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Ctos. anden 62cuentosanden.com/wp-content/uploads/2018/05/Ctos.-anden-67_web.… · virtieran en un lugar insalubre. ... (2006) y Retrato de familia con fantasma(2013). 8 ... Mi hijo

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brevemente [24]Relatos en cadena

andéndos [8]Pensé que era alérgica al sonido de la balalaika, Isabel Cañelles

elmuro [3]

decamino [27]

dindondin [26]

entrecocheyandén [29]Un amor impertérrito, Laura Rodríguez Galindo

próximaestación [CpA 68]• Andén 1: Nicolás Melini• Andén 2: Joana Delgado• Andén 3: Manuel Rebollar• Entre coche y andén: Biblioteca Ferrol

Microconcurso [22]

mayo2018nº67

andénuno [5]Dos microrrelatos de Julia Otxoa

Edita: vuelaAlto C/ Sto. Domingo de Silos, 5 - ático - 28036 Madrid | [email protected] | www.cuentosanden.com

Comité editorial: Alejandro Moreno, Víctor García Antón, Leticia Esteban | Editora: Natalia Muñoz. Asesores de contenidos: Sergi Bellver y Juan Carlos Márquez (España), Juan Martini y Mónica Pano (Argentina), Mª Luz Carrillo (México)

Publicidad: [email protected] | Diseño: www.jastenfrojen.com

Ilustración: Coordinación: www.leticiaestebanilustracion.comIlustración portada e interior: Yellowkid | www.yellowkid.es | [email protected]

Con la colaboración de:

andéntres [18]Lo que saben en el hotel Miramar, Ángeles Sánchez Portero

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Este número 67 de Cuentos para elAndén trae dos directos al mentón delúltimo libro de Julia Otxoa; una historiade pareja, sexo, chapas y balalaikas, deIsabel Cañelles, y los inconfesablessecretos de los que es testigo el hotelMiramar, contados por Ángeles SánchezPortero. Tendremos cuatro microrrelatosescogidos entre 140, con la ayuda de loslectores del microconcurso de este mes.Y más cosas. No te quitamos más tiempo,esperamos que lo disfrutes.

Cuentos para el Andén

@cuentosanden

[email protected]

Te escuchamos:

elmuro

Finalistas:

Emancipacion, Sebastián Ojer. Mendoza (Argentina)

La Luz que ilumina mi camino, Enrique Pérez. Madrid (España)

Pasos de cebra, Andrea Alaman. Valencia (España)

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Tema: Pasos de cebra Ganadora: Paso de vida, María Prieto. Madrid (España)

Concurso de fotografía Participa enviando tus fotos a [email protected] las bases en cuentosanden.comTema del próximo concurso: Recovecos

www.cuentosanden.com

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Dos microrrelatos de Julia Otxoa

Oficina de empleo

EL hombre tras la ventanilla suplicaba trabajo.Desde el otro lado le contestaron con cajas destempladas:—A ver: ¡Trabajo! ¡Trabajo! ¿Pero qué ofrece usted a cambio?El hombre suplicante era todo ojos.—¡Mi tiempo! ¡El sudor de mi frente!—No es suficiente, eso lo ofrecen todos... a ver qué más ofrece.El hombre en busca de trabajo temblaba como un pequeño pájaro

en medio de la nieve, pero sacó fuerzas de su necesidad y adoptandoun gesto de dignidad, respondió:

—Tengo dos pulmones, puedo ofrecer uno a quien me dé trabajo.—Bueno... eso ya es otra cosa... a ver, estudiaremos su caso... ahora

a esperar la carta, la recibirá en breve, y apártese que hay mucha gentea la que debo atender. ¡Que pase el siguiente!

Este tipo de cosas hizo que las oficinas de empleo pronto se con-virtieran en un lugar insalubre. Densas nubes de moscardones mero-deaban constantemente entre las bolsas en las que se guardaban vís-ceras, ojos, piernas... de todos aquellos que buscaban trabajo.

Llegó hasta tal punto el caos, que ningún empleado era capaz deencontrar expediente alguno en el infecto desorden de carpetas,ficheros y restos humanos. Así que a la Administración no le quedóotro recurso que adiestrar a perros olfateadores de expedientes yórganos humanos para agilizar las solicitudes de los parados.

Claro que los perros a veces se equivocaban y mordían con furia losórganos de los espantados funcionarios, con gran regocijo de los soli-citantes de trabajo que, al otro lado de las ventanillas, eran legión dedesdentados, tuertos, cojos, mancos y hasta desorejados.<

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Los jueves, milagro

DEBIDO a la difícil situación económica por la que atravesaba lanación con una imparable cifra de más de cinco millones de parados,el director del Banco Nacional había declarado que, cada primer jue-ves de mes, en solidaridad con los más necesitados, pondría un huevode oro ante las cámaras de televisión. La noticia había creado una granexpectación.

Así que justo el jueves, a las nueve de la noche coincidiendo con eltelediario, las cámaras enfocaron discretamente las blancas posaderasdel señor director. La audiencia en todo el país era máxima, pero elhuevo que apareció finalmente no fue de oro sino diminuto y negro,similar al de las gallinas pigmeas asiáticas, de las que dicen que ponenhuevos de media yema.

Seguidamente, ante el desencanto general, el primer ministro enuna intervención sorpresa atribuyó dicho fracaso al pésimo estado deánimo por el que atravesaba el señor director. Debido a ello, el huevode oro no pudo producirse dentro de unos parámetros de normali-dad, pero sin duda alguna la próxima vez se cumpliría lo deseado.Finalizó su intervención haciendo un llamamiento a la esperanza ysolicitando que todos los ciudadanos el próximo jueves a la mismahora mantuvieran fijos sus ojos en las posaderas del señor director. Yaquí estamos como todos los jueves, el país dividido entre los quetodavía confían en ver surgir el huevo de oro de las níveas posaderasbancarias y los que dicen que todo es una burda maniobra para pro-mover un mayor consumo de huevos.<

tw Del libro Confesiones de una mosca. Menoscuarto Ediciones, 2018.Julia Otxoa (San Sebastián, 1953) es poeta, narradora y artista gráfica. Considerada como unade las mejores cultivadoras de la narrativa breve, su obra literaria ha sido traducida a variosidiomas e incluida en diversas antologías. Destacan sus libros de relato Un extraño envío(2006) y Retrato de familia con fantasma (2013).

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Pensé que era alérgica al sonidode la balalaikaIsabel Cañelles

A Germán.

Como la mayoría de los jóvenes de su época, o de cualquier época, sin desenvoltura ni medios de

expresión sexual, se entregaba continuamente a lo que una autoridad ilustrada denominaba

«placer solitario».

Chesil BeachIAN McEWAN

PENSABA en el sexo. Siempre pensaba en el sexo. El sexo se con-vierte en el sexo cuando piensas en él.

—Piensas demasiado —me decía mi marido.Entonces pensaba que pensaba demasiado. Miraba a las perso-

nas con las que me cruzaba por la calle y me preguntaba si tendríandentro de la cabeza aquel inmenso globo aerostático lleno de par-ches a punto de caer al fondo del absurdo.

Otras veces pensaba que para qué me había casado. Juro pormis muertos que cuando el concejal me hizo la dichosa preguntitacontesté: «Vale».

—¿Te apetece hacer el amor?—Vale.En el principio de los tiempos sentíamos el malestar.Quiero decir que al principio pensábamos en hacer algo, en

solucionar las cosas. Según los anuncios publicitarios la palabracasarse era incompatible con la palabra rendirse.

—Tenemos que compaginar nuestros horarios —decía yo muyseria.

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Y es que resultaba difícil coincidir en la cama. Mi marido iba a susensayos con la balalaika o a recoger chapas por los bares y yo mequedaba dormida leyendo el Marie Claire. Me levantaba de madru-gada y desde el baño oía su arrastrarse indeciso por el pasillo deuna casa hipotecada y el crujido del edredón. Algo que estabaentre un suspiro y un ronquido, seguido de un rastro de gin tonicbien cargado, ponían mal aliento a otro día en la boutique. Por lanoche él caía derrotado por la resaca y yo me quedaba en el salónviendo CSI Las Vegas. En el quinto intermedio me masturbaba pen-sando en Grissom. Tan casto. No me iba a la cama porque me sentíaculpable, así que me tragaba CSI Miami y CSI Nueva York hasta que-darme dormida en el sofá.

Así hasta que no podíamos más. Un día mi marido llegaba antesde lo normal, se metía en la cama con los Calvin Klein rotos, memiraba alzando una ceja y me preguntaba bajito:

—¿Te apetece hacer el amor? Pertenecíamos a la primera generación que preguntaba esas

cosas y a la última a la que lo de follar le sonaba fatal.—Tenemos que hablar —le respondía yo.Ni hablábamos ni hacíamos el amor. Así hasta que no podíamos

más. Nos teníamos que pillar por sorpresa. De pronto estábamoslos dos en la misma cama. Lo hacíamos rápido, a tientas. Como fan-tasmas. Habría querido explicarle lo que me gustaba que me hicie-se. Se lo habría dicho —quizá— de haberlo sabido. Pensaba enGrissom o en Horatio o en tres negros que me encontraba por lasescaleras. Practicaba el sexo mental. Él no sé. Nos dormíamos espal-da contra espalda y a la noche siguiente mi marido se marchaba arecoger chapas o yo me reunía con mi «grupo telúrico», como lollamaba él.

Así hasta que no podíamos más. Un día le pregunté:—¿Por qué no tenemos un hijo?—Vale —contestó él.A partir de entonces a mi marido le costaba tener una erección

y, cuando conseguía penetrarme, entre Grissom y yo flotaba elbebé sonrosado del anuncio de Dodott. Se puso a recoger más

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chapas que nunca. De Sprite. De Heineken. De Coronita. En unasemana llegó a reunir —las contaba— mil trescientas cuarenta ycinco. Me las mostraba, orgulloso.

—Me esperan en el grupo —le decía yo.—Te están comiendo el tarro —afirmaba mi marido.Pero a mí el grupo me servía para olvidarme de las chapas. De la

boutique. Del globo aerostático. De la crema exfoliante. Cosas quearañan. Allí me hablaban de una semilla que todos llevamos dentro.De lo inmaterial. De la esencia del ser. Me entraba sueño al pensaren eso. Tanto sueño. Hasta que me enteré de que es lo que les ocu-rre a las embarazadas en los primeros meses. En los anuncios decí-an otra cosa. Todo eran sonrisas plastificadas, perfectas.

Ese día cogí en la boutique ropa holgada, me disfracé y al llegara casa se lo dije al padre de mi hijo.

—Estoy embarazada.Soltó un «vale» perplejo antes de marcharse corriendo a ensayar

(se dejó en casa la balalaika). Y a la mañana siguiente a la oficina. Yluego a recoger chapas. De Coca-Cola. De Aquarius. De Trinaranjusde limón.

—Mira esta qué curiosa. Le falta un diente.—Tienes que vaciar de toda esta chatarra la habitación del niño.Yo quería que nuestro hijo tuviese unos padres como los de los

anuncios de Hyundai. Auténticos. Serios. Sensuales. Durante elembarazo el olor de los tejidos sintéticos de la boutique me dabaarcadas, pero sonreía a todas horas y me acariciaba la piel tirantedel vientre, sin una noción clara de lo que había al otro lado. Por lasnoches, cuando apagaba la luz, se me borraba la sonrisa. Una tripainmensa se interponía entre el padre de mi hijo y yo. No llegaba aél ni estirando el brazo.

Un día cogí una combinación transparente en la boutique y loesperé agazapada debajo del edredón. Cuando apareció tambale-ante en el umbral me destapé y encendí la luz.

—¡Tachán!Hizo verdaderos esfuerzos para no salir corriendo. Se sentó en el

borde de la cama, acercó la mano a mi tripa como si fuese una torre

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de alta tensión y rozó la tela palpitante. Separó los dedos en seguida.—Me da cosa —dijo, con la cabeza gacha—. Habrá que esperar.—Vale.Esa noche me masturbé pensando en Hugo Silva junto al padre

de mi hijo mientras roncaba. Mi hijo —o lo que fuese— bailó en mivientre al son del orgasmo. Lo que acababa de hacer no salía en losanuncios.

Estuvimos nueve meses esperando a ver qué pasaba. Asistí a miparto con fórceps y anestesia en primera fila. Parecía tan real.Entraban ganas de echarse a llorar, como cuando vi Los hijos de loshombres o con algún capítulo de Perdidos. El bebé era como de otroplaneta. Tenía los ojos abombados y la piel arrugada.

Aprendí a marchas forzadas las palabras «episiotomía», «masti-tis», «incontinencia». Esas no salían en los anuncios. «Nutribén»,«Nuk», «Nenuco». Esas sí. Pasaron cuarenta días. Y cuarenta más. Elbebé dormía en el cuco junto a nuestra cama. Vigilaba nuestroscuerpos. Nos mirábamos asustados en la oscuridad, sin vernos nitocarnos. Un padre y una madre conteniendo la respiración. A lostres meses lo llevamos a su cuarto. Cuestión de supervivencia.Entonces nos pasábamos las noches pendientes del llanto y la res-piración del crío. De la muerte súbita. Yo qué sé.

A los cuatro meses me reincorporé a la boutique y contratamosa una niñera búlgara a tiempo completo. Hacíamos horas extraspara poder pagarla. Daniela tomó posesión de la casa y del niño.Nos dejaba preparada la ropa que nos teníamos que poner por lamañana y decidía cuándo había que tirar los zapatos. Como tenía-mos mala conciencia en lo relativo a la inmigración, la dejábamoshacer. El padre de mi hijo había habilitado el trastero para su colec-ción de chapas y se pasaba allí los fines de semana, con la excusade que tenía que recolocarlas. Las de Nestea. Las de Fanta. Las deCacaolat.

Un día se lo pregunté:—¿Por qué recoges tantas chapas?—Me permite estar acompañado sin tener que hablar con nadie

—me contestó.

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—Como la balalaika.—Como la balalaika.—Tenemos que recuperar nuestra vida de pareja.—¿Qué vida?—Quiero decir...—Vale.Esa primavera se llevaban los volantes. Era como para vomitar,

pero me cogí dos blusas y una falda. Los viernes, después de acostaral niño, preparábamos una cena con velas e incienso. Y volantes.Después veíamos Californication cogidos de la mano. La izquierda,no la del anillo. Pero siempre nos había sentado mal algún ingredien-te. El pepino. El cilantro. La bechamel.

—Qué ardor.—Además, este tío es gilipollas —le decía yo—. ¿Ponemos

Anatomía de Grey?—Eso es un folletín de mucho cuidado. Mejor House.—Entonces me voy a la cama.—El niño está llorando.—También es tu hijo, ¿no?No nos poníamos de acuerdo, así que dejamos de cenar juntos.

Además, menuda peste a incienso se quedaba en toda la casa.Retomé lo del grupo. Allí me decían que el amor no se divide sinoque se multiplica. Que lo que pasa es que no nos damos cuenta. Yopensaba en ello con franca intensidad. Se lo dije al padre de mi hijo:

—Deberíamos tener otro hijo. Este está muy solo.—Vale.Nos encontramos esa noche debajo del edredón. Era julio, pero la

casa pertenecía aún al banco y se mantenía fría. Estábamos tan ten-sos que, ni aun metiéndonos diez horas en el horno, nuestra carnehabría resultado masticable. Yo pensaba en vaginas mojadas comomares, en pechos bamboleantes, en una legión de penes firmes, aler-ta. Cuando me quise dar cuenta, todo había terminado.

El segundo parto resultó ser una cesárea programada. Fue comoperderme el capítulo final de Los hombres de Paco. Bajé los párpadosy cuando los alcé tenía otro niño en brazos. Era casi igual, con los ojos

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abombados y la piel arrugada. Cuando llegamos del hospital le hici-mos entrega a Daniela del bebé. Entre los tres se harían compañía,cabía suponer.

Yo me concentré en estudiar nuevos términos. «Flacidez». «Herniaumbilical». «Musculatura abdominal inexistente». Me miraba al espe-jo y no reconocía a esa señora de vientre amorfo cuyo diámetro,como un flotador estriado, se extendía alrededor de las costillas.Daniela decidió que era el momento de apropiarse de las blusas y lafalda de volantes. Y el padre de mis hijos, de invadir el salón con laschapas que ya no cabían en el trastero. De Schweppes. De Mahou.De Pepsi. Nuestro hijo mayor aprendió a ver la televisión como losfaquires, sentado sobre una alfombra de chapas.

Daniela empezó a quedarse a dormir en el cuarto de los niños y elpadre de mis hijos tuvo que pluriemplearse en la oficina, cogiendovarios turnos de noche como vigilante. Aprovechamiento integral delos recursos, lo llamaban en el departamento de contratación. Aveces se llevaba la balalaika.

—Las noches allí se hacen largas —decía.Pasaron meses o años sin que nos encontrásemos en la cama,

cada vez más grande, cada vez más fría, como si estuviera plantadaen medio de una sucursal bancaria. No queríamos despertar a losniños ni a Daniela. Si no dormía bien maldecía en búlgaro todo el díay tiraba a la basura zapatos completamente nuevos. Yo me quedabaa hacer inventario en la boutique siempre que podía. Ya de paso veíaAmar en tiempos revueltos en una pequeña televisión portátil. A vecesme masturbaba en los probadores, con los ojos cerrados para noverme en el espejo. Pensaba en furgones llenos de policías, en misasy corridas de toros. En hombres caballerosos que no sabían el chacalque llevaban dentro. Una vez al mes iba a las reuniones del grupo,donde hablaban de la conexión universal, de la clara luz, de la vastaapertura. Yo pensaba en una inmensa pantalla de televisión parpade-ante que no acababa nunca de coger la señal.

Una madrugada, al llegar a casa, me encontré al padre de mishijos subiendo de puntillas las escaleras. Llevaba una bolsa delCarrefour llena de chapas y algunas patas de gambas prendidas a los

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pantalones del traje. Nos saludamos con cortesía. Nos cedimos elpaso mutuamente y acabamos encajados ambos en el umbral de lapuerta. Me di cuenta de cómo habíamos engordado. Nos entró larisa. La ahogamos de inmediato.

—Sssssh, vamos a despertar a Daniela... —susurró él—. Ven,tengo una sorpresa.

Me llevó hasta el dormitorio.—Espera aquí —me dijo.Cerró la puerta y desapareció. Pensé que se había vuelto loco.

Pensé que tendría cáncer de próstata. O yo de útero. Pensé que lavida es muy rara y además nos hace trampas. Pensé que la cabezame iba a estallar definitivamente. La puerta se abrió.

—Ven —dijo el padre de mis hijos.Me llevó hasta el salón. No recordaba la última vez que había

entrado allí. Había montañas de chapas por todas partes, y estrechospaseos abiertos entre ellas con velas a los lados, conformando unasuerte de laberinto de brillos metálicos. El padre de mis hijos cerró lapuerta con cuidado, me cogió de la mano y fuimos en fila india zig-zagueando hasta una pequeña glorieta donde, flanqueado de cha-pas, se encontraba el sofá. Me senté en él, sin saber qué pensar.

—Un millón —me dijo.—¿Qué?—De chapas.—Ah —miré alrededor—. Podía ser de euros.Una chapa de Red Bull rodó musicalmente de uno de los montí-

culos y cayó sobre mi falda. La recogí y la deposité con cuidado en susurtidor.

—Justo el día de nuestro aniversario —comentó, orgulloso.—¿Cuántos años llevamos casados? —pregunté por curiosidad.—Quince.—Pero entonces, ¿qué edad tienen los niños?—Ni idea.Nos miramos un poco asustados. El padre de mis hijos tenía unas

entradas pronunciadas y las arrugas, a la luz de las velas, no le queda-ban del todo mal.

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—Cómo pasa el tiempo —dije por decir algo—. ¿Sigues tocandola balalaika?

El padre de mis hijos se levantó y desapareció por el laberinto.Apareció en seguida con la balalaika en las manos. Se sentó de nuevoy, rasgueando las cuerdas, se puso a cantar Noches de Moscú. No teníani idea de que supiera ruso. Su voz grave y melancólica le iba muybien a las silbantes. Me empezaron a sudar las manos y los muslos.Miré hacia donde estaba la televisión, pero se encontraba cubiertapor miles de chapas de San Miguel. Noté que me faltaba el aire mien-tras el padre de mis hijos sostenía la última nota más tiempo de lonecesario. Pensé en salir corriendo. Pensé que era alérgica al sonidode la balalaika. A la voz del padre de mis hijos. A los reflejos del fuegoen la superficie satinada de las chapas. Al olor de la cera y de mis axi-las. A mis propios muslos. A las articulaciones oxidadas del placer.Pensé que dejar de pensar era morir. Fue lo último que pensé antesde darme permiso para caer.

Me encontré abrazada al padre de mis hijos, su aliento en mioreja, mi ojo derecho a punto de naufragar en la piel rugosa de sucuello, la nariz recostada sobre un rizo canoso, mi corazón desnudoaplastado contra el suyo, aullando como un recién nacido.<

tw Del libro: Incómodos. RELEE, 2016Isabel Cañelles nació en Madrid en 1969. Licenciada en Filología Hispánica. Ha trabajado másde veinticinco años en centros relacionados con la creación literaria. Ha escrito relato breve,novela, guion y ensayo. Quedó finalista en el concurso Miguel de Unamuno 2010 con el relatoque se publica en este número. Actualmente dirige el proyecto RELEE y da clases de Narrativay de Proyectos Narrativos.

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Lo que saben en el hotel MiramarÁngeles Sánchez Portero

LAS hermanas Vilella de la Torre toman café en el hotel Miramar. Selas puede ver en la mesa de la esquina, junto a la ventana. Cada unaestá sentada en el borde de su asiento, como si en cualquiermomento se fueran a levantar. Como si fuesen dos gorriones en elcableado de una frágil ciudad, a punto de romperse. Ellas, la ciudad,el cable. A punto de romperse todo. La taza con el café. El hotelMiramar. Las mismas hermanas Vilella de la Torre se pueden rompermientras se cuentan viajes, inventan citas, linajes de familia. Se oiríaentonces el crujir de sus huesos, las fracturas de la mesa, golpes enla pared, el gemido de un hotel que se bifurca y las tazas salpicadasde café, divididas, como la realidad de las hermanas Vilella, en cien-tos de pedazos. El estruendo de una lluvia de loza en la ventana.

Cada primero de mes, estrenan peinado, barra de labios, polvosde talco. Se saludan rozando las mejillas. Suenan sus bocas arruga-das de besos. Se dicen lo bien que se conservan. Que los meses nopasan por ellas. Hablan despacio, como si cada palabra fuera la últi-ma a decir. Como si el lenguaje fuera una sucesión de despedidas.

Cada primero de mes, tras acudir a la sucursal bancaria, con susmoños grises y sus toquillas negras. Tras comprobar el saldo de suscuentas y sentirse ricas, de nuevo, y llamarse por teléfono. Allo, dicela una, con acento francés, aunque nunca estuvo en Francia.

Podríamos imaginarlas cada una en el vestíbulo de su casa, díasantes de su cita en el hotel Miramar. La una tumbada en una chaiselongue fumando, mientras sujeta el auricular negro de un teléfonoantiguo, heredado. Otra envuelta en un batín de raso celeste, rega-lo de una abuela prematura, muerta, que se fue a los cielos.

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En el hotel Miramar conocen a las hermanas desde hace años. Lashan visto envejecer, mes a mes. Cualquier camarero que entre a tra-bajar en la cafetería del hotel es instruido en los gustos y disgustos delas hermanas Vilella de la Torre. Todos aprenden, por ejemplo, quecuando una de ellas levanta la mano a la altura del hombro y la dejacaer hacia atrás, levemente, como espantando el fantasma de unamosca, es el momento de servirles los dulces de arándanos con losque acompañan el café.

Ambas portan en sus manos anillos de los buenos. La una de rubí,la otra de esmeralda. Y la suficiente edad como para no intentar lle-varse la taza a la boca con una sola mano, sino usar las dos, haciendoun nido de huesos y piel donde anida el café. Humeante. Aunando,así, temblores y reumas. Minimizando el riesgo de derrame con lechey pastas inglesas. Que ya no tenemos edad, piensan.

Las hermanas Vilella mantienen una conversación animada. Secuentan chismes de vecinas, ríen con anécdotas, con cosas quenunca les han sucedido, hasta que la nostalgia les asoma por los ojos.

Entonces se callan, abandonan las tazas en la mesa y dejan susmiradas suspendidas en algún lugar del pasado. El pasado que sueleestar al otro lado del ventanal, en dirección opuesta a la corriente dela vida. Por eso, al mirarlo, se marean. Por eso sacan un pastillero denácar con una píldora roja para los vértigos, como una perla de san-gre dentro de una ostra de bolsillo.

En el hotel Miramar saben que es el momento de servirles el aguade Vichy para que ingieran la perla, para que ambas hermanas vuel-van a estar en equilibrio con la vida. Con el presente. Alguna vezsucedió que las hermanas Vilella se perdieron y las encontraron, díasdespués, envueltas en sus excrementos, y los del hotel no quieren,no, que vuelva a pasar lo del extravío de las señoritas Vilella. Por esoel camarero se esmera en servir el agua. Por eso.

Saben, los del hotel, de su pasado. De sus infancias viejas, de sussilencios a gritos, de sus presencias ausentes.

Habían tenido un padre de cabecera, médico, al que acudir concualquier dolor indefinido, con cualquier malestar difuso, que él tra-taba de manera general, abstracta. Habían tenido una madre insom-

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ne, una madre de noche, como la mesilla que alguien colocó cercade sus camas. Que solo servía para dejar una lámpara. Un objeto alque se le presupone un interruptor que nunca encontraron.También, unas tías cluecas, unos abuelos de saldo y unos primos deinterior. Pero no habían sido felices porque las llevaron al internado.Y las hermanas Vilella se fugaron. Pasaron una semana quién sabedónde y, cuando regresaron, su padre les obligó a ingerir mercuriopara provocar un aborto, dos, pues pensó que habían sobrevividomantenidas por unos novios muy frescos. A los que, por cierto, nuncaconocieron y que, sin embargo, les dejaron secuelas similares a lasdel mal de amor. Estos novios tan ficticios fueron el gran amor de susvidas y, antes, solían pasar alguna tarde de principio de mes, en elhotel Miramar, contándose cómo eran aquellos hombres, tan frescos,tan mercuriados.

De eso ya no hablan las hermanas Vilella, ambas solteras, de siem-pre, desde que escaparon del internado. Antes de entrar, diríamos.De siempre. Ahora hablan de recetas de cocina, de moda, del cama-feo de mamá. Y a ratos miran las bolsas con las compras que han dellevar a casa, para devolver a los pocos días porque el dinero no lesalcanza para comer, pagar la luz, el teléfono negro heredado. Irán,con el paso del mes, perdiendo las formas de su peinado nuevo, con-tando las carreras en las medias y los días que quedan hasta el próxi-mo café en el hotel Miramar.

Se dicen, al despedirse, que deberían morir juntas, como aquellasamigas íntimas del internado. Como Pepa y María Belén y aquellabufanda de lana merina que tanto abrigaba. Y suspiran. No sería debuena educación dejar a una de ellas tomando café, sola, en el hotel.Y ellas han sido siempre unas señoritas, muy bien educadas. Eso, lle-gado el momento, también lo saben en el hotel Miramar.<

tw Del libro: Habitaciones con monstruos. Talentura Libros, 2017. Ángeles Sánchez Portero nace en Zaragoza en 1974. Ha publicado la novela Enero(Talentura, 2015). Su obra aparece en varios volúmenes de obra conjunta como De anto-logía: la logia del microrrelato (Talentura, 2013) y Cuéntame una ilustración (EditedRed,2014). Habitaciones con monstruos es su primer libro de relatos en solitario.

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Microconcurso

EstocolmoÍñigo RedondoMadrid. España

Mira qué velocidad, mira qué velocidad. Repetía esa murgamientras caminaba en círculos. Cuando le llevaba las comidaslo encontraba así, dando pasos cortos y muy rápidos en la oscu-ridad, con la cabeza baja para no dar con el techo. Le regaléunas zapatillas de correr, viejas, pero muy cómodas. Se las pusoenseguida.

Deberías ver esta peli, deberías ver esta peli. Ha cambiado defrase y la repite también. Ahora está siempre acurrucado al ladodel catre, descalzo, abrazándose las rodillas y mirando absorto ysonriente la pared.<

Los pájaros de Berkeley CityJorge AguiarMendoza. Argentina

@jor_aguiar

Los pájaros empezaron a volverse transparentes, a desvanecer-se, y, en un intento desesperado por no dejar de existir, apren-dieron a silbar canciones con la esperanza de que algún transe-únte se desconectara de su celular, se sacara los auriculares yreparara en ellos.<

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Microconcurso

BurocraciaYobany GarcíaCiudad de México. México

En mi trabajo es habitual domesticar el tedio haciendo esperar ala gente en largas filas, por insoportables horas. El tiempo lesaplasta los ojos, se van derramando las facciones y sus ojeras sondos péndulos sombríos; por pura inercia se mantienen de pie,bostezando como si se quisieran tragar al de enfrente para avan-zar un poco. Una vez cada cierto tiempo, atiendo al primero de lafila y, por órdenes de mis superiores, los retorno al final o, mejordicho, al principio. El infierno también es eterno.<

Nunca jamásPaz MonserratMolins de Rei. España

Y sueñas que regresas al instituto de tu adolescencia. Todo siguetal como estaba entonces. Esa angustia por no saber cómo sehacen las láminas de Dibujo. Llevas mucho retraso en las entre-gas, te van a suspender. Pero ahora caes en la cuenta de que estavez no estás allí como alumna, sino como profesora. De otra asig-natura. El alivio dura el efímero instante de tomar aire antes desumergirte de nuevo en ese pasillo viscoso por el que intentasavanzar. Con todas las láminas terminadas tras pasar la noche envela, pero sin haberte preparado tu clase de Filosofía.<

tw Microconcurso es un concurso de microrrelatos convocado por CpA, una convoca-toria de 48 horas para textos de un máximo de 100 palabras. Se recibieron 140 relatos.Seis de ellos fueron preseleccionados por jurado; publicamos aquí los cuatro queresultaron ganadores por votación abierta en Facebook, por orden de votos recibidos.

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ImpacienciaSemana 24 de concurso: 16 de abril de 2018Ganador: Fernando Morante

Era nuestro sueño, estar siempre juntos. No separar-nos jamás. Sin embargo he de decirte que desde quepasó aquello, tu actitud me disgusta. La veo del todoinconveniente y algo indecorosa. Sin ir más lejos, la sema-na pasada rompiste los frenos de mi coche, hace dos díasechaste lejía en mi botella de agua y hoy has aflojado lostornillos de la barandilla del balcón. Es cierto, te prometíestar siempre juntos, pero yo no tengo la culpa de que túfallecieras primero. No seas impaciente.<

Brigada antiexplosivosSemana 25 concurso: 23 de abril de 2018Ganador: Enrique Mochón

«No seas impaciente —me dice el oficial instructor—;jamás debes precipitarte al cortar uno de los dos cables. Noes tan difícil como se cree. Personalmente me cuesta máselegir unos zapatos. “Azul o rojo” puede parecer un asuntode cara o cruz, pero el azar aquí es secundario. Se aplicamás la lógica, y un poco también la intuición. Aunquesobre todo se parte de unos indispensables conocimientostécnicos. De manera que uno está medianamente seguroantes de hacer “clic” en uno u otro color. ¿Que si me heequivocado alguna ver? Por supuesto. Deberías ver lasrozaduras de mis talones».<

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tw Relatos finalistas de abril y mayo de 2018 del concurso Relatos en Cadena, organizadopor la Cadena SER y Escuela de Escritores. Puedes leer todos los seleccionados enwww.escueladeescritores.com o www.cadenaser.com.

Intercambio de parejasSemana 26 concurso: 7 de mayo de 2018Ganadora: Marta García

Deberías ver las rozaduras de mis talones. ¡Vaya día!Agotada no, lo siguiente, como diría nuestro nieto. Pero laCatedral me ha gustado mucho. Hasta se me saltaron laslágrimas acordándome de ti. Después recorrimos el CascoAntiguo y compramos “souvenirs” para todos. ¿Te acuer-das de aquel matrimonio de Guadalajara con el que coin-cidimos tanto? Pues esta vez él vino solo. Ella se fue repen-tinamente hace medio año. Qué casualidad. Me lo contóanoche, después de preguntarme por ti. Y luego estuvimosbailando en la sala de fiestas. Me dijo que tengo unos ojosque enamoran. Lo mismo que me decías tú cuando éra-mos jóvenes.<

Venganza mortalSemana 27 concurso: 14 de mayo de 2018Ganador: Nicolás Jarque

Cuando éramos jóvenes practicábamos la inconscien-cia, hacíamos gala de ello. Quien más quien menos, entremis amigos, se solía emborrachar, caminar por la barandilladel puente de los colgados, nadar a contracorriente lasnoches de mar picada. La Muerte nos temía. Cuando la veí-amos aparecer al final de una callejuela, en el rincón másoscuro de una taberna o en medio de un tumulto, con esapose tan regia, nos mofábamos sin piedad. Ella bajaba lacabeza y se marchaba arrastrando su túnica. Ahora nosarrepentimos. Pasan los años lentamente y la Muerte se haolvidado de nosotros.<

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dindondin

II Premio Internacional Ramos Ópticos al Mejor Relato sobre Jazz

Hasta el 13 de julioPalencia (España)

www.jazzpalencia.es

Festival de Jazz Made in SpainDel 31 de mayo al 2 de junioTorrelodones (España)www.torrelodones.es

Festival de cine de AlicanteDel 25 de mayo al 2 de junioAlicante (España)www.festivaldealicante.com

77ª Feria del Libro de MadridDel 25 de mayo al 10 de junioMadrid (España)www.ferialibromadrid.com

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decamino

tw Del 4 al 8 de junio se celebra una nueva edición de READMAGINE, una invitación a re-imaginar la lectura, laindustria del libro y la transformación de las bibliotecas, que este año celebra un evento excepcional: Ten YearsAfter. Nueve foros de conversación que debatirán sobre las transformaciones que el lanzamiento, hace una déca-da, de los dispositivos móviles de lectura ha podido provocar en el panorama que rodea a la lectura.

En el espacio quealbergó durante más de70 años el matadero ymercado municipal deganados de Madrid, selevanta desde 2012 Casadel Lector, un gran templode la lectura, con mayús-culas, que es a la vez labo-ratorio, auditorio, sala deeventos y, más importanteaún, punto de encuentropara la investigación, desarrollo e innovación de la lectura.

Impulsado por laFundación GermánSánchez Ruipérez, giran asu alrededor la experimen-tación para el fomento dela lectura, la formación demediadores, la producciónde contenidos digitales yel ensayo de programasde innovación bajo unlema común: el encuentrodel público en general y elmundo profesional.

www.casalector.fundaciongsr.org

www.readmagine.org

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decamino

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entrecocheyandén

CUANDO cumplió la mayoría de edad, Flavia, de Pernambuco,empezó a cartearse con un señor de San Petersburgo llamadoKristoff.

La joven, que trabajaba en la incineradora de papel triturandolos periódicos sobrantes que la alimentaban cada día, siempre seguardaba esa gacetilla gratuita de contactos que se publicaba,con la misma cabecera, en distintas partes del mundo. Y en ellafue a encontrar el amor justo el día que la agencia, por error,mezcló las fotografías de solteros de varios países.

Flavia, que nunca había visto un hombre semidesnudo tum-bado en la nieve, quedó tan fascinada por la imagen de Kristoffque, aun sabiendo su amor improbable, invirtió un jornal com-pleto en contactar con la agencia para pedir sus datos. Y cuandolo consiguió, sin más demora, le envió al de San Petersburgo laprimera carta. En el sobre, el recorte de prensa en el que aparecíaKristoff, una fotografía de sí misma y un texto de una única líneaen la que rezaba: Olha que coisa mais linda.

Fueron tres largos meses de espera. Pero tras ellos, por fin,llegó la respuesta con sello de San Petersburgo. Dentro delsobre, una carta con una única línea escrita con letra tembloro-sa:Mais cheia de graça.

Separados por siete meridianos y cuatro paralelos, por trestipos de clima y quince idiomas, tardaron veintitrés meses, unopor estrofa, en completar aquella conversación a ritmo debossa nova. Y fue tanta la distancia que tuvieron que sortear,tan larga la espera y tan breves sus misivas, que su corazón sehizo fuerte y su amor creció impertérrito.

Después, llegó una época mundial de sequía de palabras.Hasta que, a falta de prosa inteligible propia, en una de aquellasduras jornadas de trabajo en la incineradora, a Flavia se le ocu-rrió enviarle a Kristoff varios recortes de viajes que rescató de las

Un amor impertérrito Laura Rodríguez GalindoAlumna de Talleres RELEE

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llamas. Kristoff respondió de inmediato con noticias en cirílicoque Flavia no entendía. Pero a base de ojearlas con fruición, lachica pronto logró descifrar el código encriptado que su aman-te impertérrito utilizaba para comunicarse con ella. Y no estabaen los textos, sino en las fotografías de parejas soviéticas quelos acompañaban. Y como Flavia no sabía qué contestar, leempezó a enviar a Kristoff recortes de prensa similares, confotografías de parejas en Pernambuco.

Fue un día de lluvia cuando el cartero le entregó a la chica unpaquete más grande de lo habitual. En su interior, varios porta-rretratos. Y dentro, las caras recortadas de Flavia y Kristoff sobretodos y cada uno de los recortes que la chica le había enviado.

Flavia deseó que fueran fotografías reales de los dos enPernambuco. Y lloró desconsolada cuando se le cruzó un pen-samiento: que era imposible que aquello ocurriera. O peor aún:que era posible que ocurriera, no fuera que el contacto realpudiera acabar con su amor impertérrito.

Por eso Flavia no volvió a contestar a Kristoff. En días sucesi-vos, quemó todos los recortes en la incineradora y empezó aespantar sus fantasías como a las arañas en los sueños: a mano-tazos.

Y fue así incluso cuando semanas después, una de aquellasmañanas sin cartero, Kristoff llamó a la puerta de su casa. YFlavia, que antes de abrir deseó que fuera él, cuando lo vio allíplantado, temiendo por su amor impertérrito, lo espantó amanotazos.<

tw Laura Rodríguez Galindo. Laura Erre (Madrid, 1974). Escritora desde edad temprana,autora en la antología “Incómodos” (RELEE, 2016), promotora del grupo “el club de la procras-tinación lírica”, periodista multimedia, guionista, documentalista y copy de profesión, un díaescribió “La fantasía es una bestia con un hambre feroz. Pero si dejas de alimentarla se consu-me”. Desde entonces, alimenta a la bestia con viajes, cuentos y regalices rojos.