El Legado
El universo ha dejado de ser lo que nos contaba la historia de las épocas de la luz cuando
yo apenas era un niño. La historia que me era enseñada cuando joven, relataba un universo
lleno de luz, lleno de vida, pero ahora todo es muy diferente. Hace mucho tiempo que no veo
una sola estrella al mirar por la ventanilla de la nave, pues la única manera de ver las estrellas
es mediante telescopios gravitacionales cuánticos de altísima resolución apuntando hacia el
infinito. Sólo de esa manera se puede observar algo del remanente cósmico de luz que nos ha
dejado atrás, pues la mayoría de las estrellas se han convertido en peligrosos agujeros negros.
No sólo la oscuridad es lo único que nos rodea, sino también la desolación. Nuestra
habilidad para recolectar energía de vacío y convertirla en materia ordinaria es lo único que nos
mantiene con vida. Miles de razas intergalácticas han perecido debido a su escasez de
conocimientos en esta rama de la ciencia. Sin embargo, hay una raza que ha exterminado a
muchas otras en su afán por poseer todo el hidrógeno del universo y que nos ha estado
persiguiendo sin cesar durante millones de años en busca de nuestra tecnología para así
sobrevivir sin necesidad de materia bariónica.
Ni la infinidad del espacio es escondite suficiente para ellos, pues el visible no es la única
parte del espectro de la luz que conocen. La radiación infrarroja que producen todos los
cuerpos con cierta temperatura, y por ende nuestras naves, es más que suficiente para ser
detectados por ellos en un universo que casi ha alcanzado el cero absoluto.
Hemos combatido pero nunca les hemos ganado. Hemos perdido muchas colonias enteras
defendiendo nuestra tecnología pues si se hubieran apoderado de ella habría sido nuestro final.
Son una raza muy conocedora del arte de la guerra, incluso más que nosotros. Su tecnología es
muy avanzada, su número nos supera cinco a uno, se dice que no sienten dolor corporal ya que
son inorgánicos físicamente y que además, su ambición por controlarlo todo los mantiene
unidos y con vida. Por lo que nuestra única posibilidad de sobrevivir es escapar de ellos.
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— ¿Por qué debemos huir? — preguntan los de mayor conocimiento entre nosotros,
mientras los más jóvenes se aferran a una idea. — ¿De qué sirve que escapemos de nuestro
enemigo, cuando no podemos escapar de lo inevitable, el fin de nuestra existencia? —. Frases
como ésta, provenientes de grandes pensadores se escuchan continuamente en las tele-
asambleas alrededor de todo el universo habitado.
No se trata de filosofías existencialistas de la época de nuestros inicios. Es la pura verdad,
una verdad triste, pero tan real como el universo mismo. Muchos habían dicho que el universo
se acababa sólo para aquellos que morían, sin embargo esta será la única excepción, pues el
acontecimiento calculado con millones de años de antelación por cosmólogos altamente
calificados y con una precisión envidiable, está a punto de suceder. El fin del universo es
ineludible.
Mi nombre es Korsoik, capitán de la nave inter-espacial Legado la única en todo el
cosmos. Mi misión ha sido, durante más de un millón de años, recolectar información,
descubrimientos, inventos y muestras de nuestra existencia en este universo, tiempo que nadie
más se ha atrevido a vivir. —Naciste en una época privilegiada— solía decir mi madre cuando
pequeño, tratando de esconder con sus palabras la triste realidad en que vivíamos, ya que en la
época en que nací se descubrió, con un margen de error de más menos 10-43 segundos, la fecha
en que el universo dejaría de existir de una manera que pudiéramos continuar con vida, pues la
densidad del cosmos sería tan pequeña que nuestras moléculas no podrían contenerse a sí
mismas y nos desintegraríamos: el gran desgarramiento era inevitable. Por esa razón, quizás
gracias a las palabras de mi madre, tuve las agallas de renunciar a mi derecho de procreación
para vivir indefinidamente. He sido capaz de soportar más de dos millones de años de mi
existencia sólo para estar ahí, en el fin de todas las cosas. Sería una forma maravillosa de
morir.
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No obstante, aún hay una oportunidad de sobrevivir, señalan los expertos. Escapar hacia
otro universo, “más allá de las dimensiones conocidas curvando el espacio sobre sí mismo en
una singularidad en el horizonte del universo, es donde una nueva realidad nos espera”. Sin
embargo, la energía necesaria para hacer colapsar una parte del espacio sobre sí mismo es tan
difícil de obtener que al menos diez millones de naves reactor tendrán que participar en el
último experimento de la humanidad en este universo.
Los Metabionos, la raza intergaláctica que nos acosa, no conocen el inevitable fin al que
también se van a enfrentar por lo que la carrera contra reloj ha comenzado para nosotros.
El tiempo se acababa y aún faltaban muchas naves reactor en llegar al horizonte de
expansión y estaban siendo perseguidas por nuestros implacables enemigos.
Nos encontrábamos a 12 giga pársecs de la anisotropía radial 101, cero grados de latitud
cero grados de longitud, del punto donde se llevaría a cabo el experimento: El Último
Horizonte. Nos dirigíamos a la colonia intergaláctica Galileo 001 que estaba en las mismas
coordenadas angulares. Era la colonia más antigua del universo y por ende con mayor cantidad
de información y objetos rescatables para ser llevados en el Legado. Sería la última colonia que
visitaríamos antes de partir. Se encontraba casi vacía y los últimos habitantes estaban a punto
de partir rumbo al Último Horizonte. Sólo nos estaban esperando.
—Estamos a seis minutos treinta y cinco punto dos segundos de la colonia capitán. —
comentó uno de los pilotos de la nave.
—Active los frenos gravitacionales espacio-temporales— le ordené al joven piloto, cuya
edad no sobrepasaba los ochocientos años y era parte de mi tripulación número tres mil
quinientos dos. Regularmente los humanos sólo vivían diez mil años. Después de esa edad, la
vida se tornaba demasiado aburrida para todos como para seguirla viviendo y la mayoría
optaba por la muerte.
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—Frenaremos a quinientos metros de la colonia dentro de cinco punto setecientos quince
minutos capitán.
—Preparen el enganche electromagnético— le ordené al piloto. Tenemos dos meses antes
de partir. Le dije a parte del equipo que me iba a acompañar a hacer el inventario.
— ¡Pero eso es demasiado tiempo! —comentó uno de los miembros de selección de
información que estaba ahí presente. Hemos estado sólo dos horas en las estaciones pasadas.
¿Por qué dedicarle dos meses a ésta señor?
—Es cierto capitán—agrego una mujer ahí presente.
—Es debido a la antigüedad de la misma, señor Porkstunova. Aquí la información se
encuentra en forma de materia bariónica y no en forma de ondas electromagnéticas dentro de
un policristal nanométrico. Incluso la sensación de gravedad es debida a una pseudo fuerza no
inercial de rotación antiguamente conocida como “fuerza centrífuga” y no por mecanismos
espaciotemporales como los de la nave. Me sorprende que a pesar de tener nanochips de
memoria se les sigan olvidando las cosas.
—Disculpe capitán, creo que nunca se nos informó de esta estación. —comentó otra joven
alzando la mano.
Permanecí un instante en silencio y después le dije tocándome la barbilla:
—Sí, eso debe ser. La mayoría de las colonias avanzadas regularmente omiten a esta
debido precisamente a su antigüedad y a su lejanía de las colonias más modernas. Bueno, el
punto es que pasaremos un buen rato aquí.
— ¡Señor Almodóvar! —alce la voz dirigiéndome a uno de mis subordinados.
—Si capitán.
—Seguro se necesitará un pequeño transporte para poder traer las muestras. Dígale a uno
de los pilotos de la defensa que nos permita uno de ellos.
—Entendido capitán.
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—Los demás preparen sus trajes y espérenme en la compuerta de abordaje.
Todos los presentes asintieron con la cabeza y siguieron mis órdenes.
Galileo 001 era, como ya lo había mencionado, la colonia humana más antigua del
universo, una inmensa construcción en forma de cilindro de mas de quince mil kilómetros de
radio y diez mil de espesor, con una arcaica fuente de fusión controlada de antimateria en su
centro de rotación, prácticamente reemplazada por fuentes succionadoras de energía de vacío,
fue la primera colonia que se construyó en el espacio exterior.
Tras acabar su combustible nuclear, la estrella del sistema solar donde mis antepasados
solían vivir, el Sol, se expandió convirtiéndose en una gigante roja barriendo las órbitas de
Mercurio y Venus dejando a la Tierra, nuestro planeta natal, y al resto de los planetas del
sistema imposibilitados para contener vida por siempre.
Mis antepasados, mucho tiempo antes de que eso aconteciera, cuando la temperatura de la
Tierra había subido a niveles alarmantes como para contener vida, ya habían recorrido la
galaxia y terminado de construir la colonia Galileo 001, a la cual todos los habitantes de la
Tierra se desplazaron. Ese fue el punto de partida para colonizar el resto del universo. Con el
pasar de los milenios, la colonia fue quedándose en el olvido, pues quienes emigraban a otros
lugares del universo se llevaban a sus científicos e ingenieros para construir nuevas colonias.
Finalmente, Galileo 001 terminó siendo una colonia museo, no sólo por las cosas que contenía
dentro, sino también por ella misma.
Exactamente después de haber transcurrido el tiempo que el joven piloto había predicho,
la nave se detuvo a quinientos metros de la colonia antes mencionada. Los enganches
electromagnéticos se activaron y lentamente fuimos acercándonos hasta ser parte de la colonia.
Las compuertas de la nave se abrieron y pronto nos encontramos frente a algo
sorprendente. Mi equipo y yo, a pesar de haber estado ahí antes de ser capitán, quedamos
perplejos frente a lo que había en el interior de la colonia. La arquitectura de metal que
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dominaba la ciudad era completamente diferente a todo lo conocido por cualquiera de nosotros.
Ninguno de los presentes habíamos visto antes un planeta, mas allá de los mostrados en la
escuela, sin embargo esto era lo más parecido a uno de ellos en la vida real. Su inmensidad y
geometría daba la apariencia de que se trataba de algo natural y no una invención del ingenio
humano. Sin embargo lo era.
Pronto, como si estuviera esperándonos, surgió un hombre prácticamente de la nada.
—Buenos días— nos saludó con un acento antiguo y una sonrisa que no se le quitaba del
rostro.
—Buenos días— contesté el saludo mientras el resto de mi equipo permaneció un instante
en silencio.
—Ese saludo hace millones de años que se dejó de usar—comentó con sabia razón uno de
los integrantes del equipo que me acompañaba.
—Lo se muy bien jovencito, el día y la noche no tienen sentido ahora, pero esta es una
tradición ancestral que aquí se ha conservado.
Después de escuchar la explicación, todos regresaron el saludo que, con buena razón, no
habían comprendido del todo.
—Sean bienvenidos a la colonia Galileo 001. Mi nombre es Jacob Spuntinkler. Se nos
informó que vendrían a ver nuestras bibliotecas en busca de conocimientos y muestras de la
existencia de la humanidad.
—Así es—le contesté. Mi nombre es Korsoik. Soy el capitán de la nave y este es mi
equipo— agregué señalando a los poco más de treinta individuos que me acompañaban.
—¡Pues han venido al lugar correcto! —dijo haciendo un ademán que nos invitaba a
contemplar el lugar completo. Sabemos que han recorrido el universo, visitando colonias en
busca de lo que ha hecho a nuestra civilización ser lo que es, pero con todo respeto, han
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perdido su tiempo, ya que es aquí donde el noventa y nueve por ciento de los descubrimientos
que trascendieron en nuestra cultura se encuentran. Síganme —agregó con un gesto.
—¿Cuánto tiempo piensan quedarse? —nos preguntó, quizás en broma pues todo el
universo sabía lo que pasaría dentro de tres siglos.
—Contamos con un máximo de dos meses—le contesté. —Creí que sabia la fecha en que
ocurrirá el final.
—No hago la pregunta por ignorancia de lo que va a pasar— contestó seriamente. ¡Sino
porque a treinta y cinco personas les tomará un año inspeccionar lo que es de valor en este
lugar! Agregó con una carcajada dándome una palmada en la espalda.
“¡Un año!” se escuchaba entre mi equipo— “pero eso es demasiado tiempo” decían unos a
otros, desconcertados.
—¿Pues qué creían? — preguntó el sujeto con una sonrisa. Que sería como oprimir un
botón y tener toda la información en unos cuantos átomos. No jóvenes, aquí las cosas no son de
ese modo...
— ¡Yo mismo les comenté sobre eso! —interrumpí al señor Spuntinkler. Sin embargo,
nunca creí que fueran tantas cosas por examinar como para que nos tomara tanto tiempo. De
haberlo sabido hubiéramos partido para llegar aquí con mucho tiempo de antelación.
—No se apure capitán. Sabíamos que eso pasaría, y estamos preparados. Sólo tendrán que
dividirse en grupos de dos y en cada biblioteca y museo de la colonia habrá veinte personas
que los asesorarán. No es por presumir, pero sólo nosotros, quienes hemos vivido aquí por
generaciones y generaciones, sabemos qué es lo más relevante y digno de ser rescatado, lo cual
es obviamente todo, por lo que espero haya espacio suficiente en su nave.
—Muchas gracias, acaba de salvar la misión. Por otro lado, yo también espero que haya
espacio suficiente. — Le dije.
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El amable señor sonrió y volteó a ver con un gesto de asombro al resto de mi equipo que
sonrío de igual manera.
—Acompáñenme a la capital—dijo el señor Sputnikler.
— ¿No deberíamos comenzar de una vez? —le pregunté sorprendido por su invitación.
Tal vez no terminemos si perdemos el tiempo. — agregué.
—Tranquilo señor Korsoik. Como ya le había mencionado, aquí sobra personal para
terminar tal tarea en menos de dos meses. Dénse el lujo de recorrer la colonia. Les prometo que
no se arrepentirán. Mañana, perdón, dentro de veinticuatro horas, iniciaremos la misión.
— ¡Vamos capitán, diga que sí! —comentaba un pequeño grupo de jóvenes muchachas.
—Está bien, muchachos, se lo han ganado y debido a las circunstancias creo que todos
nos lo merecemos. —le dije a toda mi tripulación.
—Bien dicho capitán—dijo el señor Sputnikler.
Después de eso comenzamos a caminar un poco recorriendo la ciudad rumbo a la terminal
tele-transportadora.
—Creí que la colonia estaba casi vacía— hice un pequeño comentario al ver que había
demasiada gente a nuestro alrededor yendo y viniendo por doquier. Esa gente entraba y salía de
edificios. Eran pocos los niños, pero los había. —Creí que sólo el personal de las bibliotecas
quedaba y que el resto de los habitantes ya se encontraban en El Último Horizonte.
—Para muchos es difícil dejar el lugar donde han pasado toda su vida, su hogar. Por esa
razón casi todos permanecen aquí el mayor tiempo que puedan antes de decir “hasta nunca” —
dijo el señor Sputnikler con clara tristeza en su mirada y en su voz. No obstante, lo importante
es que pueden contemplar lo que esta colonia representa más allá de aquellos conocimientos
que contiene, su gente. Ya que la gente es la que comienza a formar un pueblo, y culmina
desarrollando una civilización como la nuestra.
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Las palabras del señor Sputnikler nos iluminaban con su sabiduría. Nunca supe cual era su
edad, no me atreví a preguntárselo, pero sabía con toda certeza de que se trataba de una
persona con bastante experiencia acerca de la vida.
—La capital se encuentra en el segundo nivel radial de la colonia a unos diez mil
kilómetros de este punto— comenzó a explicar el señor Sputnikler, ya que sabía que
prácticamente éramos unos ignorantes en el funcionamiento de tecnología tan antigua como la
que hacia funcionar la colonia.
—Cada uno de los más de diez mil niveles radiales de la colonia— continuó con la
explicación mientras nos acercábamos a lo que sólo podía ser un módulo de tele-
transportación, —gira a una velocidad angular diferente para que en todo el lugar se perciba
una pseudo gravedad uniforme.
La tecnología espaciotemporal que hace que sus naves, y el resto de las colonias en el
universo, creen su propia gravedad nunca fue instalada en esta colonia debido a que se tendría
que construir de nuevo, por lo que aún seguimos utilizando sistemas dinámicos arcaicos para
crear nuestra propia pseudo gravedad.
“No cabe duda, que sin importar qué tan avanzados seamos siempre tenemos algo nuevo,
o viejo en este caso, que aprender.” Dije para mis adentros.
Llegamos al módulo tele-transportador después de unos minutos de caminar.
—No creo que haya necesidad de explicar este aparato—comentó señalando el módulo al
cual estábamos a punto de ingresar. —Pues es obvio que todo el universo los conoce.
La mayoría de mis subordinados no pudo contener la risa, pues además de conocer
demasiadas cosas técnicas y por lo visto sociales, el señor Sputnikler también tenía un buen
sentido del humor.
Ingresamos al módulo y después de oprimir un botón, nuestro cuerpo se desintegró
convirtiéndose en luz y fuimos enviados al módulo ubicado a diez mil kilómetros de ahí, donde
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nos materializamos al instante. Tan rápido que nadie sintió siquiera que durante un momento
había prácticamente dejado de existir.
Del otro lado, en la capital, todo era diferente en comparación con el nivel en el que en un
principio nos encontrábamos. La arquitectura era distinta y había más gente recorriendo las
calles.
—Aquí es—dijo el señor Sputnikler. Aquí es el lugar donde los museos y bibliotecas unen
sus conocimientos con el resto del lugar, donde el ser humano adquiere su identidad como ser
pensante, donde el hoy y el ayer son uno solo y donde la llave del conocimiento está en
nuestras manos. Es aquí donde, con un poco de tiempo, podemos ser dueños de todo y de nada
por un instante, donde lo majestuoso y finito se une con lo perenne y absurdo, lo cual es y
seguirá siendo parte de nosotros hasta el fin de todas las cosas—dijo casi al borde del llanto,
como si supiera algo que todos los demás ahí presentes ignoráramos.
El señor Sputnikler permaneció un instante callado ante la mirada de todos nosotros
después de decir esas palabras, que claramente le habían salido desde lo más íntimo de su ser.
—¿Se siente bien? — le dije tocando su hombro en señal de apoyo en caso de que algo
malo estuviera pasando.
—No es nada— me contestó mirando un punto perdido entre la multitud a lo lejos.
Acompáñenme— añadió seriamente pero tratando de evitar preguntas cuya respuesta
seguramente no podía pronunciar.
¡Mejor no! —agregó sin siquiera mirarnos. Tómense un descanso. Creo que yo también
me tomaré uno antes de que nuestro viaje a nuestros inicios comience. Les daría yo mismo un
recorrido por el lugar, pero por el momento quiero estar solo.
—Lamento mi actitud capitán— comentó volteando su mirada seria hacia nosotros. —
Pero seguro un hombre con su experiencia ha de comprenderme. —
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—No se apure—le dije con una sonrisa. Nos perderemos por ahí y mañana, bueno dentro
de 24 horas, nos veremos aquí, a esta hora, para que usted nos lleve biblioteca por biblioteca y
museo por museo en búsqueda de lo que nos ha hecho ser humanos.
El señor Sputnikler, sin decir palabra, asistió con la cabeza y permaneció ahí, justo donde
nos había dejado, y con la leve brisa de aire templado rozando su ser, continuó viendo en todas
direcciones y hacia ningún lado en particular, contemplando el paisaje, un paisaje artificial,
pero tan hermoso como cualquier otro formado naturalmente en los sistemas solares de antaño.
Nuestra estadía en la colonia Galileo 001, pasó pronto. Entre medicina, arte, filosofía,
leyes, biología, química, matemáticas y demás ramas de las ciencias, empeñamos más de mes y
medio de arduo trabajo. Grandes obras, grandes modelos, grandes pinturas y esculturas,
grandes sinfonías y canciones desde la época de nuestros inicios como seres humanos fueron,
poco a poco, llenando naves y naves transporte, ocupando un espacio cada vez mayor dentro de
El Legado. Sin embargo, aún nos faltaba una biblioteca museo por inspeccionar, aquella
dedicada a física y ciencias del espacio, donde las teorías e ideas acerca del universo se
encontraban.
—Aquí es— comentó el señor Sputnikler con emoción en su voz y en su mirada, como si
lo que viera frente a él se tratara de una obra de arte. Aquí yacen las ideas de grandes
pensadores que partieron de preguntas filosóficas, tan sencillas ahora de contestar, como ¿de
dónde venimos? Y más recientemente, ¿hacia dónde vamos?, quienes con su empeño y
dedicación por contribuir al futuro de la raza humana, nos brindaron la oportunidad de
trascender en tiempo y espacio hasta este momento, hasta este lugar del cosmos. Gracias a
todos ellos ahora podemos decir “somos libres”.
Acompáñenme, que en estos pocos días, aprenderán lo que nunca se les enseñó en un
salón de clases y tras observar lo que aquí se encuentra, valorarán su vida y su entorno más que
antes de haber entrado a este magnífico recinto.
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Una inmensa compuerta se abrió frente a nuestros ojos. Dentro del lugar, se encontraban
libros y libros de diversos científicos y pensadores, estantes llenos por todos lados.
—Y esto es sólo el principio— comentó el señor Sputnikler con una sonrisa. Más allá de
estos estantes, se encuentra un enorme domo de más de ocho pisos de alto y unos ciento
cincuenta metros de largo, lleno de inventos y experimentos que trascendieron las fronteras del
tiempo y están aquí y ahora para nuestra admiración.
Después de casi dos semanas de haber recorrido y examinado libro por libro, estante por
estante, invento por invento, y experimento por experimento, estábamos a punto de terminar.
Dentro de El Legado, se encontraban catalogados y clasificados todos los experimentos e
inventos, desde los primeros telescopios hasta un fragmento de la torre de Pisa donde Galileo
tomo sus mediciones para demostrar que los cuerpos caen al mismo tiempo
independientemente de su masa. Ya la mayoría de los escritos que revolucionaron al mundo y
tuvieron la oportunidad de haber estado en esa biblioteca se encontraban también ocupando un
pequeño espacio en El Legado. Nunca en mis dos millones de años había leído tanto como lo
había hecho hasta ese momento. Más de diez mil libros, millones de palabras, miles de ideas se
encontraban dando vueltas dentro de mi cabeza.
Grandes dilemas y misterios de la época de nuestros inicios estaban al fin revelados. El
señor Sputnikler tenía razón, después de esta visita nuestra manera de ver el universo y nuestra
propia vida, ya nunca sería como antes.
Ahí estaba yo, inmerso en el espacio vacío que la falta de libros había dejado, sosteniendo
entre mis manos el último libro que tocaría mi ser.
—¡Me parece fascinante! —comenté mientras sostenía el único libro que faltaba por ser
catalogado. Libro que en su portada decía: “Modelo Estándar de Cosmología Moderna, origen
y evolución del universo”.
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—¿A qué se refiere capitán? —me pregunto el señor Sputnikler. ¿Qué le parece
fascinante? —volvió a interrogarme esta vez con una mirada que parecía saber parte de mi
respuesta.
—¡Pues este libro en sí! —dije lleno de admiración. Este fue el punto de partida para la
comprensión de la naturaleza del universo, desde su origen regido por modelos cuánticos en
una singularidad, hasta su final oscuro y desolado pronosticado hace ya tanto tiempo. Si tan
sólo los científicos de antaño hubieran sabido que la clave para entenderlo todo se encontraba
en un malentendido dentro de la ecuación de campo de Einstein y si hubieran sabido que
dentro de las ecuaciones de FRW, el factor de escala tenía una variación cíclica en el tiempo
proporcional a…
—¡Capitán! —interrumpió el señor Sputnikler.
—Si dígame.
—Puedo ver la razón de su asombro, y es verdad, yo saqué las mismas conclusiones la
primera vez que lo leí, pero el punto es que después de varias décadas se dieron cuenta de su
error y gracias a eso estamos donde estamos ahora. Gracias a sus errores, pudieron descubrir
las propiedades de las dimensiones ocultas dentro de la geometría espacio-temporal y de no ser
por ello, hubiéramos tardado muchísimos más años en poder viajar entre el espacio en lugar de
seguir haciéndolo a través de él, como se había hecho desde siempre.
—Sí, tiene razón, pero no por eso deja de ser impresionante el cómo llegamos a donde
estamos.
El señor Sputnikler permaneció un instante en silencio y después lo interrumpió
súbitamente.
—¡Es la imaginación!
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— ¿Imaginación? —pregunté sorprendido. Pero si lo que aquí hay es ciencia. Uno es
capaz de imaginar tantas cosas. Lo que aquí se encuentra es real y tangible. No es una
invención humana, sino un reflejo de la realidad explicada por nuestras ideas.
—Quizás no me expliqué bien capitán, no me refiero a invenciones humanas, que las ha
habido desde que nos dimos cuenta de nuestra existencia hace miles de millones de años. Me
refiero a nuestra capacidad de imaginar cosas, situaciones que van más allá de la realidad
conocida, me refiero a la ciencia y a la ficción unidas, fusionadas por nuestra mente. ¿Recuerda
cuando estábamos en el museo de literatura universal?
—Sí, lo recuerdo. ¡Cuántas ideas caben en la cabeza de una persona!
—Es precisamente eso a lo que me refiero capitán, a las ideas, ideas que pueden hacerse
realidad sabiendo cómo funcionan las cosas. Yo sé claramente que la ciencia se fundamenta en
lo que el universo nos permite percibir de él, sé que la ciencia trata de explicar y ser capaz de
predecir fenómenos de la naturaleza misma, sin embargo, la tecnología que utiliza tales leyes
universales no tiene límites capitán.
Hemos sido capaces de hacer lo que nunca nadie ni nada, de manera natural, ha podido
lograr. Hemos viajado a través de todo el universo haciendo uso de “atajos naturales”
descubiertos gracias a la ciencia. Le hemos dado vida, conciencia y “alma” a simples circuitos
nanométricos, los cuales siempre han sido algo inerte. Hemos sido capaces de “crear” materia
de la energía que reside en la nada, en el vacío. Y hasta hemos sido capaces de usar el recurso
más poderoso y abundante de todos a nuestro antojo, el espacio mismo. Más aún, para no decir
más palabras, basta con reconocer lo que El Último Horizonte significa, no es un simple
experimento, es el último y más grande experimento de todos los tiempos, de todas las eras.
Será el momento donde podremos hacer uso de nuestros conocimientos para “crear” otro
universo.
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¿Pero sabe qué es lo más impresionante de eso? —me pregunto acercándose hacia mí con
una mirada llena de seguridad y sentimiento.
— ¿Qué? —pregunté absorto ante sus palabras que parecían contener todas las respuestas
nunca antes imaginadas por ningún ser pensante. Incluso el resto del equipo que nos
acompañaba dejó de hacer lo que estaba haciendo, pues las palabras del señor Sputnikler
robaban su atención.
— ¡Que todo eso, algún día estuvo en la mente de un ser humano! — dijo cerrando su
puño orgulloso de formar parte de una raza que más allá de sus descuidos y errores, había sido
capaz de permanecer con vida y unida hasta el final de los tiempos. ¡Así es capitán!, si hay algo
que se puede decir acerca de nosotros, los humanos, es que nuestra capacidad de imaginar
supera todo lo habido y por haber en este universo, y eso es algo de lo que debemos estar
orgullosos en éste y en los próximos universos que nos estén esperando.
Ahora es muy difícil imaginar algo nuevo para hacerlo realidad, pero en la antigüedad
imaginar algo, cualquier cosa, un día era una realidad conforme pasaba el tiempo. Y eso
capitán, es en gran parte lo que nos ha distinguido y seguirá distinguiéndonos de cualquier otro
ser pensante. Ya que en la mayoría de los casos, la falta de imaginación, la falta de ideas locas
y descabelladas, fue lo que ocasionó la extinción de miles de razas intergalácticas parecidas a
la nuestra.
El señor Darwin tenía razón sobre la selección natural. En un principio los seres vivos se
modificaban a si mismos con el pasar de las generaciones para adaptarse a un nuevo entorno,
sin embargo, para seres pensantes como nosotros, fue nuestra mente, más que nuestros propios
sentidos, lo que con el pasar de los milenios fue adaptándose al nuevo universo en el que
íbamos a vivir.
Y eso es lo que en resumidas cuentas nos ha hecho ser quienes somos.
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Una vez dichas esas palabras, un denso silencio inundó el lugar. Ya no había nada que
decir, era como si todo hubiera sido dicho por el señor Sputnikler. Y de entre todos los
presentes, era precisamente él, quien sabía perfectamente qué expresar al respecto:
—Estoy orgulloso y feliz de estar aquí, en este lugar, en este tiempo y con ustedes. Yo no
sé lo que le depare a la raza humana en ese nuevo lugar que nos han prometido, pero por lo
menos sé que fui parte de este instante en la vida del universo, quizás fue sólo un parpadeo,
pero gracias a él, pude ver más allá de lo que pocas personas han sido capaces de ver, la razón
de mi existencia. Sólo queda ese libro por subir a su nave capitán. Siéntase orgulloso de
haberlo leído, de haber formado parte de él y de quienes lo escribieron, y despídase con
dignidad tal y como yo lo he hecho.
Miré ese bello libro, bello no por su pasta desgastada y reforzada con materiales para
evitar el decaimiento del carbono, sino porque dentro de él, se encontraban las ideas de cientos
de científicos que contribuyeron a la formación de la teoría del todo siglos más tarde. Después
de un instante, me despedí de esa pequeña y gran obra. El libro fue etiquetado, empaquetado y
subido a la nave. Sólo esperaba que no fuéramos las últimas personas que supiéramos de su
existencia.
Había aprendido en unas cuantas semanas lo que a mis antepasados les hubiera tomado
más de mil vidas. Durante mi estancia en esa magnífica colonia, Galileo 001, tuve el privilegio
de ser parte de toda la humanidad como un todo por sólo un momento, tal y como el señor
Sputnikler lo había mencionado, y creo que todos los presentes nos sentíamos así.
Finalmente, nuestro tiempo se había terminado y era hora de partir rumbo a El Último
Horizonte. Toda la tripulación se disponía a decir hasta siempre a esa pequeña e inmensa
construcción que en unos cuantos días, tanto nos había dado. Las naves inter-espaciales que la
colonia contenía estaban listas para partir, no así la gente que las llenaría, pues no había ser
alguno dispuesto a abandonar el lugar.
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— ¿Y ahora qué ocurre Jacob? —pregunté desconcertado al ver que la gente se negaba a
dejar la colonia. ¿Qué no saben que si se quedan aquí desaparecerán junto con esta colonia?
—Todos los que aquí nos quedamos ya hemos vivido suficiente para darnos cuenta de que
no hay mejor lugar que éste capitán.
—No entiendo, ¿a qué se refiere? ¿Acaso no ve que allá se puede seguir viviendo?
—No ha entendido bien capitán. Aún tiene muchas cosas en la cabeza, pero cuando se
percate de ello, sabrá de lo que estoy hablando y la única razón para sentirse triste después de
eso será debido a que ya será demasiado tarde para decir hasta nunca. Yo he pasado aquí toda
mi existencia y la verdad no sé qué es lo que haya después de este universo, sólo sé que ya viví
lo suficiente y el esperar aquí a que todo pase es una gran manera de despedirse de este lugar
que me dio y quitó tanto en la vida.
Yo permanecí callado ante las palabras de alguien que parecía adorar tanto la vida como
para seguirla viviendo. No obstante, no entendía bien la razón por la cual se expresaba de esa
manera. Así que le di la mano y como si nos conociéramos de toda la vida, nos despedimos con
una mirada que decía “hasta luego, amigo”.
—Recuerde capitán, no somos más que partículas dentro de un mar de nada, tal vez,
algún día, todos nos volveremos a encontrar. —me dijo finalmente el señor Sputnikler, y la
sabiduría de tales palabras son algo que nunca olvidaré.
Fui el último en subir a la nave ante la mirada de felicidad de todos los que se quedaban
en la colonia. No entendía por qué quedarse a desaparecer en un instante cuando podían seguir
viviendo en cualquier otro lugar, pero al ver esa imagen de la colonia por última vez, al ver su
arquitectura, sus colores, sus sonidos y su gente, comprendí que quizás el que estaba
equivocado era yo mismo, incluso quise bajar y abandonar la misión pero mi responsabilidad
era más fuerte, no sólo por mi, sino por la humanidad entera.
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La nave se desenganchó y comenzamos a alejarnos lentamente del lugar. En una de las
ventanillas se encontraba el señor Sputnikler con una sonrisa seria y una mirada llena de
orgullo diciéndonos por última vez hasta nunca.
La nave, haciendo uso de la tecnología gravitacional-espacio-temporal (GET), se adentró
en el espacio mismo y tras un leve destello desapareció del lugar.
La distancia por recorrer era descomunal pero finalmente, después de casi trescientos
años, nuestro destino se posó frente a nuestros ojos.
— ¡Hay problemas con el espacio tiempo en esa dirección señor! —comentó uno de los
pilotos de la nave.
— ¿A qué se refiere? —pregunté al notar que problemas como ése no se presentaban a
menos de estar cerca de un agujero negro.
— ¡Activaré los frenos gravitacionales espacio-temporales!
El piloto, sin siquiera esperar mi aceptación, los activó y qué bueno, pues de no haberlo
hecho, ése hubiera sido nuestro final, ya que lo que estaba frente a nosotros era la misma
muerte.
Tras detenernos, se llenó de terror todo nuestro ser al ver el panorama, ya que había más
de mil naves crucero metabiónicas de varios cientos de kilómetros dirigiéndose hacia nuestra
posición. El espacio-tiempo mismo se distorsionaba frente a los disparos del arma más
destructiva jamás creada por un ser pensante: los cañones de singularidades, o cañones de
agujeros negros.
Unas armas de destrucción hípermasiva que a pesar de que su alcance no superaba la
unidad astronómica de distancia, era capaz de arrasar con todo frente a ella antes de estallar en
una inmensa explosión de cuasi supernova.
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Habíamos avanzado demasiado, pues tras de nosotros, millones de naves reactor se
alejaban imposibilitadas de penetrar las fronteras del inter-espacio debido a las armas
enemigas.
De entre los inmensos cruceros que estaban delante de nosotros, surgieron miles y miles
de naves pequeñas tan camuflajeadas en la oscuridad que eran sólo visibles mediante un filtro
infrarrojo.
— ¡Demos la vuelta! —ordené al piloto. ¡Estamos en alerta roja!, ¡repito, alerta roja!
¡Toda la flota lista en posición de combate!, ¡comandante, active los escudos deflectores!
El Legado, usando un espejo inercial de espacio-tiempo, se reflejó en el espacio mismo y
continuó su camino en dirección contraria a los Metabionos, siguiendo a las naves reactor
humanas que pretendían escapar de ellos.
Pronto, una vez que toda la tripulación estaba en estado de alerta y lista para el combate,
se dispuso a tomar sus posiciones. Cientos de naves de la defensa salieron de El Legado
dispuestas a interceptar, o por lo menos a distraer a las miles de naves que nos perseguían.
Se trataba de la guerra más terrible en la que jamás había estado. Frente a nosotros, varios
de los disparos de singularidades alcanzaron la unidad astronómica y tras devastar varias naves
reactor en su camino, explotaron iluminando el infinito con la luz más brillante que jamás
había visto. Explosiones que con su terrible poder destructivo desintegraban naves y naves a su
alrededor produciendo una reacción en cadena interminable a través del espacio que
divisábamos. Era como ver estallar un conjunto de estrellas una tras otra.
Tenía miedo, tengo que aceptarlo, pues en ninguna ocasión había estado tan cerca de la
muerte. Frente a nosotros, las llamas interminables cual estrellas explotando ante nuestros ojos,
y detrás, miles de pequeñas naves listas para destruirnos. La anisotropía radial 101 se
encontraba a unos cuantos pársecs de distancia y el tiempo para llegar a ella era cada vez más
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escaso. Más aún, las posibilidades de llevar a cabo el experimento eran nulas debido a las
circunstancias. Sólo quedaba llegar al lugar y esperar a ver qué sucedería.
—¡Intentaremos el salto inter-espacial rumbo a la anisotropía! —Comenté en voz alta.
Tenemos que aprovechar la confusión de la situación.
—¿Qué hay de la flota de la defensa capitán? —preguntó uno de los pilotos.
—Ellos saben cuál es su misión—interrumpió el comandante de la defensa, quien se
encontraba también en el puesto de mandos. Hagan lo que ordene el capitán Korsoik.
—Ya escucharon al comandante. Ellos saben qué hacer. Nuestra misión es llegar a la
anisotropía y esperar instrucciones. —les dije un poco nervioso pues aunque tenía experiencia,
nunca nadie me había preparado para escapar de la muerte.
Impactos de energía estremecían la nave. Los modelos tridimensionales mostraban la
enorme nube de calor que representaba a las naves enemigas que se dirigía hacia nosotros. El
salto inter-espacial fue activado y una vez más nos adentramos al espacio y el tiempo y
resurgimos unos cuantos pársecs después. Tras nosotros, fueron surgiendo una a una las naves
reactor que habían sobrevivido al ataque, dispuestas a realizar el experimento El Último
Horizonte.
“!Las demás naves no lo lograron es ahora o nunca!” se escuchaban transmisiones en
todos lados que indicaban que había que poner manos a la obra.
Nos dirigíamos a toda velocidad rumbo a El Último Horizonte una magnífica
construcción, que permitiría lo imposible, crear otro universo. Súbitamente, las alarmas
espaciotemporales se encendieron. Era nuestra hora de atacar, era nuestra última ofensiva en
busca de una oportunidad para escapar.
Miles de singularidades fueron lanzadas en todas direcciones formando una pequeña
esfera que se hacía cada vez más y más grande. El espacio se curvaba continuamente, como si
de una burbuja de agua flotando sin gravedad se tratara. Antes de que su alcance de una unidad
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astronómica se cumpliera e iniciaran los estallidos de cuasi supernovas, comenzaron a aparecer
las miles de naves metabiónicas que nos seguían.
Habían arrasado a millones de nuestras naves reactor pero esta vez era nuestro turno de
vengarnos. Justo cuando aparecieron sus naves, todas aquellas que se encontraran en el radio
de Schwarzschild de los disparos, fueron succionadas por el espacio y su gravedad casi infinita.
Una a una fueron desapareciendo y las que pretendían escapar fueron destruidas por las
explosiones de cuasi supernova instantes después. La energía remanente de tales explosiones
fue aprovechada al cuarenta por ciento y lista para volverse a usar en el experimento.
Ingresamos rápidamente a El Último Horizonte para esperar instrucciones. Toda la
tripulación bajó de la nave y se encontraba lista y atenta para escuchar lo que el consejo
universal de gobernantes tenía que decir.
La gente que se hallaba en El Último Horizonte, fue aglomerándose ordenadamente
tomando su lugar dentro de la plaza de las mil aulas. Un lugar majestuoso y enorme que era
capaz de albergar más de diez millones de personas. Mientras tanto, quienes no tenían relación
directa con El Último Horizonte, se encontraban en sus casas dentro de las naves listas para
esperar la solución de sus gobernantes frente a la crisis en que todos nos encontrábamos. Cien
mil millones de seres humanos a la espera de un mensaje de esperanza, que les diera ánimos
para soportar la agonía frente a los Metabionos y el fin de todas las cosas.
Una megapantalla tetradimensional se hizo presente. En ella se encontraban los cerca de
mil dirigentes de la humanidad listos para entregar el último informe sobre la situación
universal.
—El tiempo se acerca conciudadanos del universo— dijo con voz seria el representante
del consejo. Siento decirlo de esta forma pero no hay otra manera de explicarlo sin que se
escuche crudo y difícil de aceptar. La energía necesaria para activar el experimento, El Último
Horizonte nombrado igual que la estación que le diera origen, no es suficiente, ya que más de
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la mitad de la flota de naves reactor han sido destruidas por los Metabionos, quienes
seguramente se dirigen hacia nosotros. —
La mirada de tristeza, los gritos y los llantos no pudieron contenerse en todos los lugares
donde hubiera algún humano. La última esperanza de sobrevivir se había esfumado, tal y como
lo haríamos nosotros dentro de unos cuantos meses.
—Ahora sólo queda esperar—continuó el representante del consejo. Únicamente hay una
verdad en este momento, y ésa es que todos moriremos en poco tiempo. Sin embargo, debemos
recordar que un ser humano nunca ha dicho “hasta nunca” sin haber luchado, y en esta ocasión,
lo haremos hasta la muerte, quizás no nosotros, pero sí nuestras defensas. Vayan y disfruten a
sus familias, disfruten a sus vecinos, y disfruten hasta a las personas que siempre odiaron,
disfruten sus últimas horas y sucumbamos dignamente. —
Todo estaba dicho. La pantalla se apagó y el silencio se apoderó de todos los lugares. Sólo
el sonido de las máquinas e instrumentos dentro de las naves se escuchaba.
Me sentí extraño después de escuchar tales palabras. No estaba feliz, pero tampoco estaba
triste. No sabía siquiera cómo sentirme. No tenía a nadie con quien estar, no tenía familia, ni
vecinos, ni ser odiado, ni a quién perdonar. Estaba solo una vez más. Pasaría mis últimos días
solo esperando el inevitable final.
Días después del último informe, las calles dentro de las naves se vaciaron. Las plazas no
contenían ente alguno. Toda la gente permanecía con sus seres queridos. La energía de las
naves reactor era utilizada para contraatacar a los Metabionos. Millones de personas morían
alrededor de nosotros debido a disparos de nuestros enemigos. Ahora no importaba morir hoy o
dentro de dos meses, la idea de sobrevivir era absurda.
Permanecí varios días observando cómo nuestras defensas combatían con los cruceros
metabiónicos. Vi estallar singularidades en más de mil ocasiones. Vi explotar naves a todas
horas. Ya no había lugar a dónde ir, ni razón alguna para hacerlo. Sólo quedaba esperar.
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Un día, me encontré solo, caminando por las calles olvidadas. Entré a todos lados en
busca de alguien tan solitario como yo, alguien que compartiera mi sentimiento, pero nunca lo
encontré. No había fiestas, no había risas, no había nada, sólo silencio.
Dormí varios días como nunca antes lo había hecho, soñé tantas cosas, cosas que nunca
había soñado. Miré hacia el infinito en variadas ocasiones, tratando de imaginar cómo hubiera
sido el otro universo que nos esperaba. Así permanecí casi todo el tiempo que me restaba.
Después, pasó lo que era de esperarse, las fronteras comenzaron a ser cruzadas. No había
defensas suficientes que contuvieran las flotas enemigas, cuyos tripulantes, dentro de su
ignorancia, no sabían lo que también les sucedería.
Sin pensarlo dos veces, viendo lo que estaba apunto de ocurrirme, fuera en manos de mis
enemigos o del universo mismo, decidí dirigirme a El Legado, cuya cabina de mandos tenía
una maravillosa vista hacia la devastación de la guerra. Permanecí quieto un instante y fue ahí,
casi al final de mi existencia, dentro de la nave que contenía todo lo que nos ha hecho ser
humanos, frente a luces y destellos, cuando finalmente comprendí, gracias a mi soledad, lo que
el señor Sputnikler había mencionado y me sentí el ser más bendecido de todos los habidos al
darme cuenta de quién era yo.
Había sido capaz de escuchar todas las melodías habidas y por haber. No había canción ni
composición que no hubiera pasado por mis oídos. Había sido partícipe de todas las obras de
teatro escritas. Había sentido todos los sentimientos al ver todas aquellas películas. Había
contemplado todos los cuadros, todas las pinturas, todas las obras de arte. Había visto todos los
paisajes, pertenecientes a un mundo que hasta ese momento, no conocía. Había imaginado
todos los platillos gracias a innumerables recetas de cocina. Había leído todas las novelas,
todos los cuentos, todas las historias. Había conocido a todos los filósofos y pensadores. Había
aprendido de todos los modos de gobierno desde el comunismo primitivo hasta el comunismo
contemporáneo en el que nos encontrábamos. Ahora conocía a todos los villanos y a todos los
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héroes de infinitas guerras. Había estado en todos los conflictos, en todas las batallas, en todas
las victorias y en todas las derrotas. Había conocido a todos los dioses, a todos los demonios, a
todas las religiones y demás inventos de la mente humana. Había leído, aunque no
comprendido del todo, todas las reglas sociales, todas las penas, todas las torturas y había visto
cómo lo bueno y lo malo, cambiaban con el tiempo hasta que finalmente se llegó al punto
donde todo estaba claro y se comprendió la bondad y maldad de los actos.
Además, había sido parte de todos los experimentos que fueron develando el mundo
antiguo y el universo en sí. Había estado en todos los descubrimientos, en todos los modelos
matemáticos, en todas sus repercusiones físicas, estuve en todos los fallos y en todas las
acertadas predicciones de las leyes universales que regían el cosmos, desde el interior de un
quark hasta el espacio-tiempo mismo, desde sus orígenes hasta su final.
Había tenido una vida plena, prolongada y bien vivida. Había disfrutado y sufrido gracias
a una mujer en más de cien ocasiones, ya que había conocido el amor con un hola y me había
despedido de él con un hasta siempre y un te amo todas esas veces. Nunca olvidaré a tan
majestuosas divas que le dieron sentido a mi vida durante tanto tiempo, y a quienes hoy llevaba
en mi pensamiento. Había visto nacer, crecer y morir a miles de personas. Había reído y
llorado millones de veces. Había amado y odiado mi existencia en mis momentos de soledad
en la infinidad del espacio. Había recorrido el cosmos de orilla a orilla en varias ocasiones. Me
había perdido y me había encontrado, pero nunca lo había reconocido hasta este momento.
Ya no había pregunta alguna carente de respuesta, ni emoción ni sentimiento que no
hubiera sentido. Todo estaba claro. Era un hombre libre, sin ataduras de ningún tipo, era dueño
de la verdad, dueño de todo el conocimiento. Y ahora podía decir con dignidad “estoy listo
para morir” ya que no había nada más que pudiera seguir aprendiendo ni experimentando.
Estaba feliz a pesar de lo que estuviera a punto de ocurrirme, pues ya no había frontera por
cruzar más allá de aquella impuesta por la propia vida. El universo y yo éramos uno solo.
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Abrí bien los ojos para no perderme de ese último instante. Sería una forma maravillosa
de morir, recordaba mis palabras,…y así era. No somos más que partículas dentro de un mar
de nada. Pensaba en las palabras del señor Sputnikler, mientras veía a lo lejos cómo las naves
metabiónicas se desintegraban cual polvo en el viento dejando nada en su lugar. Ya no había
nada más allá del punto donde me encontraba, ya todo era nada entre la nada. El sitio a donde
iría después de mi muerte era lo menos importante. El punto es que había sido parte de éste
inmenso lugar, este universo que me había quitado y dado tanto al mismo tiempo. Si algún día
alguien percibe mis palabras, significa que las ideas y los ideales nunca mueren y el señor
Sputnikler tenía razón, tal vez, algún día, todos nos volveremos a encontrar.
Fin
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