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La inconmensurabilidad de nuestras violencias Por: Carlos Alberto Rojas C. Investigador social, Mg. Políticas Públicas (m) Universidad del Valle Cali, Noviembre de 2013 Las violencias que han azotado nuestra ciudad en las últimas dos décadas son inconmensurables, o podríamos decir que han sido inmensas, infinitas e ilimitadas, y estas características constituyen una afrenta al diseño de políticas públicas y a la capacidad de las mismas para enfrentar con alternativas democráticas y civilistas las transformaciones que demandan los

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La inconmensurabilidad de nuestras violencias

Por: Carlos Alberto Rojas C. Investigador social, Mg. Políticas Públicas (m) Universidad del ValleCali, Noviembre de 2013

Las violencias que han azotado nuestra ciudad en las últimas dos décadas son inconmensurables, o podríamos decir que han sido inmensas, infinitas e ilimitadas, y estas características constituyen una afrenta al diseño de políticas públicas  y a la capacidad de las mismas para enfrentar con alternativas democráticas y civilistas las transformaciones que demandan los conflictos sociales que terminan en violencias.

Es rutinario que los actores institucionales nos hablen de las cantidades de homicidios, cantidades de robos, número de lesionados, número de casos atendidos en las instituciones, del número de delitos etc., y es poco frecuente, diría que muy poco frecuente que se hable de las cualidades de esas violencias, de sus significados, de cómo se afecta la percepción ciudadana e incluso como ciertos circuitos sociales terminan construyendo retóricas discursivas unas en pro y otras en contra; al final el panorama es

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desolador, son muy pocos los esfuerzos gubernamentales reales por intentar comprender la complejidad y la inconmensurabilidad de las violencias que nos han afectado históricamente y que demandan la acción del poder del Estado para proteger la vida de los ciudadanos. Todos los discursos gubernamentales que buscan explicar las violencias, sin pensar que la sociedad demanda acción contundente del Estado y la sociedad a favor de la protección de la vida terminan siendo discursos de cinismo, pues son planteamientos desprovistos de una ética de los derechos humanos y se trata de una política caracterizada por la ausencia de compromiso con  la vida. 

Hoy se reclama, tanto como hace varias décadas, una postura diferente del Estado y la sociedad frente a los hechos de violencia que destrozan a miles de familias en nuestras ciudades, y quizás lo primero que haya que hacer es asumir que las violencias, más allá de los esfuerzos por contabilizarlas para entenderlas, se deben replantear los marcos ético-políticos desde donde se busca su comprensión, la acción pública que podría hacer frente a los factores  que la generan  deben correr los velos que han cosificado los valores que la cimentan, para hacer emerger una nueva ética de principios y de acuerdos democráticos fundamentados en la protección integral de la vida.

Es tiempo de hacer florecer una filosofía social que dialogue con la sociedad en torno a las éticas y los principios que fundamentan el sentido de la vida y el

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sentido de ésta en la historia nuestra, se necesita que los filósofos hagan política y contribuyan a desenmarañar el enredado laberinto en el que se ha embolatado en sentido de la vida.