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5/26/2018 ZOLA-ElDinero-slidepdf.com http://slidepdf.com/reader/full/zola-el-dinero 1/226  Ilustración de sobrecubierta: En la bolsa, 1878-1879, Edgar Degas.

ZOLA- El Dinero

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    Ilustracin de sobrecubierta:En la bolsa, 1878-1879, Edgar Degas.

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    MILE ZOLA

    EL DINERO

    Primera edicin: julio 2001

    Versin castellana de M. GARCA SANZ

    Quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorizacin escrita de los titulares del copyright, bajo las sancionesestablecidas en las leyes, la reproduccin total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento,comprendidos la reprografa y el tratamiento informtico, y la distribucin de ejemplares de ella mediante alquiler o

    prstamo pblicos.

    La editorial no ha conseguido contactar con los titulares de los derechos de la traduccin, por lo que queda a sudisposicin para cualquier posible reclamacin.

    Ttulo original:L'Argent De la presente edicin, Editorial Debate, S. A., 2001O'Donnell, 19, 28009 Madrid

    I.S.B.N.: 84-8306-447-2Depsito legal: B. 21.351 - 2001Diseo de sobrecubierta, J. M. Garca CostosoCompuesto en Zero pre impresin, S. L.Impreso en A & M Grfic, S. L., Santa Perptua de Mogoda (Barcelona)

    Impreso en Espaa (Printed in Spain)

    Texto francs en: http://www.gutenberg.org/files/17516/17516-h/17516-h.htm

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    EL DINEROZOLA, EMILEEditorial Debate

    Barcelona, 2001ISBN 84-8306-447-2Pginas 432

    Una novela sobre el capitalismo y las altas finanzas, sobre elfuncionamiento de la banca y de los mercados de capitales, inspirada enun hecho real: la quiebra de un famoso banco. Alrededor de este hecho

    la novela nos cuenta la vida de una serie de personajes, sus ambiciones,sus amores y problemas. Pasiones individuales y de grupos: losconservadores catlicos contra el capital judo. El papel de la masonera.Y en medio, historias familiares, ruinas, adulterios, sobornos.

    mile Zola era un convencido positivista que estimaba a la razn comouno de los instrumentos para generar el progreso. El conocimientocientfico derivado del entendimiento permitira conocer a la naturaleza ya los hombres, con la intencin de regularlos para lograr una armonaentre ambos y conseguir el crecimiento.

    De esta manera surgira una sociedad justa y libre. No obstante, en estaevolucin existan barreras a eliminar, como el clericalismo, elmilitarismo y el capitalismo. Las tres plagas impedan la constitucinde la forma de gobierno republicana porque mantenan un pensamientofantico, privilegios corporativos y, sobre todo, erigan a la usura comovalor primordial. Para Zola la manera de superarlas era denunciar sus

    lacras, lo que hace a travs de narraciones como Germinal, La taberna, Verdad, Justicia, y Eldinero.

    En El dinero, Zola presenta el ascenso y cada del financiero Saccard. El protagonista, bajo lasombra de un hermano dedicado a la alta poltica, logra convencer a varios adinerados para que

    participen en la creacin del Banco Universal. La institucin atrae a los inversionistas por losamplios proyectos de desarrollo para algunos pases del Oriente presentados por sus funcionarios.La promesa de obtener considerables ganancias capta no slo a grandes agiotistas, sino a la gentesencilla ilusionada por acrecentar rpidamente sus ahorros.

    El hbil Saccard, adems, maneja a la prensa y a ciertos agentes para aumentar el precio de losvalores bancarios. La mayor acumulacin es indispensable para invertir en los programas y generarlos intereses prometidos. La especulacin llega a tazas altsimas, por la avidez de los banqueros,hasta que los usureros se dan cuenta del juego y a travs de ventas accionarias provocan la quiebradel banco. Con la cada, miles de personas de todas las clases sociales pierden su dinero y variasempresas desaparecen. Las consecuencias son desastrosas para la economa, pero tambin para losindividuos que viven tremendos dramas personales y familiares.

    En esta novela, Zola cuestiona el papel del dinero. La sociedad capitalista erige la moneda comoel smbolo del poder y de la importancia. Aquellos que lo poseen no slo pueden satisfacer susnecesidades, sino comprar los servicios de otros hombres. La adquisicin les permite llevar una vidareposada y prestigiosa a los ojos de los dems. La situacin de privilegio provoca un deseo porconcentrar cuyo efecto es el conflicto. El enfrentamiento lleva a la irracionalidad, en donde unos

    pocos triunfan y muchos se arruinan. La inestabilidad y la desigualdad resultante impide el progresoequitativo planteado por los positivistas y socialistas.

    El dinero es una de las novelas ms radicales de Zola y su lectura permite comprender losmaquiavlicos mecanismos que rigen a las bolsas de valores y la locura de quienes participan enellas. Adems, denuncia el carcter de ese nuevo mundo; as, uno de los personajes centrales tuvoentonces la brusca conviccin de que el dinero constitua el estircol en medio del cual surga

    aquella humanidad del maana. Novela clsica cuya lectura ser redituable para cualquier lector.

    Jorge Mungua Espitia

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    I

    Acababan de dar las once en el reloj de la Bolsa, cuando Saccard penetr en la sala blanca ydorada de casa Champeaux, cuyas altas ventanas daban a la plaza. Con rpida mirada, recorri lashileras de mesillas, donde los hambrientos comensales se apretujaban, pareciendo sorprenderse alno advertir el rostro que andaba buscando.

    Cuando, en el alboroto del servicio, pas junto a l un mozo cargado de platos, le interrog:Oiga, no ha venido el seor Huret?No, seor; todava no.Decidi entonces Saccard sentarse a una mesa que abandonaba un cliente, en el hueco de una de

    las ventanas. Crea haberse retrasado, y, mientras cambiaban el mantel, llev sus miradas alexterior, examinando los viandantes de la acera. Aun despus de haberle preparado la mesa, no se

    apresur a encargar su comida, quedando unos momentos con la vista sobre la plaza, toda alegre enesta clara jornada de principios de mayo. A aquella hora, en que todos almorzaban, permaneca casidesierta. Bajo el suave verde de los castaos, los bancos estaban desocupados. A lo largo de la reja,en el estacionamiento de coches, la fila de stos se prolongaba de punta a punta, y el mnibus de laBastilla se detena en su parada, en la esquina del jardn, sin dejar ni tomar viajeros. El monumento,con su columnata, sus dos estatuas y su vasto csped, quedaban baados por el sol, que caa a

    plomo, mientras a su alrededor se alineaba en buen orden un ejrcito de sillas.Saccard, que se haba vuelto, reconoci entonces a Mazaud, el agente de cambio, sentado a la

    mesa vecina, y le tendi la mano.Pero si es usted! Buenos das!Buenos das respondi Mazaud, estrechando su mano distradamente.

    Menudo, vivaracho, moreno y de aspecto agradable, acababa de heredar el cargo de uno de sustos, a los treinta y dos aos. Se pareca mucho al comensal que se sentaba frente a l, un seorgrueso de cara roja y afeitada, el clebre Amadieu, a quien veneraba la Bolsa desde su famoso golpede las Minas de Selsis. Cuando los ttulos haban bajado a quince francos y se consideraba loco acualquier comprador, l empe en el negocio toda su fortuna, unos doscientos mil francos, al azar,sin clculo alguno, con una obcecacin de bruto afortunado. Ahora, cuando el descubrimiento deautnticos y considerables filones haba remontado el valor de los ttulos por encima de los milfrancos, sala ganando una quincena de millones. Y la estpida operacin que debi hacer que leencerraran, le elevaba al rango de los ms despejados cerebros financieros. La gente le saludaba y,sobre todo, le consultaba. Por otra parte, el hombre no daba ya rdenes, como si se sintierasatisfecho al verse entronizado por su golpe genial, nico y legendario. Mazaud deba cultivar suclientela.

    Al no obtener de Amadieu siquiera una sonrisa, Saccard dedic un saludo a la mesa de enfrente,donde se hallaban reunidos tres especuladores a quienes conoca: Pillerault, Moser y Salmon.Qu tal? Va todo bien?Hola; s, no va mal!Pero tambin entre stos percibi cierta indiferencia, cercana a la hostilidad. Sin embargo,

    Pillerault, alto, enjuto, de gestos vivaces y nariz afilada en su rostro huesudo de caballero errante,tena por costumbre la familiaridad del jugador que tiene por principio la temeridad, declarando querodaba en las mayores catstrofes cuando se detena a reflexionar. Imperaba en l la exuberantenaturaleza del alcista, siempre encarado con la victoria, mientras que Moser, por el contraro, bajo,

    de tez amarillenta que reflejaba una enfermedad del hgado, se lamentaba sin cesar, vctima de unpersistente temor a los cataclismos. En cuanto a Salmon, frisando en la cincuentena, con soberbiabarba negra como la tinta, pasaba por ser personaje de extraordinaria firmeza. No hablaba jams yslo responda con sonrisas, sin que pudiera saberse cmo opinaba, ni siquiera si llegaba a opinar.

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    Pero su forma de escuchar impresionaba de tal modo a Moser, que no era raro que ste, despus dehacerle una confidencia, corriese a modificar una orden, desconcertado por su silencio.

    Ante la indiferencia que le testimoniaban, Saccard, con su mirada febril y provocadora, terminde dar la vuelta en torno de la sala. Pero slo cambi una inclinacin de cabeza con un corpulento

    joven, sentado a tres mesas de distancia; el apuesto Sabatani, un levantino de rostro largo y morenoiluminado por unos hermosos ojos negros, pero de boca maliciosa e inquietante, que daaba. Laamabilidad de aquel joven acab de irritarle. Era sin duda un ejecutado por alguna Bolsa extranjera,uno de aquellos seres misteriosos a quien amaban las mujeres, cado en el mercado desde el otooanterior, y que ya haba visto actuar como hombre de paja en un desastre bancario, mientras,lentamente, iba conquistando la confianza de los profesionales, con su correccin y su infatigableamabilidad, que prodigaba incluso a los ms vencidos.

    Ante Saccard se mantena atento un mozo.Qu va a tomar el seor?Ah, s!... Lo que usted quiera; una chuleta, unos esprragos...Luego, volvi a llamar al mozo.

    Est seguro de que el seor Huret no ha venido antes que yo, marchndose luego?S, seor, completamente seguro.All estaba, despus del desastre que en octubre le oblig a liquidar sus asuntos, vendiendo su

    hotel del parque Monceau para alquilar un apartamento. Ya slo le saludaban los Sabatanis al entraren un restaurante donde haba imperado; las cabezas no se volvan, ni se tendan a l las manos,como antes. Pero era buen jugador y saba no experimentar rencor alguno, tras aquel ltimo negociode los terrenos, escandaloso y desastroso, del que escasamente haba salvado el pellejo.

    Pero, del fondo de su ser, senta brotar un ansia de revancha, y la ausencia de Huret, que le habaprometido formalmente estar all desde las once, para darle cuenta de las gestiones que le encargararealizar cerca de su hermano Rougon, ministro a la sazn triunfante, le exasperaba sobre todo contraeste ltimo. Huret, dcil diputado, hechura del gran hombre, no era ms que un comisionado. Pero

    Rougon, que todo lo poda, era posible que le abandonase as? Nunca haba demostrado ser unbuen hermano. Se explicaba que se enfadara despus de la catstrofe y que rompiera abiertamente,para no verse a su vez comprometido. Pero, transcurridos seis meses, no deba haber acudidosecretamente a l para ayudarle? Tendra acaso el valor de negarle la suprema cooperacin quehaba tenido que pedirle a travs de un tercero, sin atreverse a verle en persona, temiendo que sedejara arrebatar por un acceso de clera? Slo tena que pronunciar una palabra para ponerlenuevamente en pie, con el Pars inmenso y cobarde bajo sus talones.Qu vino desea el seor? pregunt el jefe de la bodega.El burdeos corriente.Saccard, que absorto y desganado, dejaba enfriar su chuleta, levant la mirada al ver una sombra

    que se deslizaba sobre el mantel. Era Massias, muchacho alto y pelirrojo, que se escurra entre lasmesas con su cotizacin en la mano. Le haba conocido cuando era un simple comisionistamenesteroso y se sinti ofendido al verle pasar ante l, sin pararse, para tender la cotizacin aPillerault y Moser. Distrados por la conversacin en que estaban enfrascados, stos apenas leconcedieron una mirada: no, no tenan rdenes que dar; acaso otra vez. Massias, sin osar dirigirse aAmadieu, que, inclinado sobre una ensalada de bogavante, hablaba en voz baja con Mazaud, sevolvi hacia Salmon, que tom la cotizacin y tras estudiarla prolongadamente, se la devolvi, sindecir palabra. La sala se animaba y, a cada momento, nuevos comisionistas hacan batir sus puertas.Se cambiaban desde lejos palabras en voz alta y la pasin del negocio iba alzndose, a medida quese acercaba la hora. Y Saccard, que volva sin cesar sus miradas hacia fuera, vea que tambin la

    plaza se iba llenando poco a poco, con los coches y los viandantes que afluan, mientras que, sobre

    la escalinata de la Bolsa, refulgente bajo el sol, se destacaban las negras siluetas de quienesempezaban a salir lentamente.Le repito dijo Moser, desolado que estas elecciones complementarias del 20 de marzo

    constituyen un sntoma de los ms inquietantes... En fin, es hoy Pars entero el que se adhiere a la

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    oposicin.Pero Pillerault se encoga de hombros. Qu poda importar que Carnot y Garnier Pages

    estuvieran tambin en los bancos de la izquierda?Es como la cuestin de los ducados prosigui Moser; ya ve, est llena de

    complicaciones... Ciertamente, hace bien en rerse. Yo no digo que debiramos hacer la guerra aPrusia para impedir que se beneficie a costa de Dinamarca, pero, no obstante, tendra que existiralgn medio de actuar... S, s, cuando los grandes empiezan a comerse a los pequeos, nunca sesabe dnde se detendrn... Y, en cuanto a Mjico...

    Pillerault, que gozaba de uno de sus das de satisfaccin universal, le interrumpi con unacarcajada.Ah, no, amigo mo! No se enoje ms con sus temores sobre Mjico... Mjico ser la pgina

    gloriosa del reinado... De dnde diablo saca que el imperio est enfermo? Acaso el emprstito deenero, de trescientos millones, no se ha cubierto ms de quince veces? Un xito aplastante!... Mire,le emplazo para el sesenta y siete; s, dentro de tres aos, cuando se inaugure la ExposicinUniversal, como el emperador acaba de decidir.

    Pues yo le digo que todo va mal afirm Moser, desesperadamente.Vamos, djenos en paz, todo va bien.Salmon les miraba, uno tras otro, sonriendo con su presunta profundidad. Y Saccard, que les

    haba odo, agregaba a las dificultades de su situacin personal aquella crisis donde el imperiopareca penetrar. El estaba otra vez vencido, pero, sera cierto que el imperio, al que habacontribuido, iba, como l, a derrumbarse, arrastrando sbitamente a los ms encumbrados y los msmiserables? Despus de doce aos de amarlo y defenderlo, aquel rgimen donde se haba sentidovivir, desarrollarse, saturarse de savia, como el rbol que hunde sus races en el terreno que leconviene! Pero si su hermano pretenda desplazarle, apartndole de los que gozaban de inagotableabundancia, que todo se desplomase, como en los cataclismos finales de las noches de fiesta.

    Ahora, sumido en sus recuerdos, esperaba sus esprragos, ausente de la sala, donde la agitacin

    creca sin cesar. En un gran espejo situado frente a l, acababa de descubrir su imagen, que le habasorprendido. La edad no hizo mella en su persona, que, a los cincuenta aos apenas aparentabatreinta y ocho, con su esbeltez y su vivacidad de hombre joven. Incluso, con los aos, su rostromoreno y arrugado, de nariz puntiaguda, los ojos pequeos y brillantes, haba adoptado el encantode la continua juventud, flexible, activo y con los rizados cabellos sin una sola cana. Y, sin poderevitarlo, record su llegada a Pars, al da siguiente del golpe de Estado, la tarde invernal en quehaba cado en sus calles, con los bolsillos vacos, hambriento y con toda su pasin de apetitos porsatisfacer. Aquel primer recorrido a travs de la ciudad, cuando, antes incluso de deshacer suequipaje, sinti la necesidad de lanzarse a la calle, con sus botas agujereadas y su levita grasienta,

    para conquistarla!Despus de aquella noche, haba llegado varias veces hasta muy alto y un ro de millones pas

    por sus manos, sin que nunca llegara a poseer la fortuna, como cosa propia de la que se dispone,guardndola bajo llave, viva y material. Siempre haban morado en sus cajas la mentira y la ficcin,que ignorados agujeros la vaciaban de toda riqueza. Luego, volva a encontrarse de nuevo en lacalle, como en la lejana poca del comienzo, joven, ansioso, siempre insatisfecho, torturado por lamisma necesidad de goces y conquistas. Lo haba probado todo, sin llegar a saciarse, por falta deocasin y de tiempo, segn crea, para penetrar profundamente en las personas y en las cosas. Enaquellos instantes, senta la humillacin de ser, en el arroyo, menos an que un principiante,sostenido por la ilusin y la esperanza. Y le acometa la fiebre de empezar todo de nuevo parareconquistarlo, de elevarse a mayor altura que la que nunca alcanz, y posar al fin el pie en laciudad conquistada. No quera ya la riqueza mendaz de la fachada, sino el slido edificio de la

    fortuna, con la autntica realeza del oro, entronizado sobre montones de sacos llenos!La voz de Moser, que se alz de nuevo, agria y aguda, apart unos momentos a Saccard de susreflexiones.

    La expedicin de Mjico cuesta catorce millones mensuales, segn ha demostrado Thiers... Y,

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    realmente, hace falta estar ciego para no ver que, en la Cmara, la mayora se resquebraja. Son yatreinta y tantos los que se han pasado a la izquierda. El propio emperador se da perfecta cuenta deque el poder absoluto se ha hecho imposible, puesto que se convierte en promotor de la libertad.

    Pillerault no contestaba, limitndose a sonrer con aire desdeoso.

    S, ya s, el mercado os parece slido y los negocios van marchando. Pero esperad al fin... Seha demolido y reconstruido demasiado en Pars! Las grandes obras acaban con el ahorro. Y encuanto a las poderosas casas de crdito que os parecen tan prsperas, esperad a que una de ellas del salto y veris cmo las dems se derrumban en fila... Eso sin contar con que el pueblo se agita.Esa asociacin internacional de los trabajadores, que acaban de fundar para mejorar la situacin delos obreros, me causa demasiado espanto. Existe en Francia un movimiento revolucionario, una pro-testa, que va acentundose da a da... Yo digo que el gusano est dentro de la fruta, y que todoacabar por reventar.

    Surgieron entonces ruidosas protestas. El maldito Moser tena sin duda una de sus crisis dehgado. Pero l mismo, mientras hablaba, no apartaba la mirada de la mesa vecina, donde Mazaud yAmadieu seguan hablando en voz baja, en medio del barullo. Poco a poco, la sala iba inquietndose

    con aquellas prolongadas confidencias. Qu podan tener que comunicarse, para estarcuchicheando de aquel modo? Era indudable que Amadieu daba rdenes, preparando algn golpe.Haca tres das que circulaban ciertos rumores sobre los trabajos de Suez. Moser, con un guio, bajasimismo la voz.Ya sabe que los ingleses quieren impedir que se trabaje all. Pudiramos tener guerra.La enormidad de la noticia lleg a conmover a Pillerault. Era increble, y, seguidamente, la frase

    corri de boca en boca, adquiriendo la firmeza de una certidumbre: Inglaterra haba enviado unultimtum, exigiendo el cese inmediato de las obras. Era evidente que Amadieu no hablaba de otracosa con Mazaud, a quien dio la orden de vender todo su Suez. Un murmullo de pnico se elev enel ambiente cargado de olor a grasas, entre el creciente ruido de la vajilla removida. Y, en aquelmomento, la emocin lleg a su punto culminante cuando un empleado del agente de cambio, el

    pequeo Flory, con el rostro infantil pese a la tupida barba castaa, entr en la sala bruscamente. Seacerc rpido a su patrn con un paquete de fichas en la mano, y se las entreg dicindole algo alodo.Bien respondi simplemente Mazaud, que orden las fichas en su cartera.Luego, sacando el reloj, exclam:Son, casi, las doce! Dgale a Berthier que me espere. Y qudese tambin usted; suba a recoger

    los despachos.Cuando sali Flory, prosigui su conversacin con Amadieu, sacando del bolsillo otras fichas

    que extendi sobre el mantel, junto a su plato. Luego, a cada momento, un cliente que se marchabase inclinaba al paso para decirle unas palabras, que l inscriba rpidamente en uno de los papeles,entre dos bocados. La falsa noticia, llegada nadie saba de dnde, se agrandaba como los nubarronesde una tempestad.

    Vende usted, no es as? pregunt Moser a Salmon.Pero la muda sonrisa de ste adquiri tal agudeza, que qued perplejo, dudando ya de aquel

    ultimtum de Inglaterra, que, sin darse cuenta, l mismo haba inventado.Yo voy a comprar cuanto quieran concluy Pillerault, con su vanidosa temeridad de jugador

    sin mtodo.Con las sienes calientes por la embriaguez del juego, que azotaba el ruidoso final del almuerzo

    en la reducida sala, Saccard se decidi a comerse los esprragos, enfurecido de nuevo con Huret,con cuya presencia ya no contaba. Haca varias semanas que, pese a su prontitud para lasresoluciones, vacilaba sumido entre incertidumbres. Se daba perfecta cuenta de la necesidad de

    cambiar de vida, y, en principio, pens en iniciarse en la alta administracin o en la poltica. Porqu el Cuerpo legislativo no le habra llevado al consejo de ministros, como a su hermano? Lo quereprochaba a la especulacin, era la continua inestabilidad. Y las grandes sumas, perdidas con lamisma rapidez con que se ganaban; nunca consigui descansar sobre la realidad del milln, sin

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    deber nada a nadie. Y en aquellos momentos en que haca examen de conciencia, se deca que talvez era demasiado apasionado para la batalla del dinero, que tanta sangre fra requera. Aquellodeba explicar por qu, despus de una tan extraordinaria vida de lujos e inquietudes, sala vaco,quemado, tras diez aos de formidables negocios sobre terrenos del nuevo Pars, en los que tantos

    otros, ms torpes, haban reunido colosales fortunas. S, acaso se haba equivocado sobre susverdaderas aptitudes y quiz triunfara rpidamente en la lucha poltica, con su actividad y suardiente fe. Todo haba de depender de la respuesta de su hermano. Si ste le rechazaba,confinndole al remolino de la especulacin, tanto peor para l y para los dems; se arriesgara a darel gran golpe del que a nadie haba hablado an, el enorme negocio con que soaba desde hacavarias semanas, de tal envergadura que l mismo estaba asustado, y que, tanto si se lograba como sifracasaba, bastara para revolucionar el ambiente.

    Pillerault elev la voz.Mazaud, ha terminado ya la ejecucin de Schlosser?S respondi el agente de cambio, el aviso ser publicado hoy mismo... Qu quiere?

    Siempre resulta enojoso, pero yo haba recibido unas informaciones muy inquietantes y he sido el

    primero en descontarle. Es conveniente, de vez en cuando, dar un golpe de escoba.Me han asegurado dijo Moser que sus colegas, Jacoby y Delarocque, estaban afectadosen importantes sumas.

    El agente tuvo un gesto vago.Bah, es la parte del difunto... Ese Schlosser debe pertenecer a una banda y saldr libre de todo

    tropiezo, para proseguir sus fechoras en la Bolsa de Berln o la de Viena.Las miradas de Saccard haban ido a posarse sobre Sabatani, de cuya asociacin secreta con

    Schlosser se haba enterado casualmente: los dos jugaban el sabido juego, uno al alza y el otro a labaja, sobre un mismo valor. El que perda quedaba libre para participar en los beneficios del otro ydesaparecer. Entretanto, el joven pagaba tranquilamente la cuenta del almuerzo que acababa detomar. Luego, con su acariciadora gracia de oriental injertado de italiano, fue a estrechar la mano de

    Mazaud, de quien era cliente. Se inclin sobre l y le dio una orden, que ste escribi en una ficha.Vende sus Suez murmur Moser.Y, en voz alta, cediendo a una imperiosa necesidad, agobiado por la duda, pregunt:

    Qu? Qu es lo que usted opina de Suez?Un silencio interrumpi el barullo de las voces, mientras las cabezas de las mesas prximas se

    volvan a mirar. Aquello vena a resumir el creciente estado de ansiedad. Pero las espaldas deAmadieu, que haba invitado a Mazaud simplemente para recomendarle un sobrino, resultabanimpenetrables. En tanto, el agente, que empezaba a extraarse de las rdenes que iba recibiendo, secontentaba con inclinar la cabeza, por un hbito profesional de discrecin.

    Los Suez estn muy bien! exclam Sabatani con su cantarina voz, mientras, al salir, seapartaba de su camino, para estrechar galantemente la mano de Saccard.

    ste conserv por unos momentos la sensacin de aquel apretn de manos, tan suave y tanclido, casi femenino. En su incertidumbre sobre el camino a seguir en su nueva vida, calificaba defulleros a cuantos se encontraban all. Si le obligaban a ello, cmo acosara a aquellos temerososMoser, a los vanidosos Pillerault, a los Salmon, huecos como calabazas, y a los Amadieu, cuyosxitos pasaban por genialidad! El ruido de platos y vasos se haba reanudado, las vocesenronquecan y las puertas batan cada vez con ms fuerza, en la prisa que a todos devoraba porestar all, en el juego, si haba de producirse una catstrofe en torno a Suez. Y a travs de la ventana,en medio de la plaza, surcada por los coches y atestada de viandantes, vea la soleada escalinata dela Bolsa, salpicada ahora por una multitud de insectos humanos, de hombres correctamente vestidosde negro, que poco a poco se reunan en la columnata, mientras, tras las rejas, aparecan algunas

    mujeres, como vagas formas, que se deslizaban bajo los castaos.Bruscamente, en el momento en que se dispona a comer el queso que haba encargado, una vozgrave le hizo levantar la cabeza.

    Le pido perdn, amigo mo; me ha sido imposible acudir ms pronto.

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    Al fin, era Huret, un normando de Calvados, de rostro ancho y grueso de campesino astuto, quedesempeaba el papel de simple. Seguidamente, se hizo servir cualquier cosa, el plato del da conunas legumbres.

    Y bien? pregunt secamente Saccard, que haca esfuerzos por contenerse.

    Pero el otro no demostraba prisa alguna y le examinaba con su aire taimado y prudente. Luego,disponindose a comer, acerc la cabeza y dijo en voz baja:Pues, s: he visto al gran hombre... S, en su casa, esta maana... Ah, ha estado muy amable!

    Muy amable respecto a usted.Se detuvo para beber un largo trago de vino y meterse una patata en la boca.

    Entonces?Entonces, amigo, mire usted... Est plenamente dispuesto a hacer por usted cuanto pueda; le

    encontrar una envidiable situacin, pero fuera de Francia... Por ejemplo, gobernador de una denuestras colonias, alguna de las buenas... Usted sera el amo, un verdadero prncipe.

    Saccard haba palidecido.Oiga, lo dir en broma. Cmo le gusta burlarse de todos!... Por qu no la deportacin, sin

    ms disfraces? Con que quiere librarse de m! Que tenga cuidado conmigo!Huret, con la boca llena, se mantena conciliador.Vamos, vamos, no queremos otra cosa que beneficiarle; djenos hacer.Que me deje eliminar, no es cierto?... Mire, hace unos momentos, decan aqu que al imperio

    no le quedara pronto ningn error por cometer. S, la guerra de Italia, lo de Mjico, la actitudrespecto a Prusia... A fe ma que es la pura verdad!... Harn ustedes tantas tonteras y tantaslocuras, que todo Francia se levantar para echarles.

    Repentinamente, el diputado, la fiel criatura del ministro, palideci inquieto, mirando en tornosuyo.

    Perdone, perdone, no puedo seguirle... Rougon es un hombre ntegro y mientras l est ah, nohay peligro... No, no diga nada ms, usted no le conoce, tengo que decrselo.

    Violentamente, ahogando la voz entre sus dientes cerrados, Saccard le interrumpi.Sea como quiera, entrguese a l... Pero quiere apoyarme aqu en Pars? Diga s o no.En Pars, jams.Sin aadir una palabra, se levant y llam al mozo para pagar la cuenta, mientras, muy tranquilo,

    Huret, que conoca sus explosiones de ira, segua tragando grandes bocados de pan, dejando que semarchase por temor a un escndalo. Pero, en aquel momento, una gran emocin afect a la sala.

    Acababa de entrar Gundermann, el banquero rey, el amo de la Bolsa y el mundo, un hombre desesenta aos, de inmensa cabeza calva, gran nariz y ojos salientes, con expresin de una terca obsti-nacin y una gran fatiga. Nunca iba a la Bolsa y afectaba no enviar siquiera un representante oficial;

    por otra parte, jams almorzaba en pblico. nicamente, de tarde en tarde, se le ocurra, como enaquella ocasin, dejarse ver en el restaurante de Champeaux, donde se sentaba simplemente parahacerse servir un vaso de agua de Vichy. Haca veinte aos que sufra una dolencia de estmago yse alimentaba exclusivamente con leche.

    Al momento, se moviliz todo el personal para llevarle el vaso de agua, y todos los comensalesparecieron encogerse. Moser, anonadado, contemplaba a aquel hombre que saba todos los secretosy dictaba a su capricho el alza o la baja, como Dios dispone del rayo. El propio Pillerault le salud,sin fe en otra cosa que en la irresistible fuerza de los millones. Eran las doce y media, y Mazaud,que acababa de despedirse de Amadieu, volvi junto a ste, inclinndose ante el banquero, de quien,alguna vez, haba tenido el honor de recibir alguna orden. Otros muchos bolsistas, que estabanigualmente en trance de marcharse, se quedaron de pie, rodeando a la divinidad, hacindolerespetuosas reverencias en medio del desorden de los manteles sucios y contemplndole con

    veneracin mientras beba el vaso de agua, que, con mano temblorosa, llevaba a sus descoloridoslabios.Tiempo atrs, durante las especulaciones sobre los terrenos de la llanura de Monceau, Saccard

    haba tenido discusiones e incluso alguna disputa, con Gundermann. No podan entenderse, uno

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    apasionado y lleno de vida, y el otro sobrio y dominado por la fra lgica. De tal modo, Saccard, ensu crisis de clera, exasperado ms an por aquella entrada triunfal, se dispona a salir, cuando el

    banquero le llam.Oiga, buen amigo, es cierto que deja los negocios?... Hace bien, es preferible...

    Aquello fue para Saccard una bofetada en pleno rostro. Se irgui sobre su corta talla, y repliccon voz clara, aguda cmo una espada:Fundo una casa de crdito con un capital de veinticinco millones, y cuento con ir a verle

    dentro de poco.Y sali, dejando tras de s los ardientes rumores de la sala, donde todos se precipitaban para no

    perderse la apertura de la Bolsa. Ojal pudiera triunfar al fin, pisoteando con los talones a aquellosque le volvan la espalda, y luchar en plano de igualdad con este rey del oro, hasta, algn da, talvez, derrotarle! An no estaba decidido a lanzar su gran negocio, y fue el primero en sorprenderseante la frase que la necesidad de responder le haba obligado a pronunciar. Pero poda tentar lafortuna, ahora que su hermano le abandonaba, que los hombres y las cosas le heran para volverle ala lucha, como el toro sangrante que es devuelto a la arena?

    Por unos momentos, permaneci trmulo, al borde de la acera. Era la hora de la actividad,cuando la vida de Pars pareca afluir a aquella plaza central, entre la calle Montmartre y la calleRichelieu, las dos arterias encaonadas que encauzaban a la muchedumbre. De las cuatro calles quedaban a las esquinas de la plaza, surgan inacabables oleadas de coches, surcando el arroyo entre losremolinos de los numerosos viandantes. Las dos filas de la estacin de coches de alquiler sedeshacan y rehacan incesantemente, a lo largo de la verja, mientras en la calle Vivienne, lasvictorias de los bolsistas se alineaban apretujadas, con los cocheros en lo alto, dispuestos a fustigara sus caballos a la primera orden. La escalinata y el peristilo parecan ennegrecidos con elhormigueo de las levitas, y la Bolsa, instalada ya bajo el reloj y en pleno funcionamiento, dejabaescapar el clamor de la oferta y la demanda, la marea del agio, triunfante sobre los rumores de laciudad. Quienes pasaban por all, volvan la cabeza, con el ansia y el temor de las operaciones

    financieras, llenas de misterios, a las que pocos cerebros franceses tenan acceso, con sus bruscasfortunas y bancarrotas, que difcilmente se explicaban entre tanta gesticulacin y tanto gritodesaforado. Y l, al borde del arroyo, aturdido por las lejanas voces y empujado por el transitar

    presuroso de la gente, soaba una vez ms en la realeza del oro, en aquel barrio febril, donde laBolsa, entre una y tres, lata como un enorme corazn.

    Pero, despus de su infortunio, no se haba atrevido a entrar otra vez en la Bolsa. Por otra parte,aquel da, un sentimiento de vanidad lastimada y la certidumbre de ser considerado como un ven-cido, le vedaban subir la escalinata. Igual que los amantes desdeados por sus queridas, que lasdesean ms mientras creen execrarlas, volva all fatalmente, dando la vuelta a la columnata concualquier pretexto, cruzando el jardn con el andar lento de un paseante bajo los castaos. Enaquella especie de plaza polvorienta, desprovista de csped y macizos, donde pululaba sobre los

    bancos, entre urinarios y kioscos de peridicos, una abigarrada mezcla de oscuros especuladores ymujeres del barrio, que, destocadas, cuidaban de sus hijos, afectaba una ociosidad indiferente,alzando la mirada, acechaba, con la acuciante idea de que estaba asediando aquel monumento, alque encerraba en un estrecho cerco, para al fin entrar un da en l como triunfador.

    Torci por la esquina de la derecha, bajo los rboles que daban cara a la calle de la Banca, y,seguidamente, fue a caer sobre el bolsn de los valores sin cotizacin, los pies hmedos, comocon despectiva irona llamaban a estos especuladores de ocasin, que cantaban al aire libre y en el

    barro de los das lluviosos, los ttulos de sociedades difuntas. Haba all, en un grupo tumultuoso,toda una sucia judera de rostros brillantes y perfiles enjutos de aves de rapia; una extraordinariareunin de narices tpicas, que se juntaban unas a otras cual si estuvieran sobre una presa, con gritos

    guturales, pareciendo devorarse unos a otros. En el momento de pasar, advirti, algo apartado, a unhombre alto que examinaba un rub bajo el sol, levantndolo delicadamente entre sus dedos,enormes y sucios.

    Hombre, Busch!... Me hace recordar que pensaba subir a su casa.

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    Busch, que tena una oficina en la calle Feydeau, en la esquina de la calle Vivienne, le haba sidode gran utilidad en varias ocasiones, en circunstancias difciles. Permaneca extasiado, examinandolas aguas de la piedra preciosa, con la cara levantada y los grandes ojos grises como deslumbrados

    por la viveza de la luz. Dejaba ver, enrollada como una cuerda, la corbata que siempre llevaba,

    mientras su chaqueta de ocasin, soberbia en otros tiempos, pero extraordinariamente rada ahora yllena de manchas, se alzaba hasta sus claros cabellos, que caan en extraos y rebeldes mechonesdesde la frente. Su sombrero, tostado por el sol y humedecido por las lluvias, careca de edad.

    Finalmente, se decidi a bajar nuevamente a la tierra.Ah, el seor Saccard! Dando una vueltecita por aqu?S, se trata de una carta escrita en ruso, una carta de un banquero ruso establecido en

    Constantinopla. Y haba pensado en su hermano, para que me la tradujera.Busch, que, con un tierno movimiento inconsciente, segua dando vueltas a la piedra en su mano

    derecha, le tendi la izquierda, afirmando que aquella misma noche le mandara la traduccin. Sinembargo, Saccard le explic que se trataba solamente de diez lneas.

    Subir y su hermano me la leer sin demora.

    Se vio interrumpido por la llegada de una voluminosa mujer, la seora Mchain, muy conocidapor los habituales de la Bolsa; una de esas incurables y mseras jugadoras cuyas manos se mezclanen toda clase de sucios menesteres. Su cara de luna llena, hinchada y enrojecida, de pequeos ojosazules y boca diminuta, de la que sala una voz aflautada de nia, pareca desbordarse del viejosombrero malva que llevaba anudado con unas bridas granate. El gigantesco pecho y su vientre dehidrpica, reventaban bajo el vestido de popeln verde, que el barro haba descolorido hasta hacerloamarillo. Sostena en el brazo una vieja bolsa de cuero negro, inmensa, tan profunda como unavalija, de la que nunca se separaba. Aquel da, la bolsa, hinchada, llena hasta reventar, tiraba de ellahacia la derecha, haciendo que se inclinara como un rbol.

    Aqu la tenemos dijo Busch, que deba estar esperndola.S, he recibido los papeles de Vendme, y se los traigo.

    Bien, pues andando para casa... Aqu, hoy, no queda nada por hacer.Saccard haba dedicado una vacilante mirada al enorme bolso de cuero. Saba muy bien que all

    iban a parar inevitablemente los ttulos descalificados y las acciones de sociedades en bancarrota,sobre las que los pies hmedos especulaban todava; acciones de quinientos francos de valor quese disputaban por veinte o diez sueldos, con la vaga esperanza de una improbable rehabilitacin, o,de una forma ms prctica, como una mercanca intil que cedan con beneficio a banquerosdeseosos de aumentar su pasivo. En las mortferas batallas de las finanzas, la Mchain era el cuervoque segua a los ejrcitos en marcha. No se fundaba una compaa o una gran casa de crdito, sinque ella apareciese con su bolsa, husmeando el ambiente en espera de cadveres, incluso en losmomentos prsperos de las emisiones triunfantes. Pero ella saba que la derrota era inevitable y queel da de la matanza haba de llegar, ofrecindole entonces los ttulos manchados de barro y desangre. Y Saccard, que rondaba su gran proyecto de montar una banca, tuvo un ligeroestremecimiento, al ver aquella bolsa, carnicera de valores depreciados, por la que pasaba todo el

    papel sucio barrido de la Bolsa.Al ver que Busch se llevaba a la vieja, Saccard le detuvo.

    Entonces, cree que si subo, encontrar a su hermano?Los ojos del judo se dulcificaron y expresaron una sorpresa llena de inquietud.

    Mi hermano... pues, claro! Dnde quiere que est?Muy bien, pues hasta ahora.Y Saccard, dejando que se alejaran, prosigui su lenta marcha a lo largo de la arboleda, hacia la

    calle Notre-Dame-des-Victoires. Aquel lado de la plaza era uno de los ms frecuentados, con los

    comercios y las industrias artesanas, cuyas muestras doradas ondeaban bajo el sol. Las cortinasbatan en los balcones, mientras una familia de provincianos permaneca boquiabierta en la ventanade un hotel amueblado. Maquinalmente, haba levantado la cabeza, contemplando el azoramiento deaquella gente, que le hizo sonrer al recordarle que en los departamentos siempre habra algunos

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    accionistas. A su espalda, el clamor de la Bolsa y el rumor de la lejana marea, continuaban,obsesionndole, como si amenazaran con engullirle.

    Pero un nuevo encuentro le detuvo.Cmo, Jordan, usted en la Bolsa? exclam, estrechando la mano de un hombre alto y

    moreno de pequeo bigote, de aire audaz y decidido.Jordan, cuyo padre, un banquero de Marsella que tiempo atrs se haba suicidado a consecuenciade desastrosas especulaciones, recorra las calles de Pars desde haca diez aos, lleno de entusias-mo por la literatura y en valiente lucha con la ms negra miseria. Uno de sus primos, instalado enPlassans, donde conoca a la familia de Saccard, le haba recomendado a ste, cuando reciba altodo Pars en su hotel del parque Monceau.

    Qu! La Bolsa? Jams! respondi el joven con gesto violento, como si apartara de s eltrgico recuerdo de su padre. Luego, volviendo a sonrer, prosigui:

    Ya sabe que me he casado?... S, con una amiga de la infancia. Nos comprometimos en lapoca en que yo era rico, y ella se ha obcecado en quererme a pesar de ser el pobre diablo en queme he convertido.

    Efectivamente, recib la tarjeta de participacin dijo Saccard. Imagnese que, tiempoatrs, estuve en relaciones con su suegro, el seor Maugendre, cuando tena la manufactura detoldos en la Villette. Ha debido ganar una bonita fortuna.

    La conversacin tena lugar cerca de un banco, y Jordan le interrumpi para presentarle un seorbajo y grueso, con aire de militar, que estaba sentado y con el que conversaba en el momento delencuentro.

    El seor es el capitn Chave, to de mi mujer... La seora Maugendre, mi suegra, de los Chavede Marsella.

    El capitn se haba levantado y Saccard le salud. Conoca de vista su figura apopltica, degarganta envarada por el uso de cuello de crin; era el prototipo de los nfimos jugadores al contado,a quien, con toda seguridad, poda encontrarse all todos los das de una a tres. Era el juego de los

    pequeos beneficios, en el que se obtena una ganancia, de quince o veinte francos, que haba derealizarse en la misma Bolsa.

    Jordan, con su risa bondadosa, aadi, para explicar su presencia:Mi to es un bolsista feroz, a quien a veces no hago ms que estrechar la mano al pasar.Diablo! dijo simplemente el capitn. Bien he de jugar, puesto que el gobierno, con su

    pensin, dejara que me muriese de hambre.Saccard, a quien el joven interesaba por el coraje con que luchaba en la vida, le pregunt

    entonces cmo andaban las cosas en la literatura, y Jordan, animndose, le explic la instalacin desu modesto hogar en un quinto piso de la avenida Clichy. Los Maugendre, desconfiando del poeta,crean haber hecho bastante al consentir el matrimonio, no dando nada a su hija bajo el pretexto deque sta les sucedera, recibiendo intacta su fortuna, incrementada con sus ahorros. No, la literaturano subvena la nutricin de nuestro hombre, que, pese a proyectar una novela, no encontraba eltiempo necesario para escribirla, teniendo que recurrir al periodismo, donde se ocupaba en todaclase de menesteres, desde las crnicas, hasta los ecos de los tribunales e incluso los sucesos.

    Bien dijo Saccard, si monto mi gran negocio, tal vez tenga necesidad de usted. As quevenga a verme.

    Despus de despedirme, dio la vuelta por detrs de la Bolsa. All, por fin, el clamor se hizolejano y dejaron de distinguirse los gritos del juego, restando slo un vago rumor que se perda entrelos ruidos de la plaza. De aquel lado, las escalinatas estaban igualmente invadidas de pblico, peroel gabinete de los agentes de cambio, cuyo tapizado rojo se vea a travs de las altas ventanas, venaa aislarlo del barullo de la gran sala de la columnata, donde especuladores, delicados y opulentos, se

    sentaban cmodamente a la sombra, solos o en pequeos grupos, transformando en una especie decasino aquel vasto peristilo abierto a pleno aire. En cierto modo, la parte posterior del monumentoera como la trasera de un teatro, con la entrada de los artistas en un callejn feo y relativamentetranquilo. Era ste la calle de Notre-Dame-des-Victoires, ocupada en su totalidad por tabernas,

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    cafs, cerveceras y establecimientos similares, en los que hormigueaba una clientela especial,extraamente mezclada.

    Saccard se haba detenido en el interior de la verja, levantando el rostro hacia la puerta queconduca al gabinete de los agentes de cambio, con la aguda mirada del jefe de un ejrcito que

    examina desde todos los ngulos la fortaleza cuyo asalto se dispone a intentar, cuando un mocetnque sala de una taberna, cruz la calle para decirle al odo:Seor Saccard! No tendr usted nada para m? He dejado definitivamente el crdito

    mobiliario y ando buscando un empleo.Jantrou haba sido profesor en Bordeaux, de donde tuvo que venirse a Pars a consecuencia de

    una historia poco clara. Obligado a abandonar la universidad, era, sin embargo, un muchacho deagradable aspecto, con su barba negra y su calvicie precoz. Por otra parte, era culto, inteligente yamable, pero al caer, a los veintiocho aos, en la Bolsa, no haba hecho ms que arrastrarse yensuciarse durante dos lustros, yendo y viniendo como comisionista, ganando escasamente el dineronecesario para sus vicios.

    Saccard, al verle tan humilde, record con amargura el saludo de Sabatani en casa Champeaux:

    decididamente, slo contaba con los corrompidos y los fracasados. Sin embargo, no dejaba de apre-ciar la viva inteligencia de ste, recordando que las tropas ms valientes se reclutan entre losdesesperados, aquellos que se atreven a todo por no tener nada que perder. As pues, se mostramable.

    Un empleo repiti. Podramos encontrarlo. Venga a verme.Est ahora en la calle Saint-Lazare, no es cierto?S, en la calle Saint-Lazare, por las maanas.Y se pusieron a charlar. Jantrou senta gran animosidad contra la Bolsa, afirmando que haba que

    ser un pillo para triunfar en ella, con el rencor del hombre que en sus pilleras no fue del brazo de lafortuna. Daba aquello por terminado y crea que, merced a su cultura universitaria y a suexperiencia mundana, podra abrirse camino en la administracin. Saccard aprob sus ideas con un

    movimiento de cabeza. Luego, al salir de la verja, siguiendo la acera hasta la calle Brongniart,ambos se internaron por un coche oscuro de correcto atalaje detenido en dicha calle, con el caballovuelto hacia la de Montmartre. Mientras las espaldas del cochero, en lo alto del pescante,

    permanecan inmviles corno una piedra, haban observado una cabeza femenina, que, en dosocasiones, se asom y desapareci por la portezuela, con gran rapidez. De repente, dicha cabeza seinclin sobre la ventanilla, echando hacia atrs, hacia la Bolsa, una prolongada mirada llena deimpaciencia.

    La baronesa Sandorff murmur Saccard.Era una mujer morena algo extraa, de ardientes ojos negros semiocultos por lnguidos prpados

    y boca carnosa que daba al rostro un aspecto apasionado, al que malograba tan slo una narizbastante larga.

    S, es la baronesa replic Jantrou. La conoc de soltera, cuando viva con su padre, elconde de Ladricourt. Un impenitente jugador, extraordinariamente brutal. Iba en busca de susrdenes cada maana y cierto da falt poco para que me pegase. No sent la menor pena cuandomuri de un ataque de apopleja, arruinado a consecuencia de una serie de liquidacioneslamentables... La joven, entonces, tuvo que decidirse a contraer matrimonio con el barn Sandorff,consejero de la embajada de Austria, que tena treinta y cinco aos ms que ella, y a quien,

    positivamente, haba vuelto loco con sus fogosas miradas.Ya s dijo simplemente Saccard.De nuevo la cabeza de la baronesa haba vuelto a hundirse en el coche. Pero, a poco, reapareci,

    ms inquieta, con la mano levantada para mirar a lo lejos, en la plaza.

    Juega, no es cierto?Oh, como una desesperada! En los das crticos, siempre se la puede ver ah, en su coche,atenta a las cotizaciones, tomando febriles notas sobre su agenda y dando rdenes... Pero, mire; eraa Massias a quien esperaba. Ah va a reunirse con ella.

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    En efecto, Massias corra con toda la velocidad de sus cortas piernas, llevando en la mano lacotizacin. Vieron entonces cmo se asomaba a la ventanilla del coche, hundiendo en ella la cabeza,y sumindose en larga conversacin con la dama. Luego, al apartarse para no ser sorprendidos en suespionaje, vieron volver al comisionista, siempre corriendo, y le llamaron. ste, al principio, lanz

    una mirada, asegurndose de que quedaba oculto por la esquina y despus se par repentinamente,jadeando, con su lindo rostro congestionado, pero aun as alegre, con sus grandes ojos azules deinfantil nitidez.

    Pero qu les ocurre? exclam. Los Suez se derrumban y todos hablan de una guerra conInglaterra. La noticia est causando una revolucin, y nadie sabe de dnde ha salido... Y yo me pre-gunto: La guerra? Quin diablo puede haberla inventado? A menos que se haya inventado sola...En fin, toda una jugarreta...

    Jantrou hizo un guio.Y la seora, jugando como siempre?Como una endemoniada. Aqu llevo sus rdenes para Nathansohn.Saccard, que le estaba escuchando, coment, como para s: Pues es cierto; me han dicho que

    Nathansohn se haba metido en el juego.Es un tipo agradable, ese Nathansohn, que merecera triunfar dijo Jantrou. Habamosestado juntos en el Crdito mobiliario... Pero l llegar: no en vano es judo. Su padre, austraco, seestableci en Besanon, creo que como relojero... La idea se le ocurri un buen da en el Crditomobiliario, viendo cmo se desarrollaba todo esto. Pens que la cosa no estaba mal, y que le

    bastaba con disponer de una habitacin y abrir una taquilla. Y ha abierto una taquilla... Y usted,Massias, est satisfecho?

    Ah, satisfecho! Usted que ha pasado por ello, tiene mucha razn al decir que hace falta serjudo. Si no es as es intil tratar de comprenderlo; le falta a uno la mano y las pasa negras...Maldito oficio! Pero cuando se est en l, hay que seguir. Adems, todava tengo buenas piernas, yno he perdido del todo las esperanzas.

    Y ech a correr, riendo, con su eterna risa.Saccard y Jantrou regresaron lentamente a la calle Brongniart y vieron de nuevo el coche de la

    baronesa. Pero las ventanillas estaban levantadas y el vehculo pareca vaco, mientras lainmovilidad del cochero pareca haber aumentado en aquella espera que a veces se prolongaba hastalas ltimas cotizaciones.

    Es extraordinariamente excitadora dijo con brutalidad Saccard. Comprendo al viejobarn.

    Jantrou mostr una extraa sonrisa.Bah, el barn! Hace mucho tiempo que est harto, creo. Segn dicen, es muy avaro... Sabe

    usted con quin se ha liado, para acabar de pagar las facturas que el judo no acaba nunca deatender?

    No.Con Delcambre.Con Delcambre, el procurador general? Ese hombre alto y seco, tan plido y tan rgido!...

    Ah, me gustara verles juntos!Y ambos, muy alegres y animados, se despidieron con un vigoroso apretn de manos, tras

    recordar Jantrou que se tomara la libertad de visitarle prximamente.Al encontrarse de nuevo solo, Saccard fue otra vez presa del sonoro rumor de la Bolsa, que

    retumbaba como la marea cuando se retira. Haba torcido la esquina y bajaba haca la calleVivienne, por el lado de la plaza que se haca ms severo por carecer de cafs. Anduvo a lo largo dela Cmara de comercio, la oficina de correos y las grandes agencias publicitarias, cada vez ms

    aturdido y febril, a medida que se acercaba a la fachada principal. Cuando pudo enfilar el peristilocon la mirada, se detuvo una vez ms, como si todava no quisiera acabar la vuelta de la columnata,con aquella especie de pasin con que la circundaba. All, sobre la calle ensanchada, se desplegabala vida, esplendorosa: una oleada de consumidores inundaban los cafs y la pastelera, mientras la

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    gente se agolpaba en los escaparates, especialmente en el de un orfebre, donde fulgurabanvoluminosas piezas de platera. Por las cuatro esquinas y las cuatro calles, pareca ir en aumento laafluencia de coches y transentes, en inextricable confusin. Contribuan a entorpecer el paso laoficina de los mnibus y los coches de los agentes de bolsa, que, alineados, obstruan la acera, casi

    de un extremo a otro de la verja.Saccard, insensiblemente, apret sus puos. De pronto, se puso en marcha y dio vuelta por lacalle Vivienne, cruzando la calzada para ganar la esquina de la calle Feydeau, donde se hallaba lacasa de Busch. Acababa de recordar la carta en ruso que haban de traducirle. Pero, cuando entrabase vio detenido por el saludo de un joven que permaneca inmvil ante la papelera, instalada en la

    planta baja. Reconoci en l a Gustavo Sdille, hijo de un fabricante de seda de la calle Jeneurs, aquien su padre haba colocado en casa de Mazaud para estudiar el mecanismo de las actividadesfinancieras. Sonri paternalmente al elegante muchacho, cavilando cul poda ser su misin devigilancia en aquel lugar. La papelera Conin proporcionaba los libritos de notas de todos los

    bolsistas, especialmente desde que la menuda seora Conin ayudaba a su obeso marido, atendiendoal mostrador, yendo y viniendo, y haciendo los recados fuera de la casa, mientras su marido se

    mantena en la trastienda, dedicado exclusivamente a la fabricacin. La mujer era gruesa, rubia ysonrosada; un verdadero colchn rizado, llena de gracia, encantos y alegra. Segn decan, queramucho a su marido, pero esto no era obstculo para que prodigase sus ternuras a algn bolsista de laclientela, cuando le gustaba. En tales casos, no la mova el dinero, nicamente por el placer,siempre una sola vez, en una casa amiga de la vecindad, por lo que deca la leyenda. De cualquierforma, aquellos a quienes agraciaba con sus favores, deban mostrarse discretos y reconocidos,

    puesto que segua siendo apreciada y festejada, sin que corriera ningn rumor ingrato acerca de ella.De aquel modo, la papelera continuaba prosperando, como un verdadero rincn de felicidad. Al

    pasar, Saccard vio cmo la seora Conin sonrea a Gustavo a travs de los cristales. Qu encantode criatura! Y percibi la deliciosa sensacin de una caricia. Por fin, se decidi a subir las escaleras.

    Haca veinte aos que Busch ocupaba all arriba, en el quinto piso, un reducido apartamento

    compuesto de dos habitaciones y una cocina. Nacido en Nancy, de padres alemanes, haba cado allal llegar de su ciudad natal, y, poco a poco, fue extendiendo el crculo de sus negocios,extraordinariamente complicados, sin sentir necesidad de un gabinete ms espacioso y cediendo asu hermano Segismundo el uso de la habitacin que daba a la calle. l se contentaba con la quedaba al patio, donde los papelotes, las carpetas y toda clase de paquetes, se amontonaban en talforma que slo quedaba espacio para la nica silla de que dispona.

    Uno de sus grandes negocios era el trfico de valores depreciados, que centralizaba, sirviendo deintermediario entre el Bolsn y los pies hmedos, como asimismo a quienes, en quiebra, tenanhuecos que rellenar en sus balances. As pues, segua el curso de las cotizaciones, comprando aveces directamente, pero nutrindose, sobre todo, de los stocks que le llevaban. Adems, aparte dela usura y todo un oculto comercio sobre joyas y piedras preciosas, se ocupaba especialmente de lacompra de crditos. Aquello era lo que atiborraba su gabinete, hasta reventar las paredes, y lo que lelanzaba a Pars, a los lugares ms dispares, acechando y husmeando con informadores en todos losestamentos. En cuanto se enteraba de una quiebra, corra a rondar en torno del sndico, adquiriendotodo aquello que no poda rendir un provecho inmediato.

    Vigilaba las oficinas de los notarios y esperaba la apertura de las sucesiones difciles, asistiendoa las adjudicaciones de crditos desesperados. Por otra parte, publicaba anuncios atrayendo a losacreedores impacientes, que preferan percibir algn dinero inmediato a correr el riesgo de perseguira sus deudores. De tan mltiples fuentes, llegaban los papeles a montones, acrecentando de formaincesante su archivo de prendero de la deuda: bonos impagados, contratos inejecutados,reconocimientos invalidados, compromisos incumplidos y documentos semejantes. Luego, all

    dentro, empezaba la seleccin de los mismos, que requera una sensibilidad especial, muy delicada.En aquel mar de deudores desaparecidos o insolventes, era preciso saber elegir, para no malograresfuerzos. En principio, estimaba que cualquier crdito, por comprometido que pareciese, podahacerse efectivo, y posea toda una serie de expedientes, perfectamente clasificados, a los que

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    corresponda un repertorio de nombres, que repasaba de vez en cuando, para refrescar la memoria.Pero entre los insolentes, como es natural, segua ms de cerca a los que consideraba susceptibles deuna pronta fortuna. Sus indagaciones desnudaban a las personas y penetraba en los secretos de lasfamilias, tomando nota de los parientes ricos, de los medios de subsistencia y, sobre todo, de los

    nuevos cargos, que permitan aventurarse en ciertos movimientos. Era as como dejaba que algnpersonaje madurase, a veces durante aos, para arremeter contra l cuando le vea triunfar. Encuanto a los deudores desaparecidos, le apasionaban todava ms, lanzndole a una fiebre deindagaciones, hojeando las muestras comerciales y los anuncios de prensa, atento a las direcciones,en las que husmeaba como un perro cazador que olfatea la pieza. Se mostraba feroz con losinsolventes y desaparecidos que caan en sus garras, a los que explotaba sin piedad, sacando de elloscien francos por lo que slo le haba costado diez sueldos, explicndoles brutalmente sus riesgos de

    jugador, que le obligaban a ganar con ellos lo que pretenda perder con los que escapaban entre susdedos, como el humo.

    En aquella caza del deudor, la Mchain constitua una de las ayudas de que ms gustaba servirse;porque, como haba de disponer de una pequea tropa de batidores a sus rdenes, viva en eterna

    desconfianza de tal personal, hambriento e infamado. En cambio, la Mchain tena solvencia en elbarrio, poseyendo tras la colina de Montmartre toda una ciudad, la Cit de Naples, vasto terrenosembrado de chozas desvencijadas que la mujer alquilaba por meses. Era aqul un espantoso rincnlleno de miserias y de muertos de hambre que se amontonaban sobre la basura, a quienes arrojabade sus estercoleros sin consideracin, en cuanto se retrasaban en el pago. Y lo que la devoraba,comindose los beneficios de su ciudad, era su maldita pasin por el juego, as como por las plagasdel dinero que la haca correr a las ruinas y los incendios, donde era posible robar alguna joyaderretida por el calor. Cuando Busch la encargaba de alguna informacin, de desalojar a un deudor,no vacilaba en gastar su propio dinero por el placer de la gestin. Deca de s misma que era viuda,

    pero lo cierto es que nadie conoci nunca a su marido. Proceda de donde nadie saba y parecahaber tenido siempre cincuenta aos, desbordante, con su aflautada voz de jovencita.

    Aquel da, cuando la Mchain se sent en la nica silla, el gabinete qued lleno, como obstruidopor aquel ltimo paquete de carne cado en el lugar. Busch, prisionero, pareca sumergido en un marde expedientes, sobre el que slo asomaba la cabeza.

    Aqu tiene dijo la mujer, vaciando su bolsa de los papeles que la llenaban. Esto es lo queFayeux me ha enviado desde Vendme... Lo ha comprado todo para usted en la quiebra Charpier,como usted me dijo que le indicase... Ciento diez francos.

    Fayeux, a quien la Mchain llamaba primo suyo, acababa de instalar all una oficina derecaudacin de rentas. Aunque sus actividades confesadas consistan en gestionar los cupones de los

    pequeos rentistas de la comarca y actuar como depositario de dichos cupones y el dinero, jugabafrenticamente.

    Lo que se saca de las provincias no vale gran cosa murmur Busch, pero, aun as, puededarse con un hallazgo.

    Olfateaba los papeles y los seleccionaba con mano experta, clasificndolos grosso modo despusde un primer examen. Su rostro aplanado se ensombreci e hizo una mueca de decepcin.

    Hum! No hay tajada en la que hincar el diente... Por fortuna, no ha salido caro... Si se trata degente joven que ha venido a Pars, tal vez los atrapemos...

    Dej entonces escapar una leve exclamacin de sorpresa.Oiga! Qu es esto?Acababa de leer al pie de una hoja de papel timbrado la firma del conde de Beauvilliers, yen el

    papel no aparecan ms que tres lneas, de gruesa escritura senil: Me comprometo a pagar a laseorita Lonide Cron la cantidad de diez mil francos, a su mayora de edad.

    El conde de Beauvilliers prosigui, reflexionando en voz alta; s, tena unas granjas, todauna heredad, por la parte de Vendme... Muri en un accidente de caza, dejando a su mujer y doshijos en la miseria. En otros tiempos tuve pagars suyos que cobr con bastantes dificultades... Un

    pcaro, una persona insignificante...

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    De repente, prorrumpi en grandes carcajadas, al reconstruir la historia.Ah, el viejo ladino! Cmo se ha burlado de la chica!... Ella no querra y l debi decidirla

    con este pedazo de papel, que, legalmente, carece de valor. Luego, muri... Veamos, esto llevafecha de 1854; hace diez aos. Diablo, la chica ha de ser mayor de edad! Cmo poda hallarse este

    compromiso en manos de Charpier?... Charpier, un tratante en granos que haca prstamos a cortoplazo. No cabe duda de que la muchacha debi dejarle esto en prenda, a cambio de unos escudos; otal vez se haba encargado de su recuperacin...

    Pero esto es muy bueno! interrumpi la Mchain. Es un magnfico golpe!Busch se encogi de hombros, desdeosamente.

    Ah, no! Le digo que legalmente no tiene ningn valor... Si presento esto a los herederos,pueden mandarme a paseo, pues hay que ofrecer pruebas de que el dinero se deba realmente...Slo, si diramos con la joven, procurara que se mostraran amables, entendindose con nosotros

    para evitar un desagradable escndalo... Lo comprende? Busque a esa Lonide Cron, escriba aFayeux para que descubra su paradero. Luego veremos.

    Tras un silencio, la Mchain replic:

    Me he ocupado de los pagars de Jordan... Estaba convencida de haber dado con el hombre.Le han empleado en no s dnde y ahora escribe en los peridicos. Pero en la prensa reciben a lagente muy mal y se niegan a facilitar direccin alguna. Adems, segn creo, no firma lo que escribecon su nombre verdadero.

    Sin decir palabra, Busch haba alargado el brazo para tomar el expediente de Jordan en su lugaralfabtico. Haba seis pagars de cincuenta francos, fechados cinco aos atrs y escalonados de mesen mes; un total de trescientos francos que el joven haba firmado a un sastre en momentos deestrechez. Impagados a su presentacin, los pagars se haban engrosado con enormes gastos y elformidable procedimiento desbordaba del expediente. En aquellos momentos, la deuda se elevaba asetecientos treinta francos con quince cntimos.

    Si es un joven de porvenir murmur Busch, siempre estaremos a tiempo de pescarle.

    Luego, sin duda por una asociacin de ideas, exclam:Pero, diga, acaso hemos abandonado el asunto de Sicardot? La Mchain alz al cielo sus

    rollizos brazos, expresando con su monstruosa figura una inmensa desesperacin.Ay, Dios mo! gimi con su voz de pito. En esta cuestin, dejar el pellejo.El asunto de Sicardot era una romntica historia, con cuyo relato se deleitaba. Una prima suya,

    Rosala Chavaille, hija rezagada de una hermana de su padre, haba sido sorprendida, cierta noche, alos diecisis aos, en la escalera de una casa de la calle Harpe, donde ella y su madre ocupaban undepartamento en el piso sexto. Lo peor era que el caballero, un hombre casado, llegado haca seisdas escasos con su mujer, a una habitacin subarrendada por una seora del segundo, se habamostrado tan carioso, que la pobre Rosala, derribada con demasiada premura contra el borde deun escaln, se haba lastimado un hombro. De ah, la justa ira de su madre, que estuvo a punto dedar un espantoso escndalo, pese a las lgrimas de la joven, que confesaba su complacencia,aadiendo que aquello haba sido un accidente y que lamentara mucho que mandasen al seor a lacrcel. Entonces la madre prometi callar, contentndose con exigir al hombre seiscientos francos,repartidos en doce pagars de cincuenta francos mensuales. Y ello no supona un trato infamante,

    pues su actitud fue ms bien modesta, ya que la chica, que acababa su aprendizaje como costurera,haba dejado de ganar su jornal y se hallaba enferma, postrada en la cama, tan mal cuidada, por otra

    parte, que los msculos del brazo se haban contrado, convirtindola en una invlida.Antes de que terminase el primer mes, el seor desapareci sin dejar su direccin. Y las

    desgracias siguieron cayendo sobre la joven, golpendola como una granizada: tuvo un hijo, perdia su madre y, en medio de la mayor miseria, se entreg a la mala vida. Embarrancada en la Cit de

    Naples, en casa de su prima, se arrastr por las calles hasta los veintisis aos, sin poder valerse desu brazo, vendiendo limones en los mercados de vez en cuando y desapareciendo semanas enterascon hombres, que la dejaban borracha y cubierta de morados. Finalmente, el ao anterior, tuvo lasuerte de reventar, a consecuencia de una borrasca ms peligrosa que las anteriores. Y la Mchain

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    haba tenido que amparar al nio, Victor, sin que de la aventura le quedase otro recuerdo que losdoce pagars impagados, firmados por Sicardot. Nunca pudo saber ms que esto: el caballero sellamaba Sicardot.

    Con un nuevo gesto, Busch tom el expediente Sicardot, una leve camisa de papel gris. No haba

    ocasionado ningn gasto y en l slo figuraban los doce pagars.Y an, si Victor fuera bueno... se lamentaba la mujer. Pero es un chiquillo horrible... Ay,qu duro es recibir herencias como sta! Un chico que acabar en el cadalso y unos trozos de papelque nunca me servirn de nada.

    Busch tena sus claros ojos obstinadamente fijos en los pagars. Cuntas veces los habaestudiado de aquel modo, esperando que un detalle imperceptible en la forma de las letras o inclusoen el grano del papel sellado, le descubriera algn indicio! Pretenda que aquella escritura fina y

    puntiaguda no le era del todo desconocida.Resulta curioso repiti una vez ms, pero tengo la seguridad de que he visto en otra parte

    estas as y estas os, tan alargadas, que llegan a parecer es.En aquel preciso momento, llamaron a la puerta y Busch rog a la Mchain que alargara la mano

    para abrir, pues la estancia daba directamente a la escalera. Para ganar la otra, haba que cruzarla, yaque la cocina, un agujero sin ventilacin, se hallaba al otro lado del rellano.Pase, seor.Y fue Saccard quien entr. Sonrea, interiormente divertido por la placa de cobre que figuraba en

    la puerta, rezando en grandes letras negras: Contencioso.Ah,es cierto, seor Saccard! Seguramente viene por esa traduccin... Mi hermano est ah, en

    la otra habitacin... Pase, haga el favor.Pero la Mchain obstrua completamente el paso, y contemplaba al recin llegado con aire cada

    vez ms sorprendido. Fue precisa toda una maniobra: retrocedi l a la escalera y ella sali a su vez,hacindose a un lado, de forma que Saccard pudiese entrar y ganar finalmente la habitacin vecina,donde desapareci. Durante tan complicados movimientos, la mujer no haba dejado de observarle.

    Oh! suspir, sofocada. Nunca haba visto tan de cerca al seor Saccard... Victor es suvivo retrato.

    Busch, sin comprenderla al principio, la miraba. Luego, bruscamente iluminado, lanz un ternoen voz baja.

    Maldito sea! Claro que s! Bien saba yo que haba visto esa letra en alguna parte!Y aquella vez, se levant, haciendo caer los expedientes, hasta que dio con una carta que le haba

    escrito Saccard el ao anterior, para pedirle un aplazamiento en favor de una seora insolvente. Enseguida compar la escritura de los pagars con la de la carta: eran, sin duda, las mismas as y lasmismas os, agudizadas an ms con el paso del tiempo, y haba tambin una evidente identidad enlas maysculas.

    Es l! Es l! deca una y otra vez. Pero, veamos: por qu Sicardot y no Saccard?Y en su memoria se despertaba de un modo confuso la historia del pasado de Saccard, que un

    agente de negocios llamado Larsonneau, hoy millonario, le haba explicado. Saccard cayendo enPars al da siguiente del golpe de Estado, para explotar la naciente influencia de su hermanoRougon; primero, su miseria en los oscuros callejones del viejo barrio latino y, despus, su rpidafortuna merced a un matrimonio de conveniencia, cuando tuvo la inesperada suerte de enterrar a su

    primera mujer. Fue con ocasin de sus momentos difciles, cuando cambi el apellido Rougon porel de Saccard, modificando simplemente el de aquella primera esposa que se llamaba Sicardot.

    S, s, lo recuerdo perfectamente murmur Busch. Tuvo el desenfado de firmar lospagars con el nombre de su esposa. Sin duda, la pareja dio ese nombre cuando se instal en la calleHarpe. Luego, el ladino tom toda clase de precauciones, cambiando de domicilio a la menor

    alarma... Ah, no buscaba ms que el dinero, pero tambin gozaba disfrutando de las nias en lasescaleras! Era una sandez, que acabara por jugarle una mala pasada.Calle, calle... ya lo tenemos. No puede negarse que existe la Providencia. En fin, recibir una

    compensacin por cuanto hice por el pobre Victor, a quien tanto quiero, s!, por incorregible que

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    sea.Estaba radiante y sus ojillos chispeaban entre las abultadas mantecas de su rostro.Pero Busch, despus de la crisis febril de la solucin tanto tiempo buscada y que el azar le haba

    brindado, haba vuelto a su fra reflexin y sacuda la cabeza. Seguro que Saccard, aunque

    momentneamente arruinado, era todava una buena presa. Podan haber cado sobre un padre quepresentase menos ventajas. Sin embargo, no sera fcil dominarle, pues era terriblemente agresivo.Adems, ignorante de que tena un hijo poda negarlo, pese al extraordinario parecido que habaasombrado a la Mchain. Por otra parte, era viudo por segunda vez y a nadie haba de rendir cuentasde su pasado, de modo que, incluso si aceptaba el nio, no haba temor ni amenaza que pudieseexplotarse contra l. En cuanto a no sacar de su paternidad ms que los seiscientos francos de los

    pagars, era ciertamente demasiado poco; no vala la pena de haber recibido tan milagrosa ayuda dela suerte. No, no; era preciso reflexionar, meditarlo bien y encontrar el medio de recoger los frutosen plena madurez.

    No nos precipitemos concluy Busch. Por otra parte, ahora est arruinado; dmosletiempo para que se recupere.

    Y, antes de despedir a la Mchain, acab de estudiar con ella las insignificantes cuestiones deque estaba encargada: una joven que haba empeado sus joyas para un amante; un yerno cuyasdeudas pagara su suegra, que era su amante, si saban llevar bien las cosas, y otras tantascuestiones, diversas y delicadas, relacionadas con la difcil y compleja tarea de recobrar crditosimpagados.

    Al entrar en la vecina estancia, Saccard haba quedado unos momentos deslumbrado por laclaridad de la ventana, sin cortinas, sobre la que daba el sol. La habitacin, tapizada con un papelclaro de florecillas azules, no tena ms mobiliario que una cama de hierro, en un rincn, una mesade pino, en el centro, y dos sillas de paja. A lo largo de la pared izquierda, unas maderasescasamente cepilladas hacan las veces de biblioteca, cargadas de libros, folletos, peridicos y todaclase de papeles. Sin embargo, la viva luz del da, en aquellas alturas, daba a tal desnudez una

    especie de alegra juvenil y una sonriente ingenuidad llena de frescura.El hermano de Busch, Segismundo, un joven imberbe de treinta y cinco aos, de cabellos

    castaos, largos y ralos, se hallaba all, sentado ante la mesa, con la abultada y amplia frentehundida en la huesuda mano, y tan absorto en la lectura de un manuscrito, que ni siquiera alz lamirada, por no haber odo cmo se abra la puerta.

    Segismundo, educado en las universidades alemanas, era de tal inteligencia que, aparte delfrancs, su lengua materna, hablaba alemn, ingls y ruso. Hallndose en Colonia en 1849, conocia Karl Marx, convirtindose en el redactor preferido de su Nouvelle Gazette rhnane. A partir deaquel momento, sus ideales se fijaron, profesando el socialismo con ardiente fe y haciendo entregaincondicional de su persona al pensamiento de una prxima renovacin social, que asegurara el

    bienestar de los pobres y los humildes. Desde que su maestro, desterrado de Alemania y forzado aexiliarse de Pars a consecuencia de las jornadas de junio, viva en Inglaterra, escriba y se esforzaba

    por organizar el partido, vegetando por su parte en medio de sus sueos, y tan descuidado de su vidamaterial, que seguramente habra muerto de hambre, de no haberle acogido su hermano en la calle.Feydeau, junto a la Bolsa, sugirindole la idea de utilizar sus conocimientos lingsticos paraestablecerse como traductor.

    Su hermano mayor le adoraba con pasin maternal; siendo un lobo feroz con los deudores ycapaz de robar diez sueldos a costa de la sangre de un hombre, se enterneca hasta llorar, con unaemocin de mujer, cuando se trataba de aquel mocetn distrado que an era un nio. Le habacedido la habitacin ms grande, que daba a la calle, le serva como una criada y gobernaba suextrao hogar, barriendo, haciendo las camas y ocupndose de la comida, que les suban de un

    pequeo restaurante prximo, dos veces diarias. l, que era tan activo, toleraba su ociosidad, pueslas traducciones no marchaban, obstaculizadas por sus trabajos personales. Haba llegado aprohibirle que trabajase, inquieto por una tos de mal cariz que le afliga. Y pese a su desmedidoamor por el dinero y a la criminal codicia con que lo persegua como nica razn de su existencia,

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    sonrea con indulgencia ante las teoras del revolucionario y dejaba que disfrutara de su capitalcomo el juguete de un nio, sin temor a que pudiera malbaratarlo.

    Segismundo, por su parte, ni siquiera saba lo que hiciera su hermano en la habitacin vecina.Ignoraba todo aquel espantoso negocio sobre valores sin cotizacin y compra de crditos, y viva en

    las nubes, en su soberano ensueo de justicia. La idea de la caridad le ofenda, sacndole de s; paral, la caridad era la limosna, la desigualdad consagrada por la bondad. Y l no admita ms que lajusticia, la reconquista de los derechos de cada hombre, planteados en los inmutables principios dela nueva organizacin social. En consecuencia, siguiendo las teoras de Karl Marx, con quienmantena continuada correspondencia, empleaba su tiempo en estudiar aquella organizacin,modificando y mejorando sin cesar, sobre el papel, la sociedad del maana, cubriendo de cifrasinmensas pginas, basando en la ciencia la complicada estructura del bienestar universal.

    Despojaba a unos de su capital para repartirlo entre los dems, removiendo miles de millones,transformando a golpes de pluma la fortuna de la gente. Lo haca en aquella alcoba desnuda, sinotra pasin que su sueo y sin necesidad de satisfacer ningn goce, con una frugalidad tal, que suhermano haba de enfadarse para que bebiera vino y comiera carne. Pretenda que el trabajo de cada

    hombre, medido segn sus fuerzas, asegurase la satisfaccin de sus necesidades, y l se matabatrabajando, viviendo de la nada. Era un verdadero sabio, dulce y puro, apartado de la materialidadde la vida. Desde el ltimo otoo, tosa cada vez ms, bajo los efectos de la tisis que le ibainvadiendo, sin que siquiera se dignara darse cuenta, cuidndose un poco.

    Saccard hizo un movimiento y Segismundo, finalmente, levant su vaga mirada, pareciendoextraarse, a pesar de que conoca al visitante.

    Vengo para que me traduzca una carta.La sorpresa del joven iba en aumento, pues haba decepcionado a sus clientes, banqueros,

    especuladores y agentes de cambio, que reciban una copiosa correspondencia, circulares y estatutosde sociedades, sobre todo de Alemania e Inglaterra.

    S, una carta escrita en ruso. Oh, son solamente unas lneas!

    Tendi entonces la mano, pues el ruso era su especialidad, siendo el nico que lo traducafcilmente, entre los traductores del barrio, que vivan del alemn y el ingls. La rareza de losdocumentos rusos en el mercado de Pars explicaba sus largos perodos de paro.

    Levantando la voz, ley la carta en francs. Se trataba, en pocas palabras, de la respuestafavorable de un banquero de Constantinopla, una simple afirmacin sobre un negocio.

    Muy agradecido exclam Saccard, al parecer encantado.Y rog a Segismundo que escribiera las lneas de la traduccin en el dorso de la carta. Pero ste

    fue presa de un acceso de tos, que trat de sofocar con su pauelo, para no importunar a su her-mano, que corra junto a l cuando le oa toser de aquel modo. Luego, pasada la crisis, se levant

    para abrir la ventana de par en par, jadeando, pretendiendo respirar aire puro. Saccard, que le habaseguido, ech fuera una mirada, dejando escapar una exclamacin.

    Hombre! Si se ve la Bolsa. Qu fea aparece desde aqu.Efectivamente, nunca la haba contemplado desde aquel ngulo, a vista de pjaro, con las

    amplias vertientes de cinc de su techo cubiertas por un bosque de tuberas. Las puntas de lospararrayos se alzaban, semejantes a gigantescas lanzas que amenazasen el cielo. El monumento ens, no era ms que un cubo de piedra estriado regularmente por las columnas, una mole de un grissucio, desnudo y feo, enarbolando una bandera en jirones. Pero lo que ms extraeza le causabaeran la escalinata y el peristilo, salpicados de hormigas negras, todo un hormiguero revolucionado,agitndose, desplegando una inexplicable actividad, que observada desde all mova a compasin.

    Cmo se empequeece todo! aadi. Dira que pueden cogerse todos, en un puado.Luego, sabedor de las ideas de su interlocutor, prosigui, riendo:

    Cundo va a barrer todo eso de una patada?Segismundo se encogi de hombros.Para qu? Acabarn por aniquilarse ustedes mismos.Y, poco a poco, fue animndose, hablando sobre el tema que era su nico pensamiento. Cierta

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    necesidad de proselitismo le lanzaba, a la menor palabra, a la exposicin de su sistema.S, s, trabajan ustedes para nosotros, sin sospecharlo siquiera... No son ms que un puado de

    usurpadores que despojan a la masa del pueblo, pero, cuando estn saciados, nosotros slo ten-dremos que expropiarles a nuestra vez... Todo acaparamiento y toda centralizacin, conducen al

    colectivismo. Ustedes nos dan una leccin prctica; lo mismo que las grandes propiedadesabsorbiendo las pequeas parcelas y los grandes empresarios explotando a los obreros, las grandescasas de crdito y los grandes almacenes, matando toda competencia, se engordan con la ruina delas pequeas bancas y los pequeos comercios, creando un camino, lento pero seguro, hacia elnuevo estado social... Nosotros esperaremos a que todo se derrumbe y a que el actual sistema de

    produccin conduzca a un malestar intolerable por sus consecuencias finales. Entonces, losburgueses, e incluso los campesinos, nos ayudarn.

    Saccard, interesado, le observaba con vaga inquietud, pese a que le tomaba por loco.Pero, en resumen, dgame en qu consiste su colectivismo.El colectivismo es la transformacin de los capitales privados que se nutren de la lucha con la

    competencia, en un capital social unitario, explotado por el trabajo de todos... Imagine una sociedad

    en que los instrumentos de la produccin sean propiedad de todos, donde todos trabajen segn suinteligencia y sus fuerzas, y donde la produccin de esta cooperacin social sea distribuida entretodos, en proporcin con sus esfuerzos. No hay nada ms sencillo, no le parece? Una produccincomn en las fbricas, los tajos y los talleres de la nacin, y despus, un intercambio, un pago enespecies. Si existe un exceso de produccin, se guarda en almacenes pblicos, de donde se toma

    para cubrir los dficits que puedan producirse. Es un simple balance... Como el golpe de hacha quederriba el rbol podrido... Basta de competencia y de negocios de clase alguna; es el fin del capital

    privado, del comercio, de los mercados y de la Bolsa. La idea del beneficio carecer ya de sentido.Las fuentes de la especulacin y de las rentas ganadas sin trabajar se agotarn.

    Oh, oh! le interrumpi Saccard. Esto cambiara por completo las costumbres de muchagente... Qu hara usted con quienes disfrutan hoy de rentas?... Por ejemplo, Gundermann, le

    arrebatara sus millones?En modo alguno; nosotros no somos ladrones. Le compraramos sus millones y todos sus

    valores, por bonos de consumo divididos en anualidades. Imagnese usted ese inmenso capital,reemplazado as por una holgada riqueza de medios de consumo: en menos de cien aos, losdescendientes de su Gundermann se veran constreidos al trabajo personal, como los demsciudadanos, puesto que las anualidades acabaran por agotarse, sin que ellos pudieran capitalizar susforzadas economas, incluso suponiendo que se conserve intacto el derecho de sucesin... Le digoque todo esto barrer de golpe, no slo los negocios individuales, las sociedades annimas y lasasociaciones de capitales privados, sino, adems, todas las fuentes indirectas de las rentas, igual quelos sistemas de crdito, prstamos, arrendamientos... No quedar ya ms medida del valor que elautntico trabajo. Naturalmente, quedarn suprimidos los salarios, puesto que en el Estadocapitalista actual, stos no equivalen al producto exacto del trabajo ni representan jams lo que esestrictamente necesario para el cotidiano sustento del obrero. Hay que reconocer que el Estadoactual es el nico culpable y que el patrono ms ntegro se ve forzado a seguir la dura ley de lacompetencia, explotando a sus obreros si quiere subsistir. Hay que destruir totalmente nuestroactual sistema social... Gundermann se asfixiar bajo el peso de sus bonos de consumo, pero susherederos apenas podrn consumirlos y habrn de cederlos a los dems, empuando el pico o laherramienta, como cualquier camarada.

    Y Segismundo, satisfecho, prorrumpi en una alegre risa infantil, siempre en pie ante la ventana,con la mirada fija en la Bolsa, donde bulla el negro hormiguero del juego. Un ardiente sonrojosuba a sus mejillas, sin otra diversin que imaginarse las irnicas bromas de la justicia futura.

    El malestar de Saccard iba en aumento. Y si aquel soador, a pesar de todo, deca la verdad?Explicaba unas cosas que parecan muy claras y sensatas.Bah! murmur, queriendo tranquilizarse. Todo esto no habr de suceder el ao que

    viene.

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    Cierto replic el joven, que haba vuelto a su gravedad. Nos encontramos en el perodode transicin, en la poca de la agitacin. Es posible que haya violencias revolucionarias, que amenudo son inevitables. Pero las exageraciones y los arrebatos sern pasajeros... Oh, no trato deocultarme las inmensas dificultades inmediatas! Todo este porvenir soado parece imposible; no

    puede darse a la gente una idea razonable de esta sociedad futura, de esta sociedad de justo trabajo,cuyas costumbres sern tan diferentes de las nuestras. Ser como otro mundo en otro planeta... Y,por otra parte, hay que reconocer que la reorganizacin todava no est a punto y que seguimosindagando. Yo, que apenas duermo, agoto en ello mis noches. Por ejemplo, es verdad que se nos

    puede decir que si las cosas son tal como son, es porque la lgica de las acciones humanas las hahecho as. De tal modo, qu trabajo ha de exigir remontar el ro hasta su fuente y conducirlo haciaotro valle. Es verdad que la sociedad actual debe su prosperidad secular al principio delindividualismo, al que la emulacin y el inters personal dan una fecundidad de produccinincesantemente renovada. Llegar algn da el colectivismo a esta fecundidad? Y por qu medios

    podr activarse la funcin productiva del trabajador, cuando quede destruida la idea del beneficio?Ah est, para m, la angustia, la duda, el terreno movedizo, donde es preciso que nos batamos, si

    queremos que se decida algn da la victoria del socialismo... Pero venceremos, porque nosotrossomos la justicia. Mire, ah tiene usted ese monumento... Lo ve usted?La Bolsa? replic Saccard. Diantre, claro que la veo!Pues bien, sera una necedad hacerla volar, porque la reconstruiran en otra parte... Sin

    embargo, yo le auguro que reventar por s misma, cuando la expropie el Estado, convertidolgicamente en nico y universal banco de la nacin. Y quin sabe? Tal vez servir entonces dedepsito pblico de nuestras excesivas riquezas, uno de los cuernos de la abundancia en quenuestros nietos encontrarn el lujo de sus fiestas.

    Con un amplio gesto, Segismundo abarc aquel futuro de bienestar general. En medio de suexaltacin, se estremeci con un nuevo acceso de tos, volviendo a sentarse ante la mesa, con lacabeza entre las manos y los codos hundidos en los papeles, para sofocar el desgarrado estertor de

    su garganta. Pero esta vez no consigui calmarse. Bruscamente se abri la puerta, y Busch, quehaba despedido a la Mchain acudi corriendo, trastornado, como si padeciera en su personaaquella maldita tos. Seguidamente, se inclin tomando al hermano entre sus brazos, como simeciese a una criatura doliente.

    Vamos, chico, qu es lo que te pasa, que te sofocas? Ya sabes que quiero que te vea unmdico. Esto no es razonable... Seguro que has hablado con exceso.

    Y lanz una mirada de soslayo hacia Saccard, que haba quedado en medio de la habitacin,conmovido por lo que acababa de decir aquel diablo, tan apasionado y tan enfermo, que, desde lasalturas de su ventana, haba de lanzar un sortilegio sobre la Bolsa, con sus ideas de barrerlo todo,

    para luego reconstruirlo.Gracias, les dejo dijo el visitante, ansioso de salir de all. Enveme la carta con sus diez

    lneas traducidas... Espero otras; lo arreglaremos todo junto.Pero la crisis haba pasado, y Busch le retuvo todava unos instantes.

    A propsito, la dama que estaba conmigo hace unos minutos le conoci en otros tiempos...Oh, en das ya lejanos...

    Ah, s? Dnde?En la calle Harpe, 52.Por dueo que fuera de s mismo, Saccard qued plido, con un tic nervioso que contraa su

    boca.La calle Harpe? No viv all ms que ocho das, a mi llegada a Pars; el tiempo de buscar

    alojamiento... Hasta la vista!

    Hasta la vista respondi Busch, que se enga, creyendo ver una confesin en superplejidad, mientras meditaba el modo de explotar ampliamente la aventura.De nuevo en la calle, Saccard torci maquinalmente hacia la plaza de la Bolsa. Estaba trmulo y

    ni siquiera mir a la seora Conin, con su linda cara rubia sonriente a la puerta de la papelera. En la

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    plaza, haba aumentado la agitacin y el clamor del juego vena a abatirse sobre las aceras, repletasde gente, con la violencia desbocada de la pleamar. Era el vocero de las tres menos cuarto, la

    batalla de las ltimas cotizaciones, la irritacin por saberse ya quin se ira con las manos llenas.De pie, en la esquina de la calle de la Bolsa, frente al peristilo, le pareci reconocer, en medio de

    la confusin, al bajista Moser y el alcista Pillerault, sumidos en el barullo, mientras crea or cmosala del fondo de la sala la aguda voz del agente de cambio Mazaud, que oscureca de vez encuando las exclamaciones de Nathansohn, sentado en el corro, bajo el reloj. Un coche que pas

    junto a la acera estuvo a punto de salpicarle; vio bajar de l a Massias, que no esper siquiera a queel cochero parase del todo. Subi la escalinata a grandes zancadas, jadeando, portador de las ltimasrdenes de algn cliente.

    Saccard, siempre plantado inmvil, con la mirada fija en la confusin, recordaba su vida anterior,avergonzado por sus principios, que haban vuelto a su memoria a causa de las preguntas que Buschacababa de hacerle. Volva a su pensamiento la calle Harpe y la calle Saint-Jacques, por dondehaba arrastrado sus deterioradas botas de aventurero ambicioso, cado sobre Pars paraconquistarlo. Y experimentaba un ntimo furor al pensar que an no lo haba logrado y que

    nuevamente se hallaba en la calle, acechando la fortuna, insatisfecho y torturado por un ansia degoces que nunca sinti tan imperiosa.En aquel momento un transente le dio un empujn, sin volverse siquiera para excusarse.

    Reconoci en l a Gundermann, que daba su habitual paseo por razones de salud, y al que vio entraren una confitera, de donde el rey del oro llevaba a veces una caja de bombones de un franco parasus nietas. Y aquel empujn, en tal momento, en el acceso de fiebre que senta nacer en l, desdeque daba vueltas en torno de la Bolsa, fue como un trallazo, como un ltimo impulso que acab dedecidirle. Haba concluido el asedio de la fortaleza e iba a asaltarla. Era el juramento de una luchasin cuartel: no abandonara Francia, desafiara a su hermano y jugara la suprema partida, una

    batalla terriblemente audaz, que pondra Pars a sus pies, o le lanzara al arroyo, destrozado.

  • 5/26/2018 ZOLA- El Dinero

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    II

    Despus de su ltimo y desastroso negocio de los terrenos, cuando Saccard hubo de abandonarsu palacio del parque Monceau, que cedi a los acreedores para evitar una catstrofe mayor, su

    primer pensamiento fue ir a refugiarse en casa de su hijo Maximo. ste, desde la muerte de sumujer, que descansaba en un pequeo cementerio de Lombarda, ocupaba solo un hotel de laavenida de la Imperatrice, donde haba organizado su vida con sabio y feroz