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Amenazados gena showalter

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Aden Stone, un adolescente dedieciséis años, había tenido unasemana infernal:

Lo habían torturado unas brujas.

Lo había hipnotizado un hadavengativa.

Lo había espiado el vampiro máspoderoso de la Historia.

Ah, y además, lo habían matado dosveces.

Su novia vampiro le devolvió la vida,pero Aden nunca se había sentidomás fuera de control. En su interior

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había una oscuridad, algo queestaba apoderándose de él,cambiándolo... Y lo peor era que,como estaba destinado a morir,ahora la muerte lo acechaba a cadapaso. Cualquier día podía ser elúltimo para él.

Una vez, las tres almas que teníaatrapadas en la cabeza podíanhaberlo ayudado. Y él mismo podríahaberse defendido. Sin embargo, amedida que la oscuridad crecía ensu interior, las almas se debilitaban.Y su novia también. Cuanto másvampiro se hacía él, más humana sevolvía Victoria, hasta que todo lo

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que conocían, incluso su amor, sevio amenazado.

La vida no podía ir peor. ¿O sí?

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Gena Showalter

AmenazadosEntrelazados - 03

ePub r1.0Rocy1991 19.10.14

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Título original: TwistedGena Showalter, 2012Traducción: María Perea Peña

Editor digital: Rocy1991ePub base r1.1

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De nuevo, para la increíbleeditora Natashya Wilson, por

su perspicacia y sudedicación. No se asustó niuna sola vez cuando le dije:

«No lo sé. Ya lo pensarédespués». Lo cual describe mi

proceso de creación.A la gente maravillosa de

Harlequin, que me aceptaron yme convirtieron en una más.A P.C. Cast, Rachel Caine,Marley Gibson, Rosemary

Clement-Moore, Linda Gerbery Tina Ferraro, por ayudarme.

¡Estoy en deuda con ustedes,

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señoras!A Pennye Edwards, la mejor

suegra del mundo. Ella memantuvo cuerda mientras

escribía este libro. Bueno, tancuerda como puede estar una

chica como yo.A mi amor. Cuando me

encerraba en mi cueva aescribir, él se aseguraba de

que la bestia estuvieraalimentada.

Aunque tuviera que meter lacomida por debajo de la

puerta y salir corriendo parasalvar la vida.

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A Jill Monroe y a KresleyCole. Si no estuviera casada

ya, y ellas no estuvierancasadas ya, me casaría con

ellas. De verdad.Y en esta ocasión, no voy a

dedicarme este libro a mímisma. Voy a dedicárselo al

tinte que utilizo, castañooscuro. Después de escribireste libro, necesito más que

nunca ese tinte milagroso.

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Aden Stone miró a la muchacha queestaba dormida sobre el lecho de piedra.Su pelo era negro, del color de unamedianoche con viento, oscuro, perobrillante como la luz de la luna sobre lanieve. Tenía los hombros esbeltos.Tenía las pestañas largas y negras y lospómulos altos, marcados.

Tenía los labios carnosos, rosados,

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húmedos.Él la había visto relamerse varias

veces, y entendía el motivo. Por muydormida que estuviera, percibía el olorde algo delicioso, y ansiaba probarlo.

Probarlo… Sí…Tenía la piel blanca como la nieve,

pero con un rubor perfecto en loslugares adecuados. Ni una sola mácula.Ni una sola arruga, ni una línea deexpresión, aunque tuviera ochenta años.

Joven, para los de su raza.Llevaba una túnica negra hecha

jirones que le tapaba hasta los dedos delos pies. O que le habría tapado hastalos dedos de los pies de no ser porque

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ella había arrugado la tela hacia arribaen una de las piernas, que habíaflexionado e inclinado hacia fuera. Unfestín para la mirada de Aden, y tal vez,incluso una invitación para que bebierade la vena de su muslo.

Debía resistirse a la tentación.No podía resistirse a la tentación.Era la muchacha más bella que había

visto en su vida.Tenía una apariencia frágil y

delicada. Era como las obras de arte devalor incalculable del único museo quehabía visitado en su vida. El bedel lehabía apartado la mano de una palmadacuando intentó tocar algo que no debía.

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«No hay necesidad de cuidar aesta», pensó Aden con una sonrisa. Ellasabía cuidar de sí misma, podíaromperle el cuello a un hombre con unsolo movimiento de la muñeca.

Era una muchacha vampiro. Y erasuya. Era su enfermedad y su cura.

Aden posó una de las rodillas enaquel lecho improvisado. La camisetaque había extendida debajo de la chica,para que la protegiera ligeramente de ladureza del suelo, se estiró bajo el pesode Aden, tiró de la muchacha y la hizorodar en dirección a él. Ella no gimió nisuspiró, como habría hecho un serhumano. Permaneció en silencio, y su

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expresión siguió siendo serena,inocente… confiada.

«No deberías hacer esto».Pero iba a hacerlo.Tenía unos pantalones vaqueros

rasgados y manchados de sangre; eranlos mismos que llevaba la noche de suprimera cita, la noche en que habíacambiado todo su mundo. Ella llevabaaquel vestido negro, y nada más.

Algunas veces, la ropa era lo únicoque les impedía hacer algo más quebeber el uno del otro.

Beber el uno del otro. O alimentarse.Una palabra muy suave para lo queocurría en realidad. Él nunca le haría

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daño de verdad, pero cuando la locuralo poseía, y cuando la locura seapoderaba de ella, olvidaban el afecto.Se convertían en animales.

«No deberías hacer esto», le repitióla conciencia.

«Solo un sorbo más y la dejaré enpaz».

«Eso es lo que dijiste la última vez.Y la vez anterior. Y la anterior».

«Sí, pero esta vez lo digo en serio».Al menos, eso esperaba.

En circunstancias normales, estaríahablando con las tres almas que vivíanatrapadas en su cabeza. Sin embargo, yano estaban en su cabeza, sino en la de

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ella, y él había tenido que recurrir ahablar consigo mismo. Por lo menos,hasta que el monstruo despertara. Unmonstruo de verdad, que estabapaseándose por su mente entre rugidos, ycon un desesperado apetito de sangre.Aquel monstruo se lo había transferidola chica y era el culpable de su nuevaafición: chupar de la yugular.

Aden se inclinó hacia delante y pusolas manos en las sienes de la muchachavampiro. Aunque estaban a un suspirode distancia, quería estar aún más cercade ella.

Siempre quería estar más cerca.Le giró la cabeza hacia la izquierda

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y expuso la elegante longitud de sucuello. El pulso latía constante bajo supiel.

Al contrario que los vampiros de losmitos, la muchacha no estaba muerta.Era una criatura viva, que había nacido,no había sido creada, y estaba más llenade vida que cualquier otra persona queél hubiera conocido. Si no la matabaaccidentalmente, claro.

«No, no lo haré».«Tal vez ocurra. No hagas esto».«Solo un sorbo…».Se le hizo la boca agua. Inhaló… y

se sintió como si estuviera respirandopor primera vez. Todo era tan nuevo, tan

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maravilloso… Casi podía saborear ladulzura de su sangre. Se pasó la lenguapor los dientes; sentía dolor en lasencías. No tenía colmillos, pero queríamorderla. Quería beber de ella. Beber,beber, beber.

Podía morderla aunque no tuvieracolmillos. Y, si fuera humana, podríadejarla sin una gota de sangre. Sinembargo, era una muchacha vampiro, ypor ese motivo tenía El problema eraque se les había terminado. Ya solohabía una manera de conseguir lo quequería.

—Victoria —dijo con la voz ronca.Ella no debía de haberse recuperado

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de su último encontronazo, porque no looyó. Aden sintió una punzada deculpabilidad. Debería levantarse yalejarse de ella. Debería dejar que serecuperara. Ella ya le había dadodemasiada sangre durante aquellosúltimos días. ¿Semanas? ¿Años?

No podía quedarle mucha.—Victoria —repitió él. No pudo

evitar pronunciar nuevamente sunombre. Aquella hambre nunca loabandonaba.

Únicamente crecía y crecía, y leatenazaba el alma.

Sin embargo, tomaría solo una gota,tal y como se había prometido a sí

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mismo, y la dejaría en paz. Ella podríaseguir durmiendo.

Hasta que necesitara más.«No volverás a tomar nada, ¿no te

acuerdas? Esta es la última vez».—Despierta, cariño —dijo. Después

la besó con más fuerza de la que hubieraquerido. Un beso para la BellaDurmiente.

Victoria abrió los ojos y él se vioreflejado en unos globos de purísimocristal, profundos e insondables.

—¿Aden? —preguntó. Se desperezócomo una gatita, arqueando la espalda yestirando los brazos por encima de lacabeza, y ronroneó—. ¿Otra vez vuelve

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a ser insoportable?La túnica se le abrió sobre el pecho,

tan solo un poco, estaba ya descoloridoy pronto desaparecería, como habíandesaparecido los demás. Eran tatuajescon muchos círculos que se conectabanen el centro. Y no eran solo un bonitoadorno, sino una protección contra lamuerte; aquel tatuaje que aúnpermanecía en su piel era lo que lehabía salvado la vida a Victoria cuandole había dado la mayoría de su sangre laprimera vez.

Ojalá supiera cuánto hacía desdeaquello, pero era como si el tiempohubiera dejado de existir. Solo existían

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aquel momento, aquel lugar y ella.Siempre ella. Y siempre el hambre y lased que se unían y formaban unaurgencia que lo consumía.

Victoria apoyó la rodilla sobre sucadera y él se tendió a su lado, contraella. Era una posición muy íntima, perono tenían tiempo para disfrutar de ella.Solo tenían un minuto, o tal vez dos,antes de que las voces destrozaran laconcentración de Victoria y la bestiareclamara su atención a base de rugidos.

Un minuto, antes de que seconvirtieran en seres tan oscuros comorequería su naturaleza.

—Por favor —susurró.

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Ante su campo de visión habíanaparecido unas telarañas negras queeran cada vez más gruesas, másagobiantes, hasta que solo pudo ver sucuello. El dolor de las en-cías leresultaba inaguantable, y temió que se lecayera la baba.

—Sí —dijo ella, sin vacilación. Lerodeó el cuello con los brazos y lo besó.

Sus lenguas se encontraron y, por unmomento, él se perdió en su dulzura.Ella era como el chocolate mezcladocon algo picante, cremosa pero tambiénespeciada.

Si él fuera un chico normal y ellafuera una chica normal, seguirían

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besándose y él intentaría llegar máslejos.

Tal vez ella se negara; o tal vez lerogara que continuase.

De cualquier forma, solo sepreocuparían el uno del otro.

Sin embargo, siendo lo que eran, nohabía nada que tuviera importancia,salvo la sangre.

—¿Estás listo? —le preguntó ella enun susurro.

Era su droga y su traficante al mismotiempo, empaquetado con el mismoenvoltorio irresistible. Quería odi-arlapor ello. Parte de él, su parte nueva ysiniestra, la odiaba.

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El resto de su persona la amabainconmensurablemente.

Por desgracia, Aden tenía la tristepremonición de que aquellas dos partesentrarían en guerra algún día.

Y en las guerras siempre moríaalguien.

—¿Estás listo? —preguntó ella otravez.

—Hazlo —respondió él, con ungruñido ronco, más de animal que dehumano.

¿Acaso seguía siendo humano?Durante toda su vida había sido un imánpara lo paranormal. Tal vez nuncahubiera sido humano. Aunque, en aquel

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momento, no le importaba la respuesta.Sangre.La ferocidad del beso se incrementó.

Sin apartarse, Victoria se pasó la lenguapor los colmillos y se cortó la carnehasta el centro. Entonces brotó el néctarde los dioses. El gusto a chocolate yespecias fue sustituido de inmediato porel del champán y la miel, y lo embelesó.Aden se sintió mareado, y la temperaturade su cuerpo aumentó.

Succionó la sangre rápidamente,antes de que la herida se cerrara, y tomótodas las gotas que pudo. Cada uno delos tragos le producía una sensación deembriaguez. Su temperatura aumentó un

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grado más, y otro más, hasta que aquelfuego lo quemó y lo abrasó.

Aden reconoció aquella sensación.No hacía mucho tiempo que su mente sehabía fundido con la de un vampiro quese encontraba en una pira funeraria, y élmismo se había sentido como siestuviera entre llamas.

Poco después, su mente se habíafundido con la de un hada. Un hombrehada que tenía un puñal clavado en elpecho.

Ambas experiencias habían sidolecciones de dolor, pero ninguna de lasdos podía compararse a su propioapuñalamiento, cuando había sido su

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propio cuerpo el que había recibido laagresión. De no haber sido por lamuchacha que estaba a su lado en aquelmomento, habría muerto.

Victoria y él habían decididocelebrar su triunfo sobre un contingentede hadas y un ejército de brujas…juntos, a solas. Y de entre las sombrashabía aparecido un demonio con formahumana y había apuñalado a Aden en unabrir y cerrar de ojos.

Victoria debería haber dejado quemuriera. Aquel apuñalamiento habíasido predicho por una de las almas.

Aden se lo esperaba. Tal vez noestuviera preparado para recibirlo, pero

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sabía que no iba a tener futuro más alláde aquel momento.

Y, en realidad, Victoria y él habríanestado mejor si ella lo hubiera dejadomorir. Nadie contradecía al destino sinpagar un precio por ello. Él deberíaestar muerto, y Victoria debería estarlibre de aquella carga. Sin embargo, ellahabía sentido pánico. Él lo sabía porquerecordaba sus gritos agudos. Todavíasentía cuánto lo habían apretado susmanos, de qué modo lo habíazarandeado mientras a él se le escapabala vida. Y peor todavía, recordaba suslágrimas calientes, porque a ella se lehabían caído sobre su cara.

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Y ahora, ella estaba pagando por susacciones. Y tal vez continuarahaciéndolo hasta que Aden la matara poraccidente, o hasta que ella lo matara aél. Una vida a cambio de otra. ¿No eraasí como funcionaba el universo?

En aquella ocasión, Aden esperabamorir del infierno que la sangre deVictoria estaba creando dentro de él. Envez de eso, se sentía calmado. No soloestaba más sereno, sino que también seencontraba mejor: su cuerpo se habíafortalecido, y sus huesos y sus músculosvibraban con energía.

Aquello nunca le había ocurridomientras se alimentaba de su sangre. Y

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no tenía por qué suceder en aquellaocasión.

Bebían, luchaban y se desmayaban.Él no se recargaba como si fuera unapila.

Cuando la sangre de su lengua sesecó, él recordó su necesidad, y dejó depreocuparse de las repercusiones y desus propias reacciones.

—Victoria.—¿Más? —preguntó ella, mientras

le arañaba la nuca y los hombros. Ellatambién debía de estar sintiendo aquellahambre.

Aunque ya no albergaba sumonstruo, su naturaleza de vampiro

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hacía que anhelara la sangre. Tal vezfuera porque solo había conocido eso, otal vez porque era tan adicta como él.

—Más —respondió.no tan rápidamente. Sin embargo, él

succionó, succionó y succionó.Nunca era suficiente.En pocos segundos, la sangre dejó

de salir. Él no quería hacerle daño, nopodía, pero se dio cuenta de que leestaba mordiendo la lengua; al contrarioque su piel, su lengua era suave ymaleable. Ella gimió, pero no de dolor.Aden se había cortado accidentalmentela lengua y también estaba sangrando, ysu propia sangre estaba brotando en la

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boca de Victoria.—Más —dijo ella.Él enredó las manos en los

mechones sedosos de su cabello.Hizo que inclinara la cabeza, de

modo que los dos tuvieran mejor acceso.Era delicioso. Una vez, Victoria le habíacontado que los humanos morían cuandolos vampiros intentaban transformarlosen uno de los suyos. También le habíadicho que los vampiros morían durantela transformación. En aquel momento,Aden no había comprendido el motivo.

Ahora sí lo entendía. Sin embargo,saberlo le había costado caro.

Cuando ella había tomado lo que a

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él le quedaba de sangre y había vertidola suya en su boca, no solo se habíanintercambiado el ADN, no solo habíancambiado a las almas por el monstruo.Habían intercambiado todo. Recuerdos,gustos, desagrados, habilidades ydeseos, en un sentido y en otro, yviceversa, hasta que al final, no erancapaces de saber lo que era de uno y loque le pertenecía al otro.

En aquel momento, Aden oyó unrugido suave, algo como un bostezo, alfondo de su mente. El monstruo. Enrealidad, «demonio» era un nombre másacertado para Fauces. Aden se sentíacompletamente poseído por él. Era un

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sentimiento al que debería estaracostumbrado, pero Fauces no separecía en nada a las almas. El monstruono era afable como Julian, ni libidinosocomo Caleb, ni afectuoso como Elijah.Fauces solo pensaba en la sangre y eldolor. En beber sangre y en causardolor.

Cuando el monstruo tomaba lasriendas de la situación, Aden pasaba aser más depredador que hombre. Seodiaba a sí mismo tanto como odiaba aVictoria, lo cual era surrealista. Faucesadoraba a Aden. Sin embargo, tenía unanaturaleza violenta, y aquella naturalezademandaba una satisfacción.

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Algunas veces, Aden y Victoriarevertían los papeles. Las almas volvíancon él y Fauces volvía a ella. Sinembargo, volvían a cambiarrápidamente. Y eso sucedía una y otravez, una y otra vez. En cada una deaquellas ocasiones, los dos tenían lasensación de que se acercaban más ymás a la locura. Eran demasiadosrecuerdos enmarañados y demasiadosdeseos contradictorios. Muy prontoatravesarían la línea por completo.

—Aden —dijo Victoria, entrejadeos—. Necesito… tengo que…

Él sabía lo que quería decir.Victoria le hizo inclinar la cabeza

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hacia un lado, como él le había hecho aella, y un instante después, hundió loscolmillos en su yugular. A él se leescapó un siseo de dolor.

Antes, sus mordiscos le producíanuna sensación maravillosa, pero enaquel momento ella estaba hambrienta yhabía perdido toda delicadeza. Atravesóun tendón con los colmillos. Aden notrató de detenerla. Victoria necesitababeber tanto como él.

Sonaron unos pasos en la cueva.Aden no sintió miedo. Victoria

podía teletransportarlos a cualquier sitioque hubiera visto antes. Era ella quienlos había llevado allí la noche del

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apuñalamiento. Él no sabía dóndeestaban, solo sabía que, de vez encuando, algún senderista entraba a lacueva. Aunque ninguno se había ad-entrado tanto.

Victoria y él podrían haber ido acualquier parte, incluso a algún lugarmás remoto. Tal vez hubiera sido másseguro estar tan lejos de la civilizacióncomo fuera posible.

Después de todo, Aden podía serblanco del padre de Victoria, que habíavuelto de entre los muertos parareclamar su trono. O más bien, Vlad elEmpalador estaba intentando reclamarsu trono.

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Aunque fuera humano, Aden era elrey de los vampiros por el momento.Había matado por aquel derecho. Asípues, reclamaría su trono en cuantopudiera liberarse de la adicción a lasangre de Victoria.

¿Era aquel un pensamiento suyo, odel monstruo?

Suyo, pensó. Tenía que ser suyo.Quería ser rey, lo deseaba con tantaintensidad como deseaba alimentarse.

Antes no era así. De hecho, habíaestado buscando alguien que ocupara sulugar.

«Eso era antes. Además, al final,había empezado a hacer planes para mi

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gente».¿Su gente?Aquella idea solo podía ser

consecuencia de la adrenalina.Los pasos resonaron por la cueva.

Se acercaban cada vez más.Victoria apartó los colmillos de su

cuello y emitió un sil-bido de furiamientras miraba hacia la entrada de lacaverna. En circunstancias normales, sihubiera estado lúcida, habría alejadomentalmente de la entrada a cualquiervisitante que se acercara a la cueva.Tenía una voz de coacción muypoderosa, y ningún humano podíaresistirse a hacer lo que ella ordenaba.

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Salvo Aden. Él debía de haberdesarrollado inmunidad hacia aquellavoz, porque ella ya no podía ordenarlelo que tenía que hacer. Lo habíaintentado allí mismo, en la caverna, cadavez que la locura se había apoderado deella. «Inclina la cabeza, ofréceme tucuello…». Sin embargo, él había hechosolo lo que quería hacer.

—Si el humano se acerca más, mevoy a comer su hígado y le voy aarrancar el corazón —rugió Victoria.

Aden no creyó en su amenaza.Durante aquellos últimos días, o años,ella solo había deseado la sangre deAden, y él solo había deseado la de ella.

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Él siempre había percibido el olor decualquier humano que se acercara, perocon solo pensar en beber sangre dealguno de ellos, se le revolvía elestómago. Y, sin embargo, aquel era elmotivo por el que habían permanecidoallí. Si Victoria o él necesitaban lasangre de otro, quisieran o no, podríanconseguirla.

El intruso se acercó más y más. Suspasos se habían vuelto apresurados,firmes.

—¿Hay alguien ahí? —preguntó, conun ligero acento español—. No quierohacerles ningún daño. He oído voces yhe creído que tal vez necesiten ayuda.

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Victoria bajó de su lecho y, unsegundo después, Aden fue aplastadocontra la camiseta que estaban usandode sábana. En su santuario privadoacababa de entrar un hombre alto,delgado y moreno de unos cuarentaaños.

Victoria se agarró a la camisa delhumano con unos movimientos tanrápidos que Aden solo percibióimágenes borrosas. Con un giro de lamuñeca, lo arrastró hacia el interior dela cueva.

El hombre aterrizó con un golpeseco y el impulso le hizo chocar contrala pared, de espaldas. Instintivamente,

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rodó y se sentó. Su expresión era demiedo y de confusión.

—¿Qué…?Alzó las manos con un gesto

defensivo, pero Victoria se abalanzósobre él y le agarró la barbilla. Ellatenía las comisuras de los labiosempapadas de sangre de Aden. Su pelonegro formaba una maraña salvajealrededor de su cabeza y, además, teníalos colmillos prolongados hasta el labioinferior. Era una visión espantosamentebella, angelical y al mismo tiempo, depesadilla.

El hombre comenzó a sudar. Estabaaterrorizado y tenía los ojos

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desorbitados. Respirabaentrecortadamente.

—Yo… lo siento mucho. No queríamolestar. Por favor, suélteme.

Victoria siguió observándolo comosi fuera una rata de laboratorio.

—Dile que se marche —le indicóAden—. Dile que lo olvide todo.

Si Victoria le hiciera daño a unhumano inocente, después se odiaría porello. No aquel mismo día, tal vez nisiquiera al día siguiente, pero algún día,cuando recuperara la cordura, sedespreciaría a sí misma.

Si la recuperaba.Silencio. Ella apretó la barbilla del

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hombre con los dedos. Lo hizo con tantafuerza que él gimió de dolor. Ya habíanaparecido moretones en su cara.

Aden abrió la boca para dar otraorden, pero en aquel momento oyó otrorugido que provenía del fondo de sumente. En aquella ocasión fue másfuerte, no solo un bostezo. Todos losmúsculos de su cuerpo se pusieron entensión.

Fauces se había despertado.Aden tuvo una sensación de

urgencia.—Victoria, ¡ahora! O te prometo que

nunca volveré a alimentarme de ti.Hubo otro silencio.

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—Vas a marcharte —le dijoVictoria al intruso después de unossegundos. Sin embargo, a Aden lepareció que el poder de su voz sonabacomo debilitado—. No has visto anadie, no has hablado con nadie.

Al contrario que en otras ocasiones,el humano tardó unos segundos enreaccionar ante sus órdenes. Al final, sele empañaron los ojos y se lecontrajeron las pupilas.

—Por supuesto —respondió con unavoz monótona—. Me marcharé. No hevisto a nadie.

—Muy bien —dijo Victoria, y soltóal hombre—. Vete antes de que sea

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demasiado tarde.El hombre se puso en pie, se dirigió

hacia la salida de la cueva ydesapareció sin decir palabra. Nuncasabría lo cerca que había estado de lamuerte.

Los rugidos crecieron en la mente deAden, se hicieron tan intensos queempezaron a consumirlo, aconmocionarlo. Se tapó los oídos parabloquear el sonido, aunque sabía que noserviría de nada. El rugido se convirtióen un grito agudo que le atravesó lamente como una navaja, hasta que suspensamientos se vieron aniquilados ysolo quedaron dos palabras.

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«Alimentarse».«Destruir».No, no, no.«Ya me he alimentado», le dijo a

Fauces. «No quiero…».«Alimentarse. Destruir».Las telarañas cubrieron su visión,

entremezcladas con un color rojo. Seconcentró en Victoria, que seguíaagachada y lo estaba mirando condesconfianza. Sabía lo que iba a ocurrirdespués.

«Alimentarsedestruir».Sí. Aden bajó del estrado de rocas

que les servía de lecho y se puso en pie.Victoria irguió también su figura esbelta

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y bella. Salvaje. Apretó los puños. Élacababa de comer, cierto, peronecesitaba más.

—Alimento —se oyó decir a símismo, con dos voces. Una ronca. Teníaque luchar contra aquel impulso. Nopodía dejar que Fauces lo manejaracomo si fuera una marioneta.

Victoria gimoteó y comenzó afrotarse las orejas. Las almas debían dehaber despertado. Aden sabía que susvoces podían sonar muy alto, tan altocomo los rugidos de Fauces.

—Proteger —dijo ella, y de repente,sus ojos se volvieron marrones, verdes,azules. Oh, sí. Las almas estaban allí,

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parloteando.Ella había pedido que la protegiera,

y él debía protegerla.Sin embargo, murmuró: «Destruir».

Y, aunque intentó permanecer clavadoen el sitio, echó a andar hacia ella, conla boca hecha agua.

«Destruirdestruirdestruir».Fauces siempre había sido

insistente. Sin embargo, aquello erasalvajismo en su estado más básico.

De algún modo, a Victoria y a él seles estaba acabando el tiempo para estarjuntos; Aden era completamenteconsciente de ello, y supo que al finalsolo uno de ellos saldría de allí.

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Victoria Tepes, hija de Vlad elEmpalador y una de las tres princesas deWallachia, se preparó para el impacto.Un segundo después, Aden la embistió yla aplastó contra la pared de la cueva.Adiós, amado oxígeno.

No tuvo tiempo para volver a tomaraire, porque Aden la agarró por elcuello y apretó. No tanto como para

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hacerle daño, pero sí lo suficiente comopara atraparla. Victoria sabía que estabaluchando con todas sus fuerzas contralos impulsos del monstruo; de locontrario, ya la habría matado.

Pero él perdería la batalla, y pronto.La ira la habría ayudado a apartarlo

de un empujón, pero no consiguióenfurecerse. Ella misma le había hechoaquello, y se sentía muy culpable porello. Aden le había dicho que nointentara salvarlo. Le había dicho que, silo hacía, ocurrirían cosas malas. Sinembargo, mientras miraba al chico alque había empezado a amar, a la únicapersona que la había aceptado tal y

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como era, sin tensiones ni expectativas,no había podido dejarlo marchar. Habíapensado: «Es mío, y lo necesito».

Así pues había actuado antes de quela muerte se lo llevara. No lamentaba loque había hecho; ¿cómo iba a lam— deculpabilidad la corroía. Estaba segurade que Aden de-ploraba aquello en loque se estaba convirtiendo: un seragresivo, dominante… un guerrero sinalma.

Normalmente era dulce con ella, y latrataba como si fuera un tesoro de valorincalculable. Parecía que tenía gra-badaen el cerebro la necesidad de protegerla,aunque ella pudiera destruirlo en un

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segundo. O más bien, hubiera podidodestruirlo. Aden estaba cambiandotambién físicamente. Era más alto, másfuerte y más rápido que antes.

Y sus ojos, que normalmente teníantodos los colores brillantes de los ojosde las almas que se alojaban en él, sehabían vuelto de un increíble colorvioleta.

—Tengo sed —dijo con la vozronca, y a ella le pareció que percibíaun olor a humo que provenía de él.

«¿No os parece maravilloso?»,preguntó una voz masculina dentro de sucabeza. «Estamos otra vez con la chicavampiro». Era Julian, el alma que podía

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despertar a los muertos. Hasta elmomento, sin embargo, lo único quehabía hecho era alterarla a ella.

«¡Bien! Eh, Vicki», dijoinmediatamente otra de las almas,uniéndose a la conversación. «Deberíasdarte una ducha. Ya sabes, para quitartetoda esa sangre de encima. Y acuérdatede frotarte bien por todas partes. Lalimpieza es algo muy importante para elespíritu». Aquella voz era la de Caleb,el alma que podía poseer los cuerpos delos de-más, y aficionado a las curvasfemeninas.

—Déjame poseer el cuerpo de Aden—dijo ella. Lo había visto entrar y

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desaparecer en los cuerpos de otra gentey apropiarse de su voluntad. Podíaobligarles a hacer lo que quisiera.

Él ya no necesitaba a Caleb parahacerlo. Podía controlar aquellacapacidad a placer. Sin embargo, ellano. Lo había intentado muchas veces,pero siempre había fracasado. Tal vezporque las almas no eran una extensiónde su ser, tal vez porque eran nuevaspara ella. Debía de haber una maneraespecial de relacionarse con ellas, peroVictoria todavía no la había hallado; lasalmas luchaban constantemente contraella. Y, fuera cual fuera el motivo,necesitaba su permiso para usarlas.

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Se oyó un coro de «noes», como decostumbre.

—Tendré mucho cuidado con él —añadió Victoria—. Le obligaré asentarse y a quedarse quieto hasta que sele pase la locura —dijo. Si podíahacerlo, claro. Algunas veces, la locurase apoderaba también de ella, y entoncesolvidaba su propósito.

«No, lo siento», dijo Caleb. «Loschicos y yo hemos hablado de ello, yhemos llegado a la conclusión de que novamos a ayudarte a que nos uses. Esopodría crear un vínculo permanenteentre nosotros, ¿sabes? Tú eres muyguapa, y a mí me encantaría tener un

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vínculo contigo, y de hecho, quedarnosaquí más tiempo del que sea necesario.Y ahora, sobre esa ducha…».

—Gracias por tu discurso. Si resultaherido, vosotros tendréis la culpa.

«No, sabremos a quién tenemos queecharle la culpa.

Porque tienes razón: esto no va aterminar bien», dijo Elijah, que podíapredecir la muerte. Él nunca tenía nadabueno que decir. Por lo menos, a ella no.

Caleb resopló.«Muérdete la lengua, Elijah. Las

duchas siempre terminan bien si unosabe lo que está haciendo».

Aden la zarandeó como si quisiera

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pedirle que le prestara atención.—Tengo sed —repitió. Claramente,

estaba esperando que ella hiciera algo alrespecto.

—Lo sé —dijo Victoria. Estabasola. Almas estúpidas. No solo senegaban a ayudarla, sino que le robabanla concentración y no le permitíanayudarse a sí misma—. Pero no puedesbeber de mí. No me he recuperado porcompleto de la última vez.

Sobre todo, teniendo en cuenta quela última vez había sucedido cincominutos antes. Aden no debería estar tandesesperado.

—Tengo sed.

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—Escúchame, Aden. No eres tú,sino Fauces. Lucha contra él. Tienes queluchar contra él.

«No vas a poder llegar a él», le dijoElijah. «He tenido una visión sobre esto.Aden está perdido ahí dentro».

—¡Oh, cállate ya! —protestó ella—.No necesito tus comentarios. ¿Y sabesotra cosa más? ¡Ya te has equivocadomás veces! Aden no murió cuando loapuñalaron. ¡Ninguna de las dos veces!

«Sí, y mira dónde os ha llevado esoa los dos».

Recalcando lo evidente. Qué golpemás bajo.

—Cállate.

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—Tengo sed. Debo beber ahoramismo —dijo Aden, y le mostró loscolmillos un segundo antes de lanzarse asu cuello.

En cierto modo, él sabía que no lepodía atravesar la piel y llegar a susvenas, pero eso no le impidió intentarlo.

Victoria lo agarró por el pelo y lolanzó hacia el otro lado de la cueva. Seestremeció al ver que todo explotaba asu alrededor, en una nube de polvo ypiedras. Después, Aden se deslizó hastael suelo, mientras Victoria tosíaintentando tomar aire entre el polvo.

«¡Eh! Ten cuidado con nuestrochico», le dijo Julian.

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«Quiero volver a habitar dentro deél, ¿sabes?».

Ella tuvo ganas de gritarle que loestaba intentando.

¿Cómo era capaz Aden de tratar conaquellos seres durante toda su vida?Parloteaban constantemente, locomentaban podía tomarse nada enserio. Elijah era el mayor aguafiestas detoda la historia.

Aden se puso en pie con la miradafija en ella.

«¿Cómo puedo detenerlo sin hacerledaño?». Victoria ya se lo habíapreguntado mil veces, pero nunca dabacon la solución. Tenía que haber alguna

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manera de…«Eh, me siento un poco raro», dijo

Caleb en aquel preciso instante.«¿Quieres dejarlo ya? Lo que tienes

es una sensación rara en los pantalones,y la única manera de que se arregle esque Victoria se desnude», le espetóJulian. «¿Por qué no le haces un favor aAden y dejas de intentar darte una duchacon su novia?».

Victoria se tapó los oídos. Ojalápudiera alcanzar a las almas yasesinarlas, por fin. Hablaban tan alto…Sin embargo, eran sombras que semovían por su cabeza sin que ellapudiera tocarlas, que se escabullían y

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escapaban cada vez que ella seacercaba.

«No, no estoy excitado», dijo Caleb,y después hizo una pausa. «Bueno, loestoy, pero no estaba hablando de eso eneste momento. Estoy… mareado».

Caleb estaba diciendo la verdad.Victoria también sintió aquel mareo, yse tambaleó.

«Eh», dijo Julian un segundodespués. «Yo también.

¿Qué nos has hecho, princesa?».Por supuesto, él tenía que culparla a

ella, aunque no fuera culpa suya.Siempre se mareaban unos minutos antesde volver a Aden, y siempre se

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sorprendían.«Aquí llega Aden», le advirtió

Elijah. «Espero que estés preparadapara los cambios que están a punto desuceder.

Yo sé que no lo estoy».«Eh, no ayudes al enemigo», gruñó

Julian.—Yo no soy el… —trató de decir

Victoria. Sin embargo, percibió de llenoel olor potente de la sangre de Aden. Laboca se le hizo agua y de repenterecordó sus propias necesidades. Alinstante se estaba desplomando porqueunas manos fuertes la empujaban haciaabajo. La roca dura y fría de las paredes

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de la cueva le arañó la espalda, y elresto de la frase que iba a pronunciarsalió de sus labios en un jadeo—:enemigo.

—Comida —dijo Aden. Lainmovilizó con el peso de su cuerpo y lemordió el cuello. Ella le tiró del pelo,pero en aquella ocasión no consiguióapartarlo; Aden mordió con más fuerza yconsiguió atravesarle la piel y llegar asu vena.

Nunca había ocurrido nada así, y aVictoria se le escapó un grito de dolor.El grito murió con tanta rapidez comohabía empezado. La garganta se le cerrócuando el mareo se apoderó de ella

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inesperadamente. Le temblaron losmúsculos y creyó oír gemir a Caleb.

Caleb. Al recordar su presencia,susurró su nombre y le pidió que laayudara.

—Deja que posea a…El segundo gemido del alma la

interrumpió.«¿Qué me está pasando?».—Concéntrate, por favor. Déjame…«¿Me estoy muriendo? No quiero

morir. Soy demasiado joven paramorir».

Caleb y su charla no le iban aresultar de ayuda, ni las otras almastampoco. Julian y Elijah también estaban

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jadeando. Pero no se marchaban, noregresaban a Aden. Y entonces, susgemidos se convirtieron en gritos que leem-pañaban la mente, que desbaratabansu sentido común.

Las imágenes comenzaron asucederse en su cabeza. Vio a suguardaespaldas, Riley, alto y moreno,sonriendo con su sentido del humorlleno de picardía. A sus hermanas,Lauren y Stephanie, las dos rubias ybellas, tomándole el pelo sin piedad. Asu madre, Edina, girando sobre símisma, con su melena negra volando asu alrededor. Al hermano que habíaperdido mucho tiempo atrás, Sorin, un

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guerrero a quien había tenido queolvidar a la fuerza.

Entonces vio a Shannon, sucompañero de habitación, bondadoso ypreocupado. No, no era su compañero,sino el de Aden. Ryder, el chico con elque había querido salir Shannon, y quele había rechazado. Dan, el propietariodel Rancho D. y M., donde ella habíavivido durante los últimos meses. No,ella no. Aden.

Sus pensamientos y sus recuerdosestaban mezclándose con los de Aden yformando una nube a su alrededor.Entonces desaparecieron de repente, yella sintió que se debilitaba… tuvo que

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hacer un esfuerzo por mantenersedespierta…

«¡Vamos, Tepes! Eres de la realeza.¡Puedes hacer esto!».

Aquella pequeña charla demotivación le sirvió para recuperar ladeterminación. Tiró a Aden del pelonuevamente y lo obligó a alzar lacabeza. Por desgracia, no tenía la fuerzasuficiente como para lanzarlo lejos. Y,por un momento, sus miradas secruzaron. Él tenía los ojos rojos ybrillantes. Eran los ojos de un demonio.La sangre le caía de la boca. Victoriasabía que aquella era su sangre, sangreque ella necesitaba conservar

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desesperadamente.Debería estar asustada, porque al

mirar al monstruo a quien ella mismahabía creado, vio su muerte. Una muerteque tenía sentido. Elijah le había dichoque Aden estaba en manos de la bestia, yElijah nunca se equivocaba. Y, sinembargo…

Sangre… Su propia hambre despertótambién y la llenó, le dio fuerzas. Nopermitiría que acabara con ella sin antesdarse un festín. Con él.

Sus colmillos se prolongaron y ellase alzó para del obstáculo, pero solo viola piel bronceada de Aden. No habíanada que cubriese aquel pulso que latía

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a martillazos.«Probar, probar, tengo que

probarlo». Aquel era un mantra del quelas almas no tenían culpa alguna.

Con un rugido, Victoria le soltó elpelo y le clavó las uñas. Solo necesitabahacer un corte pequeño. Debería ser muyfácil, pero sus uñas fallaron igual quesus colmillos.

Aden volvió a inclinarse hacia ella.Claramente, la yugular de Victoria sehabía convertido en su juguete favorito.

«Probar». Victoria se irguió paraintentar morderlo, a su vez.

—Probar —dijo la bestia, como sile hubiera leído el pensamiento y lo

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reflejara.Rodaron por el suelo para intentar

dominar el uno al otro. Cuando ellaconseguía apartarlo de sí, él siempre lo-graba volver a abalanzarse sobre ella enun abrir y cerrar de ojos. Chocaron porlas paredes, cayeron sobre el estradorocoso que usaban como lecho ychapotearon por los char-cos del suelo.

Quien ganara, comería. Quienperdiera, moriría. El círculo de la vidase cerraría una vez más. Victoria luchóporque deseaba alimentarse, pero prontoAden la inmovilizó, y en aquella ocasiónlo hizo con tanta fuerza que no pudoliberarse. Él consiguió agarrarla por las

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muñecas y sujetárselas por encima de lacabeza.

Fin de la historia. Había perdido.Hizo una evaluación rápida de la

situación. Estaba sudando, jadeando,con el pulso acelerado y con un únicoSí.

—Suéltame —le dijo con ungruñido.

Aden se quedó inmóvil sobre ella.Él también estaba jadeando y sudando.Todavía tenía los ojos rojos, pero se lehabían mezclado con brillos de ámbar, yaquel era el color normal de sus ojos.Eso significaba que, por una vez, Elijahse había equivocado. Aden estaba allí

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dentro, luchando para controlar a labestia.

Ella no podía ser menos.Se aferró a aquel pensamiento y se

concentró en respirar lentamente.Entonces, comenzó a oír otras voces queno eran la suya.

«…Me siento peor», estaba diciendoCaleb.

Nunca había tenido un mareo tanintenso. Y, una vez que habíancomenzado los cambios, las almas nodeberían haber sido capaces depermanecer quietas. ¿Por qué no habíansalido de ella?

«Tenemos que mantener la calma»,

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dijo Elijah. «¿De acuerdo? No nos va apasar nada. Lo sé».

«Estás mintiendo», dijo Julian,arrastrando las palabras al hablar.«Duele demasiado como para queestemos bien».

«Sí, estás mintiendo», repitió Calebcon verdadero también. Todos nosestamos muriendo. Sé que nos estamosmuriendo».

«Deja de decir eso y cálmate», leordenó Elijah. «Vamos.

Tus ataques de ansiedad estánhaciendo correr a Aden y a Victoria máspeligro de lo normal».

Por fin. Preocupación. Pero llegaba

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demasiado tarde. Ya estaban en peligro.«Yo… necesito…».«¡Caleb! Nos estás poniendo en

peligro. Por favor, cálmate ».—Tengo sed —dijo Aden, y su voz

grave la devolvió al presente.La luz ámbar estaba desapareciendo

de sus ojos, y el rojo se expandía. Élestaba perdiendo la batalla y volvería aatacarla muy pronto, porque había fijadola mirada en la herida de su cuello.Aden se relamió y cerró los ojosmientras inhalaba con deleite el olor dela sangre.

Victoria pensó que aquel era elmomento perfecto para golpear. Su

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oponente estaba distraído.—Saborear —gruñó.«Victoria. Tú lo quieres. Has

luchado para salvarlo. No malgastes tuesfuerzo sucumbiendo a un apetito quepuedes controlar». La voz del sentidocomún en el caos de su cabeza. Pero,claro, Elijah, el vidente, tenía que saberexactamente lo que podía decir parallegar a ella. «¿De acuerdo?», prosiguióél. «No puedo ocuparme de Caleb y deti a la vez, con este mareo. Uno devosotros dos tiene que comportarsecomo un adulto. Y, como tú tienesochenta y tantos años, te elijo a ti».

Aden abrió los ojos de repente. Eran

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de un rojo brillante.Ya no quedaba ni un rastro de

humanidad en ellos.Controlarse, sí. Podía hacerlo. Y lo

haría.—Aden, por favor. Sé que puedes

oírme. Sé que no quieres hacerme daño.Hubo una pausa llena de tensión.

Después, milagrosamente, apareció otrobrillo de color ámbar en lo másprofundo de aquellos ojos.

—Suéltame, Aden. Por favor.Otra pausa. Aquella fue eterna.

Lentamente, muy lentamente, él abrió losdedos, le liberó las muñecas y apartólos brazos de ella. Se irguió hasta que

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quedó sentado a horcajadas sobre ella,apretándole las caderas con las rodillas.

—Victoria… Lo siento muchísimo.Tu precioso cuello… dijo con dos vocesa la vez: la suya, y la de la bestia. Erandos sonidos diferentes, uno el de lacomprensión y, el otro, de humo, que seentremezclaban.

Ella sonrió débilmente.—No tienes por qué disculparte.«Yo misma te he hecho esto», pensó.«Necesito… tienes que…». Parecía

que Caleb no tenía aliento para hablar, yde repente, a Victoria también le faltó elaire. «Está ocurriendo algo. Nopuedo…».

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«Escúchame con atención, Caleb»,le exigió Elijah. «Todavía no podemosvolver a Aden. Nos mataría».

«¿Que nos mataría?», preguntóCaleb con indignación.

«Era de esperar. Sabía que íbamos amorir».

«¿Qué quiere decir que nosmataría?», preguntó Julian.

«¡Quiere decir que estaremos biensiempre y cuando no sigáis con esto!Vuestro pánico nos va a sacar deVictoria, y no podemos salir de ellatodavía. Así que tenéis que calmaros, taly como os he dicho. ¿Me oís? Más tardevolveremos a Aden. Después de…

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Después. Así que, Caleb, Julian,escuchad…».

Su discurso terminó súbitamente.Caleb gritó, y después Julian gritótambién, y sus gritos se mezclaron conlas exclamaciones de consternación deElijah. No, no habían escuchado.

Y parecía que ella tampoco. Victoriafue la siguiente en gritar, alto, tan altoque hacía daño, mucho daño. Despuésya no le importó. El dolor desapareció ysu grito se convirtió en un ronroneo.

De alguna manera que no entendía,en su interior nació un poder absolutoque se fundió con todo su ser y pasó aser parte de ella. E hizo que se sintiera

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bien, muy bien.Durante su vida había absorbido la

energía vital de varias brujas. Esoperjudicaba mucho a los vampiros,porque era una droga contra la que notenían ninguna defensa; una vez que laprobaban, no podían pensar en otracosa.

Ella lo sabía muy bien. Algunasveces se apoderaba de ella aquel anheloincontrolable y se encontraba corriendopor el bosque, buscando, buscando condesesperación alguna bruja. Y aquel erael motivo por el que las brujas y losvampiros se evitaban los unos a losotros.

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Sin embargo, aquella súbitaexplosión de poder… era parecida a laenergía de una bruja, embriagadora,cálida como los rayos del sol, pero almismo tiempo, fría como una tormentade nieve. Era algo abrumador que lallevó flotando por las nubes, que la sacóde aquella caverna.

Dormitó en una playa, con las olasde la orilla lamiéndole los pies. Bailóbajo la lluvia con tanta despreocupacióncomo una niña.

Qué eternidad tan bella la esperabaallí. No quería marcharse nunca.

Le pareció oír llorar a las almas y sepreguntó si no estaban experimentando

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lo mismo que ella.De repente, un rugido atravesó su

euforia, y aquel sonido rugiente extendióunos tentáculos que la atraparon yquisieron tirar de ella con fuerza.Victoria frunció el ceño y hundió lostalones en el suelo. ¡Iba a quedarse allí!

Entonces oyó otro rugido, más alto,más amenazante, y comenzó a sudar…

En un instante volvió a la realidad ysu tranquilidad desapareció.

Las almas ya no charlaban, nigritaban, ni lloraban, y la sensación depoder se había desvanecido con latranquilidad. Fauces había vuelto, y noquería que ella le hiciera daño a Aden.

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Antes, cada vez que la bestia volvíaa ella, Victoria sentía una avalancha deconocimiento, y nada más. Después, elmonstruo la dejaba. Luego volvía. Uncírculo que no tenía fin, que se sucedíamientras Aden y ella bebían. Peroaquello… aquello era distinto. Másfuerte. Tal vez algo como unatransferencia de energía. ¿O acaso habíasido el final del círculo de posesión?

Victoria abrió los ojos y soltó unjadeo. No había salido de la cueva, perohabía estado muy ocupada. Estaba depie, con los brazos estirados. Sus dedosemitían un fulgor dorado que estabadebilitándose poco a poco, y que

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desapareció.Aden estaba desplomado en el suelo,

contra la pared más alejada, sinconocimiento e inmóvil. ¡No!

Corrió hacia él y le buscó el pulsorápidamente. Encontró las pulsaciones,aunque eran muy débiles; Aden estabavivo.

Sintió un alivio inmenso, y después,una punzada de remordimiento. ¿Qué lehabía hecho? ¿Le había golpeado?

¿Había succionado su energía?No, no era posible. Fauces no lo

habría permitido, ¿verdad?—Oh, Aden —susurró, mientras le

apartaba el pelo de la frente. No tenía

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hematomas en la cara ni perforacionesen el cuello—. ¿Qué te ocurre?

Victoria oyó un sonido muy suave yse inclinó hacia él con el ceño fruncido.¿Estaba… canturreando? Sí,canturreaba. Y si estaba cantando, nopodía estar sufriendo, ¿no?

Lo observó con suma atención; Adentenía una suave sonrisa en los labios yuna expresión serena, infantil, inocente,casi angelical. Debía de estarexperimentando la misma euforia queella.

Al darse cuenta, Victoria se relajó yle acarició la frente con un dedo. Era unchico guapísimo. Llevaba el pelo teñido

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de negro, pero era rubio, cosa que podíaapreciarse en las raíces claras de sucabello, de más de dos centímetros delargo. Sus cejas se arqueaban a laperfección sobre unos ojos ligeramenterasgados, y bajo su nariz, tambiénperfecta, había unos labios carnosos yuna barbilla con carácter. Ninguna chicase cansaría nunca de mirar aquel rostro.

—Despierta, por favor, Aden. Porfavor.

Él frunció el ceño y a los pocossegundos hizo una mueca.

A ella se le aceleró el corazón. ¿Y siAden no estaba flotando de euforia? ¿Ysi estaba agonizando? Aquella mueca…

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Él jadeó una vez, y después otra, yemitió un sonido ronco que Victoria yahabía oído antes, cada vez que ellamisma había tomado demasiada sangrehumana.

«No va a morir. No, no puedemorir». Llevaban una semana allí, y todoaquel tiempo habían estado luchando,be-sándose y bebiendo el uno del otro.Aden había sobrevivido a todo aquello,y tenía que sobrevivir a eso también,fuera lo que fuera.

De repente, se dio cuenta de queFauces no estaba gritando en su interior,como de costumbre. Se miró a sí mismacon desconcierto y advirtió que las

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marcas protectoras de su cuerpo habíandesaparecido. Y de todos modos, labestia permanecía en silencio; aquellonunca le había ocurrido.

¿Qué otras diferencias había? Miróel cuello de Aden, el lugar donde le latíael pulso, y la boca se le hizo agua. Sinembargo, el impulso, la necesidadimperiosa de morderlo, no existía.

No, no era cierto. Sí existía, pero noera tan fuerte. Podía controlarla. Aunquetuviera sed y estuviera desesperada porbeber sangre de otra persona… Y siahora ella podía tomarla de otrapersona, tal vez Aden también. De serasí…

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Él estaría salvado por completo. Oal menos, eso esperaba. No había formade saberlo. Aunque todavía se sentíamuy débil, entrelazó los dedos con losde Aden, cerró los ojos y se imaginó supropio dormitorio en la mansión de losvampiros en la que vivía, enCrossroads, Oklahoma.

Una alfombra blanca, unas paredesblancas, una colcha blanca.

De repente se levantó una brisasuave que le removió el pelo y, conalivio, agarró con fuerza a Aden ysonrió. El suelo desapareció y ambosflotaron. En cualquier momento llegaríana…

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Victoria notó que sus pies seposaban en un suelo blando. Unaalfombra.

Estaban en casa.

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La puerta de la habitación chocó contrala pared.

—Me he enterado de que has dichoque vas a destripar al que se atreva aentrar en tu habitación. Pues bien, aquíestoy. Pero antes de destriparme, dimequé demonios está pasando.

Victoria, que estaba paseándose porla habitación, se detuvo y se giró hacia

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el recién llegado. Era Riley, suguardaespaldas. Su mejor amigo. Eraalto y tan musculoso como Aden, guapoy sexy, con un rostro curtido por la viday las peleas.

Se alegró inmensamente al verlo. Élera la persona que podía ayudarla.

Era evidente que estaba enfadado,por su expresión, pero era lo mejor quehabía visto desde hacía días. Tenía elpelo oscuro y los ojos verdes, y teníatambién un pequeño bulto en el puentede la nariz, porque se le había rotoincontables veces. Algunas heridas,cuando se recibían una y otra vez, erandifíciles de curar.

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Llevaba una camiseta verde y unospantalones vaqueros.

Era la única pincelada de color detoda la habitación.

—Qué camiseta tan bonita —dijoella, en primer lugar, para distraerlo desu furia antes de contarle sus secretos, yen segundo lugar, para mostrar elsentido del humor que intentabadesarrollar con todas sus fuerzas. Suamiga humana, Mary Ann Gray, la habíaacusado una vez de ser demasiadosombría.

—Vamos, Victoria. Habla —respondió él sin miramientos—. Antesde que piense lo peor y empiece a matar

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a todos los habitantes de esta casa.A Victoria se le llenaron los ojos de

lágrimas y corrió a echarse en brazos desu amigo.

—Me alegro muchísimo de que estésaquí.

—Tal vez no te alegres tanto si tengoque obligarte a que empieces a hablar.

Pese a aquella amenaza, la abrazócon fuerza, exactamente igual que hacíacuando los dos eran más jóvenes y losdemás vampiros se negaban a jugar conella.

Se negaban porque era la hija deVlad el Empalador, y todos temían sercastigados si la princesa se hacía daño,

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o algo peor, en su compañía. Pero Rileyno. Él era como el hermano que siemprehabía deseado tener, su amigo y suprotector.

Victoria tenía un hermano de sangre,Sorin, pero Vlad le había prohibido quelo mirara y que hablara con él. Suquerido padre no deseaba que su hijoúnico se dejara ablandar por sus hijas.De hecho, cuando Aden le habíapreguntado a Victoria por sus hermanos,al conocerse, ella solo habíamencionado a sus hermanas. Lo últimoque sabía de Sorin era que estabadirigiendo a la mitad del ejércitovampiro en Europa para mantener a raya

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a María la Sanguinaria, la líder de lafacción escocesa. Si se combin-abantodos aquellos factores, Sorin nocontaba para nada.

Además, hacía mucho tiempo queVlad la había dejado a cargo de Riley, yel hombre lobo se había tomado muy enserio la tarea de protegerla. Y no solopor su sentido del deber, ni por el miedoa la tortura y a la muerte si a ella leocurría algo malo, sino también porqueRiley la quería.

Siempre habían sido amigos.—Pero, ¿por qué has venido? —le

preguntó.—Mis hermanos me encontraron y

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me dieron un susto de muerte al decirmeque te habías marchado a Crazy Town.

De todos modos, no quiero hablarsobre mí —le dijo él, y la miró a la cara—. ¿Has comido? Tienes muy malacara.

—Sí, papá. He comido.Era cierto. Al llegar a casa había

dejado a Aden tendido en la cama de suhabitación y había clavado los colmillosen el cuello de uno de los esclavos desangre que vivían en la fortaleza. Teníatanta sed que había estado a punto dedejarlo seco por completo. Su hermanaLauren había conseguido separarla delhumano justo a tiempo de evitarlo.

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Su otra hermana, Stephanie, le habíaencontrado un se— había bebido hastaque su estómago no admitía másalimento.

—Eres una listilla —dijo Riley conuna sonrisa—. ¿Cuándo has aprendido autilizar el sarcasmo?

—No lo recuerdo exactamente —respondió ella. Lo único que sabía eraque no había tenido otro remedio queencontrar el humor en lo que le sucedía,o se habría ahogado en la angustia—.Tal vez hace dos semanas.

La mención del tiempo le borró lasonrisa de los labios a Riley.

Solo había una persona que pudiera

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afectarle de aquella manera: Mary AnnGray. La chica se había escapado lamisma noche en que habían apuñalado aAden, y Riley, que estaba enamorado deella, la había seguido para protegerla, apesar de que él mismo también corríapeligro.

—¿Dónde está tu humana? —lepreguntó Victoria.

Sin embargo, Mary Ann ya no erahumana. La chica se había convertido enuna Embebedora, algo que Victoria nose esperaba. Mary Ann succionaba lamagia de las brujas, las bestias de losvampiros, el poder de las hadas y lacapacidad de cambiar de forma de los

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hombres lobo.Victoria había empezado a

preguntarse si Mary Ann había sidohumana alguna vez. Después de todo, lashadas eran Embebedoras. La diferenciaera que las hadas podían controlar susapetitos. Mary Ann no. Todavía. Y esosuscitaba una pregunta sorprendente:¿Acaso Mary Ann era una híbrida dehada y humano?

Victoria nunca había oído hablar deuna pareja así, pero estaba aprendiendorápidamente que todo era posible. SiMary Ann era en parte un hada, todoslos vampiros y los hombres lobo deaquella fortaleza, aparte de Riley, quer-

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rían matarla. Las hadas eran losprincipales enemigos de los vampiros.Eran unos seres muy peligrosos. Eranuna amenaza para la existenciasobrenatural.

—¿Y bien? —insistió Victoria, alver que Riley no respondía.

—La perdí —dijo él, y el músculode su mejilla vibró bajo su ojo. Aquelloera una señal segura de su disgusto.

—¿Cómo es posible? Tú eres unrastreador experto, ¿y has perdido lapista de una adolescente que no sabríaesconderse ni aunque fuera invisible?

—Sí.—Debería darte vergüenza.

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—No quiero hablar de eso. Hevenido a hablar de ti.

¿Cómo estás?—Muy bien.—De acuerdo, fingiré que me lo

creo. ¿Has sabido algo de tu padre?—No.Vlad había ordenado que ejecutaran

a Aden desde las sombras. Sombras delas que todavía no había salido.

Nunca había agradecido tanto lavanidad de su padre. Él quería que lovieran siempre como a un ser invisible.Así pues, nadie sabía que Vlad seguíavivo, y si ella se salía con la suya, nuncalo sabrían, porque los vampiros podían

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re-belarse contra Aden antes de que locoronaran oficialmente, y si serebelaban mientras estaba en aquellascondiciones, él perdería. Todo lo quehabía tenido que soportar no serviría denada. Tenía que recuperarse, y por elmomento había tiempo para eso.Victoria conocía a su padre, y sabía queVlad no volvería hasta que se hubierarecuperado por completo. Entonces…Bueno, entonces habría una guerra.

Vlad castigaría a aquellos quehubieran aceptado el reinado de Aden,incluidos Riley y ella. Utilizaría a Adenpara dar ejemplo, cortándole la cabeza,clavándola en una pica y colocando esa

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pica delante de su puerta.¿Lucharía Aden contra él? Y si

luchaba, ¿sería capaz de ganar?—¿Cómo está Aden? —preguntó

Riley. El lobo podía leer las auras delos demás, y seguramente había vistocuál era la dirección de suspensamientos—. ¿Sobrevivió?

Sí y no. Con un nudo en el estómago,Victoria tomó a Riley de la mano y lollevó hacia la cama.

—Observa a nuestro rey —le dijo.Riley vio a Aden tendido boca

arriba e inmóvil. Estaba muy pálido ydemacrado, y tenía los labios resecos yagrietados.

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—¿Qué le pasa? —preguntó.—No lo sé.—Sabes algo.Ella tragó saliva.—Bueno, creo que ya te conté que

Tucker lo había apuñalado.—Sí, y Tucker morirá por ello.

Pronto.Aquella declaración no sorprendió a

Victoria. Riley se vengaba para que elenemigo no pudiera hacer daño dosveces.

—Yo quería salvarlo, así queintenté… intenté transformarlo envampiro. Eso también te lo conté.

—Sí, Victoria. Y Aden ya te había

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dicho cuáles eran las consecuencias decontradecir alguna de las prediccionesde Elijah. Las pocas veces que él lohizo, la gente de su alrededor sufrió másde lo que habrían sufrido si los hubieradejado en paz.

—Sí, me lo dijo, pero yo no cambiéde opinión. Le di mi sangre y bebí lasuya. Después, él bebió de mí otra vez, yrepetimos el proceso una y otra vez.

—¿Y qué ocurrió?—Y… no sé cómo, pero yo absorbí

sus almas, y él absorbió mi bestia.Riley se quedó boquiabierto.—¿Tú tienes las almas?—No, ya no. Hicimos ese

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intercambio muchas veces, y seguimosbebiendo el uno del otro, aunque ya nonos quedara nada. Algunas veces penséque nos íbamos a matar. Y estuvimos apunto de hacerlo —explicó Victoria.

Mientras hablaba, le temblaba labarbilla.

—Hay más. Dímelo.—El último día que pasamos en la

caverna… le hice algo.No sé qué fue, ¡y le está matando!

Perdí la noción de mí misma, y cuandovolví a recuperarla, Aden estaba así.

—¿Sin conocimiento? ¿Y cuántotiempo lleva así?

—No lo sé.

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—¿Ha sangrado?—No —dijo ella, aunque sabía que

eso no significaba que no le hubierahecho daño internamente.

—¿Y por qué lo trajiste aquí? Estámuy débil y vulnerable.

Tu gente podría sublevarse ylibrarse por fin de un rey humano al quenunca quisieron.

—He estado cuidando de él, y nadiese ha atrevido a entrar en mi habitación.Creo que todos se acuerdan de lo muchoque lo quieren sus bestias.

Todos los vampiros albergaban unode aquellos monstruos, que podían salirde sus huéspedes, tomar forma sólida y

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atacar. Y cuando atacaban nadie estabaseguro, y menos su huésped vampiro.

Y, sin embargo, aquellas bestias secomportaban como perros amaestradosdelante de Aden, y hacían todo lo que élles ordenaba. Lo protegían de cualquieramenaza.

—O tal vez es que todavía no sabenque él está aquí —dijo Victoria.

—Sí, sí que lo saben. Todosaquellos con quienes me he cruzadoestaban muy nerviosos. Sus bestiasquieren salir y venir aquí con Aden. ¿Seha convertido en vampiro, entonces?

—No. Sí. No lo sé. Antes de perderel conocimiento quería mi sangre. Toda.

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Riley miró bajo el labio superior deAden.

—No tiene colmillos.—No, pero su piel…—¿Es como la tuya?Riley frunció el ceño y sacó las

garras. Antes de que Victoria pudieraprotestar, pasó las uñas por la mejilla deAden.

—¡No!No se formó ni un solo arañazo.—Interesante.—¡Basta! —gritó Victoria, y se

abalanzó sobre el cuerpo de Aden paraimpedir que Riley siguiera investigando.

Aunque su amigo no lo intentó.

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—Es cierto. Tiene la piel de unvampiro —comentó Riley.

—¡Eso es lo que estaba intentandodecirte!

Lo que ella no podía admitirtodavía, porque no podía creerlo, eraque su propia piel se había hechohumana. Era vulnerable, muy fácil dedañar. Y eso ni siquiera había cambiadodespués de que se alimentara.

—¿Cuánto tiempo lleva así?—Tres días —respondió ella

mientras se incorporaba y se sentabajunto a Aden.

—Un segundo, voy a hacer uncálculo… —después de un instante,

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Riley continuó—: Sí, tres días más de loconveniente. ¿Ha comido hace poco?

—Sí.Victoria le había llevado a los

esclavos de sangre y había comenzado aalimentarlo poco a poco, para ver cuálera su reacción. Aden no había mostradoningún tipo de reacción, ni buena nimala, así que ella había seguidoalimentándolo hasta que ya no le cabíamás sangre.

Se había estado preguntando durantehoras si debía darle a beber de supropia sangre. ¿Y si él se hacía adictode nuevo? ¿Y si seguía siendo adicto, ysolo su sangre le servía de alimento?

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Así pues, Victoria se la había dado.Se había hecho un corte en la muñeca,sintiendo un gran dolor, y había dejadoque su sangre se derramara directamenteen la garganta de Aden. Su herida habíacicatrizado lentamente para ella, aunquerápidamente para un humano, y duranteese tiempo, Aden había tomado unoscuantos tragos de sangre.

Sus mejillas habían recuperado elbuen color y ella había sentidoesperanzas por los dos. Pero pocosminutos después, Aden se había quedadopálido otra vez, y su sueño se habíavuelto inquieto. Demasiado inquieto.Había comenzado a gemir de dolor y a

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retorcerse, y finalmente había vomitado.Ella le explicó todo aquello a Riley.—Entonces, tal vez no necesite la

sangre.—He dejado que pasaran

veinticuatro horas sin dársela, y haempeorado. Solo mejoró un pococuando empecé a darle de comer otravez.

Un suspiro.—De acuerdo. Esto es lo que vamos

a hacer: voy a dejar guardias apostadosen tu puerta, y nadie, salvo tú o yo,podrá entrar aquí. Tú vas a alimentarlocon tu sangre, tal y como has estadohaciendo, y me avisarás si hay algún

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cambio. Cualquier cambio. Yo voy a iral Rancho D. y M. a buscar susmedicinas.

El rancho. El hogar de Aden. Allívivían adolescentes cometían algunainfracción, eran expulsados. Y una delas peores infracciones que podíancometerse era irse de allí sin avisar aDan, el propietario.

—Victoria, ¿me estás escuchando?—¿Qué? Ah, sí, disculpa. Pero Aden

odia esas medicinas.Y, si quería volver a vivir en el

rancho, ella podía conseguirlo. Con unascuantas órdenes, los humanos harían ypensarían lo que ella quisiera.

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Si todavía poseía la voz deautoridad, pensó con una punzada demiedo. Había perdido la pielinvulnerable, y también podía haberperdido la Voz. Desde que había vueltoa la fortaleza, había intentado darórdenes a los humanos de sangre, peroellos se habían limitado a sonreír y aseguir su camino sin hacer lo que ellales había ordenado.

«Lo que pasa es que has perdido lapráctica, y además todavía no estáscompletamente recuperada».

En aquella ocasión, aquella charlano sirvió para reconfortarla.

—Eres peor que Aden —murmuró

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Riley—. Y no me importa si odia lasmedicinas o no. Ya lo hemos visto asímás veces, aparte de la necesidad desangre, y lo único que le ayudó fueronlas medicinas. Si las almas sonresponsables de es-to, como otras veces,tenemos que dormirlas un rato.

—Pero ¿y si le hacen daño lasmedicinas, ahora que es vampiro?

—No creo que suceda eso, teniendoen cuenta que a ti nunca te hacen dañolas medicinas humanas. Además, solohay una manera de averiguarlo.

Buena observación, por mucho que aella le resultara angustiosa. Durante casitoda su vida, a Aden lo habían con-

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siderado un esquizofrénico. Sus padreslo habían abandonado cuando tenía tresaños, y después, había ido de clínicamental en clínica mental. Le habíanestado administrando diferentes curaspor la garganta durante años, y élsiempre lo había odiado.

Sin embargo, Riley tenía razón.Tenían que hacer algo rápidamente.

—De acuerdo —dijo Victoria—. Lointentaremos.

—Bien. Vuelvo enseguida —respondió él, y se volvió hacia la puerta.

—Riley.Él se detuvo, aunque sin mirarla.—Ten cuidado. El fantasma de

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Thomas sigue allí.Thomas era un príncipe de las hadas,

a quien habían matado Riley y Adenpara salvarla a ella. En aquellosmomentos, su fantasma seguía en elrancho, y quería vengarse.

—Lo tendré.—Y gracias.por su desaparición. Seguramente

estaba frenético por ir en su busca, perose quedaba allí porque ella lonecesitaba.

Cuando Aden mejorara, ayudaría asu amigo a encontrar a Mary Ann,aunque fuera peligrosa para sus seresqueridos.

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Riley asintió rígidamente y despuésse marchó. Victoria suspiró y se giróhacia Aden. ¿Qué estaba pasando por lacabeza de su novio? ¿Era consciente delo que le rodeaba?

¿Estaba sufriendo, tal y como ellasospechaba?

¿Sabía lo que le había hecho ella enlos últimos minutos que habían pasadoen la cueva?

¿Cuánto caos podría soportar hastaque se desmoronara? Desde que ellahabía entrado en su vida, Aden solohabía conocido la guerra y el dolor: unduende lo había mordido y lo habíaenvenenado, las brujas habían echado

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una maldición de muerte a sus amigos ylas hadas habían intentado tomar elcontrol del Rancho D. y M.

Bueno, tal vez aquellas cosas nofueran exactamente culpa suya, pero ellase sentía responsable de todos modos.

—Ya te has despertado más vecesde esto —le susurró a Aden—. Esta veztambién te despertarás.

vestido rápidamente, y seguro que laotra ropa se le había hecho jironesdurante el cambio de hombre a lobo.

Llevaba una pequeña bolsa llena defrascos de medicinas. Victoria se pusoen pie de un salto y él dejó la bolsasobre la cama.

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—Siento haber tardado tanto.—¿Te ha dado problemas Thomas?—No. Ni siquiera lo he visto. Pero

claro, al contrario que Aden, yo nuncahe sido capaz de ver ni de oír a losmuertos.

Me he retrasado por las pastillas.No quería darle píldoras que tengan unefecto contraproducente, así que solotomé los frascos que tenían nombre ypasé por mi habitación para consultarsus efectos en Google.

—¿Y qué pasó en el rancho?—Aquí tienes. Míralo tú misma —

dijo él, y le tendió la mano.Ella entrelazó sus dedos con los de

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Riley. Llevaban juntos tanto tiempo quehabían desarrollado una conexión mentalmuy fuerte y podían compartirexperiencias.

Como si se hubiera encendido unatelevisión en su mente, vio a Dan,antiguo jugador profesional de fútbolamericano, alto, rubio y curtido, en lacocina del rancho.

Estaba con su esposa, Meg, unamujer menuda y muy guapa.

—… muy preocupada —estabadiciendo Meg.

—Yo también. Pero Aden no es elprimero que se escapa, ni será el último—dijo él. Sin embargo, aunque aquellas

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eran palabras de resignación, el tono nolo era.

—Pero es el primero que tesorprende al hacerlo.

—Sí. Es muy buen chico. Tiene ungran corazón.

Meg sonrió.—Y el hecho de no saber por qué se

ha ido te está matando.Lo sé, cariño.—Espero que esté bien. Tal vez, si

le hubiera prestado más atención, él nose habría…

—No. No te hagas eso a ti mismo.No podemos controlar las acciones delos demás. Lo único que podemos hacer

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es apoyarlos, y rezar por poder mejorarlas cosas.

La conversación se fue apagando amedida que Riley se alejaba de la casaprincipal y se dirigía al barracón quehabía tras ella. Allí estaban los amigosde Aden. Seth, Ryder y Shannon estabanviendo la televisión. Terry, R.J. y Brianestaban frente al ordenador, jugando.Aunque eran actividades relajadas, loschicos estaban tensos.

Ellos también debían de sentir lapérdida de Aden.

«Tengo que arreglar esto», pensóVictoria.

Shannon se puso en pie y recorrió la

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habitación con la mirada. Entonces, susojos se cruzaron con los de Riley.

En el presente, Riley le soltó lamano a Victoria, y las imágenesdesaparecieron. Ella se encontrónuevamente en su habitación.

—Shannon te vio.—Sí, pero no hizo nada y yo pude

recoger lo que necesitaba sin problemas—dijo Riley. Después metió la mano enla bolsa y sacó los frascos que quería—.No he encontrado mucha información,pero sí la suficiente como para saberque necesita antipsicóticos. Esto, esto yesto —mientras hablaba, se los ponía enla mano a Victoria.

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—Ve a buscar un vaso de agua a mibaño —le pidió ella.

Riley no dudó en obedecer, aunqueno fuera su costumbre. Pronto le entregóel vaso. Estaba tan preocupado porAden como ella.

—Levántale la cabeza e inclínaselahacia atrás —dijo ella, y de nuevo,Riley obedeció.

Ella le abrió la boca a Aden y lepuso las pastillas en la lengua. Despuésposó el borde del vaso entre sus labios yvertió un poco de agua. Luego le cerróla boca y le masajeó la garganta paraque tragara, hasta que las píldoras hal-laron el camino hacia el estómago.

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Después se irguió y miró a supaciente.

—¿Y ahora qué? —susurró, sindejar de observar ansiosamente a Aden,en espera de alguna respuesta. No huboninguna.

—Ahora —dijo Riley con gestosombrío—, esperaremos.

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Mary Ann Gray estaba sentada a una delas mesas de la biblioteca, leyendoincontables microfichas, tal y comohabía estado haciendo durante toda lasemana. Los días estaban empezando amezclarse, y las sienes le palpitaban.

Tenía agarrotados los músculos dela espalda y marcas en el trasero y enlos muslos, a causa de permanecer tanto

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tiempo en la silla. Sin embargo, aquelloera necesario.

—Cierran dentro de media hora,¿sabes?

Miró con irritación a su compañero.Era un chico del que no conseguíalibrarse, por mucho que lo intentara.

—Muy bien. Ahora piérdete.—No empecemos otra vez con esa

discusión —respondió Tucker Harbor.Se sentó al borde de su pupitre, aplastólos libros y los periódicos y arrugó lashojas. Mary Ann estaba segura de que lohacía solo por irritarla—. No voy a ir aninguna parte.

—¿Te importa? Estas cosas son

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importantes.—Sí, me importa, gracias por

preguntar —dijo él, sin moverse.Ella lo fulminó con la mirada. Era un

chico con el pelo castaño claro y unacara angelical. Lo cual daba una ideacompletamente falsa de su personalidad,teniendo en cuenta que había sidoengendrado por un demonio.

—¿Cuándo me vas a decir qué es loque estás buscando?

—Cuando deje de querer romperteel cuello. Es decir, nunca.

Él agitó la cabeza.—Eso es desagradable, Mary Ann.

Muy desagradable.

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Era un chico muy molesto. Habíanestado meses saliendo juntos, hasta queella se había enterado de que él la habíaengañado con su mejor amiga, Penny, ylo había dejado. Además, Penny estabaembarazada de él.

Mary Ann había perdonado a suamiga, y seguían viéndose. Aquellamañana su amiga sufría mareos, peropese a eso, había conseguido levantarsede la cama para ir a ver cómo estaba elpadre de Mary Ann.

—Dios santo, Mary Ann —le habíadicho su amiga por teléfono—, tu padrees como un muerto viviente. Ya nisiquiera va a trabajar. No sale de casa.

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Anoche lo observé por la ventana, yestaba mirando fijamente una fotografíatuya.

Ya sabes que yo no soyprecisamente sentimental, y estuvieron apunto de caérseme las lágrimas.

«A mí también», pensó Mary Ann,«pero no puedo hacer nada al respecto.Le estoy salvando la vida».

Le había liberado de la coacción ala que lo estaba sometiendo un hadavengativa, que pretendía que él nosaliera de su habitación e ignorara todolo que ocurría a su alrededor. Eso seríasuficiente. Era mejor que su padreestuviera desolado que no muerto por

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querer llegar a ella.En aquel momento se preguntó por

qué había convencido a Aden, a Riley ya Victoria de que le salvaran la vida aTucker después de que un grupo devampiros utilizara su cuerpo deaperitivo. Si no lo hubiera hecho,Tucker no habría podido clavarle unpuñal en el corazón a Aden.

Extrañamente, Tucker le habíaconfesado el crimen sin que ella tuvieraque obligarlo. Incluso había llorado aldecírselo. Mary Ann no le habíaperdonado, de todos modos.

—Lo que le hiciste a Aden sí esdesagradable —le dijo.

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Él palideció, pero no se alejó deella.

—Vlad me obligó, ya te lo he dicho.—¿Y cómo sé que no estás aquí por

orden de Vlad, para contarle todo lo queyo hago?

—Porque te he dicho que no.—Tú no eres conocido,

precisamente, por tu franqueza.—El sarcasmo es una cosa muy fea,

Mary Ann. Mira, hice lo que él queríaque hiciera y salí corriendo. No hevuelto a verlo ni a oír nada de él desdeentonces.

Aquel «ni a oír nada de él» le dioque pensar a Mary Ann. Ella sabía que

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Vlad hablaba telepáticamente conTucker, como si estuviera a su lado,susurrándole las órdenes al oído. Talvez Tucker le estuviera diciendo laverdad en aquella ocasión, pero tal vezno.

En pocas palabras, Vlad podíacomenzar a manejarlo de nuevo encualquier momento, ordenarle que lallevara a casa, o que la matara y que laenterrara, y Tucker obedecería sinvacilar. Y ella no estaba dispuesta acorrer ese riesgo.

Así pues, dijo:—A mí no me importa cuáles sean

tus motivos, ni tampoco que estés

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desesperado por escapar del vampiro.Lo cierto es que le hiciste daño a Penny,y a Aden, y eres un es-torbo. Sería unatonta si confiara en ti.

—No tienes por qué confiar en mí.Solo tienes que utilizarme. Además,Aden está vivo. Siento su atracción.

Y ella también. Aquel era el únicomotivo por el que no se había lanzado alcuello de Tucker. Bueno, y que no teníaun carácter violento. Normalmente.

Aden tampoco, pero había tenidouna vida muy diferente a la suya. Ellahabía crecido con el amor de su padre yAden se había criado en clínicasmentales donde lo atiborraban a

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píldoras.Los médicos pensaban que estaba

loco, y nunca habían intentado seguirinvestigando para averiguar la verdad:

Aden era un imán para losobrenatural. Todo aquel que tuvieraalgún rasgo sobrenatural se sentíaatraído hacia él, y sus poderesaumentaban.

Mary Ann era todo lo contrario.Repelía lo sobrenatural y suprimíapoderes. Tucker la perseguía por eso.Cuando quería salir con ella; no eraporque ella lo atrajera, sino porque a sulado se sentía normal.

Eso no era muy halagador.

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—Mira —dijo él—, te he ayudado,¿no?

Ella no quiso admitir que sí. Lahabía ayudado durante aquellos últimosdías.

—Riley se te estaba acercandodemasiado, y yo te escondí dentro deuna de mis ilusiones. Él pasó pordelante de ti.

«No muerdas el anzuelo. Y nopienses en Riley», se dijo Mary Ann.

Sin embargo, sin que pudieraevitarlo, la cabeza se le llenó deimágenes del hombre lobo. Riley,siguiéndola la noche que ella habíadescubierto la verdad sobre su madre.

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Riley llevándola a su coche,besándola y consolándola. Y también laconsolaría en aquel momento si ella selo permitiera. Sin embargo, por muchoque quisiera verlo, no podía. Le haríadaño; tal vez, incluso, lo matara. Y MaryAnn no podía soportar aquella idea,porque estaba enamorada de él, tanenamorada que había estado a punto deentregarle su virginidad dos veces. Enambas ocasiones había sido él quienhabía parado las cosas, porque queríaestar bien seguro de que Mary Annestaba preparada para dar aquel paso, yque después no iba a arrepentirse.

Y en aquel momento, ella lamentaba

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no haber llegado hasta el final, porquesabía que, para que él no sufriera ningúndaño, nunca podrían estar juntos denuevo.

—Tenía que mantenerme lejos de ti—continuó Tuckerpara que noestropearas mi atractivo y mi confianza.Y de todos modos, me acerqué losuficiente como para que Riley no teviera, y viera solo lo que yo le obligué aver. Eso no fue fácil para mí.

Ella fingió que miraba atentamentela pantalla, pero en realidad, no eracapaz de leer las palabras. Estabaagotada.

Se sentía como si no hubiera

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dormido desde hacía años.Por las noches, cuando posaba la

cabeza en la almohada del motel quehubiera podido encontrar, solo podíadar vueltas y más vueltas en la cama, sindejar que revivir las cosas que habíapresenciado y que había hecho pocotiempo antes.

Sí, habían pasado solo dos semanas,pero para ella eran como una eternidad.Recordó los cuerpos que se retorcían dedolor a su alrededor, por su culpa. Lagente suplicaba piedad, por su culpa.Porque ella había posado las manos ensu pecho y les había succionado elpoder, el calor y la energía, y los había

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dejado vacíos.—¿Querías ver al lobo? —le

preguntó Tucker.—Sí —dijo ella. La verdad se le

escapó sin que pudiera evitarlo. Quégrande, qué fuerte y qué capaz era Riley.Qué frustrado y qué enfadado estaba.Qué asustado. Por ella.

—Entonces, ¿por qué huyes de él?Porque era peligrosa. Ella no quería,

pero sabía que al— tocarlo. Nonecesitaba tocar a la gente para matarla.La fuerza vital de los demás se habíaconvertido en su comida.

Aunque lo había intentado, no habíapodido succionar la energía de Tucker

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todavía. Parecía que él poseía algún tipode barrera, y mejor, porque ella sehabría sentido muy culpable si lohubiera conseguido. Tucker no habríapodido recuperarse. Las brujas no sehabían recuperado. Las hadas tampoco.Solo habían sobrevivido las que semarcharon antes de la batalla.

Mary Ann suspiró. Pese a su fracasocon Tucker, sabía que solo era cuestiónde tiempo que su hambre volviera.

Experimentaba punzadas cada pocashoras, y temía que aquellas punzadas seconvirtieran en unos brazos invisiblesque agarraran a cualquier criatura que seencontrara cerca.

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Tal vez Tucker fuera la primeravíctima.

Giró la silla hacia él y lo miró.—Tucker, yo no te voy a hacer

ningún bien. Deberías marcharte, ahoraque todavía puedes.

Solo se lo advertiría una vez.Él frunció el ceño.—¿Qué significa eso?—Ya viste lo que hice la otra noche.—Sí. Fue impresionante.¿Impresionante? Todo lo contrario.

Mary Ann enrojeció.—Si te quedas, te haré lo mismo. No

quiero, pero lo haré de todos modos.La chica que estaba sentada a su

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lado, una estudiante, les susurró:—Estoy intentando estudiar.—Y nosotros estamos intentando

hablar —respondió Tucker, mirándolacon cara de pocos amigos—. Si no tegusta, cámbiate de sitio.

La chica se alejó con una expresiónde enfado.

Mary Ann tuvo envidia. Ella siemprehabía querido ser una persona fuerte ysegura de sí misma, y aunque estabatrabajando en ello, todavía no lo habíaconseguido. Para Tucker, sin embargo,era algo natural.

Él la observó con una ceja arqueada.—Te ha gustado eso, ¿a que sí?

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—No.—Mentirosa —dijo él, poniendo los

ojos en blanco de resignación—. Bueno,volvamos a nuestra conversación.

Digamos que me gusta vivir allímite, y el hecho de saber que un díapuedas hacerme daño me da energíaspara seguir. ¿Y sabes qué, nena? Tú menecesitas. Riley no es el único que teestá siguiendo.

—¿Cómo?—Sí. También te siguen dos chicas

rubias. Creo que has luchado con ellasantes —dijo él, y silbó suavemente—. Apropósito, son muy guapas.

Mary Ann notó un sabor amargo en

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la garganta.—¿Llevaban túnica? ¿Una túnica

roja?—Sí. ¿También las has visto tú?—No.Sin embargo, sabía perfectamente a

quiénes se refería Tucker, y sintió ganasde vomitar.

—Es una pena. Podrías hablarlesbien de mí, porque no me importaríaligar con ellas.

—¿Hablarles bien de ti? —preguntóella con desdén, aunque estabatemblando por dentro—. Por favor.

Las rubias eran brujas, sin duda.Eran brujas que habían escapado de su

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ira. Brujas que la odiaban por destruir alas suyas. Brujas que tenían un podermás allá de lo imaginable.

Ummm, poder…De repente, dejó de sentir miedo, y

tuvo hambre. Las brujas eran tandeliciosas…

Al darse cuenta de lo que estabapensando, se abofeteó a sí misma.

—Vaya, ¿por qué has hecho eso?Mary Ann ignoró a Tucker y se

concentró en su nueva prioridad.Más marcas de protección. Si la

estaban siguiendo las brujas, necesitabaprepararse para su ataque. Tenía quehacerse tatuajes nuevos que la

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protegieran de los encantamientos queellas pudieran echarle. Seríanmaldiciones de muerte, de destrucción,de control mental.

—Te has puesto pálida —le dijoTucker—. No tienes por quépreocuparte. Las confundí comoconfundí al lobo. Y también desvié alotro grupo. Eran hombres y mujeres conuna piel muy luminosa…

Por favor, no.—Hadas —dijo Tucker—.

Claramente, eran hadas.La confirmación. Fabuloso. Las

hadas también tenían motivos paraquerer vengarse de ella. Tal vez Tucker

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las hubiera confundido, pero volverían.—Bueno, ¿y qué es lo que vienes a

leer aquí todos los días? —le preguntóTucker—. Dímelo, Mary Ann. Tal vezpueda ayudarte más.

Qué sutil.—Tiene relación con Aden, y con

los secretos que ha compartido conmigo.Y a ti no te voy a contar esos secretos.

Pasó un momento de silencio.—Secretos, secretos. Veamos. Hay

tantos para elegir, que no sé por dóndeempezar.

—¿A qué te refieres?—Vlad me obligó a investigar a

Aden antes de apuñalarlo, ¿y sabes una

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cosa? Tú no eres la única a la que se leda bien investigar.

A ella se le aceleró el corazón.—¿Y qué averiguaste?A Aden no le gustaba que los demás

supieran cosas sobre él. Seavergonzaba, pero además, era muycauteloso.

Si alguien inadecuado averiguaba laverdad, podría usarlo, probarlo,encerrarlo, matarlo. Lo que quisiera.

—Tiene tres almas atrapadas en lacabeza —dijo Tucker—.

Antes tenía cuatro, y una de ellas eratu madre, Eve. Tu madre verdadera,claro, no tu tía, la que te crió como si

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fueras suya. Sin embargo, Eve ya se haliberado. ¿Qué más?

Ah, sí. Ahora es el rey de losvampiros. Hasta que Vlad decidarecuperar su trono.

—¿Y cómo has averiguado todoeso? —preguntó Mary Ann.

—Puedo escuchar cualquierconversación cuando quiera, sin quenadie se dé cuenta. Y he escuchadomuchas de tus conversaciones.

—Me has espiado.—Eso es lo que acabo de decir.¿Cuántas veces? ¿Y qué era lo que

había visto? Tal vez, si ella fuera capazde succionar su energía, pudiera

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apuñalarlo igual que él había hecho conAden.

—¿Y por qué piensas que Vlad va aconseguir su objetivo?

—Por favor. Como si pudiera ser deotro modo. También he investigado aVlad, y es un guerrero que ha ganadoincontables batallas y que hasobrevivido miles de años. Es malo ytaimado, y carece de sentido del honor.¿Qué es Aden? Nada más que unainsignificancia para alguien como Vlad.¿Por qué? Porque Aden querrá lucharlimpiamente y se preocupará por losdaños colaterales.

Ambas cosas lo situarán en

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desventaja.No había manera de negarlo.

Necesitaba toda la ayuda posible parallevar a cabo su misión, incluso la deTucker.

Respiró profundamente y dijo:—Está bien. Te contaré la historia.Él se frotó las manos con alegría.Eso no la reconfortó. Por el

contrario, solo sirvió para que sesintiera más tensa. Pero dijo:

—Hace unas cuantas semanas, Rileyy Victoria nos dieron una lista a Aden ya mí. Porque el doce de diciembre dehace diecisiete años…

—Espera, ¿el doce de diciembre?

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Es el día de tu cumpleaños.Ella pestañeó, sorprendida. Tucker

lo recordaba. ¿Por qué?—Sí. Bueno, ese día murieron

cincuenta y tres personas en el mismohospital en el que nacimos Aden y yo. ElSt.

Mary —dijo. Y al ver la cara dedesconcierto de Tucker, añadió—: ¿Note había dicho que Aden y yo cumplimoslos años el mismo día?

—No, pero ya lo sabía.—Bueno, da igual. Ese día murió

mucha gente a causa de un accidente deautobús. Mi madre murió al darme a luzexplicó Mary Ann. Su madre era igual

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que Aden: una normal no podía hacer. YMary Ann, de recién nacida, le habíasuccionado toda la fuerza vital—. Enesa lista están las tres almas que Adenatrapó sin querer en su mente.

—¿Estás segura? Tal vez esaspersonas murieran cerca y sus nombresno estén ahí.

—Supongo que es una posibilidad—dijo ella—. Durante mi investigaciónhe conseguido descartar más de la mitadde los nombres.

—Eso parece demasiado.En realidad, no.—Las almas que quedan son

hombres, así que he eliminado

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automáticamente a las mujeres. Por otraparte, esas almas poseen habilidadessobrenaturales, las mismas que poseíancuando estaban vivos. Lo sé porque mimadre también era así. Por eso he estadobuscando información sobre losnombres, historias sobre gente quedespertara a los muertos, que pudieraposeer cuerpos y que pudiera predecirla muerte de los demás. He buscadohasta el más mínimo detalle.

—¿Y por qué tienes tanto interés enidentificar a esas almas?

—Porque tienen que recordarquiénes son, y cuál era su último deseo,para llevarlo a cabo. Después podrán

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salir de Aden, y él será más fuerte,podrá concentrarse y podrá defendersede Vlad.

—¿Y de verdad crees que eso va aservir de algo? —dijo Tucker.

—¿Es que me vas a hacer veintepreguntas? Demonios, sí, lo creo —replicó ella. Tenía que creerlo. De locontrario, las posibilidades de que Adenganara eran casi nulas.

Tucker se quedó mirándola denuevo.

—Mary Ann, acabas de soltar unapalabrota.

—«Demonios» no es una palabrota.—Para mí sí.

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—¿Es que acaso te da miedo pasartetoda la eternidad con ellos?

El buen humor de Tucker se esfumó.—Algo parecido.Se había quedado tan triste que ella

se sintió mal por ser tan mordaz.—Bueno, puede que cuando todo

esto termine, yo me haya ganado un sitioa tu lado en el infierno. Podemoshacernos compañía mientras nosasamos.

A Tucker se le escapó unacarcajada, tal y como ella esperaba,aunque eso les hizo merecer otra miradafulminante de la chica que queríaestudiar. Él la ignoró y se inclinó hacia

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Mary Ann.—Ya te gustaría a ti que yo me

pasara toda la eternidad contigo. Bueno,¿y tienes alguna pista?

—Antes de que me interrumpierasestaba leyendo una historia sobre unamuerte que se produjo en el hospital.

Parece que alguien asesinó al doctorDaniel Smart. Tenía heridas en brazos ypiernas, como si se hubiera encogidosobre sí mismo para intentar protegersemientras alguien, o algo, le mordía y ledaba puñetazos.

—Muy buena historia. Pero ¿quétiene que ver eso con las almas deAden?

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—Uno de ellos puede despertar alos muertos. ¿Y si el doctor Smartdespertó a un cadáver en la morgue, yese muerto viviente lo mató?

—Pero seguramente, ya habríadespertado a otros muertos, ¿no? Y si lohabía hecho, ¿por qué seguía trabajandoallí? Habría corrido peligroconstantemente, y su secreto se habríasabido. Pero no se supo, lo cualsignifica que no lo hizo.

—Tal vez podía controlar esacapacidad.

—Tal vez no.—No me importa lo que digas tú —

refunfuñó Mary Ann, que no quería

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reconocer que él tenía razón otra vez—.Es lo mejor que tengo.

—Nuestra definición de «mejor» esdiferente. Pero bueno, de todos modosmerece la pena comprobarlo.

—Sí, lo sé. Es mi siguiente tarea.—Bien. ¿Tienes algo sobre los

padres de Aden?—¿A qué te refieres? —preguntó

ella.Sin embargo, la dirección verdadera

de los padres de Aden le quemaba en elbolsillo. Lo primero que había hechohabía sido encontrarla. Seguían viviendoen la misma ciudad. La vergüenza deabandonar a su hijo, cuando eran las

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únicas personas que podían haberloayudado de verdad, no había hecho quese marcharan de allí.

¿Seguían estando conformes con sudecisión, o lo lamentaban?

Mary Ann se había debatido entrellamar a Aden y decírselo, o no hacerlo.Al final había decidido no hacerlo porel momento. Él ya tenía suficientes cosasde las que ocuparse por el momento, y siella conocía primero a la pareja, omejor dicho, los espiaba, podría tomaruna decisión más fundada.

—Bueno, vamos a dejarlo por hoy—le dijo Tucker—, y busquemos unsitio donde dormir. Podemos ir a…

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entonces se quedó callado, esperando.—La esposa de Smart sigue

viviendo aquí, en Tulsa, cerca delHospital St. Mary, en el que trabajaba sumarido —dijo ella.

Tulsa, Oklahoma, a dos horas deCrossroads, Oklahoma.

A dos horas de Riley.—Bien —dijo Tucker, asintiendo—.

¿Has leído el obituario de ese hombre?—Sí.—¿Y has investigado sobre su

familia?—Lo mejor que he podido.Él había dejado viuda a su esposa,

pero no se mencionaba a nadie más en

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aquella esquela.—¿Y tienes la dirección?—No. Pensé que me pasearía en

coche por la ciudad hasta que un rayodivino me señalara la casa.

—Sarcasmo otra vez. No es tu mejorrasgo.

—Entonces, deja de hacer preguntastontas.

Él suspiró.—Iremos mañana por la mañana.

¿Te parece bien? —preguntó. Sinembargo, no le dio tiempo pararesponder. Le tendió la mano y dijo—:Vamos.

Ella también suspiró y le dio la

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mano. Justo cuando salían de aquellasala de estudio, alguien gritó;seguramente, era la chica que los habíaamonestado. Tucker le pasó el brazo porlos hombros y la dirigió hacia delante.

—Será mejor que no mires.—¿Qué has hecho? —le susurró ella

con fiereza.—Digamos que la serpiente que hay

debajo de su mesa está intentandoconversar con ella —respondió él conuna sonrisa de picardía.

Claro, por supuesto.En la calle hacía frío, y era de

noche. Mary Ann se subió las solapas dela chaqueta y miró a Tucker con

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disgusto.—Creía que no podías crear

ilusiones cuando estabas cerca de mí.Él sonrió aún más, y ella tuvo que

apartar la mirada para no caer en latentación de darle una torta. Comenzarona caminar por la acera.

—¿Y bien? —insistió Mary Ann.Él se inclinó hacia ella, como si

fuera a hacerle partícipe de un secreto.—Digamos que mis habilidades se

están haciendo nucleares.O su capacidad de mutar se estaba

desvaneciendo, pensó ella de repente, yabrió unos ojos como platos. Ojaláperdiera aquella capacidad. Si la

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perdía, tal vez dejara de succionar laenergía vital de los demás. Y si esosucedía, podría ver otra vez a Riley.Podría besarlo. Podría… hacer más conél, por fin. Sin preocupaciones.

—Bueno, ¿qué es lo que te ha puestotan contenta? —le preguntó Tuckerdesconfiadamente.

—Nada.—Mentirosa.—Demonio.Él carraspeó como si estuviera

conteniendo la risa.—Para mí, eso no es un insulto, ¿lo

sabías?—Sí, lo sabía —respondió ella, que

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iba prácticamente dando saltitos. Consolo pensar en ver a Riley otra vez, lemejoraba el estado de ánimo—. Déjamedisfrutar del momento, ¿de acuerdo?

—¿De qué momento?—De este momento.—¿Por qué? No tiene nada de

especial.—Podría tenerlo, si te callaras.En aquella ocasión, él se echó a reír.—Recuérdame por qué salía

contigo.—No. Vomitaría.—Qué agradable eres, Mary Ann —

dijo él. Sin embargo, no había dejado desonreír.

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—Lo intento.

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Los gritos que habían estado resonandopor la cabeza de Aden durante unaeternidad cesaron súbitamente y soloquedó el silencio. Sin embargo, elsilencio era peor que los gritos, porquesin la distracción, era mucho másconsciente de la niebla oscura que lorodeaba.

Tenía que escapar de allí. Moriría si

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se quedaba en aquel lugar. Intentóabrirse paso con las manos, con lasuñas, y trepar, trepar cada vez más alto,hasta que…

Abrió los ojos.Lo primero que notó era que la

niebla se había disipado.Sin embargo, todo lo que había a su

alrededor todavía era borroso. Respiróprofundamente para centrarse, yentonces gruñó. En el aire había unperfume suave que le hizo la boca agua yle calentó la sangre.

Saborear…Alguien lo llamó. Era la voz de una

chica, llena de preocupación y de alivio

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a la vez. Él pestañeó y se incorporó.Estaba en un dormitorio blanco que

le resultaba familiar.Se le acercó la chica, que llevaba

una túnica negra, y que se estabaretorciendo las manos. Tenía el pelooscuro y largo, la piel pálida, suave,perfecta, y los ojos azules más bonitosque él hubiera visto en su vida.

Ella le posó la mano en la frente. Ladulzura del aire se intensificó, y el ansiapor saborearla también. Aunque queríamorderla, se apartó de su contacto.

La expresión de la muchacha reflejóun dolor enorme.

En un segundo, ella enmascaró aquel

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sentimiento e irguió los hombros.—Me alegro de que te hayas

despertado —dijo.Él se dio cuenta de que por debajo

de su labio superior asomaban doscolmillos. Era una muchacha vampiro.Una princesa de los vampiros. Sellamaba Victoria, y era su novia. Losdetalles le llegaron como pelotazos debolas de béisbol que salieran de unamáquina lanzadora. Sin embargo, él noreaccionó.

—¿Cómo te encuentras? —preguntóella.

Aden la miró. ¿Que cómo seencontraba? Sus terminaciones

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nerviosas se habían calmado, y no sentíanada.

Ella tragó saliva.—Has estado dormido cuatro días.

Te dimos tu medicación para acallar alas almas, por si acaso eran ellas las quete mantenían inconsciente —explicóVictoria. Se mordió el labio y miróhacia atrás—. No creímos quetuviéramos otra alternativa.

Hablaba en plural; eso significabaque alguien la había ayudado.

Aden paseó la mirada por lahabitación y vio a un chico ojos verdes.Riley. Era un hombre lobo y unapesadez, pero un buen tipo, pese a todo.

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A su lado había una chica humana aquien Aden no conocía. Estaba muypálida y nerviosa; se movía ligeramentey miraba a cualquier sitio salvo a él.

De nuevo, se intensificó la dulzuradel aire. En aquella ocasión, sinembargo, tenía matices especiados, yAden se echó a temblar de impaciencia.

Impaciencia; la primera emoción quesentía desde que se había despertado. Ylo consumía.

—Tengo sed —dijo con la vozquebrada.

Victoria le tendió la muñeca y élrecordó que había bebido de ella. Y deaquel cuello elegante. Y de aquella

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maravillosa boca. Estaba poseído por lanecesidad y completamente embriagado.Se había odiado a sí mismo. Recordóeso también.

Y recordó que la había odiado. O,por lo menos, una parte de él la habíaodiado.

Aquella parte debía de habersefortalecido, porque Aden tuvo ganas dezarandearla, de hacerle daño como ellase lo había hecho a él. De castigarla porlo que le había hecho.

Aquel impulso lo dejó sorprendido.¿Qué era lo que le había hecho Victoria?

—¿Aden? —dijo ella, y agitó lamuñeca.

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La humedad de su boca aumentó detemperatura y comenzó a quemarle.Necesitaba alivio, necesitaba sangre.

Aden reconoció aquella sensación yse inclinó hacia ella.

Sin embargo, antes de clavarle loscolmillos, se detuvo en seco.

¿Qué iba a hacer? Necesitabasangre, sí, pero no la de ella. La sangrede Victoria era peligrosa, porque eraadictiva.

Con un gran esfuerzo, apartó subrazo. Al tocarla notó la calidez de supiel, y un cosquilleo. Quería que ellavolviera a tocarlo, una y otra vez.

«Concéntrate en la humana».

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—Tú —le dijo—. ¿Quieres darmecomida?

La chica lo miró fijamente.—S-sí.—¿Estás nerviosa?—¿Por vos? —preguntó la

muchacha, y después negó con la cabeza—. N-no.

No estaba asustada de él, pero eraobvio que estaba asustada por algo. Sinembargo, él no iba a detenerse por eso.

—Bien. Ven aquí.Riley y Victoria se miraron. Aden

supo que Riley le estaba transmitiendosus pensamientos a Victoria, pero seencogió de hombros. Podían decirse lo

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que quisieran. Él no iba a cambiar sudecisión.

manteniéndose alejada de ella, yAden comprendió de repente que lamuchacha temía a Victoria.

Inteligente por su parte. Victoria laestaba observando con los ojosentrecerrados, y parecía que iba a atacaren cualquier momento. ¿Eran enemigas?No, eso no podía ser.

Riley era muy protector con Victoriay nunca habría permitido que la humanase acercara a ella si fuera su enemiga.Así pues… ¿cuál era el problema?

La muchacha solo se relajó cuandopor fin estuvo a su lado. Hizo una

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reverencia y sonrió.—¿Qué puedo hacer por vos, mi

rey?—Acércame tu brazo.Ella obedeció al instante. Le agarró

la muñeca con la mano y sintió lafrialdad de su piel. Inhaló su olor y loanal-izó. Era fuerte, más especiado quedulce, pero le serviría.

Abrió la boca para morderla…—Espera. Le vas a hacer daño —

dijo Victoria, y en una fracción desegundo estuvo junto a la chica y laapartó de Aden.

La muchacha jadeó y se echó atemblar.

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Aden gruñó.—No tienes colmillos —le dijo

Victoria, alzando la barbil-la—, y vas ahacerle daño. Yo la morderé y…

—No. La morderé yo —respondióAden. Tuviera colmillos o no, sabíaalimentarse. ¿Acaso no se lo habíademostrado a Victoria una y otra vez?

—Yo la morderé —insistió ella,hablando entre dientes—, y despuéspodrás beber.

No le dio opción a protestar.Simplemente, mordió a la chica en elbrazo.

La humana cerró los ojos y gimió deplacer. Un placer que Aden conocía bien

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y anhelaba, pese a su decisión deconservar la frialdad.

Los colmillos de los vampirosproducían una droga que adormecía lapiel y fluía por las venas de la presa,dando calor y proporcionando unincreíble bienestar. Por ese motivo,muchos humanos se convertían enadictos al mordisco.

Pero él no. Él no volvería a seradicto nunca más.

Pasó un segundo y Victoria alzó lacabeza. Tenía los labios manchados desangre, y Aden tuvo el deseo delamérselos. En vez de eso, se concentróen los dos pinchazos que tenía la humana

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en la muñeca. La sangre brotaba deellos, y aquella visión hizo que Adengruñera de nuevo. No perdió el tiempoen recriminarle a Victoria sudesobediencia. Se limitó a tomar lamuñeca de la humana, y a lamer.

Lamió una vez, y después otra, ysaboreó aquella ambrosía. Entoncescomenzó a succionar, y dejó que elnéctar le llenara la boca. Tragó y cerrólos ojos, con la misma sensación deplacer que había experimentado lahumana.

Y, sin embargo, pese a que aquellasangre tenía un delicioso sabor, él eraconsciente de que debería haber sido

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mejor. Debería haber sido más dulce, ytener solo un ligero matiz a especias.

—No tiene colmillos, pero anhelabeber sangre —dijo Riley—. Nuncahabía visto nada semejante.

—Yo tampoco —dijo Victoria contirantez—. Míralo. Está disfrutandocomo un loco.

—¿Disfrutando? A mí no me loparece. Tiene la mirada perdida desdeque se despertó. Le pasa algo.

Aden sabía que estaban hablando deél, pero seguía sin importarle enabsoluto.

—Bueno, pues ella sí que estádisfrutando —añadió Victoria—. Si yo

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no la estuviera sujetando, se frotaríacontra él.

—¿Quieres que te diga que no? —murmuró el lobo—.

Porque estaría mintiendo.—Eres un mal amigo.—Lo que tú digas. Pero no la mates

después. Tuve que prometerle a Laurenque le harías la colada durante unasemana para que me prestara a la chica.Y tuve que prometerle que le harías lacolada para siempre si a la esclava leocurría algo.

—Muchas gracias. ¿Por qué no lepediste un chico a Lauren?

—Esto es solo una suposición, pero

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creo que los humanos no son comonosotros. Ellos no pueden separar laalimentación del sexo. Me figuré queAden preferiría una chica.

—Bueno, ¡pues la está apreciandodemasiado!

Riley arqueó una ceja.—¿Estás celosa?—No. Sí. Es mío —dijo ella.

Después hizo una pausa—.Bueno, lo era. Ahora… me ha

apartado. Dos veces. ¿Lo has visto?—Sí, lo he visto, pero él te quiere a

ti, Vic. Tú lo sabes.—¿De veras? —preguntó ella

suavemente.

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¿De veras?, se preguntó tambiénAden. ¿La quería, aunque en aquelmomento ella no le cayera nada bien?

Porque para querer a alguien, notenía que caerte bien.

Aquella era una lección que habíaaprendido de pequeño, cuando suspadres lo habían abandonado sin miraratrás.

Ellos no le caían bien, pero no habíapodido dejar de quererlos. Por lomenos, al principio. Sin embargo, amedida que pasaban los días entre elestupor que le provocaba la medicación,y cuando los otros pacientes de laclínica mental le pegaban y le

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insultaban, aquel amor se habíatransformado en odio. Y finalmente, elodio también había desaparecido y sehabía convertido en indiferencia. Éltenía a las almas.

Sus almas. ¿Dónde estaban? Noestaban parloteando como de costumbre.No notaba su presencia al fondo de sumente. ¿Las tenía Victoria?

Ella ya no lo estaba mirando. Estabaobservando algo que había por encimade su hombro, y tenía los ojos tan azulescomo antes, sin rastro del verde, elmarrón y el gris.

No, las almas no estaban dentro desu cabeza.

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Debían de estar dentro de él, pero lamedicación las había dormido. Otromotivo para sentir desagrado porVictoria. Las almas eran sus mejoresamigos, y en algunas ocasiones habíansido su único motivo para seguirviviendo.

Ellos odiaban la medicación, y noiban a estar contentos cuando sedespertaran. Ella lo sabía, pero de todosmodos le había obligado a tomar laspastillas.

—Sí —dijo ella, por fin—. Mequiere. Lo sé.

¿Lo sabía? Entonces, iba un paso pordelante de él, porque en aquel momento

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estaba confuso. Pese al rechazo quesentía, también era consciente de la granatracción que le provocaba Victoria. Eraperfecta como una fantasía hecharealidad, y la deseaba, pero no eracapaz de sentir una sola chispa o atisbode ternura.

Mientras pensaba, seguíasuccionando la sangre de la humana, ycada vez se sentía más fuerte. Susmúsculos se expandían, y sus huesosvibraban. Y, vaya, si aquella chicahumana le estaba afectando tanto, ¿hastaqué punto podría afectarle la muchachavampiro?

—Bueno, ya está bien —dijo Riley.

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Se acercó a la cama, agarró a la chica ytiró de ella para alejarla de Aden—.

Márchate —le ordenó.—Yo… yo… —la chica se

tambaleó—. Sí, por supuesto.Entonces sonaron unos pasos y la

puerta se cerró.—Victoria —dijo Riley, y le tendió

la mano a la muchacha vampiro. Aden sepuso en pie de un salto y se colocó entreellos para evitar que se tocaran. Sintióun impulso in-stintivo de proteger algoque era suyo.

—¿Quieres luchar conmigo, o conella? —le preguntó Riley.

—Con ninguno de los dos.

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O con los dos. Tal vez no le cayerabien Victoria, pero seguía deseándola.No quería que la tuviera ningún otro. Elimpulso… Aquellas dos necesidades,opuestas la una a la otra… ¿Qué leocurría? Se sentía como si tuviera dospersonalidades distintas.

—Ya. ¿Y por qué has sacado lasgarras?

¿Garras? Aden se miró las manos.Tenía las uñas prolongadas y afiladas,como si fueran pequeñas dagas quesobresalían de sus dedos.

—¿Cómo es posible?Riley suspiró, y dijo:—O te estás convirtiendo en

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vampiro poco a poco, transformación atransformación, o eres el primer híbridoentre humano y vampiro, que yo sepa.Bueno, ¿vas a retroceder, o tengo queobligarte?

Aden se rió suavemente.—Podrías intentarlo.Claramente, aquella no era la

respuesta que estaba esperando elhombre lobo. Pestañeó y agitó la cabeza.

—Mira, ya resolveremos este asuntodel enfrentamiento entre machosenfadados. A ti te pasa algo, y no séhasta dónde llega el problema. Así pues,creo que deberíamos charlar un pocopara averiguarlo.

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—No me ocurre nada —dijo Adencon cara de pocos amigos, y zanjó—:Ya hemos tenido la charla. Y ahora, dala orden de que mi gente se reúna en elgran salón.

Aquellas palabras tenían un eco deamenaza, y le causaron tanta sorpresa aAden como a Riley. Él acababa deaceptar el trono vampiro, pero nuncahabía pensado que los vampiros fueransu gente. Sin embargo, lo eran, y teníamuchas cosas que decirles.

—A ti te ocurre algo, Aden —insistió Riley—. Ni siquiera haspreguntado por Mary Ann. Se hamarchado y está por ahí, sola, tal vez en

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peligro. ¿Es que ya no te importa?Él notó una chispa de emoción en el

pecho, que se extinguió antes de quepudiera preguntarse qué era, o quésignificaba.

—No le va a pasar nada —dijo.—¿Estás seguro? ¿Te lo ha dicho

Elijah?—Sí, estoy seguro. No, no me lo ha

dicho Elijah.En los ojos de Riley se reflejó la

esperanza, pero se apagó rápidamente.—Entonces, ¿por qué estás tan

seguro?Porque quería estarlo, y en aquel

momento, Aden estaba seguro de que

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siempre conseguía lo que quería. Y, sino lo conseguía, hacía lo necesario paracambiar las circunstancias.

Tal vez sí le ocurriera algo, tal ycomo decía Riley. Sin embargo, no leimportaba. Iba a hablar con su gente, taly como había pensado.

—Tal vez no me hayas oído bien —dijo—. Tienes que ir a reunir a todo elmundo.

—Reúnelos tú —respondió Riley—.Yo voy a buscar a Mary Ann. Victoria,¿vienes?

—No, se queda —dijo Aden. Laspalabras se le escaparon de entre loslabios antes de que pudiera evitarlo.

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Pese a to-do, quería que ella estuviera asu lado.

—¿Victoria? —insistió el lobo.—Yo soy la que le hizo esto —dijo

ella suavemente—. Tengo que quedarmepara asegurarme de que… ya sabes.

Aden no sabía qué significaba aquel«ya sabes», pero tampoco le importaba.Iba a conseguir lo que quería: supresencia. Eso era suficiente por elmomento.

Riley apretó la mandíbula.—Está bien. No te separes de tu

móvil, y llámame si necesitas cualquiercosa. Ten cuidado.

—Sí.

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Riley asintió con tirantez haciaAden, y después se marchó a toda prisa.

Aden ni siquiera miró a Victoriapara darle las gracias.

Él no tenía por qué dar las graciaspor nada, ¿no? Aunque el deseo dehacerlo brotó en su pecho, murió tanrápidamente como se había extinguido laemoción por Mary Ann.

Se acercó a la única ventana de lahabitación, que se abría a un balcón, conla determinación de convocar a su gente.

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Victoria permaneció inmóvil mientrasAden estaba en el balcón, sin hacernada. No estaba hablando con sussúbditos; estaba descalzo, solo, sininmutarse por nada de lo que le rodeaba.Por sus venas fluía la sangre de otrapersona y eso irritaba a Victoria, aunquedebería estar eufórica por ello: Adenestaba vivo. Estaba despierto.

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El balcón dejaba pasar el aire fríode la mañana a la habitación, y Victoriase estremeció por primera vez en suvida.

Hubiera deseado tener un abrigo.¿Por qué Aden no se estremecía?

Tenía el torso desnudo, y Victoriaadmiró su cuerpo musculoso. Mirandolo que no debía mirar; qué humano porsu parte. Antes, Aden se habría sentidoorgulloso de ello. En aquel momento…

ella ya no sabía lo que estabaocurriendo en su cabeza. Solo sabía queRiley tenía razón, que a Aden le sucedíaalgo. No era la misma persona queantes. Era más frío, más duro.

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Era desafiante.A los vampiros les encantaba

desafiar a los que consideraban másdébiles y vulnerables que ellos. Y losdébiles y vulnerables tenían que aceptaraquellos desafíos, o se veríancondenados a la esclavitud para toda laeternidad. De todos modos, cuandoperdían también eran condenados a seresclavos. La diferencia era que alaceptar el desafío, al menos se librabandel escarnio y la tortura.

Aquellas reglas las había dictadoVlad, por supuesto. Él despreciaba ladebilidad y la cobardía, según decía, ylos desafíos eran una manera de cribar a

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aquellos que no estaban a la altura.¿Acaso Aden tenía pensado desafiar

a todo el mundo?Hubo un movimiento en el cielo,

algo que captó la atención de Victoria.Alzó la vista y vio pasar un pájaronegro.

Después, unas nubes grises ocultaronel sol. Su madre habría dicho que losángeles estaban patinando en el cielo.

Su madre. Cuánto la echaba demenos. Hacía siete años que estabaencerrada en una prisión de Rumanía,debido a la acusación de haberproporcionado a los humanosinformación sobre los vampiros. Vlad

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había prohibido a sus súbditos inclusoque pronunciaran su nombre. Edina elCisne.

Victoria sintió un escalofrío alpensar en su madre. La rebelión era algomuy nuevo para ella.

Cuando Aden había ganado el tronode los vampiros, había liberado a sumadre por petición suya. Ella esperabaque su madre se teletransportara aCrossroads para que pudieran estarjuntas otra vez, pero Edina habíapreferido permanecer en su tierra natal.

Como si Victoria no fuera losuficientemente importante.

Ella quería ser importante para

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alguien, y lo había sido para Aden.Desde el primer momento en que sehabían visto, él había hecho que sesintiera especial. Pero ahora…

Se acercó a él con un nudo en elestómago. Él siguió concentrado en elbosque que rodeaba a la mansión. Ellatuvo ganas de tomarle la mano, pero nosabía cuál sería su reacción…

—Creo que deberías volver atrás enel tiempo —dijo. Lo había pensadobien. Si Aden volvía a la noche en queTuck-er lo había apuñalado, podríaevitar todo aquello. Evitaría no solo supropio apuñalamiento, sino también elintento de transformarlo en vampiro para

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salvarle la vida.—No.—¿No? ¿Así de fácil?—Así de fácil.—Pero, Aden, podrías pararle los

pies a Tucker de una vez por todas.—Hay muchas cosas que pueden

salir mal, y no sabemos lo que ocurriríaen la nueva realidad. Podría ser muchope-or que esta.

—Solo hay una manera de saberlocon certeza.

—No.Qué rotundo. Le recordaba a su

padre.—Está bien —dijo ella, con un

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escalofrío.ni una sola flor, pero los matorrales

eran amarillos y naranjas. En el centrodel patio había un círculo de metal muygrande. Era una marca dibujada en latierra, hecha de círculos que seentrelazaban. El metal podía moverse yabrirse; formaba una plataforma quedescendía hacia una cripta. Y en aquellacripta estaba enterrado su padre.

Sin decir una palabra, Aden se subióa la barandilla y se irguió.

—¿Qué estás haciendo? ¡Hay variospisos! ¡Baja!

Él dio un salto hacia el exterior y aVictoria se le escapó un grito mientras

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se asomaba con el corazón en vilo,viéndolo caer, y caer… y aterrizar.Aden no se dio un golpe violento, ni sehizo daño. Cayó agachado, después seestiró y salió del patio con movimientosgráciles y una determinación letal.

Victoria había hecho lo mismocientos de veces. Tal vez por eso novaciló, y lo siguió.

—¡Aden, espera!Mientras caía hacia la superficie

plana y dura del suelo, recordó que teníauna piel nueva, una piel humana. Moviólos brazos y las piernas para intentardetener la caída, pero era demasiadotarde. Ella…

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Impactó con el suelo.Sus rodillas vibraron a causa del

golpe, y se desplomó descoyuntó y lecausó un daño insoportable. Se quedóallí temblando, de frío y de dolor,derramando lágrimas calientes que lequemaban la piel de las mejillas.

Algunos minutos después oyó unospasos y, de repente, percibió el olor deAden en el aire. Aquel perfumeasombroso a… Victoria frunció el ceño.Olía distinto. Seguía siendomaravilloso, pero diferente. Le resultabafamiliar.

Era un olor a sándalo y a pino. Erauna esencia mística muy antigua, pero

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que estaba muy viva, y tan especiadacomo la de la chica humana.

«No voy a permitir que los celos seadueñen de mí».

Victoria abrió los ojos, sin sabercuándo los había cerrado, y vio queAden se estaba inclinando hacia ella conuna expresión tan impertérrita comoantes. El pelo negro le caía sobre losojos. Ojos de un increíble color violeta.

Desde que lo conocía, lo había vistocon los ojos de color dorado, verde,castaño, azul y negro, pero el violeta nohabía aparecido hasta que habían pasadoaquel tiempo en la cueva.

Él le tendió la mano. Ella pensó que

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era para ayudarla, y sonrió débilmente.—Gracias.—Yo no daría las gracias si fuera tú

—respondió él.La agarró del hombro y se lo colocó

en su sitio. Entonces fue cuando Victoriasupo lo que era el dolor de verdad.

Se le escapó un grito horrendo,desgarrador, que espantó a los pájarosde los árboles.

—De nada —dijo él mientras seerguía.

—La próxima vez… —susurró ella.—No habrá próxima vez. No vas a

volver a saltar desde el balcón.Prométemelo.

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—No, yo…—Prométemelo —insistió él.—Deja de interrumpirme.—Está bien.Aden no le dio ninguna explicación,

y ella preguntó con enfado:—¿Por qué saltaste? Podías haber

bajado por el interior de la casa.Y haberle ahorrado un ataque de

pánico y la dislocación del hombro.—Así era más rápido —dijo él. Se

dio la vuelta y se alejó.De nuevo.—Espera.Él no esperó.Victoria reunió fuerzas y se puso en

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pie. Aunque le temblaban las rodillas,consiguió mantenerse en pie. Comenzó aandar detrás de Aden, pero él no se giróhacia ella ni una sola vez. No leimportaba si le seguía o no, y eso ledolió más que la lesión del hombro.

—¿Por qué quieres hablar con todoel mundo? —le preguntó.

—Hay que aclarar unas cuantascosas —respondió Aden.

Se acercó a la entrada de la casa ysubió los escalones del porche. Sedetuvo ante la gran puerta arqueada.Había pocos vampiros en el jardín aaquellas horas del día, pero cuando lovieron, rápidamente se inclinaron ante

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él.Pasó un minuto.Pasaron varios minutos.—Eh… Aden. Si quieres entrar en la

casa, tendrás que atravesar la puerta.Quedarte aquí plantado no te va a servirde nada.

—Ya lo sé. Pero antes estoyobservando lo que es mío.

Una vez más, parecía su padre. ODmitri, su antiguo prometido. Victoriasintió desagrado, porque no le teníademasiado afecto a ninguno de los doshombres. Ojalá Aden volviera a sernormal cuando se le pasara el efecto delas pastillas.

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¿Qué iba a hacer ella si no era así?Bueno, no iba a pensar en eso en

aquel momento. Ayudaría a Aden en lareunión y lo protegería, y más tarde sepreocuparía de lo demás.

—¿Y te gusta lo que ves? —lepreguntó, mientras recordaba la primeravez que había llevado a Aden a lamansión.

Era una residencia de estilo reinaAna, con torres asimétricas, piedragótica y ventanas estrechas convidrieras.

Todo estaba pintado de negro.—Sí.Las respuestas de una sola palabra

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eran exasperantes, pensó Victoria.Por fin, él abrió la puerta y entró.

Miró a su alrededor por el granvestíbulo y observó las paredes negras,la alfombra granate y el mobiliarioantiguo, y frunció el ceño.

—Conozco la distribución de lacasa. Hay treinta dormitorios, casi todosen el piso superior. Hay veinte chime-neas, un salón enorme, una sala del tronoy dos comedores.

Sin embargo, yo nunca he estado enellas. Solo he estado en este vestíbulo,en tu habitación y en el patio trasero.

¿Cómo es posible que conozca lacasa?

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Buena pregunta.—Tal vez durante todos estos días

hemos estado intercambiando recuerdos.—Tal vez. ¿Recuerdas tú algo de

mí?Oh, sí. Sobre todo, las palizas que

había recibido en algunos de loshospitales mentales en los que habíavivido.

Victoria deseaba castigar a losculpables. También recordaba elaislamiento que había sufrido en variosde los hogares de acogida en los quehabía estado; los padres ad-optivostenían miedo de él, pero lo cuidaban acambio del cheque que les pagaba el

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gobierno. Por no mencionar el rechazoque le habían demostrado siempre loschicos de su edad, que lo considerabandemasiado distinto a ellos, demasiadoraro.

Por eso, no podía alejarse de él enaquel momento. Por muy distante o pormuy extraño que estuviera, no iba arechazarlo.

—¿Y bien? —insistió él.—Sí, recuerdo cosas —respondió

Victoria. Sin embargo, no le dijo qué—.¿Y tú? ¿Recuerdas algo específico sobremí, aparte de esta casa?

Aden reflexionó durante unmomento.

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—Sí, recuerdo algo.—¿Qué?—Cuando llegaste a Crossroads,

atraída por la explosión sobrenaturalque ocasionamos Mary Ann y yo sinsaberlo, me viste a cierta distancia ypensaste que debías matarme.

Oh. Vaya.—Lo primero es que yo ya te había

contado eso. Y lo segundo es que,sacado de contexto, parece mucho peorde lo que fue.

—¿Quieres decir que las ganas dematarme son mejores cuando están encontexto?

Ella apretó los dientes.

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—No, pero se te olvida que paranosotros, esa atracción irresistible eraalgo muy raro. No sabíamos por qué noshabías llamado, ni lo que teníasplaneado hacer con nosotros, ni siestabas ayudando a nuestro enemigo.

Nosotros…—Enemigos.—¿Cómo?—No tenéis solo un enemigo, sino

muchos. De hecho, la única raza con laque no estáis en guerra son los lobos, yellos también lucharían contra vosotrossi la lealtad no formara parte de sunaturaleza.

Bien, bien. Una emoción en Aden.

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Aunque no era la que ella hubieradeseado. Se sentía decepcionado, y ellano entendía por qué.

—Tú no sabes las cosas que hanocurrido entre las razas durante el pasode los siglos. Has vivido en tu burbujahumana sin conocer a las criaturas quepueblan la noche, y no puedes sabernada de ellas.

—Pero sí sé que se pueden forjaralianzas.

—¿Con quién? ¿Con las brujas?Ellas saben que ansiamos su sangre, yque no podemos controlar nuestroapetito en su presencia. Se reirían en tucara si les ofrecieras una tregua. ¿Y con

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las hadas? Nos alimentamos de loshumanos a quienes ellos consideran sushijos. Nos aniquilarían si pudieran. Note olvides del príncipe de las hadas aquien tú mataste, ni de la princesa de lashadas que vino a vengarlo porque era suhermano. ¿Y los duendes? Son seres sincerebro que solo se preocupan por susiguiente comida, que normalmente es decarne viviente. Nuestra carne.

¿Continúo?—Sí. Explícame por qué lucháis

contra otras facciones de vampiros.—Explícame tú a mí por qué unos

humanos luchan contra otros.—La mayoría de los humanos desea

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la paz.—Pero no han encontrado la manera

de preservarla.—Ni los vampiros.Permanecieron unos minutos

mirándose de un modo desafiante, ensilencio. Ella estaba jadeando otra vez,porque el hombro le dolía mucho.

—Aden —dijo, suavizando su tonode voz—. La paz es algo maravilloso,pero algunas veces es algo equivocado.¿Tú estarías dispuesto a poner la pazpor delante si mi padre quisiera lucharcontigo para arrebatarte el trono, olucharías?

—Lucharé —respondió él sin

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vacilación—. Después haré la guerracontra las demás facciones de losvampiros hasta que acepten a su nuevorey, y si no lo aceptan, los aniquilaré.Daré ejemplo, y finalmente, alcanzaré lapaz.

El hecho de hacer la guerra a todacosta era la ideología de Vlad elEmpalador; Aden Stone nunca habíaapoyado aquella teoría. Era la segundavez, en menos de cinco minutos, queAden hablaba igual que su padre. Y latercera vez aquel día.

Ella comenzó a asustarse.¿Acaso había partes de su padre que

estaban atrapadas en Aden, y que lo

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guiaban? ¿Y cómo era posible? Aden sehabía enredado en sus recuerdos, no enlos de su padre. A menos que… ¿Eranaquellas sus creencias? ¿Se las habíatransmitido junto a un montón derecuerdos?

Vlad siempre había pensado que loshumanos eran comida y nada más,aunque él hubiera sido humano una vez,y había educado a sus hijos para quepensaran lo mismo. Y su padre no solose creía superior a los humanos, sino atodas las demás razas. Era el rey dereyes, el señor de los señores. La paz noera más que algo secundario, y elcamino para conseguir aquella paz era

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violento y sanguinario.Después de conocer a Aden y ver lo

que estaba dispuesto a aguantar poraquellos a quienes quería, toda laperspectiva de Victoria había cambiado.Vlad destruía, Aden restauraba. Vladdisfrutaba con la desgracia de losdemás, Aden lloraba. Vlad nunca se veíasatisfecho con nada, Aden encontrabaalegría allí donde podía.

—¿Te has distraído?Victoria lo miró. ¿Estaba sonriendo?

No. No era posible.Eso significaría que ella le había

divertido.—Sí. Disculpa.

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—Deberías… —Aden se quedócallado de repente y movió la cabeza—.Viene alguien.

Ella miró hacia arriba y vio a doschicas bajando las escaleras.

Ambas llevaban túnicas negras.—Mi rey —dijo una de ellas, y se

detuvo en el antepenúltimo escalón. Allíhizo una reverencia perfecta.

—Mi… Aden —dijo la otramuchacha, que se detuvo también. Sureverencia fue menos perfecta, pero talvez porque estaba mirando a Aden comosi fuera un caramelo.

Victoria sabía que ella no se sentíaatraída por él. Lo que en realidad la

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atraía de Aden era su poder, y ese era elmotivo por el que la chica habíadesafiado a Victoria para arrebatarle susderechos sobre el nuevo rey.

Según las leyes de los vampiros,cualquiera de ellos podía retar a otrovampiro para quedarse con los derechossobre un esclavo de sangre humano.Aunque Aden fuera el rey, seguía siendohumano, o al menos lo era cuando aqueldesafío se había producido. Draven, lamuchacha vampiro, había aprovechadola ventaja para intentar apartar aVictoria del rey y convertirse en reina.

Todavía tenían que luchar y, pronto,Aden tendría que anunciar el momento y

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el lugar.Victoria anhelaba poner a Draven en

su sitio, en la cripta del jardín. Tal vezfuera más parecida a su padre de lo quepensaba.

—Vaya, mira quién ha decididodejar de esconderse en su habitación —dijo Draven, mirándola—. Qué valiente.

—Tú podías haber ido a llamar a mipuerta cuando hubieras querido. Mepregunto por qué no lo has hecho.

Draven le mostró los colmillos.—Maddie. Draven —dijo Aden para

acabar con la conversación, y sin más,les ordenó—: Esperadme en el salón deltrono. Deseo hablar con todos los

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residentes de la mansión.—¿Y de qué va esa reunión? —

preguntó Draven, abanicándolo con laspestañas.

—Lo sabrás al mismo tiempo quelos demás.

Victoria se alegró mucho al oíraquella respuesta brusca, y Draven tuvoque hacer un esfuerzo por disimular suira.

Cuando lo consiguió, pasó el pesodel cuerpo de un pie a otro y comenzó ajuguetear con un mechón de su pelo,enroscándoselo en el dedo índice.

—¿Puedo estar a tu lado en elestrado del trono?

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—No, no puedes, pero puedessentarte en los escalones del estrado.Quiero que estés cerca de mí.

Draven miró a Victoria conpetulancia.

—¿Porque soy muy bella y nopuedes apartar los ojos de mí?

Aden frunció el ceño.—No. Lo cierto es que no me fío de

ti, y quiero verte las manos. Si llevasalgún arma, se te acusará de traidora yserás encarcelada.

Draven palideció.—¿Có-cómo?Victoria decidió que le gustaba

mucho aquel nuevo Aden.

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—No deberías haberlo hecho.¿Podemos cambiarnos de ropa antes deentrar en el salón, majestad? —preguntóMaddie suavemente, y cuando Adenasintió, se llevó a su hermana antes deque pudiera decir algo más.

Victoria se quedó sin palabras.Aquello había sido espectacular.

Aden caminó hasta la pared quehabía frente a ellos y alzó el cuerno dela llamada que estaba allí colgado. Eraun cuerno de oro labrado en forma dedragón. Se puso la boquilla en loslabios.

—Espera. ¿Qué vas a hacer? No…—Victoria corrió hacia él para

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detenerlo, pero no llegó a tiempo. Portoda la mansión resonó el bramido delcuerno, reverberando contra las paredesy el suelo—. No hagas eso —dijo ella.

Sin embargo, Aden sopló una vezmás, y Victoria se pellizcó el puente dela nariz. Cuando el sonido cesó, se hizoun silencio extraño, ensordecedor.

—¿Por qué?—Porque es solo para las

emergencias.—Esto es una emergencia.—¿De veras?—Sí. He llamado a mis vampiros de

una manera eficiente y rápida.—Sí. También has llamado a tus

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aliados, y les has hecho saber a tusenemigos que necesitas ayuda. Espera.Voy a decirlo de otro modo: hasllamado a los aliados de mi padre y…Por si no te acuerdas, él quiere quemueras, y ahora tendrá ayuda. Porquecuando aparezca, sus aliados leofrecerán su ayuda a él, y no a ti.

Eso significaba… que su hermanoiba a volver, pensó Victoria. Suhermano volvería y le ofrecería su ayudaa su padre.

¿Qué iba a hacer ella si su hermanose enfrentaba a su novio?

Victoria siempre había odiado eldecreto que la había obligado a

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separarse de Sorin, y esperaba que undía él fuera en su busca, pero Sorinnunca lo había hecho. Ninguno de losdos estaba dispuesto a arriesgarse asufrir la ira de su padre. Sin embargo,ella lo había espiado algunas veces, lohabía visto flirtear con las mujeres antesde mutil-ar sin piedad a los vampiroscon los que se entrenaba.

Ella siempre lo había visto como unmocoso irreverente con tendenciasasesinas, y se preguntaba qué pensaría élde ella, y si le importaba algo. Sorinsiempre había sido un fiel seguidor desu padre.

Que Aden venciera a su padre era

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algo difícil, pero, ¿que venciera a supadre y a su hermano? Imposible.

Ella hablaría con Sorin y le pediría,por piedad, que no luchara contra Aden.Y si ella se lo pedía, él… Bueno, nosabía lo que haría su hermano.

—Si lo que estás diciendo es cierto—le dijo Aden—, tu padre habríavenido aquí y habría utilizado el cuerno.Pero no lo ha hecho, y eso significa queno quiere llamar a nadie.

—Yo…Victoria no tenía ningún argumento

más, y Aden estaba en lo cierto. Pero detodos modos…

Aden se encogió de hombros.

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—Que vengan.¿Qué haría falta para sacarlo de

aquel estado de indiferencia y frialdad?—Algunos se teletransportarán hasta

aquí. Otros viajarán como los humanos,pero todos vendrán para hacerte daño.

—Ya lo sé. Y eso está bien. Quieroliquidar a mis opositores rápidamente,de una vez.

—Mi hermano estará entre los quevengan.

—Ya lo sé.—¿Y no te importa?—Morirá, como los demás.No, estaba claro que no le

importaba. Victoria se quedó mirándolo

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fijamente, en silencio.—¿Quién eres tú? —le preguntó. El

Aden a quien ella conocía nunca habríapensado de una manera tan cruel.

—Soy tu rey —respondió él, y laobservó con suma atención—. A no serque decidas ponerte del lado de tupadre.

—¿Por qué? ¿Me matarías a mítambién?

Él se quedó pensativo, como siestuviera ponderando la respuesta.

—No importa —dijo ella. Aquellaconversación la estaba poniendo de muymal humor—. Pero mi hermano…

—No vamos a discutir eso. Hasta

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que Vlad no aparezca, no podemosempezar la guerra—. Y hay queempezarla para que pueda terminar. Nopodemos hacer una cosa sin la otra.

—Me estás frustrando.Aden se encogió nuevamente de

hombros, pero detrás de aquel gesto dedespreocupación había algo deinsegurid-ad. Victoria lo notó en laexpresión de su rostro. Primero,pensativo, y después, inseguro. Tal vezno le gustara frustrarla.

Sin embargo, perdió toda esperanzacuando él le dijo:

—Bueno, ya está bien. Tenemoscosas que hacer.

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Se encaminó hacia la sala del tronopara mantener su preciosa reunión.

De nuevo, Victoria tuvo que seguirlocomo si fuera un cachorrito. Y enaquella ocasión no necesitó que Elijahle dijera que iban a suceder cosasmalas.

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Aden entró en la gran sala descalzo,pisando la lujosa alfombra roja queconducía hasta su trono. Había marcasnegras tejidas en aquella alfombra, y porprimera vez, él sintió todo el poder queirradiaban. Penetró en su cuerpo por lospies, y a cada paso ascendió por suspiernas, por su torso, por el pecho, losbrazos y la cabeza.

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Inhaló profundamente; el zumbidoconstante que tenía en la cabeza cesó yexperimentó un momento de claridad.

De… emoción. De repente era Aden,no el rey vampiro sin sentimientos enque se había convertido. Sentía. Sentíaculpabilidad, alegría, remordimiento,excitación, tristeza…

amor.Estiró el brazo hacia atrás porque

necesitaba tocar a Victoria, aunque fuerade un modo tan ligero. Sabía que estabatras él.

Oyó una pausa, un jadeo desorpresa. Ella entrelazó los dedos conlos de él, tímidamente.

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—¿Aden?—¿Sí?Él se detuvo y ella chocó contra su

espalda. Entonces, Aden la sujetó y laestrechó contra sí, como si fuera la piezade un rompecabezas que le faltaba.

—Tus ojos… están normales —dijoella, en un tono esperanzado.

¿Normales?—¿Debo entender que eso es algo

bueno?—Muy bueno.Aden miró a su alrededor, y se fijó

en los candelabros negros que sealineaban junto a las paredes, y en lascolumnas gruesas de mármol.

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—No puedo creerlo —dijo, conasombro al verse allí—.

Olvida el peligro que he provocadoal soplar el cuerno. He convocado aquía todo el mundo para enseñarles unacosa, y esa cosa puede matarlos.

—¿Qué cosa?—Estoy demasiado avergonzado

como para decirlo. Necesito…sentarme.

Entonces, Aden volvió a caminar.Cuando llegó al trono, se sentó, rodeadode velas encendidas y humeantes.

El zumbido comenzó a vibrar denuevo en su cabeza. Un segundo despuéssonó un rugido apagado, pero de todos

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modos, brutal y salvaje. Y entonces, elvelo de emoción se levantó de nuevo ylo dejó helado e hirviendo al mismotiempo. Sin embargo, ninguna deaquellas sensaciones pudo superar sudeterminación de llevar a sus vampiroshacia la victoria contra Vlad.

—Estoy tan contenta que podríaecharme a llorar. Qué pasa me vuelvomás humana. Y eso está bien, ¿no crees?Victoria se agachó ante él con una gransonrisa y posó con suavidad las palmasde las manos en sus muslos. Sinembargo, su sonrisa desapareciólentamente—. Tus ojos —dijo.

—¿Qué les pasa?

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—Están de color violeta otra vez.Muertos.

Él se encogió de hombros.—¿Tengo a Fauces dentro de la

cabeza?Ella frunció el ceño y se irguió.—No. Está conmigo.Aden la miró de pies a cabeza.

Llevaba un vestido largo de color negro,de tirantes muy finos. Con solo dostirones suaves, el vestido caería al sueloy él podría beber de su cuello, de supecho, incluso de sus muslos. Enrealidad, de cualquier lugar quequisiera.

Tuvo que agarrarse a los brazos de

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oro macizo del trono para asegurarse deque sus manos se comportaban como eradebido. ¿De dónde salían aquellospensamientos? Un poco antes ni siquierasabía si le gustaba aquella chica, ¿yahora se imaginaba desnudándola ydándose un festín con ella?

—¿Estás segura de lo de Fauces? —le preguntó con la voz ronca.

—Completamente segura. Estoytatuada desde el cuello a los tobillospara tenerlo bajo control, pero de todosmodos lo oigo.

Un milagro del que él no pidióninguna prueba.

—Será mejor que hablemos de esto

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mañana, cuando se te haya pasado elefecto de la medicación, ¿de acuerdo?

Aden observó sus labios mientrasella hablaba. Eran rojos y carnosos, yquiso morderlos. Tal vez no hubieratomado sangre suficiente de la chicahumana. Estaba claro que no. De locontrario, no se le estaría haciendo laboca agua. No le dolerían las encías yno tendría espasmos musculares.

—¿Aden?Él estuvo a punto de saltar desde el

trono y abalanzarse sobre ella. Si nodejaba de mirarla, lo haría.

—Colócate detrás de mí.La orden sonó con mucha más

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aspereza de la que él hubiera querido,pero no se disculpó.

Ella se quedó muy sorprendida, ydespués, entrecerró los ojos deirritación. Sin embargo, se situó detrásde él, tal y como Aden le había pedido.

En aquel momento sonó el gemidode una mujer, seguido del gruñido de unhombre. Por instinto, Aden se llevó lasmanos a los tobillos para sacar lasdagas que siempre llevaba en las botas.

Sin embargo, en aquella ocasión notenía ninguna daga.

Estaba descalzo.No importaba. Se puso en pie y

paseó la mirada por la sala. Sus

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súbditos todavía no habían entrado;estaban reuniéndose a la entrada delsalón, especulando sobre lo que él podíadesear. ¿Cuánto tiempo iban a…?

Por la puerta de la izquierda entróuna pareja que iba besándoseapasionadamente. Se apoyaron en unacolumna y se acariciaron sin percatarsede que no estaban solos. No debían dehaber oído nada de la reunión.

Aquello. En el salón de su trono. Sinsu permiso.

Aden se puso furioso. Sin embargo,en parte también sintió diversión. Y talvez, incluso, un poco de envidia.

Victoria emitió un jadeo de asombro

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al darse cuenta de lo que estabaocurriendo. Aden no tuvo que darse lavuelta para saber que estaba muyruborizada.

Esperó hasta que la pareja terminócuando el chico se estaba subiendo lacremallera de los pantalones y, la chica,colocándose la túnica. Una túnica muyparecida a la de Victoria: negra, larga,de tirantes, fácil de quitar. «No piensesen eso». La pareja tenía suerte de quelos demás no hubieran terminado dedeliberar en la entrada.

Aden carraspeó mientras se sentabaen el trono.

El chico se volvió hacia él, y lo

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primero que vio Aden fue lasperforaciones perfectas que tenía en elcuello, coincid-entes con los ojos de laserpiente que tenía allí tatuada. Deambos agujeros brotaba un néctar rojo.

A él se le hizo la boca agua denuevo. ¿Estaría babeando?

Al verlo, la muchacha gritó dehorror y cayó de rodillas con la cabezaagachada.

—Majestad, lo siento muchísimo.No debería haber entrado aquí sinvuestro permiso. Me arrancaré el pelo yla piel, o me tiraré por un acantilado.Solo tenéis que decirlo.

Nunca os habría ofendido

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intencionadamente.—Calla.Sangre. Saborear…Debía de haber hecho ademán de

levantarse, porque Victoria le puso unamano en el hombro para mantenerlosentado. Podría habérsela apartado,pero no lo hizo. Le gustaba sentir aquelpeso, por muy ligero que fuera. Legustaba saber que podía agarrarla de lamuñeca y sentarla en su regazo, yacercarse a su cuello. Tener su sangre enla boca.

Respiró profundamente varias veces.Aquel apetito de sangre se mitigó, perosolo un poco. Poco, pero suficiente.

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—Hola, Ad —dijo el muchacho.Aden observó la cara de aquel

chico, a quien había visto todos los díasdurante los meses anteriores. Era unacara curtida, con algunas cicatrices.

—Seth, ¿qué estás haciendo aquí?Seth sonrió.—He venido a buscarte. Dan está

preocupado. Todos estamospreocupados.

Aden sintió una ráfaga deemociones, y la más intensa de todas fuela culpabilidad. Sin embargo, todo seevaporó al segundo.

—¿Cómo me has encontrado?—Por Shannon. Él siguió a tu amigo

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Riley, que había ido a tu habitación arecoger las medicinas.

Shannon vivía en el Rancho D. y M.y había sido su compañero dehabitación. Era un buen chico. Además,parecía que tenía habilidades derastreador que él no conocía.

—Sin embargo, admito que no meesperaba nada de esto —dijo Seth, ehizo un gesto con la mano para abarcaraquella sala de aspecto gótico—.¿Vampiros? Es increíble.

Aden volvió a mirar a la chica, queseguía de rodillas, y que estaba llorandoen silencio.

—Ya basta. Tenías permiso para

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estar aquí. Convoqué a todo el mundopara una reunión. Ahora, levántate ysiéntate.

—Gracias. Gracias, majestad.La muchacha se irguió, aunque no

tuvo el valor de mirar a Aden, yretrocedió para obedecer.

En parte, él sintió satisfacción porello, pero también sintió angustia.

—¿Te han reclamado como esclavode sangre? —le preguntó a Seth.

—¡No! Yo no soy el esclavo denadie —respondió Seth, sacudiéndosedel hombro una mota de polvoimaginaria—.

Aunque lo han intentado, sí. Un tipo.

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Hasta que le mencioné lo amigos quesomos tú y yo, y salió corriendo. Sinembargo, eso ha tenido un efectocontrario en las chicas.

He tenido barra libre.¿Amigos? Hacía poco tiempo, Seth

quería hacerle pedazos y esparcir esospedazos por el rancho.

—¿Cuánto tiempo llevas aquí? —lepreguntó Victoria—.

¿Cuántas veces te han mordido?—No llevo mucho tiempo. Y me han

mordido muchas veces.—¿No tienes síntomas de haber

perdido mucha sangre?¿Y no estás deseando que vuelvan a

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morderte? —siguió preguntándoleVictoria.

—¿Esto es un interrogatorio, o qué?No, no tengo síntomas.

Y sí, lo estoy deseando. ¿Quién iba aimaginarse que esos colmillos fueran tandivertidos?

Aden oyó la respiración profunda deVictoria. Ella estaba preocupada yconfusa.

—Pero no tienes los ojos vidriosos.—Ya lo sé. Tengo unos ojos

maravillosos.—Pero ¿cómo es que no te has

convertido en un esclavo de sangre,cómo es que no te has hecho adicto a los

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mordiscos?—Tal vez todavía no me ha mordido

la chica adecuada.¿Quieres intentarlo tú?Victoria puso los ojos en blanco de

exasperación, y Aden tuvo que apretarlos dientes. Flirtear con la princesaestaba prohibido. Para siempre.

—¿Sabe Dan dónde estás?—Eh… Bueno, en realidad no.—Entonces, ¿desapareciste como

yo? ¿Le has causado más preocupación?—De todos modos, tampoco puedo

contarle lo que he descubierto, ¿nocrees?

Los vampiros habían empezado a

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entrar en la habitación y los estabanmirando con curiosidad. Aden sentía eldeseo de sus bestias. Aquellosmonstruos querían estar con él, tocarlo.Le habían echado de menos.

—¿Y los otros chicos? —preguntóél, continuando la conversación conSeth. Era el rey, y podía hacer lo quequisiera—. ¿Cómo están?

—Bien. Terry y R.J. se van a mudar,tal y como estaba previsto.

De hecho, se van la semana queviene. Ah, y Dan ha pillado a Shannon ya Ryder juntos.

—¿Qué?Aden sabía que Shannon era gay, y

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sabía que Ryder le gustaba. Sinembargo, Ryder había estado tratandomuy mal a Shannon desde que el chicose le había insinuado.

—¿Qué dijo Dan?—Se portó muy bien. Les dijo que

ninguno de los demás podemos tenercitas mientras vivamos en el rancho, asíque ellos tampoco lo tienen permitido.No pueden estar juntos a solas, ni nadade eso.

Dan era incluso mejor tipo de lo quehabía pensado Aden, y ya pensaba queera muy bueno.

—Tienes que volver.—Ni hablar. Este sitio está muy

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bien. Las chicas vienen a mí como lasmoscas a la miel.

—¿Ha habido peleas por ti?Seth se infló.—No quisiera parecer engreído,

pero… Bueno, en realidad, sí ha habidouna pelea. Hace unas horas.

Y la perdedora había pasado a seruna esclava.

—Vas a volver al rancho, y es unaorden —dijo Aden. Al hacerlo, sintióalgo por dentro, como una especie decalor, que envolvía las palabrasmientras salían de su boca.

Seth se irguió bruscamente y susojos quedaron apagados.

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—Sí. Voy a volver.Se dio la vuelta y recorrió la

alfombra roja, hacia la salida, sin deciruna palabra más. Asombroso.

—Espera —dijo Victoria, con ciertotono de pánico.

Seth continuó andando.—¡Espera! —gritó ella.Seth no se detuvo.—Aden, haz que se pare —le rogó.—¡Seth, párate!Seth obedeció, aunque no se dio la

vuelta.—Dile que olvide el tiempo que ha

pasado aquí. Dile que no existen losvampiros.

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—¿Y me va a creer? ¿Tan fácil?—Sí.Aden lo dudaba, pero sin saber por

qué, quería complacer a Victoria enaquello. Al final, dijo:

—Seth, vuelve con Dan. Dile que mehas encontrado, que estoy bien y quevivo en otra parte, pero no menciones alos vampiros.

—Volver. Dan. Encontrar. Bien.Nada de vampiros.

Entonces fue cuando Aden cayó en lacuenta de lo que estaba ocurriendo.Aquella era la voz de mando de losvampiros, la habilidad de hablar ymanipular. En aquel momento, él la

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estaba utilizando. No sabía cómo, y nosabía si iba a durarle mucho, peroestaba dispuesto a disfrutar de ella.

—Dile que nos olvide —le pidióVictoria—. Por favor.

—No.—¿Por qué?Porque para él sería útil tener un

aliado humano, y porque tener ojos yoídos en el exterior de la mansión erauna ventaja.

—Seth, márchate.Seth se fue y Aden se quedó solo con

sus vampiros. La sala ya estaba llena;había un mar de caras pálidas, tantomasculinas como femeninas. Draven

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estaba en primera fila, con una sonrisafalsa en los labios.

Lauren y Stephanie también estabanen primera fila, y lo estaban mirandocon cara de pocos amigos. Su gestoceñudo, sin embargo, no empañaba labelleza de las dos muchachas vampiro.Ambas eran rubias. Una tenía los ojosazules y, la otra, verdes. Una era unaguerrera, y la otra quería ser humana.

También estaban allí los miembrosdel Consejo Real, más pálidos que elresto de los vampiros, porque habíanvivido mucho más tiempo y ya notoleraban la luz del sol.

Todos los vampiros vestían de

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negro, y los esclavos de sangre, con unatúnica blanca. Blanco y negro, blanco ynegro, entremezclados e hipnóticos.

Los hombres lobo estaban al fondo,protegiendo a los vampiros, yobservándolo a él con cautela. Aunquelos vampiros lo siguieran ciegamente,los lobos nunca lo harían. Servirían aaquel que fuera coronado rey, pero Adensabía que tendría que trabajar duro paragranjearse su consideración.

—Os he convocado aquí por dosrazones —dijo, sin dignarse a ponerseen pie—. La primera, para recordarosque estoy vivo, y en perfecto estado.

Murmullos. Aden no supo si eran de

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aprobación o de desaprobación, perotampoco se preocupó por ello.

—La segunda, para recordaros loque puedo hacer. Bestias —dijo parahacer una demostración—, venid a mí.

Todas las caras se llenaron dehorror. Alguien gimoteó.

Otros gruñeron. Tras él, oyó ungrito. Entonces, unas sombrascomenzaron a elevarse por encima delos vampiros.

Todas ellas tenían alas oscuras quese extendieron por el aire.

Poco a poco, aquellas sombras sesolidificaron y se convirtieron enmonstruos salidos de una pesadilla.

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Tenían los ojos rojos y brillantes y unhocico enorme. Tenían el cuerpo dedragón y las patas en forma de garra.

Los vampiros comenzaron a chillar ya correr para alejarse. Aquellosmonstruos estaban dentro de ellos, perono podían controlarlos. Y, normalmente,una bestia iba primero a atacar a suhuésped, y lo pisoteaba y lomordisqueaba hasta que quedaba hechopapilla dentro de su piel irrompible. Enaquella ocasión, las bestias corrieronhacia Aden.

Él se levantó y miró hacia atrás paraasegurarse de que Victoria estaba bien.Ella tenía la espalda pegada a la pared

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más alejada, y los ojos muy abiertos,llenos de miedo.

Fauces estaba a su lado, rascando elsuelo con las garras, intentandocontenerse, con las ventanas de la narizdilata-das, los colmillos prolongados,salpicando espumarajos de saliva cadavez que exhalaba.

—A mí —le recordó Aden.La bestia se giró hacia él, y sus

miradas se cruzaron. Y, como si fuerauna mascota, Fauces perdió su aire deagres-ividad y se dirigió hacia Adenmoviendo la cola. Entonces, todos losmonstruos rodearon a Aden y lolamieron.

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Fauces se abrió paso y se pusofrente a él, resopló una vez, y despuésotra. Parecía que tenía el ceño fruncido.

—¿Qué pasa? —le preguntó Aden.El monstruo lo olfateó, y sí, frunció

el ceño.—¿Huelo distinto, chico?Un asentimiento.—¿Y no te gusta?Un gesto negativo.Aden se ofendió, pero también tuvo

ganas de arreglarlo.—Vamos —le dijo, rascándole

detrás de la oreja—. Salgamos a jugar.Tal vez eso ayude.

Ninguno de los vampiros protestó

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cuando Aden se llevó a las bestias aljardín. Mientras recorrían el pasillo yatravesaban el vestíbulo, el suelo y losmuebles temblaban.

Algunos objetos, seguramente muyvaliosos, cayeron y se rompieron.

Aden no se detuvo, y no les pidióque tuvieran cuidado.

Salieron al jardín, bajo la luz de lamañana, casi arran-cando las puertasdobles de sus bisagras, y se apresurarona rodearlo de nuevo.

Él tomó unos cuantos palos y se loslanzó. Las bestias corrieron hacia lospalos, los recogieron con las fauces encuestión de segundos y se los llevaron.

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Debía de ser una escena surrealista. Unverdadero momento de ciencia ficción.

Por un momento, Aden se olvidó desus problemas. Sin embargo, en el fondosospechaba que en cuanto acabara aqueljuego, su vida cambiaría de nuevo, y noa mejor.

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Riley, el de los muchos nombres,atravesó bosques, carreteras,vecindarios, callejones, corriendo sinparar. No se detuvo ni siquiera cuandolas nubes dejaron salir el sol, y susrayos le quemaron pese al aire frío, niaminoró la velocidad cuando ese mismoaire frío le quemó los pulmones, nicuando por fin apareció la luna dorada,

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a la que él quería aullar. Pasaron lashoras, y él siguió recorriendo kilómetrosy kilómetros.

Para distraerse, repasó todos losnombres que le habían puesto durantesus años de vida. Sus hermanos lellamaban Riley el Rijoso. O RileyCállate ya. Victoria le había llamado,hacía poco, «El pesado que no me dejahacer nada».

Y normalmente, se lo llamabamientras daba una patada en el suelo consu real pie.

Para matricularse en el instituto deAden, Riley había adoptado el apellidode Connall. Connall significaba «perro

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de caza grande y poderoso» en ellenguaje antiguo. Victoria le habíasugerido Ulrich, que significaba«guerrera». Una de las primeras bromasque había hecho su amiga. Él se habíasentido tan orgulloso de ella que habíaestado a punto de aceptar la sugerencia.Sin embargo, Riley Ulrich sonaba aextranjero, y él quería mezclarse con losdemás estudiantes sin llamar la atención.

Tal vez debería haber elegido RileySmith. O Riley Jones.

Algunas de sus exnovias lo habíanllamado Riley el Idiota. O Riley, Esperoque te rompas el cuello.

Sus relaciones nunca terminaban

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bien, fuera cual fuera el motivo. Rileysabía que era culpa suya, y no soloporque las chicas se lo dijeran. Lasmantenía a distancia deliberadamente,por su propio bien y por el de ellas.Tenía una vena posesiva muy fuerte, y sialguna vez decidía que una chica erasuya, bueno, se la quedaría. Parasiempre.

Claro, las chicas podían querer esoen un momento determinado, tal vezdurante semanas o meses, pero las cosaspodían cambiar. Ellas podían cambiar.

Él no.Riley llevaba viviendo cientos de

años. Para los humanos era muy viejo.

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No iba a aprender nada nuevo.Entre su gente todavía era un bebé,

pero eso no le servía de argumento, asíque no iba a pensarlo.

Por otra parte, su novia, cuandollegara a conocerlo, tal vez nocomprendiera su estilo de vida, tal vezno le gustara, tal vez decidiera dejarlo.Pero si él ya había llevado las cosas aun nivel superior, eso no sería posible.Cualquiera a quien uno llevara a casa deVlad, se quedaba en casa de Vlad.

Vlad ya no era el rey, pero Rileyentendía el razonami— especies. Detodos modos, cuando alguien llevaba aun nuevo a la mansión, se exponía a

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recibir un desafío.Solo había que mirar a Victorio y

Draven.Riley odiaba los desafíos. Lo que

era suyo era suyo, y no lo compartía. Ytal vez sentía eso porque se había criadoen una manada, y todo se considerabapropiedad comunal: la comida, la ropa,las habitaciones, las camas, las chicasque no tenían pareja, y sí, los chicos queno tenían pareja. Por eso se mantenía adistancia de sus novias y no les permitíaque lo consideraran suyo.

Hasta Mary Ann.Ella había conseguido atravesar, sin

esfuerzo, sus barreras defensivas. Podía

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ser que las hubiera mutado, comomutaba todo lo demás. A él siempre lehabía intrigado, Mary Ann, desde elprincipio. Además, estaba deseoso detener un poco de acción. Había sentidoel deseo de tocar aquella melena negra,de perderse en sus profundos ojoscastaños y de lamer aquella piel pálida.Al fin y al cabo, era un perro.

Mary Ann era alta y esbelta, bella,elegante, sensual.

Ella no era consciente de su propioatractivo. Algunas veces se miraba lospies y daba pataditas a las piedras.

Nunca buscaba la atención de losdemás deliberadamente.

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Algunas veces se ruborizaba. Erareservada y nerviosa, pero también teníala determinación de superar cualquierprueba que se le presentara.

Al principio, él no se había dadocuenta de lo lista que era, pero lo habíaaveriguado muy rápidamente. La mentede Mary Ann trabajaba a la velocidaddel rayo. Ella nunca daba nada porsentado, lo investigaba todo y, a pesarde su timidez, no tenía problemas a lahora de expresar sus opin-iones ante lagente con la que estaba cómoda, porquecreía al cien por cien en lo que decía.

Y siempre decía la verdad, por muydura que fuera. Él admiraba aquel rasgo,

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porque también lo poseía.Además, Mary Ann era afectuosa. Él

no lo era, y no se había dado cuenta deque le gustaban las muestras de afectohasta que la había conocido. Ella notemía llorar en su hombro, ni abrazarlo.Ni reírse y dar vueltas de alegría poruna habitación. No contenía susemociones. Era lo contrario a él, y atodas las chicas con las que habíasalido.

Era vulnerable, y no le importabanada. Mary Ann vivía la vida.

Lo había dejado, sí, pero no habíasido para protegerse a sí misma. Rileylo sabía. Lo había dejado para

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protegerlo a él. No quería hacerle daño,y él lo entendía. Tampoco él queríahacerle daño a ella. Sin embargo,¿separarse? Esa no era la respuesta.

Así que era una embebedora, ¿yqué? Se las arreglarían.

Todas las parejas tenían susproblemas. Era cierto que su problemapodía matarlo, pero encontrarían unasolución para eso antes de quesucediera. Garantizado.

Siguió corriendo pese al cansancio yal sudor que le metía en los ojos. Alcontrario que los perros, él podía sudar,entre otras cosas, como un humano. Ysudaba mucho.

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Tenía el pelaje pegado a la pielcuando llegó a la ciudad.

Pasó jadeando entre la gente, quegritó al ver un animal tan grande, y entrelos coches, y entre otros animales.Mascotas sujetas con una correa,criaturas salvajes que bus-cabancomida.

Había muchas auras de coloresdistintos. Un aura por cada cuerpofísico. Un aura que abarcaba lasemociones, la lógica, la creatividad, elpragmatismo, la verdad y la mentira, elamor y el odio, la pasión, la paz y elcaos.

La gente llevaba aquellas capas

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como si fueran abrigos brillantes queemitían sus pensamientos y sussentimientos. No sería tan difícil si cadauna de aquellas capas fuera un colorpuro, el rojo, el azul, el verde o elamarillo. Sin embargo, él veía variosmatices de los mismos colores, coloresdistintos sobre otros colores, coloresque se mezclaban, colores, colores ymás colores.

Eso era otra cosa que le gustaba deMary Ann. Su aura.

No tenía que perder el tiempo eninterpretar los colores que latían a sualrededor. Eran demasiado puros,demasiado fuertes. No había ninguna

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capa contaminada por otra, ni abierta ainterpretaciones.

«¿Dónde estás, amor mío?».La última vez que la había visto

estaba en Tulsa, Oklahoma. Todavía nosabía cómo se le había escapado; lahabía visto, y de repente, ella habíatorcido una esquina y él había dejado deverla. Aunque no había dejado depercibir su olor a flores y a miel. Sinembargo, aquel olor también se habíadesvanecido, como ella, y su rastro sehabía perdido.

Él se habría quedado para seguirbuscándola. Pero cuando había llamadoa su hermano Nate y le había preguntado

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sobre Vic, Aden y la vida en la mansión,se había enterado de que su protegida nodejaba de llorar y estaba encerrada ensu habitación dominada por la locura dela sangre, y de que había amenazado conhacerle daño a la gente. Entonces, habíarobado un coche y había vuelto a todavelocidad junto a ella.

De la misma manera, podría habervuelto conduciendo hasta allí, el lugaren el que había perdido el rastro deMary Ann, pero había preferido adoptarsu forma animal y correr. Para buscar suolor. Para saber quién habíainteractuado con ella.

Cuando llegó a la calle donde la

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había visto por última vez aminoró elritmo de la carrera. Los coches tocaronla bocina, viraron bruscamente para noatropellarlo. Él se trasladó hacia lassombras y se mantuvo junto a los murosde las casas para ocultarse.

Olfateó a su alrededor, y percibiómuchos olores que se entremezclaban.Descartó algunos de ellos y continuóolisqueando, y percibió un ligero rastrode magia. Se le erizó el pelo del lomo,pese a que lo tenía húmedo de sudor. Lamagia correspondía a las brujas, y lasbrujas odiaban profundamente a MaryAnn.

Una de aquellas brujas podía estar

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siguiéndola.Siguió olisqueando con el corazón

acelerado. Mary Ann.Su olor no se había desvanecido,

sino que era más fuerte.Ella debía de haber pasado por allí

más de una vez, y recientemente. ¿Porqué?

Observó atentamente la zona. Habíatiendas de ropa, una cafetería, un par debares. A poca distancia había una colinailuminada con muchas farolas, y unedificio alto.

Una biblioteca.Bingo. El lugar preferido de Mary

Ann.

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Se acercó a la entrada, pero laspuertas estaban ya cerradas, porquehabía terminado el horario. Rileyolisqueó y percibió el dulce olor deMary Ann. Ella había estado allí muchasveces. Investigando, tal y como le pedíasu naturaleza, pero ¿sobre qué?

Siguió olfateando, y percibió otroolor que le resultaba familiar. Eraoscuro, un poco cítrico. Sin embargo, nole resultaba lo suficientemente conocidocomo para dar con un nombre.

Entonces, Riley perdió el olorcompletamente. El humo de un cigarroinvadió el aire y enmascaró todo lodemás.

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Gruñó y volvió la cabeza. Cuandoencontrara al fumador le iba a…

Tras una de las columnas había untipo sucio con una botella de whiskey,rodeado de humo.

—Perrito, perrito, psss —le dijo aRiley, arrastrando las palabras.

¿En serio? Riley lanzó un gruñido altipo.

El borracho se rio.—Eres un pequeño refunfuñón, ¿eh?¿Pequeño? No mucho, en realidad.

Riley le enseñó los colmillos al hombrey se giró. Desde la suave elevación di-visaba la zona comercial de la queacababa de salir, y más allá, algunos

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edificios de apartamentos y casas indi-viduales, y más allá, el centro de Tulsa.Muchas luces y edificios muy altos decristal y cromo.

Mary Ann no se habría alejadomucho de la biblioteca, ni siquiera paraperderse entre la gente. No podíapermitirse un alojamiento en algún lugarcaro, y tampoco iba a alejarse de lafuente de información.

Así pues, seguramente se habíaalojado en algún motel barato y cercano.Riley se alejó de la biblioteca sin dejarde olisquear, hasta que encontró elcamino correcto. Sintió una granimpaciencia y apretó el paso.

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Lo primero que iba a hacer cuandola viera sería zarandearla. Después,besarla. En tercer lugar, zarandearla denuevo. Y en cuarto lugar, besarla otravez.

Mary Ann debía de haberle quitadocien años de vida, y los hombres lobono vivían para siempre, aunque tuvieranuna vida muy larga.

Sus padres habían muerto antes detiempo, y con demasiadas cosas quelamentar, y a sus hermanos y a él loshabía criado Vlad. Vlad, a quien habíaservido siempre, hasta que Aden sehabía ceñido la corona. Entonces, lalealtad de Riley había cambiado; no

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había traicionado a Aden ni siquieracuando habían descubierto que Vladseguía con vida. El vínculo ya se habíaformado.

Sin embargo, aquel nuevo Aden…tenía algo diferente que a él no legustaba, aunque no estaba seguro de loque podía ser. Pero ni siquiera así iba atraicionar a su nuevo rey. Cuandotuviera a Mary Ann de nuevo bajo suprotección, ayudaría a Aden a recuperarsu antigua personalidad.

El olor a magia se intensificó, yRiley aminoró el paso.

Agudizó la vista y miró más allá delas sombras y de los colores.

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Al otro lado de la calle vio dosbrillos reveladores. Uno era doradometálico, y el otro, castaño dorado.Magia.

Mentora y aprendiz.Puso toda su atención en el oído, y

escuchó las conversaciones que sedesarrollaban a su alrededor, e incluso akilómetros de distancia, fuera y dentrode los edificios… y descartó todoaquello que no necesitaba mientras secon-centraba en…

—Tengo que atacar ahora, mientrasella está desprotegida.

Riley conocía aquella voz. Era deMarie. Una bruja. La líder del grupo que

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había ido a Crossroads.—Ya lo sé. Pero sus marcas de

defensa son todo un problema.Riley también conocía a su

interlocutora; era Jennifer, otra bruja. Laestudiante.

—Tendremos que planearminuciosamente el ataque. No podemospermitir que los tatuajes la salven.

—Y también habrá que ocuparse delchico —dijo Marie con un suspiro.

¿Qué chico? ¿Se referían a él, o aotro diferente? Riley sintió una punzadade celos.

—Él no ha hecho nada malo —apuntó Jennifer.

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—No importa. Es poderoso. Nosdará problemas —respondió Marie—.No podemos permitir que nos persiga.

Podría hacernos mucho daño, sobretodo si decide ayudar al nuevo rey. Ycomo Aden tiene a Tyson dentro…

—Lo sé —dijo Jennifer en un tonode temor.

¿Tyson? ¿Era aquella una de lasalmas que Aden tenía en la cabeza?

Riley tomó nota de que debíadecírselo a Aden, para ver si aquelnombre despertaba algún recuerdo enalguna de las almas. Se detuvo al llegara la puerta del portal de un edificio deapartamentos. Era un edificio bastante

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de-startalado. Las brujas estaban dentro,y sus auras casi atravesaban losladrillos de los muros. Él tenía ganas deentrar y de despedazar a mordiscos aaquellas brujas. Si alguien amenazaba aMary Ann, moriría. Esa era la lecciónque ellas tenían que aprender. Sinembargo, Riley no tenía tatuadas marcasprotectoras, porque su piel de lobo nolas toleraba. Las brujas podrían echarlemil encantamientos y maldicionesdistintas, de muerte, destrucción y dolor,y él estaría indefenso.

Por eso los lobos nunca desafiaban auna bruja si no iban acompañados por unvampiro.

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Se le escapó un suave gruñido.Odiaba tener que renunciar a unabatalla, pero lo hizo. Volvió hacia lassombras y vio el motel que había en laacera de enfrente; dentro había cuatroauras. Aquellas auras chisporroteaban,eran como un arco iris brillante.

Hadas.Así que también estaban allí. Riley

sintió miedo. Irguió las orejas y escuchócon atención.

—…hay que atraparla antes que lasbrujas —estaba diciendo alguien. Erauna mujer, seguramente Brendal, el hadaque había intentando ejercer controlmental sobre Aden para que hiciera lo

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que ella quería. Era una princesa de lashadas, hermana del príncipe Thomas—.Es mía.

—Sí, alteza.Oh, sí. Era Brendal.Riley comenzó a correr otra vez, y la

esencia de Mary Ann se intensificó encuanto llegó al Motel Charleston.

¿Acaso ella se había hospedado enun establecimiento tan ruinoso? Noencajaba con Mary Ann, pero tal vez sehubiera metido allí para distraer a quienla estuviera persiguiendo.

Las hadas y las brujas la habíanvisto. Riley lo sabía con certeza. De locontrario, ¿por qué iban a estar en

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aquella ciudad, hablando de ella?Decidió no perder más el tiempo y

adquirió su forma humana. De repente sevio desnudo y tuvo mucho frío, así quecambió de nuevo a hombre lobo. Intentógirar el pomo de la puerta de lahabitación con los dientes, pero no loconsiguió. Entonces, empujó la puertacon todas sus fuerzas y su considerablepeso de lobo. Las bisagras saltaron y lamadera se astilló.

Permaneció en la entrada,observando la escena. Lo primero quevio fue que había alguien en el suelo.Era Tucker Harbor. Lo segundo, quehabía alguien en la cama, sentada, y que

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aquella persona jadeó de la sorpresa.Mary Ann.

Al instante, aquella escena cambió.Ya no había nadie en el suelo, sino queambas personas estaban en la cama,manteniendo relaciones sexuales. Rileygruñó de nuevo, pero aquel gruñido fuesalvaje y letal como una daga. Ya habíadecidido que iba a matar a TuckerHarbor, pero ahora iba a hacerlo condolor.

Riley adquirió de nuevo la formahumana, sin preocuparse de su desnudez,y cerró la puerta lo mejor que pudo.

Después se giró y se cruzó debrazos.

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—Sé lo que estás haciendo,desgraciado.

Ilusiones. Aquello no era más queuna ilusión, y él lo sabía.

—Riley —dijo Mary Ann con la vozronca.

Al oír su nombre en labios de MaryAnn, él notó que se le calentaba lasangre, y no precisamente de furia.

—Tucker —dijo ella—, para, o temato.

Una amenaza graciosa, viniendo deMary Ann, pero efectiva. Tucker dejó deproyectar aquella ilusión, y de nuevo,Riley vio al chico en el suelo y a MaryAnn sentada sobre el colchón.

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—Por el amor de Dios, Riley,tápate. Tucker está aquí —le pidió ella,lanzándole una sábana, con las mejillasruborizadas.

Riley tuvo ganas de desobedecer,pero finalmente tomó la sábana y se laenroscó en la cintura a modo de falda.

Después volvió a cruzarse debrazos.

—¿Qué está ocurriendo? —preguntósin rodeos.

—¿Es que no lo ves? —respondióTucker—. Hemos vuelto a salir.

—No digas ni una palabra más,demonio —le espetó Riley—.

¿Mary Ann? Hay brujas y hadas muy

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cerca de aquí, y todas están planeando tumuerte. Puedes decirme ahora lo queestá pasando, o decírmelo después deque mate a Tucker.

Ella tragó saliva.—Ahora es mejor.—Bien.Tucker se levantó. Solo llevaba una

camiseta y unos calzoncillos. Ambosestarían mejor hechos jirones, junto a supiel.

—¿Quieres un pedazo de mí, lobo?Entonces, ven y tómalo. Porque tu noviaya lo ha hecho.

Mary Ann soltó un jadeo.—¡Eres un mentiroso! He cambiado

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de opinión, Riley.Podemos hablar después de que lo

mates.Riley sonrió. Hasta que oyó:—¡El lobo ha vuelto! ¿Qué vamos a

hacer? —preguntó Jennifer. Por mediode la magia, las brujas podían ver acualquiera en cualquier momento.¿Cómo era posible que él no hubierapensado en eso?

—La matanza tendrá que esperar —le dijo a Mary Ann—.

Recoge tus cosas. Tenemos queirnos. Las brujas te están vigilando.

Y él tenía que hacer algo paradetenerlas.

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—Está bien. Sí.Mary Ann se había quedado pálida y

estaba temblando.Se levantó de la cama. Su bolsa de

viaje estaba hecha y cerrada, así que encuanto se puso las zapatillas de deporte,estuvo lista.

Un segundo más tarde estabancorriendo en mitad de la noche. Tuckerlos siguió.

—Me necesitáis —dijo conpetulancia—. Si queréis tener éxito.

—Como si hubieras hecho un buentrabajo hasta ahora —le soltó Riley.

—Está viva, ¿no?Eso no podía discutírselo.

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—Ya está bien de discusiones —dijo Mary Ann con exasperación—. Yanos gritaremos y nos amenazaremoscuando estemos a salvo.

Riley oyó la pregunta que ella queríaformular:

¿Estarían a salvo alguna vez? Queríaresponderle, pero se calló y adoptó laforma de lobo. La sábana cayó de sucuerpo y quedó atrás.

Él se aseguraría de que ella nocorriera ni el más mínimo riesgo,costase lo que costase.

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Cuando Aden terminó de jugar con losmonstruos, les pidió que volvieran a sushuéspedes. Ellos resoplaron yremolonearon, pero al final obedecieronporque deseaban complacerle. Después,Aden le ordenó a su gente que volviera asus quehaceres, y dejó bien claro que noquería que nadie en absoluto lemolestara.

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Y después de eso, pasó varias horaspaseando por los jardines y por la casa,y escuchando los cotilleos, e ignorandoa los miembros del consejo, queobedecieron su mandato de dejarlotranquilo, pero que se pusieron a hablaren voz bien alta de su matrimonio, paraque él pudiera oírlo todo.

También hablaron sobre el hecho deque hubieran tenido que cancelar laceremonia de su coronación porque élestaba ausente, y eligieron una nuevafecha, acordando que todo podía estarlisto en una semana. Fecha que,milagrosamente, coincidía con la quehabían cancelado, pero no importaba.

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Él era el rey, y no necesitaba que locoronaran para sentir que lo era.Tampoco su gente necesitaba unacoronación para seguirlo, después de loque habían visto con respecto a susbestias…

Y en aquel momento se encontrabacansado. Encontró una camisa, se lapuso, y pasó el resto de la noche en lasala del trono, rodeado por el poder queirradiaban las marcas de la alfombra,que calmaba el zumbido de su cabeza,que lo reconfortaba. Por lo menos, nadieintentó entrar allí, y lo dejaron tranquilo.

Se preguntó dónde estaba Victoria, yqué estaba haciendo. Tampoco eso le

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importaba. Solo quería saber con quiénlo estaba haciendo, y matar al tipo.

Victoria era su novia, ¿no? Así pues,advertir a los otros hombres, conviolencia, que se alejaran de ella era suprer-rogativa. ¿No?

Se masajeó la nuca. Riley le habíadicho que le ocurría algo, y Victoriaestaba de acuerdo. Y en aquel momento,Aden también estuvo de acuerdo. Eraindiferente y frío, y tenía tendenciasasesinas. Sus emociones morían antes depoder crecer. Sus pensamientosrecorrían vericuetos oscuros ypeligrosos que no entendía.

Además, sabía cosas que no debería

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saber. Sabía los nombres de vampirosque no conocía, y sabía cuáles eran suspuntos fuertes y sus puntos débiles.Sabía que soplando el cuerno de orollamaría a sus aliados. O a los de Vlad.

Conocía la casa. Conocía hasta elúltimo pasadizo secreto, hasta el últimoescondrijo. ¿Y su deseo de comenzar laguerra con cualquiera que se opusiera asu reinado? Eso sí era lo más raro detodo.

Se había convertido en otro.¿Cómo se suponía que iba a luchar

contra eso si a una gran parte de símismo le gustaban aquellos cambios?

Cuando salió el sol, todavía no

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había dado con una respuesta decente.Estaba cansado, pero demasiadoinquieto como para intentar dormir.Además, se le estaba pasando el efectode la medicación, y oía a las almas mur-murando en su cabeza.

Al saber que seguían con él, sesintió aliviado.

También tenía mucha hambre, perono de comida, sino de sangre. Queríaalimentarse, y quería hacerlo antes deque las almas se despertaran porcompleto y decidieran ponerse a hacercomentarios sobre sus nuevos hábitosgastronómicos. Aunque tal vez loentendieran y lo aceptaran, teniendo en

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cuenta lo que habían presenciado en lacueva.

Por fin salió al pasillo. Esperó uninstante, pero el zumbido no reapareció.

Había dos lobos haciendo guardia enla puerta. Uno era blanco como la nieve,y el otro, dorado. Lo siguieron mientrascaminaba, sin tratar de disimular supropósito.

Eran Nathan y Maxwell, loshermanos de Riley. Sus nuevosguardaespaldas. Eran buenos tipos,aunque un poco irreverentes.

Había vampiros jóvenes por todaspartes, e iban seguidos por sus esclavosde sangre. Él podría haber sido un

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esclavo también. En la cueva anhelabael mordisco de Victoria, lo deseaba másque cualquier otra cosa. Y deseabamorderla incluso más que recibir sumordisco.

Y, por el dolor que sentía en lasencías y en los dientes, se dio cuenta deque todavía quería morderla. A ella, yno a ninguna otra. Y podía hacerlo. Erasu rey. La mordería.

Solo tenía que encontrarla.—Llevadme junto a Victoria —les

ordenó a los lobos.Entonces, los dos saltaron y se

colocaron por delante de él para que lossiguiera. Se dirigieron al jardín trasero.

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El sol estaba más brillante de lo normal,pese al frío. Aden sintió algo comopinchazos en la piel. No era tandesagradable como para que volviera aentrar en la casa, pero sí como parafastidiarlo.

«¿Aden? ¿Eres tú?», preguntó dentrode su cabeza una voz insegura. EraJulian, que por fin había salido delestupor de la medicación.

Aden debería haberse alegrado,porque el alma parecía ella misma, y nohabía cambiado como él.

—Soy yo —dijo.Los lobos se detuvieron y lo

miraron. Él les hizo un gesto para que

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continuaran.Ellos debieron de comprender lo

que sucedía, y obedecieron. Adenhubiera preferido pensar sus respuestaspara las almas, pero su voz interior seperdía en el caos.

«¡Colega!», exclamó Julian. Lainseguridad había desaparecido, y elalma gritó de alegría. «Estamos otra vezcon Aden. ¿Vamos a quedarnos parasiempre, chico? Vamos, Elijah, dime loque va a suceder».

Silencio.Elijah todavía debía de estar

durmiendo. Caleb también.Perezosos.

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Los lobos se detuvieron. El pelo seles erizó en el lomo, y se quedaronrígidos. Miraron a su alrededor ygruñeron.

Sin embargo, Aden no vio a nadie.¿Tal vez habían sentido una amenaza queél no podía ver? Esperó, pero nadiesalió de entre los árboles. ¿Acasohabían llegado ya los aliados de Vlad?

Los gruñidos se intensificaron unsegundo antes de que una mujerapareciera y entrara bailando al círculode metal que señalaba la situación de lacripta. Aden se quedó hipnotizado porella. Llevaba una túnica negra, como elresto de las mujeres vampiro, pero tenía

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la cabeza cubierta con una capucha queocultaba sus rasgos. Sin embargo, él viosu brillante melena negra que le caíacomo una cascada por el hombro.

Los lobos no dejaron de gruñir, perono la atacaron. Debían de estar tanembelesados como él.

Ella continuó girando de aquellamanera hipnótica.

Tenía algo familiar, algo quedespertó una emoción en Aden. Fueraquien fuera, le producía la mismaemoción que Mary Ann: una grannecesidad de abrazarla, y al mismotiempo, la necesidad de echar a correren dirección contraria.

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—Maxwell, Nathan —les dijo a loslobos.

Ellos se quedaron callados y lomiraron.

—Traed aquí a Victoria.«Deberíamos quedarnos a vuestro

lado», le dijo Nathan por telepatía.«Hay peligro, mi rey».

—¿Por esta mujer? No. Traed aVictoria a mi presencia.

Ellos se miraron con desconcierto,pero asintieron y se alejaron.

Aden se quedó allí sentado, frente alcírculo, observando a la mujer. Noparecía que ella hubiera reparado en él;siguió dando pasos gráciles, sin vacilar,

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girando como una patinadora. ¿Quiénera?

Aden oyó una tos dentro de sucabeza.

«Hola, Aden», dijo, por fin, Elijah, ydespués bostezó.

«¿Cómo te encuentras?».—Bien.Más o menos.«Bueno, ¿entonces vamos a

quedarnos aquí?», preguntó Julian, queestaba prácticamente dando saltos.

«Eh… no lo sé», respondió elvidente.

«Explícate, por favor», le dijoJulian.

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Elijah suspiró.«Acabo de despertarme. ¿Es

necesario que tratemos de los temas másdifíciles ahora?».

«Sí. Explícate, explícate, explícate».«Eres un infantil. Está bien, lo haré.

El camino de Aden se ha alterado tantoúltimamente, que ya no puedo ver cuáles su futuro. Se suponía que tenía quemorir, y que ese sería el final de todosnosotros. Sin embargo, no ha ocurridonada de eso, y yo no sé lo que va apasar».

«Bueno, espero que signifique queno vamos a morir pronto, ni que vamos avolver a la cabeza de la chica. Ella me

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gusta, y todo eso, pero un hombrenecesita ser un hombre ».

«La chica vampiro no tiene nada demalo», intervino Caleb, por primera vez,después de bostezar como había hechoElijah. «No te ofendas, Aden, pero esmás guapa que tú».

«Una jarra de leche está más buenaque nuestro Aden», dijo Julian con unarisita.

Caleb soltó un resoplido.—Bueno, me alegro de que ya

estemos todos —dijo Aden.«¿Por qué no estás contento?»,

preguntó Julian lastimeramente. «Y, másimportante todavía, ¿por qué no te has

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reído de mi estupenda broma?».«¿Y por qué estás tan frío por

dentro?», preguntó Caleb.«En serio, esto es como un

frigorífico».¿Un frigorífico? ¿Cómo era posible

eso, si su piel ardía?—Me encuentro bien. Y no lo sé.«Tal vez yo sí lo sepa», dijo Elijah.

«¿Recuerdas algo de la última hora quepasaste con Victoria en esa cueva?Piensa durante un minuto, y despuéspodrás volver a hacer lo que estuvierashaciendo».

—¿Por qué quieres saberlo?«Por favor, hazlo».

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No era una respuesta, pero bueno,discutir requería demasiado esfuerzo,así que lo pensó. Él acababa de mordera Victoria; acababa de beber su sangre.Ella también lo había mordido, y habíabebido de él. Sin embargo, ninguno delos dos había tenido suficiente con eso.Habían luchado como perros rabiosos,presas de un hambre que no conseguíansaciar.

La mujer danzante se echó a reír, yAden tuvo ganas de mirarla, pero siguiópensando. La cueva. Victoria. La luchacesó, y se miraron. Ella… brillaba. Sí,Aden lo recordó en aquel momento.Irradiaba un brillo dorado tan intenso

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que él casi no podía tener los ojosabiertos. Al verlo, Fauces se habíavuelto loco en su cabeza. Quería salirdesesperadamente, quería protegerlo,como si sintiera la presencia de undepredador mucho más fuerte que ningúnotro.

Entonces, Fauces había conseguidolo que quería. Se pero Victoria extendiólos brazos y su brillo dorado se disparóhacia Fauces y lo expelió hasta la paredde la cueva.

Victoria se giró entonces hacia Adeny repitió el movimiento, y Aden se vioincrustado en la pared opuesta de lacueva, en el punto más alejado de

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Fauces. Tenía los ojos de color violeta,en vez de azules, y desprovistos deemoción.

Lo miró de pies a cabeza paraevaluarlo.

Aden no podía respirar. La energía,o lo que ella estaba utilizando paramantenerlo inmovilizado, le presionabael pecho y las costillas y le causaba ungran dolor.

—Victoria —jadeó.Ella pestañeó, como si no lo

entendiera.—Victoria.Ella abrió la boca para hablar.

Había hablado. Él había oído las

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palabras. O debería haberlas oído. Lossonidos que ella emitió eran…

«¡Ya es suficiente!», gritó Elijah enla cabeza de Aden.

Aden tomó aire y volviórepentinamente al presente.

«Ya es suficiente», repitió Elijah,con más calma en aquella ocasión.

—Pero si tú querías que recordara—dijo Aden, que se sen-tía confuso—.Y eso es lo que he hecho. Deberíashaber dejado que viera la escena hastael final.

«¿De qué estás hablando? ¿Quéescena? Yo no he visto nada», refunfuñóJulian.

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«Yo tampoco», dijo Caleb. «¿Qué hapasado?».

«Nada», mintió Elijah. «Déjalo ya,Aden. Has visto todo lo que tenías quever. Sinceramente, no creía que fueras arecordar tanto».

A Aden le pareció extraño queElijah mintiera, porque nunca lo hacía.¿Qué estaba sucediendo?

—Entonces, ¿por qué querías quehiciera el esfuerzo de recordar?

«Quería que supieras que Victoriano te hizo daño a propósito ».

¿Era aquel el motivo por el que él sehabía estado preguntando si ella legustaba? ¿Era por algo que ella había

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hecho en la cueva, y que él no podíarecordar?

Aden frunció los labios. Su pasadoestaba allí, y todos los recuerdos eranaccesibles, pero aquellos recuerdos noeran el principal foco de su mente. Teníaque pensar activa-mente en algo, comopor ejemplo, lo que había ocurrido en lacueva, antes de que el eventocristalizara.

«Después del intercambio de sangre,Victoria se dejó partes de sí mismadentro de ti. Su pasado, suspensamientos y sus deseos. O, más bien,antiguos pensamientos y deseos. Pareceque ahora son tuyos».

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—Pero eso no puede ser bueno.Antes me estaba preguntando si megustaba.

«Hubo un tiempo en que ella no segustaba a sí misma».

—Yo quiero matar a su padre. Ellaquería a su padre.

«Ella ha querido hacerle dañomuchas veces durante estos últimosaños. Él no siempre ha sido bueno conella, ¿sabes? Pero, Aden, tú todavíasigues aquí. El deseo de hacer daño aVlad también podría ser tuyo».

Partes de la mente de Victoria,dentro de él, cambiándolo y guiándolo.¿Bien o mal? ¿Verdadero o falso?

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—¿Cómo lo sabes?«Yo lo sé todo, ¿no te acuerdas?»,

respondió Elijah, con un tono de burlahacia sí mismo.

—No, ya no. ¿No te acuerdas?La mujer dejó de bailar y se echó a

reír. Su risa era un sonido tintineante. AAden le encantó, y al mismo tiempo loodió. Ella se quitó la capucha y lo miró.Tenía un rostro dulce y delicado.

—Aquí estás, querido mío. Ven abailar conmigo.

¿Querido? Oh, sí, la conocía.Debería conocerla, pero no conseguíaubicarla. Su cerebro no dejaba derepetir las palabras «madre» y

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«exasperante». Ella no era su madre,¿verdad? Además, Aden no sabía porqué lo exasperaba.

—No sé bailar —le dijo.—Es culpa mía.Él pestañeó con desconcierto. ¿Ella

quería culparse por su falta dehabilidad?

«Si te levantas y bailas ahoramismo, nunca te lo perdonaré », dijoCaleb. «Quedarás como un idiota, ynosotros también».

«Me sorprende tu desgana, Caleb»,intervino Julian, riéndose. «Mover losbrazos por ahí seguramente parecería unritual de cortejo para atraer a las damas.

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O algo así».«Aden, tío. Si estás pensando en

bailar, deberías levantarte ya yhacerlo», dijo Caleb, cambiando deopinión de una manera cómica. «Solotienes que frotarte y moverte».

Se oyó otra risa, y la mujer volvió ataparse con la capucha.

—Muy bien, querido, como quieras.Bailaré sola. Pero tú te lo pierdes, te loprometo.

—Aden —dijo Victoria, y su vozpura captó toda su atención—. ¿Me hasllamado?

Él la miró. Estaba a un lado delcírculo, flanqueada por los dos lobos. El

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sol la enmarcaba y creaba un haloangelical a su alrededor. Llevaba elpelo recogido en una coleta y una túnicanegra, como de costumbre, aunqueaquella tenía manga larga y era de unatela más gruesa. Su aspecto era…humano. Tenía las mejillas y la nariz deun precioso color rosado, y los ojos lelloraban del frío.

—¿Conoces a esa mujer? —lepreguntó él, y señaló hacia la bailarina.Sin embargo, la extraña había salidorápidamente, sin dejar de dar vueltas,del jardín.

—¿A quién? —preguntó Victoria.—No importa.

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Aden percibió su olor, que era tandulce como su aspecto. Comenzaron adolerle las encías y los dientes, yempezó a salivar.

Además, volvió a sentir el zumbidoensordecedor dentro de la cabeza,seguido por un grito ahogado. El mismogrito que había oído la noche anterior.Un grito pequeño, casi como un gimoteoque servía para pedir atención, como sifuera el de un recién nacido.

«¿Qué ha sido eso?», preguntóJulian.

—Seguramente solo son ecos de lacueva —dijo Aden, arrastrando laspalabras. De repente, le parecía que su

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lengua era una pelota de golf. Miró elpulso que latía en el cuello de Victoria.Ummm.

—¿Qué? —preguntó Victoria,frunciendo el ceño.

«Esto es peligroso», le dijo Elijah.«No la mires. No puedes beber de ella.¿Y si te haces adicto a su sangre otravez?».

«O, peor todavía, ¿y si hay otrocambio y volvemos a ella?», preguntóJulian con miedo.

«¿Es que yo soy el único que tieneganas de aventura?», intervino Caleb.«¡Hazlo! ¡Bebe de ella!».

«Ignóralo. Bebe de otra persona», le

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ordenó Elijah.Sin embargo, Aden no quería beber

de ningún otro, aunque le doliera elestómago, aunque hubiera decididomandar a Victoria lejos otra vez.

El hambre que sentía debía dehaberle empañado por completo elsentido común, porque en aquelmomento solo quería estar con ella. Y loque quería, lo conseguía.

Siempre. Con un suspiro, se puso enpie y le tendió la mano. Oyó otro gritoquejumbroso dentro de su cabeza, antesde poder hablar.

«En serio, ¿qué es eso?», preguntóJulian, en aquella ocasión con enfado.

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«Caleb, ¿es que estás comportándotecomo un niño otra vez, fingiendo queeres un bebé?».

«Ya sabes que yo contengo larespiración cuando quiero conseguiralgo. No gimoteo».

«Um… no me gusta interrumpir,pero tú no respiras», dijo Elijah.

«Y de todos modos, me funciona.¿Por qué voy a cambiar de método?».

Aden intentó abstraerse de suconversación, lo mejor que pudo.

—Ven conmigo —le dijo a Victoria.Ella no le había tomado la mano. Se

la estaba mirando con inseguridad. Aloírlo, en sus ojos se reflejó la

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esperanza.—¿De verdad?«Como ya te he dicho antes, a ti te

gusta mucho Victoria », insistió Elijah,que consiguió superar la concentraciónde Aden. «No lo olvides. Lossentimientos negativos que puedas tenerhacia ella no son tuyos, ¿entendido? ¿Loentiendes?».

¿Por qué aquella insistencia?Victoria le dio la mano, y Aden ya

no tuvo que esforzarse por olvidar a lasalmas. La princesa se convirtió en suúnico punto de atención.

Su olor lo envolvió, lo invadió, loconsumió. Verdaderamente, le gustaba.

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Su suavidad y su calor… Ya no ardía,como antes, sino que era cálida y dulce.Su… todo.

—Adelantaos y aseguraos de queestemos solos —les dijo a los lobos,antes de conducir a Victoria desde eljardín hacia el bosque circundante.

Nathan y Maxwell saltaron delantede ellos y pronto desaparecieron. No seoyeron aullidos de advertencia, así queAden continuó.

No estaba muy seguro de lo que ibaa hacer con Victoria, pero loaveriguarían juntos. Para bien o paramal.

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¿Aquel paseo era de placer, o denegocios?

Victoria y Aden pasearon tomadosde la mano durante un largo rato, tal ycomo habían hecho antes de ElIncidente. Se alejaron de la mansión ensilencio, si no tenía en cuenta el rugidoconstante que había al fondo de sucabeza, claro. Y se alejaron también de

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la seguridad.Ella nunca le había tenido miedo a

Aden, y en realidad, tampoco le temía enaquel momento. Sin embargo, él era tandiferente que Victoria no sabía quéesperar de él.

—Me gusta estar aquí.Una conversación trivial. Fabuloso.—Me sorprende —dijo ella.No había muchos árboles, y sus

ramas retorcidas no ofrecían demasiadasombra. Aunque ella no la necesitaba; supiel había empezado a adorar el sol, aansiar todos sus rayos y el calor quepudiera proporcionarle.

—Sí. No hay ojos curiosos, porque

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no hay ningún escondite para nadie.¿Para nadie? ¿Como ella?—¿Debería estar asustada?—No lo sé.Aquella franqueza relajó a Victoria,

y la hizo sonreír.—Avísame si decides atacar, por

favor.—De acuerdo —dijo él. Pasó un

instante, y añadió—: Aquí va el aviso.Tengo hambre.

Adiós a la relajación.—¿Hambre de comida humana, o de

sangre?—De sangre —respondió él,

arrastrando como antes las palabras, y

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con la mirada fija en el pulso deVictoria.

Ojalá aquella no fuera la única razónpor la que él le había pedido quepasearan juntos, pensó ella, con unapunzada de dolor.

—Antes de que bebas de otrapersona, tengo que enseñarte a comer —le dijo.

—Creo que ya sé cómo se bebe —respondió él con ironía.

—¿Adecuadamente?—¿Qué quieres decir?—Las venas y las arterias tienen un

sabor distinto. Las arterias son másdulces, pero son más profundas, y en los

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humanos tardan más en curarse, así quesolo se utilizan si quieres matar. Y cadavena también es distinta. Las que es-tánen el cuello no tienen oxígeno, así queburbujean un poco, pero si no sabes loque haces, también puedes matar.

—Eso ya lo sabía —dijo él, y pensódurante un momento.

Después asintió—. Sí, lo sabía.Victoria no le preguntó si lo había

sabido por sus recuerdos, que era comoella había aprendido también algunascosas sobre él, o si lo había aprendidopor sí mismo en al-gún momento de lanoche, cuando habían estado separadosy ella no sabía lo que estaba haciendo

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él. Había algunas cosas que era mejorno saber.

—Bueno, de todos modos, de mí nopuedes beber —dijo.

Aden frunció el ceño.—Sé que no debería beber de ti,

pero ¿por qué estás tan en contra de mí?Porque él se daría cuenta de lo

vulnerable que se había vuelto. Porquesus dientes, aunque todavía humanos, lecortarían la piel sin ningún problema yle harían daño.

Porque tal vez a ella le gustara másque a él.

Porque tal vez se volviera adicta asu mordisco.

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—¿Victoria?Ah, sí. Todavía no había

respondido. ¿Qué podía decirle?—Lo único que pasa es que no

quiero —dijo por fin. Era hora decambiar de tema—. Bueno, ¿has bebidode alguien más esta noche, o estamañana?

—No. No he bebido de nadie.Todavía. Encontraré a alguien —respondió él—. ¿Y tú? ¿Has comidohoy?

—Sí. Por supuesto, claro que sí.Él la miró con los ojos

entrecerrados; se le habían puestonuevamente de color violeta, y cortaban

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como un láser.—¿De quién? —inquirió.La pregunta debería ser «qué». Por

primera vez en su vida había comidocomida. Alimentos con texturas ysabores extraños. Aquella noche, habíadejado de necesitar sangre, y aunque aúnla deseaba, lo que necesitaba era otracosa. Algo sólido.

Se había metido en las dependenciasde los esclavos de sangre y les habíarobado comida de su frigorífico. Comono sabía qué comer, había tomado dosbolas de queso y se las había escondidodebajo de la túnica, y ya en suhabitación había mordisqueado aquel

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queso con deleite.—Victoria, te he hecho una pregunta.—Eh… Tú no lo conoces —dijo, y

era cierto. El queso provenía de lasvacas, y Aden no podía conocer aaquella vaca en particular.

—Dime cómo se llama, de todosmodos.

—¿Para que puedas matarlo?—preguntó ella esperanzadamente.No era su objetivo solicitar una

matanza, pero un Aden celoso era unAden que estaba interesado en ella.

—No importa —dijo él, agitando lamano—. No me importa nada.

Las esperanzas de Victoria se

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desvanecieron de nuevo.En aquel momento, sonó su teléfono

móvil, y ella se lo sacó del bolsillo dela túnica y lo abrió.

—Es un mensaje de Riley —dijo—.Dice que ha conseguido poner a salvo aMary Ann, pero que Tucker ha estado apunto de estropearlo todo.

Tucker. Victoria odiaba a Tucker. Lesoltó la mano a —¿Cómo está? —preguntó Aden, mientras le rodeaba lacintura con un brazo.

La guió hacia la salida del bosque, yella se deleitó con su contacto,absorbiendo su calor, sintiendo que sucuerpo despertaba en respuesta a él.

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—Bien —le dijo, mientras recibíaotro mensaje de Riley.

—¿Te suena de algo el nombre deTyson?

—¿Tyson? No. ¿Debería sonarme?—No lo sé —dijo ella, y se lo

preguntó a Riley.Ella sonrió mientras se guardaba de

nuevo el teléfono.Aden no le preguntó de qué habían

hablado. Cambió de tema deconversación.

—Elijah dice que ahora soy máscomo tú. Con respecto a lapersonalidad, quiero decir.

—Por supuesto que Elijah tenía que

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echarme la culpa del cambio a mí. No lecaigo nada bien. No les caigo bien aninguno de ellos —dijo ella. Entoncescayó en la cuenta de lo que acababa dedecirle Aden, y jadeó—. ¡Espera!¿Cómo?

Le falló el paso, tropezó y perdió elcontacto con Aden.

Al erguirse, vio que él continuabaandando y lo fulminó con la mirada.

—¡Aden!Él se giró a mirarla, frunció el ceño

al ver la distancia que había entre ellosy retrocedió. De nuevo, ella absorbió sucalor, y las células de su cuerpotemblaron de embeleso por su cercanía.

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—Elijah dice que has dejado partesde tu carácter dentro de mí. Cuando nosintercambiamos a Fauces y a las almas,y cuando bebimos el uno del otro.

Ella se pasó la lengua por loscolmillos. Unos colmillos afilados einútiles.

—¿Quieres decir que esta forma decomportarte tuya, tan poco consideraday desagradable, es culpa mía?

«Tú has pensado lo mismo», se dijoella. «¿Por qué te enfadas con él?». Nolo entendía, pero de todos modos estabaenfadada.

—Sí. Eso es lo que quiero decir.¿Así era como la veía la gente?

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¿Fría y distante? Bueno, ella siemprehabía sabido que la consideraban muyseria, pero…

—Entonces, ¿por qué yo no mecomporto como tú?

—Tal vez sí lo estés haciendo.—¿Qué significa eso?—No lo sé. Dímelo tú.Ella alzó la barbilla.—¿Quieres decir que me estoy

comportando como si estuviera confusa,entrando y saliendo de lasconversaciones, distraída todo eltiempo, y con ataques de celos?

Un momento. Sí, era cierto. Abrióunos ojos como platos al darse cuenta.

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—¿Y así era como me veías a mí?—le preguntó él, como si le hubieraleído el pensamiento. Dio un pasoamenazante hacia ella, y después otro.

Ella retrocedió lentamente,intentando no dejar entrever demasiadosu cobardía, ni su deseo. Comenzó atemblar de lo mucho que necesitaba suscaricias.

Él no se detuvo, y ella no dejó deretroceder hasta que su espalda topó conel tronco de un árbol. Tal vez ella lodeseara, pero no conocía a aquel nuevoAden, y no sabía cómo iba a reaccionara las cosas que ella hacía y decía.

Aunque si Elijah tenía razón, y él se

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estaba comportando como ella,intentaría resistirse, pero no loconseguiría.

Al fin, una bendición entre tantasmaldiciones.

Aden posó las manos en sus sienes ypresionó su cuerpo contra el de ella, y aVictoria se le escapó un jadeo.

Él la había atrapado, la habíarodeado, y se había convertido en todolo que ella podía ver. En todo lo quequería ver.

—Tú entras y sales de nuestrasconversaciones —le dijo él.

No le habló en un tono de vozairado, sino… tal vez… ¿Tal vez de

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diversión?—Eso no demuestra nada —replicó

ella, tan solo por provocarlo. ¿Quéharía? ¿Hasta dónde llevaría aquello?

—Entonces, vamos a probar lateoría.

—¿Cómo?Aden le rozó la nariz con la de él, y

ella sintió su respiración cálida en lasmejillas.

—¿Cómo te gustaría probarla?¿Iba a besarla? A Victoria se le

aceleró el corazón, y clavó la mirada ensus ojos.

—No… no lo sé.—Yo sí. Primero, ¿tengo toda tu

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atención?—Sí.—Bien. Ese es el primer paso.

Ahora, el segundo.Sin más explicaciones, Aden la

besó, al principio con suavidad,explorándola. A ella se le cortó elaliento. Entonces, él abrió la boca y lalamió. Ella también abrió la boca, y suslenguas se entrelazaron. Ella posó laspalmas de las manos en su pecho, y lasdeslizó hacia su cuello, y después, hastasu pelo.

—Me gusta el segundo paso —susurró—, pero no demuestra nada.

Beso.

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—Ya nos ocuparemos de eso mástarde.

Beso.Ella se echó a reír. Adoraba la parte

bromista de Aden.La había echado de menos.Siguieron besándose y acariciándose

durante muchos minutos, tal vez horas, ypor fin, ella comenzó a sentir calidez.Deseó que Aden la acariciara comoantes. Quería sentir sus manos.

Y pronto, sus deseos se hicieronrealidad. Sus manos comenzaron a vagarpor su cuerpo, explorándola ymoldeándola, estrechándola contra élpara besarla con más fuerza, hasta que

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ella comenzó a gemir suavemente,jadeando, mordiéndolo.

Aden no la mordió. Sin embargo, suscaricias se hicieron más fuertes, másásperas. Y a ella le gustó. Se aferraronel uno al otro, se frotaron el uno contrael otro. Finalmente, él se apartó de ellay la tomó por la barbilla.

—¿Has estado con alguien? —lepreguntó. Tenía la voz ronca.

—¿Te refieres al sexo?Él asintió.En vez de responder, Victoria le

preguntó temblorosamente:—¿Y tú?—No.

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¿Cómo era posible? Él… eraguapísimo. Aunque las chicas humanaspensaran que estaba loco, deberíanhaberlo deseado.

—¿Por qué no? —preguntó ella, altiempo que sus manos iniciaban unaexploración propia, se deslizaban por supecho fuerte, por la suavidad de sucamisa y, después, se pasaban pordebajo de la tela. Por fin. Aquella pielardiente.

—Nunca he confiado en nadie losuficiente como para hacerlo. ¿Y tú?

—Sí —admitió ella suavemente—.Yo sí.

Él la agarró con fuerza.

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—¿Con quién?¿Acaso iba a pensar algo malo de

ella por eso? Victoria no queríadecírselo, así que respondió:

—Tenía curiosidad. Como sabes,estaba prometida con Dmitri, y comotambién sabes, lo odiaba, así que…

—¿Dmitri? ¿Te acostaste conDmitri? ¿Alguien a quien odiabas? —preguntó Aden con indignación.

—No. No fue con Dmitri. Pero ¿y sihubiera sido con él?

¿Qué harías? ¿Qué dirías?—No lo sé.—Bueno, de todos modos no fue con

él. No quería que él fuera el primero.

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Ella se había preguntado si debíamantenerse pura para vampiros, niningún requerimiento. Se lo habíapreguntado simplemente porque Dmitriera celoso y posesivo, y le habría hechodaño a cualquiera que ella hubieraelegido.

Finalmente, unos cuantos mesesantes de viajar a Oklahoma, Victoriahabía decidido hacerlo, quitárselo deencima y elegir a alguien que pudieraenfrentarse a su prometido. Había sidoun error que lamentaba, pero que ya nopodía deshacer.

—Y, para tu información —prosiguió ella—, nosotros no tenemos

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una visión tan rígida del sexo como loshumanos.

Mi padre tuvo mil esposas, ¿sabes?Él la miró con frialdad.—¿Con quién te acostaste?—No importa.—Entonces, todavía está vivo, y está

aquí. Y eso significa que puedo… —derepente, Aden se quedó callado, y sepuso tenso contra ella. Alzó la mirada yentrecerró los ojos—. Se acerca alguien.Una muchacha conocida.

Ella no pudo oír nada, pese a que lointentó. Sin embargo, poco después síoyó el sonido de unas hojas aplastadas,el crujido de las ramas.

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Sí, alguien se acercaba. ¿Cómo eraposible que Aden lo hubiera oído antesque ella? Se dio la vuelta y vio aMaddie, que se acercaba con supreciosa melena rubia flotando tras desí.

—Majestad —dijo la muchacha,deteniéndose al verlo.

Aden se colocó delante de Victoria.¿Era para protegerla de una posibleamenaza? Sí, por favor. Eso significaríaque Aden estaba volviendo a ser elmismo.

—¿Sí? —preguntó él.—Tenéis visita —dijo Maddie—.

Los miembros del consejo sugieren que

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os apresuréis.Victoria sintió una punzada de

miedo. ¿Visita? ¿Aliados o enemigos?En cualquier caso, Aden tenía hambre ytodavía no se había alimentado. Hastaque lo hiciera, cualquiera que estuvieraen la mansión correría peligro.

Porque cuanto más tiempo pasaraAden sin sangre, más hambre tendría, ypodría atacar a los que estaban a sualrededor.

—Antes tienes que comer —le dijo,y aunque eso le dolió mucho, tuvo queañadir—: De Maddie.

Cuanto antes lo hiciera, mejor.—No. Nada de vampiros —dijo

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Aden mientras cabeceaba—.Victoria, teletranspórtate a la

fortaleza y tráeme un esclavo de sangre.Entonces, Victoria tuvo que admitir

la verdad.—No… puedo.Había intentado teletransportarse

hasta su presencia aquella mañana,cuando los hermanos de Riley le habíandicho que él la llamaba, pero no lohabía conseguido.

Eso la había deprimido mucho. Yano era normal. Era un bicho raro entrelos suyos.

—¿Por qué? —le preguntó Aden.—No puedo.

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Él permaneció inmóvil un momento.No dijo nada de si había deducido loque quería decir o no, sino que se limitóa asentir.

—Está bien. Volveremos juntos a lacasa.

—Pero si tú necesitas…—Maddie —dijo él,

interrumpiéndola—. Ve delante.La chica asintió y obedeció y Aden

la siguió. Victoria se quedó en el sitiodurante un segundo. Ni Aden ni Maddiela miraron, pero ella quería hacer algopara impedir que Aden fuera a la casa yse encontrara con quienquiera que fuerasu visitante. Quería protegerlo, pero

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¿cómo?Cuanto más se alejaba Aden, más

fuertes eran los rugidos de su cabeza,hasta que no fue capaz de concentrarse.

—¡Cállate, Fauces!Otro rugido.—Muy bien.Lo que faltaba. Ahora había

empezado a hablar con la cosa que teníaen la cabeza tan frecuentemente comohacía Aden.

Victoria apretó los dientes y echó aandar tras él.

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Mary Ann tenía ganas de gritar, pero secontuvo y se limitó a decir:

—Ya está bien. Y lo digo por losdos.

Tucker y Riley la ignoraron denuevo. Después de pasarse toda la nochecorriendo, de robar un coche, de robarle-jía para blanquearse el pelo, aunqueseguía rebelándose a eso y no la había

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usado, de robar una máquina de tatuar,de meterse a escondidas en unahabitación de hotel, después de todoeso, necesitaba un momento de paz antesde que tuvieran que marcharse y robarotro coche.

—No puedo creer que quieras queesta porquería siga viviendo —dijoRiley.

—Parece que le gustan lasporquerías. Mira con quién está saliendo—repuso Tucker.

—No, no me gustan las porquerías—dijo ella. Demonios, eran como niños.Como niños rabiosos y feroces quenecesitaban una buena regañina—. Y ya

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no salimos juntos.Riley gruñó, mirando primero a

Tucker, y después a ella, y luego aTucker nuevamente, como si no supieracon cuál de los dos estaba más furioso.Magnífico. Si empezaba a gruñirle aella, ¡era ella la que iba a asesinar aalguien!

—Cállate, Tucker, antes de queRiley deje de hacerme que tenemos unascuantas cosas que hacer antes deponernos en marcha.

Riley la miró. La expresiónamenazante de su rostro desapareció.

—Quítate la camisa y tiéndete en lacama. Y si miras, Tucker, te romperé

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todos los huesos del cuerpo.—Voy a mirar —dijo Tucker,

frotándose las manos de alegría—. ¿Ysabes una cosa, Riley? Habrá un huesomás en mi cuerpo para que lo rompas.

Asqueroso. Verdaderamenteasqueroso.

Riley volvió a rugir y se acercó aTucker.

Mary Ann se colocó entre ellos deun salto y los empujó extendiendo losbrazos, a cada uno en dirección opuestaal otro. Ellos se lo permitieron.

Pero por supuesto, no abandonaronla pelea verbal.

—Imbécil.

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—Idiota.—Pervertido.—Anormal.Silencio. Salvo por la respiración

agitada de Riley.—Muy maduro por vuestra parte —

dijo ella con un suspiro.—De todos modos, ¿qué son esos

tatuajes que quieres hacerte? —lepreguntó Tucker, como si no acabara decomportarse como un niño y Riley noquisiera matarlo.

—¿Es que no te importa que unperro furioso esté a punto de morderte lacara? —murmuró Mary Ann. Antes deque él pudiera responder algo

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malicioso, ella se adelantó—: Son unasmarcas protectoras contra losencantamientos. De ese modo, las brujastienen menos poder sobre nosotros. Yahora, dejad de pelearos.

—Nadie tiene más poder que yo —dijo Tucker, ignorando su petición.

—Es un error subestimarlas —replicó ella—. Una vez nos echaron unamaldición de muerte a Riley, a Victoriay a mí, y estuvimos a punto de morir.

—No podemos olvidar que lasbrujas te están viendo a través de sumagia —intervino Riley—. Tenemosque continuar con esto.

Mary Ann vio que Tucker se pasaba

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una mano por el pelo.—Siempre supe que había otras…

cosas por ahí —dijo él—.Cosas diferentes, como yo. Sin

embargo, no sabía que serían brujas yhombres lobo, algo tan tonto.

—¿Acaso los demonios soissuperiores? —preguntó Mary Ann.

—Pues sí —dijo él. Sin embargo, sutono fue demasiado petulante, y ella sedio cuenta de que estaba mintiendo.

Tucker se odiaba a sí mismo. Ycomo ella había oído hablar de que supadre era un maltratador, estaba segurade que Tucker también lo odiaba.

—Bueno, de todos modos —

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continuó ella—, cuando unencantamiento se pronuncia, ni siquieralas brujas pueden evitar que se cumpla.Cuando nos maldijeron, solo nos dieronuna semana para convocar una reunión.Si no aparecíamos, si Aden no aparecía,moriríamos todos.

—Si Vlad hubiera sabido eso,habría encerrado a Aden y habríapermitido que pasara esa semana, en vezde utilizarme a mí. Podría haberseevitado el apuñalamiento. Así que enrealidad, vosotros sois los culpables delo que ha ocurrido. Si le hubierais dichoa la gente que…

—Riley, Victoria y yo habríamos

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muerto.Tucker se encogió de hombros.—Ese no sería mi problema.—¿Y ahora? —inquirió Riley—.

¿Estás ayudando a Vlad?—Dejó de llamarme después de que

apuñalara a Aden, así que me marché.No me gustaba ayudarle. Y que consteque le pedí disculpas a Aden. Antes, ydespués de partirle el corazón en dos.

Riley estaba tan furioso que los ojosse le habían vuelto de fuego verde.

—Oh, muy bien. Te disculpaste. Esolo arregla todo.

—Por fin —dijo Tucker, alzando losbrazos al cielo, como si él fuera el único

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hombre cuerdo del mundo—. Alguienque lo entiende.

Riley rodeó a Mary Ann y le dio unempujón al tipo.

—Lo siento —dijo, y volvió aempujarlo—. Oh, lo siento otra vez. Esculpa mía. ¿Todo arreglado? ¿Medisculpas? —otro empujón.

Tucker aceptó los empujones sinresponder. Asombroso.

Mary Ann volvió a separarlos.—No me voy a quitar la camisa, ¿de

acuerdo? Así que tranquilizaos. Puedestatuarme las marcas en los brazos, Riley.Funcionarán exactamente igual que si lastuviera en la espalda y el pecho.

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—Está bien —dijo él, y por lomenos, dejó de empujar a Tucker.

Ella ya tenía tatuadas en la espaldamarcas que la protegían de lamanipulación mental y de las heridasmortales.

Riley quería asegurarse de queestuviera protegida también contra otramaldición de muerte, y contra lasilusiones mágicas, y contra lasmaldiciones de dolor, de pánico y deespionaje.

—Espera, espera —Riley sacudió lacabeza—. Tu padre te verá los tatuajessi te los hago en los brazos.

Sí, Mary Ann ya lo sabía. Pero eso

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no tenía importancia si quería volver aver a su padre. Le echaba de menosdesesperadamente, pero también teníaque mantenerse alejada de él. No podíallevar una guerra de seressobrenaturales a su casa.

Se sentó, se remangó y miró a Riley.—Dejemos de perder el tiempo. A

trabajar.—No piensas volver, ¿verdad? —le

preguntó Tucker.—No. No pienso volver. Riley,

empieza.Riley la miró fijamente. Después se

arrodilló a su lado y le tomó el brazo.Comenzó a tatuarla, y pese al dolor que

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sentía, ella consiguió mantener unaexpresión neutral.

—Has cambiado —le dijo él.—¿En dos semanas? —respondió

ella. Quiso soltar un resoplidodesdeñoso, pero no pudo. Él tenía razón.

—Sí.—¿Y crees que el cambio ha sido

para mejor?—Me gustabas como eras antes —

respondió él, en un tono de amargura.—¿Te gustaba que fuera débil y que

dependiera de ti?—No eras débil.—Tampoco era precisamente fuerte.—¿Y ahora sí?

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—Sí. Ahora soy más fuerte. ¿Así queya no te gusto?

—Sí me gustas. Pero no me gusta lacompañía que tienes —añadió él en vozbien audible.

—Esto es muy aburrido —dijoTucker—. Que alguien me entretenga.

Ellos no le hicieron caso.—¿Por qué te escapaste con Tucker?

Y no me refiero a una escapadaromántica. A menos que tengas algo quecontarme. Y si es así…

—No, no hay nada —dijo Mary Annapresuradamente. Tal vez las cosas yahubieran terminado entre ellos, pero ellano quería que Riley pensara que se

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había consolado con Tucker—. Despuésde que apuñalara a Aden, cosa quetodavía no le he perdonado, Tucker vinoa buscarme. Me vio salir de mi casa conuna bolsa de viaje y me siguió.

—Yo también te seguí, pero túhiciste todo lo posible por perderme.Sin embargo, a él no.

—Sí, es verdad —respondió ella—.Pero es que me preocupa hacerte daño ati. A él no.

—Muy agradable, Mary Ann —dijoTucker con ironía—.

Mucho.Ellos lo ignoraron.Riley hizo una pausa. Dejó la aguja

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de la tinta y le acarició la mejilla aMary Ann. Sin poder evitarlo, ella seinclinó hacia aquella caricia con losojos cerrados. En aquel momento solohabía dos personas en el mundo.

Inhaló su olor, fingiendo que ella eranormal, que todo era normal. Aquel olorsalvaje, a tierra, le recordó al aire librey deseó más, se desesperó por obtenermás, hasta que recordó lo que les habíaocurrido a las últimas criaturas de lanoche con las que se había encontrado, yno pudo seguir fingiendo.

Aquellas criaturas se habíanretorcido entre convul— habían formadohematomas y sus labios se habían

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resquebrajado mientras gritaban dedolor.

—Mary Ann.Ella se puso rígida y abrió los ojos.

Riley la estaba mirando conpreocupación. Preocupación. No, no, no.

—¿Te he hecho daño? —le preguntórápidamente. ¿Acaso había succionadotambién su esencia vital?

—Estoy perfectamente. No me hashecho daño.

Entonces, su preocupación se debíaa ella. Mary Ann se relajó, aunque soloun poco. ¿Por qué tenía que ser Riley tanmaravilloso?

—¿Me lo dirías si ocurriera?

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—Por supuesto. Yo no soy de losque aguantan el sufrimiento sin hablar.

No, no lo era. Aquel era un rasgo deRiley que ella adoraba.

—¿Cómo estás tú? —le preguntó él—. ¿Estás alimentándoteadecuadamente?

—Todavía no. He estado viviendode mis inmensas reservas, pero lasensación de saciedad vadesapareciendo poco a poco —admitióMary Ann—. Muy pronto volveré atener hambre.

—«Muy pronto» no es ahora.Tenemos tiempo.

Le estaba diciendo que tenían tiempo

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para estar juntos.Tiempo, antes de que ella tuviera

que empezar a preocuparse.¿Cuándo entendería Riley que ella

siempre estaba preocupada?—Bueno, termina de tatuarme las

marcas —le dijo con un suspiro.—De acuerdo. Pero esta

conversación no ha terminado.Sí, había terminado, pero ella no

dijo nada. Pocas horas después, MaryAnn tenía seis nuevas marcas deprotección tatuadas en la piel.

—Sexy —dijo Tucker, moviendo lascejas de manera insinuante mientras lamiraba.

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—¿Quieres que te saque los ojos?—le preguntó Riley, al tiempo querecogía los útiles de tatuar.

—Muy bien —respondió Tucker,alzando las manos con una expresión deinocencia—. Está espantosa.

¿Espantosa?—Gracias, traidor.Tucker se encogió de hombros.—Hemos intentado salir juntos y no

ha funcionado. Por lo tanto, no voy aponerme de tu lado incondicionalmentesi eso supone un peligro.

Aquella respuesta satisfizo a Riley,que sonrió de felicidad por primera vezaquel día.

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—Tú tampoco tienes nada que hacerconmigo —le dijo ella.

Y él también se encogió de hombros.—Cambiarás de opinión.—¡Mantén tus labios apartados de

mí! —exclamó ella.Si la besaba, ella cedería, como

siempre. Su boca la debilitaba, y asíeran las cosas.

Él le dedicó una sonrisa secreta, unapromesa de que se iba a lanzar sobreella en cuanto estuvieran a solas. Y aella le gustó. Sin embargo, Mary Ann seestremeció. No podía quedarse a solascon él.

—Yo no he dicho nada de que fuera

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a besarte, ¿no?—Repugnante —dijo Tucker, que

fingió tener náuseas—.Dejad de flirtear delante de un

espectador inocente.—Dudo mucho que tú hayas sido

inocente alguna vez —respondió ellasecamente.

—¿Y no tienes otro sitio al que ir?—le preguntó Riley—.

Como por ejemplo, junto a tu noviaembarazada.

Penny. Mary Ann todavía no la habíallamado aquel día y se preguntó siestaría inclinada sobre el inodoro,vomitando.

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A Tucker se le hundieron loshombros. Se había quedadocompletamente pálido y derrotado.

—Penny encontrará la felicidad sinmí —dijo.

—Su niño, tu niño, no. Tendrá unaparte de demonio y Penny necesitará tuayuda para criarlo.

La palidez de Tucker se convirtió enrubor de anhelo, de melancolía.

¿De veras… era posible quequisiera a Penny y deseara a que al estarcon ellos podría destruirlos. Sunaturaleza oscura podía obligarle ahacer cosas que lamentaría durante elresto de su vida.

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Mary Ann entendía aquelsentimiento. Estar sin Riley la estabamatando. Lo echaba de menos más y mása cada día que pasaba; lo echaba demenos incluso cuando estaba a su lado,porque sabía que no podía hacer nada,nada para que él estuviera seguro.

—Bueno, ¿has terminado con MaryAnn? Porque yo ya estoy listo para miturno —dijo Tucker, frotándose lasmanos.

Riley soltó un resoplido.—Sí, claro.—Eh, yo tampoco quiero que me

echen un encantamiento. Y soy unmiembro valorado de este grupo.

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—Creo que nuestra definición de«valorado» difiere bastante.

Tucker apretó la mandíbula.—Bueno, ¿podemos irnos ya? —

preguntó Mary Ann para evitar quevolvieran a pelearse. Otra vez.

—Sí —dijo Riley.Al mismo tiempo, Tucker dijo:—Como queráis.Por suerte, recorrieron sin incidentes

los veintiún kilómetros que había hastala antigua residencia del doctor Tucker,pero no hubo respuesta. Entonces, sesentaron en el columpio del porche,Mary Ann en medio de los dos chicospara evitar cualquier discusión, y

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esperaron.Ella había consultado el registro de

la propiedad del condado, y aquellacasa seguía siendo del doctor Smart y desu esposa. Así pues, Tonya Smart nohabía cambiado el nombre de laescritura, lo cual significaba,seguramente, que no había vuelto acasarse.

Sin embargo, cabía la posibilidad deque la hubiera alquilado, o de que noestuviera allí porque trabajaba los finesde semana. Y lo más lógico era que noquisiera responder a preguntas como:«¿Su marido era un ser extraño quepodía despertar a los muertos?».

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De todos modos, Mary Ann iba aintentarlo.

Aunque el sol brillaba con fuerza, devez en cuando las nubes lo ocultaban.Mientras Mary Ann se desenrollaba lasmangas de la camisa para retener todo elcalor, preguntó por Aden. Se sentíaavergonzada por no haberlo hecho antes.

—Se está recuperando —dijo Riley—. Aunque no gracias a Tucker.

—¿Es que no puedes dejarlo ya? —le espetó el interpelado—. Ya he dichoque lo siento.

Mary Ann se pellizcó el puente de lanariz. Tenía la certeza de que le iba aexplotar la cabeza en cualquier mo—

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ellos dos la habían obligado a serlo. Lapróxima vez iba a exigir unacompensación económica.

Después de dos horas de insultos, eldolor de cabeza era tal que Mary Annapenas podía soportarlo. Estaba muycerca de pensar que Tonya Smart nopodía ayudarla. Por supuesto, aquel fueel momento en el que oyó el motor de uncoche y el sonido de la gravillaaplastada por los neumáticos.

Mary Ann se puso en pie.—Dejad que hable yo —les dijo a

los chicos.—¿Y qué vas a decir? —preguntó

Tucker.

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—Mira y aprende, demonio —leespetó Riley—. Ella dirá lo que tieneque decir.

Tucker hizo un mohín.—¿Le contaste tu plan a él, y a mí

no?—No. Lo que pasa es que él confía

en mí. Y ahora, cállate.La señora Smart salió del coche.

Tendría unos cincuenta y cinco años yera de pelo castaño. Iba vestidapulcramente. Era muy guapa.

Llevaba una bolsa de la compraentre los brazos y sonrió al acercarse.Mary Ann lamentó no poder verle losojos, porque llevaba gafas de sol.

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—¿En qué puedo ayudaros?Mary Ann pensó que era humana y se

sorprendió al manera. Ahora, cada vezque conocía a alguien, inmediatamentelo catalogaba.

—Su aura es negra —murmuró Rileycon desconcierto.

¿Qué significaba aquello? No, notenía tiempo para preguntarlo.

—Sí, puede ayudarnos. Me llamoMary Ann. Usted es Tonya Smart,¿verdad?

—Sí, soy yo —respondió la mujer,en un tono vacilante.

—Yo soy… Bueno, mi madre murióel mismo día que su marido. En el

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mismo hospital. Ella murió al darme aluz.

Toda la calidez desapareció delrostro de la mujer, y se convirtió endesconfianza.

—Lo siento mucho.—Gracias. Yo también siento lo de

su marido.La señora Smart asintió. Miró a los

chicos y, entonces, su expresión sevolvió de miedo.

—¿Por qué me estás contando todoesto? ¿Por qué habéis venido aquí?

—No vamos a hacerle daño —leaseguró Mary Ann—. Los chicos puedenmarcharse, si le preocupan —añadió, y

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los miró—. De hecho, creo que es mejorque os marchéis.

Ahora.Aunque parecía que Riley quería

protestar, no lo hizo.Agarró a Tucker por el cuello de la

camisa y se lo llevó. No fueron lejos; sedetuvieron junto a un gran roble quehabía en el jardín delantero.

—Bueno, ¿y con cuál de los dosestás saliendo? —preguntó la señoraSmart.

—Con ninguno de los dos. Con elmoreno. Con ninguno.

La señora Smart se echó a reír y serelajó de nuevo.

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—Ah, quién fuera joven otra vez.Mary Ann sonrió forzadamente.

Después carraspeó, y dijo:Uno de mis amigos nació el mismo

día en el mismo hospital. El St. Mary —añadió, por si acaso la señora Smartpensaba que estaba mintiendo—. Estábuscando a sus padres.

La mujer se quedó confundida.—¿Y pensáis que mi Daniel podría

ser su padre?—No, no. Nada de eso. Es que mi

amigo… y yo… podemos hacer cosas.Cosas raras —le explicó Mary Ann.

Por el rabillo del ojo, veía a Rileyconteniendo el impulso de acercarse.

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Ella no debería estar contándoleaquellas cosas a nadie, y menos a unadesconocida que podía contárselo, a suvez, a otra gente. Gente que podíaperseguirlos a Aden y a ella. Sinembargo, no había otra solución.

Además, ella había investigado, yestaba segura de que Daniel Smart teníaque ser Julian. Las piezas encajaban.

—Me preguntaba si…—¿Qué?—Me preguntaba si el señor Smart

también podía hacer cosas raras.Una pesada pausa.—Cosas raras. ¿Como qué? No, no

me lo digas. No importa. Quiero que os

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marchéis. Y no volváis por aquí.—Por favor, señora Smart. Esto es

un asunto de vida o muerte.La mujer subió las escaleras y rodeó

a Mary Ann. Sin embargo, al oír lapalabra «muerte», se detuvo frente a lapuerta. Sin volverse hacia Mary Ann,preguntó:

—¿Estáis intentando resucitar aalguien?

Resucitar a alguien. Así que losabía. ¡Lo sabía! Alguien que ignoraralo que podía hacer Julian no habríahecho una pregunta como aquella. MaryAnn tuvo ganas de soltar un grito dealegría.

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—No, no. Se lo prometo. Nada deeso. Solo estoy buscando a la personaque podía… resucitar a alguien. Unapersona que murió el mismo día de minacimiento. Alguien que tal vez le…transmitió esa capacidad a otro.

Hubo un silencio. Un silencio largoy tenso.

—Mi Daniel no podía hacer nada deeso —dijo la señora Smart.

—Oh —dijo Mary Ann. Tal vezaquella señora estuviera mintiendo. Nopodía haber otra explicación para lo quehabía leído ella.

—Pero su hermano sí podía.Ah. Entonces, había otra

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explicación.—Él también desapareció aquella

noche, y desde entonces no ha vuelto asaberse nada de él. Ahora, márchate, porfavor. Vete. Y no olvides lo que te hedicho. No volváis por aquí. No soisbienvenidos.

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Una hora más tarde, Mary Ann estaba enuna cafetería con conexión a Internet,The Wire Bean. Era un lugar agradable,con sofás mullidos y mesitas redondas.

Fingía que estaba tomando un cafécon leche, porque beber de verdad leproducía náuseas. Ya no soportaba lacomida humana; solo le servíaalimentarse de la magia y de los poderes

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de los demás. ¡Estaba amargada!Tucker era quien había pagado aquel

café. Entre comillas.Su versión de «Deja que esto lo haga

yo» había sido proyectar una ilusiónpara que la cajera, que le había sonreídoy había coqueteado con él y con Riley,pensara que le habían dado un billete deveinte dólares, cuando en realidad,Tucker le estaba entregando aire.

Riley había protestado. Entonces,Tucker lo había mirado y le había dicho:

—Tú has robado un ordenadorportátil para Mary Ann, ¿y cuestionasmis métodos? ¿De verdad?

—Sí, de verdad.

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—Por lo menos, mi víctima no se apasar toda la noche llorando porque haperdido las diez primeras páginas de sulibro de pedidos.

—Vaya, eres todo un bienhechor —respondió el hombre lobo condesprecio.

Antes, tan solo una hora antes,aquella discusión habría fastidiadomucho a Mary Ann, pero en aquelmomento, apenas la oía. Estabaocupada.

Riley estaba sentado a su lado, conel brazo estirado por detrás de ella yapoyado en el borde del respaldo delasiento, y Tucker estaba frente a ellos.

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Mary Ann continuaba fingiendo quetomaba café, y continuaba tecleando,buscando al hermano de Daniel Smart,Robert.

—¿Sabes? Soy muy buen tipocuando Mary Ann y yo estamos solos.Tú me vuelves más áspero, lobo.

—Eso lo dirás tú.—Es cierto —intervino Mary Ann

—. Al igual que anulo las habilidadesde Aden cuando estoy con él, tambiénanulo la maldad de Tucker.

—Yo no diría tanto como «maldad»—comentó Tucker.

—Y tú —le dijo Mary Ann a Riley—, anulas mi capacidad de anular las

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capacidades.—Pobre Tucker —ironizó Riley—.

Tener que aguantarse con ser un malchico.

Tucker se hartó. Se pasó la mano porel pelo y se levantó del sofá.

—Mira, me voy fuera a fumar unrato.

—No apuñales a nadie —le dijoRiley, agitando la mano para despedirse.

Tucker lo miró con una expresiónsombría.

—¿Tienes algo que añadir a estaconversación, Mary Ann?

—Me parece bien —dijo ella, queya no les estaba escuchando.

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Tucker suspiró.—Avísame cuando hayas terminado.—Claro, claro —le dijo Riley.Tucker salió de la cafetería dando un

portazo.—Qué idiota. Lo voy a matar cuando

acabe todo esto. Lo sabes, ¿verdad,Mary Ann?

—Me parece bien.—¿De veras?—Me parece bien.—No estás escuchando ni una

palabra de lo que te estoy diciendo,¿verdad?

—Me parece bien.Diecisiete años antes, la gente no

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utilizaba Facebook ni Twitter, así queencontrar a Robert Smart era un pocodifícil. Sin embargo, parecía que estaballegando a algún sitio.

Encontró una noticia sobre él en unperiódico, y después otra, y otra. Todastenían que ver con la habilidad queposeía Robert Smart de localizar apersonas muertas y comunicarse conellas. Sin embargo, en ninguna parte semencionaba que resucitara a losmuertos. Tampoco había ningunamención a su muerte. Así pues, tal vezno pudiera descubrir nada, y… Hastaque…

¡Bingo! Una historia sobre su

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desaparición. Mary Ann sintió euforia alleer las primeras líneas. Habíadesaparecido la misma noche de lamuerte de su hermano. Y… Oh.

De repente, la decepción sustituyó ala alegría.

—Nunca llegaron a encontrar sucuerpo, y además no se casó —dijo envoz alta—. No tuvo hijos, ni otrosparientes aparte de Daniel y Tonya.

Eso significaba que no podríanhablar con nadie de su familia. Si Tonyavolvía a ver a Mary Ann, era posibleque llamara a la policía.

—Me parece bien —dijo Riley,imitándola burlonamente—.

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Pero puede que esté ahí fuerahablando con las brujas o las hadas,¿sabes?

Y, si no tenía familia, ¿cuál podíahaber sido su último deseo? No podíaquerer despedirse de ellos, porsupuesto, como había sido el deseo desu madre con respecto a ella.

¿Qué podía querer?Necesitaba saberlo. Para poder salir

de Aden, Julian tenía que hacer lo quelamentaba no haber hecho en vida.

Sin embargo, las almas no seacordaban de sus vidas humanas hastaque alguien se las recordaba. En aquelmomento, ella era la única que podía

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recordarle su antigua vida a Julian.—Mary Ann.¿Y si imprimía la historia de su vida

previa y se la leía?Tal vez así le hiciera recordar. O tal

vez era hora de cambiar de actividad yespiar a los padres de Aden. Laescritura de su casa estaba a nombre deJoe Stone. Paula, la madre, no estabamencionada en ella. ¿Seguían juntos, ose habían separado?

—¿Mary Ann?—¿Qué? —preguntó ella. Ah, sí.

Riley le había dicho algo sobre lasbrujas, las hadas, Robert—. No, él no vaa hablar con nadie. Está muerto.

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Un suspiro.—Me refería a Tucker.—Ah. Entonces, persíguelo. Mátalo.

Lo que quieras. Por favor. Yo necesitounos minutos de paz.

Un silencio lleno de asombro.—¿Estás intentando librarte de mí?—Sí. Pero por algún motivo, no lo

consigo.Riley la tomó de la barbilla e hizo

que lo mirara.—Mary Ann.—¿Qué?—Eres muy sexy cuando estás

concentrada.Entonces, se inclinó hacia ella y la

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besó. Allí, delante de todo el mundo,deslizó la lengua en su boca.

Fue un beso cálido y húmedo, y tandelicioso como ella recordaba. Nuncahabía sido capaz de hacerdemostraciones públicas de cariño, perosin poder evitarlo, se inclinó hacia él, lerodeó el cuello con los brazos y leacarició el pelo.

Mientras el beso continuaba, MaryAnn sintió hilos de energía que entrabanen su boca, que bajaban por su gargantay entraban en su estómago.

Conocía aquella sensación.Sintió pánico y se separó

bruscamente de él. Ambos estaban

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jadeando, pero Riley tenía gotas desudor en la frente.

—Estaba a punto de alimentarme deti —le dijo ella, con la voz ronca.

—Lo sé —respondió él. No había nirastro de disgusto en su voz, y ella sesorprendió.

—¿Y no te has apartado? ¡Idiota!Él sonrió.—Me gustaba lo que estábamos

haciendo.¿Se divertía con eso? Tal vez la

palabra «idiota» fuera demasiado suave.No se tomaba en serio su propiaseguridad.

Mary Ann lo miró con cara de pocos

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amigos y lo empujó con tanta fuerza quelo tiró al suelo. Él aterrizó sobre eltrasero y dejó escapar un jadeo deincredulidad.

—¡Sal de aquí antes de que… antesde que te dé una patada!

Riley no se inmutó. Se levantótranquilamente.

—Voy a buscar una bruja. Si tieneshambre, puedes…

La ira de Mary Ann se esfumó. Élestaba intentando cuidarla.

¿Cómo iba a seguir enfadada?—No, no tengo hambre.Y era cierto. No tenía hambre

todavía.

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—Ya sabes lo que pasa cuando no…comes. Deja que…

—No —respondió Mary Ann,aunque sabía muy bien lo que ocurría.Sentía dolor, más dolor de lo quehubiera sentido en toda su vida—. Estoybien.

No quería que él se enfrentara a lasbrujas y se expusiera a una maldición.

—Las brujas iban a hacerte daño ati. Ahora puedes hacérselo tú primero aellas.

Técnicamente, eso era cierto.Cuando el hambre llegaba a un puntoinsoportable, se alimentaba sin pensarlo,sin poder evitarlo. Brujas primero,

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hadas después, y algún día, cualquierraza le valdría. Ansiaría la energía delos demás.

De los vampiros, de los lobos,incluso de los humanos. Tal y comoestaba en aquel momento, solo un pocohambrienta, podría alimentarse de labruja con solo tocarla; sin embargo, noquería acercarse a ninguna hasta aquelpunto.

Por todos los motivos que habíarepasado mentalmente, pero también,porque algunas de las brujas le caíanbien.

Dos de ellas, Marie y Jennifer,podían haberla matado en varias

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ocasiones, pero no lo habían hecho.Habían hablado con ella para hacerleuna advertencia y se habían alejado.Mary Ann tenía la sensación de queestaba en deuda con ellas.

—Ve a buscar a Tucker mientras yodecido si tú me sirves de aperitivo —dijo—. No, espera. Antes cuéntame quésignifica eso de que el aura de Tonyaera negra.

Riley frunció el ceño y volvió asentarse junto a ella.

—Normalmente, significa que unapersona va a morir.

Sin embargo, su aura era de un negroviejo; era como si se hubiera

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descolorido y se hubiera vuelto gris. Hevisto esa clase de aura más veces, peronormalmente, en gente que habíaconseguido burlar a la muerte con lamagia, o que fue maldecida para mucho,mucho tiempo.

—¿Y qué crees que le sucede a ella?—No lo sé. No percibí las

vibraciones de la magia en ella —respondió Riley, encogiéndose dehombros—. Pero eso también puedesignificar que está maldita, y que lamaldición forma parte de ella, como lospulmones o el corazón, y que nadiepuede sentirlo. O puede significar queno se usó la magia.

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—Entonces, lo que quieres decirmees que no tienes ni idea.

—Exacto. ¿Y lo que tú quieresdecirme es que no quieres que me quedecontigo? Porque eso de servirte deaperitivo…

—¡Vete, vicioso!Él se puso en pie, riéndose, y le

sopló un beso. Después salió de lacafetería. Mary Ann tuvo que hacer unesfuerzo para poder concentrarse denuevo en el ordenador. Le temblaban losdedos mientras tecleaba. Y, sin darsecuenta, tecleó el nombre de los padresde Aden para buscarlos.

Otra vez. Tal vez su subconsciente

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estaba tratando de decirle algo.Muy bien, lo haría. Y la próxima vez

que se tatuara una marca de protección,sería para impedir que los chicos es-tropearan su concentración. Sinembargo, dudaba mucho que hubieraalgo que pudiera protegerla del atractivode Riley.

Aden sorprendió a Victoria. En vezde entrar al salón del trono, donde loesperaban sus invitados, en vez dealimentarse, lo primero que hizo fueprepararse para una posible batalla.Tarea que le ocupó varias horas llenasde tensión, durante las cuales, Victoriaescuchó parte de una conversación suya

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con Elijah, y supo que Aden estabadisgustado porque el alma no habíapredicho aquello. Escuchó también suconversación con los miembros delConsejo, y des-pués con Maddie, y seenteró de que quienes lo esperaban erannueve guerreros.

Suspiró de alivio cuando él situóguardias y vigilantes en todas lashabitaciones de la casa, y también en elexterior de la mansión. Observó comose armaba, apartó la vista mientras él seponía unos vaqueros y una camisetalimpios y esperó con él a que llegaranlos lobos ya cansados de patrullar por elbosque.

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No hubo tiempo para pensar en elbeso, y en la ira de Aden al saber queella había perdido la virginidad conotro.

Eso no encajaba con el Aden delpasado. ¿Sospecharía cuál era laidentidad del chico? ¿La odiaría cuandosus sospechas se confirmaran?

No podía permitirse el lujo depensar en todo aquello todavía. Teníaque concentrarse en la situación, por siAden no lo hacía. Él todavía no habíacomido, y ella no entendía por qué.

Tampoco entendía por qué él habíainterrumpido en dos ocasiones lo queestaba haciendo para anunciar que iba a

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bailar.En aquel momento, estaba

recorriendo la alfombra roja flanqueadopor los lobos, seguido por Victoria ypor un grupo de los vampiros másfuertes de la casa. Los demás vampiroshabían formado un pasillo que llegabahasta la sala del trono, y lo miraban alpasar.

Victoria oyó murmurar las palabras«acaba de aparecer », «problemas» y«guerra», y cada una de ellas le causómás miedo que la anterior.

Cuando Aden llegó a las puertas delsalón, los guardias murmullos, solo seoyeron sus pasos y el sonido de las

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garras de los lobos contra el suelo.Entonces, Aden se detuvo, y aquellosque lo seguían hicieron lo mismo.Entonces, solo se oyó el silencio.

Los recién llegados eran más fuertesy más altos de lo que había imaginadoVictoria, y estaban colocados en uve;una formación de guerra. Era una posepara intimidar, para demostrar unidad.

El hombre que estaba al frente ladeóla cabeza, pero no en un gesto dedeferencia, sino más bien de evaluaciónde su oponente.

—Por fin. Has llegado —dijo. Nohabía desprecio en su expresión, pero elinsulto estaba implícito. Había dado a

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entender que Aden era un cobarde porhaberlo hecho esperar.

El antiguo Aden habría hecho casoomiso de aquel insulto, pero el nuevoAden elevó la barbilla y dijo:

—Por fin os honro con mi presencia.—No somos tus súbditos, así que no

nos honras.—Por supuesto que lo sois.—No.—Sí.—Vaya, pequeño id…El guerrero que estaba junto a él le

puso la mano en el hombro, y él apretólos labios. Era evidente que intentabaconservar la calma. El segundo hombre

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dijo:—No somos nosotros quienes

deseamos hablar contigo, Aden elDomador de bestias.

Al menos, reconocían su poder. Lossobrenombres eran muy importantesentre los vampiros, porque identificabansu personalidad, su capacidad y susconquistas. Vlad el Empalador. Laurenla Sanguinaria. Stephanie la Exuberante.Victoria la Mediadora.

—¿Quién, entonces? —preguntóAden.

Hubo una pausa; fue el ojo delhuracán, antes de que otro guerreroapareciera como por arte de magia en el

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vér-tice de la uve, y todos los presentesemitieron exclamaciones de sorpresa yasombro.

—Yo.—Sorin —susurró Victoria.Sabía que iba a ir a la mansión en

algún momento, pero verlo vivo y enpersona la dejó anonadada. Su hermanoestaba allí. ¡Su hermano estaba allí deverdad!

Tuvo ganas de salir corriendo haciaél, de lanzarse a sus brazos. Nunca sehabían tocado, nunca habían hablado;sus miradas solo se habían cruzado seisveces. Sin embargo, una parte olvidadade sí misma quiso hacer todo aquello, y

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más.—¿Lo conoces? —le preguntó Aden;

sin embargo, no esperó a que ellarespondiera—. Creo que yo también.¿Hay alguna manera de detenerlo?

—¿De detener… a Sorin?Aden frunció el ceño, y agitó la

cabeza.—No te creo, Elijah.Era de esperar. Las almas lo estaban

molestando, no lo estaban ayudando.Victoria le agarró la mano para

darle apoyo, y al mismo tiempo,devolverlo al momento y al lugar en elque se encontraban. Aden le apretó losdedos suavemente, para reconfortarla a

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ella.Sorin soltó un resoplido desdeñoso.—Ya había oído decir que estás

loco, humano. Me alegro de constatarque las habladurías son ciertas, de vezen cuando.

Aden no respondió.—¿Ha predicho Elijah algo

horrible? —le preguntó Victoria en unsusurro.

A Aden le vibró un músculo debajode uno de los ojos, pero tampocorespondió.

¿Acaso estaba concentrado, inclusoen aquel momento, en la predicción delalma? Victoria, temblando, se volvió

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hacia su hermano.—No está loco —dijo. Tal vez

pudiera convencer a aquellos muchachosde que llegaran a un entendimiento—.No lo subestimes. Puede costarte lavida.

Sorin la miró a los ojos. «Siete»,pensó ella. Sin embargo, la expresióndura de su hermano no varió. ¿Larecordaba? Llevaba tanto tiempo lejosde ellos…

Los vampiros envejecían mucho másdespacio que los humanos. AunqueVictoria tenía ochenta y un años, suapariencia era la de una chica dedieciocho. Sorin tenía más de

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cuatrocientos años, pero parecía unhumano de un-os veinticinco, con supelo rubio claro y sus ojos azules, tanazules como los de ella. Medía casitreinta centímetros más que Aden, y eramuy musculoso.

—Hermana —dijo él, y asintió parasaludarla—. También había oído decirque estabas saliendo con el rey humanoy loco, pero no lo había creído hastaeste momento. ¿Y realmente piensas queél podría hacerme daño?

Su primer pensamiento fue: «Seacuerda de mí». El segundo: «¿He sidotan feliz alguna vez?». El tercero: «Va ahaber muchos problemas». El cuarto:

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«Se acuerda de mí».—No lo enfurezcas —dijo—. A tu

bestia no le gustará, y te castigará porello.

Sorin apartó la mirada de ella y laclavó en Aden.

—No pareces un rey de losvampiros.

—Gracias.—No era un cumplido.Una pausa. Un suspiro de Aden.—Tengo que decirte que lo que has

planeado no terminará bien.A Victoria se le encogió el

estómago.—Y exactamente, ¿qué he planeado?

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—preguntó Sorin, sin preocuparsedemasiado.

—¿Para qué le vamos a estropear lasorpresa a todo el mundo?

—Muy bien. Entonces, empecemos—dijo Sorin.

Y sin más, avanzó y agarró lasempuñaduras de las espadas que llevabaatadas a la espalda, que asomaban porencima de sus hombros. El metal silbócontra el cuero y, al instante, las hojasplateadas estaban brillando a la luz de laaraña.

Aden se quedó inmóvil como unaestatua, hasta que los lobos comenzarona gruñir. Él alzó una mano para pedir

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silencio. Ellos obedecieron, peropermanecieron tensos, con el pelo dellomo erizado. Y, aunque él no ordenó aninguno de los demás vampiros queluchara, varios de ellos avan-zaron yrodearon a Sorin.

Victoria sabía el motivo de aquelgesto. Sus bestias.

Fauces se había vuelto loco y estabagolpeándole las sienes con tanta fuerzaque le hacía daño, porque quería salir atoda costa para proteger a Aden. Ellatuvo que utilizar toda su fuerza paramantenerlo dentro de sí, para no perderel control sobre él.

Vio que su hermano giraba

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repentinamente, y vio saltar los órganosinternos de alguien. Sorin giró de nuevoy una cabeza voló por los aires. Otrogiro y una pierna se separó de su rodillay cayó al suelo. Era horripilante, peroVictoria solo pudo pensar en que lasangre que manaba por doquier teníamuy buena pinta. Y no solo para Fauces,que había dejado de luchar contra ella yse había concentrado en la sustancia quetanto ansiaba, sino también para ella. Ysi a ella le parecía buena…

Miró a Aden. Él se estabarelamiendo, y tenía los ojos llenos deelectricidad, de relámpagos. ¿Habíaentrado en trance? De ser así, no había

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salvación para él.Sorin se detuvo justo frente a Aden,

que continuaba mirando la sangre. Sí,estaba en trance.

—¡Sacad los cuerpos de aquí! —gritó ella, porque de repente recordóque Aden tenía la capacidad dedespertar a los muertos, y temió que loatacaran.

Los soldados vampiro obedecieronapresuradamente.

—¿No tienes miedo? —le preguntósu hermano al rey.

Sorin tenía las espadas abatidashacia el suelo, y la sangre goteaba deellas. Victoria solo habría tenido que

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agacharse y sacar la lengua, y todo aquelsabor explotaría en su boca.

Sin embargo, consiguió dominarse yse concentró en los chicos. Seguíanenfrentados, muy cerca el uno del otro.Ella debió de apretarle la mano a Adencon fuerza, porque Aden reaccionó.Carraspeó y salió de su estupor comosolo lo habría hecho un vampiro ancianoy experimentado. Se irguió.

—¿Miedo de ti? —preguntó.—Sí —dijo Sorin con una lenta

sonrisa—. Miedo de que te mate.—¿Por qué iba a tenerlo? Ya estoy

muerto.Aquello hizo vacilar a su hermano, y

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le borró la expresión divertida delrostro.

—Te han dicho algo equivocado,¿no? Hasta el momento, esto ha sido muybueno para mí.

—Yo nunca he dicho que esto nofuera a terminar bien para ti.

Sorin negó con la cabeza, como si nolo entendiera.

—Entonces, ¿para ti?—No.—Entonces, ¿por qué…? —Sorin

miró a Victoria. Ocho—.¿Siempre es tan críptico?El hecho de que su hermano le

hablara directamente de nuevo le causó

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una enorme alegría, y no podía negarlo.De hecho, se sintió tan eufórica que nopudo dar con una respuesta inteligente.Se quedó allí plantada, mirándolo, conla boca abierta como una boba.

—Di lo que tengas que decir —leinstó Aden—, para que podamosempezar.

—Muy bien —respondió Sorin—.He venido a decirte que tus aliadosestán muertos. Yo los maté.

—¿Los mataste? ¿Con Aden reciénllegado al trono? —preguntó ella con unjadeo.

Sorin se encogió de hombros.—Llevo una década deshaciéndome

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de ellos, golpeando a Vlad en cadaocasión que tenía.

Su padre nunca le había contado queSorin se hubiera vuelto en contra de suclan. Aunque eso no debería causarlesorpresa, puesto que su padre nunca ledecía nada.

—No lo entiendo —dijo Victoria—.¿Por qué has hecho eso?

Fue ignorada.—Conozco tu secreto —le dijo su

hermano a Aden.—Ya lo sé —respondió Aden con

calma.Aquello era frustrante. ¿Qué

secreto?

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—Cada día se hace más fuerte.Volverá pronto, y atacará.

Sorin sabía que Vlad estaba vivo.Nadie más lo sabía, y si loaveriguaban… Victoria esperaba que elresto de los vampiros pensara queestaban hablando de Dmitri. O de otrocualquiera, de alguien a quien noconocían.

—Eso también lo sé —dijo Aden—.Y sé que quieres ser el rey. Quieres sertú quien lo destruya cuando vuelva aaparecer. Estás dispuesto a desafiarmepara conseguir lo que quieres, aunqueeso vaya en detrimento del clan.

—Loco, pero listo. Tienes razón,

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Aden el Domador de las Bestias.—No —dijo Victoria, negando

violentamente con la cabeza—.Podemos arreglar esto hablando.Podemos llegar a un acuerdo —añadiócon desesperación. Después de ver lahabilidad de Sorin, no estaba segura deque Aden pudiera salvarse.

Aden también lo sabía. ¿Acaso nohabía predicho, él mismo, que aquellono terminaría bien? Y de todos modos,dijo:

—Acepto tu desafío, Sorin elDespiadado. Lucharemos por la coronaal amanecer del día de mañana.

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—¿Por qué le has dado tanto tiempopara prepararse?

Aden estaba sentado sobre la tapadel inodoro del baño de la habitación deVictoria. Tenía mucha hambre, estabacansado y se sentía inseguro. ¿Habíahecho lo correcto?

Pronto lo averiguaría.Tenía una maquinilla para cortar el

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pelo en una mano y, en la otra, unapequeña papelera. Le pasó la maquinillaa Victoria y puso la papelera en elsuelo, entre sus pies. Entonces,respondió:

—Me he dado tanto tiempo a mímismo.

—Ah.Victoria estaba más pálida de lo

corriente, y temblorosa.Agitada, incluso. Él lo entendía.

Había amenazado a su hermano. Iba aluchar contra su hermano. Seguramente,ella también se sentía insegura, confusay disgustada.

Una hora antes, seguramente eso no

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le habría importado. Pero cuandoestaban en la sala del trono, rodeadospor el peligro, ella lo había tomado dela mano y le había ofrecido consuelo. Yde alguna manera, aquel contacto lohabía sacado del páramo sin emocionesen el que había estado viviendo. Estabasintiendo de nuevo. Esperanza,admiración, afecto… y cada una deaquellas emociones era como los rayosdel sol.

En aquel momento, puso los codossobre las rodillas.

—Voy a hacerte una pregunta,Victoria, pero no es por ningún motivooculto, ¿de acuerdo? Así que no te

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preocupes. Es porque tengo curiosidad.Ella se puso rígida.—De acuerdo.—Me estás ayudando, pero es

evidente que quieres a tu hermano. ¿Porqué?

Algo de la preocupación de Victoriadesapareció.

—¿Es que quieres que te haga uncumplido? ¿O quieres una confesión deamor? —preguntó. Pero antes de que élpudiera responder, añadió—: No quieroque os peleéis, eso es todo.

—Vamos a luchar. Eso te lo prometo—replicó él. Tal vez fuera demasiadocategórico, pero no quería que hubiera

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malentendidos.A Victoria se le hundieron un poco

los hombros.—Sé que vais a luchar —dijo—.

Ojalá tuvierais sentido común.—¿Es que quieres que huya?Pasó un momento. Victoria suspiró.—No. No puedes. Él te perseguiría.

Los demás irían a buscarte. El desafíose ha lanzado y ha sido aceptado, y si nocumples tu parte, todos pensarán queeres débil y que pueden quedarse con lotuyo. Nunca tendrás paz. Pero yo soloquiero que…

Quería que ellos dos estuvieranbien. Era comprensible.

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—Y antes de que me lo preguntes,quiero que ganes tú.

Aden no se esperaba eso.—¿Por qué?—Porque existe la posibilidad de

que le perdones la vida.Él no tendrá la misma deferencia

contigo. ¿Sabes… lo que va a ocurrir?—No, no sé cuál será el resultado de

la pelea —respondió Aden. Y eracierto. Había visto varios resultados através de Elijah, pero todos erandistintos—. Pero sé que tu hermano nova a causar problemas mientras espera aque llegue la batalla. Elijah me lo contó.

Victoria se estremeció.

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—No me consuela. Y… Y no creoque debamos hablar más de esto. Micuerpo está reaccionando negativamentea todas tus palabras. Si continuamos,puede que vomite.

Magnífico. La intención de Aden erareconfortarla, no ponerla enferma.

—¿El único malestar que tienes es eldel estómago?

—Tengo la sangre helada y espesa, yel corazón me golpea con fuerza contralas costillas.

Bueno, no era tan terrible como élhabía pensado.

Acababa de describirle un ligeroataque de pánico.

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—¿Y nunca habías tenido este tipode reacción?

—Tan fuerte, no —respondió ella.Después miró la maquinilla con el ceñofruncido—. ¿Qué quieres que haga conesto?

—Me gustaría que me afeitaras lacabeza —respondió él, aceptando elcambio de tema. Esperaba que, de esemodo, ella pudiera calmarse.

—¿Que te afeite la cabeza? —inquirió Victoria con horror—.

Te quedarás calvo.Él sonrió.—Hay cosas peores. Y de todos

modos, no me quedaré calvo. Me

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quedaré rubio. La maquinilla tiene untope que marca la largura que quierasdejar en el pelo. Marca unos cincocentímetros.

—Ah —murmuró ella. Después,manipuló el tope de la máquina y la pusoen funcionamiento—. ¿Estás seguro? Sino te gusta el resultado, no habrá marchaatrás.

—Estoy seguro.—Entonces, dime por qué quieres

cortarte el pelo.«Sí», intervino Julian. «Es una

tontería. Pareceremos idiotas ».Elijah no abrió la boca.Después de todo lo que había

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ocurrido, Aden se sentía como unapersona nueva. Era una persona nueva.Y, sin embargo, cada vez que pasabapor delante de un espejo, y habíamuchos espejos por las paredes deaquella mansión, su aspecto era elmismo. Eso también debía cambiar.

—Porque sí —dijo.—Está bien —respondió ella con

resignación, y se puso a trabajar. Adenvio como caía al suelo mechón trasmechón.

«Párala», gritó Caleb. «Tómale lamano y detenla».

Durante un momento, Aden sintióalgo como una cuerda tirándole del

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brazo hacia la mano de Victoria, y unpicor en los dedos, que estabanpreparados para cerrarse alrededor desu muñeca. Frunció el ceño y tuvo quehacer un esfuerzo para mantener el brazojunto al costado.

¿Qué demonios…?«Vamos, hombre», le dijo Caleb.

«Lo único que tienes que hacer eslevantar el brazo y tomarle la muñeca».

—¿Estás intentando poseer micuerpo, Caleb?

«Tal vez», gruñó el alma.Ninguno de ellos había intentado

hacer algo similar desde hacía años. Talvez porque no podían tomar el control

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sin su permiso. O al menos, no habíanpodido; sin embargo, aquel tirón…había sido más fuerte que cualquier cosaque él hubiera sentido. No estaba segurode lo que significaba.

—No vuelvas a hacerlo —dijo conaspereza.

Victoria se quedó inmóvil.—Yo… no quería… ¡Tú me lo has

pedido!—No, no. Disculpa. No estaba

hablando contigo —dijo rápidamenteAden.

—Ah, bueno. Me habías asustado.Ella volvió a concentrarse en su

tarea.

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Su olor lo golpeó con la fuerza de unbate de béisbol.

Aden olvidó a las almas, la boca sele hizo agua y el es-tómago se leencogió. Estaba al borde de la muertepor in-anición desde que Sorin habíamutilado y matado a aquellos vampiros,y había tenido que hacer un granesfuerzo para poder salir de aquellaestancia sin tirarse al suelo para lamerla deliciosa sangre.

Le habían detenido dos cosas: eldeseo que sentía por la sangre deVictoria, y solo por la sangre deVictoria, que se intensificaba a cadaminuto, y el hecho de saber que si

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mostraba alguna debilidad, sería usadacontra él durante la gran batalla.

Elijah le había mostrado variosfinales, pero no el de evitar la lucha. Detodos modos, se había dado cuenta deque su futuro era incierto. Y de quepodía ganar, tal vez, pero pagando ciertoprecio. Su victoria significaría el comi-enzo de una espiral para Victoria. Talvez porque lo vería erguido sobre elcadáver de su hermano, rodeado devampiros que lo vitoreaban mientrasella lloraba por Sorin.

Aden no quería eso para Victoria.No quería que se pusiera triste, ni que seenfadara, ni que lo odiara. Por lo tanto,

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tenía que encontrar otra solución.—¿Sabías que tienes pequeños

puntitos en el cuero cabelludo? —lepreguntó Victoria.

—¿Pecas?—Probablemente. Son muy monas.—Eh… gracias.—De nada —dijo ella, y siguió

canturreando suavemente mientrasterminaba—. Bueno, ya está.

Entonces, lo tomó por las mejillas ehizo que echara la cabeza hacia atrás,para mirarle la cara.

—Eres… —a Victoria se le escapóun jadeo.

¿Acaso estaba tan horrible?

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«Te lo advertí», dijo Caleb. «Te loadvertí».

Mientras Victoria lo observababoquiabierta, Aden se levantó. Se miróal espejo y se vio con cinco centímetrosde pelo rubio y encrespado. Aquel colorrubio, su color natural, resaltaba elbronceado de su piel. Y sus ojos, queuna vez habían sido negros yrecientemente se habían vuelto violetas,estaban de un castaño dorado en aquelmomento.

«Oh», musitó Caleb. «Bueno,entonces está bien. ¿Es que nunca van acesar las sorpresas?».

—¿No te gusta? —le preguntó Aden

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a Victoria.—¿Que si no me gusta? —preguntó

ella, y alzó la mano para acariciarle elpelo—. Me encanta. Y por fin entiendoel atractivo de un chico malo.

Aden se preguntó si parecía un chicomalo mientras se inclinaba hacia sumano, con la esperanza de que la cariciase prolongara.

«Bésala», le instó Caleb. «¡Ahora!Antes de que se pase la magia».

Sí.Antes de que Aden se diera cuenta

de que se había movido, tenía las manosen su cintura y la había atraído hacia sí.Automáticamente, posó la mirada en el

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pulso que latía en su cuello y oyó unrugido agudo que reverberó en sucabeza.

Victoria notó la dirección de susojos.

—Tienes que alimentarte, o estarásdemasiado débil como para sobrevivirmañana.

—¿Me lo estás ofreciendo?—Eh… no —dijo ella, y se

estremeció—. Aden, tienes que parar.—¿De qué? ¿De agarrarte?«¡Nooo!», gritó Caleb, y los dedos

de Aden se aferraron con fuerza a lacintura de Victoria, que hizo un gesto dedolor. «La he echado de menos».

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—Ya basta —le ordenó Aden—.Afloja las manos y dame un minuto.

—¿Las almas? —preguntó ellacomprensivamente.

Él asintió. Entre murmullos, Calebdejó de ejercer su poder y Aden suavizóla presión de los dedos. Si Calebcontinuaba comportándose así, tendríaque hacer algo, aunque no sabía qué.Aparte de hallar la manera de que elalma saliera de él.

quieres estar conmigo, al minutosiguiente no, después sí…

y yo no sé qué pensar… ¡Dios mío!—¿Qué ocurre?Ella se apartó de Aden y se sacó el

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teléfono del bolsillo con manotemblorosa.

—Riley me acaba de enviar unmensaje, y la vibración del teléfono meha dado un susto de muerte.

Él quería tenerla otra vez entre susbrazos.

—Eso tiene fácil arreglo. Apaga lavibración.

—Claro. En cuanto averigüe cómose hace.

Leyó lo que ponía en la pantalla y supiel blanca se volvió un poco grisácea.

—Eh… ¿Me disculpas un momento?—le preguntó. No esperó a querespondiera, sino que salió del baño

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rápidamente, diciendo—: Te enviaré unesclavo de sangre para que te alimentes.Tal vez la misma chica de antes.

Al salir, cerró de un portazo.—No lo hagas —dijo él, pero no

supo si ella lo había oído.Aden solo deseaba la sangre de

Victoria. Salió a la habitación, pero ellano estaba allí.

«No puedo creer que hayas dejadoque se marchara sin darle un beso dedespedida», gimoteó Caleb.

Elijah hizo un ruidito, algo entreestornudo y tos.

«Primero el pelo, y ahora el beso.¿Es que no vas a dejarlo? Me estás

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volviendo loco».«¡No! Esto es importante».«Te he apagado una vez, Caleb. No

me obligues a hacerlo de nuevo».«¿Que me has apagado? ¿A qué te

refieres? ¿Cuándo has hecho eso?Porque Aden puede decirte que, denosotros tres, yo soy el más poderoso, ysi es necesario apagar a alguien denuevo, lo haré yo».

La exasperación de Elijah seconvirtió en inquietud.

«No importa. Solo…».«¡Espera un segundo! No voy a dejar

pasar esto. ¿Estás hablando de la cueva?Porque el final de nuestra estancia allí

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fue en un agujero negro igual que elagujero al que nos envía Mary Anncuando Aden se acerca a ella. ¿Nos hashecho tú eso, Elijah? ¿Eh?».

«¿Un agujero negro?», preguntóElijah.

«¿Qué hiciste, Elijah?», inquiriótambién Julian.

¡Por el amor de Dios!—Necesito que Elijah me ayude

durante mi batalla con Sorin, pero si noos calláis, voy a buscar las medicinasque nos dio Victoria y os dejaréinconscientes ahora mismo.

«Disculpa, Ad», dijo Julian.«Vale, lo que tú digas», protestó

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Caleb.«Gracias», dijo Elijah.—Bien.Se habían entendido los unos a los

otros.Por el rabillo del ojo, Aden vio a la

mujer danzante de aquella mañana,caminando suavemente hacia la cama deVictoria e inclinándose hacia delante.Había una niñita de pelo negrodurmiendo allí. Aden frunció el ceño.

Hacía un segundo, ninguna deaquellas dos mujeres estaba allí.

—Tú —dijo, acercándose a ellas.La mujer lo ignoró.—Vamos, preciosa —le dijo a la

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niña, mirando con pánico hacia atrás—.Tenemos que marcharnos antes de que élvuelva.

La niñita se estiró y bostezó.—Pero si yo no quiero irme… —

dijo con una voz angelical.—Debemos irnos ahora mismo.—Si ella no quiere irse, no te la vas

a llevar —le dijo Aden a la mujer, eintentó tomarla del hombro.

La mano pasó a través de su figura.

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Después de encargarse de que enviarana la esclava de sangre a Aden, tal ycomo le había prometido, Victoria seencerró en la habitación de Riley,sabiendo que nadie entraría allí sinpermiso y que podría consultar a solasel mensaje de texto de su amigo.

Tucker. Era increíble que Riley nolo hubiera matado todavía. Seguramente,

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Mary Ann le había pedido que no lohiciera y él, como era un idiotaenamorado, había cedido.

Como Aden solía ceder por ella. Ytal vez volviera a hacerlo algún día, silas miradas que le había echado en elbaño significaban algo.

Y era cierto que Aden estaba bien.Por fin estaba volviendo a ser él mismo.Aunque las cosas iban a cambiar otravez, y de una manera que le haría muchodaño. Porque si Riley y Mary Annhabían averiguado quién era Julian, soloera cuestión de tiempo que Aden tuvieraque decirle adiós al alma.

Ella no iba a decírselo todavía.

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Aden ya tenía suficientes cosas por lasque preocuparse. Y eso le recordó elotro mensaje que había recibido, uno delque no le había hablado a Aden. Sorin ledecía que estaba en el bosque y le pedíaque fuera a reunirse con él.

Su hermano quería hablar con ella.Su hermano. ¿Quería hablar sobre laposibilidad de trabar relación con ella,o sobre Aden? ¿O tal vez sobre ambascosas? Victoria era consciente de quecorría un gran peligro acudiendo aaquella cita.

Sin embargo, el deseo de verlo erademasiado fuerte.

Decidió que acudiría a su llamada,

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pero lo haría de una manera inteligente.No iría sola, y no se quedaría muchotiempo. Les pidió a sus hermanas que laacompañaran, y las tres se pusieron encamino.

—Yo no quiero verlo —declaróLauren—. Solo voy para poder matarlosi te amenaza.

Lauren era alta, esbelta y tan rubiacomo Sorin. Llevaba un peto de cueronegro ajustado y, alrededor de ambasmuñecas, un aro de alambre de espino.Se había entrenado para ser una guerreradurante toda su vida y había matado amás brujas y hadas que el líder delejército de Vlad.

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—Ha tenido décadas para convencera Vlad de que nos dejara hablar con él, ypara visitarnos, y no lo hizo.

verdes. Llevaba una camiseta azul yuna minifalda negra—.

Estás demostrando lo tonta que eres.—Yo no soy tonta, y lo sabes.—Eso lo dirás tú. He conocido

piedras que eran más listas que tú.—¿Quieres que te mate a ti también?Se querían, pero también les

encantaba lanzarse puñaladas.Victoria tenía envidia. Ellas dos

siempre habían tenido el valor de serquienes querían ser. Pero había quetener en cuenta que Lauren era la hija

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preferida de Vlad, y que la madre deStephanie había sido su esposa favorita.Él se había portado bien con ellas.Victoria no contaba con el afecto de supadre, y su madre había sido siempredespre-ciada, así que ella siempre sehabía llevado la peor parte de la rabiade Vlad.

Siguió caminando por el bosque,soportando el frío y disfrutando del olorde la tormenta que se avecinaba. Elcielo estaba cada vez más oscuro.

Un poco más adelante, los hombresde su hermano salieron de entre losárboles y formaron un círculo a sualrededor. Sorin se adelantó y las saludó

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con un asentimiento de cabeza.—Hermanas.otra punzada de envidia. Era

evidente que aquellos dos habían pasadotiempo juntos. Se conocían, estabancómodos el uno con el otro, tal vezincluso se quisieran.

¿Por qué no había querido Sorintener relación con ella?

—¿Qué estás haciendo, vaca? —leespetó Lauren con un gruñido a suhermana pequeña—. Vuelve aquí antesde que ese tipo te corte la cabeza.

Stephanie sonrió, sin salir delabrazo de su hermano.

—Yo no soy la que se olvidó de

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visitar a nuestro hermano en secreto. ¿Ya quién estás llamando vaca, ballena?¿Has visto qué trasero te hacen esospantalones? —le preguntó a Lauren,fingiendo que se estremecía—. Enrealidad, olvida la pregunta. Todo elmundo ha visto el trasero que te hacenesos pantalones.

—Todo el mundo está a punto de vertu sangre salpicada por todos losárboles.

Victoria pensó que tal vez habríadebido ir sola a aquella reunión.

—Lauren, eres guapísima —dijo, yestiró los brazos para mantenerseparadas a sus hermanas antes de que

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se pelearan de verdad—. Stephanie, tútambién. Y ahora, ¿podría hablar con mihermano?

Sorin le dio un beso a Stephanie enla sien antes de dejarla en el suelo.Después hizo un gesto hacia detrás deellas y dijo:

—Sentaos. Las tres.—¿Dónde?Victoria se dio la vuelta y vio cuatro

tocones perfectamente situados: dosfrente a los otros dos. Lauren se sentójunto a Victoria, y Stephanie, junto aSorin. Todos los hombres de su hermanodesaparecieron, aunque ella sabía queestaban muy cerca, preparados para

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protegerlo. Entonces, uno de ellosemergió de las sombras, demostrándoleque tenía razón, con una bandeja en laque había cuatro copas llenas de sangre.

Victoria tomó una y bebió un poco.La sangre estaba caliente y dulce. No tandulce como la de Aden, pero Faucesgimoteó de alivio.

—Me sorprende que hayas venido—dijo Sorin, mirándola.

Ella tenía muchas cosas quepreguntarle, muchas cosas que decirle.

—¿Por qué nunca viniste avisitarnos?

Aquello fue lo primero que se leescapó, sin poder evitarlo, y Victoria se

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ruborizó. Debería haber comenzado laconversación de otra manera, noacusándole de aban-donarlas yponiéndolo a la defensiva.

Sin embargo, su hermano no seofendió.

—No pensaba que tú quisierasarriesgarte a incurrir en la ira de nuestropadre —dijo con una sonrisa. Entoncesse quitó las espadas de la espalda paraponerse cómodo y las apoyó a cada ladode su asiento—. ¿Estaba en lo cierto, ono?

Ella, con los hombros hundidos,dejó la copa vacía en el suelo.

—Yo podía haberme arriesgado a

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incurrir en su ira por verte, así quesupongo que los dos somos culpables.

Lauren puso los ojos en blanco.—Siempre eres muy rápida para

echarte la culpa de las cosas y perdonara los demás —le recriminó a Victoria, ydespués le dijo a su hermano—: Yo mehabría arriesgado a ir a verte, idiota,pero de todos modos tú no intentasteverme a mí. Y deja que te diga otracosa: si despreciabas a Vlad tanto comodices, lo habrías hecho. Así que para mí,solo eres un charlatán y te odiaré todami vida por ello. De hecho, tal vezdecida cortarte el cuello antes de… ¡Nopuede ser! ¿Es curva esa hoja? —

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preguntó.La copa se le cayó de la mano y, al

segundo, estaba junto a las armas,estudiando las hojas de las espadas yemi-tiendo exclamaciones deadmiración al acariciarlas.

—¿Me das una? ¿O las dos? ¡Porfavor!

Sorin asimiló con calma su saltodesde el odio a las peticiones.

—Te daré las dos cuando hayaterminado con el rey humano.

Victoria volvió a sentir el mareo quehabía experimentado en el baño, conAden, pero con mucha más intensidad.

—Son increíbles. Gracias —dijo

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Lauren. Se llevó una de las espadas a susitio y continuó evaluándola.

Sorin miró a Victoria.—¿Y tú? ¿Qué quieres que te dé?

¿Mi rendición ante el humano?«Ya no es humano».—¡Yo! ¡Yo! ¡Pregúntame a mí! —

exclamó Stephanie, con la mano en alto—. Yo sé lo que quiero.

—Me pediste que viniera, y lo hehecho —dijo Victoria—.

¿Por qué me lo preguntas? ¿Acasoquieres ofrecerme tu rendición ante elhumano?

Él sonrió de nuevo.—Veo que nuestro padre no

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extinguió todo tu fuego, tal y como yohabía creído.

Vlad lo había intentado, desde luego.—¿Y bien? —insistió ella.Sorin se encogió de hombros.—Yo oí la llamada del rey y he

venido a arrebatarle el trono. Veo que túle guardas un gran afecto. Tambiénconozco los informes sobre él. Sinembargo, nos hemos convertido en elhazmerreír de otras razas. Y pronto, esasrazas se aliarán y nos atacarán con laesperanza de poder destruir a losvampiros de una vez por todas.

—¿Y por qué nos hemos convertidoen el hazmerreír? Él venció a las brujas

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y a las hadas en la misma noche. Dimecuándo hiciste eso tú por última vez. Ocuándo lo hizo nuestro padre. No, nopuedes. Lo único que estás haciendo esdar excusas porque quieres el trono.

Él se encogió de hombrosnuevamente.

—Muy bien. La corona me pertenecepor derecho de nacimiento. El humanoparece muy agradable, para ser comida.Pero solo es eso, Victoria. Comida.

—Tú deberías haberle arrebatado lacorona a Vlad, pero no lo hiciste. Loatacabas por la espalda mientrasesperabas a que llegara una oportunidadidónea.

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Por fin, una reacción que Victoriahabía esperado desde el principio. Laira.

—Tu humano no se enfrentó conVlad —replicó Sorin, fulminándola conla mirada—. Lo hizo Dmitri. Aden selimitó a terminar con tu prometido.

Cierto, pero…—Si Dmitri venció a nuestro padre,

es que era más fuerte que él. Y si Adenvenció a Dmitri, es que era más fuerteque ellos dos.

—No es cierto. Aden no podrávencer a Vlad. Nuestro padre estaba ensu momento más débil cuando sufrió elataque de Dmitri. Eso no volverá a

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suceder. Estará preparado cuandovuelva. Y hará cualquier cosa, jugarálimpio o sucio, sobre todo sucio, con talde conseguir lo que quiere. Eso lo sabesperfectamente. Sin embargo, yo sí puedoderrotarlo. Llevo años preparándomepara esta guerra.

—Esperad un momento, ¿qué es todoeso de vencer a Vlad? —intervinoLauren—. Está muerto.

—No. Está vivo —dijo Victoria,que estaba cada vez más mareada.

Lauren quería contradecirla, peroSorin y Stephanie asintieron y ella sequedó anonadada.

—¿Y por qué lo sabíais vosotros?

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¿Por qué no me lo había dicho nadie?¿Qué significa eso para nosotros y paranuestra gente?

—A mí me lo dijo Sorin —respondió Stephanie—. Y no significanada. Pase lo que pase, no podemospermitir que Vlad vuelva a reinar. Es untirano.

—Pero… pero…—Sabes que tengo razón. Tú lo

odias, pero no quieres que nuestro reysea un humano —dijo Stephanie, y sevolvió hacia Sorin—. Y tú tienes queescucharme. Aden no es tan bueno comopiensas. Bueno, lo es, pero ha vivido enun rancho para delincuentes humanos

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durante meses. Ha hecho cosas. No serátan fácil derrotarlo.

Sorin se rio con desdén.—Un delincuente humano no es lo

mismo que un guerrero vampiro, ¿nocrees?

—Yo estoy con Stephanie —intervino Lauren—. Estás subestimandoa Aden, y eso te costará caro. Noestabas aquí cuando hizo que nuestrasbestias salieran y fueran a jugar con él.

—¡Ya basta! —le dijo Victoria—.Darle información a Sorin sobre Adenes como ayudarlo. Y Ayudarlo es unatraición a Aden, nuestro rey.

Sorin descartó aquella protesta con

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un gesto de la mano.—No me han dicho nada que no

supiera ya. Y tú puedes decirle a tuhumano que voy a dejar a mi bestiaalejada. No va a poder usarla contra mí.

Victoria abrió unos ojos comoplatos.

—¿Puedes hacer eso? ¿Puedessepararte de tu bestia y sobrevivir?

Él asintió con orgullo.—Al contrario que nuestro padre, yo

nunca he temido a la mía. Acepto esaparte de mí mismo, y la aprovecho. Mibestia sale de mí, y vuelve a mí, a mivoluntad.

—¿Y no intenta matarte?

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—Al principio sí, pero ahora, loacepta —dijo Sorin. Apoyó los codos enlas rodillas y se quedó pensativo—. Talvez os cuente cómo podéis dominar a lasvuestras. Pueden luchar a vuestro lado.Y creedme, nunca tendréis uncompañero más fuerte y vigilante.

—¡Me encantaría!Victoria nunca había visto una

muestra de alegría así por parte de suhermana Lauren. Y pensó, cada vez conmás miedo, que aquella era una de lasventajas más grandes que tenía Aden:controlar a Sorin a través de su bestia.

—Las cosas mejorarán mucho bajomi reinado —dijo Sorin, clavándole la

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mirada—. Ya lo verás.

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Estuvo lloviendo toda la noche. Lloviótambién al amanecer, y durante el restode la mañana. El cielo estaba negrocomo un abismo, y las nubes eran tanespesas que Aden no sabía si se abriríanalgún día.

A la hora convenida se dirigió haciael patio trasero de su nuevo hogar. Unhogar que no iba a ceder con facilidad.

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Se detuvo al borde del círculo,vibrando de energía. No llevaba camisa,tan solo los vaqueros y las botas, y yaestaba calado hasta los huesos.

En los tobillos, dentro de las botas,llevaba las dagas preparadas. Todos losvampiros estaban fuera, con él, yalgunos sujetaban antorchas bajo eltoldo. Victoria estaba presente, junto asus hermanas, retorciéndose las manos ala luz trémula de las antorchas.

No habían vuelto a hablar desde eldía anterior. Ella lo había intentado,pero él la había evitado para no sentirmás y más hambre, y para no pedirle quetraicionara a su hermano.

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No podía pedirle eso. Si lo hubierahecho, no podría mirarse a la caracuando todo aquello terminara.

Aunque iba a ser difícil que lohiciera si estaba muerto.

—¿Has comido? —le preguntóVictoria, formando las palabras con loslabios.

Él negó con la cabeza. No, no habíacomido. Cuando la esclava que ella lehabía enviado había llegado a suhabitación, él había notado que suhambre se calmaba. Sin embargo, habíasentido mucho más interés por la sangrede los vampiros con los que se cruzó decamino al salón del trono. Su hambre

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había vuelto con intensidad pero habíapreferido no comer, porque sabía que sitomaba sangre de alguno de ellos, al díasiguiente vería la realidad a través delos ojos de quien lo había alimentado,en vez de verla a través de los suyos.

Había estado a punto de ir en buscade Victoria y pedirle que ella le dierasangre, pero sabía que ella no queríaalimentarlo. Aquello le hacía daño,aunque la culpa fuera enteramente suya.Después de tratarla como la habíatratado…

Un grito animal reverberó en sucabeza, y Aden lo ignoró.

Cuando su padre había terminado, la

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espalda de Victoria estaba destrozada.Y Vlad iba a pagar aquello muy caro.

Aden sería quien lo matara, y enaquella ocasión, terminaría con él deverdad. Pronto. Pero antes, tenía queencargarse de Sorin.

«Aden», dijo Elijah nerviosamente.—Ni una palabra más —murmuró—.

Me lo prometisteis.«Lo siento, pero acabo de darme

cuenta. Acabo de verlo.Tienes que tomar tus pastillas. Por

favor».«¿Cómo?», preguntaron Caleb y

Julian al unísono.—¿Qué es lo que has visto?

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«Solo te pido que tomes lamedicación. He visto varios finales paraesta pelea, y cada uno de ellos era peorque el anterior. Bien, acabo de ver otroresultado. Las imágenes eran confusas,pero creo que podrás salir de esta convida si tomas las pastillas».

—Pero no las tengo aquí. Además,necesito vuestra ayuda.

«Envía a Victoria a buscarlas».—Dame un buen motivo para

hacerlo.«¿Recuerdas el comportamiento tan

frío que has tenido últimamente?».—Sí —respondió Aden. Era difícil

de olvidar.

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«Bueno, pues en realidad ha sidocasi como un salvavidas para ti. En estemomento, uno de tus mayores enemigoses la emoción. Las píldoras te ayudarána mantener la cabeza fría».

—No lo entiendo.«Yo tampoco», dijo Caleb.«Tómate las píldoras, Aden»,

insistió Elijah. «Confía en mí. Lasemociones fuertes no te beneficiarán».

—Está bien —dijo Aden. Elijahnunca se equivocaba—. Enviaré a Vic…

En aquel momento, Sorin apareciócomo por arte de magia, seguido por sussoldados. Dos de sus hombres portabanun estandarte, y los demás llevaban

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antorchas cuyo fuego no se apagaba conla lluvia. Eran un collage de sombras yde luz, de amenaza y redención.

—Ya es demasiado tarde. No puedoenviarla ahora —les dijo a las almas. Silo hacía, daría la imagen de alguien déb-il. Para los vampiros las aparienciaseran muy importantes, y si los vampiroslo veían vulnerable, perdería aquellabatalla aunque la ganara—. Tendremosque hallar otro modo de vencer.

Elijah soltó un gruñido.«Temía que ocurriera esto. Mantén

la calma pase lo que pase, ¿deacuerdo?».

—De acuerdo —respondió él.

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Era fácil decirlo, aunqueseguramente, sería imposibleconseguirlo.

Sorin y sus hombres estaban allí,dentro del círculo, y Aden pudo ver conclaridad todas las caras de los soldados.

Y también las caras de Seth,Shannon y Ryder, sus amigos humanos.Estaban atados con cuerdas. Eranprisioneros.

Para ser justos, no parecía queestuvieran asustados.

Seth, con su pelo rojo y negroempapado y chorreándole por la cara,solo estaba muy enfadado. Shannon teníalos ojos verdes, tan brillantes que

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relucían entre la lluvia. Y los teníaentrecerrados y clavados en Sorin, aquien lanzaba puñales de odio con lamirada. Ryder era el más tranquilo delos tres. Tal vez porque parecía queestaba completamente horrorizado.

Lo primero era lo primero.—Suéltalos —exigió Aden—. Ahora

mismo.Sorin asintió.—Por supuesto que los soltaré. Su

libertad, a cambio del trono. Es unintercambio sencillo, y así tú no tendrásque morir.

—Solo un cobarde haría tal oferta.—Puedes llamarme lo que quieras,

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pero no importa. Muy pronto, todo elmundo me llamará «Majestad».

—Arrogante.—No. Seguro. Pero está bien. No

deseas salvar a tus amigos, lo entiendo.Es cruel por tu parte. Sin embargo,vamos a ver si estás dispuesto a ceder lacorona para salvar a tu novia.

Durante el discurso de Sorin, uno desus hombres se había metido entre lamultitud y había llegado junto a Victoria.La agarró por la nuca y la obligó aarrodillarse.

Ella intentó resistirse, pero no teníasuficiente fuerza.

—Antes de que lo preguntes, no

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puede teletransportarse —dijo Sorin—.Vino a verme anoche, y le puse droga enla bebida.

Victoria se echó a temblar y miró aSorin con resentimiento por aquellatraición. Aden también se sintiótraicionado. Ella lo había dejado solo yse había ido a ver a su hermano, y cabíala posibilidad de que le hubiera contadosecretos sobre él.

«¿Y puedes culparla por ello,después de cómo la has tratado?», lepreguntó Elijah.

«Vaya forma de ayudarme a quemantenga la calma», pensó Aden, aunquelas almas no pudieran oír sus

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pensamientos.—¿Cómo puedes tratarla así? —le

preguntó a Sorin—. Es tu hermana.El vampiro se encogió de hombros.—Con el paso de los siglos he

aprendido que nadie es imprescindible.A Victoria le tembló la barbilla, y

Aden se dio cuenta de que estaba apunto de llorar. Se puso muy tenso.Hubiera hecho lo que hubiera hecho, nosoportaba que ella sufriera.

¿Emociones fuertes? Si habíaalguien que pudiera pro— ella. Tal vezhubiera ido a ver a su hermano, pero nohabía hecho nada que pudiera ponerlo enpeligro.

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«Aden», dijo Elijah connerviosismo.

—No —dijo él. No quería másdistracciones.

—No tiene a su bestia —dijoVictoria, y la última palabra brotó desus labios con dolor. El soldado debíade haberle apretado la nuca.

Elijah soltó una maldición mientrasAden sentía un acceso de rabia. Alfondo de su mente oyó el gritoquejumbroso de un recién nacido, peroen aquella ocasión fue más fuerte yfurioso. Las almas comenzaron adiscutir. Caleb y Julian pedíanrespuestas, y Elijah se negaba a

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dárselas.Aden los ignoró lo mejor que pudo y

se concentró en Sorin. Pagaría caro eldolor que le estaba infligiendo aVictoria. Con su sangre.

—¿Espadas? —preguntó.Pasó un momento mientras Sorin

asimilaba el significado de su pregunta.No habría rendición. Iban a luchar. Sesorprendió, pero reaccionó rápidamente.

—Vamos a hacerlo de una maneramás justa. Con las manos.

Aden también se sorprendió, porquenada de aquello estaba ocurriendo comoen las visiones. ¿Qué significaba?

¿Qué era lo que había causado los

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cambios? ¿El hecho de que no sehubiera tomado las pastillas?

—Si les ocurre algo a Victoria o amis humanos, mataré a tus hombrescuando haya terminado contigo —le dijoa Sorin. Y lo dijo en serio.

—Y ahora, ¿quién es el arrogante?—Quiero que me des tu palabra de

que no sufrirán ningún daño, sea cualsea el resultado de la lucha.

Sorin asintió.—Te doy mi palabra.La facilidad con la que hizo aquella

concesión le dio a entender a Aden quenunca había pensado en hacerles daño.Su furia disminuyó.

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Sorin encogió un hombro, y la capanegra que llevaba cayó al suelo. Elguerrero quedó a pecho descubierto,como Aden. La diferencia era que Sorintenía el torso cubierto de marcasprotectoras recién tatuadas. No había niun centímetro de piel visible. Solo tintanegra sobre tinta negra, círculos sobrecírculos. Aden se preguntó brevementede qué se habría protegido sucontrincante. Después, dejó la mente enblanco para concentrarse en la pelea.

Ambos se aproximaron al centro delcírculo y quedaron enfrentados a pocoscentímetros.

—Creo que, en otras circunstancias,

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me habrías caído bien —dijo Sorin.Justo antes de darle un puñetazo con losnudillos en el ojo.

Su brazo se movió con tanta rapidezque Aden solo vio dolor en la cabeza.Consiguió mantenerse en pie mientrastodo el mundo se volvía negro ysilencioso. No había lluvia, ni multitud,ni almas. Nada. Ni siquiera el tiempo.Se quedó sordo y ciego, y su cerebroquedó desconectado.

Permaneció allí casi sin poderrespirar, hasta que vio un relámpagoblanco. Otra vez negro. Otro fogonazoblanco, uno que duró un poco más.Negro. Blanco. Negro. Blanco, como si

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alguien estuviera encendiendo yapagando la luz dentro de su cabeza.

Entonces oyó un sonido, y el mundovolvió a aparecer a su alrededor. Sorinestaba sobre él, dándole puñetazos comouna ametralladora, sin detenerse.

Aden usó toda su fuerza y le dio unrodillazo entre las ingles. Entonces,Sorin se inclinó hacia delante aullandode dolor, con una rabia inmensa.

Aquella acción de juego sucio leproporcionó a Aden el tiempo necesariopara recuperarse. Volvió a alzar larodilla y golpeó a Sorin en la barbillacon tanta fuerza que lo hizo caer deespaldas.

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Aden corrió hacia él con intenciónde sujetarle los hombros con las rodillasy comenzar a golpearlo sin piedad, peroSorin alzó las piernas y rodó con Adenhasta que lo colocó boca arriba. Denuevo, Sorin estaba encima de él,dándole golpes.

—Cuando quieras que esto termine,solo tienes que arrodillarte ante mí yproclamar lealtad a tu nuevo rey.

—Ni lo sueñes —jadeó Aden.La paliza continuó hasta que notó

que se le rompían varios huesos de lacara. Tal vez la nariz se le hubiera di-vidido en dos; el cartílago se ledesplazó hacia un lado. La adrenalina le

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recorrió las venas y le dio calor yfuerza. Sin embargo, ¿era suficiente?

«Calma. Debes conservar la calma».La voz de Elijah.Fue ignorada.Aden lanzó un puñetazo mientras los

gruñidos de su cabeza subían y subíande volumen. Después volvió a pegar, ypronto, Sorin tuvo que dejar degolpearlo a él para salvar su cara de lagolpiza. Una oportunidad de oro; Adenlo agarró de los brazos y lo giró hastaque quedó situado sobre él.

Escupiendo sangre, comenzó a pegara Sorin tan rápidamente como pudo.Para delicia de Elijah, cada uno de

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aquellos puñetazos lo calmaba más ymás.

Sin embargo, Sorin no lo permitiódurante mucho tiempo. Lo apartó de unapatada y se separaron. Aden impactócon un grupo de espectadores y algunoscayeron sobre él. Sintió los deseos desus bestias. El deseo de salir y salvarlo.

—¡No! —les gritó—. No salgáis.Permaneced dentro.

Las bestias obedecieron, pero¿cuánto tiempo iban a cumplir susórdenes? Seguramente, no mucho. Teníaque terminar con aquello.

Sorin debió de pensar lo mismo,porque saltaron el uno hacia el otro y

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comenzaron a intentar darse golpes enlos puntos más débiles: la garganta, lanariz y las ingles. Sorin comenzó asangrar por un corte que tenía en lafrente, y aquella sangre captó la atenciónde Aden. Tal vez porque era sangre devampiro… o tal vez porque tenía elmismo ol-or dulce y oscuro que la deVictoria.

Tenía que probarla…Debido a aquella distracción, Sorin

consiguió derribarlo hacia un lado. Cayónuevamente sobre los espectadores yvolvió a oír a sus bestias. Estabanrugiendo con ansia, deseando salir desus huéspedes.

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Le habría estado bien empleado aSorin perder la pelea de aquel modo.Ser humillado por las bestias, ya que élse había reído de Aden por ser capaz dedomarlas. Sin embargo, Aden tenía quedemostrar su valía, o el hermano deVictoria nunca lo tomaría en serio.

«Espera, ¿vas a dejarlo con vida?».Había decidido acabar con él, ¿no?

Aden se apartó de la multitud y saliódisparado hacia Sorin. Lo embistió, y denuevo rodaron por el suelo y lucharoncomo animales.

—No quería que esto terminara así,pero ahora me alegro.

Sorin clavó los colmillos en la

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herida y succionó. Entonces, las llamasfueron sustituidas por el hielo, y pormucho que forcejeara Aden, noconseguía liberarse de aquelloscolmillos.

Cuando comenzó a perder lasfuerzas, supo que iba a morir.

Los rugidos se habían intensificadotanto dentro de su cabeza que Aden nopodía oír otra cosa. Rugidos, rugidos,rugidos… que se acallaron. No, nocesaron, sino que salieron de élrasgándole las entrañas. Pronto vio unaniebla oscura sobre él, una niebla quetomaba forma y mostraba un hocico,unas alas, unas garras, y que no dejaba

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de rugir.La bestia de alguien se había

escapado.Algo arrancó a Sorin de él con tanta

fuerza que el vampiro estuvo a punto dedestrozarle la tráquea con los colmillos.Aden se quedó inmóvil unos momentos.Aunque estaba sudando, se encontrabahelado. Todavía podía ganar aquellapelea. No había admitido la derrota, yseguía vivo.

Sin embargo, y pese al dolor quesentía en todos los músculos y loshuesos del cuerpo, tenía que asegurarsede que Victoria estaba bien.

Se incorporó y notó que la herida

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del cuello le daba tirones en la piel.Estaba sangrando, pero la lluvia quecaía incesantemente le enjuagaba lasangre del cuerpo. Miró a Victoria. Ellaestaba pálida, mojada por la lluvia y laslágrimas. Ya no estaba de rodillas,aunque el guerrero de su hermanocontinuaba a su lado.

Estaba a salvo. Él sintió un alivioinmenso.

—Aden —dijo, entre el asombro yel miedo—. Tu bestia.

Hubo algo que pasó por delante desu línea de visión, y cuando Aden se diocuenta de lo que era, estuvo a punto deatragantarse. Había un pequeño

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monstruo persiguiendo a Sorin por elcírculo, mordiéndolo con unos dientesmuy afilados.

«Tu bestia», había dicho Victoria.Eso era la niebla oscura que habíasalido de él, y eso era el dolor que habíasentido en las entrañas.

Su monstruo era el más pequeño delos que había visto Aden, pero no menosferoz que los demás. Tenía las escamasde un gris brillante, como un cristalahumado y brillante. Tenía las cuatropatas cortas, pero dotadas de unasgarras puntiagudas de marfil. Sus pasoshacían retumbar el suelo.

«Es mío», pensó Aden, aturdido.

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«Ha salido de mí».«Eso era lo que yo no quería que

ocurriera», dijo Elijah con un suspiro.«No quería que lo supieras. Llevacreciendo dentro de ti desde el últimodía que pasasteis en la cueva. Es el serque te miró a través de los ojos deVictoria antes de embestirte y dejarte sinconocimiento».

—¿Cómo? —murmuró él.«Nació en tu interior con el primer

intercambio de sangre, y después entróen la mente de Victoria junto a nosotros,mientras crecía y crecía. Después, cesóel intercambio por completo».

—¿Y por qué lo has mantenido en

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secreto?«No quería que ninguno de vosotros

sintiera pánico. Las emociones fuertesson lo único que puede liberarlo, ytodavía no estaba listo para nacer.Bueno, es como un recién nacido».

¿Y eso significaba que era una bestiafrágil, o vulnerable?

«Está hambriento. Tiene un hambreferoz, y no es fácil de controlar. Noquería decírtelo, pero has tenido queestar dominando su naturaleza, ademásde la de Victoria. Y lo estabas haciendomuy bien. Hasta ahora».

«¿Y qué significa todo esto paranosotros?», preguntó Caleb.

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Elijah suspiró.«Ahora, el pequeño monstruo ha

probado la libertad.Nunca volverá a estar contento

enjaulado».«Por lo menos, Aden ha sobrevivido

a la pelea», dijo Julian. «Tú dijiste quesin las pastillas iba a morir».

«No, yo dije que podía morir. Hayuna diferencia.

Muchas madres primerizas mueren sidan a luz demasiado pronto, y eso es loque yo vi».

Caleb se echó a reír, pese a lagravedad de la situación.

«Enhorabuena, Ad. Eres mamá. ¿Por

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qué no le das el pecho a tu bebémonstruo?».

Julian se echó a reír.Por fin, la pequeña bestia atrapó a

Sorin, lo tiró al suelo y lo sujetó por elestómago.

«Vamos, termina con la pelea», ledijo Elijah. «Tienes una oportunidad deoro. Aprovechémosla y acabemos estocomo es debido».

Aden se puso en pie. Estuvo a puntode caer, pero se levantó y se acercócojeando a su contrincante. Sonriendo,abrió su anillo.

—Ojo por ojo.Derramó la sustancia negra en el

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cuello de Sorin. La piel del vampiro sequemó y se abrió, y la sangre comenzó abrotar. Aden tuvo cuidado para nosalpicar a su pequeño monstruo, que loestaba observando con ojos feroces,llenos de hambre.

Mientras Sorin gemía de dolor,Aden le acarició la cabeza a sumonstruo.

—Buen chico —le dijo, buscando unnombre. Fauces Junior, tal vez. Junior,para acortar. Sí, eso sonaba bien.

La criatura le gruñó y le mostró losdientes. Fauces y los otros ronroneabancuando él los acariciaba. Bueno, por lomenos, Junior no liberó a Sorin y lo

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mordió a él.Aden se concentró en su oponente y

le clavó los colmillos. Comenzó asuccionar y tragó una sangre deliciosa;tal y como había pensado, sabía igualque la de Victoria. Tal vez nunca parara,tal vez se tomara hasta la última gota. Lonecesitaba. Y la bestia ronroneó, comosi ella también pudiera saborear lasangre.

Y tal vez pudiera. Junior liberó aSorin y se puso a beber su sangre junto aAden. Sorin dio una sacudida, y despuésotra, y se quedó inmóvil.

«Tenemos que parar. Si no lohacemos, Sorin morirá.

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No es necesario que muera. Hasganado».

Elijah, otra vez.Y otra vez fue ignorado.y agitó el cuello de Sorin como un

perro habría agitado un hueso.«Vas a tener que apartarlo a la

fuerza».Estupendo. Otra pelea. Aden se

lanzó hacia la bestia, la derribó y laalejó del cuerpo de Sorin. El monstruoaleteó frenéticamente mientras intentabamorderle la cara.

Varios de los soldados de Sorin seacercaron para ayudar a su señor, queyacía inmóvil boca arriba, como muerto.

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—¡No! —les gritó Aden, mientrasintentaba dominar a la criatura, y ellosse quedaron helados—. Que todo elmundo se marche —dijo. Lo que menosdeseaba era que el monstruo hiriera aalguien más—. Y no quiero que hayapeleas, o liberaré a este para que acabecon todos vosotros. Esperad dentro de lacasa.

Comenzaron a sonar pasos ymurmullos y, entonces, se quedaronsolos los tres: Sorin, Junior y él. A Adenle sorprendió que los vampiros y loslobos le hubieran obedecido con tantafacilidad.

Siguieron forcejando durante mucho

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tiempo, tanto, que cesó la lluvia. Tanto,que Sorin se recuperó lo suficiente comopara despertar e incorporarse.

El guerrero agitó la cabeza paraaclararse la mente y miró a Aden. Podíahaberse puesto en pie para atacarlo,pero no lo hizo. Había perdido, y losabía. Todo el mundo lo sabía. Miró aAden con los ojos entrecerrados.

—No eres humano —le dijo en tonode acusación.

—No, ya no. Demonios, tal vez no lofui nunca.

Además de tener una bestia propia,tenía la voz de autoridad de losvampiros y su piel indestructible. Se

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preguntó qué más cosas habríancambiado, y qué cosas podría hacer.

Milagrosamente, Junior dejó deluchar. Estaba jadeando. Aden continuóabrazándolo, arrullándolo suavemente.Al monstruo se le cerraron los ojos y,sorpresa, Aden se dio cuenta de quetenía unas pestañas muy largas y rizadas.Era casi… adorable.

Pronto, su cuerpo se relajó y susjadeos se convirtieron en ronquidos.Aden siguió sujetándolo sin saber quéhacer, pensando que el monstruo sedespertaría en cualquier momento yseguiría luchando contra él. Sinembargo, Junior se convirtió en una

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niebla negra que se le metió por losporos de la piel y lo calentó como sifuera un horno.

Era lo más extraño que le habíaocurrido en la vida.

Aden no tenía palabras paradescribirlo.

Sorin se quedó impertérrito.—A propósito, mi bestia es más

grande que la tuya.—No por mucho tiempo. ¿No has

visto el tamaño de los pies de la mía?Sorin se cruzó de brazos.—Olvídate de las bestias. Tengo

unas cuantas cosas en la cabeza, HadenStone.

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El hecho de oír su nombre completohizo pensar a Aden.

—¿Como por ejemplo, que quieresvolver a luchar conmigo? Bien,hagámoslo ya. Terminemos con esto,porque no voy a dejar que vengas otrodía con la misma historia. O te sometesa mí ahora, o mueres ahora. Esas son lasdos únicas opciones.

—No estaba pensando en atacar —dijo el guerrero, poniéndose en pie concuidado. Se tambaleó un poco, pero des-pués se acercó a Aden y le tendió lamano—. Estaba pensando en que estonunca lo van a olvidar, y me tomarán elpelo durante toda la vida. Estaba

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pensando que deberíamos haber luchadocon espadas. Estaba pensando… en quequiero ayudarte a que te levantes.Majestad.

De acuerdo, aquello era lo más raroque le había pasado en la vida. Era ungiro de acontecimientos que nuncapodría haber predicho. Ni siquieraElijah lo había predicho. Eso le causóinseguridad, pero estaba demasiadocansado como para discutir.

—Gracias —dijo.Aden no confiaba en él, pero de

todos modos le dio la mano.

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La celebración de la victoria ya estabaen su auge antes de que Aden y Sorinentraran en la casa. Había copas desangre para los vampiros, y de vino paralos humanos y los lobos. Todos reían.Después de todo, el rey había hecho galade su fuerza y de su astucia, lo cualquería decir que la gente que estaba allípresente lo había seguido sabiamente.

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También había muchas teorías sobrecómo era posible que un humano sehubiera convertido por fin en vampiro, ysobre si se podía transformar a otrosvampiros.

No parecía que a nadie le importaratener la túnica mojada, ni tener frío, nitener el pelo húmedo. Sin embargo,Victoria no podía dejar de temblar. Lecastañeteaban los dientes y temía quealguien se diera cuenta.

Estúpida piel humana.Tomó una copa de sangre para

alimentar a Fauces, que cada día estabamás débil, aunque con solo pensar enbeber aquella sangre se le revolvía el

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estómago. Observó su entorno; el suelode mármol, las paredes de cristal, lascolumnas que ascendían hasta la red decristales que había en el techo.

En el centro de aquella red había unaenorme lámpara con forma de araña, conocho patas que parecían moversegustaban los espacios oscuros, casigóticos. Ella prefería los colores; elrosa, el amarillo, el azul. Incluso elblanco.

Todos, menos el negro que su padresiempre le había obligado a vestir.

Ella siempre había sentidoreverencia y horror por su padre, perosiempre había pensado que Sorin lo

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adoraba.¿Por qué no era así?Sorin. Era un misterio para ella, y no

sabía si sería capaz de descifrarlo. YAden… Bueno, Aden había vencido enuna batalla contra un guerrero muyexperimentado. Él había adquirido todaslas características y las ventajas de serun vampiro, y ella las había perdido…

Le tembló la mano al llevarse lacopa a los labios. La sangre era espesa yestaba fría, y tenía un sabor metálico quele resultó repugnante. Habría dadocualquier cosa por un sándwich. Teníahambre, y muy pronto debería ir a lasdependencias de los esclavos de sangre

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a robarles comida, nuevamente.—¡Vi-vi-victoria!Una voz masculina la llamaba por

encima del ruido.Se giró y vio a Shannon en el

extremo más apartado de la habitación.Seth y Ryder estaban junto a él. Y a cadalado de ellos había un soldado de Sorin,con una expresión sombría.

¿Cómo podía haberse olvidado deque los chicos estaban prisioneros?

Dejó la copa en una bandeja y seencaminó hacia ellos.

—Vi-victoria —repitió Shannon,con una tartamudez más pronunciada delo normal—. Ha-haz algo-go, po-por

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favor.Sus miradas se encontraron durante

un breve momento.Él tenía los ojos muy verdes, y en

aquel instante le brillaban tanto queparecía que tenía fiebre. Su piel morenaestaba pálida, pero no por eso resultabamenos guapo.

Mucho más que la mayoría de losvampiros que había allí.

Era alto y fuerte, y cuando sonreía,sus dientes blancos y perfectos brillabancomo diamantes. A Victoria, Shannonsiempre le había caído bien.

Estaba en el centro del grupo, yaunque estaba erguido y orgulloso,

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rozaba a Ryder con el dedo meñique,como si el otro chico fuera su roca, suconsuelo. O tal vez él fuera la roca deRyder; normalmente, aquel chico tenía lapiel bronceada, y en aquel momentoestaba un poco verdoso.

Seth estaba saludando a alguien másallá de Victoria, y haciendo el signointernacional que significaba«Llámame».

Victoria miró a los guardias. Ellosabandonaron su aire de amenaza ysonrieron. Bueno, al menos, esbozaronsu versión de una sonrisa. Mostraron loscolmillos y las encías.

Ambos tenían el pelo cortado al

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estilo militar, y cicatrices en la cara.¿Cómo se las habían hecho? Tal vez, acausa de heridas repetidas… ¿Y ella?¿Pronto estaría también cubierta decicatrices? De ser así, ¿seguiríapareciéndole guapa a Aden?

«No te preocupes por eso en estemomento», se dijo.

«Concéntrate». Pese a las sonrisasde los soldados, el de la derecha teníaun aspecto fiero. El de la izquierdaparecía más accesible, así que Victoriase dirigió a él.

—Parece que tu compañero y túestáis de muy buen humor, teniendo encuenta que vuestro líder ha perdido su

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oportunidad de ser rey —anunció.Él arqueó una ceja.—¿Quién ha dicho que ha perdido?—Yo. Aden, estoy segura. Y todo el

mundo aquí presente.¿No te has dado cuenta de que hay

una fiesta?Él se quedó desconcertado y miró a

su amigo antes de responder:—No. Quiero decir que tal vez mi

señor solo quería poner a prueba alnuevo rey.

Oh, por favor.—Qué manera más maravillosa de

calmar el escozor de la derrota.El soldado se encogió de hombros.

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—Pensad lo que queráis. Nocambiará los hechos.

—Entonces, ¿quieres decirme quelanzó el desafío y ocasionó la pelea solopara convertirse en un sirviente del rey?

—Él nunca ocasionaría una pelea.Vuestro hermano es un buen hombre,princesa Victoria. Su objetivo siempreha sido conseguir la libertad para todosnosotros.

La gente los estaba mirando, yestaba escuchando su conversación sindisimulo. Muy bien. Entonces, habíanterminado las cortesías, y no iba aproducirse ningún debate.

—Soltad a los chicos ahora mismo,

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o me veré obligada a…—Por supuesto. Espero que os

complazca comprobar que estánexactamente en la misma condición enque los encontramos. No han sufridoningún daño.

Ella se cruzó de brazos.—¿Y los moretones que tienen en las

muñecas? Son de las cuerdas con lasque los habéis atado, ¿no?

—Estoy seguro de que ya los tenían—intervino el otro guardia.

Los dos hombres se apartaron ydejaron libres a los chicos. Demasiadofácil, pensó ella, sin saber qué decir.

Ryder y Shannon no perdieron el

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tiempo. La tomaron de la mano y tiraronde ella para alejarse. Shannon tambiénagarró a Seth para ponerlo enmovimiento. Cuando a Victoria se lereactivaron las neuronas, decidióguiarlos.

¿Dónde podía llevarlos?Una mujer vampiro se colocó ante

ella y la detuvo.—Deseo hablar con vos, princesa —

le dijo—. ¿Cuánto pedís por el tatuado?—No está en venta —respondió

ella.Al mismo tiempo, Seth respondió:—¿Qué tenías en mente?Victoria lo miró con un gesto ceñudo

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y le dio una palmada fuerte en el dorsode la mano.

—No digas ni una palabra más.—¡Ay! ¿A qué ha venido eso?—No está en venta —repitió

Victoria.La mujer hizo un mohín.—¿Estáis segura?—Sí.Entonces, aquella mirada gris recayó

sobre Shannon.—¿Y él?—Ninguno de ellos está en venta.Con los esclavos de sangre se

comerciaba todo el tiempo.Se intercambiaban por dinero, por

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ropa, por diversión.Eso nunca había molestado a

Victoria, pero en aquel momento, alpensar en que aquellos chicos, que erancomo había sido Aden una vez, pasarande mano en mano como una bolsa depatatas fritas, se sintió muy mal.

—Es una pena —dijo la mujervampiro, y con un movimiento airado desu melena rubia, se alejó.

Victoria tuvo que detenerse tresveces más para rechazar diferentesofertas, pero por fin consiguió llevarloshasta uno de los muchos pasadizossecretos que había al fondo de lahabitación. Secretos, aunque todo el

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mundo los conocía.Aquel, en concreto, terminaba en una

pequeña habitación que estaba dotada deun enorme cristal; aquel cristal ofrecíaun espejo hacia el salón de baile, perodesde la habitación era transparente ypermitía tener la vista completa delsalón. Por supuesto, había una pareja dejóvenes vampiros en el sofá, y Victoriatuvo que carraspear para llamar suatención. Se separaron al instante y sesonrojaron mientras se colocaban laropa.

—Eh, hola, princesa Victoria, qué…—Fuera de aquí —les dijo ella, y la

pareja salió rápidamente de allí y cerró

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la puerta. Entonces, Victoria irguió loshombros y se giró hacia los humanos—.Estoy segura de que tenéis muchaspreguntas.

Los tres hablaron a la vez.—Yo estaba du-durmiendo, y de-de

repe-pente, noté unos colmillos. Me-mehice pi-pis de miedo, y ellos me obliga-garon a…

—¿No hay una habitación deinvitados donde pueda dormir? Porqueestoy harto de ir y venir y, ¿habéis vistoa esa pelirroja de las…?

—¿Y qu-qué es lo qu-que ha sa-salido de Aden? ¿Un draggón? S-salióde él…

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—…la cuerda raspaba mucho. Si mesale una cicatriz, los voy a demandar.Tal vez los demande de todos modos.Dan me va a matar. Si tus amigossedientos de sangre no nos devoranantes. ¿Por qué demonios…?

—…o incluso la morena. Vamos,Victoria, no seas aguafiestas.

Silencio.De acuerdo, ¿por dónde podía

empezar? Bueno, por lo más básico.—Soy una chica vampiro. Esta casa

está llena de vampiros, como habéispodido comprobar; lo que no sabéis esque Aden es ahora nuestro rey. Luchócontra mi hermano para defender la

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corona. Y ganó.—Sí, ganó —dijo Seth, y alzó la

mano para darse una palmada con otro.Los otros dos se lo quedaron

mirando.—¿Qué?—El monstruo que visteis es…

Bueno, es algo que todos los vampirosllevamos dentro.

—Oh, demonios, no. ¿Aden es unvampiro? —preguntó Ryder, con losojos abiertos como platos.

—Sí.Shannon extendió la mano hacia

Ryder, con una sonrisa de suficiencia.—¿Es que habéis hecho una apuesta

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sobre su raza? —preguntó Victoria conincredulidad.

—No, sobre eso no-no. Pero yo-yocreía que-que eras disti-tinta. Por có-cómo hablabas y te-te movías. Porcócómo te co-colabas en nu-nuestrahabita-tación.

Ella se deprimió. Se había esforzadomucho por encajar, por mezclarse conlos demás y no destacar, pero estabaclaro que había fallado.

—¿Cómo hablo? ¿Y cómo ando?—Bueno… te deslizas —respondió

Seth, moviendo las cejas con un gesto deaprobación—. Y tu acento es… distinto.

Distinto. ¿Era aquella una manera

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educada de decir que daba miedo?—¿Qué tal está Dan? —les preguntó.—Está muy triste —le dijo Seth.—Y preocupado —añadió Ryder.Shannon se encogió de hombros.—Se siente culpable.—Tal vez cuando Aden os lleve de

regreso al rancho, pueda hablar con él—dijo Victoria.

Ella sabía que Aden respetaba aDan, y sabía que deseaba terminar elinstituto. Había planeado hacerlo. Hastaque ella le había salvado la vida, yhabía cambiado la naturaleza de lo queera.

Cuando mirara atrás, ¿lamentaría las

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decisiones que había tomado duranteaquellos últimos días? Victoria nodeseaba eso. Quería que fuera feliz parasiempre.

—Eh, ¿qué está pasando ahí fuera?—preguntó Seth, pegando la cara alcristal.

—¿A qué te refieres?Victoria vio que todo el mundo se

arrodillaba en el salón de baile, con lacabeza agachada. Las voces seacallaron.

—Ha llegado Aden —dijo, mientrasveía como su hermano y él atravesabanlas puertas del salón.

Aden tenía los ojos hinchados y las

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mejillas descoloridas. El daño podíahaber sido mucho peor, teniendo encuenta todos los puñetazos que le habíadado Sorin. Por lo menos, se manteníaen pie, cosa que no muchos podríanhacer después de haber recibidosemejante paliza.

Él paseó la mirada por la habitación.¿La estaba buscando?

Aden estaba tan cambiante con ellaque no se atrevió a albergar esperanzas.Era mejor pensar en otra cosa, en algoque no la disgustara. Como el bobo desu hermano.

Sorin se había recuperado mucho,pero tenía tantos hematomas y tantos

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cortes como Aden. Sintió rechazo haciaél. La había usado como moneda decambio, y aunque lo hubiera hecho paraevitar una lucha a muerte con Aden,podría haber encontrado otra manera deconseguirlo. Aden lo había hecho.

Y esa era la razón número uno por laque Aden era mejor rey.

—No puedo creer que yo se lohiciera pasar mal en el rancho —murmuró Ryder—. Podía habermepateado el trasero y algo más.

—Es porque eres tonto —le dijoSeth.

Victoria dejó de prestarles atenciónal ver que Aden clavaba la mirada en el

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espejo sin fondo, como si pudiera ver através del cristal. Cuando se dio cuentade que se estaban mirando el uno al otro,ella se quedó paralizada, atrapada en suescrutinio. ¿Podía verla? Era imposible.

Pero…—Podéis levantaros —le dijo a la

multitud.Entonces, todos obedecieron, y la

masa de gente le impidió seguir viendo aAden. Se extendieron los murmullos, yvarios miraron a Sorin burlonamente. Enaquel momento, su hermano era unhazmerreír.

Tal vez eso cambiara dentro de unpar de siglos, o tal vez no.

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La multitud se abrió como si fuera elmar Rojo, y Victor-ia volvió a ver aAden. Él estaba caminando directamentehacia ella.

¿La había visto?Sorin caminaba tras él, ignorando

las pullas que le lanzaban.Entonces, un par de manos suaves y

delicadas agarraron a Aden con unacaricia, y lo detuvieron. Era Draven, yVictoria se percató de ello con unaoleada de furia. De nuevo, todo elmundo se quedó callado, y todosprestaron atención a lo que iban adecirse.

—Enhorabuena por vuestra victoria

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—dijo Draven—.Majestad.—Gracias. Si me disculpas… —

dijo él, e intentó rodearla.Ella se puso en su camino de un

salto.—Un momento de vuestro tiempo,

por favor.Aden asintió.—Un momento nada más.—Muy bien, seré breve. No sé si el

lobo, Riley, o la propia princesa, oshabrán dicho que hace dos semanasdesafié a Victoria para disputarle suderecho sobre vos.

Él se puso muy rígido, y miró con

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los ojos entrecerrados, durante uninstante, hacia el espejo, antes devolverse hacia Draven.

—Continúa.Tal vez la chica era tonta, y no

percibió la advertencia que había en sutono de voz, porque continuó de verdad.

—Después de todo, sois humano,y…

—Era humano —la corrigió él.—Ya me he dado cuenta de eso —

respondió Draven—. Pero el desafío fuehecho y aceptado hace varias semanas,cuando vos todavía erais humano. Asípues, la ley todavía era válida. Victoriadebe luchar contra mí, como vos habéis

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luchado contra Sorin. Así son nuestrascostumbres. Así han sido siempre.

Volvieron a oírse murmullos con lasteorías sobre la conversión de loshumanos. ¿Cómo había sidotransformado Aden? ¿Podía sertransformado alguien más?

Aden palideció.—No habrá ningún intento de

transformar a ningún humano —sentenció con voz firme.

Ni siquiera Victoria sabía cómo, opor qué, habían sobrevivido Aden y ellaa la transformación. La última vez queaquello había ocurrido con éxito habíasido en el año mil cuatrocientos. Mary

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la Sanguinaria era en aquel momento lalíder de la facción escocesa, y tambiénhabía sido convertida en mujer vampirodurante aquel tiempo.

Victoria había oído rumores de queVlad y Mary habían tenido una relaciónmuy apasionada hacía mucho tiempo, yque Vlad había decidido convertirla enmujer vampiro, y no a su esposa. Ydespués, cuando Vlad había dejado aMary para irse con otra, Mary habíareunido a sus partidarios y se habíamarchado con ellos, después de jurarvenganza.

Había habido batallas y se habíanperdido muchas vidas, pero ninguno de

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los dos bandos se había rendido. Lagente de ambos clanes se había cansadode la lucha constante.

Incluso estaban dispuestos aabandonar su tierra natal para rompertodo vínculo con ambos líderes, y esohabían hecho, de manera que se habíancreado más facciones.

Había muchas por todo el mundo, ycada una de ellas tenía su propio rey oreina.

Victoria pensó en Sorin, y en suafirmación de que había acabado con losaliados de Vlad. Ella lo creía, puestoque ninguno había acudido a la llamadade Aden.

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Si se extendía la noticia de que elnuevo rey vampiro no tenía apoyos, seconvertiría en objetivo de todos losdemás.

—Soy el consejero principal del rey—le dijo Sorin a Draven—, y tengomucho que decir con respecto a esteasunto.

Aden lo miró con el ceño fruncido.Victoria se tapó la sonrisa con la mano.¿Consejero principal?

—Le aconsejo al rey que programela pelea para esta tarde. Después de lapaliza que acabo de recibir, estoydeseando ver a alguien recibir otra. Yese alguien eres tú, Draven.

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He visto luchar a mi hermana…¿De verdad?—Y es muy, muy buena.Draven se sacó brillo a las uñas.—Me parece bien que sea esta tarde.

Solo necesitamos vuestra aprobación,Majestad.

Victoria se llevó la mano a lagarganta. A su vulnerable garganta. Elmiedo la paralizó.

—¿Por qué pones esa cara? Tú vas aganar —le dijo Seth—.

Es una bruja, pero tú también tienesun lado oscuro. Lo veo.

—Gracias. Creo —dijo ella.Antes tenía un lado oscuro. Ahora

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solo tenía un lado humano. Draven iba ahacerla pedazos. Y, aunque quería salirde allí y parar aquella locura, sabía queera demasiado tarde. La lucha habíasido aceptada. Si se retiraba, admitiríasu derrota automáticamente.

Tal y como Aden iba a averiguarmuy pronto, el perdedor del desafíotenía que cederle todo lo suyo alganador.

Sus posesiones y su vida. Ese era elmotivo por el que los desafíos selanzaban muy pocas veces. Ahora, Sorinera propiedad de Aden, para el resto desu larga vida.

Victoria no quería ser propiedad de

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Draven.—No, hoy no puede ser —dijo Aden

—. Elegiré una hora y un día cuandohaya revisado mi agenda, y haré elanuncio.

Hasta ese momento, mantentealejada de ella.

Apartó a Draven de su camino ysiguió caminando. Sorin lo siguió.

La chica siguió observando suespalda con los ojos entornados.

Cuando llegó a la pared de espejos,se detuvo y buscó el pomo de la puerta.

—Victoria —dijo—. Déjame entrar.Entonces, él sabía que ella estaba

dentro. Victoria se quedó anonadada.

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Ella nunca había tenido la capacidad dever a través de los objetos. Abrió lapuerta para dejarle pasar.

Sus miradas se encontraron mientraslos chicos salían de detrás de ella ycorrían hacia él, y lo rodeaban entrevítores, sonriendo como bobos. Aden loaguantó todo con las mejillas sonrojadasy una expresión de incredulidad.

Ella le sonrió, y él le devolvió lasonrisa. Un momento para ellos dos,pese al caos. Sintió un inmenso placer.Ate-soró todos aquellos momentos,porque sabía que disfrutaría de aquellosrecuerdos durante mucho tiempo.

—Bien hecho, tío —le dijo Seth, que

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apoyó la mano en el quicio de la puertay extendió el brazo, dejando fuera aSorin.

Sorin le lanzó un beso.Ryder le dio un puñetazo con los

nudillos a Seth en el brazo, y se echó areír.

—¿Y ahora quién está disfrutando delos juegos preliminares con un chico?

—Stephanie —dijo Aden, sinvolverse hacia ella—. Te necesito.

Un momento. ¿Cómo?Su hermana se acercó corriendo

desde el centro de la multitud, mascandochicle y enroscándose el extremo de lacoleta alrededor de un dedo.

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—Presente.—Hazme un favor: lleva a los

chicos al rancho.Ella frunció el ceño.—¿Yo?—Sí, tú.—¿De verdad? —preguntó la

muchacha. Se puso a dar saltitos y aaplaudir, y añadió—: ¿Puedo beber deellos? Por favor, por favor, por favor,dime que puedo beber de ellos.

Aden sintió espanto.—No. No bebas de ellos. Quiero

que lleguen a casa en las mismascondiciones en las que están ahora.

Stephanie dejó de saltar.

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—Entonces, ¿lo único que quieres esque los acompañe?

Eso es un rollo.Él miró a Victoria para que le diera

alguna pista. Ella se encogió dehombros.

—Sí, solo quiero que los acompañes—dijo Aden, mientras se frotaba lanuca.

La princesa Stephanie dio unapatada en el suelo e hizo un mohín.Después soltó un resoplido.

—Está bien. Pero la próxima vezquiero una misión importante. Deberíasver lo habilidosa que soy con los —Escierto. Yo la entrené —dijo Sorin—. Es

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muy buena.—Reconfortante —respondió Aden.Stephanie posó las manos en los

hombros de Aden, se puso de puntillas yle dio un beso en la mejilla.

—A propósito, gracias por no matara mi hermano.

Aden miró a Sorin de reojo.—No puedo decir que sea la

decisión más sabia que he tomado, peroestá empezando a caerme bien. Más omenos.

Stephanie se rio.—Me alegro —dijo ella. Con eso,

se dio la vuelta y les hizo un gesto a loschicos—: Vamos, humanos latosos. Os

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llevaré a casa.—Vivos —le recordó Aden.—Sí, sí —respondió ella, sin darse

la vuelta, pero alzando las manos por elaire.

Shannon le dio unas palmadas en elhombro a Aden antes de marcharse, yAden asintió. Comunicación silenciosa.Hablarían pronto.

—Primero, pizza —dijo Seth,mientras los cuatro salían de allí ycomenzaban a atravesar la sala del tronoentre la multitud asombrada—. Ydespués, a casa.

—Y tendrás que convencer a Dan deque hemos estado allí todo el tiempo —

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dijo Ryder—. Seth me ha dicho quevosotros, los vampiros, tenéis una vozde autoridad que hipnotiza a losdemás…

—Es cierto, así que no habrá ningúnproblema —respondió Stephanie—.Pero también podría romperle la cabezay…

—Usa la voz —le dijo Aden desdelejos.

Se oyó un gruñido de frustración.—¡Le quitas la diversión a todo!Aden se rio y se volvió hacia

Victoria.—Ahora que ya hemos resuelto

esto… —dijo. Extendió la mano,

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entrelazó sus dedos con los de ella y sela llevó de la fiesta.

Se marcharon juntos.

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Riley había hecho muchas operacionesde vigilancia en su vida, pero aquellaera la que más le gustaba. Aunque fueraun cambio de planes de último minuto.

Primero, Mary Ann y él habían vistoa los padres de Aden mientras sealejaban de su casa en una furgoneta. Oal menos, una pareja a quien creían lospadres de Aden. El conductor era un

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hombre de unos cuarenta y cinco años,de pelo castaño y ojos grises. Lapasajera era una mujer rubia de unoscuarenta años y ojos castaños. Ambostenían un aura verdosa, comoembarrada, seguramente por laculpabilidad. O el miedo. Era difícilsaberlo cuando el color estaba tanturbio, pese a que él tenía una visiónsuperior de lobo.

Tal vez Joe y Paula Stone estabanviviendo con arrepentimiento por lo quehabían hecho con su hijo. Tal vez soloestuvieran asustados porque no podíanpagar la factura de la luz. Ambas cosaseran posibles.

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Riley y Mary Ann estaban esperandoen otra casa, al otro lado de la acera,frente a la casita destartalada de la queacababan de salir los Stone. Esperabanpoder ver de nuevo a la pareja cuandovolvieran. Tal vez, incluso escucharalguna de sus conversaciones.

Riley habría registrado la casadurante su ausencia, pero había vistocámaras de vigilancia. Unas cámarasmuy caras para una casa tan barata. Y, silas cámaras eran tan buenas, debía dehaber también detectores de movimientoen todas las ventanas, y alarmassilenciosas. Así pues, no podía entrar.

Solo podría hacerlo si la pareja no

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volvía.En parte, Riley esperaba que no

volvieran durante un buen rato. En aquelmomento tenía a Mary Ann para él solo.No habían vuelto a ver a Tucker desdeque había salido de la cafetería, y aRiley no le importaba dónde podíahaber ido el demonio.

Estaba sentado junto a la ventana delsalón, mirando a través de las persianas.Sí, había forzado la puerta para entrar.La cerradura era muy mala, así que no lehabía resultado difícil. Mary Ann estabasentada a su lado. No se estabanrozando. Todavía. Pero lo harían muypronto. Al tatuarle las marcas de

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protección en el motel, las brujas y lashadas ya no podían seguir su rastro, asíque no había peligro. Y eso significabauna cosa: que no habría interrupciones.

Y eso significaba otra cosa: queRiley había terminado de ser un hombrelobo bueno. Tenía la experiencia, ysabía seducir a una chica. Lo habíahecho muchas veces. Sabía juguetear,bromear, aumentar la curiosidad y lasensualid-ad. Y en aquel momento, iba aseducir a Mary Ann.

Desde que ella había estado a puntode alimentarse de él, se había mantenidodistante, callada. Riley tenía que haceralgo para convencerla de que no podía

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herirlo. Él no lo permitiría.Riley y Victoria tenían una conexión

muy intensa, y eso le permitía leer algomás que el aura de la princesa. Y, comoél estaba tan sintonizado con Mary Ann,sin darse cuenta había percibido lospensamientos de Victoria sobre lamuchacha. Victoria pensaba que tal veztuviera algún parentesco con las hadas.Riley también lo había pensado.

Las hadas también eranembebedores, pero podían controlarcómo se alimentaban. Así pues, si teníanalgún parentesco, había esperanza paraMary Ann.

Aunque ella no iba a investigar eso

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todavía, porque estaba empeñada ensalvar a Aden. Riley también, pero nodejaría en segundo plano la seguridad deMary Ann, ni siquiera por su rey. Asípues, al día siguiente comenzaría ainvestigar su historia.

Por el momento, se dedicaría aconvencerla de que no iba a hacerledaño. De lo contrario, ella continuaríaresistiéndose a todo lo que él lepropusiera, tanto para la misión, comopara su relación.

—Victoria me ha enviado unmensaje de texto —comenzódespreocupadamente—. Su hermano havuelto a casa, ha desafiado a Aden y

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Aden le ha dado una buena tunda delantede todo el mundo.

—Bien por Aden.—Tenemos que contarle lo que has

averiguado.—No. Todavía no tengo nada

concreto, y no quiero darle falsasesperanzas.

—Bueno, a mí me parece que éldebería saber que crees que hasencontrado a Julian. Y a sus padres.

—¿Y si no estoy en lo cierto? Sequedaría destrozado.

—Entonces, ¿crees que estásequivocada?

—No. Pero cabe la posibilidad.

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—Y también cabe la posibilidad deque estés en lo cierto.

—O no —insistió ella.—¿Por qué estás tan deprimida?Su aura era de color azul marino, y

ella irradiaba tristeza. Sin embargo, enel azul había manchas marrones, quepronto iban a hacerse negras. En ella,aquel marrón representaba el hambre, sunecesidad de alimentarse, de succionarenergía para sí misma.

Aquellas manchas habían crecidodurante las últimas horas, aunque no losuficiente como para que él sepreocupara. Tal vez, porque tambiénveía manchas rojas y rosadas. Las rojas

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eran de la ira, o de la pasión, y lasrosas, de la esperanza. Él queríaalimentar ambas.

—No estoy deprimida —dijo ella.—Cariño, tienes una cara muy

sombría. Siempre te esperas lo peor.—Eso no es cierto. Bueno, tal vez sí.

Es mejor prevenir que curar, ¿no?—Pues no, en realidad no. Pero si

vamos a empezar con los dichos,recuerda este: Es mejor haber intentadoalgo y haber fallado que no haberintentado nada.

—Yo lo estoy intentando.—Estás abatida, y tienes que

animarte —dijo él—. Deja que te ayude.

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Ella lo miró con desconfianza.—¿Cómo?Riley se dio cuenta de que sus

papeles se habían intercambiado. Antesera ella la que presionaba, y él quientenía que refrenar la situación. Ahora,Riley tenía que preguntarse qué habríahecho Mary Ann si la situación fuera alrevés.

—Cuéntame un secreto. Algo que nole hayas contado nunca a nadie.

Excelente. Aquello era algo quehabría propuesto la vieja Mary Ann. Yalgo de lo que habría disfrutado.

—No sé…—Vamos, relájate. Habla un poco

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conmigo, para que yo también puedarelajarme. Añade otra tarea a tu lista.

Aunque esperaba que charlar con élno fuera una tarea.

Hubo una pausa. Entonces, MaryAnn dijo:

—Está bien. Tú primero.Ya la tenía. Riley intentó no sonreír.—De acuerdo, allá va. Me

arrepiento de no haberme acostadocontigo.

Al grano.El halo rojo que la rodeaba se puso

tan brillante que casi lo cegó. Pasión,claramente. Riley notó que su cuerporeaccionaba, que se calentaba de pies a

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cabeza.—No creo que eso sea un secreto,

pero… Yo también he lamentado que note acostaras conmigo.

Él se quedó helado. Olvidó lo deseducirla y convencerla.

La sinceridad de su tono de voz y suanhelo hicieron que lo olvidara todo.

—Mary Ann —murmuró.—Yo… yo…Ella tenía que saber que él quería

abrazarla, besarla, y estar con ella, porfin.

—No deberíamos —dijo, aunquetitubeó—. Aquí no.

—Sí, sí deberíamos —repuso él. No

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quería tener que arrepentirse otra vez, niquería esperar. Tal y como Aden podíaatestiguar, nadie tenía asegurado elmañana.

Mary Ann se pasó los dedos por elborde de la camisa, retorciendo losbotones. ¿Sería consciente de lo muchoque le afectaba a él aquel gesto, decómo lo tentaba?

—¿Y si llega el dueño de esta casa?¿Y si llegan los padres de Aden a sucasa?

Todavía vacilaba, pero ya estabamuy cerca del borde.

«Cae, cariño. Yo te sujetaré».—Entonces, nos vestimos

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rápidamente.—Tienes respuesta para todo —dijo

ella con ironía—. Eres muy insistente,¿lo sabías?

—Me he dado cuenta de quetenemos que trabajar en tu percepción,porque es un poco sesgada.

A ella se le escapó una carcajada.—O es que por fin está dando en el

clavo.—Ni hablar.Riley adoraba su risa. Y adoraba el

hecho de haber sido él quien laprovocara; se sentía como el rey delmundo.

—Soy un pequeño pedazo de cielo,

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y lo sabes.—Está bien. Lo sé.Sonriendo, Riley se acercó a Mary

Ann, asegurándose de que alguna partede ellos se tocara. Los antebrazos, lascaderas. A ella se le cortó el aliento, yél silbó suavemente.

Antes de que pudiera inclinarse parabesarla, oyeron un coche acercarse a lacasa que estaban vigilando. Mary Ann sepuso rígida. Riley se concentró en elconductor. Era un chico de unos veinteaños. No Joe Stone. El coche pasó delargo, y ellos dos se relajaron.

—Me pregunto dónde está Tucker —dijo Mary Ann.

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—¿De verdad quieres hablar de él?—Es más seguro para nosotros, ¿no

te parece?No, realmente no.—Seguramente, en este momento

Tucker está en mitad de un sacrificiohumano.

—No es tan malo.—Tienes razón. Es peor.Ella lo empujó por el hombro. Con

aquel segundo contacto, él hirvió. Y ellatambién debió de sentir algo parecido,porque no retiró la manoinmediatamente. De hecho, posó laspalmas en sus brazos y extendió losdedos para acariciarle los bíceps. Su

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aura se volvió de un color rojo muybrillante, y ella se humedeció los labios.

—Está bien. No tenemos por quéhablar de Tucker —susurró.

—¿Y de qué quieres hablar? —lepreguntó él, también en voz baja.

—De nuestros secretos.Fue todo lo que necesitaba; la tomó

por la cintura, la alzó y la giró hasta queella estuvo situada por encima de él.

Entonces, la sentó en su regazo.—Siéntate a horcajadas sobre mí.Ella lo hizo, y él la abrazó. No la

estrechó contra sí, pero aquello erasuficiente. Ella le rodeó el cuello conlos brazos.

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—¿Y los coches…?—Todavía puedo ver por la ventana

—dijo él. Y era cierto.Podía ver. Si miraba. En aquel

momento, lo único que veía, lo únicoque le importaba, era Mary Ann—. Yahora, bésame. Te necesito…

—Yo también te necesito —dijoella. Se inclinó hacia Riley y lo besó enlos labios.

Él le devolvió un beso profundo yseguro, y deslizó las manos por suespalda, siguiendo con los dedos suespina dorsal, y después hacia abajo,dibujando la cintura de sus pantalones.

—Avísame si…

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Si se alimentaba de él.—Te avisaré.—¿Me lo prometes?—Te lo prometo —dijo Riley. En

aquella ocasión, lo haría.No quería que ella dudara de él,

nunca—. Pero vamos a intentar unacosa, ¿quieres?

—¿Qué?—Si sientes la necesidad de

alimentarte, o si sientes que estássuccionando mi energía, no te apartes demí.

—No, yo…—Escúchame —le dijo él, y la tomó

de la barbilla con suavidad, con mucha

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suavidad—. Si sucede eso, sigue con loque estés haciendo, mantén la calma eintenta dejar de alimentarte.

Refrénate.—Mantener la calma. Como si eso

fuera posible estando tu vida en peligro.—De veras, creo que puedes parar

tú misma, que es solo una cuestión decontrol. Pero no podemos comprobarlosi no lo intentas.

Ella negó con la cabeza.—Eso es algo que debería practicar

con otros, no contigo.—Haz lo que te diga Riley, y tal vez

te guste el resultado.Un resoplido.

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—¿Ahora vamos a hablar en tercerapersona? Porque a Mary Ann no legusta.

—En realidad, vamos a volver anuestros secretos.

Riley volvió a concentrarse en subeso, y pronto, ella estuvo absortatambién. Él no intentó ninguna otra cosa,aunque en otra ocasión habían llegadomucho más lejos que eso, hasta que ellatuvo la respiración acelerada y se movíacontra él como si no pudiera estarsequieta.

Él se quitó la camiseta, se la quitó aella también y la estrechó contra sucuerpo, hasta que sus pechos estaban

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rozándose a cada respiración. Laacarició y la exploró. Ella hizo lomismo, y sensibilizó su piel de unamanera primi-genia. En pocos instantes,Riley gemía cada vez que ella lo tocabacon las yemas de los dedos.

Unas cuantas veces oyó el motor deun coche que pasaba, e interrumpió elbeso lo suficiente como para mirar porla ventana y asegurarse de que elconductor no tenía importancia paraellos. Después volvió a concentrarse enella.

Mary Ann se había quedado inmóvilen dos ocasiones mientras se besaban, yse había puesto muy tensa; Riley se

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preguntaba si había sentido que iba aempezar a alimentarse y se habíacontrolado a tiempo. Debía de haberlohecho, porque él no había sentido ni unasola punzada de frío, y eso eraexactamente lo que sucedía cuando unembebedor se alimentaba. La víctimasentía un frío que se metía en los huesosy que no podía mitigarse con nada.

—Riley —susurró ella, y él supoque quería más.

Miró a su alrededor por el salón.Había un sofá viejo, roto. Manchado. Nihablar. No iba a tener relacionessexuales con ella en aquel sofá. Laprimera vez no. Sin embargo, la deseaba

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tanto que…Vio un movimiento en la otra acera,

entre los arbustos de la casa de enfrente.Entre las hojas había un brillo naranja;el color de la seguridad y ladeterminación. Riley interrumpió susbesos y se concentró en aquel color.Tenía un brillo suave, como si estuvieraoculto tras un velo metafísico, peroseguía estando allí de todos modos.

—¿Riley?—Espera.En medio de los arbustos, una chica

se puso en pie. Era una muchacha rubiaque le resultaba familiar: una bruja.

Tenía una ballesta entre las manos, y

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estaba apuntando a Mary Ann. Riley selevantó de un salto y movió a Mary Annpara apartarla del peligro.

Era demasiado tarde. La acciónhabía sido anticipada.

La bruja se movió con él sin perderel blanco. La flecha salió disparada yatravesó la ventana haciendo añicos elcristal. Y se clavó en la espalda deMary Ann.

Ella gritó de dolor y de horror, yabrió los ojos desmesuradamente.Estaba tan cerca de él que la punta de laflecha le hizo un rasguño en el pecho.Riley se tiró con ella al suelo paraesquivar otra flecha, que se clavó en la

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pared.—¿Qué ha… ocurrido? —le

preguntó ella entre jadeos, con un hilode voz.

Le salía sangre de la espalda y delpecho. Tenía el aura azul de nuevo, perose estaba debilitando, y los demáscolores habían desaparecido.

Su energía estaba desapareciendo.—Las brujas nos han encontrado.Nunca debería haber subestimado su

habilidad para seguir el rastro de unhumano. Y nunca debería haber besado aMary Ann. Él conocía todos aquellosriesgos, pero había permitido que lanecesidad que sentía por ella lo

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dominara.Aquello era culpa suya.No podía transformarse en lobo para

perseguir a las brujas porque no podíadejar a Mary Ann en aquel estado.

Y, ¡maldición! Ella debería estarprotegida de las heridas mortales. Yadebería estar recuperándose.

Hacía semanas que él le habíatatuado una marca de protección contraalgo así. Un apuñalamiento, un disparo,una flecha, no importaba. Ella deberíacurarse. Pero la bruja le había visto lamarca en la espalda y había apuntadoallí, y había acertado en el centro deltatuaje que permitía a Mary Ann sanar

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sobrenaturalmente. La cabeza de laflecha había destruido por completo lamarca y sus palabras, y había anuladocompletamente el hechizo de tinta.

En aquel momento, Mary Ann era tanvulnerable como cualquier otro humano.A menos que…

—Aliméntate de mí —le dijo él,mientras pensaba en cuál era la mejorruta de huida. Ya había recorrido toda lacasa y conocía las salidas, pero si lasbrujas estaban rodeando la casa, encuanto saliera con Mary Ann lamatarían.

—No —respondió ella.—Sí. Tienes que hacerlo. Necesitas

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hacerlo.Si se alimentaba de él, se

fortalecería. Él se debilitaría, sí, peroella podía vencer a las brujas de unaforma que para él era imposible.Además, era lo más lógico. Aquellacapacidad de succionar la energía delenemigo era el motivo por el que lasbrujas habían decidido matarla.

—Aliméntate de mí y mátalas.—No.—Si no lo haces tú, ellas te matarán

a ti.—No.Fin de la discusión. Riley se quitó el

resto de la ropa y adoptó la forma de

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lobo. Sus huesos se reajustaron, y supiel se cubrió de pelo. Después agarró aMary Ann del brazo, con los dientes,todo lo suavemente que pudo, y la ayudóa que subiera a su espalda.

Otra flecha pasó por encima de suscabezas.

«Agárrate fuerte», le ordenó él,hablándole por telepatía.

—Está… bien —murmuró ella.Riley no tuvo más remedio que salir

corriendo por la puerta trasera,atravesando el contrachapado sinpararse. Recorrió el porche en zigzagpara evitar que pudieran apuntarlo, perode todos modos, hubo una lluvia de

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flechas. ¿Cuántas brujas había allí?Bastantes más que Marie y Jennifer.

—Me duele mucho —musitó MaryAnn.

«Lo sé, cariño. Absorbería tu doloren mi cuerpo, si pudiera ».

Una flecha le atravesó la patadelantera izquierda, y Riley gruñó dedolor, pero no se detuvo ni se tambaleó.Mary Ann se habría caído, y no podíapermitirlo. Hizo una rápida búsquedavisual por la zona, y vio once auras.Todas ellas eran naranjas y apagadas.Debían de haberse hechizado a símismas para esconderse de él. Puesbien, su hechizo no había funcionado del

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todo.Se concentró en una de las brujas, en

la que más alejada estaba de las demás,y corrió hacia ella como un rayo. Sindetenerse la agarró con los dientes y laarrastró. Ella forcejeó, pero él continuósu carrera, alejándose más y más conambas mujeres.

«Succiona su energía», le ordenó aMary Ann.

«¡Ahora!».Ella debió de obedecerle, porque la

bruja se debilitó y sus forcejeoscesaron… Pronto quedó como unamuñeca de trapo entre sus fauces, y él laescupió, sin pausa.

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«¿Te encuentras mejor?».—Un poco.La llevaría a un lugar seguro y la

curaría. Entonces, comenzaría la caza.Ya no iba a permitir que las hadas y lasbrujas los persiguieran a Mary Ann y aél. Aquel había sido su error másgrande, y no iba a cometerlo de nuevo.

Las cazadoras estaban a punto deconvertirse en las presas.

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Tucker estaba subido en la rama másalta de un roble, y vio al lobo huir conMary Ann. Dejaron un rastro de sangreque podría seguir hasta un ciego. El loboestaba herido, y Mary Ann desfallecida.No duraría mucho más.

El lobo podía leer las auras, pero élconocía la llamada de la muerte. MaryAnn la había recibido, porque el fle-

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chazo de la bruja había sido certero, y lapérdida de sangre haría el resto.

Las marcas funcionaban, hasta quealguien las borraba de la piel. O sequemaban. O muchas otras cosasigualmente dolorosas. Algunas personasoptaban por tatuarse una marca paraproteger sus otras marcas, pero nomucha gente, porque, ¿qué ocurría sialguien le tatuaba a uno una marca queno quería? Porque, sí, claro; nunca sehabía dado el caso de que alguien ataraa otro y le tatuara todo tipo de maldades.

Tucker se habría reído de su propiosarcasmo, teniendo en cuenta que lehabía dicho a Mary Ann lo fea que era la

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marca, pero temía que en vez de unacarcajada le brotara un sollozo delpecho. Y solo los bebés lloraban. Él noera un bebé.

Era un mentiroso.No había sido completamente

sincero con Mary Ann.Era cierto que había huido de Vlad

después de apuñalar a Aden, sí. Perohabía huido después de hablar con elrey. El muy desgraciado le habíaamenazado con hacerle unas cuantasmarcas a él si no obedecía.

Hasta el día anterior, Tucker nohabía seguido exactamente las órdenesde Vlad. Había ayudado a Mary Ann, en

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vez de hacerle daño.Ella le caía bien. Mejor de lo que

debería, y mejor de lo que erainteligente.

¿Por qué tenía que dejar a aquellobo que estuviera cerca?

Él habría podido seguirresistiéndose a Vlad si ella hubieradejado al lobo.

Porque cuando Mary Ann y élestaban a solas, él estaba bien. Era unindividuo medio decente. Con la mentecalenturienta, sí, pero ¿quién no la teníacalenturienta? Entonces había aparecidoRiley, y todo se había echado a perder.

Vlad había hecho otro movimiento y

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él había perdido la batalla.Pobre Mary Ann. Era una baja

colateral.Tucker había esperado a que las

brujas se congregaran bajo su árbol.Todas ellas llevaban una túnica roja, ylo estaban fulminando con la mirada,porque lo culpaban por su fracaso.

—Nos dijiste que podríamosacorralarlos si esperábamos a queestuvieran dentro de la casa —dijo labruja que estaba a cargo, una rubiallamada Marie. Era muy guapa, perotambién despiadada.

Tucker había revuelto las cosas deMary Ann y había encontrado la

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dirección que ella no había queridodarle. De esa manera había averiguadoexactamente adónde iba a ir ella, perono cuándo. Así pues, había proyectadouna ilusión cuando el lobo y ella salíande la cafetería, y los había seguido.

—Eso era cuando creía que eraiscompetentes —le espetó a la bruja—.¿Por qué no los habéis perseguido?

—¿Y arriesgarnos a que ellaembebiera nuestra energía?

—le replicó.—Otra vez me viene a la cabeza la

frase «Creía que erais competentes» —replicó él.

Ellas lo insultaron.

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Entonces, Tucker se dejó caer delárbol y aterrizó de pie en el centro delcírculo que habían formado las brujas.Giró sobre sí mismo con los brazosextendidos, como desafiándolas a queintentaran hacerle algo.

Realmente, quería que lo intentaran.Él se merecía un castigo, pero ellas

también. La única diferencia era que élsabía que se lo merecía, pero ellaspensaban que su causa era justa.

Las brujas habían perdido el rastrode Mary Ann después de que Riley lehubiera tatuado las marcas de protec-ción, pero no habían perdido el rastro deTucker. Riley se había negado a tatuarlo,

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así que… A causa de la negativa dellobo, las brujas nunca habían llegado aperder del todo el rastro de Mary Ann.Tucker no se iba a dejar culpar por eso.

Las hadas también habían estadosiguiendo a Mary Ann y a Tucker, yhabrían estado allí si las brujas no leshubieran… pedido amablemente que semarcharan. Las hadas se habían idocorriendo a buscar a sus mamás.

Después de eso, Tucker les habíaproyectado a las brujas una ilusión en laque él aparecía hablando con Mary Anny pronunciando nombres e informaciónfalsos, con la esperanza de confundirlasy enviarlas en direcciones diferentes.

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Sin embargo, en aquel momentohabía recibido una llamada de Vlad.

«Tucker… mi Tucker…».Así, sin más.Y todo había cambiado.«Tucker…».Se estremeció al oír aquella voz de

mando sobrenatural en su cabeza,porque sabía que podía manejarlo comosi acurrucada, llorando como un niño,abatida por todo el dolor que habíacausado y la destrucción que iba acausar.

«Tucker, mi Tucker, termina esto».La voz del rey era más poderosa que

nunca. Cada día, el vampiro se

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recuperaba más y más, y pronto volveríaa ser el guerrero que había sido siempre.

Vlad le había ordenado que seaproximara a las brujas, le había dichocuál era la imagen que debía mostrarles,y le había indicado cómo tenía quehablar y actuar. Y él lo había hecho.Había asumido la imagen de alguien aquien ellas conocían, aunque todavía noestaba seguro de quién se trataba, y ellaslo habían creído y habían hecho todo loque él quería.

—…escuchando lo que digo? —preguntó Marie.

—No.—¡Aj! Siempre fuiste exasperante,

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pero ahora eres además un idiota.—No podéis culparme de vuestro

fracaso —dijo él—. Yo os he entregadoa esa parejita envuelta como si fuera unregalo de cumpleaños.

Con solo pronunciar aquellaspalabras se sentía culpable.

«Tucker… Sabes lo que tienes quehacer. Mata a las brujas, encuentra allobo y a la embebedora y mátalos aellos también».

¿Matar a las brujas? Bien, no habíaningún problema.

Pero…«Tú querías que las brujas fueran

consideradas las culpables de la muerte

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del lobo y de Mary… de la embebedora.Si las brujas mueren, ¿cómo van a

echarles la culpa a ellas?», le preguntómentalmente a Vlad.

«Seguro que a ti se te ocurriráalguna manera. Y ahora, haz lo que te hedicho».

No tenía sentido desobedecer aVlad, porque no había posibilidad devencerlo. Así pues, Tucker irguió loshombros y miró a las mujeres que habíaa su alrededor. Agitó un poco los brazosy las dagas que se había guardado bajola camisa se deslizaron hacia las palmasde sus manos. Él agarró lasempuñaduras.

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—¿Por qué no nos la regalas otravez? —dijo Marie remilgadamente—. Ypodemos seguir avanzando desde ahí.

—No, creo que no.Claramente, a aquella bruja no le

gustaba que le llevaran la contraria. Diouna patada en el suelo y preguntó:

—¿Por qué no?—Porque no vais a estar por aquí

para recibir más regalos —dijo Tucker.Y sin decir una palabra más, atacó.Riley dejó a Mary Ann detrás del

contenedor de basura su desnudez, entróen el establecimiento y robó de larecepción una botella de vodka y latarjeta para entrar en las habitaciones.

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Después le robó la maleta a un huéspedy volvió junto a Mary Ann. La tomó enbrazos y la llevó a una habitación vacíasin que nadie los viera.

Posó a Mary Ann sobre la cama conmucho cuidado y después abrió la bolsapara buscar algo que ponerse.

—No te muevas —le dijo, al ver queella se retorcía en el colchón.

—¿Bi… Bien?—Sí, vamos a estar bien aquí —

mintió él.bastante ajustados. Sin embargo,

aquel no era el momento de preocuparsede la moda.

Se miró la herida de la pierna. La

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flecha se le había salido del cuerpo alchocar accidentalmente contra un árbol,pero sentía algunas astillas en elmúsculo. Le estaban cortando y esohacía que sangrara y no pudiera curarse.Se aplicó presión en la pierna parasacar las astillas. Pese al dolor quesentía, no se detuvo. Si no conseguíaparar su hemorragia, no podría cuidar deMary Ann.

Así pues, se curó todo lorápidamente que pudo, usando volviócorriendo hacia la cama. Mary Annestaba muy pálida, tenía unas ojeras muypronunciadas y los labios agrietados.Sin embargo, lo peor era su pecho; tenía

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tanta sangre seca en la piel que parecíaque llevaba un jersey rojo. La flechaseguía clavada en su cuerpo.

—¿Es muy malo? —preguntó ella enun susurro.

Riley nunca la había visto tan débil ytan indefensa. Y no quería volver a verlaasí nunca jamás.

—Riley…Sinceridad. Ni una mentira más.—Sí, es una herida grave.—Lo sabía. ¿Me… muero?—¡No! —gritó él. Después añadió,

con más calma—: No. No lo permitiré.Él le tomó el pulso del cuello.

Ciento sesenta y ocho pulsaciones por

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minuto. Dios. Aquella velocidad erasíntoma de que había perdido yademasiada sangre. Si llegaba a cientoochenta pulsaciones por minuto, nopodría salvarla.

Tenía que actuar rápidamente.—Tengo que dejarte aquí sola un

minuto, ¿de acuerdo?Tengo que ir a buscar un par de

cosas para poder sacarte la flecha.—De… de acuerdo.la acera de enfrente. Allí compró

vendas, desinfectante y todo lo quepensaba que podía necesitar.

Por supuesto, atrajo bastantesmiradas con aquellos pantalones.

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Cuando tuvo lo que necesitaba, dejó eldinero en el mostrador y se marchó.

Mary Ann no se había movido. Teníalos ojos cerrados y temblaba. Aquellono era una buena señal. Volvió a tomarleel pulso. Ciento setenta y trespulsaciones por minuto.

Él también estaba temblando cuandodestapó la botella de vodka. Le abrió laboca a Mary Ann y vertió dentro elcontenido mientras le masajeaba lagarganta con la mano libre paraconseguir que bebiera todo lo posible.

Mary Ann no se atragantó niprotestó. Ni siquiera notó lo que leestaba haciendo. Mejor para ella,

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porque iba a sentir el mayor dolor de suvida. Sin embargo, aquello también eramuy mala señal.

Riley echó un poco de alcohol en laherida. Después, agarró el extremodelantero de la flecha, respiróprofundamente para intentar calmar sutemblor y con un movimiento firme de lamuñeca partió la madera en dos y quitóla punta.

Tiró la cabeza de la flecha al suelo ylevantó a Mary Ann hacia la luz de lalámpara para estudiar lo que habíaquedado. La flecha seguía asomando porambos lados de su cuerpo, así que podíaempujar el resto para sacarla. El peligro

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estaba en dejar astillas dentro delcuerpo.

Riley volvió a tomar la botella devodka y se la terminó en tres tragos. Ellíquido le quemó la garganta, elestómago y las venas. Ya había tenidoque hacer aquello otras veces, a sushermanos, a sus amigos y a sí mismo.Entonces, ¿por qué estabadesmoronándose ahora?

Volvió a tomarle el pulso a MaryAnn: tenía ciento setenta y cincopulsaciones. Sin perder más el tiempo sesituó detrás de ella y, rugiendo, le dio unpuñetazo al extremo roto de la flechacon todas sus fuerzas. La vara de madera

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salió por la herida del pecho de MaryAnn. Ella apenas se movió.

Muy bien, lo peor ya estaba hecho.Ahora llegaba lo fácil.

Entonces, ¿por qué se sentía tanmareado? El temblor empeoró mientrasla limpiaba y la vendaba. Cuandoterminó, se dio cuenta de que estabaensangrentado. Eso significaba que ellahabía vuelto a perder mucha sangre.

Mary Ann necesitaba unatransfusión, y rápidamente.

La única razón por la que todavíaestaba viva era que se había alimentadode una bruja antes de llegar allí, peroeso no la salvaría durante mucho más

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tiempo. Tenía una respiración jadeante;algunos llamaban a aquello larespiración de la muerte.

Riley se pasó la mano por la cara.¿Qué debía hacer? Si intentaba llevarlaa un hospital, Mary Ann no podríasobrevivir a los vaivenes y losmovimientos del traslado. La únicamanera de salvarla podía ser llamar auna ambulancia para que la recogiera, sillegaban a la velocidad de la luz.

Riley sintió pánico. Si llamaba aurgencias, irían a recoger a Mary Ann,pero también buscarían a su padre. Eldoctor Gray se la llevaría a casa, dondepodía haber muchos enemigos

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esperándola, listos para atacarlamientras todavía estaba demasiado débilcomo para defenderse.

Claro que, si no lo hacía, ella noviviría. Así pues, Riley marcó elnúmero de las emergencias y les contóque había una chica herida que habíaperdido mucha sangre, sin mencionar losnombres. Les dijo dónde estaban ycolgó.

Después se acercó a ella y le dijo,con la esperanza de que pudiera oírlo:

—No les digas tu apellido. Hagas loque hagas, no les digas tu apellido.

No hubo respuesta. Y peor todavía,Mary Ann ya no tenía aura.

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Necesitaba alimentarse de nuevo ono conseguiría sobrevivir. Solo habíauna solución: él podía darle alimento.

Riley posó las manos sobre supecho, encima de su corazón, que latíamuy débilmente. Él nunca había hechonada semejante y no sabía cómo iba afuncionar, pero lo intentaría de todosmodos. Tal vez ella se alimentaraautomáticamente.

Cerró los ojos y se imaginó laesencia de su cuerpo de lobo, seimaginó el tuétano de los huesos, vio lasdiminutas chispas doradas que girabanen él y las empujó hasta que las obligó asalir de su cuerpo y a entrar en el de

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Mary Ann.Su cuerpo dio un tirón y ella jadeó.

Un momento después ella se desplomócontra el colchón, y él advirtió que surespiración se hacía más constante.Siguió empujando hasta que comenzó asudar y a jadear, hasta que sintió que aél también se le aceleraba el pulso.Hasta que tuvo los músculosdolorosamente agarrotados, tal vez parasiempre.

Hasta que respirar le quemaba elpecho.

Al final, él también se desplomósobre el colchón. No tenía fuerzas nisiquiera para mirar la hora en el reloj de

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la mesilla. Tampoco tenía fuerzas paracambiar a su forma de lobo antes de queel personal de la ambulancia entrara enla habitación.

Y eso fue lo que hicieron en aquelmomento.

La puerta se había abierto de golpe,pero él no la había oído. Se dio cuentade que no oía nada. Tres hombreshumanos se inclinaron sobre la cama ydos de ellos comenzaron a examinar aMary Ann. Uno de ellos le abrió lospárpados y le iluminó las córneas conuna linterna mientras el otro le colocabaen el cuerpo la maquinaria médica.

El otro hombre hizo lo mismo con

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Riley. Le estaba hablando, haciéndolepreguntas, pero Riley no distinguía laspalabras.

El mundo se volvió borroso a sualrededor. Notó que lo alzaban y locolocaban sobre una superficie fría yblanca.

Una camilla, tal vez. Volvió lacabeza para asegurarse de que hicieranlo mismo con Mary Ann, pero aquellaniebla se había hecho muy espesa, y soloconsiguió ver un manto blanco a sualrededor.

Sintió un pinchazo en el brazo y algocaliente en la vena.

Un instante más tarde, tenía los

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párpados tan pesados que no podíamantenerlos abiertos. Llegó laoscuridad. Luchó contra ella porquenecesitaba saber que Mary Ann estababien, y que no iban a separarlos. Otropinchazo, otra quemadura. Siguióluchando.

La oscuridad se cerró a sualrededor, cada vez más fuerte, hastaque Riley fue consumido por completo yno pudo moverse ni respirar. Hasta queolvidó por qué estaba luchando.

Tucker siguió a la ambulancia en uncoche robado.

Había visto a los paramédicos metera Mary Ann y al lobo en el vehículo.

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Ambos estaban conectados a una bolsade sabía que pensaban que iban a perdera ambos chicos de camino al hospital.

Tal vez sí, tal vez no. Riley y MaryAnn habían aguantado hasta aquelmomento, ¿por qué no iban a aguantarmás?

De todos modos, aquella parejatenía que morir. Como las brujas.

Las brujas. «No pienses en eso», sedijo. Si lo hacía, reviviría los gritos, lossollozos, las súplicas y los gemidos dedolor. Los pasos de las pocas quehabían conseguido escapar. Lapersecución, y el fracaso. Vlad le habíaordenado que las dejara escapar y

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siguiera al lobo y a la embebedora.Parecía que terminar con ellos era

más importante que terminar con lasbrujas, que estarían desesperadas porvengar a sus amigas.

Tucker sería castigado por ello.Brutalmente.

Pronto se dio cuenta de que Riley yMary Ann estaban siendo trasladadoshacia el Hospital St. Mary, el hospitalen el que había nacido ella. El hospitaldonde había nacido Aden. El hospital enel que había muerto la madre de MaryAnn.

Cuando la ambulancia llegó a laentrada de urgencias, y la ropa. Nadie lo

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vio. Ni siquiera las cámaras deseguridad que vigilaban la zona podríangrabarlo.

—¿Qué quieres que haga? —lepreguntó a Vlad.

Un hombre con uniforme médico sedetuvo y frunció el ceño, mirando a sualrededor. Tucker estaba proyectandouna ilusión, así que el sanitario solovería el aparcamiento de urgencias y ala gente caminando y saliendo yentrando de los coches.

«Están muy débiles. Este es elmomento perfecto para atacar», dijoVlad.

El sanitario murmuró algo y se alejó.

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—¿Quieres que…?Tucker no terminó la frase. Tuvo que

tragar saliva. No podía pronunciaraquellas palabras. Ni siquiera despuésde todo lo que había hecho podíapronunciar aquellas palabras. «A MaryAnn no, por favor», gritó su ladohumano.

«Por favor, Mary Ann no. Otra vezno».

«Mátalos, sí. A los dos. Y no fallesesta vez, Tucker».

—No, no fallaré —dijo Tucker, ypensó: «Un día te mataré a ti también».

«Ah, y creo que debería decirte cuálserá el castigo que recibirás si fallas

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esta vez», dijo Vlad con una carcajada.«Encontraré a tu hermano y lo dejaré

seco. Después de jugar un poco con él».No. ¡No! Aquello no podía ocurrir.

Nada de aquello podía ser cierto.«¿Lo has entendido?».Su hermano pequeño, una de las

pocas personas a las que quería en elmundo, estaba en peligro. Por su culpa.

«No», pensó de nuevo, y apretó losdientes. Sin embargo, dijo:

—Sí, lo he entendido.Y se puso manos a la obra.

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—Despierta. Aden, tienes quedespertarte.

Aden se aferró a aquella voz comosi fuera un salvavidas.

Y lo era. Él se había quedadoatrapado en un océano de vacío, sinsonido, sin colores, sin sensaciones, sinsalida.

—Aden, despierta.

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Abrió los ojos. Vio a Victoriainclinada sobre él, con la melena negracayéndole por un hombro. Las puntas desu pelo le hacían cosquillas en el pecho.Tenía cara de preocupación.

—¿Qué ocurre? —le preguntó él conla voz quebrada.

Se incorporó y se sentó, y al instantenotó los músculos enroscados en loshuesos y la piel tirante, tan tirante comouna goma que estuviera a punto deromperse. Tenía la boca seca como undesierto, y su estómago… El estómagoera lo peor de todo. Lo tenía dolorido dehambre, encogido, y gruñía tanto queparecía que se iba a comer a sí mismo.

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—Me tenías preocupada —dijo ella,irguiéndose. Se metió la mano en elbolsillo y jugueteó con algo que crujía.Seguramente, un envoltorio de algún tipo—. Iba a empezar a echarte sangre porla garganta.

Ummm… Sangre…Se relamió, intentando recordar los

últimos momentos juntos a la habitaciónde Victoria para hablar. Él se habíasentado al borde de la cama y… ya nose acordaba de más.

Debía de haberse quedado dormido.Qué pena.Él quería hablarle de la mujer a la

que había visto en su visión de cuando

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Victoria era una niña. De su madre, ydel motivo de los latigazos. Tal vezaquel sueño inesperado hubiera sido unabendición, después de todo. Aquellanoticia habría disgustado mucho aVictoria, y en aquel momento no parecíaque fuera capaz de soportar otra carga.

Parecía… débil, como si pudieraromperse fácilmente.

—¿Qué hora es?Inhaló y… ¡Error! Todos sus

pensamientos se desvanecieron. Su narizse aferró a la esencia de Victoria y leenvió a todo el cuerpo la orden de quedebía tenerla. La boca se le llenó dehumedad y comenzaron a dolerle las

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encías.—¿Te encuentras bien? —le

preguntó Victoria.—Muy bien —respondió él con la

voz ronca—. Bien.—Como dice Riley, fingiré que me

lo creo. Y, para responder a tu pregunta,acaba de amanecer.

Él agitó la cabeza para aclararse lamente, aunque no lo consiguió.

—¿Todavía?—El siguiente amanecer.Bueno, eso tenía más sentido.—Entraste en un sueño de curación

—le explicó Victoria.Un sueño de curación. Aden nunca

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había oído aquel término, pero al igualque había sabido por instinto losnombres de los vampiros, supo tambiénlo que significaba.

Era un estado parecido al coma, decompleta privación sensorial, en el cualel vampiro y la bestia se convertían enun solo ser. El nivel de las células de lasangre ascendía rápidamente y acelerabael proceso de curación.

Sin embargo, pese a aquello, Adense sentía como si hubiera luchado contracien matones y hubiera perdido.

Una lástima, porque tenía cosas quehacer. No podía quedarse allíacurrucado durmiendo.

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Bajó de la cama con intención delevantarse, pero Victoria le puso unamano sobre el hombro para impedírselo.

Algo necesario, porque aquelpequeño movimiento suyo le habíacausado una reacción de dolor encadena. Más y más dolor.

—Si he experimentado un sueño decuración, ¿por qué me siento tan mal?

—Porque los nuevos tejidos estánsin usar. No te preocupes.

Cuando te hayas levantado y te hayasestirado, te sentirás mejor.

—¿Cuántas veces has tenido tú quesoportar esto?

Ella encogió un hombro.

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—Perdí la cuenta hace muchotiempo.

A Aden no le gustó aquello.—¿Quieres darme detalles?—No especialmente, no.—Puedo castigar a quien tú quieras.Otro error por su parte. Él lo había

dicho en broma para hacerla reír, peroella no se rio, y él se dio cuenta de quehabía dicho la verdad. Quería aniquilara cualquiera que le hiciera daño aVictoria.

—Ahora tienes que ver una cosa —le dijo ella.

—¿Ver qué?—Esto.

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Entonces, ella se dio la vuelta con unmando a distancia en la mano. Despuésde apretar algunos botones, el panel demadera de su vestidor se abrió y dejó ala vista una enorme pantalla detelevisión. Ella la encendió y cambió decanal rápidamente, hasta que encontróuno de noticias.

—Escucha —le dijo.Un reportero con expresión sombría,

protegiéndose de la llovizna con unparaguas negro, estaba hablando.

—…lo que se ha llamado «Lamatanza de las Túnicas Rojas de Tulsa».Diez mujeres han sido salvajementeasesinadas. La policía está trabajando

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para hallar pruebas sobre quién hapodido cometer un crimen tan horrendo.

—Trágico —dijo él—, pero ¿porqué necesitaba saberlo?

Victoria bajó el sonido y se dejócaer en el colchón, junto a él.

—Mujeres vestidas con túnicasrojas. En Tulsa, donde están Riley yMary Ann. Son brujas, Aden, y debíande ser las que los perseguían. Lasapuñalaron repetidamente, lo cualsignifica que sus asesinos no eran nihadas, ni vampiros, ni lobos.

—¿Están bien Riley y Mary Ann?Ella se retorció las manos.—No lo sé. Riley no se ha puesto en

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contacto conmigo desde hace unas horas.—¿Elijah?«No lo sé», dijo el alma.De acuerdo. Así que el alma no

había visto nada malo.—¿Y por qué estás tan segura de que

las criaturas que has nombrado no hansido las responsables?

—Porque las hadas nunca habríancausado un derramamiento de sangre.Los vampiros sí, pero después habríanlamido hasta la última gota de esasangre. Y los lobos habrían dejadomarcas de garras, no cuchilladas.

«Umm, sangre…».En cuanto aquel pensamiento se

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registró en su mente, se sintió humillado.Aquella gente había muerto de unamanera violenta y dolorosa, ¿y él queríaun aperitivo? Volvió a la conversacióncon Victoria.

—¿Y quién puede haber sido?«Espera, espera, espera», dijo Caleb

de repente.«Vuelve. Acabo de despertarme, y

seguramente he entendido mal. ¿Acabade decir ella que han matado a unasbrujas?». Victoria también estabahablando, pero Aden solo oía a Caleb,porque el alma estaba muy disgustada.

—Sí —dijo Aden—. Lo sientomuchísimo.

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«No. Se ha equivocado. Tiene quehaberse equivocado».

—Caleb…«¡No! Elijah, dile que ella se ha

equivocado. ¡Díselo!».«Yo también lo siento», dijo Elijah

con tristeza.«¡No!».Caleb comenzó a sollozar.Al alma le habían caído bien las

brujas desde el primer día, y creía queestaba conectado a ellas de algunamanera, que las conocía desde su otravida. La que había vivido antes de estaren Aden.

«Tienes que volver atrás en el

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tiempo, Aden. Tienes que salvarlas deesto».

Su respuesta fue instantánea.—No. No puedo.«Lo que pasa es que no quieres».—Podrían salir mal demasiadas

cosas. Tú lo sabes.Era la misma respuesta que le había

dado a Victoria cuando ella se lo habíapedido. La misma respuesta que le daríaa cualquiera que se lo pidiera. Al poneren una balanza los riesgos y las ventajas,siempre pesaban más los riesgos.

«¡Por favor, Aden, por favor!».—No. Lo siento.Mientras Elijah y Julian intentaban

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consolar a su amigo, Aden se dio cuentade que Victoria lo estaba mirando concuriosidad.

—La noticia ha… destrozado aCaleb —le explicó él.

—Lo siento.—Yo también.Aunque a Aden no le gustaban

demasiado las brujas, odiaba ver elsufrimiento de una de sus almas, y solopor eso habría preferido que no murierani una sola de ellas.

—Lo mejor que podemos hacer porél es averiguar lo que ocurrió yasegurarnos de que no vuelva a pasar —dijo.

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—Estoy de acuerdo. Me preguntastequién puede ser el responsable. No creoque ni los zombis ni los duendes tenganla inteligencia suficiente como parahacer algo semejante. Así pues, soloquedan los humanos.

—Pero ¿cómo van a vencer loshumanos a un grupo de brujas? Sabemos,por experiencia, lo que pueden hacercon sus hechizos. Y los humanos nosaben nada de magia. Cualquiera que sehubiera acercado a ellas habría estadoindefenso.

—No lo sé.—Tal vez, alguna de las razas a las

que has nombrado quería que los

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humanos parecieran los culpables.—Es posible, pero ¿para qué? ¿Para

enviar un mensaje?—¿Qué clase de mensaje?—No lo sé. Esto no había ocurrido

nunca. Nosotros limpiamos nuestrasbatallas. Todos nosotros. Casi nuncadejamos pruebas que puedan encontrarlos humanos. Nos enseñan a ello desdeque nacemos. Así es comosobrevivimos.

—Los tiempos cambian.—Sí. Es cierto.¿Qué significaba eso? ¿Que él había

cambiado, y que ya no le gustaba?Junior emitió un rugido de hambre.

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Aden se dejó caer al colchón con unsuspiro, y se puso el brazo sobre losojos.

—No estoy pensando con claridad.Hablemos de los asesinatos después decomer, ¿de acuerdo?

—Sí.—¿Tú has comido ya? ¿Y dónde has

dormido esta noche?Él había ocupado la habitación de

Victoria, y ella no había estado allí.Aden estaba enfadado consigo mismopor haberse quedado dormido y haberconseguido que ella se sintiera como siaquellos no fueran sus dominios. Antes,Victoria se habría sentido lo

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suficientemente cómoda como paraacurrucarse a su lado, pero después decómo la había tratado últimamente, nodebía de saber si iba a ser rechazada.

—He dormido en la habitación deRiley —dijo ella, y volvió a meterse lamano en el bolsillo para juguetear con elenvoltorio que crujía, o con lo que fuera.

Él sintió una punzada de celos.—Podías haber dormido aquí.—Bueno, pero tú, rey de los Cielos

y de la Tierra, ¿lo has dicho una solavez desde que entraste en estahabitación?

—Lo estoy diciendo ahora.Crujido, crujido. Ella no había

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terminado.—Eso es estupendo. Maravilloso.

Teniendo en cuenta que no has hechootra cosa que rechazarme durante estosúltimos días.

Y ahí estaba el quid de la cuestión.—Lo siento. Lo siento mucho. Pero

estoy mejorando, ¿no? Además, tútambién has cambiado.

Muy bien. Ahora le estaba echandola culpa a ella, algo que Victoria no semerecía.

—¿Te refieres a que soy máshumana?

Aden volvió a oír el crujido de unplástico. ¿Qué podía ser eso?

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—No me refería a nada malo, te loprometo. Pero… sí, eres más humana. Yno es una mala cosa.

—Sí, sí lo es. Estás diciendo que noera lo suficientemente buena tal y comoera antes.

—¡No! Yo no quiero decir eso.Pero ella todavía no había

terminado.—El que tú estés mejorando es

estupendo. Maravilloso.Aden se dio cuenta de que iba a

odiar lo que llegaba des-pués. Lo sabía.—Pero yo he decidido que voy a

estar enfadada —dijo Victoria.Sí. Lo odiaba.

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—¿Lo dices en serio?—¿Es que soy famosa por mi gran

sentido del humor?—¿Y por qué has decidido estar

enfadada?—Porque me apetece.¿Y cómo discutía uno con aquella

clase de lógica?—Muy bien.—Muy bien.—Yo todavía tengo que comer.—¿Quieres que avise a un esclavo

de sangre?No. Sí.—No.Solo había una sangre que él

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deseara, y era la de ella. Sin embargo,había tomado la de Sorin. Eh, ¿y por quéno estaba viendo la realidad a través desus ojos? Se lo preguntó a Victoria.

—La sangre solo tiene ese efectodurante un tiempo limitado, y como tehas pasado un día entero durmiendo, tuconexión con Sorin ha desaparecido.Bueno, ¿quieres que avise a algúnesclavo?

—Ya encontraré algo que comerdespués —dijo Aden. Se obligaría a símismo—. Antes quiero lavarme.

Crujido, crujido.—¿Qué tienes en el bolsillo?Victoria se ruborizó.

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—Nada. Vamos, ve a lavarte.De acuerdo. Aden se levantó de la

cama, tambaleándose un poco, y semarchó hacia el baño, pensando quedebía de parecer un anciano con unbastón.

—Ah, Aden, y gracias por no matara mi hermano —dijo ella, antes de saliry cerrar la puerta.

—De nada.Se lavó los dientes, se duchó

rápidamente y se dio cuenta de queVictoria le había dejado ropa limpia enun rincón: una camiseta gris, unosvaqueros y sus botas. Todo estabaplanchado, y le quedaba perfectamente.

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Mientras los rugidos de Junioraumentaron y los sollozos de Calebfueron cesando, Aden se miró en elespejo. Todavía le resultaba raro verserubio. Llevaba años tiñéndoselo denegro. Y sus ojos también lesorprendieron. La última vez que se loshabía visto eran dorados. En aquelmomento eran un caleidoscopio decolores.

Lo que le asombró más fue el hechode no tener hematomas ni perforacionesen la piel. Su aspecto físico era muybueno, aunque por dentro todavía teníaque recuperarse del todo. Pese a laducha caliente, seguía sintiendo dolores.

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Pero, teniendo en cuenta queesperaba tener los labios partidos, y quehabía perdido un diente que había vueltoa crecerle durante el sueño de curación,no iba a quejarse.

Oyó pasos en la habitación deVictoria y abrió la puerta del baño.Antes de ver quién había entrado, losolió: eran los hermanos de Riley,Maxwell y Nathan. Emitían un fuerteolor a aire libre y a miedo.

Nathan era pálido de los pies a lacabeza. Tenía el pelo rubio pálido, losojos azul pálido, la piel pálida.Maxwell era dorado. Ambos eran muyguapos, pero estaban malde-cidos por

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las brujas. Cualquiera a quien desearauno de los dos vería una máscara defealdad al mirarlo. Y cualquiera a quienellos no desearan vería sus verdaderascaras y su belleza.

Aden veía sus caras reales.Ambos tenían el ceño fruncido y

estaban tensos de preocupación,intentando consolar a Victoria, queestaba llorando.

—¿Qué ocurre? —preguntó él,acercándose, dispuesto a matarlos si lahabían disgustado.

Estaba a punto de lanzar un puñetazode todos modos cuando ella le tendióuna copa.

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—Toma, bebe esto.se intensificó de la impaciencia.

Sabía perfectamente de qué vena habíasalido aquella sangre. De la de Victoria.

Levantó el brazo, tomó la copa y sela bebió en un segundo, y solo se diocuenta de que se había movido cuandoconsumió la última gota.

Después de beber la sangre de Sorinhabía pensado que era fuerte, peroestaba equivocado. Aquello era lafuerza.

Era una cascada de calor que cayópor su cuerpo y lo encendió como unacasa en Navidad. Cerró los ojosmientras saboreaba la sangre, y sintió

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que todas sus células bur-bujeaban.Todos los dolores que sentía aún acausa de la pelea con Sorindesaparecieron. Sus músculos setonificar-on y tal vez, incluso, crecierauno o dos centímetros.

Junior ronroneó de satisfacción y sequedó dormido como un bebé.

Aden quería más.«No bebas más», le dijo Julian.¿Cómo era posible que hubiera

sabido lo que estaba pensando? ¿Acasolo había dicho en voz alta? ¿Estabamirando el cuello de Victoria? Unmomento, ¿cómo iba a estar mirando aVictoria? Todavía tenía los ojos

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cerrados.Los abrió y se dio cuenta de que

había dejado caer la copa y de que habíaagarrado a Victoria de los brazos.

Estaba acercándola a sí cada vezmás…

Salió de su estupor y la soltó.Retrocedió. Maxwell y Nathan loestaban mirando con inquietud.

Un poco más tarde vería el mundo através de los ojos de Victoria.¿Continuaría también deseando susangre, y nada más que su sangre? No leimportaba.

Porque tenerla a su lado compensabael riesgo de convertirse en un adicto.

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Estaba dispuesto a soportar cualquiercosa por estar con ella y poder beber susangre.

Victoria se movió con desconcierto.Él todavía la estaba mirando fijamente.Bajó los ojos, y entonces vio su muñeca.Aunque ella llevaba un vestido demanga larga, la tela se había echadohacia atrás y dejaba ver una herida quese extendía de un lado a otro.

Se había cortado hacía poco, y laherida no se le había curado.

¿Por qué no se había curado?—¿Estás bien? —le preguntó él.—No —respondió ella, mostrándole

la pantalla del teléfono móvil—. Mira lo

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que ha llegado.Aden leyó el mensaje.—Es de Riley —dijo ella, con la

barbilla temblorosa.«Eso no es de Riley», dijo Elijah.—¿Cómo lo sabes? —preguntó

Aden.—Porque ha estado…—Disculpa —dijo Aden, alzando la

mano—. Elijah sabe algo. Un momento.Ella asintió.«Primero», continuó el alma, «por

lógica. Si Riley se estuviera muriendo,no habría enviado un mensaje tanpreciso y bien escrito. Segundo, acabode tener una visión de Tucker

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escribiendo esas palabras».Con un nudo en el estómago, Aden

les contó lo que le había dicho Elijah.Después volvió a hablar con el alma.

—¿Qué más has visto? Por favor,muéstramelo.

«No te va a gustar».—Da igual. Enséñamelo de todos

modos.Silencio.Después, un suspiro.«Como quieras».Un momento más tarde, a Aden le

fallaron las rodillas.Vio a Riley en una camilla, pálido

como la muerte, y con una herida abierta

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en una de las pantorrillas.Mary Ann también estaba en una

camilla, y la estaban metiendo en unaambulancia con el nombre del HospitalSt. Mary pintado en un lateral. Llevabaunos pantalones vaqueros y un sujetador,y estaba manchada de sangre seca.

Los médicos le estaban dando unmasaje cardiaco, pero ella no respondía.

—Puede que haya sido Tucker quienenvió ese mensaje, pero no ha mentido—dijo Aden con la voz ronca—. Estánmalheridos.

—¿Qué le ocurre a Riley? —preguntó Maxwell.

Aden les explicó lo que había visto.

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Los hermanos soltaron unamaldición. Victoria se apretó la bocacon los nudillos, pero de todas formasse le escapó un sollozo.

—¿Puede ser que Tucker hayamatado a las brujas y después se hayavuelto contra Riley y Mary Ann? —preguntó Nathan—. Tiene parte dedemonio, y puede proyectar ilusiones.Así que si hay alguien que pueda vencera un aquelarre de brujas, es él.

Caleb soltó unas cuantasimprecaciones, todas ellas dirigidas aTucker.

—Tucker no habría podido derrotara Riley —dijo Maxwell.

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Aden tuvo que concentrarse paraescuchar los sonidos de su cabeza.

—Pasara lo que pasara, tenemos queir al St. Mary’s —dijo Aden. Él nosabía mucho acerca de los hombreslobo, pero, ¿qué pasaría si los médicosencontraban algo diferente en el cuerpode Riley?—. ¿Puedes teletransportarnosa Tulsa, Victoria?

Ella palideció.—No-no. Quería hablar contigo…

—dijo, y miró de reojo a los hombreslobo—: Mi… eh… mi hermano… Loque me dio todavía debe de estarafectando a mis habilidades. No puedo.Pero quizá… No sé… Tú sí puedas…

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—¿Yo? —preguntó Aden. Él nuncalo había intentado, no quería perdertiempo aprendiendo cuando tal vez noposeyera aquella habilidad—. No,iremos en coche.

Alguien llamó a la puerta, y lasbisagras sonaron cuando la bellaMaddie entró en la habitación. Tenía lamisma expresión del día en que habíaido a informarle de la visita de Sorin.

—No sé por qué me han elegidopara traeros malas noticias otra vez —dijo la muchacha vampiro, con agitación—, pero vuestros amigos humanos hanvuelto, Majestad.

—No tengo tiempo para hacerles

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caso. Diles que vuelvan a casa y…«Tienes que hablar con ellos», le

dijo Elijah con urgencia. «Ahoramismo».

«Pero las brujas…».—Tendrán que esperar —dijo Aden,

cortando la intervención de Caleb—. Losiento —le dijo al alma, y después segiró hacia Maddie—: Llévame conellos.

Bajaron las escaleras, torcieronvarias esquinas y llegaron al vestíbulo.Allí estaban Seth, Ryder y Shannon, lostres cubiertos de hollín. Prácticamente,echaban humo.

—¿Qué ha pasado? —preguntó

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Aden.—El rancho… —respondió Seth,

pero tuvo un acceso de tos.—Se-se ha que-quemado —dijo

Shannon—. No ha quedado nada.Aden se puso muy tenso.—¿Y Dan y Meg?—Ambos están vivos, aunque

heridos —dijo Ryder—. Y están vivosporque Sophia los sacó.

Sophia, la perra favorita de Dan.«No reacciones. Todavía no». Unareacción llevaría a otra, y él no podíaperder la calma en aquel momento.Tenía que ser fuerte, pese a que todoestuviera saliendo mal, pese a que

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estuvieran ocurriendo demasiadas cosasmalas.

Shannon se frotó la nuca. Laslágrimas se le caían por las mejillas,dejando regueros entre el hollín.

—Sophia no sobrevivió. Briantampoco.

Brian, el otro chico que vivía en elrancho. Aden y él nunca habían sido muyamigos, pero Aden nunca le habríadeseado nada semejante.

—Terry y R.J. se van a mudar antesde tiempo. Y los servicios sociales nosvan a separar a los demás —dijo Ryder,con los hombros hundidos—. Nos van amandar a otras casas. Tal vez al

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reformatorio. Los polis pensarán quefuimos nosotros los que causamos elfuego.

—¿Y lo hicisteis? —preguntóNathan.

Seth se enfureció y se lanzó hacia él.—¡Claro que no! El rancho era

nuestro hogar. Dan es la única personaque se ha preocupado por nosotros.Nosotros nunca le habríamos hechodaño.

Entonces, ¿quién podía haber sido?¿Tucker? Pero ni siquiera un demoniopodía estar en dos sitios a la vez.

—Mi padre —murmuró Victoria conhorror—. Creo que ha empezado a

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golpearte, lo cual significa que está másfuerte.

Sí, pensó Aden. Los chicos ya noestaban seguros. Sin embargo, si huían,parecerían los culpables del incendio.

Además, Vlad podía encontrarlosallí donde estuvieran.

Solo había un lugar donde podríanestar seguros: allí mismo.

Todos lo estaban mirando a laespera de órdenes. O de respuestas. Lacarga de protegerlos era muy pesada,pero él había aceptado aquel desafío,así que tenía que estar a la altura.

—Maddie, avisa a Sorin para quevenga.

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Ella asintió y se marchó.En cuanto apareció el hermano de

Victoria, Aden comenzó a dar másórdenes.

—Te quedas a cargo de todo, Sorin,pero no te acostumbres. Tengo que salirdurante un tiempo. Díselo a los demás—le indicó a Maddie—. Maxwell,Nathan, vosotros venís con Victoria yconmigo. Los humanos se quedan aquí.Y nadie puede hacerles daño.

—Yo-yo voy conti-tigo —dijoShannon.

Los vampiros y los hombres lobojadearon al presenciar aquelatrevimiento. Seth y Ryder se quedaron

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confundidos por la reacción general.No merecía la pena discutir.

Además, podía ser agradable tener a unhumano cerca.

Un momento. ¿Había pensado en susamigos como humanos? Tenía lamentalidad de un vampiro, incluso.

—He cambiado de opinión —dijo—. Los tres vienen conmigo. Sorin, quetodo el mundo sepa que la pelea entreDraven y Victoria queda pospuesta hastanuestro regreso.

Quiero verla, y no puedo hacerlo siestoy fuera. Y quien diga que esto es unaestratagema para evitarle una paliza aVictoria…

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—Será castigado —dijo el guerrero—. Lo sé.

—Envía a unos cuantos hombreslobo al instituto. Quiero que el edificioesté protegido día y noche —añadió, porsi acaso a Vlad se le ocurría golpearlotambién de aquel modo—. Y quiero quealguien proteja también al padre deMary Ann.

Sorin asintió.—Así se hará.Aden todavía no estaba seguro de

que pudiera confiar en el guerrero, perono sabía qué otra cosa podía hacer. OSorin estaba trabajando para su padre,espiándolo a él, o lucharía contra Vlad

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con más fervor que ningún otro, yayudaría a la causa de Aden.

Elijah no había protestado, así queAden no iba a preocuparse mucho.

—Bueno —dijo, mirando a susamigos—. Vayamos a salvar a Riley y aMary Ann.

«Si no es demasiado tarde», dijoentonces Elijah.

—Si no tienes nada productivo ypositivo que añadir —le espetó Aden—,no vuelvas a hablar.

Elijah permaneció en silenciodurante todo el trayecto a Tulsa.

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El Hospital de St. Mary era un conjuntode edificios grandes de piedraanaranjada, con muchas ventanas. En lafachada del más alto de todos elloshabía una enorme cruz blanca. Elaparcamiento estaba lleno de gente queiba en todas direcciones.

Aden estaba sentado en el asientodel pasajero de la furgoneta negra que

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Maxwell había sacado del garaje de lamansión, observando las entradas y lassalidas y todas las caras con las que secruzaba, intentando detectar algúndetalle que no encajara en la escena. SiTucker estaba proyectando una ilusión,quería saberlo.

Nada parecía estar fuera de lugar.Nadie lo miraba a él.

Supuso que después de la matanzade las muchachas de la túnica roja, quehubiera dos adolescentes en estadograve no era una noticia muy importante,a menos que la policía sospechara queambos sucesos tenían relación. De todosmodos, a Mary Ann y a Riley los iban a

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interrogar, y seguramente, habríapolicías de guardia en la puerta de sushabitaciones. «Vamos. Tenemos quehacer lo que hemos venido a hacer»,dijo Caleb con impaciencia, «para quedespués podamos hacer lo que yonecesito hacer».

Ya no lloraba por las brujas, peroestaba enfadado, y quería venganza.

Aden prefería las lágrimas. Por lomenos, el alma no había intentadoposeer de nuevo su cuerpo.

—Todavía no —murmuró, y todoslos presentes en el coche se inclinaronhacia delante, esperando una de susórdenes—.

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Las almas —explicó.Hubo un coro de exclamaciones de

decepción. Ellos estaban listos paraactuar, pero él no iba a meterse enaquello a ciegas. Harían un plan ytomarían todo tipo de precauciones.

«¿Sabes? Este sitio me resultafamiliar», dijo Julian.

Debería. Aden sabía que habíanacido allí, y que las almas habíanmuerto allí.

Sintió tristeza. Miedo. Si Julianrecordaba cómo había muerto y quiénhabía sido, podría marcharse parasiempre.

Aden siempre había pensado que eso

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era lo que quería: estar a solas, poderconcentrarse… Hasta que había perdidoa Eve.

«Pues a mí no me suena de nada»,dijo Caleb. «Pero tal vez necesite verlomás de cerca».

—¿Qué es lo que crees que vas aencontrar dentro, Caleb?

¿Los cadáveres de las brujas?«Sí. No. No lo sé. Pero no nos

vendría mal ir a la morgue. O, si lapolicía sospecha que Riley y Mary Annes-tán involucrados, echarles un vistazoa sus notas».

«Morgue», repitió Julian. «Noquiero ir a la morgue. No quiero tener

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que luchar con los que están ahí dentro.Me da miedo, y quiero marcharme».

Sí. En cuanto Aden pusiera un pie enla morgue, los cadáveres despertarían ylo atacarían. Él tendría que cortarles lacabeza para acabar con ellos, y esosería muy difícil de explicar.

Elijah no debía de tener ningunasugerencia, porque permaneció ensilencio.

Aden se frotó la cara con la mano.Lamentó haber discutido con el adivinoen la mansión; Elijah solo queríaayudarlo.

—Con mis capacidades, no puedoarriesgarme a entrar ahí —admitió—.

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Maxwell, Nathan, ¿sois buenossiguiendo rastros?

—Los mejores —dijo Maxwell, ymiró a su hermano, que estaba sentadodetrás de él—. ¿Has traído las cosas?

—Sí, claro. Como siempre —dijoNathan, levantando una bolsa de nailonnegro que había en el suelo de lafurgoneta.

Los dos sonrieron.—Los encontraremos —le dijo

Maxwell a Aden—. Y nadie sospecharáde nosotros, aunque nos crucemos conun poli.

—Explícate.—Será mejor que empiece con el

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espectáculo —dijo Nathan.Abrió la cremallera de la bolsa y

sacó unas gafas de sol que le lanzó aMaxwell. Mientras Maxwell se lasponía, Nathan sacó unas cuantas cosasmás y después, allí mismo, dentro delcoche, se quitó la ropa y adoptó suforma de lobo.

Seth, Shannon y Ryder saltaron alespacio trasero sin asientos y pegaron laespalda al cristal de la ventanilla.

—¿Cómo…?—Es-so ha sid-do…—¡No es posible!—Ya conocíais a los vampiros —

dijo Aden—, y ahora os presento a los

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hombres lobo.Hubo más exclamaciones de miedo y

de horror. Aden advirtió que se lesaceleraba el corazón. Junior también lonotó, y rugió.

—¿Qué más hay ahí fuera? —preguntó Ryder, mirando al lobo comosi fuera venenoso.

—Todo lo que puedas imaginarte.Maxwell salió del coche y Nathan lo

siguió de un salto.Entonces, Maxwell le colocó un

arnés y una correa.Victoria, que estaba sentada detrás

de Aden, se rio en voz baja.—¿Un perro guía?

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Maxwell movió las cejas detrás delas gafas de sol.

—Nadie le pregunta a un hombreciego qué es lo que está haciendo, ni porqué.

—Brillante —dijo Aden.—Volveremos en cuanto podamos

—dijeron los lobos, y se pusieron enmarcha. Nathan precedía a Maxwell,caminando lentamente, y su hermano loseguía de manera titubeante.

Por un instante, mientras Aden losobservaba, atisbó también a Edina, lamadre de Victoria, que caminaba porentre los coches. «Ahora no», pensó conangustia.

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Tal vez su desgana de tratar con lamujer en aquel momento anuló aquelrecuerdo antes de que pudiera tomarforma, porque él pestañeó, y ella yahabía desaparecido.

—Muy cerca —murmuró.Se preguntaba por qué seguía

apareciendo, y si la veía en lasocasiones en las que Victoria pensabaen ella, cuando la muchacha desearíatener el apoyo de su madre.

Victoria se pasó al asiento delconductor y sus hombros se rozaron.Incluso a través de la ropa, el contactofue eléctrico.

—¿Cómo estás?

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—Bien —dijo él. Y era cierto. Losdolores y los calambres habíandesaparecido, tal y como ella le habíaexplicado—. ¿Y tú?

—Bien —respondió Victoria,aunque ella no parecía tan convencida,ni tan convincente.

—¿Todavía estás enfadada?Ella sonrió tímidamente.—No.—Me alegro —dijo él, y le acarició

la mejilla con un dedo.Ella cerró los ojos y se inclinó hacia

la caricia.—Una vez que los lobos encuentren

a Riley y a Mary Ann, es posible que

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tengas que entrar y usar tu nueva voz deautoridad con la policía, con elpersonal… con quienes es-tén a sualrededor.

Exacto. Él podía hacer eso. Recordóque le había dicho a Seth que saliera dela mansión, y que había visto cómo almuchacho se le ponían los ojosvidriosos y obedecía al instante.

Así que… él podía, ¿pero ella no?—¿Por qué no puedes tú usar la

tuya?Ella miró brevemente a los chicos

que estaban detrás, todavía pegados a laventanilla.

—Hablaremos de eso más tarde. En

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este momento tienes que practicar.¿Con ellos? No tuvo que preguntarlo

en voz alta. Lo sabía. ¿Con qué otros?Suspiró y los miró.—Ladrad como un perro.Sencillo, fácil.Seth lo miró con extrañeza. Shannon

y Ryder se pusieron a hablar en voz muybaja.

—Pues sí que ha sido productivo —comentó Aden irónicamente.

—Tienes que querer que obedezcan—le indicó Victoria—.

Después tienes que transmitirlestodo ese deseo con la voz —se inclinóhacia él y le dio una palmada suave en

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el pecho, encima del corazón. Entoncesañadió—: Empuja las palabras desdeaquí.

Aden se dio cuenta de que tenía lamano muy fría. La tomó del brazo y legiró la muñeca hacia arriba. Todavía nose le habían curado los cortes porcompleto. Había perdido la capacidadde usar la voz de autoridad de losvampiros.

No había podido teletransportarlos.A Victoria le estaba ocurriendo algo, yél iba a averiguar de qué se trataba encuanto se quedaran solos.

Cerró los ojos y pensó: «Quiero quemis amigos ladren como si fueran

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perros. Lo deseo de verdad. Será muydivertido ».

—Ladrad como un perro —dijo.Sintió un cosquilleo en la garganta, yalgo parecido a una hinchazón en lalengua, mientras las palabras le salíande la cabeza y del corazón.

Los tres chicos comenzaron a ladrar.«Vaya», susurró Julian.Victoria sonrió con una mezcla de

triunfo y de tristeza.—¿Lo ves?Sí, lo había conseguido.

Rápidamente y sin demasiado esfuerzo.Miró hacia atrás y vio que los treschicos tenían los ojos vidriosos. Estaban

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bajo su control. Podía manipularlos.Cortó aquellos pensamientos de raíz.

No debería querer controlarlos, y nodebería querer manipularlos. Y noquería escuchar ni un ladrido más.

—Callaos —dijo Aden.Ellos siguieron ladrando.—Tienes que desearlo —le recordó

Victoria.Aden cerró los ojos, apretó los

puños y se concentró.«Quiero que dejen de ladrar»,

pensó, y dijo las palabras.De nuevo, sintió un cosquilleo en la

garganta, y la lengua más gruesa en laboca.

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Los ladridos cesaron y los chicos lofulminaron con la mirada.

—¿Cómo lo has hecho? —le escupióSeth.

—No-no vu-vuelvas a hace-cerlo,idio-diota —le dijo Shannon.

Ryder quiso darle un puñetazo, peroAden atrapó su puño justo antes de quehiciera contacto.

—Utiliza las palabras como sifueras una persona adulta le dijo a suamigo—. Solo estaba probando unacosa, asegurándome de que podréayudar a Riley y a Mary Ann.

Era evidente que Ryder se habíaquedado anonadado por la increíble

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reacción de Aden. Bajó el brazo y dijo:—Como quieras, tío. Pero si vuelves

a hacer eso, voy a…Yo… ¡No te imaginas lo que voy a

hacerte!Shannon intentó pasarle el brazo por

los hombros, pero Ryder lo rechazó. Sele pusieron muy rojas las mejillas.

Shannon también enrojeció, y seapartó de su… ¿novio?

¿Habían formado una pareja, oestaban recorriendo aquel camino?

«¿Sabes? Creo que hay una entradaen la fachada lateral este del edificio deurgencias», dijo Julian distraído, comosi hubiera estado estudiando los planos

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del edificio durante toda aquellaconversación. «Tal vez esté cerrada… ycreo que nadie la usa. Tal vez. Allíhabía documentos y fotos al-macenados.Archivos». Hubo una pausa, y despuéscontinuó: «Creo».

«¿Y en qué nos va a ayudar eso?»,preguntó Caleb con enfado.

«Aden», dijo Julian, sin hacerlecaso. «Ve a inspeccionar esa entrada,por favor. Quiero echarles un vistazo aesos papeles, si siguen allí. Pero… noentres en el hospital, ¿de acuerdo?».

—¿Por qué?—¿Por qué, qué? —preguntó

Victoria.

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Él sonrió para disculparse, y ellaasintió. Se habían entendido.

«Tal vez pueda recordar quién soy».—No, quiero decir que por qué

tengo que quedarme fuera. Si nosmantenemos alejados de la morgue…

«No quiero correr riesgos. Además,tengo miedo».

—Pero no te da miedo esahabitación secreta, o lo que sea.

«No, esa habitación no».—Has mencionado papeles. ¿De qué

tipo?«No lo sé, pero tengo la sensación

de que es algo realmente importante.¿Algo importante que tenía relación

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con la noche en que habían muerto lasalmas? Era un poco descabellado, peromerecía la pena echar un vistazo. Elproblema era que tenía que arriesgar elpescuezo para hacerlo.

—Victoria, quédate aquí conShannon y con Ryder. Seth, venconmigo. Tengo que ir a comprobar unacosa, y tú me servirás de vigía.

—Muy bien —dijo Seth, y cincosegundos después había salido delvehículo y se estaba frotando las manosde impaciencia.

—Espera, ¿me vas a dejar aquí? —preguntó Victoria, y el aire frío queentró en la furgoneta le provocó un

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escalofrío.Aden nunca la había visto

estremecerse.—Necesito que protejas a los

humanos —le dijo. Por si acaso Tuckerestaba cerca. Probablemente, eldemonio andaba por allí.

Aunque Tucker fuera el embajadorde Vlad, Vlad no le ordenaría a nadieque matara a su propia hija. Aunque sípodía ordenarle que le pegara, recordóAden con una punzada de ira. Peromatarla… no.

—Pero yo… yo… Oh, está bien —dijo Victoria, y asintió de mala gana conuna expresión sombría—. Me quedaré

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aquí, como una buena chica.Algún día, él le borraría aquella

expresión triste para siempre. Ellaestaba destinada a ser feliz.

—Eh, ¿estás bien? —le preguntó, ytomó sus mejillas entre las manos—.Puedes contármelo.

—Estoy bien, sí. Todos estaremosbien.

—Sí, claro que sí.—¿Verdad, Elijah?Elijah guardó silencio.Aden suspiró. Tendría que pedirle

disculpas al adivino, pero allí no. Talvez tuviera que humillarse, así quenecesitaba un momento privado. Besó a

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Victoria sin preocuparse del público.—Vuelvo enseguida. ¿Tienes el

teléfono móvil?Ella asintió.—Mándame un mensaje cuando

vuelvan los lobos. O si necesitascualquier cosa. O si te asustas. O si…

—Lo haré —dijo ella con unacarcajada, y aquel sonido dulce terminócon la tensión que había entre los dos—.

Márchate.Después de otro beso, Aden se

marchó con Seth hacia la fachada estedel edificio.

—¿Qué es lo que vamos ainvestigar? —le preguntó Seth.

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Llegaron ante la puerta, que estabacerrada con un candado, y él sintió unmiedo intenso.

—Supongo que lo averiguaremosjuntos.

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Para un vampiro o un hombre lobo, unguardia humano que estaba custodiandoa otros dos humanos era como un bebécustodiando a otros dos bebés. Algoinútil. Sin embargo, Victoria nuncahabía estado más segura de su propianaturaleza: se había vueltocompletamente humana.

Antes se había cortado la muñeca

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para verter sangre en Fauces… bueno,había dejado de rugir, incluso degimotear.

—¿Aden y tú estáis saliendo? —lepreguntó Ryder de repente. Se habíarelajado por primera vez desde quehabía visto a Nathan convertirse enlobo.

Ella apoyó la sien en el cabecero delasiento y lo miró.

—Sí.«Eso creo». Desde que él se había

despertado en su cama, había sidoamable, tierno, dulce y afectuoso. Tal ycomo era antes. Ella tenía que contenerel impulso de lanzarse a sus brazos y

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contárselo todo. Sus miedos, su fragil-idad… y su amor. Tenía miedo alrechazo.

—¿No te importa que esté loco?—No está loco.—Habla solo. O con las almas,

como las llama él. No soy médico, peroestoy seguro de que eso está en ladefinición de «loco» de los libros deMedicina.

Victoria se giró y lo fulminó con lamirada. Cuánto se parecía aquel chico aDraven. No era consciente de laviolencia que provocaba en los demás.

—Yo bebo sangre —dijo ella, «opor lo menos lo hacía»—, y mis mejores

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amigos se convierten en lobos. ¿Estamoslocos nosotros?

Él sonrió. Debería haber sido unasonrisa de alegría, pero Ryder estabatriste.

—Seguramente.—Cá-cállate —le dijo Shannon—.

Ahora mismo.—¿Qué? —preguntó Ryder, dando

un puñetazo al techo de la furgoneta—.Todo esto es una locura, por mucho quetodos nos comportemos como si fuera delo más normal.

—Entonces, ¿por qué estás aquí? —le preguntó ella—. ¿Por qué has venidocon nosotros?

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—Estaba aburrido —respondió elchico, con una expresión de desafío.

Shannon lo miró con espanto. ¿Porqué? Ella se fijó en el reloj delsalpicadero y calculó que Nathan yMaxwell se habían marchado hacíaveintitrés minutos, y Aden, hacíadiecinueve minutos. ¿Cuándo volverían?

—Tú-tú siemp-pre dice-ces queestás abu-burrido cuando quiereslibrarte-te de algo. ¿Qu-qué has hecho?—le preguntó Shannon a Ryder—. ¿P-por qué qu-querías marcharte de C-Crossroads?

—No he hecho nada —dijo Ryder,moviéndose con incomodidad en su sitio

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—. Y yo no quería marcharme de allí.Fue Aden quien nos pidió que

viniéramos.Shannon no se dejó engañar.—¿Qué demonios has hecho? No

quería creerlo, pero ano-noche te fuistejusto después de que…

Después. Apesta-tabas a gasolina.Dijiste que habías estado trabajando conla camioneta. Te creí, pe-pero…

Ryder se encogió como si sintieramucho dolor, y se frotó el pecho, sobreel corazón. Los dos chicos se fulminaroncon la mirada durante un largo instante.Entonces, Ryder gimió de dolor, ydespués gritó rabiosamente.

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—¿Quieres saber la verdad? Muybien. Yo provoqué el incendio. Teníauna voz en la cabeza, y esa voz me dijolo que tenía que hacer. Yo quería parar,pero no pude. ¿Y sabes otra cosa? Medijo que te matara a ti, y que os matara atodos. Me acerqué a tu cama, e iba ahacerlo, tal y como él me dijo, peroempecé a temblar y no pude. No pude,así que te arrastré fuera de la casa.

Victoria lo escuchaba con horrorcreciente.

—Tú… tú-tú… —Shannon dejócaer la cabeza sobre las palmas de lasmanos.

—La voz me dijo que siguiera a

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Aden allí donde fuera. Me dijo…Ryder comenzó a temblar

violentamente, como si estuvierateniendo un ataque. Los ojos se lequedaron en blanco.

—¡Ryder! —gritó Shannon.El muchacho empujó a su amigo para

tumbarlo de costado y le metió la manoen la boca para evitar que se tragara lalengua. Entonces, los temblores cesarontan rápidamente como habíancomenzado.

Se abrió la puerta del pasajero, y elaire helado entró de nuevo en lafurgoneta. Victoria no había visto anadie abri-rla, y en aquel momento

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comenzó a cerrarse sola. Entonces, ellase puso en guardia.

Tucker.En un segundo, se materializó en el

asiento. Tenía la ropa hecha jirones yensangrentada, y el pelo rubio aplastadoen la cabeza. En sus ojos había unatristeza cor-rosiva, que iba a tragarlopor completo si no tenía cuidado.

—Hola, Victoria. Veo que hasrecibido mi mensaje.

Ella no iba a acobardarse. Tal vezfuera humana, pero Riley le habíaenseñado a defenderse.

—Sí, lo recibí —le dijo ella. Y sehabía metido unas dagas bajo las mangas

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de la túnica.Ryder, con unos movimientos muy

rápidos, se incorporó y empujó aShannon para apartarlo de sí.

—No me toques con tus suciasmanos, humano —dijo.

Pese a su vehemencia, su voz sonóformal, culta, con un ligero acentorumano.

—¿Está-tás bien? —le preguntóShannon. Aunque Ryder acababa deadmitir que había destruido su hogar, eraevidente que el muchacho se preocupabapor él.

—Estoy bien, sí —dijo Ryder—. Yvoy a estar mejor.

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Entonces se sacó una daga de la botay se la clavó a Shannon en el corazón.

Se movió con tanta rapidez queVictoria solo pudo asimilar lo que habíapasado cuando Shannon gritó. Cuando lasangre ya estaba brotando. Después deque Ryder hubiera hundido la daga hastael fondo.

Shannon balbuceó sin poder formarlas palabras. En sus ojos había unaconfusión total.

—¡No! —gritó Victoria, y se lanzóhacia atrás. Se colocó frente a Shannon yempujó a Ryder para alejarlo de él. Sinpreocuparse de si la apuñalaba a ellatambién, le sacó la daga del pecho a

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Shannon y apretó las palmas de lasmanos sobre la herida para intentarcontener la hemorragia.

Ryder se echó a reír.—Huele bien, ¿eh, Tucker,

muchacho?—Sí —respondió Tucker

automáticamente.Ella se dio cuenta de que no podía

hacer nada por ayudar a Shannon. Se lellenaron los ojos de lágrimas.

—Shannon, lo siento muchísimo.Debería haber…

Debería haber hecho algo. Cualquiercosa.

Shannon estaba jadeando, intentando

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respirar desesperadamente. La sangre sele derramaba por las comisuras de loslabios. Estaba sufriendo mucho, yVictoria odiaba su sufrimiento casi másque la idea de que fuera a morir.

—Así —le dijo Ryder a Tuckerescomo se hacen las cosas.

Si le hubieras hecho eso a Aden, mihija no habría podido salvarlo.

Su hija.Entonces, Vlad había poseído a

Ryder.Él era quien les había hecho aquello

a Shannon y a Aden. A todos. El hombrea quien ella había llorado una vez.

No podía teletransportar a Shannon.

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Y esperar a que llegara Aden le causaríaun sufrimiento innecesario.

Aden. Durante un instante, volvió ala noche de su apuñalamiento. Éltambién estaba sufriendo mucho. Queríaque todo terminara, incluyendo su vida.Habría dado cualquier cosa por un pocode paz. Incluso le había pedido que lodejara marchar.

Entonces, ella no le había hechocaso. Sin embargo, en aquel momento notenía otro remedio.

—Lo siento muchísimo.Odiándose a sí misma, mordió a

Shannon en la yugular.Sus colmillos ya no eran tan afilados

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como antes, ni tan largos, pero tampocopodía remediar aquello. Los jadeos deShannon se incrementaron durante unmomento, pero no luchó contra ellamientras ella bebía su sangre todo lorápidamente que podía. Aquel líquidotenía un sabor a metal y a desesperación.Victoria no se permitió pensar en ello, ysiguió bebiendo hasta que no quedónada. Hasta que Shannon se quedóinerte.

Hasta que hubo muerto, y hubodejado de sufrir.

A cierta distancia, oyó los rasguñosde unas garras de lobo. Nathan.Maxwell.

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Se irguió, llorando, y miró alrededorde la furgoneta.

Todo estaba borroso. No sabía cómohabía podido hacerle aquello a Shannon,ni siquiera para librarlo del dolor. Seenjugó los ojos con el dorso de la mano.

Vio a Maxwell, que todavía llevabalas gafas de sol, y a Nathan, que todavíatenía puesto el disfraz de perro guía.

Estaban chocándose contra loscoches como si los dos estuvieranciegos.

—Nunca encontrarán esta furgoneta—dijo Tucker—. Me he asegurado deello.

—Tu habilidad para proyectar

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ilusiones es el único motivo por el quecontinúas con vida, chico —le dijoRyder—.

Espero que seas consciente de ello.¿Estaban hablando de aquello en

aquel momento, como si no hubieraocurrido nada? Monstruos sin corazón.

Victoria miró a su padre, que ya nolo era, y al chico que había cambiado suvida para siempre.

—¿Cómo has podido hacer esto?—Cuánto me alegro de volver a

verte, mi amor —le dijo Ryder, con unasonrisa fría—. Aunque me hayastraicionado de maneras que no voy aperdonar.

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Tenía la intención de matarla, y laexpresión de su cara lo decíaclaramente.

—No me das miedo, padre. Ya no.Él se tocó la barbilla con el dedo.—¿Y qué puedo hacer para cambiar

eso? Seguro que se me ocurrirá algo.«¿Cómo es posible que alguna vez

admirara a este hombre?».—Shannon no había hecho nada para

merecer la muerte.Por fin, una reacción. La diversión

se borró del rostro de Ryder, y sus ojosse convirtieron en dos rendijasdiminutas, mientras se pasaba la lenguapor los colmillos.

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Era la expresión de un depredadorque había visto a una presa.

—Ayudó a Aden. Claro que merecíamorir.

Victoria dio un salto y aterrizó sobreél. Tal vez Vlad hubiera poseído aRyder, pero Ryder todavía tenía uncuerpo humano, lo cual significaba quetodavía era vulnerable.

No pudo hacer nada mientras ellacomenzaba a morderle la yugular.

Como humana tampoco era tanineficaz, después de todo.

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Aden tenía expedientes metidos bajo lacamisa y en los pantalones, y llevaba losbrazos llenos de carpetas. Seth también.Habían entrado en la habitación pequeñay polvorienta a la que les habíaconducido Julian, y tal y como él leshabía dicho, no habían encontrado anadie en su interior. En realidad, Adensospechaba que allí no había entrado

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nadie en mucho tiempo. El candadoestaba oxid-ado y las también oxidadasbisagras de la puerta habían cedido conun leve empujón.

Los dos muchachos habíanregistrado rápidamente caja tras caja, yal revisar los papeles se habían dadocuenta de que todo estaba relacionadocon lo inexplicable. Muertes, heridas ycuraciones inexplicables. Habíanrecogido todo lo posible, y más tardevolverían por las demás cosas. En aquelmomento, la prioridad eran Mary Ann yRiley.

Mientras volvían hacia la furgoneta,él no podía librarse de una sensación de

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nerviosismo.—Elijah —murmuró.Seth lo miró con extrañeza, pero no

dijo nada.Aden no podía esperar más para

disculparse.—Lo siento —dijo.El alma no era vengativa,

normalmente, pero tal vez en aquelmomento no podía hablar. Tal vez algofuera mal.

—Me sentía frustrado —añadióAden—. No quería pagarlo contigo.

Una pausa. Un suspiro familiar.«Lo sé».Por fin.

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—Háblame. Dime lo que te ocurre.«He estado pensando. ¿Y si tus

problemas provinieran de mí, y de miforma de guiarte? ¿Y si estas cosasmalas te estuvieran ocurriendo porqueyo te digo que van a pasar?

Tal vez sean como una profecía quese cumple a sí misma…».

—Pues claro que no. Te necesito. Yahora, más que nunca.

«¿Y si no hubiera ocurrido nada deesto si yo hubiera tenido la bocacerrada?».

Aden no tenía que ser adivino parasaber adónde conducía aquellaconversación.

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Durante aquellos años, él les habíapedido a las almas que se callaran. Y enalgunas ocasiones, ellas lo habíanintentado. La mayor parte de las veceshabían fracasado.

Hablar entre ellas, y con Aden, erasu única salida, su única conexión con elmundo que habían perdido.

—No me hagas esto, Elijah. Ahorano.

«Tengo que hacerlo. Voy a hacerlo».—No.«Lo siento, Aden».—No —repitió él.«Voy a intentarlo. Voy a intentar

guardar silencio».

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—Lo digo en serio. No me hagasesto.

«Lo siento muchísimo, Aden. Por elpasado. Por… el futuro. Lo siento. Peropienso que esto es lo mejor quepodemos hacer. Así que estas son misúltimas palabras durante unatemporada».

—¿Y cuánto es una temporada?Las nubes habían desaparecido. El

sol lucía en lo alto, y le acariciaba lapiel, quemándolo.

«El tiempo necesario. Ten cuidado,y recuerda que te quiero».

—Elijah.Silencio.

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—¡Elijah!Más silencio.Seth lo tomó del brazo e hizo que se

detuviera.—¿Qué demonios pasa?Aden olvidó momentáneamente a

Elijah, mientras intentaba entender loque estaba viendo. El aparcamientoestaba completamente vacío. No habíagente ni coches. Salvo Maxwell yNathan, que estaban a pocos metros,chocándose con el aire.

Sin duda, aquello era una de lasilusiones de Tucker.

Aden dejó caer los papeles quellevaba en los brazos y echó a correr.

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Después de cinco zancadas, tambiénchocó contra algo sólido, aunque nohabía nada delante de él.

Un humano a quien no podía verresopló, y gritó con enfado:

—¡Mira por dónde vas!Aden hizo lo posible por esquivar a

aquella persona invisible. Y loconsiguió, pero unos pasos después sechocó con otra cosa. Seguramente uncoche, porque no hubo protestas. Se lecortó la respiración cuando cayó alsuelo de cemento duro. Hubo máspapeles que salieron volando por elaire, y que se quedaron en cochesinvisibles.

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Seth llegó corriendo, lo agarró de lacamisa y lo puso en pie.

—Tú eres el experto en todas estascosas. Dime lo que es-tá pasando.

—¡Todos están en peligro!¡Victoria! —gritó, echando a correr denuevo—. ¡Victoria!

Se chocó con otra cosa.—¡Aden! —gritó Maxwell. Estaban

separados por una buena distancia—.¿Me ves?

—Sí.—Yo puedo verte a ti, pero no

puedo ver ninguna otra cosa.—Tucker está aquí. Ten cuidado.Maxwell asintió.

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—Hemos encontrado a Riley. Estávivo. Hay policías en su puerta. Fue másdifícil encontrar a Mary Ann, porque noconseguía percibir su olor, pero tambiénhabía guardia custodiándola, así que loconseguimos. ¿Qué demonios haocurrido aquí fuera? Hay un olor muyfuerte a sangre… ahí —dijo, señalandoa un metro de distancia.

Aden olisqueó, y se dio cuenta deque también percibía el olor a sangre.No era de Victoria, sino de… ¿Shannon?

Como si fuera un motor reciénarrancado, Junior comenzó a rugir.Aquel olor lo volvió loco.

—Cálmate —le dijo Aden, pero no

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sirvió de nada—. Has comido justoantes de venir aquí.

Junior volvió a rugir.Aunque estaba desesperado de

angustia, Aden recorrió con cuidado elaparcamiento. Tentando el aire yesquivando coches que no podía ver,llegó al lugar que le había señaladoMaxwell. Alargó los brazos y tocó lafurgoneta.

El motor todavía estaba encendido, yel metal estaba caliente.

Palpó el vehículo hasta que encontróla manilla de la puerta. Cuando estabatirando de ella, la cerradura se bloqueóy el coche apareció ante su mirada.

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Estaba situado ante la ventanilla traseray veía a Shannon inmóvil, con lagarganta destrozada. Estaba muerto.

«Aparta la mirada, por favor», dijoCaleb. «No puede ser verdad…».

«No, no, no», murmuró Julian.Aquello no era una ilusión. El olor

de la sangre no podía proyectarse.Junior estaba furioso, clavándole lasuñas en el cráneo para escapar y poderlanzarse sobre aquel néctar rojo.

Entonces, Aden vio a Victoriamordiéndole el cuello a Ryder, tirandode él como si fuera un tiburón furioso.

Había sangre por todas partes.¿Por qué…? ¿Cómo había

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podido…?Sin que pudiera evitarlo, Aden notó

que se le hacía la boca agua. Él tambiénquiso lanzarse a la herida de Ryder.

Su amigo no estaba muerto; tenía laboca abierta en un grito silencioso, y susforcejeos eran débiles.

Entonces oyó un grito de horror.—¡Para! ¿Qué demonios estás

haciendo? ¡Para!Seth se puso a dar golpes en la

ventanilla y agitó todo el vehículo. Alver que no conseguía nada, apartó de unempujón a Aden y siguió gritando.

Aquel escándalo sacó a Victoria desu locura. Se quedó inmóvil y giró la

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cabeza lentamente, como si temiera loque iba a ver. Sus miradas seencontraron. Estaba jadeando, y tenía lacara llena de sangre. Sin embargo, Adenno encontró en ella la locura de lasangre, que era lo único que habríapodido explicar por qué se habíalanzado contra sus amigos. Vio tristeza,remordimiento… furia. Frustración,lágrimas.

Ella miró al asiento de al lado, yvolvió a mirar a Aden.

Él olfateó el aire, y por fin,distinguió el olor oscuro de Tucker.

Tucker no había aparecido, peroAden sabía que estaba allí dentro. Sabía

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que Victoria estaba en peligro.Rodeó el vehículo, clavó las uñas en

el metal y arrancó la puerta. Al instante,el olor de la sangre se intensificó, peromezclada con el olor acre de la muerte.

Se inclinó hacia dentro y tomó aVictoria en brazos.

Estaba temblando violentamente.Ella escondió el rostro en el hueco delcuello de Aden, y se abrazó a él confuerza.

—Llama a tu perro —dijo Tucker,aunque seguía siendo invisible.

—Cómetelo, y asegúrate de que noqueda nada —le ordenó Aden a Nathan.Entonces, tuvo que agarrar a Nathan por

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la nuca para impedirle que obedecierasu propia orden.

Tucker siguió hablando.—Quieres salvar a los amigos que te

quedan, ¿no? Porque yo soy la únicapersona que puede ayudarte.

Victoria se movió, pero no se soltódel cuello de Aden.

—Tiene… tiene razón. No le hagasdaño. Lo necesitamos.

¿Necesitarlo? ¿Desde cuándo? ¿Quédemonios había ocurrido allí?

—Tucker, no se te ocurra moverte.Sonó una carcajada, y Tucker

apareció de repente.Estaba en el asiento del pasajero,

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completamente tranquilo, aunque tenía elpelo aplastado en la cabeza y la carasalpicada de sangre.

—Como si pudieras impedírmelo.Seth estaba temblando y agitando la

cabeza, intentando negar lo que veía.—Victoria —dijo Aden, en un tono

suave—. Voy a apartarme de ti, ¿deacuerdo?

Sus sollozos se hicieron frenéticos.—¡No! ¡Por favor!—Solo un minuto —dijo él, mientras

la apartaba un poco y bajaba los brazos—. Voy a ayudar a Ryder.

—No lo hagas —respondió ella, yse limpió las lágrimas con el dorso de la

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mano—. Ryder ha matado a Shannon. Yfue él quien le prendió fuego al rancho, yme habría matado a mí también, peroyo… yo… Vlad lo poseyó, y utilizó sucuerpo para hacer lo que quería.

—¿Vlad lo poseyó? —repitióMaxwell—. Pero… pero… eso esimposible.

—En realidad, es muy posible —dijo él. Gracias al don de Caleb, élmismo había poseído a otra gentemuchas veces.

Solo tenía que entrar en sus cuerposy hacerse con las riendas de su mente.¿Era eso lo que había hecho Vlad?

¿Estaba el vampiro dentro de la

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mente de Ryder en aquel vez?—. Por elmomento, voy a ayudar a Ryder lo mejorque pueda.

—¿Y la crees? ¿Tan fácil? —lepreguntó Seth, que dio un puñetazo en laventanilla de la furgoneta y terminó deromper el cristal—. Tú mismo has vistolo que estaba haciendo, ¿y la crees?

—Sí, la creo —dijo Aden—. Nohables de lo que no entiendes.

—Entiendo lo que hay que entender—replicó Seth—. Que es una asesina, yque a ti no te importa.

—No es una asesina —le respondióAden con rabia. Había un tema quepodía instigarlo a pelear, y era el honor

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de Victoria. Ella no era una mentirosa, yestaba destrozada por lo que habíasucedido. Aden no iba a permitir quesufriera más.

Se quitó la camiseta y le vendó elcuello a Ryder para intentar detener lahemorragia. No quiso pensar enShannon, que yacía muerto en el suelode la furgoneta.

Shannon, el primer chico del ranchoque había sido agradable con él.

Shannon, cuyo cuerpo muerto podíadespertar y atacarlo.

Shannon, a quien tendría que matarde nuevo.

«Date prisa», se dijo.

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«Pobre Shannon», dijo Julian.«Otra muerte sin sentido», añadió

Caleb.El olor de la sangre era muy fuerte,

embriagador. Se le hizo la boca agua yempezó a tener dolor de encías. Juniorrugía con furia y comenzó a dar golpesen las paredes de su cráneo.

—No perdáis de vista a Shannon —dijo—. Avisadme si se mueve lo másmínimo.

—De acuerdo —dijo Maxwell.—Y no te preocupes —intervino

Tucker—. Nadie, aparte de nosotros,puede ver lo que está ocurriendo aquí.Me he asegurado de ello.

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Qué buen samaritano.—Vas a pagar por todo esto —le

dijo Aden—. Por todo.Espero que lo sepas.—Oh, sí —respondió el chico, con

la voz más triste que Aden le hubieraoído nunca—. Lo sé.

Aden le tomó el pulso a Ryder ycomprobó que era muy La piel se lequemó al instante, y Aden siseó dedolor.

Sin embargo, al ver brotar la sangre,la dejó caer por el cuello de Ryder, ypor su boca.

—Shannon se ha movido —dijoMaxwell.

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A Aden se le aceleró el corazón. Talvez, después de todo, quería queShannon se despertara. No estabapreparado para despedirse de su amigo.

Sin embargo, sabía que Shannon nohabía vuelto a la vida, sino que élmismo lo había convertido en un zombi.

—Sujetadlo —les dijo.El hombre lobo saltó sobre el

cuerpo en cuanto Shannon abrió lospárpados. El zombi clavó sus ojosvidriosos en Aden, y alargó las manosensangrentadas hacia él.

Seth se puso a pegar a Maxwell paraevitar que le hiciera daño a su amigo.No entendía que se había convertido en

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un muerto viviente que solo queríacomer carne viva, y cuya saliva era unveneno ponzoñoso.

—Está vivo, y necesita atenciónmédica. Deja que lo lleve al hospital —dijo Seth, con una mezcla de pánico y dealivio.

—No está vivo —le dijo Aden. Pormucho que él deseara lo contrario.

Tucker aplaudió para llamar laatención de la gente. Lo consiguió, perotambién aumentó la tensión.

—Todos estáis jugando al juego deVlad. Estáis distraídos, y tirando endirecciones contrarias.

—Como si a ti te importara —

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respondió Maxwell, sin moverse delcuerpo de Shannon, que había empezadoa forcejear.

—¡Tú no sabes lo que yo siento!Vlad me ha amenazado con matar a mihermano pequeño, y yo haré lo que seanecesario por salvarlo. Y eso incluyemataros a todos vosotros. Solo esperoque no sea necesario.

Aden no sabía si la excusa de suhermano era cierta o no, pero sí sabíaque Vlad era capaz de usar a cualquiera.

—También incluye hacer un tratocontigo, aunque sé que después mematarás. Así que… ahí va: salva a mihermano, protégelo, y yo te ayudaré a

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salvar a Mary Ann y a Riley.—¿Y darte la oportunidad de

traicionarnos otra vez? No.Tucker se lanzó hacia delante y se

encaró con Aden.—Yo odio lo que me obliga a hacer

ese desgraciado. Me cae muy bien MaryAnn. ¿Crees que disfruto viéndolasufrir?

Por el rabillo del ojo vio queMaxwell tenía que estirar el brazo paraagarrar a Nathan. Bien hecho; de otromodo, el lobo le habría desgarrado lasmejillas a Tucker.

Aden empujó al chico hacia atrás.—Sí, lo creo.

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—Quiero que sufra Vlad. ¿Entiendeseso? Odio a Vlad.

Odio lo que me obliga a hacer. Perono puedo desobedecerlo, ni actuar encontra de él hasta que sepa con certezaque mi hermano está bien.

Su preocupación parecía real, y pormucho que Aden odiara admitirlo,Tucker tenía las mejores armas parasacar a Mary Ann y a Riley del hospital.Sin embargo…

—Está bien. Si quieres que yo teayude con tu hermano, ayúdame tú conMary Ann y con Riley. Antes.

—¿Antes? No. Conseguirás lo quequieres y después te desharás de mí. No,

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ayúdame tú primero.Observó el rostro de Ryder para

detectar cualquier cambio, pero noadvirtió nada. Tal vez su sangrefuncionara, o tal vez no. No podía hacerotra cosa que esperar. Salió de lafurgoneta y Junior se calmócompletamente mientras él abría losbrazos hacia Victoria. Ella se lanzóhacia él con el cuerpo trémulo.

—Preferiría matarte ahora —le dijoa Tucker—, y enviarle a tu hermano unatarjeta deseándole que todo le vaya bien.

Tucker apretó los dientes.—¿Y cómo puedo confiar en ti?—¿Y cómo voy a hacerlo yo?

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Más rechinar de dientes. Y después:—Está bien. Trato hecho. Te

ayudaré ahora, y tú me ayudarásdespués.

¿No más discusión que eso? ¿Acasoestaba intentando engañarlo? Tuckertenía un plan; Aden estaba seguro deello.

—Si sospecho por un instante queestás haciendo esto por Vlad, te…

¿Qué? No había amenaza losuficientemente fuerte.

—No lo estoy haciendo por Vlad.Esta vez no —le dijo Tucker—. Vladviene y va, y en este momento se ha ido.

—¿Te posee como poseyó a Ryder?

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—No. Él… me guía.Fácil arreglo.—Resístete a él.—No lo entiendes. Yo no puedo

resistirme a él.—Tienes libre voluntad, tío.

Deberías intentarlo.Aden miró a Ryder. Parecía que la

piel de su cuello se estaba cerrando, ytenía una expresión de dolor en elrostro.

El dolor era bueno.El dolor significaba que había vida.—Maxwell, llévate a Ryder y a

Shannon a la casa —le dijo Aden, paraponer las cosas en marcha.

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Victoria lo había salvado a él, y élsalvaría a sus amigos.

Esperaba que las consecuencias nofueran tan severas.

Esperaba encontrar algún modo deimpedir que Shannon se corrompiera.

—Mételos en habitaciones distintas,y cura a Ryder, y no hagas caso de nadade lo que diga, salvo si Vlad intentaposeerlo otra vez. Y que un vampiro, talvez Stephanie, les dé un poco de sangre.

—Shannon ya está muerto, así queme parece bien, pero Ryder nosobrevivirá al traslado —dijo el lobo,después de sujetar a Shannon con elcinturón de seguridad.

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—¿Sobrevivirá? —le preguntó Adena Elijah.

Silencio. Un silencio opresivo.Muy bien. Seguiría adelante sin la

ayuda del alma.—¿Por qué no vas con ellos, Seth?

Puedes ayudar a cuidarlos.Lo que no dijo fue que Seth era

completamente humano, y que Vladpodía poseer a los humanos. Aden nosabía cómo lo estaba consiguiendo elantiguo rey, porque él mismo, si queríaposeer un cuerpo, tenía que tocarlo. Asípues, tendría que tomar precauciones.

El chico enrojeció de ira.—Me marcharé. Pero si alguno de

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los dos muere… entonces, fulminó aVictoria con la mirada.

Pediría venganza.—No sería culpa de Victoria, y tú no

vas a tocarla. Jamás.Si lo hiciera, Seth y él se

convertirían en enemigos. Aden noquería eso.

Sin embargo, Seth no se retractó delo que había dicho.

—Victoria se quedará conmigo —dijo Aden. No le gustaba que estuvieracerca de Tucker, pero no queríaperderla de vista otra vez.

Se metió la mano bajo la camiseta ysacó los papeles que no habían salido

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volando. Los dejó sobre el suelo de lafurgoneta.

—Leedlo todo. Llamadme paradecirme lo que averiguáis.

Tucker salió de la furgoneta; Sethocupó su lugar en el asiento delpasajero.

—¿Podrías conseguir que nadie losviera durante el trayecto a casa? —lepreguntó Aden a Tucker.

—Sí.—Entonces, hazlo.—¿Y cómo vas a volver tú a casa?

—le preguntó Maxwell.Buena pregunta.—Robaré un coche —dijo Aden. Y

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no sería la primera vez.—Entonces, está bien. Ya nos

veremos —le dijo Maxwell.Unos segundos después, la furgoneta

se estaba alejando, y Aden, Victoria,Tucker y Nathan, en forma de lobo, sequedaron allí.

—Yo no puedo arriesgarme a entraral hospital —les dijo Aden—. Comoveis, todavía despierto a los muertos.

—Nathan y yo podemos entrar conTucker —dijo Victoria—.

Nos reuniremos contigo aquí fuera.Él ya sabía que ella iba a ofrecerse,

pero eso no lo tranquilizó. Victoria erafuerte, se dijo. Ya no podía

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teletransportarse, pero era rápida.—Si le ocurre algo… —dijo. Todos

supieron que aquellas palabras ibandirigidas a Tucker.

—No será culpa mía.—Seguro que esa es tu excusa cada

vez que le haces daño a alguien.Tucker entrecerró los ojos.—Había que eliminar a tu amigo. Yo

permití que ella lo eliminara. No esnecesario dar excusas. ¿Qué tiene demalo?

condiciones en las que está ahora, temataré, y lo haré de una maneradolorosa.

Tucker soltó un resoplido. No estaba

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intimidado.—Riley va a hacer lo mismo. ¿Y

sabes qué? Yo se lo advertí, pero él nome hizo caso. Esto es culpa suya. Asípues, vamos a dejar de charlar, yhagamos esto. Sacaré de aquí a tusamigos y tú protegerás a mi hermano.Ese es el trato.

Antes de que Aden pudieraresponder, Victoria intervino:

—Estaré perfectamente —dijo, ysonrió débilmente—.

Además, Nathan está conmigo. Él nopermitirá que Tucker haga nada.

Aden no señaló que Nathan nopodría hacer nada si Tucker empezaba a

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proyectar ilusiones para confundirlo.Le dio un beso rápido y fuerte.A ella se le expandieron las pupilas,

y el negro consumió al azul. Aden supoque le había entendido. Si tenía que des-garrar algunas gargantas, para salirilesa, debía hacerlo.

—Bueno, ¿vamos ya? —dijo Tucker.—Sí, vamos —respondió Victoria,

sin apartar la mirada de Aden. Despuésse dio la vuelta, y los tres se alejaron deél y entraron por las puertas delhospital.

Aden se quedó en el aparcamientocon sus preocupaciones y susremordimientos. Eso no iba a ayudarle a

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robar un coche, así que se los quitó de lamente y se puso a recorrer elaparcamiento.

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Oscuridad.Luz.Oscuridad.Luz.La oscuridad proporcionaba

consuelo; la luz le causaba angustia. Porlo tanto, a Mary Ann no le resultabadifícil saber lo que prefería. La dulceoscuridad. Pero aquella luz estúpida

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seguía intentando abrirse paso en sumente.

Como en aquel instante. Sentíagolpes. Era como si alguien estuvieraempujando su pobre cuerpo, y cadamovimiento era una lección de agonía.

—Deberías llevarla tú, Vic —dijouna voz masculina y ronca.

Le resultaba familiar. ¿Tal vez…una voz que ella no quería oír? ¿O que síquería oír? Se le aceleró el corazón.

—No me llames así. ¿Y por qué ibaa querer llevarla?

Un momento. Aquella era la voz desu amiga, la novia de Aden, Victoria.

—Maxwell se ha ido con mi ropa,

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así que me estoy tropezando con lasábana que robé de la cama de mihermano respondió el hombre.

Sí, su voz le resultaba familiar…Debería conocerlo, pero no conseguíasituarlo. Sin embargo, no era quien ellaesperaba, y eso la desconcertaba.

—Si se me cayera, Riley memataría.

Riley. ¡Sí! Aquella era la voz quequería oír, pero que no había oídotodavía.

—Tú te quejas, pero yo soy el quelleva al tipo más grande —le dijo otrochico cuya voz sonaba como la deTucker—.

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Tiene que adelgazar. En serio.—Limítate a hacer tu trabajo —le

dijo Victoria, con un cansancio queMary Ann nunca había percibido en suvoz.

Normalmente, la princesa erainfatigable—. Ya casi hemos conseguidosalir. Tucker, ¿estás seguro de que nopuede vernos nadie?

Tucker refunfuñó algo parecido a«¿Cuántas veces te lo he dicho ya?».

—Sí, estoy seguro.—¿Y los guardias y las enfermeras?—Todavía pueden ver a Riley y a

Mary Ann en sus camas.De hecho, en este momento están

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intentando revivirlos de una crisis, y nolo consiguen. Los chicos se estánmuriendo.

Qué pena.—¿Y no sienten…?—No. Primero, mis malos actos

aumentan mi poder.Como te imaginarás, soy bastante

poderoso. Segundo, el hace él, lo hagoyo. Así que para cuando se den cuentade que sus sospechosos handesaparecido, será demasiado tarde. Yahora cállate. Pueden oírnos.

—Pero…—¿Dudas tanto de las habilidades

de Aden? Sí, claro que lo haces,

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¿verdad? Para que lo sepas, seguro quetu novio está muerto de preocupación.¡Date prisa!

En aquella ocasión fue Victoria laque gruñó.

—Creía que no podías trabajar siestabas cerca de Mary Ann.

—Las cosas cambian.—Sí —dijo ella con un suspiro—.

Cambian.¿La estaban rescatando? Sí, seguro.

Pero ¿de dónde?Lo último que recordaba Mary Ann

era que estaba besando a Riley, que leencantaba y deseaba más, y que pensabaque por fin iban a llegar hasta el final,

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aunque hubiera preferido que ocurrieraen un lugar distinto. Entonces, sintió undolor horrible en el hombro, y un chorrode sangre caliente en el pecho, y oyó aRiley pidiéndole que se alimentara deél…

Un momento.Ella se había alimentado de Riley.¿Estaba bien él? ¿Estaba cerca?Comenzó a forcejear para liberarse.Las ataduras se tensaron a su

alrededor.—Mary Ann, para. Tienes que

estarte quieta —le dijo aquella vozmasculina y familiar.

—Riley —murmuró.

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—Está bien. Está con nosotros.Bien. De acuerdo. Sí. Se relajó, y la

intensidad de su alivio volvió a sumirlaen la oscuridad.

Luz.Mary Ann oyó el chirrido de unos

neumáticos. Después, música rock y unaconversación en voz baja. Ya no laestaban moviendo, sino que estabaapoyada sobre algo blando. Sinembargo, notaba algo duro en elcostado.

Abrió los ojos, pero lo vio todoborroso.

—…te digo que soy bueno —estabadiciendo Tucker.

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—Lo siento. Entiende que tomeprecauciones —le dijo Aden.

Aden. Aden estaba allí.—Dejar a tu novia que conduzca

mientras tú me pones una daga en elcuello no es una precaución. Es unpeligro de muerte. Además, todavía menecesitas. Sin mí podrían detenerte.

—Y tú todavía me necesitas a mí.Que no se te olvide.

Se hizo el silencio, y Mary Ann pudoordenar sus pensamientos. La habíanrescatado junto a Riley. ¿Dónde estabaRiley? El corazón se le aceleró en elpecho y le recordó algo, pero ella nosabía qué era. Alzó las manos

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temblorosas para frotarse los párpados.Se le aclaró bastante la visión, y pudomirar a su alrededor. Estaba en unaespecie de furgoneta, tendida en elasiento trasero. Lo que tenía en elcostado era el enganche del cinturón deseguridad.

Y Riley estaba sentado en el asientode enfrente. Aunque estaba dormido, éldebió de oír sus movimientos, porquegiró la cabeza en dirección a ella. Teníalos ojos cerrados y estaba muydemacrado.

Sin embargo, aquella cara pálida eramucho mejor que estar muerto.

Se incorporó, cada vez más trémula,

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y le agarró el brazo.Él no tuvo ninguna reacción, pero no

pasaba nada. Iban a sobrevivir.Suspiró, y volvió a sumirse en la

oscuridad. En aquella ocasión, cuandose quedó dormida, estaba sonriendo.

Mary Ann se despertó a causa de ungruñido de su estómago.

Abrió los ojos, se estiró un poco yse incorporó con cuidado.

Después de un momento de mareo,pudo distinguir dónde estaba: en unahabitación pequeña y limpia, en unacama que no conocía. A la persona quehabía decorado aquel dormitorio legustaba el color marrón. Alfombra

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marrón, cortinas marrones, edredónmarrón.

—…tiene que comer —estabadiciendo Victoria.

—Y tú también.—Sí, bueno, por ahora yo estoy

bien.—¿Y cómo es posible? No te he

visto comer ni una sola vez.—Bueno, solo porque tú no lo hayas

visto no quiere decir que no hayasucedido, ¿no?

—Entonces, ¿has comido?Comida. Comer. El estómago de

Mary Ann volvió a rugir, y Aden yVictoria, que estaban sentados frente a

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su cama, la miraron. Qué embarazoso.Al contrario que las otras veces que

Aden y ella se encontraban, Mary Annno sintió el impulso de abrazarlo y, a lavez, el impulso de salir corriendo. Solotuvo ganas de abrazarlo. Era uno de susmejores amigos, y lo quería como a unhermano, pero sus habilidades, las de él:atraer y fortalecer, y las de ella:rechazar y debilitar, los convertían enopuestos que se repelían. Hasta aquelmomento.

Ella se preguntó qué era lo que habíacambiado, pero tenía demasiada hambrecomo para desentrañar el misterio.

—Te has despertado —dijo Aden

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con un alivio notable.—Sí.Aden estaba diferente. Muy

diferente. Su pelo negro habíadesaparecido, y estaba rubio. Tenía elrostro más curtido, y los hombros másanchos. Y si ella no se confundía, teníalas piernas más largas, también.

Todo aquel crecimiento en solo dossemanas. Vaya.

Aunque seguramente ella tambiénestaba diferente. Estaba tatuada y muchomás delgada.

—¿Dónde está Riley?—A tu lado —dijo Victoria,

señalando al otro lado de la cama con la

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cabeza.Mary Ann dio un respingo de la

sorpresa. Se giró en el colchón y vio aRiley. Él también estaba despierto, peroapoyado sobre la almohada; parecía quetenía dolores.

Estaba muy pálido y tenía unasojeras muy profundas. Y el brillo de susojos verdes estaba apagado.

Mary Ann quiso acariciarle lasojeras con las yemas de los dedos, conla esperanza de poder borrárselas, peroél apartó la cabeza.

Ella se quedó asombrada, y después,hundida. Él ni siquiera la miró, sino quesiguió mirando a Aden y a Victoria. No

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le dio ninguna explicación. Mantuvo loslabios apretados.

¿Qué le ocurría?¿Le había dicho algo ella? ¿Le había

hecho algo?¿O acaso es que estaba demasiado

dolorido como para que lo tocaran?tapada por la manta. Tal vez le

dolieran mucho las piernas, y eso lehacía rechazar el contacto. Mary Annquería pensar que era esa la respuesta,pero en el fondo sospechaba lo peor.

Él había terminado con ella.Y si aquel era el caso, bueno, ella

misma lo había provocado, ¿no?—Me pareció oír a Tucker antes —

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dijo, mirando a Aden y a Victoria.—Tucker estaba con nosotros, pero

se ha ido —dijo Aden.—Ah. ¿Y adónde?—No lo sabemos —dijo Victoria

con gesto serio—. Riley estaba a puntode matarlo, así que lo mejor fue quedesapareciera.

—Deberías haberme dejado quehiciera mi trabajo —le espetó Riley aAden.

Al oír la aspereza de su voz, MaryAnn se estremeció. No había perdido lacapacidad de hablar; lo que ocurría eraque no quería hablar con ella.

—¿Y dónde está el otro chico? —

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preguntó Mary Ann—. El del hospital, elque me llevaba a mí.

Victoria frunció el ceño.—¿Te acuerdas de eso?—Vagamente.—¿Y oíste…? No importa. Era

Nathan, el hermano de Riley, pero novino con nosotros. Su presenciadisgustaba a Tucker.

¿Y no querían disgustar a Tucker?Qué extraño.

—¿Podría explicarme alguien lo queestá pasando? preguntó.

Su estómago volvió a gruñir, y ellase puso roja de vergüenza.

—¿Tienes hambre? —le preguntó

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Aden.—Yo… sí.Un momento. Llevaba varias

semanas sin tener hambre de comida deverdad, solo de energía. De magia. Depoder.

Sin embargo, en aquel momentohabría matado por una hamburguesa.

Ummm, una hamburguesa.Tres pares de ojos la miraron con

extrañeza.—Eso es… raro —dijo Victoria,

por fin.Su estómago volvió a protestar.—Pero no cambia la realidad.

¡Tengo hambre!

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—Bueno, entonces vamos a darte decomer —dijo la princesa, y se puso enpie—. Te traeré algo.

—No —dijo Aden, negando con lacabeza—. No. Tucker está ahí fuera. Noquiero que tú…

—No me va a pasar nada. De locontrario, te enviaré un mensaje. Comoseguramente habrás notado, cada vez sedio un beso en la mejilla—. Además, túno puedes ir. Tienes muchas cosas quecontarle a Mary Ann.

—Podrías contárselo tú.—Imposible. A mí ya se me han

olvidado la mitad de las cosas que túquieres que sepa.

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—No es cierto —replicó él—. Rileyy tú hicisteis eso de unir las manos eintercambiar recuerdos. Sabéis más quetodos nosotros.

—Cierto. Lo cual significa quetenéis que poneros al día.

Ella no esperó a su respuesta y semarchó de la habitación.

—Cabezota —murmuró Aden.—Mujeres —respondió Riley.Machistas.—¿Qué es lo que tenéis que

contarme? —les preguntó Mary Ann.—Prepárate —le dijo Aden. Y

estuvo contándole cosas truculentasdurante la media hora siguiente.

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Una matanza de brujas. El incendiodel Rancho D. y M.

Vlad el Empalador, poseyendo a loshumanos y obligándoles a hacer cosasdespreciables. Y el hermano de Tucker,en peligro de ser secuestrado yasesinado.

Shannon, muerto, y convertido en unzombi.

A Aden se le quebró la voz unascuantas veces, como si estuvieraconteniendo las lágrimas, pero siguióhablando.

Cuando terminó, ella habríapreferido no saber nada de to-doaquello.

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—Tantas muertes —susurró.El pobre Shannon, que tal vez

tuviera que morir otra vez si no se hacíaalgo por remediarlo. Sin embargo,¿existía ese remedio? A Mary Ann leentraron ganas de llorar, y de abrazar asu amigo, y de castigar a Vlad de la peormanera posible.

Quería que Riley le pasara el brazopor los hombros y la consolara, y que ledijera que todo iba a salir bien. Sinembargo, no tuvo nada de eso.

La puerta se abrió y Victoria entrócon una bolsa de papel que emitía olor apan, carne y patatas fritas. A Mary Annse le hizo la boca agua, y se avergonzó

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de sí misma.Después de todo lo que había oído,

debería haber perdido el apetito parasiempre.

Sin embargo, cuando Victoria leentregó la bolsa, ella no pudo resistirsey devoró hasta la última miga en tiemporécord. Después de tragárselo todo, sedio cuenta de que la habitación seguía ensilencio. De hecho, todo el mundo laestaba mirando fijamente. Su vergüenzase intensificó.

—¿Tienes ganas de vomitar? —lepreguntó Victoria, mientras se sentabajunto a Aden. La princesa no estaba tanpálida como antes, y tenía una mancha

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de ketchup en la túnica.—No —dijo Mary Ann, y se dio

cuenta de que la comida le había sentadomuy bien. Antes, cada vez que pensabaen comer algo sólido, sentía náuseas—.¿Qué significa eso?

Victoria se quedó pensativa y se tiródel lóbulo de la oreja.

—Las brujas te clavaron una flecha,y perdiste mucha sangre.

Ella asintió.—Y en el hospital te hicieron una

transfusión.—Sí. Por lo menos, eso creo.La princesa se mordió el labio

inferior.

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—Tal vez la sangre humana nueva teha vuelto humana otra vez, o por lomenos durante un tiempo. ¿O tal vez tuvoalgo que ver con Riley? Él siempre haanulado tu capacidad de mutar. Tal vezahora esté anulando tu capacidad desuccionar la energía de los demás.

—Entonces, por el momento, ¿nopuedo absorber la energía de nadie?

—Si no has vomitado la comida,seguramente la magia y la energía noestán entre tus alimentos preferidos.

—Ya no tendrás que huir más —ledijo Aden.

—No, si existe la manera de seguirasí —dijo Mary Ann, que de repente

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tenía ganas de levantarse y de ponerse abailar como una tonta. Tenía quehaberla.

—No lo sé. Podríamos tatuarte unamarca contra la ab— y energía volvieraa ti, morirías —dijo Victoria, y observóatentamente a Riley antes de fijarse denuevo en Mary Ann—.

Otras veces ya hemos hecho marcasde ese tipo a otros embebedores, aunqueno cuando estaban sin sus capacidades,porque que yo sepa, nunca ha ocurridoalgo así; pero con esas marcas, losembebedores siempre se han muerto dehambre.

¿Había un modo más horrible de

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morir? A Mary Ann no se le ocurríaninguno. Sin embargo, dijo:

—No me importa. Quiero intentarlo.Quiero esa marca dijo. Estaba dispuestaa hacer cualquier cosa por regresar a sucasa con su padre.

Y por estar con Riley.Prefería morir antes que hacerles

daño, así que no tuvo dudas a la hora dearriesgar su propia vida.

—¿Tenemos el equipo de tatuaje?—Sí. Nathan vio tus marcas nuevas,

y las costras que se te estaban formandoen una de ellas. Pensó que tal vez Rileyquisiera corregir el desperfecto, así quepidió lo necesario antes de marcharse.

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—Vamos a pensar bien esto antes dehacerlo —dijo Aden.

Mary Ann estaba negando con lacabeza antes de que él terminara dehablar.

—No. Vamos a hacerlo ahoramismo. Antes de marcharnos de aquí.

Aden también miró a Riley, como sifuera a pedirle que la hiciera razonar.

—¿Qué ocurrió con nuestra dulceMary Ann, que casi nunca discutía?

Riley se encogió de hombros sindecir nada, y eso disgustó tanto a MaryAnn como cuando se había apartado deella.

—Tú nos has contado lo que has

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averiguado durante la semana pasada.Ahora nosotros tenemos que contarte lonuestro.

Una pausa. Un suspiro.—Está bien —dijo Aden, y se

preparó para el impacto—.Adelante.Pasó otra media hora mientras Riley

explicaba que Mary Ann había estadobuscando la identidad de las almas, yque había tenido éxito, y también quehabía estado buscando a los padres deAden, y que suponían que también lohabía conseguido.

Mientras Aden escuchaba, se ibaquedando pálido y se iba poniendo

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tenso. Sus ojos cambiaban de colorrápidamente, azul, dorado, verde, negro,violeta. Un violeta muy brillante. Lasalmas debían de estar volviéndose locasen su cabeza.

Cuando Riley terminó, se hizo elsilencio de nuevo.

Aden apoyó la cabeza en el bordedel respaldo y miró al techo.

—No sé cómo reaccionar ante todoesto. Necesito tiempo.

Tal vez un año, o dos —dijo,mientras se masajeaba las sienes—.Pero ¿sabéis lo que más odio de esteasunto? Que hemos estado corriendo deun lado a otro, reaccionando a todo,

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pero sin provocar nada.—No lo entiendo —dijo Victoria.—Sí —respondió Mary Ann—. ¿A

qué te refieres?—Hemos estado permitiendo que

Vlad nos manejara. Se esconde y obligaa otra gente a que nos haga daño, ynosotros no hacemos nada porimpedirlo. Esperamos, reaccionamos ynos movemos de un sitio a otro sin unplan, sin vengarnos de él. Él no tienemiedo porque nunca hemos golpeadoprimero. ¿Por qué no lo hemos hechonunca?

—¿Y qué tienes en mente? —lepreguntó Riley.

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—Hablaré yo mismo con TonyaSmart, y les haré una visita a mis padres,si es que lo son de verdad. Averiguaréto-do lo que pueda sobre mí mismo ysobre las almas. Porque, al final, tengoque estar en plena forma si quieroderrotar a Vlad. Y no puedo estar enforma si me siento arrastrado en mildirecciones distintas.

Hizo una pausa y miró a todo elmundo. Nadie respondió, así quecontinuó:

—Vosotros dos todavía no estáisbien como para poneros de viaje. Estáisdemasiado débiles. Y para ser sincero,yo también. Así que vamos a descansar.

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Cuando se ponga el sol, saldremos y learrebataremos a Vlad el control de lasituación.

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Mary Ann no podía descansar. Lamedicación y el shock estaban dejandode hacerle efecto, y las emocionesvolvían con la fuerza de un ariete. Adeny Victoria se habían marchado a suhabitación una hora antes, y estaban enel cuarto de al lado, pero ella no podíacerrar los ojos. Riley todavía estaba asu lado, inmóvil. Tan inmóvil que

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podría haber estado muerto.Eso era lo que iba a ocurrirle a

Shannon otra vez.La única manera de matar a un zombi

era cortarle la cabeza. El hecho depensar en que su amigo tuviera queterminar así, y en que nunca podríavolver a verlo ni a hablar con él, hizoque Mary Ann llorara hasta que no lequedó nada por dentro. Hasta que tuvolos ojos hinchados y la nariz taponada.En algún momento, Riley la tomó entresus brazos, aquellos brazos fuertes yadorados, y la estrechó contra sí.

Cuando su cuerpo dejó de temblar,Mary Ann exhaló un suspiro. Ojalá

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aquello fuera el final de su tristeza, perosu mente se negaba a animarse.

—¿Estás bien? —le preguntó Rileycon la voz ronca, y apartó los brazos deella.

Ella se tumbó de costado paramirarlo. Riley estaba boca arriba,mirando al techo.

—No quiero vomitar, si es lo queme estás preguntando.

—Bueno, entonces sí estás bien.—¿Me vas a tatuar las marcas?—Sí, si todavía quieres. Te

arreglaré la que te destrozaron, y tepondré una nueva para evitar quesucciones la energía de los demás.

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—Gracias.Sin embargo, ¿por qué él estaba tan

dispuesto a hacerlo?¿Porque ya no le importaba si ella

vivía o moría?—Entonces, ¿a qué esperamos? —

preguntó él. Bajó de la cama, y cuandolo hacía, ella vio la herida que tenía enla pantorrilla. Estaba inflamada, roja,casi en carne viva. Riley debía de habersufrido mucho.

Ella lo agarró del brazo y le impidióque se pusiera en pie.

—¿Cómo te sientes tú?—Bien —dijo, y se zafó de su mano.Ella se quedó muy triste, y observó

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que él abría la bolsa que le había dejadosu hermano. Cuando tuvo todo lo quenecesitaba, lo colocó junto a ella.

—Date la vuelta —le dijo.Mary Ann obedeció. Riley no dijo

nada. Tiró de la bata del hospital, queera lo que ella llevaba puesto todavía, yle descubrió un hombro. Arreglaraquella marca de su espalda era algodoloroso; la aguja tenía que trabajarsobre costras recientes y carne que seestaba curando.

Cuando él terminó, ella estabatemblando y sudando.

—¿Dónde quieres que te haga lanueva?

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Cabía la posibilidad de que sevolviera humana de nuevo. Normal. Yeso significaba que cabía la posibilidadde que pudiera ver a su padre de nuevo.Él iba a quedarse anonadado cuandoviera todos aquellos tatuajes en susbrazos. No había motivo para añadirotro más, y aumentar su desazón.

—En la pierna —dijo.Le dolía la espalda, así que no

intentó tumbarse. Simplemente, se apoyóen una almohada y extendió una pierna.

Riley le subió el camisón porencima de la rodilla, y durante unmomento no se movió. Se quedómirándola con una expresión…

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¿apasionada?—¿Riley?Su voz lo sacó del ensimismamiento,

y con un gesto ceñudo, él volvió atrabajar. Después del otro, aquelsegundo tatuaje apenas molestó a MaryAnn. Sin embargo, vaya, era bastantegrande. Le llegaba desde debajo de larodilla hasta el tobillo.

Riley apagó la máquina y lo recogiótodo. Después le secó la sangre de lapierna con una toalla.

—Victoria estaba equivocada. Nomorirás si esto no funciona.

—¿A qué te refieres?—Si empiezas a debilitarte, o no

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puedes comer comida normal nunca más,yo puedo cerrar esta marca y volverás aser tú misma.

—No. Quiero que esté enfuncionamiento.

—Mary Ann…—No. Así que necesito que me

hagas otro tatuaje.Él entrecerró los ojos, pero no

protestó. Sin embargo, Mary Ann loconocía, y sabía que estaba pensando enque iba a hacer lo que quería.

—¿Una marca para qué?—Ya sabes para qué. Quiero una

marca como la de Aden.Una que le impida a todo el mundo

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intentar borrarme las marcas.Él estaba negando con la cabeza

antes de que ella terminara.—Reconócelo. Las brujas no

habrían intentado hacerme un agujero enla marca que me protegía de la muertepor herida física si hubiera tenido unade esas —dijo Mary Ann.

Las brujas podían percibir lasmarcas, y sabían exactamente lo quesignificaban.

—Sí, pero ¿qué harás si te capturan?¿Qué harás si te tatúan una marca que noquieres?

—Pues tatúame una marca queimpida que me tatúen más marcas.

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—Nadie que esté en su sano juiciopermite nunca que le hagan esa marca.Quedarías expuesta a todos los demásencantamientos.

—Riley.—Mary Ann.—Quiero esa marca, Riley. La

primera que mencioné.—Es demasiado arriesgado.—Aden la tiene.—Porque le merece la pena correr

ese riesgo. Él atrae a demasiada genteque quiere usarlo, controlarlo y hacerledaño.

—Vaya noticia. También hay genteque quiere hacerme daño a mí.

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De hecho, todo el mundo a quienRiley conocía quería matarla. Inclusosus hermanos. ¿Era ella la única querecordaba cómo la habían mirado lanoche en que había matado a todasaquellas hadas y brujas? La habíanmirado con espanto y con furia. El únicomotivo por el que se habían tomadotantas molestias en salvarla aquel díaera que Riley la quería. O al menos, lahabía querido.

—Con una marca imborrable que teproteja de la muerte por herida física,¿cómo crees que intentarán matarte lasbrujas la próxima vez? —le gruñó él—.Y van a intentarlo. Te echarán la culpa

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de La Masacre de las Túnicas Rojas.—Pero si yo…Él no le permitió terminar.—Por si no lo entiendes, deja que te

lo explique. Te encerrarán, no te dejaráncomer y te torturarán sin matarte,manteniéndote en esa situación hasta quemueras de vieja.

Imposible.—Pero si puede que pasen décadas

hasta que muera…—Exactamente.Mary Ann se dio cuenta de que le

estaba permitiendo que la asustara.—Hazme la marca —le dijo.Ya lo había decidido. Prefería morir

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lenta y dolorosamente antes que volver acausar la muerte de otro cuando tuvierahambre. Y él no iba a conseguir quecambiara de opinión.

—Ya he guardado el equipo.—No es nada difícil volver a

sacarlo.—No.—No quiero volver a ser un peligro

para ti.En la mejilla de Riley vibró un

músculo.—No lo serás.—¿Ah, no? ¿Y qué es lo que ha

cambiado? —le preguntó ella, con todala indiferencia que pudo fingir. Por fin

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iba a descubrir por qué se estabacomportando Riley de aquella manera.

Él se pasó la lengua por los dientes,y en sus ojos verdes se encendió unfuego familiar. Sin embargo, no era depasión, sino de furia. Y él nunca la habíamirado así.

—Ya no puedo cambiar de forma.—¿Cómo?—Ya no puedo cambiar de forma.

Lo he intentado muchas veces desde quesalimos del hospital. No puedo.

—¿Porque…? ¿Porque me alimentéde ti?

—Tú no querías hacerlo. Incluso teresististe. Pero yo te obligué y te

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alimenté —dijo él, y la furia se debilitó.La desesperanza ocupó su lugar—. Noimporta. El resultado es el mismo.

¿Que no importaba? ¡Importaba másque nada! Tal vez él la hubierapresionado, pero era ella quien habíatomado su energía, ¡quien le habíaquitado a su animal! Riley había perdidosu verdadero ser por su culpa. No era deextrañar que la odiara.

—Riley, lo siento. Lo siento. Yo noquería… Yo nunca habría…

No tenía palabras para transmitirleel remordimiento que sentía. Aquello nopodría arreglarlo nunca.

De todas las cosas que había hecho,

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aquella era la peor.Comenzó a llorar de nuevo.—Sabíamos que era una posibilidad

—dijo él.—Entonces, ¿eres humano?A Riley se le escapó una carcajada

amarga.—Totalmente.Aquello tenía que ser una tortura

para él. Había sido un hombre lobo todasu vida.

Su larga vida, que podría acortarsemucho, y también por su culpa, pensóMary Ann. Todos sus amigos, y sufamilia, eran hombres lobo. Y en aquelmomento, era algo que odiaba ser: débil,

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vulnerable.Riley se puso en pie y se alejó de

ella.—Voy a ducharme. Intenta descansar

un poco.No esperó a que ella respondiera.

Entró en el baño y cer-ró la puerta.La apartó de sí.Para siempre.Mary Ann se hizo un ovillo y

comenzó a sollozar.Aden soltó una maldición entre

dientes.—¿Has oído eso?—¿La palabrota que acabas de

decir? —preguntó Victoria—.

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Sí. Me has susurrado la blasfemia enel oído.

—No, eso no. Lo que le acaba dedecir Riley a Mary Ann.

—Ah. No. ¿Tú sí?—Sí —dijo él.Ella estaba tumbada a su lado,

acurrucada contra su costado, y él leestaba peinando el pelo con los dedos,disfrutando de su suavidad. Lahabitación estaba a oscuras, pero sumirada atravesaba la oscuridad como sifuera de día.

—¿Cómo? —preguntó ella.—Tal vez las paredes sean

demasiado delgadas.

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—Entonces yo también lo habríaoído. ¿Cómo?

—¿Otra habilidad de vampiro?—Eso tiene más sentido. ¿Qué ha

dicho Riley?—Que ya no puede convertirse en

lobo.Ella se incorporó de golpe, con los

ojos abiertos como platos y unaexpresión de angustia.

—¿Qué?—No mates al mensajero —le dijo

él. Volvió a tumbarla a su lado y laabrazó, y ella se acurrucó de nuevocontra su cuerpo—. Acaba de decírseloa Mary Ann. Parece que ella se alimentó

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de él antes de que se los llevaran alhospital.

—¿Y cómo… cómo estaba Riley?—Sorprendentemente bien.—Oh, no. Cuando disimula así es

cuando peor se siente dijo ella, y dio unpuñetazo en el pecho de Aden—. ¡Lavoy a matar!

Intentó sentarse de nuevo, pero él laabrazó con fuerza y la mantuvo a sulado.

—Él está dándose una ducha, y nocreo que ella quisiera hacerle daño.

—No me importa. Ese es el motivopor el que todas las razas siempre hanliquidado a los embebedores. Por

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accidentes como este, que no debenocurrir.

—Tal vez él se cure. Tal vez…—Mary Ann le robó la capacidad de

cambiar de forma, y no hay cura paraeso.

—También decías que un humano nopodía transformarse en vampiro.

—Yo… yo… ¡Oh! De todos modos,quiero matarla.

Bueno, sería mejor dejar aquel temaantes de que Victoria se enfureciera yFauces saliera de su cabeza a jugar.

Eso haría que Junior también saliera.Además, Aden tenía la sensación de queRiley volvería a ser lobo. Tal vez solo

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fuera un deseo por su parte, pero… élconfiaba en sus sentimientos.

—Suéltame, Aden. Vamos —dijoella.

—Todavía no. Quiero hablar contigode una cosa.

—¿De qué? —preguntó ella de malagana.

—Sé que no quieres que me alimentede ti, y lo respeto.

Sin embargo, quisiera saber por qué.¿Es porque tienes miedo de que vuelva asumirme en la inconsciencia, como en lacueva?

—No. Si existiera esa posibilidad,habría sucedido después de que

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bebieras mi sangre de la copa.Él creía lo mismo.—Entonces, ¿temes que vea el

mundo a través de tus ojos?—No. Es decir, todavía no ha

ocurrido. Podría suceder, claro, pero nome molesta esa idea. Ya lo has hechoantes, y además, ya sabes todo lo quehay que saber sobre mí.

—Entonces, dime qué es lo que teronda en esa cabeza tuya. Por favor.

Ella hizo un dibujito en su pecho conla punta del dedo.

—No te va a gustar.—Dímelo de todos modos.Entonces, ella posó los labios sobre

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su corazón, y los latidos de Aden seaceleraron.

—Sabes que te estás convirtiendo enun vampiro, ¿verdad?

—Sí —dijo Aden. En aquelmomento, supo adónde conducía aquellaconversación. Lo supo, y no le gustó.Sintió frío por todo el cuerpo.

—Bueno, pues yo me estoyconvirtiendo en humana. Me estoyhaciendo completamente humana.

Bingo.—Mi piel —continuó Victoriaes

como era la tuya. Es fácil de cortar. Yano puedo teletransportarme ni usar lavoz de autoridad. Y como comida

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humana. Me tomé una hamburguesa antesde volver con el almuerzo de Mary Ann.

¡Una hamburguesa! Y me encantó.Tantos cambios. Demasiados

cambios.—¿Y sigues necesitando sangre?—Yo no, aunque Fauces sí. Su

gruñido… Al principio era más fuerte,porque él tenía mucha hambre, peroahora se está debilitando. Está tancallado que casi me da miedo que…que… ya sabes.

—Que se esté muriendo.Sí. Muriéndose.Aden se pellizcó el puente de la

nariz mientras intentaba aclararse las

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ideas. Debería haberse dado cuenta deaquello. Después de todo, tenía toda lalógica, y explicaba muchas cosas. Supiel fría y su reticencia a hacer las cosasque siempre había hecho. Cuando pensóen todos los riesgos que ella habíacorrido últimamente, todos los riesgosque él le había pedido que corriera, ledieron ganas de dar puñetazos en lapared.

Y aparte de eso, solo había una cosamás que quisiera hacer.

—Bueno, aquí está nuestro nuevoplan. Vas a alimentarte de mí, y yo mevoy a alimentar de ti. Haremos otrointercambio de sangre, como en la

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cueva.Ella frotó su mejilla contra él al

negar con la cabeza.—No sabemos cómo vamos a

reaccionar. Ni cómo reaccionarán ellos.Los monstruos.—Exacto. Y ya es hora de que lo

averigüemos. Ahora vamos a seractivos, ¿no te acuerdas? No estamossolo reaccionando, sino actuando.

Ella exhaló un suspiro tembloroso.—De acuerdo. Tienes razón. Sé que

tienes razón.Bien, porque ya se le estaba

haciendo la boca agua, y estabadesesperado por saborearla. Y tal vez

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estuviera presionándola para haceraquello porque lo deseabadesesperadamente, no solo porquepensara que iba a salvarlos. Pero no leimportaba.

—¿Lista?—Sí.Entonces, él se tendió sobre ella, y

ella giró la cabeza hacia un lado paraofrecerle el pulso que latía en su cuello.

A él comenzaron a dolerle las encíasy se pasó la lengua sobre los colmillos.Y se dio cuenta de que, por primera vezen su vida, los tenía afilados comocuchillos. No tan largos como los deVictoria, pero mucho más que antes.

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—Tú primero —le dijo él, quequería que estuviera tan fuerte comofuera posible para soportar su mordisco.

Ella tembló, pero entonces le lamióel cuello y succionó para calentarle lasangre, y mordió, y bebió. Y, alcontrario que antes, su mordisco dolió,porque Victoria no le inoculó ningunasustancia química que pudieraanestesiarlo; pero a él no le importó. Legustaba que ella estuviera tomando loque necesitaba de él. Era algo que Adenle había suplicado desde que se habíanconocido. Y, cuando ella terminó, él lehizo lo mismo: lamió, succionó, calentóy mordió, y finalmente bebió.

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A ella se le escapó un gemido; elsonido reverberó por la habitación. Leacarició el cuero cabelludo con losdedos.

—Es gozoso —susurró con la vozronca.

Entonces fue él quien gimió. Algotan dulce y tan delicioso que le llenaba,que fluía en su interior, que lo fortalecíay calmaba a Junior, que los consumía alos dos.

Sin darse cuenta se estaba frotandocontra Victoria, pero no parecía que aella le molestara, sino que le gustaba,porque seguía sus movimientos.

Sin embargo, pronto dejó de ser

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suficiente para los dos.Aden sacó los colmillos de su

cuello, algo que seguramente era lo másdifícil que había hecho en su vida; sinembargo, no quería tomar demasiadasangre, quería protegerla incluso de símismo, y ella gruñó de decepción. Él nopodía separarse de ella.

—Aden —susurró Victoria.—Sí.—Más.—¿Mordisco?Le dedicó una suave sonrisa.—Más de todo.Como si necesitara que lo animaran.

La besó hasta que les faltó el aire, y

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después volvió a besarla.En algún momento durante aquel

segundo beso, su ropa desapareció y susmanos comenzaron a explorar. Adennunca se había sentido tan bien.Necesitaba más, tal y como había dichoVictoria, pero no podía tomar muchomás. Tenía un cortocircuito en la cabeza.Aquello era todo lo que él habíapensado, solo que mejor. Mucho mejor.

—¿Demasiado deprisa? —lepreguntó en un susurro—.

¿Debería parar?—Demasiado lento. No pares.—Pre-preservativo —dijo él. No

tenía preservativos, y no podía

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arriesgarse a hacer el amor con ella sinprotección.

No podían arriesgarse a que ella sequedara embarazada.

Además, había enfermedades detransmisión sexual en el mundo, yaunque sabía que ella no tenía ninguna, yque los vampiros eran inmunes a lasenfermedades humanas, no iba a serestúpido con aquello.

—Yo… tengo uno. Después denuestra conversación en el bosque, hellevado uno todo el tiempo.

El envoltorio que crujía, por fin,tuvo sentido. Ojalá él lo hubiera sabidoantes.

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Ella se levantó de la cama para ir abuscarlo y volvió un-os segundosdespués. Retomaron las cosas donde lashabían dejado.

Las almas no hicieron ni un solocomentario. Junior no rugió. O tal vez,Aden estaba tan absorto en lo que estabahaciendo que no se dio cuenta. Soloexistía Victoria, solo existían aquelmomento y el allí. Era la primera vezque estaban juntos. Su primera vez.

Su… todo.

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«¿De verdad deseas desafiarme,chico?».

Aquellas palabras de Vladresonaron en la cabeza de Tuckermientras él se paseaba por la habitacióndel motel con un puñal entre las manos.

Se había alojado en el mismoestablecimiento en el que estaban losdemás, y en el mismo piso. Ellos no lo

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sabían.Él quería estar cerca de Mary Ann

para sentirse en paz otra vez, pero nohabía servido de nada. Todavía sentía eldominio de Vlad.

Aquel desgraciado quería queeliminara a su propia hija.

Quería que eliminara a todosquienes habían participado en su caída.Y Tucker debería haberlo hecho ya.

Por lo menos, Vlad no tenía ni ideade que había hecho un trato con ellos.

Un trato que, por su bien, debíancumplir.

Después de que Aden terminara deponerse al día con su novia vampiro, los

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dos habían hablado de amor y detonterías. Tucker todavía se estabaestremeciendo. Por otra parte, Mary Anny Riley habían estado lanzándose pullas,a punto de provocar una sangría. Élprefería los arrullos.

Afortunadamente, todo habíaterminado cuando los cuatro ataques, yeso era exactamente lo que quería Vlad:que él los atacara.

«¿Me estás escuchando, chico? Nome gusta que me ignoren. A quienes meirritan les ocurren cosas malas».

Como si Tucker no lo supiera ya.Solo tenía que pensar en lo que le habíaobligado a hacerle a Aden. Y lo que

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había obligado a Ryder a hacerle aShannon.

¿Cómo iba a salir de aquel lío sincausar bajas? Si mataba a Aden, este nopodría salvar a su hermano.

«Vas a hacer lo que yo te diga. Nopuedes luchar contra mí».

Tenía que haber una manera dehacerlo.

«Mataré a tu hermano si me fallas,no lo olvides».

—No, no lo he olvidado. Pero si lomatas, no tendrás modo de controlarme.

Tal vez Vlad se estuvierafortaleciendo, pero su control sobreTucker no. A cada hora que pasaba se

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debilitaba más; seguramente, él estabahaciéndose inmune al vampiro. Vladtenía que saberlo, y por eso amenazaba asu hermano pequeño, un niño de seisaños bueno y dulce, que tenía amigosinvisibles y a quien su padre tratabacomo a una basura. Ethan se merecía lafelicidad, pero todo el mundo le fallaba.

Tucker lo adoraba, pero él habíasido su peor enemigo. Y ahora quería ynecesitaba arreglar las cosas. Salvar alniño de una vez por todas.

«Siempre hay una manera decontrolar a un humano», le dijo Vlad,riéndose con petulancia. «Yo siempreencuentro la forma».

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—Yo no quiero hacerle daño a nadie—contestó Tucker.

No quería matar a sus amigos. Oenemigos, como dirían ellos, y con buenmotivo. Pero le habían prometido quesalvarían a su hermano, y Tucker teníaque creer que iban a hacerlo.

«No me importa lo que quieras o noquieras. Hazlo.

Destrúyelos ahora».Tucker se dirigió hacia la puerta

antes de poder darse cuenta. No, no, no.Clavó los talones en la moqueta y sedetuvo. Unos días antes habría salido dela habitación sin pensarlo, pero cuantasmás acciones malas cometía, más fuerte

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se volvía. Así pues, cuando pasaranunos días más, tal vez Vlad ya nopudiera seguir dirigiéndolo. Pero ¿teníaesos días? ¿Y su hermano?

Seguramente no.En aquel momento, solo tenía una

manera segura de conseguir lo quequería. Había ignorado aquellaposibilid-ad, pero en aquel momento nopudo seguir ignorándola. Y además, yano quería hacerlo.

—Guíame hacia donde hayan ido —dijo, en un tono de voz desprovisto detoda emoción.

Vlad se echó a reír.«Buen chico».

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«Inténtalo de nuevo», dijo Julian.Aden tocó a la puerta de la casa de

Tonya Smart por sexta vez. Sabía queestaba en casa, y no iba a marcharsehasta que los atendiera. O llamara a lapolicía, y ellos se lo llevaran de allí.

Riley y Mary Ann estaban a varioskilómetros, en la casa de los Stone,asegurándose de que eran realmente suspadres. Aden no había querido ir, yhabía dicho que sería más fácil que sesepararan. En realidad, no estabapreparado para enfrentarse a la genteque lo había traicionado y olvidado.

Victoria estaba a su lado, de sumano. Ahora que sabía que era humana,

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no iba a perderla de vista bajo ningúnconcepto. Alguien tenía que protegerla,y quería ser él.

«Otra vez», insistió Julian. «Porfavor».

Después de la pérdida de Eve, lasalmas habían dejado de presionar aAden para saber quiénes eran. Teníanmiedo de tener que separarse de él. Perocon la información tan al alcance de lamano, Julian había perdido aquel temor.Estaba ansioso por saber cuál era suidentidad.

—Tal vez debiéramos intentarlo mástarde —dijo Victoria.

—Conseguiríamos el mismo

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resultado —respondió Aden, y llamó denuevo—. Está en casa. La huelo.

Incluso podía oír los latidos de sucorazón. Le daba un poco de miedo.

Por supuesto, a Junior le encantabaaquel sonido, pero al oírlo sentíahambre aunque se hubiera alimentadohacía muy poco.

—Si esa mujer ha decidido nohacernos caso, entonces habíamosfracasado incluso antes de llegar.

—Está bien…«¡No!», gritó Julian. «No nos

marchamos».—Todavía no —respondió Aden.Julian suspiró de alivio.

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«Gracias».—Solo quiero hablar con usted,

señora Smart. Por favor.Podría salvar una vida.Pasaron unos minutos, y no hubo

ningún resultado.—Esto no funciona —dijo Victoria

—. Ojalá yo pudiera…Pero tú sí puedes —le dijo a Aden.—¿Qué?—Llamarla. Puedes obligarla a

hablar contigo.Exacto. Podía hacerlo. Se le

olvidaba todo el rato.Pero… hacerles eso a los demás…

seguir haciéndolo, cuando él sabía lo

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horrible que era estar al otro lado de lasituación…

«Es un buen plan», dijo Julian.—Lo sé. Solo… déjame pensar un

momento.Victoria lo entendió.—No te gusta obligar a la gente.—No —dijo él, y se la llevó hasta el

columpio del porche.Allí se sentaron y comenzaron a

mecerse suavemente.—Nunca había conocido a nadie que

se resistiera a usar la voz de autoridad.Es admirable.

La frustración de Aden se convirtióen placer. La atrajo hacia sí para

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abrazarla. Y eso, por supuesto, leprovocó otro pensamiento: quería estarcon ella otra vez.

Al segundo, solo podía pensar en elsexo. Su primera vez, y se alegraba tantode que hubiera sido con Victoria.

Alguien que lo entendía, alguien quesabía lo que había pasado en su vida, ylo que estaba pasando todavía. Alguienque no lo juzgaba y que disfrutabaestando con él.

—No voy a hablar contigo sobre él—dijo de repente una mujer, cuya voz leresultaba muy familiar—. No puedo.

Fabuloso. Aquello otra vez.Por el rabillo del ojo, Aden vio a la

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madre de Victoria girando hasta que secolocó frente a él. De repente, Adenpensó que aquellas visiones tenían algoque ver con la in-gesta de sangre deVictoria. Él había bebido de ella dosveces, pero sus mentes no se habíanfundido en una. ¿Y si su conexión através de la sangre iba a manifestarsesiempre así?

En la visión no apareció nadie más,y él no oyó la respuesta que le daban asu negativa a «hablar sobre él».

Pero ella dijo:—¡No, no! Lo quiero. Es lo único

que tienes que saber. Me marcho con él,pero no puedo llevarte, cariño. Tu padre

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me dejará marchar a mí, pero nunca tedejará marchar a ti. Ya lo hademostrado, ¿no?

¿Iba a abandonar a su hija? ¿Iba aabandonar a Victoria?

—¿Aden? —le dijo ella.—Dame un minuto.—Ah. Está bien.Seguramente, Victoria había pensado

que estaba escuchando a las almas, y élno la corrigió.

—Te escribiré todos los días,querida —dijo Edina mientras agitaba lamano para despedirse—. Te lo prometo.

Una pausa.—Sé valiente, mi pequeña Vicki, y

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dile a tu padre que estoy en mihabitación si pregunta por mí.

Vicki. Victoria. A Aden se leencogió el estómago, al tiempo que sucomprensión por su novia aumentaba.No era de extrañar que usara la voz deautoridad tan a menudo. Siempre habíaestado rodeada por el caos. Decirles alos humanos lo que tenían que hacerhabía sido su manera de tomar lasriendas, de conseguir los resultados quequería.

«¿Aden? ¿Qué ocurre?», preguntóJulian.

—Nada.En un segundo, la visión cambió. En

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aquella ocasión, el resto del mundo seesfumó, y Aden se vio entre unasparedes negras. No tuvo tiempo dereaccionar. Sobre él había un techo deespejo, y bajo sus pies, un suelo deónice brillante.

Perdió la conexión con su cuerpo, ycomenzó a ver por los ojos de Victoria.Conocía muy bien aquella sensación.

Frente a él estaba sentado Vlad elEmpalador, en su trono de oro. Vaya,era un tipo impresionante. Lo único quehabía visto Aden del antiguo rey de losvampiros había sido su cuerpoabrasado. En vida, Vlad era un hombreenorme y alto, la viva imagen de la

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fuerza, incluso sentado.Tenía el pelo negro, y los ojos tan

azules que parecían dos zafiros queardían con un fuego incesante. Suexpresión era de determinación y decrueldad. Tenía los labios manchados desangre, y una cicatriz que le recorría lacara desde una ceja hasta la barbilla.

Seguramente, a las chicas lesparecería guapo. Tenía los hombros muyanchos y el torso lleno de músculos.Llevaba un anillo en cada uno de losdedos, unos pantalones color beige quese le ajustaban a las piernas y unas botasde cor-dones hasta las rodillas.

—¿Osas desafiarme? —preguntó el

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rey vampiro, poniéndose en pie—. Bien,acepto el desafío.

Era altísimo, un gigante de puromúsculo.

El vampiro con quien estabahablando era igual de alto, e igual demusculoso.

—No dudaba que lo aceptarías.—Puedes elegir el arma.Estaban rodeados por una multitud

que los observaba con tensión, con larespiración contenida. Salvo un hombre:era Sorin, el hermano de Victoria. Élestaba situado detrás del estrado dondedescansaba el trono, y agitaba la cabezacon resignación.

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Victoria estaba a pocos metros de él.Miró hacia el espejo, y Aden se diocuenta de que ella era la niña pequeña,tal vez dos años mayor que durante lavisión de los latigazos. Edina estaba asu lado. Las lágrimas le caían por lasmejillas, y tenía el rostro crispado deterror.

Victoria agarraba con fuerza la manode su madre. Por fuera parecía serena,pero por dentro estaba muy nerviosa, yno quería soltarse de ella.

—Elijo las espadas —dijo elhombre.

—Excelente —respondió Vlad,mientras bajaba las escaleras del

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estrado—. ¿Cuándo? ¿Dónde?—Ahora. Aquí.El rey hizo un asentimiento de

satisfacción.—Entonces, pensamos igual.—Solo en esto.el aire. Un segundo después, el

hombre se arrojó hacia delante paracomenzar a luchar.

Vlad permaneció inmóvil hasta justoantes de que su contrincante loalcanzara. En aquel preciso instante segiró en un borrón de movimiento y dioun mandoble.

Al suelo cayeron la sangre y lasentrañas de su enemigo.

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El hombre se derrumbó entre jadeosy borboteos, con los ojos muy abiertos.Estaba agarrándose el estómago sinentender lo completa que había sido suderrota. Sin dar un solo paso, Vladgolpeó una segunda vez y le cortó lacabeza.

De la multitud surgió un jadeocolectivo.

—¿Alguien más? —preguntó Vlad—. Será un placer luchar con cualquierade vosotros.

Edina estalló en sollozos y saliócorriendo de allí, dejando sola aVictoria. La niña estaba temblandocuando su padre se volvió hacia ella con

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desagrado.—¿Por qué no la has detenido? Los

pedazos de su amante están por el suelo.Un hombre a quien habrías llamado«padre», estoy seguro. Un hombre aquien querías llamar «padre».

—¡No! Yo… yo…—No quiero oír excusas ni negativas

falsas. Vamos, toma la cabeza ycolócala en una pica. La tarea es tuya, ydebes llevarla a cabo, o te verás comoél.

Ella se apresuró a obedecer, e hizocosas que un niño nunca habría tenidoque hacer.

Aden se concentró solo en Victoria.

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Saber que había tenido que soportaralgo así lo destrozaba por dentro.

Quiso correr hacia aquella niña yllevársela de allí para protegerla detales horrores. El hombre que acababade morir era el amante de Edina, conquien ella había querido escapardejando abandonada a su hija. La hijaque había tenido que limpiar la torpezade su madre. Literalmente.

Su pobre Victoria. Antes, él habríaapostado todo su dinero a que nadiehabía tenido una infancia peor que lasuya. Sin embargo, la de Victoria síhabía sido peor. Com-parado conaquello, a él lo habían criado unos

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ángeles muy cariñosos.La escena desapareció, y Aden oyó

la voz de Victoria.—Viene alguien.La puerta de la casa se abrió y

Tonya miró hacia fuera.Él no la había llamado, pero allí

estaba ella. Seguramente, había ido paraasegurarse de que ya se habíanmarchado, pero de todos modos, élaprovecharía la oportunidad.

—¿Qué quieres? —le espetó Tonyaen cuanto lo vio. No salió al porche, niabrió la pantalla mosquitera de la puerta—. ¿Por qué no os marcháis?

Aden se levantó del columpio.

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—Mis amigos la visitaron y lepreguntaron por su marido…

—Sí, y ya le dije a esa chica que novolviera.

—Y no ha vuelto. He venido yo.—Lo siento, pero tampoco tengo

nada que decirte a ti.Hizo ademán de cerrar la puerta, y

aquel fue el momento en el que Aden seresignó. Estaba harto de esperar y dehacer preguntas sin que se lasrespondieran.

—Deje la puerta abierta —dijo, contoda su voluntad.

Inmediatamente, a Tonya se lequedaron los ojos vidriosos y no tocó

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más la puerta.Victoria se puso a su lado y

entrelazó sus dedos con los de él parareconfortarlo.

—Su cuñado murió, y no dejófamilia. ¿Tiene alguna fotografía suya?¿Algún efecto personal?

Silencio.—Dile que te lo diga —le susurró

Victoria.—Dígame lo que quiero saber.—Yo… —aunque Tonya todavía

tenía los ojos vidriosos, encontró lafuerza para resistirse—. No puedodecírtelo.

Victoria frunció el ceño.

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—Eso es imposible. Tiene quedecírselo. Se lo ha ordenado.

—No… no puedo.Lentamente, Aden se soltó de

Victoria y se acercó a Tonya, haciendotodo lo posible por no asustarla. Tonyano se movió. Él era mucho más alto queella, y tuvo que mirar hacia abajo paraencontrarse con sus ojos vidriosos…Entonces vio en ellos algo oscuro, comouna sombra.

Julian también lo vio, y emitió unjadeo de angustia.

«¿Qué es eso?».—No lo sé —dijo Aden, y habló de

nuevo con Tonya—: Va a decirme lo

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que quiero saber, Tonya Smart. Ahora.Las sombras se coagularon, después

se separaron y se dispersaron y Tonyase relajó un poco.

—Sí. Tengo fotografías y efectospersonales.

Respuestas, así, tan fácilmente. Eraalgo más poderoso y adictivo de lo queél hubiera imaginado. Tan poderoso yadictivo como el mordisco de unvampiro.

—Tráigamelas. Démelas.—Traer. Dar. Sí.La mujer entró en la casa. Pasó

media hora, y Aden comenzó apreocuparse por si la había perdido, si

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había conseguido liberarse de sudominio mental y había escapado por lapuerta trasera. Sin embargo, ellaapareció repentinamente, y con una cajaen las manos.

Había funcionado.Él tomó la caja con alivio.—Gracias.Julian estaba bailando en su cabeza.«¡No puedo creerlo! Puede que haya

una fotografía mía ahí dentro».Aden tomó la caja con una mano,

con la otra a Victoria y se dirigió haciael motel para estudiar lo que habíanconseguido. Esperaba que Riley y MaryAnn hubieran tenido tanta suerte como

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ellos.

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Riley le dio una patada a la puertadelantera y las astillas salierondisparadas en todas direcciones.

—Tenemos cinco minutos —dijo.Después de ese tiempo, podía llegar lapolicía—. Vamos a aprovecharlos.

Mary Ann lo siguió rápidamente.—Entonces, ¿recojo todo lo que

pueda?

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Supuestamente, allí vivían Joe yPaula Stone, así que aquel era el plan:tomar todo lo que pudieran. Un plan delque habían hablado varias veces ya.Riley se puso a recorrer el pasillo sinmolestarse en responder. Solo había dospuertas en aquella zona de la casa. Entróen la primera habitación. Allí solo habíauna cama, una mesilla y una cómoda. Lacama estaba revuelta, como si lahubieran hecho a toda prisa, y habíaropa tirada por el suelo. La únicaventana estaba tapada con pintura negra.

Claramente, por allí no había pasadonadie desde hacía tiempo. Tal vez Joe yPaula Stone hubieran huido para

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siempre, y eso quería decir que sabíanque Mary Ann y él iban a ir a su casa.Sin embargo, ¿cómo podían saberlo? ¿Ypor qué habían huido? ¿Cuál era sutemor?

—Riley —dijo Mary Ann.Él siguió el sonido de su voz y

pronto se encontró a su lado en lasegunda habitación.

Había juguetes por todas partes,cosa que dejó atónito a Riley.

—¿Tienen un niño?—O eso, o tienen un negocio de

guardería diurna.—¿Una guardería solo para niñas?

No creo —dijo él. No había nada

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masculino en aquella sala. Únicamentepeluches de color rosa.

—¿Crees que…?—¿Que Aden tiene una hermana?—Puede que sí.Seguramente. Y vaya manera de

averiguarlo. Pensó en la pareja, en lacamioneta, pero no recordaba habervisto una silla infantil. Aunque eso nosignificaba que la niña no estuviera conellos.

—Pero… Ve a la cocina y registralos cajones. Toma cualquier factura queencuentres, y que tenga nombres.

—De acuerdo —dijo ella, pero nose marchó. Se quedó allí—. Riley, yo…

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—Ahora no podemos hablar. Vamos,ve —le dijo él.

Después se marchó hacia la primerahabitación, antes de que ella pudieraseguir hablando. Abrió el armario y lacómoda, y los cajones de la mesilla, ydespués buscó en el colchón y en lacama. No habían dejado nada personal.

Era de esperar.—Eh… Riley —dijo Mary Ann con

un hilo de voz.Él estaba de espaldas a ella, pero

sentía su miedo. Se puso en pie y se giróhacia Mary Ann, pero se quedó helado.

—Mary Ann, camina hacia mí.Despacio.

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—No puedo.—Tú no das las órdenes aquí,

muchacho. Las doy yo —dijo el hombreque estaba tras ella. El hombre que laestaba apuntando con un arma a lacabeza.

Era alto, rubio y delgado. Llevabauna camisa de franela e iba remangado,de modo que se le veían varios tatuajes.

Eran marcas de protección; Riley nopudo distinguir para qué. El hombreirradiaba furia. Estaba dispuesto a dis-parar, y no se preocuparía de loscadáveres que dejara atrás.

Riley se maldijo a sí mismo por nohaberle enseñado a Mary Ann cómo

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tenía que reaccionar en una situacióncomo aquella.

—Si le hace daño —le dijo al tipo—, lo mataré.

Y no lo decía en broma.—Será un poco difícil que lo hagas

si el que está muerto eres tú. Pero no tepreocupes. Lo haré rápidamente.

Lo triste era que Riley no teníaargumentos en contra.

No tenía defensa. Si no hubieraperdido a su lobo, habría oído alhombre entrar en la casa, o lo habríaolido. Tal y como estaban las cosas, loúnico que había conseguido era que unmatón aterrorizara a Mary Ann.

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El tipo la empujó hacia el interior dela habitación y ella se chocó con Riley.Tenía los ojos llenos de lágrimas.

—Lo siento muchísimo —susurró—.Se ha acercado sin que lo oyera y…

—Cállate, chica. Ya he tenidosuficiente contigo.

Riley la colocó detrás de él paraprotegerla con su cuerpo. Ella temblaba,pero él no tenía tiempo para consol-arla.Notó que le ponía las palmas de lasmanos en la espalda y que le agarraba lacamiseta. Después lo soltó y se colocó asu lado.

Riley volvió a colocarse delante deella y fulminó con la mirada al pistolero.

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—¿Es usted Joe Stone?Hubo un brillo de sorpresa en los

ojos del tipo, pero ignoró la pregunta ehizo otra.

—¿Sois vosotros los chicos que osmetisteis en casa de mis vecinos ydejasteis sangre por todas partes?

—Sí —dijo Riley—. ¿Y qué?—¿Quiénes sois, y qué estáis

haciendo en mi casa?—Conocemos a su hijo —intervino

Mary Ann—. Aden.Haden, quiero decir. Todo el mundo

lo llama Aden.El hombre no cambió de expresión,

y siguió agarrando el arma con firmeza,

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sin dejar de apuntarlos.—No sé de qué estáis hablando.—Oh, yo creía… usted debería

ser… ¡No! —gimió ella—. ¿Y siestamos en la casa equivocada?

—No, no lo estamos —le dijo Riley.Ella volvió a dirigirse al hombre.—Señor, lo siento mucho. No

deberíamos haber…Una parte de Riley quiso castigar a

aquel imbécil por aplastar el espírituluchador de Mary Ann. Y tal vez sureciente roce con la muerte tambiénhubiera embotado algo su valentía, y…eh. Ella acababa de colocarse, poco apoco, delante de él otra vez. Por el amor

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de… Estaba intentando ser su escudo.Claramente, su espíritu luchador no

estaba aplastado.Él habría interpretado aquello como

una señal de que ella todavía lo quería.Sin embargo, Riley solo podía pensar enque Mary Ann ya no lo consideraba losuficientemente fuerte como paraprotegerla. ¿Y por qué iba a verlo así?Ya no lo era.

El hombre amartilló el arma,demostrando que iba en serio.

—Tienes cinco segundos paraempezar a hablar, chico, o te vuelo lossesos.

—¿Y va a contar en voz alta para

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que yo pueda revelar todos mis secretosen el último momento? —preguntóRiley.

Aunque no había necesidad deesperar a que Joe respondiera. Y éltenía pensado tratarlo como si fuera Joedesde aquel momento. De lo contrario,se quedaría sin saber qué decir.

—Usted sabe perfectamente quién esAden. Es su hijo.

Mientras hablaba, volvió a colocar aMary Ann detrás de él. Dio un paso, ydespués otro, hacia atrás, intentando di-rigirla hacia la ventana. Ella podía saliry echar a correr, y él podría manejar lasituación sin miedo a que hubiera bajas.

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—Yo no tengo ningún hijo.—No lo creo.—No me importa. ¿Por qué crees

que soy ese tal Joe?—Responder a una pregunta con otra

no le va a servir para parecer inteligenteni misterioso.

El hombre entrecerró los ojos.—Cuidado con tu actitud, chico. Yo

soy el que tiene el arma.Otro paso hacia atrás. Casi habían

llegado…—Sé lo que te propones, así que no

te muevas ni un centímetro más —dijoJoe, y avanzó hasta que el cañón de lapistola tocó el pecho de Riley—. No

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vais a salir de aquí hasta que me deisalgunas respuestas.

—Como si la suya fuera la primerapistola que veo. Si quiere que me asuste,haga algo original. Si quiere respuestas,deje que ella se marche.

—No —dijo Mary Ann, y él alargóla mano hacia atrás para apretarle elbrazo y ordenarle que se callara—. Mequedo.

—No la escuche.—Demasiado tarde —respondió Joe

—. Ya la he oído. Se queda.Oh, no. No iban a jugar a aquel

juego.—Lamentará esa decisión —dijo

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Riley, y alzó las manos con las palmashacia fuera, como si se estuvierarindiendo.

—Yo creo que no.Riley se movió a la velocidad del

rayo, agarró el arma y la empujó haciaabajo con fuerza. Joe hizo un disparo,pero la bala se incrustó en el suelo.

Riley no intentó liberarse, sino quesujetó a Joe de aquel modo y le dio dospuñetazos con la otra mano. Entonces,mientras Joe estaba aturdido, retorció elarma con ambas manos, y le rompió eldedo con el que apretaba el gatillo.

Después, con facilidad, le quitó lapistola y lo encañonó.

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—Se lo dije.Joe hizo un gesto de dolor y soltó

una imprecación.Después también alzó las manos con

las palmas hacia fuera, pero al contrarioque Riley, él sí se había rendido. Eldedo roto colgaba de su mano en unángulo extraño.

Riley siguió apuntándolo, porqueestaba seguro de que tenía más armasescondidas.

—Si se mueve, será la última cosaque haga. Mary Ann, llama a Aden.

Por el rabillo del ojo, vio que ellasacaba su móvil. Un momento despuésestaba susurrando. Joe no reaccionó.

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—Si no es usted Joe Stone —dijoRiley, que estaba decidido a averiguarla verdad antes de que Aden llegara aaquella casa—, ¿quién es?

El hombre tragó saliva.—Está bien. Digamos que soy Joe

Stone. ¿Qué queréis de mí?Muy bien; era Joe, sin duda. De lo

contrario no habría hecho aquellapregunta.

—Para empezar, una disculpa.—¿Por defender mi casa?—Por abandonar a su hijo.Tuvo un tic en el ojo. ¿De la

irritación? ¿O de la culpabilidad?—¿Mary Ann? —dijo Riley.

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—¿Sí?—Ven aquí.Ella estaba a su lado un segundo

después.—Aden viene de camino.—Muy bien. Ahora, sujeta el arma

—le dijo él, sin apartar los ojos de Joe.—¿Qué?—Sujeta el arma y mantén el dedo

en el gatillo, y aprieta si él se mueve.—Muy bien. Claro. Seguro.Con las manos temblorosas, Mary

Ann tomó la pistola e hizo lo que él lehabía indicado. El arma era pesada, y éldudaba que ella pudiera sostenerladurante mucho tiempo, así que se movió

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rápidamente; se acercó a Joe y locacheó, manteniéndose siempre fuera dela línea de tiro de Mary Ann. Riley hallótres dagas, una jeringuilla de algo y unaTaser. Lo que no encontró fue ningunaidentificación.

Joe se mantuvo inmóvil durante todoel tiempo. Inteligente por su parte.

—Riley —dijo Mary Ann.—Lo estás haciendo muy bien,

cariño —dijo él.Empujó a Joe hacia la cama para

alejarlo de las dagas, y Mary Ann siguiósu movimiento con el cañón del arma.

—Siéntese y no se mueva.Joe se sentó y Riley volvió junto a

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Mary Ann. Cuando él tomó el arma, ellasuspiró de alivio.

—Toma las dagas y colócate junto ala puerta. A cualquiera que entre en estahabitación, aparte de Victoria o Aden,apuñálalo.

—No hay nadie más en la casa —dijo Joe—. Y no va a venir nadie arescatarme.

Riley arqueó una ceja.—Paula, su esposa, ¿no va a venir a

salvarlo?El tipo palideció. Se puso de color

gris.—No, no va a venir. Y no penséis en

buscarla. Está a salvo.

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Oh, sí. Aquel era Joe Stone.en el cuello, aunque las suyas

estaban rasgadas, como si hubieraestado peleándose con un humano.

Victoria se estaba haciendo torpe.Aunque ojalá aquella fuera la únicapreocupación de Aden. Ya no estabansolo alimentándose el uno del otro, locual era peligroso teniendo en cuenta loque acababan de pasar, sino que seestaban acostando juntos. Y, tal y comoRiley podía atestiguar, de mezclar losnegocios con el placer no podía salirnada bueno.

Y si la bestia de Aden se liberaba…si el ansia de sangre dominaba a

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Victoria… Ninguno de los dossobreviviría. Sin embargo, ninguno setambaleaba ni temblaba, y ningunoestaba salivando y mirando los pulsosde los demás.

Joe se puso rígido. De repente sehabía alarmado. Y, sorpresa, sorpresa,no miraba a Aden. Miraba a cualquierparte, salvo a Aden.

—El resto de la casa está limpia —dijo Victoria—. Y no hay nadiesospechoso mirando desde otras casas.

Habían estado juntos mucho tiempo.Ella sabía cómo operaba Riley, y quéinformación quería, sin que él tuvieraque decírselo.

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Aden miró a Joe. Su expresiónpermaneció vacía. Sin embargo, la iraafloró en su tono de voz.

—¿Es él? —preguntó.—Sí —dijo Mary Ann—. Es él.Riley le dio un momento para

ordenarse las ideas.—Yo no soy quien vosotros pensáis

—dijo Joe, sin mirar a Aden.Aden pasó los siguientes segundos

llevando a Victoria junto a Mary Ann, ydespués, colocándose de manera que Joeno pudiera ver a ninguna de las doschicas.

—No se te da muy bien mentir, Joe.Yo dejaría de intentarlo. Ya has

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admitido que conoces a Paula.—O lo he fingido.—Como quieras —dijo Riley. Bajó

el arma y apuntó hacia la moqueta—.Ah, y si crees que no puedo encañonartey dis-parar más rápidamente de lo que túpuedes agarrar a uno de mis amigos,ponme a prueba. Te desafío.

Joe apretó los labios.—¿Quién pensamos que eres? —

preguntó Aden, interviniendo por fin enla conversación.

—Tu… padre —dijo Joe, y estuvo apunto de atragantarse.

—¿Y no lo eres?Silencio. Después:

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—¿Por qué lo estás buscando?—Eso es algo de lo que solo voy a

hablar con él.De nuevo, un silencio tenso. Riley

caminó hacia el frente y se agachódelante de Joe.

Joe se estremeció.—Dime quién eres —le dijo Aden.Por el amor de Dios… Aden había

usado la voz de autor— lobo haría loque él quisiera. La mayor parte de lasveces, los hombres lobo eran inmunes.

Y parecía que Joe también.—No —dijo, y por fin, miró a Aden

a los ojos—. Así que eres uno de ellos—añadió entonces. La emoción se

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desbordó por fin. Decepción,incredulidad, ira.

—¿De quiénes?—De los vampiros. ¿De quién, si

no?Aquella respuesta fue una

revelación. Joe sabía lo que había allífuera. Sabía que existía otro mundo.

—Entonces, ¿sabes que existen? —preguntó Aden con la voz ahogada.

—Por lo menos no intentas negarlo—dijo Joe rotundamente. Pero su ira seestaba apagando, junto con el resto desus emociones, y el miedo se estabaapoderando de él.

—¿Eres mi padre?

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—¿Por qué quieres saberlo?—Otra vez eso —murmuró Aden.

Hubo una pausa.Después, le dio a Joe las respuestas

que quería—: Tengo tres almasatrapadas en la cabeza. Puedo hacercosas raras, como viajar a momentospasados de mi vida, despertar a losmuertos, poseer los cuerpos de otragente y predecir el futuro.

—¿Y?Aden se echó a reír con amargura.—Como si eso no fuera suficiente.

Quiero saber si alguien más de mifamilia era, o es, como yo. Quiero saberpor qué soy como soy. Quiero saber por

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qué mis propios padres se negaron aayudarme.

—¿Y crees que esas respuestas teayudarán a entender?

—No me vendrían mal.—¿Y esperas que tus padres se

disculpen? ¿Que te digan que seequivocaron? ¿Que te acojan en susbrazos? —preguntó Joe, y entonces fueél quien se rio amargamente—. En estemismo momento puedo decirte que siesperas todo eso, vas a llevarte unadecepción.

Riley no tuvo que mirar a Aden a lacara para saber que aquello le habíahecho daño. Tal vez Aden nunca lo

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hubiera admitido, pero le habríanencantado aquellas cosas. Seguramente,las anhelaba en secreto. Un secreto tanprofundo que lo guardaba solo para símismo. El hecho de ser rechazado asítenía que haber sido muy doloroso paraél.

—Créeme —dijo Aden, que adoptóde nuevo una expresión desprovista deemoción—. No quiero tener nada quever con gente que me dejó en un hospitalmental para que me pudriera. Losmonstruos que me dejaron al cuidado demédicos que me hacían daño, y defamilias de acogida que intentaronvolverme normal a palizas.

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—No era eso lo que tenía que… —Joe apretó los labios, pero ya habíahablado suficiente. Riley se lo habíaimaginado todo, y ahora, Aden lo sabíacon certeza.

—¿Que no era eso lo que tenía quehaberme ocurrido? —le espetó Aden—.¿Se suponía que tenía que morir? ¿Opensabas que dejarme al cuidado de losservicios sociales siendo tan pequeñoiba a ser lo mejor para mí?

Joe se enfureció.—Exacto. ¿Soy tu padre? Sí. ¿Había

alguien más como tú en la familia? Sí.Mi padre. Me arrastró por todo elmundo cuando era niño, por las cosas

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que atraía hacia nosotros. ¿Y tú mellamas monstruo? ¡No tienes ni idea delo que es ser un verdadero monstruo! Yovi a monstruos enormes y horriblesmatar a mi madre, y a mi hermano.

—¿Y eso excusa tu comportamientohacia mí?

Joe continuó como si Aden nohubiera hablado.

—Cuando tuve edad suficiente, mealejé de mi padre y no volví a miraratrás. Él intentó ponerse en contactoconmigo antes de morir. Lo asesinaronlas mismas cosas que asesinaron al restode mi familia, estoy seguro, pero noquise tener nada que ver con él. No iba a

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seguir viviendo de esa manera. Teníaque cuidar de mi propia familia.

—¡No cuidaste de mí! —le gritóAden—. ¿Por qué te arries-gaste a tenerhijos, si sabías que podían heredar losrasgos de tu padre?

—No lo sabía. Él era el único. Yopensaba… creía que…

No era algo genético, no deberíahaberse convertido en algo genético. Élse lo hizo a sí mismo. Se enredó encosas en las que no debería haberseenredado.

—¿Por ejemplo?—La magia, la ciencia —dijo Joe—.

Y en cuanto a ti, ¿cómo no iba a

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abandonarte? Tú eras igual que él. Unasemana después de que nacieras, lascosas empezaron a aparecer.

Primero, duendes que queríancolarse por nuestra ventana, después loslobos, y por último, las brujas. Eranparias, todos ellos, sin verdaderos lazoscon sus razas, pero yo sabía que prontocomenzarían a venir en grupo. Era solocuestión de tiempo que tuviéramos quehuir… que tu madre muriera. Y yo. Yfinalmente, tú.

—¿Y la niña? —preguntó Riley.Aden no lo sabía todavía, pero no dijonada.

—Un accidente.

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—¿Ella es…?—¡No voy a hablar de ella!—Bueno, pues yo no acepto tus

razones —le dijo Aden—.Me las he arreglado para no atraer a

esos monstruos durante más de unadécada.

—A causa de las marcas protectoras—respondió Joe.

Aden apretó el puño.—Me tatuaron la primera marca

hace pocas semanas.—No. Te la tatuaron cuando eras un

bebé.—Eso es imposible.—No. Está oculta.

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—¿Dónde?—En la cabeza.—Las pecas —dijo Victoria de

repente—. ¿No te acuerdas?Aden se frotó la cabeza.—Entonces, ¿por qué ha dejado de

funcionar? Y además, si hiciste que metatuaran esa marca, si ahuyentaba a losmonstruos, ¿por qué no te quedasteconmigo?

Joe cerró los ojos. Se le hundieronlos hombros, y suspiró.

—Tal vez la tinta se decolorara. Talvez el hechizo se rompiera por algúnmotivo.

Aden y Mary Ann se miraron, y

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Riley se imaginó que estabanacordándose de la primera vez que sehabían visto.

Fue como si se desatara el poder deuna bomba atómica, y aquella explosiónllamó a todos los seres que habíamencionado Joe, y a algunos más.

—Y no me quedé contigo —siguióJoe—, porque no estaba dispuesto acorrer el riesgo. Tenía que mantener asalvo a tu madre.

—Mi madre —dijo Aden, con unaexpresión de absoluta melancolía—.¿Dónde está ella?

—Eso no te lo diré nunca —respondió Joe con firmeza.

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Riley se negó a aceptarlo.—Si no querías que os encontraran,

deberíais haberos cambiado de apellido.—Lo hice. Durante una temporada.

Pero Paula… —Joe se encogió dehombros—. Se empeñó.

¿Acaso ella sí quería encontrar aAden?

Aden se irguió como si le hubieranatado una tabla a la espalda.

—Ya he oído suficiente.En realidad, Riley pensó que había

llegado al límite. Tal vez estuviera apunto de desmoronarse. Habíaencontrado a su padre, pero este no loaceptaba. No quería ayudarlo, no quería

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ni siquiera verlo.—¿Y qué pasa con Joe? —le

preguntó.—Déjalo. Ya he terminado con él.Aden salió de la habitación y de la

casa.Riley les hizo una señal a las chicas

para que salieran tras él. Cuando sehubieron marchado, tiró la pistola alsuelo. En vez de lanzarse hacia ella, Joese quedó en la cama.

—Es un buen chico, y ahora es ellíder del mundo que usted despreciatanto. ¿Y sabe otra cosa? Los monstruosde sus pesadillas obedecen a Aden. Élpodría haberlo protegido mucho mejor

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que ninguna marca, y de una manera dela que ninguna otra persona hubierapodido hacerlo, pero usted lo abandonócomo si fuera basura. Y acaba dehacerlo otra vez.

—Yo… no lo entiendo.—Pues entienda esto: él se merecía

algo mejor que usted.Algo mucho mejor.Entonces Joe se puso en pie de un

salto.—Tú no tienes ni idea de lo que yo

pasé cuando…—Búsquese todas las excusas que

quiera. No va a cambiar los hechos. Noprotegió a su propio hijo. Es un

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desgraciado y un egoísta. Y ahora, demesu camisa.

—¿Cómo?—Ya me ha oído. Deme su camisa.

No me haga repetirlo.No le gustaría.Joe se sacó la camisa por la cabeza

y se la arrojó a Riley.—Aquí tienes. ¿Contento?Riley la atrapó en el aire.—No —respondió.Joe tenía cicatrices gruesas por todo

el pecho. Eran cicatrices causadas porgarras, por zarpazos. Tenía además otrasmarcas de protección, y Riley reconocióla más grande de todas. Era una alarma

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que le avisaba de cualquier peligrohaciendo vibrar su cuerpo. No era deextrañar que se diera cuenta de queMary Ann y él se acercaban.

—Ahora, si queremos volver ahablar con usted, no podrá esconderseen ningún sitio —le dijo. Se llevó lacamisa a la nariz y la olfateó. Aunque élya no podía convertirse en lobo, y nosabía si podía seguir un rastro, sushermanos sí podían—. Tenemos su olor.

Y después, él también se marchó.

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El resto del día, la noche entera y lamayor parte de la mañana siguiente,Aden los pasó en una habitación delmotel junto a Victoria, Mary Ann yRiley. Revisaron todas las fotografías ylos papeles que les había dado TonyaSmart; solo se tomaron algunosdescansos para comer y estirar laspiernas.

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Aden tomó un poco de sangre deVictoria para aplacar a Junior, yVictoria tomó un poco de la de Aden, yuna hamburguesa. Mary Ann comió treshamburguesas, y Riley, pollo frito.

Nadie mencionó al lobo de Riley.Tal vez porque sabían que a Riley leexplotaría la cabeza.

Nadie mencionó tampoco a JoeStone. Tal vez porque sabían que a Adenle explotaría la cabeza.

Joe. Su padre. Al mirar sus ojosgrises, se había dado cuenta de laverdad. Una parte de sí mismo habíareconocido a aquel hombre, al hombreque lo había abandonado.

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Y ni siquiera había mostrado unápice de remordimiento. Joe Stone seavergonzaba de lo que era, y de lo queera Aden, tanto que incluso le habíanegado la oportunidad de conocer a sumadre y a su hermana. Y él se sentíacomo si sangrara por dentro. Notaba ungoteo constante en su interior. Tenía unahermana; Riley había visto sus juguetes.Y parecía que Joe quería a esa niñacomo nunca lo había querido a él.

Él había soñado con conocer a suspadres durante años.

Había soñado con que su padreapareciera para rescatarlo y le dijeraque su madre y él habían cometido el

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mayor error de su vida al abandonarlo, yque lo querían. Y con el paso deltiempo, como no había ocurrido nada deaquello, aquel deseo se había idoconvirtiendo en indiferencia, y laindiferencia, en odio.

Con solo ver a Joe, el deseo habíavuelto.

Sin embargo, Joe solo lo había vistocomo un lastre. «He hecho algo por mímismo», había querido decirle él.

«Ahora soy el rey de los vampiros.Y me he ganado el título, no me lo hanregalado». ¿Lo miraría con horror supadre, entonces? Seguramente sí.

Eso no iba a impedir que quisiera

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seguir siendo el rey de los vampiros. Yahabía recibido mensajes de Sorin y deSeth. Shannon estaba en su celda,sentado, mirando a la pared, hasta quealguien entraba con sangre para él.Entonces, atacaba. Ryder ibarecuperándose, pero estaba in-consolable por lo que había hecho, y lerogaba a todo aquel que se le acercabaque lo matara.

Sorin quería concederle su súplica;Seth quería matar a Sorin.

Aden les había ordenado a los dosque dejaran al chico en paz y que leayudaran a curarse. Y que no lomolestaran más. Se suponía que tenían

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que ayudarlo, no entorpecerlo.«¡Eh, creo que los conozco!»,

exclamó Julian de repente, y lo sacó desu ensimismamiento.

Tenía que concentrarse. Miró lafotografía que tenía en la mano y vio ados hombres. Eran más o menos de lamisma estatura. Uno estaba empezando aquedarse calvo y llevaba gafas, y el otrotenía una buena cabellera y no llevabagafas. Estaban uno junto al otro, pero nose tocaban.

Así pues, eran los hermanos Smart.«¿Crees que soy yo?», preguntó

Julian. «El que tiene pelo y no llevagafas, claro. Yo nunca me habría

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peinado como el otro para disimular lacalvicie».

«¿Cómo lo sabes?», le preguntóCaleb. «No tenemos ni idea de cómoéramos en vida».

—Me alegro de que reconozcas aestos tipos, pero ¿sabes algo acerca deellos? —le preguntó Aden—. O, ¿sabespor qué hay libros de hechizos en estacaja?

En efecto, había muchos libros deencantamientos de amor, o deencantamientos de magia negra. Tambiénpara despertar a los muertos, o paraencontrar a los muertos.

¿Así era como Robert había hecho lo

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que había hecho?De ser así, ¿por qué él no necesitaba

hechizos para hacer lo que hacía? Joehabía dicho que incluso su abuelo usabala magia.

Julian suspiró.«No. No me acuerdo».Eve tampoco se había acordado al

principio.—Julian cree que conoce a estos

hombres, pero no sabe quién es quién.Mary Ann se puso en pie y se acercó

para observar la fotografía.—He visto fotos de Daniel en

Internet. Daniel es este.Este otro es Robert.

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«No puede ser», dijo Julian.Si Julian era Robert, tal y como

sospechaba Mary Ann, entonces Julianera el tipo de las gafas y la calvicie.

—Podía comunicarse con losmuertos, y ayudaba a la policía a hallarcuerpos. He impreso unas cuantashistorias sobre él.

Rebuscó en la bolsa que Riley habíarecogido antes y le entregó a Aden ungrueso taco de papeles.

—Debería habértelo dado antes.Perdona.

—No te preocupes. Hemos estadodemasiado ocupados.

—He estado pensando en una cosa

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—dijo Mary Ann—. Para que túabsorbieras su alma en tu mente, él tuvoque morir cerca del hospital. Eso tienesentido; su hermano trabajaba allí, asíque seguramente, Robert estabavisitando a Daniel.

¿Y si, al visitarlo, despertó a algunode los cuerpos de la morgue, y el zombilos mató a los dos?

—Por lo que me has dicho antes, elúnico que fue encontrado muerto en elhospital aquella noche fue Daniel. Y lohabían destrozado a zarpazos, hastamatarlo —dijo Riley.

—Sí —confirmó Mary Ann.—Entonces, ¿dónde estaba el cuerpo

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de Robert?—Nunca se halló —dijo ella, y se

encogió de hombros—.Desapareció sin más.—Bueno, él también tuvo que morir

aquella noche. Y cerca, como tú hasdicho, o Aden no habría absorbido sualma —apuntó Victoria.

Julian se aferró a aquella teoría.«¿El que tiene pelo? Me gusta la

teoría de Riley», dijo.—Pero Daniel llevaba años

trabajando en el hospital —replicóMary Ann—. ¿Por qué no habíadespertado antes a los muertos? Alguienhabría tenido que notarlo.

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—Tal vez tenía habilidades latentes.A veces pasa.

Ella apretó la mandíbula.—Tal vez. ¿Y qué?Así pues, todos supieron que él se

estaba refiriendo al hecho de que ellafuera una embebedora.

—Bueno, chicos, creo que podemosestar de acuerdo en que Julian era unode los hermanos Smart —dijo Aden,intentando suavizar el ambiente.

«Si te refieres al guapo, entonces sí,estoy de acuerdo», dijo Julian.

Junior gimoteó desde el fondo de lamente de Aden. El monstruo seguíacreciendo, y tenía hambre. Otra vez.

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Cada vez era más difícil contentarlo.Pedía más y más, cada menos tiempo.

—Leeré todas las historias —dijoAden—, y veré si a Julian le recuerdanalgo.

—El hecho de volver atrás ayudó aEve a recordarlo todo —le dijo MaryAnn—. Tal vez debieras permitir queJulian tomara las riendas y te trasladaraal pasado, para revivir alguna de lashistorias a través de sus ojos.

Viajar en el tiempo. Casi todos lospresentes en aquella habitación habíansugerido que volviera en algúnmomento, y él no conseguía queentendieran las posibles consecuencias.

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—Si cambias algo en el pasado,cambias algo en el futuro, y ese algopodría dejarte llorando porque hasperdido algo que tenías.

—Míranos, Aden —dijo Mary Ann—. ¿Pueden ir las cosas peor de lo quevan?

—Sí.Indudablemente.—Bueno, pues a mí no se me ocurre

cómo.—Puede que me despertara y

descubriera que nunca he venido aCrossroads. Que no nos hemosconocido.

—Tal vez eso fuera bueno.

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A Victoria le tembló la barbilla,como si estuviera conteniendo laslágrimas.

—Tiene razón. Si no hubierasvenido a Crossroads, mi padre noestaría persiguiéndote.

—Piénsalo, Aden —dijo Riley.¿Qué era aquello? ¿Una

confabulación contra él?—Hay otra manera de ayudar a

Julian —dijo él—, y va a ser buena paratodos, ¿verdad, Elijah?

Silencio.Odiado silencio.—Habla conmigo, por favor —le

rogó Aden—. Por lo menos, argumenta

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las ventajas y desventajas de lo quequieren ellos. No me dejes así.

Un suspiro, familiar, adorado,necesario.

«No voy a decirte lo que he visto,Aden».

Por fin una respuesta, y Aden sesintió tan aliviado como irritado aloírla. Después de todo aquel tiempo,¿eso era to-do lo que tenía que decirElijah?

—Entonces has visto… ¿Qué hasvisto? ¿Qué ocurre si vuelvo? ¿Quéocurre si no vuelvo? ¿Terminará todoeste lío?

Estaba acostumbrado a ocultar sus

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conversaciones con las almas, pero allíestaba, hablando como si ellas tambiénestuvieran en la habitación, sinavergonzarse de hacerlo.

Sabía el por qué. Iba a perderlas, yestaba aprovechando hasta el últimomomento que tuviera con ellas.

Otro suspiro.«Sí, he visto el final».—¿Y cuál es? ¿Qué ocurre?Otro silencio. Tal vez hubiera

viajado al pasado, a cinco minutosantes, pensó Aden con amargura.

—Ayúdame, Elijah, por favor.«Al negarme a contártelo, te estoy

ayudando. Yo he estado empeorando las

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cosas, Aden. Guiándote en la direcciónequivocada y empeorando las cosas».

—No todas las veces.«Con una sola vez sobra».Junior gruñó.De repente, la nariz de Aden se llenó

de un olor dulce.Alzó la cabeza. Victoria se había

acercado a él y le estaba acariciando elbrazo con las yemas de los dedos. Enaquella postura, él tenía una vistadirecta de su pulso y de lasperforaciones de su cuello, que ya seestaban cerrando. La boca de Aden seconvirtió en una catarata, pero no iba apermitirse volver a morderla.

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—Dejemos el tema de volver alpasado para después —dijo Riley,levantándose de la cama—. Ahoraquiero ver las marcas que tienes en lacabeza.

Si con «después» quería decir«nunca», entonces sí, a Aden le gustabaaquel plan.

La fragancia dulce de Victoria fuereemplazada por el ol-or a bosque deRiley. Aden notó los dedos fuertes delhombre lobo en la cabeza, tirándole delos mechones.

—Se han desvaído un poco, y hanfuncionado más tiempo del quedeberían, pero sé lo que son. Joe no

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mintió. Esto impidió que te asediaran lascriaturas.

—Hasta que conocí a Mary Ann —dijo Aden. Joe esperaba que Aden sesintiera agradecido por eso. Como sifuera suficiente.

«¿Por qué no pudo quererme?».—La explosión de energía, o lo que

fuera —dijo Mary Ann, asintiendo—.Seguro que eso fue lo que anuló el poderde tus marcas.

Riley soltó a Aden y se dejó caerjunto a Victoria. Ella apoyó la cabeza ensu hombro.

—La magia que creasteis los dosjuntos debió de sofocar a la que creó el

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padre de Aden, que es un mero humano—dijo Victoria.

—No le llames eso —le espetó él—. Se llama Joe.

El hecho de ver a Riley y a Victoriajuntos siempre le ponía celoso. Pero enaquel momento, experimentó algo más.Su facilidad para estar uno junto al otro,de consolarse… lo inquietaba.

Ella palideció.—Lo siento —dijo.Magnífico. Ahora estaba

desahogando su malhumor con ella.—No tienes que disculparte —

respondió él—. No debería haberreaccionado así.

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Mientras hablaba, vio que Riley leacariciaba el brazo suavemente. Denuevo se sintió asombrado por lafacilidad con la que estaban el uno juntoal otro.

«Ese debería ser yo». En vez de eso,ellos dos se apoyaban el uno al otro. Lohabían hecho durante años, durantedécadas. Entonces tuvo otropensamiento, algo que le había estadomolestando desde la primera vez quehabían hablado de ello, pero que habíadejado pasar porque habían surgidocosas mucho más importantes quesolucionar.

Sin embargo, no podía seguir

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ignorándolo.Cuando Victoria había decidido

perder la virginidad para que su primeravez no fuera con el tipo que su padrehabía elegido para ella, habría acudidoa…

Riley.Solamente a Riley.Aden se puso en pie de un salto, con

los puños apretados. Los gruñidos deJunior se hicieron más intensos. Yentonces fue cuando Aden supo concerteza que Junior no solo tenía hambre,sino que reaccionaba con las emocionesde Aden.

—Aden —le susurró Victoria—.

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Tienes los ojos de color violeta, muybrillantes.

—Quítale las manos de encima —ledijo Aden a Riley, asombrado por supropia voz. Era una voz doble, y una deellas era ronca y rasgada. Ambasestaban llenas de rabia—.

Ahora mismo.Riley entrecerró los ojos. Después

bajó el brazo y se puso en pie.—Sí, Majestad. Como deseéis,

Majestad. ¿Algo más, Majestad?—Riley —dijo Victoria, sin apartar

la mirada de Aden—. Sal de lahabitación. Por favor. Mary Ann,llévatelo de la habitación.

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Riley no se movió, pero Mary Annentró en acción.

Tomó de la mano a Riley y tiró de élhacia la puerta. Riley no se resistió, y unsegundo después se oyó un clic.

—Lo sabes —dijo Victoria,retorciéndose las manos.

—Lo sé —dijo él.—Yo…—No quiero oírlo.Aden tomó la caja de papeles y

libros, entró en el baño y cerró de unportazo.

Además de todo lo que estabasoportando, su novia se había acostadocon uno de sus amigos. Seguramente,

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hacía mucho tiempo de aquello, pero aél siempre le había reconfortado saberque Riley y Victoria solo eran amigos.

Ya no podía consolarse así.Tenía ganas de pegar a Riley.Se sentó sobre la tapa del inodoro y

puso la caja entre sus pies.—¿Lo sabías, Elijah?Silencio. Por supuesto.«No puedes culpar a Victoria

por…», intentó decirle Julian.—Tampoco quiero escuchar nada de

lo que tú tengas que decirme. Vamos aterminar con esta caja y a averiguarquién eres, ¿de acuerdo? ¿De acuerdo?

Silencio.

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Un silencio que, de repente,agradeció con todas sus fuerzas. Por lomenos, no había visto a Victoria en lacama con Riley, sino que Edina habíasido la protagonista de todas aquellasvisiones. Visiones. La distracciónperfecta. Tal vez aquel fuera el momentoidóneo para intentar tener una.

O no. Media hora más tarde estabasudoroso. Las emociones turbulentas lehabían impedido avanzar. Lo intentaríamás tarde. Por el momento, decidiótomar uno de los libros y empezar a leer.

Fuera de la habitación, el viento fríomordió a Mary Ann con unos dientes queella no podía ver. Se giró para mirar de

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frente a Riley y le preguntó:—¿Qué ha pasado ahí dentro?Él tenía una expresión muy dura.—Nada.Nada. ¿De veras?—¿Ahora me odias? ¿Por eso no me

diriges la palabra, ni me dices laverdad? ¿Quieres que me marche otravez?

En cuanto hubo hecho aquella últimapregunta, se dio cuenta de que queríaretirarla. ¿Y si él respondíaafirmativamente?

Él se pasó la mano por la cara.—No, no te odio.No hubo mención a lo otro.

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—¿Tienes resentimiento hacia mí?¿Por eso no me miras?

¿Por eso no quieres hablar conmigo?¿Por eso consuelas a Victoria, pero a míno?

Él arqueó una ceja.—¿Es que tú necesitas consuelo?Ella le había hecho daño. Le había

destrozado la vida. Y no había nada quepudiera hacer para compensarlo. Sinembargo, lo quería. Deseaba que lascosas fueran distintas.

—No —mintió—. No necesitoconsuelo.

Quería apoyar la cabeza en suhombro fuerte, tal y como había hecho

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Victoria.—Dentro de unos segundos vas a

querer cambiar esa respuesta —dijo unchico.

Era Tucker.Riley se giró, pero el demonio no

estaba a la vista.Al instante, Mary Ann notó que unos

brazos fuertes le rodeaban la cintura y elcuello. Notó un acero frío en la garganta.

—Riley —jadeó.Él se giró.—Suéltala —dijo, con los ojos

entrecerrados.—Tenemos que hablar —dijo

Tucker—. Todos nosotros.

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Preferiblemente, vivos, pero estoyabierto a la negociación.

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«¿Tienes algo ya?».—No.«Pues mira otra vez».—¿Cuántas veces vamos a tener esta

conversación, Julian?«No hablemos de eso. Sigue

mirando».Aden apretó los dientes. Estaba

sentado en el suelo del baño, con la

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cabeza apoyada en el borde de labañera. Miró al techo. Estaba frustrado,pero volvió a mirar los papeles de lacaja.

Sus oídos captaron algo… Tal vez elcrujido de una ropa.

Después, nada.«Esos no. No me gustan. Me dan

miedo».Como la habitación del hospital. Eso

era algo, por lo «Enséñame otra vez lasfotografías».

«Ya nos las sabemos de memoria»,gimoteó Caleb.

Elijah continuó en silencio.Aden oyó otro crujido de ropa al

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otro lado de la puerta, mientras dejabael libro y tomaba las fotografías. Viouna de dos niños pequeños, más o menosde la misma edad, tan parecidos quepodrían haber sido gemelos. Sinembargo, cuanto más crecían, másdiferentes se volvían. Robert envejecíamás rápidamente que Daniel. Y cuantomás crecían, más infelices se volvíansus caras, hasta que Robert, con unoscuarenta años, y Daniel, de treinta yalgo, tenían una expresión malhumoraday triste.

¿Y aquel era el hombre al que Tonyahabía amado tanto como para no podersuperar su muerte, ni siquiera diecisiete

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años después? Parecía algo obsesivo.«Esa, esa, esa», dijo Julian.Aden se quedó inmóvil. La

fotografía que tenía en la mano no era delos hermanos, sino de la misma Tonya.Era más joven, más rubia, más guapa, yestaba sentada a la sombra de un árbol,mirando a la distancia, rodeada deflores.

—¿Qué pasa con ella?«Antes no le he hecho caso porque

es de una mujer.Pero cuanto más la miro, más pienso

que yo estaba ahí también».—Tal vez fuiste tú quien hizo la

foto.

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«Si la hice yo, significa que eraDaniel, ¿no? Ella no tendría por quéestar con su cuñado».

«A menos que Robert también laquisiera», intervino Elijah. «No, nohagáis caso. No quería decirlo en vozalta».

Aden se irguió.«¡Yo no era calvo!», insistió Julian.«Creo que eso es algo que todos los

calvos se dicen en alguna ocasión a símismos», comentó Caleb.

—Muy bien. Ahora estamostrabajando en equipo otra vez. Esto megusta. Vamos a seguir así.

«¿Por qué no viajamos atrás en el

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tiempo, como sugirió Mary Ann? Almomento en que fue hecha estafotografía», dijo Julian. «Demostraréque tenía pelo. Aden abrirá los ojos yestará en el cuerpo de Daniel. Con pelo.¿Había mencionado eso ya?».

—¿Se os ha olvidado cuántas vecesnos hemos despertado con padres deacogida mucho más malos que losanteriores? ¿O en una clínica mental dela que ya nos habían echado? Y en unaocasión despertamos con un nuevomédico, un psiquiatra que no erahumano, sino un hada disfrazada quequería matarnos.

«No. Pero…».

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—No hay «peros» que valgan. Leshe dicho a todos los demás que no, yahora os lo digo a vosotros. No, no, ymil veces no. Y ya está. Quien tomaraesta foto no tiene importancia.

«Eso no lo sabes».—Tú moriste en diciembre. Esa

fotografía se hizo en primavera. Y losdos sabemos que solo necesitas recordarel día en que moriste para que todo estofuncione.

Hubo un gruñido de frustración.«Bueno, pues no lo recuerdo.

Tenemos que hacer algo.Intentar algo».—Vamos a visitar otra vez a Tonya.

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La obligaré a hablar.«No. No quiero que ella sufra», dijo

Julian apresuradamente. «Bueno, ya séque tú no vas a hacerle daño, pero…

no sé. No quiero que sufra más».Aden se sintió intrigado. ¿Estaban

aflorando por fin los sentimientos deJulian? ¿Acaso había amado a aquellamujer? De repente, Aden se fijó en unasola palabra.

—Tú has dicho que no quieres quesufra más. Más. ¿Por qué estabasufriendo?

«Yo… yo… no lo sé».«Tal vez estéis pensando demasiado

en todo esto», intervino Caleb. «Si nos

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relajáramos un poco, las respuestasvendrían solas».

Aden dudaba mucho que pudierarelajarse en un tiempo cercano.

«Eh… Aden… Victoria está enpeligro», dijo Elijah.

—¿Qué? —dijo Aden, yautomáticamente miró hacia la puerta—.¿Qué le ocurre?

«Sé que estoy incumpliendo lapromesa que te hice, pero Tucker está enla habitación con una daga. Mary Ann yRiley también están ahí. Pensé quedeberías saberlo».

—¿Están bien?«En este momento, sí».

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Aden se quedó inmóvil. Si actuabaexplosivamente, tal vez Tucker lohiciera también. Tenía que pensar en unamanera de atacar que no pusiera enpeligro a los demás.

Intentó escuchar, pero solo oyó elsusurro de la ropa.

¿Por qué?—¿Cómo están situados en la

habitación? ¿Lo sabes?Pasaron dos segundos. Cuatro. El

sonido de la ropa aumentó, pero eso fuetodo.

«Riley y él están luchando condagas», dijo Elijah de repente. «Tienencortes muy profundos, y hay sangre por

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todas partes». Hubo un jadeo deespanto. «Victoria acaba de intentarsepararlos. Ahora está inconsciente.Mary Ann está…».

Junior comenzó a dar golpes contrael cráneo de Aden.

Victoria estaba herida. Nadie lehacía daño a Victoria.

Estaba tan concentrado endefenderla que ni siquiera se paró aabrir la puerta. La atravesó de golpe, ylas astillas salieron volando en todasdirecciones.

Se concedió un momento paraentender lo que estaba viendo y oyendo.O más bien, sin oír nada.

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Lo primero que advirtió fue que lahabitación y todos sus muebles estabandestrozados. Sin embargo, él no podíaoír nada más que el susurro de la ropa.A pesar de que los chicos estabanluchando como animales, lanzándose eluno al otro sobre las camas, al suelo,contra los armarios.

Aden se dio cuenta de que la ilusiónque estaba proyectando Tucker era paracontrolar el sonido.

Después notó que Tucker no estabaluchando con todas sus fuerzas. Extendíalos brazos y le permitía a Riley pegarlepuñetazos en la cara. Bueno, hasta que elinstinto de supervivencia hacía que

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reaccionara, tal vez sin pensarlo, yrespondía al hombre lobo.

El aire olía a sangre, y Junior sepuso frenético. En cualquier momentoiba a romperle el cráneo a Aden.

Mary Ann intentaba esquivar aTucker y a Riley mientras buscaba unarma por la habitación, y Victoria…Victoria estaba inconsciente en el suelo.Le salía sangre de la nariz.

«Nadie le hace daño. Nadie».Dentro de Aden estalló una rabia

asesina, tan fuerte que no pensó quepudiera contenerla. Nunca habíaexperimentado nada semejante, nisiquiera cuando luchó con Sorin. Iba a

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explotar…«¿Qué nos está pasando?», preguntó

Julian. Apenas se oía su voz entre losrugidos de Junior.

Aden se lanzó a la lucha; apartó aRiley con una mano y agarró a Tucker dela camisa con la otra. Tomó impulso y loestampó contra la pared.

Junior, al sentir que tenía la ocasiónde golpear, salió de su piel y rugiódirectamente a Tucker. Junior todavía noera sólido, y no causó ningún daño alintentar morder.

Tucker se quedó inmóvil,soportando los golpes. Tenía los ojoshinchados, y le faltaban dos dientes.

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Riley debió de recuperarse, porqueestaba junto a Aden un segundo mástarde. Junior ya había decidido queTucker le pertenecía y se giró paragruñir al hombre lobo y mostrarle unosdientes que se habían hecho sólidos.

Riley retrocedió, y Junior volvió aconcentrarse en Tuck-er. La saliva legoteaba de los colmillos afilados.

Tucker sonrió.—Recuerda… lo que me prometiste

—murmuró—. Protege…a mi hermano.Aden intentó impedirlo, pero era

demasiado tarde. Junior había salidocompletamente de él, y atacó. Tucker no

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forcejeó ni una sola vez. Entonces, lacabeza se le cayó hacia un lado. Teníalos ojos abiertos y vidriosos. El pulsodejó de latir en su cuello, porque ya notenía cuello.

De repente, el sonido volvió. Adenoyó un grito desgarrador, y oyó losgruñidos que emitía Junior mientrascomía. Oía los jadeos de Riley. Oía lossollozos de Mary Ann, y oyó larespiración de Victoria.

No podía mirar a ninguno de ellos.Si Junior decidía atacarlos…

—Riley, saca a las chicas de aquí —le dijo al lobo, mientras sujetaba almonstruo con los brazos—. Ahora

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mismo.—¿Dónde y cuándo nos reunimos

contigo?—Os llamaré cuando lo sepa.

Marchaos.Una pausa. Pasos. El chirrido de las

bisagras de la puerta. Aden permanecióasí hasta que Junior hubo terminado decomer. Sentía la satisfacción y el placerde la bestia. Y después, su malestar porel exceso de comida.

—¿Qué es lo que acaba de ocurrir?—susurró, mientras le acariciaba detrásde las orejas.

«Tucker quería morir», dijo Elijahcon tristeza. «Vlad no puede utilizar a su

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hermano contra él si está muerto».—Lo sé. Y había que detener a

Tucker, pero no de esta forma —dijoAden.

«Estas cosas pasan», dijo Caleb.«¿De verdad?», preguntó Julian.

«Porque yo no me acuerdo de habervisto nunca nada semejante».

Aden continuó acariciando a Junior,y la bestia se lo permitió sin atacar.Incluso se quedó dormida, y su cuerpose convirtió en una niebla que volvió aintroducirse en Aden.

Él se quedó allí inmóvil durante unlargo rato, rodeado por la sangre deTucker. Sabía que Junior era peligroso,

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pero aquello… No le había sido posiblecontrolarlo.

No podía volver a suceder.«Puedes tatuarte una marca, como

los otros vampiros», le dijo Elijah. «Esamarca mantendría a Junior dentro de ti,calmado, en silencio».

«¿Y por qué lo dices con tantatristeza?», le preguntó Julian.

«Controlar a la bestia es bueno».«Sí, pero la marca nos silenciaría

también a nosotros».«¿Cómo?», preguntó Julian.«¿Qué?», inquirió Caleb.«Seguiremos conscientes, como

Junior, pero no tendremos voz. No

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protestéis. Yo sabía que llegaríamos aeste punto, y quería estar seguro de queAden podía existir sin nosotros. Puede.Eres lo suficientemente fuerte, Aden, ylo suficientemente listo».

«Entonces, nos quedaremosatrapados al fondo de su mente», dijoCaleb con incredulidad.

«Eso no es justo», dijo Julian.«La vida no es justa».Así pues, Aden tenía que elegir entre

controlar a su bestia, que podía emergeren cualquier momento y matar acualquiera, incluso a quienes él quería, ydestruir a sus amigos. No, la vida no erajusta.

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—En este momento, Junior estásatisfecho y callado. Tal vez inclusotenga una indigestión. No tenemos porqué tomar ninguna decisión ahora.

«¿Qué quieres decir? No deberíahaber nada que decidir », le replicóCaleb.

Aden lo ignoró.—Vamos a limpiarnos y a buscar a

los demás. Tenemos que visitar a Tonya.«No tenemos coche», dijo Julian,

que lo olvidó todo ante la mención delnombre de la que podía ser su esposa.

«No lo necesitamos», respondióElijah. «Ya no».

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Cuando Aden les escribió un mensaje detexto para indicarles dónde iban areunirse, Riley ya había conseguido otrahabitación y estaba limpio de sangre yvendado. Victoria había recuperado elconocimiento, se había duchado y sehabía cambiado, pero tenía muchoshematomas. Mary Ann también se habíaduchado y se había cambiado, y estaba

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muy enfadada. Consigo misma, y contodos los que la rodeaban.

Tucker estaba muerto. Había muertode una manera violenta y espantosa, y noparecía que le importara a nadie.

Había causado mucho dolor, yhabría causado más de seguir vivo, peroparte de ella lamentaba su muerte.Lloraba al chico al que había conocido,que la había tratado con respeto yamabilidad y había hecho que se sintieraguapa.

El chico que nunca conocería a suhijo.

¿Cómo iba a contarle aquello aPenny? Tendría que llamarla y

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decírselo. Pero no en aquel momento.Tal vez después de haber asumido supropia pena.

Mary Ann no culpaba a Aden por loque había ocurrido.

Si no lo hubiera matado él, lo habríahecho Riley. No había término mediocon aquellas criaturas; o mataban, omorían.

Riley aumentaba su enfado por suforma de tratarla. Sin embargo, iba atener que decírselo directamente. Nopodía seguir sin dirigirle apenas lapalabra, y después lanzándose adefenderla con tal furia, como si todavíale importara. No iba a poder seguir

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manteniéndola a distancia, y despuésmirarla como si fuera una delicia.

Si las cosas habían terminado,habían terminado. Ella necesitabasaberlo para cortar todos los lazos.

Lo quería, y quería que formaraparte de su vida, pero se merecía que latrataran bien. No iba a morirse sin él. Losabía. Lo echaría de menos y lloraría,pero al final estaría bien. ¿Verdad?

La próxima vez que estuviera a solascon Riley iban a resolver aquel asunto.

Caminaron hasta el aparcamiento delalmacén vacío en el que debíanencontrarse con Aden. No había muchotráfico, lo cual era bueno. El sol se

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estaba poniendo y había sombras entodas direcciones. Otra buena cosa.

—Me pregunto si Aden… —empezóa decir Victoria. Sin embargo, seinterrumpió con un jadeo.

Aden apareció, simplemente. En unabrir y cerrar de ojos, estaba frente aellos, encorvado, intentando recuperarel aliento.

Podía teletransportarse. ¿Cuándohabía ocurrido aquello?

—Esto es un poco más difícil de loque había pensado dijo él, con larespiración entrecortada.

—¡Aden! —exclamó Victoria, ycorrió hacia él.

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Aden se irguió y abrió los brazos. Seabrazaron con fuerza, y ella escondió lacara en su cuello con un gesto de dolorpor las heridas.

—¿Estás bien? —le preguntó él.—Sí. Solo tengo un chichón en la

cabeza, porque Tucker me arrojó contrala pared. ¿Y tú?

—Estoy bien. Siento habermeenfadado tanto contigo.

Debería haber…—No, soy yo la que lo siento. Tenía

que habértelo dicho antes. No puedocreer que…

—Estaba celoso, pero si hubieraparado…

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Por el amor de Dios, estabanhablando a la vez, lo cual hacía casiimposible escuchar lo que decían.

Victoria posó las manos en lasmejillas de Aden.

—No tienes ningún motivo paraestar celoso, te lo prometo. Fue cosa deun día y nunca volverá a suceder. Nisiquiera fue demasiado bueno.

Mary Ann no sabía de qué estabahablando, pero Riley sí debía desaberlo, porque murmuró algo de que«no era culpa suya», y «mejor quebueno, como siempre».

Tardó un momento, pero a Mary Annse le encendió una bombilla en la mente.

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«Cosa de un día». «No volverá asuceder». «No demasiado bueno».«Mejor que bueno».

Sexo.Se dio la vuelta con una mirada

fulminante. Él se había cruzado debrazos y tenía una pose despreocupada.

—¡Me dijiste que Victoria y túnunca habíais tenido nada!

—Nos acostamos una vez. Eso no esprecisamente tener algo.

Entonces, ¿qué era?—¿Hay alguien con quien no te

hayas acostado?Riley se encogió de hombros.—Unas pocas desafortunadas, pero

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eso significa solo que todavía no las heconocido.

—¿De verdad que te vas a ponersarcástico ahora?

—¿Qué quieres que diga, Mary Ann?—¿Cuándo ocurrió? Dime eso.—Antes de que te conociera.—¿Antes de salir con su hermana?Riley asintió, como si no oyera, o no

le importara su disgusto.—Sí. Antes de eso. Yo nunca he

engañado a ninguna de mis novias, y nolo voy a hacer, así que estaconversación no tiene sentido.

Mary Ann agitó la cabeza. No era deextrañar que siempre se hubiera sentido

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celosa al verlos juntos. Y no era deextrañar que Victoria y él siempre sesintieran tan cómodos el uno con el otro.¡Se habían visto desnudos! Y, una vezque se había probado la fruta prohibida,era mucho más fácil tomarla una segundavez. Y una tercera.

Mary Ann era prueba de ello.¿Cuántas veces se había besado conRiley, cuando no debería haberlo hecho?

—Mira, fue algo embarazoso, ¿vale?Como ella misma ha dicho, no va ahaber ninguna repetición.

Como si con aquello lo arreglaratodo.

—¿Y por qué no me acuesto yo con

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Aden, y vemos qué pasa?Riley se inclinó hacia ella. Su tono

conciliador desapareció.—Tú no te vas a acostar con Aden

—dijo, con tanta furia contenida que aMary Ann se le puso el vello de punta.

Pestañeó de la sorpresa. Aquella noera la reacción que se esperaba de él.Significaba que todavía le importaba loque ella pudiera hacer, y con quién.

—¿Por qué? ¿Porque todavía soy tunovia?

Pasó un momento. La furia cesó, y élse irguió y recuperó el sentido común.

—Yo… no lo sé. Ninguno de los dossomos la misma persona que éramos

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hace unas semanas.Sinceridad. Bueno, eso era lo que

quería ella. Y quería más.—Dilo —le ordenó, para resolver

aquel asunto, pese a que tenían público.«Por favor, no lo digas. Por favor,

no digas que hemos terminado».A él le vibró un músculo bajo el ojo.

Era señal de su disgusto; algo que estabaocurriendo muy a menudo últimamente.

—Soy prácticamente humano. Ya nopuedo protegerte.

Si aquel era su único argumento,nunca podría librarse de ella.

—Lo has hecho muy bien en elmotel.

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—¿Y qué pasará cuando una manadade lobos decida que tú eres sualmuerzo?

—Entonces, si pudieras convertirteen lobo, ¿estarías conmigo cada minutodel día?

—No, por supuesto que no.—¿Me encerrarías?—No.—Entonces, ¿cómo me protegerías

de eso? Podría ser el desayuno decualquiera, o la comida, o la cenaaunque tú pudieras convertirte en lobo.Deja de dar excusas y di lo que los dossabemos que quieres decir.

«No me hagas caso».

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Él tenía la respiración acelerada, ylas ventanas de la nariz blancas por lafuerza de sus inhalaciones.

—Hemos… hemos…—¡Dilo!«No. No lo digas».Mary Ann notó que alguien le ponía

la mano en el hombro y se dio la vueltacon un gritito. Aden estaba a su lado conel ceño fruncido. Riley le rugió, se diocuenta de que era su rey, y se calmó.

—Vamos a casa de Tonya. Yollevaré a Victoria. Riley, tú lleva aMary Ann.

Mary Ann se ruborizó. Bien, ahora síle importaba su público.

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—¿Por qué quieres volver a casa deTonya?

—Ella sabe cosas que Julian y yo nopodemos encontrar en las fotografías.Así que, nos vemos allí dentro de…¿media hora?

Tiempo suficiente para que elloshubieran resuelto su problema.

Riley asintió.—De acuerdo.—Bien.Aden y Victoria se alejaron tomados

de la mano.Era el mejor momento de continuar.—Vamos —le dijo Riley a Mary

Ann, y echó a andar en dirección

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contraria. Rodeó una esquina, seguidopor ella, y eligió el coche que iba arobar.

Al poco tiempo estaban de caminopor carretera, entre el tráfico.

—Ve más despacio.—En un minuto.Él nunca había conducido de un

modo tan errático. Por lo menos, conella.

—Si yo dijera lo que tú no quieresdecir, ¿aminorarías la velocidad?

Él apretó tanto el volante que losnudillos se le pusieron blancos.

—No necesito que lo digas tú.Puedo hacerlo yo.

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—Entonces, hazlo.—No puedo —dijo él,

contradiciéndose—. Lo intento, y unaparte de mí quiere hacerlo, pero nopuedo.

—¿No puedes perdonarme por loque hice? ¿Por lo que tú me pediste quehiciera?

—Ese no es el problema, Mary Ann.Si no hubiera hecho lo que hice, si tú nohubieras hecho lo que hiciste, noestarías viva. Y yo prefiero que estésviva, y que mi animal es-té muerto, y noal revés.

—Ojalá pudiera devolvértelo.Sin embargo, lo había absorbido, y

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seguramente lo había masticado y lohabía digerido, porque no lo sentíadentro de sí. A ningún nivel.

—No puedes —le dijo él,confirmándoselo.

—Si ese no es el problema,entonces, ¿por qué estás tan enfadadoconmigo?

—Ya te lo he dicho. Así no puedoprotegerte.

—Riley, nunca me has gustadoporque pudieras protegerme. ¡Megustaste por lo bueno que estás envaqueros!

—Qué graciosa —dijo él. Habló consarcasmo, pero no pudo evitar que los

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labios se le curvaran en una sonrisa.—Pero es cierto.Él se puso serio otra vez.

Demasiado deprisa.—Mi manada y los vampiros…

Todos te odian, y te temen.Quieren matarte.—¿Aunque ya no sea una

embebedora?—Sí. Un embebedor nunca se ha

rehabilitado. No van a creer que ya noeres peligrosa para ellos.

Y parecía que él tampoco.—Hace unas pocas semanas,

también habrías dicho que nuncaseguirían a un rey humano, y míralos

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ahora.Él la miró de reojo, y por fin,

aminoró la velocidad. Todavía ibarompiendo la barrera del sonido, peroella se esperanzó de todos modos.

—¿Quieres estar conmigo? Porquesegún recuerdo, eras tú la que merechazaba una y otra vez.

—Sí. Quiero estar contigo.—Y si empiezas a embeber de

nuevo, ¿volverás a huir de mí?—Yo…Demonios, no tenía respuesta para

él. ¿Lo haría, o no?No lo sabía. Pero ya no importaba.

Unas luces azules y rojas

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resplandecieron tras ellos, y se oyó unasirena.

—Creo que nos va a parar lapolicía.

Riley frenó hasta que el coche sedetuvo a un lado de la calzada.

Ella sintió pánico.—¿Sabe que es robado? ¿Por eso

nos para?—No, porque en ese caso nos

estaría apuntando con la pistola. No tepongas nerviosa y no digas nada.

Unos minutos después, el policíaestaba junto a su coche, con el codoapoyado en la ventanilla. Mary Annestaba a punto de sucumbir a un ataque

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de pánico.—¿Sabes lo rápido que ibas, hijo?—No —dijo Riley, como si no le

importara.—A sesenta kilómetros por encima

del límite de velocidad.—¿Quiere decir que la señal no era

solo una sugerencia?A ella le dieron ganas de soltar una

palabrota. ¿Por qué se ponía tanarrogante?

El policía la miró a ella, y frunciólos labios.

—La documentación del vehículo.Ahora mismo.

—No puedo dársela —dijo Riley—.

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Este coche no es mío.Mary Ann quiso gritar. ¿Qué estaba

haciendo? ¿Acaso quería que losarrestaran?

—¿Qué estás diciendo, hijo?—Que no sé de quién es —

respondió Riley, y sonrió—. Lo hetomado prestado.

Y… entonces fue cuando el policíasacó el arma.

¿Dónde estaban? Había pasado ya lamedia hora y Riley y Mary Ann noaparecían. No habían mandado ningúnmensaje y no habían respondido a susllamadas ni a sus mensajes.

—Deberíamos ir a buscarlos —le

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dijo Victoria a Aden—.Después, tú puedes

teletransportarnos al lugar al quetengamos que ir.

—Seguramente, estarán discutiendoy habrán perdido la noción del tiempo—replicó Aden—. Vamos. No losnecesitamos para esto.

—Seguramente, tienes razón.Riley nunca había tenido que

trabajar para conseguir a una chica, asíque probablemente era bueno que MaryAnn se le resistiera.

Al verlos juntos, al ver que Riley lamiraba con aquel deseo cuando pensabaque nadie lo estaba observando,

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Victoria había dejado de culparla por loque le había ocurrido a su amigo.Claramente, se necesitaban el uno alotro.

Aden le dio un beso rápido y subiócon ella los escalones del porche.Entonces, llamó con firmeza a la puerta.

Pasaron varios segundos. Victoriano vio ni oyó nada, pero Aden sí debióde oír algo, porque dijo:

—Va a abrir la puerta, Tonya, y nosrecibirá en su casa.

Entonces, la puerta se abrió y en elumbral apareció Tonya con los ojosvidriosos. Se apartó para dejarles paso.

Aden llevó a Victoria hasta el salón.

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El mobiliario estaba limpio, aunque eraviejo. La tapicería del sillón estabadescolorida y, la mesa de centro,rayada. De hecho… Victoria observólas revistas que había sobre aquellamesa.

Estaban amarillas; eran de diecisieteaños antes.

Aden se sentó en el sofá.—Julian se está volviendo loco —

murmuró—. Reconoce los muebles. Estáclaro que ha pasado mucho más tiempodentro que fuera.

—Bueno, cabe la posibilidad de queel interior esté exactamente igual queestaba antes de que él muriera —dijo

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Victoria, y señaló las revistas.—Vaya. Interesante.Tonya se sentó frente a ellos.—¿Qué queréis?Soltó las palabras entre dientes,

como si estuviera luchando contra elhecho de tener que hablar con ellos. Yaquellas sombras… estaban en sus ojos,y se ondulaban salvajemente.

—Primero, quiero que sepa que nole vamos a hacer ningún daño —le dijoAden—. ¿Lo entiende?

Ella frunció el ceño.—Sí, pero no lo creo.—Muy bien. Se lo demostraré.—¿Qué queréis? —preguntó ella, y

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sorpresa, su voz sonaba menos hostil.—Respuestas. La verdad sobre su

marido y su cuñado.Dígame lo que quiero saber y la

dejaremos en paz.—No me gusta hablar sobre mi

querido Daniel, y sobre esa rata deRobert.

Adoración mezclada con repulsión.Volvió a fruncir el ceño, y las sombrasse aceleraron.

—Siempre los llamaba así. Y sientoeso, también. Quería a mi marido, yodiaba a su hermano, pero… Pero nosiempre me sentí así. Es decir, nuncaquise a Robert, pero me cayó bien. Y

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recuerdo haber querido divorciarme deDaniel —dijo, y puso cara de confusión—. O tal vez solo lo soñé, porque loquiero mucho. Siempre lo querré.

Aden se frotó las sienes. ¿Estabagritando Julian?

—Hábleme de ellos.—Eran… mellizos. Daniel trabajaba

en la morgue del hospital… y Robert eraun embaucador. Sí, eso es —dijo ella, ycontinuó con más facilidad—. Mi Danielno tenía celos de su hermano.

Y, sin embargo, parecía que aquellaspalabras habían sido ensayadas, como siestuviera repitiendo algo que le habíandicho una y otra vez. Y tal vez fuera así.

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Aquellos libros de hechizos… Lassombras que había en sus ojos… El auranegra y desvaída que había mencionadoRiley.

Tal vez las emociones de Tonya y sulealtad inquebrantable fueran inducidaspor la magia.

Sí. Era eso, pensó Victoria conhorror.

Aden y ella se irguieron en el sofá,al mismo tiempo.

—Creo que sé lo que pasó —dijeronal unísono.

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Los recuerdos inundaron a Aden.Ninguno de ellos era suyo, sino deJulian. Y todos eran devastadores. Sellamaba Robert Smart. Sí, era calvo yllevaba gafas. Daniel era el guapo, elfuerte, el listo, pero nunca había sido elpreferido, y siempre había tenidoenvidia del talento de Robert con elmundo sobrenatural.

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Así que se había refugiado en loslibros de hechizos, de la magia negra, delo oculto, hasta llegar al sacrificiohumano.

El sacrificio de Robert.La gente normal nunca hubiera

pensado en tomar aquel camino, peroDaniel nunca había sido normal. Suspadres adoraban lo místico, creían en laadivinación, en la Ouija y en losencantamientos de cualquier tipo.

Quizá aquel fuera el motivo por elque habían querido más a Robert. Y talvez, por eso Daniel había decididomatarlo.

La noche del doce de diciembre,

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Daniel había llamado a Robert y lehabía pedido que fuera al hospital.Robert había ido porque quería que suhermano entrara en razón.

había apuñalado con saña mientrasintentaba absorber las habilidades deRobert en su propio cuerpo.

Sin embargo, Robert había sidoabsorbido por Aden; su pasado habíaquedado enterrado, y su mente habíarenacido, antes de que su mellizohubiera podido conseguir su objetivo.

Para intentar vencer a su hermanodurante aquellos minutos finales, Roberthabía hecho algo. Durante su vida habíaaprendido a controlar su capacidad de

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despertar a los muertos, y habíadespertado a los difuntos de la morgue.Varios de ellos se habían comido sucadáver por completo, y el resto habíamatado a Daniel antes de que llegaraayuda.

Sin embargo, antes de que todo esoocurriera, Daniel ya había hechizado aTonya para conservar su amor eterno.

—Eh… Aden —dijo Victoria.«Yo la quería», dijo Julian al mismo

tiempo, entristecido por aquellosrecuerdos, «pero ella nunca mecorrespondió. Lo quería a él, y pagó porello. Se dio cuenta de que Daniel estabaloco, y quiso dejarlo, pero ya era

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demasiado tarde. Entonces fue cuando élla maldijo para que lo quisiera siempre.Al final, lo único que yo quería eraliberarla. Y lo habría conseguido, si mipropio hermano no me hubieratraicionado».

—Entonces la liberaremos ahora —dijo Aden.

Él también se puso muy triste. Alhacer aquello liberaría también a Julian.Al listillo y divertido Julian, a quien éladoraba. A quien quería conservar parasiempre. Perder a Eve le había dolidomucho. Perder a Julian sería inclusopeor. Julian era como su hermano.

—¿Aden? —dijo nuevamente

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Victoria.«Pero, ¿cómo?», preguntó Julian.

«Necesito saber cuál fue el hechizo queusó Daniel, y no lo sé. No estaba allí.Ese es el verdadero motivo por el quefui al hospital: para intentarsonsacárselo».

—Aden, por favor.«¿Y si viajaras a su vida pasada?

Podríamos oír el encantamiento queutilizó».

—¡Aden!«Espera, espera, espera», dijo

Elijah, antes de que Aden pudieraatender a Victoria. «Si viaja a la vidapasada de Tonya y ve por sus ojos, y

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oye por sus oídos, él, y nosotrostambién, todos podríamos quedarhechizados para amar a Daniel. Y nocreo que queramos eso».

«Y también puede que no sucedanada por el estilo.

Merece la pena correr el riesgo»,dijo Julian.

«No volvió por mis brujas, y no va avolver por tu humana », dijo Caleb.

«Nos dijo que haría cualquier cosapor ayudarnos», replicó Julian.«Corrígeme si me equivoco, pero viajaren el tiempo entra en esa categoría».

—Chicos, por favor. Tiene quehaber otro modo. ¿Cuántas veces tengo

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que decir que viajar en el tiempo espeligroso?

—¡Aden! —exclamó Victoria, y lozarandeó.

Aden se obligó a salir de suensimismamiento y volver a lahabitación.

—Victoria…Se quedó sin palabras.Su padre estaba sentado junto a

Tonya, que estaba demasiado tranquila,y tenía una pistola apoyada en el muslo.

Estaba apuntando a Aden. Alinstante, Aden se puso en pie delante deVictoria, para protegerla. Junior rugióde nuevo, como respuesta a la reacción

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de Aden.Aden respiró profundamente e

intentó mantener la cabeza clara. No ibaa permitir que las emociones lodominaran en aquella ocasión.

—¿Cómo me has encontrado?—¿Es que piensas que entre las

marcas que te hice no te iba a poner unaque me permitiera seguir tu rastro?

Aden se dio cuenta de que Joesiempre había sabido dónde estaba. Supadre, simplemente, había elegido noverlo hasta aquel día. «No reacciones.Eso es lo que él quiere».

—Y ahora, si quisiera hacerle dañoa tu novia, ya se lo habría hecho —dijo

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Joe, tocando ligeramente el gatillo de suarma—. Siéntate.

—Lo siento —susurró ella.—No tienes por qué.—Se coló aquí, y…Aden alargó el brazo hacia atrás

para apretarle la rodilla.—Yo estaría quieto, si fuera tú —

dijo Joe—. El más mínimo movimientome pone nervioso.

Tonya no se había movido, ni habíadicho nada durante aquellaconversación. No estaba muerta, perotampoco estaba allí enteramente.

—La he drogado —dijo Joe, al notarque Aden se fijaba en la mujer—. Una

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inyección, y ya está. Uno aprende a usartodas las armas que puede cuando tieneque huir siempre para salvar la vida.

Parecía que el primer peligro habíapasado. Claramente, lo siguiente eraconversar.

—Estás amargado. Teniendo ya tuedad, deberías haberlo superado. Haygente que tiene vidas mucho másdifíciles que la tuya.

Junior empezó a rugir y ensordeciólas voces de las almas.

Joe arqueó una ceja.—¿Te refieres a ti mismo? ¿Crees

que tu vida es más dura que la mía?«No reacciones».

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—Me refiero a que eres un infantil.Y deberías ver lo que le pasó al últimotipo que me apuntó con un arma. Ah,espera. No puedes. Está muerto.

Joe se puso una mano sobre elcorazón.

—Mi hijo, un asesino. Qué orgullosoestoy.

Era la primera vez que Joereconocía su vínculo con él. Y hacerlode aquel modo, lleno de sarcasmo yrechazo, bueno, era un arma más dañinaque la pistola.

—Así que tú nunca has matado endefensa propia, ¿verdad? —le espetóAden.

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«Estás reaccionando».Respiró profundamente.Victoria lo tomó de la mano. Estaba

temblando, aunque tenía una expresiónde serenidad. Junior volvió a rugir. Pormucho que Aden despreciara a aquelhombre, no quería que se convirtiera enla merienda del monstruo.

—A propósito, tus conversacionescontigo mismo son mucho másinteresantes ahora que cuando tenías tresaños —dijo Joe, y miró a Victoria—.¿Sabes cuál fue su primera palabra?Lijah. ¿Y la segunda? Ebb. ¿Y latercera? Jewels. Y la cuarta, Kayb. Sí,tenía un ligero problema de

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pronunciación.«¿Y fui el último?», preguntó Caleb.

«Gracias por tanto amor, Hay-den».Aden ignoró lo que le estaba

diciendo el alma para no distraerse. Enlas palabras de Joe no había afecto.Solo estaba narrando los hechos conobjetividad. Sin duda, Joe estabadispuesto a desollarlo y dejarlosangrando por dentro.

Asesinato con palabras. Erainteligente. A nadie podían meterlo en lacárcel por eso.

Victoria chasqueó la lengua.—¿Sabes, Joe? ¿Te importa que te

llame Joe? Seguramente, Aden dijo

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primero los nombres de las almasporque eran mejores padres y amigospara él de lo que tú fuiste jamás. Esevidente, ¿no te parece?

Joe apretó la mandíbula, y Aden leapretó la rodilla a Victoria paraadvertirle que dejara de provocar a unidiota con un arma.

—Ya está bien de charla. Vamos algrano —dijo Joe—. ¿Por qué quieresviajar al pasado de esta mujer?

—No quiero hacerlo —dijo Aden.Sin embargo, ¿por qué no iba a contarleel resto? Él no estaba haciendo nadamalo—. Pero ella está hechizada, ytengo que liberarla de ese hechizo. Y

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para conseguirlo, necesito saber cuál es.—¿Es que no sabes distinguirlo?—¿Acaso tú sí?—Entonces, puedes viajar al

pasado, parece que eres el rey de losvampiros y de los lobos, ¿y no puedesoír el eco de un hechizo? ¿No sientes lasvibraciones de su magia?

—¿Acaso tú sí? —repitió Aden—.Espera, no me lo digas.

También me tatuaste una marca paraeso.

Joe negó con la cabeza.—Práctica. Y de todos modos, ¿por

qué te interesas por esta mujer? Ella noes nada tuyo.

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—No me interesa.«Eh», dijo Julian.Joe frunció el ceño.—Entonces, ¿por qué…?—A mí no me interesa, pero a una

de las almas de mi cabeza sí.«Bueno, eso sí puedo aceptarlo».—Las almas. Claro. Siempre las

quisiste por encima de to-do —dijo Joe,y se volvió hacia Tonya—. Sé amable ytráeme papel y lápiz, cariño.

—Sí, por supuesto —dijo ella,arrastrando las palabras al hablar. Sepuso en pie y se alejó.

Victoria hizo ademán de seguirla,pero Joe negó con la cabeza.

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—¿Es que no tienes miedo de queescape? —le preguntó Victoria.

—No. La droga abre su mente a lasugestión. Hará lo que se le ordene.

Victoria lo observó atentamentedurante un momento.

—¿Sabes, Joe? Eres peor que mipadre, y creía que eso no era posible. Élme daba latigazos, y muchas veces lohacía solo por diversión.

—¿Sí? ¿Y quién es tu padre, cielo?Aden volvió a apretarle la rodilla

para que se mantuviera en silencio. Joeodiaba a las criaturas del mundosobrenatural, y cabía la posibilidad deque quisiera castigar a Victoria por su

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origen, o por los pecados de los demás.Joe sonrió ligeramente, y se contentó

con dejar pasar el misterio.—Has elegido una chica

problemática con traumas parentales.Supongo que nos parecemos más de loque nunca pensé.

¿Qué le estaba diciendo? ¿Que lamadre de Aden tenía problemas? ¿Queella también tenía traumas a causa de suspadres? Deseaba preguntárselo contodas sus fuerzas. Pese a todo, anhelabasaber cosas sobre su madre.

Las pocas veces que se habíapermitido a sí mismo pensar en ella, sehabía preguntado cómo era, si había

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estado tan dispuesta a abandonarlo comoJoe, o si quería quedarse con él. ¿Dóndeestaría? ¿Qué estaría haciendo en aquelmomento?

¿Era la mujer a la que habían vistoRiley y Mary Ann aquel día, con Joe, enla furgoneta?

—No preguntes —dijo Joe conaspereza, como si hubiera adivinado ladirección que estaba tomando supensamiento.

En aquel momento, Tonya regresócon el papel y el lápiz y le entregóambas cosas a Joe antes de sentarse a sulado.

Joe comenzó a escribir, aunque sin

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soltar el arma. Cuando terminó, puso elpapel sobre la mesa.

Miró a Aden a los ojos.—Ahora ya no puedes decir que

nunca te he ayudado.«No reacciones».No pudo evitar que se le acelerara el

corazón de la sorpresa.—¿Qué es eso?—El billete a la libertad de la

señora Smart.¿Verdad o mentira? De cualquier

modo, Aden dijo:—Vaya, te has ganado el premio al

mejor padre del año.Joe frunció el ceño y se inclinó

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hacia Tonya.—Tonya, vas a ser una buena chica.

Escucha a Aden y haz lo que él te diga,¿de acuerdo?

—Sí. Haré lo que él me diga.Entonces, Joe miró a Aden.—Los hechizos son indestructibles a

menos que quien los hace se reserve unapalabra para anularlos. Yo oigo en mimente el hechizo que hizo ese tal Daniel,y él dejó previsto un modo dedeshacerlo. Seguramente fue por sidejaba de amarla y quería librarse deella. O castigarla. O hacerle daño.Siempre hay un motivo, pero yo nopuedo interp-retarlo. En cualquier caso,

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su liberación está en las palabras que heescrito en este papel.

Aden no iba a darle las gracias alhombre. Demasiado poco, y demasiadotarde.

—No intentes encontrarme a mí,Aden, ni a tu madre. Seguro que tusamigos te dijeron que han visto juguetesen la casa. Sí, tienes una hermanapequeña. Pero no puedes verla. Ella noes como tú, y solo le causarías dolor ysufrimiento.

Sí, sus amigos le habían contado lode la niña, pero al oír las palabras«hermana pequeña» y darse cuenta deque nunca iba a verla, tuvo ganas de

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echarse a llorar.—Por eso he venido —dijo Joe, sin

preocuparse de las heridas que estabainfligiendo—. Para decirte que noocurrirá nada bueno si la buscas.

Junior comenzó a dar golpes contrasu cráneo.

«Tranquilo. Vamos, tranquilo».—No me mataste, y yo no te he

matado a ti —dijo Joe—. De-jémosloasí, y separémonos para siempre.

—Por lo menos, dale una fotografíade su madre y de su hermana —dijoVictoria.

—No. Lo mejor es cortar todos loslazos. Créeme.

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Con aquellas palabras, Joe se pusoen pie y salió del salón. Aunque sedetuvo en la puerta durante variossegundos, como si tuviera algo más quedecir, finalmente no lo hizo. Se marchó ycerró de un portazo.

¿Cómo era posible que Joe lehiciera algo así? ¿Cómo podíaabandonarlo así, otra vez? La preguntamás inquietante de todas fue, sinembargo, ¿cómo habría podido ser suvida si Joe lo hubiera querido, lohubiera tenido consigo y le hubieraenseñado a sobrevivir?

Junior estuvo a punto de romperlelos tímpanos con su siguiente grito.

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«Tranquilo, tranquilo».Tonya permaneció sentada, sin

inmutarse.Victoria lo abrazó, se sentó en su

regazo y lo estrechó.—Lo siento. Él no te merece.Seguramente, Victoria también se

había dicho a sí misma aquellaspalabras después de que su padre lehubiera roto el corazón. Aden la abrazó,y dejó que ella lo consolara, inhaló suolor delicioso y notó que se le hacía laboca agua. Sin embargo, no se permitióprobar su sangre.

Poco a poco, se calmó, y Juniortambién.

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«Aden, por favor», estaba diciendoJulian.

Julian. Su amigo. Tenía queayudarlo. Besó a Victoria en la sien, ladejó sobre el sofá, tomó el papel y loleyó. Se acercó a la mujer y se agachófrente a ella.

—Mírame, Tonya.Ella obedeció.«¿Va a funcionar?», preguntó Julian.

«Tiene que funcionar ».Aden no estaba seguro de si tendría

efecto algo tan sencillo como lo quehabía propuesto su padre. Sin embargo,dijo:

—Tonya Smart, tu corazón es tuyo.

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Tu alma es tuya.Puedes amar, puedes morir, pero la

verdad te hará libre.Ella lo miró con desconcierto.«¿Por qué no ha ocurrido nada?»,

preguntó Julian.—Todavía está drogada —dijo

Victoria—. Tal vez eso impide quereaccione.

—Lucha contra la influencia de ladroga —le dijo Aden, y, al igual que enotras ocasiones, la mujer obedeció.

Los ojos se le aclararon, y dejaronver las sombras que se retorcíanviolentamente en ellos. Gritó, y todo sucuerpo se estremeció. Se agitó y se

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encorvó. Tembló, gimió y crispó losdedos.

Aden se apartó de ella, porque nosabía cómo ayudarla.

«Haz que pare», le rogó Julian.—No puedo.Lo único que Aden podía hacer era

observar con horror como aquellassombras salían por los poros de su piely que se elevaban por encima de ella enuna niebla oscura, entre gritos queresonaban por la habitación.

Aden volvió junto a Victoria, y susmovimientos debieron de asustar a lassombras, porque salieron disparadashacia el techo y lo atravesaron. Cuando

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desaparecieron, solo quedó el silencio.Tonya se desplomó sobre su asiento,

se deslizó hasta el suelo y se quedó allí,jadeando. Estaba empapada en sudor yenrojecida. Estaba llorando.

—Yo… él… ¡Oh, Dios mío! —sollozó.

Victoria se inclinó hacia ella, peroTonya retrocedió frenéticamente.

—¡No me toques! ¡Salid! ¡Salid demi casa! ¡Os odio! ¡Os odio a todos! Loodio. Odio, odio, odio.

Los sollozos se intensificaron, y ellaestuvo a punto de ahogarse.

—Julian… Robert —dijo Aden—.¿Quieres que le diga algo?

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Una pausa.«No. Ahora no lo escucharía, y

además, no sé qué puedo decirle. Ya nola quiero como la quise, pero no deseoque se pudra en la prisión que leconstruyó Daniel. Ahora es libre», dijoJulian. «Es verdaderamente libre, y esoes lo que importa».

A medida que hablaba, su voz sehabía hecho más suave, más baja.

Se estaba marchando. Aden se diocuenta y tuvo que contener un sollozo.

«No te marches», quiso decirle. «Noestoy preparado».

Sin embargo, se guardó aquellaspalabras. No tenía por qué cargar a

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Julian con ellas.—¿Cuánto tiempo te queda?«No mucho», susurró Julian.Victoria tomó a Aden de la mano.—¿Aden?—Vamos —dijo él.Estaba temblando cuando salieron

de la casa. Podría haberlosteletransportado, pero sus emocionesestaban muy alteradas, y no sabía dóndeiban a aterrizar.

Hacía frío, y se avecinaba unatormenta. El cielo estaba oscuro yencapotado. Aquel tiempo encajabaperfectamente con su estado de ánimo.Los condujo hacia un bosquecillo, y allí

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cayó de rodillas.—¿Julian?«Sigo aquí. Y quiero que sepas…

que te quiero, Aden».—Yo también te quiero.«Gracias por todo. Has sido un

anfitrión estupendo, y nunca teolvidaré».

De nuevo, Aden quiso rogarle queno se marchara, pero no lo hizo.Acababa de perder a Joe, aunque enrealidad no quisiera formar parte de lavida de aquel hombre, pero ¿perdertambién a Julian? Le ardían los ojos.

—Has sido un gran amigo.«Julian», dijo Elijah, en un tono

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triste y alegre a la vez.Aden lo entendía. Estaba triste por sí

mismo, pero contento por su amigo.«Nunca te olvidaremos».

«Tío», dijo Caleb. «Sabía que erasel que intentaba disimular la calvicie».

Julian se echó a reír.«Os quiero, chicos. Os quería

incluso cuando erais un grano en eltrasero».

Caleb fue el que se rio en aquellaocasión.

«Creo que deberías expresarlo deotra forma. Tú no tienes trasero».

—Te voy a echar de menos —dijoAden suavemente. Le temblaba tanto la

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barbilla que casi no pudo pronunciaraquellas palabras—. Si ves a Eve,salúdala de nuestra parte.

«Lo haré. No puedo creer que nosestemos despidiendo.

No puedo creer que no vaya a verosmás. Que nunca vaya a oír a Caleb otravez haciendo el libidinoso, ni a Elijahaguando la fiesta. Aden, eres la personamás honorable y afectuosa que heconocido. Estás buscando tu caminohacia la luz. No soy adivino, pero veoque tu futuro encierra cosas muygrandes, amigo mío. Lo sé».

Aden notó que le resbalabanlágrimas ardientes por las mejillas.

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—Volveremos a vernos —dijo. Nopodía pensar en lo contrario, porque semoriría.

«Os quiero mucho», repitió Julian.Después se marchó. Aden sintió su

ausencia hasta en los huesos.Otra despedida para la que no estaba

preparado.Victoria lo abrazó y lloró con él. No

supieron cuánto tiempo pasó.Cuando ambos se calmaron, ella

susurró:—Vamos a buscar a Riley y a Mary

Ann y volvamos a casa, Aden.—Sí. Volvamos a casa.

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—¿Qué te has hecho?Aquellas fueron las primeras

palabras que oyó Mary Ann de boca desu padre, después de semanas de nohaberlo visto. Y supo que eran elpreludio de todo tipo de problemas.

Iba sentada con él en el coche. Élhabía pagado la fianza y la había sacadode la comisaría. No estaba muy segura

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de lo que había pasado, solo sabía quela habían esposado y se la habíanllevado a la comisaría central de Tulsa.Allí la habían encerrado en una celda yla habían interrogado durante horas,aunque ella no había respondido nada.

Después le habían quitado lasesposas y se la habían entregado a supadre. Que no le había dirigido lapalabra hasta aquel momento.

Ella no les había dicho a lospolicías cómo se llamaba, ni cuál era sunúmero de teléfono, así que debía dehaberlo hecho Riley. Y había propiciadouna reunión por la que ella quería darlelas gracias, y al mismo tiempo,

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abofetearlo.En cuanto había visto a su padre,

había sentido el im— de tensiónalrededor de la boca. Llevaba la ropaarrugada y con manchas de café.

Sin embargo, Mary Ann no lo habíaabrazado, porque no sabía si sufriría undescontrol de sus emociones ycomenzaría a absorber su energía vital.

Racionalmente, sabía que eso nopodía ocurrir, pero tenía miedo.

—¡Mary Ann! Te estoy hablando. Tehas marchado de casa sin avisar, no mehas llamado ni una sola vez. Estabamuerto de preocupación. Te he buscado,he rogado a la policía que me ayudara,

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he repartido carteles… Y todo porque túestabas por ahí con ese… con ese…

Su padre estaba tan furioso queapretó el volante hasta que los nudillosse le pusieron blancos.

Ella se sintió muy culpable, perodijo:

—No podemos dejar a Riley ahí.Tenemos que volver.

Ya se lo había dicho mil veces, peroél la había ignorado.

Riley podía cuidar de sí mismo, yella lo sabía. Sin embargo, le parecíamal dejarlo solo. Aunque él hubieraprovocado su arresto.

Mary Ann sabía que lo había hecho

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intencionadamente, pero no sabía porqué. Riley siempre tenía un motivo parahacer las cosas. La próxima vez que loviera, lo averiguaría.

—Por favor, papá. Da la vuelta.Al menos, él no la ignoró en aquella

ocasión.—Podemos dejarlo, y vamos a

dejarlo. No me importa un comino tuamigo delincuente. Ese chico es undescarriado que vive según sus propiasreglas. Robó un coche, Mary Ann.¡Mientras tú estabas con él! Y deberíasempezar a rezar para que esos tatuajespuedan borrarse con agua y jabón.

El sentimiento de culpabilidad

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aumentó.—Lo… Lo siento.—¿Que lo sientes? ¿Eso es todo lo

que tienes que decirme?—Papá…—No. No hables más. ¿Te has

drogado?—No. No me he drogado.—¿Y esperas que te crea?—Sí.—Bueno, pues no te creo. Ya no sé

quién eres. Así que vamos a averiguarlojuntos. Incuestionablemente.

—¿Qué vas a hacer? ¿Me vas allevar a hacer análisis?

Él se quedó en silencio, y siguió

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mirando hacia delante.Muy bien. Ella también lo ignoraría.

Se puso a mirar por la ventanilla y viopasar los árboles. El cielo estabacubierto; se estaba preparando unatormenta. Vio una señal que indicabauna localidad que no estaba en eltrayecto de su casa.

—¿Adónde vamos?—Está claro que yo no puedo

ayudarte, así que voy a llevarte congente que sí puede hacerlo. Por muchoque tar-demos en conseguir que vuelvasa la normalidad.

Ella sintió una punzada de miedo.—¿De qué estás hablando?

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—De un reconocimientopsiquiátrico, de un grupo de terapia, yde medicación, si es necesaria. Hay queaveriguar cuál es la raíz de tu problema.¡Quiero recuperar a mi hija!

—Papá…—No. No quiero oír nada. He estado

esperando noticias tuyas durante días,semanas, y solo he tenido preocupación.No podía comer, ni dormir, ni trabajar.Pensaba que te habían secuestrado.Pensaba que te estaban… violando, otorturando. ¿Y qué me encuentro? Que telo estabas pasando bien. Esto no espropio de ti. Eso significa que te haocurrido algo, y si no quieres hablarme

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de ello, tendrás que contárselo a otraspersonas.

—Papá, no hagas esto. Por favor.—Ya lo he hecho. Es la única

manera de poder sacarte de esto sin quetengas que ir a un juicio, ni pasar unatemporada en la cárcel.

No. No, no, no.—Siento haberte hecho daño, papá,

de verdad, pero tienes que confiar en mí.Tienes que…

—¿Que confíe en ti? Ni lo sueñes.La confianza hay que ganársela, y tú nohas hecho más que pisotear la mía.

Nunca había visto a su padre tanherido, tan furioso. No iba a poder

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comunicarse con él.—Ya no soy una niña. No puedes

encerrarme sin mi permiso.—No eres mayor de edad, y puedo

hacer lo que quiera.Estás a punto de suspender el curso.

¿Por qué? Porque te has mezclado con lagente equivocada. Así pues, voy acambiar tus hábitos por la fuerza.

—Papá…—Desde que te hiciste amiga de ese

tal Haden Stone, has cambiado. Te hasvuelto más difícil. Dejaste a tu novio yte pusiste a salir con un criminal.

Si él supiera la verdad…—Riley no es un criminal. Es un

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buen chico. No puedes juzgarlo por esto.—Tú sigue diciéndome lo que no

puedo hacer. Pero vas a aprender, oh,hija mía, vas a aprender.

Ella apretó los dientes e intentócalmarlo de otra forma.

—No voy a suspender. Solo heperdido un par de semanas, y puedorecuperarlas fácilmente.

—Sí, puedes, pero harás todo esetrabajo en rehabilitación.

—¿Rehabilitación? —preguntó MaryAnn, y estuvo a punto de echarse a reír—. Ya te he dicho que no me estoydrogando.

—Ya lo veremos.

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De repente empezó a llover, y lasgotas de agua chocaron contra elparabrisas. Su padre aminoró un poco lavelocidad.

—Y cuando sepas que no me estoydrogando, ¿me llevarás a casa?

—No. Te vas a quedar allí. No es unlugar para drogadictos. Es un lugar parachicos que se han metido en líos, y queno pueden salir de ellos sin ayuda.

Una clínica mental. Iba a encerrarlaen una clínica.

—Papá, no puedes…—Ya está hecho, Mary Ann —

repitió él—. Ya está hecho.—¿Cuánto tiempo? —preguntó ella,

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con un gran nudo de angustia en elestómago.

—El tiempo que sea necesario.Riley se paseó por las calles oscuras

del centro de Tulsa, bajo la lluvia.Llevaba las manos en los bolsillos ytenía el pelo calado, aplastado en lacabeza. Al respirar se formaba vahodelante de su rostro. Pasaron unoscuantos coches por la carretera, pero nohabía casi ningún peatón.

La gente buena y lista de aquellaciudad ya se había refugiado en el calorde su casa. Seguramente, Mary Anntambién estaba caliente y seca,dirigiéndose hacia su casa.

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Como él quería.Se la había devuelto a su padre.Había desobedecido a su rey, a su

amigo, y había hecho lo que creía másconveniente. Sin embargo, echaba demenos a Mary Ann. Añoraba su sonrisa,su sentido del humor, su honradez y subondad.

Quería estar con ella.Pero ella se había enamorado de un

hombre lobo, y él ya no era un hombrelobo. Era débil, era vulnerable, y prontose convertiría en un paria entre lossuyos.

¿Estaba compadeciéndose a símismo? Oh, sí. Ya no sabía quién era.

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Solo sabía que era un fracasado, uninútil.

Riley torció una esquina bajo elchaparrón. Una cosa que le habíaenseñado Vlad era a mantenerse fueradel radar humano, y a mantener oculta suverdadera identidad. Envió un mensaje asus hermanos con el teléfono móvil, paraque no lo buscaran, y se escapó de lacomisaría.

Aunque no sabía si iba a permanecermucho tiempo en libertad, teniendo encuenta que pensaba emborracharse.

Quería olvidar todo lo que le habíaocurrido, al menos durante un rato. Y, siera humano, ¿por qué no iba a hacer lo

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que hacían los humanos?Aden no podía contar con él, y él no

podía proteger a Victoria ni a Mary Ann.No servía para nada. Así pues, setomaría unas vacaciones.

Continuó caminando, buscando unatienda de bebidas abajo, y claramente,juzgó que era de fiar, porque no saliócorriendo.

¿Por qué no? Aquello podía estarbien.

—¿Qué tienes? —le preguntó.

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Aden observó las llamas y sintió sucalor. Las oyó crepit-ar. Tucker habíamuerto, así que aquello no podía ser unailusión.

Estaba petrificado. Aquello no erauna ilusión, pero tenía que ser unapesadilla. La mansión de los vampirosestaba ardiendo ante sus ojos.

Solo había estado fuera unos días.

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Hacía un rato, Seth le había enviado unmensaje diciéndole que todo iba bien.

Por lo menos, todo lo bien que podíair, teniendo en cuenta lo que habíaocurrido con Ryder y con Shannon. Peroahora…

—No… esto no puede ser… —Victoria se tapó la boca con la mano.Estaba conmocionada.

Las almas, las dos almas que todavíaestaban con él, guardaban silencio.

Junior no rugía. Tal vez fuera porqueAden se había quedado aturdido.Entumecido.

Victoria y él habían estado buscandoa Riley y a Mary Ann bajo la lluvia,

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pero no los habían encontrado. Habíandecidido volver a casa a buscar a unoscuantos lobos para continuar labúsqueda. Maxwell y Nathan no habíanrespondido al teléfono.

Aunque Aden sabía que susemociones estaban alteradas, habíaterminado por teletransportarlos a losdos hasta la mansión. Solo había tenidoque pensar dónde quería estar, y lohabía conseguido.

Esperaba poder reunirse con Sorinpara que le informara de lo que habíaocurrido durante su ausencia; visitar aRyder, a Seth y a Shannon, y hablar conMaxwell para en-terarse de si había

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averiguado algo más. La informaciónque habían recogido en aquellahabitación secreta del hospital no erarelevante para Julian, pero podría serlopara las otras dos almas. Aden teníaplaneado formar un grupo para buscar aMary Ann y a Riley, aunque no sentíapreocupación por ellos, porque pensabaque todavía estarían discutiendo.

Había visto el fuego y, al principio,no había entendido lo que estabaocurriendo. Había pensado que estabanen un lugar equivocado. Sin embargo, noera así. Las llamas estaban devorando lamansión de los vampiros.

No había nadie huyendo del

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incendio, ni nadie intentando apagarlo.¿Cuántos se habían quemado dentro

de la casa?¿Cuántos habían conseguido escapar,

esconderse, ponerse a salvo?Él era el rey, y debería haber estado

allí. Debería haberlos protegido. No lohabía hecho.

—No… —susurró Victoria—. Mishermanas… Mi hermano…

Mis amigos… Dime que están bien.—Están bien —dijo Aden. Eso era

lo que esperaba con toda su alma.Pero lo dudaba.Ella gimió.—¿Quién ha podido hacer esto?

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«Tu padre», quiso decir él, pero nolo hizo. Vlad había quemado ya elRancho D. y M., así que, ¿por qué no ibaa quemar su antigua residencia? Elvampiro era tan vengat-ivo que notendría problemas en asesinar a suspropios hijos con tal de vengarse de él.

Victoria cayó al suelo. Al sueloseco. Allí no llovía. Todavía no. Elcielo estaba negro, y no se veía ni unasola estrella.

«Lluvia, comienza a caer», pensóAden. «Ayúdanos».

Notó una gota en la nariz. Otra en labarbilla. El cielo se abrió, y la tormentaestalló con furia. Pronto, el agua apagó

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el fuego.Tal vez pudiera incluso controlar el

tiempo atmosférico, pensó Aden conamargura.

¿Cómo habían podido llegar tanlejos las cosas? ¿Cómo?

—¿Qué vamos a hacer? —preguntóVictoria.

No tenía respuestas para esapregunta. Aden se sentó a intentararreglar las cosas. Era algo a lo que sehabía res-istido, aunque todo el mundose lo hubiera pedido.

En aquella ocasión no podríanegarse.

—Puedo… puedo arreglar esto —

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dijo.«No, Aden», dijo Elijah. «Sé lo que

estás pensando. No lo hagas».—No hay otra solución.Victoria se frotó los ojos con el

dorso de la mano.—¿Aden?—Voy a volver al pasado. Volveré y

me aseguraré de que no ocurra nada deesto.

—¡Sí! Sí, eso es perfecto, y… no —dijo ella, y comenzó a negar con lacabeza—. Tú mismo me dijiste que haymuchas cosas que pueden salir mal.

«Y no sabemos si los vampiros hanmuerto», dijo Elijah.

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«Puede que hayan huido. Tal vez sehayan teletransportado, como tú. Tal vezviajes al pasado sin motivo».

Sí, cabía la posibilidad de que sehubieran salvado algunos. Pero notodos. Ni tampoco los humanos queestaban dentro. Una muerte erademasiado para él. Volver al pasado nosería algo inútil.

El fracaso le pesaba tanto que noestaba seguro de si volvería a ver la luzdel día. Aunque consiguiera cambiar lascosas, nunca olvidaría lo que habíaocurrido, y sabría lo que tenía quehacer, y lo que no. Él nunca olvidaba.

Sin embargo, ellos sí lo olvidarían.

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Todos. Victoria, Mary Ann y Riley. Nosabrían lo que había ocurrido una vez, eldestino que les esperaba. Y si aquellofuncionaba, Vlad no comenzaría unaguerra contra Aden, sino contra Dmitri,porque Dmitri se convertiría en el rey delos vampiros.

Victoria se vería obligada a casarsecon él. Aquel pensamiento hizo queAden apretara los puños. Sin embargo,no iba a cambiar de opinión. Tenía queactuar.

Riley seguiría siendo un hombrelobo.

Mary Ann no se convertiría en unaembebedora.

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Aden nunca se encontraría con MaryAnn. Nunca llamarían a las criaturas delmundo sobrenatural.

Ryder no moriría.Tucker tampoco.Shannon no se convertiría en un

zombi.El Rancho D. y M. no ardería, y

Brian no moriría dentro.Aden no se convertiría en un

vampiro. Junior no nacería.Victoria no se convertiría en una

humana y no perdería sus habilidades.Tal vez Eve y Julian volvieran con

él.—Tengo que hacerlo —dijo—. No

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puedo dejar las cosas así.«¿De veras quieres saber cómo

serían las cosas?», le preguntó Elijah.«Yo debería estar de acuerdo con

esto», dijo Caleb.«Pensaba que lo estaría. Pero hay

algo que me da mala espina.Tengo un mal presentimiento».—Normalmente, tú no eres la voz de

la razón. No empieces ahora.—Aden, escúchame. Respóndeme

—le dijo Victoria—.¿Adónde vas a volver?—Al principio.Ella abrió unos ojos como platos al

entender las implicaciones.

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—Vamos a hablar de esto. Vamos apensarlo bien. Si vuelves al pasado,¿estará Eve contigo? ¿Y Julian? ¿Y quépasará con tu bestia? ¿Seguirás siendoun vampiro?

—Probablemente. Tal vez. No lo sé.Seguramente no. Tal vez.

—Tus marcas…—No las tendré —dijo él. Entonces,

se inclinó hacia Victoria y le dio unbeso en los labios—. Te quiero. Losabes, ¿verdad?

Debería haber hecho eso hacíamucho tiempo. Debería haber hechocaso a todos los que se lo habíanpedido, pero había permitido que el

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miedo lo guiara. Y eso los había llevadoa todos a aquella situación horrible,inaceptable.

—Sí —dijo ella, observándolofijamente con sus ojos azules. Tenía unamirada de derrota—. Yo también tequiero. Pero tiene que haber otro modode…

—No lo hay.Si las cosas ocurrían de la manera

que él tenía pensada, Victoria y él noiban a conocerse.

Nunca se produciría unacontecimiento tan catastrófico.

Él preferiría conocerla y enfrentarsea aquello, pero no iba a hacerlo. Y eso

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era por amor.Iba a abandonar a Victoria, como sus

padres lo habían abandonado a él. Peroal contrario que sus padres, él no loharía por sí mismo, sino por ella.

Al final, todo aquello iba a matarlo.Si él pasara a su lado, Victoria no loreconocería, pero él a ella sí.

—Aden, por favor, dame laoportunidad de…

—Es la única manera. Ahora lo sécon certeza.

La besó de nuevo. Le dio el besomás intenso que nunca le hubiera dado.Un beso desgarrador. Su último beso.Dejó que sintiera todo su anhelo, todos

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sus sueños. Todas sus plegarias para elfuturo.

Y cuando se retiró, estabatemblando. Ella lloraba. Él notóaquellas lágrimas saladas en la boca. Lerompieron el corazón.

Aden le secó las lágrimas con unamano temblorosa y imaginó el día en quese había cruzado por primera vez conMary Ann…

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Glosario depersonajes y

términos

• Bloody Marie: Reina de una facciónde los vampiros que rivaliza con Vlad.

• Brian: Residente del Rancho D. yM.

• Brianna Buchannan: Amiga deMary Ann, hermana de Brittany.

• Brittany Buchannan: Amiga deMary Ann, hermana de Brianna.

• Brujas: Creadoras de hechizos,productoras de magia.

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• Caleb: Una de las almas que estáatrapada en la mente de Aden. Puedeposeer otros cuerpos.

• Dan Reeves: Propietario delRancho D. y M.

• Dmitri: Difunto prometido deVictoria.

• Doctor Hennessy: Nuevopsiquiatra de Aden.

• Doctor Morris Gray: Padre deMary Ann.

• Elijah: Una de las almas que estáatrapada en la mente de Aden. Puedepredecir el futuro.

• El Rancho D. y M.: Una casa deacogida para jóvenes descarriados.

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• Embebedor: Un humano que sealimenta de aquéllos que tienenhabilidades sobrenaturales, y finalmentelos destruye.

• Esclavos de sangre: Humanosadictos al mordisco de los vampiros.

• Eve: Un alma que estuvo atrapadaen la mente de Aden. Podía viajar en eltiempo.

• Draven: Una muchacha vampiro,elegida para salir con Aden.

• Duendes: Pequeñas criaturashambrientas de carne.

• Hadas: Protectoras de lahumanidad y enemigas de los vampiros.

• Haden Stone: Más conocido como

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Aden. Es un humano que atrae a lascriaturas sobrenaturales y que tiene tresalmas atrapadas en la mente.

• Je la nune: Un líquido venenosoque puede resultar mortal para losvampiros.

• Jennifer: Una bruja.• Julian: Una de las almas que está

atrapada en la mente de Aden. Puededespertar a los muertos.

• Lauren: Una princesa vampira. Esla hermana mayor de Victoria.

• Marie: Una bruja.• Mary Ann Gray: Humana. Repele

lo sobrenatural.• Maxwell: Hombre lobo. Es

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hermano de Riley, y soporta unamaldición.

• Meg Reeves: Esposa de Dan.• Nathan: Hombre lobo. Es hermano

de Riley, y soporta una maldición.• Ozzie: Difunto residente del

Rancho D. y M.• Penny Parks: La mejor amiga de

Mary Ann.• Riley: Hombre lobo,

guardaespaldas de Victoria.• R.J.: Residente del Rancho D. y

M.• Ryder: Residente del Rancho D. y

M.• Señor Hayward: Profesor de

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Anatomía del instituto de Crossroads.• Señor Klien: Profesor de Química

del instituto de Crossroads.• Señor Thomas: Príncipe de las

hadas. Fantasma.• Señora Brendal: Una princesa de

las hadas, hermana del señor Thomas.• Seth: Residente del Rancho D. y

M.• Shane Weston: Adolescente

humano, amigo de Tucker.• Shannon Ross: Compañero de

habitación de Aden.• Stephanie: Princesa vampira,

hermana mayor de Victoria.• Terry: Residente del Rancho D. y

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M.• Tucker Harbor: Exnovio de Mary

Ann. Tiene una parte de demonio, ypuede crear ilusiones visuales.

• Vampiros: Aquéllos que sealimentan de sangre humana, y tienen unabestia alojada en su interior.

• Victoria: Princesa vampira.• Vlad el Empalador: Antiguo rey

de una facción de vampiros de Rumania.

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GENA SHOWALTER vendió su primerlibro con 27 años, y ahora ya es autorade trece libros que se caracterizan porser una emocionante mezcla de géneros:romances paranormales ycontemporáneos, sin olvidarse delpúblico juvenil y de la fantasía urbana.

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Sus novelas han sido destacadas en lar e v i s t a Cosmopolitan, la MTV,Seventeen Magazine, siendo traducidasen francés, italiano, Koreano, y alespañol. La crítica la ha definido comoa una autora en alza y a sus libros comohistorias absolutamente fascinantes, puessus sensuales relatos se caracterizan poruna mezcla de humor, peligro y sexoardiente.