7/31/2019 Mitopotica del Nacional-socialismo - Franco Cardini
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Mitopotica del Nacional-socialismo
Franco Cardini
Infokrisis.- El texto que sigue a continuacin es la traduccin de un
artculo publicado en 1981 por el medievalista italiano Franco Cardini en
la revista Totalit en el ao 1981. Esta revista era, en aquel momento, el
boletn del crculo "Cultura y Tradicin" que en aquella poca y en los
aos siguientes realiz un extraordinario esfuerzo por difundir los textos
de Julius Evola en lengua francesa, primero a travs de las revistas
Totalit, Rebis, Kalki, y posteriormente a travs de la Editorial Pards
que contina en funcionamiento. El articulo que sigue es una
interpretacin "mitopotica" del naconal socialismo y, en realidad, aborda
la cuestion de cmo un especialista en historia medieval analizara el
fenmeno del nacional-socialismo en funcin de los mitos y de las
leyendas medievales. Particular fuerza adquiere el artculo cuando refiere
la vieja leyenda germnica del Flautista de Hamelin en relacin a la
historia de Hitler y de su funcin entre 1933 y 1945. Debi ser hacia 1985
cuando realizamos la traduccin de este artculo que casualmente hemos
encontrado en el mes de agosto.
Mitopotica del nacional-socialismo
Cuando hace unos aos se desencaden una polmica contra la presunta
rehabilitacin de Mussolini y del fascismo por De Felice, hubo, adems de
crticas apoyadas sobre un examen cientfico serio, otras conducidas de
manera histrica, o que no tuvieron reparos en descender al nivel del
linchamiento. En este segundo terreno tan poco ejemplar, alguien sugiri
la vergonzosa idea de que un da Hitler y el nacional-socialismo podran
encontrar igualmente su De Felice.
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tibia y cmoda a una idea impuesta desde el exterior, antes que pensada
desde el interior.
Aqu, no se trata ciertamente de depurar una vez ms las
responsabilidades en el proceso de Nuremberg, o de reavivar la polmica
sobre los famosos seis millones de vctimas para establecer si han sido
ms o menos numerosas que la cifra indicada. No existe nada ms
innoble que esta macabra contabilidad. En el nacional-socialismo, es la
atrocidad del genocidio en tanto que tal y, ms all de l la atrocidad del
desprecio del hombre y de la vida lo que asombran, sobre todo porque
han tenido lugar tras siglos de humanismo, al menos terico y verbal.
Pero lo que termina por inspirar temor, es que su trono siniestro en el
museo de los horrores histricos no acabe por servir como pantalla a
otros hechos y hombres que tendran el mismo derecho de figurar en l.
Todos los grandes verdugos, todos los carniceros a gran escala del mundo
contemporneo -han existido y existen existiendo hoy, por no hablar de
los que les precedieron- pueden agradecer a Hitler haberles permitido
aparecer con ropas respetables y maquillar sus gestos con sonrisas
cautivadoras.
En suma, es triste y miserable que no pueda organizarse Nurembergs
serios (el Tribunal Rusell ha sido una farsa facciosa) para los responsables
de las masacres de hugonotes, pieles rojas, catlicos irlandeses, istrianos,
kulaks, armenios, kurdos, palestinos o mongoles.
El mundo moderno no considera pues a Hitler como un enemigo
cualquiera: lo ha elevado al rango de enemigo metafsico. Sin embargo,
vista desde cerca, esta observacin es incluso insuficiente. Su condena es
una demnatio memoriae, absolutamente sui generis. Parece casi que,
aunque se haya exorcizado al monstruo demonaco y que se contine
tenindole respeto por una especie de "caza de brujas" que tiene algo de
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grotesco, se sufra an una terrible fascinacin: la atraccin del abismo.
Pongamos incluso de lado la interpretacin del nacional socialismo como
una especie de fatum helnico, de nmesis inevitablemente ligada el
hybris de las clases dirigentes alemanas: es decir, la interpretacin de
Thomas Mann en la que se han inspirado Luchino Visconti y tambin
Berthold Brecht est menos alejada de lo que parece, ya que el desarrollo
de su Arturo Udemuestra que, sobre todo, la ascensin del jefe de la
banda de gansters es menos resistible que lo que afirma el ttulo de la
polmica obra de teatro. Asistimos desde hace algn tiempo a una nueva
ola de hitlerismo, y lo que es peor: ni los historiadores ni los socilogos
parecen darse cuenta de que es mucho ms grave o inquietante que
cualquier rehabilitacin poltico-ideolgica. Tenemos comics y films
nazi-porno", "nazi-sado-masoquista", que se acompaan de fenmenos
de signo anlogo pero de valor diferente, como el music-hall Das Reich
con su Hitler superstarsucesor de los triunfos de Oh Calcutta y de Hair.
Naturalmente, no se ver Das Reich en nuestro pas, como tampoco el
film Hitler, eine Karriere a pesar de su excepcional valor documental. A
cambio, hemos visto Salon Kitty y toda la gama de sus subproductos
incalificables
Por lo dems, a su manera incluso: estos fenmenos subculturales son
muy significativos. A nivel de transfertla culpabilizacin del hitlerismo es
la desembocadura cmoda de tendencias sado-masoquistas que, fuera de
casos lmite, no le eran del todo especficas (poda tener otras tendencias:
pero -precisamente- no stas) mientras que son propias a los complejos
engendrados por la sociedad de consumo, por la sociedad permisiva.
Luego, porque, tras estos complejos se esconde la vulgarizacin de un
procedimiento de represin ideolgica que los historiadores conocen bien:
la polmica de los defensores de un "sistema" cualquiera contra los no
conformistas. Celso, ya, diriga a los cristianos acusaciones de realizar
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ritos infames y de desrdenes sexuales; en la poca medieval y
protomoderna, los polemistas catlicos hacan lo mismo respecto a los
herejes y las brujas, mientras que en los EEUU los maccarthystas
emplearon el mismo procedimiento contra los rojos, o supuestos tales
y, ms tarde, este deba ser el caso de los extraos representantes de las
"mayoras silenciosas" contra los hippies. Es intil aadir que,
habitualmente, acusaciones de este tipo, son absolutamente falsas y
gratuitas sobre el plano fenomenolgico; es ms bien la interpretacin de
los hechos a la que dan lugar lo que est profundamente falseada.
Ciertas formas histricas e irracionales de demonizacin de un fenmeno
histrico tan complejo y articulado como el nacional-socialismo descubren
un fondo colectivo que debera ser explorado con los elementos del
psicoanlisis antes sin duda, que con los de la poltica y la sociologa.
Existe un lazo profundo entre nazifobia (una forma de psicosis extendida
que nada tiene que ver con el antinazismo serio y coherente) y la actitud
de desacralizacin de la vida que invade plenamente al way of life
occidental. No son ciertamente objetivos poltico-ideolgicos del
nacional-socialismo cuyo renacimiento se teme: hoy, ninguna persona
inteligente y de buena fe puede verdaderamente temer el renacimiento
del racismo anti-judo, del nacionalismo pangermanista o del militarismo
neo-prusiano.
Lo que se quiere ms bien es exorcizar aquello a lo que el
nacional-socialismo debi lo ms profundo de su xito: la proyeccin
mtica, e incluso -es decir, sobre todo- la capacidad mitopotica.
Solamente bajo este ngulo la histeria nazifoba adquiere una racionalidad
paradjica: es la respuesta radical del hombre moderno, del homo rationi
consentaneus, al hombre arcaico, al homo mythicus: es evidente que
empleo aqu el adjetivo mythicus en al sentido que le da Macrobio, a
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saber, autor de mitos". Y ya que estamos en la hora de las precisiones
semnticas, aado que empleo el adjetivo "arcaico en el sentido tcnico
que Jung le atribuye: es decir, el hombre arcaico como hombre del arca,
del origen, de los comienzos; hombre del illud tempus, opuesto al hombre
del progreso lineal.
En otros trminos, el nacional-socialismo -al margen de sus componentes
progresistas y tecnocrticas, las cuales fueron por lo dems masivas y
evidentes- fue un movimiento radicalmente antimoderno y
anti-historicista en su capacidad mito-potica precisamente, mucho ms
profunda que el recurso exterior y a menudo vulgar a datos y elementos
atvicos que hacan de l un movimiento "de derecha", segn un anlisis
que, a decir verdad, parece excesivamente esquemtico.
Puede ocurrir tambin, en el fondo, que el nacional-socialismo haya sido
sobre el plano fenomenolgico ya que no sobre el plano del historicismo,
un acontecimiento revolucionario pero -a pesar de sus componentes
obreras y "de izquierda" que existan y que tenan cierta consistencia,
guste o no guste recordarlo- si fue as, no tuvo gran cosa en comn conla revolucin francesa o sovitica. Las precisiones formuladas por varios
historiadores especializados en la influencia jacobina y luego
nacional-liberal recogidas ms tarde por el hitlerismo tienen sin duda su
valor, de la misma forma que buena parte, de los nacional-socialistas
sufrieron la fascinacin de la Revolucin de Octubre; sin embargo, la
revolucin a la cual el nacional se pareci ms es la revolucin japonesa
de la poca Meij: en el sentido que, al igual que esta, tendi a afirmar un
cuerpo tecnolgicamente avanzado en el sentido occidental del trmino
sobre un alma dirigida en sentido inverso, en una direccin
programticamente consciente hacia el retorno a las antiguas tradiciones
heroicas. Con esta diferencia sustancial, naturalmente, a saber, que estas
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tradiciones estaban vivas y actuantes en la cultura japonesa, donde se
trataba slo de despertar y reconducir a una pureza consciente un
mensaje religioso y nacional; mientras que en Alemania se trataba de
reconstruir -y de una forma no exenta de arbitrariedades y
exageraciones, y consecuentemente con resultados sustancialmente
falsos y artificiales- una cultura prcticamente destruida = desde la Alta
Edad Media, admitiendo que haya existido jams bajo formas que
evocaran incluso de lejos lo que se imagin. El "germano" salido del
laboratorio hitleriano se pareca al del Edda y del Nibelungenledcomo la
criatura monstruosa del doctor Frankenstein al modelo que haba
inspirado al sabio.
Si la sociedad actual vive de utopas -y lo que es peor, las estima
racionales e incluso cientficas- en cambio detesta los mitos. Y la
obstinacin en hacer representar al socialismo el papel de chivo expiatorio
para las desgracias del segundo cuarto del siglo XX y ms all parece ser
principalmente una tcnica liberadora en relacin al mito y al peligro" de
la mitopotica, es decir, de este extraa capacidad humana de escapar a
lo materialmente real, a lo cotidiano, e incluso de apropiarse y
dominarlo. Se acusa la adhesin al mito de representar una fuga de la
realidad, una evasin: pero la prisin de lo que se califica
habitualmente de real engendra a su vez la desesperanza.
En un sentido general la relacin entre emancipacin del mito y
angustia es muy estrecha: se ha sostenido incluso que las inquietudes y
las crisis de las sociedades modernas se explican por la ausencia de un
mito que les sea particular", escribe Mircea Eliade. Si Eliade tiene razn
en percibir la relacin de este illud tempus, de este tiempo sagrado
anterior a la cada hacia la cual toda la humanidad se volvera, unida a
pesar de la variedad de los mensajes religiosos- aunque la experiencia
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religiosa se planteara en tanto que tal, en ltimo anlisis, como una
nostalgia de los orgenes y en el rito la restauracin de este tipo
sagrado, pues una tcnica de anulacin de la historia con su vis involutiva
y de relacin peridica con un estado de perfeccin y de armona entre el
hombre y el cosmos: si todo esto es exacto, en parte al menos, entonces
el proceso de desacralizacin del mundo contemporneo, su rechazo del
mito, la degradacin del rito en la ceremonia pblica, luego en forma
vaca, en manifestacin exterior, en convencin, este proceso
definitivamente ha cortado los puentes entre la humanidad y no importa
qu tipo de realidad superior. Se puede ser o no religioso (por lo dems,
el adjetivo religioso es en s mismo ambiguo): pero debe constatarse
que la religin representa de todas formas una defensa individual y
colectiva contra la aparicin de la angustia existencial; sea negada o
criticada, el hombre al cual, evidentemente la desesperante constatacin
sartriana de la nada no basta, quien, por el contrario, tiene naturalmente
horror a ella- se vuelve hacia la investigacin de sucedneos, los cuales
adquieren a su vez el carcter de nuevos mitos o seudo-mitos. A menos
que no se reemplace el mito, el retorno a los orgenes, por la utopa,
por la bsqueda de un porvenir jams alcanzado y comprendido como
definitivo: inmvil meta al final de un dinmico iter.
Tal es la cuestin: lo que el mundo contemporneo no perdona a Hitler,
es me nos su inhumanidad como su antihumanismo. Ser enemigo de la
historia y del historicismo mediante libros y escritos es ya grave, pero
serlo con las divisiones acorazadas, resulta intolerable.
El nacional-socialismo no fue propiamente un movimiento poltico, sino
que fue especialmente un movimiento religioso-milenarista; y HitIer, ms
que un jefe poltico incluso excepcionalmente dotada desde el punto de
vista carismtico, fue sobre todo -y l tuvo conciencia- un soter, un
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salvador. Tanto los cristianos alemanes que saludaban en l a "nuestro
dulce Cristo germnico como sus oponentes catlicos y protestantes que
perciban en su persona los rasgos del anticristo, perciban todos con una
misma exactitud -aunque divergiendo en la interpretacin que facilitaban
respectivamente- esta voluntad cristomtrica que apareca sin equvoco
en tantas actitudes y discursos hitlerianos.
A este respecta, la insistencia en el carcter, neo-pagano, del
nacional-socialismo ha podido constituir un factor de desorientacin para
ms de un historiador. La rehabilitacin del germanismo pagano durante
el Tercer Reich es algo incontrovertible, al igual que la polmica contra el
cristianismo, religin percibida como no-heroica y, en tanto que tal,
inadaptada al pueblo alemn. Pero, por regla general, se trataba siempre
de consignas de propaganda, ideolgicamente superficiales y dispersas,
aunque obsesivamente recuperadas a nivel de propaganda y que no
llevaron jams a un intento serio de reforma tica y cultural. Se trat en
el fono de un nostalgismo wagneriano, revestido de sensibilidad
romntica, y sobre el cual se apoyaba una no menos superficial
glorificacin nietzscheana de la voluntad de poder; el todo se resuma (ya
que el racismo y el militarismo hitlerianos tenan otras races ms
concretas) en un neo-germanismo esttico y arqueolgico que tena poca
incidencia sobre la vida y las costumbres, no digamos siquiera de los
alemanes en general, sino de los cuadros mismos del NSDAP,
anticlericales tanto como se quiera pero siempre ligados al "cristianismo
positivo de los 25 puntos del programa original. La mezcla de
profesiones de fe en "Dios" y en la "Providencia", ardientes pero
ambiguas, y de parrafadas anticlericales extradas del ms lbrego bagaje
librepensador o de los subproductos del Kulturkampf -mezcla
desagradable, frecuentemente presente en los discursos de los jefes
nacional-socialistas y del mismo Hitler parece ms bien inspirarse en un
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desmo aproximativo post-iluminista, extendido entre las capas burguesas
euro peas medianamente cultivadas. De otra parte, personajes como
Rosemberg y Hitler se inspiraban ms que en alguna forma de
religiosidad neo-pagana, en un misticismo esotrico ligado al amplio
mundo misteriosfico de finales del siglo XIX que haba dado origen a la
Golden Dawn, la Thulegesellschaft", la Orden neorosacruciana, en
suma el mundo de la reaccin espiritualista al cientifismo del siglo XIX: un
mundo de donde surgieron o iban a surgir hombres tan diferentes como
un Aleister Crowley, Montague Summers, Gurdjieff, Rudolf Steiner, Ren
Gunon.
Se objetar que en algunas ceremonias como la atribucin del nombre al
recin nacido, el matrimonio, los funerales, al menos en los ambientes
SS, o en los medios nacionalsocialistas de ms estricta observancia o bien
del tipo, por as decir, experimental, como los Ordensburgen o los
centros Lebensborn, las componentes neo-paganas aparecan con
evidencia, al igual que en los ritos colectivos del Primero de Mayo, del
Solsticio de Invierno, del Teatro Thing. Pero una vez ms, es preciso
prestar atencin a no confundir lo simbolizante con lo simbolizado y a no
generalizar los casos lmites. Entre la utilizacin de cierto aparato
repelente bajo formas simplificadas y aproximativas, un germanismo de
superficie y el regreso a los mitos odnicos, existe una diferencia
profunda. Adems la esttica artstica y arquitectnica nacional-socialista
se refiere ms a ejemplos clsicos que al viejo germanismo (el cual, aqu,
no tendra gran cosa que aportar fuera de algunos elementos): y sobre
esta permanencia de la vocacin esttica clsica de Alemania y sobre los
valores ligados a ella, Mosse ha escrito pginas fundamentales. Ms all
de los atavismos del "Renacimiento nrdico" que, en tanto que corriente
literaria, era ms bien un romanticismo provincial retardado, el esfuerzo
tico-histrico de los mejores intelectuales del Tercer Reich,
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comprometidos hacia un plausible modelo cultural indo-europeo, estaba
dirigido en un sentido que me atrevera a llamar dorio. Pinsese sino en
los trabajos de Helmut Berve y, sobre todo, de Hans F. K. Gnther: tica,
esttica y eugensica nacional-socialistas vean su modelo histrico en
Esparta y Platn. Por lo dems, acentos homricos y platnicos rellenen la
cultura alemana de los siglos XVIII y XIX, e igualmente se haba hecho
referencia a Platn en el crculo potico de Stefan George. El ethos
nrdico que se quera oponer el pathos semtico-mediterrneo se
expresaba en trminos ms homrico-platnicos que nrdicos. El
Walhalla erigido por Leo von Klenze entre 1830 y 1842 cerca de
Regensburg como templo de la unidad alemana y de sus glorias,
absolutamente clsico en sus lneas aunque corregidas con motivos
ornamentales germnicos, es una extraordinaria relectura ante litteram
de la relectura nacional-socialista de los mitos odnicos: una relectura en
la cual est presente toda la Kulturaristocrtica y acadmica de las clases
dirigentes alemanas.
Algunos se dirn convencidos que al menos la mstica del Blut und Boden
tena un carcter germano-pagano atvico. En realidad, en las fuentes
germnicas este carcter es notable hasta cierto punto, en las
concepciones de Sippe y de Geschlecht, sin embargo, el lazo biolgico de
la sangre puede ser reemplazado ritualmente por ceremonias de
fraternizacin en el interior de la Gefolgschaft: la idea de una unidad
igualmente biolgica era, para los viejos germanos, familiar, y tribal, no
tnica, y corregida de todas formas por otros conceptos y por numerosas
otras circunstancias; aqu, como en otras partes, los nacional-socialistas
cometieron una exageracin arbitraria atribuyendo a sus pretendidos
ancestros preocupaciones que dependan todas de la biologa y del
pensamiento del siglo XIX. La tica del Blut und Boden representaba en el
Tercer Reich la base emotiva y solidarista de los principios racistas cuya
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aplicacin sobre los planos jurdico, sanitario, institucional (en suma las
leyes de Nuremberg de 1935) dependan de premisas claramente
neo-malthusianas y social-darwinistas; por lo dems, la Weltanschaung
hitleriana relativa a los tomas de la naturaleza, de la seleccin de los
pueblos y de las razas, de la lucha por la supervivencia, era darwinista,
mientras que el tema del Lebensraum era neo-maltusiana. El racismo
nacional-socialista no haba nacido de un laboratorio cientfico, sus
antepasados se llamaban Lessing, Herder, Fichte, Gobineau, Chamberlain,
Wagner
Sin embargo, atencin a los golpes de efecto... El racismo -o, mejor, el
antisemitismo- era una de las llaves del xito de la propaganda del
nacional-socialismo, al igual que el patriotismo y el antibolchevismo. Sin
embargo, la Europa de la poca estaba repleta de movimientos de
carcter antisemita, patritico y antibolchevique; pero ninguno de ellos se
convirti en nada comparable al nacional-socialismo, aunque todos lo
hubieran imitado tras 1933. La esencia del enigma del
nacional-socialismo, de su ascenso y de su dominacin absoluta sobre
Alemania no se encuentra en estas ideas elementales y en las jams se
profundiz. Igualmente, tampoco se encuentra en el wagnerianismo, ni
en el neo-clasicismo monumental. Sobre el plano social, su xito no se
explica, plenamente ni por el recurso al tema de la alianza entre la
pequea burguesa y la clase media frustrada, antiguos combatientes
rechazados y gran capital industrial, ni por.la aspiracin al orden cuya
expresin habra sido el lcido pensamiento conservador, por ejemplo de
un Carl Schmitt. Cuando, a travs de una maniobra cuyo mero
esquematismo deja perplejo, se separa el movimiento del rgimen
poniendo como lgica discriminante sino cronolgica la "noche de los
cuchillos largos", no se facilita ninguna solucin al enigma: el
nacional-socialismo no fue el hijo nico de los Freikorps -que tuvieron
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numerosos hijos e incluso varios de ellos bastardos-; en su seno la seria y
consciente izquierda sindicalista de los hermanos Strasser, cuya buena fe
y calidad como organizaciones de las fuerzas obreras han sido saludadas
incluso por historiadores marxistas, no tiene tampoco un derecho real de
paternidad y otro tanto ocurre con la izquierda violenta del
Lumpemproletariat, con sus canciones groseras, su "Hitler ser nuestro
Lenin, la actitud de lansquenetes y de jefes de Bauerkrieg de sus
comandantes, el misticismo de cervecera de las secciones bistec"
(llamadas as porque estaban compuestas de antiguos comunistas y se
deca, "rojas por dentro, pardas por fuera": precisamente como un
bistec). La fuerza del nacional-socialismo reposaba sobre la sntesis de
estas fuerzas, pero su esencia, no era esta sntesis ni ninguna otra.
La esencia del nacional-socialismo sigue siendo Adolf Hitler. Diciendo esto
naturalmente no pretendo hacer ninguna concesin a las viejas tesis
superadas sobre las personalidades excepcionales que haran la historia.
Estoy convencido que las contribuciones personales a los acontecimientos
histricos son decisivas, pero tambin que, en ltimo anlisis, son las
fuerzas lato sensu sociales y espirituales (y su interdependencia
recproca) quienes determinan y califican dichos acontecimientos. Pero
Hitler es un unicum en la historia contempornea, al igual que el mito
inextricablemente ligado a su persona, un mito que no era del todo sic et
sempliciter el del renacimiento de la patria o de un misticismo
pangermanista y racial, del antisemitismo, de la antigedad
germnico-pagana aunque sus ideas-fuerza se refirieran a todo esto.
Su mito consista en situarse como alter Christus: es decir a presentarse
como profeta-salvador en un pas dividido y desorientado, empobrecido
por la guerra civil, el hambre, el paro, el espectculo cotidiano de las
desigualdades sociales ms dramticas (nada mejor que los gravados del
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anti-nazi Georg Grosz para ilustrar algunos temas de la propaganda
hitleriana antes de la llegada al poder; en un pas recorrido por el
escalofro de la humillacin y del odio a causa de inicuos tratados de paz,
cuya aquiescencia al revanchismo francs es la primera razn que ha
lanzado al pueblo alemn en brazos del nacional-socialismo incluso que
ha inventado el nacional-socialismo. Tras la crisis de 1919-23, cuya
culminacin fue la ocupacin abyecta del Ruhr, el hundimiento de
1930-32, consecuencia de la crisis de Wall Street -y que habra podido ser
evitada, o al menos, contenida, si las clases dirigentes de Weimar
hubieran elegido otra poltica econmica: cosa que los nacional-socialistas
y la izquierda haban comprendido desde haca aos y haban
rpidamente reprochado a Strasemann- arrojaron al pas a la sima de una
depresin y de una destruccin menos grave quizs que las precedentes,
pero espiritualmente mucho ms dramtica, en la medida en que dieron
la impresin de un fracaso global de la experiencia de Weimar y del
engao realizado a costa de los trabajadores alemanes, a los cuales se les
haba hecho creer que la falsa prosperidad que goz el pas gracias al plan
Dawes de 1924 (que apoyaba ciertamente la recuperacin del marco y
concedi crditos a la industria, pero ligaba tambin la economa alemana
a la economa extranjera, americana en particular) haba sido, por el
contrario, un resultado obtenido de manera autnoma gracias a la poltica
gubernamental.
En este derrumbe de esperanzas y de ilusiones, en este desbordamiento
de rabia y desesperanza colectivos, el mensaje de Hitler- que parece a
distancia amasado de rencor y de irracionalismo y que, en el fondo, era
precisamente esto, apareci como una llamada calurosa e irresistible a la
fraternidad nacional, a la superacin armoniosa de las divisiones, al
esfuerzo unitario por el renacimiento. Ciertamente, se repeta que este
acto de amor patritico poda ser indoloro, que los parsitos y sobre
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todo los judos deban ser eliminados (so lamente sobre el plano poltico)
si se quera vivir normalmente. Claramente, ms que el terror -en un
primer momento se puede decir a pesar de l- fue el consenso, un
consenso de masas lo que llev al pequeo cabo austraco a la cancillera.
Pero dejemos ahora de lado las consideraciones socio-histricas y
ocupmonos -pues tal es el tema de nuestro texto- del elemento
mitopotico del nacional-socialismo. El mito del renacimiento a travs de
sufrimientos, el esfuerzo colectivo y la eliminacin del enemigo
metafsico, encarnado por el judo no es del todo un mito nuevo en la vida
del pueblo alemn. Si el ascenso del nacional-socialismo ha sido
favorecido, en cierta forma, por las estructuras del inconsciente colectivo,
estas estructuras reforzaban sus races en la Alemania Cristiana de la
Edad Media y de la reforma, no en la Alemania del atavismo germnico-
pagano, una Alemania que no ha existido jams, ni sobre el plano
antropolgico, ni sobre el histrico. Puede decirse ms bien que la
Alemania medieval fue el producto de una aculturalizacin acelerada
entre el cristianismo y antiguos valores germnicos, los cuales, de hecho,
fueron absorbidos, pero no borrados y permanecieron vivos en el nivel
volkisch. Pero el hecho de transformar esta cultura subalterna, a la cual el
nacional-socialismo -en esto heredero de la filosofa romntca- consagr
un verdadero culto, una herencia atvica, y toma la viviente presencia
popular de esta por la supervivencia de aquella, es un desprecio grosero y
vano. Que esto guste o no, da igual, las races del nacional-socialismo son
cristiano populares, no paganas.
La historia del nio solitario de Branau, del pobre pintor bvaro, se parece
en realidad a una fbula. Si se hubiera detenido antes de la guerra de
1914-18, su protagonista habra podido pasar por uno de los personajes
de Andersen: pero nadie habra hablado de l y su sosias-adversario, su
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"sombra en el sentido junguiano del trmino, aquel que, detestndolo, lo
comprendi ms a fondo Charlie Chaplin- no se habra ocupado de l.
Todo esto podra facilitar material para un buen trabajo de psicoanlisis. A
partir de esto la fbula de Adolf Hitler adquiere en realidad los rasgos de
una de las fbulas ms terribles del folklore popular germnico: la del
flautista de Hamelin.
En resumen, la leyenda es conocida. En una ciudad sacudida por una
invasin de ratas (es quizs el recuerdo colectivo de la peste de 1347?),
un pequeo hombrecillo se presenta ofrecindose a liberarla a cambio de
una pequea recompensa: habiendo recibido la promesa de que se le
concedera tal recompensa recorre las calles tocando su flauta mgica
cuya msica tiene un efecto irresistible sobre los anmeles, los cuales
salen de todas partes para seguirlo; entonces el flautista los lleva hasta el
arroyo donde se ahogan. Pero los comerciantes que gobiernan la ciudad,
al verse libres del peligro, comienzan a olvidarse de sus promesas y a dar
la espalda al flautista; en represalia, ste, habiendo atrado con su flauta
a todos los nios del lugar, los conduce fuera de los muros de la ciudad
hacia una montaa mgica que se los traga a todos.
En el curso del ltimo siglo un erudito espiritual, alinendose con la moda
en vigor en su poca en los estudios de mitologa comparada, demostr
como se poda probar mediante estos mtodos que Napolen jams
existi, sino que se haba tratado de un "mito solar. En el caso de Hitler,
si por una hiptesis fantstica las pruebas histricas de su existencia
faltaran algn da, podra pensarse en un sabio mgico-chamnico como
el que hemos aludido. Alemania es invadida por las ratas de la
desesperanza, de la discordia civil, de la abyeccin; el pueblo alemn -o,
si se prefiere, una parte de su clase dirigente- ofrece el poder al flautista
mgico a condicin de que sepa liberar a Alemania; pero ste va ms all
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de las tareas que le han sido indicadas inicialmente, domina incluso a las
fuerzas que tenan la ilusin de controlarlo pactando con l y arrastra a su
pueblo, sobre todo a los jvenes, hacia el Gotterdammerung. Qu
alegora ms trgica de los ltimos das del Tercer Reich que el
Todtentanz de los nios de Hamelin marchando en bandadas tras el
flautista en direccin a la montaa dispuesta para tragarlos?
Antropolgicamente hablando, el flautista -es decir el msico-mgico que
manda a los animales y gua a los espritus hacia el Ms All- es
comparable al modelo de Orfeo; es un chamn, un
msico-danzarn-taumaturgo en contacto con el mundo de los muertos. Y
Hitler, que dispona por lo que parece de conocimientos superficiales muy
pobres sobre la mitologa germnica, demostr, por otra parte, que su
funcin poltica fue extraamente parecida al papel mtico del dios Wotan,
cuyas connotaciones chamnicas es sin duda el menos indo-europeo de
los Ases- han sido puestas de relieve en varias ocasiones.
Hay que aadir a este respecto que los caracteres de la experiencia
dictatorial de Hitler fueron ms los de un "rey mago" que los de unguerrero. Si quisiramos adaptar al rgimen nacional-socialista los
cnones de la triparticin funcional propuesta por Dumezil, veramos con
claridad los rasgos de la preponderancia del elemento
"chamnico---sacerdotal", centrado sobre el Fhrer y su misin, -sobre el
elemento guerrero -la casta militar fue quizs menos todopoderosa bajo
el Tercer Reich que bajo Weimar- y sobre el elemento productivo
(representado menos por las lites de la industria o por la clase obrera,
que por la esfera de la economa, constantemente sacrificada por el
gobierno nacional-socialista a la esfera de la poltica).
Por lo dems, a pesar de las prerrogativas institucionales y de sus dones
notables, ms que intuitivos, de estratega, Hitler no confiri jams a su
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prestigio personal un aura particularmente belicosa. Entre los grandes
dictadores de los aos treinta, fue sin duda el ms avaro en actitudes
guerreras. Pero hay ms. Por regla general y en la vida cotidiana, Hitler
era un hombre tmido, reservado, no slo por razones de oportunidad,
sino tambin a causa de su carcter. Sus gustos igualmente, sus escritos
privados, sus bocetos de cuadros, los objetos que amaba testimonian su
naturaleza reservada: sus gustos eran normales", pequeo-burgueses,
un poco groseros tal como nos lo muestran todos sus bigrafos poniendo
de relieve su carcter esquizoide. Pero en las grandes liturgias de masa el
hombrecillo se transfiguraba: era entonces un Gran Chamn, el
regidor-protagonista-sacerdote, el, catalizador de las tensiones de la
masa, el microcosmos del alma colectiva; incluso, en las grandes
ocasiones mundanas, se converta en agradable y gentil, espiritual,
elegante, afable, charming. Y sus exaltaciones improvisadas, su
capacidad para sostener una tensin interior y exterior gigantesca,
desembocaban luego en una sombra depresin de varias horas, durante
las cuales pareca destruido, agitado, como vaco.
Pero atencin: actitudes banales y solemnidad sacerdotal estaban en l
cuidadosamente estudiadas. El hecho es que quera ser, habitualmente,
cotidiano y banal; haba comprendido perfectamente que, para
presentarse verdaderamente como la hipstasis del alma colectiva de su
pueblo, como encarnacin del Volkgeist, deba= prodigar menos los
gestos grandilocuentes y el espritu de camaradera un poco ridculo de
condotiero que hacer de manera de todos los alemanes sobre todo los
ms modestos, pudieran reconocerse en l e identificarse con l,
pudiendo decir: "Es uno de los nuestros, es como nosotros". Igualmente
el cine nacional-socialista asociaba las estrepitosas evocaciones histricas
a las comedias de enredo y a los castos idilios campestres, igualmente
Hitler vesta habitualmente trajes usados por el modesto del hombre de la
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calle, el honesto funcionario pblico con gustos simples. Pero sobre la
escena de las grandes liturgias, cuando saba que encarnaba a todos sus
partidarios y senta que cada uno de ellos se reconoca en l, cambiaba.
No era por casualidad ni por retrica de propaganda que el
nacional-socialismo se expres as sobre todo en reuniones como el
parteitag de Nuremberg. Fue sobre todo fiesta en el sentido sociolgico
del trmino: celebracin permanente de la unidad nacional reencontrada
y de le potencia germnica renaciente, en apariencia al menos, de la
"nada", de la crisis. Esto no era simple exterioridad: la liturgia poltica
representaba verdaderamente, como en la Iglesia catlica (la
comparacin puede parecer terrible, pero no debe parecer blasfema), el
punto de encuentro entre clase dirigente y las clases subalternas, el
momento de la fusin mstica en la contemplacin evidente, fsica, de la
comunidad nacional en acuerdo con sus smbolos y sus jefes. Ceremonias
como las grandes paradas nocturnas, la llamada de los muertos de la
Feldherrnhalle las piras de libros prohibidos comprendidos como
ceremonia lustral antes que como sombro autodafe represivo, tenan
verdaderamente -y los documentos filmados nos lo muestran- una
potencia verdaderamente sacra. Reducir esto a la habilidad "publicitaria
del doctor Goebels sera dar muestras de superficialidad imbcil y extraa
hasta el punto de que sorprende que algunos historiadores serios y
documentados hayan cometido un error de este tipo.
Adems del mesas-juez-libertador Hitler supo adems encarnar los
rasgos de una forma que recuerda de cerca y, si nos est permitido
expresarnos as, al pie de la letra, a otras figuras de la historia alemana.
Si la propaganda nacional-socialista ms comn lo vea de forma
wagneriana, como Siegfried en actitud de despertar a la Walkiria
durmiente ("Deutschland Erwachel") su sorprendente carrera y su destino
trgico de martillo de Israel recuerdan ms bien al misterioso Emich de
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Neiningen, oscuro jefe de la "cruzada popular, de 1006 que desapareci
como por encanto tras haber provocado y guiado el exterminio de las
comunidades judas en las riveras rheno-danubianas y a propsito del
cual reverdeci la leyenda ya consagrada a Theodorico: habra
desaparecido (he aqu de nuevo al flautista mgico) en las laderas de una
montaa ardiente. Pero esta leyenda es tambin la que concierne en
Alemania -con una variante conocida como arturiana- igualmente a
Carlomagno y, sobre todo, a Federico I, aunque tambin haya sido
adaptada a Federico II de Suabia. Barbarroja, desaparecido durante la
tercera cruzada, segn la Saga no estara muerto. Dormira en una
caverna situada en el corazn de la montaa Kyffhauser en Turingia, de
donde un da despertar -"cuando suene la hora"- y volver sobre la
tierra para guiar a sus fieles hacia la ltima batalla como adversario del
Anticristo. La Gotterdammerung de Hitler en el incendio de la cancillera y
los rumores insistentes de que sobrevivi y sobrevive en un escondite
secreto desde donde preparara y coordinara la revancha -existe toda
una literatura a este respecto- se relacionan con este patrimonio
arqueolgico alemn. Desde su bunker en llamas, el Gran Flautista
permanece siempre fiel a su mito.
Por qu pues tanto inters y tanta expectacin en torno a una figura que
parece sin embargo ser objeto de una condena unnime? La unanimidad
del veredicto no debera ser, en s misma, suficiente para agotar la
discusin?
Evidentemente las cosas no son completamente lo que parecen ser. El
Gran Flautista est muerto ahora, sin sombra posible de duda, sobre el
plano poltico- ideolgico no menos que sobre el plano fsico. Pero la
maniobra consistente en utilizarlo como chivo expiatorio de todas las
faltas y como responsable de todas las desgracias de la humanidad no ha
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triunfado. Sus responsabilidades son ciertamente pesadas, inmensas; sin
embargo, el mal que pesaba sobre la tierra en 1945 no ha desaparecido
con l. Los hombres y las fuerzas que se le haban opuesto se han
manchado con delitos anlogos a los suyos. "La luz, que se crea tan
pura, est lleno de hijos de la noche" podramos repetir con el viejo
Michelet. Hitler ha desaparecido pero los genocidas le han sobrevivido, as
como los campos de concentracin, las vejaciones de todo tipo, la
intolerancia ideolgica y religiosa, la calumnia y la intimidacin como
instrumentos sistemticos de lucha poltica. Si ha fracasado como
condotiero y como idelogo, el Gran Flautista triunfa como maestro
-eventualmente desconocido- en metodologa: y esto no es ciertamente
su falta.
Pero, felizmente, su camino no pudo ser recorrido. El consenso falaz, pero
sincero y sorprendente que se haba creado en torno a su persona y que
fue tan fuerte que resisti -ciertamente apoyado, pero no provocado por
la Gestapo y los tribunales especiales- incluso a la tragedia de la guerra
perdida, es algo que ninguna ideologa, ni ningn dolo poltico conseguir
repetir. La Alemania de 1933 estaba aterrada y recorrida por un acceso
de odio: el mundo de hoy se encuentra igualmente as, pero adems, es
presa de una desesperanza sombra y opresora. Lo que Hitler
comprendi, es que la humanidad tiene necesidad del mito y que este
-incluso cuando es llamado para servir a la causa ms infame- no es
nunca, por su naturaleza, negativo. Hitler cre pues el imperio de la
violencia, del terror, pero fue tambin predicador de la fraternidad
patritica, del fin necesario de los egosmos privados, de la belleza del
trabajo y del sacrificio en el inters comn, del carcter constructivo de
las virtudes cvicas, de la dignidad de un modo de vida austero; y l supo
incluso presentar la segregacin de los judos como una necesidad
dolorosa pero indispensable para la obtencin de los fines que consistan
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precisamente en alcanzar un objetivo mtico: la regeneracin colectiva, el
regreso a la pureza de los orgenes. Orgenes germnicos? Es
precisamente la profundidad arquetpica del mensaje mtico lo que entra
en juego aqu. Orgenes metahistricos? el illud tempus.
El mito de la regeneracin es hoy imposible de proponer a causa de la
desacralizacin actualmente en curso. Esto nos pondr quizs al abrigo de
un nuevo nacional-socialismo, pero nos pone tambin al abrigo de todo
intento para remontar la pendiente de un movimiento que, a partir de
ahora -el mito del progreso se ha anotado ya- parece conducir a la
humanidad sobre una pendiente descendente hacia lo que podra ser el
hundimiento, en plazos quizs muy alejados en el tiempo. La cupio
dissolvi de las jvenes generaciones en la violencia nihilista, cuyos
pretextos polticos se convierten cada vez ms en inconsistentes o en el
nirvana desesperado de la droga, es una advertencia: se muere hoy para
hundir y para hundirse, y se mata por el mismo motivo. Nadie o casi
nadie muere o mata ms para construir una sociedad nueva, aunque sea
injusta. Sobre los labios de los jovenzuelos de ultra-izquierda, adeptos de
la P-36, el comunismo recuerda el paraso del Viejo de la Montaa: he
pensado siempre que eran assassins pero sobre todo en el sentido
etimolgico del trmino. Para una utopa desesperada se puede dar an y
recibir la muerte: ciertamente no por la sociedad del bienestar y del
consumo, como tampoco por la dictadura del proletariado cuyo tren de
vida y las perspectivas son siempre pequeo-burguesas, o por un
comunismo convertido l mismo en rutina burocrtica y policial. La
violencia de los jvenes que parece tan gratuita -por qu deberan
rebelarse, estos muchachos que lo tienen todo y no han sufrido nada en
apariencia, si no es precisamente por esto?- se opone desesperadamente
a un mundus senescens que no terminar por explotar, sino por
extinguirse. A esta sombra impresin de parlisis progresiva -que es en
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el fondo, creo, lo contrario de toda visin cclicamente regeneradora o
apocalptica propuesta por algunas religiones- es contra quienes
reaccionan hoy los jvenes.
La fascinacin, negativa o no, que Adolf Hitler ejerce an sobre ellos no
es extraa. La atroz primavera hitleriana, fue promesa de una esperanza
de vida no realizada. La vieja intelligentsia racionalista, la que se obstina
en calificar de irracional y criminal la revuelta actual de las jvenes
generaciones, odia sobre todo en Adolf Hitler la ltima ilusin mtica, la
cruel juventud perdida.
Franco Cardini
Franco Cardini
Ediciones Perds
Por la traduccin Ernest Mil Infokrisis [email protected]
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