: primero rogando por un milagro, después

preguntándole enfadado el porqué y, finalmente, ya resignado, pidiendo por la

resurrección de su alma en el día del Señor.

Sabía desde niño que los cadáveres eran impuros, pero abrazó el cuerpo de su mujer

con toda la fuerza que pudo. Y allí se quedó, hasta que abatido por el cansancio, dejó de

90 Jue 4 y 1 Sam 29 respectivamente.

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llorar y consiguió recuperar en algo sus fuerzas. Lo suficiente como para llevarla de

nuevo dentro del cobertizo. Como si estuviese dormida, la colocó con dulzura sobre la

estera y la manta que formaban la cama. Y encendió la lámpara de aceite y unas velas

para ver con más claridad. La desvistió y la lavó con un paño húmedo91. Luego le puso su

vestido más bonito, el que más le gustaba de los tres que tenía, y le cubrió la cara con el

velo que tenía92. Y allí permaneció, quieto a su lado, velándola el resto de la noche. Por la

mañana, cuando su hermano vino a visitarlo, Yeshúa impidió que le tocara para no

contraer impureza93, y le pidió que transmitiera la noticia a su familia y a los padres de

ella. Al enterarse los padres de lo sucedido, le agradecieron el cuidado que siempre había

tenido con ella, pero se enfadaron por no haber podido velarla el tiempo suficiente, y

haber tenido poco tiempo para buscar plañideras94. Aunque ya estaban hechos a la idea,

vista la progresión de la enfermedad, que su desdichada hija moriría pronto.

Yeshúa no quiso que entrara persona alguna en el humilde cobertizo, y solo él se

mantuvo en la más estricta impureza. Cuando estuvieron todos los familiares reunidos de

las dos familias, sacó finalmente el cuerpo en brazos y lo dispuso sobre una tabla que su

hermano había traído. Y allí, al exterior, sin tener que contaminarse por entrar en la casa,

su familia pudo por fin verla. Aunque Yeshúa tuvo cuidado de que nadie lo tocara a él,

dejó que los familiares que quisieran tocaran el cuerpo de su esposa. Luego, entre los

cinco hermanos trasladaron el cuerpo de Judith sobre la tabla, pues no había féretro.

Delante de la comitiva iban como era costumbre las mujeres, llorando y dando muestras

91 Según la costumbre que aparece en el NT: Hch 9,37. 92 Gen 24,65-67. 93 Respectivamente Núm 19,14 y 19,22. En el judaísmo antiguo, la pureza no debe ser confundida con la

limpieza en un sentido moderno y contrario a los gérmenes. La impureza tampoco debe ser confundida con

problemas médicos, sino que es un término derivado de la legislación de la Torá y se aplica solo a los judíos. 94 Los tratados de la Misná (Ketubot, 4,6 ; Metsia, 6,1) indican que, incluso el israelita más pobre si pierde a su

esposa debe poder costearse al menos, una plañidera y dos flautistas.

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de dolor, echándose ceniza y tierra sobre la cabeza. Las demostraciones de aflicción eran

siempre ruidosas. Dos flautistas iban detrás de ellas, emitiendo notas lúgubres, apropiadas

para el momento95. Se dirigieron al cementerio, un lugar que el uso había ido creando

como tal, y que se mantenía a más de cincuenta codos de la aldea. Allí se enterraban

todos los judíos del pueblo, aunque no los marginados por la sociedad ni los gentiles. Esa

fue la única impureza que contrajo la gente, y era muy habitual que en las aldeas y

pueblos gran parte de la población se contaminara así; pero era considerada una impureza

menor. Solo él entró dentro de la tumba, en verdad una pequeña cueva, y ungió el cuerpo

con aceite antes de cubrirlo completamente con la sábana. Dejó el velo cubriéndole el

rostro96. La enterró junto a su propia familia, al lado de sus abuelos y también de su

querido padre, bajo la sombra de un terebinto97, un árbol de larga vida muy estimado por

los judíos. Los israelitas no practicaban la cremación, entre otras cosas a causa de la

creencia en la resurrección. Sellaron la pequeña entrada a la cueva con grandes piedras,

para que no entrasen perros u otros animales a mordisquear el cuerpo. Dentro de un año

aproximadamente, volvería a entrar, recogería los huesos y los depositaría en una urna

junto a los otros, liberando así espacio en el interior de la tumba.

Al terminar fueron muchos a casa de la familia, comieron el «pan de luto»98 y

bebieron vino. Allí vinieron algunos vecinos más a dar sus condolencias. Yeshúa

continuó sin dejar que nadie lo tocara. Y al concluir, se aisló con la excusa de la semana

ritual de purificación que le exigía la Ley. Días después se purificó con agua lustral, que

95 Es posible que en época de Jesús esta costumbre estuviese ya en vigencia. Mt 9,23 parece aludir a ello. 96 Según la costumbre que aparece en los evangelios: los perfumes para ungir en Mc 14,3-8.16,1; y el pañuelo

para cubrir la cabeza en Jn 11,44. 20,7. Los «nichos» (kokhim, en hebreo) excavados en las roca son habituales

en época de Jesús y también se han encontrado en Galilea, por ejemplo en Cafarnahum. 97 Is 6,13 cf. 1 Cro 10,12. Terebinto: también conocido como cornicabra, es un árbol pequeño, aunque puede

alcanzar hasta los 6 m. de alto, de la familia de las anacardiáceas, del género pistacia, nativo del Mediterráneo

occidental y que se extiende desde las islas Canarias, Marruecos y la Península Ibérica hasta Grecia y el oeste de

Turquía. 98 Ez 24,17.

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algunos peregrinos habían traído de Jerusalén. Como no había sacerdotes de Jerusalén en

Galilea, el nuevo encargado de la sinagoga se ocupó de realizar las aspersiones del agua

lustral, una mezcla de agua y cenizas de una novilla roja sacrificada en el Templo, el

tercero y el séptimo día99. Yeshúa se bañó luego y lavó también sus vestidos, como

mandaba la ley. Y quedó puro.

*

Pasaron entonces dos años en los que Yeshúa se concentró en su trabajo y en la

oración. Ambas cosas centraron su vida, y poco a poco, empezaron a llenar el vacío

dejado por Judith. Volvió a la casa tras limpiar el cobertizo y quemar algunas de sus

cosas. E hizo aspersiones, con agua traída del Templo por unos peregrinos, y así purificar

el lugar. Hubiera tenido que hacerlas un sacerdote, pero tuvo que hacerlo él mismo. Tras

todo eso, aún le pareció que permanecía un ligero aroma en la habitación que le recordaba

a su esposa; aunque con el paso del tiempo, fue menguando.

Si bien sus hermanas e incluso su madre insistieron en que debía volver a casarse,

desde ese momento él no manifestó interés alguno en ello. A veces se aislaba algunos

días y oraba en solitario en la naturaleza, gustando de subir al cercano monte Tabor.

99 Esta es una suposición. Los sacerdotes podían distribuir agua lustral en poblaciones cercanas a Jerusalén, pero

Galilea quedaba muy lejos. Es arriesgado decir que algunos peregrinos podían traer el agua lustral, pero es

posible que hubiera algún método de purificación que evitara la obligación de ir a Jerusalén, pues no todos

podían hacer ese viaje una vez al año. Y es obvio que el número de muertes, especialmente con una mortalidad

infantil alta, era considerable durante el año. Por ley, la auténtica purificación tenía que celebrarse en Jerusalén

y el agua lustral ser impartida por un sacerdote. En las festividades muchos llegaban una semana antes para

tener tiempo a purificarse, y solo terminada esta, entraban en el Templo. Todo el proceso de purificación está

descrito en el AT (Núm 19).

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Empezó a reflexionar sobre lo que le había sucedido. Sobre el pecado y sobre la bondad

de su esposa. Y no pudo entender la conexión. Tampoco creyó ver pecado en los padres

de ella, que eran gente honrada y piadosa que habían tenido más hijos que vivían en

plenitud. Yeshúa pensó si habría sido él el responsable de lo sucedido, pero honestamente

no entendía en qué podría haber pecado; aunque recordaba que la ley decía que uno podía

ser igualmente culpable del pecado que hubiese cometido aún sin conocimiento de ello100.

Pensó también en su nacimiento, producido antes de la consumación del matrimonio de

sus padres, pero como bien le había dicho su padre, si hubiese habido sombra de pecado

en ello, él habría nacido con algún mal; o si no, su hijo. Pero no tuvo. Así que empezó a

dudar de la relación del pecado y la culpa. Todos los shabbat iba puntualmente a la

sinagoga y escuchaba con atención la lectura de la Torá. A menudo, iba también a la

sinagoga otros días de la semana —diez hombres varones adultos juntos reunidos ya eran

suficientes para que se celebrara la asamblea del Señor— aunque él no pudiera leer las

Escrituras. El antiguo hazán de Simeón era ahora el encargado de hacerlo.

En la sinagoga de la aldea seguían reuniéndose periódicamente aquellos que traían

nuevas de otros pueblos y ciudades de Israel, la mayoría llegados en las caravanas de

Jerusalén. Así llegó un día la noticia que en la región de Perea, tierra gobernada también

por Antipas —y no muy lejos de Jericó—, había un hombre que empezaba a tener

seguidores, y que con el agua del Jordán limpiaba los pecados y prometía una vida nueva.

Criticaba a los ricos y a los sacerdotes de Jerusalén con dureza, y trataba a todos por

igual. Muchos se habían convertido al oír sus palabras. Ese hombre hablaba de la llegada

de un nuevo Reino. Vivía muy austeramente, como los profetas de antaño, y algunos se

100 Se creía en la transmisión del pecado de los padres a los hijos (Ex 20,3-5; Jn 9,2-3) o en el pecado cometido

sin conocimiento (Lev 5,17-19). (Leer más sobre el pecado y la herencia de este en el apartado J13b).

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preguntaban si no habría surgido un nuevo profeta en Israel101. También se decía que

hasta el mismo Herodes le temía, porque hablaba con rectitud y justicia. Yeshúa supo

también que en la próxima caravana a Jerusalén habría algún grupo de galileos que

deseaba desviarse para oírlo directamente. Muchos eran jóvenes y poseían sin duda un

fuerte sentimiento nacionalista y querrían saber lo que pensaba ese profeta sobre ello:

¿iba a caer Roma? ¿Iba Dios a intervenir pronto? ¿Era cierto que surgiría el Mesías?

Yeshúa participaba también de todas esas inquietudes. Él era también favorable a la

libertad de su pueblo y a su sola dependencia respecto al Señor; deseando que Este hiciera

algo en su favor, como antaño había hecho con los macabeos o aún antes, como explicaba

la Torá, cuando liberó a su pueblo de la esclavitud en Egipto102.

Cierto día, concluido el último sol de atardecer sobre la aldea y tras cenar, Yeshúa

fue a hablar con Miryam; quien remendaba bajo la luz de la vieja lámpara de aceite, un

parche en la túnica de uno de sus nietos. Ver trabajar a su madre le devolvía a su infancia,

cuando ella cosía la ropa que él rasgaba jugando. Recordó esos felices momentos un

instante. Miryam, aún sin verlo, percibió la figura de su primogénito, y a esas horas

avanzadas del día, pensó que algo importante iba a suceder.

—¿Eres tú Yeshúa?

—Sí, madre… —dijo él con tono pausado—. ¿Ese zurcido ya no es para mí,

verdad?

—No, hijo. Ahora zurzo para mis nietos, que son tan revoltosos como lo eras tú —y

sonrió sin dejar de trabajar.

—Madre…

101 Mt 14,5. Se habla de Juan el Bautista. 102 Se alude a la historia pasada del pueblo judío, que vivió en Egipto bajo el yugo opresor de los faraones, hasta

su liberación por Moisés narrada en el Éxodo. Sin embargo, arqueólogos e historiadores modernos consideran

que no fue así como sucedió. (Ver al respecto la Bibliografía y el apartado I1a1, ambos en el trabajo histórico).

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—¿Tienes algo importante que decirme verdad? —dijo ella intuitivamente, aunque

haciendo como si nada.

Yeshúa entró aún más en la casa y se agachó delante de ella

—Madre, ¿crees que lo sucedido pudo ser por mi culpa?

Ella levantó la cabeza y dejó de zurcir

—No hijo. Tú eres bueno, como mi Yosef.

—¿Ni tampoco por culpa de ella?

Miryam respiró profundo antes de responder

—Judith era una mujer honrada y buena hijo. Es todo lo que puedo decirte —y le

acarició la mejilla antes de continuar con lo que estaba haciendo. Yeshúa dejó pasar unos

momentos, contemplando el rostro de su madre y percibiendo aún rasgos de juventud en

él.

—Madre… —le dijo al fin—. Me voy.

El extremo de la túnica que Miryam sujetaba con la otra mano cayó al suelo. La

mujer le respondió con una pregunta que le sorprendió.

—¿Volverás hijo?

—¿No me preguntas a dónde voy madre?

—Siempre supe que algo así te iba a suceder. Incluso cuando te casaste, pensé que

este día aún podía llegar. Tú siempre fuiste diferente en eso a tus hermanos... ¿Vas a ver a

ese hombre que bautiza verdad?

Yeshúa cogió aire

—Sí madre.

—Hijo… ya sé que eres un hombre, y que debes hacer lo que crees que es debido,

pero… ¿piensas que ese hombre podrá ayudarte?

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—Lo sabré cuando le oiga madre.

—¿Y qué esperas que ese hombre te diga?

—No lo sé. Voy a escucharle.

—¿Piensas que es un profeta?

—Algunos que lo han oído, así lo creen.

—Tu padre amaba a los profetas. Pero mi Yosef no era práctico. Los profetas

siempre son peligrosos. Dicen las verdades que los poderosos no quieren oír, y terminan

mal. Y seducen a muchos, que les siguen y luego sufren por ello —dijo ella con pesar.

Luego respiró profundamente una vez más—. ¿Cuando partirás?

—Pasado mañana.

—¿Tan pronto tiene que ser? —dijo tras una respiración cortada.

—Me han hablado de unos galileos de Naim que quieren también saber de ese

hombre. Iré con ellos en la caravana a Jerusalén.

—¿Ni siquiera pasarás la Pésaj con nosotros?

—No tengo motivos que celebrar… —reflexionó—, y solo os perjudicaría.

Miryam intentó mantenerse serena y, como percatándose de la realidad, recogió el

extremo de la túnica que antes se le había caído de las manos. Luego le quitó el cabello de

la frente a su hijo y le acarició la corta barba.

—Estarás bien aquí —le dijo Yeshúa en un intento de tranquilizarla—. Mis

hermanos cuidarán de ti. Ya he hablado con Yacob, ahora él ocupará mi lugar.

—Tus hermanos te idolatran; tú eres un ejemplo para ellos. Recuerda que ellos

podrían seguirte si los necesitas, hijo.

—Lo sé madre. Pero ellos tienen una familia y yo no.

—Podrías volver a casarte —dijo Miryam clavando sus ojos en los suyos—. Nadie

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te culpa de nada, Yeshúa. Aún podrías ser feliz en Nazaret… tú eres mi primogénito: la

casa y la poca tierra que tenemos son tu herencia.

Yeshúa respiro hondo. Eso parecía ya no importarle si no lo compartía con Judith.

—Creo que esto ha sucedido por algo, madre. Y creo que ahora debo irme.

—Yeshúa, mi pequeño Yeshú —fue la primera vez que usó el diminutivo con el que

le llamaban afectuosamente sus amigos y su esposa. La mujer le tocó los labios con su

mano, como si no quisiese oír más cosas de su partida—. Solo es a ti a quien, cuando

miro a los ojos, veo los ojos de mi Yosef. Y tus manos son las suyas. Heredaste su don.

Siempre pensé que harías con él algo más que lo que hizo tu padre.

Y luego le miró con cierta resignación, pero con ternura.

—Prométeme que cuidarás de ti. Prométeme que no me harás sufrir, hijo mío… y

prométeme que volverás.

—Volveré, madre —y la besó en la frente—. Eso te lo prometo.

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SEGUNDA PARTE

VIDA PÚBLICA

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CAPÍTULO 4

EL MAESTRO

Perea y Galilea, años 29 y 30.

Y por fin llegó el día. Ese día tan esperado. El día en que se despidió cariñosamente

de su familia y dejó su aldea; sin temor y con esperanza. Llevaba puesta su mejor túnica,

ceñida con un cinturón, y el manto de oración de su padre —el talit— con los tzitzit

cosidos en las cuatro puntas. Llenó el zurrón con algo de comida y ropa interior de

recambio, y enrolló un grueso manto junto a la estera antes de colgársela del hombro con

una cuerda. Salió temprano del pueblo, llenando el odre de piel de cabrito103 con el agua

fresca del pozo. Y partió hacia Naim esperando encontrar a otros galileos que, en

peregrinación hacia Jerusalén, se desviarían también hacia Betania de Perea104. Allí, en un

torrente del río Jordán, esperaba encontrar una respuesta al pecado diferente a la

tradicional que pasaba por el Templo de Jerusalén. 103 Odres: bolsas confeccionadas a base de piel de animal cosido. Si son relativamente pequeñas, pueden usarse

a modo de modernas cantimploras. Los odres aparecen en Mt 9,17. 104 Estudios recientes sitúan al Bautista bautizando efectivamente al este del río Jordán, en la Jordania actual.

Ver nota 123. (Puede leer más en el apartado I1d9ii.a). Si hubiese estado al oeste del Jordán estaría en tierra de

Pilato y su detención hubiese podido ser efectuada con mucha más rapidez y menos miramientos por el prefecto

romano.

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¿Pero sería ese Bautista también un profeta? ¿Uno como aquellos de quién Simeón

o su padre tantas veces le habían hablado con orgullo? ¿Sería ese hombre un nuevo Oseas

o un nuevo Isaías? Algunos decían incluso que era Elías105 , quien finalmente había

regresado cumpliendo lo anunciado. ¿Iba a conocer, pues, a un profeta? —se preguntaba

con el corazón henchido de esperanza—. Y si lo era… ¿qué intenciones tendría? ¿Tenía

aquel Reino, cuya llegada inminente predicaba, algo que ver con el «día del señor» que

anunciaban los profetas106?

Fuera lo que fuera, tenía que escucharle directamente; verle con sus propios ojos.

¿Si hablaba Dios por su boca, se daría cuenta? Tantas y tantas preguntas cruzaban su

mente a cada instante, que apenas formulaba una le venían dos más. Aquel día fue uno de

los momentos más decisivos de su vida. Al fin partía de su aldea. Tenía ya treinta y tres

años107, y se sentía fuerte y joven. Y se dio cuenta de que, hasta aquel día, apenas había

vuelto a sonreír desde la muerte de su esposa.

A razón del clima estacional la época de los viajes no empezaba hasta el mes de

nisán108, cuando finalizaba la época de lluvias y los caminos no estaban tan encharcados.

Ir en invierno resultaba demasiado peligroso, pues a las vicisitudes del viaje había que

105 Elías: este nombre volverá a salir con frecuencia. (Hablamos de él en el apartado I1d6, y especialmente de su

relación con Juan el Bautista y con Jesús en el apartado J9e). En síntesis, Elías fue uno de los primeros y de los

más reconocidos profetas de Israel. Había obrado también milagros, alguno como la resurrección del hijo de una

viuda en Sarepta (1 Re 17) con paralelismos evidentes con la resurrección del hijo de la viuda de Naim por parte

de Jesús (Lc 7,11-17). Se creía que Elías no había muerto, pues Dios se lo había llevado al Cielo con un carro

tirado por caballos de fuego (2 Re 2,11), dejando en la creencia popular que algún día regresaría, como

anunciaba el profeta Malaquías (Mal 3,23), y que su regreso precedería a la llegada del Mesías. Los evangelios

recogen también esa creencia (Mc 9,11). 106 El día del Señor o de Yahvé, cuando Dios irrumpirá en el mundo e impartirá justicia (Ez 30,3; Is 1,12, Jl 1,15,

Zac 13,1…). (Más información en el apartado I1d6). 107 Según el capítulo 3 de Lucas, Juan predicó en el desierto «el año decimoquinto del imperio de Tiberio,

siendo procurador Poncio Pilato» (Lc 3,1 frag.). Pilato gobernó en Judea del 26 al 36. Aunque es difícil saber a

partir de qué año hay que contar el decimoquinto de Tiberio (hay dudas respecto a desde cuando se empiezan a

contar los años de los emperadores —el año romano empezaba el 1 de octubre y Tiberio empezó a reinar hacia

agosto-septiembre del 14: ¿esto ya se computaba como un año?—; o de si se cuentan también los años en que

Tiberio estuvo asociado a Augusto. En general, se considera que estamos alrededor del año 28. Si, como

decíamos al inicio de la novela (nota 3), Jesús pudo haber nacido hacia el año 6 a.e.c., entonces debería tener

entre 33-34 años. (Leer más en el apartado J4c). 108 Nisán: mes judío que se extiende de mediados de marzo a mediados de abril.

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añadir además el frío109. Ahora en primavera empezaban a florecer ya algunos árboles, y

hasta podían comerse las primeras brevas. Y si bien por la noche aún había necesidad de

abrigarse con el manto, durante el día el clima era bastante agradable.

En Naim encontró con facilidad al pequeño grupo del que le habían hablado, cuatro

galileos que también deseaban conocer al Bautista, y con ellos compartió el pan110, antes

de proseguir conjuntamente la marcha en dirección este hacia el sur del lago de

Genesaret111, donde se juntaron con la caravana que venía de Damasco, y que recibía a

muchos judíos procedentes de distintas partes de la diáspora112, como Siria, Asia Menor o

Babilonia. Allí llegaron tras dos horas113 de marcha y pernoctaron la primera noche.

La caravana tenía previsto llegar a Jerusalén una semana antes de la Pésaj, pues así

habría tiempo para purificarse. Cualquiera que hubiese estado en contacto con un difunto,

incluso por haber pisado un cementerio, necesitaría ya una semana de aspersiones con el

agua lustral del Templo para quedar puro, y así poder participar de la fiesta 114 .

109 Mt 24,20. 110 Compartir el pan: significa comer juntos. Hay una connotación social importante, pues se sobreentiende que

tal acto, si se realiza entre desconocidos, presupone al menos una afinidad de categoría social y, a menudo, de

religión, entre ambas partes. Los judíos no solían compartir el pan con gentiles (no judíos). (Puede leerse más en

el apartado I2e). 111 Lago de Genesaret: llamado también por su nombre en hebreo, Kinneret, también conocido como Mar de

Galilea por su alta concentración en sal. Recibe agua principalmente de la parte norte del río Jordán, que la

hereda de las montañas del Hermón. (Más información puede verse en el apartado H11a.i2) 112 Diáspora: Aquellos países fuera de Israel/Palestina, donde los judíos también residían, como por ejemplo

Egipto y Roma. En este caso concretamente, nos referimos a Babilonia, Fenicia, Asia Menor o Siria, que irían a

Jerusalén usando esta vía norte-sur. 113 Horas: Según explica Daniel-Rops, «en la época de Jesús, la división del día en doce horas era de uso

corriente; el NT da ejemplos: la parábola de los obreros de la undécima hora (Mt 20,1-16), la precisión de Juan

de que Cristo se sentó a la hora sexta en el brocal del pozo de la samaritana (Jn 4,6), o que según Marcos, Jesús

fue crucificado en la hora tercia y murió en la nona (Mc 15,15 y 34). Esta costumbre de origen babilónico, se

había impuesto totalmente desde el retorno del exilio (finales s.VI a.e.c.), por influencia de la civilización

grecorromana. Aunque cuando Jesús dice a sus discípulos que no han podido velar una hora, gran trabajo

costaría indicar a qué duración exacta alude, pues la división en minutos y segundos, conocida por los egipcios y

caldeos desde hacía muchísimo, era desconocida para el pueblo judío». (Daniel-Rops. La vida cotidiana de

Palestina en época de Jesús. Librería Hachette, 1961. pp. 210-211). Según Browning, «en la época del NT, el

día se dividía en cuatro vigilias de 3h. cada una (Lc 12,38), que era el sistema romano. Y cuatro vigilias

nocturnas que se corresponden a los cuatro dramáticos acontecimientos del subsiguiente relato de la Pasión (Mc

14-15): la última cena, Getsemaní y prendimiento, negaciones de Pedro y entrega de Jesús a Pilato.» (Browning,

W. Diccionario de la Biblia. Término: vigilias, p. 470). 114 Núm 9,6 y Núm 19,1-13 respectivamente.

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Mayoritariamente, los desplazamientos medios y largos se hacían en caravana, por la

existencia de salteadores, al acecho de peregrinos con la bolsa llena para gastar en

Jerusalén. La ruta de Naim hasta Jerusalén, bordeando el río Jordán por su lado oriental,

era de unos 700 estadios, lo que suponía, al ritmo que se esperaba en una caravana, unos

cuatro o cinco días de marcha hasta llegar a la ciudad. Probablemente cinco, pues el

tramo final de subida desde Jericó era muy duro. Como también había un shabbat en

medio, que obligaba al descanso, tardarían un día más; en total seis días hasta llegar a

Jerusalén. Sin embargo, Jesús y el pequeño grupo de galileos calculaban llegar al

campamento de Yohannon, que se encontraba bastante antes que Jericó, en unos cuatro

días. Aunque los galileos tenían intención de desviarse solo para conocer al hombre que

bautizaba, y luego proseguir hasta Jerusalén para celebrar la Pésaj, Jesús aún no había

tomado una decisión firme sobre lo que haría después.

Durante el camino fue fácil entablar conversación con la gente. Iban todos a la

ciudad santa de peregrinaje y el ambiente era alegre y convival. Muchos llevaban años sin

ir y lo veían como una bendición. Algunos llevaban a sus familias, aunque otros iban

solos. Algunos iban a descubrir la ciudad por primera vez, otros iban a reunirse con

familiares lejanos. Algunos aprovecharían para pagar el segundo diezmo, que consistía en

consumir una décima parte de los beneficios de todo el año —o desde la última vez que

habían ido a la ciudad—, comprando todo tipo de bienes en ella, que luego compartirían

con su familia y los parientes que tuviesen allí115. Al segundo diezmo debía sumársele el

primero, que era un tributo no poco importante y que podía alcanzar a muchos productos.

Así, por ejemplo, si la persona que compraba alimentos a un labrador desconocía si este

115 Deut 14,22-27.

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había pagado ya el diezmo como mandaba la ley116, él mismo debía dar el diezmo de los

alimentos comprados para cumplir con la ley. Lo que podía suponer para el sacerdote o

levita del Templo un beneficio doble.

El ambiente que respiraba la caravana, especialmente entre los galileos, era

plenamente nacionalista; lo que no era extraño. Galilea había sufrido dos grandes

expulsiones de su población, una tras la conquista del territorio por el Imperio Asirio, y

otra con la continua influencia del proceso helenizante iniciado por Alejandro el Grande y

continuado por sus herederos, los monarcas seléucidas y luego los lágidas. No había sido

hasta finales del s.II a.e.c., cuando los monarcas judíos de la casa de Asmón (los

anteriormente llamados macabeos) derrotaron a los lágidas y judaizaron la Galilea. Y

aunque este proceso se llevó a cabo a veces por la fuerza, ya nadie se acordaba de ello; y

la revuelta de los piadosos macabeos era contemplada con orgullo por todos los judíos,

aunque luego sus líderes se hubieran pervertido y desviado de la ley de Dios. La

población galilea tenía así un firme sentimiento de pertenecer también al pueblo elegido

por Yahvé, y había experimentado un crecimiento continuo, haciéndose especialmente

fuerte en las aldeas y los pueblos de Galilea, sin mezclarse apenas con los gentiles, como

sí sucedía en las ciudades. A resultas de ello, los pueblos y aldeas mantenían un

sentimiento nacionalista judío mucho más fuerte que las ciudades. Y en ese ambiente

rural y nacionalista había nacido y se había educado Yeshúa bar Yosef.

A la mañana siguiente, la caravana abandonó la región de Galilea y tomó camino

hacia la ciudad de Beit-Sheán; la cual, aunque había sido rebautizada con el nombre

pagano de Escitópolis, seguía siendo conocida entre el pueblo llano por su nombre

hebreo. Esta ciudad era una de las que formaban la llamada Decápolis, una liga de diez

116 Núm 18,20-21.

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ciudades de organización helenística, construidas al modo grecorromano, con abundante

población pagana y cuya jurisdicción quedaba bajo el gobernador de la provincia romana

de Siria. Beit-Shéan era la única ciudad de la Decápolis que se encontraba en la orilla

oeste del Jordán y tenía gran importancia estratégica porque en ella se entrecruzaban el

camino a Jerusalén desde el norte, con el camino de la costa hacia el este, en la

Transjordania. Sin embargo, muchos judíos hablaban mal de ella, pues estaba impregnada

de costumbres extranjeras, y gobernada por los principios legislativos romanos, lo que

suponía una afrenta a las leyes judías dadas por el Señor. A las afueras de la ciudad había

un campamento, si podía llamársele así, donde se agrupaba gente de extrema pobreza,

marginada de la sociedad por algún criterio de impureza o enfermedad. Algunos se

acercaban a la caravana pidiendo limosna, quedando su petición satisfecha en algunos

casos, pues la limosna era considerada un deber117. Yeshúa quedó impresionado por la

gran miseria que existía en su país. Se preguntó de nuevo si el pecado era la causa de ella.

Desde allí la caravana cruzó el Jordán, el gran río de Israel moldeado por el tiempo

en múltiples recodos, y que cruzaba todo el país de igual modo que el Nilo atravesaba

Egipto, la tierra donde sus antepasados habían pasado cautiverio bajo Faraón. La

caravana siguió así camino hacía Jerusalén por el lado este del río, es decir, evitando pisar

la tierra de los samaritanos118, aunque más adelante ello supusiera tener que vadear de

nuevo el río, esta vez en dirección oeste para llegar a su destino. No querían entrar en

tierra samaritana para evitar mantener contacto con sus habitantes, con quienes tanto los

117 Así lo recuerda, por ejemplo, el libro de Job (Job 21,19-22; 31,16-25). 118 La mala relación entre judíos y samaritanos se atribuía, en parte, a que estos últimos rendían culto a Dios en

un Templo distinto al de Jerusalén, situado en el monte Garizim, y al que un rey judío había terminado por

destruir. Pero además, los judíos consideraban que los samaritanos no habían sufrido el cautiverio a Babilonia

como ellos, y cuando se quedaron en su país se mezclaron (casaron) con población no judía (pagana). Esta mala

relación queda reflejada en el trasfondo la célebre parábola del buen samaritano, aunque la autoría de esta

historia por parte de Jesús ha sido muy cuestionada. (Puede consultarse el apartado I1a, y sobre los samaritanos

el apartado I1c11. La parábola del buen samaritano es considerada un reflejo de esa situación: apartado J14).

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judíos del norte (Galilea) como los del sur (Judea), mantenían pésimas relaciones desde

hacía generaciones. Y aún menos comprarles alimentos. Sin embargo, había grupos de

galileos que sí usaban esa ruta, priorizando la rapidez a la incomodidad, aunque a veces

se producían altercados119 . Las aguas del Jordán, turbias por el abundante limo que

arrastraban, eran alimentadas en cambio por multitud de arroyos de aguas cristalinas que

llegaban al valle desde diferentes direcciones. En uno de esos afluentes de agua pura, y no

en el más sucio Jordán120, Yeshúa esperaba encontrar a Yohannon, aquél al que la gente

había impuesto el sobrenombre de el Bautista.

Ya en la Transjordania —la orilla este del Jordán—, llegaron pronto a Pella, otra de

las ciudades helenizadas de la Decápolis; donde en sus inmediaciones hicieron noche. A

la mañana siguiente pasaron por el pequeño puesto fronterizo al sur de la ciudad, donde

soldados de Antipas controlaban el acceso a la región de Perea. Tanto Perea como

Galilea, aunque estuviesen separadas geográficamente por la Decápolis, estaban

gobernadas por un mismo hombre, Herodes Antipas, uno de los hijos del rey Herodes el

Grande. Cerca del puesto fronterizo aprovecharon para comprar comida en un pequeño

mercado, una docena de tiendas más o menos agrupadas en dos hileras, donde trabajaban

también judíos helenizados de la vecina ciudad y que servía a la vez de puesto de venta,

almacén y, en su parte trasera, de improvisado hostal. En sus alrededores, extranjeros,

beduinos y judíos se daban cita en ese pequeño bazar. Algo más allá, un campamento de

desheredados sobrevivía como podía a base de caridad y pequeñas donaciones. Aunque

los peregrinos solo lo divisaron de lejos, el olor, así como la presencia de algunos

119 Flavio Josefo, Ant. Jud., XX, 118, da un ejemplo de ello. 120 La tradición judía exige no emplear agua estancada («agua muerta»), sino «agua viva», es decir agua que

pueda fluir. Al parecer, habían distintos niveles de pureza en función del tipo de agua utilizada. El agua del río

Jordán fluía, pero arrastraba abundante limo y no era clara. Eso podría explicar que Juan bautizase junto al

Jordán, en alguno de sus afluentes naturales donde el agua sería muy limpia, pero no en el mismo río.

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mendigos que consiguieron acercarse a la caravana en busca de limosna, delataba su

localización. De nuevo, algunos miembros de la caravana les ofrecieron algo de comida,

aunque se vieron desbordados por la cantidad de miseria. Todo eso contrastaba

enormemente con las grandes villas que poseían los señores más adinerados de Beth-

Shéan o Pella, y que habían divisado, aunque a lo lejos, desde el camino. Yeshúa fue

consciente de esa desigualdad, que no se limitaba solo a su Galilea natal sino que afectaba

también a las otras regiones de su país.

A la mañana siguiente continuaron ruta adentrándose en la Perea, enfilando un buen

trecho en dirección sur, aunque sin alejarse mucho del río. Recorrieron unos 150 estadios

hasta que llegaron al río Yaboq, uno de los mayores afluentes del Jordán. Era el río donde

el padre de su nación, Yacob, había luchado contra Dios «cara a cara», y no había

desfallecido a pesar de ser herido en el muslo. Dios lo había entonces bendecido, y

cambiado el nombre de Yacob por Israel121. Allí hicieron otra parada, pues era además el

atardecer y empezaba el shabbat. Tuvieron forzosamente que descansar, pues la ley no

permitía hacer muchas cosas en shabbat, entre ellas largas caminatas. Nadie sabía con

certeza cuánto se podía recorrer ese día. En general, se estimaba en unos 2.000 codos la

distancia máxima permitida122. En todo caso, ellos permanecieron donde estaban un día y

medio, pues al atardecer siguiente, cuando finalizó el shabbat, no había aún suficiente luz

para cruzar el río. Prefirieron hacerlo de buena mañana. Algunos campesinos de una

pequeña aldea cercana les vendieron comida y mantas. Jesús bebió vino, comió pan de

trigo, pescado del río asado con cebolla y salsa, y terminó con un par de manzanas.

121 Gen 32,23-33. Luchando contra Dios o contra un ángel de Dios, pues no queda claro. 122 2.000 codos: ya dijimos que el codo era una medida habitual para las distancias no demasiado largas.

Aproximadamente 2.000 codos eran cerca de 1 km.; o más exactamente unos 900 metros. Los esenios, los

judíos más estrictos en la interpretación de la ley, rebajaban esa cifra a 1000 codos. El NT alude también al

respeto por las distancias en shabbat, aunque sin dar cifras (Hch 1,12).

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127

Se pusieron en marcha siguiendo la ruta sur paralela al Jordán y, a última hora de la

tarde, llegaron al punto donde esta se bifurcaba e hicieron noche. Por la mañana, bien

temprano, la caravana tomó la ruta oeste hacia Jerusalén, cruzando de nuevo el Jordán en

dirección a la vieja Jericó, la ciudad de las palmeras, mientras los cinco galileos

continuaban en dirección sur, siguiendo el cauce del río hacia el campamento de

Yohannon. Los cinco se despidieron de la caravana con pesar y cierta envidia, por el

deseo conjunto de visitar pronto Jerusalén. Siguiendo su ruta, encontraron un agradable

claro donde crecían algunos sauces, y en donde un afluente del Jordán enfilaba su camino

hacia el este. Les faltaba ya muy poco, apenas cinco o seis estadios, pero decidieron hacer

una parada en el camino. Junto a uno de los sauces, Jesús fue el primero en quitarse la

túnica y las sandalias, y metió los pies en el agua fresca del arroyo. Cuando se aclimató a

la fría temperatura del río, respiró profundamente disfrutando de la belleza del lugar,

avanzó un par de pasos, y se zambulló sin pensarlo más. Los otros galileos hicieron lo

mismo. Bebieron todos del agua fresca y pura del afluente y, como estaban muy sucios de

todo el viaje, decidieron bañarse usando algo de natrón y un cepillo que compartieron.

Al terminar, cada uno llenó su odre con el agua cristalina y algunos cogieron

corteza de sauce, pues era usada como remedio para dolores, calambres y jaquecas. Había

jazmín y Jesús tomó también un poco, masticando uno de sus tallos, que tenía además del

olor, un buen sabor. Empezaron a subir cuesta arriba con decisión y mucha ilusión. Al

poco divisaron el campamento en un pequeño valle lleno de árboles, aunque con paredes

rocosas marcando los límites. A Yeshúa le sorprendió la belleza del lugar. Era menos

desértico de lo que había pensado. La zona donde estaban era francamente buena, pues el

sitio ofrecía discreción —lo que era bueno para algunas cosas— y a su vez, se encontraba

cerca de la ruta que muchos peregrinos hacían hasta Jerusalén, ya desde el este o el norte.

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Con el tiempo, Yeshúa entendió la certera ubicación del lugar, que combinaba la belleza

del pequeño valle fluvial con el desierto cercano. Pues aunque el desierto de Judá era

extenso —discurría entre el macizo central y el Mar Muerto— y era una zona de muy

escasa pluviosidad, allí donde estaban alcanzaba todavía el verde del valle, gracias a la

vida que proporcionaban sus aguas. Además, el campamento se encontraba relativamente

próximo a Jericó y a la ciudad santa como para que el mensaje de Yohannon pudiese

llegar hasta sus habitantes, gracias al boca-oreja de los peregrinos que iban y venían en

flujo constante. Por otra parte, al encontrarse en Perea y no en Judea —tutelada esta

última por el prefecto romano Pilatus—, estaba lo suficientemente lejos para que Roma

no se inmiscuyera. Perea estaba gobernada por Antipas, pero se beneficiaba porque la

residencia oficial del monarca estaba ubicada en Galilea —y en su nueva capital,

Tiberíades—, y por tanto lejos de Perea lo que, a priori, les concedía más margen de

actuación. A priori, pues, los peregrinos estaban difundiendo sus palabras más rápido de

lo que Yohannon hubiera imaginado. El lugar donde estaban ofrecía además agua

abundante y limpia, que circulaba y no estaba estancada, lo que era fundamental para

cualquier ritual purificador. Finalmente, el lugar, según muchos, estaba muy cerca del

sitio por donde las aguas del Jordán se habían separado a la orden de Josué —al igual que

las del Mar Rojo lo hicieron por Moisés—, y le habían permitido cruzar con su pueblo y

con el arca de la alianza, pues el Señor les había prometido la tierra que iba desde el Mar

Grande, hasta el poderoso Eufrates. La elección del lugar, pues, resultaba muy acertada

por todas estas razones123.

El cansancio perdió fuerza desbordado por la alegría de haber llegado. Él y sus

123 Mar Grande: mar Mediterráneo. Eufrates: ver Jos 3 cf. Jos 1,4. Ya comentamos algo al respecto en la nota

104. La localidad jordana de Wadi al-Jarrar, tras más de quince años de excavaciones, se propone

modernamente como lugar del bautizo. (Más información sobre el lugar en el que Jesús fue bautizado en el

apartado I1d9ii.a).

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compañeros se sentaron en la orilla, contemplando la escena que tenían delante de sus

ojos. La gran mayoría que esperaban para ser bautizados eran de su misma clase social,

am-ha-arez124 o gente de la tierra, gente humilde sin apenas estudios y dedicada en su

mayoría al campo, la pesca, el pastoreo o al artesanado. Había hombres y mujeres. Y

también había marginados por la sociedad judía. Lo eran por su físico enfermo o por su

mente enferma, como pudo observar. Algunos de estos, gravemente incapacitados, eran

acompañados por familiares, y esperaban en camilla y en otra parte de la orilla, a que

Yohannon los bendijera y bautizara. Esta gente, apartada según la ley de su propio

pueblo, era sin embargo tenida aquí en consideración. Vio incluso a dos prostitutas125, lo

que le pareció entonces ofensivo, aunque con el tiempo llegaría a entender. Se veía

también gente mejor vestida, tal vez procedente de la cercana Jericó o de alguna otra

ciudad de Judea, pensó el Nazareno. Aunque la gente allí reunida no formaba un bloque

homogéneo, en conjunto todos buscaban la fuerza para continuar viviendo en un mundo

difícil, lleno de enfermedades y desdichas, regido por leyes estrictas y, aún ahora, más

hostil por la pesadez que suponía la deshonrosa ocupación romana. Eran personas

humildes en su mayoría que esperaban encontrar una luz, un guía que los instruyese para

continuar, alguien que reconfortase sus corazones con palabras de esperanza y sosiego. Y

aunque el número de gente que había no era muy importante, Yeshúa se sorprendió

gratamente al ver como, a pesar de ser la mayoría gente humilde, había representantes de

124 Am-ha-arez: sobre esta amplia categoría social, la mayor de Israel, puede leerse más en el apartado I1c1. 125 Alusión a Mt 21,31-32: «Pues vino Juan a vosotros por un camino justo, y no confiasteis en él, pero los

publicanos y prostitutas confiaron en él.» Posteriormente, el evangelista Lucas omitió las prostitutas y dejó solo

a los publicanos (Lc 7,29). Es posible que Jesús abriera el acceso al Reino también a ellas, aunque directamente

Jesús, según los evangelios, nunca las trató, y mucho menos compartió con ellas la comida. Recordamos al

lector que María Magdalena no era prostituta (Lc 8,2); la pecadora que se pretendía lapidar (Jn 8,1-11) era

adúltera y no prostituta; y la mujer que ungió a Jesús fue convertida en una pecadora solo por Lucas (Lc 7,36-

50), hecho que rechazan los demás evangelistas (Mc 14,3-9; Mt 26,6-13; Jn 12,1-8. Juan considera que fue la

hermana de Lázaro, María de Betania). (El lector puede leer más sobre Jesús y su relación con las mujeres en el

apartado J15).

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distintos grupos sociales que podían converger hacia un mismo punto, aglutinarse bajo un

mismo fin y ser «dirigidos» hacia un mismo hombre. Todos estaban allí para ver y

escuchar a aquél del que algunos decían que, con la inmersión en agua podía purificar los

pecados, y permitir empezar de nuevo a la espera de un Reino maravilloso que no tardaría

en llegar. Muchos judíos lo consideraban un profeta, y para algunos, el Bautista podía ser

el mismo Elías que había, por fin, regresado, tal y como había predicho Malaquías. Pues

no solo vestía como él, sino que, en el lugar en el que estaban, cercano a Jericó, fue donde

el profeta había sido arrebatado hacia el Cielo en un carro de fuego.126

En el centro del arroyo estaba Yohannon, a quien apodaban el Bautista. Era fácil

identificarle, pues vestía además como le habían dicho, con ropa de piel de camello y un

cinturón de cuero en la cintura, haciendo creer al Nazareno que estaba ante un profeta

como los de antaño. Llevaba también puesto el talit, que le cubría la cabeza y los

hombros. Yohannon predicaba en nombre del Señor, ofreciendo esperanza, y aunque a

veces se mostrase duro en su tono, su ira no era contra la gente del pueblo, sino contra sus

guías, los poderosos sacerdotes del Templo y algunos confiados doctores de la ley.

Yohannon ofrecía a los que allí venían comprensión y futuro a cambio de arrepentimiento

sincero. Él hablaba de un juicio inminente, de la llegada del Reino de los Cielos en la

tierra127. Dios recompensaría a los que sufrían, a los desconsolados. A todos los que

venían a verle con sed de justicia. Él hablaba con seguridad del Reino, «el reino de los

Cielos». «¡Que palabras más bonitas!», pensó Yeshúa.

En conjunto, cerca de medio centenar de personas yacían sentadas en la orilla,

formando pequeños grupos, mientras dos filas de unas diez personas cada una enfilaban

126 La desaparición de Elías en 2 Re 2,11; la cita de Malaquías en Mal 4,5. La ropa del Bautista en Mt 3,4. Puede

compararse la ropa del Bautista con el vestido de Elías en 2 Re 1,8. (Más información sobre las similitudes entre

ambos en el apartado I1d9ii). 127 Mt 3,2.

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rectas desde la misma orilla hasta el centro del arroyo. Una fila estaba compuesta por

hombres, que llevaban puesta solo la ropa más íntima; y la otra por mujeres, que llevaban

una sencilla túnica128. Al final, y ya en medio del arroyo, las dos filas casi se encontraban

en un punto donde les aguardaban dos personas. Una era un hombre joven, de mediana

estatura, voluntarioso y sonriente, que cogía de la mano a una persona de una de las filas

—una de cada vez—, y la acercaba a Yohannon, algo más mayor de edad y de estatura,

con el torso moreno por el sol, y un pelo negro y blanco recogido en siete trenzas que le

llegaban casi a la cintura129. El Bautista ponía una mano sobre el hombro de la persona

que se le acercaba, y de vez en cuando decía unas palabras. Yeshúa pudo oírlas, pues a

pesar de cierta lejanía, el lugar favorecía la audición. Con el tiempo Yeshúa las sabría de

memoria. Yohannon les decía:

Os tomaré de entre las naciones, os recogeré de todos los países y os llevaré a

vuestro suelo. Os rociaré con agua pura y quedaréis purificados; de todas vuestras

impurezas y de todas vuestras basuras os purificaré. Y os daré un corazón nuevo,

infundiré en vosotros un espíritu nuevo, quitaré de vuestra carne el corazón de piedra y

128 Tomando como referencia al historiador judío del s.I Flavio Josefo (Guerra II, 161), quien cita que este era

también el vestuario usado en las purificaciones por los esenios. La posibilidad de que Juan el Bautista hubiese

pasado algún tiempo con esenios, con quien compartía algunos rasgos (aislarse de la sociedad, entender la

profecía de Isaías 40,3 como una justificación de su actividad preparatoria en el desierto, considerar inminente

la intervención de Dios en la historia, el hecho de que ser judío no fuera motivo suficiente para la salvación,

acompañar la purificación con agua con un cambio de actitud,…), ha sido señalada por varios autores; aunque

también haya diferencias (ver apartado I1d9ii). 129 Según las fuentes que nos han llegado Juan el Bautista practicó —al menos al final de su vida— una vida

austera y consagrada a Dios. Es posible pensar que Yohannon cumpliese con los votos de nazireato (Núm 6,3)

como parece aludir el NT («Pues será grande a los ojos del Señor, y no beberá vino ni licor alguno y se llenará

del Espíritu Santo desde el vientre de su madre», Lc 1,15). (Sobre el nazireato puede leerse más en el apartado

J1a.iii, y sobre Juan el Bautista como posible nazareo, el apartado I1d9ii). Los nazires o nazoreos dedicaban su

vida a Dios, normalmente de forma temporal mientras duraba el voto, y esto se simbolizaba externamente con la

abstención de bebidas alcohólicas, el no tocar cadáveres ni cortarse el pelo y, según algunos autores, en el

celibato voluntario. Sansón, el nazir por excelencia del AT (junto al profeta Samuel) llevaba el pelo recogido en

siete trenzas (Jue 16,19).

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os daré un corazón de carne130.

Después la persona se arrodillaba y Yohannon la preguntaba:

—¿Te arrepientes de corazón de tus pecados131?

—Sí, me arrepiento —respondía el penitente.

—Entonces yo te bautizo con agua, para que cuando llegue el Reino puedas entrar

en él.

Y Yohannon, cogiendo la persona por los hombros, la sumergía completamente en

el arroyo. Y cuando la persona salía, en verdad parecía otra. El ayudante la sostenía unos

instantes, mientras Yohannon la bendecía o le hacía alguna recomendación, y luego esta

daba media vuelta y volvía a la orilla, sola y con signos de paz en el rostro. Yeshúa y los

demás galileos se quedaron allí un buen rato, casi boquiabiertos, disfrutando de la escena.

Yohannon no era el único que bautizaba132, pero sus reclamos empezaban a ser

célebres y su voz estaba llegando no solo a oídos de Antipas, sino también a Jerusalén.

130 Son palabras del profeta Ezequiel: Ez 36, 24-26. Sobre cómo era el ritual del bautizo, es posible que se usara

un proceso judío que era una ceremonia de inmersión para la purificación conocida como tevilah, y que consiste

en la inmersión en agua de todo el cuerpo. Ello puede apoyarse en algunos pasajes veterotestamentarios, además

del ya citado de Ezequiel: «Moisés dijo a la comunidad: «Esto es lo que Yahveh ha ordenado hacer.» (Lev 8,5-

6); «Rocíame con el hisopo, y seré limpio, lávame, y quedaré más blanco que la nieve.» (Sal 51:7). 131 Los evangelios indican que Juan realizaba un bautismo en señal de conversión para obtener el perdón de los

pecados, que la gente proclamaba en voz alta (Mc 1,4-5; Mt 3,5-6; Lc 3,3). Ahora bien, el historiador judío del

s.I, Flavio Josefo, indicaba que Juan «predicaba la práctica de la virtud, incitando a vivir con justicia mutua y

con piedad hacia Dios, para así poder recibir el bautismo. Era con esta condición que Dios consideraba

agradable el bautismo; se servían de él no para hacerse perdonar ciertas faltas, sino para purificar el cuerpo, con

tal que previamente el alma hubiera sido purificada por la rectitud.» (Josefo. Ant. Jud. XVIII, 116-118 frag.).

Hemos intentado compaginar ambas opiniones. El perdón por los pecados proclamado en los evangelios es

históricamente plausible, pues cumple el criterio de dificultad; ya que difícilmente la Iglesia primitiva lo hubiera

inventado, al poner en dificultades al Jesús divino. Puede leerse la nota 174. (Leer más en los apartados I1d9ii y

I1d9ii.b). Existe además, en el judaísmo antiguo, un precedente al perdón de los pecados, que se encuentra en la

Oración de Nabónido, un texto hallado en Qumram (4QOrNab). 132 Tenemos noticia de otras personas que bautizaban en el s.I. De otra más conocemos su nombre, Bannus, del

cual Flavio Josefo (Vida II, 11-12), reconoció ser discípulo durante tres años. Pero esto sucedería unas dos

décadas después al Bautista. El bautismo no parece haber sido un movimiento coordinado, sino más bien

disperso, aislado y dirigido a los sectores más humildes. Probablemente Yohannon fue el más importante, según

las fuentes que tenemos; de ahí el sobrenombre que tuvo. Y es posible que fuera también el primero, aunque

esto último no se puede asegurar con seguridad. (Leer más en el apartado I1d9ii).

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133

Herodes Antipas había respetado inicialmente la figura del Bautista por creerlo un asceta

solitario, pero con el tiempo empezó a ver con malos ojos que tuviera un cierto apoyo

social y que su influencia aumentara; pues el apoyo popular lo volvía potencialmente

peligroso. Sin embargo, en el fondo tampoco descartaba la posibilidad de que fuese un

hombre santo o un profeta, y temía las repercusiones por encadenar a alguien que podía

hablar en nombre de Yahvé. Por el momento no lo había detenido, pero lo mantenía bajo

cierta vigilancia; aunque su paciencia tenía un límite y difícilmente podía hacer oídos

sordos a las críticas que el Bautista le dirigía. Además, aunque Yohannon no hablaba

abiertamente contra Roma, Antipas había recibido ya alguna presión de Pilatus133 para su

arresto. Pero en su territorio él tenía libertad en esos asuntos y quería ejercerla. Yohannon

sabía que sus prédicas y su figura estaban bajo vigilancia, y por eso el grupo había

cambiado varias veces de lugar. Aunque finalmente habían vuelto a Perea, pues prefería

bautizar en tierra del etnarca Antipas, que no estar sometido a la autoridad del prefecto

romano de Judea; quien, sin duda, actuaría sin contemplaciones y con celeridad.

Había un tercer grupo en la orilla, de unas quince personas, todos hombres, que

permanecía reunido alrededor de unas rocas. No parecían tener intención de ser

bautizados, sino más bien se mostraban atentos a las gentes que había en el lugar. Alguno

de ellos de vez en cuando se dirigía a alguna de las filas para dar instrucciones, o se

acercaba para reconfortar a alguno de los enfermos. Un par de esos hombres que llevaban

ya rato observando al Nazareno y a su reducido grupo decidieron acercarse, pues vieron

que algunos de los galileos llevaban cuchillo. Yeshúa, sentado como los demás en la

orilla, levantó la cabeza y les sonrió.

133 Esto no lo sabemos, pero es plausible. Si Yohannon hubiese hablado claramente contra Roma,

probablemente habría sido arrestado con prontitud al propiciar un motivo justificado. Es plausible también que

Pilato estuviera al tanto de la labor de Juan el Bautista, pues este atraía a gente de sus dominios, Judea (Mc 1,5).

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134

—La paz sea con vosotros —se anticipó a decirles.

—Y contigo —respondieron sorprendidos—. ¿Habéis venido para ser bautizados?

—Hemos venido para escuchar a Yohannon —matizó el Nazareno.

—¿Sois galileos? —le preguntó el otro hombre reconociendo su acento134.

—Sí —dijo uno de ellos.

—¿De dónde?

—Somos de Naim, y él es de Nazaret.

—Conozco Naim, aunque no Nazaret —dijo uno de los recién llegados, que pareció

más aliviado al saber que los hombres eran galileos. De Galilea habían salido numerosos

defensores de Israel contra Roma. Unos galileos no suponían motivo de preocupación—.

Debe ser muy pequeña tú aldea porque no he oído hablar de ella —añadió mirando al

Nazareno—, pero sed bienvenidos.

—Es la primera vez que alguien se alegra de que sea galileo —dijo Yeshúa, y todos

rieron.

—No nos fiamos demasiado de los nuevos grupos que se acercan. Y aún menos si

van armados…

—Sí —añadió otro de los hombres—. Hace poco vinieron sacerdotes de Jerusalén

para oír a Yohannon, y discutieron con él.

Los galileos se sorprendieron de que los sacerdotes del Templo se hubieran

desplazado hasta Perea para conocer a Yohannon. Y admiraron aún más su figura.

—Yohannon era sacerdote del Templo135, pero denunció sus abusos —continuó el

134 El evangelio nos hace ver las diferencias que debían existir al hablar el arameo en regiones distintas. Los

galileos tenían una forma de hablar diferente que los hacía reconocibles. Esto queda reflejado en el

reconocimiento de Pedro como galileo en el momento antes de las conocidas tres negaciones (Mt 26,73). 135 Que Juan Bautista fuese hijo de un sacerdote que trabajaba en el templo de Jerusalén es casi el único dato que

sabemos de su pasado por el evangelio de Lucas (Lc 1,5-13), aunque sea un hecho que no pueda ser corroborado

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135

que hablaba orgulloso de su maestro—. Por eso ahora los saduceos lo critican y niegan la

autoridad de lo que dice.

—Él es un nazir, aunque no pueda consagrarse en el Templo porque los sacerdotes

no lo quieran.

—También han venido hombres de Antipas para saber lo que dice, por lo menos dos

veces —añadió su compañero—. Van acompañados de hombres armados; por eso

siempre estamos pendientes de los nuevos grupos que llegan.

—Entiendo —dijo uno de los galileos—. ¿Y vosotros de dónde sois?

—Yo y mi compañero somos de Betsaida136 —dijo el que más hablaba—, y me

llamo Andreas137.

—Soy Filipo —añadió su compañero—, y ese que está en el río con Yohannon —

señaló entonces Filipo—, se llama Natanael y es también galileo, de Caná138. Y tú, ¿cómo

te llamas Nazareno? —preguntó intrigado.

—Yeshúa.

Y los demás que iban con Yeshúa también se presentaron.

Si habéis venido a bautizaros —les dijo Andreas—, podéis poneros en la cola de los

hombres, que Yohannon lo hará si sois sinceros.139

Los galileos se miraron y asintieron. Cuando se levantaron, Filipo les indicó lo que

por otra fuente. Por regla general, los hijos adoptaban y continuaban el trabajo del padre, por eso se puede

presuponer que, si la información de Lucas es correcta, Juan fue, posiblemente y al menos durante cierto

tiempo, un sacerdote que trabajó en el templo de Jerusalén. El mismo evangelio lucano nos dice que Juan era

originario de Judea (Lc 1,38). (Hablamos de todo ello en el apartado I1d9ii). 136 Jn 1,44. 12,21. Betsaida: En principio se piensa que era un pueblo costanero del lago de Genesaret, aunque se

encontraba en la región de la Gaulanítida y no en Galilea, pues estaba situado al lado este del río. Sería un

pueblo fronterizo administrado por hombres de Herodes Filipo, y no de Herodes Antipas, aunque ambos eran

hijos del rey Herodes el Grande. (Su localización correspondería con et-Tell y está siendo excavada: apartado

H11a.v2). El pueblo fue reconstruido por Filipo y su nombre cambiado por «Julias», en honor a la hija de

Augusto. Aunque muy probablemente, los galileos continuarían usando el nombre original. 137 Andrés (Andreas, en griego) era discípulo del Bautista (Jn 1,44). 138 Jn 21,2. 139 No se conoce bien si los penitentes seguían un periodo de formación previo al bautismo. Es posible, pero no

necesario.

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136

debían hacer, y llamó a dos compañeros más para que les ayudaran: uno era Mattai, y al

otro lo llamaban Barsabas140. Los jóvenes galileos dejaron sus túnicas en la orilla y se

fueron hacia la fila que les tocaba. Sin embargo, Yeshúa se quedó donde estaba y no se

levantó.

—¿Y tú? —preguntó extrañado Andreas.

—Creo que primero querría escuchar más a Yohannon —dijo Yeshúa.

—Filipo no le atosigues.

—No le atosigo.

—Pues déjale en paz. Que así sea —dijo volviéndose hacia el Nazareno—. Sé

bienvenido Yeshúa ha-Notsrí141 —dijo Andreas con una sonrisa—. Si quieres, esta noche

tú y los demás galileos podréis escuchar al maestro con nosotros.

—Gracias. Estoy seguro que iremos.

Pasó un largo rato en el transcurso del cual las dos filas de personas fueron

menguando. Uno de los bautizados, al parecer, cayó en éxtasis justo antes de la

inmersión, tal vez compungido por la importancia del encuentro, y Yohannon lo sujetó

con firmeza. El joven, casi un niño, tembló un momento y luego pareció recuperarse.

Yohannon le sumergió entonces en las aguas y el chico, ya bautizado, lloró. El maestro le

dirigió unas palabras con dulzura antes de despedirle. La escena había sobrecogido a

todos. Al poco, la cola desapareció y los cuatro galileos fueron bautizados, tras tener unas

breves palabras con el maestro. Yohannon volvió entonces a la orilla, junto a Natanael,

140 Yosef, llamado Barsabas, y Mattai (Matías): Los Hechos de los Apóstoles (la segunda parte del evangelio de

Lucas) cita a dos discípulos que acompañaron a «los Doce» desde la época de Juan el Bautista y hasta la muerte

de Jesús. Estos eran José, llamado Barsabás («hijo de la consolación»), y apodado el Justo, y Matías (Hch 1,21-

26). Si todo esto es verdad, y ya estaban con ellos desde los tiempos del Bautista, es plausible que hubiesen

conocido allí a Jesús. (Más información sobre ellos en el apartado J11). No hay que confundir a José Barsabas

con José Barnabas (Bernabé, compañero de Pablo), ni a Mattai (Matías, discípulo del Bautista) con Mattai

(Mateo, uno de los «Doce» y publicano de Cafarnahum). 141 Yeshúa ha-Notsrí: «Jesús de Nazaret» en arameo, la lengua coloquial de Israel/Palestina en el s.I.

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quien hoy le había ayudado en las tareas. A medida que se acercaba se hacía patente su

figura, alta y enjuta, su rostro ya entrado en años —solo alguno más que el Nazareno,

pero mucho más envejecido— y su pelo, largo hasta la cintura. Yeshúa le miró y le vino

de nuevo a la mente la imagen de los profetas de su pueblo de los que tanto le habían

hablado Simeón y su padre; y pensó que bien podía estar delante de un hombre santo.

Yohannon salió del río y recorrió con la mirada a la gente que había bautizado y que

aguardaba aún en la orilla. Y cuando el silencio lo cubrió todo, salvo el ruido del arroyo,

alzó su voz:

—Y dice el Señor: «Yo soy Yhwh [Yahvéh], no hay ningún otro; fuera de mí

ningún dios existe. Yo te he ceñido, sin que tú me conozcas, para que se sepa desde el sol

levante hasta el poniente, que todo es nada fuera de mí»142.

Yohannon hizo una pausa para observar sus caras antes de continuar.

—Confiad en Ywhw por siempre jamás, porque él es la Roca eterna; porque él

derroca a los habitantes de lo alto; a la ciudad inaccesible la hace caer, la baja hasta la

tierra, la hace tocar el polvo. Para que la pisen los pies de los pobres, y las pisadas de los

débiles la cubran143 —hizo una pausa y los miró en conjunto—. El bautizo no os servirá si

no abrazáis al Señor de corazón y sois justos con vuestro prójimo. Recordad sus palabras,

y que él os bendiga.

En seguida la pequeña multitud rodeó al Bautista en señal de agradecimiento,

mientras sus seguidores no le perdían de vista. El maestro impuso sus manos sobre

algunos y bendijo a los que se lo pedían. Yeshúa, de pie contemplando la escena, quedó

fuertemente impresionado.

142 Libro de Isaías (Is) 45,5-6. El NT pone en boca de Juan el Bautista algunos textos de Isaías (Is 40,3 cf. Mc

1,2 y par. e Is 53,6-7 cf. Jn 1,29), por eso hemos usado un texto de este profeta que hemos considerado

pertinente con el contexto del momento. 143 Is 26,4-6

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Empezaba la tarde cuando la gente se fue retirando, dejando casi vacío el

campamento. Yohannon se secó los brazos y las piernas con una toalla que trajo uno de

sus ayudantes, y luego se cubrió con un manto. Mantenía puesto el talit. Andreas le

susurró algo al oído y Yohannon echó una mirada rápida al Nazareno, antes de susurrar

unas palabras a su discípulo, y retirarse hacia un lugar apartado. Andreas se acercó

entonces a Yeshúa y le habló con amabilidad.

—El maestro desea que comáis con nosotros esta noche —y los galileos asintieron

con una sonrisa.

—Comeremos cuando vuelva de orar —le dijo el discípulo—. Pero venid —y

Filipo, que estaba a su lado, cogió a Yeshúa por el brazo—, os presentaremos a los

demás. Recibimos visitas de vez en cuando de gente que quiere oír al maestro. Algunos,

como hemos hecho nosotros, se quedan.

*

Hacia el final de la tarde se juntaron todos, protegidos del tenue y seco viento detrás

de un grupo de juncos que había. Algunos hombres del grupo habían asado saltamontes y

langostas 144 que antes habían hervido con agua y sal. Distribuyeron además pan de

cebada, algunos frutos secos y otras frutas dulces que dispusieron sobre un gran mantel.

144 Mc 1,6 y Mt 3,4 indican que Juan comía saltamontes, aunque a menudo se haya traducido por langostas.

Hemos respetado ambos términos buscando una dieta más creíble.

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Beberían agua del arroyo, pues solo raras veces, en motivo de alguna fiesta importante —

y si alguien se lo proporcionaba— tomaban vino. Solo Yohannon no tomaba nunca

alcohol de ninguna clase, por su condición de nazir. Yeshúa y los galileos que le

acompañaban pusieron también en el mantel lo que les quedaba dentro del zurrón.

Yeshúa puso dátiles de su tierra y miel.

—¡Has traído miel! —exclamó Natanael, el joven que había acompañado al maestro

en el río—. Le gustarás al maestro —y algunos rieron.

—Sin duda —dijo Filipo, y volvieron a reír.

La leche y la miel eran símbolos de prosperidad pues Dios había prometido que

llevaría su pueblo a una tierra que manaba leche y miel145, lo que era un reflejo de la era

mesiánica predicha por Isaías146. Por eso, cuando había miel, esta era muy apreciada,

además de por su sabor, por su simbología. Pero no solo por eso...

—A Yohannon le encanta la miel147 —añadió el joven de Caná—. Por cierto, soy

Natanael148, y como puedes oír por mi acento, soy paisano tuyo. Tú eres de Nazaret, me

han dicho…

—Sí.

—La conozco de nombre, pero nunca he estado. ¿Debe ser muy pequeña, no?

—Más pequeña que Caná, seguro.

145 Is 60,16 cf. Ex 3,8. 146 Recoge Browning en su diccionario que «Pablo (1 Cor 3,2) y la carta a los Hebreos (5,12) se refieren

metafóricamente a la leche en el sentido de la enseñanza elemental al comienzo de la vida cristiana; y se exhorta

a los conversos a desear la leche incontaminada, como niños recién nacidos (1 Pe 2,2), lo cual puede ser una

alusión a la leche que se daba inmediatamente después del bautismo, mezclada con miel —un eco de la era

mesiánica predicha por Isaías (Is 7,14-15)—. También se daba una taza de leche a los iniciados en los ritos

mistéricos paganos. Sin embargo, es difícil que, en el lugar en el que se encontraban, se dispusiera allí de una

fuente constante de leche». (Browning, W. Op. cit. 1998) 147 Tomamos como referencia Mt 3,4, aunque esto podría ser debido solo a la simbología mencionada. 148 Natanael: Aunque algunas veces se asocia este nombre con el de Bartomé/Bartolomé, (Bar Tomeo significa

literalmente «hijo de Tomeo»), históricamente no hay pruebas para atribuirlos a una misma persona, salvo la

tradición. (Puede leer más en el apartado J11a).

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—Tal vez mi hermano la conozca —interrumpió Andreas—. Estuvo aquí hace unas

pocas semanas. Lástima que no le hayas conocido. Se llama Simón149.

Avivaron el fuego solo para calentarse y cuando Yohannon llegó poco después,

todos se alzaron y lo recibieron con salutaciones.

—Maestro150 —dijo al fin Andreas—, estos cinco hombres han venido de Galilea

para oírte.

—Sed bienvenidos —dijo Yohannon mientras recorría sus rostros con la mirada.

Cuando vio a Yeshúa, que era tan alto como él, se detuvo—. Por fin alguien de mi…

altura —y todos rieron.

—Es Yeshúa ha-Notsrí —observó Filipo.

—La paz sea contigo —le dijo Yeshúa.

—Y contigo —los ojos del maestro se iluminaron al ver la miel—. ¿Quién ha traído

la miel?

—Ha sido Yeshúa —repuso Natanael.

—Entonces sé doblemente bienvenido —y los discípulos rieron entre dientes.

Cuando el maestro se sentó sobre una manta, ellos hicieron lo mismo.

149 Simón: nombre griego, que en arameo se pronuncia «Simeón». El hermano de Andrés es conocido por el

sobrenombre en arameo que le puso Jesús de Kefa (Piedra), de donde vendrá «Pedro». Se considera que pudo

haber sido también discípulo del Bautista como su hermano, como sugiere el cuarto evangelista (Jn 1,41-42),

aunque tal información no pueda ser corroborada. Para no confundir más al lector, reservamos Simeón para el

hermano de Yeshúa, y dejamos Simón para el discípulo. 150 Maestro: El NT usa este término (en griego, didaskalos) como forma que, en algunas ocasiones, tienen los

discípulos o la gente para dirigirse a Jesús. Es plausible pensar que los discípulos de Juan podrían dirigirse a su

maestro de la misma manera. En los evangelios, que se escribieron en griego, aparece el término hebreo rabbí

(Mc 9,5.; Jn 3,2,…), o el arameo rabbouní (Mc 10,51; Jn 20,16,…), como forma en que los discípulos u otros se

dirigen a Jesús. Aunque el NT traduce la palabra rabbí por «maestro» (Mc 14,45) y rabbuni por «maestro mío»

(Mc 10,51), en época de Jesús, la traducción literal era «mi grande» o «mi señor», y se usaba para dirigirse a los

maestros de la Ley. Aunque hay autores que afirman que hasta finales del s.I no empezó a utilizarse, otros

sostienen que, de modo informal, ya se usaba con anterioridad. En general, diremos que tal título no fue

aplicado mayoritariamente (y menos oficialmente) a Jesús, porque él no era un hombre docto ni instruido

legalmente en leyes. Además, Jesús se mostró crítico ante muchos que se hacían llamar rabbíes (Mt 23,7-8).

Ello no quita que algunas personas —tal vez entre las clases populares— se hubieran dirigido a él con el uso de

este título, como muestra de respeto. Y así lo hemos querido reflejar en la novela. (Puede leerse más en el

Apartado J7a).

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—Habladme de vuestra tierra… —prosiguió Yohannon—. ¿Ha llegado entonces la

palabra del Señor a vuestro pueblo?

—Ha llegado… y por eso queríamos conocerte —respondieron los galileos.

—Pues aquí me tenéis —dijo mirando a sus seguidores que sonrieron agradecidos.

—Maestro —dijo uno de los galileos—, ¿llegará pronto el reino que anuncias?

—Tú lo has dicho. Aunque solo el Cielo sabe cuando llegará el día del Señor…,

será muy pronto. Fue siempre anunciado por los profetas, y ahora el momento ha llegado.

—¿Y por qué los sacerdotes no escuchan? ¿Acaso no creen la palabra de los

profetas?

—No les interesa. Porque así como están, ya están bien. Viven del culto y las

ofrendas, centrados en sus sacrificios y sus normas, pero no en la oración ni en el cambio

interior. Son tolerantes en algunas cosas, pero intolerantes en lo fundamental porque esto

cuestiona su autoridad. No practican la misericordia que los profetas exigen.

—¿El Señor bajará e impartirá justicia sobre ellos? —preguntó otro.

—Así será —repuso Yohannon sin dudarlo, antes de morder la cola de una de esas

langostas asadas—. El Justo juzgará a todo hombre, varón y hembra, sobre la tierra.

Nadie escapará a su juicio. Y aquellos que han negado la salvación a otros por cosas

nimias, que no han cumplido con lo que predicaban, o que han guiado a su pueblo en

función de sus propios intereses, sufrirán su condena. Y será, en verdad, terrible151.

Yeshúa y los otros galileos quedaron prendados por sus palabras y su fuerte

151 La apocalíptica judía es un género literario reflejo de una atmósfera espiritual que impregnaba la época en la

que vivieron Juan y Jesús. La palabra apocalipsis significa «revelación» y su uso es moderno. Sus textos

ofrecían una visión universalista del fin de los tiempos, introducían la figura de un mesías y mantenían la

esperanza de una vida tras la muerte. La apocalíptica judía está ligada a las aspiraciones de libertad del pueblo

de Israel respecto las potencias extranjeras, e intentaba justificar las penalidades vividas en el presente, donde

dominaba el mal (encarnado, por ejemplo, en el Imperio Romano). Sería muy difícil negar un tinte apocalíptico

en Juan el Bautista y en Jesús. (Puede leerse más en el apartado F2b2i).

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personalidad.

—¿Cumplir la ley no es suficiente para salvarse? —preguntó entonces Yeshúa.

—La Ley no es una condena para el hombre, sino una vía para la salvación y es

palabra del Señor —le contestó Yohannon mirándole a los ojos—. Y el Altísimo

recompensará a los que cumplen la ley de corazón, en sus entrañas, y no de cara a la

apariencia exterior. Pero es necesario también el cambio interior para poder participar del

Reino. Él recompensará a los que se arrepienten honestamente de sus faltas y a los que

practican misericordia. Hay que aceptar al Señor de corazón y obrar así. El Señor no

quiere grandes actos ni sacrificios: «Harto estoy de holocaustos de carneros y sangre de

novillos. No tolero falsedad y solemnidad»152. Así habló él por boca de Isaías. De nada

sirve ofrecer sacrificios al Cielo si no se obra con rectitud. Antes el Cielo escogería a un

pagano temeroso del Señor153, que obrase con justicia y cuidase de su prójimo, que a un

judío preocupado solo en cumplir la Ley y practicar sacrificios vanos154.

—¿A un pagano temeroso primero? —preguntó un Yeshúa sorprendido.

—La salvación va dirigida a nuestro pueblo, con quien el Justo selló la alianza. Pero

152 Is 1,11. El gran conflicto de Juan fue con Antipas, pero también con la clase sacerdotal del Templo en

Jerusalén, probablemente porque el Bautista ofrecía una salvación que no pasaba por ellos. Muchos profetas:

Amós (Am 4,4-5), Oseas (Os 6,6. 8,13), Jeremías (Jer 7,21-24), además de Isaías, hablaron ya en contra de los

sacrificios, porque muchos judíos debían creer que el sacrificio de un animal ya lavaba automáticamente su

pecado. Y esto no era así. Es muy plausible que el Bautista retomara este principio, tal y como Jesús también

hizo (Mc 12,32-34 y par.; Mt 9,13 cf. Os 6,6). Esto no significa que Juan o Jesús estuvieran en contra del templo

de Jerusalén, pero sí de sus líderes, porqué instruían al pueblo de forma equivocada y pueril, y se aprovechaban

del gran negocio económico que el Templo generaba. Jesús pudo estar de acuerdo en ofrecer sacrificios en el

Templo, aunque el sentido sea distinto, por ejemplo, cuando cura a un leproso y lo envía al Templo para que

cumpla con la ley y haga la ofrenda pertinente (Mc 1,40-45). Pero para Jesús (y Juan) el cambio interior, el

arrepentimiento sincero es fundamental y debe acompañar necesariamente a la ofrenda. (Puede leerse más en el

apartado J21a). 153 Yohannon alude aquí a los «piadosos» o «temerosos del Señor». Con este nombre aparecen en el NT (Lc 7,2-

5; Hch 10,2. 16,14. 17,4,…), aquellos paganos que se sentían atraídos por el judaísmo y cumplían muchos de

sus preceptos (asistencia a las sinagogas, respeto al shabbat, colaboración económica,…), aunque no se habían

convertido. Los hombres no hacían el último paso, circuncidarse, por temor al ritual en sí, pero también por la

dificultad que tendría el frecuentar después lugares públicos del mundo greco-romano donde se iba desnudo,

como los gimnasios, en donde la mutilación del prepucio podía ser motivo de burla. Posiblemente, también les

alejaba del judaísmo el fervor nacionalista judío, pues podía —como sucedió no pocas veces—llevar a

peligrosos conflictos con Roma. 154 Adaptaciones de Isaías 56, 1-2 y 56, 6-7.

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algunos paganos, piadosos a los ojos del Cielo, también se salvarán. Para ellos también es

necesario el bautismo. Aquí también vienen algunos paganos temerosos del Señor155 —

quiso puntualizar—, aunque, al final, deberán convertirse156 para así poder participar del

Reino.

—¿Y por qué no predicas en los pueblos y las ciudades, donde todos puedan

escuchar este anuncio?

Los discípulos miraron sorprendidos al desconocido y luego al maestro, ante una

pregunta que no parecía en nada descabellada; y esperaron su respuesta con interés.

—Yo solo soy «una voz que clama en el desierto. Abrid el camino y trazad en la

estepa una calzada a nuestro Señor157».

—¿Acaso aquel que habla en nombre del Señor no sería escuchado en todos los

lugares de Israel? —preguntó de nuevo el Nazareno.

Los discípulos volvieron a mirar aún más atónitos al recién llegado. Filipo y

Andreas se cruzaron una mirada, muy interesados por la cuestión, pero aún más

sorprendidos por ese hombre de Nazaret. Yohannon le clavó una mirada de

reconocimiento antes de responder.

—¿Cómo habéis dicho que se llamaba? —preguntó el maestro a sus discípulos,

quienes rieron ante la pregunta.

—Yeshúa —dijo Natanael.

155 Jesús, como veremos, predicó esencialmente a los judíos, y es consecuente que El Bautista, su maestro,

hubiera hecho lo mismo. Sin embargo, es razonable pensar que ambos aceptaran que algunos paganos justos

podrían salvarse, como enseñaban algunos profetas hebreos (Is 55,...), aunque con condiciones. Los evangelios

dan a entender el éxito del Bautista en toda la provincia de Judea, Jerusalén (Mc 1,5; Mt 3,5) y la comarca del

Jordán (Mt 3,5); y que predicó a lo largo del Jordán (Lc 3,3), incluyendo la Decápolis (en Ainon, Jn 3,23). Es

posible que aquellos gentiles que simpatizaban con el judaísmo, los llamados temerosos de Dios, hubieran

podido visitar también a Yohannon. (De ello hablamos en el apartado J6). 156 Convertirse: en este caso, circuncidarse. 157 La frase es del profeta Isaías (Is 40,3) y es recogida también por los cuatro evangelios canónicos (Mc 1,3; Mt

3,3; Lc 3,4; Jn 1,23)

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—Sin duda vienes preparado Yeshúa —repuso Yohannon, quien tomó aire antes de

continuar—. Hay muchas ciudades en las que no quisiera entrar, pues sus gentes se han

corrompido y no atienden ya al Señor. Aquellos que sí lo hacen, los justos, vendrán aquí.

A los justos, el Señor los llamará; a los justos, los encontrará estén donde estén, aunque

las tribus se hayan dispersado158. Si yo fuera a las ciudades, me detendrían rápidamente y

me harían lo mismo que hicieron a nuestros profetas.

—Herodes nos odia —interrumpió Andreas.

—Herodes nos teme, que es igual de malo —matizó Yohannon—. También Elías

huyó del rey Ajab y se refugió en el Jordán159. Y tampoco puedo ir a Jerusalén, pues los

sacerdotes del Templo me detestan.

—Comprendo —dijo el Nazareno.

—Y Herodes Filipo es otro judío renegado, que reconstruye nuestros pueblos como

ciudades romanas —dijo Andreas visiblemente enfadado—. Deberías ver lo que ha hecho

en mi Betsaida160.

—Aquí me quedo: en el Jordán —sentenció Yohannon—. Y aquí predicaré las

palabras del Señor.

158 Alude a las doce tribus de Israel, dispersadas a raíz de las conquistas de Asiria (s.VIII a.e.c.) y Babilonia

(s.VI a.e.c.). Según la tradición, recogida en el AT, el pueblo hebreo estaba estructurado en su origen en doce

tribus. Jacob, el nieto de Abrahán, tuvo 12 hijos varones (Gen 35,22-26) que fueron los líderes, respectivamente,

de cada una de las doce tribus que formaron el pueblo de Israel. Jesús es considerado, por muchos historiadores,

un profeta de la restauración de Israel. Es decir, que creía en que, en el futuro, Dios reuniría de nuevo a las doce

tribus. (Aunque casi diez de ellas habían sido absorbidas y diluidas en el Imperio Asirio varios siglos atrás).

Esta reunificación sucedería con la llegada del Reino de Dios. Esta creencia de Jesús tiene apoyo

neotestamentario, (Mt 19,28; Lc 22,29-30. Hch 1,6, frag.). Es plausible que este concepto lo heredara del

Bautista, aunque este advirtiera que ser hijo de Abrahán no fuera garantía de salvación. (Hablamos de ello en los

apartados J6 y J7). 159 En la descripción de Juan el Bautista que hacen los evangelios (Jn 1,21; Mc 9,9-13 y par.), existen

similitudes que lo identifican con el profeta Elías. Elías había «ascendido a los cielos en un carro guiado por

caballos de fuego» (2 Re 2,11), y muchos creían que debía volver. Y se creía que volvería para anunciar la

llegada del Mesías, (un reflejo lo encontramos en Mc 9,11). Elías vivió en el desierto un tiempo, escondido del

rey Ajab en el torrente de Kerit, al este del Jordán (1 Re 17,2-4). Pero muchos historiadores dudan seriamente de

que Juan pudiese considerarse Elías. (Puede leerse más en el apartado J9e). 160 Alusión a las reconstrucciones que Herodes Filipo, hermano de Herodes Antipas, hizo en su territorio. (Sobre

ellas puede leerse en el apartado H11a.v).

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La conversación desde ese momento fue mucho más pausada. Y hacia el final de la

cena, alentados por la buena compañía y protegidos por la intimidad de la noche, algunos

discípulos hablaron con más libertad.

—Pronto llegará el día en el que caiga la mano del Señor contra los enemigos de su

pueblo —exclamó uno de ellos.

—El Reino llegará y nuestro pueblo será uno —añadió otro.

—Los romanos se inclinarán y reconocerán al Señor —dijo un tercero.

—También el César se inclinará —y se oyeron varios síes.

—Cada vez se oye más alta nuestra voz —dijo Andreas—. Ya llegamos incluso a

las pequeñas aldeas como Nazaret —y algunos rieron.

—Algún día lo hará también la espada del Señor, como hicieron antaño Judas

Macabeo y los suyos —y se escucharon de nuevo más y más síes, aunque Yohannon no

dijo nada.

—Maestro —preguntó entonces Andreas—, tenemos razón, ¿verdad? Cuándo el

Reino de los Cielos llegue, ¿será así en verdad?

Yohannon miró al discípulo con cierto pesar.

—Los romanos son una ofensa al Poder, Andreas. Y el Señor se abatirá sobre ellos

con su espada. Pero cuando llegue el Reino no será cómo con los macabeos. Será algo

muy distinto. Y hay que estar preparado… ¿Tú lo estás también?

—¿Lo estoy, maestro? —preguntó después de pensarlo.

—¿Qué hay en tu interior?

—Arrepentimiento.

—Bien. ¿Y qué más?

—Amor a Dios —dijo tras pensarlo un momento.

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—Bien. Tú lo has dicho. El Señor debería estar dentro de cada uno.

—¿Y qué más?

—¿Qué más maestro?

—Si, Andreas. ¿Qué más?

Andreas no supo qué responder.

—Misericordia… Amarás a tu prójimo como a ti mismo —dijo Yeshúa recordando

las palabras de su viejo maestro de Nazaret, Simeón, y repitiendo las palabras del

levítico161.

Yohannon fijó en el Nazareno su mirada.

—Así es.

—¿Pero los romanos...? —interrumpió Filipo.

—La alegría de encontrar al Señor es mayor que cualquier cosa —repuso

Yohannon—. Pero que esta alegría no os confunda, pues confundiréis también a los que

os escuchen.

—Entonces, ¿el Señor no destruirá al ejército romano?

—No me cabe duda que lo hará. El Cielo todo lo puede Filipo. Pero primero prepara

tu camino y favorece también así la llegada del Reino.

Yohannon hizo un gesto con el que quiso dar por terminada la cena.

—Recemos ahora —dijo. Cogió aire y entonó el primer verso del shemá —. Shemá

Yisrael, Adonai Elojenu, Adonai Ejad.

Y luego los demás repitieron el primer verso y continuaron la oración. Yeshúa y los

otros galileos se unieron al coro:

Escucha, Israel: Yhwh nuestro Dios es el único Yhwh. Amarás a Yhwh tu Di-s con

161 Lev 19,18.

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todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu fuerza. Queden en tu corazón estas

palabras que yo te dicto hoy. Se las repetirás a tus hijos, les hablarás de ellas tanto si estás

en casa como si vas de viaje, así acostado como levantado; las atarás a tu mano como una

señal, y serán como una insignia entre tus ojos; las escribirás en las jambas de tu casa y en

tus puertas...

Al terminar la plegaria, Yohannon se retiró cerca del desierto a rezar162, como era

costumbre en él. Pero antes de irse, Yeshúa le habló.

—Puedo quedarme con vosotros, maestro.

—Quédate —le respondió Yohannon—. Quédate, y hazte fuerte aquí con el

Señor163.

Qué maravillosas sonaban esas palabras en la calma del lugar, pensó Yeshúa. El

Nazareno había escogido así a su maestro, como era costumbre que los alumnos hicieran,

y no al revés. Los cuatro compañeros de viaje de Naim le desearon buena suerte, pero,

como él ya sabía, al amanecer partirían hacia Jerusalén en vistas a celebrar allí la Pésaj.

Los discípulos de Yohannon le dieron la bienvenida, y Yeshúa pensó que su vida, tal vez,

podía empezar de nuevo.

*

162 Según los evangelios Juan predicaba en el desierto de Judea (Mc 1,4; Mt 3,1). Para Lucas, «la palabra de

Dios vino sobre Juan, el hijo de Zacarías, en el desierto» (Lc 3,2). Es plausible suponer que Juan practicaba la

oración. (Sobre el desierto como lugar de oración, puede verse el apartado J17a.). Los judíos podían orar incluso

públicamente en espacios abiertos como la orilla del mar. 163 En el mundo antiguo era normal que el discípulo escogiese a su maestro. Una excepción a esta regla la

constituyó Elías (1 Re 19,19-21), y el propio Jesús, quien llamó personalmente a sus discípulos a seguirle.

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El Nazareno empezó poco a poco a experimentar cómo funcionaban las cosas en el

campamento. Por la mañana se levantaban temprano y entonaban el shemá. Luego leían

la Torá y a los profetas, en especial a Isaías y Daniel. El Bautista, que había tenido una

formación sacerdotal y conocía bien las Escrituras, podía leerlas y, además, se las

interpretaba. Al término, oraban; aunque Yohannon acostumbraba a retirarse al desierto

para hacerlo en solitario. Los discípulos lo sabían perfectamente y enviaban siempre a

alguien que, a distancia, vigilaba al maestro. Se turnaban para hacerlo. Lo hacían porque

temían por su seguridad, a tenor de las visitas que últimamente habían recibido de

sacerdotes de Jerusalén y de la misma corte de Herodes. Pero también por si había fieras.

Los discípulos oraban en silencio y en solitario, pero sin dispersarse mucho. Entrada la

mañana, cuando Yohannon ya había regresado, recibían al primer grupo de penitentes. El

maestro escogía un discípulo para que le ayudara, y los dos hombres se adentraban en el

arroyo, donde Yohannon bautizaba. Luego, al volver, predicaba hablando a la gente

reunida en la orilla164. Para Yeshúa, ese era de los mejores momentos del día.

Los sacerdotes de Jerusalén creen que porque son sacerdotes en el Templo poseen el

favor del Señor —decía Yohannon—. Pero no, no es así. Piensan que cuantos más

sacrificios hagan, mejores serán a los ojos del Señor. Pero no, no es así. Nuestro pueblo

vive en la miseria y su clamor ha llegado ya al Señor. Y el momento está cerca. Esta es la

Buena Nueva del Señor. Convertíos. No creáis que por ser hijos de Israel, el Señor no os

exigirá cuentas el día del juicio. Pues sí lo hará. Convertíos. Y que el fruto de vuestra

conversión se manifieste en vuestra conducta. Os aseguro que antes se salvará un justo

que un judío que no obedece al Señor. Pues yo os digo que Dios es capaz de hacer surgir

164 El historiador judío del s.I Flavio Josefo (Ant. Jud. XVIII,116-118) da a entender de Juan el Bautista que no

solo bautizaba, sino que también predicaba.

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de estas piedras hijos de Abraham si así lo desea —Yohannon hizo una pausa para coger

aire y miró el rostro de la multitud—. Convertíos ahora para que, cuando llegue el

momento, podáis decir al sirviente de Yahvé, yo te esperaba con el corazón limpio165.

Con tiempo y determinación, Yeshúa fue entendiendo progresivamente mejor el

pensamiento de Yohannon y fue creyendo en sus palabras. Algunas de las cosas que

decía, ya las había intuido. Y hasta le recordaban expresiones que su padre o el viejo

Simeón le habían dicho algunas veces. Pero ahora, en boca de Yohannon, se hacían más

claras y cobraban pleno sentido en su mente.

Al acabar su discurso de la mañana, el maestro se retiraba de nuevo para orar. Los

discípulos recogían a veces algo de dinero, ropa o comida de los penitentes que venían, en

un acto totalmente voluntario. Así, a veces comían algo al mediodía, pero no siempre.

Dependía bastante de lo que la gente les traía, pero también de lo que pescaban en el río o

lo que encontraban en el valle. A veces, ayunaban voluntariamente, otras veces les era

obligado166. Al terminar recitaban el shemá, de nuevo todos juntos y a primera hora de la

tarde solía haber otro grupo de penitentes, que eran también bautizados. Yohannon

predicaba de nuevo antes de volver a retirarse para rezar. Se juntaban otra vez antes del

anochecer y comían. Luego entonaban el shemá por tercera vez y, al término, Yohannon

solía realizar su última oración del día. Por la noche dormían en tiendas, pues no solo

salvaguardaban del viento y el frío, sino que las fieras no entraban nunca en ellas. Las

165 Este discurso de Juan el Bautista, que toma como base su discurso recogido en el capítulo 3 de Mateo y al

profeta Isaías —a quien Juan cita en los evangelios— mantiene un tono apocalíptico en concomitancia con el

que se cree que el Bautista utilizaba. Fíjese el lector las semejanzas entre este discurso y las futuras palabras de

Jesús. Las frases «y no penséis en deciros: «tenemos como padre a Abraham.» Pues os digo que Dios es capaz

de hacer surgir de estas piedras hijos de Abraham». Y «el hacha ya se encuentra junto a la raíz de los árboles;

es más, todo árbol que no de fruto bueno es talado y arrojado al fuego» (Mt 3,9-10), llevan a pensar a los

historiadores que al bautismo de Juan podían acudir también algunos gentiles. Es decir la salvación no estaba

asegurada por el simple hecho de ser judío, había que ganársela. (Más información en el apartado I1d9ii.b). 166 Los sinópticos recogen esta cita: «ticos recogen esta cita: el simple hecho de ser jud al bautismo de Juan

podahaml «¿Por qué los discípulos de Juan ayunan y los tuyos no ayunan? » (Mc 2,18). También en Mt 9, 14 y

Lc 5, 33.

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tiendas les recordaban alegremente el Éxodo, la época de su historia donde su pueblo

vagó por el desierto en busca de la tierra prometida por el Señor.

Y así transcurrieron los días.

Celebraron la Pésaj allí mismo y con mucha sencillez. Las festividades formaban

parte del pueblo hebreo prácticamente desde su propio origen y estaban codificadas por la

Ley. Los hebreos tuvieron la capacidad de asimilar fiestas locales o tribales y hacerlas

suyas, aprovechándolas para transmitir, a través de ellas, sus valores, su historia, el

recuerdo de un pasado glorioso —mitificado con el paso de los años—, y potenciar un

monoteísmo como elemento diferenciador y unificador de su sociedad. Además, durante

su celebración, las barreras sociales se hacían mucho más permeables, lo cual era también

más cercano a aquello que reclamaban los profetas. Sin embargo, a Yohannon no le

gustaba el cariz que estas fiestas habían tomado, y recordaba —como también habían

hecho algunos profetas— que los ritos y los sacrificios no podían usarse como forma de

acomodación y expiación de las malas conductas, o como una manera de aplacar la cólera

de Dios por las faltas cometidas. Uno debía antes, cambiar sinceramente de conducta y

entonces participar de la fiesta. Al maestro le gustaba recordar al respecto las palabras del

profeta Amós:

Yo detesto, desprecio vuestras fiestas, no me gusta el olor de vuestras reuniones

solemnes. Si me ofrecéis holocaustos... no me complazco en vuestras oblaciones, ni miro

a vuestros sacrificios de comunión de novillos cebados. ¡Aparta de mi lado la multitud de

tus canciones, no quiero oír la salmodia de tus arpas! ¡Que fluya, sí, el juicio como agua

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y la justicia como arroyo perenne!167.

Y así transcurrieron las semanas, y Yeshúa estuvo con ellos, escuchando a

Yohannon y conociendo su mensaje de primera mano. Compartiendo sus opiniones con el

maestro y otros discípulos, y comprendiendo que el Reino de Dios llegaría de forma

inminente a la tierra. Pero también, deseando que este mensaje pudiese llegar antes a

todos los hijos e hijas de Israel, y no solo a los que podían acercarse al campamento.

*

Cierto día, mientras oraban por la mañana, una de las tiendas, la más grande, se

derrumbó. Por fortuna, no hubo heridos que lamentar. Las tiendas estaban hechas de

forma sencilla, con algunos palos clavados en el suelo y telas encima sujetas con

pequeños ganchos. Yeshúa se ofreció a repararla, usando el poco material que allí tenían.

Los galileos Filipo y Andreas le echaron una mano, cortando un par de troncos para hacer

más travesaños que reforzaran la estructura. Cuando regresaron al campamento, ya

encontraron al primer grupo de penitentes en la orilla. Entre ellos había un hombre que

había traído a su hijo menor, que no hablaba desde hacía unos meses. El padre creía que

un demonio le impedía hablar, tal vez el mismo que había hecho enfermar a su esposa

hasta la muerte. Y trajo el niño al campamento esperando ver si Yohannon podía hacer

algo.

167 Am 5,21-24.

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Dos discípulos, Barsabás y Matías, oyeron el caso y transmitieron el mensaje al

resto, antes de decidir comunicárselo al maestro; aunque ya le advirtieron que Yohannon

no hacía esa clase de cosas. Pero el hombre atendió esperanzado cuando le dijeron que el

maestro finalmente lo vería. Había venido con toda su familia, y el niño, que contaría con

unos seis o siete años, y que no parecía enfermo físicamente, vagaba por el campamento

curioseando. Se dirigió hacia donde estaban los tres galileos que trabajaban la madera,

usando con ingenio y paciencia los escasos recursos de que disponían.

El niño se acercó, probablemente porque le pareció eso más interesante que las

columnas de gente que se metían al río para tomar un baño. Yeshúa pulía la punta de uno

de los palos de la base, usando un cincel que había construido con un trozo de madera y

un cuchillo oxidado. Los demás galileos cortaban con el hacha los troncos según las

medidas que Yeshúa había indicado. Andreas sonrió al chico y Filipo le pasó la mano por

la cabeza, sacudiendo una mata de pelos de un lado para el otro. Pero el chico no hizo

mucho caso, y se centró en el instrumento que Yeshúa tenía en sus manos. Se notaba que

sabía lo que hacía. A veces el Nazareno dejaba el cincel y trabajaba con el martillo,

golpeando con él un trozo de metal a modo de escarpa. No tenía más material, ni siquiera

clavos o una tabla sobre la que trabajar. Cuando vio al chico, Yeshúa apenas hizo nada y

siguió con lo suyo. Volvió al cincel y la escarpa cayó al suelo, pero no la cogió. El niño

se acercó, la cogió y la examinó con sus manos. Luego la golpeó con suavidad contra la

roca que Yeshúa usaba de mesa, y escuchó el ruido. Lo hizo un par de veces.

—Es una escarpa —puntualizó Yeshúa sin dejar de trabajar con el cincel.

El niño no dijo nada y se limitó a dejarla sobre la piedra. Yeshúa la cogió y dejó el

cincel en su lugar. El chico cogió ahora el cincel, viendo que el Nazareno no se lo

impedía, y lo examinó con cuidado.

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—Es un cincel —añadió Yeshúa sin dejar de trabajar, ahora con el martillo y la

escarpa.

El chico comprobó que había un borde cortante debajo, y que era con eso con lo que

Yeshúa producía esas virutas en la madera.

—Tal vez podrías pasar el cincel por ese tronco, tiene un bulto que debería limarse

—sugirió Yeshúa.

El niño se volvió sorprendido, e hizo lo que le pedía. Yeshúa lo observó. El niño

puso entusiasmo, y ejecutaba bastante bien el movimiento, aunque no producía virutas.

—Gira el cincel y trabaja en el sentido opuesto —le sugirió Yeshúa.

Así lo hizo el niño y empezó a funcionar. Y pareció que sonreía.

Filipo y Andreas contemplaron la escena.

—Ya veo que ahora tienes otro ayudante —y Filipo volvió a frotarle el pelo. El niño

pareció de nuevo que sonreía, aunque sin dejar de trabajar. Cuando terminó, llevó la

madera al Nazareno. Este la examinó con cuidado y puso atención al detalle.

—Es un buen trabajo —el niño se sintió bien y Yeshúa se dio cuenta—. Tal vez

querrías ayudarme a modelar ahora ese otro tronco que está allí. Será más difícil porque

tiene muchas rugosidades pero…

Antes de que terminara la frase el chico ya había cogido el tronco. Lo colocó sobre

una roca, no sin cierta dificultad, y empezó a trabajarlo. Filipo y Andreas rieron entre

dientes.

Al rato, Yeshúa se acercó al chico y examinó lo que hacía. Trabajaba bien y era

cuidadoso.

—Espera —le dijo—, esta zona es demasiado rugosa para el cincel —y le dio el

martillo y la escarpa.

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—Trabajarás mejor con esto. ¿Crees que podrás? —el chico asintió. Empezó a

hacerlo pero le costaba, y Yeshúa le cogió la mano con la suya—. Tienes que coger la

escarpa de esta manera y golpear así con el martillo.

Durante un rato los dos trabajaron juntos. El padre se acercó hacia donde estaban y

quedó sorprendido al ver a su chico trabajando. Yeshúa le dejó y el niño fue haciendo. Al

poco el niño tiró del vestido de Yeshúa y este fue a comprobar la pieza—. Mucho mejor.

Ahora retoma el cincel y pule los detalles más pequeños. El padre seguía los movimientos

de su hijo con discreción, y Yeshúa le hizo una seña para que esperara, y le indicó que se

colocara detrás de una de las sábanas que formaban la tienda provisional. Entonces

Yeshúa habló al chico.

—Sabes —le dijo—, tenía un hermanito de tu edad al que también tuve que enseñar

a hacer esto. Al principio le costó, pero luego, poco a poco fue aprendiendo —Yeshúa

hizo una pausa—. Se parece a ti —El Nazareno seguía trabajando mientras hablaba y el

chico, repicando la escarpa con el martillo, parecía que no le escuchaba—. Tuve que

enseñarle yo —añadió Yeshúa—, porque nuestro padre murió cuando él era pequeño.

El niño seguía golpeando la escarpa con el martillo.

—Cuando sucedió eso —continuó Yeshúa—, mi hermano no habló durante un

tiempo. Tenía una pena muy grande y sufría mucho. Nuestro padre murió tan de repente

que no pudo despedirse.

Entonces Yeshúa dejó de oír el martillo y se volvió hacia el chico. Lo encontró

inmóvil, mirándole con los ojos muy abiertos. Intentó balbucear algo pero no pudo,

emitiendo en su lugar sonidos extraños. Sus compañeros contemplaron atónitos la escena.

¿Qué eran esos ruidos? ¿De nuevo el demonio no le dejaba hablar? Yeshúa dejó entonces

lo que hacía y se agachó delante de él, quedando a su altura. El niño siguió intentando

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hablar, pero sin éxito. Sus ojos enrojecieron, como si quisiera llorar. Yeshúa puso una de

sus grandes manos en los labios del chico, y le cubrió hasta la nariz. El niño intentaba

hablar pero no podía, e intentó respirar y tampoco. El Nazareno le sujetó luego el cuerpo

contra el suyo y el chico apenas podía moverse. Forcejeó. El padre salió de detrás de la

sábana y avanzó para intervenir. El niño intentó liberarse pero no lo conseguía y, en el

último momento, buscando el aire vital, Yeshúa le soltó la mano de los labios y el niño

gritó.

—¡Mamá! —y jadeó luego varias veces con la boca abierta—Mamá...

El padre del niño tuvo que cubrirse la boca con las manos para contener la emoción.

—Hijo mío… —y al ver a su padre, el niño se acercó rápido y le abrazó.

—¿Mamá? ¿Por qué no está mamá? —preguntó el pequeño.

Aturdido, no supo muy bien qué responder.

—Se ha ido con el Señor —dijo al fin.

—¿Y por qué no vuelve?

—Porque… no puede hijo. No puede.

El padre se sintió feliz por escuchar a su hijo, pero impotente por no poder ayudarlo

como querría. El muchacho empezó a llorar.

—Cuando reces al Señor… —dijo Yeshúa, y el niño lo miró—, háblale de ella. Y él

se lo dirá.

Y al oír esas palabras el niño fue calmándose. El Padre se sorprendió del efecto que

esas palabras tuvieron no solo en su hijo, sino también en él mismo.

—Entonces rezaremos, ¿verdad padre?

—Sí, hijo. Rezaremos. Y daremos gracias al Cielo por este día.

El padre agradeció con su mirada la atención y el gesto de Yeshúa, y marchó

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corriendo con el chico en brazos hacia donde estaba su familia. Y muchos consideraron

aquello un prodigio. Los galileos, que habían contemplado la escena, quedaron

estupefactos; pero Yeshúa siguió trabajando con la madera sin darle más importancia,

aunque con una sonrisa.

Los familiares del niño lo celebraron, y armaron cierto alboroto en la orilla. Sus

propios compañeros difundieron lo que Yeshúa había hecho en el campamento, que llegó

también a oídos del maestro. Durante el día algunos entre ellos se acercaron para

preguntarle qué demonio había expulsado168.

*

Al caer la tarde, mientras cenaban frugalmente, como en ellos era costumbre, la

figura de Yeshúa fue el blanco de las miradas de sus compañeros. Algunos intentaron

preguntarle por lo sucedido, pero el Nazareno no mostró interés en hablar de ello. Al

terminar de comer, recitaron el shemá. Luego Yohannon se puso en pie, colocó

adecuadamente el manto sobre sus hombros, se recolocó el talit sobre la cabeza, y se

dirigió al desierto para orar, siguiendo su costumbre. Pero tras dar unos pocos pasos en

esa dirección, se detuvo sin girarse.

—Yeshúa —dijo—, coge tu manto y acompáñame.

168 Este «milagro» no aparece en el NT, donde Jesús empieza siempre su misión tras el bautismo. Sin embargo,

es plausible que Jesús, estando con el Bautista, realizara algún acto similar que atrajera la atención también de

sus compañeros. Pues recordemos que varios de ellos, según el evangelio de Juan, pasarían luego a formar parte

del grupo de «los Doce» de Jesús (Andrés, Filipo, Simón Pedro y tal vez Natanael), o a ser discípulos suyos,

como Matías y José Barsabbás (según Hch 1,21-23). Como base para este «milagro» hemos tomado muy

libremente el relato de la curación del mudo endemoniado (Mt 9,32-34; Lc 11,14-23), que pertenece a la fuente

Q (Q 11,14), muy antigua, y carece de un lugar geográfico propio. (Lo comentamos en el apartado J10a).

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El Nazareno se quedó helado. Andreas, que se sentaba a su lado, le estiró la túnica:

—¿No oyes al maestro? Venga, levántate —Yeshúa miró a sus compañeros de

reojo, y se levantó.

—Acompáñame. Hoy está… más oscuro.

No hacía falta ver la luna llena para entender que el maestro, después de lo

sucedido, deseaba hablar con el galileo en privado, y no era su intención crear

favoritismos entre sus discípulos. Yeshúa obedeció y los dos hombres anduvieron un

largo trecho hasta adentrarse en el desierto. Aún en verano, la noche era fría, pero lo que

más llamó la atención al Nazareno fue el atractivo del lugar, algo que nunca habría

pensado. El frío pareció desaparecer y los aullidos que en alguna ocasión emitía algún

lobo o chacal ya no parecían tan turbadores. Caminaron todavía algo más, hasta llegar

cerca de un árbol con abundantes ramas aunque escaso follaje, y bajo el cual Yohannon

se detuvo. Se arrodilló y Yeshúa hizo lo mismo.

—¿Oras aquí maestro, en la soledad del desierto169?

—Solo Yahvé y yo. ¿Qué más le puedo pedir?

Yeshúa asintió al comprender.

—Antes de rezar quisiera que hablásemos de lo sucedido esta mañana, aunque ya

veo que no te apetece mucho hacerlo —Yeshúa bajó la cabeza—. ¿Conocías a esa

169 Desierto: El desierto era un lugar tenebroso en general, inhóspito, solitario y deshabitado. Tal vez, incluso

ajeno a la presencia de Dios. Es el lugar por el que vagó el pueblo de Israel como castigo y como prueba durante

40 años (Núm 14,33-35; Deut 8,2), y es aquí donde los evangelios sinópticos describen el sitio en el que Jesús

fue tentado por el diablo. El desierto es el reino de los escorpiones, las serpientes y muchas criaturas asociadas

con nuestros miedos, y en él «habitan las fieras» según el evangelista (Mc 1,13). Y probablemente por eso, en

el pasado, se podía pensar que también era un sitio ideal para el diablo. En el mundo antiguo, era habitual que el

héroe tuviese que poner a prueba su valía con algún hecho sobrecogedor realizado antes de emprender su

misión, algo que reflejase sus atributos y certificase su elección para el papel que habría de desempeñar. Es

posible que el mismo evangelista equiparara la prueba de Jesús con la que superó Daniel ante los leones (Dan

6,11-29 cf. 14,29-42). Las tentaciones de Jesús en el desierto cumplen bien con esa misión inicial, y no son

consideradas históricas. Por otro lado, los evangelios también sitúan ahí el lugar de actuación del Bautista. Pues

el desierto, puede ser a su vez entendido como lugar de refugio, o incluso donde recibir instrucciones de Dios,

como fue el caso del profeta Elías (1 Re 19,9ss) (nota 105). Un profeta que el NT quiso relacionar a menudo con

Juan el Bautista. (Más información sobre las tentaciones en el apartado J10c).

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familia? —preguntó entonces.

—No.

—¿Qué pensabas cuando viste al niño?

—Tenía un gran dolor.

—¿Cómo supiste que no era un demonio?

—Lo sentí —dijo sin pensar mucho la respuesta.

—Te creo, Yeshúa —dijo Yohannon después de reflexionar.

—Mi padre también podía —añadió el Nazareno.

—¿Quién era tu padre? ¿Era un hombre piadoso?

—Era un hombre… bueno.

—Entiendo —Yohannon hizo una pausa antes de continuar—. Desde que te

escuché el primer día, Yeshúa, pensé que tenías algo diferente, y lo sucedido hoy me lo

confirma.

—¿Diferente, maestro?

—El señor es fuerte en ti —dijo mirándolo a los ojos—. Aunque tú pareces no

verlo.

—Maestro, yo…

—Si puedes sentir y hacer esas cosas es por su gracia, pues si no, no podrías —

luego respiró profundamente y añadió—. Y por eso debes hacerlas —se dio media vuelta

y se encaró con la luna.

Yeshúa sintió una liberación interior al oír esas palabras.

—Sí, maestro —dijo tras respirar profundamente.

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—Y ahora, oremos170.

Yohannon, de pie, acercó sus manos al cuerpo, levantó la cabeza hacia el cielo

estrellado y cerró los ojos. Yeshúa, observándole, hizo lo mismo. Poco a poco fue

notando como su respiración se tranquilizaba, casi hasta no sentirla. Y sus inquietudes

fueron desapareciendo, y agradeció a Yohannon poder disfrutar de ese momento de calma

junto a quien ya consideraba no solo su maestro, sino un verdadero profeta para su

pueblo. Luego, internamente, empezó a rezar de forma natural, como nunca antes había

sentido. Y así estuvo un agradable y largo rato, percibiendo una paz interior

reconfortante. Cuando abrió los ojos, Yohannon le miraba y asintió.

—Ha sido maravilloso —dijo el Nazareno—. Nunca había orado así.

—Lo sé —repuso Yohannon.

—Maestro, ¿cuándo aprendiste a rezar en el desierto?

—Era entonces yo muy joven —Yohannon suspiró profundamente antes de

responder—. Pertenece ya a mi pasado Yeshúa.

—¿Fue cuando vivías con la comunidad del desierto171? —se atrevió a preguntarle

Yeshúa; y vislumbró un pesar en los ojos del maestro: le supo mal haber preguntado.

—¡Ah! los hijos de la luz… —añadió en voz baja—. ¿Te han hablado de allí? —

170 Los evangelios indican la costumbre que tenía Jesús de retirarse a un lugar solitario para orar (Mc 1,35; Mt

14,23, Lc 6,12,..). El hecho puede bien ser histórico. En la novela, hemos imaginado que su origen podría

encontrase aquí, en el desierto junto a Juan, tomando como base que Jesús «se retiraba a los desiertos y rezaba»

(Lc 5,16; y probablemente Lc 4,42) (Apartado J17a). Los judíos piadosos rezaban de pie (Misná, tratado Berajot

5,1). 171 Comunidad del desierto: se alude a «Quirbet Qumran» (en árabe, las ruinas de Qumrán). Su nombre en la

antigüedad es desconocido, pero al parecer se autodenominaban «Damasco». Es el lugar de donde proceden los

célebres manuscritos del mar Muerto, que informan sobre la pluralidad del judaísmo en los ss.II a.e.c—I e.c.).

(Puede leer más en el apartado H8). Se considera que allí vivió en comunidad un grupo escindido dentro de los

esenios, y autoproclamados «hijos de la luz» o «hijos de Zadok», el primer sumo sacerdote del primer templo de

Jerusalén. Los esenios creían en la inmortalidad del alma, la resurrección, el juicio final y el reino futuro de

Dios. (Leer más sobre ellos en el apartado I1c6). Juan el Bautista no era esenio. Pero la hipótesis de que hubiese

convivido algún tiempo con los esenios —inclusive en el yacimiento mismo de Qumrán, en el desierto de Judea,

al sur de Jericó y a escasos kilómetros del mar Muerto— aunque indemostrable, es posible. Hablamos de ello en

la nota 129. (Ver semejanzas y diferencias entre el Bautista y los esenios en el apartado I1d9ii).

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pareció preguntar, aunque no esperó respuesta—. Ahí moran aquellos que creen que

lavándose el cuerpo cada día purifican el alma. Aquellos que creen que el Señor en su

venida les reconocerá solo a ellos. Los que esperan como nosotros; pero no entienden que

el Señor ha contemplado ya a su Pueblo y ha abierto sus brazos a todos los hijos que le

reconozcan y le amen de corazón.

Yohannon le puso la mano en el hombro para ayudarse a levantar.

—Y ahora regresemos. Empieza a hacer algo de frío, y estoy cansado… Mañana me

acompañarás al río —añadió.

*

Asombrados miraron los discípulos al galileo aquella mañana cuando este se dirigió

al arroyo junto al maestro. Hacía poco que había llegado, y este ya confiaba plenamente

en él. Tal vez incluso le había hecho partícipe de enseñanzas secretas en el desierto, se

preguntaron algunos algo recelosos.

Yeshúa, vestido con su túnica habitual y un gorro que le sujetaba el cabello, entró

en el agua detrás de Yohannon; y una vez ambos estuvieron firmes en el centro, el

maestro alzó el brazo y la gente empezó a acercarse. Lo hicieron como de costumbre, en

dos filas, una para hombres y otra para mujeres. El primero en llegar fue una mujer joven.

Yeshúa le dio la mano, pues caminar sobre las piedras del río podía resultar engañoso, y

la joven agradeció el gesto con una rápida sonrisa antes de alzar el rostro hacia

Yohannon. El maestro le dirigió las palabras habituales y ella respondió afirmativamente

antes de ser sumergida. Yeshúa la ayudó a incorporarse y percibió el brillo en los ojos de

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la muchacha. Yohannon la bendijo y la muchacha regresó, con esperanza en el rostro.

Y así fueron haciendo. Yeshúa indicaba a una persona, de una fila distinta cada vez,

que se acercara, y entonces el maestro le hablaba y luego la bendecía. Aunque no hubo

muchos penitentes ese día, Yeshúa veía a menudo la chispa en sus ojos y presentía el

cambio que se producía en el interior de cada persona. Cuando Yohannon hubo terminado

y se disponía a salir del arroyo, una palabra de Yeshúa le detuvo.

—Maestro —le dijo el galileo—, bautízame.

Yohannon se volvió y clavó un instante su mirada en los ojos del Nazareno, hasta

que alzó la mano para indicarle que se acercara. Yeshúa se quitó el vestido, quedando en

calzoncillos como uno más de los penitentes que se habían bautizado. El maestro repitió

las palabras de Ezequiel que tantas veces había ya oído el Nazareno. Pero esta vez

sonaron aún de forma más especial, porque ahora le iban dirigidas. Aceptó plenamente

que se acercaba el final, que Israel debería prepararse para la salvación, y que el Bautista

tenía la misión de llevar a cabo la purificación del pueblo de Dios en esta hora final172. Y

así entendió el vaticinio del profeta Ezequiel, que Yohannon formuló esta vez por

completo:

Os tomaré de entre las naciones, os recogeré de todos los países y os llevaré a

vuestro suelo. Os rociaré con agua pura y quedaréis purificados; de todas vuestras

impurezas y de todas vuestras basuras os purificaré. Y te rociaré con agua pura y

quedarás purificado; de toda tu impureza y de toda tu basura te purificaré. Y te daré un

corazón nuevo, infundiré en ti un espíritu nuevo, quitaré de tu carne el corazón de piedra

172 Final: referido al final de los tiempos. La palabra técnica es «escatología», y hablamos de ella en el apartado

F2b1.

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y te daré un corazón de carne. Infundiré mi espíritu en vosotros y haré que os conduzcáis

según mis preceptos y observéis y practiquéis mis normas173.

Yohannon le puso las manos en los hombros y el Nazareno se arrodilló delante del

maestro:

—¿Te arrepientes de corazón de tus pecados?

—Sí, me arrepiento de ellos —le respondió174.

—Entonces yo te bautizo hoy con agua en el nombre del Cielo, para que cuando

llegue el Reino puedas entrar en él —y Yohannon lo sumergió completamente en el

arroyo.

Cuando lo incorporó, ambos se miraron con alegría y Yohannon le beso en los

labios175.

—Sé justo y misericordioso Yeshúa, y que el Eterno te bendiga cuando llegue el día

del Señor, como hago yo hoy —los discípulos contemplaron la escena desde la orilla. Y

al volver, la mayoría le recibió con saludos y besos en las mejillas. Desde fuera parecía

una bienvenida oficial al grupo, pero Yeshúa bar Yosef hacía ya tiempo que había

penetrado en muchos corazones176.

173 Ez 36,24-27. 174 Mc 1,4-9. Esta parte del bautismo, la confesión de los pecados por parte de Jesús, ha causado siempre

estragos en la Iglesia. Los otros evangelistas trataron de contrarrestar ese punto. De tal forma que, en Juan, el

evangelio más tardío, el bautismo se eliminó. Además, se sobreentiende siempre que el bautizado reconoce la

doctrina del que bautiza y no al revés. Esas dificultades son los argumentos en favor de su autenticidad histórica.

El versículo 11: «y una voz surgió de los cielos: «Tú eres mi hijo amado, en tí me he complacido’» (Mc 1,11)

está, precisamente, para contrarrestar este punto: Jesús no podía ser un pecador. (Más en el apartado J9a). 175 El ósculo era el beso en los labios como símbolo de transmisión del conocimiento. En ningún fragmento de

los evangelios se explica que Juan besase a Jesús, pero consideramos que es plausible en este contexto. 176 Un teólogo católico especializado en el estudio del Jesús histórico explica: «Al someterse al bautismo de

Juan (…), Jesús proclamaba su aceptación del mensaje escatológico [sobre el cercano fin del mundo] que

llamaba a todo Israel al arrepentimiento ante la inminencia del juicio de Dios. Pese a todos los cambios que se

verán luego en su ministerio, no hay indicio —aunque ello pueda escandalizar a muchos de nuestros

contemporáneos— de que Jesús abandonase nunca lo esencial del mensaje escatológico que había aceptado a

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orillas del Jordán. (John Meier. Jesús. Un judío marginal. Tomo III. p. 626). Muchos investigadores sostienen,

algunos desde hace más de un siglo, esta línea de pensamiento. (Puede leer más en el apartado J9a).

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CAPÍTULO 5

LA DECISIÓN

Era casi media mañana y Andreas llevaba ya un buen rato buscándolo sin fortuna

cuando, fatigado por la inútil pesquisa, decidió tirar su último dado y descender por el

arroyo en dirección al Jordán. Aunque no le encontró, divisó a Natanael en la otra orilla,

que regresaba al campamento tras un paseo bajo los sauces. Al verlo, el discípulo cruzó el

arroyo ciñéndose la cintura177, ante la sorpresa de Natanael.

—Tú tampoco le habrás visto, supongo… —dijo sin mucho ánimo mientras se

ponía bien el vestido.

—Si te refieres a Yeshúa, esta mañana se ha ido al desierto —dijo Natanael después

de contemplar a su compañero con los bajos de la túnica empapados.

—¿Lo has visto pues? ¡Por fin! —dijo en un primer momento sin pensar. Aunque

en seguida reaccionó—. ¿Otra vez al desierto, dijiste?

—Sí… ¿Por qué le buscas? ¿Tal vez yo pueda ayudarte?

—El maestro le requiere.

—Ah pues, en ese caso, tendrás que ir al desierto. O eso ha dicho. Volverá antes del

anochecer. 177 Expresión para designar que se arremangó la túnica (2 Re 4,29).

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—¿Tampoco comerá hoy…? ¿Estará ayunando?

—No creo.

—No sé cómo puede orar allí. Está lleno de escorpiones, serpientes y fieras —dijo

mirando hacia el desierto.

—Yohannon también ora allí —repuso Natanael con tranquilidad—, y nunca le ha

pasado nada.

—Pero Hashem178 no dejaría que algo malo le pasase al maestro.

—Quien sabe… —dijo Natanael sin dar demasiada importancia a lo que decía—,

quizá Hashem esté también con Yeshúa.

Pero el rostro de Andreas pareció iluminarse.

—Hashem está… —murmuró despacio, y tras una breve reflexión interior, arrancó

hacia el campamento.

—¿Estás bien, Andreas? —le preguntó Natanael, alzando la voz para asegurarse que

le oía.

Pero Andreas ya no respondió.

*

Poco antes del anochecer, Yeshúa regresó del desierto con el manto sobre los

hombros y un aire de tranquilidad visible en su rostro. Lo primero que hizo fue llenar su

odre de piel de cabrito en el arroyo, y lo segundo, empezar a vaciar su contenido dentro

178 Hashem: «El Nombre». Como ya se ha dicho, era una de las palabras usadas por los judíos para referirse a

Dios, sin tener que usar su nombre en vano y quebrantar el tercer mandamiento. (Leer más en el apartado I1d4).

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de su estómago. Filipo llenaba también su odre junto al Nazareno, cuando Andreas se les

acercó—. ¿Cómo estás Yeshú? —preguntó.

—Sediento… —repuso Yeshúa y sonrió—, pero satisfecho —se agachó y volvió a

llenar el odre.

—¿Es que no tienes miedo a las fieras? —le soltó Andreas.

—¿Fieras…? ¿Dónde? —preguntó Yeshúa extrañado.

—¿Fieras? —preguntó Filipo alterado, girando la cabeza en distintas direcciones—.

¿Dónde?

—En el desierto, tontos.

—¡Ah! —se tranquilizó Yeshúa—. No he visto ninguna.

—Pues…. sí que las hay —dijo Andreas con seguridad—. Y muchas. Y además, allí

se esconde Azazel179. Deberías ir con más cuidado.

—Bueno… intentaré no molestarlas Andreas —respondió Yeshúa con voz baja y

una fina ironía. Filipo sonrió, pero Andreas no prestó oídos y continuó interrogándole.

—¿Por qué vas tanto al desierto? —le preguntó.

—Yohannon me enseñó a rezar allí. Me encuentro bien y me aclara el pensamiento.

—Ah… ¿por qué necesita tu pensamiento aclararse, Yeshú?

Yeshúa tomó una bocanada de aire fresco y respiró profundamente.

—Porque creo que debo irme.

—¿Irte? —preguntó atónito Andreas, y Filipo también se sorprendió—.¿Es que nos

dejas?

—No es eso. Hay que hacer llegar el mensaje de Yohannon a todo el pueblo de

179 Azazel: según varios autores, es uno de los nombres que se daba al demonio. La Biblia lo cita como un ser

que habita en el desierto y al que se hacía un sacrificio regularmente una vez al año (Lev 16,6-10). Las

tentaciones de Jesús en el desierto, como ya señalamos en la nota 169, no son consideradas históricas. (Puede

leer más al respecto en el apartado J10c).

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Israel180 —y después de decir eso, les puso la mano en el hombro y les sonrió—. ¿No os

parece? —sus compañeros titubearon, pero Yeshúa se fue antes de esperar contestación.

Los dos se miraron mientras el Nazareno se alejaba bebiendo de nuevo otro sorbo

del odre.

—El maestro te buscaba —le gritó finalmente Andreas.

—Gracias… —repuso Yeshúa sin volverse—, pero ya nos vimos en el desierto.

*

Los tres galileos, Andreas, Filipo y Natanael, pasaron el resto de la tarde dando

vueltas a las palabras del Nazareno. Después de cenar se le acercaron para saber más

acerca de esa idea de difundir el mensaje de Yohannon. Yeshúa les contó que quería

proclamarlo también en las aldeas de su tierra, y tal vez por todo el país. La situación en

Galilea no era fácil, los pueblos se veían presionados por Antipas y aún más estos últimos

años desde que había empezado la construcción de Tiberíades, su nueva capital a orillas

del lago, que había tenido la osadía de llamar con el mismo nombre del emperador

romano. Debido a la política herodiana, la situación socio-económica del campo galileo

hacía más difícil la economía tradicional de reciprocidad, que tenía como base las

familias autosuficientes. La gran presión fiscal había favorecido la creación de

latifundios, pues los pequeños agricultores, bajo los impuestos y algunas malas cosechas,

terminaban vendiendo sus parcelas y alquilándose como jornaleros en plantaciones

180 Toma su base de Mc 1,38.

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mayores. Y si no, optaban por irse a las ciudades a probar suerte. Muchas familias habían

terminado así ahogadas por los impuestos, y habían abandonado el hogar de sus

ancestros. Otros, en cambio, se unían y formaban grupos de delincuentes, como había

hecho Eleazar, quien había formado una banda en Galilea aún activa181. Además, los

centros urbanos como Séforis y Tiberíades, que crecieron con el dinero de los impuestos

que pagaba el pueblo, suponían el avance de la cultura grecorromana, lo que venía a

añadir aún más tensión entre las ciudades —con importante población pagana—, y el

campo —fundamentalmente de ámbito judío—. A todo esto, la boda de Antipas con

Herodías y el repudio de su esposa, que era hija del rey de los nabateos, Aretas, podía

traer también graves consecuencias para el país. Pues la región donde ellos estaban, la

Perea, gobernada también por Antipas, lindaba con el país de los nabateos. Como además

Yohannon había criticado también el matrimonio de Antipas y Herodías, tal actitud podía

ser vista como la de un simpatizante de la causa de Aretas. Y aunque no era así, ese podía

ser un argumento más en favor de su detención y condena.

Pasaron unos días más en que los galileos siguieron dando vueltas a la idea de

Yeshúa. Yohannon se había manifestado siempre en contra, no solo por los riesgos que

tal misión podía suponer, sino porque consideraba que era la gente la que tenía que

acercarse a la verdad y no al revés. Era un cambio de actitud personal el que debía llevar

a la conversión, y era la gente la que debía, por iniciativa propia, cruzar el Jordán para ser

bautizada. Pero Yeshúa sabía que había muchos pecadores y enfermos que quedarían

fuera de su mensaje y no por voluntad propia, sino por imposibilidad de desplazarse o

porque las noticias de Yohannon no les habrían alcanzado. Poco a poco el mensaje del

181 A tenor de lo narrado por el historiador judío del s.I Flavio Josefo (Guerra, II, 253), empezaron a actuar

hacia esta época. Probablemente sea Eleazar, hijo de Dineo (Guerra, II, 235-236, aunque aquí en un conflicto

con los samaritanos).

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Nazareno fue calando entre los galileos del grupo de Yohannon.

Y así, al fin llegó el día en que los cuatro discípulos decidieron hablar con su

maestro, y rogarle que les permitiera llevar su mensaje a las distantes aldeas galileas,

convenciendo así a sus habitantes para que se prepararan ante la inminente llegada del

Reino; y a su vez se sintieran menos desvalidos y más cercanos al Señor. Yohannon les

escuchó con calma y luego levantó la mirada al cielo y suspiró. Sabía que los argumentos

de Yeshúa no carecían de razón, pero consideraba que no era su misión ser un predicador

itinerante. Se sorprendió entonces al divisar una paloma que cruzaba el firmamento, con

vuelo elegante y harmonioso, en su ruta hacia el norte. Y como otras la seguían182.

Cuando su vista las perdió, bajó la mirada del cielo y clavó sus ojos en el grupo de

galileos.

—Pensaré en ello. Os lo prometo —les dijo—. Ahora hay que bautizar —y dicho

esto, se adentró en el río—. Yeshúa acompáñame.

Y en eso estaban los dos cuando, a punto de empezar la tarde, llegó un grupo de

hombres muy elegantemente vestidos, acompañados por una docena de soldados. No

vestían de negro, como los saduceos de Jerusalén, que también les habían visitado hacía

unos meses, sino al estilo de la corte herodiana, mucho más llamativos y opulentos. Los

discípulos ya habían visto con anterioridad enviados de Herodes, pero nunca de tanta

categoría, ni con tantos hombres de armas. Previnieron al maestro, pues Yohannon estaba

en sus tierras y, por tanto, bajo su autoridad. Yohannon había criticado abiertamente la

política de opresión de Antipas hacia su pueblo, así como su alejamiento de los preceptos

judíos. El hecho de que Yohannon ganase adeptos poco a poco pero de forma constante,

182 Paloma: Hemos querido así, hacer una alusión al célebre pasaje de Mc 1,10 (y par.). La paloma era

tradicionalmente un animal mensajero, tal vez un heraldo, como en el caso de Noé, donde actuaba como

portadora de esperanza, regresando al arca con una rama de olivo (Gen 8,10-11). En el NT simboliza al Espíritu

Santo. Su relación con la paz, ha sido muy posterior.

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especialmente entre las clases populares, empezaba a ser molesto o, en todo caso,

inquietante para el tetrarca judío. ¿Cuál sería su siguiente paso?, se preguntaban los

discípulos. Preocupados, algunos de ellos cogieron piedras y otros fueron a buscar sus

armas, cuchillos, dagas y alguna espada corta. Yohannon se percató de todo ello, pero no

dijo nada. Y Yeshúa se quedó en medio del arroyo, junto al maestro.

Cuando el Bautista terminó su último bautizo, regresó a la orilla desde donde solía

hablar como era su costumbre. Aunque ese día tuvo bien claro quién estaba en su

auditorio. Los discípulos esperaron a ver cómo reaccionaba su maestro, pero ya sabían

que no era un hombre que se amilanara ante el peligro.

—Así dice el profeta Isaías —dijo Yohannon—: «Ay de los que decretan leyes

injustas y de los escribientes que escriben vejaciones, excluyendo del juicio a los débiles,

atropellando el derecho de los míseros de mi pueblo, haciendo de las viudas su botín, y

despojando a los huérfanos. ¿Pues que haréis para el día de la cuenta y la devastación

que de lontananza viene? ¿A quién acudiréis para pedir socorro?»183.

Los recién llegados escucharon el mensaje de Yohannon, entendiendo que iba

contra ellos y los discípulos se sintieron orgullosos del coraje de su maestro

»Pues devastada será la tierra y del todo será saqueada, porque así ha hablado

Yhwh. La tierra ha sido profanada bajo sus habitantes, pues traspasaron las leyes,

violaron el precepto y rompieron la alianza eterna.»184.

Esta última frase colmó el ánimo de los herodianos 185 . Uno de ellos, alguien

183 Is 10, 1-3 184 Is 24, 3-5 185 Herodianos: con este nombre agrupamos a los miembros de la corte de Herodes Antipas. Algún autor ha

sugerido que herodianos podían ser los esenios, pues contaron con cierto buen trato por parte del rey Herodes el

Grande; sin embargo esta no es la postura oficial. (Leer más en el apartado I1c9).

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seguramente destacado en ese grupo, alzó la voz.

—¿Quién eres tú, hombre, para decir que la Alianza se ha roto? —dijo con fuerza.

—Soy una voz que clama en el desierto186 —repuso el maestro—. Y vosotros,

necios, no entendéis nada.

—¿Te crees Isaías? —le preguntó el mismo hombre

—¿O acaso eres Elías resucitado? —dijo un cortesano en tono de burla.

—¿O te crees Eliseo, y es esta tu comunidad de profetas187?

Los discípulos se sorprendieron al oír esa comparación que, por otra parte, no les

disgustó. Pero sí lo hizo el tono y el menosprecio en que fue dicha.

—¿Y qué significa tu bautizo? —preguntó un hombre de leyes que les acompañaba.

—Que el hacha ya se encuentra junto a la raíz de los árboles; y que todo árbol que

no da fruto bueno será talado y arrojado al fuego. Yo bautizo mediante agua, pero quien

viene detrás de mí es más poderoso; y cuando llegue el Reino de los Cielos, él os

bautizará mediante el fuego del Espíritu. Y en su mano estará también el bieldo, y dejará

limpia la era y reunirá el trigo en su granero, pero la paja… la paja la quemará en un

fuego inextinguible188.

—¿Y de dónde sacas tu autoridad? —añadió el líder de los herodianos.

—La mía es la de los profetas.

186 Mc 1,3 y par. 187 El discípulo por excelencia del profeta Elías fue Eliseo. Eliseo vivía rodeado de una comunidad de profetas

que le trataban de «padre». (2 Re 6,21).187 Era también un profeta extático como lo demuestra el que usase la

música (una arpa) para entrar en estado de trance (2 Re 3,15-16). La Biblia habla de los «hijos de los profetas»,

que habitan en distintas ciudades (por ejemplo Betel según 2 Re 2,3, Jericó en 2 Re 2,5 o Rama 1 Re 19,19).

Esta comunidad parece ser que fue creada por el profeta Samuel (1 Re 19,20), pero tiempo después aparece

dependiendo de Eliseo, a quien piden permiso para instalarse en el Jordán y rogándole que les acompañe, lo que

este acepta (2 Re 6,1-3). Algunos autores modernos han sugerido un posible paralelismo con Juan Bautista y su

comunidad de seguidores, instalados también en el mismo río. Es plausible que alguna gente de su época lo

viera de forma similar. 188 Mt 3,10-12; Lc 3,9.16-17. El fuego (fuego del Espíritu) limpia todavía más que el agua. Pero, en el día del

juicio, el fuego también caerá sobre muchos, a modo de castigo y tormento (fuego inextinguible).

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—¿Es que tú hablas por boca de los profetas? —preguntó de nuevo el líder de los

enviados.

—Yo recuerdo lo que dicen; y por eso, mi autoridad es la suya. La vuestra en

cambio, la sostenéis con la opresión y las armas. Y vosotros soldados —dijo entonces

señalando a los mercenarios que les acompañaban—, no extorsionéis a nadie ni delatéis

por dinero. Bastaos con vuestras pagas189. Vuestro amo lo es con la ayuda de Roma, pero

el profeta lo es por la gracia del Señor, y por eso le sirve, y sirviéndole a él, sirve a su

pueblo.

—¿A su pueblo? Yo solo veo mendigos, lisiados y pecadores. ¿Es ese el pueblo del

Señor?

—Lo son también las ovejas descarriadas190. Pues a ellas se dirige también el Señor

como su pastor.

La gente en la orilla se fue acercando cada vez más al Bautista con sus corazones

llenos por sus palabras. El herodiano, viendo menguada su autoridad, quiso proseguir con

sus preguntas.

—Explícanos, ¿qué dicen los profetas que debemos hacer? —le preguntó.

—El que tenga dos túnicas, dé parte al que no tenga, y el que tenga alimentos, haga

lo mismo191 —respondió Yohannon—. Compartid con el hambriento el pan, y recibid en

casa a los pobres. Que cuando veáis a un desnudo le cubráis, y de vuestro semejante no os

apartéis. Porque entonces brotará vuestra luz como la aurora, y vuestra herida se curará

rápidamente. Porque entonces os precederá la justicia. Porque entonces la gloria del

Altísimo os seguirá.

189 Lc 3, 14 190 Is 53,6. 191 Lc 3,10-11

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—¿Acaso el Altísimo no recompensa en esta vida a aquellos que son justos? —le

preguntaron.

—La riqueza no hace al justo —les dijo—. Y no penséis en deciros «tenemos como

padre a Abrahán», pues os digo que el Señor es capaz de hacer surgir de estas piedras,

hijos de Abrahán192.

Los herodianos se quedaron donde estaban, todavía sin saber qué hacer ante tales

amenazas. Algunos de los oyentes, muchos recién bautizados, entraron unos pasos en el

arroyo, como si quisieran compartir la causa de Yohannon y protegerlo. Cuando Yeshúa

contempló ese momento, se dio cuenta de la fuerza que tenían las palabras cuando eran

justas.

—Si apartas de ti todo yugo —continuó Yohannon—, no apuntas con el dedo y no

hablas maldad, repartes al hambriento tu pan, y al alma afligida dejas saciada,

resplandecerá en las tinieblas tu luz, y lo oscuro de ti será como mediodía. Te guiará

Yhwh de continuo, hartará en los sequedales tu alma, dará vigor a tus huesos, y serás

como huerto regado, como manantial cuyas aguas nunca faltan193.

Y la multitud rodeó a Yohannon, construyendo improvisadamente con su presencia

un círculo protector a su alrededor. Los hombres de Herodes prefirieron no meterse más

con él, aunque fue difícil saber si por miedo a la reacción de aquel gentío; o porque sus

palabras habían sonado proféticas, y preferían no arrestar a alguien así, sin órdenes

directas de Antipas.

—Este hombre es, en verdad, peligroso —dijo uno de los herodianos.

—Tienes razón. Fijaos en lo que dice en nuestra contra, y en la de Herodes —dijo el

192 Mt 3,9; Lc 3,8. 193 Is 58, 4-11

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174

que parecía su líder.

—Sí. Osa amenazarnos —añadió otro.

—Pero no es solo por eso —respondió—. La gente le sigue.

*

Esa misma noche, los discípulos celebraron el retiro de los hombres de la corte

como un triunfo más de su maestro. Junto al fuego, y antes de la llegada del maestro de su

plegaria rutinaria en el desierto, hablaron entusiasmados sobre lo sucedido. Y así

estuvieron largo rato, hasta que, poco a poco, la peligrosa realidad fue tomando su lugar

en la conversación. Y, como algún discípulo se encargó de señalar, Yohannon se había

vuelto demasiado popular y eso lo convertía en un objetivo. Ahora Herodes sabría de su

desafío directo, y de todos era conocida su falta de escrúpulos, igual a la de su padre. Si

Yohannon era ya cuestionado por los herodianos y los sacerdotes del Templo, ahora había

dado un paso aún más decisivo en esa misma dirección. No podía esperar decir lo que

había dicho sin esperar represalias. Si se quedaban allí, la vuelta de los herodianos sería

solo cuestión de tiempo, y esta vez vendrían preparados y con órdenes directas para su

arresto, o algo peor.

Pero cuando Yohannon volvió de su plegaria crepuscular los discípulos se

sorprendieron, pues el rostro del maestro no mostraba preocupación alguna, sino más bien

era próximo a la calma. En cambio, una rápida mirada del Bautista le hizo comprender la

duda y el cierto temor de sus discípulos. Durante la cena uno de ellos le habló intentando

expresar la opinión general.

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—Maestro, Antipas te tiene como un objetivo.

—Lo sé —dijo después de una larga pausa.

—Deberíamos… tal vez…dejar…

—Adelante, dilo —dijo el maestro con comprensión.

—Deberíamos abandonar… Perea… Un tiempo al menos.

Yohannon contempló las expresiones de sus discípulos antes de hablar.

—Sé que tenéis razón —les dijo—. Debemos partir incluso de esta tierra, pues la

rige un impío, como hizo otro antes que él —los discípulos respiraron más aliviados, pero

aún expectantes ante la decisión del maestro.

—Pero no dejaremos de llamar y bautizar al pueblo. Remontaremos el Jordán y nos

quedaremos en la Decápolis.

—¿Y por qué no llegar hasta Galilea? —insinuó Natanael.

—Galilea está también regida por Antipas —le recordó otro.

Filipo le dio un codazo por haber hecho una pregunta tan obvia.

—En Ainon, cerca de Salim, hay mucha agua pura194 —prosiguió el maestro—. Y

no estaremos lejos de aquellos que suben en peregrinación a Jerusalén. Entre ellos

algunos galileos —dijo en referencia a Natanael—. Allí estaremos pues.

—Sí —exclamó la mayoría con la alegría recuperada, y orgullosos de que su

maestro no se rindiera.

—Nos quedaremos unos días más para anunciar el traslado a los que vengan y luego

marcharemos hacia el norte. Desde allí seguiremos bautizando en nombre del Justo, hasta

que llegue su día, que a cada momento está más cercano.

194 Jn 3, 23

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—Si nos vamos ahora, maestro, quedarán aún aquí muchos sin bautizar —

puntualizó el Nazareno.

—Volveremos cuando el Justo así lo indique.

*

A la mañana siguiente, cuando Yohannon abrió los ojos, Yeshúa lo estaba

observando. Y los dos parecieron examinarse un largo rato.

—Ya sé que quieres Yeshúa.

—Maestro, quiero llevar tus palabras a la gente. A los que no pueden andar, a los

que están en la miseria, a los que viven engañados, a los que están equivocados. Tus

palabras les iluminarán. Les prepararé para el Reino. Ahora lo sé —dijo Yeshúa aún

sorprendido por la facilidad con que salían esas palabras de sus labios—. Me alegro de

que te acerques más a Galilea, pero no es suficiente. Conozco a mi gente, y hay que ir a

buscarlos.

Yohannon se levantó y se frotó la cara con las manos.

—Si quieres hacerlo Yeshúa, yo no puedo impedírtelo.

Yeshúa se quedó algo sorprendido.

—Ve, si quieres. Háblales del Reino en el nombre del Señor. Y deja que su fuerza

fluya en ti… —y añadió con una mirada de complicidad—, y en tus manos.

—Sí maestro.

Yeshúa reflexionó un breve espacio de tiempo y luego bajó la cabeza.

—¿Acaso no dudaron también los profetas? —le dijo Yohannon intuyendo las

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dificultades internas de su discípulo—. ¿No dudó también Isaías de que sus labios fuesen

impuros para dejar salir las palabras del Señor? ¿O Jeremías195? Pero el Justo hablaba por

ellos.

—Ellos eran profetas, maestro.

—Cualquiera que creyese de corazón en sus palabras podría hablar también en su

nombre. Di lo que ahora llevas ya dentro para siempre —y Yohannon le puso la mano en

el hombro.

Yeshúa respiró profundamente.

—Lo haré.

Filipo, Natanael y Andreas se habían acercado con discreción y habían oído la

conversación.

También sé que vosotros queréis volver a vuestra tierra y predicar allí la llegada del

Reino— , afirmó Yohannon.

Queremos, maestro —respondieron casi al unísono.

Bien, pues —dijo al fin—. De acuerdo. Id también.

Hubo una alegría entre el grupo galileo.

¿Y a dónde iréis?

Iremos a casa de mi hermano Simón, en Cafarnahum196 —contestó Andreas—. Él

nos ayudará.

195 Yohannon hace alusión a los profetas Isaías («¡Ay de mí, perdido estoy, pues soy hombre de labios

impuros…», Is 6,5) y Jeremías («Ah! Señor Yahvé, mira, yo no s, pues soy hombre de labi! Y Yahvé dijo. No

digas soy un niño, porque a todos los que envié irás, y todo lo que te ordene les dirás. No tengas miedo de ellos,

porque yo estoy contigo para librarte…», Jer 1,6-8). Profetas que Juan el Bautista conocía bien, especialmente a

Isaías, como reconocen teólogos e historiadores. (Ver apartado H3f, en relación al profeta Isaías). 196 Alusiones a la fraternidad de los dos personajes, Simón y Andrés, en Mt 10,2; Jn 1,40. 6,8. 21,2. Como el

nombre de Simón aparece siempre en primer lugar se considera, en general, que Andrés sería el hermano menor.

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Está bien. Id a casa de tu hermano, a casa del pescador que conoce también mi

palabra197. Id pues, ya que hay muchas formas de servir al Cielo —sus mentes se llenaron

de gozo al oír esas palabras del maestro—. Y sed precavidos. Moveos por las aldeas y no

vayáis a las grandes ciudades, pues tampoco seríais allí comprendidos. Muchos os

criticarán, y algunos aún os querrán prender. Pero sed fuertes en vuestro empeño, pues el

Reino está ya muy cerca.

*

Unos pocos días después, tras el alba, el grupo al completo partió de la Betania

transjordana hacia la Decápolis, siguiendo una vía norte paralela al Jordán, pero por su

lado este, evitando así pisar la tierra samaritana. Yeshúa aprovechó para recoger más

corteza de sauce y algo de jazmín, que gustaba masticar. Al cabo de dos días, en los

alrededores de Pella, cruzaron entonces el río, pues ya habían superado la Samaria.

Llegaron pronto a Salim, donde se aprovisionaron. Y luego siguieron un poco más arriba

hasta Ainón. Y en sus alrededores, al lado de un afluente del Jordán, instalaron su

campamento. Allí, Andreas, Filipo, Natanael y Yeshúa pasaron su última noche. Los

cuatro galileos, que habían ya comunicado la noticia al grupo, compartieron el pan con

ellos en una última cena de despedida que fue muy emocionante. A la mañana siguiente

197 Jn 35-43 da a entender que Jesús conoció a Simón (Pedro) a través de Andrés antes de ir a Galilea. Aunque

en los sinópticos Jesús lo conozca en Galilea, resulta plausible que Simón hubiese sido también discípulo de

Juan el Bautista, al igual que su hermano Andrés. Según el evangelio de Juan, los dos primeros discípulos de

Jesús lo eran de Juan el Bautista. (Jn 1,35-40). El primero era Andrés y el segundo no es identificado con

claridad, podría ser Felipe (Filipo), aunque su nombre sea mencionado un poco más tarde (Jn 1,43). Felipe era

de Betsaida, «el pueblo de Andrés y Pedro» (Jn 1,44), tal vez por eso aparezcan a menudo juntos en los

evangelios. (Apartado J11).

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los cuatro galileos besaron y abrazaron al maestro, y se despidieron del grupo.

—Hasta la venida de Elías —se repitieron entre ellos. Esta era una expresión

frecuente y que equivalía al fin de los tiempos. Se decía que el profeta Elías regresaría

justo antes de la llegada del Reino.

Yohannon autorizó a que se les diera una parte del poco dinero y de la comida que

aún tenían de la «colecta» que, espontáneamente, los discípulos recibían de los penitentes.

Mattai y Barsabas, que habían pensado en acompañarlos en algún momento, lloraron al

despedirse. Los cuatro galileos continuaron la ruta norte, pasando por Beit-Shéan, en

dirección a su tierra, con los odres bien cargados de agua y un nimio equipaje. Andreas

llevaba también la espada corta de su padre y Filipo un cuchillo198.

—Yeshúa… —preguntó Natanael con lágrimas en los ojos—, ¿habremos hecho

bien verdad?

198 Viajar en grupo y armados es normal, por la cuestión de los ladrones y salteadores de caminos. Hasta los

esenios viajaban armados para protegerse de los bandidos (Josefo. Guerra II,125). Sin embargo, en el NT se nos

dice que algunos discípulos iban armados con espada (Mc 14,47 y par.; Lc 22,49: «Señor, ¿herimos con

espada? », frag.). Y el evangelista Juan señala que fue Simón Pedro quien hirió con una espada al criado del

sumo sacerdote (Jn 18,10 cf. Lc 22,50).

La palabra usada en el NT para referirse a espada es mákhaira (Lc 22,36.38.49), que significaba, en

griego clásico, y según explica José Montserrat (Jesús. El galileo armado. 2007. pp.111-112;116-117), experto

en filología clásica, «cuchillo» o «espada curva»; a diferencia, de xífos, que era una espada recta. Sin embargo, a

partir del s.II a.e.c., añade el mismo autor, mákhaira pasó a significar la espada corta (equivalente al gladius

romano), y spáthe (spatha, en latín), la espada larga; siendo el gladius y no la spatha, el arma oficial romana en

la época de Jesús. (Aquí debe precisarse que el arma que utilizaban las tropas auxiliares, que eran las tropas que

había estacionadas en la provincia romana de Iudaea, era la spatha; y solo los legionarios o los altos oficiales –

como por ejemplo Pilato–, por ser ciudadanos romanos, usaban la gladius). El cuchillo recibe el nombre de

xiphídion en griego (diminutivo de xífos), y sica en latín, siendo pugio el cuchillo oficial de los legionarios

romanos en el s.I. Ahora bien, la Biblia griega —la utilizada por los evangelistas— traduce casi siempre

mákhaira por «espada», y el NT no suele distinguir tipos de espadas y parece utilizar siempre mákhaira como

nombre genérico para ello. (En todo caso, es diferente de rhomphaía, citada en el Apocalipsis, Ap 1,16.2,12,….

que es una espada larga más de ataque y con uno o dos filos cortantes). Todo ello hace creer que cuando aparece

mákhaira en el NT debemos pensar en una espada corta (y no un cuchillo), con un filo cortante y curvo, que se

usaba en el ámbito helénico —con diferentes variantes según las regiones—. Una espada es más una arma de

ataque que de defensa. Por otro lado, tiene un coste económico alto para un pescador. Para Montserrat, podría

haberla heredado y/o, tal vez, proceder del saqueo del armamento real que se produjo en la ciudad galilea de

Séforis (4 a.e.c.) por los hombres del rebelde Judas, hijo de Ezequías. (Apartado J18). En la novela, hemos

aceptado que algún discípulo llevara espada, pero creemos exagerado generalizar este punto a todos ellos. En

otros casos señalamos que se usaban cuchillos, algo más acorde en la época como arma de autoproteccion.

También debe notarse que el NT, escrito en griego —así como el historiador judío Flavio Josefo, (ambos

escriben en el s.I) —, generaliza términos de la cultura griega a la judía: así, llama espada (mákhaira) a toda

arma, bandido (léstés) al sedicioso, cohorte (speîra) a la tropa del Templo y tribuno (chilíarchos) al jefe de la

cohorte.

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—La palabra del Señor debe llegar a todos —respondió él con seguridad, y

Natanael suspiró más aliviado199.

—Así lo haremos —dijo Andreas con la mirada firme al frente.

Los cuatro se cogieron de los hombros y así anduvieron un buen trecho. Rodearon

Bet Shéan y al poco entraron en Galilea. Hicieron noche allí y se aprovisionaron, usando

parte del dinero de la colecta que habían recibido del grupo. Por la mañana retomaron la

ruta norte hacia el lago, resiguiendo su orilla oeste hasta llegar a Cafarnahum, la aldea

donde Simón trabajaba en la barca de su padre, Jonás. Allí empezarían su misión, junto al

mar de su tierra. Allí predicarían la llegada inminente del Reino de los Cielos y todo

aquello que habían escuchado de boca del profeta. Y allí, con su bendición, bautizarían.

199 No hay un acuerdo unánime entre estudiosos de cuáles fueron los motivos que llevaron a Jesús a abandonar

el grupo de Juan el Bautista, aunque en general no se considera que fuera conflictivo porque Jesús siempre

habló bien de Juan. Al parecer, Jesús no marchó solo sino con seguidores del mismo Bautista (como dijimos, Jn

1,35-51). Según el mismo evangelio joánico, Jesús lo dejó antes de que Juan fuera arrestado. (Las causas que

pudieron llevar a Jesús a separarse de Juan el Bautista se analizan en el apartado J9d).

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181

CAPÍTULO 6

GALILEA

Cafarnahum, la aldea que llevaba el nombre del profeta Nahum, era un pequeño

pueblo algo más grande que Nazaret, situado en la orilla noroeste del mar de Galilea,

llamado también lago Kinneret, o más sencillamente yam200, que era como lo conocían

los de la tierra. Al igual que Nazaret, las calles del pueblo no estaban pavimentadas sino

formadas por tierra apisonada que el viento se encargaba de levantar en forma de polvo, y

la lluvia de otoño y primavera la convertían en un barrizal. Sin embargo aquí, a diferencia

de Nazaret, las estrechas calles sí seguían un trazado ortogonal más o menos planificado,

con dos calles centrales que se cruzaban perpendicularmente. A pesar de ello, algunas

casas estaban pegadas y las calles solían ser callejuelas, pudiendo hacer las veces de

cloacas, lo que en determinados momentos del año, cuando llegaba el máximo calor,

hacía que el hedor de algunos restos, mezclado con el de los animales, extendiera una 200 Yam: vocablo hebreo que indica indistintamente lago o mar. El lago de Galilea o de Genesaret, en hebreo

Kinneret, es geográficamente un lago. Kinneret proviene probablemente de una ciudad del AT (1 Re 15,20),

aunque poéticamente se decía que era debido a su forma de arpa (kinnor: arpa o lira). Ahora bien, el lago recibe

agua, por su parte norte, del río Jordán (en ese tramo llamado Alto Jordán), y en su parte sur, el río (Bajo

Jordán) la deriva valle abajo siguiendo el curso del mismo río hasta desembocar en el Mar Muerto, que tampoco

es mar sino un lago, pues está rodeado de tierra. Ambos lagos están salinizados, especialmente el Mar Muerto,

por la gran evaporación que existe y por la sal que arrastra de la erosión de las rocas areniscas que forman su

lecho. El lago de Genesaret podía ser entendido como un mar por la vecina gente de Galilea, pues era lo que

más se asemejaba en su geografía: era salado y en él se podían producir notables tormentas debido a su

ubicación orográfica. Además, los judíos no fueron expertos navegantes y tampoco mostraron interés en

acercarse al Mediterráneo. (Más información en el apartado H11a.i2).

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gama de olores con tendencia desagradable a la que, como en otras aldeas, la gente del

lugar debía ya acostumbrarse desde la niñez. En general, el clima en la aldea era el de un

verano largo y caluroso, mientras el frío se reducía tan solo a un par de meses al año. Y

cuando la brisa del mar sacudía la aldea, era una bendición.

Cafarnahum contaría con una población cercana a las mil quinientas almas,

agrupadas en torno a un centenar de casas construidas con el basalto de la zona. La

mayoría de ellas estaba formada por varias habitaciones distribuidas alrededor de un

patio, con el cual comunicaban también a través de ventanas sin cristal. Algunas casas

contaban con una escalera adosada al exterior que daba acceso al terrado, si bien muchas

de ellas carecían de este y solo contaban con una simple techumbre hecha a base de

ramas. Las paredes de las casas eran de basalto negro con las paredes sin enlucir, lo que

obligaba al anochecer a utilizar lámparas de aceite para circular sin riesgos de colisión.

Algunos patios eran lo suficientemente grandes para albergar también un pequeño

cercado para cabras y gallinas, aunque estas solían traspasarlo a menudo y andaban con

cierta libertad por toda la casa. El patio era el centro de las actividades del grupo familiar,

haciendo a la vez funciones de cocina y comedor, pues ahí se molía el grano, se cocía el

pan, se preparaba la comida, se comía, y también se llevaba a cabo cualquier actividad

doméstica o artesanal que practicara particularmente cada familia. Una casa contaba con

varias familias formadas por los hijos de un único matrimonio, cuyo varón de más edad,

el abuelo o el padre, era el líder del grupo, como en la mayoría de las sociedades

patriarcales del mediterráneo. De forma que cada habitación de la casa era habitada por

un hijo y su propia familia, es decir su esposa y su prole, lo que obligaba a esta última,

muy a menudo, a compartir la misma cama.

El pueblo vivía mayoritariamente de la agricultura, especialmente del cultivo de sus

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olivos y del aceite, pero tenía una actividad pesquera importante, como otras aldeas de la

costa. Un muelle muy rudimentario permitía a algunas barcas hacerse a la mar bien

temprano en busca de pescado, a veces de madrugada si había luna llena. Pues, además, la

zona norte era la más rica del lago. Así, eran bien valoradas las tilapias, con su

característico disco negro a cada lado del cuerpo, y las sardinas, de pequeño tamaño. El

pescado era un alimento valioso y muy apreciado en Galilea, aunque no formaba parte de

la dieta habitual, pues a menudo era exportado. La mayor parte de la carga (percas,

carpas, sardinas) era llevada en la misma barca hasta Magdala, una modesta pero

importante ciudad a la orilla oeste del lago, donde el pez sería conservado con sal y se

distribuiría entonces hacia otros lugares, ya fuesen de la misma región o incluso a otros

países, como las ciudades fenicias de Tiro y Sidón, e inclusive más allá, hasta la

mismísima Roma se decía. El pez que se consideraba no kosher, es decir no apto para ser

comido según la ley judía, como el pez-gato o la anguila, pues carecían de escamas, era

directamente exportado fuera de Israel. El Levítico201 prohibía su consumo. Cafarnahum

era también conocida por poseer talleres que trabajaban el vidrio, siendo el cristal

coloreado un producto antiguamente considerado de lujo, pero que poco a poco se iba

haciendo asequible. El otro producto que trabajaban era la cerámica, con una producción

y decoración autóctonas y que no solían exportar, pues cada población acostumbraba a

cubrir sus propias necesidades.

Cafarnahum se encontraba a unos 25 estadios del Alto Jordán, río que hacía de

frontera natural con la tierra gobernada por Filipo, otro de los hijos del rey Herodes. Esta

frontera existía desde la muerte del rey, en que su territorio se dividió entre sus hijos.

Debido a esta situación geográfica, la aldea, situada casi al extremo del dominio de

201 Lev 11,10.

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Antipas, contaba con una aduana. Sin embargo, las mayores cargas tributarias gravaban

sobre el comercio y el traspaso de mercancías. No solo pagaban por cruzar la frontera

sino por entrar en el territorio de una ciudad. Cafarnahum, además, no solo se beneficiaba

del paso de mercancías desde el territorio de Filipo, sino que recibía también productos de

Siria, pues a su vez Damasco era punto clave en la llegada de productos de lujo desde

Mesopotamia y aún del más lejano oriente.

La presencia de la frontera y la aduana hicieron que el pueblo contara también con

un núcleo de recaudadores, llamados publicanos, y con un modesto destacamento militar

comandado por un chiliarchos202, el equivalente a un tribuno romano, encargado de la

vigilancia de esa región norte del lago, y de asegurar el cobro de tributos que gravaban el

transporte de mercancías de una región a otra. Pero la guarnición la formaban soldados de

Antipas, la mayoría mercenarios extranjeros, y no había soldados romanos. De hecho,

resultaba excepcional ver legionarios en Galilea. Y en el resto del territorio judío203, la

presencia romana era más bien escasa, limitándose a Jerusalén, Cesarea del Mar y

algunos enclaves estratégicos más.

En Cafarnahum, como en Nazaret, existía un edificio público que ejercía la función

de sinagoga, aunque aquí era de mayores dimensiones y sus muros, como muchas casas,

eran del característico basalto negro de la región. No existían mikvaot en Cafarnahum y

aquellos que querían limpiarse (purificarse), por ejemplo antes de entrar en la sinagoga, lo

hacían en las aguas del yam. Prácticamente en frente del edificio público, a unos sesenta

codos, se encontraba la casa del hermano de Andreas, Simón, quien alimentaba a sus

202 Jn 18,12; Hch 21,33,... (Más información en el apartado H11a.i2: Cafarnahum). 203 Durante el reinado de Herodes Antipas no hubo nunca oficiales romanos estacionados con carácter

permanente en Galilea.

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hijos con los beneficios de la pesca en el yam204. Aunque Simón y Andreas eran de

Betsaida, vivían en casa de la familia de la esposa de Simón, pues estaban así más cerca

del lago, su medio de vida, que no en su Betsaida natal205. Un matrimonio así no era raro

en modo alguno. Pues las familias de pescadores formaban una sociedad apacible que se

extendía con numerosos lazos de parentesco entre los pueblos del yam. Así, también la

gente de Betsaida visitaba en shabbat la sinagoga de Cafarnahum, pues carecían de ella.

Los cuatro galileos llegaron a la aldea antes del mediodía, y se dirigieron al lago.

Andreas saludó a muchos vecinos a quienes presentó sus compañeros de viaje. Llegaron

al muelle cuando ya regresaban las primeras barcas, aunque pudieron ser testigos de

cómo algunas pescaban todavía, lanzando desde la barca el trasmallo, una red de triple

malla206, mientras otras, a lo lejos, lanzaban desde la barca la jábega, una red lastrada con

boyas, de la que luego tiraban unos hombres desde la orilla. Una vez recogidos los peces,

procedían a la selección del pescado, apto o no apto para ser comido según la ley. El

pescado no apto era exportado en su totalidad. La pesca con red de jábega parecía más

beneficiosa.

Había bastante gente faenando en el muelle, amarrando los botes, plegando la vela o

descargando la carga, aunque buena parte de esta se había vendido ya en Magdala, la

pequeña ciudad algo más al sur de Cafarnahum, donde el pez se salaba para su

exportación. Andreas reconoció la barca de su hermano y le hizo señas con los brazos.

Era una barca tradicional, de unos 25 pies de eslora y unos 9 en su parte más ancha. Las

barcas del lago no tenían cubierta y podían inundarse si se precipitaba un fuerte temporal,

y solo contaban con un pequeño espacio en la popa para guardar los instrumentos de

204 Mt 4,12-18. 205 Mc 1,29-30 y par., que indican que Simón tenía una suegra. Pablo confirma también que Pedro estaba casado

(1 Cor 9,5); Jn 1,44. 206 Mc 1,19; Lc 5,4-6. (Más información sobre la pesca en el lago en el apartado I1d2i).

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pesca y ser usado individualmente como refugio207. La barca poseía un único mástil,

cercano al centro, vela cuadrada y contaba con seis hombres, aunque la tripulación

mínima era de cinco: cuatro a los remos y uno en la quilla. La barca llevaba atada por un

cabo un pequeño bote auxiliar que se usaba en caso de dificultades208. Simón reconoció

con sorpresa a su hermano pequeño, y tanto él como sus otros compañeros de pesca, con

la barca a algo menos de una quinta parte de la carga máxima, se acercaron al muelle.

Antes que ellos, sin embargo, otra barca amarraba en el muelle, donde el viejo Zebedeo

daba las órdenes para el amarraje a sus dos hijos, que conducían su barca junto a otros

dos pescadores. El hijo mayor de Zebedeo, Yacob209, vio también a Andreas e hizo señas

a su hermano pequeño.

—Yohannan210, ¿no es ese el hermano de Simón?

—Creo que sí —dijo fijando la vista—. Y el del turbante211 es Filipo. Pero los otros

dos no sé quiénes son.

Ambos vociferaron el nombre de Andreas desde la barca, poco antes de saltar al

muelle. Este los vio y los saludó con la mano.

—Son Yacob y Yohannan, unos buenos amigos que os presentaré —les dijo a sus

compañeros—, y el viejo que manda la barca es su padre, Zebedeo, un pescador de toda

207 Mc 4,37-38. En 1986 una barca del s.I fue desenterrada del lago muy cerca de Cafarnahum, en el kibbuz

Ginnosar (donde hoy puede visitarse tras varios años de meticulosa restauración); aportando datos muy valiosos

sobre su estructura. (Puede leerse más en el apartado H11a.i2). 208 Al que parece aludir Jn 6,22. 209 Yacob (Yacob bar Zebedeo): Jaime o Santiago, hijo de Zebedeo, uno de «los Doce». Conocido en el

cristianismo como Santiago el Mayor. No confundirlo con Yacob, el hermano de Jesús, conocido en el

cristianismo como Santiago el Justo; ni con otro Yacob (Jaime el de Alfeo), miembro también de «los Doce» y

conocido como Santiago el Menor. 210 Yohannan (Yohannan bar Zebedeo): Juan, hijo de Zebedeo y otro miembro de «los Doce». Usamos esta

variante hebrea para distinguirlo de Yohannon, el Bautista. 211 Turbante: los judíos solían llevar cubierta la cabeza. El lector no debe imaginarse un grueso turbante al estilo

musulmán o hindú, sino algo más ligero. En muchas culturas, cubrirse la cabeza es una señal de respeto hacia

Dios. La kipá, de la que hablamos ya en el capítulo 1, es un sombrerito aún más fino, que cubre solo la zona de

la corona, muy típico en el pueblo judío y que muchos religiosos cristianos usan aún en la actualidad, bajo el

nombre de «solideo».

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la vida. Es de los pocos aquí que tiene barca propia. Sus dos hijos son… bueno, algo

especiales212, ya veréis. Pero os gustarán.

Al poco, los dos hijos de Zebedeo llegaron y saludaron efusivamente a Andreas con

un par de sacudidas, mostrando un carácter fuerte que es propio en algunos hombres de la

mar. Yacob casi lo levantó al abrazarlo.

—Andreas, has vuelto… —dijo Yohannan.

—He vuelto.

—¿Te quedas pues a ayudar a tu hermano? —preguntó Yacob, una vez lo devolvió

al suelo.

—Me quedo… de momento —dijo Andreas, algo trastocado por las sacudidas.

—¿Y estos? —preguntó Yohannan de forma directa.

—Son también discípulos de Yohannon. A Filipo ya lo conocéis.

—Sí, ya le conocemos —dijeron.

—¿Eres de Betsaida verdad? —preguntó Yacob.

—Sí, lo soy.

—Este es Natanael de Caná —continuó Andreas—, y el más alto es Yeshúa Ha-

Notsrí.

Los hombres se saludaron. Más al fondo, Simón amarraba su barca al muelle y

empezaba a desembarcar la carga cuando los gritos de los hijos del Zebedeo le obligaron

a volverse. Y Andreas aprovechó para saludar de nuevo a su hermano. Simón cogió un

par de tilapias y las metió en su zurrón, cruzó unas palabras con sus compañeros de faena,

y los dejó al cuidado de la carga para dirigirse, con decisión, hacia el pequeño grupo en el

que se encontraba también su hermano menor.

212 Alusión a Mc 1,19-20 y par.

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—Maldito hermano mío —gritó Simón al llegar, sin saber los demás si su

exclamación era motivo de alegría o de reproche—. Por fin has vuelto —y le dio un

fuerte abrazo, aunque en seguida le recriminó—. Ya era hora que volvieras: te necesito en

la barca.

—Hermano, yo también me alegro de verte —dijo con cierta ironía, aunque

innegable afecto, después de reponerse del apretón.

—¡Filipo! ¡Tú también aquí! —exclamó ahora Simón, mientras le sacudía los

hombros con fuerza—. La paz esté contigo.

—Y contigo, Simón —dijo reponiéndose del vaivén.

—Deja que te presente a dos compañeros más que también son discípulos de

Yohannon —dijo entonces Andreas—. Este es Natanael y este Yeshúa.

Simón los saludó, aunque sin la efusión anterior porque eran extraños, y en seguida

preguntó por el maestro.

—¿Y Yohannon? ¿Qué dice el maestro? —preguntó contemplando el rostro de los

nuevos compañeros de su hermano—. ¿Cuándo llegará por fin su Reino?

—El Reino es del Cielo, no de Yohannon —puntualizó Yeshúa ante la atónita

mirada del pescador.

—¿De dónde eras tú? —dijo el pescador, levantando la cabeza algo sorprendido.

—Yeshúa es de Nazaret —se anticipó Andreas señalando al Nazareno.

—Nazaret, eh…—dijo Simón, contemplando el rostro de aquel hombre alto y

delgado con interés—. Hueles a jazmín y tienes aspecto de predicador —le dijo.

Andreas, Filipo y Natanael rieron por lo bajo.

—La verdad es que bien podría ser un predicador —contestó Andreas poniendo su

mano sobre el hombro del Nazareno.

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—Yeshúa sabe hablar —añadió Filipo.

—Sabe hablar, eh… Bueno. Venid a casa a comer y hablaremos entonces —dijo

Simón y se rió—. Y tu, Andreas, me contarás las nuevas del maestro. ¿Pero por qué estás

aquí? ¿Has decidido ya volver al yam?

—Hermano, estamos aquí para anunciar el Reino en las aldeas y pueblos de Israel.

—¿Qué…? ¿Yohannon os ha enviado a eso? —preguntó sorprendido.

—Te diré que Yohannon está de acuerdo —dijo Andreas.

—Vaya… ¿Pero él no vendrá verdad?

—Ya sabes que no, Simón.

—Bueno. De todas maneras, vayamos a casa. Sois mis invitados…, y tengo hambre

—añadió. Luego echó una mirada rápida a los hijos de Zebedeo—. Yacob, tú y tu

hermano pasad después de comer. Tengo mucho de qué hablar con Andreas.

—Pasaremos —le dijeron de mutuo acuerdo.

Y con un par de señas, Simón se despidió de sus compañeros de faena que aún

descargaban la mercancía de la barca, y partió con los cuatro discípulos de Yohannon

hacia su casa.

—¿Ha ido bien hoy la faena? —preguntó Andreas.

—Ha sido un buen día213. Hemos podido vender casi toda la carga en Magdala.

Muchos peces gato, pero por suerte, se venderán bien en Tiro.

—Mi hermano conoce el yam como su propia mano —dijo a sus compañeros.

—Pero uno más en la barca no me iría mal —repuso Simón agarrando a su hermano

213 Lucas es el único evangelista que retrata una pesca milagrosa (Lc 5,1-11). Posiblemente tal suceso, que

Marcos, Mateo y Juan desconocen, es obra del mismo Lucas, quien intentaba así exponer un motivo que

justificara la captación, por parte de Jesús, de discípulos en Cafarnahum. Porque Marcos o Mateo, que

escribieron antes que Lucas, se limitaron a decir que Jesús llamó a los discípulos. Un argumento que, bajo la

mirada lucana, pudo parecer poco convincente. Algunos autores ven parecidos con Jn 21, aunque este capítulo

sea un añadido posterior. (Apartado J10a).

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por el hombro.

El pescador los condujo a su casa, casi en la orilla del lago, y a unos 60 codos

enfrente del edificio que se usaba como sinagoga. Ambos edificios estaban en la calle

principal, de dirección norte-sur. Atravesaron una explanada delante de la casa antes de

entrar en la vivienda por el lado noreste. La morada del pescador era una habitación casi

cuadrada de unos diecisiete codos por lado, hecha de piedra basáltica negra y con

ventanas sin cristal. Al igual que el resto de habitaciones adyacentes, donde vivían la

familia de su mujer y otras familias, todas desembocaban en un patio común en forma de

«L», en el que se hacían la mayor parte de las actividades del hogar y no solo la cocina.

La casa de Simón contaba además con una escalera exterior en el mismo patio, que

permitía el acceso a un terrado hecho de ramas y paja. Filipo, Natanael y Yeshúa

conocieron entonces a la mujer de Simón214 y a sus pequeñuelos215. Ella y su madre, la

suegra de Simón, les prepararon la comida y los tres galileos se beneficiaron de su

hospitalidad. En el menú de hoy habría, además de pescado fresco, vino; pues el pescador

consideraba una bendición volver a ver a su hermano, y había querido también honrar a

los otros discípulos de Yohannon con la bebida fermentada. Al poco de comer, y

terminando el último vaso, Simón les preguntó con más detalle sobre la razón de su

venida.

—¿Qué queréis conseguir…? ¿Qué la gente se bautice? —preguntó extrañado.

—Que la gente oiga el mensaje de Yohannon es lo importante Simón. Ese es el

primer paso —dijo Andreas—. Luego los que quieran podrán ir a ver al maestro y ser

214 Pablo alude a que Simón (Pedro) estaba casado (1 Cor 9,5), y los evangelios afirman que tenía suegra (Mc

1,29-31 y par.). El episodio de la suegra enferma a la que Jesús sana y, tras el cual ella se pone a servirles, es

interpretado modernamente, y en clave antropológica, como una contraprestación de Jesús a cambio del

hospedaje. Este es un rasgo propio de las sociedades mediterráneas de la antigüedad, en el que un favor es

correspondido con otro entre hombres de honor. Por eso se omite el milagro. 215 Que Pedro tenía hijos parece señalarlo el contexto de Mc 9,33-37.

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bautizados por él.

—Sí. Ahora no está tan lejos —aclaró Natanael.

—¿Y los que no puedan?

—Pues si no pueden… y lo desean… sí… —dijo Andreas mirando a sus

compañeros—, podríamos bautizarlos nosotros. Filipo y Yeshúa estaban de acuerdo. Ya

habían hablado del tema durante el viaje; aunque Natanael siempre se mostraba más

prudente.

—Bueno, ya sabes que aquí la gente es muy sencilla —le insinuó Simón—. Os será

difícil comunicaros con ellos, me parece a mí.

—Si Yohannon pudo hacerlo con nosotros, es que es posible —dijo Yeshúa y todos

sonrieron.

—Eso es verdad —reconoció el pescador—. Yo solo digo que no será fácil.

—Pues para eso hemos venido Simón —puntualizó Filipo.

—Desde luego sería más fácil si bautizarais vosotros… —sugirió Simón antes de

terminarse el vaso—. Pero en fin… no sé... La gente te conoce Andreas desde que eras

pequeño. Y a ti también Filipo… No sé qué dirán si los queréis bautizar vosotros…

Andreas, Filipo y Natanael cruzaron sus miradas, aunque ninguno de ellos supo qué

decir.

—Debemos tener la oportunidad de hablarles. Y yo creo que Yohannon estaría de

acuerdo en que bautizáramos a aquellos que no pueden ir hasta él —dijo Yeshúa.

Simón sonrió ante la sencillez del Nazareno, y asintió con la cabeza.

—Parece justo.

Los demás discípulos estuvieron de acuerdo. Bautizarían ellos si era menester, pero

la opción primera era informarles sobre lo que Yohannon anunciaba, y si no podían

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desplazarse, ellos podrían bautizarlos allí.

—Lo primero, hermano —prosiguió Andreas más animado—, necesitaremos un

lugar.

—Podéis usar la casa. Tenemos un patio grande como podéis ver. Reuniré algunos

hombres de la aldea y veremos. ¿Os parece bien?

Los galileos sonrieron.

—Magnífico —repuso Andreas.

—Mañana por la tarde, después de comer y con la faena hecha… los hombres

estarán más predispuestos —afirmó Simón satisfecho con su idea, y se rió.

*

Al día siguiente, como prometió el pescador, unos cuantos hombres, amigos y

conocidos de Andreas y Simón, la gran mayoría pescadores, se juntaron en el patio de su

casa para oír a los discípulos de Yohannon. Eran casi treinta personas y los galileos

estaban nerviosos por tener que hablar, pero también ansiosos. La suegra y la mujer de

Simón, con el pequeño colgado del cuello, se hicieron un hueco para poder escuchar. Los

dos hijos de Zebedeo y sus padres también estaban.

—Si no os molesta, yo prefiero no hablar hoy —dijo Natanael.

—¿Por qué no? Tienes el mismo derecho que los demás —respondió Filipo

poniéndole la mano en el hombro.

—Lo sé, Filipo, pero… —y el discípulo de Caná tomó aire—, aceptémoslo, no soy

bueno con las palabras. Y para mí hay demasiada gente hoy. Prefiero no hacerlo.

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—Está bien —le tranquilizó Yeshúa—. Hazlo cuando estés preparado.

Decidieron que Andreas y Filipo hablarían primero, ya que ambos conocían a

algunos de los presentes, pues al ser Filipo de Betsaida, otra aldea pesquera, también

conocía el ambiente y la gente que pescaba en el yam. Ellos harían una presentación y

luego, Yeshúa, un desconocido para los demás, les hablaría. Ese tiempo en el que los

cuatro debatieron, permitió que algunas miradas ajenas se centraran puntualmente en la

alta y enjuta figura del Nazareno, pero a la vez facilitaron que este tuviera tiempo para

observar el auditorio. La gente era en verdad muy humilde. Seguramente ninguno sabría

leer, y conocerían las Escrituras solo por lo que habrían oído el shabbat en la sinagoga.

Muchos se sentaron en el suelo y los que pudieron se mantuvieron en la sombra, a

resguardo del sol bajo la techumbre de madera y ramas.

—Bienvenidos seáis todos. Que la paz esté con vosotros —dijo Andreas.

—Que la paz esté con vosotros —dijo Filipo, y muchos respondieron de igual

manera.

—Hoy queremos hablaros de Yohannon bar Zacarias, quien bautiza en el Jordán

anunciando la llegada inminente del Reino de los Cielos —dijo Andreas—. Habréis oído

tal vez hablar de él.

Y unos pocos asintieron.

—Ahora mismo se encuentra en Ainon, no muy lejos de Galilea —dijo Filipo.

—Yohannon denuncia las injusticias de nuestro mundo. Es valiente y habla por

boca del Señor. Incluso Antipas le guarda respeto —dijo Andreas, exagerando un poco—.

Pero no venimos a hablaros de eso.

—Yohannon es un hombre recto y buen conocedor de las Escrituras. Es un profeta

—añadió Filipo.

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—Él nos ha dicho que el Reino de los Cielos llegará muy pronto, tal y como

anunciaron los antiguos profetas cuando hablaban del día del Señor. Y que debemos estar

preparados. Debemos reconocer nuestros pecados y prepararnos para recibir ese

momento. Pues deberemos recibirlo con el alma purificada para poder ser dignos

merecedores. Aquellos que no lo hayan hecho, no podrán entrar.

Hubo un silencio en el patio. Lo que dijo Andreas estaba bien, pues muchos

anhelaban que algún día se cumplieran las profecías de los antiguos; pero varios de los

presentes no llegaban a entender, y lo que oían sonaba a cierta imposición.

—¿Y qué debemos hacer para entrar en ese Reino del que hablas, Andreas? —

preguntó uno de los oyentes.

—Arrepentíos de corazón y comportaos con justicia con vuestro prójimo. Obrad

según la Ley. No engañéis, no robéis. Que cuando el Señor os llame, no tenga nada que

reprocharos. Eso pide el Señor.

—Eso está bien —dijo uno.

—Pero dinos Andreas, ¿cómo será el Reino? —le preguntaron.

—Yohannon dice que no nos lo podemos imaginar. Que será algo maravilloso.

Todo el mundo será feliz. Nadie estará enfermo y no existirá el sufrimiento.

—Eso que dices es muy bonito, pero mientras llega, quien traerá comida a nuestras

casas.

—¿Y quién cuidará de nuestros mayores o nuestros enfermos?

—Sí —dijo otro—. Tenemos que pensar en nuestras familias también. Tú no tienes

una familia que dependa de ti, Andreas. Tu situación es diferente.

—Mi hermano Simón está casado y se ha convertido. Eso prueba que puede

hacerse.

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—¿Y qué piensa Antipas de todo eso? ¿Podemos tener problemas?

—Ni siquiera Antipas se atreve a alzar la mano contra Yohannon. Sabe que es un

hombre justo y que habla guiado por los profetas —dijo Filipo, aún sabiendo que

exageraba un poco.

—Si Antipas tanto le teme, ¿por qué tu profeta no viene a vernos a Galilea216?

Andreas y Filipo no supieron muy bien qué contestar. Y entonces les llegó aún un

baño de preguntas que los desconcertó.

—¿Y cómo será exactamente ese Reino? —preguntó uno.

—¿Habrá que trabajar también? —preguntó otro.

—¿Y qué pasará con los romanos? ¿Qué hará el Señor con ellos?

—Y Elías…. ¿No tenía que venir primero217?

Andreas y Filipo se vieron desbordados por tantas preguntas y llamaron a la calma.

En algún momento Andreas y luego Filipo miraron a Yeshúa, buscando ayuda. Ellos

habían venido para difundir el mensaje del maestro y conseguir adeptos para el Reino. Y

en su lugar se estaban encontrando con preguntas, tanto filosóficas como prácticas, a las

que no les era fácil dar respuesta. Se dieron cuenta entonces de la dificultad de estar en el

lado del maestro, enseñando.

—Os puedo decir a qué es igual el Reino de los Cielos —dijo Yeshúa.

Fueron pocos los que le oyeron, y el Nazareno optó por elevar un poco el tono de su

voz.

216 Aunque Lucas expone que el Bautista predicó en la comarca del Jordán (Lc 3,3), en general no se considera

que hubiera llegado a bautizar hasta Galilea o la tierra de Herodes Filipo. Si bien tal suposición no puede

descartarse por completo, todos los evangelistas coinciden en situarlo en la Perea. Cafarnahum, además, se

encuentra muy arriba, cercana al Alto Jordán. 217 Ya hablamos (nota 105) de esta creencia bien difundida en el s.I. y de la cual se hace eco el mismo NT (Mc

9,11; Mt 17,10). Elías fue uno de los primeros profetas y guarda ciertas similitudes con Jesús. Fue arrebatado y

llevado al Cielo en un carro guiado por caballos de fuego (2 Re 2,11), y el pueblo, en general, creía en su

regreso. (Sobre Elías: apartado I1d6, y específicamente sobre Elías en relación al Bautista y a Jesús en el

apartado J9e).

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—Os puedo decir a qué es igual el Reino de los Cielos —repitió Yeshúa.

—¿A qué? —dijo uno.

—Dejadle hablar —dijo otro, y ordenó silencio.

—Eso queremos saber —repuso otro de los pescadores a medida que el gentío

parecía tranquilizarse.

Entonces Yeshúa habló, buscando una manera sencilla, como cuando padre le

hablaba a él.

—El Reino de los Cielos es igual a unos pescadores… que arrojaron una red de

pesca al mar y recogieron peces de toda clase —el Nazareno hizo una breve pausa y vio

que los demás lo seguían—. Cuando la red estuvo llena la trajeron a la playa, se sentaron,

y recogieron los más aptos en cajas… pero a los demás los echaron fuera… Así será en el

final de la era: vendrán los ángeles y separarán a los malos de entre los justos y los

arrojarán al horno del fuego218.

Hubo silencio. La gente quedó sorprendida y desconcertada por esa forma de narrar

y por el impactante final. Y además, parecían entender lo que les había dicho. Yeshúa

siguió sentado, hablándoles.

—El Reino de Dios es como un hombre que echó la semilla a tierra y se durmió. Y

se levantó noche y día, y la semilla germinó y creció sin que él supiese cómo. Pues de

igual manera, por sí misma, la tierra trae el fruto: primero está la hierba, luego la espiga, y

cuando se da el fruto, al instante el hombre ya envía la hoz, porque la siega ha llegado219.

De igual manera os digo que el momento ha llegado ya.

Y aún les añadió, levantándose para andar unos pasos:

218 Esta parábola se encuentra en Mt 13,47-50. Aunque no es la primera que aparece en los evangelios, la

situamos aquí, en primera posición, pues es de fácil comprensión para un pueblo de tradición pesquera como

Cafarnahum. Hay autores que no la consideran propia del Jesús histórico (apartado J14). 219 Mc 4,26-29 y par.

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—Porque con el Reino de los Cielos sucede como con un grano de mostaza, que

cuando es sembrado es la más pequeña de las semillas de la tierra, pero cuando luego

crece se convierte en la mayor de todas las hortalizas, y produce grandes ramas. Al punto

de que es posible que, bajo su sombra, las aves del cielo puedan anidar220.

Y quedaron admirados con esas historias; pues les enseñaba con una sencillez de

palabras y una autoridad, que ni los escribas221. Nadie les había hablado nunca así. En la

sinagoga, a veces no entendían algunas de las cosas que se leían o se decían. Pero aquí era

diferente. Alguna gente del fondo se acercó para oírle mejor. Sus compañeros estaban

asombrados.

—Hablas con bellas palabras, pero el mundo real es muy diferente —le dijo uno.

Yeshúa se puso en pie y le contestó.

—Pues yo os digo que dejéis de preocuparos por vuestra vida, de qué comeréis o

qué beberéis. Ni por vuestro cuerpo o de qué vestiréis. Pues ¿no es la vida más que el

alimento, y el cuerpo más que el vestido? Fijaos en los pájaros del cielo: que no siembran

ni cosechan ni acopian en los almacenes, y vuestro padre celestial los alimenta. ¿No los

aventajáis vosotros en mucho? Decidme, ¿quién de vosotros, con preocuparse, puede

añadir a su estatura un solo codo? ¿Y por qué os preocupáis por la vestimenta?

Comprended como crecen los lirios del campo222: no trabajan ni hilan. Y yo os digo que

ni Salomón, mediante toda su gloria, vistió como uno de ellos. Y si el Justo viste así a la

hierba del campo que hoy existe y mañana es arrojada al horno, ¿no mucho más a

vosotros, hombres de poca fe? Así pues, no os preocupéis diciendo: «¿Qué comeré?» o

220 Mc 4, 31-32 y par. 221 Mc 1,22. Los escribas eran unos profesionales versados en el conocimiento de la ley. (Hablamos de ellos en

la nota 382). 222 Lirios del campo: símbolo de belleza en el cantar de los cantares (2,12, 5,13), donde la flor a la que se refiere

sea probablemente un jacinto azul. Según Browning (Op. cit. 1998. p.284), Jesús habla probablemente de una

variedad de flores primaverales de colores diferentes, quizás anémonas (rojas).

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«¿Qué vestiré?», pues todo esto lo buscan las naciones [paganas]. Vuestro padre celestial

tiene ya el conocimiento de lo qué necesitáis. Por el contrario, buscad primero el Reino de

los Cielos y su justicia, y todo esto os será añadido223.

—¿Y cómo debemos comportarnos?

El Nazareno recorrió sus rostros antes de responder.

—Guardaos de hacer vuestra justicia ante los hombres para ser vistos por ellos;

desde luego si no, no tendréis pago de vuestro Padre de los cielos. Así pues, cuando deis

limosna, no hagáis sonar la trompeta ante vosotros, tal como hacen los hipócritas en las

sinagogas y las calles, para ser glorificados por los hombres; con seguridad os digo,

recibirán su paga. Pero cuando deis limosna, que no sepa vuestra izquierda qué hace la

derecha, para que vuestra limosna quede en secreto. Y vuestro Padre, que ve en lo

secreto, os recompensará. Y cuando recéis, no seréis como los hipócritas, porque buscan

rezar en pie en las sinagogas y en las esquinas de las plazas, para mostrarse a los

hombres; con seguridad os digo, recibirán su paga. Pero vosotros, cuando recéis, dirigiros

a vuestro cuarto y, tras cerrar la puerta, rezad a vuestro Padre que está en lo secreto; y

vuestro Padre, que ve en el cielo, os recompensará. Y al rezar, no parlotearéis como los

gentiles, pues piensan que mediante su locuacidad serán escuchados. Así pues, no os

parezcáis a ellos; pues vuestro Padre conoce lo que necesitáis antes de pedírselo224. Y

cuando ayunéis, no sigáis estando como los hipócritas, entristecidos, pues desfiguran sus

caras para hacer público a los hombres que ayunan; con certeza os digo, recibirán su

paga. Por el contrario al ayunar, ungid vuestra cabeza y lavad vuestra cara, para no hacer

223 Mt 6,25-33 (y par. en Lc 12,22-34): Mateo compila aquí muchos datos recibidos por tradición de Jesús. Es

posible que nunca se dieran todos ellos juntos, sino por separado, como lo refieren Marcos y Lucas. Pero así es

más didáctico. Omitimos el versículo final, v.34. 224 Omitimos aquí el Padrenuestro que viene a continuación, y que situaremos más adelante y en otro contexto,

siguiendo a Lucas. Aparecería descontextualizado para un primer discurso.

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público a los hombres que ayunáis, sino a vuestro Padre a escondidas; y vuestro Padre,

que ve a escondidas, os recompensará. No sigáis atesorando tesoros en la tierra, donde

una polilla o la herrumbre los hace desaparecer, y donde unos ladrones excavan y los

roban; atesorad tesoros en el cielo, donde ni una polilla ni la herrumbre los hace

desparecer, y donde los ladrones ni excavan ni roban; pues donde esté vuestro tesoro, allí

estará también vuestro corazón225.

Y el Nazareno siguió y siguió hablando, y haciendo más y más comparaciones. Y

allí se quedaron, boquiabiertos, escuchándole. Y aún más sus compañeros, que se

felicitaron porque Yeshúa sabía captar la atención de sus oyentes. Los dos hijos de

Zebedeo quedaron gratamente admirados por el discurso del Nazareno. Y aún más

sorprendido pareció quedarse el pescador de Cafarnahum, interrogándose sobre aquel

hombre de Nazaret que olía a jazmín.

*

Pasaron los días, y cuando celebraron otra charla muchos aldeanos no pudieron ya

entrar en la casa del pescador de lo abarrotada que estaba. Y algunos se quedaron en la

explanada que había delante de ella y exigieron silencio a los demás para poder oír al

Nazareno. Al cabo de un rato, unos cuantos hombres llegaron al llano trayendo un

enfermo y, al no poder introducir la camilla en la casa a causa del gentío, ataron el

paciente a la camilla y la subieron con cuidado y no sin dificultad por la escalera que

225 El siguiente pasaje se encuentra en Mt 6,1-21.

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había hasta el terrado. Desde allí decidieron bajarla, abriendo un boquete entre las ramas

que formaban parte de la techumbre que cubría una parte del patio, pues no vieron otra

opción226. Cuando Simón vio lo que hacían con su techo, se exasperó. Su mujer se llevó

las manos a la boca para contener un grito pero su suegra, directamente, le regañó.

—¡¿Pero qué hacéis con el tejado?! —dijo el pescador—. Andreas, Filipo, Yacob

decidles que paren.

Andreas y Filipo se vieron impotentes y se encogieron de hombros.

—¡Dejadle que escuche también! —gritó uno de los camilleros.

—Sí, déjale —dijo también Yacob bar Zebedeo con una sonrisa, ante la atónita

mirada del pescador.

Cualquier intento para que desistieran de bajarlo fue inútil. Los hombres no

atendieron y solo se preocuparon por descender al enfermo sin que sufriera daños. Lo

consiguieron, ayudados por la gente que había en el patio. Incluso los hermanos Yacob y

Yohannan ayudaron a bajarlo, ambos con una sonrisa. Yeshúa intentó tranquilizar al

pescador—. No te enfades Simón. No ves que fuerte es su fe.

—A ti te es fácil decirlo. No es tu tejado —repuso el pescador, que intentaba a su

vez tranquilizar a su suegra.

—Este hombre quiere oírte también y convertirse —repitió uno de los camilleros,

vociferando desde el terrado.

—Está paralítico —añadió otro que lo conocía.

Cuando pusieron al encamado delante del Nazareno, este vio en su cara que tendría

tal vez su misma edad; pero sus piernas estaban tan raquíticas y encogidas que ya no

226 Alusión a Mc 2,4s y par. Los techos de pueblos como Cafarnahum o Nazaret estaban hechos de hojas y

ramas y, por tanto, es posible que pudiera haberse retirado/atravesado para introducir por ahí al enfermo (Mc

2,4). Los techos rurales palestinos no estaban conformados por tejas, como afirma Lucas en Lc 5,19, aunque ello

fuera familiar para los lectores griegos.

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había vida en ellas. Se hizo el silencio y la gente se compadeció de la desgracia de aquel

hombre.

—Estoy paralítico por mis pecados —le dijo el encamado con el rostro

compungido, y aceptando la condena inevitable por tal enfermedad.

—Lleva paralítico desde niño —dijo uno de los que lo traían desde el tejado.

Se hizo el silencio y Yeshúa le habló, manteniendo esa mirada suya tan personal y

penetrante; mientras toda la atención del gentío se ponía en sus palabras.

—Tu enfermedad no es motivo para que seas condenado. Tu sufrimiento es ya

suficiente. Puedes convertirte. El Señor todo lo puede.

—¿Y qué tengo que hacer?

—Acepta al Señor en tu corazón y prepara tu alma para su llegada.

—Sí, lo acepto.

Yeshúa puso su larga mano sobre su cabeza. Lo hizo sin apenas pensar. Vino solo.

El hombre cerró los ojos compungido por el momento.

—Entonces tus pecados te son perdonados —le dijo con firmeza—. Y cuando

llegue el día del Señor, él te bautizará con su fuego, y entrarás en su Reino… andando por

tu propio pie.

La gente se quedó tan sorprendida, que el silencio, si cabe, se hizo aún mayor tras

oír esas palabras. Yeshúa no perdonó los pecados en su nombre, lo que habría sido una

blasfemia, sino en nombre de Dios, lo que era muy osado pero no pecaminoso. Los

discípulos se quedaron igualmente sorprendidos y temieron una reacción inapropiada de

la gente. Pero el encamado pareció regocijarse, y respondió entre sollozos agarrando su

mano entre las suyas.

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202

—Bendito sea el Señor227.

—Bendito sea —dijo Yeshúa con una sonrisa.

Y entonces… la multitud lo celebró.

—Bautízanos —le dijeron algunos.

—Sí, bautízanos para que podamos entrar en el Reino.

Simón, al ver la reacción de la gente no sabía qué pensar. Ni siquiera Yohannon

había sido tan osado. Se volvió hacia Andreas y le habló:

—Esos hombres ya no vendrán más para escuchar la voz de Yohannon. Vendrán

para escucharlo a él.

*

Al atardecer, se reunieron para hablar sobre dónde y cómo debían proceder ante las

peticiones de bautizo.

—¿Dónde lo hacemos? —preguntó Natanael.

—Podemos buscar algún pequeño arroyo que llegue hasta el Jordán —dijo Filipo.

—No hace falta —respondió Yeshúa con seguridad—. Lo haremos en el mismo

Jordán. Aquí el agua está mucho más limpia que en Perea, ¿verdad?

—Pues, de hecho, sí —dijo Andreas tras pensarlo—. Las fuentes del Jordán aún

están lejos, pero el agua aquí está mucho más limpia. Yo creo que tras salir del yam

227 Esta escena alude a la curación del paralítico (Mc 2,1-12 y par.), aunque aquí no se produzca. Igualmente, y

aunque sorprenda también al lector, normalmente la gente no suele dar las gracias a Jesús por sus obras. El

mérito se atribuye a Dios. (Puede leerse más sobre este episodio en el apartado J10a).

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empieza poco a poco a ensuciarse.

—Estoy de acuerdo —manifestó Yohannan.

—Es verdad. Pues a su paso por Betsaida aún está muy limpia —añadió Filipo.

—Bauticemos entonces en el río —dijo Natanael.

—Bien. Correremos la voz entonces —señaló Yacob—. Y a aquellos que quieran,

los llevaremos allí para que los bauticéis.

—¿Y quién lo hará? —preguntó Natanael.

Hubo un instante de duda.

—Lo haremos todos228 —respondió Yeshú con una sonrisa hacia su compañero,

quien finalmente le correspondió de igual modo.

—Corramos la voz pues —dijo ahora Yohannan—. Digámoslo a todos los

pescadores y que lleven ellos la noticia a las aldeas del yam.

*

Era mediodía y Yeshúa paseaba tranquilamente por la orilla viendo algunos

pescadores faenando desde no muy lejos de allí, tirando de la jábega, previamente lanzada

desde una barca cercana. Cuando vio llegar la barca de Simón, se acercó al pequeño

muelle. Los pescadores bajaron y amarraron la barca. Simón guardó la red en la caja de

popa y respiró hondo un par de veces, mientras los demás plegaban la vela y ataban los

228 El evangelio de Juan indica que Jesús y sus discípulos bautizaban, por lo menos en Judea (Jn 3,22). Aunque

poco después el autor intente matizar la cuestión indicando que eran solo los discípulos de Jesús los que

bautizaban (Jn 4,2), en un pasaje considerado en general por la crítica histórica como un añadido propio del

evangelista. Muy probablemente para no igualar a Jesús con Juan el Bautista.

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remos. La cubierta estaba prácticamente vacía de carga —solo algunas sardinas y unas

pocas tilapias escuálidas—, lo que podría haber significado una buena jornada si,

efectivamente, habían conseguido vender toda la carga en el puerto de Magdala. Pero

como el bote llegaba pronto y el rostro de los pescadores parecía decaído, le pareció más

bien que aquel día no había sido productivo. Simón se llevó unas cuantas sardinas

envueltas en un trozo de tela y dejó a sus compañeros para que vendieran el poco pescado

que tenían en el mercado local.

—¿No ha sido un buen día? —le preguntó entonces, esperando confirmación a lo

que le parecía más lógico.

—La tormenta de anoche removió las aguas y asustó los peces 229 —dijo el

pescador—. Pero el condenado impuesto debe pagarse igualmente —añadió con una

mueca, entre la resignación y el malhumor, y empezó a alejarse hacia la aldea. Yeshúa

reflexionó un instante antes de hablar.

—¿Vas a pagarlo ahora?

Simón siguió andando

—Sí. ¿Por qué? —le dijo sin volverse.

—Voy contigo —dijo finalmente.

Simón se detuvo

—¿Cómo dices? —preguntó sorprendido.

—Vayamos a verlos —le dijo acercándose al pescador.

—¿A esos ladrones? ¿Por qué quieres venir?

—Aunque muchos se hayan apartado, la voz del Señor debe llegar a todos en Israel.

229 Debido al gradiente de presión atmosférica entre el Mar Mediterráneo y el lago de Genesaret, se producen

fuertes vientos desde el oeste que remueven las aguas y producen fuertes tormentas sobre el lago, aunque de

muy corta duración, con olas que pueden llegar a los seis pies de altura. En invierno se originan tormentas

procedentes de las montañas del Golán, aunque son menos fuertes.

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¿Acaso no te acuerdas de lo que dice Yohannon230? El reino también está abierto a ellos.

—¡Bah! son publicanos, Yeshú, y además los conozco. Esos no entrarán en ningún

sitio —y el Nazareno se quedó mirando fijamente al pescador, como solía hacer a veces

cuando reclamaba de alguien toda su atención. Esa mirada incomodaba al pescador, y le

recordaba a Yohannon.

—También son judíos Simón —añadió Yeshúa.

El pescador respiró hondo antes de responder con cierto pesar—. Vamos pues. Pero

tú no estás obligado a nada con esas ratas de Antipas —añadió al poco de empezar a

andar. Y los dos enfilaron el camino juntos.

—Por cierto, esta mañana he visto el amanecer mientras «me limpiaba» en el yam.

Es maravilloso, ¿no crees?

—Sí, claro —comentó Simón con la actitud de aquel al que la costumbre vuelve

relativamente insensible a las bellezas cotidianas.

—Sí, lo es —se reafirmó en su opinión el Nazareno.

—¿También hay amaneceres en Nazaret supongo? —añadió irónico el pescador.

—Claro que los hay —y el Nazareno sonrió—. Pero no se ven los rayos del sol

acariciando el agua.

Simón lo miró, considerando aquella observación un tanto exagerada.

—¿Dices eso para animarme por lo del tejado?

Los dos se miraron y sonrieron.

—Vamos —le dijo Yeshúa, y apretó el paso. —Más tarde te ayudaré con el tejado.

La oficina de los recaudadores de Cafarnahum231 no quedaba lejos de la orilla del

yam. Se ocupaba sobre todo de los impuestos indirectos, que gravaban especialmente el

230 Juan el Bautista trató con publicanos (Mt 21,32; Lc 3,12).

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comercio de personas y mercancías, que llegaban o salían de aldea ya fuera por vía

terrestre o marítima. Este tráfico era importante pues, además, Cafarnahum era puesto

fronterizo entre Galilea y la Gaulanítida, la región más al oeste del territorio gobernado

por Filipo, lo que obligaba a su hermano Antipas a estacionar allí alrededor de un

centenar de soldados. Los publicanos de Cafarnahum arrendaban este tipo de impuestos a

Herodes Antipas, tetrarca de Galilea y Perea, quien a su vez, pactaba un precio fijo con

Roma sobre el tributo que debía pagar. Galilea era la región más productiva de Israel,

exceptuando Judea porque contaba con la rica Jerusalén. Antipas exigía unos tributos que

le aseguraran, también a él, importantes beneficios una vez pagado el tributo a Roma. Los

publicanos se encargaban de arrendarlos y recaudarlos en su nombre, pero a su vez,

exigían un precio algo superior para embolsarse la diferencia. Cuanto mayor era el

margen entre los impuestos que les exigía Antipas y el dinero que en verdad recaudaban,

mayor era su beneficio. De ahí nacía buena parte de la mala fama que tenían los

publicanos entre el pueblo; pues se sabía que a veces conseguían bastante más de lo que

un salario justo debería.232 También, porque no se ganaban la vida trabajando con las

manos, sino con el trabajo de los demás, lo que se consideraba poco honorable. Además,

el dinero de los impuestos era empleado por Antipas en levantar grandes edificios o

reconstruir ciudades de estructura helenístico-romana como Tiberíades; así como en

aumentar un ejército de mercenarios extranjeros que le protegía y servía, mientras el

pueblo vivía con lo justo y no pocas veces pasaba hambre. Y ello sin olvidar que una

suma considerable del tributo se iba a Roma para mantener las legiones y al César, el

líder pagano del pueblo opresor. Así pues, los recaudadores judíos eran el blanco de una

mala fama por cuatriplicado, y su profesión era tenida por un oficio deshonroso. Si bien

podía decirse que para los galileos era preferible pagar a un monarca judío que a un

delegado romano —aunque una parte considerable del dinero terminaría igualmente en

las arcas romanas—, ese no era motivo suficiente para que disminuyera el resentimiento

general que los judíos sentían hacia los recaudadores. Y en alguna ocasión, la guarnición

de Antipas había servido de freno a algún intento de confrontación contra aquellos.

231 Alusión a Mc 2,3-14 y par. 232 Juan el Bautista ya les advertía sobre ello en Lc 3,12-13.

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207

Los habitantes de las provincias romanas ocupadas como Galilea estaban también

sujetos a impuestos directos. Así, los propietarios de tierras debían pagar cada dos años

—en parte en especies y en parte en moneda—, un tributo por los productos que sacaban

de la tierra, lo que se conocía como tributum soli, y que podía suponer un cuarto de su

producción. Existía además un segundo tributo, el tributum capitis, que incluía tanto una

tasa por la propiedad, como el pago por cada miembro adulto de una estructura familiar

—los hombres a partir de los catorce años y las mujeres de los doce—, de

aproximadamente un denario al año. Y aunque los niños y ancianos quedaban excluidos,

las mujeres y los esclavos también estaban sujetos. Este dinero era para el erario de

Roma, supuestamente para mantener los gastos de ocupación —que eran mínimos,

porque Roma no tenía hombres en Galilea y sólo unos pocos estacionados en Cesarea del

Mar, Jerusalén y algunos núcleos más—, y para sufragar las inversiones que esta pudiera

realizar en el territorio, como calzadas o puentes. Sumando los impuestos y los tributos

(más el tributo para el mantenimiento del Templo en Jerusalén y el pago de los dos

diezmos según la Ley), cada familia judía debía desembolsar entre el cuarenta y el

cincuenta por ciento de sus beneficios. Si a esto se le sumaba el descontento de la

población galilea contra Antipas por su poco respeto hacia la ley judía, su afán por

promover actividades culturales no judías, construir ciudades al estilo grecorromano y su

servilismo hacia Roma —ciudad que rendía culto a dioses paganos—, se entendía mejor

la rabia de muchos ciudadanos judíos cuando debían efectuar el pago de tales impuestos.

Y la figura del recaudador, que añadía un tanto al impuesto para él mismo, no sólo

empeoraba el asunto, sino que podía convertirlo en el blanco final de todo ese

resentimiento acumulado.

Aún y así, Simón podía considerarse afortunado, pues el cambio de residencia

desde Betsaida a Cafarnahum, le permitía evitar el pago diario de peaje por ir a Magdala a

vender y/o ahumar el pescado. Pues Betsaida estaba bajo dominio de Herodes Filipo, y

Magdala y Cafarnahum pertenecían a Herodes Antipas. De todos modos, el origen del

cambio también radicaba en que tanto Simón como Andreas, judíos cumplidores de la

ley, estaban hartos de la remodelación a la griega que llevaba ya varios años

desarrollando Herodes Filipo en Betsaida.

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Para Yeshúa, tal y como le había explicado su padre, las personas honorables debían

esforzarse en evitar la acumulación de capital, pues eso era considerado una amenaza al

equilibrio comunitario. Así, una persona no podía acumular riqueza, más que si otro la

perdía o sufría un perjuicio. Porque toda persona rica es injusta o lo ha heredado de una

persona injusta. Yohannon también había clamado contra ella233. Así pues, solo los ricos

acumulaban riqueza impunemente, ya fuera mediante la práctica de la explotación de los

trabajadores del campo, del comercio abusivo o restringido solo a la gente adinerada, de

la concesión de préstamos con un elevado interés —que no perdonaban el séptimo año

como mandaba la Ley234—, o del cobro de unos impuestos algo abusivos, como podía ser

el caso de los recaudadores de Cafarnahum.

Simón entró con Yeshúa en el despacho de los recaudadores. Dos de ellos hablaban

con un par de comerciantes, mientras otro publicano estaba sentado detrás de una mesa al

fondo de la habitación, pesando unas monedas con pesos de plomo. Pues como bien sabía

el recaudador, el valor real de la moneda venía dado por su peso, y no por lo que la

moneda indicaba. Movía los pesos con habilidad, usando la misma mano para sujetar el

estilete, el instrumento con la punta afilada en un extremo que permitía escribir, y el otro

extremo romo para borrar. Poco más había en la mesa, salvo una tablilla de madera

recubierta de cera donde escribir, y una lámpara 235 de aceite con sencillos adornos

florales; pues aunque era de día, no había ventanas en la sala, y la única luz natural que

233 Lc 3,10-13. Jesús también habló en contra de la riqueza (Mt 6,24. 19,23-24,...). 234 La condenación de las deudas al séptimo año, el llamado año sabático (Dt 15,1-6), permitía a la gente

endeudada poder empezar de nuevo, a la vez que recordaba a todos que el propietario de la tierra era Dios y no

el hombre. Ahora bien y como recoge la Misná (tratado Shevi’it 10,3-6), Hillel, un rabino de inicios del s.I,

estableció el prosbol, un documento que permitía que se hicieran contratos en los cuales se pusiera por escrito

que no habría condonación en el año séptimo. Aunque es posible que él sólo regulara una práctica preexistente,

la Misná recoge que Hillel actuó motivado porque la gente con propiedades se retraía a la hora de hacer

préstamos y, por tanto, su intención fue la de ayudar a los más desfavorecidos, aunque el efecto fuera

probablemente el opuesto. (Puede leerse más en el apartado I1e). 235 Lc 1,63.

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209

entraba lo hacía por la puerta. En la pared del fondo había unos cuantos estantes llenos de

papiros y más tablillas. El recaudador, sentado al fondo, les vio entrar, y les hizo un gesto

para que pasaran y así no obstaculizaran el paso de la poca luz que entraba, terminando de

calcular el valor de las monedas por su peso. Entonces habló con el joven pescador que

tenía en frente.

—Te falta casi medio siclo.

—El precio es este.

—El precio sí —dijo rascándose la barba corta que llevaba—, pero muchas

monedas están raídas y han perdido parte del metal. La balanza no engaña. Debes todavía

casi medio siclo.

El joven, malhumorado, le entregó dos monedas de plata de un cuarto de siclo a

regañadientes. El publicano las depositó sobre la balanza y cuadró los pesos. Anotó un

signo en la tablilla con la punta afilada de su estilete, y luego el joven pescador estampó

un signo, antes de marcharse.

—Espera —le dijo el publicano—, esto es tuyo.

Y le retornó un par de moneditas de bronce, dos lepta. Calderilla. El joven las

recogió con un movimiento brusco de su mano, y se fue. Se sorprendió al ver a Yeshúa, a

quien conocía de la reunión en casa de Simón. Le saludó e interrogó a Simón con la

mirada, aunque este prefirió no decir nada. A Yeshúa le pareció que el publicano era justo

en su trabajo.

—La paz sea contigo —dijo entonces el Nazareno avanzándose hacia donde estaba

el recaudador.

Este alzó la mirada, atónito, y aún tardó un rato en contestar el saludo, algo poco

habitual entre los habitantes de Cafarnahum, que solo venían a pagar malhumorados. El

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publicano clavó en él su mirada hasta que sus ojos se adaptaron de la letra de la tablilla al

rostro aguileño del Nazareno.

—La paz sea contigo —dijo al fin—. Creo que no te conozco.

—No es de aquí —dijo Simón.

—Ah… ya me parecía —dijo fijando la mirada—. Tú eres… ¿el Nazareno del que

hablan? —preguntó sin esperar respuesta—. El que estuvo con el Bautista en el Jordán…

—y luego volvió la mirada al pescador—. ¿Trabaja ahora contigo este hombre Simón?

—No.

—Bien —y volvió a mirar a Yeshúa—. ¿Tienes algo que declarar?

—No.

—Entonces, Nazareno, no estás sujeto a tributo.

—Ya lo sé.

—¿Y a qué vienes entonces? —preguntó intrigado.

—Vengo por ti236.

El recaudador se desconcertó y tardó en responder. Al oírlo, los otros dos que

trabajaban con él, se volvieron sorprendidos.

—No entiendo. ¿Acaso nos conocemos? —le preguntó el recaudador.

—No.

—Entonces, ¿qué quieres de mí? —preguntó algo molesto.

Yeshúa se acercó un poco más, casi tocando la mesa con su cuerpo, y el recaudador

se reclinó inconscientemente hasta pegar su espalda al respaldo de la silla.

—He venido por ti, Mattai237.

236 Alusión a Mc 2,14 y par.

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211

El recaudador se sobresaltó y se puso en pie. Era un hombre bajito. Dio un paso

atrás, mirando a sus compañeros.

—Si esto es una broma, no me gusta. Puedo llamar a los soldados —Simón tragó

saliva y miró disimuladamente a su alrededor.

—He venido porque quiero que tú también me escuches —dijo Yeshúa con tono

firme y una sonrisa.

—¿Qué te escuche…? ¿Y qué tengo que escuchar?

—Lo que tu alma necesita238.

El recaudador no supo qué decir. Hizo una sonrisa forzada y miró a su alrededor

para ver las reacciones de los demás. Luego se volvió de nuevo hacia el Nazareno.

—¿Cómo sabes tú lo que mi… necesita…?

Yeshúa se mantuvo con una actitud tranquila, pero firme en su posición. El

recaudador lo observó detenidamente y no le pareció ver peligro en él. Respiró profundo

y se tranquilizó.

—Está bien —dijo al fin, queriendo tomar las riendas de la situación—. ¿Quieres

que te escuche?... Pues si quieres, puedes venir mañana a mi casa y hablarme mientras

comemos. Entonces te escucharé —el publicano medio sonrió, pues sabía que ese

hombre, que hablaba por boca de un supuesto profeta del desierto, jamás entraría en casa

de un publicano. Y mucho menos aún compartiría sus alimentos, un símbolo social de

237 Mattai: Mateo, en arameo. Sin embargo, los evangelios de Marcos y Lucas lo llaman Leví. En general se

sugiere que Mateo era levita (es decir, de la tribu de Leví), de ahí el sobrenombre de Leví. Aunque Marcos lo

llama “Leví, hijo de Alfeo” (Mc 2,14). Existen otras hipótesis. (Se puede leer más sobre él en el apartado J11a). 238 La existencia del alma era aceptada en general por el pueblo llano (por ejemplo en el NT en 1 Tes 5,23, y la

idea de una resurrección general en Jn 11,24). Los fariseos y los esenios también la aceptaban. Como ya dijimos

(nota 22), este concepto penetró en el judaísmo poco a poco, muy probablemente a través de la difusión de la

religión irania (Persia) y la filosofía griega (en especial Platón), y así, hacia el s.II a.e.c. ya puede verse en

algunos libros más tardíos del AT, como el libro de Daniel (Dan 12,1-5), y en apócrifos del AT como el libro de

los Jubileos. (Puede leer más en el apartado F1 e I1d2). Jesús la menciona específicamente en algún pasaje (Mt

10,28), y alude a la resurrección en otros muchos.

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igualdad entre ambos que sin duda el Nazareno se vería obligado a rechazar.

—Allí estaré —repuso sin embargo el Nazareno. Y lo desarmó.

—Yeshúa… no puedes entrar en casa de un publicano —le dijo Simón—. Es un

oficio impuro —dijo en voz más bien baja.

Aunque el publicano oyó claramente el comentario del pescador, aún seguía

perplejo por la respuesta del Nazareno. Este, sin quitarle los ojos de encima, siguió sin

titubear.

—¿Dónde vives?

—Mi casa está en las afueras —dijo Mattai casi balbuceando—. Toma la calle que

hay saliendo a tu derecha y ve hasta arriba del todo. Es la última casa que tiene terrado.

—Bien. Mañana vendré a comer a tu casa y hablaremos.

—Muy bien —dijo el recaudador—. Mis compañeros también vendrán —añadió ya

recuperado.

Al oírlo, los recaudadores que estaban en el mismo habitáculo se quedaron

boquiabiertos, y Simón pareció desesperarse aún más. Sin embargo, Yeshúa asintió. Y al

pasar por delante de los otros publicanos les añadió un escueto «Hasta mañana», que

medio los sobresaltó239. Simón contempló al publicano intentando ocultar su desprecio, y

dejó una moneda de plata en la mesa; la que le correspondía por el impuesto. Mattai le

ofreció la tablilla donde el pescador hizo una marca.

—¿Tú también vendrás? —añadió el recaudador extrañado.

—Por supuesto que no.

239 El pensamiento de Jesús en favor de incluir en el Reino a los publicanos aparece en Mt 11,19 y Lc 7,34.

Procede de la Fuente Q (Q 7,34) (apartado E2), un documento no encontrado, pero cuya existencia es admitida

por amplio consenso científico. Se presupone que se escribió hacia el año 50 y contendría los dichos presentes

en Mateo y Lucas. Jesús mantuvo relaciones con dos publicanos: Mateo, que formó parte de «los Doce» (Mc

3,18 y par.), y Zaqueo (únicamente según Lc 19). Las excavaciones en Cafarnahum han desenterrado muchas

dependencias, pero ninguna que pueda relacionarse con la casa de un publicano hasta la fecha.

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El pescador se dio la vuelta y salió tras de Yeshúa.

—Estás loco si vas a compartir el pan con un publicano —le dijo Simón cuando ya

estaban fuera—. Puedes perder todo el respeto que has conseguido aquí.

—El Reino de los Cielos está abierto a todos los judíos, nos dijo Yohannon.

—Tal vez. Pero ni siquiera Yohannon comió con ellos. Y la gente no lo va a

entender.

—Pues deberemos hacer que lo entiendan, ¿no crees?

*

Era mediodía cuando Yeshúa enfiló decidido la cuesta para ir a casa del recaudador.

Detrás de él iban sus compañeros. Simón le había prevenido de su error varias veces y los

hijos de Zebedeo iban con él esgrimiendo la misma cantinela. En cambio, Filipo y

Natanael, que habían oído a Yohannon y que conocían menos a Mattai, no trataron de

impedírselo. Aunque, al igual que Andreas, en privado consideraban que la comida era

algo excesivo.

—No vayas —le repitió una vez más Yacob, el mayor de los hijos de Zebedeo.

—No entres ahí —le dijo también Yohannan, su hermano—. Es un corrupto, y

además el dinero que recauda va a Roma.

—Dejadle —dijo Filipo—. Yohannon bautizó también a publicanos y prostitutas.

—Aún puede arrepentirse —sugirió Natanael.

—¡¿Cómo dices?! —le gritó Yacob.

—Así es Yacob —dijo Andreas cortándolo—. Tú no estuviste como nosotros con el

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maestro. El Reino es para todos los judíos que deseen convertirse. Solo el Señor decidirá

en su día quien no podrá entrar, pero no nosotros.

—¿Pues por qué no entras tú también en la casa y comes con él, Andreas? —le soltó

Yohannan, el hermano de Yacob.

—Yo no digo que quiera compartir su comida, pero sí digo que Yohannon ha

bautizado también a publicanos.

Y siguieron discutiendo así hasta llegar al espacio delantero que había delante de la

casa del recaudador. Antes de entrar Yeshúa se volvió hacia los suyos, que dejaron de

discutir para mirarle.

—El físico debe estar con los enfermos —les dijo, y sonrió.

El Nazareno sabía encontrar siempre esa historia o esa frase que los dejaba

desarmados. Dio media vuelta y se acercó a la entrada, solo, ante la atenta mirada de

Mattai, que al oír el cierto griterío de los discípulos había salido de la casa para recibirle.

Llevaba una túnica elegante y la cabeza cubierta con un gorro a modo de turbante.

—Has venido —dijo sorprendido.

—Ya te dije que vendría.

—Sí, claro… —e hizo una pausa—. Bien. Entonces pasa. Sé bienvenido a mi casa.

Yeshúa cruzó el umbral. Las miradas de los hijos de Zebedeo parecieron asustar al

recaudador, y este prefirió volver tras la figura del Nazareno y entrar en la casa. Simón se

encogió de hombros e hizo un gesto de desesperación con las manos antes de marcharse.

Los Zebedeos se fueron con él.

Comerían en el patio, donde ya había varia gente esperando. El Nazareno reconoció

a los otros dos recaudadores de la oficina, que le devolvieron el saludo, aunque

parcamente. Los demás miembros de la familia de Mattai, sus hermanos y las esposas de

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estos, le saludaron con cierta prudencia. Mattai le pidió que se colocara a su izquierda en

la mesa, el lugar de más honor, y Yeshúa aceptó. Todos los demás se dispusieron a su

alrededor. La mesa era muy baja, como de costumbre, y los comensales yacían recostados

sobre esteras y algunos cojines. Trajeron un recipiente con agua para que, quien quisiera,

pudiera lavarse las manos; pues esa era una costumbre que practicaban algunos judíos240.

Luego las mujeres trajeron la comida y el vino. Todo comida kosher, apta según la ley

judía.

—¿Quieres bendecir tú la mesa? —le preguntó Mattai.

—Hazlo tú —dijo el Nazareno, y recordó con una sonrisa cuando su padre les

preguntaba lo mismo.

Mattai bendijo la mesa y así empezaron a comer.

—¿Cómo es que has aceptado venir a mi casa? —le preguntó al fin el recaudador,

sabiendo que todos allí deseaban hacerle la misma pregunta—. Como imaginarás, no

solemos tener muchas visitas —añadió.

—Porque tú me invitaste.

Mattai sonrió

—Cierto —reconoció—. Pero tú sabes que tenemos pocos invitados a causa de mi

profesión.

240 Los evangelios aluden al tema en Mc 7 y par. Aunque en época de Jesús era un asunto a discreción particular

de cada comensal, y no era obligado por ley (nota 554). // En el mismo capítulo de Marcos, se da a entender que

Jesús declaró puros todos los alimentos, contraviniendo las leyes judías (Levítico 11). Pero si esto fuera así, no

tendría sentido que Pedro, tiempo después de la muerte de Jesús, aún diera muestras de seguirlas (Hch 10,9-

11,19;15,29; Gal 2,11-14). O el mismo Santiago, el hermano de Jesús, las defendiera en la reunión de Jerusalén

como medida necesaria incluso para la admisión de los paganos (Hch 15,19-21 cf. Gal 2). Si Jesús las hubiera

abolido, tal reunión no hubiera dado a lugar. La coletilla «así declaraba puros todos los alimentos» (Mc 7,19

frag.) expresa la opinión del evangelista, Marcos, no de Jesús, y es un añadido posterior. Mateo no la incluye

(Mt 15,10-20). Jesús declaró que no era importante lo de fuera (lavarse las manos) sino lo de dentro (lo que

comemos), pero como señala E. P Sanders (La figura histórica de Jesús. 2000. p. 243), «Jesús explica que lo

que entra en una persona se evacua, pero no dice que «lo que entra no pueda manchar.» Marcos escribió su

evangelio para los gentiles, en donde el cristianismo iba ganando cada vez más sus adeptos, y extender las leyes

judías alimenticias a los no judíos hubiese frenado esa expansión. (Hablamos de todo ello en el apartado J13).

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—Un físico debe ir donde los enfermos 241 —añadió entonces Yeshúa con

naturalidad.

Los demás comensales se quedaron sorprendidos con la respuesta.

—¿Así que estamos enfermos…? —le preguntó Mattai.

—¿Y tú eres el físico que va a curarnos? —le preguntó otro. Algunos rieron y

Yeshúa sonrió.

El Nazareno tomó una torta de pan y la empezó a doblar—. Yohannon enseña que

todo aquel que lo desee de verdad, puede prepararse para recibir al Señor cuando llegue

su reino.

—¿Incluso los publicanos? —preguntó uno de los recaudadores.

—También ellos.

—¿Y las prostitutas? —preguntó uno de forma irónica.

—También242 —dijo Yeshúa mirando al que había hecho la última pregunta.

Hubo una exclamación general, especialmente entre las mujeres, que mostraron una

actitud de rechazo. Los tres discípulos que aún esperaban fuera, oyendo el griterío y las

risas de antes, decidieron, finalmente, ir a comer a casa del pescador y regresar luego a

recoger al Nazareno.

—¿Y qué hay que hacer para ser curado… físico? —preguntó Mattai con moderada

ironía.

Yeshúa untó el pan en la salsa y le dio un par de bocados. Luego les lanzó una

pregunta

—¿Qué hombre entre vosotros, con cien ovejas y que hubiese perdido una, no

241 Alusión a Mc 2,17 y par. 242 Mt 21,31-32.

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dejaría las noventa y nueve en el desierto y marcharía en pos de la perdida hasta que la

encontrara? —nadie respondió y él continuó—. Y cuando la hallase, ¿no la colocaría

contento sobre sus hombros, y al ir a casa llamaría a sus amigos y vecinos para decirles:

«Alegraos conmigo, que he encontrado a mi oveja perdida.»? —al oírlo, los comensales

se quedaron gratamente sorprendidos. No solo por lo que decía, sino por la manera en qué

lo hacía—. Os digo —añadió el Nazareno—, que mayor alegría habrá en el Cielo en lo

que atañe a un solo pecador que se arrepienta, respecto a noventa y nueve justos que,

como tales, no tengan necesidad de arrepentimiento243.

Hubo una exclamación general, aunque contenida. Mattai le sirvió más vino en la

copa, sin poder dejar de mirarlo. Yeshúa alzó los ojos hacia las mujeres y les dijo:

—¿Qué mujer que tiene diez dracmas, si pierde una, no toma una vela, barre la casa

y busca con cuidado hasta que la encuentra? Y cuando la encuentra, ¡no llama a sus

amigas y vecinas para decirles: «Alegraos conmigo, que encontré la dracma que perdí»?

—hizo una pausa para beber un poco de vino—. De la misma manera, surge la alegría

entre los ángeles del Justo respecto a un solo pecador que se arrepiente244.

Y el Nazareno siguió hablando hasta obtener el reconocimiento mayoritario de esa

gente, al menos como un hombre sabio. Al terminar de comer, mucho más opulentamente

de lo que él acostumbraba, Mattai lo acompañó hasta la entrada y le agradeció la visita

con sinceridad. Filipo, Andreas y Natanael habían vuelto de comer y esperaban allí a su

compañero. Estaban sentados y abrigados con el manto; y se alzaron al ver regresar al

Nazareno.

—Mattai —dijo Yeshúa al despedirse ante los oídos de los demás—, dentro de unos

243 Respectivamente, Lc 15,4-6. (par. Mt 18,12-13), comentada brevemente en el apartado J14 y Lc 15,7. 244 Lc 15,8-10.

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días bautizaremos a aquellos que nos lo pidan… —le dijo; y el publicano se quedó

petrificado—. Espero verte de nuevo —añadió con una astuta mirada.

Y cuando Yeshúa se alejaba, el recaudador sostuvo esta vez su mirada ante los tres

discípulos que aguardaban.

*

Habían pasado ya unos días tras la «comida» y se había armado cierto revuelo en el

pueblo a causa de ella. Pero también en el seno del grupo, especialmente con Simón y los

Zebedeos, que vivían en Cafarnahum y conocían al publicano. Pero al final, eso no

descohesionó ni deslegitimó al grupo. Yeshúa continuó hablando y tenía demasiado

carisma para no ser escuchado. Lo hizo alguna vez desde la sinagoga de la aldea,

aprovechando alguna de las lecturas. Sus compañeros también hablaban, pero se veía que

el centro de cualquier reunión terminaba siendo siempre el Nazareno. La gente lo buscaba

y le preguntaba. Los discípulos lo entendieron y no se lo reprocharon.

Al atardecer, tras comer en casa del pescador junto a los Zebedeo, Simón hacía

esfuerzos para imponer sus argumentos.

—En mi casa no. No más veces —dijo el pescador sin poder ocultar su enfado—.

Aún tengo que terminar de reparar el tejado, y mi suegra sigue recordándomelo cada día

con alguna mirada.

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—Y en la sinagoga ya estuvimos y no fue mal245 —sugirió Andreas—.

—Pero solo está la gente de Nahum —le indicó Yeshúa—. ¿Y el muelle?

—¿El muelle? —señaló extrañado el pescador.

—Sería fácil reunir a más gente. Además, desde las barcas del lago se nos vería a lo

lejos. Y puede que más gente se sintiera atraída.

Hubo un instante de vacilación en el grupo.

—¡Sí! —exclamó entonces Natanael—. Y a la vuelta esa gente explique lo que oiga

a su aldea…

—Buena idea —dijo Filipo.

—¿Vais a hablar a la gente desde el muelle? —le preguntó Simón—. ¿Y después

qué? ¿Los bautizaréis en el yam? —añadió irónico.

—Eso está fuera de lugar —repuso Andreas intentando ser constructivo—. Si

hablamos desde el muelle, y aprovechando la orilla, no habría problema de espacio —

señaló.

—Sí, pero los hombres estarán cansados por el trabajo. No tendrán ganas de

sentarse en la orilla sobre unas piedras a escuchar, sino de llegar a casa y comer —matizó

Simón.

—Nuestras palabras les darán de comer —dijo Natanael, y todos le felicitaron,

golpeándole cariñosamente la espalda o los hombros.

—Hagámoslo en el muelle —dijo Filipo.

—En el muelle —dijo Yacob—. ¡Hagamos correr la voz también! Vendrán

pescadores de otras partes del yam.

245 Según el NT, estando en Galilea, Jesús predicó a menudo en sinagogas (Mc 1,21; Mt 12,9; Lc 4,16; Jn 6,59).

Cómo ya dijimos (nota 52), esto debe tomarse con cautela; porque solo se han encontrado dos sinagogas del s.I

en esta región: Magdala y, tal vez, Cafarnahum (la de Gamla, pertenece a los dominios de Filipo). (Debatimos

sobre ello en el apartado J7).

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—Nosotros nos encargaremos de ello —dijó Yohannan, colocando su brazo sobre el

hombro de su hermano.

Andreas miró a su hermano y se encogió de hombros

—Llegaremos a más gente —añadió finalmente. Y aunque Simón dudaba, así lo

acordaron. Organizarían una charla general en el muelle para la siguiente semana.

—Otra cosa —dijo Andreas, con cierta dificultad—. Yeshúa, hemos hablado entre

nosotros… y… creemos que deberías hablar tú.

—Solo tú —especificó Filipo.

—¿Solo yo?… —dijo el Nazareno casi susurrando.

—Tú tienes facilidad por las palabras —dijo Natanael.

—Y tus palabras tienen fuerza —añadió Yacob.

Hubo un breve silencio.

—Creo que… Yohannon estaría de acuerdo —añadió Andreas.

—Y tú devolviste la voz al mudo —sentenció Filipo poniendo su mano sobre la

rodilla del Nazareno.

Yeshúa miró a todos sus compañeros y comprendió que, en general, confiaban en

él. Por eso la aceptó. Solo Simón pareció no estar del todo convencido con esa petición.

*

La noticia de la charla en el muelle se difundió con éxito, acudiendo gente desde el

llano de Genesaret y de las aldeas del lago, desde Betsaida al norte hasta más al sur de

Magdala. Pescadores, campesinos, artesanos y mercaderes. La mayoría llegaron a pie

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desde el llano o bien bordeando el lago. Algunos lo hicieron incluso en barca desde

distintas poblaciones del yam. Los discípulos de Yohannon se felicitaron por la audiencia,

tal vez doscientas personas. Yeshúa no sabía donde colocarse, pues se vio sobrepasado

por la gente. Y fue entonces cuando subió a la barca de Simón, que estaba amarrada entre

tantas otras.

—Simón, aleja ligeramente la barca del muelle, les hablaré sobre ella para que todos

me vean y me escuchen; también los de las barcas —dijo el Nazareno.

—¿Les hablarás desde la barca246?

—Sí, así lo haré.

Simón dudó un instante. Hasta que oyó la voz de su hermano

—Haz lo que te dice maldito testarudo —le soltó Andreas. Y el pescador obedeció,

aunque algo desconfiado. Entró dentro de la barca, e hizo palanca con un único remo para

alejarla. Yacob le ayudó, aflojando la cuerda de amarre, y Yohannan empujando desde el

muelle. La barca se retiró unos tres cuerpos de la orilla hasta que el ancla se tensó y la

frenó.

—La cuerda ya no da para más… —señaló Simón.

—Así me basta —respondió el Nazareno.

Desde el muelle Andreas y Filipo pidieron silencio y, poco a poco, su petición

obtuvo respuesta favorable. Lentamente el suave oleaje colocó la barca transversal al

muelle, y Simón, desde la popa, jugó sin dificultades con el remo para mantenerla así.

Yacob y Yohannan le sonrieron desde la orilla, y el pescador suspiró y negó con la cabeza

con una expresión medio dubitativa muy suya. Yeshúa se mantuvo en pie, apoyado en el

mástil con la vela plegada, y se posicionó delante de la gente antes de hablar. Vio a

246 Mc 4 y par.

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Mattai, algo alejado, y le sonrió. Luego respiró profundamente antes de empezar, y

entonces le pareció que estaba haciendo lo que debía…

—Vengo a hablaros de Yohannon bar Zacarías, que bautiza en el Jordán y anuncia

la pronta llegada del Reino de los Cielos a nuestra tierra. Muchos habréis oído hablar de

él. Es un hombre humilde y recto, que no espera nada para sí mismo, y que todo lo da por

hacer esta llamada —el Nazareno hizo una pausa para tomar aire—. Vengo a hablaros de

un Reino para el que hay que estar preparado; y para el que no hace falta dinero, ni

posesiones, ni joyas para entrar, sino misericordia y rectitud. Como anunciaron los

antiguos profetas, el Reino de los Cielos llegará pronto, y para que podamos entrar en él,

debemos cambiar. Un cambio que nace de dentro de cada uno de vosotros. Sabed que

Yohannon lleva ya tiempo bautizando con agua del Jordán a aquellos que desean hacer

ese cambio.

Yeshúa hizo una breve pausa para ver si le seguían. Creyó que muchos no del todo,

y contó la parábola del pescador y la red, como ya había hecho en anteriores ocasiones

cuando estaba ante gente de este medio. La gente le entendió mejor, y Yeshúa lo notó en

sus expresiones. Pensó en continuar hablando de esa misma manera, porque funcionaba

bien:

—El Reino de los Cielos es semejante a un tesoro escondido en un campo que un

hombre encontró, y luego volvió para esconderlo. Y por la alegría que le dio, vendió todo

lo que tenía y compró aquel campo —percibió la sorpresa de sus rostros ante tales

palabras, pero le pareció que le entendían. Y continuó—. El Reino de los Cielos es igual

al de un hombre que comerciaba con las perlas más bonitas. Y al fin llegó el día en que

encontró una que era, en verdad, preciosa, excepcional. Ese día vendió sin dudar todo

cuanto tenía para poder comprarla. ¿Y sabéis por qué? —Yeshúa hizo una breve pausa y

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vio que le seguían—. Porque así será la joya de hallar el Reino de los Cielos247.

Había silencio; todos escuchaban. Y solo el leve ruido del pequeño oleaje que

llegaba a la orilla, o chocaba contra el pequeño muelle, podía perturbar las palabras del

Nazareno. Hablaba ahora de una forma tan sencilla que todos, hasta los niños, parecían

entenderle. Más gente de la aldea se iba acercando para poder escucharle, aunque

armaron cierto ruido y algunos pidieron silencio. Simón, sentado en la popa de su barca,

no le sacaba la vista de encima, y ojeó al Nazareno de arriba a abajo mientras hablaba:

apoyaba su peso sobre unas sandalias muy sencillas, y llevaba una larga túnica con flecos

en el reborde inferior que le llegaba hasta la rodilla y que sujetaba con un estrecho

cinturón. El tronco iba además cubierto por un manto de lana y un zurrón le caía cruzado

sobre el hombro izquierdo. Llevaba el pelo bastante largo y una barba muy corta.

Mientras hablaba, el pescador se fijó en sus expresivas manos, de largos y gruesos dedos,

con los nudillos grandes y algunos callos. Y en sus gestos, muy vivos, y apoyados en una

mirada penetrante pero agradable, sobre una nariz aguileña y una tez muy morena. Y se

preguntó quién era ese hombre. De dónde había salido. Le dijeron que Yohannon le tenía

estima, y empezó a entender el por qué. El Nazareno tenía un carisma especial que

impulsaba a escucharlo, a querer estar cerca de él. Hablaba con una seguridad a veces

desconcertante, pero que reconfortaba, atraía y, debía reconocerlo, hacía querer creer en

él. Entonces Yeshúa se giró y su mirada hizo blanco en los ojos del pescador; quien, tras

verse sorprendido en su examen, bajó un instante la mirada. Como si le hubieran

descubierto haciendo algo inapropiado. Pero Yeshúa se volvió al público y respondió

cuando le preguntaron.

247 Respectivamente, la parábola del tesoro en Mt 13,44; EvT (Evangelio de Tomás)109, y la parábola de la

perla en Mt 13, 45-46; EvT 76.

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224

—¿Es ese Bautista el Mesías que dicen ha de venir? —preguntó al fin uno de los

oyentes, recogiendo la voluntad de muchos de conocer la respuesta. El pueblo galileo ya

había conocido a muchos pretendientes mesiánicos, y todos habían terminado de la

misma manera: ejecutados.

—Yohannon no es el mesías sino un profeta auténtico. Un profeta como los de antes

—les dijo —, que habla por boca del Señor. Un profeta como aquellos de los que

escuchamos en la sinagoga. Y nos anuncia el cumplimento de lo que esos mismos

predicaban: la llegada del Reino de los Cielos, que está hoy muy cerca.

Hubo un murmullo general en medio del cual se percibía el interés en las caras de

los aldeanos. Uno de ellos, un hombre anciano con pocos dientes en la boca, trató de

hablar, pero su hilo de voz era apenas audible en medio del murmullo y el ruido del

oleaje. Al fin, los discípulos impusieron silencio y se le escuchó.

—Si algo sé, hijo —dijo el viejo —, es que este mundo recompensa a los

avariciosos e incluso a los malvados. Dime, pues, ¿cuándo se hará justicia? ¿La haremos

nosotros? ¿La hará ese Bautista?

El Nazareno frunció el ceño tratando de oír bien la pregunta. Al terminar esta, miró

al anciano y tras un instante de duda, le sonrió antes de responder.

—Te contestaré. Un hombre sembró buena simiente en su campo, pero mientras sus

hombres dormían, vino su enemigo, sembró cizaña en medio del trigo y luego huyó.

Cuando brotó la hierba y produjo fruto, entonces apareció también la cizaña. Tras verlo,

los siervos del dueño de la casa le dijeron: «Señor, ¿no sembraste simiente buena en tu

campo? ¿De qué pues, tiene ahora cizaña?» Y él les contestó: «El enemigo lo hizo».

Entonces los siervos le dijeron: «¿Quieres entonces que vayamos y la recojamos?» Pero

él les respondió: «No, no sea que al recoger la cizaña arranquéis a la vez el trigo. Dejad

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que crezcan ambos juntos, el trigo y la cizaña, hasta la siega; y entonces diré a los

segadores: recoged primero la cizaña y atadla en gavillas para quemarla, pero el trigo

reunidlo en mi silo».248

El anciano, tras sopesar la respuesta, sonrió y asintió con la cabeza. Dios se

encargaría de poner justicia en este mundo, no los hombres. El Nazareno siguió así

hablando un buen rato. Los allí reunidos descubrieron una forma especial y sencilla de

contar las cosas importantes. Muchos le preguntaron entonces por otros temas: sobre la

ley, los pobres,... y Yeshúa mostró siempre buen juicio y compasión en responder.

Cuando terminó no fueron pocos los que se le acercaron, ya para saber más, ya por

curiosidad. Yeshúa se vio entonces en el rol de Yohannon y se sorprendió. Un hombre de

Magdala, conocido de Simón, le invitó para que viniera a su casa, y Yeshúa aceptó,

acordando que iría próximamente. Unas mujeres le trajeron comida, cosa que le

sorprendió pero que fue bien recibida por el grupo. Un matrimonio de jóvenes

campesinos le trajo su bebé primogénito para que le impusiera las manos. Y Yeshúa puso

sus manos sobre la cabeza y el cuerpo del pequeño y lo bendijo. Y ya no se sintió tan

extraño al hacerlo.

Antes de que la gente se dispersara, Yacob y Andreas alzaron la voz.

—Dentro de dos días bautizaremos a aquellos que lo deseen —dijo Filipo.

—Nos encontraremos de buena mañana delante de la casa de Simón, e iremos todos

juntos hacia el Jordán —añadió Andreas—. Su casa está casi enfrente de la sinagoga. En

cualquier sitio del pueblo os indicarán. La paz esté con vosotros.

El murmullo pareció reflejar cierto consenso entre la gente. El pueblo había recibido

248 La parábola del trigo y la cizaña (Mt 13,24-30; EvT 57) no es aceptada por muchos historiadores. (La

explicación que la sigue no procede del Jesús histórico sino del evangelista y no la incluimos). En contra de la

historicidad de la parábola está el hecho, por ejemplo, que es exclusiva de un evangelista. A favor, por ejemplo,

está su contexto escatológico. (Hablamos de ella en el apartado J14).

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bien la proclama. Mattai quería acercarse al Nazareno, se sentía en paz consigo mismo

tras haberle escuchado; pero no se atrevió ante tanta gente y prefirió retirarse. Al rato,

cuando todos regresaban ya a sus hogares y las barcas volvían ya a sus puertos, Yeshúa

recibió la felicitación de todo el grupo: Yacob y su hermano menor, Filipo y Natanael,

Andreas y también su hermano Simón.

—De ahora en adelante, habla tú —le dijo el pescador—. La fuerza de Yohannon…

está también en ti —Andreas se alegró al oír esas palabras de boca de su hermano. Yacob

le dio una fuerte palmada de las suyas en la espalda y Yohannan le sacudió

afectuosamente del hombro.

*

Al cabo de dos días un pequeño grupo de unas veinte personas se presentó delante

la casa del pescador. Los Zebedeos, que hacían guardia delante de la casa, vinieron a

avisarlos. El grupo se alegró al recibir la nueva, aunque hubiese deseado un número

mayor dado los que habían asistido a la reunión. Tras salir a recibirlos el grupo avanzó en

dirección este hacia el río Jordán. Antes de empezar con la ceremonia quisieron hacer una

labor previa, recordando a la gente el cambio de vida que el bautismo suponía. Cuando se

aseguraron que lo entendían decidieron bautizarlos. Para hacerlo los dividieron en cinco

grupos, y cada discípulo cogió a cinco personas. Así se formaron grupos alrededor de

Andreas, Simón, Filipo, Natanael y Yeshúa. Siendo los dos hijos de Zebedeo, Yacob y

Yohannan, bautizados por el Nazareno a petición propia. Cada discípulo repitió con gozo

las palabras de Ezequiel que tantas veces había oído en boca del maestro. Y para ellos,

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bautizar, fue algo aún más grande que para los propios bautizados. Todos compartieron

leche y algo de miel, como habían hecho alguna vez cuando convivían con Yohannon.

Ya habían terminado cuando llegó Mattai. El publicano pasó andando entre los

discípulos, que lo miraron con sorpresa y desconcierto. Se quitó la túnica en silencio y la

guardó entre sus manos. En calzoncillos, avanzó hacia donde estaba el Nazareno.

—Bautízame —le dijo, y dejó a los discípulos petrificados. Simón pareció enojado

y dio un par de pasos hacia él, cuando Andreas le detuvo.

—Espera —le dijo sujetándole del brazo—. Yeshúa fue a su casa para eso. No lo

estropees ahora. Si es digno o no, el Señor lo dirá.

El pescador se contuvo y miró a Yacob, quien asintió en favor de las palabras de

Andreas. Y Simón no dijo nada.

Ante la mirada de los demás discípulos, Yeshúa explicó brevemente al publicano lo

que significaba aquel acto y el cambio de vida que se le pedía. Mattai ya sabía que

debería dejar su trabajo. Pero aceptó. Yeshúa repitió de nuevo las palabras de Ezequiel y,

al terminar, puso las manos en los hombros del publicano y lo sumergió en el arroyo.

Cuando salió, Yeshúa no le soltó aún y Mattai le correspondió con una sonrisa sincera.

Filipo y Natanael se acercaron y fueron los primeros en felicitar al recaudador. Luego

Andreas. Los Zebedeos hicieron una leve salutación con la cabeza y Simón se limitó a

gruñir algo indescifrable.

Al terminar, todos los discípulos estuvieron de acuerdo en establecer un día a la

semana para aquellos que quisieran manifestar, con el bautizo, su intención de participar

en el Reino que se avecinaba.

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228

*

El bautismo y el cambio de Mattai provocaron gran revuelo en la aldea porque

Yeshúa no se había mostrado interesado en una conversión completa del recaudador. Así,

no le pidió que devolviera dinero a la gente, o que cumpliera el castigo que marcaba la

Ley249. Si esto se hubiese producido, el Nazareno no hubiese sido mal visto por tratar y

ahora hacerse acompañar por un pecador plenamente arrepentido. Pero, como señaló

Yohannon, el Justo estaba a punto de intervenir en el mundo instaurando su reino, y

Yeshúa no se preocupó tanto por exigirle a Mattai que devolviera lo que marcaba la ley.

Se conformó con su arrepentimiento sincero y el cambio de vida, pues desde entonces el

publicano dejó de ejercer su profesión. El Nazareno consideró así que si Mattai ya le

seguía, ya había tomado el camino adecuado para salvarse y participaría del reino. Para

alguno de los discípulos el escándalo fue más bien que Yeshúa se considerase con

derecho a decidir quién entraría en el Reino. Además, ellos se veían en la difícil situación

de justificar la acción de Yeshúa ante los aldeanos de Cafarnahum. El Nazareno lo sabía y

por eso había contado en público las parábolas de la oveja perdida y de la dracma perdida,

como había hecho ya en casa de Mattai. Pero un día, además, y compartiendo

precisamente una comida en grupo —las comidas se compartían entre personas de igual

honor, por ello los discípulos se mostraban tan contrariados con la presencia del

recaudador—, Yeshúa quiso añadir esta historia:

Un hombre preparaba un gran banquete y llamó a muchos. Y a la hora del banquete

envió a su siervo a decir a los invitados: «Venid, que ya está preparado». Entonces

249 Lev 5.

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comenzaron a excusarse todos a una. El primero le dijo: «Compré un campo y tengo

necesidad de ir a verlo; te lo ruego, excúsame», y otro le dijo: «Compré cinco yuntas de

bueyes y me voy a probarlas; te lo ruego, excúsame», y otro aún le dijo: «Me he casado

con una mujer y por eso no puedo ir»; y una vez se presentó el esclavo contó a su señor

todo. Entonces, enfadado, el señor de la casa dijo a su siervo: «Sal rápido a las plazas y a

las calles de la ciudad y trae aquí pobres, tullidos, ciegos y cojos», y al poco le dijo el

siervo: «Señor ya está hecho lo que mandaste y todavía hay sitio». Y le dijo entonces el

señor al siervo: «Ve a los caminos y a los cercados, y haz venir a la gente para que se

llene mi casa, pues os aseguro que ninguno de aquellos hombres invitados gozará de mi

banquete»250.

Un silencio se cernió sobre el grupo, reflejo que los discípulos comprendían bien

porque el Nazareno les había contado esa historia. Poco a poco, todos miraron de reojo a

los Zebedeos, quienes, a su vez, miraron de reojo al pescador, quien se encogió de

hombros.

—Aquellos que lo deseen —añadió Yeshúa —, aunque sean enfermos o pecadores,

tendrán su lugar en el Reino. El Señor sabrá escoger a los justos, a los arrepentidos. En

cambio, aquellos que lo rechazan, ellos serán condenados al fuego251.

La historia ayudó en la integración de Mattai al grupo y, al poco tiempo, dejaron de

sentirse recriminaciones al respecto.

250 Parábola de la gran cena o el banquete de bodas (Mt 22,1-14; Lc 14,15-24; EvT,64), aunque optamos por la

versión lucana del relato, pues Mateo engrandece el relato, lo alarga con una segunda parábola, convierte al

propietario en un rey y, además, en un versículo (v.7) parece hacer una alusión a la destrucción de Jerusalén,

hecho que no ocurriría hasta unas décadas después, y se considera añadido del evangelista. El evangelio copto

de Tomás presenta una estructura todavía más simple que la lucana. (Puede leer más en el apartado J14). 251 Este pasaje es nuestro, pero es bastante acorde con Mt 10,14-15 o Mt 11,21-24 y par.

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*

Yeshúa, Filipo y Natanael llevaban ya algún tiempo en casa de Simón, y

compaginaban sus charlas, y algún bautismo, ayudando de vez en cuando al pescador en

su oficio. Era una forma de agradecerle el que les dejara quedarse en su casa y compartir

el pan con ellos. Cierto día decidieron ir a Magdala, a visitar al amigo de Simón que les

había escuchado el día del sermón desde la barca. Los discípulos, pues, salieron a faenar

muy temprano, y se repartieron entre la barca de Simón y la de los Zebedeos. Mattai

también les acompañaba. Al obtener la carga, ambas naves pusieron rumbo a Magdala,

donde esperaban vender la captura y comer luego en casa del amigo del pescador.

Magdala252 era una pequeña ciudad vinculada con la pesca en el yam. Aunque

tampoco tenía muralla, contaba con una población mayor que Cafarnahum y vivía, en

parte, encarada al comercio. Se encontraba en la orilla oeste del lago, a unos 25 estadios

de Cafarnahum y a casi 50 de la capital que Antipas estaba construyendo más al sur,

siguiendo patrones helenísticos y con abundante población pagana, y a la que había

puesto el nombre del emperador de Roma, Tiberio. De hecho, la construcción de

Tiberíades estaba haciendo daño a la cercana Magdala, pues absorbía parte de sus

funciones. La mayoría de judíos evitaba Tiberíades, pues se consideraba una ciudad

impura al haberse construido en una zona donde había un cementerio judío. Por esa razón

se estaba poblando mayoritariamente con gente pagana o con judíos poco piadosos que

aceptaban vivir cerca de las tumbas, lo que convertía la ciudad en doblemente impura.

252 Aunque explícitamente la ciudad no es citada en los evangelios, muchos autores consideran que tanto la

región de Dalmanuta, citada por Marcos (Mc 8,10), como la región de Magadán, por Mateo (Mt 15,39), se

referirían a ella. (Más información sobre ella en el apartado H11a.i4).

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Yeshúa no era una excepción a esa visión, y nunca mostró interés en predicar allí.

Magdala, en cambio, era muy diferente, pues aunque contaba con una importante

población pagana, la mayoría dedicada al comercio, esta convivía de buenas maneras con

la población judía del lugar. En parte, la ciudad vivía de la industria de la preparación del

pescado para la exportación, especialmente durante los meses de invierno cuando la pesca

era buena. Pero también había florecido la industria del tinte, así como la de la

construcción de barcas de pesca, que proporcionaba embarcaciones para las poblaciones

costeras del yam. Del comercio se vivía todo el año; pues la ciudad era un punto de paso

de mercancías casi obligado, desde Siria o la lejana Babilonia hasta Egipto, por su buena

conexión con la via maris253. Pero también permitía, atravesando Galilea, conectar con la

costa del Mar Grande, donde su pescado salado sería exportado hasta inclusive la misma

Roma.

Las dos barcas fondearon en uno de los amarraderos de piedra del muelle, pasando

una cuerda por el agujero que tenían y haciendo un lazo marinero. El muelle de Magdala

era el mayor del yam hasta la fecha, y daba cabida tanto a las barcas de pesca como a las

comerciales que venían de los distintos puertos del este y norte del lago. Los galileos

descargaron la pesada carga con cierta rapidez, pues había varios hombres en cada una

para hacerlo, e hicieron tratos en el mismo muelle sin necesidad de subir al mercado que

había junto a la sinagoga. Un agoranomos supervisaba la corrección del sistema de pesas

utilizado, así como posibles conflictos entre vendedores y compradores durante las

transacciones. Obtuvieron un buen precio y fueron a comer a casa del amigo de Simón,

como ya habían acordado previamente. Noticias sobre el Nazareno habían llegado

253 Via Maris: ruta usada también para el comercio de productos de Oriente (Mesopotamia) hasta Egipto –

muchos de ellos de lujo–, siguiendo en parte el levante mediterráneo. Israel/Palestina se encontraba entre medio

y se beneficiaba, directa o indirectamente, de este comercio. (Puede leerse más en el apartado I1f2).

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también a Magdala, en parte difundidas por las voces del amigo del pescador, y Yeshúa

fue bien recibido por este y otros comensales que mostraron interés en conocerlo. De

nuevo, mientras comían, habló Yeshúa sobre el reino como solía hacer, respondiendo a

sus dudas y preguntas valiéndose a veces de historias, y les encantó. Shalom254 una de las

hijas del anfitrión, se mostró vivamente interesada, y antes de terminar la comida

comunicó discretamente al sirviente que hiciera venir a su tío, pues el Nazareno gozaba

también de reputación como exorcista.

Les acompañó en la comida Juana, la esposa de Cusa255, un intendente que servía a

Herodes Antipas en su palacio de Tiberíades. La mujer, de buena posición y amiga de la

familia, prefería vivir en Magdala y no en Tiberíades, la capital de Galilea, donde su

marido se veía obligado a residir por formar parte de los funcionarios de la corte del

tetrarca de Galilea y Perea. En Magdala, evitaba así la impureza de Tiberíades. Además,

la pequeña ciudad contaba también con algunos refinamientos, y así podía disfrutar de

unas bonitas termas, además de ser la ciudad judía más cosmopolita del lago. Como Juana

había oído hablar del Bautista, y cómo, por su posición no podía conocerlo directamente,

se interesó por saber de él a través de uno de sus principales discípulos, Yeshúa ha-Notsrí.

No acudió sola, sino acompañada por una amiga, Susanna. La conversación les resultó

254 Shalom: Marcos cita a una seguidora de Jesús llamada Shalom (Salomé) (Mc 15,40-41;16,1). Hay escasísima

información sobre ella y los historiadores no se ponen de acuerdo sobre quien era realmente. La visión

tradicional considera que Shalom era la madre de los hijos de Zebedeo (Jaime y Juan, miembros de «los Doce»)

basándose en la lectura conjunta de dos pasajes neotestamentarios (el citado Mc 15,40 y Mt 27,56). Sin

embargo, esta relación no es tan fiable como se pueda creer. Una visión más prudente la considera una

seguidora o discípula de Jesús. Este personaje aparece también en varios apócrifos, el más célebre de los cuales

es el evangelio de Tomás (EvT 61). Algunos autores han postulado también que pudiera ser una de las hermanas

del Nazareno citada por Hegésipo. (Hablamos más en el apartado J15b). 255 Lc 8,2-3 refiere el nombre de algunas seguidoras de Jesús que le «asistieron con sus bienes», entre ellas

María Magdalena, Susanna y Juana, la mujer de Cusa, un intendente de Herodes Antipas. Algunos autores

piensan que Lucas acrecentó el estatus económico de estas seguidoras, añadiendo la frase entrecomillada, pues

el pasaje de Mc 15,40-41, que pudo ser su base, solo explicaba que estas mujeres «le seguían y ayudaban».

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agradable, y Juana hizo un pequeño donativo a la bolsa del grupo que fue bien recibido256.

Poco antes de finalizar la comida llegó el hermano del anfitrión, alertado por

Shalom. Habló con un sirviente y se quedó esperando fuera, pues no quiso interrumpir la

comida. Al poco, salió Shalom y le informó directamente de la presencia del Nazareno, y

una vez terminada la comida, Shalom pidió a Jesús que escuchara a su tío por si acaso él

pudiera hacer alguna cosa. La hija de este, su prima, llevaba unos años enferma. El

Nazareno asintió y salió de la casa. Los demás discípulos le acompañaron.

Yeshúa descubrió a un hombre relativamente mayor, pero muy envejecido; con un

carácter fuerte, aunque debilitado ahora por la tristeza, y un semblante pálido que iba a la

par con una mirada baja. Sin embargo, al verlo, el hombre trató de mostrarse agradable y

le saludó con respeto. Con cierta dificultad le contó su caso y el de su desdichada hija, la

situación de la cual se había agravado en los últimos meses al punto que su familia había

tenido que encerrarla en una habitación de la casa, pues temían ya por la vida de sus otros

miembros. La posesión de la joven había empezado al poco de morir su hermano

pequeño, Esdras, quien había sido una alegría para todos en la casa. Físicamente Esdras

se parecía mucho a su padre, lo que llenó a este aún de mayor orgullo. Pero cierto día,

como explicó el padre, un demonio penetró en él y le llevó a la muerte. Pues el joven

cogió fiebres, y a los pocos días su cuerpo empezó a sufrir fuertes contracciones, primero

en la cara y luego por todo el cuerpo, como si potentes golpes lo sacudieran sin cesar. Al

final, las fuertes contracciones conseguían levantar casi todo su cuerpo de la cama,

llegando a ponerse tan erguido que podía apoyarse solo con los talones y el último

extremo de la cabeza. En una de esas violentas contracciones se cortó la lengua257. Ante

256 Juan explica que el grupo tenía una bolsa de dinero común para todos (Jn 13,29). 257 Hay una alusión al tétanos.

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tal horrible espectáculo, algunos creían que eran muchos los demonios que albergaba su

cuerpo. Y usaban el número siete, que significa muchos, para indicar tal magnitud. La

desgracia familiar fue enorme pues temían que el alma de su hijo estuviera condenada

para siempre. Pero tras su muerte, la desgracia de la familia no terminó, y al poco su

única hija, la que más unida estaba al joven Esdras, y que contaría unos dieciocho años —

aunque todavía no estaba casada—, empezó a comportarse de un modo extraño. Hablaba

sola, o con alguien a quien ellos no veían, se enojaba sin motivo aparente, hacía

movimientos bruscos con las extremidades y, más tarde, empezó a proferir insultos y

hasta a hacerse daño. Los muchos pretendientes que tenía la dejaron. Sus padres

entendieron que los mismos demonios que habían invadido el alma y el cuerpo de su

pequeño Esdras, se habían apoderado ahora del alma de su hija, y que moriría pronto. Sin

embargo, pasaron las semanas y los meses, y ella no murió, aunque su comportamiento

empeoraba. Supusieron que su desdichada alma estaba aún luchando contra los mismos

siete demonios de su hermano258. Un exorcista la había visitado tres veces, pero no había

podido hacer nada. Sus otros dos hijos —le contó el padre—, aunque no lo dijeran,

estaban asustados, pues temían ser ellos los siguientes. El padre apenas podía terminar de

contar la historia sin derramar lágrimas y Yeshúa, conmovido, accedió a su ruego; tal vez

también, como agradecimiento por la comida recibida.

—Iré contigo a tu casa —dijo el Nazareno.

—Gracias. Te lo agradezco —dijo secándose los ojos con las manos—. Verás, ella

ha sido siempre tan buena. Su madre murió cuando ella contaba solo doce años y desde

entonces se quedó con nosotros. No se casó y cuidó de su hermano pequeño, de mí, y

258 Esta es una interpretación libre del citado pasaje de Lucas (Lc 8,2), al que se trata de dar una explicación,

siguiendo los cánones de la época. Los siete demonios, por ejemplo, podrían ser también entendidos como una

enfermedad y no como una posesión.

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también aprendió a llevar la casa. Es bonita y tenía varios pretendientes, pero cuidó de

nosotros cuando más lo necesitábamos.

El Nazareno pensó en seguida en él mismo, cuando ocupó el lugar de su padre al

morir este prematuramente. Y simpatizó con la joven aún antes de conocerla.

—Es tan buena… que no puedo entender porqué le está sucediendo esto… Mi hijo

pequeño primero, tan inocente, y luego mi hija, de la cual no puedo sino decir cosas

buenas. Y —añadió el hombro con un nudo en el cuello— hace ya tiempo que me

pregunto si… si… —el Nazareno le miró, sabiendo de antemano lo que iba a decirle—, si

el pecado no será mío —añadió el padre con gran pesar.

—Entiendo —se limitó a decir—. Vayamos pues.

—Gracias —dijo complacido—. Tus discípulos pueden venir si así lo quieren.

Al oír eso Yeshúa se quedó sorprendido, casi petrificado. ¿Sus discípulos? Sus

compañeros se miraron desconcertados y durante un momento no supieron tampoco como

reaccionar. Optaron por no decir nada, pues entendieron que el hombre no había querido

cometer ninguna falta, y solo había comunicado lo que le parecía. Si hubiera participado

de la reunión habría entendido que todos ellos eran discípulos del profeta que bautizaba

en el Jordán.

—¿He dicho algo inconveniente? —preguntó cautelosamente ante esas miradas de

desconcierto.

—Somos todos discípulos del Bautista —le aclaró el Nazareno.

—¡Oh! lo siento —dijo Zaqueo, que así se llamaba el hombre—. Creía que…

Perdonad si os he ofendido —dijo al grupo—. Por favor, venid también conmigo a mi

casa si lo deseáis.

Los discípulos accedieron. Yeshúa marchó delante hablando con el hombre,

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mientras ellos les seguían de cerca.

—¿Has oído eso? —preguntó Filipo—. Nos considera discípulos de Yeshú.

—Sí, lo he oído—repuso Andreas—. Él no ha participado de la mesa.

—Pues a mí no me desagrada la idea —añadió Yohannan.

—¿Cómo? —preguntó Andreas.

—Ni a mí —repuso Yacob.

—Vosotros dos no habéis estado con el Bautista, pero él es nuestro maestro, como

bien ha dicho Yeshúa —concluyó Andreas.

—¿Tú qué opinas Simón? —le preguntó Yacob con discreción.

—Yo soy discípulo de Yohannon —repuso inicialmente sin dudarlo—, pero Yeshú

habla de un modo… que no sabría explicar —añadió en voz baja. Aunque no quiso

agregar nada más a lo dicho.

El hombre los llevó a su casa. Sus dos hijos mayores, también muy apenados,

salieron a recibirlos. Ambos hermanos rodearon las manos del Nazareno con las suyas,

agradeciéndole que hubiera aceptado venir. Zaqueo llevó a los visitantes a la habitación

donde estaba la joven posesa. Olía mal. La joven a veces se hacía sus necesidades encima

y no dejaba que la cambiaran con facilidad. Solo Yeshúa y el padre entraron, dando un

par de pasos. La chica no estaba atada, aunque se veían marcas en sus muñecas.

—A veces tenemos que atarla —se justificó Zaqueo— para que no nos arañe o

golpee cuando le damos de comer.

La joven daba vueltas por la habitación, cerca de la pequeña ventana sin cristal,

visiblemente enfadada, con la cabeza baja, los puños cerrados y los brazos cruzados

delante del cuerpo. Llevaba el pelo tan enmarañado cubriéndole la cara, que era difícil

calcular su edad. Pero por sus movimientos se percibía su juventud. A veces se paraba y

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gritaba algo incomprensible, o miraba hacia arriba y alzaba los brazos. Luego los

replegaba de nuevo contra su pecho, bajaba la cabeza y seguía andando. Yeshúa la

observó un rato antes de hacer nada.

—Miryam, hija. He venido con alguien que quiere ayudarte —dijo amablemente

Zaqueo, pero ella no pareció atender. Siguió andando y gesticulando. Al poco se paró en

seco, se tumbó en la cama y apretó las manos, los dientes y todo el cuerpo. Entonces se

levantó, casi como un arco, apoyada solo por los pies y la cabeza, y contrayendo los

músculos de la espalda y de las piernas.

—¿Lo ves? —le dijo el padre—, ¿ves como se curva? Lo mismo hacía nuestro

Esdras.

—Entiendo —dijo el Nazareno—. Déjame solo.

—Sería mejor que la atara antes —le recomendó el padre.

—No.

—Es peligroso —advirtió.

Yeshúa hizo un gesto amable con la mano y el padre se retiró, acercándose al resto

que aguardaba tras el umbral. La joven se había sentado ahora en la cama y miró de reojo

al Nazareno, a través de una mata de pelo negro y enmarañado.

—Me llevé a Esdras y ahora me llevaré a esta sucia perra —dijo la joven—. Mala,

mala, mala y sucia perra…. me la llevaré también.

Yeshúa la observó sin decir nada todavía. Ella le miró fijamente.

—¿Y tú? ¿Y a tú qué? ¿Qué hay entre tú y yo259? —le dijo ella hablando a

trompicones a través de su pelo completamente desaliñado.

Yeshúa siguió sin responder.

259 Expresión de Mc 5,7.

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—Cerdo. Bastardo —dijo ella—. Eres un bastardo lo sabías. Bastardo, bastardo.

Yeshúa siguió de pie inmóvil, observando antes de dirigirse a ella. El demonio

parecía conocerlo…

—¿Sabes dónde está Esdras?

La joven empezó a hacer movimientos repetitivos con los brazos, emitiendo

gemidos y alguna palabra incomprensible.

—¡¿Dónde está Esdras?!

La joven empezó a moverse cada vez más rápido, incluso violentamente. Se tumbó

en la cama y volvió a arquearse y a gritar. El padre y los hermanos no sabían si debían

intervenir, pues la situación se volvía muy agitada, pero los hijos de Zebedeo les

contuvieron. Y la joven seguía con sus movimientos, sus sacudidas y sus gemidos.

—Esdras está maldito… —dijo la joven—. Con-de-na-do… Mal-di-to.

Siguió moviéndose y luego empezó a insultar a Yeshúa sin parar, usando diferentes

tonos de voz, hasta que el Nazareno la interrumpió.

—Esdras aguarda el día del Señor —le dijo Yeshúa con tono reposado.

—¡No! Bastardo —y la chica se levantó de una sacudida y fue derecha hacia el

Nazareno. A punto estaba de alcanzarlo…

—¡Espíritu impuro! —gritó Yeshúa con una mano alzada y la otra puesta sobre la

frente de la niña. Y su voz retumbó en la habitación.

Al oírlo, la joven se tapó los oídos con las manos, apretó los dientes y pareció

paralizarse, cayendo de rodillas y luego completamente sobre el suelo. Respiraba

angustiosamente, hablando sin hablar y emitiendo voces disonantes. Los demás, en la

entrada de la habitación, seguían la escena con suma atención. Yeshúa la cogió y la puso

sobre la cama. Entonces la sujetó con sus grandes manos por los brazos y acercó su cara a

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la suya muy despacio. La joven le miraba sin dejar de respirar aceleradamente. Quería

moverse pero él no la dejaba. Entonces Yeshúa emitió un grito igual de poderoso:

—¡Espíritu impuro!

La joven temblaba y su respiración se aceleró aún más. Cogía aire en cada

inspiración pero apenas podía soltarlo y ya volvía a inspirar.

—¡Sal ahora y para siempre del alma de esta mujer! —le gritó de nuevo. Y Yeshúa

la sacudió con una fuerza brutal—. Porque al igual que el alma de esta joven es pura, lo

es también el alma de Esdras, que será llamada por el Señor cuando llegue su día.

Al oír eso, la joven pareció colapsarse y perdió el conocimiento.

—Agua —pidió Yeshúa.

Zaqueo entró en la habitación temiendo que su hija hubiese muerto. El mayor de los

dos hermanos tuvo la serenidad suficiente para abandonar la habitación y traer un cuenco

lleno de agua limpia del pozo. Yeshúa cogió un pañuelo limpio de su zurrón, lo enjuagó

en el agua y lavó la cara de la joven: sus labios, sus mejillas y su frente. Por fin pudo ver

su rostro con claridad. Al fin, la muchacha despertó y poco a poco abrió los ojos,

sorprendiéndose al ver al desconocido tan de cerca. Pareció entonces recordar

progresivamente lo que había pasado. El Nazareno le sonrió.

—Miryam —dijo su padre.

—Papá. Me siento bien por dentro —respiró hondo un par de veces—. No me

cuesta ya respirar.

—¡Alabado sea el Cielo! —dijo el hermano que había traído el cuenco. También su

hermano menor se adelantó para tocarla.

Los ojos de la joven contemplaron a cada uno de los allí reunidos y empezó a llorar.

Su padre, arrodillado junto a ella, la abrazó con fuerza.

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—Mi niña.

—Esdras está… muerto, padre —dijo al fin la joven, con mucho esfuerzo entre

tanto llanto.

—¿Pero qué dices criatura?

—Esdras está muerto.

—Sí, hija mía. Ya lo sé —dijo Zaqueo aún desconcertado—. Tu hermano murió.

—Su alma… ¿su alma está a salvo, verdad? —preguntó.

Su padre miró al Nazareno buscando una respuesta tranquilizadora.

—Ninguna alma inocente puede ser condenada —dijo Yeshúa—. Esdras reposa

ahora en el sheol hasta el día en que será llamado por el Señor —sentenció con una

firmeza rotunda. Y la chica se alegró mucho al oír eso y le apretó la mano

instintivamente.

—Yo le… —y la joven se esforzaba en continuar—. Yo… le… quería tanto —le

dijo a Yeshúa, que asentía afectuosamente.

—Ya lo sé mi niña —dijo Zaqueo reclamando su atención.

Entonces ella volvió la mirada a su padre.

—Yo… le… le quería tanto —dijo con esfuerzo. Y rompió a llorar de nuevo.

—Ya sé, ya sé pequeña —su padre pareció comprender lo que le decía y su enorme

sufrimiento. Y la abrazó aún más fuerte.

Zaqueo alzó de nuevo la mirada para ver al Nazareno, que ya se había levantado

—¿Está curada verdad? —le preguntó.

—Lo está —dijo Yeshúa asintiendo con la cabeza.

—Bendito sea el señor. Es un milagro —dijo ahora Zaqueo, sin dejar de abrazar a

su hija y con la mirada puesta en el Nazareno.

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—Solo el Cielo hace milagros —respondió Yeshúa, sorprendido al usar las mismas

palabras que alguna vez había oído pronunciar a su padre260.

Los discípulos lo presenciaron todo desde fuera de la habitación y empezaron a

preguntarse quién era realmente ese hombre de Nazaret, a quien incluso los demonios

obedecían. Empezaron a creer que Yeshúa no podía ser solo un discípulo de Yohannon

como lo eran ellos. Yeshúa ha-Notsrí era alguien diferente. Tal vez Yohannon le había

transmitido algún conocimiento especial cuando ambos oraban juntos en el desierto, se

demandaban Andreas y Filipo.

—Simón —le preguntó Yacob en voz baja—, ¿aún sigues pensando que él es solo

un discípulo del Bautista?

—¿Acaso el Bautista puede hacer esto? —añadió Yohannan.

260 Toda esta escena no aparece en los evangelios. Como dijimos, es una recreación ficticia a partir de Lc 8,2-3,

el único dato sobre la vida de María Magdalena anterior a Jesús, y que es de muy difícil interpretación. Sobre

Miryam de Magdala, los datos que pueden extraerse de este pasaje lucano son escasos y siempre conllevan un

margen de error: 1) en general, se piensa que la citación Magdalena acompañando al nombre María, indicaría

que no estaba casada (era joven y/o soltera), o bien su esposo habría muerto (era viuda), pues de lo contrario se

habría acompañado su nombre con el del marido, como se hizo con Juana, la mujer de Cusa. 2) Se piensa que

Magdalena aludiría a la población de Magdala, a orillas del mar de Galilea, actualmente en curso de excavación.

3) El rol de la mujer en Galilea era más importante y con menos limitaciones que en Judea. (Hablamos de ello

en la nota 433). 4) Esta discípula hubo de tener relevancia, pues aparece aquí –y siempre que es citada– en

primer lugar (Mc 15,40; 16,1; Mt 27,56; 28,1; Lc 8,2; 24,10). Además, junto a otras mujeres está presente en la

crucifixión y es primer testigo del anuncio de la resurrección, y hasta de la resurrección misma (especialmente

según Juan 20). Ella y la madre de Jesús son los personajes femeninos más relevantes del NT. 5) Como dijimos,

los siete demonios podrían indicar una enfermedad grave o bien un pecado grave; aunque ambos términos

podían estar relacionados en la sociedad de la época. (Información sobre Miryam de Magdala = María

Magdalena en el apartado J15a).

Un exorcismo, desde un punto de vista médico y moderno, es un trastorno disociativo de la conciencia donde se

produce una personalidad alternativa, la cual manifiesta una serie de signos —como la aversión a símbolos

religiosos,..—. , que no se dan en el estado «normal» de la persona. El exorcismo puede entenderse como una

patología de grupo, inducida por un grupo. Y se producen así en un contexto determinado, con una escenografía

desarrollada que sirve también de precalentamiento para que la víctima exteriorice su «otra conciencia». Esta

patología de grupo vendría conformada por una estructura triangular, en la que se encuentra: 1) Un entorno

familiar religioso suele darse a menudo; 2) Las víctimas pueden ser jóvenes sumisos/as víctimas de unos padres

o tutores autoritarios y posesivos. 3) El otro rol lo desarrolla el exorcista, quien posee unas creencias firmes en

lo que hace, y cuya acción viene a cerrar este triangulo en el que la víctima se encuentra en medio. Las víctimas

pueden servirse de este contexto para desahogarse de determinadas represiones o frustraciones que en la vida

real no encuentran válvula de escape. Explica Antonio Piñero (Guía para entender el Nuevo Testamento, p.202),

que la crítica histórica suele descartar la autenticidad de los milagros contra la naturaleza (andar sobre las

aguas,…). A pesar de ello, que Jesús realizara [algunas] curaciones y exorcismos «es sumamente probable por

la sencilla razón de que hasta sus enemigos lo admitían, [aunque] interpretándolo a su manera». El Talmud

(Talmud Babilónico, tratado Sanhedrín 43a) es un reflejo de esta crítica. (Hablamos de los exorcismos, los

milagros y la magia en el apartado J10).

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Simón no podía dejar de contemplar la serena figura del Nazareno.

—No —respondió el pescador—, Yohannon no puede hacer esto261.

261 No hay constancia de milagros atribuidos a Juan el Bautista. Ni por el NT (Jn 10,41) ni por Flavio Josefo

(Ant. Jud. XX,197).

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243

CAPÍTULO 7

NAZARET

Su fama se fue extendiendo por la baja Galilea y los alrededores del yam, y los

demás discípulos, en sus conversaciones, empezaron a hablar más de él que del Bautista.

Yeshúa poseía carisma, esa mezcla de atracción y espiritualidad que le permitían

contactar con la gente de una forma inmediata, incluso sin buscarlo. Y la seguridad que

fue ganando consigo mismo y en lo que predicaba, sustentada en la fe en las palabras y

las promesas del Bautista, lo convirtieron en el verdadero pilar del grupo. Además, el

Nazareno realizaba exorcismos y todos veían como los demonios le obedecían. Y así

había curado ya a algunas personas. Y cuando las dolencias no llegaban a desaparecer, al

menos la persona acostumbraba a mejorar y agradecía el gesto. Y ese era otro buen

indicio de que su fuerza era un don del Cielo. Algunos de los suyos, como los Zebedeo,

hablaban de su fuerza como poder, aunque Yeshúa hablaba siempre de fe262. Filipo,

Andreas y Natanael anunciaban además que le habían visto devolver la palabra a los

mudos. Pronto empezaron a visitarle enfermos que le rogaban que les impusiera las

manos; y también familiares que pedían un exorcismo o una imposición para alguno de

sus parientes. Los enfermos obtenían cierta paz cuando Yeshúa les hablaba del Reino y 262 Lc 9,51-55 cf. Mt 17,20.

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les hacía ver que no estaban condenados, que el Reino se abriría también a ellos, que

debían convertirse y mantener firme su fe en el Señor y en su día. Los discípulos se

sintieron cada vez más orgullosos de poder estar junto a él y, poco a poco, de forma

natural, fueron dependiendo cada vez más del Nazareno; buscando primero su consejo,

luego su supervisión en algunas cosas y finalmente su guía. Él ayudaba a interpretar el

mensaje del Bautista, aclarando los puntos que podían dar lugar a duda. La gente venía ya

para conocerle y escucharle a él como predicador; y era difícil sentirse indiferente ante lo

que decía. Pocos eran ya los que preguntaban por el Bautista, y progresivamente Yeshúa

terminó por asumir un rol en el grupo muy diferente al que habría imaginado. Y tan

importante, que los discípulos de Yohannon empezaron a ser vistos, por muchos, como

discípulos del Nazareno.

Cada atardecer, tras la visita a alguna de las aldeas costeras o del interior, en la que

habrían anunciado su mensaje, regresaban a Cafarnahum. Una de esas tardes, cuando

enfilaban ya la calle principal que llevaba a la casa del pescador, dos desconocidos les

esperaban sentados en la entrada. Al acercarse el grupo, los dos hombres se pusieron en

pie, y antes de que los discípulos tuvieran tiempo de preguntarles nada, y ante su

sorpresa, Yeshúa se abalanzó sobre ellos y los abrazó. Simultáneamente y con fuerza.

—¡Yacob! ¡Simeón! ¡Qué alegría! —les dijo.

—¡Yeshú! —dijeron ambos correspondiendo al abrazo—. ¡Yeshú! —repitió feliz

Simeón.

—¡Hermano! —dijo Yacob—. La paz sea contigo.

—La paz sea con vosotros. ¿Cómo estáis? ¿Todos bien?

—Todos bien, alabado sea el Altísimo.

—¿Y madre?

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—Como siempre.

—Igual de dura —añadió Yacob, y los tres rieron.

Los discípulos tardaron unos instantes en comprender lo que sucedía, por la

sorpresa inicial del momento y la rapidez y la vivacidad del encuentro.

—¿Son tus hermanos? —preguntó finalmente el pescador.

—Son mis hermanos Simón —asintió el Nazareno—. Yacob y Simeón —y luego

indicando al grupo añadió—. Estos son mis compañeros en la palabra.

—Los hombres se saludaron amistosamente.

—¿Pero qué hacéis aquí? —les preguntó Yeshúa casi interrumpiendo los saludos.

—Han llegado noticias tuyas a Nazaret.

—¿Ah sí…? —y se sorprendió al igual que los otros discípulos—. ¿Y qué dicen?

—Dicen que estás predicando en los pueblos por la libertad de nuestro pueblo,

anunciando la llegada de un nuevo Reino —contestó Yacob.

—Y también dicen que… que… —y no sabía cómo continuar.

—¿Qué dicen, hermano? —añadió con una sonrisa.

—Que expulsas demonios… —terminó finalmente Simeón.

—Dinos Yeshú, ¿todo eso es verdad? —preguntó Yacob.

—Lo es —dijeron con orgullo los hijos de Zebedeo—. El Señor es fuerte en él.

Yacob y Simeón cogieron a su hermano del brazo.

—Bendito seas hermano. Lo que siempre dijo madre es verdad. Estás tocado por la

mano del Señor263.

263 Durante su ministerio, y según los evangelios, la relación de Jesús con su familia es más bien negativa y por

ambas partes (Mc 3,20-21 cf. Mc 3,31-35). Y no pocos autores están de acuerdo con ello. Sin embargo, Juan

refiere que tanto su madre como sus hermanos acompañaron a Jesús en alguna ocasión a Cafarnahum (Jn 2,12),

tal vez dos a Jerusalén (Jn 2,12-13. 7,10), y sabían de sus cualidades (Jn 7,1-5). Además, María aparece en la

cruz (Jn 19,25) y, posteriormente, tras la crucifixión, ella y sus otros hijos estaban junto a los discípulos (Hch

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—Podéis quedaros con nosotros esta noche —insistió Simón, a iniciativa propia,

recibiendo el agradecimiento del Nazareno y sus hermanos.

—¿Así que han llegado nuevas nuestras a Nazaret? —preguntó sorprendido

Natanael.

—Sí, y más allá.

—No será tanto...

—Y cosas mayores que estas verás Natanael264 —dijo el Nazareno con una mirada

tan firme que Natanael se ruborizó.

—Yohannon nos dijo que la voz del Señor llegaría a todos —recordó Andreas.

—Pues va camino de cumplirse —anunció Yacob bar Yosef, el hermano de Jesús.

Yeshúa cogió a sus hermanos por los hombros y ambos avanzaron hacia la casa del

pescador, tras el resto de discípulos.

—Madre siempre dijo que harías algo mejor con tu don que lo que hizo padre —

dijo Yacob.

—Ah… —suspiró el Nazareno—. Bendito sea nuestro padre.

1,12-14). Es pues muy dudoso que su relación con Jesús, en vida de este, fuera tan apática como muestra una

primera lectura de los evangelios. Sobre los hermanos de Jesús debe decirse que Yacob ocupó muy pronto el

liderazgo de la comunidad cristiana en Jerusalén y, según Pablo, su rol era igual de importante que el de Pedro

(Gal 2,9). A ello alude también Lucas (Hch 12,17.15,13.21,18), el evangelio apócrifo de Tomás (EvT12), y

especialmente el historiador judío del s.I, Flavio Josefo (Ant. Jud. XX,197-198). Por tanto, también sería muy

dudoso que no hubiera compartido los principios de su hermano, incluso ya en vida de este. Sobre Simeón no

hay datos firmes. Pero se sabe de otro hermano de Jesús, Judá, cuyos dos nietos fueron llevados ante el

emperador Domiciano, acusados de considerarse sucesores del rey David. (Sobre María, la madre de Jesús, el

lector puede consultar el apartado J1b.ii. Sobre Yacob, el hermano de Jesús, puede consultarse el apartado

J1b.iii. Y sobre la relación de Jesús con su familia el apartado J1b.iv). Otros investigadores consideran que la

mala relación entre Pablo y Jaime (Yacob) fue la causa del oscurecimiento de la importancia del rol de la

familia de Jesús en los evangelios, y especialmente de Yacob. (Recordemos que los cuatro evangelios son de

tradición paulina!: apartado E1f).

Por tanto, en la novela postulamos —contrariamente a los evangelios— que la familia de Jesús estuvo

mayormente a su lado. Varios autores están también de acuerdo (por ejemplo Samuel Brandon, Jésus et les

zélotes, 1975; José Montserrat, Jesús. El galileo armado, 2007), y sugieren que tal opción es plausible. El lector

encontrará más información en el apartado J1b, aunque diremos que las fuentes para tal argumentación proceden

de las cartas de Pablo, del historiador judío Flavio Josefo cuando describe al hermano de Jesús, del evangelio

copto de Tomás (s.II) y de algunos padres de la Iglesia (Hegésipo). 264 Jn 1,50 (frag.), aunque dicha en un contexto diferente, de primer encuentro.

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—Bendito sea —dijeron los dos.

—Bueno… y madre nos envía también para recordarte una promesa que le hiciste

—añadió Yacob. Y los tres volvieron a reír.

*

Los dos hermanos terminaron quedándose unos días en Cafarnahum, y tuvieron

ocasión de convivir con el grupo y visitar, junto a ellos, algunas de las aldeas

circundantes. Así conocieron el pensamiento del Bautista a través de lo que explicaban

los discípulos y de las parábolas que contaba su hermano a la gente que les recibía. A

veces, el grupo era invitado a la casa de alguno de estos oyentes, a menudo conocidos de

uno u otro discípulo; surgiendo así personas interesadas en conocer el mensaje del

hombre de Galilea. Algunos de ellos pasaron a ser seguidores del grupo, acompañándolos

ocasionalmente. Sus hermanos presenciaron igualmente los exorcismos, y quedaron

fuertemente impresionados del poder que emanaba Yeshúa en tales momentos. Se

sintieron muy orgullosos de él, pues entendieron que sin el sostén del Señor, no se podía

obrar de esa manera. Su hermano debía estar en el camino recto. Antes de regresar a

Nazaret los dos se hicieron bautizar por él.

El día antes de su partida, tras una charla más en otra pequeña aldea costera,

cenaron en casa de los hijos de Zebedeo. Allí se reunió el grupo al completo con otros

seguidores que habían ido atrayendo. Estaban así, además de la familia del Zebedeo,

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Andreas265, Filipo y Natanael —los discípulos de Yohannon—, los dos hermanos de

Yeshúa, y algunos seguidores más, entre ellos Mattai, el publicano, y también Bartomé266,

un amigo de Filipo que se había unido recientemente al grupo. Yeshúa tomó la palabra.

Llevaba ya tiempo pensándolo y aprovechó el momento para anunciarlo:

—Es hora ya que anunciemos la llegada del Reino a los otros pueblos de Galilea —

dijo mientras mordisqueaba un dátil— y no solo a las aldeas del yam267.

Y hubo una pausa.

—¿Más allá de Magdala? —preguntó Yohannan mientras agarraba un par de dátiles

y daba uno a su hermano mayor.

—Tal vez no seamos tan bien recibidos. No conocemos tan bien a la gente.

—Aún y así, debemos llegar a más gente y a cada pueblo, si queremos cumplir con

lo que dijimos a Yohannon —reflexionó Yeshúa—. El tiempo se está acabando.

—¿Sugieres que nos repartamos? —preguntó Filipo.

—Es mejor que vayamos juntos —puntualizó Natanael—. Tendremos así más

fuerza —dijo disimulando un cierto nerviosismo.

El Nazareno echó una mirada rápida a sus compañeros y entendió que, exceptuando

a alguno, la mayoría no estaban preparados para marchar en solitario—. Vayamos juntos

—confirmó el Nazareno.

—¿Y a dónde iremos primero? —preguntó Andreas mientras pasaba el odre a

Filipo.

265 El evangelio de Mateo da a entrever que la madre de los discípulos Juan y Santiago, los hijos de Zebedeo,

fue seguidora de Jesús (Mt 20,20-21.27,56). Este dato, sin embargo, es de difícil verificación. 266 Bartomé: en arameo, «hijo de Tolmi» y en castellano, «Bartolomé». Introducimos aquí a un nuevo discípulo,

al que los evangelios sinópticos incluyen en sus listas de «los Doce», pero del que no se conoce nada seguro,

salvo su nombre. Como aparece en ellas a menudo mencionado junto a Felipe, algunos han supuesto una

relación entre ambos personajes. Así lo hemos considerado, pero tal argumento carece de base histórica.

Igualmente, existe una identificación de Bartomé con Natanael, pero procede de la tradición y no es verificable

históricamente. (Ver apartado J11). 267 Mc 1,38.

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249

—Sí. Se acerca ya la Sukkhot268 —dijo Bartomé.

—Podríamos ir a Betsaida, que nos queda cerca —dijo Filipo—. No es Galilea, pero

sigue siendo la tierra de nuestros padres —y echó un trago de agua.

—Venid a Nazaret269 —dijo Yacob, el hermano de Yeshúa.

Y se produjo un breve silencio.

—Venid a Nazaret —repitió—. Seréis bien recibidos, y desde allí podréis ir a Caná

o Naim.

—Y podríais alojaros en nuestra casa —añadió Simeón.

Se produjo un leve murmullo.

—No os ofendáis, pero… ¿Nazaret no es demasiado pequeña para empezar? —dijo

al fin Filipo.

—Entonces siempre podréis crecer —respondió Yacob.

—Lo que pasa es que queréis volver con vuestras esposas —dijo el mayor de los

hijos de Zebedeo, y algunos rieron.

—Eso también —añadió Simeón, y volvieron a reír.

—La bronca que os espera cuando lleguéis —añadió el pescador, y ahora todos

rieron.

—Bien —dijo Yeshúa—. Vayamos a Nazaret. Nos servirá de base para ir a otros

lugares, como aquí nos ha servido Cafarnahum. Además —añadió—, así conoceréis a mis

otros hermanos.

—¿Se unirán también a nosotros…? —sugirió Natanael.

268 Sukkhot: Fiesta de los Tabernáculos. Alegre festividad celebrada en recuerdo a los años vividos en tiendas

durante el éxodo de Egipto. Hablaremos de ella más adelante (cap. 8). (El lector puede leer más sobre ella en el

apartado I1d5: principales festividades judías). 269 Lucas sitúa el viaje a Nazaret muy inicialmente en el ministerio de Jesús, mientras Marcos y especialmente

Mateo lo sitúan más tarde.

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Yeshúa no respondió y miró a los suyos, pues prefería que ellos respondieran por él.

El Nazareno llevaba ya un tiempo fuera de casa, y no sabía como habían recibido los

demás miembros de su familia su nueva vida.

—Puede que sí —dijo entonces Simeón.

—Tal vez… —añadió Yacob.

—¿A qué esperamos pues? —dijo Andreas. Y Yeshúa sonrió.

—Entonces a Nazaret —dijo Yacob.

—¿Y cuando volveremos? —preguntó inquieto el pescador.

—Eres demasiado terrenal Simón —repuso Filipo.

—Y tú despreocupado. No quiero dejar la barca.

—Ya sabes que te guardarán el sitio. Lo sabes bien —le dijo Andreas—. Yo creo

que te preocupa más lo que dirá tu mujer… —y todos rieron.

—Pues también. Ya le costó aceptar el tiempo que pasé con Yohannon. Si ahora me

voy, debería al menos poder decirle cuando volveré —dijo, y luego miró al Nazareno—.

¿No crees?

—¿Y tú Yeshú, no tienes esposa? —preguntó uno.

Nunca nadie le había preguntado sobre eso, y hubo un silencio esperando su

respuesta. Yeshúa bajó la cabeza y respondió con un sencillo «No».

—Puedes volver cuando quieras Simón —dijo entonces Andreas.

—Yo no he dicho eso —rugió el pescador.

—Ven Simón —le dijo Yeshúa, ahora con una de sus miradas penetrantes—. Ven

conmigo y pescaremos hombres270.

Simón se sintió desnudo ante esa llamada tan personal. El Nazareno siempre

270 Mc 1,17; Mt 4,19. Cita personalizada a Simón en Lc 5,10.

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encontraba algo que decir que lo desarmaba. Los demás discípulos le miraron con

atención y el pescador se sintió abrumado.

—Iré —dijo al fin, y recibió las felicitaciones de sus compañeros, aunque no podía

apartar su mirada de la del Nazareno.

—Pescador de hombres… no de mujeres —le susurró Yohannan, y Simón le dio un

empujón; aunque se rió como todos los demás.

*

Unos días después salieron de Cafarnahum a buena hora y a media tarde, tras

recorrer un largo trecho de unos 180 estadios, en el que solo hicieron un par de altos para

descansar y comer cualquier cosa, llegaron a Nazaret271. Simón y Yacob llevaban espada

corta, y los otros, cuchillo. Los hermanos del Nazareno habían vuelto días antes para

prevenir a la familia y preparar así la casa para recibir a los invitados; pues también ellos

habían sido bien tratados en casa del pescador. El grupo de Yeshúa atrajo con rapidez la

atención de los aldeanos cuando llegó. Los que se fijaron en él no tardaron en

reconocerle, y al hacerlo, algunos le saludaron con simpatía. Yeshúa les correspondió y

anduvo hasta el pozo. Allí el grupo se paró y muchos se tumbaron, rendidos, mientras

Yeshúa sacaba agua. La voz corrió y la gente, que terminaba entonces la faena en el

campo, se fue acercando hacia ellos para saludarlo.

—¡Has vuelto Yeshú! —le dijo un aldeano, y Yeshúa sonrió.

271 Mc 6,1.

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—Tu madre estará muy contenta —añadió la mujer que acompañaba al aldeano—.

¿Ya lo sabe?

—Todavía no —dijo después de beber un cucharón de agua del cubo y pasárselo a

Andreas.

—¿Has vuelto para quedarte? —añadió.

—¿Volverás al taller, Yeshúa? —le preguntó otro campesino dándole una palmada

en el hombro.

—Me temo que no —dijo mirando a sus compañeros.

—¿No? —respondió sorprendido—. ¿Y de qué vivirás? —dijo rascándose la barba.

—Sí, ¿qué harás, Yeshú?

—He venido para anunciaros algo importante.

—¿Traes nuevas? ¿De dónde?

—Más bien «de quien» —quiso matizar el Nazareno.

—¿Qué ha hecho ahora Herodes?

—No de él —añadió con una sonrisa—. Os traigo la nueva del Bautista, su palabra

de que la promesa de nuestros profetas pronto va a cumplirse.

—¿El Bautista?

—Sí, el hombre del Jordán —aclaró uno de los campesinos—. ¿Pero qué promesa

es esa?

—El Reino de los Cielos está muy cerca.

—¿El Reino de los Cielos llegará al fin?272

272 Jesús nunca explicó qué era o cómo sería exactamente el Reino de los Cielos, pero sí utilizó muchas

comparaciones para referirse a él: será como una semilla que crece, una perla escondida, un banquete de bodas...

Los estudiosos sostienen que los judíos del s.I ya entendían ese concepto y no necesitaban que Jesús lo

explicara. De la misma forma que hoy podríamos estar hablando sobre internet, whatsap,... sin necesidad de

explicar qué son.

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—¿Y cuándo será eso?

—Llegará muy pronto, y lo podréis ver273. El amor del Cielo no termina, es infinito,

y el Señor nos lo ofrece. Pero ahora debéis dar vosotros el paso.

—¿Cómo Yeshú?

—Arrepentíos de corazón. Y así os prepararéis para recibir el Reino de los Cielos.

La gente de la aldea empezó a acercarse. Algunos entendieron lo que decía, pero

quedaban desconcertados porque provenía de un emisor que conocían de siempre. ¿Cómo

podía ser que el artesano de su pequeña aldea les llevara ahora las palabras de los

profetas? Dos campesinos que venían del campo pasaron cerca de los discípulos, y al

oírlo quedaron extrañados.

—¿No es este el artesano? ¿el hijo de Miryam y el hermano de Yacob, Simeón,

Judá y Yosef?

—Sí —repuso el otro campesino.

—Y sus hermanas, ¿no viven también aquí en la aldea? ¿De dónde le viene todo

esto274?

—¿Y quiénes son los que le acompañan?

Una aldeana llegó apresurada a casa de Miryam y entró sin avisar. La matrona

estaba en el patio alimentando unas gallinas escuálidas junto a una de sus nueras, Esther.

—¡Miryam! —le dijo sin poder contener su excitación—. ¡Miryam, es tu hijo!

—¿Mi hijo?

—Tu hijo. ¡Ha vuelto!

273 Aunque el tema es complejo y sigue siendo debatido, el Reino de Dios no era un mundo únicamente

espiritual, sino una realidad terrena, al menos en un primer tiempo. Juan el Bautista y Jesús consideraban su

realización como un hecho muy cercano en el tiempo. (Sobre el Reino de Dios puede consultarse el apartado

J5). 274 Mc 6,3; Mt 13,55-56.

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—¿Ha regresado entonces? —preguntó ella con alegría.

—Sí, Miryam. Y lo acompañan más hombres.

—Lo sé —dijo ella—. ¡Qué alegría!

—¿Lo sabes? —preguntó extrañada.

—Sí. Yacob y Simeón me lo anunciaron —aclaró Miryam.

—¿Y dónde está él? —preguntó Esther.

—Junto al pozo.

—Esther —dijo Miryam—, avisa a mis hijos mientras yo voy hacia allí.

—Sí señora —dijo la mujer de Judá, la esposa de su cuarto hijo varón.

Cuando Miryam llegó, una veintena de personas se agrupaba alrededor de Yeshúa y

los discípulos. Y algunos de los aldeanos le hacían preguntas mientras otros escuchaban

en silencio. Miryam avanzó hasta verle, pero no quiso acercarse más, para no distraerlo.

Al poco llegaron sus otros hijos, Yacob y Simeón, y luego Judá y «el pequeño»Yosef.

También llegaron Hanna, acompañada de su esposo, y Shalom, la hermana pequeña del

Nazareno. Miryam les pidió a todos que aguardaran para así poder escucharlo. Quedaron

sorprendidos cuando oyeron hablar a su hermano. Miryam se llevó la mano a los labios y

dijo en voz baja, pero audible para algunos de sus hijos:

—Siempre supe que mi Yeshúa tenía algo. Tiene la palabra y las manos de vuestro

padre, pero también la fuerza que a él le faltaba.

—Si, madre —añadió Yosef, quien estaba a su lado, y Miryam apretó

instintivamente el brazo de su hijo pequeño.

—¿No crees Simeón —le susurró el esposo de Hanna, la hermana mayor del

Nazareno—, que estas palabras podrían interpretarse como rebeldía si llegaran a Antipas?

—¿Por hablar del Reino de los Cielos? Quieres tranquilizarte —repuso él.

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—Los romanos no consentirían nunca otro reino. Ni tampoco reuniones así.

—No hay romanos en Galilea —le dijo Simeón.

—Todavía no —dijo él. Y Yacob bar Yosef le miró de reojo, mientras Hana pareció

preocuparse.

Aprovechando una pausa en las palabras de Yeshúa, Filipo le hizo ver la presencia

de su familia.

—Yeshúa, tu madre y hermanos están aquí.

El Nazareno se sorprendió gratamente al oír eso.

—¿Donde? Hazles venir —contestó con una sonrisa.

A una indicación de Filipo, Simeón salió del gentío y saludó a su hermano. Yeshúa

vio también a su madre, cogida del brazo de Simeón y los abrazó a ambos. Fue un

momento feliz para Miryam.

—Hijo mío, hijo mío…

Sus hermanos Yacob, Judá y Yosef le acogieron afectuosamente, agarrándole de los

brazos o el cuello. Hanna le besó y Shalom, su hermana menor, le abrazó de la cintura

casi todo el rato. Yeshúa correspondió con ternura a esos saludos afectuosos. Al final su

cuñado, más cauteloso, le saludó, aunque se mantuviera distante. Sus compañeros se

sorprendieron al conocer a Judá, pues era físicamente muy parecido al Nazareno. El ros

ha-keneset, el director y responsable de la keneset —la sinagoga—, llegó entonces atraído

por el gentío, y al descubrir a Yeshúa le saludó y le propuso que asistiera el shabbat a la

sinagoga; pues antiguamente él había sido muy devoto en este sentido. Yeshúa aceptó con

agrado. Sería una maravillosa puerta desde la que hablar a su aldea.

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256

*

Cenaron juntos en casa del Nazareno y tomaron vino celebrando el reencuentro.

Habían pasado ya algunos meses desde que Yeshúa marchó para conocer al Bautista. Los

discípulos pudieron comprobar como todos los hermanos e incluso su madre

consideraban que Yeshúa tenía algo especial. Lo que coincidía con lo que la mayoría de

ellos también pensaba, ya a causa de la sanación del niño mudo, ya desde el exorcismo en

Magdala, ya desde el discurso que Yeshúa dio en el muelle de Cafarnahum y al que se

referían como el sermón de la barca de Simón.

Por la noche se acostaron como pudieron. Algunos durmieron en el cobertizo, que

Yeshúa había limpiado poco tiempo después de la muerte de Judith; ahora ya, sin señal

alguna de su esposa. Allí se acomodaron algunos discípulos en una gran estera sobre el

suelo. Yeshúa prefirió dormir en la casa, donde se habían improvisado dos camas más

juntando mantas y esteras. Durmió en una de ellas, acompañado por los hijos de Zebedeo.

A la mañana siguiente, el Nazareno se levantó temprano y paseó un rato por los

alrededores de la casa, mirando y evaluando como estaban las paredes o el techo.

Necesitaban un repaso, pensó mientras las mujeres preparaban el desayuno. Esther, su

cuñada, traía agua del pozo y le saludó. El Nazareno entró en la casa cuando algunos

discípulos empezaban a despertarse. Simón, de pie, desentumecía el cuerpo a base de

grandes movimientos.

—Buenos días —les dijo Yeshúa.

—Buenos días —contestó el pescador mientras estiraba los brazos y curvaba la

espalda.

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—¿Has dormido bien Simón?

—Si no fuese por Andreas, que no ha parado de golpearme la espalda con sus

rodillas, te diría que sí.

—Pues a mí me golpeaba Filipo —añadió Andreas.

—Dejadme dormir un poco más —dijo Filipo—. Tuve que moverme continuamente

porqué Natanael me clavaba el codo en la cara.

—Pues yo he dormido muy bien —dijo Natanael tras bostezar.

Desayunaron y fueron a pasear por la aldea. Por el camino reencontraron al ros ha-

keneset, el responsable de la sinagoga, y hablaron con él sobre la reunión del día

siguiente. Yeshúa puso muchas esperanzas en ella. Ahora estaba en su casa, su tierra, la

tierra de sus padres. Tenía que hacerlo bien. Podría y querría salvar a muchos. Visitaron

luego el riachuelo del pueblo buscando una zona donde bautizar, pero era insuficiente,

aunque encontraron un lugar donde el agua manaba de una fuente natural. Lo harían allí;

no vieron otra solución. Pasaron el día hablando con la gente y convenciéndola de que

vinieran al día siguiente a su reunión, y en eso tuvieron bastante éxito.

Por la noche llegó el shabbat, y cenando, hablaron sobre los pueblos que querrían

visitar. Sus dos hermanas vinieron también con sus respectivas familias. Yosef y Shalom,

los más pequeños, fueron muy receptivos a sus palabras y proyectos.

*

El sol de la mañana del shabbat era todavía cálido cuando los discípulos entraron en

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la sinagoga de Nazaret rodeando a Yeshúa. Casi toda la aldea se había acercado275, en

parte porque era shabbat, y en parte por la curiosidad de escucharle. Sus hermanos iban

también, así como sus hermanas con sus respectivos maridos y también su madre. Todos

tomaron asiento en los bancos adosados a la pared, tanto hombres como mujeres. El ros

ha-keneset, encargado de dirigir el acto, leyó y comentó un pasaje del rollo de la Torá,

como era costumbre. Luego leyó un pasaje del libro de los profetas y cantaron un salmo.

Antes de terminar, ofreció la palabra al Nazareno. Este avanzó hacia el centro y

contempló el auditorio. Llevaba puesto el talit de su padre.

—Así dice Ezequiel —y les recitó de memoria el pasaje que tantas veces había oído

del Bautista. Yeshúa habló en arameo276, la lengua del pueblo:

Os tomaré de entre las naciones, os recogeré de todos los países y os llevaré a

vuestro suelo. Os rociaré con agua pura y quedaréis purificados; de todas vuestras

impurezas y de todas vuestras basuras os purificaré. Y os daré un corazón nuevo,

infundiré en vosotros un espíritu nuevo, quitaré de vuestra carne el corazón de piedra y

os daré un corazón de carne277.

Contempló de nuevo al público.

275 Mc 6,1-2. 276 Sobre las lenguas que Jesús podía conocer (apartado J2), ya comentamos que existe diversidad de opiniones

entre estudiosos. Si bien en el pasaje lucano (Lc 4,16) Jesús lee en la sinagoga, realmente parece difícil que

supiera leer. (Marcos y Mateo se limitan a decir que “enseñaba”). (Leer nota siguiente). Además, ya dijimos

que el pueblo llano no entendía generalmente el hebreo, aunque fuera un idioma bastante similar al arameo –la

lengua de uso común–. Por ello, existía un encargado (meturgeman) que traducía el texto y a veces lo explicaba. 277 Ez 36,24-26. En el evangelio de Lucas se indica que Jesús leyó un fragmento de Isaías (Is 61,1), parcialmente

modificado, en el cual él mismo se autoidentificaba con el personaje descrito por el profeta, es decir, con el

Ungido (=Mesías; christos, en griego). Y de ahí, el rechazo de su pueblo. Pero Lucas es el único evangelista que

expone un pasaje determinado, pues no lo hacen ni Marcos ni Mateo, que escribieron años antes que él. El

pasaje de Lucas es difícilmente aceptable que fuera pronunciado por Jesús, y mucho menos que él se identificara

con el Mesías, al inicio ya de su ministerio. (Hablamos de ello en los apartados I1d7 y J16).

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259

—Así dice también Yohannon el Bautista antes de bautizar con el agua del Jordán.

Así nos dice cuando un hombre o una mujer se arrepienten sinceramente de sus pecados

ante el Señor, y piden de esa manera poder participar de su Reino cuando llegue y se

restauren las doce tribus.

El Nazareno aprovechó pues ese texto como introducción para hablarles del

Bautista y de su obra: de la necesidad de arrepentirse, de un Reino que se establecería

pronto, del reagrupamiento de las doce tribus de Israel, del profeta Elías quien llegaría en

los últimos momentos para anunciarlo y que bendeciría y confirmaría a los elegidos que

entrarían en él. Es cierto que hubo algunos que escucharon con alegría su mensaje, pero

poco a poco se vio que mucha gente empezaba a desconcertarse. Tal vez porque quien

decía todo eso no era un doctor de la ley ni un sabio de Israel, sino Yeshú, el antiguo

tékton del pueblo. Y ahora, no solo hablaba en nombre de un pretendido profeta que

bautizaba en el Jordán, al que no conocían directamente, sino que hablaba de profecías

que se cumplirían, de Elías que regresaría, de un Reino de los Cielos aquí en la tierra y de

la restauración de las doce tribus de Israel, cuando hacía siglos que estas habían sido

dispersadas por poderosos Imperios de Oriente. Demasiadas cosas y demasiado grandes

para un carpintero.

—¿De dónde le viene esto? ¿Cuál es la sabiduría que se le ha dado278? —preguntó

así uno en voz baja.

—Sí, es el hijo de Miryam —le respondió el hombre sentado a su lado.

—¿No es verdad que este es Yeshúa bar Yosef279? —preguntó en cambio otro,

admirado.

278 Mc 6,2. 279 Lc 4,22 y Jn 6,41-42, aunque este último evangelista ubica esta pregunta no en Nazaret, sino en la zona del

lago de Galilea, y en un discurso teológico distinto.

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Yeshúa se dio cuenta de que, poco a poco, perdía el contacto con buena parte de la

audiencia. E intentó hacerles ver que se limitaba a transmitir la palabra de Yohannon, que

daba de hecho cumplimiento a la de los profetas. Sin embargo, la reunión terminó sin

éxito. Al concluir, Yeshúa recibió el saludo de alguno de los vecinos de la ciudad, pero

poco más. Y nadie pareció interesado en ser bautizado. Tal vez alguno lo habría hecho,

pero para no contrariar la actitud general de la aldea prefirió no hacerlo. Aún así, Yeshúa

bautizó a sus cuatro hermanos, a sus hermanas y a su madre con el agua de la fuente280.

Sin embargo, una sensación de tristeza, y tal vez de derrota, embargó al grupo. Y el

bautizo no fue tan celebrado como hubiera sido de esperar. Nadie lo dijo, pero si Yeshúa,

en quien se iban depositando las esperanzas del grupo, no podía convencer a su gente,

¿qué podrían hacer ellos?

*

Cenaron en casa, pero el ambiente no fue festivo como habrían imaginado. Yeshúa

se sintió apenado por la triste acogida que su mensaje tuvo entre la gente de su aldea,

aunque trató de no mostrar esa decepción ante los suyos. Ahora, la idea de celebrar en

Nazaret la cercana fiesta de la Acampada, una de las más importantes del pueblo judío, no

parecía ya entusiasmarles. Ni tampoco a él mismo.

280 No hay ningún hecho en el NT que sustente esto. Pero ya hablamos de que la familia de Jesús debió de jugar

un rol mucho mayor a favor de su hijo del que se describe (como ya expusimos en la larga nota 263, y

especialmente puede leerse en el apartado J1b.iv). Yacob, por ejemplo, sería el líder de la Iglesia de Jerusalén.

Se hubieran bautizado algunos miembros de su familia en ese momento, o más tarde, es más difícil de saber;

pero es plausible que en algún momento se produjera a tenor de los acontecimientos posteriores, aunque no

podamos saber quienes se bautizaron y quienes no.

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—¿Pasaremos aquí la Sukkhot? —preguntó Andreas, intuyendo el cambio de

parecer en el grupo.

—¿Es que vamos a volver a Nahum? —preguntó Filipo.

—Yo pensé que íbamos a pasarla aquí —dijo Natanael.

—Aquí podéis quedaros —dijo Yacob, el hermano de Yeshúa; y recibió una

palmadita en la espalda del mayor de los Zebedeo.

—¿También podríamos ir a Betsaida? —dijo Filipo al poco rato—. Bueno, quiero

decir, cuando termine la fiesta.

—¿Tienes ganas de volver a tu tierra, eh? —le dijo Yohannan.

—Hace ya más de un año que no veo a mi familia. Además, Andreas y Simón

también han nacido allí. Seguro que seríamos bien recibidos, como ha pasado en las otras

aldeas del lago.

—Bueno, Caná nos queda más cerca —dijo Natanael, que era nacido en ella—.

También podríamos ir allí…

—¿Tú también quieres volver a tu casa…? —le dijo ahora Filipo, y Natanael se

encogió de hombros.

—Tal vez no encajemos bien aquí, en Nazaret —insinuó Bartomé.

—Estáis hablando de volver a vuestra casa —dijo Andreas, elevando algo el tono de

voz—. Y eso no es lo que acordamos. Ni lo que le dijimos a Yohannon.

—Tranquilo —dijo Yacob bar Zebedeo—. Nadie ha dicho que no quiera continuar.

—Un pequeño revés no cambia nada. También tuvimos reveses con Yohannon. Hay

que continuar.

—Nadie dice que no vayamos a hacerlo —repitió de nuevo Yacob.

—Estamos de acuerdo en pasar la festividad juntos —añadió Yohannan, su

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hermano—. Luego… no sé… ya veremos a dónde iremos.

—Pues yo no os veo muy animados ni para la fiesta —continuó Andreas, encarado

con el mayor de los Zebedeo.

—También podríamos ir a Jerusalén… —sugirió Yeshúa, mientras abría una

granada madura con las manos, y obtenía dos mitades. Y se produjo el silencio,

concluyendo de inmediato la discusión.

Los que no habían participado en ella, parecieron despertar de una especie de

letargo al oír una palabra que parecía ser mágica: Jerusalén.

—¿A Jerusalén, dices? —señaló Simón—. ¿Con qué intención quieres ir a

Jerusalén?

—Celebremos allí la fiesta de los Tabernáculos y vayamos también para anunciar la

llegada del Reino —respondió el Nazareno.

—Hemos tenido buenos recibimientos en Galilea, aunque aquí no tanto —dijo

Simón—. ¿No deberíamos seguir en Galilea…? La gente de Jerusalén es para Yohannon.

—Sí. Dijimos que predicaríamos el mensaje de Yohannon en Galilea —afirmó

Filipo—, y ahora hablas de ir a Jerusalén…

—No estoy diciendo que no a eso —dijo el Nazareno—. Solo digo que podríamos

celebrar la fiesta en Jerusalén y, de paso, llevar el mensaje de Yohannon allí. Pensadlo

bien —añadió Yeshúa, que pareció animarse a medida que hablaba—: el mensaje del

Bautista es para todo Israel. Y sus noticias han llegado con más facilidad a Judea que a

Galilea. Vosotros mismos dijisteis que habían venido sacerdotes del Templo alguna vez

para verlo, pues habían oído hablar de él. Si vamos a Jerusalén no trabajaremos sobre

nada, sino sobre un mensaje que ya ha llegado a algunos. Solo tendremos que expandirlo

para que llegue a los demás. Y a cuantos más mejor. Los judíos de todo el mundo se

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reúnen allí, y difundirán nuestro mensaje haciéndolo llegar a nuestros compatriotas de

todas las naciones, de todas las tribus. ¿Acaso no es este nuestro objetivo final? ¿No es

esta nuestra misión? Ser como el viento que dispersa esta buena nueva entre nuestra

gente.

Viendo la duda en sus caras, el Nazareno se levantó y les habló. Aún llevaba las dos

mitades de la granada en la mano. En lugar de desanimarse y dejarse llevar por el traspié

de Nazaret, hizo lo contrario y apuntó aún más alto. Ya no les habló de aldeas y pueblos,

sino de visitar la ciudad santa; y en plena festividad. Poco a poco, los rostros de sus

compañeros fueron cambiando, y la complicidad en ellos pareció indicar que su idea no

era tan descabellada. Solo Simón manifestó cierta reticencia.

—Todos los judíos deberían ir a Jerusalén; por lo menos una vez al año —dijo al fin

Yacob bar Zebedeo en tono conciliador—. Aunque todos sabían que la Ley mandaba

hacerlo tres veces, estaba al alcance de pocos el poder cumplirlo.

—Pero nosotros no vamos a ir solo a eso, ¿verdad? —afirmó Simón.

—¿Y cuál es el problema si es así? —preguntó Yohannan.

—Pues que olvidáis que Yohannon fue criticado por esa gente. Y no podemos

esperar un recibimiento alegre si pregonamos allí su mensaje —dijo Simón, refrenando

los ánimos.

—La gente de Jerusalén no rechazó su mensaje, solo los sacerdotes del Templo —le

contestó Yeshúa.

—Tampoco creo que a los romanos les guste mucho que hablemos del Reino de los

Cielos.

—No creo que ellos se metan en nuestras cosas —dijo el hijo mayor de Zebedeo.

—¿Es que acaso nuestro mensaje puede ser peligroso para ellos? —preguntó algo

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ingenuamente Filipo.

—¿Qué crees que hará el Poder con los romanos cuando instaure su Reino? —

preguntó Simón.

—Quemarlos con su fuego, supongo281 —dijo en voz baja, después de reflexionar,

reconociendo así su error.

—¡Pues no creo que a los romanos les guste oír que alguien anuncia eso!

Entonces Yeshúa miró al pescador antes de hablarle.

—Pero nosotros no vamos a anunciar eso. Aunque quien no crea se condenará282,

nosotros vamos a buscar gente para el reino. Vamos a salvar hombres, a pescar hombres,

Simón, ya te lo dije.

—No sé si Yohannon aprobaría que fuéramos a Jerusalén —se preguntó Simón. Y

miró a su hermano buscando alguna respuesta; pero este se limitó a encogerse de

hombros.

—Yohannon sigue amando a Jerusalén, sigue amando al Templo, pero no a los que

viven y se aprovechan de él, a los que oprimen exigiendo sacrificios sin mostrar

misericordia con los marginados, a quienes excluyen de la salvación. Yohannon anuncia

lo que va a suceder y a quien ha de venir. Pero su misión no es estar allí —dijo Yeshúa—,

aunque sí la nuestra.

Simón tardó en contestar, mientras recorría la figura del Nazareno.

—¿Y no debería ser Elías, cuando regrese, quien vaya a Jerusalén?

281 Que la venida del Reino traería fuego y castigo a los impíos es algo que aparece en el NT (Mc 7,49; Lc

12,49. 17,26-30,...). Es obvio que los romanos —opresores y ofensores de la religión judía con sus imágenes,

impuestos y violencia— estarían en primer lugar de ese castigo. Esta es la creencia de la época. (Ver apartados

J5 y J6). 282 Esta frase procede de Mc 16,16. Y aunque pertenece al apéndice de Marcos (un añadido posterior del s.II,

que no es obra del evangelista), sin embargo, puede encajar bien con el pensamiento de Jesús, quien, en algunos

casos, se muestra incluso mucho más tajante en cuanto a la condenación (Mt 10,15; Lc 10,12). Y condena

incluso a ciudades enteras por no escuchar su mensaje (Mt 11,20-24; Lc 10,13-16).

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—Nosotros empezaremos allí su misión —dijo el Nazareno—. Elías la terminará.

—¿Y cuándo vendrá, Yeshúa? —preguntó Simón, moderando su tono de voz.

—Cuando venga, y no tardará, nos encontrará a su lado.

Yeshúa aprovechó para darle la mitad de la granada a su compañero, y ambos

comieron sus mitades, como analogía de un buen entendimiento.

—Vayamos pues a Jerusalén —dijo Yacob bar Zebedeo, colocando las manos sobre

los hombros del pescador y del Nazareno. Y al momento, obtuvo el respaldo de sus

compañeros y de todos los hermanos de Yeshúa.

¿No dice Yohannon que el momento está cerca? Pues vayamos —añadió Yohannan.

Tal vez sea esta la última fiesta a celebrar antes del Reino. Hagámoslo en Jerusalén.

Nosotros iremos también —dijo Yacob, el hermano del Nazareno—. ¿Verdad

madre?

Sí, hijo. Iremos también —gritó Miryam desde el patio283.

Solo Natanael, quien aún no estaba convencido del todo, se acercó al Nazareno y le

preguntó, con su delicadeza habitual.

—Yeshúa, si aquí, en tu aldea, no has podido difundir el mensaje de Yohannon…

¿podrás hacerlo en Jerusalén? —preguntó Natanael.

Yeshúa vio la preocupación y la bondad en los ojos de su compañero. Y supo que

no había mala intención en su pregunta. Por eso le puso la mano en el hombro antes de

responder—. Nadie acepta profetas en su tierra.284 —Fue la primera vez que el Nazareno

283 Como ya dijimos (nota 263) Jn 2,12-13 parece aludir a que su familia viajó conjuntamente con Jesús no solo

a Cafarnahum sino a Jerusalén. Y también en una segunda ocasión, según sugiere Jn 7,10. 284 Lc 4,24. Esta frase aparece también en Mc 6,4 y Mt 13,57, donde se añade además la crítica de Jesús a su

propia familia. (En Jn 4,44 aparece también la cita, pero en un contexto algo distinto). Ya hemos dicho

reiteradamente (nota 263) que los familiares de Jesús hubieron de jugar un papel de apoyo al Nazareno mucho

mayor del que le otorgan las Escrituras (apartado J1b.iv). Por eso, en este caso, optamos por la cita lucana,

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usó esa referencia hacia su persona, hasta ahora reservada al Bautista; y aunque el

discípulo inicialmente se sorprendió, sabía que ese título había empezado ya a sonar en

Cafarnahum.

Esa misma noche empezaron a hacer los preparativos. Dentro de dos días partirían a

Jerusalén. Sus dos hermanas, Hanna y Shalom, y sus respectivas familias se quedarían en

la aldea y ayudarían a Yosef, el hermano menor, y a su esposa a cuidar de la casa, el

huerto y los animales de corral. Yeshúa tuvo que prometer a su hermano pequeño, Yosef ,

que en la próxima Pésaj, si el Reino aún no había llegado, le llevaría con él a Jerusalén.

En cambio, tanto Hanna como su esposo rehusaron emprender con ellos el viaje a

Jerusalén. Ambos consideraron que las ideas de Yeshúa eran peligrosas, y podrían

acarrear consecuencias tanto para él como para la familia. —Me parece que lo que

anuncias puede ser peligroso Yeshú—dijo finalmente Hana, tras sopesarlo mucho.

—¿Peligroso? ¿La palabra del mayor profeta que tiene hoy nuestro pueblo?

—Peligroso… para ti. Peligroso también para nuestros hermanos, que veo que te

siguen, y sobre todo para el pequeño Yosef, quien te admira y hará todo lo que le digas.

Yeshúa reflexionó un instante y Hana lo aprovechó para acercarse y colocar

afectuosamente su mano sobre la mejilla de su hermano.

—Lo que enseñas es bonito Yeshú, pero no todos lo van a ver así.

—¿Y crees que no lo sé, Hana?

El Nazareno cogió con ternura la mano de su hermana y la apartó de su cara, pero

no la soltó.

aunque sea más tardía. Sin embargo, admitimos que algún miembro de su propia familia no compartiera las

intenciones del hermano mayor (opinión extendida entre muchos autores), y así lo hemos querido reflejar

también. (Véase Mc 3,31-35 y par.; Mt 10,35-36 y par.). // Muchos autores –sobre una base neotestamentaria

clara: Mc 8,28; Mt 21,11; Lc 7,16; Jn 9,18,…– consideran que el título que parte del pueblo, o los seguidores de

Jesús, pudieron atribuir al Nazareno –antes que el de mesías– fue el de profeta (Puede leer más en el apartado

J7).

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—Por eso debo ir a Jerusalén. Para los que sí me van a escuchar.

Hana le miraba con cariño, quería creer en sus palabras. Era su hermano mayor, el

antiguo cabeza de familia que, tras la muerte de padre, siempre había cuidado de ella. Y

le quería.

—Y créeme, serán muchos los que nos escuchen —le dijo el Nazareno con

seguridad —.Y aquellos que escuchen la palabra del Bautista y cambien de corazón, se

salvarán.

Su marido, que estaba junto a ella, habló entonces al ver dubitativa a su esposa. Lo

hizo recurriendo a la autoridad que tenía, pues ahora Hana estaba vinculada a su familia,

y Yeshúa ya no tenía la potestad legal sobre ella.

—¿Has pensado qué consecuencias puedan tener tus palabras para ti o tu familia, si

llegan a oídos de Herodes?

—¿Cómo dices? —preguntó algo desconcertado el Nazareno.

—¡Vamos! Hasta aquí sabemos que a Antipas no le gusta el Bautista, y vosotros

sois discípulos suyos. ¿Es por eso que ahora marcháis a Jerusalén?

—¡No! Y tal vez Antipas esté también allí. Llevamos la voz del Bautista a Jerusalén

para que todo Israel pueda oírla —le respondió.

—¿Y los romanos… Yeshúa? ¿Has pensado en ellos si vais a Jerusalén y hablas

abiertamente?

—Ellos no se meten en estas cosas —le respondió con firmeza.

—Pues yo creo que eso es algo que debería preocuparos.

El Nazareno desvió su mirada, buscando el rostro de su hermana.

—¿Todo esto es cosa de tu marido, Hana?

—¡No! —exclamó ella, sorprendida por la sequedad de la pregunta.

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—Hana está de acuerdo conmigo —, se apresuró a responder su esposo.

—No es solo él —, aclaró entonces Hana con un tono más reposado, y queriendo

tranquilizar a ambos.

El Nazareno miró a su hermana con un atisbo de creciente tristeza. Y dejó de

agarrar su mano.

—¿Entonces eres tú quien tampoco quiere ir? —inquirió Yeshúa.

Hana retrocedió un paso y, finalmente, asintió con la cabeza. Su marido, que estaba

todavía detrás, la rodeó con su brazo. Hana contempló el rostro decepcionado de su

hermano y contuvo la emoción por lo que le iba a decir.

—Tú has cambiado —le dijo —. Desde la muerte de Judith has cambiado.

—A ella no la menciones aquí —y Yeshúa se puso serio —.¡Pues claro que he

cambiado! He buscado respuestas…

—¿Y las has encontrado, hermano?

—Las he encontrado. Las encontré en el Jordán.

—¿Y tus… rudos amigos también?

—¿Rudos? —preguntó extrañado —. Son buena gente. Te lo aseguro.

—Sí… seguro que sí. Se ve que confían en ti. Y yo también. Pero lo que

pretendéis…

—¡¿Qué?!

—¡Nuestros hermanos no son los macabeos que nos contaba padre! —dijo elevando

el tono de voz a su hermano mayor, por primera vez en su vida.

—¡Ya lo sé! Y no hace falta que lo sean. El Bautista me lo ha enseñado.

Hana respiró un par de veces tratando de serenarse —. Me alegro que pienses así —

dijo finalmente —. Solo que…

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Hana vio que madre se acercaba, alertada por algún tono de voz inapropiado, y no

quiso alargar más la conversación.

—¿Qué? —preguntó él ansioso.

—… solo que ten cuidado Yeshú —le dijo ella al fin, forzando una sonrisa.

Miryam llegó y puso se mano sobre el antebrazo de su primogénito.

—¿Pasa algo hijo? — preguntó viendo su cara de preocupación.

—No, madre — y el Nazareno suspiró —. Hana solo me recordaba que no vendría a

Jerusalén.

*

El grupo de galileos marchó a la ciudad santa, uniéndose a la caravana que pasaba

por Naim y que seguiría la ruta paralela al Jordán, evitando pisar la Samaria. En cinco

días de ruta, calculaban, estarían ya en Jerusalén. A tiempo para pasar en ella la segunda

mayor festividad de su pueblo y una de las más alegres.

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Esta novela es una reconstrucción histórica de la vida de Jesús de Nazaret.

Es cierto que su vida ha sido ya narrada en multitud de ocasiones, sin embargo, no lo ha sido

bajo el prisma de la ciencia histórica. Esta afirmación puede parecer un contrasentido, pero

diría que es cierta. La razón principal es doble: por un lado, la inmensa mayoría de autores

que han novelado la vida de Jesús de Nazaret son personas cuyas creencias religiosas –a

favor o en contra– eclipsan a sus obras; por otro lado, los estudiosos profesionales han

mostrado un escaso o nulo interés en utilizar el formato literario, por no querer alejarse del

ámbito científico-académico en el que se sienten cómodos y reconocidos. La consecuencia de

todo ello es que se difunden historias sobre el personaje alejadas de la verdad científica, en

las que cada autor ha dado rienda suelta a sus creencias y a su propia visión, que es la que –en

el fondo y de buena fe–, desea compartir con los demás.

La novela que tiene en sus manos no es así. El que aquí suscribe es un licenciado en historia,

agnóstico, respetuoso y atraído por el tema. Resultado de todo ello es esta obra,

históricamente bien fundamentada, que persigue exponer los hechos más plausibles con la

realidad del pasado. En ella, el lector encontrará la justificación de todo lo que se describe,

una referencia neotestamentaria y/o histórica al pie y, cuando haya pasajes que

necesariamente deban ser ficticios –porque no hay fuentes al respecto–, se indicarán también,

aunque exponiendo el contexto histórico que ha dado pie a esa reconstrucción. El lector pues,

siempre conocerá aquí el terreno que pisa; aunque a veces sea forzosamente pantanoso.

Esta novela tiene su base en la confección de un análisis histórico e historiográfico en el que

durante ocho años se han consultado y valorado cerca de 400 obras, escritas por más de 200

estudiosos especialistas en el estudio del Jesús histórico y/o de su tiempo: historiadores,

arqueólogos, filólogos, antropólogos, sociólogos, teólogos de distintas confesiones, autores

no confesionales,… donde todos sus conocimientos se han aplicado para intentar entender al

hombre que vivió hace dos mil años. (Este trabajo histórico, ‘Yeshúa bar Yosef. Jesús de

Nazaret visto a través de la historia’ está también disponible, exclusivamente vía digital dada

su magnitud).

*

Jon Codina nació en Barcelona a mediados de los años setenta. Se licenció en historia por la

Universitat de Barcelona en 1998, con un itinerario curricular centrado en la arqueología y la

historia antigua. Por circunstancias de la vida, su profesión es hoy otra muy distinta.

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