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Academia de Buenas
Letras de Granada
DISCURSO PRONUNCIADO POR EL
EXCMO. SR. D. ANTONIO SÁNCHEZ TRIGUEROS
EN LA INAUGURACIÓN
DEL CURSO ACADÉMICO 2011-2012
ACTO CELEBRADO EN EL PARANINFO
DE LA UNIVERSIDAD DE GRANADA
EL DÍA 14 DE NOVIEMBRE DE 2011
GRANADA
MMXI
Edita: © Academia de Buenas Letras de Granada c/ Almona del Campillo, 2 - 3º
18009 Granada
www.academiadebuenasletrasdegranada.org
Imprime: La Gráfica S.C.And. - Granada
Depósito Legal: Gr-4129/2011
DISCURSO DEL
EXCMO. SR. D. ANTONIO SÁNCHEZ TRIGUEROS
Presente y pasado de las academias literarias de Granada
A
Excmos. e Ilmos. Sres. Académicos
Señoras y Señores:
CABAN de cumplirse los primeros diez años de nuestra
Academia de Buenas Letras de Granada y puede ser el
momento de hacer un breve balance de la realidad académi-
ca de esta década, así como de reconstruir con cierto detalle,
como no se había hecho hasta ahora, el origen del proyecto
del que fui testigo privilegiado junto con mis compañeros de
la Comisión Gestora que solicitó a la Junta de Andalucía su
creación.
En la última década del siglo pasado tuve diversas res-
ponsabilidades en el Secretariado de Extensión Universitaria
de la Universidad de Granada, que tenía, y sigue teniendo, su
sede en el Palacio de la Madraza. Mis muchas horas de per-
manencia en este centro de gestión me dio la oportunidad de
coincidir, tratar y charlar largamente con el que entonces era
Secretario de la Academia de Bellas Artes de Granada, don
José García Román, en la actualidad, y desde hace años,
Presidente de esa Institución, que también tiene su sede en la
Madraza. En muchas ocasiones el tema recurrente de nues-
tras conversaciones era la desinteresada obsesión de mi ilus-
tre interlocutor porque se creara en la ciudad una Academia
de Letras, que canalizara inquietudes, actividades y proyec-
tos de este espacio artístico, para lo que me instaba con cier-
ta vehemencia a que liderara la iniciativa, al tiempo que me
ofrecía su apoyo y el de su Academia para dicho proyecto.
Aunque siempre me resistí a asumir en solitario esa respon-
9
sabilidad tan delicada y de tanta envergadura y trascendencia
en una ciudad no exenta de complejidad y muy nutrida de
orgullosos artistas de la palabra, finalmente accedí con la
condición de que más personas participaran en el origen de
la acción.
A este propósito permítaseme un inciso de apelación a la
memoria familiar, ya que cuando navegaba en un mar de
dudas sobre la cuestión, lo que en un momento determinado
me decidió a participar definitiva y activamente en la inicia-
tiva fue el recuerdo de un antecedente familiar: mi bisabuelo
materno Juan Trigueros Romero de la Bandera, pintor mala-
gueño del siglo XIX, cuyo autorretrato ha presidido siempre
el salón de mi hogar paterno, fue uno de los fundadores, el 7
de junio de 1849, de la Real Academia de Bellas Artes de San
Telmo, de Málaga, de la fue Secretario General hasta su
muerte en 1889. Fue, pues, su larga y reconocida labor al
frente de esa Institución, que sigue felizmente viva, la que
finalmente me estimuló y animó a participar en la iniciativa
granadina.
Así García Román y yo llegamos al acuerdo de que fuera
la Academia de Bellas Artes, con su entonces Presidente
Francisco Izquierdo y su Secretario al frente, la que cursara
una citación a seis reconocidas personalidades de la literatu-
ra granadina, a saber: Elena Martín Vivaldi, Rafael Guillén
García, Manuel Villar Raso, Antonio Carvajal Milena, Luis
García Montero y el que ahora les habla. Después de varias
reuniones de trabajo en la Biblioteca de la citada Academia,
decidimos por unanimidad, con la bienvenida compañía de
Francisco Izquierdo, constituirnos en la Comisión Gestora
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que solicitase a la Consejería de Educación y Ciencia de la
Junta de Andalucía la creación de la Academia de Buenas
Letras de Granada, con sede provisional en el Palacio de la
Madraza. Se adjuntaba a la solicitud, fechada el 18 de abril
de 1994 y firmada por todos los miembros de la Comisión
Gestora, una síntesis histórica del desarrollo de las letras en
Granada y una propuesta de Estatutos fundacionales.
Pues bien, a pesar del apoyo explícito e insistente de la
Academia de Bellas Artes de Granada en el seno del Instituto
de Academias de Andalucía, el proyecto quedó olvidado y
arrumbado, como tantas veces ocurre en la Administración
Pública, hecho aquí agravado por el cambio de Consejero.
Pero he aquí que, como “un golpe de dados jamás abolirá el
azar”, casi cinco años después, el 15 de enero de 1999, tuve
la fortuna de encontrarme en un acto universitario con mi
buen amigo Antonio Zoido, a la sazón asesor del nuevo
Consejero Manuel Pezzi, que, una vez que le expresé mi
preocupación por el tema pendiente, me pidió que le enviase
de nuevo la documentación entregada en su día.
Aunque con cierta lentitud, el proceso se puso en marcha
definitivamente, y así, a propuesta de la nueva Consejera,
Cándida Martínez López, el Consejo de Gobierno de la Junta
de Andalucía, de 4 de septiembre de 2001, decidió la crea-
ción de la Academia de Buenas Letras de Granada como
Corporación de Derecho Público (BOJA núm. 104 de 8 de
septiembre de ese mismo año); al mismo tiempo se instaba a
la Comisión Gestora a que, antes de disolverse, propusiese
los siete primeros académicos de la Institución. Así, antes de
acabar el año, cuatro miembros de dicha Comisión (Rafael
11
Guillén, Antonio Carvajal, Francisco Izquierdo y el que les
habla) reunidos la tarde del sábado 9 de febrero de 2002 en
la casa albaicinera de Izquierdo, con la ausencia pero asenti-
miento del resto de sus componentes (Elena Martín Vivaldi
ya había fallecido), decidieron por unanimidad proponer
como primeros académicos los siete nombres siguientes:
doña Rosaura Álvarez Rodríguez, don Antonio Chicharro
Chamorro, doña Pilar Mañas Lahoz, don Justo Navarro
Velilla, don Arcadio Ortega Muñoz, don José Carlos Rosales
Escribano y don Andrés Soria Olmedo, propuesta que fue
aprobada por la Consejera el 20 de febrero de 2002 (BOJA
núm. 38, de 2 de abril de 2002).
A partir de aquí otros tendrán que hacer la historia deta-
llada del proceso constituyente, apelando a sus recuerdos y
siguiendo las actas de la Institución; por ellas sabemos que
con mucho entusiasmo y no menor dedicación los nuevos
académicos empezaron a poner en marcha la Academia,
guiados por la sabiduría y experiencia gestora de los elegidos
primer Presidente, don Arcadio Ortega Muñoz, y primer
Secretario, don Antonio Chicharro Chamorro. A nadie se le
oculta que esta primera etapa no fue fácil. La Academia tenía
que desarrollar su reglamento, recabar la mínima financia-
ción para su adecuado funcionamiento, plantearse recuperar
para la Academia, como así se hizo, a los miembros de la
Comisión Gestora y, seguidamente, con ecuanimidad, pon-
deración y delicadeza llevar a cabo la elección de nuevos aca-
démicos hasta completar los veintiocho numerarios, conse-
guir una sede digna para su establecimiento, programar sus
primeras actividades y hacerse visible ante la sociedad gra-
nadina con un interesante calendario de actos públicos. Los
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objetivos se cumplieron y la Academia irrumpió con fuerza,
ímpetu joven y constante presencia en el medio cultural, y así
se pusieron las bases de lo que después ha venido siendo la
Academia en esta trayectoria de diez años fructíferos donde
el trabajo ha sido constante, permanente y se han abierto nue-
vas iniciativas literarias que sin ningún género de dudas han
enriquecido nuestro inmediato entorno.
Reduciendo a una relación breve de datos significativos la
actividad desarrollada en estos diez años, hay que recordar
los siguientes extremos: el alto número de sesiones ordina-
rias celebradas, que rondan las noventa; la colección impre-
sa de cincuenta y tres discursos correspondientes a otras tan-
tas sesiones públicas solemnes de recepción de nuevos aca-
démicos, de académicos supernumerarios y de académicos
correspondientes, entre los que contamos ya con muchas per-
sonalidades de las letras hispánicas; a ello se añaden las
sesiones también solemnes de homenaje a académicos o
escritores fallecidos (Francisco Ayala, Francisco Izquierdo,
José Andrés de Molina, Juan Jesús León, José Heredia
Maya), las sesiones conmemorativas de centenarios de per-
sonalidades de las letras (Emilio Orozco, Juan Gutiérrez
Padial, Luis Rosales, Miguel Hernández, Gabriel Celaya); a
esta colección de discursos, que forman un conjunto de
investigaciones literarias de mucho peso e interés, libremen-
te disponibles en nuestra página web, se une la creación de
una colección de volúmenes de académicos, “Mirto
Academia”, cuyo número roza ya los cincuenta títulos,
donde hay poesía, narrativa, ensayo, crítica, historia literaria
y teatro, libros todos ellos presentados en actos públicos, a
los que se unen presentaciones de otros libros propios o aje-
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nos relevantes. Así mismo, y de acuerdo con nuestros objeti-
vos fundacionales, la Academia ha estado abierta a la cola-
boración activa con las Instituciones de la ciudad: con la
Universidad en nuestra participación en actos literarios, con
el Ayuntamiento y su Concejalía de Juventud en la fundación
del Premio de poesía y narrativa para jóvenes creadores (con-
vocada ya su tercera edición) y en la publicación de los volú-
menes premiados en la colección “Mirto Joven”, creada para
este fin por la Academia; y ello sin olvidar nuestra colabora-
ción con el diario Ideal en su Premio de Narrativa Corta. Por
otra parte, la Academia convoca anualmente el Premio
Francisco Izquierdo para investigadores de literatura grana-
dina, cuya séptima edición entregaremos hoy y que en su
próxima octava convocatoria vamos a contar con la colabo-
ración prometida de la Diputación de Granada. Y para finali-
zar este rápido y sucinto balance de actividades hay que
constatar la creación de nuestra página web y el que es nues-
tro proyecto estrella, el Diccionario de Autores Granadinos,
ya en su tercera fase, con cerca de doscientas cincuenta entra-
das disponibles en la web, iniciativa in progress que manten-
dremos siempre abierta a incorporar nuevos valores y a res-
catar nombres olvidados.
He aquí, pues, el testimonio palpable del mucho trabajo
llevado a cabo con escasez de medios y con mucho esfuerzo
y vocación literaria. Con toda sinceridad creo que a la vista
de todo lo realizado en estos diez años es de justicia recono-
cer que la Academia ha estado a la altura de la grandeza artís-
tica de Granada y de su brillante historia literaria de siglos. Y
en ese pasado histórico que nos precede destacan dos escla-
recidos antecedentes académicos de los que no somos sino
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afanosos y lejanos continuadores: la Academia Literaria de
los Granada Venegas y la posterior Academia del Trípode. Y
al recuerdo de ellas quiero dedicar el resto de mi interven-
ción, que quiere enlazar temáticamente con el Discurso de
Inauguración de la Academia pronunciado por nuestro pri-
mer Presidente, en que situó a nuestra Institución en el
amplio contexto histórico de las Academias europeas.
En aquel citado informe de urgencia que redacté para la
Junta de Andalucía (recogido en mi libro La pluma en el din-
tel), después del rápido recuento de figuras literarias granadi-
nas de todas las épocas, con las que, como afirmaba, se puede
construir una completa historia de la literatura peninsular, bri-
llante en muchas épocas y siempre significativa, vine a añadir
algo que consideraba muy importante en el desarrollo cultu-
ral de Granada: la permanente fundación e instauración de
círculos, academias, tertulias y reuniones literarias, que han
hecho de Granada, a lo largo de toda su historia, capital cul-
tural de primera categoría y centro de atracción de personali-
dades de las letras, nacionales y extranjeras. Y como ejemplos
clásicos y cimeros citaba justamente a la Academia Literaria
de los Granada Venegas y a la posterior Academia del
Trípode. Y por esta última, la más cercana y de la que más
noticias tenemos, empiezo, apelando al recuerdo emocionado
del profesor Nicolás Marín López, que indagó en profundidad
sobre este siglo literario granadino del XVIII.
En el periodo que va de 1738 a 1748 hay que situar la acti-
vidad más fecunda de la granadina Academia del Trípode, a la
que, por otra parte, no le faltan antecedentes: remotos en la tra-
dición de academias, justas y certámenes más o menos públi-
15
cos de los siglos anteriores, y cercanos en las sesiones poéticas
organizadas en los primeros lustros del siglo XVIII por el
poeta-soldado don Pedro Verdugo Ursúa, cuyo hijo don
Alonso, tercer Conde Torrepalma y poeta reconocido, iba a ser
precisamente el mecenas de esta Academia del Trípode. Según
parece, la iniciativa de fundarla partió de unos clérigos de la
Abadía del Sacro Monte, y ello explicaría el seudónimo elegi-
do por don Alonso, Caballero Acólito Aventurero, y su frase de
que entró como “cuarto pie” en dicha Academia. Estos cléri-
gos poetas eran Diego Nicolás de Heredia Barnuevo, José
Antonio Porcel (entonces con el apellido “del Olmo”) y
Alonso Dalda Pérez, los que en las sesiones de la Academia
ocultaban sus nombres, respectivamente, bajo los seudónimos
de Caballero del Yelmo de Plata, Caballero de la Floresta
(después Caballero de los Jabalíes) y Caballero de la Peña
Devota, seudónimos tomados de la narrativa caballeresca. Y a
ellos se unirá como mecenas don Alonso Verdugo y Castilla,
que había vuelto a Granada desde Madrid en 1737, año en que
parece que comenzaron, ya a finales, las reuniones poéticas del
Trípode. Según contaba el mismo Porcel, las sesiones, que se
celebraban a principios de cada mes, se desarrollaban con el
siguiente ritual: los académicos entraban en procesión en la
sala de dos en dos y en silencio, se colocaban en sus sillones,
y se introducía el acto con la lectura de una oración literaria
por parte del presidente, después los académicos iban leyendo
sus poemas, los cuales pasaban a ser criticados y comentados
por los asistentes, correspondiendo al fiscal de la sesión la crí-
tica burlesca. Las discusiones se abrían a todo tipo de erudi-
ción y especulación, aunque el fin principal fijado era “el bello
manejo y pureza del idioma”. Llegado el final se distribuían
los temas poéticos de la sesión siguiente.
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Y al que en principio es un grupo reducido, se van a ir
incorporando otros poetas, algunos de cuyos seudónimos no
han podido todavía desvelarse: así, el Caballero de las
Cuitas es Urbano de Castilla, pariente del mecenas; el
Sacristán y el Caballero de la Verde Espada son personajes
al parecer relacionados con la Inquisición; el Caballero de
los Azulejos, el de la Luenga Andanza y el de la Torre
Encantada, desconocidos; el Caballero de Febo es Pedro
Veluti Venegas; el Caballero Paz, Nicolás de la Paz, y el
Caballero Doncel del Mar es el malagueño Luis José
Velázquez. Quizá bajo los seudónimos no desvelados se
oculten ciertos poetas y amigos de don Alonso Verdugo,
como, por ejemplo, Alonso Santos de León, futuro asistente
a la madrileña Academia del Buen Gusto, Juan Altamirano,
que era Caballero Veinticuatro de Granada, Juan Antonio
Veinza, adulador poético del mecenas, o Alonso Álvarez de
Bohórquez, sobrino del Conde de Torrepalma.
A través de lo que se conoce de la práctica poética del
Trípode, se concluye que sus ideales poéticos estaba localiza-
dos en la literatura española de los dos siglos anteriores, con-
cretamente en la poesía garcilasiana, en el intermedio herre-
riano y sobre todo en Góngora, príncipe que preside los tra-
bajos del círculo granadino. Justamente los mejores versos del
grupo nacen como fruto de la fusión de esos estilos poéticos.
Los temas preferidos por los académicos del Trípode son los
narrativos, especialmente los de tono heroico o trágico, y den-
tro de estos, y de acuerdo con sus poetas preferidos, los temas
mitológicos, que quedan despojados de toda su posible sen-
sualidad, incorporándoseles además una intención moraliza-
dora. Ese evidente conservadurismo de base, con su conjunto
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de características y preferencias, unidas a sus intentos de crear
una epopeya cristiana de inspiración bíblica, se vienen a
explicar por la influyente presencia de los humanistas del
Sacro Monte, impulsores e iniciadores del grupo.
A partir de 1744 las reuniones de la Academia granadina
se van espaciando progresivamente debido a los continuos
viajes y a las cada vez más largas estancias de Torrepalma en
Madrid, donde está luchando con todas sus fuerzas por un
puesto de categoría en la Corte. Cuando en 1748 el mecenas
consigue el nombramiento de mayordomo de Felipe V, se
puede decir que se firma el acta de defunción de la Academia
del Trípode. Ahora bien el Trípode muere pero no su influen-
cia, ya que algunos de sus miembros serán el fermento de la
madrileña y célebre Academia del Buen Gusto, creada por un
grupo de aristócratas entre los que se contaba nuestro ilustre
personaje don Alonso Verdugo y Castilla, al que se unirán
también otros poetas del Trípode.
Examinada con una mínima detención la función literaria
de esta Academia granadina, se pueden sacar algunas con-
clusiones interesantes. Frente al viejo tópico simplista de que
el XVIII español es el siglo de los galicistas frente a los cas-
ticistas, del neoclasicismo triunfante siempre en su lucha con
el decadentismo barroco, la crítica ha venido a poner de relie-
ve que el asunto necesita matizarse en su auténtica compleji-
dad. En este sentido se puntualiza, de una parte, que este
enfrentamiento empieza a ser realmente radical durante la
segunda mitad del siglo, y, de otra parte, que no se puede
dejar de considerar el intento de reforma tradicionalista de la
primera mitad del siglo, intento imposible de confundir con
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la estéril imitación a ultranza, propia de muchos epígonos, de
un barroquismo momificado. Y en línea con ese intento está
el grupo granadino de la Academia del Trípode, que no es
una formación de simples supervivientes en eco de la poesía
barroca, sino de continuadores activos de una poética clásica
que quieren renovar volviendo a sus mejores momentos; no
fue su postura, pues, puramente receptiva, sino de vuelta a las
fuentes, no significando rutina sino depuración. Y paso ya a
hablar de nuestro antecedente más lejano.
El ambiente literario granadino correspondiente a la
segunda mitad del siglo XVI, hay que buscarlo en esas sesio-
nes o justas poéticas, que, inspiradas en las de Italia, se cele-
braban en los palacios de algunos nobles con voluntad de
mecenas literarios. En este sentido fue muy célebre la
Academia de los Granada Venegas, cuyas sesiones tenían
lugar, según las épocas, en su palacio de Cetti-Meriem, en la
Casa de los Tiros o en el Generalife, del que eran Alcaides.
Fundador de esta Academia fue don Alonso de Granada
Venegas, doblemente descendiente de la nobleza nazarí, pues
en él habían venido a unirse dos ilustres estirpes del reino
moro de Granada. De una parte era hijo de Cide Yahya Al-
Nayyar, miembro de la familia real nazarí, de la rama de
Ismail, y nieto de Yusuf IV, y había sido alcaide de Almería
y quien entregó Baza a los Reyes Católicos. Después, con-
vertido al cristianismo como Pedro de Granada, sería recom-
pensado por los Reyes y nombrado alguacil mayor de la
Granada cristiana. Por parte materna, los Venegas eran de
origen cristiano, ya que procedían de un noble castellano del
siglo XIV, don Pedro Venegas, señor del dominio cordobés
de Luque, cuyo tercer hijo fue apresado por el ejército naza-
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rí y educado en la corte granadina, donde llegó a fundar un
nuevo linaje de grandes propietarios y cortesanos, los
Bannigas; entre ellos identificamos a los visires de Muley
Hacen y El Zagal, a uno de los imanes de la Mezquita e
incluso a un mecenas de artistas y poetas, Yuse Banegas.
El primer mantenedor de la Academia fue, pues, don
Alonso de Granada Venegas y después tomó el relevo su
hijo don Pedro, el mayorazgo; ellos presidían estas sesio-
nes, interviniendo también muchas veces como poetas; en
concreto se sabe que don Pedro hizo gala de tal en diversas
ocasiones en las que se conmemoraba algún suceso notable:
así, en 1571 leyó su Égloga a la Batalla naval de Lepanto,
en 1578 su composición A la derrota del Rey don Sebastián
en Alcázarquivir y en 1595 su poema Al Sacromonte, en el
que acababan de encontrarse las supuestas reliquias de los
apóstoles andaluces. Quizás la época en la que figura como
mantenedor don Pedro fue la más brillante y la de más
amplio eco en los círculos literarios españoles. Hay muchos
testimonios de esto, como por ejemplo el del escritor extre-
meño Cristóbal de Mesa, que, en una epístola dirigida al
poeta cordobés Barahona de Soto, asiduo de estas reunio-
nes, pondera así la Academia:
Y con nuestros amigos los Berríos
ya trataréis de metros, ya de prosa
entre Darro y Genil, famosos ríos.
Veréis de doña Juana de Espinosa
los elegantes, amorosos versos,
cuarta Gracia gentil, décima diosa.
Y en ejercicios plácidos diversos,
20
ya con Arjona o el doctor Tejada,
tendréis los de la Corte por perversos.
Ya en casa de don Pedro de Granada
formaréis la poética Academia,
de espíritus gentiles frecuentada,
donde el ingenio y la virtud se premia,
y no en Madrid, do sigue su fortuna
el de Italia, el de Francia, el de Bohemia.
Las noticias que tenemos de sesiones concretas nos llevan
al último tercio de este siglo XVI. La primera de ellas se
refiere a las exequias pastoriles convocadas en recuerdo de
Gregorio Silvestre, el poeta y organista muerto en 1569, año
en que estaban suspendidas las veladas de la Academia por
haber marchado don Alonso a luchar en las Alpujarras. Una
vez terminado el conflicto vuelve el noble granadino a la ciu-
dad y el primer acto que organiza es el funeral poético. En
esta ocasión el premio del certamen consistió en un vaso tra-
bajado en madera, en el que, al decir de las crónicas, estaban
representados alegóricamente los más tristes sucesos inme-
diatamente acaecidos: las muertes del príncipe don Carlos,
de Isabel de Valois, del capitán Céspedes, de los abogados
Berrio, padre del poeta, y Gaspar de Baeza y, por supuesto,
la de Silvestre. Muchos poetas concurrieron a este certamen,
firmando en esta ocasión con nombres poéticos: don Alonso
es Pilas, Hernando de Acuña es Damón, Barahona es Lauso,
entre otros.
A años posteriores corresponden tres sesiones celebradas
bajo el patrocinio de don Pedro. En una los asistentes se
pusieron de acuerdo en comprobar quién decía, en menos ver-
21
sos, más altos elogios a la Virgen María; intervienen en ella el
mismo don Pedro, Juan Montero, Gregorio Morillo, Pedro de
Cáceres, Andrés del Pozo y Pedro Rodríguez de Ardila. En
otra fueron propuestos como temas los cuatro elementos, aire,
agua, fuego y tierra, y fueron premiados Gutierre Lobo por su
poema Al elemento del fuego, Rodríguez Ardila por el que
dedicó A la tierra, Tejada Páez que escribió Al aire y Andrés
del Pozo que lo hizo Al agua. La última de que sabemos algo
es la justa en que había que cantar a las cuatro estaciones;
triunfaron en esta Gutierre Lobo por su silva Al invierno, Juan
de Arjona por la que dedicó Al verano (lo que hoy se entien-
de como “primavera”), Gregorio Morillo por la suya Al estío
y Juan Montero por la que cantó Al Otoño. Algo habría que
decir del estilo y del gusto que imperaba en el ambiente de
estas sesiones; baste señalar que compaginan el ejercicio de lo
antiguo castellano con el de las nuevas formas poéticas garci-
lasistas, situándose por tanto entre la tradición y la innova-
ción; esa es la gran originalidad que presentan: una conviven-
cia armoniosa de la fábula renacentista de corte ovidiano y los
cantares de tipo tradicional, siendo sus temas más abundantes
los mitológicos, los religiosos y los burlescos.
A finales del siglo XVI don Pedro es nombrado Alcaide
de Salobreña y Almuñécar y a causa de sus prolongadas
ausencias deja de funcionar la Academia de su nombre. Será
a partir de 1600 cuando cobre nuevo impulso con el nombre
de Academia de Santiago, bautizada así en recuerdo y home-
naje al apóstol cuyos discípulos, según la fantástica leyenda,
predicaron en Granada; justamente en ese año fueron procla-
madas como auténticas las falsas reliquias encontradas en
una de las colinas de la ciudad. Buena muestra de todo el tra-
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bajo poético de estas Academias de los Granada se recogió
en un célebre manuscrito, la Poetica Silva, sobre el que ya
trabajó el profesor Lara Garrido y que no hace mucho ha sido
por fin editado y estudiado en profundidad por la profesora
Inmaculada Osuna. También en las Flores de Poetas Ilustres
el antequerano Pedro de Espinosa, seguro asistente a algunas
de estas reuniones, recoge diversas composiciones leídas en
estas sesiones como, por ejemplo, la composición de
Rodríguez Ardila titulada A Santiago en su Academia de
Granada. De todos estos poetas de la tierra se da adecuada
noticia en nuestro Diccionario de Autores Granadinos.
Pero no quiero terminar este discurso sin ofrecer una
muestra de las composiciones que se presentaban en estas
sesiones académicas, donde, como indicaba, junto a los pre-
dominantes temas mitológicos y religiosos, brillaban algunos
académicos con poemas burlescos construidos sobre las pau-
tas de la poesía seria. Un buen ejemplo de ello son los noven-
ta y dos tercetos, con sus doscientos setenta y siete endecasí-
labos, que desarrollan el poema “En loor de la Mosca”, céle-
bre composición de Juan de Arjona, cuya edición de
Rodríguez Marín recojo completa, como homenaje al pasado
y regalo de aniversario, al final de estas páginas. El poema es
una obrita muy divertida, fabricada con mucho sentido del
humor, de mucha sustancia literaria y con una notable inven-
ción construida sobre referencias heroicas y mitológicas en
que, por una parte, se despliegan con largueza las “virtudes”
del insecto, que se mueve con la más absoluta libertad entre
los humanos de toda condición: gañanes, dignidades, pobres,
príncipes, monarcas, marqueses, duques y
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La dama más bizarra y más compuesta,
de quien la fama la beldad confiesa,
con ella pasa, a su pesar, la siesta.
¿Qué labios hermosísimos no besa,
qué dorado cabello o rica toca,
sin ver que dello a su amador le pesa?
Y a veces, no contenta con la boca,
della al hermoso pecho se desciende
y a su placer lo más oculto toca.
Y con la misma libertad se mueve por los más diversos
ámbitos: templos, mezquitas, consistorios, senados, despa-
chos reales, aulas y escuelas:
En París, en Bolonia, en Salamanca,
mil cursos tiene y en cualquier escuela
no falta asiento a su ligera zanca.
Y claro donde más disfruta es en los banquetes y entre
azúcares y vinos; y todo ello sin abstenerse en cuaresma ni
pagar impuestos ni pretender mayorazgos. En la segunda
parte del poema se contienen tres relatos: la batalla con las
hormigas y la victoria de la mosca con la ayuda de Apolo; su
origen de pájaro “con ricas plumas y dorado pico” transfor-
mado en insecto por Diana y, finalmente, su entrega al sacri-
ficio en favor de Alcides al que Juno intentaba envenenar con
un vaso de tinto:
Abalanzóse al fin al bebedizo:
el vino prueba y el veneno bebe,
y al puncto en ella el crudo efecto hizo.
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Sobre la mesa, en término muy breve,
muerta cayó del engañoso vaso,
que ni alza el cuerpo ni las alas mueve.
Esta composición, junto con la dedicada al cerdo y su tra-
ducción de la Tebaida, fue la que dio fama a su autor, como
testimonia Bermúdez de Pedraza y el plagio que de ella per-
petró Rojas Villandrando; pero tenemos que alcanzar el siglo
veinte para ver cómo un poeta simbolista, Antonio Machado,
volvía a hacer a las moscas protagonistas de un poema: “voso-
tras, amigas viejas, / me evocáis todas las cosas”. Y termino
con los cuatro últimos versos del poema de Juan Arjona:
Que ya es razón que mi humildad se acabe
y que yo me recoja a mi Academia,
cuya censura y disciplina grave
castiga faltas y trabajos premia.
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TERCETOS EN LOOR DE LA MOSCA
por Juan de Arjona
Estése en Pindo el chamuscado Apolo
y sus hermanas rásquenle el cogote,
porque no viva el poltronazo solo.
Reniego ya del cara de franchote,
de las nueve y su fresca Cabalina,
y no por esto el aula se alborote.
Berta, Toña, Pedrala y Mafelina
son agora las musas de mi pluma,
y mi monte Parnaso, su cocina.
Dejad, musas, el brodio y el espuma,
los nabos y los rábanos marchitos
y de las ollas la copiosa suma.
Y aplicad al estruendo de los pitos
las roncas voces de gallina clueca;
que después de placer daréis mil gritos.
Dadme primero un bote de manteca,
porque me quiero untar los labios secos:
dará refresco a mi garganta seca.
Y antes que de ella salgan roncos ecos,
tráiganme en vez del trágico coturno,
para calzarme, unos humildes zuecos;
que no canto la pérdida de Turno,
ni del siglo primero la belleza,
que acabó con la muerte de Saturno;
mas canto de la Mosca la nobleza,
la prosapia y antiguas libertades,
las virtudes, el trato y la riqueza.
Celébrese del mundo en las ciudades,
desde el tosco gañán que calza albarca
hasta las más supremas dignidades.
¿Qué palacio de príncipe o monarca,
qué taberna de pobres no visita?
¿Cuál ancha nave? ¿Qué galera o barca?
¿Qué templo tiene el mundo, o qué
[mezquita
donde la libre Mosca no haya entrado,
aunque a nadie al entrar la gorra quita?
¿Qué sacro consistorio o qué senado
le negará a la Mosca franca entrada?
¿Qué grave audiencia? ¿Qué supremo estrado?
Sola la noble Mosca está sentada
donde contra el Francés e Inglés pirata
trata el Rey con los suyos la jornada.
Sola ella sabe lo que allí se trata,
y para descubrir el real decreto
nunca la lengua en público desata.
Si el necio se hace con callar discreto,
discreta es ella, pues que tanto calla
y tantas cosas guarda con secreto.
Como un Aquiles entra en la batalla
más fiera, más cruel y más sangrienta,
sin ir vestida de pesada malla.
En el teatro a su placer se asienta
y, sin que pague corredor ni puerta,
escucha lo que allí se representa.
Ningún banquete o boda se concierta
donde no acuda luego a mesa puesta,
o en espaciosa sala o fresca huerta.
La dama más bizarra y más compuesta,
de quien la fama la beldad confiesa,
con ella pasa, a su pesar, la siesta.
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¿Qué labios hermosísimos no besa,
qué dorado cabello o rica toca,
sin ver que dello a su amador le pesa?
Y a veces, no contenta con la boca,
della al hermoso pecho se desciende
y a su placer lo más oculto toca.
¡Cuá ntos su libertad de envidia enciende,
viendo que por do vuelan sus deseos
ella sus alas atrevidas tiende!
Si quiere ver del mundo los rodeos,
desamparando brevemente a España.
cruza los altos montes Pirineos.
Della el marqués y el duque se acompaña,
pasándola a las ancas de la mula
el río, el valle, el monte y la campaña.
Ella las leyes de la Iglesia anula,
comiendo en la cuaresma libremente
huevos y leche sin tener la bula.
No tiene el mundo más hidalga gente,
pues sin que pague pecho ni portazgo
segura pasa por el barco o puente.
Nunca pleito movió por mayorazgo;
de nada que vendió pagó alcabala;
de nada que perdió pagó hallazgo.
¿Qué libertad a aquesta se le iguala?
¿Quién en el mundo tiene tal ventura?
¿Quién a tan poca costa se regala?
La primera cereza que madura,
la uva primera que de Vélez vino,
primero que ninguno la procura.
Amiga del buen pan y del buen vino,
de la miel, del arrope y los turrones,
enemiga del agua de contino,
sus tributarios son los bodegones,
y sin que al pastelero pague blanca,
prueba su manjar blanco y pastelones.
En París, en Bolonia, en Salamanca,
mil cursos tiene y en cualquier escuela
no falta asiento a su ligera zanca.
Entre Tomases y Durandos vuela;
entre Galenos y Avicenas trepa;
entre Baldos y Abades se desuela.
¿Qué juegos tiene el mundo que no sepa?
¿En qué dados no puede dar sentencia?
¿Qué tabla hay de ajedrez donde no quepa?
Los de los naipes sabe de experiencia:
la primera, el parar, la maribulla,
de bolsas ordinaria pestilencia.
Tiene una gran ciudad la antigua Pulla,
a quien la antigüedad llamó Mosquea,
porque tiene de moscas grande trulla.
Allí tuvo la Mosca una pelea,
la más sangrienta y más reñida que hubo
en cuanto ciñe el mar y el Sol rodea.
No sé por qué ocasión dicen que estuvo
reñida con la Mosca la hormiga,
cuyo rencor gran tiempo se entretuvo,
y al cabo, la solícita enemiga
de matamoscas, chinches y piojos
hizo contra la mosca cruda liga,
y llevara los últimos despojos,
si no fuera la Mosca socorrida
en el mayor rigor de sus enojos.
Iba su escuadra rota y de vencida,
y cada cual en el tropel procura
salvar huyendo la cansada vida.
Movido de tan grande desventura,
en medio su carrera la luz clara
trocó el piadoso Apolo en noche obscura.
Viendo la noche y la tiniebla avara,
dejan los enemigos el alcance
y la medrosa Mosca se repara.
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Habiendo, al fin echado tan mal lance,
al claro Sol la vida le agradece,
que la escapó del peligroso trance;
y, así, cuando su luz más resplandece,
con mayor regocijo goza el cebo
que su atrevida libertad le ofrece.
Esta amistad de Apolo no es de nuevo;
que antes que del Sol fuese carretero
hay amistad entre la Mosca y Febo.
Cuéntase que en aquel siglo primero
era la Mosca un pájaro tan rico,
que por él daban un tesoro entero.
El cuerpo, que es agora negro y chico,
era mayor que un grande papagayo,
con ricas plumas y dorado pico.
Nunca tantas colores vido mayo
en sus yerbas, sus árboles y flores
como en las plumas de su alegre sayo.
Los príncipes, los dioses y señores
en grande estima y precio lo tenían,
por su talle, su pico y sus colores.
Con él el tiempo ocioso entretenían
y el verde papagayo y las urracas
mudos en su presencia parecían.
Guardaba Apolo en este tiempo vacas,
del cielo echado porque dio a Vulcano
no sé qué cantaletas y matracas.
Y, teniendo un moscardo muy galano,
instimulado de furioso celo,
fuésele el mes primero del verano.
Huye con presto y presuroso vuelo,
y síguelo con pie menos ligero
el que agora en frisones corre el cielo.
Quiso la desventura del vaquero
que adonde estaba el carro de Diana
vino a parar el pájaro parlero.
Llegó tras él Apolo a la fontana
donde, desnudas, a su gusto, vido
las ninfas y la diosa soberana.
Apriesa cada cual corre al vestido;
otras, al agua empiezan a arrojarse,
turbadas y el color todo perdido.
Bien quisiera la Diosa en él vengarse
y hacer de modo que jamás pudiera
de haber visto sus carnes alabarse;
y como, aunque vaquero, inmortal era,
cual al tebano cazador no puede
convertirlo en alguna bestia fiera.
Mas, porque con algún castigo quede,
contra el pintado pájaro inocente
con rabia, furia y cólera procede.
Echóle encima el agua de la fuente,
que tantas veces su crueldad ayuda,
y al punto el ave su mudanza siente.
De sus gallardas plumas se desnuda,
y quedó convertida en un momento
en cosa tan pequeña, negra y muda.
Mas no perdió su antiguo atrevimiento,
su libertad y privilegio bravo
de visitar al Rey en su aposento;
y apenas el faisán, la trucha, el pavo,
la torta, el mazapán y fruta nueva,
que casi vio del mundo el postrer cabo,
a la mesa el goloso paje lleva,
cuando ella, por hacer al Rey la salva,
el bocado mejor primero prueba.
¿Qué Marqués de Pescara o Duque de Alba
de su importuna libertad se escapa
al descubrir la venerable calva?
Primero ha de beber que el sancto Papa;
que, para aquesto, poco le embaraza
de la limeta la curiosa tapa;
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porque viendo en la mesa la ancha taza
de vino de Falerno coronada,
allí la muerte a su placer abraza.
Allí, si acaso muere, muere honrada:
tan dulce muerte no le causa espanto,
porque aquella es su gloria deseada.
Y estima la invención de Baco en tanto,
que adora sus racimos en las vides,
padres de aquel licor sabroso y sancto.
Por aquesto la Mosca al gran Alcides
hizo que en un banquete no muriera,
después de haber vencido tantas lides.
Dicen que habiendo su madrastra fiera
procurado su muerte en varias guerras,
nueva invención buscó para que muera.
Dejaba ya sujetas cuantas tierras
cerca el undoso mar y Apolo mira,
fragosos montes, peligrosas sierras,
y vínose a casar con Deyanira,
bien a pesar del calidonio río,
que por el cuerno que perdió suspira.
Su madrastra, que guarda el odio impío,
vino a las bodas en humano traje,
dejando de su trono el señorío.
La compostura, el hábito y lenguaje
(porque de nadie fuese conocida)
tomó de cierto conocido paje.
Ponen la mesa, y viene la comida:
un costoso manjar, y otro más bueno,
y al fin demanda Alcides la bebida.
Juno de vino tinto un vaso lleno,
porque de tanta dilación reniega,
mezcló con un mortífero veneno;
y apenas al alnado se lo entriega,
cuando una Mosca, a muerte condenada,
con libertad al bebedizo llega,
y, de su instinto natural guiada,
a costa suya la traición deshizo,
con una libertad acostumbrada.
Abalanzóse al fin al bebedizo:
el vino prueba y el veneno bebe,
y al puncto en ella el crudo efecto hizo.
Sobre la mesa, en término muy breve,
muerta cayó del engañoso vaso,
que ni alza el cuerpo ni las alas mueve.
Turbado Alcides del estraño caso,
furioso de la mesa se levanta,
y el paje huye con ligero paso;
y, conociendo en él fiereza tanta,
aunque inmortal, de su furor se asombra,
temiendo dél la voladora planta.
Al fin se le convierte en vana sombra,
y Alcides, conociendo sus engaños,
su nombre ultraja y sus maldades nombra.
¡Viva la estorbadora de sus daños;
que la fama de muerte tan honrosa
ha de durar por infinitos años!
Celébrese hazaña tan famosa;
la memoria en el mundo se entretenga
de quien muriendo se mostró piadosa.
Pero bástele ya la larga arenga
de mi pluma y palabras lisonjeras,
Y digan todos: “Buena prole tenga”.
Y pues ya es tiempo de hablar de veras,
venga mi paje y mis chinelas deme,
y váyanse estas musas jabegueras.
Estos zuecos me quite, y calzaréme;
y porque mis untados labios lave,
tráiganme un jarro de agua y lavaréme.
Que ya es razón que mi humildad se acabe
y que yo me recoja a mi Academia,
cuya censura y disciplina grave
castiga faltas y trabajos premia.
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ANTONIO SÁNCHEZ TRIGUEROS
(Málaga, 1943)
Académico Numerario (letra J) de la Academia de Buenas
Letras de Granada, que actualmente preside, es Catedrático
de Teoría de la Literatura y Literatura Comparada de la
Universidad de Granada. Ha impartido conferencias en casi
todas las universidades españolas y en Francia, Italia, Suiza,
Portugal, Suecia, Dinamarca, Reino Unido, Argentina,
Puerto Rico y Estados Unidos. Como investigador ha dirigi-
do cerca de cincuenta tesis doctorales y dos proyectos I+D:
“Proyección escénica del teatro de Federico García Lorca” y
“El teatro en Córdoba y Granada durante el franquismo”, y
ha publicado varios libros y más de cien trabajos sobre poe-
sía modernista, teatro del siglo veinte, teoría literaria y socio-
logía de la literatura.
Servicios en la Universidad de Granada
Director del grupo de investigación de “Teoría de la
Literatura y sus aplicaciones” (1988-2008), del Programa de
Doctorado de “Teoría de la literatura y del arte y literatura
comparada” (1988-2004), de los Cursos de Español para
Extranjeros (1979-1984), de la Universidad de Verano
“Antonio Machado”, de Baeza (1983–1988), del
Secretariado de Extensión Universitaria (1996–2000), del
Máster de Estudios Escénicos (1995-1997), del Dpto. de
Lingüística General y Teoría de la Literatura (1990-1996),
del Aula de Teatro (1989-1996) y Vicedecano de la Facultad
de Filosofía y Letras (1984-1986).
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Otras actividades
Director del Festival Internacional de Teatro de Granada
(1983–1992), Jurado del Festival Internacional de Teatro
Experimental de El Cairo, de los Premios de Teatro “Martín
Recuerda”, “Enrique Llovet” y “José Moreno Arenas”, del
Premio del Poesía Joven “Antonio Carvajal” y del Premio
“Gerardo Diego” de investigación literaria. Patrono de la
Fundación “Rodríguez Acosta”, de la que actualmente es
Vicepresidente, de la Fundación “Francisco Carvajal”, de la
Fundación “José Martín Recuerda” y Promotor y Secretario
de la Fundación “Francisco Ayala” (1998-2005).
Pertenece, o ha pertenecido, a los Consejos de Redacción
de las siguientes revistas: Eutopías (Universidad de Valencia,
España/Universidad de Minnesota, USA), Discurso. Revista
de Semiótica y Teoría de la Literatura (Asociación Andaluza
de Semiótica), Teatro. Revista de Estudios Teatrales
(Universidad de Alcalá), Tropelías (Universidad de
Zaragoza), Cauce (Universidad de Sevilla), Signa (Asocia-
ción Española de Semiótica) y “Boletín de la Biblioteca
Menéndez Pelayo” (Santander).
Ha organizado diversos Congresos sobre Francisco Ayala
(1991, 1999, 2003, 2005), Angel Ganivet (1998), Teatro y
Fascismo (1993) y dos Simposios Internacionales de
Semiótica (1989, 1998).
Ha sido Presidente de la Asociación Española de
Semiótica, de la Asociación Andaluza de Semiótica y
Vicerrector de la Universidad Internacional Menéndez
Pelayo.
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Este discurso, editado por la
Academia de Buenas Letras de Granada,
se acabó de imprimir en Granada
el 12 de octubre de 2011,
Día de la Hispanidad,
dos meses después de cumplirse
el décimo aniversario de la
creación de esta Academia,
en los Talleres de La Gráfica S.C. And.,
estando al cuidado de la edición
el Ilmo. Sr. D. José Rienda,
Bibliotecario de la Academia.
Granada,
MMXI
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