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Edita el gato descalzo 13. la fortaleza junto al río. carlos herrera novoa

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Edita El gato descalzo 13: La fortaleza junto al río de Carlos Herrera Novoa

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Edita El gato descalzo 13.

La fortaleza junto al río. Carlos Herrera Novoa.

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La fortaleza junto al río. Carlos Herrera Novoa.

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Edita El gato descalzo

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Cultura libre:

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La fortaleza junto al río. Carlos Herrera Novoa.

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Bajo licencia:

Los títulos de Edita El gato descalzo pueden ser leídos y distribuidos

libremente bajo una licencia Creative Commons “Reconocimiento –

NoComercial – SinObraDerivada”.

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(CC BY-NC-ND 3.0).

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Edita El gato descalzo 13.

La fortaleza junto al río. Carlos Herrera Novoa.

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Créditos

La fortaleza junto al río

Carlos Herrera Novoa

Edita El gato descalzo

Director: Germán Atoche Intili

[email protected]

elgatodescalzo.wordpress.com

Primera edición en formato Pdf, ePub y Mobi:

Lima, 10 de agosto 2012.

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Edita El gato descalzo 13.

La fortaleza junto al río. Carlos Herrera Novoa.

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Diseño de portada y corrección de estilo:

Germán Atoche Intili.

Imagen: Beverly & Pack,

Fire Breathing Mythical Dragon.

Licencia de atribución de Creative Commons.

Interiores:

1 y 2: Anverso y reverso de una moneda de la tribu

de los Osismii del norte de Francia o las galias,

como era conocida por los romanos.

Alrededor del siglo I aC.

Las imágenes 3, 4 y 5 pertenecen a Robartesm,

Licencia de atribución Creative Commons.

3: Celtic chariot warrior 2.

4: Celtic warrior 5.

5: Celtic warrior 10.

6: Lucas Cranach el viejo, Jabalí.

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Edita El gato descalzo 13.

La fortaleza junto al río. Carlos Herrera Novoa.

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Presentación

Estimados amigos en este número de

Edita El gato descalzo, el temido 13, compartimos

La fortaleza junto al río, e-book con el que Carlos

Herrera Novoa incursiona en la literatura.

Este autor cuenta en su escrito con influencias

de las culturas escandivas y célticas, también de la

arqueología, la historia y la antropología, como él

mismo explica líneas abajo.

Él nos muestra en la siguiente historia a un

héroe de la edad de hierro europea, que comparte

con aquellos de las leyendas, la búsqueda de su

destino, uno diverso a aquel de los mortales

comunes.

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Nota

La historia que se relata aquí es completamente ficticia, sin embargo

el contexto en que se desarrolla no lo es. Los elementos culturales que

aparecen en ésta corresponden a la llamada cultura La Tène, una cultura de

la edad de hierro europea que se desarrolló entre los siglos V y I aC, antes

de ser destruida por los romanos. La fortaleza junto al río que sirve como

punto de anclaje al cuento todavía existe. Todavía se ven sus restos en un

recodo del río Danubio en el estado federado de Baviera a unos 100 km al

sur de la actual ciudad de Nüremberg. Se trata de una estructura

pseudourbana construida por los señores locales para controlar y

administrar el territorio circundante y los pasos del río. Sus ruinas fueron

excavadas en los años 50's y 60's por el arqueólogo alemán Werner

Krämer y últimamente por Ferdinand Maier y Susane Sievers.

Sobre su génesis no sabemos casi nada, posiblemente fue edificada a

mediados del siglo III aC con métodos de construcción que no se

diferencian mucho de los que se describen en este relato. La historia en sí,

sin embargo, no se centra en este episodio introductorio sino que retrocede

cincuenta años y describe los pormenores de la ocupación mítica del país.

Los paisajes descritos en el relato corresponden a lo que ahora son el sur y

el centro de Alemania y tanto estos como las armas ropajes, nombres de

lugares y dioses han sido tomados de las tradiciones culturales de la edad

de hierro. Los seres a los que se consagra la fortaleza se refieren a los

cuatro grandes dioses Llew o Lug, Nudd o Nuada, Ogma y Dagda cuyo

culto estaba muy extendido en esa época entre Irlanda y el Danubio y que

corresponderían a las tres funciones rituales indoeuropeas: la del rey

(Llew), la del guerrero (en su versión justiciera, Nudd, y en su versión

turbulenta, Ogma) y la del sacerdote o druida (Dagda). Mi referencia a los

druidas en este relato sin embargo es puramente especulativa. No se sabe

cuando apareció esta casta sacerdotal y es posible que en el siglo III todavía

no existieran. Sin embargo, su presencia en otras leyendas de fundación me

sugirió ponerlos de refilón en la parte introductoria en la que se construye

la fortaleza. Las medidas que estos utilizan durante su edificación también

son propias de esa época en que las longitudes se medían en codos de 0,45

cm y cuerdas con nudos eran utilizadas para marcar circunferencias, medir

sus diámetros y calcular sus perímetros. La medición de circunferencias era

uno de los elementos básicos de la arquitectura de la época pues la creación

de un círculos mágicos constituía un elemento esencial en los rituales

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La fortaleza junto al río. Carlos Herrera Novoa.

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utilizados para propiciar a las fuerzas infernales antes de una construcción

importante. Estas fuerzas por cierto, en las tradiciones de la época no se

diferencian gran cosa de las fuerzas celestiales y en mi cuento ambas

aparecen englobadas con el término “Sidhe”, los seres del país de la magia,

palabra de origen irlandés que describe tanto a los espíritus habitantes del

mundo sobrenatural como al mundo sobrenatural mismo.

CH Novoa.

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La fortaleza junto al río. Carlos Herrera Novoa.

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La fortaleza junto al río

Carlos Herrera Novoa

Yo te daré lo que tú quieras. Solo ven a ver verme de vez en cuando

y te daré toda la fuerza que desees. Ni los hombres ni los grandes Sidhe

podrán tocarte. Solo dime qué quieres. Te daré un círculo de piedra dentro

del cual construiré una fortaleza para ti, un lugar en donde no entrarán ni

demonios ni hombres, un lugar en donde aún los espíritus del Sidhe tendrán

que pedirte permiso para entrar. Te daré hijos e hijas a las que el mundo

pagará tributo, que consagrarán pozos y fuentes y vestirán ropajes de oro.

En mí dejarás tu destino. Entonces sabrás qué hacer, podrás cerrar los ojos

y dormir tranquilo. Acércate a mí y dime lo que quieres y eso te daré. El

viento soplará entre los árboles, la noche cerrada convertirá el río en un

pozo obscuro, una parte más de la noche, violentamente obscura, sin luna

ni estrellas; esta envolverá la tierra. Y sin embargo tú no tendrás miedo y

avanzarás seguro entre las tinieblas, las zarzas y el bosque.

Bajo la guía de los grandes Sidhe, Llew, Nudd, Dagda y Ogma, los

druidas trazaron la circunferencia y apuntalaron los cimientos de la

fortaleza mediante grandes fosas acordonadas de postes de madera afilados

con hacha y sierras, por donde escapaba un aire frío y denso. En ellas

enterraron primero una estatua, hecha de madera basta, cerámica, un árbol,

trozos de carne y huesos humanos, las cubrieron con tierra y las rellenaron

con piedras y cascajo. Luego, con varas y cuerdas, calcularon el perímetro

de la noche en 400 nudos y su radio en 50. Con las mismas cuerdas

trazaron dos ejes y calcularon la ubicación de las dos puertas. Recitando

sus cantos a cada paso que daban y con cada sílaba que pronunciaban, la

noche pronto se disolvió. El calor que se desprendía de la región encantada

fue deshaciéndose en una niebla leprosa, que colaba restos de frío venidos

del fondo de la tierra, impregnado de olor a agua y a cañas frescas. El sol

salió por el horizonte al este y por primera vez en siglos, en la región

encantada dejo de llover.

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Interior 1

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La fortaleza junto al río. Carlos Herrera Novoa.

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I

En otras épocas cuando el viento reía entre los árboles de los bosques

cercanos, durante los días y las noches de luna clara, una niebla color de

plata cubría el valle, dejando algunas veces pasar el sol y otras ocultándolo,

de tal manera que siempre parecía de noche. Se contaba que miles de

jabalíes de ojos resplandecientes surgían de las orillas del Dana y

desfilaban entre los matorrales del monte bajo, como un ejército de

espectros que desaparecía al despuntar el día. Otras veces, cuando se

formaban nubarrones obscuros y rayos y relámpagos aparecían en el cielo,

el día adoptaba una apariencia de lluvia que nunca dejaba de caer y su frío

se impregnaba de la fuerza desatada de los Sidhe, de música que traía el

viento consigo, de risa y pura bulla y cantos demoníacos, cuyas notas

perduraban sobre la campiña, en los corrales y campos de trigo por días y

días, por noches enteras en los oídos de los campesinos y los pastores de las

colinas del norte. Esta música a veces adquiría un tono melancólico,

parecido al gemido de la floresta durante las noches de otoño. Cuando esto

ocurría, las cosechas amanecían destrozadas, las vallas de las casas

derribadas, sin que se hubiera visto quien lo había hecho, el pan se

enmohecía, la leche se agriaba y la mantequilla se ponía rancia. Días

después podía ocurrir que la peste matara al ganado y arruinara el grano

que nunca secaba, que los nacimientos abortaran sin razón alguna y que

pronto comenzaran a nacer niños con cabeza de perro, cerdo, con plumas o

escamas de pescado. Los jóvenes desaparecían también misteriosamente y

nadie los volvía a ver. Quizás se marchaban atraídos por los opresivos

sonidos de bulla y fiesta que traía el viento del norte, ese ruido angustioso y

fatal que espantaba a los animales de los caseríos y obligaba a los hombres

a permanecer encerrados de puro miedo. Él lo había sentido, una vez, en

una roca junto al río al intentar tomar un poco de aire fresco en esa región

que parecía nunca atraer al sol. Al escucharlo, sin saber porque, decidió

quedarse. La región según sus hombres era el peor lugar que hubieran

podido escoger. El viento aullaba de manera desbocada y cantos que

sonaban como maullidos de gato impregnaban las tardes, en la piel se

sentía el suelo sólido y cálido y el silencio de las fiestas de los espíritus del

río, de música que no sonaba y de pisadas presurosas que no golpeaban,

una inexistencia, un vacío, pues en ese valle no había nada, ni pueblos, ni

casas, ni animales. Los campesinos habían fugado de allí hacía mucho

tiempo y nadie se atrevía a acercarse.

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Para él en cambio el lugar era apremiante. Mientras la tarde avanzaba

se maravillaba al notar que desde la ribera del bosque del crepúsculo no se

viera sino retazos que apenas se reflejaban en el silencio de los festejos y

del vendaval de la danza. En el cielo se formaban lentamente nubarrones y

se podían ver también algunos relámpagos. Por momentos parecía que las

nubes se caían a trozos. Entonces a sus hombres les crujían los dientes de

miedo. Allí la tierra se les empantanaba entre los pies y a través de ella

sentían el frío del agua que parecía correr por algún lado debajo de ellos y a

cada revolverse de las hojas regadas sentían también como se formaban

espinas invisibles que les laceraban la ropa o la carne o brotaban raíces que

nadie sabía de donde aparecían, entorpeciendo el camino y tironeándoles

las piernas y los brazos. Los campesinos habían intentado varias veces, con

ayuda de los señores y los caciques locales, encender el bosque y en todas

éstas jabalíes de ojos de fuego habían destruido las cercas y las chozas que

los leñadores habían construido para protegerse, apagado los incendios,

asesinado o mutilado a los trabajadores y a los ejércitos que se habían

reunido para detenerlos. Pero él no le temía a esos bosques. Cuando sus

hombres lo apuraban o hacían algún comentario él solo reía tranquilo, con

indiferencia, como alguien que hubiera visto en su vida cosas peores y

supiera a que se enfrentaba. El origen de su interés se encontraba en otro

sitio. Cuando dejó su hogar signos extraños aparecieron delante suyo, en

las copas de los árboles y en la superficie de los lagos. Hasta ese momento

no lo habían abandonado. Ahora se mostraban con más fuerza en la peor

comarca del mundo y él quería saber por qué.

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II

Había partido de la tierra de su clan en el río Ualfar con 50 hombres

que su tío le había encomendado además de su mujer y sus hijos.

Anduvieron por los bosques y llanuras de los príncipes que se repartían la

tierra entre los ríos Muin y Dubr, el río de las piedras. En medio del monte

las residencias de los caciques locales parecían coronar los cerros con sus

terraplenes de tierra o los armazones de sus muros de piedra

entremezclados con troncos. Otras veces las veía entremezcladas entre los

campos sembrados, protegidas por fosas o empalizadas. Desde ellas

docenas de hombres armados de espadas, lanzas y algunos con cascos de

melenas doradas los espiaban desconfiados, siguiéndolos con la mirada, sin

dejarlos aproximarse mucho, hasta que se perdían entre los recodos de la

floresta. Le explicaron que en esa región la vida bullía con violencia y que

la gente era belicosa y audaz. Lo comprobaron en el recodo de un río,

cuando tuvieron que rechazar, a punta de espada, un duro ataque de un

grupo de guerreros armados, uno de los cuales mandaba un carro de dos

caballos adorablemente repujado en plata fina. Él mató a este jinete y los

guerreros se desvanecieron entre los guijarros como si hubieran venido

desde el fondo de un sueño, entonces supo que no había sido una victoria

cualquiera la que había logrado sino una que valía la pena y que le confería

a él mismo un aire sobrenatural, que los hombres notarían fácilmente. Sin

embargo cuando observaron más detenidamente al guerrero desconocido

no encontraron en él nada que pudiera identificarlo, ni a su clan ni a su

grupo. Los signos de sus armas no eran de la región, los carros allí no se

engarzaban en plata y la pintura de sus ojos sugería que podría ser de más

al sur. La capa si era de manufactura local, pero nadie supo informarle de

donde había venido y que hacía en posesión de ese hombre desconocido.

Sin preocuparse demasiado él lo tomó como un signo de los dioses. Su

espada grabada con un follaje de ámbar y de coral tenía una fuerza que él

podía sentir y se maravillaba de ella. En las noches no podía dejar de

contemplarla y lentamente empezó a poblar sus sueños. Su poder parecía

impregnarse en sus huesos y en sus músculos pero sobre todo en sus

sentidos y en su conciencia. Podía ver cosas que ninguno de sus hombres

veía y sentir formas y voces que nadie más percibía. Poco a poco comenzó

a volverse taciturno y pensativo. Se vistió con la capa del desconocido,

empuñó sus brazaletes, su casco de bronce y el penacho celeste de crines de

caballo. A veces desaparecía por largos períodos sin que nadie supiera a

donde había ido, cuando regresaba no respondía ni a las preguntas de sus

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hombres ni a las palabras de su mujer o de su hijo. En los días que

siguieron a la batalla pudo pasearse delante de los fuertes vecinos sobre una

resplandeciente cabalgadura, cubierto de hierro, un torques de oro, un

manto escarlata y una tropa de guerreros que conforme pasaban los meses

completaban su equipo con lanzas cada vez más lustrosas, espadas de filos

cada más monstruosos y joyas que resplandecían como varios soles de

bronce y oro. Era como si la armadura y las vestimentas del guerrero

fantasma lo hubieran dotado no solo de fuerza sino de suerte. Él se

contemplaba, curioso, durante las pausas de sus marchas. No descubría

nada que lo hubiera hecho mejor o peor de lo que era antes, se sentía quizás

más ligero, confiado y más fuerte pero eso también podía ser consecuencia

de sus victorias o de la sensación de poderlo todo que cualquiera tenía

cuando sabía que el viento de los dioses soplaba a su favor.

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III

A pesar de su éxito no decidieron detenerse, emigraban cada vez más

hacia el sur en dirección hacia las montañas del sol en un viaje que ya

comenzaba a hacerse demasiado largo, pronto llegaron a una llanura baja

cubierta de bosques de alisos y hayedos, cruzada por caminos fantasmales,

sendas de tierra afirmada que no llevaban a ninguna parte, poblados de

barro y cañas en donde vivían a veces pastores, a veces campesinos de

aspecto feroz, a los que cuando se les preguntaba algo respondían en un

dialecto anárquico, gutural e incomprensible.

Después de algún tiempo los matorrales dieron paso a una tierra

sembrada de campos cuidadosamente labrados y fortines de tierra y piedra,

un poco más pobres que los del norte pero más hospitalarios y

definitivamente más acogedores que los bosques que acababan de

atravesar. No se detuvieron allí, siguieron vagando de un lado a otro, de

fortín en fortín, dando tumbos entre los matorrales y los campos de avena.

De todas partes recibieron regalos de los airé, los nobles locales, quienes

querían que se unieran a ellos, torques, collares y perlas, espadas

engarzadas de coral y nácar que cortaban como fuego, una lanza rematada

en plata, capas cocidas con hilos de oro que incluso el rey de los boios le

mandó en su honor y viejos broches modelados con rostros de dioses de

largas barbas onduladas que parecían mirarlo con ironía. Él nunca aceptó

nada. Un par de veces combatió junto a los boios para pagar su hospitalidad

aunque renunció a atarse a algún señor pues en ninguna parte se sentía

cómodo.

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IV

Crearé un manto de niebla bajo el cual podrás aproximarte a mi

durante la noche sin ser visto, cuando todos estén dormidos, a través de él

podrás acercarte, cruzar el bosque sin atravesar las puertas del Sidhe y

cuando aparezcas allá nadie te verá. Llevarás una honda y una sola piedra,

no la lanza ni un escudo pero si la espada que obtuviste en el combate en el

río y un manto para protegerte. No necesitaras más. Tus compañeros sin

embargo podrán ir armados como quieran. Yo te recogeré en el lindero del

bosque pero no te acompañaré. La vida y la muerte sí puedo juzgarlas

aunque no voy a verlas ese día. Cuando regreses te explicaré porque.

Ellos se aproximaron a un claro, cercano al río con el suelo prensado

de fango y hojas muertas fundidas con la tierra y los torrentes subterráneos,

una lluvia seca caía sobre ellos, calaba sus huesos pero no los mojaba, una

fogata emitía una humedad azulada y no calentaba. La superficie del suelo

se parecía a la de la noche, había que tener cuidado para no hundirse o ser

arrastrado a cada paso que se daba. Él sentía que las piernas de sus

compañeros temblaban de miedo y que su marcha se movía espantada

alrededor de las copas de los árboles, la tierra y el cielo, luces y estrellas

que parpadeaban y estallaban como castañas, revoloteaban o corrían

encima del agua del río o trepaban entre los carrizos y las cañas que crecían

en sus orillas. Era imposible penetrarlas con la mirada y seguirlas desde el

momento en que se desprendían del cielo, aparecían y desaparecían al azar

mecidas por pífanos, laudes y arpas agudas e impredecibles, envueltas en

bulla y furor, para desvanecerse finalmente apagándose en el río con un

crujido seco. El corro de sombras que danzaba con ellas agitaba las hojas

del bosque y el viento soplaba torturando su piel y sus huesos. Las figuras

delante suyo no tenían frio, solo vestían cueros y bracas de colores, todas

estaban descalzas y ninguna se cubría la cabeza. Allí no se respiraba aire

sino el humo de las fogatas o más bien el aire parecía brotar de sus propios

cuerpos, congelado allí mismo en sus pulmones, atravesaba también su

corazón, sus oídos y su cabeza. Las antorchas que llevaban no lo

ahuyentaban sino parecían aumentarlo dentro de sus propias mentes. Era el

sonido de una flauta que se filtraba por todos los rincones del universo,

entre las piedras, las hojas de los robles, como burbujas de rocío o

goterones en las puntas de los matorrales caídos o las sombras desdibujadas

por los fuegos de la pradera.

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Esa música adquiría conforme avanzaban un tono cortante y una

intensidad crecientes, las tonadas se desintegraban en arpas y laudes y los

que las tocaban desaparecían dentro de ese corro anárquico. Pisadas y

carreras, el susurro de las hojas secas del que se desprendía un huracán. Los

danzantes y las llamas coloradas, azules, giraban y giraban confundiéndose

entre sí, aturdían la noche a la que miraban por encima de ochenta pasos de

altura, un vendaval de brazos y piernas. La luna se reflejaba en una figura

que de a pocos se hacía más clara, en cuyos ojos brillaba un resplandor

plateado, su torso se retorcía lentamente de un lado a otro y agitaba su

cuello, sus brazos y sus piernas hechas de viento, la figura giraba en torno a

un eje mágico al compás de chirimías que en algún momento habían

comenzado a sonar. Se sentían envueltos en la bulla y el furor, se llenaba el

aire de un olor helado e insoportable del que ellos querían desprenderse,

sacárselo de las piernas y de los brazos. Sin embargo, brotaba de ellos

mismos y la música también parecía hacerlo en forma de hielo y escarcha,

esta vez de una flauta que tocaba un hombre de rostro cetrino y cejas

pobladas de una mirada extraña que ellos parecían distinguir y no

distinguir, en medio de las chispas de los incendios que centelleaban sobre

él y su rostro, ocultándolo o rebelando partes de él, sus labios, sus orejas,

su pelo o sus ojos, una brasa en la que el fuego del universo parecía

concentrarse, inmóvil pero a la vez animado. De ella nacían árboles y

arbustos, líquenes y musgos, las nubes de la noche que se revolvían en un

todo confuso y húmedo, una lluvia fría, un acalambrarse de brazos y

piernas y la tierra misma que les chupaba las pantorrillas y los llenaba de

terror. Él no sentía miedo, caminó solo, tranquilo, hasta encontrarse a

doscientos veinte pasos del corro. Antes de que notaran su presencia cogió

su honda y la piedra que le habían entregado, la hizo girar tres veces con

fuerza y expulsando el proyectil a gran velocidad quebró el cielo y la figura

que giraba encima del fuego se derrumbó, la piedra le rompió el cráneo, el

frío disipó sus huesos, estos se deshicieron y sus hombres adquirieron de

pronto la facultad de moverse. La humedad se dispersó por el bosque

reemplazándola un haz de viento seco que agitó las fogatas heladas. Sin

ésta los sonidos de la flauta, los insectos y el agua se filtraron entre las

piedras, entre la tierra, los juncos y los árboles, la atmósfera se secó y las

hojas, los troncos y la maleza empezaron a arder con un bramido tétrico,

sin quemar y sin calentar, solo una inmensidad de flores en un mar calmado

agitado por una brisa suave, en éste nada se movía, nada sonaba. Entonces

pudieron ver su rostro claramente, cetrino, de pelo blanco y a veces

obscuro, su mirada concentrada y tranquila rodeada de profundos surcos.

Estos hacían que sus ojos parecieran hundidos dentro de dos pozos

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obscuros y entre ellos distinguieron sus rasgos finos de demonio, medio

iluminados por la luz de las fogatas. Parecía muy joven pero luego notaron

que tenía arrugas, su pelo oscilaba de negro a rubio, a veces era grande de

veinte pies de alto, otras veces parecía un enano, otras un árbol, otras una

piedra. Cuando lo observaban mejor se daban cuenta que sus ojos y sus

uñas eran de ámbar, sus dientes de oro, su piel parecía una fina capa de

bronce transparente, su rostro viejo y luego gordo y otras veces el de un ser

humano común, en sus ojos habían flores y en otras fuego y cenizas.

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V

Tú hablaras conmigo y tus palabras sonarán tiernas, me atraerán

como un encanto. Te veré venir con ropas de seda y lino obscuro,

pantalones de rojo encarnado, rematados con costuras de oro muy puro y

botas cosidas de perlas azules. En tus brazos brillarán brazaletes de vidrio

fino, amarillos como el sol y también veré pintada la noche en tus ojos

apagados y en ella yo misma pondré un toque de luna, luego recogeré tu

mirada en una pequeña flama que perdurara miles de años. Ella me abrigará

cuando haga frío y le dará a mi corazón alivio cuando tú no estés pues en

realidad te irás muchas veces, te veré y te irás, te hablaré y te apartarás,

hasta el momento en que te quedes conmigo para siempre y yo misma te

acoja y te vea así, tal como eres, alto y fuerte. Solo entonces después de

que sepas quien eres, en el momento en que me veas tal y como soy,

cuando tus ojos estén abiertos y puedas escuchar todas las voces que te

rodean, comprenderás cual ha sido tu destino y ya no volveremos a

separarnos más.

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VI

Los árboles saltaron y la tierra fue removida por un pavoroso

ventarrón de treinta millones de dientes que arrasó su ropa y su piel y los

fue arrastrando como si solo fueran un ligero montón de hojas secas. En su

mente parecía vibrar un pequeño campo de flores formado por estrellas y

más allá un prado revuelto por un viento suave. En él pudieron ver sus

orejas encarnadas, un mechón de su lomo formado por un millar de puntas

de acero, vieron sus pezuñas clavadas en la tierra del bosque e

inmediatamente se dieron cuenta que de su lomo brotaban ramas de las que

colgaban hojas y en cada una de ellas prendía una pequeña llama amarilla.

Él sintió entonces una flama que le abrasaba las manos, en ellas vio su

espada de ámbar y coral, un estremecimiento recorría su filo y con él

vibraban el aire y éste se llenaba de susurros. Él la enterró en el suelo del

bosque y vio como éste se disolvió en un mar de estrellas que se

extinguieron junto con las flores dejando una superficie tersa de terreno

húmedo poblado de matorral, el viento frío y la tierra empapada a orillas

del río Dana. La luz se filtraba débilmente entre las hojas del robledal y el

páramo en donde se había dado el combate, no era más que un pequeño

bosque de arbustos pues al jabalí se lo había llevado el río. Al día siguiente

cuando volvieron a la llanura encantada encontraron el campo empapado

de un vapor caliente que se condensaba en una extraña niebla carmesí. A la

espada ya no la encontraron más. A él tampoco volvieron a verlo.

Tenías que abandonar tu casa siguiendo las señas que yo te envié,

sentirte incómodo contigo mismo y con el mundo porque así lo quise,

matar a un hombre junto al río, un hombre al que mandé y apoderarte de su

espada, la que creé en los albores del tiempo para que un día la encontraras

y con ella pudieras realizar tu destino. Cuando te acerques a mí y ellos ya

no puedan verte comprenderás que no pisas el suelo ni sientes el frío ni la

humedad sino un olor a flores frescas y a rocío. Por entre la tibia lluvia, que

empezará a caer sobre tu cabello y tu espalda, me acercaré, allí donde podré

observar tu rostro, tan cerca, moverme, olerte y sentirte pues quiero que me

toques el cuello, que acaricies mi espalda y que te olvides de lo que hay

más allá de este prado de flores, de la lluvia y de la niebla y del sol después

de la niebla, que no quieras regresar, que detestes lo que hay más allá de

este lugar de ramas y brisa, todo lo que dejaste, todo lo que obtuviste con la

espada que yo te entregué.

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Edita El gato descalzo 13.

La fortaleza junto al río. Carlos Herrera Novoa.

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Títulos de Edita El gato descalzo

En nuestra biblioteca de e-books semana a

semana encontrarás narrativa, poesía, novelas,

ensayos, etc.

1. Mudanza obligada: Cuento, Colección Lo

fantástico (4 de mayo).

2. Más sabe el Diablo por

diablo: Cuento, Colección Lo fantástico (11 de

mayo).

3. Alargoplazo. M i c r o f i c c i ó

n: Selección de textos breves (18 de mayo).

4. Los sobrevivientes: Antología de Germán

Atoche Intili, Liliana Chaparro, Julio Meza

Díaz y Kevin Rojas Burgos, Colección Poesía

(25 de mayo).

5. Infierno Gómez contra el Vampiro

matemático: Novela, capítulo 1, La

granja. Colección Lo fantástico (1 de junio).

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Edita El gato descalzo 13.

La fortaleza junto al río. Carlos Herrera Novoa.

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6. Clase de Historia: Cuento de Daniel

Salvo, Colección CF (8 de junio).

7. El abejorro negro: Relato de Max Castillo

Rodríguez (15 de junio).

8. La señora M. y otras historias germinales:

Textos de Sebastián Andrés Olave (22 de

junio).

9. Infierno Gómez contra el Vampiro

matemático: Novela, capítulo 2, La aldea.

Colección Lo fantástico (6 de julio).

10. Blind mind: Cuento de Raúl Heraud.

Colección Lo fantástico (13 de julio).

11. Somos libres. Antología de literatura

fantástica y de ciencia ficción peruana: Diversos autores. Colección Lo fantástico y

CF (20 de julio).

12. ¿Recuerdas? / Para no coger frío:

Cuentos de Anna Lavatelli (03 de agosto).

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Edita El gato descalzo 13.

La fortaleza junto al río. Carlos Herrera Novoa.

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13. La fortaleza junto al río: Cuento de Carlos

Herrera Novoa (10 de agosto).

14. Orestes: Cuento de Alexis Iparraguirre.

Lanzamiento: 17 de agosto.

y más...

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Edita El gato descalzo 13.

La fortaleza junto al río. Carlos Herrera Novoa.

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Datos del autor

Mi Nombre es Carlos Herrera Novoa (Lima, 1973). Podría

describirme como un escritor joven pero la verdad es que ya tengo 38 años

y hago mucho más cosas que escribir. Más bien me convendría

autocalificarme como un escritor principiante que paralelamente es un

pintor principiante, un arqueólogo del arte principiante, un aficionado a la

historia y al cine (El presente título de Edita El gato descalzo es su

primera publicación).

He vivido hasta agosto del 2003 en Perú, después me marché

siguiendo a una chica danesa y a pesar de que ya no estamos juntos me he

quedado en Europa. He vivido en Dinamarca y ahora resido en Berlín.

En Lima estudie artes plásticas y un poco de arqueología y

antropología en la Católica (PUCP). Acá en Alemania hago un triple

estudio de Historia del Arte, Antropología Americana y Arqueología

europea con eventuales incursiones en las literaturas celticas medievales y

en la literatura escandinava moderna. He aprendido por diversas razones a

hablar alemán, inglés, islandés, un poco de quechua y algo de irlandés y de

latín.

Actualmente estoy trabajando en dos libros de cuentos, uno de clara

inspiración céltica y otro inspirado en la novela policial escandinava, en los

dibujos animados japoneses y por supuestos en William Faulkner. Tengo

planeada una novela histórica y una de aventuras marinas de cáracter un

tanto místico.

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Edita El gato descalzo 13.

La fortaleza junto al río. Carlos Herrera Novoa.

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publicar semanalmente en e-book a autores de

calidad, de forma gratuita y ambientalmente

amigable, a nivel mundial.

Para sostener la realización de este

proyecto buscamos auspicios y donaciones de

empresas - personas interesadas como nosotros en

democratizar el acceso a los libros, promover el

hábito lector y desarrollar el bienestar personal.

Esperamos sus comentarios, opiniones y otros al

correo [email protected]

¡Nos leemos la próxima semana en Edita El gato

descalzo!

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Edita El gato descalzo 13.

La fortaleza junto al río. Carlos Herrera Novoa.

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