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Carlos Monsiváis - Misógino Feminista (1erCap)

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Libro de Carlos Monsiváis

Text of Carlos Monsiváis - Misógino Feminista (1erCap)

NDICE

Prlogo, por Marta Lamas, 11

11. Soadora, coqueta y ardiente. Notas sobre sexismo en la literatura mexicana, 21 12. Nueva salutacin del optimista, 45 13. Pero hubo alguna vez once mil machos?, 51 14. No queremos diez de mayo, queremos revolucin! Sobre el nuevo feminismo, 57 15. Las jvenes mexicanas en el Ao Internacional de la Juventud, 73 16. De la construccin de la sensibilidad femenina, 81 17. El amor en (vsperas eternas de) la democracia, 93 18. De cmo un da amaneci Pro-Vida con la novedad de vivir en una sociedad laica, 97 19. La representacin femenina, 105 10. La enseanza del llanto, 115 11. Alabemos ahora, 123 12. Envo a Nancy Crdenas, activista ejemplar, 129 13. La cuarta visita papal: el espectculo de la fe fascinada ante el espectculo, 137 14. El segundo sexo: no se nace feminista, 153 15. Las mujeres al poder, 159 16. Huesos en el desierto: escuchar con los ojos de las muertas, 165 9

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17. La Santa Madrecita Abnegada: la que am al cine mexicano antes de conocerlo, 173 18. Susan Sontag (1933-2004). La imaginacin y la conciencia histrica, 193 19. Mxico a principios del siglo xxi: la globalizacin, el determinismo, la ampliacin del laicismo, 209 20. Frida Kahlo: de las etapas de su reconocimiento, 247

Origen de los textos, 263 ndice onomstico, 265

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Notas sobre sexismo en la literatura mexicana

SOADORA, COQUETA Y ARDIENTE

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N

o una conjura, ni una emboscada sino, ms metdica y negociadamente, una organizacin. La organizacin deliberada, alerta, exaltada, melanclica, inclemente, tierna, paternalista, de una inferioridad. No otra cosa es el sexismo, una suma ideolgica que es una prctica, una tcnica que es una cosmovisin. Una sociedad (en este caso, cualquier sociedad, porque el sexismo es un problema y una condicin universales, no depende de modo mecnico de un sistema social y poltico, trasciende ideologas y militancias) asume, aplastantemente, su conviccin inicial, fundadora: quien no se ajuste a este patrn de conducta (por no poder o no querer) ser, sin remedio, un ser inferior. Cundo surge el sexismo? Histricamente, tal vez en el instante cuando, sobre el placer o el desarrollo personales, la reproduccin se convierte en la meta de la relacin sexual. El patriarcado lo decidi, apoyado en la biologa, para la eternidad: a la mujer dijo afirma el Gnesis: multiplicar en gran manera tus dolores y tus preeces; con dolor parirs los hijos; y a tu marido ser tu deseo, y l se enseorear de ti. Adn, en control de la situacin, mir hacia la mujer y hall un objeto, un objeto valioso por su ndice de explosin demogrfica, por su capacidad para agradar, para acompaar a los dueos del mundo. Sndrome de los males esenciales de cualquier sistema y relacin de los hechos, el sexismo, esta suerte de imperialismo que se ejerce redobladamente contra por lo menos la mitad de la humanidad, ha ido haciendo su historia con sometimientos, esclavitudes, continuos ejercicios de mando y represin. El sexismo es un espejismo: aunque la mujer resulta expuesta a la educacin, la riqueza y la independencia, como si fuese (exactamente)

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un ser autnomo y el igual del hombre, todas las influencias genuinas en su vida le informan que su educacin slo se justifica si va a utilizarse de un modo mecnico para el esposo. El sexismo es un espejo distorsionado: legaliza la gesticulacin del caudillo y la muestra como apariencia civilizada; inventa desproporciones y le asegura a la mujer que la realidad de su ser yace, nicamente, en el cuidado de los nios y la fabricacin de una atmsfera de apoyo a los verdaderos seres humanos, aquellos que, agresivamente, traspasan el mundo para mejor dirigirlo.

El sexismo como fijacin de los roles El sexismo, fenmeno demasiado vasto, slo es apresable en trminos muy generales. Cualquier indagacin sobre l, en esta etapa, corre el riesgo de volverse simplista, de no evadir los lmites de un nuevo lugar comn. El campo que el trmino cubre es amplsimo: el predominio de un sexo (y de quienes, dentro de ese sexo, se ajustan ms aptamente al esquema del dominador, a las caractersticas necesarias del ejercicio del poder), la preferencia de la sociedad por ese sexo, la transformacin de una inferioridad declarada en una inferioridad real, la atribucin al sexo dominante de cualidades y actitudes privilegiadas, el nfasis de mando en cualquier relacin personal de ndole sexual. El sexismo, sojuzgadoramente, divide el mundo en roles, lo masculino y lo femenino, y le atribuye a cada rol caractersticas que deben cumplirse fatalmente. Lo femenino dispondr, por ejemplo, de la ternura, el recato, la paciencia, la dulzura, la intuicin, la abnegacin, la resistencia al dolor, la pasividad entregada, la inercia, la falta de iniciativa, la frivolidad, la incapacidad de avenirse con la Historia (con mayscula), la decisin de entrever la realidad a travs del chisme. Durante miles de aos, esta concepcin, frreamente impresa, aunada a esquemas vigorizados y revigorizados de conducta, ha vuelto esa definicin de lo femenino una respuesta natural e instintiva. El sexismo infantiliza, roba, despoja a una clase de seres humanos de autonoma, confianza, posibilidades de accin. Desde hace miles de aos se viene cumpliendo un intercambio que exige la servidumbre y ofrece, caritativamente, la proteccin.

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Qu tantas cosas es el sexismo? Es una ideologa que se basa en las necesidades y valores del grupo dominante y se norma por lo que los miembros de este grupo admiran en s mismos y encuentran conveniente en sus subordinados: agresin, inteligencia, fuerza y eficacia en el hombre; pasividad, ignorancia, docilidad, virtud e ineficacia en la mujer. Es una psicologa que pretende carta de naturalizacin para la ideologa patriarcal y minimiza a travs de creencias sociales, ideologa y tradicin cualquier posibilidad igualitaria del ego femenino. Es un fenmeno de clase, un hecho sociolgico, un hecho econmico y educacional, una teora de la fuerza, una presuncin biolgica, una estructura antropolgica que somete mitos y religiones. El sexismo conoce su forma poltica ms lograda en el patriarcado y su institucin evidente en la familia.

La mujer como instrumento Por naturaleza y definicin, la cultura mexicana es una cultura sexista. De modo elemental, descansa en la conviccin de que, habiendo seres inferiores, lo que procede es explotar a la mujer. Octavio Paz, en El laberinto de la soledad (1949), proporciona un excelente primer trazo de este proceso: Sin duda en nuestra concepcin del recato femenino interviene la vanidad masculina del seor que hemos heredado de indios y espaoles. Como casi todos los pueblos, los mexicanos consideran a la mujer como un instrumento, ya de los deseos del hombre, ya de los fines que le asigna la ley, la sociedad o la moral. Fines, hay que decirlo, sobre los que nunca se le ha pedido su consentimiento y en cuya realizacin participa slo pasivamente, en tanto que depositaria de ciertos valores. Prostituta, diosa, gran seora, amante, la mujer transmite o conserva, pero no crea, los valores y energas que le confan la naturaleza o la sociedad. En un mundo hecho a la imagen de los hombres, la mujer es slo un reflejo de la voluntad y querer masculinos. Pasiva, se convierte en diosa, amada, ser que encarna los elementos estables y antiguos del universo: la tierra,

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madre y virgen; activa, es siempre funcin, medio, canal. La femineidad nunca es un fin en s mismo, como lo es la hombra. Estas lneas de Octavio Paz son, en su don de sntesis, exactas. Entre nosotros, la tradicin prehispnica que le confera a la mujer un desdeoso papel servil se mezcl sin problemas con la tradicin del conquistador. El primer elemento de acuerdo entre quienes integraron el arranque de nuestra nacionalidad fue el sitio reservado a la mujer. Y acudo aqu al testimonio de la poesa indgena cierta identificacin ni enftica ni soslayada de la derrota (debilidad) con la lamentacin y la huida (femineidad). Es mi destino el padecer afirma un poema tpico posconquista oh, amigo mo, mi corazn se angustia: entre penas se vive en la tierra. Cmo vivir con los dems? Si vivimos en vano ofendemos a otros! Hay que vivir en paz, hay que rendirse y andar con la frente inclinada entre otros. Y en Visin de los vencidos, en uno de los poemas ahora clebres, Se ha perdido el pueblo mexicatl, se afirma: El llanto se extiende, las lgrimas gotean all en Tlatelolco. Por agua se fueron ya los mexicanos; semejan mujeres; la huida es general. A partir del virreinato se establece ya, firmemente, una visin del mundo que utiliza, en su exigencia de supremaca y privilegio para una clase y para un sexo dentro de esa clase, represin moral y represin poltica, educacin y gobierno. El virreinato concibe un orden de cosas donde la obediencia es la respuesta primera que se exige ante cualquier situacin y donde las nociones de honra y virtud se integran como respuestas sociales y polticas. Durante los tres siglos de dominacin espaola se fortalecen las estructuras de conductas patriarcales que en lo bsico continan indemnes hasta nuestros das, a travs del principio vinculador de las relaciones de poder en sociedades como la nuestra, la educacin familiar.

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Los efectos retroactivos De este modo, hablar de sexismo es calificar retrospectivamente todo nuestro proceso histrico: colonial, formalmente independiente, liberal, revolucionario, pos y contrarrevolucionario. Admiten nuestro manejo y utilizacin actuales de la nocin de sexismo efectos retroactivos? No es un contrasentido histrico o un acto pardico calificar de sexista a Juan Ruiz de Alarcn o a Pedro Castera, autor de la novela romntica Carmen? En cierto sentido, s. En otro, revisar del modo ms exhaustivo a nuestro alcance la historia de nuestra cultura con enfoques y perspectivas nuevas o renovadas es una tarea til y urgente, no por el afn vamprico de exhumar a escritores indefensos, inicindoles juicios revanchistas, sino con el fin de examinar nuestra formacin, el proceso manipulatorio de nuestras reacciones y juicios de hoy. Todos en mayor o menor medida dependemos del sexismo para juzgar la realidad y el conocimiento del problema slo vendr a partir de la aceptacin de su existencia. En esto, como en muchas otras cosas, apenas empezamos y el punto de partida de estas notas ha sido reconocer que inevitablemente se encuentran impregnadas de sexismo. En la literatura mexicana (y no hubiese podido ser de otro modo) el sexismo encuentra a un eficaz, imprescindible colaborador. El reflejo en este caso es directo y casi siempre sin matices. Si otros fenmenos de la vida nacional pueden admitir asimilacin y recreacin artstica, no sucede as en el caso del sexismo. Es una visin demasiado profunda, tan poderosamente arraigada que jzguesele como se le juzgue constituye una idiosincrasia, una respuesta natural a las solicitudes externas e internas. De all lo intil, en esta etapa, de las reacciones puramente morales ante la institucin del sexismo. La ofensiva moral tiende a detenerse en la satanizacin, en el cerco condenatorio. Y el sexismo, como todos nuestros acondicionamientos seculares, como todas nuestras respuestas culturales profundas, desborda juicios y anatemas, deshace o se burla de los intentos crticos. Frente al sexismo, la respuesta debe ser poltica, no moral. La lucha contra la servidumbre fatalizada de un sexo, contra la esquematizacin implacable de la conducta, debe insertarse de modo orgnico, en la lucha actual de liberacin. La revolucin sexual es un aspecto ms (clsico) de la revolucin de nuestro tiempo.

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Mas las notas estn tomando un rumbo dogmtico, sentencioso y precipitado. Su ttulo no anuncia un programa de accin sino un panorama. Retomo una lnea supuestamente expositiva, con una declaracin: a la tarea de precisar el alcance del sexismo en nuestra literatura, le atribuyo una importancia significativa. Ahora, cuando se inicia la revisin de nuestro proceso histrico, momento desmitificador y desmistificador, procede examinar el alcance y las tradiciones de los sistemas de explotacin, uno de los cuales, esencial, determinante, es el sexismo.

La mujer como personaje A la mujer, en nuestra literatura, le corresponde asumir un papel fundamental: el de paisaje. El hombre es, siempre, el centro, la razn de ser. En las mrgenes, ennoblecida o mancillada, la mujer se mueve segn le vaya con dignidad o sinuosamente. Puede ser la madre (que todo lo sufre), la esposa (que todo lo perdona) o la prostituta (que todo lo degrada). Es, por necesidad, un pretexto o una ocasin. Alguna vez lo expres con tono lapidario (no musicalizable esta vez) Antonio Machado: La mujer es el anverso del ser. Cul es el anverso del ser? El no ser, la no entidad? O el territorio a un costado de la ontologa, donde afirmaciones o negaciones se producen invertidas, fantasmales, inexistentes a fuerza de oponerse a la verdadera realidad? El ser de la mujer, de acuerdo a esta concepcin, es, cuando se da un ser derivado, prestado. Para esta literatura (y para esta pintura, esta msica popular y posteriormente para esta radio, este cine, esta televisin), la mujer es una representacin masculina de no estar (oficialmente) solo. La primera presencia es Tonantzin, Nuestra Madre que deviene en Guadalupe, quien no hizo igual con ninguna otra nacin. Al decretarse y fundarse polticamente el milagro del Tepeyac, se fijan los trminos de la idealizacin: la mujer venerable, reverenciable (Te juro que eres lo ms sagrado para m) es la Virgen, con o sin mayscula. Si la interpretacin no estuviese sospechosamente teida de psicologismo, se podra advertir en toda una zona de la literatura (o de la realidad) el programa panvirginal: lo inmaculado es el signo de las mujeres respetables: mi madre o mi esposa o

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mi hija son, han sido y sern vrgenes perfectas, porque la virginidad, ms que una condicin fsica, es un atributo de lo que me pertenece. Como objeto de mi posesin, es inaccesible, al margen y ms all de cualquier profanacin. En ltima instancia, la virginidad ser sagrada por manifestarse como forma, compleja y evidente a la vez, del derecho de propiedad. Inventada, dibujada y desdibujada por la literatura, la mujer va asumiendo, encarnando diferentes papeles: es la amada remota a la cual deben dedicarse reflexiones y reminiscencias (el objeto idoltrico de algunos poetas modernistas, la Fuensanta de Lpez Velarde); la novia pura (la Remedios de Emilio Rabasa, la Clemencia de Ignacio Manuel Altamirano); la madre abnegada y comprensiva que resplandece desde el dolor y la prdida (ser ubicuo y omnipresente que se desplaza de la novela de folletn a la poesa popular, en el estilo de El brindis del bohemio de Guillermo Aguirre y Fierro, a los personajes dulces y firmes de Efrn Hernndez); la pecadora arrepentida, Magdalena, enterada de que el precio por el rescate de su virginidad es la muerte (la herona del folletn, la Santa de Federico Gamboa); la devoradora, quien adquiere de los hombres el espritu depredatorio, quien acude a tcnicas masculinas de sojuzgamiento para vengarse por la destruccin de su virginidad (este clich, muy compartido, resulta personaje secundario en las novelas y principalsimo en el cine: Mara Flix lo convertir en su emblema como tambin, en plena abundancia terrenal, las rumberas: Ninn Sevilla, Meche Barba, etctera. Recientemente, Irma Serrano en La Martina revivi a la devoradora confundiendo a la ninfomana con la mentalidad de la sociedad de consumo). Otros arquetipos: la soldadera fiel, la criatura admirable que se deja matar por su hombre en el canje de vidas (la Codorniz de Los de abajo de Mariano Azuela); la coqueta victimable que juega con su honra para perder (Micaela en Al filo del agua, de Agustn Yez); el ser febril y remoto (Susana San Juan en Pedro Pramo, de Juan Rulfo); la amante enloquecida, la vctima del amor-pasin que en la entrega se redime de su impudor (Adriana en La Tormenta, de Jos Vasconcelos); la diosa venerada, tan magnfica que merece alternar con la madre (Rosario en el Nocturno de Manuel Acua); la hembra terrenal ya irrecuperable, la india brava de bruna cabellera en el Idilio salvaje de Manuel Jos Othn); la ninfeta pursima

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cuyo amor con el adulto slo puede consumarse en la tragedia (la Carmen de Pedro Castera). Una conclusin rudimentaria y general? Nuestra literatura carece hasta el da de hoy de personajes femeninos cuya realidad se describa orgnicamente. No se establecen unitariamente: se presentan como mitologa, diseos previos. Incluso en la que quiz sea nuestra mejor novela, Pedro Pramo, al lado de lo descarnado y obsesivo, de la presencia tajante del cacique, se da lo doblemente espectral, la presencia enloquecida por incorprea de Susana San Juan, quien jams desiste de su condicin aislada y distante, es siempre el erotismo intenso e impreciso, la afona fantasmal, el amor inasible. Pedro Pramo poseer a todas, las ultrajar, las domar, las desechar. Mientras las mujeres sean inferiores son posibles: Dolorita Preciado o Damiana Cisneros. Cuando Pedro Pramo eleva a Susana a su nivel y la ama no con amor de violentador fsico, en ese instante Susana San Juan se despoja de cualquier caracterstica definible, se vuelve delirante proyecto mstico, un abandono ertico que anhela la eternidad; se vuelve, en definitiva, el no ser. Lo cual es inevitable. Porque as sea mnima la relacin entre lo que podra designarse (de modo convencional) como realidad literaria y realidad real, ese vnculo unir a la literatura con un espacio donde la mujer no dispone de peso especfico, en una situacin secundaria y dependiente. Para que la mujer llegue a la literatura con un centro de gravedad propio, debe advenir como invento, convenio entre el autor y la credulidad del lector. No es un problema de misoginia: lo que sucede es previo y posterior al odio a la mujer. Cultura y literatura conciben a la mujer como una criatura slo concebible o consignable por escrito, ya que al ser reproducida naturalistamente, por ejemplo, carecera de inters y densidad espiritual. La mujer en la literatura mexicana, si va a ser expresada con complejidad, ser, casi fatalmente, una abstraccin.

El proceso histrico En su esplndida Respuesta a Sor Filotea de la Cruz, en pleno siglo xviii, Sor Juana Ins de la Cruz describe una batalla: la de una mujer excepcional

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que decide ejercer la inteligencia en una sociedad que a la mujer slo le consiente la gracia, el arrobo, el azoro y la sumisin. La carta a Sor Filotea es un documento admirable: la resistencia ltima de un sentenciado a quien aguardan la ignorancia y el silencio, la renuncia al entendimiento y la quietud del claustro. Sor Juana, en una sociedad donde muchos quieren ms dejar brbaras e incultas a sus hijas que no exponerlas a tan notorio peligro como la familiaridad con los hombres, defiende con angustia y celo su derecho a leer, su derecho a saber, su derecho a escribir. Pues si est el mal afirma en que los use [los versos] una mujer, ya se ve cuntas los han usado loablemente; pues en qu est el serlo yo? En la pregunta de Sor Juana yace implcita la contestacin: el mal intrnseco de una mujer es serlo, su ruindad y vileza como ella misma establece, son sinnimos de su condicin femenina. Entre el conocimiento de un fracaso inevitable y la voluntad de negarse hasta el lmite al sometimiento (la extincin), se mueve la grandeza de Sor Juana, una grandeza que es defensa (personal y genrica) del conocimiento. Su singularidad la enfrent a la represin, a esa incomprensin que se ha continuado en estudios y exgesis. Los padecimientos de Sor Juana prosiguen hasta hoy: por un lado, las integrantes de esas asociaciones culturales que todava ven a la mujer como el mejor aliado del hombre la han asumido como smbolo, ignorando el sentido radical (intelectual y poltico) de su obra; por otra parte, la prisa o el desdn (ambas actitudes derivadas del sexismo) han convertido sus redondillas en la mera expresin (divertida) de una queja, no de la crtica que fue su declaracin polmica sobre las desventajas institucionales de su sexo. De este modo, el Hombres necios que acusis se ha vuelto una simple referencia burlona a una protesta quejumbrosa, sin ver que sois la ocasin/de lo mismo que juzgis.

Las reglamentaciones del siglo xix Jos Joaqun Fernndez de Lizardi, designado por aclamacin el primer novelista mexicano, en uno de sus libros clsicos, La Quijotita y su prima (18181819), delinea para la mujer un cdigo implacable de conducta. El pretexto

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lo proporcionan las oposiciones en la educacin de dos nias, Pomposa y Pudenciana. Un personaje, el coronel, vocero del autor, explica as el punto de vista del insurgente Lizardi: Por la ley natural, por la divina y por la civil, la mujer, hablando en lo comn, siempre es inferior al hombre. Te explicar esto. La naturaleza constituy a las mujeres ms dbiles que los hombres, acaso porque esta misma debilidad fsica de que hablo les sirviera como de parco o excepcin para conservarse en aptitud para ser madres y sostener la duracin del mundo Creo que no me entiendes; [por supuesto, el coronel monologa con una mujer] te lo dir ms claro. La naturaleza, o hablemos como cristianos, su sapientsimo autor, no concedi a las mujeres la misma fortaleza que a los hombres, para que stas, separadas de los trabajos peculiares a aquellos, se destinasen nicamente a ser la delicia del mundo, y por consiguiente, fuesen las primeras y principales actrices en la propagacin del linaje humano. Se ha estipulado la misin de la mujer: es un artefacto de lujo, con capacidad reproductiva. La primera virtud: la docilidad. La segunda: la gratitud. En esta riqusima antologa del sexismo decimonnico, La Quijotita y su prima, el coronel (resumen muy calificado de la mentalidad liberal de la primera mitad del xix) expresa su criterio: Verdaderamente ellas [las mujeres] son dignas del aprecio y estimacin del hombre culto, y este aprecio hace que se les tribute su respeto y que les ceda en muchas ocasiones la preferencia que a l le toca; mas estos respetos y atenciones debe recibirlos la mujer juiciosa; o como un premio debido a su virtud, o como un efecto de la generosidad de los hombres, y nunca los exigir como unos derechos debidos a su soberana de mujer. La propia generosidad de Lizardi no termina all. Posee tambin tesis tajantes en lo tocante a la divisin del trabajo:

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Teniendo en consideracin esa misma debilidad [la de las mujeres, que las hace inferiores a los hombres por ley de la naturaleza], las leyes civiles las han separado del sacerdocio, gobierno, poltica y arte de la guerra, que les han confiado a los hombres, de cuya privacin resulta un justo premio debido al bello sexo, y tan justo, que los hombres en haberlas excluido de estos cargos no han hecho ms que premiarles sus peculiares ejercicios, recompensarles sus fastidiosas fatigas y buscar sus propias conveniencias. El hombre que las vitupere por razn de la diferencia del sexo debe ser declarado por necio y por ingrato; pero al fin de todo, hemos de confesar que justsimamente las mujeres son inferiores a los hombres por las leyes civiles. Qu bien se acomodara una mujer con un nio en los brazos asido de un pecho y sobre el otro apoyando un fusil! Lo mismo digo de una pluma, un formn, un arado u otros instrumentos peculiares de los hombres: era menester que abandonara el instrumento o el nio. No tiene mayor sentido responsabilizar a un autor por la moral social prevaleciente en su poca. Lizardi, producto tpico de los cdigos de conducta avanzados de la sociedad virreinal, no hace sino resumir un pensamiento general. Ocurre que esta visin patriarcal, que admite jubilosa la reduccin de la mujer al metate, el comal y la tortilla, no termina en Lizardi. Dispone, para perpetuarse, de una admirable caja de resonancia: la familia, unidad monoltica forjada a conveniencia de las clases dominantes y de la Iglesia, que llega, casi inalterada, al da de hoy. La sociedad se funda en la familia y, en reciprocidad, la sociedad le aporta al matrimonio sus bases morales, religiosas, sociales y econmicas; las bases que posibilitan la continuidad. Los novelistas del xix (y muchos del xx) identifican la felicidad con el matrimonio y solicitan de los contrayentes requisitos inflexibles: riqueza y crdito monetario; nobleza (nacimiento, linaje); prestigio ocasional; influencia y poder; educacin; respetabilidad; reputacin, temperamento y cualidades personales (fsicas, morales, intelectuales, espirituales); incluso raza y color. En esta literatura acrece la defensa sistemtica del matrimonio, sus ventajas y exigencias. Nada ms justo, como indica el terico de la novela de

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ese tiempo, Ignacio Manuel Altamirano, ya que la novela debe ser fcil de comprender por todos, y particularmente para el bello sexo, que es el que ms la lee y al que debe dirigirse con especialidad, porque es su gnero. Duea de la novela por constituirse en la principal demanda en el mercado, la mujer acepta, en un acto de retroalimentacin, que se la describa como a un valor econmico y que se estimule su virtud en el logro de un matrimonio conveniente (esto es, financieramente respetable). El gnero novelstico posee leyes propias: los valores morales de la novela vigorizan la realidad econmica burguesa, donde las mujeres dependen por completo del matrimonio para su sobrevivencia material (los ingresos de una mujer mexicana en el siglo xix eran, en el mejor de los casos, una sexta parte, aproximadamente, de los ingresos del hombre, y la propiedad de la mujer pasaba, en el instante de la boda, a manos del marido en forma automtica). En este sistema econmico, no desaparecido, la honra se adjudica al mejor postor, y la virginidad cedida antes del matrimonio significa (inevitablemente) un descenso de las posibilidades en el mercado de la mujer en cuestin, y por lo tanto una disminucin de su garanta de supervivencia. La polarizacin de los papeles econmicos se acompaa obligadamente de una polarizacin de los papeles psicolgicos y a la mujer se le exige ser dbil y pasiva en lo emocional, puesto que es dependiente en lo econmico. Ni la Mara de Jorge Isaacs, ni la Amelia de Jos Mrmol, ni la Clemencia de Altamirano disponan de ingresos propios, y eso las ayudaba a sufrir mejor y ms noblemente, de acuerdo a la concepcin de sus creadores.

La rendicin por el espritu Distante, hiertica, vaporosa, admirable, dulce, serena, mirfica o vagarosa, la mujer transcurre en nuestra literatura como un vasto proyecto utpico. Su capital inicial es su pasividad; su matrimonio es su meta y su realizacin; su adulterio es la expulsin del paraso; su promiscuidad es su exterminio. De modo ritual, representa dos extremos de una teologa para el consumo: es la Cada o es la Gracia. Si es la Cada, tender a confundirse con la ciudad, volvindose una entidad sospechosamente parecida a los accidentes de

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trabajo. Si es la Gracia, devolver con su sola presencia la pureza a quien la contempla. En este orden de cosas, ninguna maniobra ms demaggica (y ms evidente) que aquella que identifica a la mujer con el espritu y la sacia de bienes verbales, la vuelve origen y recuperacin. Si la mujer es el Espritu, la mujer es, de nuevo, una magnfica irrealidad, un mero punto de partida de fantasas literarias. Y la Eva eterna, prestigiosa y perfecta, llena de virtudes frutales y ensanchadoras de rumbos, al concluir la parrafada lrica retorna a su espacio domstico y se confina en los tres ghettos a su disposicin: la cocina, la recmara y el confesionario. El sexismo dispone tambin de retricas ennoblecedoras de su accin esclavista y uno de sus ejercicios predilectos es la metamorfosis de la mujer en esa honorable y vacua entidad romntica, el Espritu, entidad que permite humillaciones y contriciones, arrepentimiento y postraciones de hinojos. La rendicin ante la mujer a travs del Espritu y de eso hay pruebas abundantes en la poesa romntica y en la declamacin modernista de entonces y de ahora no es (se necesita decirlo?) un acto de autocrtica, sino una autoexaltacin que solicita testigos. Por otra parte, esa especie de oculto priismo literario, donde el Espritu sustituye a la Revolucin mexicana en su representacin totalizadora, no deja de manifestarse clasistamente. En esta narrativa y en esta poesa, las mujeres del pueblo podrn ser ingeniosas, dicharacheras, aguerridas, leales, graciosas. Espirituales nunca. El Espritu es conquista de las elites y don sublime de las clases altas.

Al margen del sexo La retrica de la mujer como el Espritu es parte de una realidad inexorable: la asexualidad, la antisexualidad de nuestra literatura, una literatura que todava a principios de la dcada de los sesenta conservaba casi intacta su estructura feudal, su negacin del cuerpo y el orgasmo, su aversin vivsima a utilizar el coito como una explicacin consecuente de la realidad. La mojigatera funcion durante siglo y medio como agresividad y defensa: no haba la referencia al acto sexual porque las relaciones se movan en planos ideales; no exista la visin o la glorificacin del cuerpo humano

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porque a ste no se le conceda realidad literaria. No es de extraar entonces que los escritores menos contaminados de sexismo sean los ms penetrados de erotismo. El sexismo tiende, en su instancia ms evidente y apocalptica, a negar la explotacin haciendo invisible lo que considera profanacin. Para el sexismo, en forma a la vez hipcrita y consecuente, la virginidad es el estado alabable en la mujer, porque es una exaltacin ficticia de la pureza y una especie de redencin pblica del objeto posedo, humillado, gastado, deteriorado hasta el punto de la maternidad constante. Por eso, los escritores que han asumido profundamente su erotismo no responden, no pueden responder, a las calificaciones usuales de sexismo. En una sociedad como la nuestra, el erotismo es explosivo y subversivo e incluso el amor-pasin, con su carga de ingenuidad y teatralizacin primitiva, ha desempeado una funcin renovadora. Una sociedad puritana, feudal, porfiriana, no gusta de las obsesiones. La obsesin (con su carga monomaniaca de insistencia, con su inflexibilidad) es a la vez un reproche y un desafo. Cuando, en 1904, Efrn Rebolledo insiste reiterativo: T no sabes lo que es ser esclavo de un amor impetuoso y ardiente, y llevar un afn como un clavo, como un clavo metido en la frente. T no sabes lo que es la codicia de morder en la boca anhelada, resbalando su inquieta caricia por contornos de carne nevada. [] Y no sabes lo que es el despecho de pensar en tus formas divinas, revolvindose solo en su lecho que el insomnio ha sembrado de espinas. se est produciendo sin que la historia literaria lo sepa una revuelta de proporciones considerables. En pleno porfirismo, un obseso sexual,

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alguien que reconoce y ama pblicamente la lujuria, un escritor que ambiciona a un cuerpo de modo concreto. La tradicin sacralizante de la poesa mexicana haba ido de la abstencin mitolgica de Ignacio Ramrez (Ara es este lbum: esparcid, cantores,/a los pies de la diosa incienso y flores) a la contabilidad de Manuel Gutirrez Njera, primer creyente en el poder adquisitivo de la literatura y adorador fiel de la mujer como objeto: Las novias pasadas son copas vacas, en ellas pusimos un poco de amor. El nctar tomamos huyeron los das Traed otras copas con nuevo licor! Champn son las rubias de cutis de azalea; borgoa los labios de vivo carmn; los ojos oscuros son vino de Italia, los verdes y claros son vino del Rhin. O la exaltacin autoritaria, el credo de Salvador Daz Mirn, quien en su poema A Gloria declara: No intentes convencerme de torpeza con los delirios de tu mente loca! Mi razn es a la par luz y firmeza, firmeza y luz como el cristal de roca! y culmina: Confrmate, mujer! Hemos venido a este valle de lgrimas que abate, t, como la paloma, para el nido, y yo, como el len, para el combate! Frente a esta tradicin, Rebolledo se decide por otro camino, un camino que se ver ocultado, disminuido por la necesidad de contener, de reprimir.

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Segn la cultura oficial, en Mxico no hay instintos, hay principios sanos y firmes; no hay erotismo, hay locura carnal. La decencia acude a eliminar el mensaje de Rebolledo, como intervendr despus para reblandecer o suprimir el aspecto ertico de la poesa de Lpez Velarde, hoy convertido luego de agotadores homenajes oficiales y de una biografa flmica que augura una serie de televisin en el perfecto novio de provincia, el febriscente y casto pretendiente que se aferr con nostalgia al amor puro. Lpez Velarde, por lo contrario, me resulta colmado de tensiones subterrneas, un poeta maldito (un blasfemo y un profanador protegido por su barroquismo y su franqueza) vencido sobre un motn de satiresas y un coro plaidero de fantasmas e inmerso en la idolatra de los bustos erticos y msticos. Mas sus posibilidades heresiarcas (su barmetro lbrico) no podan ser asimiladas por una cultura que sigue viendo en la pornografa a un enemigo (no tan ocasionalmente deleitoso) y sigue exaltando formalmente una monogamia feudal. Lpez Velarde fue purificado, virginizado, devuelto al estado de inocencia que se identifica con el nimo provinciano. Y este procedimiento depurativo no es ajeno al usado para convertir, digamos, a Flores Magn en un mero precursor lrico de la Revolucin. De acuerdo a tal concepcin, el destino de los heterodoxos, en el mejor de los casos, es la aureola romntica.

La venganza como sometimiento Porque el poder afirm D. H. Lawrence es el primero y el ms grande de todos los misterios. Es el misterio que est detrs de todo nuestro ser, incluso detrs de toda nuestra existencia. Incluso la ereccin flica es el primer movimiento ciego del poder. Y quiz tambin el ocultamiento programado de la realidad sexual sea un primer movimiento de la debilidad o, por lo menos, de una bsqueda mutilada del poder. A la literatura mexicana, como a casi toda la literatura latinoamericana, la ausencia del sexo y del erotismo (oculto o evidente) la han vuelto borrosa, desleda, mentirosa. La carencia de las cargas subterrneas de la atraccin fsica, de las tensiones y distensiones que engendra la relacin sexual, se ha complementado con

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una descripcin inalterable de la mujer: sujeto de servidumbre domstica (lo que incluye el coito), es tambin una especie de testigo permanente de su existencia y de la ajena, alguien siempre presente de modo inmvil, actuada reiterativamente por sus propias acciones. Aun ahora, con la novedad de las francas descripciones sexuales, la mujer contina apareciendo como un pretexto y un escenario, el territorio pasivo, la trampa sojuzgable, el gemido de rendicin ante la fuerza irrebatible de la voluntad flica. Sin vida propia, la mujer es un designio de la naturaleza masculina. Hay revancha en la mujer? En todo caso, hay complicidad con el desastre. Por el amor a la mujer (el embrujo o el hechizo, nociones mgicas que indican la imposibilidad de un dominio femenino logrado por procedimientos por as decirlo normales) pueden desencadenarse catstrofes pavorosas sobre el enamorado, pero quien arrasa no es la mujer sino la voluntad de autodestruccin del personaje, su debilidad femenina. Slo si es como una mujer, podr alguien ser vencido por una mujer. De all que, abruptamente escondida, traspuesta, minimizada, la mujer aparece y reaparece en esta narrativa para a) frustrar o amortiguar el herosmo y la participacin poltica; b) revalidar el chantaje sentimental como la forma de comunicacin entre el valor masculino y la cobarda femenina; c) transformarse en acicate del oportunismo. Disminuida, la mujer crece como elemento negativo. O es la amada jams perfectible o es la criatura sensata, nutrida de aptitudes hogareas, que anula o castra al personaje. Ya que no cuenta con vida propia, la mujer (descrita como un acto de venganza que es una confesin de impotencia) intentar deshacer la de los dems.

Recurso o comprobante Es inevitable que casi todos los autores coincidan o en su desprecio o su paternalismo filantrpico ante la mujer. La cultura de una sociedad colonial o colonializada como la mexicana as lo ha demandado y aun ahora entre disfraces y eufemismo as lo exige. Sujeto de cualquier experimento moral o de cualquier ejercicio cotidiano de poder, la mujer ha existido

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literariamente (y esta generalizacin, insisto, no se empieza a quebrantar sino en la dcada de los sesenta, de manera todava retrica) como un recurso o un comprobante. Y en semejante uso y abuso han coincidido escuelas literarias y corrientes ideolgicas. La concepcin que de la mujer teme el marxista Jos Mancisidor no difiere notablemente de la expresada por el escritor cristero Antonio Rius Facius. El naturalismo y el realismo tambin se unifican. Santa, la prostituta ideal de Federico Gamboa, es un cmulo de indecisiones y pecados que slo la muerte logra resolver. La novela no es el trmite de una canonizacin, sino el recuento del castigo justo. Gamboa, tan tpico como Santa, no intenta comprender o describir un personaje, sino elaborar una condena, una requisitoria de la sociedad a los seres marginados. Sin virginidad no hay trato social, como lo afirma Agustina, la madre de Santa, cuando se entera del primer mal paso: No la maldeca [la madre], porque impura y todo, continuaba idolatrndola y continuara encomendndola a la infinita misericordia de Dios Pero s la repudiaba, porque cuando una virgen se aparta de lo honesto y consiente que le desgarren su vestidura de inocencia; cuando una mala hija mancilla las canas de su madre, de una madre que ya se asoma a las negruras del sepulcro; cuando una doncella enloda a los hermanos que por sostenerla trabajan, entonces, la que ha cesado de ser virgen, la mala hija y la doncella olvidadiza, apesta cuanto la rodea y hay que rechazarla, que suponerla muerta y que rezar por ella. Y conforme Agustina se enderezaba, Santa fue humillndose, humillndose hasta caer arrodillada a sus plantas y hundir en ellas su bellsima frente pecadora.

A partir de la Revolucin mexicana Si la Revolucin mexicana modific considerablemente la situacin de la mujer, al permitir su participacin activa como combatiente y obrera, la novela de la Revolucin no registr perceptiblemente ese avance. Agustn Yez,

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en Al filo del agua (1947), traz una imagen excelente del luto y el confinamiento de la mujer en la provincia porfirista: Muchas congregaciones encauzan las piadosas actividades de grandes y chicos, hombres y mujeres. Pero son dos los ms importantes, a saber, la de la Buena Muerte y la de las Hijas de Mara; en mucho y casi decisivamente, la ltima conforma el carcter del pueblo, imponiendo rgida disciplina, muy rgida disciplina en el vestir, en el andar, en el hablar, en el pensar y en el sentir de las doncellas, tradas a una especie de vida conventual que hace del pueblo un monasterio. Y es muy mal visto que una muchacha llegada a los quince aos no pertenezca a la Asociacin del traje negro, la cinta azul y la medalla de plata; del traje negro con cuello alto, mangas largas y falda hasta el tobillo; a la Asociacin, en donde unas a otras quedan vigilndose con celo en competencia, y de la que ser expulsadas constituye gravsima, escandalosa mancha, con resonancia en todos los mbitos de la vida. La separacin de sexos es rigurosa. En la Iglesia, el lado del Evangelio queda reservado exclusivamente para los hombres y el de la epstola para el devoto femenino sexo. Aun entre parientes, no es bien visto que hombre y mujer se detengan a charlar en la calle, en la puerta, ni siquiera con brevedad. Lo seco del saludo debe extremarse cuando hay un encuentro de esta naturaleza, y ms an si el hombre o la mujer van a solos, cosa no frecuente y menos tratndose de solteras, que siempre salen acompaadas de otras personas. Pero no, los novelistas de la Revolucin no produjeron una imagen correspondiente. Lo que es muy explicable. Al movilizar al pas, al darle un golpe de muerte al sedentarismo, al destruir estructuras feudales, la Revolucin inici la destruccin de una cultura, de una forma de vida. Mas el proceso, en lo que a moral social se refiere, qued trunco. Si bien se ganaron libertades y se eliminaron los aspectos ms visibles de la esclavitud, siguieron intactos los esquemas y el aparato opresor, el feudo familiar. En cierto modo, la Revolucin legaliz legendariamente un aspecto (por lo menos)

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de esta persistencia: la visin admirable de la soldadera que, a varios metros de distancia de su Juan, arrastra comida y nios, ratifica una sumisin inalterable. Inevitablemente, los escritores de la Revolucin confirmaron esta dimensin heredada. La mujer en Azuela es sufrida y entregada; cree en su hombre, lo sigue, lo defiende, asesina y se deja asesinar por l, se deja vivir por l; es una entrega exaltada o melanclica. Para Jos Vasconcelos, la mujer es una pasin indispensable y prescindible, un sitio donde consumar la lujuria, porque lo advierte Vasconcelos con despreocupacin de profeta jalan ms dos tetas que dos carretas. Adriana, la amante, es una soldadera de lujo, que sigue al Ulises Criollo con una frvola y enloquecida abnegacin. En la obra de Martn Luis Guzmn, las mujeres son proveedoras: de hijos, de placer, de comida, prostitutas combativas o sombras domsticas. Son un suministro y un servicio pblico. Nada ms.

En, antes y despus de la tormenta Pero el pas se desarrolla y las formas ms rudimentarias o vergonzosas del sexismo tienden a ocultarse, por lo menos. Con el rgimen de Miguel Alemn se inicia el auge de la burguesa y con sta, la voluntad de eliminar los excesos que recuerden orgenes ya vistos como lamentables. Surge entonces el primer examen crtico del machismo, el primer anlisis condenatorio y la gran mitificacin. La clase media y la burguesa ya pueden permitirse esa prebenda. El machismo, definido como mera gesticulacin y desplante, se vuelve un excedente. O en todo caso, una actitud folclrica advertible peyorativamente. Esto no significa, de modo alguno, un primer intento crtico del sexismo. Tal y como se maneja el asunto, en el periodismo y en la investigacin del ser del mexicano (un intento fallido de nacionalismo filosfico y psicolgico), el machismo es denostado, nicamente, en tanto exceso, exceso que rechaza el proyecto nacional de desarrollo al insistir con amplia beligerancia en el derroche y la destruccin. El machismo, en la Revolucin mexicana, resultaba una afirmacin desesperada, un rclame vital. En la etapa de la burocracia poltica es a la vez un dispendio prescindible y un mito alentador. La crtica del machismo honra e inventa

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al objeto de su atencin. El macho (se enfatiza) es un abuso, el flagelo, la llegada al hogar a las tres de la maana seguida de la paliza a quien le aguarda dcilmente, el desafo de cantina, la institucionalizacin del si me han de matar maana, que me maten de una vez. El machismo es el culto a la hipervirilidad y la prctica mexicana de la violencia. O sea, y este aspecto se acentuar paulatinamente, un mito que funciona como tcnica de compensacin. El cine, la cancin popular y la crtica social se responsabilizan del invento del machismo. No que no existan las caractersticas que lo definen. Lo que no exista era el estilo que unificase dichas caractersticas. En la localizacin y condena del machismo se conjugan varios objetivos: idealizar una conducta cada vez ms impracticable (desde el punto de vista personal) en una sociedad cada vez ms represiva; darle a la clase media engolosinada con su descubrimiento de las tcnicas seudofreudianas la oportunidad de comprender y nombrar una conducta lmite, la oportunidad de sentirse superior a la bravata y superior tambin (en la burla protectora) a otro arquetipo, la compaera del macho, la Sufrida Mujer Mexicana; y, finalmente, tal ubicacin del machismo permite el desprestigio pblico de un estilo poltico, el callista, ya condenable en una etapa de estabilidad que requiere de mtodos menos altaneros y peligrosos. Lo que no se contradice con la resurreccin de dichos mtodos en 1968, cuando al rgimen le parecieron indispensables. All tal vez se encuentre uno de los motivos del debilitamiento y la final extincin del gnero narrativo de la Revolucin mexicana. Este proyecto pico, este recuento dramtico o melodramtico de las vidas de quienes transformaron al pas, acentuaba, por contraste, la atmsfera progresivamente gris, burocrtica, despolitizada, rutinaria, del sector de lectores, la clase media. Admitida y admirada en su calidad de epopeya, de leyenda culminante de un pas (que bien poda ser ste), la novelstica de la Revolucin mexicana ces, en un momento dado, de relacionarse de una forma viva y directa con su pblico. La incitacin pica, al cabo de la corrupcin alemanista, estaba de ms. La nacin de hroes se transform en la nacin de diputados.

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El sexismo contemporneo Pese a que ya no sea tan fcil advertirlo o volverlo materia de antologas evidentes, el sexismo, la ideologa del chovinismo masculino, la capacidad represiva que recibe a la mujer slo como objeto dominado y dominable, contina manifestndose vigorosamente en nuestra literatura, para no mencionar a nuestro modo de vida. Se inicia una etapa de algo quiz denominable como franqueza sexual y los descubrimientos freudianos no han sido en vano. Mas la feroz intolerancia, la opresin militante que caracteriza al sexismo, prosigue impune. Dnde est la narrativa que informe de otras alternativas a la monogamia rgida e hipcrita, al despotismo patriarcal, al machismo ocasionalmente avergonzado de serlo y preocupado las ms de las veces por la falta de grandes oportunidades para exhibirse? Pese a unos cuantos escritores excepcionales, ni en la literatura, ni en ese otro gran ttem, la vida real, se puede afirmar que se d en Mxico la libertad sexual, ni siquiera (desde luego) que la sociedad la considere una meta deseable, vlida. Ni las influencias internacionales, ni el desarrollo del mnimo sector del pas que goza del subdesarrollo circundante, ni la aculturacin, ni las revelaciones posfreudianas, ni el impacto de los movimientos de liberacin, han conseguido ampliar nuestras perspectivas de libertad sexual. Seguimos sometidos a una moral rgida, que reprime para conservar y conserva para reprimir, moral de razias, de escndalos sociales, de aficiones pornogrficas secretas, de incapacidad de admitir heterodoxias o elecciones de conductas diferentes. No hay libertad sexual porque no se conciben (ni siquiera se visualizan) las relaciones igualitariamente; porque la virginidad sigue siendo un fetiche administrado con criterio burstil a partir del cual se definen las vidas (y por supuesto, las honras); porque no se reexaminan radicalmente teoras y situaciones (se sigue creyendo en nociones tan dudosas o tan poco verificables o tan intiles como lo licencioso, lo indebido, lo antinatural, lo pervertido); porque el acto sexual sigue inmerso en nociones de culpa y sensaciones de pecado que ahora se transfieren (para hallarles acomodo pblico) a referencias de conveniencia social (A una madre soltera yo no la invito de madrina de mi hijo), de inters carrerista (Me perjudicara que me viesen contigo) o de la distincin entre libertad y libertinaje.

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Sin duda, el panorama no es ominoso por entero. Ms all de las prohibiciones y los decretos de inmovilidad, se siguen dando la espontaneidad, el desafo, la hereja, la ruptura, posiciones disidentes que requieren, para transformarse de modo orgnico en la vanguardia de este cambio, de la crtica radical y artsticamente vlida de un sexismo que sigue viendo en el guila y la serpiente una de las variantes metafricas de la condicin matrimonial. Crtica radical y desinhibitoria cuya urgencia fue sealada con precisin por Bertolt Brecht: Se necesita arte para hacer humanamente practicable lo que es polticamente justo.

Colofn-homenaje a la mujer 1. Una mujer debe ser/soadora, coqueta y ardiente./Debe darse al amor/con frentico ardor/para ser una mujer. Una mujer, letra y msica de Mario Clavel 2. Las mujeres, como los perros finos, se mueren de fro sin la caricia. Su naturaleza las arroja a la caricia, como su calor a la frescura del agua Una mujer es capaz de perdonar un da sin gasto; jams un da sin caricia Una esposa buena es como una vaca gorda en tiempo de escasez De Meditaciones, de Jos Lpez Bermdez

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