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Título original: A la sombra de las muchachas rojasFrancisco Umbral, 1981
Editor digital: TitivillusePub base r1.2
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A Carmen Diez de Rivera.
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La belleza es una obligación de losfenómenos.
SCHILLER
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Dura lid de mi adarga depan contra Fragabarne y
su Cruz Alzada
BA yo a comprar el pan y me di de frente con lSanta Alianza, que venía con cruz alzada, juego
de rosarios, encaje de latín, cola de beatas marquesas y unos cuantos repúblicos al frente, doLaureano con la citada cruz de hojalata y prestigioRuiz-Gallardón con una hidra marxista sujeta de u
collar como un perro (que llevaba la prensa épicen la boca) y Fragabarne, un paso adelante dodos ellos, que fue quien me diera el alto:
—Hermosa barra, joven revolté, pero u
escritor no puede vivir sólo de pan y panecillo
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Quisiera yo ahora hacerle algunos presentes.Mi gran barra de pan, larga y de cochura d
oro, bajo el brazo, era adarga que complementab
a celada de mi bufanda roja, con que guardilencio dentro de la bufanda, por saber muhablador al postfranquista, y esperé a verle hacer
—Tome, tome: langostinos, centollomenudencias, gambas a la plancha, gambas aajillo, lacón con grelos, codillo del Ferrol y unpomarada para postre.
El político me ponía en las manos mariscos vituallas que se iba sacando de la american
cruzada, corte diplomático, moda preúltimaantimoda, asco. Me encontré impedido con tantcaracol que se me subía por la bufandababoseante, y tanto ejército de cangrejo
punzándome las manos. Fragabarne me sacó lbarra de debajo del trazo, tirando de ella por epico:
—Ya ha comido usted mucho pan en la larg
postguerra, mi querido niño de derecha
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Aliméntense mejor y así le lucirá el pelo, y eestilo. A propósito del pelo, que se lo corten upoco, hombre.
Volvía la procesión, reculaba, de modo quahora las beatas iban delante y don Laureancerraba la marcha con su cruz de latón alta y fea ea mañana de sol frío, como una farola apagada
apócrifa. Quedé quieto en la acera, mirándoles, de pronto Fragabarne se volvió, echándose lbarra a la cara a manera de fusil, y me disparó coella:
—¡Toma, rojo resentido, proxeneta, que l
calle es mía! Los mariscos y las viandas saltaropor el suelo, con escachadura de vieiras. Me senherido en un codo, el derecho, doblé las rodillas caí al pie del quiosco de prensa, alcanzado, ante
de perder el conocimiento, a leer del revés en uiez Minutos que lo de Julio Iglesias y su señor
ba fatal. Luego no recuerdo más.
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Pablito la Paulova va de camellear poppe
putear carrozas en los eurohoteles y pedir mádinero a casa para su hermana la loca, que lienen en un loquerío. Pablito la Paulova me l
explica todo en seguida, cuando les tengo delantea él y a Mozart, con unas botellas de cocacolentre medias, a modo de piezas del ajedrezumbado que nos vamos a jugar. Pablito lPaulova le pone adrenalina a la coca. Mozart, todde melena Rimbaud y ojos redondos y hermoso
de niño goyesco, le pone coñac a la coca. Yo lpongo más coca a la cocacola:
—Lo cual que allí en la provincia hablábamomucho de ti —se explica Pablito la Paulova—
que si entiendes o no entiendes, que si te van loíos o las tías, y aquí Mozart y yo nos hemo
venido a dedo, ya ves, para que tú elijas, o sea lque te vaya para esta temporada, carroza.
A Pablito la Paulova le di unos billetes para e
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ren de vuelta (que luego se los gastaría en hamaría, maricones, ropa del Rastro, yo qué sé), y Mozart le dije que se quedase.
Mozart se quedó a vivir dentro de un póster dMarc Chagall, entre carteros de antes de lRevolución, a quienes les llevaban las cartas lapalomas, en el pico, por la estepa llena de puebloazules, ovejas voladoras y novios horizontales quesgaban el cielo como cometas Halley de l
nupcialidad. —¿Con qué te enrollas tú ahora, tía? —Con lo que cae, todo flipa.
—Te veo muy ceguerona. —Propaganda. Me cuido cantidad. Papá e
fascista. —Joder.
Mozart tiene la melena de Rimbaud femeninoos ojos de niño del Museo del Prado, cargados d
mirada y de una oscura gracia. Mozart tiene lboca del Nuevo Testamento, pero un poc
africana. Mozart no tiene senos, que tiene do
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huecos como los que ponían Gargallo y lourrealistas a las señoritas de entreguerras, eugar de los senos. Dos redondeles por dond
antaño entraban y salían gentes de la SociedaColombófila, y por donde entran y salen, en ecaso de Mozart, manzanas de su litoral amarillo manzanas amarillas de su litoral verdecántabroscuro. Mozart tiene los hombros dmuchacho delgado, el cuello de Donatello, loandares de maniquí, los muslos de violín y loglúteos cortos y altos.
Mozart me gusta un huevo.
—Eres demasiado, oye. —No te enrolles tipo Facul.Iba a la Facul, cuando iba, a poner en la
grandes aulas como frontones, pintadas y cosa
Puso un signo de tráfico de prohibido a lzquierda y, debajo: «Cuidado, patriotas sueltos.»
Mozart, en el enrolle de la cama, es que hace odo. Primero la he despojado de sus sortijita
pendientitos, anillitos, pulseritas, brillantece
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plastiqués y otros atributos de la provincia. Luega he desnudado y me he repetido la frase d
André Bretón: «Pensad en Persia, pero no e
Grecia. El gran error es el error griego. Bellopero error.» —Dice Bretón que Grecia es un bello error. —Qué ordinario. Lo de Grecia es finísimo
palabra.En su vaga provincia les va la cosa griega
Pero Mozart, desnuda, es asesinable, pálidaasténica, pugnaz, montaraz, sensual, sexual, esponde a todo. Le paso el glande por lo
finísimos párpados cerrados, le meto el glande poos frescos oídos, por la redonda boca, por e
finísimo ojo de aguja del recto o por su sitio, lvagina, echándola sobre una mesa del cubismo n
analítico, levantando sus piernas hasta el nivel da media tarde, y a Mozart, en el fornicio, se l
desprende la cabeza de Salzillo canalla, de peponde Goya, y rueda la cabeza, bellamente, hasta e
incón de las bragas perdidas, mientras yo l
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fornico y ella llora de placer y tiene su corazónque se le ha salido del asténico pecho, entre lados manos, apretado.
—Esto es una pasada, tío, yo pierdo la cabezes que lo haces demasiado, hostia, Pedrín.Los tres espejos del armario relucen como tre
coraceros que han venido a detenernos. La pasmanda por la ciudad, con escudos de cristal y cascode béisbol, y mueren estudiantes y obreros por uiro al aire:
—Claro, si es que siempre anda un estudianto Un obrero paseándose por el aire.
Mozart, en la Facul, el día que se levanta, entrcon las gafas/antifaz de Ramoncín y se queda en ebar a hablar de Garcilaso, del Palatinado, dGabriel Miró, de la ley de Universidades, que e
una mierda, y del neoclásico barroquizado de lPuerta de Alcalá.
Por la noche, en la teca, me dice que me quier me mete una mano de pupitre, ingenua como tiz
entre mis superpuestas camisetas y el bosqu
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encanecido de mi pecho carroza, que la ama.
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Una cierta movidaelectoral con muertos en la
cola
LAS elecciones generales del setenta y sietfueron una movida a varias bandas, después qu
habíamos matado al difunto de muerte natural. PoÁvila, a los infrarrojos del pesoe, en los pueblono les abrían la escuela ni el Ayuntamiento:
—El señor alcalde está de viaje. El seño
alcalde se ha llevado las llaves.Joder con el señor alcalde. Les dijeron, en u
pueblo, de ir a dar el mitin socialista a la plaza doros. «Bueno, tampoco es mal sitio. A ver si l
lenamos.» Llegaron allá y el ruedo ibérico tení
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un metro de nieve helada. Yo, la mañana de laelecciones, compré mi barra de pan, que era comun lingote de sol a la luz venidera de lo que decía
a democracia, y me fui a votar por lprolongación de General Mola (hoy me parece quiene otro nombre la calle, que Tierno, com
Azaña, está desituando muchos generales). En lcola había muertos que se habían levantadmadrugadores para votar al franquismdemocrático, señoras del Ropero que quitaban das mesas las papeletas comunistas, como
estuvieran limpiando España de una plaga d
angosta, y señores de bigotito que les contaban os muertos cómo habían ido las cosas desdrasantaño:
—Fatal, mi don José. Desde que el Caudill
empezó a flojear, le digo que fatal. España está sipulso.
—Habla usted como Silvela. —Favor que usted me hace, querido muerto.
Y es que los muertos tienen una erudició
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histórica que les permite con toda justicia votar a ucedé. Entre muertos y señoras que aún llevabaa mantilla de luto, no se sabía si por Franco o po
o que aquella mañana moría/nacía en España, yocon mi barra de pan, esperé en la colandignadamente observado por los más sensato
hasta que me llegó el momento de votar.Luego los reporteros me lo preguntaban much
en las entrevistas: —¿Y usted votó comunista?Después del rito democrático, que se volví
casi griego por lo inusual y arqueológico, estuv
en la Rotisserie de Salud (que tiene los ojonegros, los pechos jóvenes y la sonrisalimenticia), tomándome un café doble, frío, uncocacola doble, caliente, más algunas medicina
de la farmacia de bolsillo, mientras me repetía coQuevedo, padre y maestro áspero: «Llevo siemprdelante el rebaño pálido de mis enfermedades»:
—Salud, llevo siempre delante el rebañ
pálido de mis enfermedades.
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—¿Rebaño, dice, don Francisco? Lo que tienque hacer es tomar menos frascos. A usted le estámatando los frascos. Lo cual que la otra mañan
dice que le disparó don Fragabarne delante dequiosco. —Ya lo ves, hija, me pegó un tiro de pan. M
mató con mi propia barra. Los de la Santa Alianzandan tarascas. Llevo el codo vendado por dentro
—No se meta en política, don Francisco, queso es cosa de ellos.
—De votar vengo, Salud. Si tú te casaconmigo, lo dejo todo y nos vamos a tu pueblo.
—Qué salidas, don Francisco.Pero Salud estaba prieta de salud y la mañan
olía a democracia, que es un olor así como a paeciente.
Martirio, del partido, se había tomado muy egrave la cosa de las elecciones y no paró en tod
el día de recoger información y escrib
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eportajes. Martirio, estudiante de semióticaperfil de Botticelli, lámina delicada, malvada progre, me lo dijo un día, después del prime
polvo en su casa: —Bueno, yo no voy a caer en el adulteriburgués, como tú, que eres un burgués de mierdaÉl está al llegar. Mañana o pasado. Yo se lo voy contar todo y a ver qué pasa.
—Claro, claro. Todo, menos el adulteriburgués.
Una semana más tarde me dio la respuesta: —Se lo he planteado todo, lo hemo
acionalizado a nivel de pareja y dice que o él ú.
—¿Y tú qué has decidido? —Nada, le he dicho que ya lo habíamo
dejado.Pero en sus gafas redondas, de aro, habí
amor, y sus manos de semiótica buscaban lo quencontraron, entre la pana vaquera de mi pantalón
Martirio tenía un dos caballos con el que iba
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venía por Madrid, convocaba y desconvocabeuniones, se la veía subir y bajar en Amigos de l
Unesco, antes de la bomba, trabajaba mucho y er
muy lista, muy irónica, muy maligna. Pero puedque Martirio estuviese enamorada de mí. Eso né. Por la noche estuvimos en un hotel, en la fiest
electoral de ucedé, que tenía un tonnorteamericano, nos reímos, hicimos ironíavimos la televisión de datos, tomamos bebidas ddeshora y saludamos a otros infiltrados, quhabían ido allí a hacer la contracrónica. Como npodíamos hacer el amor en el dos caballo
Martirio me martirizó con una larga fellatio uego me dejó a la puerta del periódico, dondambién había rollo toda la noche. El dos caballo
de Martirio sonaba en la cuesta de Miguel Yust
como un autobús con motor de vespino, y estaba eel ruido del motor toda la rabia de aquella mujedébil, fuerte, delicada, roja y difícil. Entré en lfiesta del periódico.
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En el periódico, Ramón Tamames me sonreíanos sonreía con su sonrisa a medias, entrcampeón escolar de algún deporte y croupier qu
ha vuelto a ganar. Carmen Tamames, alta en suzapatos más altos, era ella sola como un carnavado Río en mitad de unas elecciones generaleOrtega nos recibía como el anfitrión de l
democracia. Juan Luis Cebrián y Felipe Gonzále—escrito ya en la pizarra de la madrugada uabultado triunfo moral de los socialistas—hablaban en un diván, a la vista de todo el mundo
entre todo el mundo, pero de alguna manera soloaislados.Era como si entre los dos estuviese
cambiando la Historia de España. Felipe, mumoreno y con mucho puro, sonreía con alas dorpresa en su sonrisa. El tanteo había sido cas
demasié. Y eso teniendo en cuenta los muertos quhabían votadfranquismo/postfranquismo/retrofranquismo en l
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cola de mi colegio electoral.Mucho personal, mucha cera, muchas noticia
bodas sin sangre de España con el futuro. Carme
Diez Rivera vino a mi mesa. Aún por entonces sa veía en sitios tan públicos. Viajando en sabanico, volando en el clima de su melena rubiame traía algo que se había sacado del pecho.
¿Un pañuelo, un billete escrito, una esquelitomántica, un caramelo, una quiniela electoral? L
besé en su frente pura y comprendí que estabenamorado de ella.
Era tan raro como sentirse enamorado de u
primer ministro.
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La guapa gente dederechas y la veloz huida
del cronista, que se dejó unpie en el lance
UNA tarde, a última hora, estaba yo en uncafetería de Goya, leyendo el Informaciones entrbandadas de viejos y viejas que se repartían lcarroña cotorrona de las tartitas de nata, cuandadvertí en el aire que el aire se tensaba y quaquello iba conmigo.
Pasando de la columna de Alfonso Sánchez otra cosa, miré distraído el entorno de abrigoacumulados en la gran travesía del invierno, y e
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eguida lo tuve: un adolescente de mandíbulenérgica, flequillo breve, cazadora de practicaalgún deporte y prensa épica en la mano. M
miraba con fijeza y con disgusto casi infantil.Bueno, seguí leyendo el Informaciones, queuna vez volado el Madrid , era el periódico progrde la tarde. Pensaba yo, o entrepensaba ya en uartículo sobre las grandes voladuras de nuestrhistoria mística y mágica: ascensión a los cielode Carrero-Blanco, asunciones del Greco Murillo, voladura del diario Madrid . El cielo azude España siempre acude a tiempo, cuando la
cosas ya no tienen remedio en la tierra, y se llevpor su escotillón de luz a los elegidos por edestino o por el Ministerio.
Pero el jovencísimo beisbolista, o lo qu
fuese, seguía montando guardia frente a mí, en lbarra. Me hubiera gustado tirarme a su hermana¿Y qué sabes tú si tiene una hermana? Seguro quiene una hermana como él, pero con carne d
chica, no de chico, que eso siempre lo h
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distinguido yo muy bien. Una hermana adolescentebien alimentada, flor de la prosperidad franquistaefébica, atlética, andrógina y un poco tonta, per
caliente, como otras que me había trabajado yo poel barrio de Salamanca. A lo que íbamos: el nuevEstado español nace de dos dulces voladuras —Carrero, el Madrid — y una pesada sepultura: losa de Franco. Lo dejó teorizado Eugenio d’Ors
formas que pesan y formas que vuelan. Unas otras se habían equilibrado para dejamos en emedio, en el centro de la Unión de Centro. Algasí. El artículo no había más que ametrallarlo e
un cuarto de hora, a la mañana siguiente. Si es qulegas a la mañana siguiente, cabrón, me dije
porque ahora eran dos los beisbolistas y, echanda un lado el periódico, doblado, decidí hacer algo
Por ejemplo, levantarme al teléfono a llamar Mozart.
Justo. Hubo una doble alarma en el mostradoAmbos chicos reproducían mis movimientos
distancia, como un joven espejo de dos lunas. Fu
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al teléfono, hice como que llamaba y no llamé nadie. Primero asomó la cabeza de uno. Luego ldel otro. Sabían que por allí no podía escapa
zona trasera y ciega de la cafetería), pero scercioraban. Volví a mi sitio, pagué la cuentaolvidé el periódico, tomé el abrigo negro y lbufanda roja. El grupo de muchachos era ya casun equipo olímpico en la barra. Había corrido lvoz. Unos venían vestidos de baloncestista, otrode veraneante de los años treinta en San Sebastiánotros de béisbol, otros de motoristas de la muerteotros de Supermán y así todo un cómic d
derechas, con bates, lanzas, rifles, espingardaadargas, gumías y revólveres, todo muy visible ntercambiable. Yo iba y venía por la cafetería
que tiene forma de pasillo. Ellos me observaba
con descaro y algunos se habían situado en lpuerta de la calle, en la acera. Consulté el reloj da cafetería, verifiqué la hora, nueve menos cuarto
con mi reloj de muñeca, plata y terciopelo, volví
verificar, transformé mi miedo en impaciencia, m
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ndecisión en espera y, al fin, arropado en loelegantes harapos de vejez de un grupo que salí—ancianos v ancianas—, llegué a la calle, dond
me esperaban, pero ya desde la puerta giratoridonde me dejé un pie enganchado), había iniciado el salto hasta la calzada, a semáforo abierto
parando un taxi con el cuerpo, como Manoletparaba los toros.
No di la dirección de Mozart, sino la dMartirio, que vivía mucho más lejos (VillFontana o así), mientras cerraba por dentro lapuertas del taxi. Giramos en Velázquez y el grup
venía corriendo por la acera y desde la esquinanclinados, me hicieron amenazas, con much
mover sus armas, estacas, palos, bastones de golf pinchos de hierro. Me dolía la pierna izquierda
claro, puesto que me había dejado un pienganchado en la puerta giratoria, pero no me dcuenta hasta que corríamos ya por la carretera dExtremadura. Abrí una ventanilla para respirar e
viento de la libertad, el vértigo de la democraci
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—qué coños de democracia—, el galernazo de loledad y la lejanía.
Martirio me recibió sorprendida, disimulandu agrado en ironía:
—¿Tú a estas horas? Y sin un pie.Yo iba a la patacoja. Me sentía a gusto
ranquilo, protegido, en aquel barrio obrero. Sólme preocupaba que estuviese él. Bueno, podícontarle todo el rollo.
—¿Está fuera otra vez?
—Y ahora me parece que para siempre. —Claro, todo menos el adulterio burgués. —Anda, pasa que te curo un poco ese muñón. —¿Y el niño? Mañana me vas a Neguri a ve
i han encontrado un pie perdido. —El niño está con mi madre. Lo dices como s
fuera un zapato. —No es un zapato. Es una bota.
Y mostré la otra, de tafilete, tacón alto y fin
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puntera, siempre un poco despellejada de daropezones por Madrid. Cenamos en la cocina, u
huevo frito, y luego ella secó los platos. Yo m
entía seguro, experimentaba la confortabilidad da pobreza, vivía aquel barrio como un regazoejos de los crispados barrios burgueses. E
cualquier bar de ahí abajo me habrían dado uabrazo e invitado a una caña. Martirio y yhablamos un poco de libros, de política, mientraella me curaba, y luego nos fuimos a la camaHicimos el amor tranquilamente, honestamenteosegadamente, honradamente, monótonamente
que Martirio era mujer de orgasmo sutil delicado, que se le echaba atrás por nada.
Me dormí sintiéndome el sustituto legal deotro. Qué horror. Siempre estamos en lo mismo
Fuimos aquella noche una pareja progre, normal proletario/intelectual, con Lenin y Trotski, econtratipo, vueltos de cara a la pared en suconos, por no ver nuestras fornicaciones. A l
mañana siguiente, Martirio se fue en su do
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caballos a Madrid, a buscarme el pie perdidoEstuve, al sol obrero del barrio, escribiendo en smáquina dura y difícil, que sonaba a lata d
conservas, el artículo Carrero/Murillo, D’OrMadrid , formas que pesan/formas que vuelan.Casi a mediodía llegó ella con la bota: —Se la iban ya a dar a un pobre.Me puse la bota, con el pie dentro. A
principio quedaba un poco zurupeto, comQuevedo, pero me acostumbré en seguidaAdemás, me gustaba ir de Quevedo por la life.
Después de comer, y antes de que Martirio s
dispusiese a una siesta erótica, me despedi: —Bueno, que me bajo a coger el autobús ah
abajo. —Te llevo yo en el dos caballos.
—No, deja. Tú tienes cosas que escribir. Lcual que tu máquina es como hacer artículos en uanque nazi. Le he arrancado un artículo a hostias.
Me confortaba cojear por el barrio, coger e
autobús de los oficinistas y las cajeras que volvía
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al trabajo, sentirme vagamente identificado, entraen Madrid por el paseo de Extremadura, que se vel Palacio Real y los edificios de la plaza Españ
como una ciudad dentro de un bosque, por everdor de la Casa de Campo y el Campo deMoro.
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La resistencia, eltardofranquismo, la
izquierda recreativa yMaría Asquerino
YO había vivido el tardofranquismo a la sombrde las muchachas rojas. Noches de Olivepresididas por la trasnochatriz María Asquerinocon su Versalles de galanes, galantes, violantevioladores, cómicos, cómicas, enamorados dvarios sexos que hacían cerco y círculo en tomo a reina tácita del alba del alhelí albertiano y dzquierdas.
Era la izquierda exquisita o izquierda festiva
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como, más madrileñamente, la llamó ManolSummers. Tenía su zarina en la gran María y scabeza visible, de calva pálida y un poco papal, e
Adolfo Marsillach, que a veces se quitaba o sponía la cabeza para que se le viese la inteligenci—se le veía de todos modos—, y que por entonceenía una mujer oficial, espectacular y quizá bana
Tere del Río.Pero María y Adolfo (que era el dueño de
ocal) eran como dos galaxias distintas, distanteYa dice Sartre que el Universo se soporta a smismo en vilo gracias a la mutua desconfianza d
as galaxias: —Dice Sartre que el Universo se soporta a s
mismo en vilo gracias a la mutua desconfianza das galaxias.
Yo soltaba esto en las tertulias de Oliver, parquedar literato, pero Sartre se había salido ya dePartido Comunista Francés y no estaba muy bievisto entre la izquierda, aunque fuese exquisita
festiva.
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Lo de María era un reino oscuro, sexual hermético. Lo de Adolfo era una corte clarantelectual y sigilosa. Luego, mucho más tarde
María habría de confesármelo. —Y lo enamorada que estuve yo de Adolfohace tantos años.
Gabriel Celaya, de ojos clarísimolorosamente alegres, y melena blanca qu
presagiaba la melena que luego traería Alberti, ea transición que ahora estoy novelando. Buer
Vallejo, con algo de bailador de tango dprovincias, bailando siempre el último tango e
Guadalajara con Carmen Lozano o con su santesposa. Y una obra de Buero, un cartel de Bueriempre en la calle, en la noche, en las tapia
mordidas de Madrid, como una premática
pandecta de antifranquismo que el franquismoportaba como podía. Paco Rabal, siempre co
más morenez de gran matador fuera de temporadque de gran actor, que es lo que era y es. Carlo
Bousoño, a veces, sutil, gentil, esmeril. Y
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Francisco Nieva, el Batille castizo del casticismde vanguardia, con relatos cortos y comediaargas sólo para los conocedores e iniciados. O
Raúl del Pozo, pegando patadas a los veladorepara demostrar en todo momento sdisconformidad con el Régimen y para hacer máevidente la violencia magnetizante de su prosaentonces sibilinamente utilizada por eausente/omnipresente Emilio Romero.
Cuco Cerecedo, entre las mujeres y el TerceMundo, entre Galicia y la bohemia, entre la ironí la pornografía, con un dandismo desplanchado
descuidado que llegaba a sus mejoreaproximaciones cuando él se dejaba la barbaAhora, hace poco; ha venido la noticia:
—Que Cuco andaba por Suramérica co
Felipe González. Que le pegó la presióatmosférica más la presión arterial más la presiódel alcohol más la presión del afgano. Se hmuerto en la habitación del hotel, elegantemente
pidiendo sólo una aspirina.
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Siempre fue hombre que se arregló con pocoEn Oliver dejó una leva de viudas jóvenes hermosas: Julitina, Yolanda Ríos, Terele Pávez
Hafida, entonces embajadora socialista dArgelia, Carmen Garrigues y más. Unas eraviudas puramente intelectuales y otras viudaefectivas, que hubieran podido cobrar pensión poél, si él hubiera dejado alguna pensión. Cada unme iba contando su caso y todas se sentían lúnica, cosa que me hizo seguir aprendiendo sobrel exclusivismo afectivo de la mujer, bien seobre un vivo o sobre un muerto. Son adorable
odas.Vitín Cortezo, en sus últimos tiempos, qu
ecibía la visita parisiense y exiliada de PepitZamora, el gran dibujante de los felices veinte
porque en el tardofranquismo empezaban a volveos que se habían llevado la canción, aunqu
volvieran un poco roncos para cantar. Vitín ldecía a Pepito —dos carrozonas de gran eslora—
cruzando la Gran Vía delante de un municipal:
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—Pepito, este urbano traga.El urbano les oyó. Era alto y fuerte, per
parece que no tragaba y tuvieron que cruzar l
calle a semáforo cerrado. Vitín hacía la noche cou perro, al que le colgaba del collar unos globomuy reventones de oxígeno, que se manteníaiempre flotando en el aire policiaco de las noche
de Franco. Lola Gaos, hermana de JoséAlejandro, Vicente y Femando, todos geniales donquera o roncos de genialidad. Eduardo Rico
que había anticipado personalmente ueurocomunismo innominado, y esto le tenía e
entredicho o al margen del partido. Lola, su mujeasturiana bella a la manera asturiana, con los ojoa boca y la nariz grandes, con cabeza de hermos
caballo romano, más que griego, que fumaba
conversaba y, sobre todo, vigilaba el nivel etílic apollineriano de su marido. Más algún catalá
que venía de paso como trayendo, con el aura de lBarceloneta cultural, un aura de liberté, esperanz
no mucha caridad.
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La Vía Láctea de cada noche, para la izquierdexquisita, era Oliver/Paddington/CarrousselOliver era la tesis, la especulación, la teorización
Paddington (en la calle Reina) era la antítesis, eigue, el desmadre, la música y el baileCarroussell era la síntesis, el enrolle mediante lgeografía política, el equilibrio del terroexplicado como equilibrio sexual/ecológico, allen la calle de Valverde, a la sombra capitalistamonopolista y cubista de la Telefónica. Lprocesión se hacía, hacia las tres de la mañanacon María Asquerino a la cabeza, coronada d
whiskies y de rosas de cretona de Oliver que lhabía donado Jorge Fiestas. Detrás iban lacómicas, los cómicos, vestidos según sufunciones, que acababan de terminar: de tenorio
de bailarines rusos, de Ofelias, de carlotercistabuerovallejianos, de criadas con cofia de AlfonsPaso, de coturno a lo Jean Genet/NuriEspert/Víctor García, o de Ché Guevara, que es d
o que iba Francisco Rabal, con puro encendido
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hombría murciana.Después de la farándula, los periodistas, lo
poetas, los reporteros, los escritores, lo
catalanes, los homosexuales, la melena de Celayaun seno perdido de Tere del Río, el perro de Vitíncon su planetario de globos, las pingaletas de Raúdel Pozo, con tres o cuatro niñas de la Escuela dPeriodismo que querían aprender de él, por vívaginal, aquella manera hemingwaiana —violencia, whisky y sexo— de hacer eperiodismo.
Era un cortejo perfumante, iluminado, u
osario de la aurora inverso que no sé cómo nencadenó la pasma una noche, de principio a finAmilibia, Carril, Cervino y Antonio Casado, qugustaba de hacer un alto en una tienda de tortilla
de patata. Ni taberna ni tienda de comestibles. Unienda oscura y austera, detrás de la Telefónica
una tienda de tortillas de patata, antigua y gravcomo una tienda de gorras o tejas de cura de l
Plaza Mayor. Allí nos metimos Antoñito y yo
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alguna noche, para hacer un alto en la procesión, amargen de los oscuros clarines y los paladines demarxismo ¿venidero?, y comernos a medias un
ortilla de patata recién hecha.Antoñito me daba la noticia tremulenta eciente:
—Que Franco ha cesado a Vigón comministro de Obras Públicas.
—Bueno. —Nada de bueno. Es un general menos. Le h
mandado el motorista. Mañana lo damos.A mí, eso de «es un general menos» m
ecordaba lo que dijo Franco cuando le informarode que las elecciones norteamericanas las habíganado Eisenhower: «Bueno, por lo menos es umilitar.» Y sabía lo que decía, porque el milita
vendría luego, en el cincuenta y nueve, a pegarlun abrazo sepia a Franco. Por eso yo me sonreícuando los pintores del grupo le reprochaban Dalí sus boutades franquistas:
—Dalí no tiene nada que hacer en Estado
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Unidos, por su franquismo. —Para franquistas —decía yo por epatar u
poco a María Asquerino, que no se epataba nad
—, los Estados Unidos de América del Norte. Lque sostiene a Franco no son las boutades de Dalino las armas del Pentágono. Para que luego l
hagan asquitos a nuestro pintor los bujarrones dManhattan.
En estas cosas pasábamos la noche. Y ldorada comitiva, brillante, fantasmal, como unanta compaña del cosmopolitismo y la resistencitodos estábamos muertos) seguía su deriva haci
el Pasaje de San Ginés, donde bautizaron Quevedo, para desayunar chocolate enchocolatamos unos a otros con bigotes dedesayuno, bigotes Gioconda/Dalí, que eran l
última burla al relevo de la policía nocturna por ldiurna. El perro de Vitín ascendía a los cielopresagiando otras ascensiones y voladuralevado por sus globos de color republicano.
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Almorzando conFragabarne en el interior
de un iceberg cúbico comohielo para el whisky (másBalmes, Ruiz Gallardón,
Arias Navarro y una hidramarxista)
MAYO apretaba en el setenta y siete. Habíemperatura electoral y soñarra preestival en lo
hombres del tiempo. Fragabarne, quizá pohacerme olvidar lo del tiro de pan en el codo, m
nvitó un día a almorzar, en plena campaña —suy
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—, con mi viejo amigo Ruiz-Gallardón y algunohombres vagos de la Santa Alianza, entre los quhabía un señor que tenía un cine en la Gran Vía
e manifestó muy de don Carlos Arias Navarro: —Don Carlos es todo un caballero y usted henido un gesto, don Manuel, al incorporarle a sista, y le ruego comunique a don Carlos m
adhesión, mi amistad y mi fidelidad. Desde luegque le votaré.
Debió ser el único. Ruiz-Gallardón y yhabíamos cantado zarzuela juntos en las casas biede Madrid. Él hacía el tenor y yo el barítono, y as
nos ganamos, durante todo un invierno, la máexquisita manutención entre la high/high. JosMaría tenía más repertorio y yo más oscura voz. Amí me venía la cultura zarzuelera de habérsel
oído cantar todo a mis tías, que eran modistas, y shabían cantado todo el género chico a la máquinde coser. Yo creo que José María, cojo, separad de derechas, había estado directamente en todo
os grandes estrenos de zarzuela del siglo pasado
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Después de nuestros recitales, discutíamos upoco de política. Yo había sacado mi libr
emorias de un niño de derechas, y Ruiz
Gallardón, que hacía la crítica en ABC , con muchchamarilería de interjecciones, admiracionenterrogaciones, puntos suspensivos y otra
charcuterías tipográficas que desprecia cualquieescritor sensato, dijo en su reseña: «Umbral hitulado su libro Memorias de un niño d
derechas, pero a mí no me engaña: Umbral es uniño de izquierdas.» Tras esta infinita perspicacicrítica, seguimos haciendo zarzuela por las casa
bien de Madrid —los Fisac, los Badell, loAzpiazu—, hasta que él entró en la Santa Alianza e compró una hidra marxista, una especie dguana cruzada de perro dogo, que paseaba por lo
bares y corrillos de Serrano, siempre el bicho coa prensa bélica y épica en la boca espumeante. Y
no sé cómo José María podía leer luego aquelloperiódicos tan babados. Pero ahora estábamos all
Allí era una inmensa habitación de hielo en l
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que nos movíamos como burbujas dentro de uno desos cubitos que le ponen al whisky. Cubiertos dplata de hielo, aire parado de hielo, camareros d
hielo reverencial, hilo musical de hielo, mariscode hielo, protocolo de hielo. Allí era de hielhasta el hielo de la cocacola. Comprendí quFragabarne, más que una satisfacción, me ofrecíuna venganza por las cosas que yo escribía de éen mi columna. La frase «Fraga tomó su fusil»utilizada por Cerecedo para una serie periodístico un libro, era mía, como bien sabe ManLeguineche de cuando proyectamos hacer un libr
colectivo sobre el instantáneo ministro de lGobernación. Congelado en mi hielo, que mentraba en el cuello como un silencioso cuchillártico, yo sentía cómo me iba despertando l
fiebre fría y ronca de la faringitis y cómo ecuchillo seguía inexorable su rebanada, que era mcuello, de modo que me mantuve inmóvil todo ealmuerzo, mirando a la gente de reojo, pero si
girar la cabeza, porque sabía que la tení
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guillotinada y sólo esperaban a que moviese ecuello para verla desprenderse.
Aprovechando mi inmovilidad, y mientras y
me iba descabezando o no, Fragabarne, sin aludpara nada a nuestro tiroteo con pan, y tras eprotocolo mínimo de una presentación por parte dosé María, empezó a darme un curso completo
acelerado de conferencias políticas, históricaiterarias, científicas, recreativas. Me dio un
conferencia sobre Balmes, otra sobre D’Ors, otrobre el marisco gallego, otra sobre el frío (e
aquel sitio, yo la habría preferido sobre el calor
otra sobre el franquismo, otra sobre las inminenteelecciones generales —«España es lo único qumporta»— y otra sobre el irish-coffee, bebida qu
parecía conocer a fondo desde sus tiempos d
embajador en Londres, cuando un día, paseandcon Vidal Beneyto por Hyde Park, como Vidal ldijese algunas verdades, Fragabarne exclamó: «Naguanto más.» Y echó a correr atléticamente por e
césped.
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Vidal corría tras él, predicándole a gritos eiberalismo y la democracia, y Fragabarne lespondía con su repertorio de fichas histórica
de modo que la conversación siguió igual, pero rote. La conferencia que más me gustó, dehombre-conferencia, fue la del irish-coffee, aproveché para pedir uno muy calen tito, con todclase de alcoholes y azúcares quemados y siquemar, por ver si, con la licuación de la sangree me soldaba la cabeza al cuello. Pero el iris
estaba helado, frígido, y el primer sorbo me deja garganta llena de estalactitas y estalagmitas d
hielo.A los postres, Ruiz-Gallardón me propus
obsequiar al líder de la democracia fuerte con uaria de La Revoltosa —hace tiempo que vengo a
aller y no sé a lo que vengo, cuando tengo uncosa que hacer, no sé lo que hago—, pero, aunqume gustaba la idea, por acallar la conferencincesante y reanimarme un poco, al abrir la boc
comprobé con espanto que estaba mudo, que sól
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enía un hueco de helor y hermetismo, de nieve aconismo, entre mis pálidos labios.
Ruiz-Gallardón, en vista de que no cantábamo
Fragabarne seguía hablando, se entretenía eecharle a su hidra marxista pastelillos de caviabrochetta y osobucco. La hidra lo cogía todo en eaire.
Fragabarne, sin duda, me había querido matamediante el crimen perfecto del frío, que no dejhuellas. Recordé cuando estábamos en un guatequpolítico en casa de Pacordóñez, por Mirasierra, de Tamames, y llegaban noticias del Fragabarn
ministro de la Gobernación, que había detenidunos cuantos platajuntos:
—La calle es mía. Los prisioneros son míos.Pude haber muerto, o haber quedado hibernad
para siempre, como el imbécil de Walt Disney, eaquel inmenso cubo de hielo, pero me sentí ratóMickey, Tom y Jerry, Aristogato, dibujo animado, puesto en pie, les hice una helada reverencia
me despedí. Fragabarne me dio una man
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extrañamente cálida en aquel iceberg geométricque también tenía algo de igloo lapón de derechas
Le rasqué un instante la cabeza a la hidr
marxista, como si fuera mi gato, y salí a la calledonde la luz caliente de la Gran Vía me hizo lespiración artificial y el boca a boca, tirado y
panza arriba en un banco municipal. Era como suna sueca o una yanqui —Catalina de Siena, earcángel San Gabriel que usaba pestañas postizapara bailar desnuda en Pasapoga— me estuvieshaciendo su boca a boca de glamour y salud.
Pero Catalina de Siena, arcángel San Gabrie
de pestañas postizas, debía estar durmiendo aquella hora de sol su noche de has, con el librde Benjamín (editado por Jesús Aguirre) comcabecera. Me senté en una terraza de la gran call
a tomar una cocacola del tiempo, un café doblcaliente y un té caliente con leche caliente. Ypodía girar la cabeza sin que me rodase, pero mpuse el moquero a modo de foulard para tapar l
esgadura de la guillotina de hielo. Era la segund
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vez que el fascismo —fascismo es Patrihipostasiada— atentaba contra mi vida. PerFragabarne lo había hecho mucho más fino que lo
colegiales de los revólveres. La Gran Vía estabeprosa de carteles electorales y por delante de mpasaban las eternas y siempre renovadas tíamundialorras de mi amada calle: negras, hindúeanquis, españolas que iban a Galerías, turistas
chicas de los recados. Podía uno quedarse aloda la tarde, a salvo de los «patriotas sueltos»
que decía Mozart, viendo mujeres.
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Sagrario Pérez, de tedio yplateresco, entre el
orgasmo clitoridiano y eldesencanto político
SAGRARIO Pérez era una de las muchachas eflor a la sombra de Oliver. Sagrario Pérez teníestudios, licenciaturas, cosas, trabajaba en uBanco y era del partido. Sagrario Pérez mgustaba más que ninguna de aquellas muchachapor su gravedad, por su mutismo, por la calidaalfarera y azteca de su rostro y su cuerpo (no ermuy alta), tocado todo de una inteligencia que nenía nada de azteca, maya, precolombino
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mágico, sino que era el más encarnizadacionalismo occidental bajo todas sus formas, d
Freud a Marx y de Reich a Castilla del Pino.
Sagrario Pérez, en el Banco, hacía esa labor upoco parroquial del partido en la clandestinidadcuando el tardofranquismo: vendía pósters escondidas, rifaba viajes a Bulgaria, convocaba desconvocaba reuniones, como Martirio, escribía documentos de protesta laboral contra lempresa, que luego pasaba a la firma a todos locompañeros del Banco. Sagrario Pérez hacíornada completa o continuada, por la tarde leí
mucho y por las noches vivía el misterio de lzquierda exquisita y se beneficiaba a todos lo
varones de esta izquierda —actores, intelectualeperiodistas— buscando la internalización de s
orgasmo, como decía ella, de haberlo leído en lopsiquiatras y antipsiquiatras:
—Mira, Sagrario, no se dice internalizaciónino interiorización. Eso de la internalización e
un barbarismo de las malas traduccione
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científicas: —Tú eres un estilista y un gramatiquero y u
mierda.
Así empezó nuestro amor.Por las noches, en Oliver, nos cogíamos unmano cuando la discusión sobre la futura forma dGobierno (a la caída inminente de la dictaduralegaba a ilustrados delirios. Sagrario Pérez tení
una mano pequeña, concreta, seca, dibujadaprecisa, fuerte, segura, una mano que me gustabmucho.
Una madrugada, al final de la cabalgata, sant
compaña o rosario de la aurora roja, SagrariPérez me dijo sin dejar de fumar:
—Si quieres te llevo en mi seiscientos.Dijo «te llevo», y no «te llevo a tu casa». M
levaba. ¿Adónde? En mujer tan precisa no cabíavaguedades o descuidos dentro de sus cortafrases. Me llevó a su apartamento en el Parque das Avenidas, que era un pequeño piso reventón d
ipografía: marxismo, psicoanálisis, nueva novel
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francesa, los primeros sudocas del booatinoché, todo Galdós (el realismo documenta
que Marx amó en Balzac y hubiera amado en do
Benito). Una cama grande, ancha, apaisada, uncama para quedarse.Pero Sagrario, no acababa de funciona
Estuvimos hasta la hora de los panaderonternalizando su caso. Había tenido experiencia
múltiples, fugaces, apasionantes o decepcionantenunca completas. Era mujer de respuesta sexuadifícil. De orgasmo, ni rastro. Por otra parte, lhabía leído todo al respecto: Simone de Beauvoi
Margaret Mead, María Bonaparte, la hostia. Lmalo no era que lo hubiese leído, sino que creía eello ciegamente:
—Lo mío es un problema de cabeza y teng
que llegar al orgasmo mediante la penetración. Lotro, las masturbaciones y las coñas, son engañoA mí el clítoris me duele.
Por la tarde se leía todo el rollo afgano y po
a noche lo aplicaba. Fatal. Marx, Reich, Fidel, e
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Ché, Skinner, Trotski, Rosa Luxemburgo, estabacada vez más grises, tristes, desjodidos, apáticoen los libros y pósters de aquel apartamento, ya e
í gris y con un sol de frustración, en el crepúsculdel mirador. Estábamos ya en la mañana deábado, casi, Sagrario no trabajaba al día siguient podía consumir horas en la ponencia.
—Mira, tía, yo también me he leído toda esmierda. Pero el joder no es una cosa de la pelotae lo prometo. Tú eres una mujer de orgasm
único, difícil y critoridiano. Sólo llegarás a émediante la masturbación o automasturbación. E
donjuanismo queda descartado para ti, que no ereuna jai de orgasmo fácil.
O sea que la masturbación: —Pero con la boca no, que me trauma.
—Tampoco se dice traumar, amor, sinraumatizar.
—Vete a la mierda.Con la yema experta, incansable y sensible de
dedo corazón, como un virtuoso del pulso y pú
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como un Narciso Yepes, como un NicanoZabaleta del arpa de la mujer, siempre del salóde su sexualidad en el ángulo oscuro. Me cost
emanas, meses, años, que se dejase masturbaporque una feminista inteligente es algperfectamente inamovible. En general, lapersonas muy inteligentes y las muy brutas nvarían jamás de ideas. Sólo los de la áuremediocridad, desde Horacio hasta hoy, vamos venimos, promiseamos y no lo pasamos del todmal.
Una vez que le descubrí el orgasmo, ya entrus veinticinco y treinta años (orgasmo seguido d
penetración rápida, para fundirlo todo en uno), lo
colores de aquella casa triste se incendiaron, hubuna hoguera de verdor que entraba del Parque das Avenidas. Trotski, Fidel, el Ché, Ros
Luxemburgo, Brecht y toda la iconografía de l
casa alegraron la cara y me recibían com
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diciendo: —Bien, muchacho, por fin lo hiciste.Descubrí que el apartamento era de colore
que los libros tenían luminosos lomos y quSagrario sabía preparar sorprendente—«sorpresivas», diría ella, que estaba con el flipudoca— meriendas.
O sea que me hice el rey de la casa.Por las noches, en Oliver, a la luz baja de l
conspiración, Sagrario Pérez me miraba, de lejoo de cerca, con sus ojos hermosos, tristes, alegreluminados por los candelabros de Jorgito Fiesta
yo leía en ellos la gratitud, la amistad, ladhesión eterna de una mujer a quien había tenida paciencia de descubrir su propio cuerpo y l
fuente de la eterna juventud que llevaba en e
clítoris, hecho yo un Ponce de León con barra anza de pan y bufanda roja por todos los Orinoco
fascistas de Madrid.
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Ahora, desde el setenta y siete hasta nuestro
días, nos encontramos en los mítines del partidopor Arturo Soria o por la Casa de CampoSagrario Pérez me coge una mano un momentoaunque vaya con su chorvo de guardia. Estamoos dos un poco tristes de que la cosa española n
vaya como debiera, y luego ella mira, con orgull pena, cómo los grupos me arrebatan, me llevan
beber vino de todas las botas, de todas labotellas, a morro, me arrastran a firmar en toda
as gorras rojas de visera y todos los carnets departido —yo que no tengo carnet de nada—porque se acuerda de cuando yo era suyo y no das multitudes, sólo suyo, en aquel amor torturado
dialéctico y paciente del Parque de las AvenidaAlguna vez, después del mitin, me ha dicho lo daquella noche:
—Si quieres te llevo en mi seiscientos.
Atrás dejábamos un mitin con Carrillo
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Dolores, Alberti, Rabal, Tamames, SánchezMontero y toda la basca. «La horda», que diceos editorialistas de porcelana, rugía de pasió
histórica, pero nosotros sabíamos —ay— que nhabía nada que hacer. Y la tristeza última que haenido nuestros postreros encuentros sexuales n
ha sido ya de dificultad, de frustración o dncomprensión, sino, dentro de la total ubrificada compenetración, la doble tristeza de
paso del tiempo, que empalideció nuestro idilio el rojo de algunas banderas.
Sagrario Pérez, amor.
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Volando con un cuerpoastral llamado Carrero,
como submarino amarillo,por las cien mil leguas que
distan de la democracia
BA yo a comprar el pan y flotaba como udiciembre vago en el aire paralítico de la mañanaEntre las gentes se distribuía un general ceño, un
cosa ceñuda y colectiva. Me lo dijo el quiosquero —Que han volado a Carrero.Siendo la frase casi surrealista, la comprend
en seguida y hasta la situé en su contexto, y cre
que lo mismo le pasaba a todo el personal. Esta
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cosas tan insólitas y tan redondas se las apropia eeguida la conciencia colectiva. Lo verosímil e
en cambio, lo que va y viene, lo que no consigu
echar raíces en la opinión, lo que se queda entre echisme, la calumnia y el rumor. Me acerqué a magencia de prensa y Manu Leguineche me dio yodos los detalles técnicos del caso.
Manu Leguineche, alto, grande, vasco, eternoniño, adultísimo, fijo como un árbol del Pirineo úcido como un Hemingway en el tercer gin-tonic
Pero a mí no me interesaba la previsible caída das formas que pesan, sino que sólo me interesab
a ascensión, la subida, el prodigio de las formaque vuelan, como explicaría tiempo más tarde eun artículo pseudodorsiano al que ya he aludido eeste libro.
La televisión ponía todo el rato músicarcangélica y daba partes periódicos sobre lrayectoria seguida por el cuerpo del president
del Gobierno, observado en su periplo de todo u
día por los telescopios gigantes de Robledo d
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Chavela, bases yanquis de Canarias, ObservatoriAstronómico de Madrid (con sus chismedecimonónicos de seguir al cometa Halley, qu
pasó entre dos siglos). Los locutores dcontinuidad daban severos partes sobre lvelocidad creciente o decreciente del cuerpastral, altitudes que iba alcanzando y resistencieinsteniana que le oponía la luz, la materia, lenergía o la teología.
La gente andaba por la calle mirando para e
cielo, como debió andar, efectivamente, cuando ecometa Halley, y ahora el cometa Carrero nos tenía todos con la tortícolis puesta, en udescabezamiento colectivo como pintado po
Magritte. Yo me estuve todo el día en la calle, coa barra de pan bajo el brazo, sin escribir artícul
ni ir a comer ni nada. De vez en cuando le pegabun pellizco al pico de la barra y eso era todo.
Empezó a reunirse personal en las azotea
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Todo el mundo tenía un catalejo de su abuelo, dmirar a distancia el desembarco de Alhucemas, acababan sacándolo. Las marquesas de
franquismo, ya repuestas del susto, subían a lronera de la criada y miraban al cielo con sumpertinentes de teatro, de haber ido toda la vida a Zarzuela a ver zarzuela:
—¿Se ve algo, Petra? —Antes ha volado una cosa, señora marquesa
pero era una avioneta anunciando el nescafé.Unas marquesas vieron pasar el cuerp
altísimo, vertiginoso y macizo del presidente de
Gobierno, y otras no. Era como volver a vezeppelines, globos o cometas Halley. Gracias a lvoladura, pegamos un salto atrás de un siglo uvimos un día retrospectivo, astrológico
astronómico y de no currar nada.Se esperaba que a última hora de la tarde
cuando el cuerpo astral/gubernamental hubiescaído en algún sitio, el Caudillo hablaría po
elevisión para precisar ese sitio y tranquilizar
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de qué iba, pero otros seguían sacándose unquiniela de catorce de debajo de la boina.
Una quiniela de catorce que el lunes sería d
nueve.A media tarde, el político viajaba o flotaba poas florestas y forestas del Pardo, Casa de Campo
Campo del Moro, riberas del ManzanareVistillas y Parque del Oeste, según Efe. SegúEuropa Press, agencia roja y del Opus, Carrerólo volaba sobre los cementerios madrileños —
San Isidro, la Almudena, San Justo, etc.—, lo quera prueba fehaciente de que ya estaba muerto
andaba eligiendo panteón. Santiso, César Lucas Pastor, este último del Arriba, le sacaron algunafotos antes de que se fuese la luz del cielo. Ehueco del Arriba daría al día siguiente las mejore
fotos del viajero, tanto por la calidad de sualleres como por el viejo e inspirado oficio d
Pastor, el hombre del pelo de lana blanca y laesposas adolescentes.
En las fotografías, Carrero-Blanco estaba entr
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platillo volante y Graff Zeppelin, pero mirandbien con lupa, que es lo que hizo Juan LuiCebrián en Informaciones, como periodista d
más recursos e imaginación, se distinguíavagamente las facciones recias del hombre dEstado y, sobre el traje de paisano, algunacondecoraciones civiles.
Era él.Cebrián iniciaba así el periodismo científic
del postfranquismo. La gente, como ya se cansabun poco de estar todo el día en la calledesatendiendo sus asuntos, como cuando va a ven
un presidente extranjero o Sofía Loren, la gentedigo, empezaba a jugar a los chinos en laescalinatas de San Felipe, Puerta del Sol (nexisten desde los tiempos de Torres Villarroel),
os políticos, que se ponían faringíticos a lntemperie, pese a que tenían tanto hablado
escrito sobre los luceros, se recogieron en eConsejo Nacional del Movimiento a hacer ensayo
de votaciones y cosas, por si había que ofrecerle
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Franco una tema para que eligiese el nuevpresidente. A Carrero, los más pragmáticos, ldaban por perdido.
Carrero entró por una torre de la Almudena alió por otra, como el camello que pasa por eojo de una aguja, con lo que los cronistamunicipales recordaron que la Almudenaeternamente inacabada, debiera haberlo estadpara recibir el paso de tan singular viajero.
En el Viaducto había gente asomada, segura dque el volatín se iba a estrellar allá abajo, poradición madrileña, pero los más despolitizado
e habían bajado a una improvisada verbennvernal de las Vistillas. Yo estuve un rato en l
agencia haciendo un artículo muy parecido a estcapítulo:
—Impublicable —me dijo Manu, con su mánapelable laconismo euskera.
Hacia las once menos cuarto de la noche, enavegante caía sobre el Cementerio Civil, o se
que hubo que trasladarle rápidamente a
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cementerio católico de la Almudena, que está aado. Toda la clase política se personó en el luga
para hacer guardia sobre los luceros.
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La niña Mozart, la mierdaa cualquier precio y la
música de órgano de lacatedral de Segovia
MOZART necesitaba has, aquel domingo por larde, y decidimos hacer una movida hacia el has: —¿Nos abrimos un poco para Malasaña? —Yes.Lo cual que Benjamín se enrolla mucho con e
has, en uno de sus ensayos. Benjamín se enrollcon el has en Marsella. Se me ocurre, de prontopara una columna —vive uno en función de lcolumnita— que Malasaña es la Marsella d
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de la madurez.)El taxi corría por el barrio de Salamanca
hasta atravesar la Castellana, reventón de fútbo
furbo, retransmisiones, quinielones de catorce, mosé María Garcías ubicuos que estaban viendo etransmitiendo mil partidos en el mundo entero
Todo este domingo deportivo español, tafragoroso como con Franco, se perfumaba dceniza fría de cenicero y sudor frío, invernal, daxista con muchos jerséis, hechos a mano, bajo e
cuero. —Que dice Schiller que la belleza es un
obligación de los fenómenos. —Si te vas a enrollar con Schiller, mejo
después del has. —No seas burra: yo lo traduzco así: l
democracia es una obligación de la Historia.Y todo esto porque en el Madrid democrátic
del segundo o tercer mandato de Suárez, el tiempolía a gomados, la democracia olía a guardi
muerto y el perfil donateliano y andrógino d
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Mozart iba pasando por un cine de pintadaprais, almagres, patria o muerte, aborto criminaojos al paredón, Tarancón al paredón, alístate a
equeté, divorcistas guairas, volveremos, 20/N8/J y otros mensajes cifrados en los que scrispaba ya la oratoria de los más explícitooratoria que resurgía guadiánica en el inopinad«Interviú asesino».
—¿Y por qué tratan a Interviú en masculinoEs una revista. La interviú o entrevista es ugénero periodístico en femenino (quizá porque lamujeres la hacen mejor que nadie, esto se m
ocurre ahora, Mozart, amor, pensando en RosMontero). ¿Por qué Interviú asesino?
—Machos que son. Para ellos no hay más qumachos.
Y Mozart me cogió una mano, en el fondo deaxi, con su mano de flor fatigada, alimentada sól
de aspirinas, como aliviando con el gesto sepentina proclama feminista. Juntamos u
momento la raya alborotada de su pelo y la ray
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alborotada de mi pelo.Malasaña. —Yo te espero aquí, por si la bofia, y tú hace
el camelleo —le dije.Me quedé hundido en el taxi, acompañando aReal Valladolid en su descenso a los infiernoprovincianos de la Liga, mientras veía a lmuchacha, con su chaquetón mío, marinero, que mí me estaba corto y a ella un poco menos —eamplio solapón subido, como una gaviota al cuell—, alejándose hacia el centro de la plaza sobrus altos, inverosímiles, inestables tacones, en e
equilibrio del mal pavimento, su ajustado vaquer sus andares cruzados, trenzados, como d
modelo o maniquí de algo.La quiero, le dije a José María García, que n
me oyó porque en aquel momento voceaba un goAnduvo Mozart por la Plaza del Dos de Mayocuadrada, desolada, patio feo de Madrid, corraconfuso donde se habían encontrado, como antañ
franceses y majos, hoy vecindonas de sainete
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huestes de esbeltas fuerzas guillenianas y sifuerza: cosmopolitas y pasatistas (en el sentido dpasar y en el de cultivar el pasado, un pasado, e
que habían elegido: Uccello, Giotto, Tintoretto —obre todo después de leer tardíamente el ensayde Sartre sobre el veneciano—, John Donne oimplemente, Garcilaso de la Vega). Los signo
del camelleo son como los del amor: quizá el amoha suministrado signos para todo lo clandestino, eel mundo, de la poesía a la droga. Un muchacholitario y embufandado que la mira. Ella, en tom
al quiosco cerrado, mirándole. La aproximació
enta, cautelosa, inevitable, casi sexual. Lventanilla del taxi es un cine con banda sonora dfútbol. A estos realizadores españoles es que no ses ocurre nada, coño, pienso de pronto, aqu
ienen un decorado, un clima, un mundo, upersonal, un tema. Pues nada, ni lo ven. Y miento momentáneamente lúcido entre los tórpido
chicos del cine, de Saura a Trueba, que por e
contrario son muy listos y casi todos amigos mío
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Mozart y el camello de la bufanda (cuadromarrones, blancos y tímidamente granate) estámuy pegados haciendo el trato. Se diría una put
vendiéndose por un cuarto de hora. Pero laedades no encajan. Estas últimas generacionegnoran la prostitución de una maniera natura
ecologal, angelical. Mozart me lo dijo un día: —Eso debe ser como meterse monja. Todo e
día enclaustrada, o pidiendo por las calles, y luega acostarse con el fraile más gordo y más feo.
La prostitución es un hecho burgués que, apartde indignarles, les da risa. Como entrar e
eligión. José María García le ha dejado todos lomicrófonos de España e islas adyacentes Fragabarne, en un informativo:
—Se acaba con el terrorismo matando má
erroristas que guardias —dice mverdugo/anfitrión.
Mozart viene hacia mí. El tipo del has se hperdido completamente. La niña, pálida de frío
pálida de clandestinidad, pálida de pálida, m
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onríe y entra en el taxi. Comprendo que todo hdo bien. Le digo al taxista que vuelta a casa
Hablamos de talegos, tate, material, kilos y afgano
Mozart se mete y saca en los hondos bolsones dmi chaquetón cositas envueltas en papel de plataLe cuento lo que ha dicho Fragabarne por la radio
—Eso es como decir que para acabar con lofurtivos del urogallo hay que matar más furtivoque urogallos —comenta Mozart.
—Cojonudo lo tuyo, amor. Mañana lo meto ea columna.
El taxi rueda de vuelta a casa, otra vez lleno d
puntos positivos y negativos, goles, goalaveragequinielas y, de pronto (el taxista debe habecambiado la emisora con su mitón azul marinodado que la quiniela no le favorece), de pront
Louis Armstrong, Patti Smith, Yves Montand en laemotísimas Hojas muertas. Ante semejant
provocación retrosentimental, Mozart me vuelve coger una mano con sus manos de flor aspirínica
Madrid es una ciudad donde se matan furtivo
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Alejo García, doña ConchaPiquer, Santiago Carrillo y
la legalización radiofónicade los rojos
ALEJO García arrancó del télex de Radiacional la noticia de la legalización del pecé corría escaleras arriba, hacia el locutorio, pardarla, y las grandes escaleras de mármol de lCasa de la Radio se desplegaban ante él como uacordeón de solemnidad y distancia, entre emutismo de los ascensores franquistas, que golpecon su puño fuerte, y la inexistencia de los ujiereque eran sólo una colilla extinta y un fallo en l
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quiniela.Alejo García subió y subió kilómetros d
escalera, hectáreas de mármol escalonado, acre
de geometría ascendente, montes de impecablepeldaños, y la cabeza y la tripa y la barba lpesaban, todo le pesaba, aquella barba progre eciente, aquella tripa incipiente y en cuart
creciente, aquella noticia que era como lexpulsión de los moriscos, pero a la inversa. Eocutorio era un pozo rojo, breve y altísimo, u
abrevadero de silencio y frescor, una capilla dcristal y actualidad, algo así como el gótic
funcional, si hubiera existido alguna vez un góticfuncional. Alejo García, asmático de prisa, democión, asmático de escaleras y noticia, asmáticdel asma repentina de la urgencia, dio la notici
rabucada, atrabancada, repetida, releída, aclarad confusionada:
—Fatal, la he dado fatal, Paco. —No, Alejo —le decía yo—. Esa noticia ha
que darla así.
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Porque si, según McLuhan y otros bujarrones a canadiense, la televisión es un medio frío, ladio debe ser un medio caliente, y nada calient
el medio como la emoción o la confusión deocutor, del redactor, del periodista, del mismmodo que el adjetivo, por excesivo o por insólitocalienta la escritura. Alejo García y yo noveíamos todos los fines de semana en un chozo damistad y música, entre Madrid y la sierra. AlejGarcía y yo teníamos dos pecados en común: laadolescentes y doña Concha Piquer.
A mí no me consta, pero intuyo como qu
Alejo García se había beneficiado algunamuchachas delgadas, nerviosas, morenas, esbeltaesquivas, de entre las viejas genealogías deperiodismo, y eso para mí ya suponía un respeto
Luego estaba doña Concha Piquer, cuya músiclorábamos juntos, él sobre su propia barba cresp
de rey godo y yo sobre el niño de derechas que macaba del pecho. Aquel chozo/refugio d
premontaña era una confusión de periodista
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médicos, actores, locutores, locutoras y argentinadistribuidas. Algo así como el santuario laico gruta de Lourdes infrarroja en que se abrí
abatinamente la presencia de Pilar Trenas, con songitudinal cabellera de oro, por la que rodabaastros oxigenados, y sus grandes pechos, mámaternales que sexuales, más matriarcales queróticos, más nutricios que novicios.
Dos grandes senos como dos cosechas dheno, como dos estaciones fecundas, como doclimas gemelos y distintos.
Y aquellos senos daban miel, cocacola, besug
al horno, whisky on the rocks para Sylvia Martínpasteles, pan, brazo de gitano, caramelos, trufanueces trufadas, nueces moscadas, tónicchwepps y amistad.
Dos grandes senos que eran como dos familiafelices y vecinas que se intercambiaban pescadomonedas, leche para los niños, fruta del tiempo, dos frutales propios, oro para los grandes aros d
os pendientes de Pilar, incienso para la hora de
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flipe y mirra para el conde de Montecristo, quacía desmaquillado de Pepe Martín, con s
propia espada clavada en mitad del catalá
materno. En aquel refugio de invierno, que teníalgo de barca tumbada boca abajo, sobre la arenaa resguardo de las celliscas y procelas del maerrano de los cielos, en aquel bungalow natura
con cañizo de palabras, digo, se llegó a mumportantes consecuciones, como cuando Man
Leguineche, prieto de información periodísticacon lengua de fuego de whisky en la cabezadirigió la escenificación del secuestr
Oriol/Villaescusa, con un reparto en el que habíprofesionales como Pepe Montecristo y RosMateo. Yo hice de niño de los grapos y la cosquedó decente, presentable. Alejo García, aú
convaleciente de haber dado la noticia del pecé de haber subido corriendo las pirámides dEgipto, con un desgarrón de télex en la manobebía algo, escuchaba a la Piquer, que ya n
onaba, y quizá entreveía en tardes de luz hertzian
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a belleza cenceña y suya de niñas malas violentas como el amor entre los perros candentedel verano.
Yo, como casi todos los sábados, les coloqumi parida: —La legalización del pecé ha podido costarl
el fusilamiento al amanecer a aquel jovefalangista que fue a Ulloa Óptico a compracatalejos para la clase política el día que volCarrero, en cuerpo astral, yendo y viniendo por locielos de Madrid. La legalización del pecé hpodido costarle a ese muchacho el ser arrojado a
mar con el crucero Canarias atado al cuello desguazado. Y tú, Alejo, ya te lo dije, has dado esnoticia como había que darla, porque el problemdel comunismo, en España, es un problema d
demonios nacionales, de daimon interior, como eproblema judío, el moro, el religioso, el de lunidad y todo eso. Siempre estamos expulsando os judíos y siempre estamos volviendo
ecibirlos, porque estamos incompletos sin ello
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como lo está el individuo sin su ángel o sdemonio. La vuelta de los comunistas es lprimera respuesta a la expulsión de los judíos po
sabel la Católica, y esa noticia sólo puede darsatrabancándose, Alejo, amor. Estos temas o tabúeo son porque dejan caer su cera encendida sobrlagas vivas del cuerpo nacional, como cuand
Sade dejaba caer cera sobre las llagas de RosKeller. El problema de los comunistas (y estnunca se dice, no sé por qué) ya no es político neconómico. Todo el mundo sabe que, en la Españde la transición, tienen su reserva pielroja y no le
van a dejar salirse de ella. Todo el mundo sabque no plantean la incautación de la riquezcapitalista o burguesa en absoluto. Entonces, ¿ques lo que crispa a los españoles, a favor, en contr
o todo lo contrario, cuando vuelven locomunistas, en hipótesis o en peluca? El problemeligioso, no nos engañemos. Lo que no se le
perdona a los comunistas es el ateísmo y nada má
que eso. Las otras reivindicaciones ya están mu
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asimiladas por el personal y, de otra parte, no svan a llevar a cabo. Pero la reivindicación decielo para la tierra, eso parece todavía u
escándalo intolerable. En el antiguo Egipto, laúnicas revoluciones campesinas que segistraron, pedían mejoras en el cielo. A las de lierra ya habían renunciado los campesinouestros comunistas, como aquellos agricultore
egipcios, piden también el cielo, pero aquí ahora, lo que equivale a negarle allá arriba. Creque el problema fundamental es económico, claropero como no hay cuestión, porque la economía n
va a cambiar de manos, el segundo y profundechazo capitalistaburgués al marxismo y a
comunismo es teológico. Millones de españoles npueden entender España sin Dios ni Dios si
España. Fascismo es patria hipostasiada y lpatria se hipostasía haciéndola soluble en Diomismo. Fuera ya con el rollo afgano y venga otrcoca con anís, Pilar, amore.
Hacia el alba, Alejo García y yo volvíamos
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os discos de doña Concha, discos viejos dmármol negro y arañazo de gato, discos rayadocomprados en el Rastro, por Alejo, el domingo po
a mañana. Y él, que había dado la noticia de legalización del pecé, y que tiene más o menos medad, sentía conmigo que estábamos matando lautobiografía que nos había matado, los 40/40infónicamente perpetuados y perpetrados po
doña Concha en Tatuaje: «Él vino en un barco dnombre extranjero, le encontré en un puerto aatardecer, cuando el blanco faro sobre los velerou beso de plata dejaba caer: era hermoso y rubi
como la cerveza, su pecho tatuado con un corazón en su voz amarga había la tristeza doliente
cansada del acordeón.»
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Sobre las piedras, entre mis pies, correminutísimas lagartijas. La lagartija se mueve eelámpago y parece desafiar, con su cabeza d
millones de años, con su miniatura prehistórica u pechito blanco, al San Jorge del sol con sadarga candente, que el sol siempre es un pocfascista. Yo estoy mecanografiando/improvisandesta crónica novelada y esperpéntica de lransición política española, desde el vuelo de
asteroide Carrero hasta nuestros días, y le doy mi libro la estructura circular, abierta, de molineteque tienen o tenían algunos libros de contabilida
de antaño, porque lo que no he entendido nunca cada vez entiendo menos es la novela enfeudada eí misma, construida como un panteón. Dice Andr
Bretón: «Ninguna novela ha probado nunca nada.
i siquiera ha probado nada en favor de la novelaañado yo.
Todo lo que siempre he pensado sobre el librabierto, el libro que nos escribe la vida día a dí
lejos de la fácil experiencia del diario íntimo),
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que es la única manera de eliminar el odiosdeterminismo del novelista (que Flaubert llevó amáximo creyendo abolirlo, con la desaparición de
narrador), todo eso lo he encontrado muchas vececorroborado en Bretón, aparte de otros, claroBretón escribe Nadja así, a medida que la aventuramorosa con Nadja ocurre, transcurre. Es la únicmanera de que el novelista no conozca el final y dque los personajes sean libres. También lo tengdicho y escrito, parafraseando a Sartre: La noveles un compromiso burgués.
Pues a tomar por retambufa con los burguese
con el compromiso, con Sartre y con la novela. Emagnolio (que es como una Ava Gardner vieja engalanada) es el que asiste más de cerca a mescritura. Los más ajenos son los grandes sauce
que dan curvatura al día y bajo cuyo ramajdiríamos que se ofrecen veladas musicales todaas noches del estío, con refrescos de agua
azucarillos y aguardiente para el personal, cos
que es absolutamente inverosímil, como e
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iempre inverosímil lo banal. El joven jardinerplanta marihuana y otros flipes en el invernadero en torno de la piscina, en tomo de mí hay un
deliciosa y desconcertante multiplicación de BDereks, de adolescentes con trencillas que correnaltan, se bañan, toman el sol, se hunden, cantane ahogan, se visten, se desnudan, se duchan, s
hacen y deshacen las trencillas. Nuestra democracia tercermundista ha llegad
al paraíso somalí de las trencillas. Somos yagracias a Bo Derek, John Derek, el cine y laevistas del corazón y del coño, una Somalia co
Parlamento, muertos en la calle, fascistas de-unou-otro-signo y prensa libre o en libertad vigilada condicionada. Mis Bo Dereks adolescentes estáiquísimas, como para irles comiendo la cosa un
a una, fresquita de piscina y juventud. El País, avgris de tipografía que se posa todas las mañanaobre el ciruelo estéril, que es como un viej
guerrero rojo y lanceolado, un Barbarroja vegeta
fiero, al que saca ejércitos de luz el sol de cad
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bien pudiera haber sido el jovencísimo AgustíTena, y de las alturas de los anfiteatros sdesprendían ramos de flipados, brillantes gajos d
muchachas de plata, y de la profundidad del patide butacas ascendía la mirra espesa, caliente nocturna de la expectación y el demasié. En eescenario pasaba algo, un asténico se masturbabo una niña rubia de grandes pechos y culo ligerba de un lado para otro, penetrada por toda
partes, entre Alicia de Carroll y Justine de Sade.Hice columna sobre aquel trip multitudinario
hablé de cuando el espectador crea el espectácul
a partir de lo que hay/no hay en escena. Me quedolo en la prensa madrileña defendiendo el eventdigo el evento porque era una cosa latinochéalvo la impecable imparcialidad de Har
Tecglen, siempre maestro, entrañable y sabio.Ahora, a un mes fecha, leo que el gobernado
de Madrid, don Mariano Nicolás, cierra el teatrporque en el estreno se vendieron más entrada
que butacas. La mala conciencia del poder siempr
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oma forma burocrática. «Sade vuelve a secondenado», dice El País.
No hago columna este mes de agosto. Estoy d
vacaciones, como todos los años, salvo earguísimo Spleen de Madrid que es este libropero yo les diría hoy a los críticos de la izquierd la derecha que se cargaron el espectáculo: ¿Vei
ahora, necios, sandios, torpísimos, tontoembrutecidos, zumbados, mangados, bobos, poqué defendía yo el «Sade», por qué había qudefender eso?
No era sólo un estreno teatral. Los estreno
eatrales siempre tienen algo de involuntario mitipolítico, y algunos lo han sido voluntaria nvoluntariamente. «Sade en el budoir» era e
nuevo submarino amarillo de los ochenta, en e
que viajaba una juventud que huye de la Historia e refugia desesperadamente en la cultura, qu
huye de la cultura y se refugia desesperadamenten el sexo, que huye del sexo y se refugi
desesperadamente en la droga, o sea en el y
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absoluto y sin salida, en el yo suicida, líricorreductible y a tope. Muchachas desprendiéndos
del artesonado como ángeles de neogynona
itanlux. Tres generaciones en círculoconcéntricos de ovoplex, jazz, rock, marcha mierda.
Don Mariano Nicolás, gobernador de Madridcierra el teatro mientras autoriza las actividadeparamilitares, fascistas y agresivas de locampamentos germanizantes, Legión Cóndouventudes Vikingas y todo eso en El Escorial, u
entrenamiento prebélico con himnos, cuchillo
bofetadas, svásticas y sangre. Don Marianicolás y yo estamos teniendo un plácido veraneo
Aquella movida nocturna y prefinal, aquellniña rubia y desnuda huyendo de sus padre
erribles (de Freud al propio Sade, para quengañamos, resumidos todos en el padrdoméstico de la sopa unida), abriéndose a unnoche de cafés acuchillados y drugstores d
música barroca. Han cerrado el teatro. Agosto e
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un engaño, como he visto hace tiempo, la luz euna inmensa pausa de monte a monte, tantesplandor pone el día negro, pero el poder n
para. Las Bo Derek se multiplican en la fiesta deagua, que clama espejos y desnudos. Laagartijas, primeros y últimos pobladores de est
península de roca y fuego, pasean vivacísimadentro de un zigzag o se mueren cinco minutos aol. El Rojito, mi gato, ha dormido enroscado e
mi almohada, como todas las noches, y, a la luz dedía, es cada vez un gato más claro, máransparente: va pasando del siena al oro y del or
al descolorido apenas rubio, en el pelo y los ojoAsí llega a transparentarse, a espiritualizarse ugato o una mujer cuando les queremos muchocuando les miramos mucho. La música hac
ransparentes las cosas, como la luz. Pero el amoes luz y música de un ser a otro, invisiblementeTengo treinta y siete/siete, escribo sin parar y laninfas de cochura solar me hacen pachá de u
paraíso somalí que tiene por ave de tipografía e
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periódico de la mañana. La piscina, loca de azume arroja miles de Bo Dereks adolescenteclamantes y desnudas.
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Guillermina José, losconciertos para cadáveres
del Ateneo y una niña biendel FRAP
A Guillermina José la conocí en los conciertos deAteneo, muriendo los sesenta. Eran unoconciertos como intemporales o clandestinos, eos que actuaba alguna orquesta sinfónica d
provincias o una solista gorda, celulítica entreteñida, a la que se le iba enrojeciendo eescote a medida que se internaba en los claros duna chopinianos, como lugar de paso para entra
en las selvas wagnerianas del oro, el sexo, la
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mitologías wikingas, desnudas y brutales, hasta eúltimo grito de walkiria de Conservatorio, quacababa con ella en brazos del ujier del Ateneo
quien le daba un vaso de agua fresca para pasar danta grandeza.Mientras estas cosas ocurrían en el escenario
el patio de butacas era un raleado de viejos viejas, de melómanos de la República y sordocalvoprusianos que estaban allí creyendo questaban en la Ópera, viviendo a tope el esplendomediocre de la Regencia. Generalmente, durante econcierto se morían algunos viejos o viejas, com
a señora Ranero, que era coja, o un señor dboina roja, carlista, que era alto, barbado valleinclanesco. Estos muertos sigilosos eran loque le daban más unción al concierto, y su maner
de estar escuchando, con los ojos fijos o cerradoen delicado equilibrio y correspondencia con lcrujiente butaca decimonónica, servía de ejempl recordatorio a los demás, a los que había
entrado allí porque llovía, sobre la sublimidad d
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Guillermina José era tan alta como yo, rubiade ojos grandes, inteligentes, parados, claros, dpies y manos enormes, de cuerpo espectacular
voz ligera. Guillermina José tenía sangre apellido franceses por parte de madre. Despuédel concierto nos tomábamos un café invernal en ebar del Ateneo. Yo había ido allí porque estabvolcado, y me había metido en el concierto parpensar un artículo, el artículo del día siguientpuesto que a mí la música no me dice nada, me dgual, pero tampoco me estorba, y dentro de es
masa de ruido y espiritualidad demasiés pued
nstalarme medianamente a pensar en mis cosas. —¿Y tú por qué vienes a los concierto
Guillermina José? Estás estudiando piano, claro. —Vengo a los conciertos para escribirlos.
Hostia. Esto me impresionó muchoGuillermina José tenía una doble formacióespañola y francesa. Iba al Liceo francés y estabempezando a escribir sus primeros cuentos y un
novela sobre Madrid, en la que seguramente iban
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alir aquellos conciertos para cadáveres con boinoja. Una escritora. Guillermina José, a su
dieciocho años, era una escritora (ahora tendr
unos veintiocho).Claro que escritoras, poetisas, recitadoras novelistas de concurso y café había conocido ymuchas, de provincias o de Hispanoamérica, pere veía que Guillermina José era otra cosa, un
escritora a la francesa, a lo parisino, una escritorde verdad. Guillermina José iba a ser comFrançoise Sagan (que aún estaba un poco de mod vendía algo entre las menopáusicas de Sésamo
como Simone de Beauvoir, como Colette. Porqueen España, una escritora ha solido ser umachihembrado zascandil que echa versos poodas partes y en todas partes. Pero, en Francia
una escritora profesional, consagrada, con o siGoncourt, es una papisa, una marquesa de Prousa catedral esa de Chartres que pintó Roualt, o e
que fuera, a todas horas y con todas las luces.
Esto quiere decir que los franceses creen e
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us mujeres y nosotros somos unos bárbaros quólo queremos tirarnos a las nuestras mediante l
coartada del celestinaje cultural o mediante un
docena de gambas a la plancha, eso que lodifuntos del casticismo llamaban «una planchada»Guillermina José, en el bar del Ateneo, me contque una vez la Condesa de Noailles estaba en lOpera, en París, y como no cesase de hablar coos compañeros de palco, los pequeñoburgueses l
gritaron que les dejase oír la ópera. Y la doailles respondió:
—La Ópera soy yo.
Así, con mayúscula. La Ópera era ella. EFrancia, la ópera siempre es una mujer, y la mod la política y la Revolución y la Ciencia, y hast
Francia o la Renault o la Citroen son una mujer.
Guillermina José me llevó a su piso de la callAugusto Figueroa. Allí había vivido toda sfamilia, una saga de condes, terratenientes, locoescritores, registradores de la propiedad, músico
alcohólicos, epilépticos, políticos, cancerosos
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entistas, siempre en guerra unos con otros, unocontra otros. Eran, me pareció, una familidostoiewskiana. Todo Dostoiewski metido en u
piso madrileño de renta antigua. Pero a medidque se habían ido destruyendo unos a otros, lopadres a los hijos, los maridos a las suegras, laviudas a los yernos, o habían huido haciapartamentos confortables del Madrid caraqueño de Puerta de Hierro, Guillermina José se fuquedando sola en el piso. Completamente solvivía ahora, con una doble renta española francesa (que no le daba para mucho), en aquell
ucesión de dormitorios nupciales que sencadenaban con otros dormitorios nupciales, donde los efectos de repetición, rotación raslación eran siempre más ricos, variados
deteriorados en la realidad que en los gigantescoespejos de la casa, que nos protegían o noamenazaban como coraceros con coraza de platota. Guillermina José estudiaba Filosofía, iba a
Liceo francés, hacía traducciones para vivi
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Conquista entrar en la vagina de una llamboliviana. Guillermina José era una vagina dlama boliviana, una cabeza de escritora francesa
una infinita sensibilidad de violinista ruso.Guillermina José era activista del FRAP.