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Problemas filosóficos de la bioética y desafíos bioéticos para la filosofía JORGE ENRIQUE LINARES FACULTAD DE FILOSOFÍA Y LETRAS, UNAM Se ha dicho, con justa razón, que la filosofía llegó tarde al nacimiento de la bioética. 1 En sus primeros años, la bioética fue más bien obra de médicos, teólogos y científicos preocupados por los problemas éticos que surgían en la intervención e investigación biomédica con seres humanos y otros animales. Durante las tres décadas de historia de la bioética, los filósofos se han ido incorporando paulatinamente a ella aceptando que su voz es una más entre una diversidad de opiniones y concepciones morales representativas de las sociedades contemporáneas. Por ello, la labor de los filósofos en la bioética no ha tenido el peso que ellos hubieran querido; y muchos han optado por una prudente moderación de sus pretensiones teóricas. Por ejemplo, Gilbert Hottois 2 ha planteado que la participación de la filosofía en la bioética debe ser más formal que sustancial: debe cumplir roles de análisis metaético, corrección lógica y regulación metodológica. Los filósofos se convierten en algo así como “guardianes de la ética de la discusión”. Ello obedece, de acuerdo con lo que sostiene Hottois, a que en los debates 1 Tomaré la definición de Bioética de Gilbert Hottois para estas reflexiones: “la bioética abarca una conjunto de investigaciones, de discursos teóricos y prácticas, generalmente pluridisciplinarios y pluralistas, que tienen por objeto aclarar y, si es posible, resolver los problemas de alcance ético suscitados por la investigación y desarrollo biomédico y biotecnológico en el seno de sociedades que se caracterizan en diversos grados por ser individualistas, multiculturales y evolutivas”. Hottois, Gilbert, Qu’est ce-que la bioéthique ?, Vrin, Paris, 2004, p. 22. 2 Véase Hottois, Gilbert, Qu’est ce-que la bioéthique ?, Vrin, Paris, 2004, p. 42. 1

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BIOETICA.

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Problemas filosóficos de la bioética y desafíos bioéticos para la filosofía

JORGE ENRIQUE LINARES FACULTAD DE FILOSOFÍA Y LETRAS, UNAM

Se ha dicho, con justa razón, que la filosofía llegó tarde al nacimiento de la

bioética.1 En sus primeros años, la bioética fue más bien obra de médicos, teólogos y

científicos preocupados por los problemas éticos que surgían en la intervención e

investigación biomédica con seres humanos y otros animales.

Durante las tres décadas de historia de la bioética, los filósofos se han ido

incorporando paulatinamente a ella aceptando que su voz es una más entre una

diversidad de opiniones y concepciones morales representativas de las sociedades

contemporáneas.

Por ello, la labor de los filósofos en la bioética no ha tenido el peso que ellos

hubieran querido; y muchos han optado por una prudente moderación de sus

pretensiones teóricas. Por ejemplo, Gilbert Hottois2 ha planteado que la participación

de la filosofía en la bioética debe ser más formal que sustancial: debe cumplir roles de

análisis metaético, corrección lógica y regulación metodológica. Los filósofos se

convierten en algo así como “guardianes de la ética de la discusión”.

Ello obedece, de acuerdo con lo que sostiene Hottois, a que en los debates

1 Tomaré la definición de Bioética de Gilbert Hottois para estas reflexiones: “la bioética abarca una conjunto de investigaciones, de discursos teóricos y prácticas, generalmente pluridisciplinarios y pluralistas, que tienen por objeto aclarar y, si es posible, resolver los problemas de alcance ético suscitados por la investigación y desarrollo biomédico y biotecnológico en el seno de sociedades que se caracterizan en diversos grados por ser individualistas, multiculturales y evolutivas”. Hottois, Gilbert, Qu’est ce-que la bioéthique ?, Vrin, Paris, 2004, p. 22. 2 Véase Hottois, Gilbert, Qu’est ce-que la bioéthique ?, Vrin, Paris, 2004, p. 42.

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bioéticos no interviene una única filosofía moral, sino una pluralidad de concepciones

que provienen de tradiciones de pensamiento muy distintas (pragmatismo,

utilitarismo, contractualismo, personalismo, kantismo, neoaristotelismo y

neotomismo, etc.). En efecto, como señala Hottois, cada filósofo que participa en un

debate bioético representa a su filosofía, pero no a la filosofía en su totalidad, y pone

de manifiesto sus desacuerdos con otras corrientes de pensamiento.

Sin embargo, las discrepancias filosóficas en la bioética han contribuido al

reconocimiento de la diversidad de interpretaciones de muchos conceptos morales que

parecían tener un significado unánime en las sociedades occidentales, tal ha sido el

caso de nociones de trasfondo filosófico que se han vuelto controversiales: persona e

identidad personal, dignidad humana, valor intrínseco, estatus y relevancia moral… A

ellas nos referiremos más adelante.

En mi opinión, la filosofía tiene una función insustituible en la bioética: la

explicitación de los supuestos ontológicos y axiológicos que subyacen en las

controversias, y la formulación de principios éticos de alcance genuinamente

universal. El filósofo puede ayudar al análisis y a la argumentación, pero —a diferencia

de lo que plantea Hottois— su tarea no es sólo metodológica; no puede (ni debe)

renunciar a pronunciarse sobre el fundamento y las consecuencias prácticas de las

ideas morales, en vistas de lograr un consenso sobre los principios éticos que sirvan de

base común para la acción.

La filosofía puede jugar un rol decisivo en la bioética, pero a condición de que

ella misma reconozca las características propias de la bioética como una inédita

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interacción entre ciencias y humanidades, y como un diálogo plural e intercultural.

Ahora bien, considero que en el mundo contemporáneo, caracterizado por esa

diversidad moral y cultural, la filosofía debe apostar por la consolidación de una

bioética laica, civil y plural de alcance verdaderamente planetario (que incluya en sus

consideraciones morales no sólo a todos los seres humanos, sino a los demás seres

vivos).

En el debate bioético todas las concepciones morales, todos los saberes y

tradiciones culturales son igualmente dignos de consideración. La bioética se nutre

tanto del conocimiento científico, como del saber moral de las culturas y tradiciones

sociales (religiosas, morales y jurídicas). En todas las sociedades (con mayor razón en

los países multiculturales como México) coexisten de facto concepciones y prácticas

morales distintas. Ninguna debería imponerse arbitrariamente sobre los demás, ni por

mayor arraigo ni por ser predominante.

Por otra parte, las controversias bioéticas son el síntoma de la heterogeneidad

y complejidad de las sociedades contemporáneas, pero sólo comienzan a rendir frutos

en sociedades democráticas, o en transición hacia regímenes e instituciones políticas

de índole democráticos.

El carácter democratizador de la bioética reside en su potencialidad para

preservar y fortalecer la autonomía individual y colectiva (comunidades culturales

diversas, minorías), así como en la capacidad para construir consensos mediante una

amplia participación social que legitime resoluciones éticas, jurídicas y políticas que

sean necesarias para enfrentar los retos que las ciencias de la vida y, en particular la

biotecnología, han desencadenado. Sin embargo, el logro de acuerdos dependerá del

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grado de desarrollo de la deliberación pública, y de la cultura democrática de cada

sociedad para poder enfrentar y resolver adecuadamente esos problemas. La filosofía

tiene, pues, en ello una importante misión que cumplir.

La bioética ha introducido en el debate público cuestiones escabrosas (aborto,

eutanasia, etc.) que las instituciones políticas convencionales suelen evadir. También

ha favorecido la discusión en cuestiones como la equidad entre hombres y mujeres, la

justicia en la distribución de recursos sanitarios, los derechos de minorías marginadas

(como los discapacitados, homosexuales, pacientes con enfermedades estigmatizadas,

etc.), así como el cuestionamiento ético sobre cualquier tipo de desigualdad e

inequidad que subsista en una sociedad.

Así, la bioética ha venido formando una modalidad de razón práctica que

procede en forma dialógica, pública y plural. Es una nueva forma de razón práctica

intersubjetiva que debe ser prudencial y “provisional”. Esto significa que los acuerdos

que alcanza se fundan en razones pragmáticas: en verdades provisionales que deben

probarse en la experiencia y que son factibles de revisión; es decir, en acuerdos

acotados que reconocen que nadie tiene toda la razón, que la aproximación a la

verdad es el fruto de un intenso diálogo.

Ahora bien, la razón última de la insustituible presencia de la filosofía en la

bioética se halla en que las controversias bioéticas están repletas de problemas

filosóficos sobre la índole o el estatus (ontológico, ético, jurídico o político) de

diversas entidades naturales, artefactos, prácticas, técnicas y estructuras sociales que

constituyen el origen o el efecto de los problemas a debate. Por ejemplo, en el caso

de la controversia sobre la clonación terapéutica, es decir, la clonación de embriones

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para utilizarlos como fuente de células madre destinadas a la regeneración o

transplante de tejidos y órganos, el debate ha tenido que desembocar, de una u otra

forma, en un callejón filosófico sin salida: ¿cuál es el estatus del embrión?; ¿es

idéntico al de una persona o no?; ¿puede tener un talante meramente instrumental o

no?; ¿es un artefacto o una entidad natural?; ¿es comercializable o no si posee

“dignidad” humana o un valor especial diferente a cualquier otro ser vivo?

En estos problemas la filosofía tiene que explicitar el sentido multívoco y

problemático de muchos de los conceptos éticos en disputa; y desde esta base,

intentar una fundamentación de principios éticos universalizables, que abarque la

diversidad de concepciones morales y formas de vida.

En las controversias bioéticas se ha debatido, entre otros, sobre los siguientes

problemas filosóficos:

a) el estatus moral o relevancia moral de algunas entidades naturales y/o

artificiales, y qué obligaciones morales tenemos con ellas: embriones sobrantes

o congelados, órganos para donación, células germinales, células madre,

transgénicos (vegetales o animales), sujetos con muerte cerebral, en coma de

vigilia, con daño cerebral severo; asimismo, en el plano ambiental se ha

cuestionado qué responsabilidades tenemos con los ecosistemas, especies,

animales de experimentación, animales domésticos o de trabajo,

microorganismos, etc. Las entidades con un estatus moral son significativas

para los agentes morales, pues éstos se obligan a considerar sus intereses y

derechos. El estatus moral de diversas entidades puede colisionar o entrar en

una situación de dilema en el momento de decidir cuál tiene prioridad.

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b) El concepto de persona y la interpretación de la identidad personal. Se han

elaborado distinciones tales como “persona en acto”, “persona potencial”,

“persona no-humana”, “humano no-persona”. La discusión sobre estos

conceptos ha tenido gran relevancia en temas como eutanasia, utilización de

embriones, aborto.

c) El concepto de dignidad humana (valor inconmensurable e intrínseco). Que ha

sido utilizado tanto para argumentar a favor como en contra de la eutanasia,

del aborto o de la eugenesia. Se ha discutido mucho en qué reside la dignidad

humana: en la unidad cuerpo-mente, en el cerebro, en los procesos mentales,

en la capacidad de autoconciencia, ¿qué debe ser protegido?, ¿es posible

establecer prohibiciones para impedir la disposición del cuerpo humano, del

cerebro o de algunas funciones orgánicas?

d) La distinción entre lo natural y lo artificial, así como las consecuencias de

interferir en los procesos naturales. Esta distinción clásica sigue siendo

relevante para la biotecnología y la ingeniería genética, por ejemplo, la

controversia sobre los transgénicos. Sin embargo, en el grado actual de

desarrollo tecnocientífico la distinción entre objetos artificiales y objetos

naturales se hace cada vez más difusa, por lo que se requiere replantear el

sentido de esta distinción.

e) La valoración de la vida en sus inicios y en su final: vida-muerte. La diferencia

entre muerte cardiorrespiratoria, muerte cerebral, matar y dejar morir.

Ahora bien, todos estos conceptos se ubican en campos de problemas filosóficos

más amplios, que deben investigarse desde perspectivas teóricas renovadas e

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interdisciplinarias:

1) La filosofía de la naturaleza. La bioética nos obliga a revisar y replantear la

relación entre el entorno natural y el mundo tecnológico humano. En sentido

propio, la naturaleza ya no existe para nosotros como un ámbito externo y

ajeno. Ya no hay prácticamente naturaleza en “estado natural”; existe ahora

para nosotros sólo una naturaleza “humanizada”, “artificializada”. Se trata de

una naturaleza que ha entrado en el campo de nuestra responsabilidad, y es por

ello, un objeto de consideración moral.

2) La antropología filosófica. Los problemas bioéticos de las nuevas tecnologías

eugenésicas, la genómica, la neurofarmacología y otras intervenciones

tecnocientíficas en el ser humano han desafiado las concepciones tradicionales

sobre nuestra propia naturaleza. Por primera vez en la historia, la humanidad

tiene el poder tecnológico para transformarse a sí misma de una manera

radical, de una forma no sólo simbólica, sino material y biológica. Intentar

responder a la pregunta ¿qué es el ser humano? con lo mucho que sabemos y lo

mucho que ignoramos de nosotros mismos, de nuestra evolución y de nuestra

configuración biológica y cultural, es uno de los más grandes desafíos filosóficos

de la bioética.

3) La filosofía de la tecnociencia. Todas las controversias bioéticas están

asociadas, directa o indirectamente, con innovaciones tecnocientíficas,

actuales o potenciales, que incrementan la capacidad y las posibilidades de la

acción humana, pero también la responsabilidad, la incertidumbre de los

resultados y los riesgos que se pueden provocar.

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4) En cuanto a la filosofía moral propiamente dicha, se hace necesaria una

transformación que sea capaz de extender el campo de consideración o de

relevancia moral a los seres humanos de generaciones futuras, a otros seres

vivos, y a la biosfera entera. Uno de los problemas centrales es que la bioética

requiere una filosofía moral que ya no sea acríticamente antropocéntrica (en el

sentido de una restricción de la consideración moral sólo a los seres humanos),

que no sea genocéntrica, es decir, que tenga una auténtica vocación

cosmopolita y multicultural, y que no se limite sólo a considerar la dimensión

temporal del presente, sin vislumbrar los efectos futuros y a largo plazo de las

acciones y decisiones humanas. Las controversias de la bioética han revelado

las tres principales limitaciones de las tradiciones éticas occidentales que

deben ser corregidas: el antropocentrismo, el genocentrismo (en concreto,

occidentalismo y eurocentrismo) y una limitada consideración del alcance

temporal de las acciones humanas.

5) La filosofía social y de los derechos humanos, y en particular, una filosofía

política que tiene que enfrentar el problema de las relaciones interculturales y,

por ende, “intermorales”, así como las múltiples tensiones y contradicciones

globales entre las libertades individuales y la justicia colectiva. La enorme

brecha de desarrollo entre el norte y el sur constituyen uno de los más cruciales

problemas que enfrenta la bioética.

Así pues, la solución de las controversias bioéticas dependerá de la capacidad

de la filosofía para transformarse a sí misma y para adaptarse a una interacción

intensa con las demás ciencias y concepciones morales.

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Para que la filosofía pueda navegar adecuadamente en el nuevo contexto

multicultural y plurimoral de la bioética contemporánea, y para que contribuya a que

la bioética se convierta en el paradigma de la conciencia ética de la humanidad de

nuestros tiempos, requiere alcanzar dos objetivos finales.

1. Desarrollar una filosofía moral con visión prospectiva. En todas las cuestiones

(decisiones individuales de vida y muerte, conflictos sociales y reconocimiento de

derechos bioéticos, problemas ecológicos y ambientales) se impone la necesidad de

una visión prospectiva capaz de anticipar los acontecimientos probables y de

prever los riesgos mayores. Ello exige una perspectiva renovada en la filosofía de

la historia y en una filosofía de la evolución, es decir, una coordinación teórica

para replantear las interrelaciones de los dos procesos del devenir que cruzan la

existencia humana: la evolución biológica y el desarrollo histórico. A través de los

problemas de la bioética, la filosofía vislumbra el futuro y atisba en las

posibilidades de transformación de nuestra propia naturaleza; pero al mismo

tiempo, no puede dejar de remitirse al pasado histórico, al patrimonio biológico y

cultural de la humanidad, que es preciso conservar y resguardar. La bioética se

ubica, pues, en una nueva dimensión ética: la de la consideración de los efectos

futuros, ambivalentes e inciertos, de nuestras actuales decisiones tecnocientíficas.

2. Una filosofía de la complejidad. La fuente de los problemas filosóficos de la

bioética reside en la creciente complejidad de las interacciones sociedad-

tecnociencia-naturaleza. Esta complejidad es de orden cognitivo, material y ético-

político. Las controversias bioéticas se han vuelto más agudas porque el desarrollo

tecnocientífico se está acelerando y nuestra limitada capacidad cognitiva no nos

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permite comprender adecuadamente esos cambios.

La bioética se enfrentará a nuevos riesgos difíciles de prever, que se generarán

a la par de promesas de intervenciones tecnocientíficas más efectivas. Esto conllevará

necesariamente conflictos de valores y controversias sociales. La complejidad material

de la interacción entre tecnociencia y naturaleza se desbordará en la mayor

complejidad de las interacciones sociales en los planos ético, jurídico y político. De

este modo, la bioética necesitará con mayor fuerza a la filosofía, y ésta a su vez,

tendrá que comparecer ante sí misma para cuestionarse y transformarse para

responder al desafío ético que el acrecentado poder tecnocientífico ha lanzado a la

supervivencia de la humanidad entera.