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Juventud precaria ¿Juventud revolucionaria? Una aportación al debate sobre la

situación actual de los jóvenes y su potencial como sujeto de cambio

Nieves Del Olmo, G.; Pérez Ganfornina, P.; Romero Blanco, J.

Militantes de Izquierda Anticapitalista (Sevilla)

Trabajo precario

La tasa de paro juvenil supera el 40%. Desde la aprobación de la reforma laboral, más del 94%

de los nuevos contratos son temporales, y la contratación en prácticas se ha adaptado a la

estructura grado/posgrado del famoso proceso de Bolonia, permitiendo que podamos ser

contratados por cada una de las titulaciones superiores que tengamos. Así, la formación

continua y el esfuerzo añadido en especialización que el mercado laboral exige, en lugar de

facilitar nuestra salida profesional, nos penaliza con mayor precariedad durante más tiempo.

Con el nuevo paquete de reformas, por un lado, se amplía la edad de contratos en formación

hasta los 30 años (anteriormente 21), y por otro lado, la eliminación del artículo 15.5 del

Estatuto de los trabajadores, el cual limitaba el tiempo que podíamos estar contratados de

forma temporal, acaba con las débiles barreras existentes a la concadenación de estos

contratos basura.

Educación precaria

Siendo probablemente la generación más formada de la historia, aquella con mejor y mayor

acceso a la información, las probabilidades de alcanzar condiciones de vida digna se deterioran.

Esta será la primera generación con peores condiciones que sus progenitores. Algo

evidentemente no funciona bien en ésta “sociedad del conocimiento”, cuando, pese al brutal

incremento de la productividad sobrevenido por el empleo masivo de las TIC, generaciones de

muy formados “nativos digitales” se ven expropiados de la plusvalía añadida por estos mismos

adelantos tecnológicos. Un coctel éste, que enraiza sus iniquidades en el modelo educativo. Y

es que, nuestra generación sufre una política educativa (desde la LOGSE y sus reformas, hasta

la actual LOE), que, si bien tecnocratizada, ha disminuido con creces la calidad de nuestra

educación general básica respecto de generaciones anteriores, apostando por una

diversificación del conocimiento cada vez más temprana en el tiempo, encaminada a cumplir

con las necesidades de las grandes empresas privadas y su todo poderoso mercado laboral

único, el cual genera situaciones de dumping laboral y debe competir a escala internacional por

mayores y mayores beneficios con economías que incumplen flagrantemente desde los

convenios de la OIT, hasta las mínimas garantías del derecho laboral.

La especialización forzosa no sólo dificulta contar con un suelo formativo suficiente para la

construcción de una sociedad crítica con capacidad en el ámbito de la autoorganización de los

trabajadores, sino que además propicia la extrema individualización de las aspiraciones y

reclamos laborales, apostando por el paradigma de la competencia frente al de la colaboración.

Con ello, se ha contribuido de manera fundamental a la precariedad de nuestras vidas: peor

formación general y menores opciones laborales, en parte por esa excesiva especialización en

las famosas competencias y capacidades, abriéndose brecha respecto de la movilidad social

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que el sistema capitalista y sus principios individualistas pregonan haber conseguido frente a

modelos sociales anteriores.

En este sentido, se han evidenciado los intereses que las políticas económicas tienen en

relación con las políticas educativas y las consecuencias de éstas sobre nuestro futuro. Así, la

construcción del Espacio Europeo de Educación Superior (Proceso de Bolonia), comprende una

transformación profunda del sistema educativo, que va desde el acceso y producción de

conocimiento, hasta la reproducción del capital cultural, y que se orienta, sobre todo, a la

extracción de los beneficios que la relación educación-conocimiento (entendida ésta como

negocio-mercancía, respectivamente) genera. Un nuevo modelo, que desde la ESO va

orientando nuestro futuro, organizándolo con los famosos bachilleratos de modalidad y

definiéndolo a través de la nueva PAU (Prueba de Acceso a la Universidad, antigua Selectividad,

clave fundamental, junto con las normas de permanencia y el modelo de tasas, del proceso de

elitización que sufre nuestra educación superior universitaria), para finalmente dotarnos de un

papel en el sistema productivo, que en respuesta a esas ansias de beneficios a corto plazo, es

necesario insistir, no hace más que deteriorar nuestros derechos como trabajadores y

trabajadoras.

Derechos fruto de una lucha de décadas, que el sistema capitalista trata de erosionar, en su

batalla por destruir la historia pasada y futura bajo el ideal de progreso, (desde un Henry Ford

con aquello de “La historia es una patraña” -Léase “Puerca Tierra” de J. Berger, reflexión final

acerca del papel del campesinado contra el capitalismo-, hasta el “fin de la historia” de

Fukuyama). Aquí el papel jugado por las direcciones de las grandes centrales sindicales y los

partidos políticos originalmente de izquierdas, social-liberales después (entendiendo tanto su

escaso carácter combativo de clase, como su inadaptación teórica y práctica acerca de las

nuevas contradicciones producto del desarrollo de las fuerzas productivas), han conseguido

forjar un desconocimiento y un descrédito terrible acerca de lo político y lo sindical a más de

una generación, entre la que nos incluimos. Escenario que ha favorecido un avance neoliberal

sin precedentes en el contexto europeo y mundial.

Identidad precaria.

No es nuevo comprender como el capital, guiado por sus tasas de ganancia, requiere nuevos

nichos de mercado, y como en ese proceso, la privatización de los servicios públicos supone

una práctica consolidada. De hecho, las políticas neoliberales de las que estamos hablando, en

sentido amplio, atacan aquellos escasos reductos del debilitado Estado del Bienestar, entre los

que se encuentra, como venimos diciendo, la educación. En este sentido, lo que queremos

denunciar es que mientras con las políticas educativas se diseña un tipo de estudiante-cliente

hiperespecializado y sobrecualificado para desempeñar los trabajos del mercado laboral

basura, las políticas económicas de fondo están mercantilizando, coherentemente con la lógica

del capital, el espacio público de producción del conocimiento y reproducción del capital

cultural, así como aquellos espacios públicos de proyección del mismo capital cultural, es decir,

se está haciendo negocio tanto con los espacios de estudio, como con los espacios de ocio, lo

cual en consecuencia, y aquí es a donde queremos llegar, se está avanzando en la construcción

de una nueva identidad del joven.

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Así, por un lado, nos parece oportuno hacer referencia a cómo en economías como la

española, volcada al sector servicios, si se ha alargado la vida estudiantil como mecanismo de

absorción del desempleo, no es precisamente por necesidades singulares del mercado laboral,

el cual no necesita una licenciada en historia para servir platos, sino más bien, a una titulitis

funcional a la que el capitalismo saca sus rendimientos. Esto incluso se hace más evidente en la

actualidad tanto para el contexto Estado español, como en la escala Unión Europea, gracias a

concadenación de contratos temporales en función de cada uno de los títulos que poseemos.

Pero en este sentido, además, pensamos que el modelo económico, a través de un sistema

educativo de baja inversión pública, el cual consigue absorber a coste cero parte de aquella

mano de obra excedentaria, procura un impulso identitario constante hacia una distinción

individual competitiva, que poco a poco tiene mayor calado en la juventud, de desastrosas

consecuencias a la hora de tejer redes de solidaridad generacional e intergeneracional.

Por otro lado, pensamos que esa nueva identidad, limitada por otra parte a golpe de

ordenanzas “cívicas”, está conformando, progresivamente, un código ético de obediencia más

restrictivo, el cual pensamos que también debemos tener en cuenta a la hora de comprender

la escasa reacción y participación política de una juventud (condiciones subjetivas), como parte

y producto de una sociedad con escasos referentes organizativos que puedan servir para hacer

frente a la atomización característica de nuestro momento histórico. En este sentido, sumando

a lo mencionado unas líneas más arriba, observamos como a través del castigo, la penalización

y la prohibición que suscriben esta serie de normas, se está favoreciendo una imagen del joven

con un retraso en su transición a la etapa adulta.

Además, para cerrar el círculo, acorde con una imagen más real de la juventud, de la cual

nosotras y nosotros nos sentimos parte, debemos hablar seriamente, como característica

quizás más específica del Estado español y su modelo en propiedad sociológicamente

legitimado, sobre el problema de la vivienda en esa transición a la etapa adulta e

independiente de la presente generación.

Dicho esto, coincidimos en denunciar que, mientras los antiguos patios de recreo de ayer se

han convertido en botellódromos hoy, pasando la autoridad del maestro al policía, no ha

existido una respuesta coherente y contundente desde la izquierda, al no considerarse quizás

éstas cuestiones como una “verdadera” preocupación. Una preocupación acerca de la

caracterización actual de la juventud que, sin embargo, dentro del Movimiento 15-M, a través

de consignas como “No es un botellón es la revolución”, si se ha puesto de manifiesto, para

desprenderse precisamente de esa misma mediática imagen a voces, insistimos, escasamente

escuchadas desde una visión marxista y anticapitalista. Así, en definitiva, pensamos que

afrontar el debate acerca de las condiciones de un sujeto u otro en la transformación social,

partiendo de un análisis como el que nos ocupa acerca de la realidad de un movimiento social

amplio (como el que estamos viviendo) desde la perspectiva de la juventud, necesita tanto de

las clásicas, como de nuevas cuestiones o factores explicativos (ocio), pues hasta cierto punto

pueden hablarnos del recorrido del propio movimiento, así como de las potencialidades del

sujeto estudiantil-juvenil.

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Hasta aquí, hemos abordado aquellas condiciones objetivas, las cuales consideramos

fundamentales, sobre la potencial respuesta anticapitalista de una juventud, que ha tomado

relativa conciencia acerca de la existencia de ciertas contradicciones internas al propio sistema

socioeconómico dominante, y concretamente desde, como ya se ha dicho, sus condiciones

laborales, hasta sus relaciones sociales, pasando de manera vertebral por su educación.

Subjetividades del Movimiento 15-M

No siendo exclusivamente un movimiento juvenil, ni mucho menos, si tenemos que valorar la

importancia del sujeto juvenil-estudiantil en esta movilización, tanto en su aporte dinámico

cuantitativo al futuro de la movilización, como por las propias demandas y sentimientos que a

través de este se están poniendo de manifiesto en las calles de nuestros pueblos y ciudades.

De manera fundamental, abordaremos el fuerte espíritu apartidista y asindicalista del

movimiento. Efectivamente se recurre a la consigna sólida y de consenso del “No nos

representan”. De ella extraemos algunas cuestiones fundamentales. Por un lado, que a la crisis

económica y ecológica, se suma una crisis de representatividad importante cara a la

movilización social. Una crisis de representatividad, que entre sus factores más relevantes

encuentra unas políticas de fe en el crecimiento económico incapaces de hacer frente a los

problemas estructurales del sistema (desempleo, vivienda, deterioro medioambiental…) y que

nos llevan a un futuro cada vez más dependiente del mundo financiero, y en definitiva,

políticas que generan expectativas para sistemáticamente defraudarlas. Una crisis de

representatividad, que además se refuerza en una generación con escaso sentimiento de

pertenencia a unos partidos políticos y sindicatos que no han construido, sino que han tenido

que asumir, así como la propia constitución de 1978, que ahora “los mercados” tienen opción

incluso de modificar a su conveniencia, a través de sus gobiernos títeres, cuando era consigna

bien sabida por todas y todos lo “intocable de la misma”.

Pero además, debemos plantearnos que ese “No nos representan” responde, en muchos casos,

a connotaciones más profundas en la línea de alcanzar un sistema realmente participativo, un

modelo de soberanía más directo que el actualmente vigente, donde los gobernados tienen

escaso control sobre sus gobernantes. En otras palabras, afronta la cuestión de la dominación

de unos sobre otros. He aquí quizás, donde verdaderamente podemos encontrar el más puro

sentimiento de clase que hasta ahora el sujeto 15M carga a sus espaldas.

En segundo lugar, queremos expresar algunas otras ideas acerca de otra de las consignas más

controvertidas, aunque no de consenso: “No hay banderas”. Nosotros, pensamos que esta

reivindicación, se debe a la propia cultura de fragmentación política en la que esta generación

ha crecido. Así, cuando el movimiento defiende el “No hay banderas” como fórmula necesaria

para la unidad, no hace más que responder a una experiencia vital indeseable por parte de las

organizaciones de la izquierda, que son realmente las que sufren históricamente un proceso de

desfragmentación. Así, desde el consciente peligro que supone una visión interclasista

dominante en un movimiento potencialmente de masas, más aún con postulados explícitos a

negar tu diversidad, nosotros pensamos que nuestra tarea radica en fomentar sin miedo una

reflexión acerca de que desde la pluralidad también se construye la unidad, tanto porque no

todas las organizaciones son iguales, como porque en el debate político nuestros argumentos

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son sólidos y justos. Para ello, un buen comienzo puede ser avanzar de ese “No hay banderas”

a un “No hay fronteras”, que marque las líneas rojas de un discurso en el que queden

explícitamente excluidos xenófobos, en primer lugar, pero también machistas, homófobos, etc.

Jóvenes precarios

Este es un simple esbozo del panorama actual, especialmente desde la perspectiva de los

jóvenes, en el Estado español, aunque bastantes de las cuestiones que hemos comentado se

pueden generalizar a otros muchos países de la Unión Europea. Oponerse a los ataques

actuales y organizarse para luchar con estos de manera radical no es fruto del capricho de un

día, si no la toma de conciencia producto de la experiencia acumulada por muchas y muchos

de nosotros en las últimas décadas, donde hemos visto deteriorarse nuestras condiciones de

trabajo y de vida de una manera desgarradora.

Hay quién ha hablado de una generación perdida, pero nosotros y nosotras debemos decir NO

a esa concepción de la juventud como un agente pasivo de la sociedad, y en su lugar, hablar de

una generación encontrada para luchar, como ayer lo hicieron nuestros abuelos y abuelas,

nuestras madres y padres, contra las injusticias y desigualdades de este sistema político y

económico.

Como jóvenes y estudiantes, aceptamos aquella opción B del mercado laboral, que disponía

peores condiciones laborales, entendiendo la misma como transitoria hasta nuestra estabilidad

en el ejercicio profesional para el cual nos habíamos formado. Sin embargo, la experiencia nos

ha dicho que el actual mercado de trabajo capitalista es precario en todas sus caras, siempre a

costa de nuestros derechos. Ya no se trata de aquel primer empleo a tiempo parcial en aquella

cafetería, o en aquella otra empresa de publicidad, sino del trabajo precario indefinido al que

quieren condenarnos durante toda la vida. Si hablamos de una “Juventud Sin Futuro”, es

porque tenemos una sociedad sin presente, y es por esto que comprendiendo con claridad la

mentira del progreso socioeconómico del sistema dominante, somos conscientes de que este

es nuestro tiempo y comienza ahora. Si ayer decíamos que lo queríamos todo, hoy queremos

más.

Para conseguirlo, nosotras y nosotros sabemos que el problema no es lo político, ni es lo

sindical, sino que el problema radica en cómo hacer sindicalismo y en cómo hacer política. En

este sentido, tenemos claro que la generación de jóvenes que están tomando las plazas quiere

otro sindicalismo y otra política, una que de momento está en la calle y esperamos que siga

ahí.

Tomemos la calle, organicémonos y cambiemos el rumbo

No obstante, conscientes que nos enfrentamos a un enemigo, a un sistema, muy bien

organizado, pensamos que una tarea inmediata debe ser organizarnos más y mejor, de manera

más o menos difusa, en red, con democracia directa y/o participativa, como sea, pero debemos

hacerlo. Ellos nos han machacado con que no existe alternativa, como si sus soluciones fueran

las únicas posibles, pero nosotras y nosotros sabemos que no es cierto, porque otro

capitalismo es imposible. Así, ante el “Vamos despacio, porque vamos lejos”, decimos: es

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cierto; y añadimos: pero hoy estamos en obligación de fortalecer este movimiento y

consolidarlo.

Para ello, en primer lugar, debemos hacer confluir todos los grupos y todas las plataformas en

una estructura plural con prioridades concretas comunes (referéndum vinculante sobre

reformas como la laboral o la de las pensiones, reforma de la constitución, problema de las

hipotecas...), y así intentar vislumbrar para atacar aquellos problemas estructurales de los que

hablábamos (desempleo, vivienda, deterioro de la educación, deterioro ambiental...). En esta

tarea, pensamos que la juventud, especialmente nuestra generación y la que viene, tiene un

papel importantísimo, por las características que anteriormente comentábamos, es decir, el

escaso sentimiento de pertenencia hacia lo construido, hacia lo hasta cierto punto impuesto, y

en respuesta a sus terribles consecuencias en nuestro presente. En este sentido, pensamos que

debemos convertir lo que a priori ha supuesto y supone un problema (despolitización y falta de

organización, conjugada a favor de la resignación y, por tanto, a favor de emprender la lucha de

manera individual) en una potencialidad a la hora de tomar el rumbo de nuestras vidas de

manera colectiva, apoyándonos tanto los unos en los otros, como esos otros en los unos,

porque siendo diferentes y no queriendo ser iguales, sufrimos una misma violencia siendo

muchas cosas las que nos unen. A ellas debemos agarrarnos.

Así, en segundo lugar, partiendo de experiencias anteriores de las que obligatoriamente

tenemos que aprender, sin ni mucho menos renunciar a nuestros principios (cada uno los

suyos), sea en el ámbito de lo social o de lo sindical, debemos avanzar en la construcción de

organizaciones permanentes de unidad para luchar, es decir, debemos comenzar o mejorar el

trabajo realizado hasta ahora, para dotarnos de unas herramientas organizativas plurales en

todos los ámbitos que nos preocupan (estudiantil, laboral, social,...).

A otro nivel, el político, creemos que también debemos favorecer la construcción de grandes

partidos frente al sistema, o lo que ha venido a llamarse polos anticapitalistas. No obstante,

esta confluencia pensamos necesita de un debate político de fondo, por el carácter estratégico

y propositivo que, en nuestra opinión, debe tener una organización de tales características, es

decir, por como dicha organización respondería a la pregunta de ¿qué otro mundo posible? Así,

la unidad en la lucha, en un período de ataques y agresiones tan duras como las que estamos

viviendo, puede hasta cierto punto exigir un menor acuerdo de fondo, en tanto que existen

reivindicaciones concretas aglutinadoras de respuesta social (no a la subida de tasas en la

universidad, sin entrar a definir lo público; rechazo de despidos en empresas con beneficio, sin

entrar a repensar el modelo empresarial, cuanto menos el productivo..., pueden ser algunos

ejemplos). De ahí, nuestro planteamiento abierto en cuanto a organizaciones sociales y

sindicales como entes plurales de lucha.

Ahora bien, recuperando un fragmento del “Cambiar el mundo” de Daniel Bensaid, “si

rechazamos que el mundo es una mercancía, será necesario a avanzar hacia la negación de la

negación y decir qué es lo que queremos que sea”, y para ello, nosotras y nosotros pensamos

que es necesario llegar a unos acuerdos firmes sobre que otro mundo y como llegar a este, “no

para prefigurar el camino de la emancipación por encima de quienes la ejecuten, sino para

desarrollar y explicitar la lógica inmanente de la lucha: una pedagogía activa en torno al bien

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público; oponiendo las necesidades sociales al interés privado, la apropiación social a la

confiscación social, el derecho a la desdicha del que hablaba Hegel al derecho de la ganancia”.

Con todo esto, no podemos eludir el debate político acerca de ¿cuándo esa organización? Ante

esta pregunta, nosotros no tenemos la respuesta, si bien la esperamos con fuertes dosis de

paciencia revolucionaria. No obstante, si tenemos claro varias cosas. Por un lado, partiendo de

un planteamiento acerca de lo que no hay que hacer para construir esa organización,

rechazamos el suicidio que supone la simple suma de siglas políticas con fines electoralistas,

comprendiendo ésta como una medida realmente sintomática de no saber qué hacer y de no

tener muy claro eso que tanto nos preocupa, “que otro mundo posible y como llegar a él”. El 20

de noviembre, en este sentido, no nos preocupa más de lo necesario.

Y por otro lado, insistimos en nuestra propuesta, cuando planteamos que de la mano de esa

gran organización política de propuesta, debe ir la movilización social unitaria. Para la cual,

debemos hacer confluir movimientos, plataformas, colectivos y un largo etcétera de grupos

que luchan a día de hoy “rechazando que el mundo sea una mercancía”, porque sólo así

estaremos construyendo el escenario, primero, de la alternativa social, que hasta cierto punto

existe (aunque de manera insuficiente) en el día a día a nuestro alrededor (colectivos de

autoconsumo, cooperativas de empleo, etc.), y, segundo, de la acción política para cambiar el

mundo.

Con esto, en cuanto a la necesidad de construir un proyecto común sobre otro modelo de

sociedad, dónde abordar el qué hacer (estrategia a seguir) para alcanzarlo, es decir, en tanto a

la construcción de la organización política, pensamos que ésta no vendrá sola y que buena

parte de la responsabilidad queda en nuestra voluntad de afrontar el debate sin dogmas, pero

también sin miedos, y con la confianza necesaria para que compañeras y compañeros de lucha

en la calle, pasemos también a compartir un proyecto político común.

Un proyecto, finalmente, que todavía no se ha escrito, pero para el cual movilizaciones como

las que se están sucediendo en muchos países del mundo bajo el nombre de los indignados,

quizás nos estén hablando sobre una transición, a medio-largo plazo, de la resistencia al

ataque. Creámonoslo, rigurosamente, en el presente y para el futuro, pero sin la terrible fe en

la lucha final, organicémonos y cambiemos el rumbo, no por recuperar lo que nos han

arrebatado, sino por conquistar todo aquello que nunca hemos tenido.

Nieves Del Olmo, G.; Pérez Ganfornina, P.; Romero Blanco, J. Septiembre 2011