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Se pensó por mucho tiempo, que la célebre frase “Dios ha muerto”, fue original de Nietzsche. Sin embargo, investigando en la historia de la filosofía, encontramos a otro filósofo alemán – quizá algo desconocido para algunos - quien esbozó esta idea al hablarnos de “la muerte de Dios”. Hago mención a Philipp Batz o también conocido como Philipp Mainländer, quien se consideró “hijo de una violación conyugal” y se suicidó a la edad de treinta y cuatro años con una cuerda alrededor de su cuello, luego de ver publicada su única obra titulada “Filosofía de la Redención”. (David Efraín Misari Torpoco)
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CONTENIDO
DO
Mainländer: El Suicidio como Liberación
Revista N° 002
1. ¿Quién fue Philipp Mainländer?
2. La Filosofía de Mainländer 3. Filosofía de la Redención 4. Muerte de Mainländer
Por: David Efraín Misari Torpoco1
Se pensó por mucho tiempo, que la célebre frase “Dios ha
muerto”, fue original de Nietzsche. Sin embargo, investigando
en la historia de la filosofía, encontramos a otro filósofo alemán
– quizá algo desconocido para algunos - quien esbozó esta idea
al hablarnos de “la muerte de Dios”. Hago mención a Philipp
Batz o también conocido como Philipp Mainländer, quien se
consideró “hijo de una violación conyugal” y se suicidó a la
edad de treinta y cuatro años con una cuerda alrededor de su
cuello, luego de ver publicada su única obra titulada “Filosofía
de la Redención”.
1. ¿Quién fue Philipp Mainländer?
Philipp Batz, conocido como “Philipp Mainländer”, nació un 05
de Octubre de 1841 en Offenbach, en un lugar ubicado muy
cerca al río “Main” (del cual proviene el seudónimo de “Main-
länder”) y fue uno de los seis hijos de un hombre de negocios.
Durante su juventud realizó algunos estudios sobre los autores
clásicos de manera autodidacta y luego asistió a la escuela de
negocios, donde fue enviado a Nápoles para una pasantía. Sin
embargo desde 1853 hasta 1863 tuvo dos experiencias que lo
llevaron a estudiar de manera profunda la poesía, donde conoció
a Leopardi, enamorado de sus versos y la profunda lírica de su
vena poética, quedó más que fascinado. Pero también empezó a
estudiar de manera autodidacta, la filosofía. Fue así, que a la
edad de 19 años, descubrió en una biblioteca un libro titulado El
Mundo como Voluntad y representación, quedando fascinado
por el texto, lo cual hizo que empiece a leer a Schopenhauer, y
transforme parte de su vida, desde aquel momento.
1 Escritor, filósofo y ensayista peruano. Es un filósofo autodidacto
especializado en diversas investigaciones de contenido filosófico, filológico
y jurídico. Ha escrito para diversas revistas en el ámbito jurídico
desempeñándose en la filosofía del derecho. Por último, es autor del texto
“ABC del Derecho: Latín Jurídico”.
Revista Virtual
Escritor Misterioso R. V. Filosófica | “ESCRITOR MISTERIOSO”
© Revista Virtual “Escritor Misterioso” Contáctenos: eframt504@gmail.com
Luego de leer algunos textos más del misógino Arthur, Philipp decide
hacerse filósofo y decidió llevar parte de sus ideas llenas de patriotismo
hasta el delirante extremo de proclamar la virginidad y el suicidio, como
medios eficientes para el dolor existencial en las futuras generaciones.
Creía que si uno se suicida, pone fin a todo sufrimiento humano. Pero pese
a sus estudios independientes de filosofía, se dedicó a realizar algunos
estudios y trabajos en el ámbito del comercio, con lo cual se solventaba
económicamente. Pero como la filosofía había llenado su vida, se dedicó a
investigar de manera íntegra, aspectos históricos, antropológicos y realizó
estudios de ciencias sociales y política, para seguir indagando la vida del
hombre y lo que aqueja a la sociedad.
Pero veamos como describe Mainländer su encuentro con la lectura del
misógino filósofo alemán, de un estilo similar como lo hizo Nietzsche: “En
febrero de 1860, llegó el día más grande de mi vida. Entré a una librería y
le eché un vistazo a los libros frescos llegados de Leipzig. Ahí encontré
“El Mundo como Voluntad y representación” de un tal Schopenhauer,
pero ¿Quién era Schopenhauer? El nombre nunca lo había oído hasta
entonces. Hojeo la obra, leo sobre la negación de la voluntad de vivir y me
encuentro con numerosas citas conocidas en un texto que me hace preso
de sueños”.
Un punto resaltante de la filosofía de Schopenhauer que rescató
Mainländer, es que el pesimista alemán basó su filosofía sobre la creencia
en una impetuosa y ciega fuerza que llega a impulsar a los hombres a vivir.
Aquí el mundo fue visto como un conflicto en estado continuo entre las
voluntades de cada ser, lo cual trajo consigo miseria, caos y dolor.
Schopenhauer veía al mundo de esta manera, debido a la enseñanza
budista que durante su juventud estudió. Además propone la renuncia al
deseo como medio para reducir todo sufrimiento del hombre. Gran parte
de la esencia filosófica schopenhaueriana, recae precisamente en este
pasaje de su vida, que nos lo narra de la siguiente manera: “Podemos
considerar nuestras vidas como un inusual disturbio momentáneo del feliz
reposo de la nada. La existencia humana debe ser una especie de error: es
mala hoy, y cada día será peor, hasta que lo peor de todo suceda. A mis 17
años, sin ninguna instrucción escolar, fui atrapado por la miseria de la vida
como Buda cuando en su juventud, descubrió la enfermedad, la vejez, el
dolor y la muerte. La verdad es que este mundo no pudo haber sido
producto del trabajo de un “ser todo amoroso”, sino más bien, el de una
especie de demonio que trajo criaturas a la existencia con el fin de
deleitarse al contemplar el sufrimiento de estos día tras día.”
De este modo Mainländer, emprendió con más ahínco, el estudio de la
filosofía. Y como parte de esta nueva etapa de su vida, y muy aparte de
leer a Schopenhauer, investigó los escritos de Spinoza, sobre todo porque
el filósofo holandés se dio cuenta que los hombres pueden beneficiarse de
la renuncia racional de los deseos personales y que la principal fuerza
conductora de la humanidad es su propia conservación. Y es aquí
precisamente el punto de partida del cual Mainländer se empieza a alejar
de sus predecesores.
Es así como Mainländer escribe en su “Filosofía de la redención” lo
siguiente: “Nuestro mundo es el medio y solo el medio para alcanzar el
no-ser.” El punto de vista del filósofo, es que la inmortalidad resulta
insoportable, puesto que constituye la agonía, hasta del mismo Dios. Pero
Dios es eterno en esencia, y la única forma de alcanzar el no-ser es
convertirse en parte del Universo, ingresar en el espacio-tiempo y la
materia, escapando de lo lógicamente imposible a lo lógicamente
plausible.
Continúa Mainländer, diciendo “Así pues, todo el Universo tiene el afán de
no-ser”, con esto quiere decir que la humanidad debe entender que la no-
existencia es mejor que la existencia. Por ejemplo, cuando una persona
alcanza la iluminación de su conciencia, él o ella terminarán cometiendo
un acto suicida y con ello completará el proceso de su redención. Es por
ello, que el aspecto más notable de su filosofía, es que ofrece una posible
explicación teleológica para una de las teorías del origen del Universo, una
de las cuales es considerada como la más probable, en el presente.
2. La Filosofía de Mainländer
Philipp Mainländer, del siglo XIX, junto con Eduard von Hartmann ,
y Julio Bahnsen , fue uno de los grandes exponentes de la "Escuela de
pesimismo" que nace de la filosofía de Schopenhauer. Pero en pocos años
llegó a ser olvidado. Su trabajo durante mucho tiempo fue el tema de la
soledad. Nietzsche, quedó impresionado por la Filosofía de la Redención
y escribió: "Hemos leído un montón de Voltaire , ahora es Mainländer".
También Alfred Kubin , Borges y Cioran se referían a la obra de este
Hegesias moderno teutónico como el "persuadidor de la muerte."
Fue el arquitecto de un sistema filosófico centrado en el pesimismo de sus
maestros. Por una lado, reflejaba una ontología negativa, un “agujero
negro” metafísico basado en el principio de “no-ser es preferible a ser”.
Mainländer sostiene que el ser humano no sabe nada sobre la cosa en sí,
sino solo vive de apariencias, por la cual el mundo no es sino una
representación de lo que el mismo hombre percibe de acuerdo a su
realidad. Mientras que para Schopenhauer, la cosa en sí es “voluntad de
vida”, Mainländer sostiene que “la voluntad es de la muerte”, porque la
muerte está presente en todos los seres. Quizá con esto, se anticipa a la
pulsión de la muerte en Freud, con lo que Philipp empieza a filosofar sobre
el impulso de la división.
Para tratar este aspecto, Mainländer propone una audaz especulación
teológica y metafísica, las cuales se derivan del proceso mediante el cual,
la sustancia divina del término original (tratada por Spinoza) pasa a partir
de su unidad inmanente a la pluralidad del mundo. Mainländer nos dice lo
siguiente: “Dios ha muerto y su muerte fue la vida del mundo”, esta cita
fue acuñada por primera vez en Nietzsche, lo cual lo hizo famoso, pero
con la diferencia de que para Nietzsche, fue el hombre el culpable de la
muerte de Dios, mientras que para Mainländer, es el mismo Dios quien se
da muerte tras el impulso innato en él (impulso de la división) para pasar
de ser a no-ser, o a la nada. Es así como Mainländer busca ser fiel a la
teoría de la inmanencia y niega la tesis de Kant, quien sostuvo que
podemos conocer la naturaleza del principio divino trascendente. Con esto
también, empezó a profesar un “ateísmo científico” para el que la esencia
de Dios es incognoscible.
Por otra parte, los conceptos de Mainländer proveen una excelente
fundamentación teológica a la teoría del Big Bang, la creación de la
materia y el espacio-tiempo por ser un eterno que quiso morir. En un
principio, Mainländer sostuvo que Dios fue incapaz de morir por su
esencia eterna, de modo que la única manera (lógicamente posible) de
cumplir su deseo, fue convertirse en Universo, lo cual es el constante
progreso de todos sus componentes desde una existencia transitoria hacia
la permanente inconsciencia y la muerte. Claro que existen explicaciones
teológicas alternativas para el Big Bang. En el año 1951, el Papa Pío XII
aceptó este “evento de creación” como parte de la doctrina católica
romana, comparándola con el libro del Génesis.
Sin embargo cree que podemos pensar en el origen del mundo como si
fuera el resultado de un “acto de voluntad motivado", por así decirlo, el
efecto, la acción de la trascendencia, es por lo contrario, incognoscible
para nosotros, y así como el acto por el cual lo trascendente, o "súper-ser"
que está por encima y más allá de ser, el mundo se disuelve en la
inmanencia del mundo, y luego en no ser. La génesis de todo el mundo se
originó en la voluntad divina para ir de “súper-ser”, - a través de estar en el
mundo - hasta a la nada. Esto es el suicidio, la autocadaverizzazione de
Dios.
Lo único que vemos en el mundo, “es la manifestación de la voluntad de
auto-aniquilación de Dios”, nos dice Mainländer, transformado y
radicalizado por el pesimismo de Schopenhauer, cayendo en una "entropía
metafísica", que se produce constantemente todo su pensamiento, tanto su
física, como su filosofía de la historia están sujetos a la ley universal del
dolor, su política, su ética, su defensa de la virginidad, su apología del
suicidio se expresan como la negación de la voluntad. En esta opción
radical, es donde Mainländer ve la posibilidad de una "existencia de
redención", con la esperanza final de desilusionarnos al decir "No hay
nada que mirar con los ojos." Motivo por el cual se apresuró a cumplir con
ello, sin esperar que el capricho de la madre naturaleza se lo llevé.
3. Filosofía de la Redención
Mainländer, quien se consideraba “hijo de una violación conyugal”, ya
desde una edad temprana, su vida estuvo rodeado de muertes. Para
empezar, su abuela y su madre habían sido obligadas a casarse y mientras
la primera se pasaba la vida con la mirada en el techo y presa de una
melancolía mística-religiosa, su progenitora tenía extraños accesos de
locura. Él mismo estaba seguro de haber heredado el carácter de ambas.
Por si esto fuera poco, tres de sus seis hermanos se suicidaron.
De alguna u otra forma, el futuro filósofo comenzó a entender el suicidio
como una decisión y vehículo de liberación para el hombre. Primero quiso
acelerar las cosas haciéndose soldado. Después, comenzó a escribir. Estaba
en eso, cuando sus padres lo llaman de vuelta a Alemania para dedicarse a
la fábrica de cueros de su padre. Al poco tiempo encontraría muerta a su
madre - que lo era todo para él - y él no encontró otra solución que
sumergirse en la lectura.
Su desesperado alimento intelectual no solo incluyó Schopenhauer o
Spinoza, sino también a Heráclito, Platón, Aristóteles, Escoto, Locke,
Berkeley, Hume, Hobbes, Helvetius, Herbart, Condillac, Fichte y Hegel,
aunque claro está recordarlo, Schopenhauer fue su máxima influencia. Al
mismo tiempo que estaba ganando bastante dinero en los negocios
familiares, Philipp había abrazado el caos como respuesta a tantos
acontecimientos que estaba viviendo: se incorpora al ejército como
voluntario, pero en lugar de morir se pierde todas las batallas importantes
y vuelve a casa con su padre ya muy enfermo.
Entonces, en un apasionado rapto de inspiración escribe la primera versión
de “La filosofía de la redención” y logra terminarlo a fines de setiembre
1874, pero a la vez, sin darse cuenta - y aunque parezca increíble - sus
inversiones en la bolsa bajaron a tal punto que quedó en la bancarrota.
Pese a ello, en 1875 se establece en Offenbach para concluir el segundo
tomo de su obra, debido a que el 1ero de Abril de ese mismo año, luego
que le llegó la primera copia impresa de su obra, años después, se ahorcó
al siguiente día.
Pero ¿de qué trataba su obra Die philosophie der erlosüng, “Filosofía de la
liberación” o conocida también como Filosofía de la redención?
Tal como los maniqueos, los bogomilos o los cátaros, Mainländer
considera al mundo como un lugar catastrófico lleno de sufrimiento (tal
como Schopenhauer). Y es precisamente que por algún fenómeno
cósmico, las almas conscientes - que son fragmentos de una divinidad que
ha muerto - tienen sus partículas disgregadas y esparcidas aquí, sufriendo
un penoso cautiverio en este miserable mundo. Por ende, muchas personas
(por no decir “todas”) son portadoras de estas partículas y por eso sufren.
La redención de la que trata Mainländer llega a pasar por una extinción
gradual del género humano, la cual permite “liberar” esas partículas y
reintegrarlas en la unidad primigenia. Es por ello, que de ahí parte su
invitación a la virginidad, la cual fue ridiculizada por Nietzsche. Esta
denominada “virginidad” de Mainländer, es la que quiere ver realizada
para evitar la procreación, la cual supone la perpetuación de este largo
periodo en la prisión del mundo. Debe quedar claro, que no defendía a la
“virginidad femenina”, sino que hablaba de virginidad en un sentido
general. El filósofo solo buscaba redimir a la humanidad en una extinción
gradual, como primer punto.
Luego intentó buscar una solución a la duda filosófica, con la cual veía un
medio para reducir u olvidar el sufrimiento. Pero ¿por qué esto?
Mainländer sostiene que en ausencia del sufrimiento, el pensamiento es
posible.
Aun así, la condición sine qua non, para que exista una respuesta, es la
traumática existencia de un problema, así tenemos a: “al mundo como
problemático” y “toda existencia implica sufrimiento”.
Pero aquellos que se encuentran viviendo en la auto-complacencia, rigen
su destino por el optimismo cósmico, los cuales son incapaces de tolerar
nuevas preguntas o respuestas inéditas, y por ende, incapaces para la
creación y la introspección.
Se debe aclarar que para este filósofo alemán, el sufrimiento viene a ser el
principal ingrediente de lo humano y hace posible la conciencia. Cabe
añadir, que la vida, tal y cual la concebía, no era más que el esfuerzo
constante para distraerse y disminuir el sufrimiento que a cada quién le
toque vivir.
La consciencia ha creado un original conflicto ante el hecho brutal de no
ser el “yo” (mismo) en el mundo, o sea, el hecho de no-ser Dios. Aquí
vemos, que resulta imposible regresar a la “ingenua” creencia en que la
redención religiosa a través de Dios, no encuentra un camino de retorno
hacia el proyecto platónico que albergaba la filosofía de las “ideas”, aquel
proyecto en el que debía elevarse a la dialéctica, al plano de alcanzar la
idea eterna de la misma consciencia, tal como el conocimiento absoluto y
otras utopías que prometieron trascendencia. Sin embargo, Mainländer se
alejó de todo esto por un momento y llamó a la vida real y existente como
“Muerte”.
Mainländer sostiene que “todo desarrollo de la voluntad, no es otra cosa
que la búsqueda de la distracción, de la auto-aniquilación”. Aunque parte
de una tesis algo “ontologizada”, esto es porque asume la creencia en que
el primer y último acto de Dios, fue la creación de un mundo en agonía.
Fue como explico que el concepto de nirvana, no significa la superación
del sufrimiento a través del humor (Kierkegaard), sino la aniquilación de la
consciencia. Mientras que para Schopenhauer la ciega voluntad de vivir, es
el sustrato del sufrimiento, para Mainländer, esto se resume en “la
voluntad de morir”, porque requiere que exista cierta tensión entre el ser y
el no-ser, dentro de un mundo de ilusión, que sigue un camino hacia la
nada. Toda “omnipotencia” atribuida a Dios, ahora es un atributo de la
voluntad que tiene como misión, aniquilar la vida misma. Pero como la
voluntad per se, no es omnipotente, el nexo desde la existencia hacia el no-
ser, debe estar lleno de antinomias y auto-refutaciones. Es así como
Mainländer llegó a permutar la religiosa idea de la redención a través de
Dios, por la sola idea de la redención de la voluntad mediante su
aniquilación.
Tanto Dios o el “Karma”, tal como lo concebía Mainländer, viene a ser
una especie de compañero en el Universo, cuya representación individual
con sus contradicciones, son incluidas también. No se puede decidir bien,
hasta qué punto el hombre puede lograr trascender su solipsismo y su
desnuda individualidad, ya que solo así, el hombre se dará cuenta que la
única realidad existente es él mismo y su “sí mismo” no es el “locus”
latino (lugar) del sufrimiento.
Mainländer reconoció en todo momento que no se vio como “educador” o
“maestro” y no se sintió nunca con la obligación de tratar de convencer
con su pesimismo a las masas, simplemente no supo soportar el
sufrimiento de no escribir y no dejar aporte alguno a la humanidad, por lo
que fue una decisión existencial incomunicable y sin alguna intención
pedagógica, por lo que no llegó a superar la necesidad de su eterna
propuesta. Mainländer tampoco concibió la idea de dibujar una sociedad
utópica en la que no existiera el sufrimiento y si una realidad racional.
Hasta aquí podríamos tener tres puntos en claro:
a) Que la consciencia advierte a través de los tráfagos de la vida, que la no-
existencia es mejor que la existencia, y precisamente este conocimiento, es
la que lleva que el hombre se niegue a perpetuarse y tienda a auto
aniquilarse, consumando así, el gran ciclo de la redención del ser al no-ser,
ya que todos somos “fragmentos” de un Dios, que en la génesis del Big-
Bang, se destruyó a sí mismo, ávido de no-ser.
b) Todo el proceso histórico-universal, no es más que la lúgubre agonía de
esos “fragmentos”, y la destrucción del mundo tendría como objetivo
primordial resucitar a Dios.
c) Para Mainländer, Dios se sintió saturado de su “súper-ser” y entonces
decidió que la no-existencia era mejor que la existencia, y por eso al crear
a la humanidad (al hombre de paso) se suicidó. También se puede entender
que el auténtico Big-Bang, habría sido aquella decisión divina con la cual
Dios puso fin a su vida. Mainländer escribe: “Esta unidad simple que ha
sido, ya no existe más. Ella se ha fragmentado, transformándose en
esencia absoluta dentro del vasto universo de la multiplicidad. Dios ha
muerto y su muerte fue la vida del Universo”.
Pero entonces queda una sola pregunta ¿Dios puede suicidarse?
Aunque el “punto C” nos da la respuesta, sin embargo, debemos aclarar
otro aspecto aquí. La idea de “la muerte de Dios” popularmente se la
atribuye a Nietzsche, pero el enfoque de Mainländer es muy distinto. En la
filosofía de Philipp, no son los hombres los que acaban con Dios, sino que
Dios se auto-aniquila a sí mismo, dando origen al universo y a un planeta
muy salvaje y vulgar como el nuestro. Bajo esta óptica, se entiende el por
qué de los terremotos y demás catástrofes que azotan al mundo.
Pero ¿cómo llega Dios a suicidarse?
Aquí podríamos hablar de una auto-reflexión que Mainländer concibe, en
que Dios en su inmensa soledad, decide ejecutar su única y gran obra para
crear y a la vez dar fin a su propia vida. Quizá de ese modo, el suicidio
puede ser la expresión de la voluntad de vivir para eliminar el sufrimiento
a la vez.
Sostiene Mainländer: “El movimiento de la humanidad del ser al no-ser
cubre todo y todos los movimientos. En la humanidad genera guerras
mundiales y civiles, conquistas, genocidios, contiendas, disputas que no
tienen como fin último un Estado nuevo, sino simplemente la aniquilación
de la existencia”. Y por ello Mainländer, asume esa experiencia, con la
cual puso en práctica lo que consideró.
En síntesis, podemos sacar algunas conclusiones fundamentales de la obra
de Mainländer:
a) Dios prefirió y decidió el no-ser.
b) La esencia de Dios, fue el obstáculo para la entrada inmediata en el no-ser.
c) La esencia se tuvo que desintegrar en un mundo de multiplicidad, cuyos
individuos tienen el afán de no-ser.
d) Dado este afán, vienen a ser obstáculos entre sí y luchan los unos con los
otros, debilitando de esta forma su fuerza.
e) La esencia completa de Dios, vino al mundo a través de una forma
transformada en un conjunto de determinadas fuerzas.
f) Todo el Universo tiene una meta, la cual es llegar al no-ser, y logra ésta
mediante el debilitamiento continuo de una suma de fuerzas. Aquí se
refiere al crecimiento de una Entropía.
g) Cada individuo debe llegar a través del agotamiento de su fuerza (proceso
evolutivo) hasta el punto que su ansia de alcanzar el exterminio pueda
llegar a ser cumplido.
h) La verdadera liberación del hombre, radica en el suicidio.
4. Muerte de Mainländer
El 31 de marzo 1876 Philipp Batz, tomó finalmente en sus manos el primer
ejemplar recién salido de la prensa de su amplia filosofía de la redención a
la que había trabajado con dedicación febril. El filósofo que contaba con
treinta y cuatro años llevó los ejemplares a su casa de manera misteriosa.
La publicación de la obra fue el último acto que el joven filósofo estaba
esperando para unir de forma permanente su vida a sus ideas, mostrando
por ejemplo que las cosas realmente importantes para él, se encuentran en
la doctrina del pesimismo, la cual no se debe administrar sólo con
demostración, sino también dejando un testimonio real, vivo y
auténtico. Dado eso, y con la consistencia teutónica que lo caracterizó, a la
media noche del 31 de marzo y 01 de abril de 1876, estrechó un lazo
alrededor de su cuello y se ahorcó, colocando varios ejemplares de su obra
como pedestal.
Es increíble saber que Philipp Mainländer (1841 – 1876), Ludwig
Boltzmann (1844 – 1906) y Eugene Marais (1871 – 1936), tres grandes
pensadores que aportaron de manera extraordinaria al pensamiento
humano, sobre la percepción de la realidad, llegaron a suicidarse.
Todo esto resulta extraño para el mundo, quien actualmente le presta poca
atención, no solo a las obras de Mainländer, sino también a las de Eugene
Marais. No obstante, las ideas de estos hombres pueden complementar de
la forma más inesperada, algunos de los últimos descubrimientos en la
psicología, como en el campo de la ciencia.
Philipp Mainländer
(1841 - 1876)
Anexos: Extractos de la Obra “Filosofía de la Redención” de Philipp Mainländer Traducción por: Sandra Baquedano Jer. Primera edición, FCE Chile, 2011
Fondo de Cultura Económica Chile S.A. Santiago de Chile
I
SOBRE EL ORIGEN DEL UNIVERSO
Tenemos sólo un milagro: el surgimiento del universo. Mas el universo mismo no es
milagroso, como ninguno de sus fenómenos. Tampoco contradice acción alguna en el
universo las leyes del pensamiento.
Desde el campo inmanente de este universo no podemos ir más allá de la multiplicidad.
Como investigadores rectos que somos, ni siquiera en el pasado se puede destruir la
multiplicidad, teniendo que permanecer, al menos, en la dualidad lógica.
Sin embargo, la razón no desiste, haciendo hincapié reiteradamente sobre la necesidad de
una unidad simple. Su argumento se basa en que para ella todas las fuerzas que nosotros
consideramos de manera separada, como fuerzas serían en el fondo idénticas por los
motivos más profundos y, por lo mismo no deberían ser separadas.
¿Qué se ha de hacer con este dilema? Lo claro es que la verdad no debe ser negada y el
campo inmanente debe ser conservado en su completa pureza. Existe sólo una salida.
Nosotros nos encontramos ya en el pasado. Por lo tanto, dejemos confluir ahora las últimas
fuerzas hacia el campo trascendente, las cuales no podíamos tocar, si no queríamos
transformarnos en seres quiméricos. Esto es un campo pasado, acabado, decadente, y con él
es también la unidad simple algo pasado y decadente.
Al haber fundido la multiplicidad en una unidad, hemos destruido ante todo la fuerza, pues
esta sólo tiene validez y significado en el campo inmanente, en el universo. De esto se
desprende que no podamos formarnos representación alguna de la esencia de la unidad pre
cósmica, ni menos una noción de ella. No obstante, cuando la presentamos, sucesivamente,
todas las funciones y formas apriorísticas y todas las conexiones asimiladas por nuestro
espíritu de un modo a posteriori, queda claro que esta unidad pre cósmica es totalmente
incognoscible. Esta es la cabeza de Medusa frente a la cual todos se entumecen.
En primer lugar, fallan los sentidos al servicio, pues estos pueden reaccionar ante la acción
de una fuerza y la unidad no actúa como tal. Luego, el entendimiento se queda
completamente inactivo. En el fondo, únicamente aquí tiene completa validez el dicho: el
entendimiento se paraliza. No es capaz de aplicar su ley de causalidad –puesto que no existe
una sensación- como tampoco puede utilizar sus formas –espacio y materia-, pues falta un
contenido para dichas formas. Luego, se desploma la razón. ¿Qué debe componerla? ¿Para
qué le sirve la síntesis? ¿Para qué le sirve su forma, el presente, que carece de un punto de
movimiento real? ¿De qué le sirve a la razón el tiempo, el cual, para llegar a ser realmente
algo necesita de la sucesión real como soporte? ¿Qué puede iniciar la razón con la
causalidad general en relación a la unidad simple, cuya tarea es asociar como efecto la
acción de una cosa en sí –en cuanta causa- con la influencia que ejerce sobre otra? ¿Puede
ahí la razón utilizar el importante vínculo comunitario, donde no está presente una confluencia
simultánea de fuerzas distintas –una conexión dinámica-, sino donde una unidad simple
centra la atención en los ojos insondables de la esfinge? ¿De qué sirve finalmente la
sustancia, la cual es sólo el sustrato ideal de la acción variada de muchas fuerzas?
¡Y nada de ello nos permite reconocerla!
Nosotros podemos, por lo tanto, definir la unidad simple sólo negativamente; esto es, desde
nuestro punto de vista actual, como: inactiva, inextensa, indistinta, indivisible (simple), inmóvil,
atemporal (eterna). Sin embargo, no olvidemos y mantengamos firme que esta unidad simple,
enigmática y decididamente incognoscible, se ha extinguido con su campo trascendente y no
existe más.
De hecho, el campo trascendente ya no está presente. Pero retrocedamos con la fantasía
hacia el pasado, hasta el comienzo del campo inmanente. De esta forma podemos figurarnos
lo trascendente al lado del campo inmanente. Sin embargo, a ambos los separa un abismo, el
cual no puede ser atravesado por medio alguno del espíritu. Sólo una delgada hebra
atraviesa el abismo sin fondo: esto es la existencia. A través de este delgado hilillo podemos
transferir todas las fuerzas del campo inmanente al trascendente: este peso es capaz de
resistirlo. Sin embargo, tan pronto como han llegado las fuerzas al otro campo, también dejan
de ser fuerzas para el pensamiento humano.
El principio fundamental que no es tan conocido y tan íntimo en el campo inmanente, la
voluntad, y el principio secundario subordinado a ella, el espíritu, que también no es tan
íntimo, tal como la fuerza, pierden todo significado para nosotros en cuanto los hacemos
pasar al campo trascendente. Estos principios pierden totalmente su naturaleza y se
repliegan por completo de nuestro conocimiento.
De este modo, estamos obligados a aclarar que la unidad simple no era ni voluntad ni
espíritu, como tampoco era una combinación particular de ambos. Así perdemos los últimos
puntos de referencia. En vano presionamos las cuerdas de nuestro magnífico y primoroso
aparato para conocer el mundo externo: se fatigan los sentidos, el entendimiento y la razón.
Inútilmente oponemos los principios voluntad y espíritu, encontrados en nuestra
autoconciencia –cual espejo ante la enigmática e invisible esencia al otro lado del abismo-,
con la esperanza de que en ellos se revele: mas estos no reflejan imagen alguna. Pero,
tenemos también derecho a darle a esa esencia el conocido nombre que desde siempre ha
denominado aquello que jamás ha logrado nombrar imaginación alguna, ni vuelo de la más
audaz fantasía, ni pensamiento tan abstracto como profundo, ni temperamento sosegado y
devoto, ni espíritu encantado y desligado del mundo: Dios.
Sin embargo, esta unidad simple que ha sido, ya no existe más. Ella se ha fragmentado,
transformándose su esencia absoluta en el universo de la multiplicidad. Dios ha muerto y su
muerte fue la vida del universo.
(…)
(Pp. 47-49)
VII
APOLOGÍA DEL SUICIDIO
El hombre lisa y llanamente quiere la vida. La quiere de un modo consciente y por un
(inconsciente) impulso demoníaco. Recién en segundo lugar la quiere de una determinada
forma. Pues bien, prescindiendo de los santos (de los santos brahmanes indios, budistas,
cristianos y sabios filósofos, como lo fue Spinoza), cada cual espera que el soplo divino lo
lleve de flor en flor, tal como a la mariposa la transportan sus alas; en esto consiste la habitual
confianza en la bondad de Dios.
Puesto que la experiencia instruye incluso al más imbécil sobre el soplo divino, el cual no es
sólo un suave céfiro, sino también un frío viento glacial del norte o una temible tormenta que
puede aniquilar a la flor y a la mariposa; así, junto a la confianza se instala el temor de Dios.
Imaginémonos a un ser humano de tipo corriente, quien, recién reconfortado por un diligente
sacerdote, saliera de la iglesia y dijera: “Confío en Dios, estoy en sus manos, él lo hará bien”.
Si pudiéramos abrir el doblez más recóndito de su corazón, nos daríamos cuenta de que, con
este dicho lleno de confianza, en verdad quería expresar: “Mi Dios me salvará de la perdición
y la decadencia”. Él teme desdicha y muerte; sobre todo, una muerte repentina.
¿Confía este hombre en Dios? Él confía en temor. Su confianza no es nada más que temor
de Dios en los andrajos del ropaje de la confianza: el temor mira a través de miles de huecos
y roturas.
He señalado, en primer lugar, que cada cosa en el universo es inconscientemente voluntad
de morir. Esta voluntad de morir está, sobre todo en el ser humano, oculta en su totalidad por
la voluntad de vivir, porque la vida es medio para la muerte y como tal se le presenta también
claramente al más imbécil: morimos sin cesar, nuestra vida es una lenta agonía, diariamente
gana la muerte en poderío frente a cada ser humano hasta que, finalmente, apaga de un
soplo la luz de la vida de cada cual.
¿Pues, en buenas cuentas, sería posible un orden tal de las cosas, si el ser humano, en el
fondo, en el núcleo de su esencia, no quisiera la muerte? El bruto quiere la vida como medio
excelente para la muerte, el sabio quiere directamente la muerte.
Por consiguiente, sólo se ha de tener en cuenta que en lo más interno del núcleo de nuestra
esencia queremos la muerte; es decir, sólo se ha de quitar el velo sobre nuestra esencia y, en
el acto, aparece el amor por la muerte, esto es, la total incontestabilidad en vida o la bien
aventurada y magnífica confianza en Dios.
Este desvelamiento de nuestra esencia es apoyado por una clara mirada hacia el universo, la
cual encuentra, en todos lados, la gran verdad: que la vida es esencialmente desdicha y que
se ha de privilegiar el no ser frente a ella; luego, por resultado de la especulación: que todo lo
que es estaba antes del universo en Dios, dicho como metáfora, ha participado en la
resolución de Dios de no ser y en la elección del medio para este objetivo.
De ello resulta: Que nada en la vida me puede afectar, ni bien ni mal, que yo no haya elegido
con toda libertad antes del universo.
Por consiguiente, una mano ajena no ocasiona absolutamente nada en mi vida de forma
directa, sino sólo de modo indirecto; la mano ajena sólo ejecuta lo que yo mismo he elegido
como provechoso para mí.
Si aplico ahora este principio a todo lo que me afecta en la vida, felicidad y desdicha, dolor y
voluptuosidad, placer y desgana, enfermedad y salud, vida o muerte, y si he comprendido el
asunto de forma clara y distinta, y mi corazón ha abrazado con fervor la idea de la redención,
entonces tengo que aceptar todos los sucesos de la vida con un semblante risueño y afrontar
todos los posibles acontecimientos venideros con absoluta tranquilidad y serenidad.
Philosopher, c`est appredre à mourir: este es el quid de la sabiduría.
Quien no le teme a la muerte, penetra a una casa envuelta en llamas; quien no le teme a la
muerte, salta sin vacilar a una desenfrenada riada; quien no le teme a la muerte, irrumpe en
una tupida lluvia de balas; quien no le teme a la muerte, emprende desarmado la lucha contra
miles de titanes acorazados; -en una palabra- quien no le teme a la muerte, es el único que
puede hacer algo por los demás, desangrarse por los otros, y tiene, al mismo tiempo, la única
felicidad, el único bien deseable en este mundo: la auténtica paz del corazón.
Pero quien no sea capaz de soportar más el peso de la vida, debe desecharlo. Quien no
pueda soportar más en el salón del carnaval del mundo o, como dice Jean Paul, en el gran
cuarto de servicio del mundo, que salga por la puerta “siempre abierta” a la silenciosa noche.
Con qué facilidad cae la piedra de la mano sobre la tumba del suicida y qué difícil fue en
cambio la lucha del pobre hombre que ha sabido preparar tan bien su lecho de muerte.
Primero, lanzó una temerosa mirada desde lejos hacia la muerte y se apartó con espanto,
luego la esquivó, tiritando, rodeándola en amplios círculos que, sin embargo, cada día se
volvieron más pequeños y estrechos hasta que, al final, estrechó con sus cansados brazos el
cuello de la muerte y la miró a los ojos: y ahí había paz, dulce paz.
(…)
(Pp. 125-129)
VIII
PERSPECTIVA HACIA EL VACÍO
La filosofía pesimista será para el período histórico que comienza, lo que la religión pesimista
del cristianismo fue para el que ha caducado.
El símbolo de nuestra bandera no es el redentor crucificado sino el ángel de la muerte con
ojos grandes, plácidos y clementes, sostenido por la paloma de la idea de la redención; en el
fondo, se trata del mismo símbolo.
La flor más hermosa o, mejor dicho, el fruto más noble de la filosofía de Schopenhauer es la
negación de la voluntad de vivir. Se reconocerá, cada vez más, que recién en virtud de esta
doctrina se puede aseverar, con propiedad, que la filosofía sustituye a la religión y se
introduce en los estratos más bajos del pueblo.
¿Qué ha ofrecido la filosofía antes de Schopenhauer al corazón del ser humano, que clama
con fuerza por redención? O deplorables fantasmagorías sobre Dios, la inmortalidad del alma,
la substancia y asuntos accidentales; en resumen, un escollo, o análisis esmerados, muy
perspicaces y del todo necesarios de la facultad cognoscitiva. Sin embargo, ¿qué pregunta el
ser humano, en momentos de asombro de sí mismo, cuando la reflexión se impone y una voz
triste y débil le dice:
Vivo – y no sé cuánto;
Muero – y no sé cuándo;
viajo – y no sé hacia dónde,
Según las formas subjetivas, espacio y tiempo, según la ley de la causalidad y la síntesis de
una multiplicidad de la intuición? El corazón quiere tener algo a lo que se pueda aferrar, un
fundamento inquebrantable en la tormenta de la vida, pan y nuevamente pan para su hambre.
Debido a que el cristianismo sació el hambre, la filosofía griega tuvo que sufrir una derrota en
la lucha que ejerció en su contra, pues el cristianismo entregó un fundamento inquebrantable,
cuando todo titubeaba y se estremecía, y la filosofía era el teatro de un altercado infecundo y
de una lucha salvaje. Así pues, a menudo los espíritus más sobresalientes, alicaídos y
abatidos se lanzaron a los brazos de la Iglesia. Sin embargo, ahora ya no se puede creer
más, y porque no se puede creer más, se desecha con los milagros y misterios de la religión
su núcleo indestructible: la verdad de la salvación. El total indiferentismo –que Kant ha
denominado muy acertadamente “la madre del caos y de la noche”- se adueña de los ánimos.
Schopenhauer ha abrazado con firmeza este núcleo indestructible de la religión cristiana,
llevándolo al templo de la ciencia cual fuego sagrado que irrumpirá como una nueva luz para
la humanidad y se propagará por sobre todas las naciones, pues su constitución es tal que
puede entusiasmar tanto al particular como a la masa y transportar sus corazones hacia
ardientes llamas.
Entonces, la religión habrá cumplido con su labor y recorrido su curso: luego, puede exonerar
al género conducido a la mayoría de edad y perecer en paz. Esta será la eutanasia de la
religión. (Parerga y Paralipómena II)
Una filosofía que quiera ocupar el puesto de la religión tiene que, ante todo, poder conceder
el consuelo de la religión –el cual exalta y estimula-, que cada uno pueda ser absuelto de sus
pecados y que, por su bien, una bondadosa Providencia está conduciendo a la humanidad.
¿Da la filosofía de Schopenhauer este consuelo? ¡No! Al igual que Mefistófeles,
Schopenhauer se sienta en la ribera del torrente humano y llama a viva voz a los que se
retuercen de dolor y claman por la redención, diciéndoles con sarcasmo: Vuestra razón en
nada os ayuda. Sólo la intuición intelectual os puede salvar, pero únicamente aquel que esté
predestinado a ello por un poderío enigmático. Muchos son los llamados, pocos los elegidos.
Todos los demás están condenados a consumirse “eternamente” en el infierno de la
existencia. Y pobre de aquel que se imagine que puede ser redimido en la totalidad; ella no
puede morir, pues su idea yace fuera del tiempo, sin la cual, nada puede cambiar.
Por cierto, todos desean ser redimidos del estado de sufrimiento y muerte: quieren, como se
dice, alcanzar la gloria eterna, entrar al reino celestial, pero de ningún modo por sus propios
pies, sino que quieren ser transportados hacia allá por el curso de la naturaleza. Pero esto es
imposible. (El mundo como voluntad y representación II)
Yo, en cambio, recurriendo a la naturaleza, digo: quien se quiera redimir puede lograrlo
siempre “por la razón y la ciencia, la suma fuerza del ser humano”. Para la individualidad real
–cuyo desarrollo de ningún modo depende del tiempo- la virginidad es, con toda seguridad, el
medio infalible para desprenderse del universo. Pero aquellos que ya perviven en los hijos,
para los que, por ende, han desperdiciado la posibilidad de la redención en esta generación, y
aquellos que, si bien aún podrían asir el medio no tienen la fuerza para ello, no han de temer
y deben continuar luchando honestamente: más temprano o más tarde serán redimidos, sea
antes de la totalidad o en la totalidad, porque el cosmos tiene el movimiento del ser al no ser.
Decir: “El mundo es por un azar originario”, es lo mismo que renunciar a explicarlo. La
pregunta: ¿por qué la avidez tuvo la voluntad de pasar del súper-ser hacia el ser?, es decir, la
creación del universo, permanece sin respuesta. Pero suponer una trayectoria del mundo sin
objetivo ni meta ni final (los puntos de quietud en el proceso repetitivo “a voluntad” caen fuera
de consideración, puesto que desde el final de un proceso universal hasta el comienzo del
siguiente no existe tiempo: el proceso universal, como tal, nunca finaliza absolutamente),
significaría exacerbar el profundo carácter propio de todo el desarrollo de este proceso en sí
hacia un carácter enteramente cruel.
¿Qué le ha de ofrecer por consuelo al individuo –que clama por la redención del tormento de
la existencia- una filosofía que se basa en tales presupuestos? Ella suelda con mano férrea al
combatiente acongojado de muerte –que quiere desprenderse del universo para siempre-, a
la eterna rueda giratoria “del devenir infinito”, y vierte en la herida abierta de su doloroso
conocimiento que vida y sufrimiento son uno y lo mismo; en vez de ser un bálsamo, sólo son
el mordaz veneno del pensamiento desconsolado que jamás podrá conseguir la total y
absoluta aniquilación de la su esencia, ni por sí mismo, ni en, ni con la totalidad. El
estremecedor clamor que brota del combatiente: ¿Entonces, para qué este martirio in
infinitum, sin sentido ni resultado, sin consuelo ni tregua? se extingue sin ser oído.
El ateísmo, así como lo fundamenta mi doctrina –que por primera vez lo ha fundamentado de
un modo científico-, al entregar la solución al gran problema del surgimiento y significado del
universo, también otorga, al mismo tiempo, la reconciliación. El ateísmo no conoce un mundo
antes de este mundo y ninguno después de él. Este universo es para el ateísmo un único y
grandioso proceso, el cual no es una repetición ni tendrá una repetición, pues lo antecede el
súper-ser trascendente y lo sucede el nihil negativum. Y esta no es una afirmación vana.
La deducción es lógica de punta a cabo, y todo en la naturaleza adhiere al resultado, ante el
cual es posible que un espíritu débil se derrumbe temblando; el sabio, en cambio, se
estremece con júbilo hasta lo más íntimo de su alma. ¡Nada más será, nada, nada, nada!
¡Oh, esta perspectiva hacia el vacío absoluto!
Tiene que ser un principio correcto si resulta con tan poco esfuerzo, de modo espontáneo y
de manera clara. Ha de ser la solución de los mayores problemas filosóficos, ante los cuales
claudicaron los más geniales hombres de todos los tiempos, tras haber agotado en ellos su
intelecto. Cuando Kant creyó haber comprendido la coexistencia de libertad y necesidad, a
través de la distinción de un carácter inteligible y uno empírico, no le resto más que observar:
Sin embargo, el desenlace de las dificultades expuesto aquí tiene –se dirá- mucha dificultad
en sí y es apenas susceptible de ser una representación clara. No obstante, ¿es cualquier
otro desenlace que uno ha intentado o ha querido intentar más fácil o comprensible?
Todos tuvieron que equivocarse, pues no supieron crear ni un campo inmanente puro ni un
campo trascendente puro. Los panteístas tuvieron que equivocarse, pues atribuyeron el
movimiento universal efectivamente existente a una unidad en el mundo; Buda tuvo que
equivocarse, pues, de forma errónea, concluyó la total autosuficiencia del individuo en el
mundo, a partir del sentimiento de total responsabilidad por todas sus acciones, que de hecho
existen en él; Kant tuvo que equivocarse, porque en el campo inmanente puro quiso abarcar
con una mano libertad y necesidad.
Nosotros, en cambio, situamos la unidad simple de los panteístas en un campo trascendente
pasado y explicamos el movimiento universal uniforme como producto de la acción de esta
unidad simple pre cósmica; nosotros unimos la semiautónoma del individuo y el poderío del
azar en el mundo –que es totalmente independiente de él-, en el campo trascendente, en la
resolución uniforme de Dios de convertirse al no ser, y en la elección uniforme de los medios
para efectuar la resolución. Finalmente, no unimos libertad y necesidad en el mundo, donde
no hay lugar para la libertad, sino en medio del abismo que separó el campo trascendente –
recuperado del ocaso a través de nuestra razón- del campo inmanente.
No hemos logrado recuperar al campo trascendente del ocaso mediante sofismas. Que este
ha sido y no es más, lo hemos probado con lógica rigurosidad en la analítica.
Y ahora , pondérese el consuelo, la esperanza inquebrantable, la dichosa confianza que tiene
que fluir de la plena autonomía del individuo fundamentada en la metafísica. Todo lo que
concierne al ser humano: necesidad, miseria, pesadumbre, preocupación, enfermedad,
oprobio, desprecio, desesperación; en suma, toda la aspereza de la vida, no se debe a una
providencia insondable que procura lo mejor para él de manera inescrutable, sino que él
sobrelleva todo esto, pues eligió todo por sí mismo, antes del universo, como el mejor medio
para la meta. Todos los golpes del destino que lo afectan los ha elegido, porque sólo a través
de ellos puede llegar a ser redimido. Su esencia (demonio y espíritu) y el azar lo llevan
fielmente a través del dolor y la voluptuosidad, a través de la alegría y el duelo, a través de la
felicidad y la desdicha, a través de la vida y la muerte, a la redención que él quiere.
El ser humano tiene la disposición natural de personificar el destino y comprender de forma
mística la nada absoluta –que le clava los ojos desde cada sepultura- como un sitio de eterna
paz, como city of peace, nirvana: como una nueva Jerusalén.
Y Dios secará todas las lágrimas de sus ojos, y no habrá más muerte ni sufrimiento ni gritos
ni dolores, pues las cosas de antes han pasado. (Apocalipsis de San Juan 21.4)
No se puede negar que la representación de un Dios Padre personal y cariñoso conmueva
más al corazón humano, “esa cosa terca y pusilánime”, que el destino abstracto, y que la
representación de un reino celestial –donde los individuos bien aventurados y sin
pretensiones descansan en una dichosa contemplación eterna- despierte un anhelo más
ardiente que la nada absoluta. La filosofía inmanente es también aquí indulgente y
bondadosa. Lo medular sigue siendo que el ser humano ha superado el universo a través del
saber. Si él deja el destino tal como es, o si le da de nuevo los rasgos de un padre fiel, o si
deja valer la nada absoluta como meta reconocida del mundo, o si lo transforma en un jardín
de eterna paz inundado de luz, todo esto es absolutamente secundario. ¿Quién quisiera
interrumpir el juego cándido y seguro de la fantasía?
Una ilusión que me hace feliz,
merece una verdad que me lance al suelo. (Wieland)
Sin embargo, el sabio mira a los ojos, fija y alegremente, a la nada absoluta.
(Pp. 133-138)
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