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:: portada :: Bolivia :: 23-09-2015 ¿Estado autonómico o estado plurinacional? Rafael Bautista S. Rebelión Mañana se realizará el referéndum autonómico. Poco importa si gana el sí o el no. El debate acerca de las autonomías muestra la pérdida -incluso gubernamental- del horizonte plurinacional. El lenguaje que expresa, tanto al gobierno como a la oposición, es el autonómico; toda discusión ha devenido en una pueril guerra declarativa: ¿quién es más autonomista? El que se aparta de esa discusión está "políticamente incorrecto". El lenguaje autonomista ha borrado las fronteras entre la derecha y la izquierda, también la esfumado las referencias de lo popular, así como el carácter revolucionario que anunciaba el horizonte plurinacional. Así ha degenerado el debate político (para deleite del circo mediático). En esa trifulca poco importa lo verdaderamente importante; todos pelean, de uno y otro lado, por su exclusiva sobrevivencia. Tanto oposición como gobierno son, de ese modo, hermanados en lo inmediatista: todo se trata de sobrevivir, y a cualquier precio. Hace poco, un reconocido intelectual del lado conservador declaraba, en una radio local, que la Constitución que aprobamos el 2009, no fue la que emanó de la Asamblea Constituyente (expulsada de Sucre, pero culminada en Oruro) sino de las "mesas de concertación" que, tanto gobierno como oposición, "celebraron" en Cochabamba y La Paz. Esto corrobora lo que ya habíamos advertido: el 2009 confirmamos un rapto, pues el poder constituyente había sido anulado por el orden instituido y, con ello, se reponía éste último a costa de la soberanía plurinacional. La nueva Constitución, que debía contener una nueva estructura normativa del Estado plurinacional quedaba viciada por las prerrogativas liberales (que habían sido ya introducidas, aunque tímidamente, en la Asamblea Constituyente, y reafirmadas muy diligentemente en las "mesas de concertación"); de ese modo se resucitaba al Estado anterior y se despachaba al rincón de los recuerdos la potencia revolucionaria del poder constituyente. Lo que el proceso de cambio tenía de revolucionario, lo tenía por ser un proceso constituyente. Pero si esta potencia constituyente es desconocida por el orden instituido, entonces lo que sucede no es sino la reposición del carácter señorial-liberal del Estado colonial. En resumidas cuentas, se trataba de un coup dEtat. Suprimido el poder constituyente se suprimía al sujeto constituyente y, en su lugar, aparecía un sujeto sustitutivo que, a nombre del proceso de cambio, cambiaba todo para no cambiar nada. ¿Qué era lo que reponía las prerrogativas del Estado señorial-liberal? El proyecto que abrazó la oposición más conservadora para enfrentar y bloquear toda posibilidad de constituir un Estado plurinacional y que, infelizmente, abrazó finalmente el mismo supuesto gobierno del cambio: el Estado autonómico. Cuando los pueblos de tierras bajas empezaron, a fines del siglo pasado, el proceso constituyente, reclamando una nueva Asamblea para refundar nuestro país, lo hicieron enarbolando algo que, en todas las luchas emancipadoras indígenas había estado siempre presente: la autodeterminación de los pueblos. El lenguaje oenegista de la época tradujo eso por "autonomía", lo cual sirvió a la derecha para asimilar, otra vez, a lucha popular, bajo una terminología pertinente a sus intereses. De ese modo se legitimó -tarea de intelectuales- el proyecto conservador con nuevas banderas page 1 / 6

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Historia

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:: portada :: Bolivia ::

23-09-2015

¿Estado autonómico o estado plurinacional?Rafael Bautista S.Rebelión

Mañana se realizará el referéndum autonómico. Poco importa si gana el sí o el no. El debate acercade las autonomías muestra la pérdida -incluso gubernamental- del horizonte plurinacional. Ellenguaje que expresa, tanto al gobierno como a la oposición, es el autonómico; toda discusión hadevenido en una pueril guerra declarativa: ¿quién es más autonomista? El que se aparta de esadiscusión está "políticamente incorrecto". El lenguaje autonomista ha borrado las fronteras entre laderecha y la izquierda, también la esfumado las referencias de lo popular, así como el carácterrevolucionario que anunciaba el horizonte plurinacional. Así ha degenerado el debate político (paradeleite del circo mediático). En esa trifulca poco importa lo verdaderamente importante; todospelean, de uno y otro lado, por su exclusiva sobrevivencia. Tanto oposición como gobierno son, deese modo, hermanados en lo inmediatista: todo se trata de sobrevivir, y a cualquier precio.

Hace poco, un reconocido intelectual del lado conservador declaraba, en una radio local, que laConstitución que aprobamos el 2009, no fue la que emanó de la Asamblea Constituyente(expulsada de Sucre, pero culminada en Oruro) sino de las "mesas de concertación" que, tantogobierno como oposición, "celebraron" en Cochabamba y La Paz. Esto corrobora lo que yahabíamos advertido: el 2009 confirmamos un rapto, pues el poder constituyente había sido anuladopor el orden instituido y, con ello, se reponía éste último a costa de la soberanía plurinacional.

La nueva Constitución, que debía contener una nueva estructura normativa del Estadoplurinacional quedaba viciada por las prerrogativas liberales (que habían sido ya introducidas,aunque tímidamente, en la Asamblea Constituyente, y reafirmadas muy diligentemente en las"mesas de concertación"); de ese modo se resucitaba al Estado anterior y se despachaba al rincónde los recuerdos la potencia revolucionaria del poder constituyente. Lo que el proceso de cambiotenía de revolucionario, lo tenía por ser un proceso constituyente. Pero si esta potenciaconstituyente es desconocida por el orden instituido, entonces lo que sucede no es sino lareposición del carácter señorial-liberal del Estado colonial. En resumidas cuentas, se trataba de uncoup d�Etat. Suprimido el poder constituyente se suprimía al sujeto constituyente y, en su lugar,aparecía un sujeto sustitutivo que, a nombre del proceso de cambio, cambiaba todo para nocambiar nada.

¿Qué era lo que reponía las prerrogativas del Estado señorial-liberal? El proyecto que abrazó laoposición más conservadora para enfrentar y bloquear toda posibilidad de constituir un Estadoplurinacional y que, infelizmente, abrazó finalmente el mismo supuesto gobierno del cambio: elEstado autonómico.

Cuando los pueblos de tierras bajas empezaron, a fines del siglo pasado, el proceso constituyente,reclamando una nueva Asamblea para refundar nuestro país, lo hicieron enarbolando algo que, entodas las luchas emancipadoras indígenas había estado siempre presente: la autodeterminación delos pueblos. El lenguaje oenegista de la época tradujo eso por "autonomía", lo cual sirvió a laderecha para asimilar, otra vez, a lucha popular, bajo una terminología pertinente a sus intereses.De ese modo se legitimó -tarea de intelectuales- el proyecto conservador con nuevas banderas

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populares. En octubre de 2003 eso era claro, pues la respuesta de la oligarquía camba fue rotundaante la gesta revolucionaria de octubre: el reclamo de autonomía se hizo unánime en la derecha,porque lo otro significaba la creación de un nuevo Estado. Ante aquello ya inevitable, más aun conla elección de Evo, a la derecha sólo le quedaba la negociación o la capitulación.

El chantaje al proceso constituyente se expresó de este modo: sólo podía ser viabilizada laAsamblea Constituyente si se incluía las autonomías. Ésta fue la trinchera adonde se recluyó elámbito conservador y, desde allí, boicoteó todo. El propósito era claro: el nuevo proyecto deEstado, si triunfaba, debía ser minado desde adentro. Las concesiones que se fueron confiriendo nobastaron, pues hasta exiliada de Sucre, la Constitución aprobada en Oruro fue "abierta" con laconnivencia del propio gobierno y, de ese modo, "revisada" por los intelectuales al servicio delproyecto oligárquico. La facción gubernamental afirma, para su descargo, que sólo aquelloviabilizaba la aprobación del texto constitucional; lo que no admite es que aquella "revisión" ledevolvía al Estado su carácter conservador y, gracias a ello, podía reponer su estructura liberal. Losideólogos del gobierno no veían tanto problema en ello porque sus premisas también eran liberales,es decir y, por ello mismo, aquello se llamaba acertadamente "mesas de concertación".

No se enfrentaban dos visiones o proyectos de Estado sino que, a lo sumo, se negociaba lahegemonía. De ese modo, el sujeto sustitutivo repetía, para su propia desgracia, la paradojaseñorial. No estaba a la altura de su desafío histórico: encarnar el nuevo horizonte político; lo únicoque hizo fue, como toda nueva elite, negociar, con la vieja, el poder arrebatado al pueblo. Laoligarquía estaba derrotada pero, aun así, el sujeto sustitutivo -cuyo horizonte de creencias loataban al viejo Estado- en aquella negociación le devolvía a la vieja elite sus prerrogativas.

El llamado entorno q�ara repetía la historia como comedia, domesticando la revolución que elpueblo les había delegado. Hubiesen sido revolucionarios el 1952 pero ya no el 2009. El pueblo nohabía encarnado, en el 52, la necesidad de refundar nuestro país; pero desde el 2003 erainobjetable una nueva Constitución y un nuevo Estado. Las naciones y pueblos indígenas noshabían enseñado que el secreto de nuestra dominación radicaba en el propio marco normativo queestructuraba al Estado. Ese marco liberal era lo que debía superarse; pues era la sustancia mismaque legitimaba a la legalidad del Estado-Nación. Un Estado plurinacional ya no podía partir de unmarco normativo liberal. La novedad radicaba allí. La derecha más lúcida lo comprendió de esemodo. Por ello la insistencia en las autonomías se hizo asunto de vida o muerte.

El discurso autonomista no tenía nada que ver con la autodeterminación de los pueblos y lasnaciones. El modelo autonómico, en todas sus variantes, reafirmaba la fisonomía republicana delEstado, por ello bosqueja una estructura piramidal donde la descentralización de las funcionesestatales no son nada más que la negociación de cuotas de poder entre los estamentoscanonizados de la distribución liberal (gobierno, gobernaciones y municipios); por eso no es deextrañar que la "autonomía indígena" sea arrinconada al lugar más bajo siendo, en la práctica,cuasi imposible su implementación. Tampoco es de extrañar que, en los últimos años, la migraciónde ayllu a municipio sea lo más usual, pues ante la inexistencia de un marco normativo que ampareal ayllu -le dé existencia legal-, lo único posible es ampararse en el marco legal existente; el cual noconsiente otras figuras que no sean las liberales, donde lo comunitario desaparece y sólo puedesobrevivir si se subsume a una normatividad burguesa, pertinente para el desarrollo exclusivo delcapitalismo; lo cual significa la muerte de toda comunidad.

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La adopción del proyecto del Estado autonómico empezó a revelar el carácter conservador de unaizquierda en función de gobierno: la nueva derecha. Esto confirmaba la no pertenencia y falta deidentidad de una izquierda que nunca supo en qué país estaba ni qué pueblo representaba. Por esolas críticas que la otra izquierda le hace al gobierno no tocan nunca el asunto neurálgico. Le oponenun socialismo anacrónico a un gobierno, cuyo horizonte socialista, le impide comprender lanovedad que emana del nuevo sujeto plurinacional.

Habría que recordarles a los marxistas, de uno u otro lado, que una de las tres fuentes integrantesdel marxismo -Lenin dixit- es el socialismo utópico francés, el cual fue posible, no sólo por laliteratura utópica que inauguran Tomas Moro, Campanella y Bacon (los cuales hacen referenciasiempre al Nuevo Mundo), sino por la influencia jesuita en Europa, que propagaban la forma de vidade las Reducciones como el modelo de convivencia utópica que encendió los ideales hasta de larevolución francesa. Esto quiere decir que la forma de vida que practicaban indios y jesuitas fue lainspiración del socialismo utópico. Lo mismo puede decirse de las ideas de democracia y libertadindividual y hasta del sistema federal, las cuales no provienen de Europa sino de Amerindia.Europa, que procedía culturalmente de Roma y Grecia, respondía a tradiciones monárquicas quesuprimían libertades individuales bajo regímenes despóticos. Tradición democrática no conocían,eso lo aprendieron de los indios; hasta el sistema de confederaciones de la liga Iroquesa fue elorigen del sistema federal y de los Estados Unidos; el mismo concepto de "liga de las naciones",que da origen a la ONU, es de origen indio.

Pero el eurocentrismo de la propia izquierda marxista fue lo que impidió siempre la consolidaciónde todo proyecto auténticamente nacional. Partir de lo propio nunca fue opción para una izquierdadesprovista hasta de color local. Ese era el punto de inflexión que la llevó siempre a pactar con laselites conservadoras. Los prejuicios modernos los hermanaban siempre en contra de un alguiensiempre señalado: el indio (eso explica el antimarxismo del indianismo). Por eso parten de unproletariado de libro, sin carne ni sangre, una abstracción que, una vez desaparecido, no importa,pues nunca realmente existió. Fueron los propios prejuicios modernos de la izquierda lo que leimpidió trascender el credo capitalista y afirmarlo con más vehemencia, a costa siempre del sujetoreal, concreto, que nunca llegó a conocer, por eso siempre se propuso eliminarlo: desarrollar,progresar y modernizarnos, partía siempre del presupuesto de que lo nuestro es inferior pornaturaleza (racismo congénito moderno). La modernidad sólo fue posible excluyendo y negandotoda otra forma de vida; por eso las revoluciones se hacen conservadoras: luchan contra el ordenpero, al final, lo reafirman como lo único posible, porque no creen en otra cosa que no sea lomoderno.

Ahora la modernidad ha entrado en crisis terminal. Por eso el carácter revolucionario de nuestroproceso consistía en que, desde lo negado, se hacía posible imaginar un nuevo horizonte de vida,un nuevo Estado, una nueva política, una nueva economía. Pero, cuando se daban las condicionesobjetivas de partir de lo más propio, la paradoja señorial nos mostraba que la dirigencia delproceso, las condiciones subjetivas, otra vez, no se hallaban a la altura del acontecimiento,entonces ¿qué podían hacer sino restaurar el mismo Estado del cual no eran libres? Como dicen losque saben: es más fácil, salir del mundo, que el mundo salga de uno.

La misma Constitución declara en su prólogo que "Bolivia es un Estado plurinacional... conautonomías". No dice un Estado autonómico. La diferencia es lo que hay que aclarar. Desde laAsamblea hasta la actualidad, el gobierno ha gastado una considerable cantidad de recursos en

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contratar "expertos" en procesos autonómicos y teorías de la autonomía (entre los mismosasesores que tuvo el Ministerio de Autonomías figura gente que estuvo en las "mesas deconcertación" y que, además, estuvieron siempre en contra del proceso constituyente); "expertos"que sabían bien de todo menos de lo más elemental: nuestro propio país. Nuestros intelectuales,consumidores netos de las ideas de afuera, se dieron a la tarea de imitar en suelo nuestro aquelloque se teorizó en países como España, Bélgica, Canadá, etc.

Vale la pena recordar que en esos países aquellas teorías sólo fueron eso, teorías, pues todos ellosenfrentan, desde hace un buen tiempo, serias amenazas de desintegración que no pueden sersuperados por ningún modelo autonómico. Porque la unidad nacional, necesaria en esta transicióngeopolítica global, no pasa por cuestiones técnico-administrativas, de descentralización, o porrazones culturalistas. La vigencia y legitimidad de un Estado -y de su soberanía política- tiene quever con algo que los propios clásicos de la filosofía moderna reconocen: el Estado es la conscienciadel pueblo, es el universo ético de un pueblo hecho objetividad. El pueblo que se constituye ensujeto, instituye su universo ético como contenido normativo de su existencia política. Es decir, nohay nada más racional que partir de lo más propio, un pueblo que parte de sí se hace, de esemodo, real.

El modelo autonómico es apenas un modelo de administración de las funciones públicas; no llega aconstituir una nueva normatividad porque es una expresión actualizada del paradigma liberal. Supopularidad consiste en que pretende responder a una necesidad: la mejora de la performanceestatal. En ese sentido, su adopción, en el mejor de los casos, responde a inquietudes de caráctertécnico. Como en la medicina, la política imperial produce la enfermedad para luego vendernos lavacuna; destruye la soberanía de nuestros Estados para después financiar modelos, que losproducen las academias del norte para reafirmar nuestra dependencia. En ese sentido, los modelosautonómicos también pueden ser caballos de Troya, como el impulsado por los gringos parabalcanizar a la ex Yugoeslavia.

Todo lo que predicaba la oligarquía camba provenía, en gran parte, de los famosos acuerdos deRambouillet, del cual USA y la OTAN se sirvieron para acabar con la soberanía de aquel país. Lanegativa inicial al discurso autonomista fue por ello coherente; pero en la reposición del ordeninstituido, la misma retórica oligárquica fue asimilada, quedando el nuevo horizonte conceptualcomo un mero disfraz de la nomenclatura liberal que había sido restaurada bajo el apelativo deEstado plurinacional. No sabiendo en qué consiste aquello, se tenía que proponer un modelo estatalcon algo; abrazar un modelo autonómico fue la única opción ante la ausencia de proyectoplurinacional. Por eso el Estado que se dedujo no podía acabar con la ley 1178 ni con el decreto21060, porque lo único que se perfilaba era lo que ya había producido el neoliberalismo: un Estadoadministrador. Esta nueva descentralización de funciones en la ejecución pública, reactualizaba laley de participación popular que, en los hechos, sólo había democratizado la pobreza y lacorrupción.

Lo único logrado, hasta ahora, en el proceso autonómico, ha sido la inflación del aparatoburocrático del Estado. Una vez respuesta la estructura liberal del Estado, además con el carácterde mero administrador que impuso el neoliberalismo, descentralizar aquello no conduce a hacermás eficaz las funciones estatales; sucede más bien lo contrario, pues para justificar delegacionesde poder y decisión, se tienen que incrementar conductos de transmisión de decisión y ejecución,lo cual ralentiza la propia gestión pública; sumado a ello la pugna hasta jurídica entre competencias

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que no siempre están definidas del todo.

Pero, y esto es lo grave, resulta hasta un contrasentido optar por una descentralización radical dealgo cuya unidad es todavía bastante frágil. El gobierno parece haberse dado cuenta de ello, perotarde (quizás por eso los estatutos patrocinados por el oficialismo no ceden mucho poder). Laestructura liberal del Estado boliviano nunca produjo unidad nacional; siendo colonial yrespondiendo a intereses que ni siquiera eran los propios, lo único que se requería era una fieladministración de aquella transferencia unilateral de valor hacia afuera: los intereses de afueraprevalecían ante los nuestros porque el Estado mismo estaba estructurado para hacer prevaleceraquello. Toda la estructura administrativa y legal que no fue desmantelada sino hasta reforzada, noha hecho otra cosa que reponer la ineficiencia, la corrupción y hasta la desigualdad al interior delmismo gobierno. La legalidad vigente, así como no ampara nada que no sea el mercado y el capitaly hace imposible otra economía que no sea el capitalismo, así le priva al Estado de identidad yuniverso ético propio. No parte de sí, por tanto, no vive para sí.

Un Estado plurinacional tenía la prioridad de reconstituir a las naciones que le constituyen y le dansentido de vida. El contexto actual de crisis civilizatoria y crisis climática era el más idóneo paraproponer, de modo hasta global, un nuevo paradigma como superación de la orfandad utópica queha dejado una modernidad en crisis terminal.

Para consolidar una hegemonía (que no es dominación) se precisa consolidar una política deEstado, la cual, por legitimidad horizontal, tiene que hacerse doctrina estatal, es decir, ideologíanacional. Si no hay esto primero, autonomizar sus funciones es un contrasentido, pues en la luchapor el poder, cuando ésta se ha universalizado hasta los estratos más bajos, sólo puede tener comofin la fragmentación y hasta la desintegración. Si la política de Estado no se ha hecho ideologíanacional y doctrina propia de todo el conjunto estatal, el conjunto de competencias locales ynacionales no concurren sino hasta se oponen. Las autonomías mismas aseguran el poder local delas elites y, en una suerte de pacto fáustico, una vez "normalizado" el Estado, gobierno y oposiciónsólo juegan a quién dobla el brazo del otro.

Un proyecto estatal no es algo que se produzca por inercia institucional; no es lo técnico lo queprescribe la identidad y la soberanía de un Estado, sino lo político. El horizonte plurinacional, suclarificación, era la materia política de la nueva potencia popular; pero abandonado ese horizonte,lo que tenemos en la arena política es sólo discusiones de carácter técnico, cuando es lo político delEstado lo que no se halla resuelto. Esto se hizo manifiesto en las últimas elecciones, allí había detodo menos discusión política; ni siquiera el tema del mar provocó una seria reflexión de caráctergeopolítico que proponga una consecuente política de Estado.

En esta coyuntura, cuando viene menguando el carácter revolucionario de nuestros procesos, elgobierno sólo apuesta a su sobrevivencia y, como no es capaz de producir hegemonía, opta por ladominación, es decir, por la legitimidad vertical (propia del poder que manda, no del poder queobedece). Poco ya importa el resultado del referéndum; lo triste es ver cómo el Estado plurinacionalha ido perdiendo su carácter revolucionario y ha ido reponiendo las prerrogativas del Estado liberalque queríamos superar. Performativizar las funciones estatales parece ser la única prioridad ahora,cuando la estabilidad lograda es sólo aparente. Kissinger dijo alguna vez que la estabilidad europea

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y gringa se la debía tan sólo al bienestar económico y se preguntaba, ¿qué pasará cuando esebienestar acabe? Lo mismo podríamos preguntarnos ahora.

La estabilidad lograda es sólo circunstancial y aparente y no basta para afirmar lo esencial de todoporvenir estatal: la unidad nacional. Ésta es siempre acompañada del sentido de país que produceun proyecto que ha producido un máximo de disponibilidad común. Este máximo es lo queconfigura la unidad nacional. En nuestro caso, este máximo de nueva disponibilidad es lo que sehabía articulado en torno al horizonte propuesto por el sujeto plurinacional. En el procesoautonómico desaparece este sujeto y todo se reduce a la dictadura de las lógicas institucionales.Por eso se devalúa lo político en beneficio de lo técnico. Pero el Estado, como mero administradores producto, precisamente, de un puro razonamiento técnico; ahora, como no se puede solucionarun problema con el mismo conocimiento que lo ha creado, resulta paradójico que, a nombre deEstado plurinacional, se pretenda constituirlo con la misma normatividad liberal que reivindican lasautonomías.

En este sentido, reivindicar lo político del Estado quiere decir explicitar el horizonte de sentido quehan producido los pueblos y naciones indígenas, el sujeto plurinacional, para que el Estado encarneaquello como el contenido mismo de su existencia. Sólo dentro de aquello tendría sentido unadescentralización político-administrativa, cuya prioridad manifiesta sea la reconstitución de lossistemas de vida indígena-originarios, la potenciación de su contenido comunitario, como elcontenido propio de un Estado que se proponga la restauración del equilibrio sistémico de laPachaMama, condición sine qua non para resignificar un sistema de la producción cuyo criterio deracionalidad sea la producción y reproducción de la vida, como respuesta nuestra a la crisisclimática que ha originado el capitalismo y el mundo moderno.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de CreativeCommons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.

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