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Al servicio de 10 cts. las ideas y los ideales. Colección Ariel ENRIQUE SIENKIEWICZ . . . GUSTAVO MICHAUD . . . . GIUSEPPE RICCHIERI. . . . LUIS GONGORA JUAN AROLAS LEOPOLDO LUGONES. . . . K. ESCHERICH ROBERTO BRENES MESEN . SALVADOR DIAZ MIRON . . ANONIMO ALBERTO MASFERRER. . . A. LORIA H. HARDUIN . . . H. IBSEN A. PALACIO VALDES . . . . A. DE FRANKENSTEIN . . . J. MARTINEZ RUIZ Los dos campos Análisis de la leche sin aparatos El desierto de Sahara La más bella niña... Sé más feliz que yo La República y la Esc. Racionalista Las hormigas y sus costumbres La planta enferma A un pescador El hombre en el Jardín de Plantas Para los jóvenes Origen de la propiedad La olla tapada Hombres políticos Moral católica Inteligencia y Corazón Mi primer amor agosto 1909 Num. 6. — Volumen 3 MENSUAL Casilla 533.—San José Costa Rica

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Al servicio de 10 cts. las ideas y los ideales.

Colección Ariel

ENRIQUE SIENKIEWICZ . . . GUSTAVO MICHAUD . . . . GIUSEPPE RICCHIERI. . . . LUIS GONGORA JUAN AROLAS LEOPOLDO LUGONES. . . . K. ESCHERICH ROBERTO BRENES MESEN . SALVADOR DIAZ MIRON . . ANONIMO ALBERTO MASFERRER. . . A. LORIA H. HARDUIN . . . H. IBSEN A. PALACIO VALDES . . . . A. DE FRANKENSTEIN . . . J. MARTINEZ RUIZ

Los dos campos Análisis de la leche sin aparatos El desierto de Sahara La más bella niña... Sé más feliz que yo La República y la Esc. Racionalista Las hormigas y sus costumbres La planta enferma A un pescador El hombre en el Jardín de Plantas Para los jóvenes Origen de la propiedad La olla tapada Hombres políticos

Moral católica Inteligencia y Corazón Mi primer amor

agosto 1909

Num. 6. — Volumen 3 MENSUAL

Casilla 533.—San José Costa Rica

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COLECCIÓN A R I E L PUBLICACIÓN ECONÓMICA

La serie anual de diez números vale 1.00.—El número suelto vale 10 céntimos.—La suscrición se paga ade-lantada y só lo se sirve á quien la solicita.—Aparece el primero de cada mes.—Cada dos años forma un volumen por lo menos de 560 páginas científicas y literarias de lo mejor que se halla en las literaturas estranjeras.

Dirigirse al Editor: Casilla 533 —SAN JOSE, COSTA RICA

Para la v i d a de la COLECCION ARIEL

(Suscrición de auxilio)

Del 1° de julio al 1° de agosto.—De Poás : don Ti-moleón Galindo, 1.00.—De San José: don Manuel Ba-rrionuevo, 1.00. Don Mario Sancho J iménez, 1.00. Sr ta . María Isabel Carva ja l , 1.00. Lic. don Alberto Brenes Córdoba, 1.00. Don J u a n Arias R., 1.50.— Del N a r a n j o : Dr. Leopoldo Acosta, 0.50. Don José Manuel Pe ra l t a , 1.00. Don Demetrio Cordero, 1.00. De Heredia: Señor i ta incógnita, 4.00.

Esta sección señalará con esactitud mate-mática la eficacia de la cooperación que se presta con hechos y no con palabras.

ESPIGAS Le parecía bien.—Mamá, por qué no quiere usted que

yo j uegue con el hi jo de don Julio? —Porque conozco su famil ia , mi encanto. No es de

buena sangre . —Cómo es eso mamá! Si lo han vacunado dos veces

y n inguna le han pegado las vacunas ! Gemela perdida.— Un abogado cuya oficina es taba

en un edificio muy grande , perdió hace poco una geme-la de un par que es t imaba mucho, l i s t ando completa-mente seguro de que la hab ía perdido en a lguna par te del edificio, colocó en la puer ta de su b u f e t e el siguien-te aviso:

«Perdida.—Una gemela de oro. El propietario, Guillermo Salinas, apreciará profundamente su devolución inmediata».

Aquella tarde, al pasar por la puer ta en donde el aviso es taba, cual no ser ía la sorpresa del abogado cuando leyó el s iguiente añadido:

«El que se halló la gemela le agradecería muchísimo al propietario que tuviera la amabilidad de perder la otra».

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Colección Ariel n.° 6 - Vol- 3

Los dos campos (Cuento indio)

Largo tiempo atrás, había dos territorios, uno junto á otro; dos campos de inmensa superficie y divididos por un río cristalino. Sus orillas en cier-to paraje perdíanse apaciblemente en suave de-clive, y el agua límpida y tranquila formaba allí un gran lago y además un vado que facilitaba el paso para la otra orilla.

Trasparentes ondas azules dejaban ver el fon-do dorado del lago, donde crecía el loto, cuyas flores rosadas y blancas cubrían la superficie del agua. Allí revoloteaban mariposas de múltiples colores, y en la playa, posados sobre las palmas ó volando, cantaban millares de pajarillos con sus vocecitas argentinas. El vado permitía pasar de un campo al otro: del «Campo de la Vida», al «Campo de la Muerte». Los dos los había creado el grande y omnipotente Brahmá (1), que los entregó respectivamente, el campo de la Vida, al buen Vishnu, y el de la Muerte, al inteligente Siva, diciéndoles: «Obrad según vuestro mejor juicio».

En el campo de Vishnu bullía la Vida. El sol comenzó su curso; los días y las noches se se-guían unos tras otros; la mar daba señales de su movimiento alternativo de ascenso y descenso; en el firmamento se acumulaban nubes fructifi-

(1) En la religión de la India, Brahmá con Vishnu y Siva forman una trinidad, siendo el primero Dios creador; en tanto que el segundo preserva la creación de Brahmá, el tercero, ser supremo y vengador, la destruye.

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cantes; plantas, animales y hombres poblaban la tierra, y á fin de que éstos jamás se estinguieran, creó Dios el Amor.

Pero Brahmá llamó á Vishnu, y le habló de esta manera: «Ya que no es posible que puedas hacer otra obra mejor en la tierra, vé y descan-sa, abandonando á sí mismos á aquellos seres que llamas hombres, á fin de que sigan tejiendo el hilo de la Vida sin otro auxilio que sus propios esfuerzos».

Vishnu cumplió la orden de Brahmá, y desde entonces los hombres cuidaban de sí mismos. Sus ideas alegres producían el contento, y las tristes, el dolor. Asombrados veían los hombres que la vida no era un estado de placer continuo, y que el hilo mencionado por Brahmá, lo tejían dos parcas, de las cuales la una mostraba un rostro alegre y risueño, mientras que al de la otra lo empañaban las lágrimas.

Por tal causa, se presentaron ante el trono de Vishnu, quejándose de esta manera: «Oh, señor! Pasar esta vida llena de tristezas, es penoso»!

Pero él les contestó: «Buscad consuelo en el amor».

Consolados se fueron y eran felices en el amor. Pero el Amor es un creador poderoso de Vida

nueva, y aunque la superficie de la tierra de Vishnu era muy grande, el número de gentes aumentó inmensamente, de manera que casi ya no encontraron alimento suficiente en las bayas de los arbustos silvestres, en la miel de las abe-jas y frutas de los árboles. Los más inteligentes principiaron á desmontar selvas, á cultivar tie-rras y á sembrar y cosechar cereales.

Así principió el Trabajo sobre la tierra. En poco tiempo todos se refugiaron en él, y el Trabajo no fué sólo el fundamento de la Vida, sino en cierto modo la Vida misma.

Pero al Trabajo lo seguía el Cansancio, y los hombres se presentaron otra vez ante el trono de Vishnu.

«Señor — esclamaban: — El Trabajo debilita nuestros cuerpos y arruina nuestros miembros.

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Quisiéramos descansar; pero la Vida nos obliga á trabajar».

Vishnu repuso: «El gran Brahmá no admite que siga desarrollando la Vida; sin embargo podré hacer algo en el sentido de producir una compen-sación por medio de interrupciones de la vida que signifiquen reposo».

Y entonces creó el Sueño. Los hombres saludaron con alegría infinita la

nueva dádiva y la declararon el regalo más pre-cioso del divino. El Sueño les hizo olvidar las penas y dolores. Por medio de él se renovaron las fuerzas gastadas; parecíase á una buena ma-dre: enjugaba las lágrimas y envolvía el cerebro de los dormidos con la blanda niebla del olvido, y los hombres alabaron al Sueño como su mejor alivio y consuelo.

Solamente una cosa tenían que reprobar en él, y era que no durara mucho más tiempo, pues tras corto intervalo, el despetar lo seguía, y con esto principiaban de nuevo el trabajo y las difi-cultades. Esta idea los torturaba de tal modo, que por tercera vez se presentaron ante el trono de Vishnu, diciendo: «Señor, tú nos has propor-cionado un bien indeciblemente grande, pero que sin embargo no es completo. Haz que el Sueño dure una eternidad».

Vishnu arrugó su frente divina, como si estu-viera encolerizado por las continuas molestias que le ocasionaban los hombres, y dijo: «Esto no puedo concedéroslo; pero id al vado del río, que en la otra orilla hallaréis lo que deseáis».

Los hombres siguieron el consejo de la divini-dad, y corrieron en tropel al río, desde donde ob-servaron la otra orilla. Pero sobre el otro lado de este río tranquilo, trasparente y cubierto de flores, se estendía el reino de Siva, el campo de la muerte. Allí el amanecer era desconocido; allí no había ni día ni noche, y todo el horizonte res-plandecía en una luz uniforme y agradable de color violáceo. Los objetos no producían sombra, sino que la luz los traspasaba. Allí la tierra no era plana, y doquiera que alcanzaba la vista, se

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alternaban valles con colinas llenas de hermosos grupos de árboles y enredaderas. La hiedra bri-llaba con verdores salpicados de rosa: todo era encantador, puro y sin mácula.

Los hombres que habían llegado con mucha algazara á la orilla del vado, enmudecieron ante este horizonte infinito de color lila, y empezaron entre sí á hablar con voz suave: «Qué silencio en la otra orilla, qué tranquilidad tan grande! En verdad, allí reinan el Reposo y el Sueño eterno».

Los más estenuados por el trabajo decían al rato: «Iremos á buscar el Sueño eterno».

Entraron en el río. Las aguas, luciendo todos los colores del arco iris, se retiraron ante ellos, para facilitar el paso por el vado. Los que se que-daron en la orilla, fueron presa de un dolor agu-do y los llamaron con voces lastimeras; pero nin-guno de ellos volvía. Iban siempre adelante, sere-nos y felices, pues el misterioso y sorprendente encanto de aquella tierra los atraía siempre más y más.

Entonces la multitud aglomerada en la orilla del campo de la vida, observó que cuanto más los otros se alejaban, más trasparentes, luminosos y radiantes se hacían sus cuerpos, para finalmen-te estinguirse en la débil luz del campo de la muerte, Veían además que aquellos, tan luego como pisaban la otra orilla, se acostaban al pie de la colina, debajo de los árboles. Tenían los ojos cerrados, y su faz espresaba un sentimiento de tan alta felicidad, como no lo había despertado ni el mismo amor en el campo de la vida. Viendo esto, los que estaban aglomerados en la orilla del campo de la vida, decían entre sí: «El mundo de Siva es más bello y mejor».

Desde entonces aumentó continuamente el nú-mero de los que pasaron á la otra orilla. En pro-cesión solemne marchaban ancianos, hombres en la flor de su edad, madres llevando de la mano á sus hijos; jóvenes y niñas adornados de flores; y el reino de Vishnu quedó casi completamente de-sierto.

Pero Vishnu, que estaba encargado de conser-

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var la Vida, se sobresaltó por las consecuencias del consejo que había dado en un momento de mal humor, y como no sabía qué hacer para salir de apuros, se presentó ante el trono del omnipo-tente Brahmá.

«Supremo hacedor de todo lo que existe—díjo-le—salva la Vida! Tú has creado el campo de la Muerte tan bello y tan feliz, que todos los hom-bres abandonan el campo mío».

«No ha quedado nadie contigo?»—preguntó Brahmá.

«Solamente un joven y una niña, que se quie-ren tanto, que prefieren renunciar á la felicidad del eterno sueño, antes que cerrar los ojos y no poderse mirar más».

«Qué es Jo que deseas». «Haz que el campo de la muerte sea menos feliz

y bello; pues si el Amor se acaba también en mis dos últimos habitantes, me abandonarán lo mis-mo que los otros».

«No—decía Brahmá,—no destruyo la felicidad y la belleza del campo de la Muerte. Conozco otro medio mejor para conservar la Vida. De hoy en adelante, los hombres estarán obligados á entrar en el campo de la Muerte, y ya no lo harán con gusto voluntariamente».

Lo dijo, y tejió de las tinieblas un velo tupido é impenetrable; luego creó dos seres terribles, el Dolor y el Miedo, á quienes mandó colgar el velo delante del vado del río.

Desde entonces volvió á florecer la Vida en el reino de Vishnu, y aunque el campo de la Muerte seguía tan bello, tan feliz y tranquilo como era antes, tuvieron en lo sucesivo los hombres un miedo verdaderamente invencible de entrar en él.

Enrique Sienkiewicz

(Trad. de Natura, Montevideo, 1909.

El niño desea ser hombre ante todo; y tratarlo como tal es uno de los métodos más seguros para formar su carácter é impulsarlo á la cultura propia.— Leopoldo Lugones.

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Análisis de la leche sin aparatos La adición de agua á la leche ó la sustracción

de nata pueden reconocerse con más exactitud por el procedimiento siguiente que por medio del lactodensímetro empleado solo, es decir sin cre-

El análisis de la leche, sin aparatos

mómetro. El resultado no permite distinguir entre la adición de agua y el desnatamiento, pero, en el mayor número de casos, el consumidor no tiene interés en averiguar cual de las dos falsificacio-nes tuvo lugar; lo que él desea saber es si la leche representa ó no el valor de su compra.

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Se menea con una cuchara la leche sospechosa, para repartir en todo el líquido la capa de nata que hubiera podido reunirse en la superficie. Luego se vierte un volumen de la leche en cien volúmenes de agua, y se trasporta el líquido así obtenido á un cuarto oscuro alumbrado por una candela.

El esperimentador toma un vaso de beber cuyo fondo sea bastante plano y sin aspe-rezas y sostiene este vaso á una distancia de cerca de 30 centímetros directamente por encima de la llama de la candela. (Véase la Fig.)

Vierte entonces lentamente en el vaso la leche diluida. A medida que sube el nivel del líquido en el vaso, la llama se hace menos y menos lumi-nosa. Pronto queda reducida á un punto blanque-cino. Un poco más del líquido, vertido lentamente para evitar la adición de un exceso, y la llama se hace absolutamente invisible. Lo único que queda que hacer es medir la altura del líquido en el vaso. Para eso se introduce verticalmente en el vaso una cinta de cartón y se mide luego la parte mo-jada de ésta. No pasará de cinco centímetros si la leche es pura.

El lector ha comprendido ya que el método descansa sobre la relación estrecha que existe entre la opacidad de la leche y el número de cor-púsculos grasos contenidos en ella. Cualquiera de las dos falsificaciones, adición de agua ó sustrac-ción de nata, contribuye á disminuir la opacidad de la leche. Lo mismo no puede decirse de la den-sidad. El desnatamiento la aumenta mientras que la adición de agua la disminuye y el método ordi-nario de análisis rápido que consiste en la simple introducción del lactodensímetro en la leche no debiera aplicarse, salvo en los casos raros en que se conoce la naturaleza de la falsificación. Una leche desnatada puede tener una densidad nor-mal si el falsificador ha tenido la precaución de agregarle agua. El lactodensímetro debe usarse antes y después de quitar la nata y la proporción de ésta debe determinarse por medio del cremó-metro. Así practicado, el análisis exige un lacto-

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densímetro, un termómetro, un cremómetro. Es preciso esperar 24 horas para el resultado y éste no es mucho más exacto que el del método que acabo de describir.

Dr. Gustavo Michaud (Traducido del Scientific American del 24 de abril de 1909 para la CO-

LECCIÓN A R I E L ) .

Sólo los corazones sencillos son gratos á Dios y á los hombres. O ni-ños ó como niños, ha dicho el Salvador. - Armando Palacio Valdés,

La más bella niña...

La más bella n iña de nues t ro lugar , hoy viuda y sola y ayer por casar , viendo que sus ojos á la gue r r a van, á su madre dice que escucha su mal : Dexadme llorar (1) orillas del mar.

P u e s me distes, madre , en t an t i e rna edad tan corto el placer, tan largo el penar , y me caut ivas tes de quien hoy se va y l leva las l laves de mi l iber tad, Dexadme llorar orillas del mar.

E n llorar convier tan mis ojos de hoy más el sabroso oficio del dulce mirar , pues que no se pueden mejor ocupar yéndose á la gue r r a quien era mi paz. Dexadme llorar orillas del mar.

No me pongáis f r eno ni querá i s culpar; que lo uno es justo, lo otro por demás. Si me queré is bien no me hagá i s mal; har to peor f u e morir y cal lar . Dexadme llorar orillas del mar.

Dulce madre mía, quién no l lorará, aunque t enga el pecho como un pedernal , y no da rá voces viendo march i t a r los más verdes años de mi mocedad? Dexadme llorar orillas del mar.

Váyanse las noches, pues ido se han los ojos que hacían los míos velar ; váyanse , y no vean t an t a soledad después que en mi lecho sobra la mi tad . Dexadme llorar orillas del mar.

Luis de Góngora (Poeta español: 1561-1627)

(1) La x de dexadme hay que pronunciarla en este caso como la sh in-glesa.

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El desierto de Sahara

El Sahara no es del todo igual: algunas regio-nes, como las hammada, planas y ligeramente on-duladas, se componen todas de roca desnuda, in-terrumpida tan solo por grietas, sin una brizna de yerba, sin una gota de agua, sin un ser vivien-te, así sea un insecto: otras, llamadas serir, igual-mente planas, cubiertas de minúsculos guijarros agudos ó redondos del tamaño de un garbanzo al de una nuez, parajes desolados y solitarios por lo demás: finalmente, las partes arenosas, las dunas, esas que en la fantasía popular constituyen el verdadero desierto, conservando á veces alguna humedad bajo la arena, también son las que ofre-cen acá y allá el oasis ó esa raquítica vegetación de césped espinoso, suficiente para los camellos de las caravanas que atraviesan el mar sin lími-tes de arena.

El cielo está sin nubes, pero bien lejos de lucir ese azul encantador del nuestro, que eleva el áni-mo, está oscuro, cubierto como de un velo blanco ó rojizo por la gran sequedad. La arena que se alza y el sol implacable, que se refleja sobre el terreno, producen crueles oftalmias (1) y dolores insoportables de cabeza. La sed es inestinguible, las fauces arden, mientras que las odres, en que el agua se conserva, queman los labios que las tocan; las glándulas sudoríparas de la piel ya no tienen más sudor, la sangre se densifica, casi se coagula, produciendo la fiebre y el delirio. A ve-ces, después de una caminata infernal, la carava-na por fin llega á la suspirada sombra del macizo de palmeras, á veces á un estanque en donde el agua aun se conserva; pero muy á menudo, en tanto que la caravana se ha recostado para repo-nerse un poco, una verdadera nube de grandes moscos ó un ejército de escorpiones, muy veneno-sos, la asaltan hasta obligarla á huir.

(1) Inflamaciones de los ojos.

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Y del simún, no hablo, pues? Quién no lo co-noce? En un tiempo fué vulgar la opinión de que él podía sepultar caravanas enteras bajo los mon-tes de arena trasportada: pero es más bien por su gran sequedad, por el ardor de la sed, por la fa-tiga que produce en los pulmones, por lo que pe-recen sofocados hombres y bestias. Los camellos que lo sienten á distancia, gimiendo rehusan pro-seguir y metiendo el hocico dentro de la arena caldeada, en vano buscan un alivio para el terri-ble ardor.

Sinembargo, á pesar de todo esto, caravanas atraviesan continuamente el desierto y de aquí que pueda decirse que éste por sus condiciones naturales no constituye un peligro insuperable para las esploraciones, porque el camello es—co-mo ha sido llamado—preciosa nave para atrave-sarlo y el simún se enfurece solo en ciertas esta-ciones.

Giuseppe Eicchieri

Ya que deseáis que vuestro nombre viva, procurad que él viva más bien en el corazón que en el cerebro de la gente.

Sé más feliz que yo

Sobre pup i l a azul , con sueno leve, tu pá rpado cayendo amortecido, se parece á la p u r a y b lanca n i eve que sobre las v io le tas reposó; yo el sueno del p l ace r n u n c a h e dormido:

sé más fe l iz que yo. Se a s e m e j a tu voz en la p l e g a r i a

al c a n t o del zorzal de ind iano suelo q u e sobre la pagoda sol i tar ia los h imnos de la t a r d e suspiró: yo sólo es ta oración d i r i jo al cielo:

sé más fe l i z que yo. E s tu a l iento la e senc ia más f r a g a n t e

de los lirios del Arno caudaloso q u e b r o t a n sobre un j u n c o v a c i l a n t e c u a n d o él céfiro b l ando los mec ió : yo no gozo su a roma delicioso:

sé más fel iz que yo. E l amor , que es esp í r i tu de f u e g o ,

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que de cal lada noche se aconse j a y se n u t r e con l ágr imas y ruego , en t u s purpúreos labios se escondió: él te g u a r d e el placer y á mí la q u e j a :

sé más feliz que yo. Bella es tu j uven tud en sus albores

como un campo de rosas del Oriente ; al ánge l del r ecuerdo pedí flores pa ra adornar tu sien, y me las dió; yo dec ía al poner las en su f r e n t e :

sé más feliz que yo. T u mirada vivaz es de paloma;

como la adormidera del desier to c a u s a s dulce embr iaguez , hur í de a roma que el cielo de topacio abandonó: mi suer te es dura , mi dest ino incier to:

sé más feliz que yo.

P a d r e Juan Arolas. (Poeta español: 1805-1849).

El corazón infantil es una fuente de alegría que se comunica á todo lo que lo rodea.

La República y la Escuela Racionalista Disciplina, en el concepto moderno que damos

á la enseñanza, ó sea á la manera de investigar la verdad, no significa la imposición de un deber, sino la sistematización de los conocimientos. El respeto á la libertad de pensar, es incompatible con la imposición del deber por temor á determi-nadas consecuencias; siendo la libertad de razo-nar, la primera de todas las enseñanzas. Si el objeto del estudio es procurar convicciones espli-cativas sobre los fenómenos de la naturaleza y de la inteligencia, nada más nocivo para dicha operación, que las imposiciones del criterio ajeno; y cuando de ella depende la adopción del método en cuya virtud ha de seguirse ejecutando por el adulto, fuera ya de la escuela, su importancia se duplica. La conformación de las inteligencias co-munes, proviene de los primeros estudios; resul-tando generalmente que si éstos fueron dogmá-ticos, determinan en el adulto inclinaciones absolutistas de juicio y de concepto. Poco impor-

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ta que el dogmatismo sea clerical ó liberal en unos y otros individuos; la tendencia mental es idéntica, y la general intolerancia de apreciación, de opiniones, de sentimientos, proviene en gran parte de la enseñanza dogmática.

La libertad de pensar, es todavía más necesaria en el desarrollo de un plan de estudios basado sobre las ciencias naturales, es decir, concebido con el método esperimental que las caracteriza. Nada más estraño á este método que la coacción. La libertad en él es tan preciosa, que hasta la desaplicación debe preferirse al estudio empren-dido por temor, imputándola en la mayoría de los casos al profesor y no al alumno. El amor á la naturaleza y á la investigación de sus fenómenos, es tan imperioso en el hombre, que salvo los de-generados ó enfermos de la voluntad, nadie rehu-sa cultivarlo. Encontrar la verdad, demostrarla por esfuerzo propio, es la operación más grata del espíritu. Recibirla impuesta, requiere general-mente una penosa sumisión. El movimiento na-tural y espontáneo del niño, es desobedecer lo que se le ordena; y en cuanto al adulto, adquirida la costumbre de obedecer, podrá llegar al automa-tismo si se quiere, pero nunca la obediencia le reportará una satisfacción. Las mismas religio-nes la consideran virtud, pero en carácter de sa-crificio á Dios.

Corresponde á la enseñanza dogmática, la obe-diencia, y de consiguiente el castigo y el premio: dos estímulos artificiales que subordinan la ad-quisición de los conocimientos, no á las satisfac-ciones superiores de la inteligencia, sino á la evi-tación de un dolor ó la conquista de un placer. En ambos casos, el egoísmo viene á ser agente directo para la adquisición de la verdad. Tan monstruosa subversión, hace de la escuela una cár-cel y del estudio una pena. Es este el mismo con-cepto del «mando» monárquico no del «gobierno» democrático; de la subordinación al Estado por-que tiene la fuerza, no porque garantiza el dere-cho. Escuela vieja y viejas instituciones, todo es la misma negación de libertad.

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Resulta, así, un contrasentido curioso, el de quienes siendo republicanos, sostienen, sin em-bargo, el dogmatismo escolar, como si el racio-nalismo en las instituciones—no es otra cosa la república, filosóficamente considerada, y de aquí la lógica con que el Syliabas (1) condena el go-bierno representativo—fuera compatible con el dogmatismo de los estudios que constituirán el criterio del futuro ciudadano. No se puede for-mar en la esclavitud espiritual, á los que maña-na aplicarán por cuenta propia la libertad polí-tica. El desdoblamiento de la probidad en privado y público, es un cobarde sofisma que nos hace pagar muy caro nuestra clase gobernante, forma-da en la enseñanza dogmática y llamada á apli-car instituciones racionalistas. Su descreimiento en la libertad; su atonía ante los estímulos del bien público; su excepticismo ante las institucio-nes democráticas; su clericalismo decorativo y ateo, provienen de la misma causa. La república ha menester de la escuela racionalista, como los árboles de sol.

La cátedra racionalista no requiere obediencia, sino interés y amor á la verdad. El premio y el castigo son para ella un estorbo en vez de un auxilio. Menos que necesitarlos, los rechaza. El orden le resulta del placer que causa á los dis-cípulos. Así, no necesita imponerlo por la fuerza.

Al degenerado, al incorregible que es una ex-cepción rarísima, lo separa del resto. Prefiere el sacrificio de uno al mal de todos en el servilismo del deber impuesto. Sabe que, por otra parte, di-cho servilismo tampoco remedia el mal del enfer-mo. La terapeútica mental, jamás autoriza el uso de la fuerza.

Por medio de ésta, llegará á tenerse un colegio silencioso y uniforme. Nunca se lo tendrá satis-fecho y alegre. No hay más que una alegría po-

(1) El Syllabus es uno de los artículos de la Encíclica del papa Pío IX (1864). En él se señalan y definen á los católicos los movimientos y las ideas modernas que deben ellos considerar en desacuerdo con los dog-mas de la Iglesia Católica.

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sible en el estudio: el dominio de la verdad por el esfuerzo propio. En él va implícita á la vez, la más alta moral que conocieron los hombres.

Leopoldo Lugones (Didáctica, «Monitor de Educación Común». Buenos Aires. Marzo

de 1909).

Cosechamos lo que hemos sembrado. Las manos que nos desgarran son las nuestras.

Las hormigas y sus costumbres

Pocos an ima les son más i n t e r e s a n t e s que las hormi-gas . La Bibl ia y las obras de au tores gr iegos y roma-nos, con t i enen m u c h a s r e f e r e n c i a s sobre el las y ahora , zoologos, psicólogos, fisiólogos y sociólogos con igua l g u s t o es tud ian d i l i gen temen te estos insec tos sociales y b u s c a n u n a esplicación de ese orden y a rmon ía m a r a -villosos que r e inan en sus g r andes v iv i endas comunes , de las cua l e s a l g u n a s enc ie r ran mi l lones de hab i t an t e s . S i s t emas filosóficos se h a n basado sobre las cos tumbres de las ho rmigas , las cua l e s se h a n aducido como prue-bas ev iden tes en pro ó en cont ra del dua l i smo ó del mo-nismo, (1) s egún el pun to de v i s ta de los au to res . Po-seen las ho rmigas u n a in te l igenc ia cas i h u m a n a supe-r ior á la de muchos mamí fe ros ó son sus acc iones ins-t i n t i va s ó ref le jas? Si la c o n j e t u r a an te r io r es c ie r t a , la teor ía de la evolución debe ser f a l s a . P e r m í t a s e n o s p a s a r r ev i s t a á los más so rp renden te s hechos q u e se h a n descubier to en los úl t imos anos.

Ivas h o r m i g a s son pa r i en t e s de las a b e j a s y las avis-pas y todas e s t án inc lu idas en el orden de los Himenóp-teros. La f ami l i a de las ho rmigas es tá d i s t r ibu ida por todo el g lobo y comprende 170 géne ros y m á s de 5000 especies y var iedades . T o d a s las h o r m i g a s f o r m a n so-c iedades que se l l aman es tados ó colonias , pero e s t a s comun idades difieren muchís imo en población, costum-bres , división del t r aba jo , etc. E l n ú m e r o de c iudada-nos va de 50 ó 100 á mi l lones y t a l vez b i l lones y la o rganizac ión social p re sen ta diversos es tados de desa-rrollo, desde el m á s pr imi t ivo al m á s complejo . E n todo caso, la comun idad comprende por lo menos t res c lases ó cas tas , machos h e m b r a s y t r a b a j a d o r a s . Las t r a b a j a -

(1) El dualismo en filosofía es un modo de pensar que trata de esplicar todos los fenómenos mediante la suposición de dos elementos absolutos y radicalmente independientes. Se opone al monismo. Por ejemplo: Se habla de materia y espíritu, bien y mal, macho y hembra, etc.

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doras, hembras estéri les de ovarios atrofiados, f abr ican , man t i enen y defienden el nido, proveen de al imento, cuidan á l a s hormigas jóvenes y hacen todo el t r aba jo . Cons t i tuyen casi la población entera , porque hay sólo de 1 á 60 hembras fecundas ó r e inas y los pocos machos que existen se apa r t an del hogar pocos días después de que han a lcanzado la madurez . L a s t res cas t a s á menu-do difieren en apar iencia . Eos machos y re inas son ala-dos por lo común y las t r aba j ado ra s n u n c a t ienen alas .

E s t a s ú l t imas se dividen en subcas ta s que t i enen diversas ocupaciones y á menudo se d i fe renc ian nota-b lemente de t amaño y forma. L a s t r a b a j a d o r a s m á s pequeñas asean la casa , a l imentan las la rvas , desyer-ban los a r r ia tes de hongos, descortezan los granos , etc . mien t ras que las grandes , defienden la colonia, reco-lec tan el al imento y hacen otras t a reas pesadas . L a s t r a b a j a d o r a s de cabeza y mand íbu la s g randes se l l aman —impropiamente a lgunas veces—soldados. Otras, de voluminoso abdomen que usan para a tesorar miel, se l l aman propiamente tacitas de miel.

E l t r a b a j o más notable de las hormigas es la f abr ica -ción de la casa. E n los claros de los bosques de conife-r a s se encuen t r an t e r rap lenes cónicos, a lgunos de e l los de 6 pies de a l tu ra , compuestos p r inc ipa lmente de tallos, ho ja s y a g u j a s de pino.

E n los d ías cálidos miles de hormigas en t r an y salen por las muchas pue r t a s y cubren la superficie, pero de noche y en t iempo fr ío , el esterior de la casa queda de-sierto y las en t r adas casi ni se no tan .

La colina visible es sólo una par te del nido, el fondo del cual á menudo es tá á más de una yarda del pie del montículo. L a pa r te subter ránea es la más impor t an t e y en muchos distri tos f a l t a el te r raplén de hojas . E l ter raplén es p r inc ipa lmente una protección contra el f r ío , su inter ior es á menudo 15 ó 20 grados más calien-te que el aire esterno, y la mayor ía de las t r a b a j a d o r a s y jóvenes la rvas se encuen t ran s iempre en la pa r te más cálida, á menos que lo esté excesivamente. Como la tem-pe ra tu ra de las d i fe ren tes par tes cambia de cont inuo con la a l tu ra del sol y como las l a rvas requieren distin-t a s condiciones de calor y humedad , según su desarrollo, las t r aba j ado ras es tán s iempre ocupadas cambiándolas de un l uga r á otro. A veces los huevos son colocados sobre las la rvas y n in fas , á veces se invier te el orden. (Véase la fig. 1). L a comunidad puede ocupar una sola colina ó un número de colinas en conexión. L a s m á s g r a n d e s ciudades de hormigas a b a r c a n cientos de colo-n ias y mil lones de hab i t an tes .

So lamente las «hormigas de bosque» del género For-mica cons t ruyen te r rap lenes de hojas. L a mayor pa r t e de las hormigas de Europa l evan tan colinas de t i e r ra sobre sus nidos subter ráneos , los cua les están conecta-dos a lgunas veces con las bodegas por medio de la rgos

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túneles . P a r a const rui r las hacen pelot i tas de t ie r ra que colocan en hi leras y cementan. É s t e t r a b a j o es hecho con las a n c h a s y den tadas mand íbu l a s las que por sus func iones son más bien manos que m a n d í b u l a s . Unas pocas especies no l evan tan colinas, s ino que rodean las

en t r adas de sus hogares subterrá-neos con paredes de t ier ra sue l ta .

Otras hormigas, en cambio, son ta-l adradoras de ma-dera. Una espe-cie, común en Eu-ropa, vive en de-pa r t amen tos anu-la res concéntr icos escavados en las par tes más suaves de los anil los a-nua les del p ruche (especie de pino) y otros árboles. Así s o n perforados muchos de estos has ta una a l tu ra de 30 pies. Los le-ñadores se v e n acosados por es-t as hormigas.

Hay hormigas más pequeñas (Co-lobopsis Truncata) que hacen túneles en maderas du ras y en todas direc-ciones. El labe-r in to t iene muy pocas en t radas (á menudo solo una)

y las tapa el cuerpo de una hormiga de tipo especial con una cabeza grosera , cuya f r en te t iene la apar ien-cia de un pedazo de corteza.

E s t a por tera de ja su puesto so l amen te cuando un golpeci to de las an tenas de una c iudadana le avisa que el la quiere en t ra r ó salir del nido.

La madera roida por las t a l a d r a d o r a s es senci l lamen-te a r ro jada f u e r a del nido, pero h a y hormigas que los f ab r i can de un papel hecho con la p u l p a de madera y sa l iva . Es tos nidos var ían mucho en t amaño y forma, s iendo algunos no más g randes que nueces y otros de seis pies de largo. Es tos existen á menudo en los trópi-cos en donde son genera lmente suspendidos de r amas ,

Fig I.—Huevos, larvas y ninfas en sus casas

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pero el nido casi negro de la única clase europea de fabr icadoras de papel (Lasius fuliginosus) es hecho en los huecos de los árboles.

Otras especies todavía, que pe r t enecen al género Oe-cophylla, t e j e n nidos de pura seda , ó seda mezclada con f r a g m e n t o s de ho jas , ó de ho jas c u y a s or i l las son uni-das con seda. Las l a rvas hilan la seda y t ambién son te jedoras ; pa ra lo cual cada obrera sost iene la la rva en las mand íbu l a s y apl ica la boca de ella á la hoja . (Véase la fig 2). E s t e es probablemente el único e jemplo del uso

Fig. 2. - Hormiga que usa la larva como instrumento

de in s t rumen tos en el reino animal . Las te jedoras de seda sólo v iven en l as regiones t ropicales de India , Aus-t ra l ia , Af r i ca y Brasi l .

E n m u c h a s especies de hormigas el nido or iginal se conserva mien t r a s la comunidad existe, s iempre que no se ha l le espuesto á f r e c u e n t e s molest ias , porque de otro modo la colonia se cambia á un lugar más t ranqui lo ; en este caso cada t r a b a j a d o r a se l leva en las q u i j a d a s u n a la rva . E n estos t r ag ines du ran pocos días.

E n la Amér ica y Af r i ca tropicales, la Doylince, q u e no t i ene hogar fijo, anda de un sitio á otro en i nmensas y compac tas hordas , devorando todas las cosas comi-bles, a u n dent ro de las casas, en donde son bien veni-das como des t ruc toras de bichos. Cuando es tas hormi-gas e r r an t e s pa ran , se a lo jan en los huecos de los árboles y en otros luga res habi tab les , f o r m a n d o g r a n d e s pelotones al rededor de sus l a rvas y n in fa s .

P r o f . K. Escherich

(Concluirá en el próximo número).

Trabaja para estirpar el mal. Embellece la tierra cubriéndola de ve-getales y animales útiles.—Zoroastro.

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La planta enferma

( Inédi ta)

De pronto comprendí . La joven p l an t a

en éxtas is s in fin, como una san ta , pa rece no mira r el amplio mundo verde y azul de entorno. Hay un p ro fundo dolor de vegeta l en ese talló ind i f e ren te al sol del mes de mayo, ind i fe ren te al agua , al cielo, al viento, con la res ignación de un su f r imien to m u y íntimo, en u n a a lma desolada. Gemir se la oye á veces; pero n a d a in te l ig ib le dice. Hay una amarga conversación de música , una ca rga de suavís imo olor en su presenc ia : se exhala en un p e r f u m e su exis tencia consagrada á morir, t an l en tamente , que no he podido, en su march i ta f r e n t e reconocer su enfe rmedad más an tes . T i ene el color de todos los amantes . Ríe un momento al sol y luego, muda , pa rece hundi rse en una larga duda , a lgo muy hondo, abismo de congojas que hace temblar sus maci lentas ho jas y es t remecer su joven tallo. S ien te en su abat ido corazón de ausen te como una v ida de pasión ya m u e r t a en un pasado sin rumor, é inc ie r ta desciende en su pesar , como la sonda b a j a en el a lma de cr is tal de la onda. E n torno de la p lan ta la a legr ía can ta t r inos de amor duran te el día, la p léyade f u g a z de horas noc tu rnas r i ega sobre los árboles las u r n a s de u n a sut i l qu ie tud ; pero la p lan ta e n f e r m a piensa y s u f r e y no l evan ta ya más el corazón ni la cabeza: ha bebido su savia la t r is teza en la edad de las a u r e a s lon tananzas . Sus ho jas son fa l l idas esperanzas que mor i rán con el la en ese olvido de los humildes , de los que h a n suf r ido en el lapso de una hora una exis tencia t achonada de cactus sin c lemencia . Se abre en la vec indad una sonrisa de ven tu ra y de amor, la misma br isa sacude con car iño la melena graciosa de otras p l an ta s y envenena de la e n f e r m a los últ imos ins t an te s

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t rayéndole p e r f u m e de d i s tan tes bosques fel ices que le dicen t an to de u n a vida mejor , l ibre de l lanto. L a e n f e r m a hace recuerdos: en su vida n u n c a sintió u n a r ama florecida l l amar las mariposas , dar pe r fume , y aho ra que su vida se consume recuerda un más acá de lo p resen te y l lora en su inter ior , como una fuen te , sobre el regazo de la t ie r ra amiga : en su vida anter ior ella f u é or t iga .

Roberto Brenes Mesén

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Mi Patria es el Universo y Hacer el Bien, mi Religión.—Tomás Paine,

El hombre en el Jardín de Plantas

Cierto día el director del Jardín de Plantas vio entrar á su oficina á un hombre alto, vestido con un terno á cuadros. En las patillas rojas del visi-tante y en los anteojos que llevaba en bandolera, se advertía con seguridad á un inglés.

Después de los saludos de costumbre, el inglés habló de este modo:

«Señor Director, he visitado su Jardín. Me he quedado sorprendido de todas las riquezas que contiene y es preciso que confiese, muy á mi pe-sar, que el de Londres está lejos de igualarle. Después de Buffon y Daubenton que lo organiza-ron y de Cuvier que lo agrandó, Ud. no ha cesado de completarlo sin ahorrar dinero. Hoy, se halla casi todo en sus galerías. Sinembargo, en él falta el primero de los animales, el más fácil de encon-trar; Ud. se lo topa todos los días, á cada instan-te: es el hombre.

—Al hombre, contestó riéndose el Director, también lo tenemos aquí. Observe Ud. los visi-tantes del Jardín. Allí los encontrará de todas clases.

—Estoy hablando en serio, Sr. Y á pesar de todo lo que mi observación tenga de original,

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digamos la palabra, de insensato en apariencia, yo sostengo que es seria.

Sí, el hombre es un animal. El gran naturalis-ta Linneo ha buscado una diferencia entre él y el mono; pero no la ha hallado. Ambos tienen manos, el mismo esqueleto, la misma estructura.

El hombre es también el más débil, el más mi-serable de todos los animales. Es necesario que se vista con abrigos calientes para resistir á los rigores del invierno, que busque la sombra de los árboles en mitad del estío. Puede acaso nadar como el cisne, trepar sobre los árboles como la ardilla, cantar como el ruiseñor, ver como el lince, desarraigar los árboles divirtiéndose como el león?

Ud. me dirá: es más bonito, más gracioso que muchos. Pero, por Dios, señor Director, Ud, es hombre y como tal juzga. Tal vez los osos, de quienes nos reimos por su lerdura, á su vez nos hallen horribles, demasiado tiesos. En sus con-versaciones quizá se compadezcan de nosotros por nuestra posición recta que, á riesgo de caernos, no permite que miremos nuestros pies. Porque también conversan los osos; pero como Ud. no comprende su lenguaje, se dice: ellos no hablan.

He aquí la mayor objeción: la inteligencia. Solo el hombre es inteligente, solo él sabe lo que quie-re, por lo tanto reina sobre todos los seres! Sobre todos los seres, no; enyuga al buey; pero si se topa con un jabalí, se subirá á lo más alto de un árbol. Su inteligencia puede engañarlo; el ins-tinto, este sentimiento irreflexivo, no falla jamás.

Construimos casas; el castor también. Tene-mos leyes, una república bien gobernada: las abejas también. Y por lo demás que desdicha tan grande la de los animales que no poseen ferroca-rriles para hacerlos trizas, vapores que explosio-nen, fábricas para originar incendios!

El animal es feroz, asesina á los más débiles. Y Uds., qué hacen Uds? Miserables y cobardes, se ocultan para atacarlos. Acusan al lobo de ser cruel, pero él les responde: No se comen Uds. á los corderos tal como nosotros? Jamás un león ataca á un león, un tigre á un tigre; pero Uds.,

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Uds. se hacen la guerra, inventan máquinas para matarse. A la voz de un solo hombre, Uds. van á la guerra á asesinarse por centenas de millares.

Yo me coloco en el lugar de los animales. Co-mo deben mirarnos con una piedad despreciativa! Viven libres, contentos, sin ningún cuidado que los oprima. Si ellos fueran los dueños del poder, no creo que deberían cambiar su condición por la de los hombres. Y el asno que pasa por delante del Palacio de Justicia y que mira á los litigan-tes pálidos y enflaquecidos, que llevan su plata á los abogados y porteros, después de reflexionar un momento dirá en su burdo lenguaje: «A fe mía, que el hombre, como nosotros, no pasa de ser una bestia!»

Por lo tanto, para completar su corral, es pre-ciso que coloque en él al hombre. Esto será fácil. Por algunos centenares de francos al año, mu-chos se comprometerán á hacer el papel de bes-tias y le garantizo que delante de estos nuevos pensionistas se detendrá más gente que delante de los otros».

El director ha quedado convencido. Ha prego-nado la propuesta. Y según parece, la muche-dumbre de candidatos se extiende desde el Jardín de plantas hasta la Salpetriére (1). Entre ellos tal vez haya algunos escapados de este hospital.

(De La Narration Francaise, pgs. 133 á 135).

Para los jóvenes

E n el concepto moderno «saber , es hacer». E l que no hace , no sabe .

E l s imple erudi to , aque l q u e sabe de memor ia el año, el f o rma to , la p a s t a y los fol ios de todas las edic iones de Horac io ; (2) el que se met ió en la cabeza , fidelísima-men te , la mi tad de las p a l a b r a s del diccionario; el q u e r e c u e r d a , l e t ra por le t ra , todos los a r t í cu los del Código; el que n a r r a , p u n t o por punto , todos los sucesos menu-

(1) Hospicicio que existe en París para el tratamiento de enfermeda-des nerviosas.

(2) El más popular de los poetas latinos (65 años antes de Jesucristo).

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dos de la h is tor ia , son, ca r i t a t i vamen te juzgados , t ipos ra ros , t a n r a ros como inút i les .

Con toda esa c lase de conocimientos se a l canzaba an-tes nombre de sabio, de escr i tor , de ju r i sconsu l to , de h i s to r iador , y el que poseía un A r c a de Noé, r ep le ta de e sas baga t e l a s , e ra reconocido como director n a t o de l a s i n t e l igenc ia s y como g u í a de l a s naciones.

Ahora ya no: el saber práct ico, el s abe r que se h a c e vis ible y t ang ib l e en los hechos, es el único q u e inspi-r a in te rés . El otro, el pa labrero , el q u e s i empre dice y no hace , ó el que c o n s t a n t e m e n t e suena y no e j ecu ta , es tá bien p a r a fonóg ra fos y papagayos .

En pa í ses incul tos , nosotros por e jemplo , t odav í a se concede la super ior idad á esos hombres , y á esos otros á qu ienes un a r r a igado f e t i ch i smo a t r i buye r a r a s apti-tudes , a u n q u e j a m á s las h a y a n demos t rado . Así , tene-mos no tab les escr i tores que j a m á s h a n escrito; p rofesores cé lebres que n u n c a han ensenado ; pol í t icos eminen te s c u y a v ida ha sido un con t inuado desac ie r to ; admi rados nove l i s tas que no h a n f o r j a d o ni s iqu ie ra un mal cuento, y n a t u r a l i s t a s in s ignes que sólo h a n vis to la na tu ra l e -za en los l ibros de e s t ampas .

Se les admi ra , se les imi ta y se les obedece, y por eso el p a í s no a d e l a n t a una l ínea , como no sea en el cami-no de la van idad .

P e r o se comienza ya á sospechar que eso no es tá b ien , y q u e los t iempos r equ ie ren otros directores. En efecto, los h o m b r e s de acción deben hacer su adveni -mien to é influir p l enamen te , si no que remos que el país , á f u e r z a de vivir es tac ionado, se m u e r a . Los hombres q u e conc iben a lgo y lo e j e c u t a n , ó, por lo menos , aque-llos que d a n s iquiera un paso en la senda que i m a g i n a -ron ; aquel los que a lgún e s f u e r z o h a c e n p a r a a c o r d a r su v ida con sus ideas , son los únicos que pueden s a lva r de u n a comple ta r u i n a á un pueblo t a n q u e b r a n t a d o como es te . Los que viven p a r a sí mismos , los héroes de p u e r t a s aden t ro , no; ni aquí ni en n i n g u n a pa r te h a c e n f a l t a , y h a r t o hacemos con suf r i r los .

En cuan to á los que v iven desmin t i endo c í n i c a m e n t e con sus actos sus doc t r inas ; en c u a n t o á los que p i e n s a n b l a n c o y h a c e n negro , esos son u n a lepra , y s u s m a n o s todo lo e n s u c i a n y lo e n f e r m a n .

A f u e r z a de leer y de vivir , se a l c a n z a es ta r eve la -ción: q u e la v ida no está en los l ibros, ni en el m u n d o es t á f a l t o de p a l a b r a s sab ias . De lo q u e an tes , y a h o r a más , a n d u v o escaso el mundo , es de hombres s inceros, de h o m b r e s valerosos , que no v ivan sobre la m e n t i r a . De lo que el m u n d o está sed ien to y h a m b r i e n t o , es de g e n t e s q u e a b r i g u e n una convicción y la proclamen á los cua t ro v ientos , serena y poderosamente . «Así pien-so yo; es to es lo q u e mi esp í r i tu h a v i s lumbrado ; es to es lo q u e mi conciencia y mi razón me dicen que es lo sab io y lo jus to : es ta es mi luz, mi ve rdad , y he de con-

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formar mi vida con ella has ta donde las fue rza s me al-cancen».

He ahí el l engua j e y la conducta de los hombres que necesita el mundo, y muy espec ia lmente los pueblos enfermos como el nues t ro .

Decir la verdad y hace r l a . Ahora , en cuanto á nuest ros viejos conductores , en

quienes por t an to t iempo hemos creído, les de ja remos que dormi ten en su Olimpo, y mien t r a s ellos suenan con el pasado y s iguen amontonando sab idur ía inúti l , nosotros nos a le ja remos a legremente , y vue l t a la cara hacia el sol, «haremos» la vida; u n a nueva , s a n a y fe-cunda vida, cada uno según sus fue rzas ,

Alberto Masferrer (Del librito Recortes).

A un pescador

E n buen esqui fe tu a f á n m a d r u g a ; el firmamento luce arrebol; g r a t a la l i n f a no t iene a r ruga ; la b lanca vela roba en su f u g a visos dorados al nuevo sol. P e r o p ror rumpes en can tu r í a que incu l t a y tosca mueve á l lorar, oigo la i n g enua melancol ía del que inseguro del pan del día su rca y ar ros t ra pérfido mar . T ímida y must ia por los recelos, tu m u j e r c i t a dirá: «Señor, u n e las aguas , l impia los cielos; cu ida y conduce por los chicuelos, la naveci l la del pescador».

Salvador Díaz Mirón

La olla tapada Siendo así que una nación puede ser comparada

con una olla en que se agitan, fermentan y hier-ven mil elementos diversos, la cuestión está en saber si vale más dejar la olla descubierta ó apli-carle una tapa y sentarse encima.

El procedimento occidental consiste en no tapar la olla á fin de que los vapores que se escapan de ella puedan esparcirse libremente por el aire. Para realizar esa concepción se ha inventado el

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régimen parlamentario que se acomoda con la li-bertad que cada uno tiene de espresar su opinión y sus deseos.

Los pajarracos reaccionarios encuentran ese procedimiento detestable. Es que los pajarracos son naturalmente muy animales y no viendo más allá del pico, sólo los inconvenientes del sistema se les presentan. Dicen que los vapores oscurecen el aire, apestan la atmósfera, que los elementos que fermentan en la olla nacional pueden á cada instante espandirse en el esterior y provocar un incendio. Por esa razón quieren que se tape cui-dadosamente la olla.

Este sistema es el de la compresión. Se emplea en oriente y en todo tiempo ha estado en uso entre los rusos, que son orientales.

A primera vista el sistema parece excelente. Ningún vapor sale de la olla; aun se puede supo-ner que está vacía. Solamente que, como la fer-mentación no se ha detenido y los vapores se acu-mulan bajo la tapa, sucede que á intervalos casi regulares esa tapa se levanta brutalmente y echa por los aires al que está sentado encima. A veces es un ministro, á veces un gobernador, á veces un czar. Por eso Custine ha podido decir que el régimen ruso es el régimen absoluto moderado por los asesinatos.

H. Harduin

Origen de la propiedad Para desprestigiar la antigua leyenda, según

la cual la adquisición de la propiedad presume y documenta una singular magnitud de ingenio, de carácter y de actividad, basta leer con ojo sereno en el libro sereno, según el cual la propiedad en todo tiempo se ha conseguido á precio de violen-cias, de robos, de rapiñas y de medios más ver-gonzosos aún.

Todas las familias de la alta clase francesa, por ejemplo, deben su fortuna á la complacencia

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de sus mujeres, quienes cedieron con solícita do-cilidad á los caprichos del rey de Francia.

En la Roma pagana no se tenía ninguna ilu-sión acerca de los métodos con que se adquiere la propiedad y Juvenal lacónicamente afirmaba:

«A los delitos se deben las quintas, los empleos, los banquetes, la vajilla de plata y el gran po-der... » (Sat. a. v. 75, 76.)

En los primeros años del siglo xvII, Loyseau, magistrado de Chateaudum escribe una obra para demostrar que las propiedades feudales eran el producto de usurpaciones ó delitos.

Por fin, Goethe ha resumido el origen de la propiedad en este rápido diálogo:

Maestro de escuela.—Dime pues, de dónde ha venido la fortuna de tu padre?

Discípulo.—Del abuelo. M.—Y éste de quién la obtuvo? D.—Del bisabuelo. M— Y éste? D.—Se la robó.

A. Loria

Hombres políticos

Lundestad.—Notad bien esto, señores, dentro de diez ó quince años Stensgard será diputado ó ministro, tal vez ambas cosas.

Fieldbo.—Dentro de diez ó quince años? Pero entonces ya no podrá capitanear más la Unión de los Jóvenes.

Hejre.—Por qué no? Fieldbo.—Porque él será entonces de una edad

equívoca. Hejre.—Entonces él será el caudillo de una

Unión de gentes equívocas. Esto es lo que quiere decir Lundestad. El está de acuerdo con el crite-rio de Napoleón: «Las gentes equívocas son las que surten de hombres á la política.»

Henrik Ibsen (De La Unión de los Jóvenes).

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Moral Católica

—Soy muy mala, Genoveva, soy muy mala! Mi corazón no acaba de verse libre de impure-zas: el demonio y la carne me tienen aun sujeta. Si supieras qué pecado he cometido ayer!

—Calle, calle, no se desconsuele. Qué pecado había usted de cometer, cordera!

—Si, si; soy más mala de lo que piensas. Cuan-ta más luz recibo de Dios, más me empeño en hundirme en las tinieblas; cuantos más favores me otorga, más ingrata soy hacia El.

—Dios es infinitamente misericordioso, señorita. —Pero infinitamente justo también... —Encomiéndese á San José bendito. No hay

culpa que el Señor no perdone por su intercesión... Vamos, déjese de lloros que ahora va á confesar-se y todo queda perdonado.

Armando Palacio Valdés [Marta y María, pág. 64.)

Inteligencia y Corazón ...Cuando se hace el bien al prójimo sin refle-

xionarlo mucho, por impulso del corazón, se ofren-da entonces algo propio y verdadero, porque se ama: el bien no se realiza sino cuando se hace con amor. Es cierto que totalmente no se ama sino lo que se comprende, y es necesario comprender lo que se hace; importa darse cuenta de las causas y de las consecuencias de los actos propios, pero este conocimiento debe estar acompañado del im-pulso del corazón que arrastra á obrar y desde este punto de vista el corazón es el motor princi-pal de nuestra actividad. Precisa analizar y juz-gar este acto y esto le corresponde á la mente, á la inteligencia. El corazón iluminado por la concien-cia interroga para saber si el acto suyo es justo y bueno, el intelecto analiza, deduce, afirma, y, si aprueba, el amor realizará el ciclo perfecto: pri-

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mero la simpatía, después el estudio y la inteli-gencia, y en fin el amor guiado y sostenido por las dos palancas, el pensamiento y el sentimiento.

Alejandra de Frankenstein

Mi primer amor

María Rosario, tú t en ías entonces quince anos ; l leva-bas un t r a j e negro y un de lan ta l blanco; t u s zapatos eran pequeñi tos y nuevos. María Rosario, tú te ponías á coser en el patio, en un patio con un toldo y g r a n d e s evonimus en cubas p in t adas de verde; el piso era de la-drillos ro jos muy limpios. Y aquí , en este patio, tú te sen tabas de lan te de la máquina; á tu lado es taba tu t ía con su t r a j e negro y su cara pál ida; más lejos, en un án-gulo, e s t aba Teres ica . Y había un ancho f ayanco ates-tado de ropa b lanca y de te las á medio cortar , y tú re-volvías con tus manos delicadas esas te las b l ancas y ponías una sobre la máquina . T u s pies pequeni tos mo-vían los pedales de hierro, y entonces la máqu ina mar-chaba, m a r c h a b a en el sosiego del patio, con un ruido ligero y rí tmico.

María Rosario, yo pienso á ratos, después de t an to tiempo, en tus manos blancas , en tus pies pequeños, en tu bus to suavemente henchido; yo quis iera volver á aque-llos años y oír el ru ido de la máqu ina en ese patio, y ver t u s ojos claros y tocar con las dos manos m u y blan-damente tu s cabellos largos.

Y esto no puede ser, María Rosario; tú vivirás en u n a casa oscura ; te hab rás casado con un hombre que re-dacte te r r ib les escri tos para el juzgado; acaso te hayas puesto g r u e s a como todas las m u c h a c h a s de pueblo cuando se casan; ta lvez encima de la mesa del comedor haya unos pañales . . . Y yo s iento una secreta angus t i a cuando evoco ese momento único de nues t ra vida, que no volverá, en que es tábamos los dos f r e n t e á f r en te , mi rándonos de hito en hito sin decir nada .

José Martínez Ruiz

(De Las confesiones de un pequeño filósofo)

El sueño del Pachá

Apenas se despertó, el g ran pachá de Tu rqu í a Baba-Ki-Ri, ordenó que v in ieran á su presenc ia todos los

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hech ice ros y ad iv inos de su corte , p a r a q u e le esplica-r a n u n m a l sueño que h a b í a ten ido .

—He soñado, d i jo el pachá , que ve ía s a l t a r de l an te de mí t r e s ga tos g igan tescos . E l u n o e ra t an flaco que a s u s t a b a . E l segundo, por el contrar io , r e v e n t a b a de gordo y e ra redondo como una bola! A p e n a s vió al ga to flaco, se le echó encima como p a r a devorar lo ; el otro se defendió lo me jo r que pudo; ambos se mord ían , se des-g a r r a b a n , m a u l l a b a n , e scup ían , e ra e span toso ver aquel lo . Mien t r a s tanto , el ga to te rcero , ciego, perma-nec ía recos tado t r anqu i l amen te , l amiéndose el pe la je , s in i n q u i e t a r s e de nada . Fué tal mi sus to , que me des-per té de r repen te . Quién de Uds. me espl ica es te sueño? Vamos! hab len , los e scucha ré !

N i n g u n o dió al pachá u n a espl icac ión s a t i s f ac to r i a . Fur ioso , rompió su g r a n pipa y con los co j ines de su

d iván les dió en la cabeza á los hechiceros . Después de esto, amenazó con la horca á todo el mundo! E n eso, un v ie jo mendigo , ha rap ien to , se acercó al p a c h á y lo sa-ludó en voz m u y b a j i t a :

—Estoy listo, di jo, p a r a expl icar á Vues t r a Señor ía , el sent ido ocul to de su sueño.

—Habla pues , sin miedo, di jo el p a c h á . —Señor , el ga to flaco... es n u e s t r o pueblo! T a n t o s

impues tos le h a n hecho p a g a r , q u e lo h a n reduc ido á la mise r i a y se m u e r e de h a m b r e .

— Cie r t amen te ! Y el g a t o gordo? —El ga to gordo r e p r e s e n t a á nues t ros minis t ros . E l los

r o b a n c u a n t o pueden y se en r iquecen á e s p e n s a s del pobre pueblo y del tesoro públ ico.

—Está b ien! Y el ga to ciego? —Ese es V u e s t r a Señor ía en persona , que no qu ie re

ve r n a d a de la miser ia de sus súbdi tos , ni de las pille-r í a s de s u s minis t ros! . . .

E l p a c h á hizo u n a m u e c a . Después de ref lexionar , esc lamó:

—Has h a b l a d o bien! T e nombro mi g r a n visir! Y or-deno que se qu i t e á los min i s t ro s todo su d ine ro p a r a d i s t r ibu i r lo en el pueblo y en cambio, se les dé c incuen-t a palos.

Y ensegu ida , el pachá cerró los o jos y se durmió! No nos dice la h i s to r ia si el ciego, una vez q u e f u é minis-tro, procedió de o t ra m a n e r a que los an te r io res . Con todo, se r ía bueno saber lo .

(Mon Dimanche, 15 de septiembre de 1907.)

El arte de enseñar no es más que el arte de despertar la curiosidad de las almas jóvenes, para enseguida satisfacerla.—Anatole France.

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Mañana. — E s t a pa labra es s inónimo de «dilación, irresolución, languidez , debilidad de carácter»: y es tas son las p iedras mi l iares en el ancho camino que con-duce al pr incipio del f racaso, l lamado Mañana.

Una cosa que no existe en real idad, un día que nun-ca llega, eso es m a ñ a n a . Y, sin embargo, con cuán ta frecuencia hay quien espere ese día que n u n c a l legará!

Si tenemos que comenzar un t r aba jo , decimos que lo comenzaremos mañana.

Si debemos abandona r un mal hábi to , decimos que comenzaremos á de ja r lo mañana.

Mañana es el mull ido canapé donde la debil idad hu-mana se acues ta á descansa r .

Un millón de hombres se dicen cada día: «Me pro-pongo ahor ra r dinero y vivir ju ic iosamente . Comenza-r é . . . m a ñ a n a . »

No hay que a la rga r con pa labras un anál is is del uni-versal ladrón del tiempo.

Adóptese por todos esta divisar «No pensa ré en el mañana, porque mañana nunca

llega. Lo único que poseo es el hoy, y hoy haré todo cuanto pueda hacer. Seré un hombre de hoy!»

Envue l t a en la pa l ab ra mañana se encuen t r a la cau-sa de numerosos f racasos . El hombre que adopta como divisa: «Lo haré hoy», l legará á la meta an tes que el hombre que hab i tua lmente lo pospone todo para ma-ñana.

En la alta atmósfera,—La Meteorología inició el es-tudió de la alta atmósfera, de la que dependen , en resu-midas cuen tas , los fenómenos de las capas de aire en medio de las cuales vivimos.

La a l tu ra máxima a lcanzada has t a ahora es de 29 ki-lómetros, y la mín ima t empera tu ra r eg i s t r ada es de 60 grados cen t ígrados ba jo cero. (Universi ta Populare, Milán, mayo de 1909).

Remedio para la tuberculosis.—Un oscuro médico de Grecia, el Dr. Carali , viene aplicando, con éxito mara-villoso, el romero en la cura de la tuberculos is pul-monar.

Bas tan 2 ó 3 ramos de esta p lan ta aromát ica , cocidos en vino pa ra 24 horas . Después de 8 ó 10 días de uso de este cocimiento, d ia r iamente preparado, cede la tuber-culosis más avanzada .

La not ic ia de este t r a t amien to la t r ae el diario egip-cio Le Progres du Caire.

El Jordán.—Entre todos los ríos, el Jo rdán es el que tiene más tor tuoso el curso, pues recorre 395 kilóme-tros en una d is tancia de 111.

Curiosa costumbre.—Los cabal los mej icanos t ienen una costumbre muy curiosa. En los si t ios donde no hay agua ap lacan la sed con el l íquido que cont ienen los cactus; pero como es ta p lan ta es muy espinosa, an te s de acercar los labios á ella, la cocean y pisotean pa ra qui tar las espinas .

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El Congreso de educación doméstica en Bruselas en 1 9 1 0 . — G o b i e r n o belga oficialmente ha invi tado á los diversos países pa ra que envíen sus delegados al t e rcer Congreso de educación domést ica que se reuni rá en Bruse las en 1910.

E n varios Es tados ya se han organizado a lgunos Co-mités pa ra hace r la p ropaganda y recoger adhesiones.

Se supone que en dicho Congreso tomarán par te no menos de 5000 miembros y cerca de 200 desarrol larán temas .

Las ponencias del Congreso y los temas desarrolla-dos se recogerán en una espléndida publicación de 9 volúmenes.

E l Comite desear ía también que todos los países to-maran par te en la Esposición de educación doméstica que en 1910 se ha rá en la misma Bruselas .

Todas las comunicaciones deben dirigirse al señor P ien , 44, Rue Rubens , Bruxel les .

El trabajo en pie.—El médico f r a n c é s Bauchot ha no-tado que las obreras en cinta, á qu ienes se obliga á tra-b a j a r de pie, dan á luz hi jos cuyo peso es notablemente infer ior al de los niños procreados por m u j e r e s que pue-den t r a b a j a r sen tadas . Así pues, la m u j e r , en cambio de un salario, no sólo da su t raba jo , sino también la sa lud.

Discurso del Papa.—En abril pasado el P a p a Pío X recibió á unas damas, de legadas del Comité Central de la Unión ent re l a s m u j e r e s catól icas i ta l ianas , reunido en Roma en esa misma época, y en t re o t ras cosas, les di jo:

«En el relato bíblico de la creación, se dice que Dios quiso que la m u j e r f u e r a la compañera del hombre, y San Pab lo añade que permanezca s u j e t a á éste.

«Pero no por esto debe suponerse que la mu je r sea s ierva ó esc lava del hombre: es compañera , auxil iar , consorte, no sierva, no esclava. Dis t in tas son las f u n -ciones de ambos cónyuges, pero igua lmen te nobles, y de acuerdo con el único propósito de fo rmar la famil ia , de educar la prole. Al hombre le toca, con su t raba jo , m a n t e n e r y educa r la fami l ia ; á la m u j e r el cuidado de la economía doméstica y sobre todo la educación de los hi jos. . .

«La m u j e r es—añade el Papa—quien debe e n j u g a r las lágr imas , poner un lenitivo á los dolores, uni rse pa ra al iviar las miser ias temporales y espi r i tua les de los que su f r en , cumpl iendo de este modo una misión social que la ha rá aparecer como un ánge l de amor en t re los dolores humanos . . .

«Unios, y así podréis conseguir mejor los medios que son necesarios pa ra el cumplimiento de vuestros debe-res en la f ami l i a y en el consorcio civil».

Imprenta, Encuademación y Fotograbado de A. Alsina.—San José, C. R.