88417645 Bosch Juan Cuentos Selectos

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    JUAN BOSCH

    CUENTOS SELECTOS

    S e l e ~ d 6 n .jUAN Basal

    Prlogo y CronologfaBRUNO ROSARIO CANDEUER

    BlblfograflaBRUNO ROSARIO ."'DEUER y GUIUJ!RMO PlflA CoNTREJWi

    BIBLIOTECA ~ AYACUCHO

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    e de CSUl cdldn81bllotcCl Ayacucho, 1993Ap:uudo Post.:LI 1 fi13CarJC3S- Vcnaucl:a- 1010Derechos rc:;crv.dosconforme a b leyISBN 980-276-201-6 (rstlca)ISBN 9S0.276-2024 (cmp:LSUw)

    f YALE

    Diseo 1 uan FrcsnImpreso en Vcnczucbf'rlnted lt1 l'cnc::uela

    PROLOGO

    SEMBLANZA UTERARIA DE JUAN BOSCHAUTORDE MS de medio cen tenar de obras d e .ficcin y ensayo, y polticoactivo que ocup la Presidencia de la .Repblica Domln.lcana, JuanBosch es un represent ante distinguido de la tradicin latinoamericanaque ha llevado a sus literatos al ejercicio de la poltica. Narrador,socigra.fo y promotor de la. cultura, este dom1n.lcano eminente es lami s prestante figura de las letras domlnlcanas, escr itor representativode la narrativa hispanoamericana y uno de los ms distinguidoshombres de letras de la lengua espaola.Nacido en La Vega, Repblica Dominicana, el 30 de junio de1909, desde muy joven se consagr a la creacin literaria, alcanzandoen el cultivo del cuento el ms alto grado de desarrollo de estegnero en su pas, y una de las posiciones cimeras en la narrativalatinoamericana. Juan Bosch forma, con Miguel Angel Asturias )'Arturo Uslar Pietri, el triplico de narradores caribeos precursoresdel Realismo Mgico latinoamericano, y su narrativa. representa unode los ms lcidos .logros del Criollismo americano y una de lasexpresiones fundadoras del Socio-realismo hispanoamericano.Bosch asun1e como materia de sus cuentos el mundo de suspropias vivencias. Desde muy nio conoci contratiempos y viviaventuras. Con apenas dos aos su familia se embarca hada Hait y alpoco tiempo regresa a la patria, instalndose durante una temporadaen las comunidades rurales de El Pino y luego en Ro Verde. Su padre,Jos Bosch, un albail de origen cataln que termina dedicndose alcomercio y a L1 compra)' venta de productos agrcolas, haba contrado nupcias con la puertorriquea Angela Gavio, y se haban radicado en La Vega a principios de siglo, pero aunque los progenitores deJuan Bosch eran C.."

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    LA MUCHACHA DE: LA GUAIRA.(1952)

    El: PRIMER OflOAL tuvo razn aJpensar que un asunto de tal naturalezadebasercomunicadoal capitn, pero el capitn no la tuvo cuando dijolS estpidas palabras con que ms o menos dej ceiTJdo el episOdio.Esas palabras no. tenan sentido. Veamos los hechos tal como seprodujeron, y eso nos permitir apr eciar el caso en. todos sus aspectos.El "Trondheim", de bandera panamea, aunque en verdad eraun barco noruego, entr en La Guaira ese da a las diez deJa maana;a las ocho de la noche haba cuatro hombres de la tripulacinperdidamente b o r r a c h o ~ en los cafetines del puerto, uno detenidopo r ria y varios ms-bebiendo. Los venezolanos llaman "botiquines"a los pares; en uno de esos botiquines, prcticamente echada sobreuna pequea mesa, co n la barbilla eh los antebrazos y los oscurosojos muy abiertos, haba una. joven.de negro pelo, de narizmu y fina y

    tez dorada. Por entre las patas de la mesa poda. apreciarse que tenapie.mas bien hechas, pero Hans Sandhurst', segundo ofidal del"Trondheim", no estaba en condiciones de demostrarque le interesaba la duc.a de esas piernas. Cont tres hombresde su barco bebiendo en ese b Q t : i q ~ . y l saba que no tardaria en haber escndalo; yera a l a quien le tocara despus entenderse con el capitn delpuerto, ve r a los agentc:s de JQs armadores, al cnsul de Panam y aquin sabe cunta gente ms para obtener l'denes de.liben:ad, pagarmultas o e nrolar nuevos tripWantes, si era del-caso, todas. las cualespodan ser consecuencia de esas bcbcntinas desaforadas. HansSandhurst, pues, prefera no .fijarse en la muchacha de las bellaspiernas.Desde la. ve.mana junt o a la cual estaba sentado poda volver lavista hacia el puerto y ver all abajo su barco, a 1.'1 luz de la luna, casipercUdo entre muchos ms, con los amarillos msJlles brillando y lablanca linea en lo alto de las chimeneas. Enclavada entre el mar y losAndes, ta Guaira apcna s tendr unos veinte. metr os de .tierra plana

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    natural, y desde el mar la. ciudad se ve como un hacinamiento depequeas casas blancas trepadas una sobre la otra, destacndosesobre el fondo rojo de la montaa. El Caribe espejeaba bajo la luna,hasta perderse en una lejana lnea de verde azul tan claro como elciclo de esa noche. Hans Sandhurst, que de sus cuarenta aos habapasado casi diez, intermitentemente, viviendo entre Cartagena, Panam: y Jamaica, amaba ese mar, tan inestable y, sin embargo, tancargado de vitalidad. Tres veces haba fracasado en negocios y otrastantas haba tenido que volver a su antigua carrera. Pero no seraextrao que probara de nuevo, quiz para dedicarse al corte decedro en Costa Rica, o a la pesca del camarn en Honduras, en cuyascostas abundaba ese crustceo segn le asegurara en Hamburgohaca poco el capitn de un barco itlliano. Se embebi Hans Sandhurstdurante un rato en la contempl.'lcin de la. pulida y brillante superficie de agua, en sus tonos verde azules y cuando alz su vaso de ron lohall vaco. Se volvi, pues, para pedir ms, y ya no estaban all lostripulantes del "Trondheim". El segndo oficial los busc con losojos, moviendo la cabeza en todas direcciones. Entonces fue cuandob muchacha le sonri.Eso suced i probablemente pasadas las nueve de la noche; a lasonce no haba mesas vacas en. el botiqtn. Entre voces, gritos,m1sica y chocar de cristales y bandejas, el lugar era la imagen mismade la atolondrada vida nocturna de un puerto en el Caribe. Muchoshombres y mujeres estaban de ,pie junto al mostrador. A menudosonaba una risa aguda. o se oa alguna frase obscen a. Cosa extraa, lamuclt.1cha de las bellas piernas no las oa, o si .las oa las ignoraba.Pareca colgar slo de las palabras de Hans Sandhurst, y de vez encuando comentaba:-1\le gusta como hablas el espaol; hablas bonito, oficial.O si no:-M e gustan tus ojos; tienes ojos honrados, Hans.Pero lo deca en voz baja, dulce y en cierto sentido triste. Habaaceptado bailar algunas pie-LaS, y era. casi tan alta como Hans Sandhurst,de hombros bien hechos, de pecho alto, de cintura fUla. Vesta untraje vaporoso, de brillante color naranja. Era realmente bonita ypareca muy joven. El segundo oficial del "Trondheim" adverta. quecasi todos los hombres y muchas de las mujeres se volvan paramirarla cuando bailaba. Co n mo vimiento natural, ella. dejaba descansa r su cabeza en la de l mientras duraba el.baile. Probablemente eradebido a lo que haba dicho una hora despus de haberse sentado la su mesa:-.Es raro, oficial; me siento bien contigo, me siento descansada.

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    Sin duda que resultaba muy grata compaera esa muchacha de.La Guaira, de voz tan poco usual, de gestos tan annnicos, a la vezdulce y triste. Hans Sandhurst no poda sospechar que bajo esa tiernaapariencia hubiera un volcn bullendo. De haberlo sospechado sehabra ido antes de las doce; con mayor precisin, cuando vio sureloj de mueca a las once y tres cuartos. A esa hora haba acabado susexto ron y prefera no beber ms. Dijo:-Tarde ya. Voy a lnne porque me espera mucho trabajo maana.Entonces en los ojos de lamuchacha apareci de pronto el brillomuerto de la desolacin. Sujet al oficial por un brazo y puso frente al. un rostro desatinado del cual haba huido de golpe la .luz de la vida.En todo ese rostro, sin explicarse debido a qu, l vio un aire deterror. La muclmcha habl, pero no ya con aquella voz baja y tierna.Esa voz se haba trocado en metlica, dura sin se r aguda.

    -No, no: no te vayas! -

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    -Muy bien -dijo l-, que vengan.Eran dos hombres de edad muy dispareja, de cerca de cincuentaaos, tal vez, el mayor, y de acaso veinticinco el ms joven. Elprimero tena la piel muy quemada; y esto, junto con el brillante pelonegro y lacio, con los ojos, tambin negros y ligeramente asiticos, ycon algo duro y misterioso en sus facciones, denunciaba la presenciadel indio en su ancestro. No era alto, per tampoco bajo. Salud connotable cortesa y tom asiento. Hans Sandhurst. comprendi deinmedlato que el hombre haba bebido en e.xccso, a pesar de lo cualle oy ordenar al sirviente:-Dos whiskies con soda.Despus obsenr el vaso de Hans, todava lleno.-Ah, ron --coment -. Acpteme desde ahora el prximo trago.El joven no haba tomado asiento an. Pareca estudiar el am-biente con mirnda profunda y a la vez perspicaz. Tena probablemente tanta estatura como Hans, si bien era mucho ms delgado, yde su pielplida, de sus ojos ligeramente claros, tal vez tambin de Jas lneasalargadas de su rostro y de su cuello -con notable de Adn-, oacaso de la fomu vehemente en que pareca aspirar el aire cargado dehumo, se desprenda una especie de visible ansied"ld, quiz una hondapreocupacin o esa avidez emocional que caracteril.a a los temperamentos creadores. De todas maneras la pareja resultaba interesante.Hans Sandhurst observaba a ambos hombres sin que se le ocunierarelacionarlos con l ni con L1 mudtacha que se apoyaba en su brazo.Pero como saba ms tarde, esos dos hombres l l ~ r a b a n consigo unamecha encendida.Cuando el joven se sentaba, el mayor estaba preguntando:-Americano?Con lo cual en realidad quera saber si Hans Sandhurst eraestadounidense.-No, noruego, aunque casi tan latino como ustedes -respondi.Hubo cieno cambio de frases, con ms propiedad, de cumplidosentre l y los dos hombres. Pero la joven pareca no haberse enteradode que ahora haba dos extraos sentados a la mesa. Segua recostadaen el brazo, y de pronto, como si .hubiera estado acostumbrada ahacerlo desde haca aos, bes con exquisita suavidad el brazo deloficiaL Segua el bullicio, resonaba '.la msica de los discos en elpequeo saln, se alzaban voces y risas y los tres hombres hablabancortsmente, presentndose entre s, )'ella actuaba si se hallaraa solas con Hans en. una remota playa. iluminada por la luna o en L'lintimidad de una pequea casa donde no viviera nadie ms. Por vezprimera. en esa noche Hans se sinti algo intrigado y se yolvi a

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    mirarla. Le gustaba l tanto a ella, o era que tena una naturaleza depor s amorosa? Cuando levant los ojos hall qu-e el joven tena lacabeza cada como quien se siente muy cansado o como quien estmeditando con sobrehumana fuerza mental.-L.1 funcin del hombre, cul es? Eso es lo que no has podldoexplicarme. Te has perdido en un bosque de palabras, pero haseludido responder -dijo de pronto, dirigindose al mayor.Hans observ que, al hablar, la mirada de ese joven r c l ~ a m p a gueaba; y observ cun pacientemente el otro, el mayor, pareCia salirde un profundo sue o mientras daba vueltas a su vaso de whislqr consoda. Empez a hablar.-Perdone, seor . . . Cmo dijo? Ah, s Trondheim; no Sandhurst,seor Sandhurst. Mi amigo est interesado en algunas cosas que talvez le aburran a usted. L.'lmento mucho que la escasez de mesas, eneste hrrido lugar, le obligue a. or cosas abstractas: Pero es el caso. . .Un hombrn de gran cabeza, que haba estado bebiendo en lamesa contigua, fue a ponerse d e pie en tal instante }'cay de bruces,golpeando el suelo con la violencia de un pilar de cc"!ento. Alparecer se hallaba totalmente ebrio. La m u c ~ 1 a c l u alargo su _rmocuello para verlo. Eso, sin duda, le interesaba m.1S que la presenCia delos dos extraos en su mesa. El que hablaba call durant e un momento y volvi hacia el cado un rostro desdeoso.-M l amigo -prosigui- requlere una explicacin, o mejor an,necesita una explicacin. El quiere averiguar cul es la funcin delhombre sobre la tierra, lo cual desde luego, implica saber cul es lade la tierra en el universo. No le parece a usted muy peregrina, ymuy fuera de lugar, esa p retensin de mi amigo! . . .-Por qu Ju de estar fuera de lugar? -inqwno, repenunan1enteapasionado, el segundo oflcil del Trondheim-. Yo creo muy justoque l qulera. saberlo.De sbito comprendi que el joven iba a serie simptico y quemanera de expresarse del mayor no le estaba gustando. Comprcndioadems que en esa noche casi vaca, que l esperaba g a s t a r .aliadode una. muchacha bonita de conos alcances, hab1a aparectdo degolpe algo lleno de inters. Podra or ,cosas tal vez i m p ~ ~ t e s , Yacaso cambiar ideas que siempre le hab1an preocupado. P1d1o, pues,otro ron, y libert su brazo, que la muchacha haba vuelto a usar comouna especie de almohada. El de ms edad sonri) ' volvi joven.:.-Miguel, no es esto inesperado? Aqm ttenes tu al senorTrondheim, digo Sandhurst, ofiCial de marina noruego, buscando larespuesta que t buscas. Seor Sandhurst ....dijo alzando su vaso-,bebamos un trago por la bsqueda de la funcin del hombre!

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    Esto habl, y a seguidas tumb la cabeza sobre sus brazos, comoposedo de un sbito sueo incontrolable. No caba duda de quehaba bebido en exceso. O era que t!l s saba cul era esa funcin delhombre y jugaba con la ansiedad de su joven amigo como el gil yseguro gato jueg.1 con el indefenso y aterrorizado ratn? Ese abandono con que se tumbaba sobre la mesa. y ese lxico que parecamanejar con especial delectacin, no denunciaban en l al. hombreprofunda y sutilmente cruel, que usaba su sabidura como una anuapeligrosa para herir a los ms inexpertos?-No! -clam duramente el joven-. Es inapropiado venir aqu abrindar con whisky adulterado y ron barato por un tema tan cargado desufrimientos. No es cosa de alzar un. vaso de alcohol po r eUo, en un lugarcomo ste, antro de prostitucin. Me voy! -asegur levantndose.Entonces la muchacha pareci cobrar vida y mir a ese joven.Hans advirti el inters en todo su rostro y not el brillo de sus ojos,del todo nuevo, por lo menos para l; no visto antes en esa noche.Comenzaba a sentirse mucho ms intrigado.-Sintese, por favor, joven -pidi.Era evidente que tambin el joven haba t_omado ms de lodebido, porque si no, a qu tanta e.xcitacin? Era acaso sagrado eltema que se haba planteado, o haba en el alnia de ese muchachouna desconocida reserva de sentimiento religioso?-Sintese, por favor -repiti, cogido ya en los engranajes de latragedia, todava no sospechada por l ni por la muchacha ni por losdos recin llegados-. Hablemos del asunto .En realidad, me preocupa tanto como a usted el destino final de la humanidad.-Por qu es necesario hablar de eso, por qu?Era la muchacha quien haca L1 pregunta. Qu ocurra, qu lehaba llamado la atencin baca un instante, pues: el tema, la palabra"prostitucin" dJcha por el joven, o el joven mismo? La muchachaestaba resultando rara. Lo mejor sera ignorar su presencia. De todasmaneras media hora despus, una hora a lo sumo, el segundo oficialdel "Trondheim" volvera a su barco. Pero en eso el mayor de los

    extraos irgui la cabeza.-EJJa es quien t iene la razn. Por qu hablar de eso? Millones deseres viven y mueren sin hacerse la terrible pregunta. Vivir la funcinde la humanidad es ms sabio que tratar de conocerla. Hans_Trondheim, brindemos por la ''ida, que lleva en s misma su ignoradodestino!En eso se hizo el silencio en todo el saln; es decir, silencio deseres humanos, porque la pesada mquina que daba msica seguatrabajando en su rincn y se oa el vivaz ritino de un jaropo invitando28

    a bailar. Una pareja de policas estaba de pie en el saln, uno junto alotro, y ambos recorrieron con la. vista todo el mbito, llevando lam i ~ d a de !Ilesa en mesa como si buscaran a alguien .Pero un parroqmano alzo su mano alegremente y los llam; los policas sonrieron ycamlnaron hacia all. Se les vio entrar en animada citarla, negar uno,alegar el otro, y al fin, sin sentarse, tomaron sendos tragos y se fueronde nuevo. Uno de ellos era negro y tena risa hermosa y natural. HansSandhurst pens: "He aqu un hombre que vive la vida como lo deseaeste seor". Pero no lo dijo. Tema a la susceptibilidad de esa gente,que a menudo en palabras sin intencin descubra una ofensa al pas.Hablar de un polica poda resultar peligroso.-E n primer lugar -dijo el joven-, seamos corteses. El seor nosha aceptado en su mesa y t sabes que l no se Uama Trondheim. Tuerro r es deliberado y ofensivo.-Oh, no importa -ataj Hans-, pueden llamarme como deseen.Probablemente ninguno de los que estamos sentados en esta mesavolveremos a vemos pasada esta .noche.La muchacha salt como sorprendida por un ataque alevoso.-Qu has dicho; por qu has dicho que no volveremos avernos, Hans?Mientras hablaba le sujetaba fuertemente el brazo, y en talmomento Sandhurst anot en su mente este s imple detalle: no recordaba cmo s e llamaba ella. "Quiz espera que me quede con ella estanoche y le pague bien por la maana", pcns6. Pero la ansiedad quehaba en sus ojos mientr.ls hablaba no poda estar originada slo en laesperanza de que l le pagara bien. Haba algo ms, algo que por elmomento l no poda. determinar. Trat, sin embargo, de pasar poralto cuanto se .refiriera. a esa muchacha, sobre todo en tal momento,porque el mayor estaba hablando.-1...1 funcin del hombre, bah. . . Miguel, infmito nmero desabios ha prctendJdo conocerla. Y yo dJgo que po r el camino queests queriendo transitar llegars a un solo lugar, que es el refugio detodos los dbiles; llegars a admitir un Dios, cualquier Dios.-N o -respondi el joven-. Por qu he de refugiarme en lareligin? Yo no temo a la verdad. Pero mire, seor . . Sandhurst, mitesis es sta: mi tesis es que la humanidad que puebla este planetaforma parte de un todo mayor. No s si me hago entender . Yo creoque en esos otros mundos que nos rodean hay tambin humanidad.No s qu apariencia tendrn, pero son seres pensantes. Nosotros,pues, somos slo una parte de esa humanidad universal. Siendo unaparte, .ignoramos qu piensa o qu siente el resto. Slo estando todosreunidos podremos aclarar qu fin buscamos.

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    El joven iba alzando la voz. En el barullo del botiqun no se dabacuenta de que para hacerse or en su propia mesa estaba hablandomuy alto. En la mesa contigua alguien le oa. Haba alli dos hombres Ydos mujeres, a simp le vista muy bebidos tambin. Y he aqu que unode esos hombres se puso trabajosamente de pie y se encamin aellos. A buen ojo no pasaba de los treinta y cinco aos, y tenaaspecto de empleado, acaso de pequeo comerciante. Era muyoscuro, rechoncho, de espejuelos y nariz muy abierta. Usaba sombrero de fieltro. Se inclin sobre el joven y apoy un codo en la mesa.-Por qu. le preocupa a usted la humanidad? -pregunt?-. Yosoy venezolano, latinoamericano, y lo que deseo saber es cul es eldestino nuestro, adnde vamos.El hombre eruct. Hablaba con esfuerzo, aunque sin disparatar.Tena los ojos turbios debido al alcohol, pero sin duda estaba dandosalida a lo que llevaba en el corazn y po r eso se.e..'

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    los indios americanos las carabelas de los conquistadores eran taninconcebibles como para nosotros los platillos, y sus tripulantes tanextraos como los habitantes de Marte hoy.El otro sonrea.-Miguel -dijo tomndose sbitamente serio y sujetando al joven por un hombro-, no desbarres; una tesis filosfica no se defiende con argumentos absurdos. Ests hablando de lo que desearas que,sucediera, no de nada que est sucediendo o que pueda, cientficamente, suceder maana.A este punto ya la muchacha no estaba recostada en el brazo deHans, soando o simplemente descansando; atenda a lo que sehablaba, oa con todo su ser. No besaba, no sonrea; viva la discusin. Sus ojos se hallaban fijos en el hombre que hablaba; y as le viovolver su atencin rpidamente hacia el oficL1l.-E n cuanto a usted, sabe qu propugna? Propugna el caos,porque qu es la felicidad? Es o no la satisfaccin de cada uno? .Lafelicidad de los coroneles y los generales de Venezuela y de nuestraAmrica, en qu consiste si no es en derrocar gobi ernos legtimos,esclavizar a sus pueblos, asesinar a sus mejores hijos, enriq uece rse ytener amantes? (A felicidad de un criminal est en matar, la de uncomercL1nte, en acumular dinero.

    El llamado Miguel mir hacia la mesa vecina, pero ya all nohaba nadie. Aquel borracho que se haba acercado a hablarles hacarato, y al que sin duda le hubiera agradado or a su compaero, noestaba, ni estaban las mujeres ni el seor que beban. con l.-Seor, yo no comprendo su punto de vista tan .local ni tanactual-ataj Sandhurst-y no debo juzgarlos a ustedes como pueblo.Yo creo que hay una norma de conducta general y que todos podemos llegar a conocerla y a ejercerla.-S, pero cundo? Porque es el. caso que ya hay en EstadosUnidos una bomba de hidrgeno y, sin embargo, todava viven indiossalvajes en nuestras selvas. La felicidad es un estado distinto para lossabios que fabricaro11 esa bomba y para los salvajes del Orinoco. Supunto de vista no nos sirve, como po nos sirve el de Miguel. Lafuncin del hombre es meno s compleja.Eso dijo, y Hans Sandhurst comprendi que se hallaba frente auna persona inteligente y de muchos conocimientos, pero tuvotambin la sensacin de que no se haba equivocado cuando pensque tena el alma cruel. Algo en l denotaba su delectacin dedestruir la idea. de Miguel y la suya; la suya, que era tambin la de esamuchacha.-Debemos seguir hablando -dijo el homhJ:C-, sobre todo por32

    que sea innoble dejar a esta joven en un error. Pero por el momentoyo pl(.lo que .repitamos el trago.Con efecto, los vasos estaban vacos. Entonces la muchachaintervino:-Y o quiero beber tambin -dijo.Lo cual aument la intriga del segundo oficial del "Trondheim",porque hasta ese momento ella haba re.chazado toda invitacin;haba bebido slo dos coca-colas en las largas horas que llevabanjuntos. Ahora pareca haber despertado a. la vida.Miguel pidi bebida; ella preftri ron, ~ o m o Hans. Se vean yaalgunas mesas vacas, pero todava sonaba la msica y tres o cuatroparejas bailaban. Con, su silla arrimada a la pared, un jovenzuelo dorma.Ueg el sirviente.

    -Seorita -dijo el hombre de ancestro indgena, con el aire deun cumplido caballero que honrara a una gran dama-, brindo porusted y por su deseo de ser feliz. Usted y el seor Trondheim, digoSandhurst, tienen ideas afines. Los felicito po r ello. Pero entiendausted que no hay tal cosa; no es la felicidad lo que busca la humani.dad. La funcin de la humanidad, seorita, es simplemente vivir, da rsatisfaccin a su instinto vital. Nacemos, nos desarrollamos y morimos,y nada ms bella joven. Vivimos porque tenemos que vivir; para vivirmatamos animales y engullimos sus cuerpos, sembramos rboles ynos comemos sus fmtos, pescamos p eces y los guisan1os. Buscandoel placer de vivir escribimos y onos msica, pintamos y admiramoscuadros. No hay en absoluto nada msque eso. Luego nos toca moriry desapare.ccmos completamente. Nosotros, los seres humanos, nosperdemos todos en L1 muerte, en la nada. Eso es todo.El hombre haba hablado con gozosa saa; al fmal de sus palabras sonreja desde bi en adentro; con morbosa. alegra muy mal disimulada. la muchacha se qued absorta, mirndole. Tena en la manosu vaso de ron. Y de sbito grit, ponindose de pie:-Menti{a, mentira; usted slo est. diciendo mentiras!Miguel y el segundo oficial del "Trondheim" no hablaron; ambos haban comprendi do que ese hombre se negaba a s mismo, puesl tambin buscaba la felicidad, y su felicidad en ese momentoconsi.sa en hacer sufrir, en negar que en la tierra hubiera lugar parauna concepcin generosa de la vida.Hans Sandhurst vio a la muchacha beberse su ron de un solotrago; la dorada piel se le haba enrojecido y .respiraba con fuerza..Estaba como poseda por una sagrada clera. Uam a voces }r pidims .ron. El hombre que haba hablado segua sonriendo. Hans nohaba tocado su bebida.

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    Pero Miguel s bebi, y al terminar su trago empez a palidecer,a ponerse plido, casi verde. 'Pidi permi so)' se par. No pudo llegar,sin embargo adonde iba, porque a unos pasos de fa mesa se agarr auna silla y comenz a vomitar; despus trat de sentarse, se apoyms en la silla y se dobl sobre s. mismo.-Su amigo est enfermo -dijo Sandhurst.A lo que el otro respondi:-Demasiada bebida, eso es todo.A Hans le repugn ese comentario tan ligero. No queria seguir alli.-M e voy -dijo al tiempo de levantarse.Pero la muchacha le sujet de un brazo.-No, rto puedes irte ahora. Yo he pedido un trago. Adems, yoquiero beber, necesito beber.-Muy bien, pero no aqu -explic Hans.-No, aqu no, en otro sitio -acept ella.Y fue as como a las dos y media de la maana, todava con unatuna resplandeciente que pennita. ver uno po r uno los techos de LaGuaira bajo ellos, Hans Sandhurst y la muchacha slierol al aire de lanoche, en pos de un lugar donde no vieran la dura sonrisa de aquelhombre que haba proclamado, entre gmmos de alcohol, el triunfodel instinto vital sobre la tierra. Con la cabeza entre las rodillas, el

    joven segua. vomitando.Todava a esa hora nada realmente importante haba sucedido,de manera que si Hans Sandhurst se hubiera ido a dormir entonces, ola tragedia no se habra produ cido o l la hubiera ignOrado. Pero notuvo lavoluntad para recogerse. Ya se hallaba atrado po r a Intrigantepersonalidad de la muchacha, por su cambiante naturaleza, quehaba ido revelndose tan lentan1ente y que, sin embrtrgo, podacntrcverse como en verdad atractiva. Eso explica que una hora mstarde estuvieran sentados a una tosca mesa en otro botiqun, unmsero saloncito situado en el camino del aeropuerto, aten dido poruna mestiza gorda y entrada en aos, de cara adusta y perpetuocigarrillo en la boca. Haba all tres o cuatro hombres del pueblobebiendo cerveza, sin duda trasnochadores habituales, que mirabana la muchacha con ojos lascivos y hablaban entre risotadas. 'L'l muchacha haba bebido sin parar. Hans Sandhurst tema que se emborrachara.Pues en la mente de esta compaera de una noche estabaproducindose una obsesin, acaso algo parecido a los huracanestropicales que cmzaban devastadores, de tarde en tarde, po r esemismo mar Caribe que golpeaba sin cesar las orillas rocosas de LaGuaira. El hombre aquel haba dicho: "Nosotros, los seres humanos,

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    nos perdemos en la muerte, en la nada", y esas palabras giraban sintregua en el cerebro de la muchacha, e iban formando all un ncleoque arrastraba po co a poco todas sus ideas y sus emociones, como elncleo del huracn arrastra los vientos y los pone a girar en tomosuyo. Y era as, segn lo entenda Hans, porque a menudo -conmayor frecuencia a medida que aumentaba el nmero de tragos que.Ingera- ella le sujetaba un brazo y mirndole con angustia, y hastacon cierta expresin de terror en los ojos, pregun taba:-Es verdad que nos perdemos en la muerte, Hans; que nosperdemos en la nada?El hecho de que l respondiera negativamente no parec.'l hacerle efecto; volva al tema con obstinacin creciente.-Y o tengo un lindo recuerdo, un solo recuerdo bonito en mivida, Hans, pero va a perderse, va a desaparecer cuando me muera.Mi recuerdo va a morir, Hans, va a volverse nada tambin!El comenz.'lba a sentirse cansado. .El terrible calor del Caribehaba sido durante todo el da m:s fuerte que nunca; refresc algodurante la noche, cuando estaban all. arriba, en el otro botiqun,pero ahora pareca haber vuelto y en verdad le abrumaba. la idea deese recuerdo muriendo, desapareciendo en la nada, iba por momcntos. convi.rtlndose, en la cabeza de la muchacha, en una especie de

    cantinela. de borracho, lo cual desagradaba a Hans. Las caras deaquellos hombres que tenan ojos ta n lascivos, y sus risotadas y suspalabrotas, le causaban disgusto, como le disgustaba. la torva faz de lagruesa duea.-Vmonos! -dijo angustiado.La muchacha no le contradijo. Le mir con humildad, mspropiamente, con-amorosa humildad. El se haba puesto de pie y ellase par tambin. Era alta, de piel juvenil, bonita, de linda boca, denariz fina, de bjos oscuros, de brillante pelo corto y negro. Sinembargo, en tal. momento pareca mu)' desamparada y Hans estabaseguro de que inesperadamente se pondra a llorar. Salieron. Hasta lapuerta se asomaron dos de aquellos hombres para verlos, y cuand odoblaron la esquina Hans.volvi el rostro; la gorda mestiza le segua.con los ojos . as mseras callejas se vean solitarias. Uno que otroperro ladraba, tal yez al paso de ellos, y a la luz de un farol haba unapareja de poUc.'lS. Caminaban en silencio. Y de pronto sucedi loque l tema; ella se agarr a su hombro derecho y comenz asollozar. Sufra con toda el alma, de es.o no caba duda; su cuerpoentero se conmova a los sollozos.-Hans, mi nico recuer do bonito va a perderse! -dijo.El segundo oficial del "Trondheim_" haba aprendido que en el

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    Caribe hay dos maneras de ejercer la autoridad; una muy amplia,cuando se vive democrticamente, y otra muy c.:

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    de emocin alguna mientras oa la historia. Slo cuando el segundooficial termin de hablar hizo un comentario, que en su lengua nativason extraamente a los odos de Sandhurst. Dijo:-No veo razn para preocuparse, Sandhurst. Y en cuanto almvil del suicidio entiendo qu e no fueron las palabr;tS de aquelhombre lo que la trastornaron. Seguramente haba otros motivos qu eusted desconoce. Para su buen gobierno debo decirle qu e las gentesde estos pueblos mestizos no tienen tan alta sensibilidad ante las

    Ideas como nosotros. Vaya a hacerse cargo de su trabajo.S, eso fue lo que dijo, y para Hans Sandhurst no podan se r mft;estpidas esas palabras. Por eso cuando se fue a su camarote ?uscoentre sus papeles la tarjeta del capitn italiano y se puso a escnbirle.No tena nada de improbable qu e el destinatario de la carta seasombrara cuando leyera la frase fmal. Deca as: "Si en verdad haycamarones y usted desea participar en el negocio, hgamclo saber. Espreferible vivir en estos pases, donde todava l ~ a y ~ e n t e s capaces devivir la vida hasta la muerte, aunque sean mestizas .Cuando sali a la cubierta los lingadores hablaban a gritos delsuceso. Uno preguntaba:-Y quin era?Otro responda:

    --No se sabe dicen qu e era de Caracas.Pero para Hans Sandhurst ella seria. siempre "la muchacha de LaGuaira.

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    LA MUJER(1932)

    LA CARRETERA ru.1A r.mmtTA. Nadie ni nada la resucitar. L'lrga, infmitamente larga, ni. en la piel gris se la ve vida. El solla mat; el sol de acero, detan candente al rojo, un rojo que se hizo blanco, y sigue ah, sobre ellomo de la carretera.

    Debe hacer muchos siglos de su muerte. La desenterraron hombres con picos y palas. Cantaban. y picaban; aJgunos haba, sin embargo, qu e ni cantaban .ni picaban. Fue muy largo todo aquello. Se veaqu e venan de lejos: sudaban, hedan. Oc tarde el acero blanco sevolva rojo; entonces en los ojos de los hombres qu e desencerraban lacarretera se agitaba una hoguera pequeita, detr.LS de las pupilas.

    La muerta atravesaba sabanas y lomas y los vientos traan polvosobre ella. Despus aquel. polvo muri tambin y se pos en la pielgris. A los lados hay arbustos espinosos. :Muchas veces la vista seenfermade ta.Qta amplitud. Pero las planicies estn peladas. Pajon.'llcs,a distancia. Tal vez a.vcs rapaces coronen cactos. Y los cactos estnaU, ms lejos, embutidos en el acero blanco.

    Tambin hay bohos, casi todos bajos y hechos con barro.AJgunos estn pintados de blanco y no se ven bajo el sol. Slo sedestaca el techo grueso, seco, ansioso de quemarse da a da. Lascanas dieron esas tedmmbrcs por las que nunca rueda agua.

    la carretera muerta, totalmente muerta, est ah, desenterrada,gris. la mujr se vea, primero, como un punto negro, ~ c s p u s ,como una piedra que hubieran dejado sobre la momia larga. Estabaalli tirada sin que la brisa le moviera los harapos. No la quemaba elsoi; tan slo senta dolor por los gritos del nio. El nio era debronce, pequen, los ojos llenos de luz, y se agarraba a la madretratando de" tirar de ella co n sus manecltas. Pronto iba la carretera aquemar el cuerpo, las rodillas por lo menos, de aquella criaturadesnuda y gritona.

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    : 111 11111 11'11

    La. casa estaba all cerca, pero no poda verse.A medida que se avanzaba creca aquello que pareca una piedratirada en medio de la gran carretem muerta. Creca, y Quico se dijo:Un becerro, sin duda, estropeado por auto.Tendi la vista: la planicie, la sabana. Una colina lejana, conpajonales, como si fuera esa colina slo un montonclto de arenaapilada por los vientos. El cauce de un no; las fauces secas de la tiermque tuvo agua mil aos antes de hoy. Se resquebrajaba la planiciedorada bajo el pesado acero transparente. Y los cactos, los cactoscoronados de aves rapaces..Ms cerca ya, Qulco vio que era persona. Oy distintamente losgritos del nio.

    El marido le haba pegad. Por la nica habitacin del bolo,caliente como horno, la persigui, tirndola de los cabellos y machacndole la cabeza a puetazos.-Hija. de mala madre! Hija de mala madre! Te voy a matarcomo a una perm, d ~ - v e r g o n z a d a !-Pero si nadie pas, Chepe: nadie pas -quera ella explicar.

    -Qu no? Ahora vers!Y volva a golpearla.El nio se agarraba a las piernas de su pap; no saba. habla r an ypretenda evitarlo. El vea a la mujer sangrando por la nariz. La sangreno le daba miedo, no, solamente deseos de llorar, de gritar mucho.De seguro mam morira si segua sangrando.Todo fue porque la mujer no vendi la leche de cabra, como l

    se lo mandara; al. volver de las lomas, cuatro das despus, no hall eldinero. Ella cont que se haba cortado la lcdte; la verdad es que labebi el nio. Prefiri no tener unas monedas a que la criaturasufriera han1brc tanto tiempo.Le dijo despus que se marchara.-Te matar si vuelves a esta casalLa. mujer estaba tirada en el piso de tierra; sangraba mucho y

    nada oa. Chepe, frentico, la arrastr hasta la carretera. Y se quedall, como muerta, sobre el lomo de la gran momia.. . .Quico tena agu.'l para dos das ms de camino, pero casi toda lagast en rociar la frente de L1 mujer. La llev hasta el bolo, dndoleel brazo, y pens en romper su camisa listada para limpiarla desangre.Chepe entr por el patio.

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    -Te dije que no quera verte ms aqu, condenada!Parece que no haba visto al extrao. Aquel acero blanco, transp ~ r e n t e , le haba vuelto fiera, de seguro. El pelo era estopa y lascorneas estaban rojas.Quico le llam la atencin; pero l, medio loco, amenaz denuevo a su vctima. Iba a pegarle ya. Entonces fue cuando se entablla lucha entre los dos hombres.El.nio pequen, pequen, comenz a gritar otra vez; ahora seenvolvaa en la falda de su mam.L'llucha e ra silenciosa. No decan palabra. Slo se oan los gritosdel muchacho y las pisadas violentas

    La mujer vio cmo Quico ahogaba a Chepe: tena los dedosengarfiados en el pescuezo de su marido. Este comenz po r cerrarlos ojos; abra la boca y le suba la sangre al rostro.Ella no supo qu sucedi, pero cerca, junto a la puerta, estaba lapiedra; una piedra como lava, mgosa, casi negra, pesada. Sinti quele naca una fuerza brutal. la alz. Son seco el golpe. Quico solt elpescuezo del otro, luego dobl las .rodillas, despus abri los brazoscon amplitud y cay de espaldas, sin quejarse, sin hacer un esfuerzo.

    la tierra del piso absorba aquella sangre tan roja, tan abundante.Chepe vea la luz brillar en ella.La. mujer tena las manos crispadas sobre .la cara, todo el pelosuelto y los ojos pugnando por saltar. Corri. Senta flojedad en lascoyunturas. Quera ver si alguien vena. Pero sobre la gran carreteramuerta, totalmente muerta, slo estaba el sol que la mat. All, alfmal de la planicie, la. colina de arenas que amontonaron los vientos.Y cactos, embutid os en el acero.

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    EL 'HOMBRE QUE LLORO(1953)

    A IA ESCASA wz del tablero el teniente Ontivcros vio las lgrimas cayendopor el rostro del distinguido Juvenal Gmez, )'se asombr de verlas. Eidistinguido Juvenal Gmez iba su puestamente destinado a San Cristbal,y el teniente Onti\'CI'OS saba que hast.1 unas horas antes Juvenal Gmczhaba sido, segn afirmaba su cdula, el ciudadano Allrjo Rodrguez,comerciante y natural de Maracaibo; y saba. adems que Juvenal Gmczy Alirio Rodrigucz eran en verdad Rgulo ll1mozas, un hombre decorazn ft.rme y nervios duros, de quien nadie poda esperar reaccin taninslita El teniente Ontivcros no hizo el menor comentario. Las lgrimascorran por el rostro cetrino, de pmulos anchos, con tanta abundanday en fonna tan impetuosa que sin duda el distinguido juvenal Gme z nose daba cuenta de que estaban atravesando Maracay.

    Las lgrimas, en realidad, haban empez.1do a acumularse ese daa las cuatro de la tarde, pero ni el propio Rgulo Uamozas pudosospecharlo entonces. A las cuatro de la tarde Rgulo Uamozas sehaba asomado a la veneciana, levantando una. de las hojillas metlicas, para distraerse mirando hacia el pedazo de calle en que sehallaba. Esto suceda en Caracas, Urbanizacin Los Chaguaramos, ados cuadras del sudeste de la Avenida Facultad. la quinta estaba solaa esa hora. Se oan afuera el canto metlico de algunas chicharras yadentro el discurrir del agua qu e se escapaba en la taza del servicio. Yningn otro ruido .La calle, corta, era tranquila como si se hallara. enun pueblo abandonado de los Uanos.Mediaba julio y no llova. Tampoco haba llovido el a o anterior.Los araguaneyes, las acacias, los caobos de calles )' paseos se veanmustios, velados y sucios po r el polvo que la brisa levantaba en loscerros desmontados po r urbanizadores y en los tramos de avenidasque iban removiendo cuadrillas de trabajadores. El calor em insufrible; un sol de fuego caa sobre Caracas, tostndola desde Petare hastaCa ia.

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    Rgulo Uamozas haba entreabierto la hojilla de la veneciana atiempo que de la quinta de enfrente sala un nio en bicicleta; tras l,dando saltos, visiblemente alegre, correteaba un cachorro pardo, sinduda con mezcla de perro pastor alemn. Rgulo mir al nio y lesorprendi su expresin de vitalidad. Sus pequeos ojos aindiados,negrisimos y vivaces, brillaban con apasionada alegria cuando comenz a maniobrar en su bicicleta, huyendo al cachorro que selan:tr.aba sobre lladmndo. La quinta de la que haba salido el nio noera nada del otro mundo; estaba pintada de azul claro y tena biendestacado en letras metlicas el nombre de Mercedes. "Mercedes",se dijo Rgulo. "La mam debe llamarse Mercedes". De pronto cayen la cuenta de que en toda su familia no haba una mujer con es enombre. Laura s, y Julia; su propia mujer se llamaba Aurora; laabuela haba tenido un nombre muy bonito; Adela. Todo el mundola llamaba Misia. Adela. Pronto no habra quien dijera "misias" a lasseoras, po r lo menos en C:tracas. Caracas creca po r horas; habatraspuesto ya el milln de habitantes, se llenaba de edificios altos,tipo Miami, y tambin de italianos, portugueses, canarios.Una criada s.1li de la quinta Mercedes. Por el color y po r laestampa deba ser de Barlovento. Grit, dirigindose al nio:-Pon cuidado a lo carro, qu e horita llega el dot pa ve a tuagelo!Pero el nio ni siquiera levant la cabeza para orla. Estaba disfrutando de manera tan intensa su bidclcta ysu juego con el cachorro, queno poda habernada importante para l en ese momento. Pedaleaba consorprendente rapidez; se inclinaba, giraba en forma vertiginosa. "Ese vaa ser un campen", pens Rgulo. La muchacha grit ms:

    -Mucltacho el carrizo, atiende a lo que. te digo! -Ten cuidaoco n el carro el dot!

    El pequeo ciclista pas como una exhalacin frente a la ventana de Rgulo, pegado a la acera -de su lado. Rgulo le vio el perfilnaciente 1pero expresivo, coronado con un mechn de negro pelolacio que le caa sobre las cejas. A(m de lado se le notaba la sonrisaqu e llevaba. Era la estampa de la alegria.

    Para Rgulo Uamozas, un hombre que se jugaba la vida. a conciencL1, ver el espectculo de ese nio entregado con tal pasin a sujuego era un deslumbramiento. Por primera vez en tres meses tenauna emocin desligada de su tarea. A travs del nio la vida se lepresentaba en su aspecto ms comn y constante, tal como era ellapara la generalidad de las gentes; y eso le produca sensacionesextraas, un tanto perturbadoras. Todava, sin embargo, no se dabacuenta de la fuera con que esa imagen iba a remover su alma.

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    La barloventea volvi a entrar en la Quinta Mercedes. E s ~ b aella cerrando la puerta tras s cuando a las espaldas de Rgulo sono eltelfono. No esperaba llamada alguna. Se sorprendi, pues, desagradablemente, pero acudi al telfono,-Es ah donde alquilan una habitacin? -dijo una voz de hombre tan pronto Rgulo haba descolgado.-S -respondi . . .En el acto comprendi que ese simple "s", tan preve Y tan a

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    sin saber po r qu, record que en la casa del pequeo ciclistaestaban esperando al doctor para ver al abuelo. "Esos doctores setardan a veces cuatro y cinco horas", pens.Ahora s sonaba un auto en la calle. Otra vez, de manerasbita, sinti la paralizacin total de su ser. ! m p r c s i ~ n fueclara: qu e todo lo qu e bulla en su c u e r p o s ~ ,habm d e t c : : m ~ o degolpe. Reaccion co n toda el ~ l m a ; impomendose mtsmovalor. "La bicha, primero la btcha , dijo; y en un anstante sehall en el dormitorio, con una granada de nuevo en la manoderecha. Cautamente torn a entreabrir la persiana. Un Buickverde vena pegndose a su acera. Haba dos hombres dentro;un o al timn, otro atrs. En una fraccin de segundo Rguloreconoci al de atrs. A seguidas meti la. granada en la cartera suJ'et sta corri a la sala, sall a la calle, cerr la puerta' , . ,tras s y en dos pasos estuvo en el automovil.-Qu hay, compaero -dijo.El que haca de chofer puso el carro en movimiento, ta l vez unpoco m.s de prisa de lo que o n v e n ~ . Rgulo volvi el rostro.,_No sevea otro auto en la. calle. La negra. sala corriendo en pos del nmo Y lperro saltnba tras ella. . ,-Cayeron Muoz y Guara.mato -diJO el de atr.ts.

    -Muoz y Guaramato? ,-pregunt R g ~ l o . _ . ,Mala cosa. Los dos habtan estado con el en una rcuruon, tresnoches atrs. . ,_;.yo creo qu e es mejor ir por las Colinas de Bello Monte -opmoel que manejaba.-S -asegur el otro. , , ,Rgulo Uamozas no pudo opinar. Iban con el y po r l, pero l n,opoda decir qu va le pareca ms s : ~ r a . D ~ ~ e tres meses no habtapodido deci r una sola vez que quena u a tal stuo, otroS le llevaban Ytraan. Tres meses, desde mediados de abrillmsta ese da de julio, t ~ mscmivi\ido en Caracas, saliendo slo de noche; tres meses en las tinle.bias metido en el cor.tzn de una ciudad que ya no era su Caracas, unaciudad que - r o b a dejando de se r lo que haba sido sin que nadie eradecir qu seria en el. porvenir; tres meses _jugndose .la v i ~ . V I ~ ~ ocompaeros de paso en .reuniones subn.>ttcias, cambt.1.ndo unprestoncs a media voz, tran'\mitlendo rdenes que haba rec ibido en C o s ~ruca, instruyendo a hombres y mujeres de la resistencia. No babmpodido ver el Avila ~ luz del sol ni haba. podido s;if a c o m e ~ ~ca.raotas en un rcstoran criollo. Todo el mundo podia hacerlo, millonesde venezolanos podan hacerlo; l no. "Colinas de Bello Monte" , pens.De pronto record que haba estado en esa urbanizacin dos semanas

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    atrs, en la casa de un ingeniero, y que desde una ventana haba estadomirando a sus pies las luces vivas y ordenadas de la Autopista del Este y?e la Avenida Miranda, que se perdan l1.1cia Petare, y los huecosiluminados de docenas de altos edificios, que se levantaban en direccinde Sabana Grande y de Chacao con apariencia de cerros cargados defogatas en cuadro.

    -Entra por la caUe Edison y trata de pegane al cerro -dijo el deatr'JS hablando co n el qu e guiaba. .-Habrn hablado Muoz y Guaramato? -preglmt Rgulo.-Esos compaeros no hablan, vale. Pero ya t sabes: el tigrecome lo ligero. Esta misma noche ests raspando. Lo que vengaque te COJa afuera.-Por dnde me voy?-Por Colombia, vale. Ya no est ah Rojas PinHia. Ese caminoest ahora. despejado.Por Colombia . . . Rojas Pinilla haba cado haca dos meses . . .

    Desde luego, para ir a Colombia haba que pasar po r Valencia, y depaso, seria un a locura. ver a Aurora? Pero claro que sera una. locura..Si la Seguridad Nacional saba qu e l estaba en Venezucla, la casa desu familia ten a vigilancia da y noche.-Oye, vale, el camino de aqu a la frontera es largo -dijo.-Bueno, pe.ro eso est arreglado. T vas a viajar seguro. Figratequ e vas .a ser soldado, el distinguido juvenal Gmez, y que te va allevar un teniente en su propio auto. Hay que trasladar el retrato de tucdula a otro papel, nada ms.Un automvil ncg.ro pas rozando el lluick; de los cuatro hombres qu e iban en l, uno se qued mirando a Rgulo .Dura.me un

    instante Rgulo temi que el auto negro se atravesara delante delBuick y que los cuat.ro hombres saltaran a tierra armados de ametralladorns. No pas nada, sin embargo. Su compaero coment:-Pavoso el hombre.Rgulo sonri. De manera que el otro se haba dado cuenta . . . Eragente muy alena la que le rodeaba.- ~ n teniente? -pregunt llevando la conversacin al punto enqu e habta quedado- Pe.ro de verdad o como yo?-D e verdad, vale . . . El. teniente Ontivcros.El teniente Ontiveros lleg manejando una ranchera justo a la horaacordada, y habl poco pero actu con seguridad. Rgulo Llamozas,convertido ahora en el distinguido juvenal Gmcz -con todo y uniforme- comenz a sentirse ms confiado cuand o dej atrs la alcabala deTeques; L1. de L1. Victoria, ni l nJ el teniente tuvieron siquiera quebaJar del vehtculo.

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    Camino hacia Marncay, silenciosos l y el compaero, RgtlloUamozas se dejaba ganar por la extraa sensacin de que ahora, enmedio de la oscuridad de la carretera, iba consustancindose con sutierra, volviendo a su se r real, que no terminaba en su piel porque seintegraba con Venezuela. Mientras la ranchera rodaba en la noche, lsaboreaba lentamente una emocin a la vez intensa y amarga. Esoscampos, ese aire, eran Venezuela, y l saba que eran Venezuelaaunque no pudiera verlos. Sin embargo tena conciencia de otrasensacin; la de una grieta que se abra lentamente en su alma, comosi la rajara, y la de gotas amargas que destilaba a lo largo de la grieta.En verdad, slo ahora, cuando se encaminaba de nuevo al destie-rro, encontraba a su Venezuela. Quin puede da r un corte seco, quesepare al hombre de su pasado? Esa patria por a cual estab jugndose lavida no era un mero hecho geogrfico, simple tierra con casas, calles yautopistas endma. Haba algo que brotaba de ella, algo que siemprehaba envuelto a R&rulo, antes del exilio y en el exilio mismo; unacspcde de corriente intensa; cier to tono, un sonido especial que conmova el corazn.-Vams a parar en Turmero -dijo de pronto el teniente-. Va asubir alt un compaero. Creo que usted lo conoce, pero no se hagael enterado mientras no salgamos de Turmero.CruZaban Jos valles de Aragua. Seran las once de la noche, ms omenos, y la brisa disipaba el calor que el sol sembraba durante docehoras en una tierra sedienta de agua. Rgulo no respondi palabra. Cadavez se concentraba ms en s mismo; cada vez ms pareca clavado, noen el asiento, sino en las duras sombr:tS que cubran los campos. Ibapensando que haba estado tres meses viviendo en un - m d o de tensin,con toda el alma puesta en su tarea; que en ese tiempo haba sido unextrao p.'lr.l. s mismo, y que slo al final, esa misma tarde, minutosantes de que sonara el telfono, haba dado con una emocin que erapersonalmente suya, que no proceda de n.'lda ligado a su misin, sino ala simple imagen de un nio que jugaba en bicicleta al sol de la tarde.-1\mnero -dijo el teniente cuando las luces del poblado parpadearon por entre ramas de rboles.En un movimiento rpido, el teniente Ontiveros gui la rancherahacia el centro de la especie de plazoleta que separa a. los dos comercios ms importantes del lugar. Haba a los lados maquinaria de laempleada en L'l construccin de la autopista, camiones de carga ynumerosos hombres chachareando afuera mientras otros se movandentro de los botiquines.-Qudese aqu. m compaero viene conmigo dentro de unmomento -explic Ontiveros.

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    -Est bien -acept Rgulo.. Trat d.e no llamar la atencin. No deba hacerse el misterioso. Lom e ~ o r era. nurar a !odos los lados. "Hasta Tunnero cambia", pens. VIo alt ~ ~ e n t e que ~ b t a algo frente al mostrador y que volva la catx.-za a unSttio Ya otro, sm duda tratando de dar con el. compaero que viajaraco nellos. "El t ~ n i e n t ~ ste cst. jugndosc 1.1 vida por n. No, por n no;por e n ~ z u c l a , se diJO. En realidad, eso no le causaba asombro l sabaque habta muchos militares dispuestos a. sacrificarse. '. .La brisa mova las hojas de un rbol que quedaba cerca, a suuqmerda, y de alg\ffia llave que l no poda ver caa agua. Agua, agua

    ~ . ? m o la qu e sonaba sin cesar en la taza. del servicio, all en Caracas;st, en Caracas, en el pedazo de calle de Los Chaguaramos, solitarioc o ~ o la calle de un pueblo abandonado; all donde el pequeociclista pedaleaba sin cesar, seguido por el cacholTO.

    No c s ~ d o el teniente con l, se senta. intra.nquUo; de manera.que lo meJor e.ra tener lma granada en la mano, por lo que pudiera.suceder. l.'l saco de la cartera y empez a palparla. En ese instante oypasos. Alguien se acercaba a la ranchera. Mir de reftln, tra tando de nodar el .rostro; eran el teniente y el compaero. Habl.'lban con todanaturalidad, y en un.'l de las voces reconoci a un amigo. Pero se hizo eldC$lnteresado.

    """'Podemos ir los tres delante -dijo el teniente Ontiveros-. C-rrase un poco, distinguido Gmez.El distinguido Gmez, todava con la granada en la mano se~ o ~ hacia centro; el teniente dio la vuelta y entr por el l;doa z q u a e ~ o al tiempo que el otro tomaba asiento en el extremo dere-cho Subitamcnte liberado de su reciente inquietud, Rgulo Uamozassenua necesidad de decir un chiste, de saludar con efusin al. amigoque le haba salido al camino en momento tan dificil .El teniente

    O n t i v e ~ s encendi el motor, puso la luz y la ranchera ech a andar.En un mstanre Turmero qued atrs. Rgulo Uamozas se volvi aJrecin llegado )r le ech un brazo po r el hombro.

    -Vale I.uis, qu l c ~ r i a l N u n ~ pens que te vera en este viaje.-Pues ya lo ves, Regulo. Aqm estoy, siempre en la lnea. Meclljeron que deba. acompaarte hasta Barqulsimeto y he venido ahacerlo; de Barquisimcto en adelante te acompaar otro.Hablaron un poco ms de las tareas clandestinas, de los desterrados, de los cados.,...Yo t ~ n a r e u n i ~ co.n L c . . ~ ~ o la de su muerte -dijo Luis.El temen e menc10no a O mana, conto cosas suyas . Los faros iband.estacando un o por uno los rboles de la carretera; y de pronto hubosilencio, porque estaban llegando a la alcabala de Maraca)r.

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    Fue despus que les dieron paso cuando Luis inici un temanuevo. Movi el cuerpo hada su izquierda, como para ver mejor aRgulo, y pregunt de pronto: .-Cmo est Aurora? Hallaste grande a Regulito?-N o los he visto -explic Rgulo-. Yo entr po r Puerto La Cruzy todava no he estado en Valencia. Estoy pensando qu e si pasamospor Valenda despus de la una podria llegar un momento a la casa,pero tengo sospechas de que la Seguridad est vigilando los alrededores.-En Valencia? ....pregunt Luis, con acento de sorpresa-. Perosi Aurora no vive en Valencia. Vive en Caracas.Rgulo Uamozas sinti que le daban un latigazo en el centro delalma.-Cmo en Caracas? Desde cu ndo? -inquiri casi a gritos.

    -Desde que su pap se puso grave. , , .Rgulo no pudo hacer otra pregunta. Se sentta castigado po rolas de calor que le quemaban el rostro. Comenz a pasarse unamano po r la barbilla ysus negros ojos se endurecan por momentos.

    -Pero t no lo sabas? -pregunt el amigo.Rgulo trat de dominar su voz, temerosa de hacer un papelridculo.-No, vale -dijo-. Tengo tres meses aqu y hace cuatro qu e salde Costa Rica.-Pues s -explic Luis- . . . Ella vive en la calle Madariaga, enLos Chaguaramos, en una quinta que se llama Mercedes. ,

    No se oyeron ms palabras. Ya estaban en M a r a ~ ) r . Debm se rmedia noche, y la brisa de las calles llegaba fresca despues de su pasopo r los samanes de la Uanura. El teniente Ontiveros volvi el rostro ya la luz del tablero vio con asombro las lgrimas cayendo po r lasmejillas del distinguido Juvenal Gme z.

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    l '1' ENUNBOH10(1947)

    LA MUJER NO se atreVa a. pensar. Cuando crea or pisadas de bestias selanzaba a la puerta, con los ojos ansiosos; despus volva al cuarto y sequedaba all un rato largo, swnfda en nna especie de letargo.El bolo era nna miseria. Ya estaba neg ro de ' 1 1 1 viejo, )'adentro seviva entre tierra y holln. Se volveria. inhabitable desde que empezaranlas lluvias; ella lo saba, y saba tambin que no poda dejarlo, porquefuera de e&'l choza no tena una yagua donde ampararse.

    Otra vez rumor de voces. Coni a la puerta, temerosa deque nadiepasara. Esper un rato; esper ms, un poco ms; nada! Slo el camin oamarillo y pedregoso. Era el viento al enfrente, el condenadoviento del.'lloma, que. haca gemir los pin os de la subida y los pomares de abajo; otal vez el rio, qu e corria en el fondo del p n . ~ p i d o , detrs del bolo.Uno- de los enfermitos llam, y ella entr a verlo, deshecha, conganas de U rar pero sin lgrimas para hacerlo.-Mama, no era taita? No era taita, m.1Illa?Ella no se atreva a contestar. Tocaba la frente del nio y la scnaarder.-No era. taita, .m:una?-N o -neg-, tu taita viene L ~ u s .El nio cerr los ojos y se puso de lado .An en b oscuriclad de lapo._o;ento se le vea la piel lvida....:.yo lo vide, mama. Taba al y me trujo un pantaln nuevo.J.a mujer no poda seguir oyendo. Iba a derrumbarse, como los

    troncos viejos que se pudren por dentro y caen un da, de golpe. Era eldelirio de a. fiebre lo que haca hablar as a su hijo, y ella no tena con qucomprarle una medidna.El nio pareci dormitar y la. madre se levant para ver al otro. Lolt.'lll tranquilo. Era huesos nada ms y silbaba al respirar, pero no semova ni se quejaba; slo la miraba con sus grandes ojos. Desde quenaci haba. sido callado.

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    El cuartucho heda a tela podrida. L1 madre -flaca, co n las sieneshundidas, un pao sucio en la cabe'za y un viejo traje de l i ~ u d o - nopoda apreciar ese olor, porque se hallaba acostumbrada, pero algo ledeca que sus hijos no podrian curarse en tal Jugar. Pensaba que cuandosu marido volviera, si era que algn da s.1l.1 de la. crcel, hallara slocmccs sembradas frente a los horcones del bolo, y de ste, ni tablas nitecho. Sin comprender por qu, se pona en el lugar de Teo, y sufra.Le dola imaginar que Te o llegara y nadie saliera. a recibirlo. Cuandol estuvo en el bolo por ltima vez -justamente dos das antes de entregarse- todava el pequeo conuco se vea limpio, y el maz, los fri.jotes y el tabaco se agitaban a L1 bris.1 de la loma. Pero Teo se entreg,porque le dijeron que poda probar la propia defensa y que no durariaen la crcel; ella no pudo s e ~ : . ' l l i r trabajando porque enferm, y losmuchachos -l a hembrita y los dos nios-, tan pequeos, no pudieronmantener limpio el conuco ni ir al monte para tumbar los palos que senecesitaban para arreglar los lienzos de palizacL1 que se pudrian. Despus lleg el temporal, aquel condenado temporal, y el agua estuvocayendo, cayendo, cayen do da y nod1e, sin sosiego alguno, una sernana, dos, tres, l1.15ta que los torrentes dejaron slo piedras y barro en elcamino yse llevaron pccL1ZOS enteros de la palizada y llenaron el conucode guijaTOS y el piso de tierra del bolo cri lamas y las yaguas empcz.1"ron a pudrirse.Pero mejor era no recordar esas cosas. Ahora esperaba. Habamandado a la hembrita a Naranjal, all abajo, a una hora de camino; L1haba mandado co n media docena de huevos qu e pudo n . . ~ o g e r ennidales del monte para que los cambiara por arroz y sal. L't nia habasalido temprano y no volva. Y L1 madre ojeaba el camino, llena deansiedad.Sinti pisacL'lS. Esta vez no se engaaba; alguien, montando caballo,se acercaba. Sall al alero del bolo, con los msculos del cuello tensosy los ojos duros. Mir hacia. la.subida. Senta qu e le faltaba el aire, lo quela obligaba a distender las ventanaS de la n.'lriz. De pronto vio unsombrero de cana que ascenda y coligi que un hombre suba la loma.Su primer impulso fue el de entrar; pero algo la sostuvo alli, comoclavada. Debajo del sombrero apareci un_ rostro difuso, despus loshombros, el pecho y finalmente el caballo. La mujer vio al hombroacercarse y todava no pensaba en nada. Cuando el hombre estuvo a.pocos pasos, ella le mir los ojos y sinti, ms qu e comprendi, queaquel desconocido estaba deseando algo.Haba una ser ie de imgenes vagas pero amargas en L1 cabeza de lamujer; su hija, los huevos, los nios enfermos, Teo. Todo eso se borrde golpe a la voz del hombre.

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    r-Saludo -haba dicho l.Sin saber cmo lo haca, e1L1 extendi la mano y suplic:-Dme algo, alguilo.El hombre L1 midi co n los ojos, sin bajar del caballo. Era una mujerflaca y sucia, qu e tena mirada de loca, que sin duda estaba soL1 y que sin

    duda, tambin, deseaba a un hombre.-Dme alguito -insista ella.Y de sbito en esa cabeza atormentada penetr la idea de que esehombre vohra de La Vega, y si haba ido a vender algo tendria dinero.Tal vez llevaba comida, medicinas. Adems, comprendi que era unhombre y que le vea como a mujer.

    ~ B j e s e -dijo ella, muerta de vergenza.El hombre se tir del caballo.

    no ms tengo medio peso -aventur l.Serena ya, duea de s, ella dijo:- Ta bien, dcntrc.El hombre perdi su n..-celo y pareci sentir una sbita alegria.Agarr la jquinla del caballo y se puso a amarrarla al pie del bolo. I.a.mujer entr, y de pronto, ya vencido el peor momento, sinti que semora, que no poda andar, que Teo Ucgaba, que los nios no estabanenfermos. Tena gan.15 de Uorar y de estar muerta.

    El hombre entr n . . ~ t a n d o .-Aqu?Ella cerr los ojos e indic que ldera silencio. Con una angustiaque no le caba en el alma, se acerc a. la. puerta del aposento; asom lacabeza y vio a los nios domtar. Entonces dio la cara al extrao yadvirti qu e heda a sudor de caballo. El hombre vio que los ojos de lamujer brillaban duramente, como los de los muertos.

    ~ U n j , aqu -afum ella.El hombre se .le acerc, respirando sonoramente, y justanlente enese momento ella sinti sollozos afuera. Se volvi. Su mirada debacortar como una navaja. Sali a toda prisa, hecha un haz de nervios. L'tnia estaba all, arrimada al alero, llorando, co n los ojos hinchados. Erapequea, quemada, huesos y pellejo nada ms.

    -Qu te pas, Mhlina? -pregunt la madre.L1 nia sollozaiY.t y no quera lmblar. L.1 madre perdi la. paciencia.-Diga pronto!-En el rio -dijo L1 pequea-; pasando el rio . . . Se moj el papel y

    na ms qued esto.En el puito tena todo el arroz que haba logrado salvar. Segu.1llorando, con la cabeza metida en el pecho, recostacL1 contra las tablasdel boho.53

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    . la madre sinti q,ue ya .no poda ms. Entr, ysus ojos no acertabana.fiJarsc en nada. II:tbJa olvtdado por completo al hombre, y cuando lovto tuvo que hacer un esfuerzo para darse cuenta de la situacin.-Vino a muchacha, mi muchacha . . . Vya._c;c -dijo.Se senta muy cansada y se arrim a la puerta. Con los ojos trbiosvio al hombre pasarle por el lado, desamarrar .la j:quima y subir a1caballo; despus lo sigui mientras l se alejaba. Atda el sol sobre elcaminante yenfrente muga la brisa. Ella pensaba: "Medio peso, mediopeso perdido".-M:m -llam el nio aden tro -No cm taHa? No tuvo aqu taita?

    l ~ a s n d o l c la mano por a frente, que arda como hierro al sol,ella sequedo respondiendo: -No, jijo. Tu taita viene dispus, ms tarde.

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    EL SOCIO(1947)

    )USTAMF.NTI! a una misma hora, tres hombres que estaban a distanciapensaban igual cosa.En su rancho del Sabanal Negro Manzueta maquinaba vengarsede don Anselmo y calculaba cmo hacerlo sin que el Socio se dieracuenta de lo que planeaba; en la crcel del pueblo Dionisia Rojascavilaba cmo matarlo tn pronto saliera de all }' de qu manera selas arreglara para. que el Socio no saliera en dcfcnS:t de aquel odiadohombre; en su boho de La Gina, sentado en un catre, el viejo AdnMatas apretab a el puo lleno de ira porque no hallaba el medio dematar a don Anselmo sin que el condenado Socio se enterara ypretendiera. evitarlo.Boca arriba en su barbacoa, el Negro Manzucta fumaba sucachimbo }' meditaba. No vea cmo recobrar .sus tierras. Los agri.mensorcs llegaron co n polainas y pantalones amarillos, con sombreros de .fieltro y espejuelos; cargaban palos de colores y un aparatopequeo sobre tres patm;; estuvieron chapeando, y aunque l sospech que en nada bueno andaban, se qued tranquilo para no tenerlos con la autoridad. Adems, qu miedo iba a tener? Esas tierrasernn. suyas; el viejo Manzueta las haba comprado a peso de ttulo, lashered el hijo del viejo -s u taita-, y luego l.Don Anselmo estuvo un da a ver el trabajo de los agrimensores ylleg hasta el rancho.

    -Andamos aclarando esto de los lindes, l\lanzucta -dijo.Y el Negro l\tanzucta no respondi palabra. Estaba contento deque lo V.isitara don Anselmo, el dueo de medio mundo de tierras.Estuvo observndole la mulita, in quieta como mariposa.

    -Esa fue la que trajo en camin de San)uan? -pregunt.Don Anselmo no debi orlo; miraba gravemente el trabajo.-B.1jesc pa qu e tome caf, don -invit el Negro.El visitante no quiso bajarse porque andaba apurado. Apurado .. .55

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    Lo qu e pasaba era que le remorda la conciencia. Le quit sus tierras,as como si tal cosa. Los agrimensores hablaron hasta decir "ya", y elNegro Manzueta se neg a entender explicaciones. El slo saba quedesde la quebrada del Hacho para arriba todo era suyo, y lo dems nole importaba.

    Tuvo que importarle, sin embargo. Un da llegaron los peones -ocho,am1ados de colines, yel capataz de revlver- y tiraron la palizada a labrava. Bueno .. . Para algo un hombre es un hombre, y fuera de esastierras que le haban quitado el Negro Manzueta no tena casi quperder. Pegado de su cachimbo; cavilando, vea entrar las sombras ensu msero rancho. En la puerta, flaco y torvo, el perro ca7.aba moscas ;afuera la brisa haca sonar las hojas de los pltanos. Una trtola cant,sin duda en el roble de la vereda.

    -Hay que arreglar primero lo del Socio -s e deca Manzueta mientras, rehuyendo L1S durezas de los varejones, daba vuelta en a barbacoa.Vueltas estaba dando tambin en su camastro Dionisia Rojas. Elpueblo se hallaba a decenas de kilmetros del Sabanal, haci a el sur, }'la crcel quedaba en una orilla del pueblo. A dos das de su libertad,Dionisia Rojas no dejaba de pensar en la maldad que le haban hecho.No se trataba de la res, y l lo saba bien como lo saba don Anselmo;se trataba. de la vereda que pasaba po r su conuco. Don Anselmo tena:necesidad de esa vereda porque le acortaba la distanci.1 de sus tierrasa. la carretera. Su hennano estaba. dispuesto a entrar en arreglos, per:o.l no, y po r eso inventaron lo de la res. Cmo lo hicier on, qu e ni losperros se dieron cuenta? Dionisia lleg a pensar si su hermano nohaba estado en la combinacin. Dijeron qu e la res se haba perdido,llegaron al boho y se pusieron a investigar. Hallaron la cabeza y laspatas enterradas en el patio, y ms adentro, en pleno conuco, elcuero. Por qu los perros no desenterraron esas cosas paracomrselas? Dionls.io no lograba averiguarlo. Era para morirse detristeza. Lo haban hecho pasar po r ladrn, a l, Dionisia Rojas, unhombre criado tan en la ley, un hombre de su trabajo! Don Anselmotena que pagar su acumulo".

    La tarde caa velozmente y desde su camastro pQda el preso verel ro, qu e rodeaba la crcel po r el oeste. En chorro impetuoso, lassombras iban metindose en las aguas, enncgrecindolas.As ennegrecan esas mismas sombras las aguas del arroyo en LaGina. El lugar -tres docenas de bolos dcsper9igados bajo los palosde lana o en los riscos del arroyo- estaba al oeste del pueblo, a un dade camino en buen caballo. All, sobre el catre, pasndose la manopor la cabeza, casi arrancndose los pelos, estaba el viejo AdnMatas. Era bajito, flaco y rojo. Su bigote cano temblaba cada vez que

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    l bata la quijada. Por momentos se pona de pie, recorra el cuartuchoa grandes pasos y volva a sentarse. Su hija Lucinda se asomaba a lapuerta. -Tranquilcese, taita. Despus con calma se arregla eso.

    Pero tambin Lucinda estaba triste y lloraba a escondidas. Elviejo, que lo saba, se llenaba de clera.~ E l l a tiene la culpa, taita -pretenda alegar I.ucinda.-Culpa ella, una criaturita sin ed pa saber lo malo?Cuanto ms se le hablaba peor se pona el viejo. Iba y volva po rel cuartucho, se sentaba, se paraba, agarraba el machete. Al fin

    pareci haber resuelto algo.-Lucinda! -llam a la hora en que la noche se cerraba sobre elmonte- Ust cree en eso del Socio?Con los ojos hinchados de llorar, la hija habl desde la puerta:- Y cmo no voy a creer, taita? Si no fuera asina, cmo le dibana salir bien las cosas a ese hombre?

    El viejo no le quitaba la mirada de :u?ba. . , ,-Po conmigo se le acab an el re tozo a el y al Socio! -trono; y volvioa sentarse a pasarse la mano por la cabeza, a batir la quijada.Aunque hiciera preguntas, tambin Ad m Matas crea como su hija,y nadie pona en duda lo que se dec.1 de don A n s e l m ~ . 9 ~ c e a?santes ni Anselmo lo Llamaban, sino 01cmo. Era feo y antipatico, con superfil rapaz, de nariz corva y mentn duro, con su frente pequea y susojos de hierro. Andaba siempre de prisa, con un gran tabaco en unaesquina de 1.1 boca y levantndose los pantalones a c;tda paso. Adependan de l no les hablaba sino que les daba ordenes. C o ~ t g w ~unas tierras en la Rosa, a precio de nada, y sin que se supiera como rucundo empez a echar palizadas haci.1 afuera. Fue po r esos das cuandohizo su trato con el Socio. Eso ocurri en la Lom.1 del Puerco, > aunqueel acuerdo se llev a cabo en secreto, al poco tiempo todo el mundoconoca el trato. la s o s r x . ~ comenz cuando en el sitio observaronque don Anselmo no perda c o s e ~ : h o ni por sequa ni po r l u v ~ , quehombres mas hombres no le pedan cuenta por llevarles las luJas, que lavimcla respetaba sus gallinas y en dand no les daba a sus puercos,

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    -Dentro de dos aos me guardan sta -deca.Usaba automvil }r tena luz elctrica, nevera y fongrafo. Viva asus anchas. Todo le sala bien. Igual que si fueran hombres, lasp ~ J i z a d a s se mantenan anda que anda, siempre hacia afuera, am-pliando la propiedad. Una tropa de peones se encargaba de sembrarlos postes y tirar el alambre, y durante el ao entero aquella tropaviva ocupada. Lleg el da en que sin salir de las tierras de don

    ~ e l m o poda irse de Hincha a Rincn flanqueando la cordillera ysm tener que repechar una loma. Entre las cercas haba leguas depotreros, pltanos y cacaot:ales, extensiones enom1es de maz y depias.Hubo aos en que el don agot la cosecha de muchachas de .LaRosa, y entonces se iba a otros lugares y las pagaba en lo que lepidieran. Las admita de cualquier color, siempre que fueran tiernas;pero las prefera trigueas, como la nieta de Adn Matas.. Le gustaban trigueas como le gustaba la tierra con aguadas,1gual a la del Negro Manzueta. Y estaba acos tumbrado a que todo elmundo cediera ante l, por las buenas -con su dinero- o por lasmalas, como tuvo que ceder Dionisio Rojas.Y al hablar del Negro Manzueta conviene decir que se habadespenado muy contento.-El gusto que me voy a dar! -dijo en alta voz al echarse de labarbacoa.Con las c o s t ~ l a s casi fuera del cuerpo y las ancas puntudas, elperro aguardaba ordenes.-Ajila por Tiburn, qu e hoy am.."'g]amos eso de la pallz! -gritManzueta.Sali al claro y se entretuvo en ver cmo de los rboles cercanos

    se levantaban bandadas de ciguas y cmo el sol vidriaba las pen cas delas palmas; ?espus se puso a recoger chamariscos, y al rato, yasudado, se d10 una palmada en la frente.-Anda la porra! -dijo asombrado- . . . Si la cuaba arresultamejor.Diciendo y haciendo. Se meti en el bolo, cogi un hacha y un

    machete y seguido por el perro tom el camino de la loma. Uegpasado el medioda, El sol era candela. El Negro Manzueta subi sinfatigarse y all arriba empez a darle hacha a un pino mediano.Estuvo hasta media tarde $acando astillas de cuaba, despus gastmedia hora buscando bejucos, amarr las a s t i l l a ~ y baj, con ellas alhombro y el perro pegado al pie.Sin darle descanso al cuerpo y muy contento por lo que iba ahacer, Manzucta se entreg a una curiosa faena; ali ado de cada poste58

    fue colocando una astilla, y a veces dos, clavadas en la tierra. Al caerla noche haba andado no saba cunto; luego empez el. camino alrevs dndoles candela a las astillas. As, a la hora en que all en el. .pueblo el sacristn tocaba las nimas, en El Sabanal poda verse unahilera de postes ardiendo y a Manzueta corriendo de poste en poste,con una tea en la mano.Aquella mvil y alegre lnea de fuego suba cerros, bajaba hondonadas, atravesaba pajonales. Todo el monte se iluminaba con lademonaca siembra de Manzucta. El perro ladraba mientras, crepitando y crispndose, se chamuscaban las hojas de los rboles cercanos.Nadie vea aquello; nadie, por tanto, sabra nunca la verdad. Lasllamas iluminaban la sonrisa del Negro Manzueta; los ladridos deTiburn atronaban, contestados a la distancia por otros; el alambrecaa a trechos, enrojecido por las llamas, y la cerca levantada por lospeones de don Anselmo no tardara en irse al suelo: Mientras tanto elfuego segua ~ " t e n d i n d o s e , creciendo cada vez mas, y los platanalesy los ranchos de tabaco se daaran o arderan. El Negro Manzueta sehallaba contento.-Que veng.'l a salvarlo el Socio! -gritab. lleno de orgullo altiempo que segua sembra ndo f11ego. ,Pero el Socio s fue. Sopl de pronto un viento inesperado quesuba del arroyo, y arranc chispas a las llamaradas. El Negro a n z u e t avio las chispas volar en direccin de su conuco y penso en suspltanos y en su rancho. Mas se rehizo pronto y volvi a sentirsealegre.Sin duda tambin el viento estaba contento. Sopl ms fuene,mucho ms, y de sbito la candela se extendi sobre un pajonal;camin como viva, a toda marcha, hacia el conuco de Manzueta;anduvo de prisa, y en pocos segundos hizo una r o . ~ h a roja, crdena,coronada de humo negro. Manzuera la vio y subto a su rancho. Elperro ladraba. El hombre vio la llama henchirse de p r o m ~ , ~ z a r s e ycaer de golpe, llevada por la brisa, sobre las yaguas de la vtvtenda. ElNegro corri ms.-Ah candela maldita! -ruga.

    Con el machete en la mano, revolvindose airado, cruz y semeti en el rancho. Estaba como ciego de clera. Golpeaba con elarma. All iba la candela metindose entre el tabaco! Golpe ms yms. Fue entonces, sin duda, cuando sin saber qu haca dio co? elmachete en el varejn de arriba. Inesperadamente se derrumbo eltecho, y las yaguas encendidas y los maderos e c h ~ n d o l l ~ m a s l.ecayeron encinla sin que l pudiera defenderse. Salto y qmso hutrcuando not que la camisa le llameaba. Debi tropezar con algo, y

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    cay. El perro gritaba y l hubiera querido que se callara. El ardor enla cara y en el vientre era insoportable . Y la candela metindose en elconuco! Al, en tal momento, pegado a la tierra, impotente, el NegroManzucta crey ver el origen de aquella desgracia. Alz la cabeza,aterrorizado y fro de miedo.-El, l! -barbot.La idea sacudi al hombre de arriba abajo. Su miedo se hizosbitamente tan grande que le impeda moverse. Suplicante, casillorando, logr decir:-Fue l! En el nombre de la Virgen, fue el Socio!Voraz e implacable, el fuego consumi en poco tiempo la propiedad de Manzueta; pero afuera, en Jas tierras de don Anselmo, nadahabra de pasar. Mientras las llamas se entretenan con lo del Negro,arriba, en el ciclo, se presenta ron nu bes inesperadas que encapotaronla noche y a poco empez a caer un d1aparrn violento que hacachirriar los postes carbonizados al apagar los troncos encendidos..Por la maana encontrMOn al Negro Manzueta lejos de su randto.Haba ido a.rrnstrndose hasta el camino de la Ja&'ll:t, seguido por elperro, que se adelantaba en carreras mltiples y veloces )' ladraba sincesar.Mirando al hombre, una vieja chiquita, flaca y de rasgos duros

    elijo: -No ven? Eso .ha s o el Socio.Con ojos de asustado, un negro manco que tena una cicatriz enla frente mummr:-S, fue el Socio.-Fue el Socio, el Socio! -asegur L1 voz de centenares y centena-res de personas, mientras en toda L1. regin se comentaba el suceso.E.''su cui.1da? Los perros alborotaron, pero al reconocerlo se tiraron contra el suelo, blandiendo los rabos.Viendo el boho, la rabia endureci rodo el cuerpo de Dionisia.En seis meses ni su hermano ni su cuad1 fueron a verle. Dabanganas de escupirlos a los dos! Uamar? No! Se fue a dormir: en laenramada, sobre unas este.rillas viejas.60

    Despert bien temprano y se dirigi al portn. Vio el conucodesperezarse a la brisa del amanecer, vio las calandrias cruzar endireccin del monte, vio las gallinas bajar de los palos. Nada lealegraba. De pronto oy mido a su espalda y se volvi. El hermanoestaba en la penumbra del boho, mirndole con ojos duros. Dionisiase tir de las trancas, donde se haba sentado, y camin hacia elboho. El otro ni se movi.-Como que se azora de verme -dijo Dionisia.

    -Ello s. No s a qu viene.Sujeto a la puerta, su hermano pareca. su enemigo. Oy a lamujer exclamar desde adentro:-Adi . . . ? Y es Dionisio?El hubiera preferido no hablar, pero tena que hacerlo.-Vengo porque esta es mi casa y porque quiero averiguar lo dela vcrea -dijo. .- la vend; vend la tierra de la verea -explico secamente el otro.Dionisia sinti que la clera le haca crujir los huesos. Con unbrazo apart a su hermano y entr en el boho. All, por lo hondo,pens que su hermano estaba flaco; flaco )' descolorido. Dionisiabuscaba con la mirada dnde sentarse.-Vea -dijo-, ust no poda hacer eso. la. herencia no ta divid?.-Pero me dio la gana -rezong el otro-. Me cUo la gana, con imasque si taita tuviera vivo lo desheredaba a ust.Dionisia casi no poda seguir oyendo . Virgen Pursima, las cosasque estaba aguantando desde haca meses! Pero hizo esfuerzos pormantenerse sereno.-Asunte -dijo-, don Anselmo me ha deshonrao. Me deshonrpa cogerse la tierra de la verea, y ust, que es mi hermano, se la dio;pero don Anselmo no pasa de hoy vivo. Lo que me mdoliendo es queust crt.--n lo que cUjo de m ese ladr?_n. . , .. .-Ust dijo la palabra -escup1o el hermano:-. Uste _la diJO. S1quiere hacemos el reparto ya mesmo, pero aqru, en mt casa, nodentra ms.

    Con la garganta seca )' casi ciego de ira, Dionisia se levant.-Me ta insultando, Dcmetrio! -grit.El otro le seal la puerta.-Su sitio ta ajuera -dijo.-Me ta insultando! -tom l a gritar, fuera de s. _y como Dcmetrio segua mirndole con tanta dureza y senalando el camino, Dionisia perdi el ltimo resto de serenidad y se fuesobre el hermano. Levant la mano y peg. Su hermano era bravo, yen el fondo de su alma, aun en aquel momento, Dionisia se senta

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    orgulloso de que fuera as. Pero cuando sinti que el otro le golpeabaen la boca hasta sacarle sangre perdi la nocin de que era suhermano y slo le qued en el cuerpo una clera sorda. Quisoprenderse con los dientes de un hombro del hennano y hasta pensapretarle el cuello hasta ahogarlo. Como no vea ni senta no se diocuenta de que Demetrio le estaba echando una zancadilla. Oa a lamujer gritar. A toda velocidad, el boho se clareaba por las rendijas ylos perros ladraban y geman. Su hermano le clav un codo en lafrente y lo fue doblando poco a poco. Dionisio perda el equilibrio.De sbito, con un movimiento centelleante, el otro lo solt y loempuj. Lan7.ado como una bala, Dionisio cay sobre una silla ysinti que la espalda le estallaba. Con la mano sobre la boca, la mujergrit ms fuerte. Dionisio quiso levantarse y no pudo. las cosasempezaban a borrrsele, a rsele de la vista, y una palidez semejante ala de la muerte se extenda a toda carrera po r su rostro.-Lo mataste, Demetrio! -oy decir a la cuada.Con gran trabajo, Dionisio pudo articular dos palabras:-Es-pinaZO ro-to . . .A seguidas se desmay. A la gente del contorno que se apareciall en el acto, su cuada le c.xpllcaba que Dlonisio haba vuelto con:nimos de matar a don Anselmo, pero que se enred en discusincon su hermano . . .- . . . y ya ven el resultado -terminaba ella.Tras orla y meditar un momenfo, Jac,into Flores coment., atrevindose apenas a levantar la voz:-Y en este lo no andar meto el Socio?Anastaslo Rosado abri los ojos, muy as\blado.-Jum . . . Pa m que asina cs.-S, fue el Socio, como en lo del Negro Manzuetal -exclamuna mujer.-El Socio, fue el Socio! -repiti, de boho en boho, la voz delcampo.De boho en bolo esa voz corri como el viento hasta llegar a LaGina. Ahogndose de miedo, .Lucinda entr en el aposento de su padre.

    -Ust lo ve, taita; ust ve que lo del Socio no es juego?. l viejo Adn Matas lanz un bufido y clav la mirada en su hija.- Y qu me importa a m, concho? Lo que tenga otro hombrelo puedo tener yo!La hija se escabullyestaba en a cocina cncomcnilindoles a los santosla vida de su padre, cuando entro ste.-Me dijo ust que fue en L1 Loma del Puerco donde se ,; o con el Socio?...Ello s, taita; asina me lo dijeron.62

    -Bueno, ta bueno. Pero no me hable lloriqueando! Alcvante lacabeza y dgame: fue la vieja Terencia, dijo ust, la que arregl elasunto?-5, taita la vieja Terencla, pero ella dique se muri cuando lavirgela.-Mejor que se haiga muerto pa que sean menos los sinvergenzas. Pero alguno de su familia debe saber del asunto, no le parece?-Dicen que dique una hija; yo no puedo asegurarlo.--Bueno, si no puede asegurarlo, no hable. Acabe ese sancocho yCllese .Me tiene jarto ust con su lloriqueo.El viejo Adn Maas volvi a meterse en el cuarto, a dar paseos ya querer tumbarse el pelo a manotazos. Flaco, rojo, incansable, la hijalo vea. ir r volver y senta tristeza. El viejo se tom su caldo soplando,pero todava no haba acabado cuando se puso de pie, entr en suhabitacin y sali con su machete mediadnta en la cintura. Al verlelos ojos, Lucinda se asust.-Qu va ust a hacer, taita?-Ust cspreme )' no pregunte -orden l.Estuvo en el patio bregando con un caballo, lo aparej, y diciendo a la hija que si no volva antes del amanecer no se apurara,encamin a la bestia po r detrs de la casa y le sac todo el paso de

    que ella era capaz.A la cada de la tarde est aba el viejo Adn Matas frente a la Lomadel Puerco. Pregunt en un bolo y le sealaron la vereda que lollevara a la casa que buscaba. Ueg oscurecido ya. Al cabo de doshoras de estar repedtando loma, al caballo se le senta el corazn aflor de pecho. A travs de la puerta del nico bolo que haba poralli, Adn vio un hombre, media docena de muchachos y una mujer.El hombre se levant, sali y se peg a la bestia.-Vive aqu la hija de una tal Tercncia? -l e pregunt AdnMa as.-Ello s. Quiere verla?De aos, oscura, de piel grasienta, con los sucios cabellos echados sobre las mejillas, con los ojos torcidos hacia abajo y la bocadesdeosa y la nariz larga y un tnico lleno de tierra, a la hija deTerenda slo le faltaba la escoba entre las piernas para se r una brujaAl principio la. mujer rehuy explicar lo que saba, pero el viejoandaba dispuesto a todo y no se qued corto al ofrecer. Se habanmetido en un cuartucho alumbrado por una vela y llevaban ms demedra hora hablando en voz baja cuando ella acept.-Bueno, mama me dej el secreto.Ella vio cmo le brillaban los ojos al viejo y cmo bati la

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    quijada, pero tal vez no se dio cuenta de todo lo que eso significabapara l. Sin embargo empez a responder las preguntas de Adn. -No, ni yo ni naide sabe la fecha. El slo se deja ver del qu etenga negocio con l. mnico que lo conoce bien es don Anselmo,pero ni an mama lo vido nunca.- Ta bien -cort Adn-. No se entrete nga tanto, y siga.-Bueno, como le diba diciendo: se prende el azufre, pero no encr, y ust dice la oracin; cuando termina coge y peg.1 tres gritosllamndolo, pero han de ser gritos de hombre, porque l no dentraen negocio con gente que se ablande dispu; asina que como l ta enacecho, tiene que andar co n cuidao, porque si le tiembla la vo, ni :mse asoma. Y to eso, tal como le digo, slo al pie del amaccy, el qu e taarriba mismito, y al punto de la medianoche, ni pa trs ni pa lante.

    -Bueno -dijo Adn-, lo que ta malo es lo del azufre. Tendr 9u edir al pueblo a buscarlo. Por lo de los gritos no se apure, que a mt nome tiembla na.Con las manos cruzadas por delante de 1.15 rodillas, sentado sobresus talones, vea el rostro de a. mujer envuelto en reflejos mientras l.1luzde la vela que arda entre ambos se retorca a los golpes del vien to queentraba por as rendijas. La mujer y el viejo estuvieron un rato callados;despus Adn Matas se levant, puso algunas monedas en la.mano de lamujer, sali del cuarto, salud al hombre y se fue. Al choque de las patasde su caballo rodaban piedras por los flancos de .la loma. Casi amaneciendo, la hija, que no haba domlido, sinti las pisadas de .1 bestia. Se leaplac el corazn, que no haba. dejado de saltarle en el pecho toda lanoche. El viejo entr, hizo como que no oa las preguntas de Lucinda, semeti en el catre y poco a poco empez a roncar.-Que bueno que ta durmiendo, pjpu de tanto tiempo desvel.1ol-coment ella.Y tambin ella se durmi.

    Pero el sueo no fue largo, porque antes de las ocho AdnMaas estaba aparejando de nuevo al caballo para ir al p\leblo enbusca de azufre. Y a esa misma hora, don Anselmo reciba a un amigode la ciudad. Los dos hombres cambiaron frases de amistad, seecharon los cuerpos en los brazos y sobre los ped10s, se palmotearonlas espa.ldas y se metieron juntos po r la. sala y las habitaciones de lahe.m1osa vivienda.

    -Anselmo -coment el visitante-, esto es un encanto. Aqu mepaso yo quince das de maravilla.Se detuvieron frente a un.15 litografias que colgaban de una pared yvieron la radio y el fongrafo, bastante viejo, con su coleccin de discos.-Esto lo tengo para ustedes, los del pueblo -explic don

    Anselmo-, porque yo me aburro con esa msica; pero Atilio seempe en que le comprara el aparato co n los discos, y lo complac.Sa.lieron al jardn; vieron la pequea planta elctrica, el garaje, ydespus don Anselmo se puso a sealar los muchachos que pasabany a. decir cules eran suyos.

    -Ese, y aquel que va all. Fjate en ese otro, el. blanquito; mimisma cara, verdad?.....Pero es un ejrcito, Anselmo. Y cmo mantienes tantos hijos?_.Yo no, los mantienen fas mams. Viven aqu y cogen lo que

    quieren.-Diablos . . . y ahora, cmo estii el harn ahora?Rascndose el pescuezo, con el tabaco metido en una esquinade l.1 boca, don Anselmo explic:-Ahora no anda mu y bien. Tengo una mud1achita que me traje

    de la Gina, trigu ea de ojos claros. Bonita y mansa la muchacha!De pronto los ojos de don Anselmo cobraron u n tono apagado. Alp a n . . ~ e r estaban fijos en un limonero que floreca al fondo del patio._.Ya estoy envejeciendo -dijo co n lentitud- y eso me hacestrir. Me gusta tanto la vida que prcfe.rira mo rirme al1ora.-N o hables tonteras, Anselmo -desde el amigo.Anselmo le cogi un brazo.

    -Mira, hasta hoy he tenido cuanto he deseado. No quiero envejecer.El otro no supo qu contestar. Desde los lejanos sembradosllegaba una suave brisa doblando hojas. Con ella viajaban trinos depjaros y voces de hombres qu e cantaban.-Todo lo que has deseado -coment, al rato el visitante- . . . Lagente dice qu e t tienes un arreglo con, con . . .Don Anselmo sonrea co n cierta amargura.-Dilo -pidi-; puedes decirlo, que no me molesta.-Bueno, ya t sabes -termin el otro.A su lado, cogido a su brazo, don Anselmo dijo:_.Yo voy a ensearte ahora cul es mi socio; lo vas a ver.Entre curioso y asustado, deseando decir que no y sin atreversea

    hacerlo, su amigo lo miraba x t r a a m e n ~ e nlientras suban las escaleras. Se encaminaron al dormitorio. All haba una caja de hierro. DonAnselmo la abri y mostr a su amigo una pila de billetes de banco yuna funda co n monedas de oro.-Ese es n socio -

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    pero al volverse para mirarlo se impresion enormemente; con losojos desorbitados, plido y tembloroso, el dueo de la casa miraba atravs de la ventana y su r ostro se vea desfigurado po r una mueca deterror.Unas horas ms tarde -a las doce en punto de la. noche-, el viejoAdn Ma as quem el azufre, rez la oracin y peg los tres gritos. Suvoz reson en todo el sitio, y no haba en ella la ms ligera huella demiedo. A la luz del azufre quemado brillaban los ojos de Adn Matasy parecan ms crespos sus canos bigotes. ,An no se haba apagado el. eco del ltimo grito cuando se oyoun tronar impetuoso, brbaro, como si la loma. hubiera. estado de rrumbndose o como si un cicln llegara descuajando rboles. Elviejo no sinti ni fro. De sbito vio una luz verdosa reventar ante l;comenz a envolverle un humo azul y brillante, y por entre el humoadvirti un rabo que se agitaba co n violencia. "Bueno, ya ta aqu",pens Adn Matas; y se dispuso a hacer su trabajo en l.'\ mayorserenidad.El recin llegado habl co n voz estentrea. Dijo que haba ido aorle, pero que no poda perder tiempo.-As que diga rpidamente lo que quiere.Adn Maas se molest. No estaba acostumbrado a esas manerasy ya era muy viejo para cambiar. .-S i anda tan apurao puede diese. A n no me saca naiden de mipaso ni tolero que se me grite -rezong.Su oyente parcel asombrado. Era la primera vez qu e le hablaban de tal forma. Dijo algo en tono ms bajo, suavizndose. Mediocalmado, Adn Matas se sent en una piedra, invit a su interlocutora que hiciera lo mismo y empez a explicar qu deseaba.La negra noche temblaba, llena de grillos y de bris.i. Arribaresonaban las hojas del amacey y alguno s cocuyos rayaban el monte.Las palabras de Adn Matas eran claras y precisas:

    -Dicen que ust le ayuda a cambio de su alma. Bueno, pues yo leofrezco la ma, la de mi hija y la de la muchacha, }r lo nico qu e lepido es que le quite su apoyo a ese condenao.

    -N o -o}' decir-, la de su hija y la de su nieta no; nadie puedenegocia r con almas ajenas; sl o puede hacerlo con la suya. En cuantoal apoyo, se lo iba a retirar de todas maneras, porque esta maana, sinrespetar mi presencia, neg su sociedad conmigo.

    -Lo raro ta en que no lo negara antes. No ve que es un i ~-E n presencia ma -lament la voz- .. . No estaba obligado adecir la verdad, pero . . .-Pero tampoco tena que hablar embuste -agreg Adn.

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    -As es. No tena qu e hablar mentiras.-Bueno -ataj Adn, molesto po r estar oyendo quejas que nada

    tenan que ve r con lo qu e l buscaba-, ya lo sabe; cuento conque leniegue su apoyo.-S. Maana puede ir. Yo estar alli para ayudarle. As aprovechoy me llevo el alma.Durante medio minuto, los dos estuvieron callados. Sentad o enla piedra, Adn Matas se agarraba las rodillas con ambas manos. De

    pronto oy preguntar:- Y usted? Cundo me da la suya?-Jum -coment l-, ust como que anda apura.o. Cumpla conmigo, qu e yo no lo engao. No ve que ya soy viejo?-Trato hecho -asegur la voz._..Bueno, trato hecho.Inmediatamente la Loma del Puerco volvi a resonar. Quruido, seor! De seguro iban cayndose los troncos y los pedregones.Adn Matas se levant, alz una mano, abri la boca y grit co ntodas sus fuerzas:- Y cuidao con juganne sucio, que de m no se re naiden!Acabando de decirlo salt evitando as piedras, palmote el pcscuezo de su caballo, mont de un salto y ech la bestia cuesta abajo.-A ver sl llegamos a La Rosa con la fresca de la maana - le dijoen alta. voz al animal.Como si hubiera entendido, ste apur el paso.Con la .fresca de la maana lleg a las orillas de La Rosa, pero la.

    casa le quedaba distante todava. Haba a s ~ d o ya la hora del ordeo;porque a Jo lejos, camino de los potreros, se vean unos muchachosarreando vacas. Contemplando la diversidad de siembras y el buencuidado de cada una, el viejo Adn Matas pensaba con tristeza en suconuquito de La Gin.'i.Pasaban de las odto cuando lleg a la casa. En el patio trajinabanalgunos peones y se oan cantos de mujeres qu e pilaban caf, )' porentre los cantos el golpe de los mazos en los pilones.Adn Matas not de entrada la a)ruda ofrecida porque nadiesali a. preguniarle qu buscaba. Se tir del caballo y ech escalerasarriba. Antes de llegar a la puerta del alto prob su machete parasaber si sala con ligereza de la vaina. S sala. Todo empezaba bien.Un poco fatigado, se detuvo a estudiar el sitio. Entr. en una habitacin bien amoblada qu e deba ser la S.'lla; al fondo se vea el comedor,y a la mesa, dos hombres. Cul de ellos sera don Anselmo? Ambos serean. Seguro que el condenado estaba haciendo cuentos. AdnMatas se detuvo en el vano de la puerta.

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    -I . . S tierras -deca uno de ellos- la