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Ctos. anden 62 9x Ctos. anden 62 - Más de 60 …cuentosanden.com/wp-content/uploads/2017/11/Ctos.-anden...Con la colaboración de: andéntres [18] La brizna de paja, Marie Luise Kaschnitz

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brevemente [32]Relatos en cadena

andéndos [11]Sobre la imposibilidad de publicar, Antonio Fernández York

elmuro [3]

decamino [35]

dindondin [34]

entrecocheyandén [36]Anacrusa, Lourdes Márquez

Microconcurso [28]

cuentoscomochurros [30]

noviembre2017nº62

andénuno [5]Impulsores químicos, Almu Ballester

Publicamos el relato de un lector, ganador de Microconcurso, en una disputadaconvocatoria en la que participaron 138 textos en solo 48 horas. Con jurado yvotación abierta en Facebook.

Edita: vuelaAlto C/ Sto. Domingo de Silos, 5 - ático - 28036 Madrid | [email protected] | www.cuentosanden.com

Comité editorial: Alejandro Moreno, Víctor García Antón, Leticia Esteban | Editora: Natalia Muñoz. Asesores de contenidos: Sergi Bellver y Juan Carlos Márquez (España), Juan Martini y Mónica Pano (Argentina), Mª Luz Carrillo (México)

Publicidad: [email protected] | Diseño: www.jastenfrojen.com

Ilustración: Coordinación: www.leticiaestebanilustracion.comIlustración portada e interior: Celsius Pictor | https://www.celsiuspictor.net

nove

dade

s

Con la colaboración de:

andéntres [18]La brizna de paja, Marie Luise Kaschnitz

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En Cuentos para el Andén vamos aamasar pan con Almu Ballester, recibire-mos un curso acelerado de AntonioFernández York sobre qué debe hacerun autor frente a la imposibilidad depublicar y dejaremos que nos saque unabrizna del ojo Marie Luise Kaschnitz, unade las voces más reputadas del relato ale-mán del pasado siglo. También nos vamosa dar una vuelta por Alejandría, pero enPozuelo. Y más cosas. No te quitamos mástiempo, esperamos que lo disfrutes.

Cuentos para el Andén

@cuentosanden

[email protected]

Te escuchamos:

elmuro

Finalistas:

Luces. Otoño Suzume. Bogotá (Colombia)

Sin título. Macarena Fernández. Sevilla (España)

Composición con farola. Carlos Rivero. Badajoz (España)

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Tema: Farolas Ganadora: Sin título. Juanjo Giacoy. Ciudad Villa Adelina (Argentina)

Concurso de fotografía Participa enviando tus fotos a [email protected] las bases y mira las fotos en Facebook y cuentosanden.comTema del próximo concurso: El Metro

www.cuentosanden.com

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andénuno

Impulsores químicosAlmu Ballester

AHORA hago pan. En vez de llenarme la cabeza con mierdas. Meha dado por muchas otras cosas antes, pero, si tengo que elegir,diría que es amasar, formar y greñar lo que me deja justo en elestado que necesito. O al menos eso creo. Soy testarudo y no mequedaré contento hasta que logre la hogaza perfecta, esa queluce una miga de alveolos irregulares y no se rasga en el hornopor donde no debe, así que me dedico a ello con intensidad,cada vez que puedo. Y también cada vez que ella sale de casa.

Hacer pan en casa no es nada fácil. Requiere paciencia, habi-lidad y también fuerza bruta. No dejo de ser un aprendiz. Ycuando escucho en los talleres que el amasado a mano consis-te solo en un buen golpe de muñeca, a mí me entran ganas dematar: yo siempre acabo sudando a chorros entre vuelta y vuel-ta de esa masa, que se adhiere a todo, se desparrama o no sedeja estirar. Que tiene vida propia. No hay elemento más frus-trante que una masa de pan pegada a la encimera. Mórbida,arrellanada en su espacio vital. Me desafía, atrévete a despegar-me de aquí. Y pienso que los autores de las decenas de técnicasque pueblan manuales en papel y online, de los centenares devídeos que demuestran ese tirar hacia arriba de la masa, esedejar caer en plano, esa aparente facilidad, esa naturalidad decuento clásico, merecen todos un tiro en el pie.

Escucho las llaves en la puerta. Escucho el sonido metálicocuando las suelta en la bandeja de la entrada. Luego escuchosus pasos acercándose. Se me agarrotan las manos y le pego unbuen sopapo a la masa.

—Creo que tienes que dejarla reposar ya, Luis.Nuria es profesora. No puede evitar dar consejos ni ponerse

a enseñar en cualquier momento de la historia. Y, cuando lo

hace, me llama por mi nombre aunque no haya nadie más enla habitación.

—¿Ya has vuelto del súper? Qué pronto —digo sin disimulo.—No he ido al súper, he ido a correr.Me detengo a mirarla, con las manos literalmente en la

masa. Está toda sudada. La camiseta blanca deja traslucir susujetador deportivo ajustado, el pelo se le pega a la cabeza porla parte de la sien. Tal como la masa se pega a mis manos.Siento ganas de abrazar a Nuria, de dejar el proyecto de pan yamasarla a ella. La miro y mi boca sonríe un poco torcido, sinquerer. Ella nota mi mueca, se vuelve, murmura algo de irse acambiar, sale de la zona de la cocina.

Nuestro apartamento no es muy grande. Es más bien unestudio; tiene eso que con tanta falta de rigor se denomina

cocina americana. Desde mi posi-ción se aprecia casi toda la

estancia, excepto elbaño, donde Nuria se

refugia. Ha dejado lapuerta entrea-

bierta. Se estáponiendo muy

en forma, se notaque ha decidido

librarse en serio deesos kilos.

—¿Has ido con elgrupo?

—¿El grupo?¿Qué grupo?—me pregun-

ta elevando unpoco la voz,tardando un

poco en dar res-puesta.

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—El grupo de correr.—El grup... ah, ellos. No, he salido por mi cuenta. Bueno, me

he encontrado a gente por el camino, como siempre. Oye, meducho, ¿eh?

Naturalmente. Ducharse después de sudar es siempre unabuena idea.

He oído cómo cierra la puerta. Ahora se desnudará y probarácon una mano si el agua está ya caliente. Tengo que recordarno abrir el grifo mientras se ducha. Pero también quiero soltar-me esta pasta de las manos y es complicado librarse de toda lasustancia que, por algún efecto del gluten que ahora me impor-ta una mierda, hace que se amalgame a mis dedos. De todasmaneras necesito hacerlo, porque, efectivamente, a la masa yale toca el reposo. Como puedo, la dejo en bloque y de una vezen la encimera, le doy un poco de forma y con la propia rasque-ta procuro quitar parte de la que me queda entre las manos.Qué sensación más odiosa. Me molesta tantísimo que, a falta deagua, decido coger un cuchillo y pasármelo entre los dedos. Nopuedo deshacerme del pegamento harinoso y sé que eso meestá irritando. Voy arrancándome pedacitos de masa, pero nolos dejo con la pieza grande, simplemente los tiro. Es muy difícil.Quiero no dejar ni rastro de esa masa reseca en mi piel, pero NOvoy a abrir el grifo. Para nada.

Creo que he gritado.—¿Todo bien, Luis? La voz de Nuria se deja sentir sobre el calor y atraviesa la

puerta cerrada. En realidad, no necesita elevarla tanto.—¡Sí! Dúchate —le respondo en su propio tono.—Ya salgo.Desde aquí veo a Nuria envolverse la melena con una toalla.

Me quedo unos instantes calculando los minutos que ha tarda-do en deshacerse de todo el polvo y el sudor. Igual un pocomás de lo que acostumbra, unos cuantos minutos de más entrelas uñas y el cuello. Ahora sí: abro el grifo y me restriego por losdedos el estropajo, con ganas; fuera, fuera toda esa masa pega-josa. Rasco y froto hasta que la piel se enrojece.

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Nuria se acerca. No lleva su vestido largo de andar por casa,se ha puesto uno más corto.

—Te vas a hacer daño. Y vas a dejar el estropajo inservible.—Mejor el estropajo que el fregadero atascado.—¿Vas a ponerle semillas?—¿Semillas? No. Es un pan simple.—Qué soso, ¿no?—Es que yo soy un soso, ya sabes.—No digas bobadas. A los cupcakes les pones mucha imagi-

nación. Te salían muy bien.Antes me pasaba el tiempo haciendo cupcakes. Experimen-

taba, horneaba, los decoraba, los regalaba. Es cosa fácil. A lamayoría de los dulces les basta un impulsor químico, no nece-sitan levadura auténtica. Son agradecidos y resultones.Admiten casi cualquier ingrediente; solo requieren cierto cálcu-lo, un buen molde y el calor justo durante el tiempo justo.

—Hace mucho que no los haces, ni tampoco bizcochos —me recuerda ella mientras decide por fin quitarse la toalla de lacabeza. Su melena rubia sigue mojada y, al sacudirla, salpica laencimera y también mi voluntad. Reprimo las ganas de atraerlahacia mí.

—El pan es mi reto ahora.El pan artesano requiere paciencia, entrega. Requiere tam-

bién una temperatura altísima en el horno, piedras volcánicasque produzcan el vapor necesario para caramelizar la corteza,una masa madre cultivada con mimo y tiempo. Una fermenta-ción lenta. Ningún aditivo químico, todo natural.

Mi masa sestea tapada con un paño blanco enharinado. Yahan pasado los minutos de reposo. La saco, la vuelco en la enci-mera y regreso al amasado. Nuria me examina.

—¿Has mirado el libro de Hamelman? El que te regalé enNavidad...

—¿Quieres que tire esto y haga cupcakes? —la interrumpo.«¿Has salido a correr con él?» es en realidad lo que quiero

preguntarle.

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No la miro. No me mira. A ambos nos atrapan las formas queva tomando la masa al ser estirada, doblada, vuelta a estirar.

—No seas bobo. Si te va a quedar muy bien, seguro. Cuandotú le pones ganas, lo consigues.

—Sí. Como consigo todo siempre —le digo, al tiempo queestampo la masa contra la encimera, zas, un volteo perfecto, zas.

—Bueno. Contra eso no podías hacer nada. Nadie se esperaun ERE.

—Ni una depresión.«Ni unos cuernos» quiero decirle más bien.Son cuatro o cinco los volteos que me da tiempo a pegar

antes de que Nuria replique algo, con la voz un poco lavada,como después de tragar saliva.

—¿Una depresión? Qué dices, tú no estás deprimido. Soloalgo... ansioso.

—Ya. Lo decía por decir. La depresión es algo que nadie seespera tampoco.

Nuria me mira interrogante, pero no pregunta más. Sequeda observando cómo extiendo la masa, cómo la pliegosobre sí misma, cómo la levanto, ahora sí, sin que se peguedemasiado. Pongo un empeño desconocido, una habilidadque nace de mis hombros, recorre mis antebrazos y sale deentre mis dedos, un manejo perfecto, hipnótico. Probablementela estoy amasando mucho más de lo que se debe, pero nopuedo parar.<

tw Del libro: Normas de inseguridad. Red Libre Ediciones, 2017.Almu Ballester. Durante doce años fue una lingüista pegada a un equipo informáticoen la Real Academia Española y en la actualidad también le pagan por poner paz, estavez en millones de palabras, dentro del mundo de la traducción y las tecnologías dellenguaje. Ha sido premiada en varios concursos como autora de relato y microrrelato,y también como guionista de cortometrajes.

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andéndos

Sobre la imposibilidad de publicar Antonio Fernández York

MIS escritos han peregrinado por decenas de editoriales de hablahispana sin despertar interés alguno. Ocasionalmente he recibi-do en mi casa alguna carta de tal o cual editorial agradeciéndo-me el envío de mi manuscrito, para luego recurrir al clásico«lamentamos tener que comunicarle...». Guardo esas cartas comoalgo valioso, como algo que debo conservar por proceder de edi-toriales de prestigio. A menudo fantaseo pensando en las manosque han podido tocar esas cuartillas. Manos de famosos editorescontando el número de autores rechazados en la última semana.Los veo sonreír, atusarse el cabello, producir un chasquido, unamueca. Les escucho pensar mientras toquetean las cartas:«pobres diablos», «indigentes de la escritura», «cuánto esfuerzoen vano». Y escucho lo que piensan mientras palpan mi carta:«Antonio Fernández York. ¿York? Carajo, ¿madre inglesa?, ¿norte-americana?».

Ignoro por qué nadie me publica. Mi madre, mi mayor detrac-tora, me dice que escribo raro, incomprensible, minoritario,absurdo. Me aconseja que lo deje, o que cambie el estilo, el tono,los temas, que escriba sobre cosas cotidianas (una pareja que secasa, un matrimonio que viaja, un niño que hace amistad con unmimo). Yo le digo que no sé escribir de otra forma. Anoche, mien-tras tratábamos de dormir —mi madre y yo dormimos en lamisma habitación debido a la estrechez de nuestra casa— le dije:

—Mamá, ¿crees que publicaré algún día? —No, no lo creo, sinceramente no lo creo. —¿Pero por qué no lo crees? —Porque no, porque no escribes lo que ellos quieren. Déjame

dormir.

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andéndos

—¿Quiénes son ellos? ¿Qué es lo que quieren? —Y dale. Ellos, los que sacan libros. Tú no escribes lo que

ellos quieren. Escribes raro, de minorías. Déjame dormir ya deuna vez, coño.

—Pero mamá, en Internet soy leído y apreciado, un fotógrafome sacó en su blog lo de No descartes a René, y un escritor que haganado muchos premios dice que soy muy bueno.

—No hagas caso de Internet, tanto Internet, siempre conInternet, Internet, Internet. ¡Déjame dormir ya!

—¿Y crees que publicaré después de muerto, a lo Kafka? —Ay Señor, lo que tiene una que aguantar... Mira lo que te

digo, tienes ya treinta y cinco años, búscate una novia y déjameen paz, o búscate un piso compartido, pero vete, vete de una vezy déjame tranquila.

Aunque publicar me es imposible, hallo cierto consuelo con-feccionando las cubiertas de mis propios libros, imitando el dise-ño de alguna editorial prestigiosa. Así fue como me publicó lamisma editorial que a Stefan Zweig, lo cual me llenó de alborozo.Ahora preparo una edición de mis relatos en el sello que publicaa Paul Auster. Aún no sé con qué fotografía ilustrar la portada.Probablemente elija una en blanco y negro de los años veinte,con dos o tres señores de traje. Confieso que el cambio de edito-rial no me tiene contento. Hubiese preferido seguir con la deStefan Zweig, pero algo me dijo que confiase en la editorial deAuster. Ya es tarde para dar marcha atrás, la contraportada estáterminada. Una vez concluido el aspecto externo del libro, elsiguiente paso consiste en doblar y coser los pliegos, en cuyashojas se imprimieron previamente los textos. Es fundamentalcomprobar que la compaginación sea la correcta, es decir, que lapágina 1 anteceda a la 2, la 2 a la 3, la 3 a la 4, etc. Tras prensar lospliegos debe aplicarse en el lomo la cola y acto seguido pegarlela cubierta. El ejemplar, ya terminado, se retirará de la prensacuando la cola esté seca. El proceso concluye dejando el libro enel estante de cualquier tienda de libros, confundido entre losejemplares de su misma editorial. Este acto se asemeja al de

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robar un libro, aunque su naturaleza es inversa. Paradójicamente,aun teniendo un carácter opuesto al del hurto, puede acarrearconsecuencias penales más graves. Una sociedad de consumocomo la nuestra, no soporta la falsificación. Menester es por ellocambiar algunas letras en el nombre de la editorial, y alterar tam-bién el código de barras de la contraportada, o cualquier cosaque pudiese comprometernos.

Este sencillo modo de publicar en editoriales de prestigio sinpasar por el despacho del editor constituirá, a mi juicio, una prác-tica habitual en el futuro. Los instrumentos de propaganda dellibre mercado lo llamarán terrorismo editorial. Los sectores pro-gresistas lo llamarán libertad de expresión. Los libreros temeránmás la entrada en sus establecimientos de libros falsos que la sali-da por hurto de libros auténticos. Detectores de papel custodia-rán las puertas de las librerías, pero los falsificadores de libros—o terroristas literarios— se las ingeniarán para burlarlos. Laquema de libros falsos se convertirá en algo cotidiano. Buenaparte de la ciudadanía, cansada de la monserga editorial tradicio-nal, intercambiará libros falsos de manera clandestina. Las autori-dades recomendarán la no lectura, persuadidas por las grandescorporaciones editoriales que no detentan ya el monopolio edi-tor. Pero desaconsejar la lectura equivale a incitarla, del mismomodo que el fomento de la lectura suele provocar su rechazo.

Otra cosa que me distrae es telefonear a las editoriales. Llamoa la de Zweig y cuando me preguntan quién soy cuelgo. Llamo ala de Auster y cuando descuelgan cuelgo. Llamo a la de Musil ycuelgo, a la de Rimbaud y cuelgo. Llamo a la de Baroja, y mientrasllamo me imagino que soy un escritor con una obra pendientede entrega, un escritor que no recuerda cuándo vencía su plazo,o que olvidó la extensión que debía tener el manuscrito.

Una vez, mientras llamaba a una importante editorial, en vezde colgar dije:

—He olvidado cuándo vencía el plazo. —¿Qué plazo? —preguntó una voz de mujer. —El plazo de entrega —contesté.

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—¿Eres Enrique? —Sí —mentí. —Te reconocí la voz. Espera un momento que te paso con

Jorge. Al cabo de medio minuto me atendió el editor: —Enrique, qué pasa. ¿Me dice Yolanda que no te acuerdas de

la fecha de entrega? —No, no me acuerdo. —Pero hombre, si me dijiste que te ibas a Dublín en mayo y

que entregabas a finales de junio. ¿Cómo no te acuerdas? —Jorge —dije (las palabras brotaron solas)—, estoy leyendo

a Fernández York. —¿A quién? —A Fernández York. Antonio Fernández York. —¿Quién es ese? No me suena. ¿Debería conocerlo? —Jorge. —Qué. —Publica a York. —¿Pero qué dices? ¿Quién es York? —Lo encontré en Internet. —No ha publicado, ¿verdad? ¿Un amateur? Me detuve sin saber qué añadir. —¿Enrique? —dijo el editor— ¿Estás ahí? Oye, chico, te noto

raro, ¿te pasa algo?Colgué. Hace unos días, por la noche, mi madre y yo, como de cos-

tumbre, apurábamos unos cartones de vino antes de dormir.Mientras bebíamos, cada uno en su cama, intercambiamos algu-nas impresiones sobre lo que había dado el día de sí.

—Jamás publicaré, mamá —dije. —Eso ya lo sabes —respondió ella. Sentí que los ojos se me llenaban de lágrimas debido a una

repentina y absurda emoción. No quise que ella me viese llorar,así que dejé el tetrabrik en el suelo y me eché sobre la almohada,como buscando el sueño.

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—¿Ya te duermes? —me preguntó.—Sí. Pasaron unos minutos en silencio. Únicamente se oían los sor-

bos de mi madre. —¿Por qué no matas a algún editor? —dijo. —¿Qué? —Mata a algún editor, así te desquitas. —Mamá, no puedes hablar en serio. Acábate ya el vino, y

apaga la luz. —Te digo que lo mates en alguno de tus cuentos, no que lo

mates en la realidad. —Ah, eso es diferente. —Así te desquitas. —¿Y a qué editor me aconsejas que mate? —Y yo qué sé, al que te dé más rabia. Al día siguiente me puse a escribir sobre el asesinato de un

editor. Como no me apetecía perpetrar un crimen violento, ideéla posibilidad de que el editor no opusiese resistencia a mi volun-tad. De modo que escribí:

Lo esperé en la puerta de la editorial. Su chófer también lo espera-ba, junto a un lujoso e inmaculado auto. Cuando vi que salía, loabordé.

—Perdone —le dije—, ¿es usted [...], el editor? —Sí, dígame. —¿Le importaría que les acompañase a usted y a su chófer en el

coche? —Por supuesto que no. Venga, ¿desea que le llevemos a su casa? —No, lo que quiero es que vayamos al acantilado que hay a dos

kilómetros de aquí, junto al restaurante El Mirador. Una vez allí, megustaría que usted y yo nos acercásemos al borde del peñasco. Yo ledaré un empujón y usted se precipitará al vacío. ¿Le parece bien?

El editor asintió y su chófer nos llevó al precipicio. Antes de que eleditor se despeñase, mantuvimos esta breve charla:

—Quizá le sirva de consuelo —le dije— saber que esta muerte noes real y que usted es un ser ficticio.

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—Eso no me consuela —dijo el editor—. Aunque ficticio, no mesiento menos real que usted, que escribe este diálogo. Pero tengo quehacer caso de cuanto se le ocurra, pues de lo contrario yo no seríaimaginado, o al menos no por tanto tiempo como ahora. Lo que síme consuela es saber que con mi muerte, con la muerte de un impor-tante editor como yo, va a ser casi imposible que Antonio FernándezYork publique alguna cosa en su vida, pues no habrá editor en elmundo que quiera publicar algo de un autor que se dedica a despe-ñar editores, y encima sin darles la opción de defenderse.

—Tiene usted razón —le dije, con la sensación de que aquel per-sonaje me superaba en elocuencia—, pero así es la escritura, tanesclava de los caprichos de su autor que en ella pueden fracasar losmás renombrados editores y triunfar los escritores más indigentes.

Empujé al editor y lo vi caer. En el aire agitaba los brazos, como siquisiera agarrarse a algo que no existía, pero que hubiese podidoexistir si yo lo hubiese imaginado.<

tw Del libro: Sobre la imposibilidad de publicar. Ediciones del Viento, 2016.Antonio Fernández York es el seudónimo de Ángel Casanova Grima (Madrid, 1975),licenciado en Periodismo. Tras una insatisfactoria experiencia profesional, se marchaal extranjero y vive sucesivamente en Edimburgo, Galway, Copenhague, Liverpool,Londres y Esmirna. Comienza trabajando en la hostelería, pero pronto se dedica a ladocencia de inglés y español. Este es el primer libro que publica.

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La brizna de pajaMarie Luise Kaschnitz

POCO antes de las doce del mediodía he encontrado la carta. Yla he encontrado en sentido literal, sin haberla buscado ni haber-la extraído del bolsillo de algún traje que estuviera cepillando.Sobresalía de un libro, y el libro no estaba en la mesita de nochede Felix, sino sobre la mesa del salón, allí donde están siempre losperiódicos, a la vista de cualquiera. Tampoco he leído la cartahasta el final, solamente las primeras palabras: te echo tanto demenos, corazón mío. Al principio no he comprendido estas pala-bras, tan solo atendía a su escritura, una grafía singular, de bellosy prolongados trazos. De cuando en cuando las letras aparecíandistanciadas entre sí, y he pensado que esto es un rasgo de timi-dez, y solo después he llegado a comprender el sentido de talespalabras, y me he tenido que reír, pese a que evidentemente nohabía motivo alguno para la risa. Pasado cierto tiempo he llegadoa la idea de que la carta pudiera estar dirigida a Felix. No he segui-do leyendo más allá de la primera página, qué palabras tan tier-nas, y entonces he devuelto la carta a su sitio de nuevo y he cerra-do el libro. He ido a la cocina y he pensado, tuvo que tratarse dealgo importante, esto no se escribe así como así. He empezadocon los preparativos de la comida, me he puesto el delantal, heuntado manteca en la sartén y he utilizado la picadora de cebolla,redonda casita de cristal, que gira sobre sí y que tritura la cebollasin necesidad de tocarla, sin tener que derramar lágrima alguna.Ya no se vierten lágrimas en ninguna ocasión. Llorar está pasadode moda como antes, en el tiempo de las abuelas, lo estaba eldesmayarse, cuando justo al lado se encontraba siempre unaasistenta o una cocinera gorda que te sujetaba y te aflojaba los

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cordones del corsé y te decía: no se lo tome tan a pecho, loshombres son así, el mío tampoco era diferente; o decía simple-mente: pobre señora mía. Yo no me he desmayado, ni he llorado,la manteca chisporroteaba tan graciosamente, tampoco habíarazones para llorar. Vale, he pensado, ahora hay que sacar la carnedel congelador, abrir la puerta, cerrar la puerta, es extraño el ruidoque hacen las puertas de los congeladores al abrirse y al cerrarse,tierno como un beso, pero contundente; un ruido antipático, tandefinitivo como si fuera la última vez. La última vez con estefrigorífico, la última vez que comemos juntos al mediodía, ¿quétal te ha ido?, ¿ha llamado alguien? Todo por última vez. Pero¿por qué? ¿Qué ha ocurrido? No ha ocurrido nada, han ocurridomuchas cosas, he recibido un golpe, como el que se recibe cuan-do se inicia una relación defectuosa, solo que yo no quiero admi-tirlo. No, no he querido admitirlo, he puesto la carne en la sarténpara cocinarla, la chuleta, panceta roja y desnuda, ahora hermo-samente dorada; el lomo rojo y desnudo, ahora hermosamentedorado.

No, no puede irme mal, he pensado, y he retirado la sartén yme he sentado a la mesa para pelar las patatas, pero tambiénpara reflexionar, y cuando he pelado la primera patata, me haentrado mucha rabia y he pensado, yo sí me podría permitir algoasí, pero Felix, no. Puedo permitirme volver la cabeza para mirara los hombres, porque en realidad todo es falso, son solo tonte-rías y pasatiempos efímeros, es solo un momento para contem-plar el brillo de los ojos extraños, y saberse amada. Pero los hom-bres son diferentes, para los hombres esto no es suficiente…

He pelado seis patatas y entonces he parado, porque no teníahambre, y me apetecía solo una, y no debía llamar la atención,Felix no debía notar nada en absoluto, por supuesto que no lehablaría de la carta, porque sé que las palabras son algo terrible ycuando algo se llega a expresar con palabras se convierte en ver-dadero. De modo que me he quitado el delantal y me he ido aldormitorio para adecentarme y tener la apariencia de una esposa

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jovial y alegre, y después ya se vería. Pero en el momento en elque estaba cruzando el vestíbulo, ha sonado el timbre. Al princi-pio no he querido abrir la puerta, ya que de pronto sentía miedode cualquiera que pudiese entrar a mi casa, tenía miedo de todoel mundo. Y, sin embargo, he abierto la puerta, se trataba tan solode la entrega de un paquete de la droguería. Lo he abierto y hecolocado las cosas en el baño. Ahora ella tendrá que aprender, hepensado, qué jabón usa y qué pasta de dientes, y respecto a lamaquinilla de afeitar, hay un truco sin el cual no funciona. Ellatendrá que aprender también a hacer la cama y, Dios, a hacerlacorrectamente, y colocar a los pies la bolsa de agua caliente, aun-que quizá él no quiera utilizarla más. Una bolsa de agua caliente,pero qué te crees cariño, que todavía soy joven. No, por supues-to, él no querrá hacer nada de lo que acostumbra aquí, no usarájabón de lavanda, ni un cepillo de dientes de pelo duro, querráque todo sea diferente, todo nuevo. Una vez más, todo desde elprincipio nuevo.

Así conversaba yo conmigo misma mientras estaba sentada alfilo de la bañera y aprovechaba para mirarme al espejo. Ya no soyjoven, algunas arrugas de reír, de pensar, en resumidas cuentas,de vivir, del tiempo, que no se detiene. Las arrugas son como loscaminos de un paisaje, caminos que sencillamente hemos reco-rrido juntos. Pero no me he preguntado si la mujer que le escribióla carta sería más joven que yo, y por supuesto no se me ha pasa-do por la cabeza pensar quién podría ser, me resultaba indiferen-te. Me he lavado la cara y después me he ido al dormitorio y allíhe pensado que él debería dejarme la vivienda, eso sería lo mejor,al fin y al cabo no puede meterla a ella en mi cama, además, elque corta es el que debe abandonar. Si yo conservara la vivienda,podría alquilar por ejemplo la habitación de la entrada, en laesquina se podría poner el colchón a guisa de cama, también dis-pongo de una hermosa colcha. Habría que desplazar el armariode la entrada y poner una cajonera para la ropa y comprar per-chas. La lámpara verde no, esa no casa bien, le pondré otro forro

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a la mampara. También tendré que comprar papel de forrar, eserosa tan bonito con líneas onduladas, o aquel de los barquitosque me gustaba desde hacía tanto tiempo.

Estas fantasías me han hecho gracia, todo lo que se le puedellegar a ocurrir a una, es increíble, y la carta es tal vez ya muy anti-gua y a lo mejor hace mucho tiempo que todo acabó. Podría sertambién que todavía no haya acabado, pero podría acabar.Entonces se me han venido a la cabeza todos los consejos queen tales circunstancias se suelen dar en las revistas femeninascomo respuesta a las cartas de las lectoras, consejos que suelenprovenir de alguien llamado tía Anna o tía Emilie. A saber, quehay que preparar una mesa especialmente vistosa, ponerse elúltimo vestido que te has comprado y alisarse el cabello, y: que-rido, quieres un vaso de vino, esta tarde estoy de humor.

Entretanto ha sonado el teléfono, pero solo una vez, como aveces ocurre cuando uno se da cuenta de que se ha equivocadoal marcar y cuelga rápidamente el auricular. Pero he pensado queera muy probable que fuese Felix, que llamaba desde la oficina.¿Por qué tengo de pronto lágrimas en los ojos? No importa, él nopuede verme. Solo puede oír mi voz, y mi voz es toda ternura ygozo. ¿Cómo?

¿Que no vienes a comer? ¿Que si hay algún problema? Porsupuesto que no. No hay problema en absoluto. Incluso mejor.Todavía tengo que planchar y luego quería ir a la peluquería. No,no había preparado nada especial. No había empezado siquieraa cocinar. ¿Estás bien, querido?

¿Yo? Estupendamente. Hace un día tan bonito. Hasta luego,sí…

Sí, así quería reaccionar, con levedad, con espontaneidad. Y deese mismo modo hablaría con él cuando llegara a casa.

En verdad tendría que haber regresado ya. Era más de la unay media, y él siempre era muy puntual al volver a casa. Además,siempre venía muy hambriento al mediodía y sabía que hoy pre-pararía filetes empanados, que tanto le gustan. O quizá no se

andéntres

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acordaba en absoluto. A lo mejor se retrasaba porque estaba conella en un bar tomando algo, y justo en este momento miraba sureloj y decía: ya es la una y media, me está esperando, tengo queirme a casa.

Me está esperando, he pensado. Ella, y esa ella soy yo. No seme debe hacer esperar. Me tiene miedo. Pero esto no es loimportante. Lo importante es la tercera persona. Yo soy la tercerapersona. La tercera persona, la mala, la que estorba, «ella». Yo soyla flor amarilla⁽¹⁾ de pétalos extraños y con una larga lengua colo-rada, y ahora tendré que tragarme el anzuelo una vez más, unosentrantes, atún con guisantes, sí, tía Emilie, gracias por el consejo.Y él no se opondrá, y de pronto dejará el cuchillo y el tenedor ydirá: perdóname, ya no te quiero, por favor, déjame ir.

Naturalmente yo lo dejaría marchar. Por favor, márchate,mucha suerte en tu camino. No te necesito para vivir, nadie nece-sita a nadie para poder vivir, tampoco necesito la casa, ni tu dine-ro. Puedo trabajar en mi antigua oficina, algo que podría haberhecho desde hace mucho tiempo, pero tú no quisiste. Pero unaoficina así es algo agradable: Buenos días, señor Schneider,¿mucho correo hoy? Buenos días, señorita Lili, ¿ha mejorado sudolor de muelas? ¡Dios santo!, ¿no podrían subir la calefacciónaquí? Quería informarle sobre la fiesta de cumpleaños del jefe…

Todo esto se me ha pasado por la cabeza mientras miraba porla ventana, si bien lo hacía escondida tras la cortina, para impedirque Felix me viera. Este día de febrero era tan precioso, tan lumi-noso y brillante, y todos los años se nos olvida el ímpetu con elque puede resplandecer la luz en febrero, y en esta época hacenrodar monte abajo las girándulas de fuegos artificiales, y arrojanen los pozos al desagradable muñeco de paja, una vez lo vimos

(1) El amarillo como símbolo de los celos y del muñeco de paja que aparece después.En algunos lugares de Alemania existe la tradición de quemar o arrojar a un pozo unmuñeco de paja cuando llega la primavera. Este ritual simboliza el final del invierno yla renovación de la vida. (Nota del traductor.)

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juntos, Felix y yo. Hemos vivido muchas cosas juntos, y era mara-villoso, y ahora seguramente él no querrá recordarlo, ahora nadade esto tiene valor, todo está gris e inerte, y esto es lo peor detodo, que ya no habrá más futuro, ni tampoco pasado, serán tam-bién arrojados al pozo junto al odioso muñeco de paja dorada, yaviene la primavera, y todo será totalmente nuevo.

Mientras tanto he tenido que retroceder dos veces, porqueafuera han pasado dos conocidos, el catedrático Wehrle, que viveal lado, y la señora Seidenspinner, que vive en el número cinco.He imaginado cómo hablarían entre ellos: se ha enterado ya,pobre mujer, me he sentido fatal porque me cuesta sobreponer-me a la compasión. La compasión, esa aguachirle caliente de ojoshinchados y de una petulancia insoportable, quién se cree que esesta señora Seidenspinner, que se permite sentir compasión pormí. En caso de muerte, ahí es Dios amado quien actúa personal-mente, ahí no hay fracaso, simplemente ha fallecido, bellas pala-bras asoman a los labios, eras todo para mí, era todo tan bonito.Y entonces no se le podrá imputar a la mujer que se había aban-donado durante los últimos tiempos, ni a él se le podrá respon-sabilizar de cosa alguna.

Ah, tonterías, he pensado, qué me importan a mí los vecinos.Tampoco pienso ir corriendo a su casa para quejarme, como hizouna vez Herta: después de tantos años de matrimonio, y de sertan buena esposa para él, ¿puede usted entenderlo? Pero yo nohe debido ser obviamente una buena esposa para Felix, pues enese caso, él no habría querido marcharse, ni recibir cartas llenasde ternura, ni quizá escribirlas él mismo y sentir miedo al volver acasa y preguntarse cómo puedo decírselo.

Mientras tanto he seguido mirando por la ventana y he vistoa un hombre doblar la esquina que me parecía él, andaba comoél y llevaba un abrigo azul oscuro, y el corazón me ha dado unvuelco, como cuando de repente el avión se desploma, he inten-tado dibujar una expresión de neutralidad en mi rostro, pero meha sido imposible. El hombre se ha acercado, y no era Felix, sino

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un extraño, y he pensado, qué significa esta farsa, realmentepodría marcharme antes de que él volviera. Podría irme a la ciu-dad y sentarme en una cafetería, la que hay junto a la Bolsa, tantriste y polvorienta, donde hay colgados numerosos espejos, allíme he sentado tantas veces, tantas veces la misma mujer aban-donada. Podría hojear unas revistas y fumar y mirar al vacío, asípodrían pasar fácilmente un par de horas. Entonces podría ir auna sesión de cine, y luego a otra, y después se habrá hecho denoche. Y al echarse la noche, Felix tendrá que llamar a la policía,algo que le resultará muy embarazoso, ¿dice usted que su mujerse ha marchado? ¿Cómo dice, por favor? ¿Qué llevaba puesto? Sí,esto no lo sé.

Ya eran casi las dos y no he podido seguir de pie junto a laventana. Me he sentado en una silla y he puesto la radio, siempreocurre que cuando se quiere oír algo constructivo o relajante,ascienden los niveles del agua, de todos los ríos del país, a elegir,el Weser es el que más agua lleva, pero el Weser queda muy lejosde aquí. Y entonces ha sonado el teléfono de nuevo, pero en estaocasión ha sonado repetidas veces. Sabía que ahora sí se tratabade Felix, de hecho era él. Recordaba bastante bien qué tenía quedecirle, según lo había ensayado, con voz suave, delicada, perode pronto me he sentido muy mal a causa de la triste cafetería yde los ríos y de la policía, y me ha salido algo totalmente diferen-te, así:

Ah, pero si eres tú (¡falso, falso!).¿Cómo dices?, ¿que no vienes a comer? (no consigo encontrar

el tono adecuado).Para nada, ya veo, es que hace tan buen tiempo.¿Que no puedes aprovecharlo? No, claro.¿Que estoy rara? ¿Cómo que estoy rara?No, no ha ocurrido nada. Al menos nada que pudiera ser de tu

interés.¿Por qué no? Creo que tú lo sabes mejor que yo. Etcétera.

Siempre este horrible y ofensivo tono que justamente no quería

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usar, pero así es como me ha salido, el muñeco de paja, tan com-pacto y aplastado, tan repulsivo, y al final he hablado con la únicaintención de que él colgara el teléfono, de que terminara, queterminara con todo. Y como él no colgaba, me he quedado sim-plemente callada, callada por completo, con el auricular pegadoal oído. ¿Sigues ahí?, me ha preguntado, cariñosa, desconcerta-damente, y finalmente él ha colgado y también yo lo hecho y mehe quedado de pie y he sentido odio hacia mí, y también haciaél, porque él tenía la culpa de que yo me comportara de estamanera, la tercera persona, la mala, el repulsivo muñeco de pajaarrojado al pozo, adieu. Y después he pensado que a lo mejor erabueno leer la carta hasta el final, ahora mismo yo era de esa formaque los demás estaban imaginando, y quizá he sido siempre así,toda mi vida, siempre.

De modo que me he ido al salón, he sacado la carta del libroy me he encendido un cigarrillo, todo esto lo tenía que haberhecho hace tiempo; por qué tengo que pensar siempre en dosniveles, en el superior reside la creencia de que no existen matri-monios felices y en el inferior, ah, vuelve conmigo. Así queempiezo de nuevo a leer la carta, la primera cara muy por encima,ya la había leído; en la segunda apenas había nada y en la terceray en la cuarta ya casi nada. En la segunda página se leía, ya soloquedan cinco días, en realidad cuatro y medio. No olvides pasarpor la lavandería, todo debe estar preparado con antelación.Adiós, querido Franz, un abrazo, cuídate, Maria.

Adiós, querido Franz, cuídate, adiós, querido Franz, cuídate,diez veces lo he repetido y he estallado en una absurda carcaja-da, porque la carta no estaba dirigida a Felix, sino a un tal FranzKopf, a alguien cuyo nombre también figuraba en el libro. El libroera un manual de economía empresarial, y aparte de haber pedi-do prestado el libro a una persona algo descuidada, Felix pocomás tenía que ver con todo esto. Esto es lo que me he dicho a mímisma, pero me he sentido terriblemente mal, y en realidadahora tendría que haberme puesto a dar saltos y a reír y a cantar,

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algo que en absoluto ha ocurrido. Me he quedado sentada,perpleja, y es como si hubiera caído en un pozo profundo yme dispusiera a trepar para salir, pero, qué extraño, no con-sigo llegar arriba del todo, nunca volveré a alcanzar la clari-dad completa.

Durante toda la tarde he intentado salir del pozo oscuro,y al anochecer ya estaba despejada y de buen humor; cuan-do Felix ha llegado, me he reído y le he dicho: disculpa,estuve tan seca por teléfono, es que tenía un terrible dolorde cabeza, pero gracias a Dios ya pasó. Pues sí, ha dichoFelix, ya ha tenido que haber pasado, porque se te ve res-plandeciente. Y de pronto me ha preguntado: ¿qué tienesahí?, y alargando su mano ha cogido algo de mi cabello,una brizna de paja, alargada y blanquecina. Dime: ¿dedónde ha salido esto? <

tw Del libro: La sonámbula y más relatos inquietantes. Ed. Hoja de Lata, 2017.Traducción: Santiago Martín ArnedoMarie Luise Kaschnitz (1901‐1974) vivió marcada por la convulsa política alemana de laprimera mitad del siglo XX. Ha sido reconocida como la más destacada cuentista alema‐na de la segunda mitad del siglo pasado. La niña gorda y otros relatos inquietantes (Hojade Lata, 2015) fue la primera antología con sus relatos que se publicó en castellano.

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MarionetasIván Daniel Pacheco Montería. Colombia

Durante el día, estaban uno junto al otro sin poder tocarse omirarse, incluso moverse. Por las noches salían junto al resto dela compañía a complacer al público con el show central: él, vis-tiendo chaleco, corbatín negro y sombrero alto; ella con su ves-tido de ballet, zapatillas y los labios pintados de rojo.

Actuaban hasta la escena final donde dejaban de fingir paramirarse enamorados y conquistarse con piropos escritos en elguion. Seguían el papel a pie de letra con la ilusión de besarse,hasta que el titiritero soltaba los hilos y quedaban inmóviles ten-didos en las tablas.<

Entrevista de trabajoArantxa RochetMadrid. Españahttps://www.facebook.com/ArantxaRochet1

Del laboratorio sale una hormiga tras otra, tan grandes comoniños. Escarabajos o cucarachas, ni uno. El doctor entra en ellaboratorio y busca al aspirante, pero ya no está. Un ser, mediohombre, medio hormiga, agoniza encima de una mesa de qui-rófano y, sobre un taburete, está abandonado el libro de Kafka.Hay una nota entre sus páginas: “Lo siento, doctor Moreau, solome salen hormigas”. El doctor tacha entonces un nombre deuna lista clavada en la pared. Y mientras ata las extremidades delser a la mesa, grita a la puerta abierta de la sala: ¡El siguiente!<

Microconcurso

Ganadores de Microconcurso

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Microconcurso

La banda de la noriaPatricio Peralta R.La Plata. Argentina

Debido a un mal funcionamiento, la vuelta al mundo se des-armó y varios pasajeros salieron volando. Enseguida, formaronuna bandada y todavía hoy, se divierten persiguiendo palomaso patos ocasionales.<

EnredaDosPaola TenaSanta Cruz de Tenerife. Españawww.facebook.com/microficciones

Algunos fallos en la red telefónica son causados por llamadasde despecho, debido a que la furia y las recriminaciones se enre-dan fácilmente entre los cables. Cuando esto pasa, el emisorfinge no haber enviado un mensaje, y el receptor actúa como sino hubiera nada que recibir; sin embargo, el aire se satura peli-grosamente por la estática generada en la pareja. Es necesario,entonces, esperar hasta que un tercero, llamémosle “técnico decomunicaciones”, acuda a arreglar el desperfecto. Lo que seaque esto signifique.<

tw Microconcurso es un concurso de microrrelatos convocado por CpA. Se abrióconvocatoria para microrrelatos de un máximo de 100 palabras durante 48horas, en las que se recibieron 138 textos. Seis relatos fueron preseleccionadospor jurado; publicamos aquí los cuatro que fueron elegidos ganadores por vota‐ción abierta en Facebook, por orden de mayor a menor número de votos.

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EL hombre que se va de la ciudad busca un cigarro en la guantera, loenciende con una mano y baja la ventanilla para dejar salir el humo.Es de noche. La ciudad queda como un puñado de luciérnagas a suespalda.Dentro de una de esas luces hay una mujer a la que está abandonando. Dentro de esa mujer hay un niño que aún no ha nacido. El hombre pasa el puente y aparca en el lado derecho de la carretera. Sebaja del coche, no pone el triángulo, se apoya en el capó, da un golpeseco a la gravilla. Sopla el humo hacia la ciudad y piensa en apagar lasluces, como si fueran las velas de una tarta.Saca el teléfono del bolsillo de la chaqueta. Lleva una chaqueta de ante-lina, con cuello de becerro, vaqueros negros, zapatillas. Echa de menosuna bufanda. Sopla un viento húmedo y acaba de subir una pequeñacolina. Se vuelve para que el viento no le sople en la cara y camina tres ocuatro pasos. Llama a la mujer con el teléfono. Ella descuelga enseguiday le pide que vuelva. —Ven —dice ella. Pero lo dice muy cansada—. Ven y ya está.Él no quiere volver por el niño:—No quiero volver por el niño —dice.Luego piensa en los cumpleaños. Ha pensado mucho en los cumplea-ños. Le gustaría hacer regalos, pintar un cartel. También le gustaría ir a las

Apagarlas luces

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tw Colaboración mensual con Cuentos como Churros: ellos eligen una de las cuatrofotografías seleccionadas de El muro y cocinan con ella un rico churro que publica‐mos aquí. Otoño Suzume, finalista de nuestro Concurso de Fotografía de este mes.

reuniones de padres, ponerse en cuclillas a la salida del colegio, comprarpasta dental con sabor a fresa.Volvería por el niño.—Volvería por el niño —dice.Ella hace un ruido al otro lado de la línea. No es un suspiro, es más bienun bostezo. —Mira, es tarde y tengo sueño.Él piensa que cuando la mujer tiene sueño se frota los ojos y la línea delápiz negra que usa para remarcar las pestañas se le emborrona en lospárpados y parece un oso panda. Piensa que eso es tierno.—Una vez fuimos a Toulouse —le dice.—Sí —dice ella—. Fuimos a Toulouse y a Lyon y acampamos junto alLoira y subimos al castillo de Cheverny.La mujer habla despacio, no hay ningún tinte de nostalgia en su voz. Esmás como si estuviera enumerando una lista. Él tampoco siente nostal-gia, pero pensaba que notaría alivio al pasar el puente y, sin embargo, noha sido así. —Hicimos cosas muy buenas —dice la mujer, que ya ha terminado derecitar paisajes viejos.—Y sin embargo, estamos cansados —dice él.Sabe que ella asiente al otro lado del teléfono. Sabe que está recostadaen el brazo del sillón, cerca de la ventana, que le ha quitado el sonido altelevisor pero que mira las imágenes mientras hablan.Esa noche habían cenado pizza cuatro estaciones y los restos seguirántodavía sobre la mesita del salón. La mujer es perezosa para recoger des-pués de las comidas. Encargan pizza a menudo cuando salen tarde deltrabajo y hoy él, al pagarla, se ha dado cuenta de que no le apetecía comerpizza en ningún caso. Ni cuatro estaciones ni de cualquier otro tipo.—¿Qué vas a hacer? —le pregunta ella.—Volveré esta noche.No quiere perder sus libros, ni su piano eléctrico, ni los cojines de selvaamazónica del sofá. Piensa en las fotografías de las paredes y en el tapizque trajeron de Perú y tampoco quiere perder eso.Y luego piensa en el niño y se alegra.—Volveré esta noche, y mañana me pondré a buscar un piso de alquiler.—Está bien —dice la mujer—. Ten cuidado al pasar el puente, que hayniebla esta noche.<

I

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tw Relatos finalistas de noviembre de 2017 del concurso Relatos en Cadena, organizadopor la Cadena SER y Escuela de Escritores. Puedes leer todos los seleccionados enwww.escueladeescritores.com o www.cadenaser.com.

Mi bebéSemana 7 de concurso: 6 de noviembre de 2017Ganadora: Carmen Alonso

Y se ríe, se ríe con cualquier cosa. Se ríe al despertarse, y antes de dormir, ycuando lo tomo en brazos y lo beso, y cuando salimos a pasear, y cuando lobaño. Solamente llora cuando le doy de comer, no le gusta la papilla que lehago con patata, zanahoria y un poco de pollo; lo pongo todo a hervir y cuandoestá hecho lo paso con la batidora.

Desde el día en que lo vi en el parque supe que yo sabría hacerle feliz. ¿Quéserá lo que le falta al puré?, ¿Qué será lo que le ponía su madre?<

Compañero de juegosSemana 8 de concurso: 13 de noviembre de 2017Ganadora: Davinia Heras

¿Qué será lo que le ponía su madre? Lleva aquí tres días y no ha querido pro-bar nada de lo que he cazado para él. Sólo toma agua y esas chucherías asquero-sas que llevaba en los bolsillos. A lo mejor no elegí bien. No sabe volar, se quitalos colmillos para dormir y es muy pesado, no para de decirme que quiere volvercon su familia. Mira que le he explicado veces que no podremos salir del castillohasta el próximo Halloween.<

Sujeto pacienteSemana 9 de concurso: 20 de noviembre de 2017Ganadora: Jesús Molina

“No podremos salir del castillo hasta el próximo Halloween”. No era casuali-dad que llegase noviembre. Sospechábamos que el profesor relacionaba análi-sis sintáctico y vida, quizá los confundía. El curso había comenzado con un pre-tencioso “Recogeremos gozosos las uvas maduras” y, aunque por Navidadnadie supo identificar el sujeto de “Pasaremos juntos la noche más larga”, parafebrero aquel “Amanecemos todavía soñando” despejó cualquier duda: el pro-fesor estaba enamorado.

Con las subordinadas del tipo “Vivo el delirio de no terminar de quererte” lasintaxis se complicó y los suspensos llegaron, así que nos alegramos cuandocogió la baja.

Hoy su sustituto ha comenzado dictando “No pudo seguir adelante sin ella”.<

brevemente

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dindondin

Ateneo Grand SplendidAvenida Santa Fe, 1860.

Ciudad Autónoma de Buenos Aires.Hasta el 31 de diciembre.

Horarios variados.https://disfrutemosba.buenosaires.gob.ar

Encuentro de Teatro Breve Animat.sur Centro Cívico Rigoberta Menchú, Leganés (Madrid).1 de diciembre. 19:00 horas. http://www.teatroestableleganes.com/

Pernales. El último bandolhéroeUna aventura contada con títeres y música endirecto al más puro estilo castellano, nuestroRobin Hood de Albacete.Domingos 26 de noviembre y 3 de diciembre.18 horas. Teatro Montacargas. Madrid.http://www.teatroelmontacargas.com

Huerto de Calixto y MelibeaPlaza de los Leones s/n. Salamanca.Permanente. Apertura a las 10:00 horas. http://www.versalamanca.com/

Alejandría ad Hoc nace esteotoño con un espíritu abierto y dinámicoen Pozuelo. Se trata de un espacio de cul-tura que cuenta con una estupenda libre-ría llamada El faro de los Libros, una zonade exposición de arte llamada La Murilla yun espacio dedicado a talleres que, entreotros muchos, albergará la sede de laEscuela de Escritores para la zona noroes-te de Madrid o las clases de Aularte.También una pequeña cafetería con unacogedor espacio de encuentro y tertuliallamado Serendipia en el que pasar unbuen rato al tiempo que se disfruta de uncafé y una deliciosa tarta casera.

tw Alejandría ad Hoc es un lugar de encuentro, de descubrimiento, pero, sobre todo, es un espacio versátil,que nace con la intención de crecer en muchas direcciones. Una de ellas será la inauguración el próximoaño de Cinefilíacos, un cinefórum que tiene intención de funcionar semanalmente, o el lanzamiento de unsello editorial independiente, La Perraca Ediciones, también a principios de 2018.

decamino

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www.alejandriaadhoc.com

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entrecocheyandén

ALGUNAS veces no escuchaba la puerta al abrirse, pero siempre estabael silbido anunciando su llegada. Era una melodía sencilla y única. Dabaigual si estaba jugando, estudiando o en el baño. Era escuchar el silbidoy salir corriendo a abrazar a mi padre.

Los primeros años era solo yo, luego se unieron los trotes de mi her-mano. Los brazos de mi padre tenían sitio de sobra para ambos. No leimportaba tirar al suelo su maletín o las bolsas de la compra. Los abra-zos al llegar a casa eran sagrados. Nos colgábamos de su cuello y él sereía a carcajada limpia, como si le hiciéramos cosquillas en la barriga.

Mi padre silbaba todo el tiempo. De sus labios en forma de besosalían canciones conocidas o improvisadas en el momento. Si le gusta-ba mucho lo que estaba creando, me pedía que le trajera su grabadorapara que no se le olvidara. La solía poner en su mesita de noche, por sitenía que grabar música que salía de su cabeza por arte de magia,incluso durmiendo.

Si me iba a buscar al colegio y no me divisaba entre el grupo degente, entonaba su silbido y yo reaccionaba. Lo escuchaba por encimade cualquier griterío. Creo que vibraba en ondas especiales.

Las monjas me sorprendieron un día silbando y me dijeron que esono era de señoritas. Cuando se lo conté a mi padre me dijo que teníanrazón, silbar no era de señoritas, era de niñas felices a las que les impor-taba un pepino ser señoritas. Yo escupí una carcajada y nos pusimos a sil-bar juntos, mientras la risa nos ahogaba por momentos. “Pero mejor nosilbes en el colegio –me dijo, picándome un ojo- dejemos que siganpensando que quieres ser una señorita”.

Mi padre tocaba el cuatro y cantaba a ritmo de valses, bambucos,gaitas o merengues. Mi madre lo acompañaba con la percusión de susmanos amasando o aplaudiendo. Mi hermano aprendió pronto a tocarla guitarra. Yo bailaba por los pasillos con mis propias coreografías.

Cuando íbamos de viaje por carretera ponía algún casete de un artistao grupo criollo y nos desgañitábamos todos cantando por el camino. Él

AnacrusaLourdes MárquezAlumna de Taller de Escritura Creativa Fuentetaja

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siempre ha dicho que todo el mundo debería cantar, que todos tenemosderecho porque “Dios nunca hizo un casting a los pájaros”.

Un buen día, mi hermano decidió irse a la capital a estudiar músicaen la universidad y algunas de sus notas fueron sustituidas por el tími-do llanto de nostalgia de mi madre. Papá seguía silbando y rasgueandoel cuatro. Sin embargo, el manantial de sus melodías comenzó a dejarescapar un casi imperceptible chorrito de tristeza. La grabadora eramenos requerida. El silencio se convirtió en una mascota, rondabaentre los pies de mi familia y se iba instalando poco a poco entre nos-otros.

A partir de quién sabe qué momento, dejé de correr al escuchar elsilbido tras las llaves en la puerta. Saludaba a mi padre a lo lejos y él seacercaba a darme un beso en la cabeza. El cuatro solo sonaba en loscumpleaños y en las visitas de mi hermano. Un ligero temblor se aso-maba a la voz de mi padre cuando cantaba.

Yo comencé a pasar más tiempo en mis cosas fuera de casa. La uni-versidad, los chicos y las fiestas. Prefería escuchar la música de moda,con letras en inglés, guitarra eléctrica y batería. Dejé de inventarme mispropios bailes, me daba vergüenza. El bullicio de la ciudad me rodeaba,pero a veces me sorprendía a mí misma silbando sola en el coche.

La lavadora, el ventilador o los tonos de los teléfonos celulares seconvirtieron en la nueva banda sonora de casa. Los cantos se hicieronmuy esporádicos y dejamos de viajar juntos por carretera. Me parecíamejor plan ir a la playa con mis amigos.

Para la época en la que mi casa era un remanso de paz, yo tambiéndecidí partir. Papá me regaló un cuatro para que tocara las pocas can-ciones que me sabía cuando me sintiera sola. Mi madre me dio uncasete con canciones “para viajes en carretera”.

Ese día me subí a un avión y las turbinas al despegar me aturdieron.Mis oídos se bloquearon y el ruido a mi alrededor se hizo tenue.Mientras me alejaba a otro continente solo podía escuchar el silbido demi padre al llegar a casa.<

tw Lourdes Márquez Barrios. Nací y me crie en Maracaibo, donde estudié periodismo, aunque quería ser actriz.Siempre me ha gustado escribir y lo sigo intentando.