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Página 7 El Ciudadano del Gran Buenos Aires Combatiendo al capital EL MUNDO SEGÚN MAYARES escribe GUSTAVO H. MAYARES 1 Lo cual, como se presupone en el presente artículo, se extiende a comprar música en el colectivo o películas al vendedor de tales truchas de la esquina de casa. 2 Ojo, que también me hice de unos cuantos y recordados clásicos de Sábados de Super Acción: El planeta prohibido, con Walter Pidgeon, un jovencísimo Leslie Nilsen y una platinada y semidesnuda Anne Francis; El ladrón de Bagdad; El planeta sangriento: vampirismo espacial; etc. 3 Leí por ahí que era la película preferida de Hitler; tras verla, no tengo dudas del por qué. Ese estrechamientos de manos entre el cerebro y la mano del apoteósico final, también me trae reminiscencias del presente. 4 Recomiendo sinceramente muchos libros de Steinbeck, pero junto a Las uvas... (también conocido como Viñas de ira) puedo hacer lo mismo con La perla, una novelita –en lo que hace a su extensión– maravillosa. Por cierto, creo haber dicho ya que otra pequeña novela del susodicho, Tortilla Flat, me inspiró para escribir mis historias de Hurlingham (http://elmundosegunmayares.com.ar/libros/la_de_maria_y_otras_historias_de_ hurlingham_gustavo_h_mayares.pdf). 5 Cerró la sucursal de Hurlingham! ¿Podemos considerar a ésta como una pequeña victoria, la primera de las batallas ganadas? 6 ¿Viste? Si no me equivoco, Trotsky recomendaba que todo militante debe aprender ingles... B ob Fosse, el laureado co- reógrafo y director cine- matográfico (de All that jazz, por ejemplo), sentenció que intercambiar archivos por la internet a través del Ares o del E-mule 1 , por caso, no sólo es un delito sino también una for- ma de llevarnos al comunismo. Nunca lo había visto de ese modo. Creía apenas que dicho acto (bajar películas y música de internet) respon- día más bien a motivos sociales o cau- sas más o menos prosaicas: pobreza, tacañería, avidez por el conocimiento, viveza criolla, ambición, curiosidad, gusto por la cultura universal, propen- sión genética al delito informático... Sin embargo, Mr. Fosse me abrió los ojos sobre el tema, cuestión que debo agra- decerle por éste y todos los medios de que disponga, de ahora en más. Para empezar, digamos que hasta el momento no bajé mucho material, pero me hizo muy feliz descargar recientemente Metrópolis, de Fritz Lang, y Las uvas de la ira, de John Ford, dos películas 2 que, debo confesar, nunca había visto pero me debía. En el primer caso, porque la tenía como una especie de mito 3 de la cinematografía – social y de ficción (o de ficción social, si se quiere)– y, en el segundo, porque si alguna vez he leído una novela que realmente me impresionó, hablamos de la homónima de John Steinbeck 4 . Lo concreto es que me pasé bastante tiempo tratando de hallar dichos filmes en- tre bateas de clásicos de cineclubes y disquerías, en Blockbuster 5 y hurgando en la red virtual; los encontré, pero sus respec- tivos precios siempre me hicieron retroce- der aterrado ante las mismas (las bateas). Y como la necesidad tiene cara de hereje... Mas si antes prevalecía la necesidad (por lo menos en mi caso), ahora también se trata de una cuestión rotundamente políti- ca, consecuencia lisa y llana de la voracidad capitalista: no puede ser que un DVD valga 50 mangos y un CD de música (originales ambos) otro tanto en un país donde ese el ingreso diario de un trabajador. Manos a la obra, entonces. No obstante, debe tenerse presente que bajar películas de internet puede ser tre- mendamente tedioso y por momentos frus- trante. Pasan las horas, los días, incluso las semanas, y a pesar de la banda ancha – siempre supuesta–, el fichero baja pausa- damente, con una lentitud enervante, per- versa, enloquecedora; luego, cuando el programa te muestra que faltan apenas un par de horas y vos comenzás a frotarte las manos e ilusionarte con el finde que pasa- rás viendo el peliculón de tus sueños, de pronto la conexión se cae y pasa de 01:48:33 a 1635:12:49 para finalizar... Esto, conven- gamos, desmoraliza al más firme y conven- cido de los bolcheviques. Pero cuando la espera fatal llega a su fin y ves que la descarga se ha completado, cuando a la mañana siguiente –si dejaste el asunto conectado toda la noche– descu- brís que la película de tus amores está ahí, completita y en la carpeta de descargas, la alegría es enorme y sentís que valió la pena la espera, el tedio y la frustración; que el mundo es bello y que las futuras generacio- nes de hombres nuevos y libres agradece- rán tu extenuante esfuerzo. Sin embargo, a veces tu alma vuelve al subsuelo cuando al pasarla descubrís azo- rado que la película de marras se ve como el culo, no se oye o se oye muy mal, puro ruido, o le faltan los subtítulos 6 o escenas completas o qué sé yo... Verdad de Perogrullo: así es la tarea del militante revolucionario. Como en la vida misma, se requiere paciencia, temple y valor si la intención es alcanzar la victoria y cam- biar un mundo redondamente injusto, en el cual los bienes artísticos están vedados a las masas, condenadas per se a entretener- se con el baile de vedetongas de cuarta (aunque buenísimas) y cantos de ídolos americanos de barro. Enarbolando pues mis banderas rojas, mal que les pese al estimado Bob, a la Metro Goldwin Mayer, a la Paramount, a la Univer- sal y a la RKO Radio Pictures, sigo y seguiré descargando mis ficheros preferidos y, de paso, recobrando de los capitalistas la plusvalía que durante años me han extraí- do, y al imperialismo (de última, el 90 por ciento de las pelis son de allá) parte de las riquezas que han esquilmado a la América Latina por medio del saqueo secular al que hemos estado expuestos desde la conquis- ta española hasta el momento en que escri- bo esta palabra (palabra). Y si algún quisquilloso funcionario con- sidera que el presente artículo es una con- fesión de parte, relevando para el caso cual- quier otra prueba, o una redonda apología del delito, solicitando a los estrados mi captura y procesamiento, no tendré más alternativa que hacer lo que mis queridos camaradas virtuales y vendederos de arte en soportes truchos vienen soportando estoicamente: pasar a la clandestinidad. En esto de la lucha política no hay mar- cha atrás. Cual militante espartano por la liberación, continuaré adquiriendo los es- trenos en CD o, en el mejor de los casos, en «calidad DVD», según me indica la señorita que los vende a la puerta del supermercado, y soportando las risas de los espectadores de cine, las sombras de éstos cuando se ponen de pie frente a la pantalla, los repen- tinos pixelamientos, los dobles subtítulos: arriba chino o ruso y abajo en improbable castellano (cuando no su repentina ausen- cia en ciertas escenas), el sonido directo, pastoso, demasiado agudo o demasiado grave del cine, los inopinados movimientos de cámara digital cuando nuestro camarada graba in situ, etc.; incluso los horribles doblajes gallegos cuando se trata de cier- tos clásicos difíciles de hallar con subtitu- lado o doblaje latino, como se dice, al me- nos. La militancia, por cierto, no es para co- bardes o pusilánimes. Con el corazón ardiente y el cerebro frío, como diría Lenin, se trata de abordar el problema planteando primero una táctica: escuchar música y ver películas en forma gratuita mientras la alienación reina, y lue- go una estrategia: lograr que toda la música y todo el cine sean gratuitos per se. ¿O no fueron Marx y Engels quienes, premonito- riamente, dijeron que comunismo es la eta- pa de la sociedad en la que el hombre podrá dedicarse enteramente al ocio (a la pereza, añadiría el yerno marxista Paul Laffargue) porque se habrá librado de la explotación y de la opresión por medios revolucionarios y teniendo en cuenta que, previamente, el capitalismo habrá llegado a un estadio de desarrollo que, aunque regresivo en lo que hace a las condiciones de vida de la huma- nidad, garantizará los bienes de produc- ción y consumo más o menos automática- mente, sin intervención de la mano humana, sin obreros ni burgueses? Uno, sin embargo, es conciente de que como ciudadano común y corriente no ter- minará con el capital ensayando una y otra vez este combate; uno también es con- ciente de que apenas aporta su granito de arena al derrumbe que solito el capital se infringe. Sabe uno, además, que la tasa de ganancia capitalista no desciende aguda- mente gracias al disquito de los Rolling Stones –que ya son demasiado ricos, por cierto– ni a la peliculita de Spielberg –otro demasiado rico– descargados gratuita- mente con el Ares. Pero lo hace con orgullo militante uno •

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Página 7El Ciudadano del Gran Buenos Aires

Combatiendo al capital

EL MUNDO SEGÚN MAYARESescribe GUSTAVO H. MAYARES

1 Lo cual, como se presupone en el presente artículo, se extiende a comprar música enel colectivo o películas al vendedor de tales truchas de la esquina de casa.2 Ojo, que también me hice de unos cuantos y recordados clásicos de Sábados de SuperAcción: El planeta prohibido, con Walter Pidgeon, un jovencísimo Leslie Nilsen y unaplatinada y semidesnuda Anne Francis; El ladrón de Bagdad; El planeta sangriento:vampirismo espacial; etc.3 Leí por ahí que era la película preferida de Hitler; tras verla, no tengo dudas del por qué.Ese estrechamientos de manos entre el cerebro y la mano del apoteósico final, tambiénme trae reminiscencias del presente.4 Recomiendo sinceramente muchos libros de Steinbeck, pero junto a Las uvas... (tambiénconocido como Viñas de ira) puedo hacer lo mismo con La perla, una novelita –en lo quehace a su extensión– maravillosa. Por cierto, creo haber dicho ya que otra pequeñanovela del susodicho, Tortilla Flat, me inspiró para escribir mis historias de Hurlingham(http://elmundosegunmayares.com.ar/libros/la_de_maria_y_otras_historias_de_hurlingham_gustavo_h_mayares.pdf).5 Cerró la sucursal de Hurlingham! ¿Podemos considerar a ésta como una pequeñavictoria, la primera de las batallas ganadas?6 ¿Viste? Si no me equivoco, Trotsky recomendaba que todo militante debe aprenderingles...

Bob Fosse, el laureado co-reógrafo y director cine-matográfico (de All that

jazz, por ejemplo), sentencióque intercambiar archivos porla internet a través del Ares o delE-mule1, por caso, no sólo esun delito sino también una for-ma de llevarnos al comunismo.

Nunca lo había visto de ese modo.Creía apenas que dicho acto (bajarpelículas y música de internet) respon-día más bien a motivos sociales o cau-sas más o menos prosaicas: pobreza,tacañería, avidez por el conocimiento,viveza criolla, ambición, curiosidad,gusto por la cultura universal, propen-sión genética al delito informático...

Sin embargo, Mr. Fosse me abrió losojos sobre el tema, cuestión que debo agra-decerle por éste y todos los medios de quedisponga, de ahora en más.

Para empezar, digamos que hasta elmomento no bajé mucho material, pero mehizo muy feliz descargar recientementeMetrópolis, de Fritz Lang, y Las uvas de laira, de John Ford, dos películas2 que, deboconfesar, nunca había visto pero me debía.En el primer caso, porque la tenía como unaespecie de mito3 de la cinematografía –social y de ficción (o de ficción social, si sequiere)– y, en el segundo, porque si algunavez he leído una novela que realmente meimpresionó, hablamos de la homónima deJohn Steinbeck4.

Lo concreto es que me pasé bastantetiempo tratando de hallar dichos filmes en-tre bateas de clásicos de cineclubes ydisquerías, en Blockbuster5 y hurgando enla red virtual; los encontré, pero sus respec-tivos precios siempre me hicieron retroce-der aterrado ante las mismas (las bateas). Ycomo la necesidad tiene cara de hereje...

Mas si antes prevalecía la necesidad(por lo menos en mi caso), ahora también setrata de una cuestión rotundamente políti-ca, consecuencia lisa y llana de la voracidadcapitalista: no puede ser que un DVD valga50 mangos y un CD de música (originalesambos) otro tanto en un país donde ese el

ingreso diario de un trabajador.Manos a la obra, entonces.No obstante, debe tenerse presente que

bajar películas de internet puede ser tre-mendamente tedioso y por momentos frus-trante. Pasan las horas, los días, incluso lassemanas, y a pesar de la banda ancha –siempre supuesta–, el fichero baja pausa-damente, con una lentitud enervante, per-versa, enloquecedora; luego, cuando elprograma te muestra que faltan apenas unpar de horas y vos comenzás a frotarte lasmanos e ilusionarte con el finde que pasa-rás viendo el peliculón de tus sueños, depronto la conexión se cae y pasa de 01:48:33a 1635:12:49 para finalizar... Esto, conven-gamos, desmoraliza al más firme y conven-cido de los bolcheviques.

Pero cuando la espera fatal llega a su finy ves que la descarga se ha completado,cuando a la mañana siguiente –si dejaste elasunto conectado toda la noche– descu-brís que la película de tus amores está ahí,completita y en la carpeta de descargas, laalegría es enorme y sentís que valió la penala espera, el tedio y la frustración; que elmundo es bello y que las futuras generacio-nes de hombres nuevos y libres agradece-rán tu extenuante esfuerzo.

Sin embargo, a veces tu alma vuelve alsubsuelo cuando al pasarla descubrís azo-rado que la película de marras se ve como elculo, no se oye o se oye muy mal, puroruido, o le faltan los subtítulos6 o escenascompletas o qué sé yo...

Verdad de Perogrullo: así es la tarea del

militante revolucionario. Como en la vidamisma, se requiere paciencia, temple y valorsi la intención es alcanzar la victoria y cam-biar un mundo redondamente injusto, en elcual los bienes artísticos están vedados alas masas, condenadas per se a entretener-se con el baile de vedetongas de cuarta(aunque buenísimas) y cantos de ídolosamericanos de barro.

Enarbolando pues mis banderas rojas,mal que les pese al estimado Bob, a la MetroGoldwin Mayer, a la Paramount, a la Univer-sal y a la RKO Radio Pictures, sigo y seguirédescargando mis ficheros preferidos y, depaso, recobrando de los capitalistas laplusvalía que durante años me han extraí-do, y al imperialismo (de última, el 90 porciento de las pelis son de allá) parte de lasriquezas que han esquilmado a la AméricaLatina por medio del saqueo secular al quehemos estado expuestos desde la conquis-ta española hasta el momento en que escri-bo esta palabra (palabra).

Y si algún quisquilloso funcionario con-sidera que el presente artículo es una con-fesión de parte, relevando para el caso cual-quier otra prueba, o una redonda apologíadel delito, solicitando a los estrados micaptura y procesamiento, no tendré másalternativa que hacer lo que mis queridoscamaradas virtuales y vendederos de arteen soportes truchos vienen soportandoestoicamente: pasar a la clandestinidad.

En esto de la lucha política no hay mar-cha atrás. Cual militante espartano por laliberación, continuaré adquiriendo los es-

trenos en CD o, en el mejor de los casos, en«calidad DVD», según me indica la señoritaque los vende a la puerta del supermercado,y soportando las risas de los espectadoresde cine, las sombras de éstos cuando seponen de pie frente a la pantalla, los repen-tinos pixelamientos, los dobles subtítulos:arriba chino o ruso y abajo en improbablecastellano (cuando no su repentina ausen-cia en ciertas escenas), el sonido directo,pastoso, demasiado agudo o demasiadograve del cine, los inopinados movimientosde cámara digital cuando nuestro camaradagraba in situ, etc.; incluso los horriblesdoblajes gallegos cuando se trata de cier-tos clásicos difíciles de hallar con subtitu-lado o doblaje latino, como se dice, al me-nos.

La militancia, por cierto, no es para co-bardes o pusilánimes.

Con el corazón ardiente y el cerebro frío,como diría Lenin, se trata de abordar elproblema planteando primero una táctica:escuchar música y ver películas en formagratuita mientras la alienación reina, y lue-go una estrategia: lograr que toda la músicay todo el cine sean gratuitos per se. ¿O nofueron Marx y Engels quienes, premonito-riamente, dijeron que comunismo es la eta-pa de la sociedad en la que el hombre podrádedicarse enteramente al ocio (a la pereza,añadiría el yerno marxista Paul Laffargue)porque se habrá librado de la explotación yde la opresión por medios revolucionariosy teniendo en cuenta que, previamente, elcapitalismo habrá llegado a un estadio dedesarrollo que, aunque regresivo en lo quehace a las condiciones de vida de la huma-nidad, garantizará los bienes de produc-ción y consumo más o menos automática-mente, sin intervención de la mano humana,sin obreros ni burgueses?

Uno, sin embargo, es conciente de quecomo ciudadano común y corriente no ter-minará con el capital ensayando una y otravez este combate; uno también es con-ciente de que apenas aporta su granito dearena al derrumbe que solito el capital seinfringe. Sabe uno, además, que la tasa deganancia capitalista no desciende aguda-mente gracias al disquito de los RollingStones –que ya son demasiado ricos, porcierto– ni a la peliculita de Spielberg –otrodemasiado rico– descargados gratuita-mente con el Ares. Pero lo hace con orgullomilitante uno •