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Materia: Historia Moderna Cátedra: Campagne Teórico: Nº 3 Fecha: 25 de agosto de 2011 Tema: El otoño del feudalismo: evolución del señorío entre la crisis del siglo XIV y las revoluciones liberales (Continuación) Dictado por: Fabián Alejandro Campagne Teórico desgrabado por: Fernando Di Iorio Teórico revisado y corregido por: Fabián Alejandro Campagne -.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.- .-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.- Bueno, vamos a seguir. La semana pasada pudimos empezar a presentar el señorío jurisdiccional. Analizamos el origen; mostramos la gama de poderes que el señorío tenía en el origen –en siglo XI y en el siglo XII-; vimos las transformaciones que sufre en el siglo XIII, particularmente en el norte de Francia -región a la que venimos tomando como caso testigo-; dijimos que el señorío banal que sale de las transformaciones del siglo XIII –que es el que nos importa porque es el que llega a la Edad Moderna- es una institución más universal que en los comienzos, pero también menos potente, porque muchas de las atribuciones que tenía a comienzos del segundo milenio –atribuciones características de la alta 1

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Materia: Historia Moderna

Cátedra: Campagne

Teórico: Nº 3

Fecha: 25 de agosto de 2011

Tema: El otoño del feudalismo: evolución del señorío entre la crisis del siglo XIV y las revoluciones liberales (Continuación)

Dictado por: Fabián Alejandro Campagne

Teórico desgrabado por: Fernando Di Iorio

Teórico revisado y corregido por: Fabián Alejandro Campagne

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Bueno, vamos a seguir. La semana pasada pudimos empezar a presentar el señorío

jurisdiccional. Analizamos el origen; mostramos la gama de poderes que el señorío tenía

en el origen –en siglo XI y en el siglo XII-; vimos las transformaciones que sufre en el siglo

XIII, particularmente en el norte de Francia -región a la que venimos tomando como caso

testigo-; dijimos que el señorío banal que sale de las transformaciones del siglo XIII –que

es el que nos importa porque es el que llega a la Edad Moderna- es una institución más

universal que en los comienzos, pero también menos potente, porque muchas de las

atribuciones que tenía a comienzos del segundo milenio –atribuciones características de

la alta jurisdicción, del poder monárquico- las pierde cuando reaparece el fenómeno

estatal en Occidente, de la Baja Edad Media en adelante.

Y hasta aquí llegamos. Entonces la pregunta con la que tenemos que continuar ahora es

la siguiente: ¿Qué poderes efectivos tiene un señor de ban en la Edad Moderna? Lo que

es lo mismo que preguntarnos qué tributos feudales existen en la Edad Moderna que no

derivaban del componente dominical -es decir, de la propiedad del suelo-, sino que lo

hacían del componente jurisdiccional -ésto es, de las parcelas de poder público o semi-

publico, estatal o para-estatal, en manos de particulares. O dicho de otra manera: ¿cuáles

eran las estrategias y los dispositivos que permitían a los señores extraer un volumen

importante de excedente campesino a partir de la jurisdicción?

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En esencia son cuatro las atribuciones que el señorío jurisdiccional tiene en la Edad

Moderna: los derechos de justicia, los famosos monopolios señoriales, los derechos de

peaje, y los derechos de mercado.

Vamos a empezar con los derechos de justicia. El señor feudal y sus tribunales tienen

derecho, dentro de su área de jurisdicción, a dictar sentencia judicial tanto en lo que

respecta a la materia civil como q la materia penal; es decir, tanto en lo que se refiere al

castigo de crímenes como a la resolución de conflictos entre habitantes del territorio que

no implicaran la comisión de un delito (por caso, dos vecinos que no se ponían de

acuerdo por el lugar en el que pasaba la medianera que dividía sus respectivas

propiedades, o dos hermanos que se disputaban una herencia). En gran parte del

continente -en Alemania, en Italia, en Francia, en España, aunque no en Inglaterra- esta

potestad judicial en manos de particulares -y muy especialmente el poder de castigar

criminales, el poder de castigar delitos-, se manifestaba visualmente por medio del

derecho que los señores feudales tenían a erigir en las capitales de sus estados horcas,

patíbulos, prisiones, cárceles, picotas, cepos, en fin, instrumentos de tormento que

simbolizaban el componente más brutal de la justicia de Antiguo Régimen.

Durante la Edad Moderna, solamente el ejercicio de la justicia civil por parte de los

señores feudales generaba algún tipo de ingreso material destacable. ¿Por qué? Porque

la justicia civil permitía imponer multas y penas pecuniarias a quienes infringieran las

normas que regían el comportamiento colectivo en la región. Ahora, ¿qué pasaba con la

justicia penal? El castigo de los crímenes y delitos ya no es en la Edad Moderna una

fuente de ingresos materiales para los señores feudales. Lo fue en la Baja Edad Media, ya

no lo es en nuestro período. El porqué de la decadencia se va a entender mañana. Ahora

simplemente digamos que del siglo XVI en adelante el fuero penal feudal es una fuente de

gastos antes que de beneficios. Con muchísima frecuencia, los costos del mantenimiento

de la estructura represiva superaban los ingresos. Claro, una pregunta obvia es entonces

la siguiente: ¿ por qué los señores feudales, en toda Europa Occidental, conservaron el

ejercicio de la justicia penal cuando bien podrían haberla delegado en el estado

absolutista? ¿ Por qué la mantuvieron hasta que las revoluciones liberales suprimieron

este tipo de tribunales?.

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Bueno, acá la explicación nos obliga a abandonar toda perspectiva de corte economicista.

Tenemos que pedirle ayuda a la antropología política. Creo yo que hay una razón y me

parece que es la siguiente: manteniendo el ejercicio de esta fuero penal en sus manos -

este derecho a castigar criminales-, los señores feudales lograban compartir con el rey

ese halo sagrado, ese plus sacralidad que en lo que Weber llamaría las ‘formas

tradicionales de dominación’ siempre aparecía rodeando a las figuras de poder, y muy

especialmente a los magistrados que detentaban derechos de justicia. Porque en el

contexto de estas formas tradicionales de dominación gobernar no era tanto dictar leyes -

hacer la ley, inventar la ley- cuanto hacer justicia –aplicar una ley que por lo general se

consideraba emanada de la costumbre y del consenso; en estas formas tradicionales de

dominación gobernar no es tanto crear algo nuevo, cuanto restablecer un equilibrio roto.

Bueno, éste es un aspecto muy intangible de la ideología señorial pero no por éso es un

elemento menor y que tenemos que descuidar en el análisis del feudalismo tardío en la

Edad Moderna. Quiere decir, entonces, que el ejercicio de la justicia penal en manos de

los señores feudales en la Edad Moderna ya no es una fuente de riqueza material sino

simplemente una usina de capital simbólico.

Hay que aclarar, además, que el fuero penal feudal de por sí llega muy debilitado a la

Edad Moderna. ¿Por qué? Porque el fortalecimiento de las monarquías feudales en la

Baja Edad Media, la aparición del estado feudal centralizado y más adelante la

emergencia del estado absolutista, otorgó a los habitantes de cada jurisdicción señorial el

derecho de apelar las sentencias dictadas por los tribunales señoriales. ¿Apelar ante

quién? Apelar ante los tribunales de alzada de la monarquía. Este derecho de apelación

era inalienable, y lo decidido por estas instancias superiores debía ser acatado por los

tribunales feudales. Estos tribunales supremos de la monarquía moderna recibían

diferentes nombres según los países. En Francia se llamaban parlamentos (recuerdan

que en Francia los parlamentos no tienen nada que ver con el parlamento inglés: en

Francia los parlamentos no son asambleas de representación estamental sino cortes de

alta justicia); el más importante de los parlamentos franceses era el de París, que regía

sobre el 50% del territorio del reino, pero no era el único: varias provincias conservaban

los suyos. En España este rol lo cumplían las chancillerías, que en algunas regiones se

las llama audiencias -como en América. (Lo que para Francia era el Parlamento de París

en Castilla era la Chancillería de Valladolid). Y en Inglaterra teníamos las courts of

assizes, que -con algunos matices que habría que introducir, pero no tenemos tiempo de 3

desarrollar ahora- podrían homologarse a estos tribunales de alzada de las monarquías

continentales a los que nos estamos refiriendo.

¿A dónde quiero llegar con todo ésto? A que en la Edad Moderna estos tribunales

feudales simplemente son ahora tribunales de primera instancia cuyas decisiones, cuyas

sentencias, pueden ser modificadas, corregidas y eventualmente anuladas por el sistema

de justicia regio. En ocasiones, esta potestad fue inclusive utilizada como política

sistemática por el poder central. Me viene a la mente lo sucedido en relación con la

represión judicial de la brujería en Francia. Desde las primeras décadas del siglo XVII el

Parlamento de París adopta la siguiente estrategia: cada vez que le llegaban en apelación

casos por brujería, en los que los imputados habían sido condenados a muerte por algún

tribunal señorial local, el tribunal parisino (que en consonancia con la monarquía estaba

intentado frenar las psicosis brujeriles que con frecuencia estallaban en las provincias

periféricas) sistemáticamente conmutaba la pena capital por castigos mucho menos

severos, o en muchos casos directamente anulaba las sentencias dictadas por los

magistrados feudales.

Este derecho de apelación obligatoria no es el único elemento que debilita a la justicia

privada durante la Edad Moderna. Volvamos al ejemplo francés, que siempre es el más

claro. Fíjense ustedes: la corona francesa dicta una ordenanza en 1493, extremadamente

importante. En esta norma de 1493 el rey impone a los señores feudales la obligación de

contratar juristas profesionales para la conformación de sus tribunales de justicia. Es

interesante: estas cortes feudales de ahí en más pudieron seguir haciendo justicia en

nombre del señor feudal, pero el señor feudal ya no pudo integrar su propio tribunal de

justicia. El señor siguió siendo el responsable último del ejercicio de la justicia dentro de

su jurisdicción pero ya no podía -pese a ser el titular del señorío- integrar su propia corte.

En 1561 la corona dicta otra ordenanza, que en realidad contiene tres normas. La primera

complementa la decisión adoptada a finales del siglo XV, y es todavía más clara. Fíjense

lo que dice: el señor feudal no puede ni juzgar personalmente ni participar de manera

directa en la resolución de las causas. Segunda norma: los jueces señoriales de ahí en

más quedan sometidos al control y a la vigilancia de los jueces de bailía. Las bailías eran

las circunscripciones de primera instancia, y los jueces de bailía -los bailes- los

magistrados inferiores, del sistema de justicia regio. Pues bien, estos bailes (funcionarios 4

que no hacían justicia en nombre de ningún señor particular sino en nombre del monarca)

pasaban a supervisar en forma directa el accionar de los jueces señoriales; a partir de

1561, pues, los jueces señoriales pasaban a ser magistrados de segunda en algún

sentido. La tercera de las normas de esta ordenanza de 1561 consideraba al titular de

cada señorío responsable último del desempeño de su tribunal (corte que no se le

permitía integrar, recuerdo), por lo que en caso de privación de justicia podía ser objeto de

sanciones pecuniarias por parte de la monarquía.

Me interesa marcar como cierre de este análisis de la justicia privada lo siguiente. La

expropiación de los medios de violencia y de los medios administrativos hasta entonces

en manos de la gran propiedad que las monarquías centralizadas llevan adelante en

nuestro período, tuvo para el proceso de formación del estado moderno un rol

perfectamente equivalente al que la expropiación de los medios de producción hasta

entonces en manos de la pequeña propiedad, tuvo para el proceso de formación del

capitalismo moderno. Estoy aludiendo al famoso proceso de doble expropiación descripto

por Max Weber. Evidentemente nuestra moderna sociedad capitalista es hija de este

doble proceso de expropiación. Y esta tensión constante entre justicia pública y justicia

privada, esta erosión permanente de los derechos de justicia feudales que motoriza el

estado moderno, ejemplifica muy bien la primera de las expropiaciones que acabo de

describir.

Los monopolios eran el segundo de los atributos del señorío banal que llega más o menos

intacto a la Edad Moderna. Los había de diferentes clases. Comencemos con los

monopolios instrumentales, que tal vez sean los más conocidos. Implicaban que sólo el

señor podía ser propietario dentro del área de su jurisdicción del instrumental agrícola

más sofisticado, por cuyo uso, además, cobraba un tributo específico. El más difundido de

estos monopolios instrumentales es el monopolio del molino Estoy pensando en un tipo

específico de molino: el molino harinero, imprescindible para procesar cualquier tipo de

cereal panificable. Ningún productor directo podía pasarse sin un molino de esta clase,

porque simplemente nunca hubiera podido transformar el grano en harina. El molino

harinero es, además, el capital fijo más importante en el campo europeo preindustrial. Por

todo ello se comprende por qué esta banalidad del molino era uno de los pocos tributos

señoriales derivados del componente jurisdiccional que producía ingresos económicos

importantes durante la Edad Moderna. En una era en la que los tributos señoriales decaen 5

y decaen sin cesar, éste es uno de los pocos que funciona bien hasta el final, que se

salva de esta debacle generalizada. Existían también otros monopolios instrumentales

menos importantes: en algunas regiones de Europa los señores monopolizaban la

propiedad de los hornos de gran tamaño; no me refiero a los pequeños hornos

domésticos sino a los hornos de gran porte, que permitían elaborar gran cantidad de pan

en forma simultánea. En las regiones vitivinícolas los señores podían monopolizar los

instrumentos para elaborar el vino, esto es, las prensas para uva o los lagares donde se

pisaba la fruta..

Amén de los monopolios instrumentales tenemos que destacar la existencia de

monopolios de transporte. En aquellos señoríos donde existían cursos de agua, el único

que tenía derecho a erigir un puente para atravesarlo era el señor, quien además cobraba

un tributo específico por utilizar la estructura. En algunas regiones de España este tributo

específico se llamaba pontazgo. Ahí donde no existía puente y el señor no tenía

intenciones de construirlo, las únicas barcazas que podían cruzar el riacho eran las que

pertenecían al señor, quien además cobraba un tributo específico por permitir su uso. En

algunas regiones de España este tributo se denominaba barcaje.

Una tercera clase de monopolios eran los comerciales. Los había de diferentes clases. Un

primer tipo de monopolio comercial implicaba que el potentado feudal tenía el derecho

exclusivo dentro de su jurisdicción a establecer los mercados semanales (que por lo

general funcionaban el día sábado) y las ferias semestrales o anuales. Toda transacción

comercial que tuviera lugar fuera de estos espacios se consideraba ilegal, y el señor tenía

la facultad de sancionar a los infractores y decomisar la mercancía. Sólo se podía

comprar o vender mercancías en el seno del señorío en los mercados que autorizaba el

señor. Otra clase diferente de monopolios comerciales implicaba que el señor se

reservaba para sí el derecho a levantar su propia cosecha –la cosecha obtenida en su

reserva- y a abastecer con su producción los mercados locales, antes que cualquier otro

productor directo del señorío. ¿Simple capricho? No, hay una evidente intención

económica: lo que se pretendía con esta medida era manipular en forma artificial, por lo

menos en el corto plazo, el sistema de precios local, de tal forma que el señor lograba

para su producción agrícola un precio sustancialmente mayor que el que conseguiría si

todos los productores directos del señorío pudieran enviar al mercado su producción al

mismo tiempo. Ahora, ustedes dirán: ¿de qué le sirve a un señor feudal este monopolio en 6

la Edad Moderna si por entonces los señores feudales ya no explotaban en forma directa

sus reservas? Bueno, le sirve y mucho, porque los señores podían incluir este monopolio

en el valor final del canon de arrendamiento que exigían por la explotación de sus

reservas: el titular podía cobrar un canon anual si este monopolio existía dentro de su

jurisdicción que si no existía. Para ejemplificar lo dicho hasta acá, digamos que Francia

existía

● el banvin, el derecho que el señor tenía a determinar un día antes del cual el único

vino que podía comercializarse localmente era el producido por el arrendatario

señorial.

● el ban de vandage: el derecho del señor a fijar un día antes del cual las únicas

uvas que podían cosecharse eran las de las vides plantadas en la reserva del

señor.

● el ban de moisson: el derecho del señor a fijar un día antes del cual el único grano

que podía ser cosechado era el que había sido sembrado en la reserva dominical.

En algunas regiones de España había una tercera clase de monopolio comercial. En

determinadas provincias -no en todas-, por ejemplo en Andalucía, los señores se

reservaban el monopolio de cierta clase de establecimientos, como los mesones y los

albergues, e incluso comercios muy específicos como las carnicerías. Por lo general, los

señores ibéricos subastaban al mejor postor la explotación de estos establecimientos y de

esa manera obtenía ingresos económicos nada desdeñables.

Una cuarta clase de monopolios banales eran los recreacionales. Aquí ingresamos ya en

lo que, parafraseando a Pierre Bourdieu, podríamos caracterizar como un campo de

poder decididamente simbólico. Estos eran los monopolios que más terminaron odiando

los campesinos europeos a finales del Ancien Régime. ¿Qué implicaban? Pues que

determinadas formas de ocio, de diversión, y hasta determinadas formas de deporte, eran

exclusivas del señor feudal dentro del área de su jurisdicción (o de las personas a quienes

él autorizara, claro). Tal vez el más famoso de estos monopolios recreacionales -que no

existía en España pero que sí existía en Inglaterra y en Francia- era el de la caza: sólo el

potentado feudal tenía el derecho a cazar a los animales silvestres de gran porte –los

jabalíes, los ciervos; sólo él podía matarlos. Se trata de un derecho que puede parecer

inofensivo, pero que sin embargo resultaba muy dañino para los productores directos

locales, y no sólo para los más pobres. De hecho, perjudicaba incluso a los propios 7

arrendatarios de la reserva del señor. ¿Por qué? Porque estos animales salvajes de gran

tamaño podían introducirse en los sembradíos y destrozarlos. Y sin embargo, como eran

propiedad del señor no se les podía causar ninguna clase de daño, mucho menos

matarlos. Pero además, este monopolio de la caza resultaba perjudicial para los

marginales rurales porque los privaba de una fuente de proteína animal potencialmente

gratuita, muy fácil de conseguir, al alcance de la mano. En ello una época en la que las

dietas campesinas estaban absolutamente desbalanceadas en perjuicio de las proteínas

animales y en beneficio de los hidratos de carbono; la dieta de los campesinos de Antiguo

Régimen tenían por lo general carácter farináceo (es por ello muchas veces podían

parecer obesos cuando en realidad estaban decididamente mal nutridos).

El monopolio de la caza no era el único derecho recreacional que podemos hallar en la

Edad Moderna. Francia tal vez era la capital europea de esta clase de atributos

señoriales. El listado es muy extenso. Podríamos mencionar, por ejemplo

● el droit de colombier: sólo los señores feudales podían criar palomas dentro del

área de su jurisdicción, y consecuentemente sólo ellos podían erigir palomares.

Puede parecer frívola la referencia, pero por ejemplo en el siglo XVIII, cuando ya

cualquier burgués enriquecido podía costear la construcción de residencias rurales

mucho más lujosas que la de muchos señores, una manera por la cual los

forasteros podía rápidamente localizar la residencia del señor era simplemente

buscando los palomares.

● el droit de garenne (garenne significa liebre en francés): sólo el señor podía criar

conejos dentro del área de su jurisdicción. Los conejos también eran propiedad de

“Su señoría”, y por lo tanto no se los podía dañar de ninguna manera. He aquí otro

monopolio recreacional que resultaba extraordinariamente dañoso para el cultivo

dentro del señorío. Por su proverbial capacidad de reproducción los conejos

rápidamente se convertían en plaga, pues ingerían no sólo las espigas ya crecidas

sino las semillas en el contexto de la siembra.

● el monopolio de la pesca: sólo el señor tenía derecho a pescar en los estanques,

en las lagunas, en los ríos, que existieran dentro del señorío banal. Estos cursos de

agua eran su propiedad exclusiva. Vemos aquí otro monopolio recreacional que

también privaba a los sectores populares rurales de una fuente de alimento rica y

potencialmente gratuita.

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● Finalmente, en la Francia del siglo XVIII se pone de moda y hace furor un nuevo

monopolio recreacional: sólo los señores tenían derecho a erigir estanques

artificiales con el objeto de criar especies exóticas de peces.

Por todo lo dicho queda claro que estos monopolios recreacionales no implicaban

beneficio económico alguno para el señor: acabamos de ver que más bien sucedía todo lo

contrario. Y sin embargo, los señores feudales, en particular los franceses, los

defendieron con ferocidad hasta el estallido mismo de la Revolución. En algún sentido, los

potentados feudales franceses sentían que estos derechos arbitrarios eran los que mejor

expresaban, en términos simbólicos, sus privilegios aristocráticos, y por ello los

consideraban innegociables. La misma causa explica que los monopolios recreacionales

pasaran a representar para los campesinos franceses el aspecto más odioso, más

humillante, más tiránico del feudalismo. No es de extrañar, entonces, que cuando estalla

el Gran Miedo, en julio/agosto de 1789, sobre el cual escribiera un bellísimo libro en los

años '30 Georges Lefebvre1 (el Gran Miedo fue, en realidad, la primera de una larguísima

serie de rebeliones campesinas que se produjeron en Francia entre 1789 y 1793), no

quedó palomar en pie en el campo francés, no quedó conejera sin destruir ni estanque

artificial sin rellenar. Los campesinos mataban siervos, jabalíes, y desafiantemente

arrojaban las carcazas en las puertas de los castillos, delante de los portones de las

residencias señoriales. En algún sentido, es como si en aquel contexto los campesinos

hubieran transformado a aquellos objetos –al palomar, a la conejera, a los ciervos, a los

estanques artificiales- en una suerte de tótem que encarnaba la esencia del feudalismo,

un fetiche cuya destrucción contribuía a acelerar el colapso definitivo del sistema. Es

bastante paradójico que la reacción que tuvo la Asamblea Constituyente cuando se enteró

del estallido de los disturbios rurales bien pudo haber contribuido a fortalecer este

pensamiento mágico; pues como todos sabemos, las respuesta que los diputados dieron

al Gran Miedo fue la supresión del señorío jurisdiccional, que tuvo lugar en la célebre

noche del 4 al 5 de agosto de 1789. Con la supresión del señorío banal, claro está,

caducaban ipso facto todos estos monopolios, incluyendo los recreacionales.

Para finalizar, me quedan dos últimas clases de monopolios banales: los honoríficos y los

decorativos. Los primeros suponían cierto derecho de precedencia para el señor y su

1 Georges Lefebvre, El Gran Pánico de 1789. La Revolución Francesa y los campesinos, Barcelona, Paidós, 1986 (1932).

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familia dentro del principal templo de la jurisdicción señorial, que por lo general era la

iglesia parroquial. En cuanto a los monopolios decorativos, implicaban que sólo las

residencias señoriales podían estar decoradas con determinados objetos destinados a

embellecer el edificio, como los escudos de armas, o incluso las veletas y las rosas de los

vientos (de nuevo, se imaginan que en julio y agosto de 1789 fueron pocas las veletas

que quedaron incólumes y pocos los escudos de armas que escaparon de la destrucción

en el campo francés).

Hasta aquí la cuestión de los monopolios. El tercero de los atributos derivados del señorío

jurisdiccional que tienen vigencia efectiva en la Edad Moderna eran los derechos de

peaje. Eran tributos que gravaban la circulación de mercancías dentro del espacio

señorializado. Toda carreta o todo tiro de animales cargado con mercancías para ser

vendidas fuera de la jurisdicción, o toda carreta o todo tiro de animales cargado con

mercancías que simplemente necesitaba atravesar la jurisdicción para llegar a otro

destino, para hacerlo debía pagar un derecho de paso a los funcionarios señoriales. Este

tributo específico recibía tantos nombres como regiones tenía Europa Occidental. En Île-

de-France, la región cuya capital era la propia París, el más famoso de estos peajes

recibía el nombre de roulage. En España había uno muy conocido y difundido, el

portazgo, que sólo se aplicaba a ciertos productos específicos. Estos derechos de peaje

se aplicaban también a las mercancías que circulaban por los cursos de agua que

atravesaban los señoríos. Un ejemplo muy célebre tiene que ver con los señores

normandos; en Normandía, los terratenientes feudales cobraban peaje a los troncos que

bajaban flotando por los ríos para ser comercializados en las ciudades del norte del reino.

Ustedes se darán cuenta del tremendo obstáculo que estas aduanas privadas (porque de

éso se trata: de centenares y centenares de aduanas privadas que pululaban por todo el

territorio de Francia) significaron para el diseño de un mercado interno unificado. Un

verdadero y genuino mercado interno unificado resultó posible recién a partir de que la

revolución liberal suprimiera el feudalismo en 1789.

El cuarto y ultimo de los atributos del señorío jurisdiccional que se mantienen vigentes en

la Edad Moderna son los derechos de mercado. Eran tributos que gravaban la

comercialización de mercancías dentro de la jurisdicción. No gravaban la circulación de

mercancías a través del espacio señorializado sino las compraventas que se realizaban al

interior de dicho espacio. El fortalecimiento de las monarquías feudales durante la Baja 10

Edad Media y la formación del estado moderno ocluyó la posibilidad de que en Occidente

existiera una fiscalidad señorial directa. De nuevo, el ejemplo francés nos sirve de

referencia. En 1439 el rey Carlos VII prohíbe las tallas señoriales. Ésta es una medida

revolucionaria en el marco del sempiterno enfrentamiento entre la monarquía feudal

centralizada y el señorío jurisdiccional. La talla era un impuesto directo: desde el siglo XI

muchos señores banales se habían arrogado el derecho de percibirla. Pues bien, de 1439

en adelante la corona determina que la única talla que podía existir en el reino era la talla

que percibirá el fisco regio, la talla entendida como impuesto estatal. Ya no podían tallas

privadas, señoriales. La fiscalidad directa pasaba a ser monopolio del estado moderno.

¿Esto supuso la abolición del fisco privado en la Edad Moderna? No, porque la monarquía

feudal centralizada reconoció a los señores particulares el derecho a percibir imposiciones

de carácter general que gravaran la compraventa de mercancías dentro de sus

jurisdicciones. El estado moderno, en síntesis, vetó el fisco señorial directo pero admitió la

pervivencia de un fisco señorial indirecto. Junto con el monopolio del molino, estas tasas

de mercado fueron otro de los pocos derechos feudales que mantuvieron capacidad real

para extraer excedente campesino en la Edad Moderna. Demos algunos breves ejemplos.

En Île-de-France una tasa de mercado muy extendida era el forage, que gravaba la

compraventa de vino al menudeo. El simple hecho de tomar un vaso de vino en una

taberna estaba gravado con un impuesto señorial. Los señores españoles percibían un

impuesto indirecto extraordinariamente universal en la Edad Moderna; yo diría que

gravaba prácticamente todo lo que podía comprarse o venderse en un mercado rural: se

trata de la célebre alcabala. Por último, digamos que tanto en España como en Francia

los señores percibían una segunda tasa de mercado: se reservaban el derecho de

inspeccionar las pesas y medidas que utilizaban los feriantes en los mercados, y por este

servicio que prestaban a los clientes los agentes del señor exigían un tributo específico

(que en España recibía el nombre de “pesos y medidas”).

Bueno, antes de pasar al último tema relacionado con el señorío jurisdiccional, voy a

hacer el mismo gráfico que hice el viernes pasado, pero ahora -como prometí en su

momento- lo voy a llenar con un poco mas de contenido. Se acuerdan que el esquema

graficaba el señorío dominical con sus dos secciones: el censive y la reserva. Me acuerdo

incluso que dibujamos algunos feudos nobles, que como sabemos también eran tierras

bajo dominio dividido, sólo que como las explotaban aristócratas no pagaban cargas 11

anuales; su estatus jurídico, pues, era todavía más sólido que el de las propias tenencias

enfitéuticas. Amén del señorío dominical el gráfico que hicimos daba cuenta de la

existencia de un señorío jurisdiccional, siempre más extenso que el complejo territorial.

Por último, en nuestro gráfico dibujamos alodios. Pues bien, lo que ahora me interesa

recalcar eran las cargas que tenían que pagar los pequeños y medianos productores

directos en el campo de Antiguo Régimen. Los propietarios alodiales no debían pagar

ninguna de las cargas feudales derivadas del complejo dominical (los tributos enfitéuticos

que vimos la semana pasada), pero tampoco ninguno de los tributos que acabamos de

ver en la clase de hoy, los derivados del complejo jurisdiccional (las tasas de mercado,

las tasas de peaje, las tasas de justicia, los monopolios banales). No pagaba ningún

tributo feudal. ¿No pagaban carga alguno, entonces? Pues sí: debían pagar el impuesto

estatal, exigido por el fisco regio. Si ejemplificamos de nuevo con el caso francés, los

propietarios alodiales debían pagar impuestos directos, como la talla, y varios impuestos

indirectos (en Francia, el más famoso de todos era la gabela, que se aplicaba sobre las

compraventas de sal). En segundo lugar, un propietario alodial tenía que pagar el diezmo

eclesiástico, la más universal de las rentas de la tierra antiguorregimentales (la nobleza,

por caso, que en la Europa moderna solía estar exenta del pago de los impuestos

estatales, debía sin embargo cumplir con el diezmo). Este tributo destinado al

sostenimiento de la estructura eclesiásticas por lo general nunca llegaba al mítico 10% de

la cosecha bruta anual: solía oscilar entre un 7 u 8%.

Por otra parte, los productores directos que habitaban dentro de un señorío jurisdiccional

pero cuya tierra no se consideraba cedida por ningún gran propietario dominical (ésto es,

no formaba parte del censive de ningún señorío), ¿qué cargas debían pagar? Bueno,

debían pagar, por supuesto, los impuestos directos e indirecto que exigía el estado feudal

centralizado, y el diezmo a la Iglesia. Pero además debían pagar los tributos feudales

derivados de la jurisdicción, los que hemos visto en la presentación de hoy: en caso de

infringir una norma debían pagar derechos de justicia, derechos de peaje en caso de

querer trasladar mercancía y comerciarla fuera de la jurisdicción, derechos de mercado en

caso de que desearan comprar y vender dentro de la jurisdicción, y debían pagar por

utilizar los monopolios si eran productores rurales.

Nos quedan los enfiteutas, el grupo más sobre-explotado en el marco del feudalismo

tardío, los productores cuyas tenencias bajo domino dividido caían dentro de un complejo 12

dominical pero también dentro de una jurisdicción señorial. Estos enfiteutas tenían que

pagar todas las cargas que individualizamos hasta ahora (los impuestos al rey, el diezmo

a la Iglesia, los tributos banales al titular de la jurisdiccional feudal) pero además los

tributos enfitéuticos que exigían los propietarios de los dominios directos de sus parcelas

(los vimos la semana pasada: los censos en dinero, las rentas en especie y las tasas de

mutación).

* * *

Bueno, antes de terminar con el señorío jurisdiccional tengo que desarrollar un último

tema. Se trata de una cuestión que sólo recientemente ha comenzado a ser estudiada por

la historiografía. Me refiero a los llamados “derechos curiosos o bizarros”. Se trata de una

clase de carga feudal que también derivaba del componente jurisdiccional del señorío

pleno. Los derechos bizarros eran cargas decididamente extravagantes, estrafalarias,

algunas incluso grotescas. Entonces la pregunta es por qué dedicar un tiempo más o

menos extenso a analizar un fenómeno con estas características. Bueno, confieso que el

tema de los derechos bizarros es una excusa que me va a permitir hablar de otro tema

más central. Es una excusa para ejemplificar la constante e irresoluble tensión entre el

estado absolutista y el régimen señorial, entre el estado moderno y el señorío feudal, y

muy especialmente el señorío feudal en su aspecto banal, jurisdiccional. Quienes

molestan al estado moderno no son los señores feudales en tanto terratenientes o

latifundistas sino los señores feudales en tanto legítimos detentadores de parcelas de

poder soberano.

El de los derechos bizarros es un fenómeno típicamente francés. No se encuentra

prácticamente en otra región europea en la Edad Moderna. Todos los años, en Francia,

los señores feudales exigían a sus vasallos campesinos el pago de las cargas enfitéuticas

que ya conocemos, el pago las cargas banales que expliqué hoy, y un tercer tipo de

cargas, también derivadas del componente jurisdiccional: los derechos bizarros y

curiosos. Además de un fenómeno típicamente francés, es un fenómeno típicamente

moderno: casi no hay rastros de estas cargas en los cartularios medievales.

Hay dos constataciones que llaman mucho la atención respecto de estos derechos

curiosos. Primero: el énfasis con que los señores franceses los defendieron durante toda

13

la Edad Moderna. buscando que no cayeran en el olvido, que no se los descuidase. Es

notable el detalle casi maniático con el cual, en los documentos señoriales, aparecen

descriptas las condiciones materiales de producción y los contenidos gestuales y verbales

de estos derechos bizarros. Es algo que a los señores les importaba, y mucho. Y el

segundo hecho que constatamos es que, con muy pocas excepciones, los campesinos

franceses cumplían de buen grado con estos derechos estrafalarios. Los aceptaban sin

grandes resistencias.

Aunque existen en todos los señoríos franceses modernos, durante décadas y décadas

los historiadores simplemente los ignoraron. A lo sumo los nombraban al pasar porque,

claro, se los menciona en todas las fuentes. Pero nadie nunca dedicó demasiado tiempo a

estudiarlos más o menos in extenso. Siempre se dio por sentado que el lenguaje cultural

que hubiera permitido decodificarlos se habían perdido, y entonces, simplemente, se

trataba de prácticas sociales que no se podían descifrar. Si alguna vez tuvieron un

sentido, el sentido se había perdido. Serían una suerte de excrescencia ritual del orden de

lo inexplicable. Esta fue la perspectiva que imperó hasta hace muy poco, concretamente

hasta que en el 2006 una historia francesa, Martine Grinberg, publicó después de años de

estudio, un libro enteramente dedicado a los derechos bizarros. Un libro al que le puso por

título Escribir las costumbres. Los derechos señoriales en Francia.2 Se trata de un libro

que, en algún sentido, cambió nuestra manera de percibir al régimen feudal en Francia

durante el periodo moderno. Yo traduje una selección de capítulos -los capítulos son muy

breves-, ya hace un par de años, que son parte de la bibliografía obligatoria de la materia.

Martine Grinberg parte de dos afirmaciones. Dos afirmaciones que, en principio, a ustedes

seguramente les van a resultar un tanto opacas, pero cuyo sentido profundo debería

quedar claro una vez que yo termine esta presentación. Estas dos frases pertenecen a

dos intelectuales legendarios del siglo XX. Uno muy conocido, Marc Bloch, no necesita

presentación, el otro creo que tampoco: me refiero al semiólogo Roland Barthes. Bloch

afirmó lo siguiente: “En la Edad Moderna, el vasallaje sobrevive en los gestos vanamente

ceremoniales”. Por su parte, la frase de Barthes parece en principio más oscura todavía:

“La ideología yace en las formas”.

2 Martine Grinberg, Écrire les coutumes. Les droits seigneuriaux en France, Paris, PUF, 2006.

14

Bueno, Martine Grinberg usa estas frases como disparadores, y entonces se hace una

serie de preguntas. El hecho de que para nosotros carezcan de sentido estos derechos

bizarros o curiosos, ¿significa que también carecían de sentido para los hombres de la

Edad Moderna? El que nosotros, a priori, no podamos decodificarlos, ¿significa que

también resultaban incomprensibles para los campesinos y señores de los siglos XVI y

XVII? Y si se trataba simplemente de prácticas vanas ¿cómo explicar que sobrevivieran

por más de tres siglos? ¿Cómo explicar que algo que nada transmite, que una práctica

social que no comunica nada, perdure sin embargo durante tanto tiempo? Grinberg

considera que el problema, evidentemente, es nuestro, no del fenómeno bajo análisis.

Antes de pasar a presentar las hipótesis de esta historiadora, voy a mencionar algunos de

estos derechos bizarros. Elijo, al azar, siete ejemplos posibles, sobre un listado

extensísimo.

● En ciertos señoríos, en una fecha determinada claramente especificada por la

costumbre, los vasallos debían hacerse presentes ante el castillo y besar el cerrojo

del portón de la residencia señorial.

● En otras regiones, cada vez que se celebraba una boda campesina, los recién

casados debían acudir al castillo y ofrecerle al señor un plato con la misma vianda

que en ese momento estaban consumiendo los invitados a la fiesta.

● En algunos lugares, en determinadas fechas, las mujeres que habían contraído

nupcias durante el año previo debían ofrecer al señor una canción, bailar para él y

obsequiarlo con un beso en la mejilla.

● Otro ejemplo: para ciertas fiestas específicamente señaladas, los hombres de la

comunidad –casi siempre los solteros- estaban obligados a participar en

competencias de destreza física ante la atenta mirada de señor y de su familia.

● En algunos señoríos, el último hombre en haber contraído nupcias debía

proporcionarle al señor una pelota, un balón destinado al juego que los vasallos

ofrendarían al señor el ultimo día de carnaval, el Mardi gras.

● En ciertos días del calendario litúrgico, en algunos dominios los representantes de

ciertas corporaciones o gremios -casi siempre los pescadores- debían arrojarse

vestidos a un lago o estanque, y permanecer allí, en el agua, hasta que el señor les

diera autorización para salir. En ciertos lugares eran los carniceros del pueblo los

que tenían el privilegio de empujar al agua a los pescadores. Ven como se percibe

aquí el famoso combate entre carnaval y cuaresma (que Brueghel convirtiera en 15

cuadro a mediados del siglo XVI): el combate entre la carne magra y la carne

grasa, entre la festividad popular y la religiosidad oficial, entre el ascetismo y el

desborde.

● Un último ejemplo: en algunas áreas, el habitante de la aldea elegido como rey del

carnaval debía cortar madera del bosque y acudir a encender el fuego de la cocina

y de las restantes chimeneas de la residencia señorial.

Vuelvo a aclarar una cosa: se trata de cargas feudales, son derechos señoriales. Su

cumplimento no era optativo: el señor ordenaba que estas cargas (y muchas otras que no

he mencionado) se cumplieran. Era una imposición. El campesino que se negaba a pagar

estos tributos iba a ser citado por el tribunal señorial y se le impondría una pena

pecuniaria (podía arriesgarse a perder, incluso, una parte de sus bienes muebles).

Si nosotros miramos con detalle estos siete ejemplos que yo di -y lo mismo valdría si

hubiera elegido otros siete ejemplos distintos- observamos dos trazos recurrentes. En

todos los casos se observan donantes y bienes que circulan, personas que entregan y

personas que reciben. En segundo lugar, vemos también que estos derechos bizarros

estaban absolutamente ligados a la fiesta popular. Los señores exigían el cumplimiento de

los miemos en el contexto de alguno de los cuatro grandes ciclos que conformaban el

calendario festivo tradicional en el mundo campesino de Antiguo Régimen:: el tiempo de

Navidad, obviamente del 24 de diciembre al 6 de enero; el tiempo de Carnaval, que

siempre comenzaba el 2 de febrero -el día de la Candelaria- pero que terminaba en fecha

móvil; el tiempo de Pascua, que se iniciaba el miércoles de ceniza –el día inmediatamente

posterior al martes gordo- y terminaba el domingo de gloria; y el tiempo que abarcaba las

últimas semanas de la primavera boreal, cuyo epicentro era el 21 de junio, el solsticio de

verano. Ven que la única excepción a este patrón eran las bodas. Aunque en realidad no

se trata de una excepción, porque las nupcias eran otra de las grandes expresiones de la

festividad campesina en el mundo rural de Antiguo Régimen.

Bien. Vuelve a preguntarse Grinberg: ¿Por qué los señores feudales franceses durante

toda la Edad Moderna defendieron con tanto ahínco estos tributos señoriales, en

apariencia tan absurdos? Y acá ella ensaya su hipótesis. Esta defensa sistemática, este

deseo de que no caigan en el olvido los derechos bizarros, fue una estrategia directa y

explícita de los señores feudales para relegitimar el régimen señorial de cara a sus 16

vasallos campesinos. Se trataría de una estrategia de relegitimación del feudalismo que

tenía como destinatarios a los propios vasallos campesinos de los señores.

¿Cómo fundamenta Grinberg esta afirmación? Lo hace de dos maneras. En primer lugar,

porque si bien es cierto que los señores ordenaban y exigían el cumplimiento de estas

cargas curiosas, el contenido de estos derechos bizarros siempre era un uso y una

costumbre colectiva. Siempre, de una u otra manera, los derechos curiosos derivaban en

un festival popular. Siempre parecían aludir a alguna creencia compartida. Por ello, dice

Grinberg, los derechos bizarros y curiosos funcionaban en la práctica como un lugar de

encuentro: un lugar de encuentro entre el régimen señorial y el mundo campesino. Los

derechos curiosos ayudaban a acercar un poco más a los señores y a los campesinos.

Gracias a los derechos exóticos, lejos de tener que verse como dos polos enfrentados –

uno, como un polo de explotación; el otro, como un polo de resistencia-, señores y

campesinos podían aparecer constituyendo la misma malla esencial. Es más -dice

Grinberg-, gracias a estos derechos bizarros los señores podían mostrarse como

protagonistas activos del folclore campesino: no como actores de reparto sino como

actores centrales de la cultura local. Es más: podían llegar a mostrarse incluso como

defensores de la cultura vernácula, de la cultura popular campesina, frente a los ataques

que en la Edad Moderna esta cultura campesina -sobre todo en sus aspectos festivos,

lúdicos- recibía de mano de dos poderes exógenos, ajenos al ecosistema agrario: el

estado moderno y la Iglesia moderna. El Estado moderno, por dos razones: primero

porque consideraba que esta cultura folclórica tendía a fortalecer las identidades

regionales, y ello obstaculizaba las políticas de centralización y homogeneización cultural

que buscaba imponer el régimen absolutista. Y hay un segundo motivo: el estado

moderno veía con desconfianza a esta cultura campesina porque consideraba que la

fiesta popular siempre era un peligro para el orden social. Hay decenas y decenas de

ejemplos en el Antiguo Régimen de revuelta populares violentas que estallan en el marco

de alguna festividad tradicional. Tal vez el caso más famoso sea el que estalla en la

ciudad de Romans, una comuna del Delfinado francés, en el sureste francés. En febrero

de 1580, el último día del carnaval estalla en Romans una rebelión campesina que

termina en un genuino baño de sangre. El caso es célebre el historiador francés

Emmanuel Le Roy Ladurie le dedicó un libro entero, publicado en 1979: El carnaval de

17

Romans (fue traducido al castellano por una editorial mexicana hará unos años).3 En

alguna época se conseguía en las librerías de Buenos Aires. Un libro realmente

fascinante, y un buen ejemplo de lo que la microhistoria puede lograr cuando el genero se

cultiva con inteligencia y prudencia al mismo tiempo.

Por su parte, ¿por qué la Iglesia moderna ataca y desconfía de esta cultura vernácula

campesina? Primero, porque tiende a pensar que la misma tiene muy poco de cristiano y

alberga importantes resabios paganos; y además, porque considera que la fiesta

campesina, en particular, creaba múltiples oportunidades para comportamientos que

contradecían la ética sexual y familiar que el catolicismo de la Contrarreforma pretendía

imponer del Concilio de Trento en adelante.

Pues bien, gracias a esta defensa de la cultura folklórica que implicaban los derechos

bizarros, el señorío feudal terminaba funcionando –afirma Grinberg- como un verdadero

dispositivo de memoria que facilitaba la reproducción de la cultura simbólica comarcal. En

algún sentido, los señoríos aparecían, incluso, como salvadores de esta cultura local, a la

que contribuían a mantener viva y floreciente gracias a las cargas exóticas que estamos

describiendo.

Existe un segundo motivo por el cual Grinberg afirma que la defensa de los derechos

bizarros debe entenderse como un ejercicio de relegitimación del régimen señorial. Estos

tributos grotescos no solamente les permitían a los señores aparecer como defensores y

como paladines de la cultura regional. También les permitían a los potentados feudales

insertarse sólidamente en las redes de intercambio locales que se daban por fuera del

factor mercado, en las redes de intercambio para-mercantiles. Se trata de un fenómeno,

que los antropólogos conocen a la perfección, y que jugaba un importante rol en la

reproducción material y cultural de la comunidad rural pre-industrial. ¿Qué quiere decir

Grinberg? Trato de explicar un poco más esta segunda pata de su hipótesis. Los señores

feudales franceses, cada vez que podían, reproducían un discurso sobre los orígenes,

que se basaba en lo que podríamos llamar la teoría del don primigenio. Según esta teoría,

en algún momento de un pasado mitificado, un señor feudal –probablemente un lejano

antepasado del señor del momento- había entregado a los campesinos un don primigenio:

3 Emmanuel Le Roy Ladurie, El carnaval de Romans. De la Candelaria al miércoles de Ceniza, 1579-1580, México, Instituto Mora, 1994 (1979).

18

la tierra. Un don muy particular, porque impone a los campesinos una deuda eterna, y

como tal impagable. ¿Por qué? Porque desde el momento en que los campesinos reciben

la tierra, la cesión enfitéutica, el derecho de uso perpetuo, disfrutan de sus frutos todos los

años, una y otra vez, hasta el infinito. La tierra es un don del que se goza en forma

permanente, porque todos los años se siembra, se cosecha, y se come de los alimentos

que produce. Es un don primigenio que genera una deuda perpetua, que los campesinos

deben honrar todos los años con la correspondiente entrega de contradones, es decir, con

el pago de las cargas. Pues bien, los derechos bizarros o curiosos, afirma Grinberg,

precisamente por estar tan ligados a la cultura popular, al espíritu festivo, por su carácter

ritual tan marcado, funcionaban mucho mejor como contradón campesino que lo que

podían hacerlo cualquiera de los tributos feudales convencionales que ustedes ya

conocen. Funcionaban mucho mejor como contradón campesino que el monopolio del

molino, que el derecho de peaje, que el derecho de mercado o que la tasa de mutación. Y

lo mismo desde la perspectiva del señor: estos derechos exóticos, por su alto componente

simbólico, le permitían al señor entregar a los campesinos nuevos dones también con

mucha más facilidad que lo que se lo hubieran permitido los tributos feudales clásicos

A ver, ¿Qué estoy queriendo decir? Hay un hecho importantísimo al que yo todavía no

aludí y que resulta clave. Cuando los campesinos cada año cumplían con los derechos

curiosos, el señor siempre los premiaba concediéndoles ciertas concesiones o

compensaciones. En algunos casos, lo que les daba era el derecho a entrar en el bosque

señorial para cortar la leña que se requería para las hogueras festivas del mes de mayo; o

les permitía entrar en el mismo bosque para talar los árboles que se necesitaban para

plantar los postes festivos; o les prestaba los animales de tiro que los campesinos iban a

necesitar para hacer sus procesiones carnavalescas; o les regalaba la comida y la bebida

con la cual se premiaba a los jóvenes solteros que habían realizado pruebas de destreza

física para entretenimiento del señor; o les prestaba el bote con el cual iban a sacar del

agua a los pescadores obligados a saltar al río; o concedía determinada exención

tributaria al último hombre en haber contraído nupcias el año previo. Lo que Grinberg está

describiendo, en definitiva, es un ejercicio de velamiento ideológico. ¿Qué es entones lo

que se supone que está sucediendo acá, por lo menos desde la perspectiva de este

discurso sobre los orígenes? Primero se comienza sosteniendo que en el pasado algún

señor feudal entregó a los campesinos un don primigenio: la tierra. Una tierra que es un

don muy particular: todos los años se utiliza, una y otra vez, generando una deuda eterna; 19

por ello, los campesinos se ven obligados a responder cada año con la entrega del

correspondiente contradón, en este caso, el cumplimiento de los derechos bizarros. A lo

cual los señores responden, a su vez, entregando nuevos dones: la comida, la bebida y la

madera que regalan, los animales y los botes que prestan, la exención impositiva que

conceden. Y el próximo año todo volverá a suceder de la misma manera: nuevamente los

campesinos sembrarán la tierra; nuevamente deberán pagar el contradón y cumplir con

los derechos bizarros; y el señor nuevamente los premiará con regalos y concesiones. Y

así de seguido, hasta el infinito.

En función de todo lo que explicamos, Grinberg afirma que estos derechos bizarros le

permitían a los señores insertarse sólidamente en esta red tendencialmente infinita de

intercambios locales, propia de lo que Marshall Sahlins calificaría como ‘reciprocidad

equilibrada’. Gracias a estos derechos exóticos el señor lograba ubicarse en el pináculo

de los rituales de intercambio, porque se involucraba en ellos plenamente y de manera

voluntaria. En otras palabras, las cargas curiosas le permitían al señor (y acá es donde

empieza a funcionar esta estrategia de velamiento ideológico a la que yo me refería

antes) fabricarse una nueva identidad, construirse como un miembro más de la

comunidad rural, como un integrante más de la aldea, ocultando su verdadero rol como

agente extractor exógeno, como agente de explotación. Estos derechos bizarros, en algún

sentido, pretendían colmar en la esfera de lo imaginario –por eso hablamos de una

operación ideológica- la irreductible distancia que en la esfera de las relaciones sociales

reales existía entre señores y campesinos -es decir, entre el polo dominante y el polo

dominado sobre el que se sustentaba el feudalismo. Estos tributos señoriales buscaban,

en definitiva, crear una ficción de lazo social: una fábula según la cual el señor era ‘uno

más de nosotros’. Lo que pretendían era crear una suerte de visión distorsionada de las

relaciones de dominación tradicionales, edulcorándolas. Pretendían generar la ilusión de

una igualdad esencial, insisto, en la esfera de lo imaginario, porque en el mundo real

sabemos que esta igualdad esencial no existía: sabemos que el campesino no era igual al

señor, sabemos que esta reciprocidad equilibrada de la que habla Marshall Sahlins no

existía como tal en los señoríos de Antiguo Régimen.

Hay una pregunta que, sin embargo, Grinberg no se hace, pero yo voy a formular e

intentar responder al final de la exposición: ¿Funcionó esta estrategia de velamiento

20

ideológico? ¿Pudo llegar a convencer, al menos por un tiempo, a los campesinos? Dejo

pendiente la respuesta por el momento.

Volviendo a la cuestión que estábamos desarrollando: hay un hecho que confirmaría que

una buena manera de entender y decodificar estos derechos bizarros es insertándolos en

estas redes locales de intercambio por fuera del mercado. ¿Cuál es este hecho? Ustedes

habrán notado que, hasta ahora, en el esquema de los derechos bizarros el dinero nunca

aparece. Cuando cumplen con sus derechos bizarros, los campesinos le entregan

muchas cosas al señor, pero nunca monedas; y cuando el señor los premia, les concede

muchas cosas, pero nunca dinero (a lo sumo una exención impositiva, que en todo caso

supone la interrupción de la circulación de metálico). Sin embargo, no es del todo cierto

que el dinero no aparece en el esquema. Aparece: ¿pero en qué momento? Aparece

como castigo, en concepto de multa, como mecanismo de penalización cuando un

campesino se niega a seguir jugando el juego, se niega a cumplir con esos derechos

bizarros, es decir, cuando abruptamente interrumpe la circulación local de dones y

contradones. El tribunal señorial lo cita y le impone una pena pecuniaria, una multa. Es allí

que el dinero aparece, pero fíjense que aparece con una capacidad de simbolización muy

concreta y muy especifica: la moneda metálica, que en sí misma no tiene nada que ver

con la lógica propia de los intercambios para-mercantiles, estaría representando la ruptura

del consenso social, la interrupción del régimen de intercambio tendencialmente infinito

que hasta entonces había tenido lugar. Las monedas que el campesino infractor debe

pagar expresan su extrañamiento voluntario de la economía moral de la multitud, una

especie de exilio autoimpuesto de esta economía moral de la multitud de la que hablaba

E. P. Thompson. Fíjense ustedes algo: al infractor se le impone como pena pagar una

equis cantidad de dinero. Es decir, se le impone como pena dar inicio a un circuito de

intercambio que no solo está muy lejos de tener un carácter infinito, como los

intercambios para-mercantiles que estábamos analizando, sino que resulta absolutamente

estéril, que se agota en sí mismo. El campesino paga unas monedas y allí se acaba dicho

proceso de intercambio. Se trata de una maravillosa metáfora de lo fecundo del

intercambio para-mercantil y de lo estéril del intercambio dinerario.

Resumiendo lo dicho hasta aquí: dijimos que para Martine Grinberg la defensa de los

derechos bizarros por parte de los señores era una estrategia destinada a fortalecer el

régimen señorial, a legitimarlo de cara a sus vasallos campesinos. Pues bien, si había que 21

fortalecer y re-legitimar al régimen señorial es porque el mismo estaba en peligro. Bueno,

efectivamente, lo estaba, sostiene Grinberg. En la Edad Moderna, el régimen señorial, y

muy especialmente el señorío banal, está bajo ataque. ¿Por parte de quién? Por parte de

la monarquía absoluta.

Grinberg identifica al menos dos frentes de ataque del estado moderno contra del señorío

banal. El primer frente de ataque se relaciona con la puesta por escrito de las costumbres

de todas las regiones francesas. En los comienzos mismos de la Edad Moderna, la

corona determina que el derecho consuetudinario regional debía recogerse en cuadernos

de costumbres locales, con el objetivo –muy ambicioso, por cierto- de tratar de diseñar un

derecho común para toda el reino. ¿Se acuerdan cuando aludimos a las tendencias

homogeneizadoras en materia cultural que impulsaba el estado moderno?. Buenos, pues

acá tienen un ejemplo concreto. El proyecto era muy ambicioso, tanto como que el

absolutismo francés no pudo nunca concretarlo. El primero que logró imponer un derecho

común para toda Francia fue Napoleón en 1802, con su célebre Código Civil. Pero lo

notable es que a mediados del siglo XV ya detectamos un monarca francés que tiene en

mente este objetivo: en 1454, Carlos VII –aquel rey que le debía el trono a Juana de Arco-

dicta una disposición que ordena poner por escrito las costumbres locales en toda

Francia. Todos los reyes del siglo y medio posterior repitieron la misma norma.

La ordenanza de 1454, además, explicaba el procedimiento que se debía seguir para

poner por escrito el derecho consuetudinario local. En primer lugar, había que reunir los

estados generales de bailía. Ya saben ustedes lo que son las bailías: circunscripciones

judiciales de base donde funcionaban los tribunales de primera instancia de carácter

regio. ¿Y qué eran los estados generales? Bueno, ustedes seguramente conocen los

estados generales nacionales. Por ejemplo, el que se reúne en mayo de 1789 y provoca

la Revolución Francesa. Estos estados son asambleas de representación estamental.

Funcionaron mucho en la segunda mitad del siglo XVI y mucho en el siglo XV; en cambio,

prácticamente no se reunieron durante los siglos XVII y XVIII. De hecho, los únicos

estados generales que sesionaron en Francia antes de 1789 fueron los de 1614, en

ocasión de la minoría de edad del joven Luis XIII. Ustedes ya saben como funcionaban los

estados generales nacionales: se congregaban representantes de los tres estamentos

legalmente reconocidos como tales: el primer estado, el clero; el segundo estado, la

nobleza; y el tercer estado: los propietarios acomodados urbanos o rurales que no fueran

ni eclesiásticos ni nobles (definidos como tales en función del monto que pagaban en 22

concepto de impuesto directo). En Francia también existían los estados generales

provinciales. Varias provincias conservaron sus propios estados generales con el mismo

esquema de representación estamental que acabo de explicar. Así, por caso, tenemos los

estados generales del Languedoc, los de Borgoña, los de Provenza, los de Bretaña… No

todas las regiones conservaron sus estados generales. Por lo general lo hicieron las que

se incorporaron más tardíamente a la corona francesa, y por ello lograron conservar un

margen de autonomía que otras provincias perdieron ante los embates centralizadores del

régimen absolutista. Finalmente, cabe decir que en la Francia moderna también

funcionaban estados generales de bailía. La diferencia con los anteriores es que, en este

caso, estas asambleas más pequeñas no funcionaban a partir de un mecanismo de

representación. En el marco de cada bailía cualquier integrante del estamento clerical,

nobiliario o plebeyo podía asistir personalmente a los estados generales locales, si así lo

deseaban. Expresaban una suerte de curiosa “democracia” estamental de carácter

directo.

Pues bien, la ordenanza de Carlos VII determinaba que eran los estados generales de

cada bailía los que tenían que redactar los cuadernos de costumbres regionales (c. 1500

existían 86 bailías en Francia). Estas más de 80 mini-asambleas locales iban a sesionar

presididas por un comisario real, un representante directo del poder monárquico enviado

desde Paris, con el objetivo concreto de poner por escrito el derecho consuetudinario.

Ahora bien, cuando empiezan a sesionar estas asambleas de bailía (y aclaro que el

proceso entero llevó cien años) se gesta una alianza tácita, aunque muy concreta, entre el

tercer estado y el representante de la corona, el comisario real-. ¿Con qué intención? Con

el objetivo de debilitar al señorío jurisdiccional, de debilitar las atribuciones políticas de los

señores particulares. Durante este procedimiento de puesta por escrito de las costumbres

jamás se puso en duda el señorío dominical. Los tributos derivados del complejo

enfitéutico pudieron sin ninguna clase de problema incorporarse al cuaderno de

costumbres escritas. Lo que se discute, lo que se debate, es la legitimidad del otro

señorío: el señorío por el cual el señor podía ejercer en forma legítima poder político a

nivel micro. De hecho, yo diría que éste era el verdadero “currículum oculto” de esta

decisión de la monarquía de poner por escrito las normas consuetudinarias. El objetivo

explícito ya lo dije: tratar de pensar un derecho común nacional. El objetivo implícito:

debilitar la jurisdicción señorial.

23

El tercer estado y el representante de la corona ensayan dos estrategias para llevar a

cabo este plan, la segunda mucho más letal que la primera. La primera estrategia consiste

simplemente en permitir que se incorporen al cuaderno de costumbres locales los

derechos derivados de la jurisdicción –los monopolios, los derechos de peaje, la justicia

privada, los derechos de mercado- pero con sus atribuciones sustancialmente recortadas.

Pero había otra estrategia más grave para el señorío banal: en muchas bailías, los

representantes del tercer estado se negaron lisa y llanamente a incorporar en el derecho

consuetudinario escrito los tributos derivados de la jurisdicción señorial. Para que una

práctica social se incorporara al cuaderno de costumbres escritas debía recibir el voto

unánime de los estados generales de cada bailía. Ustedes saben que se votaba por

orden: cada uno de los tres estamentos tenía un voto. Entonces, aún cuando el clero –

primer orden- dijera “si, incorporemos en el cuaderno de costumbres de esta bailía el

monopolio del molino”, y el segundo orden –la nobleza- apoyara la moción, bastaba con

que el tercer estado votara negativamente para que dicho tributo quedara excluido del

derecho consuetudinario regional.

¿Cuál es el argumento por el cual el tercer estado, en su alianza con la corona, se negaba

a incorporar estos derechos jurisdiccionales en la costumbre escrita? Bueno, el

argumento era muy simple: no eran prácticas originadas en el consenso social, condición

sine qua non para que una práctica fuera reputada de derecho consuetudinario. No

surgieron de un consenso: surgieron de una imposición. Alguna vez, un señor feudal, en

el pasado, impuso por la fuerza al resto de la comunidad local el monopolio del molino, los

derechos de paso, las tasas de mercado… Eran producto de las exigencias de potentados

feudales individuales. Lo que el tercer estado y el comisario real estaban sugiriendo, en

definitiva, era que estos derechos banales tenían mucho más que ver con el derecho

privado que con el derecho público. Es más, sin decirlo explícitamente, lo que están

sugiriendo es que el derecho feudal era el verdadero enemigo del derecho común del

reino.

Pues bien: esta decisión de dejar afuera de la costumbre escrita al señorío jurisdiccional

tenía consecuencias muy graves para este último.¿Por qué? Porque toda práctica que se

incorporaba al cuaderno de costumbres locales adquiría fuerza de ley. Y es esta fuerza de

ley la que se le está negando a los tributos feudales de origen banal. Y al negárseles esa

fuerza de ley, lo que se está haciendo es desterrarlos poco menos que a la periferia del 24

sistema legal. Era un fenomenal ejercicio de devaluación jurídica. Ojo, aclaremos una

cuestión importante: los derechos jurisdiccionales que en una bailía determinada no

quedaban registrados en el cuaderno de costumbres, no por ello resultaban abolidos.

Seguían vigentes. Había que seguir cumpliendo con ellos, y de hecho se los siguió

pagando hasta que la Revolución los suprimió en 1789. Simplemente se los privaba de

una fuente importantísima de legitimidad social. En algún sentido, y perdón por el

vulgarismo, se los dejaba ‘flojos de papeles’. Perdían la potencia sacralizadota de la

palabra escrita. Y entonces, en una Francia donde por culpa de la Guerra de los Cien

años se había producido mucha destrucción material, y mucho archivos señoriales habían

sido quemados y se habían perdido, la única fuente de legitimación que les quedaba a los

derechos derivados de la jurisdicción era simplemente la posesión inmemorial. Era una

legitimación muy débil. No es lo mismo decir “hay que pagar la banalidad del molino

porque siempre se la pagó, porque desde que tenemos memoria siempre se la ha pagado

en esta región”, que decir “hay que cumplir con ella porque ha quedado escrita en letras

de molde en el cuaderno de costumbres de la bailía, aprobado por unanimidad por los

estados generales de la localidad”. Ésto termina de explicar porqué a la Revolución

Francesa le fue tan fácil suprimir el señorío jurisdiccional -casi diría, de un plumazo-, a los

dos o tres meses de que el proceso revolucionario comenzara. Ello se explica, en parte,

porque el señorío banal llega a finales del Antiguo Régimen totalmente desprotegido en

términos jurídicos, debilitado por el propio régimen absolutista. También se entiende un

poco mejor por qué le fue tan difícil a la Revolución suprimir el otro señorío, el dominical,

por qué se dieron tantas vueltas para conseguirlo (de hecho, la supresión del complejo

dominical feudal llevó cuatro años, cuando la abolición del señorío jurisdiccional apenas

llevó un par de meses). El señorío dominical siempre había sido protegido por el estado

moderno: el señorío jurisdiccional, en cambio, siempre fue combatido. El señorío

dominical podía asimilarse, además, a la nueva concepción sacralizada de propiedad

defendida por la burguesía francesa, mientras que el complejo jurisdiccional, no.

Bueno, mañana seguimos con este tema.

25

PC, 29/09/11,