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DEL FUERO DE SEPULVEDA «CONSUETUDINES» MONASTICAS. NOTARIALES DE UNA VIDA POR D. ANTONIO LINAGE CONDE Notario A LAS NOTAS

DEL FUERO DE SEPULVEDA «CONSUETUDINES» …...el papa que había predicado tantas como para integrar una summa theologica de nuestro tiempo. O sea, la investigación del notariado

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  • D E L F U E R O D E S E P U L V E D A

    «CONSUETUDI NES» M O N A S T I C A S .NOTARIALES DE UNA VIDA

    POR

    D. ANTONIO LINAGE CONDENotario

    A L A S NOTAS

  • El tiempo con que me av isaron del homenaje a R a f a e l N ú ñ e z L a g o s era dem asiado escaso para una participación de la envergadura erudita que el m aestro se merecía. Y casi estoy tentado de confesar que no lo lamento. Pues, ¿cóm o contribuir con algo a la talla del festejado en esos sus dominios de caballero del docum ento notarial?

    Sólo por dos veces he tenido la suerte de hablar con Rafael, si bien el testimonio escrito de su calor humano me llegara adem ás en un penoso trance de la vida. Pero de ambas aquéllas puedo de veras decir ser precisam ente las represen tan tivas de los caminares convergentes de los trabajos y los días de su espíritu. Fue la una en El Escorial, a lo largo de una plácida mañana de verano, enfrascado él en el jardín de su hotel por los gratos vericuetos de los antiguos itinerarios de la fe pública. La otra en su despacho madrileño, poco después de la vuelta del Congreso de Roma que había deparado a los notarios latinos el privilegio de ser los destinatarios de las últimas palabras de Su Santidad Pío XII, el papa que había predicado tantas como para integrar una su m m a theologica de nuestro tiempo. O sea, la investigación del notariado del pasado y el ejercicio del notariado del presente . Y ambas tareas con sosiego, cum am ore, dominándolas con un cierto señorío, por encima de los activismos superficiales y las urgencias falsas y caprichosas, de lleno inmerso en una tradición perenne.

    Y por eso en esta hora jubilar del maestro, cuando la razón y el sentimiento de consuno me piden la aportación de mi sillar a la estudiosa fábrica de los comilitones, ya que no me quede huelgo para el laboreo objetivamente exigido, voy a permitirme hacer un excursus en las conexiones del notariado con los dos m undos que desde antes de la preparación de las oposiciones hasta ahora más han em bargado mi atención de cultor am oroso del pasado. A saber, la tierra nativa y la familia monástica. A título de hitos espirituales de una vida notarial ya añeja.

    E L N O T A R IA D O E N E L F U E R O DE S E P Ü L V E D A

    Al deslindar la com unidad dominical de bienes del derecho real de servidum bre de pastos, cita C a s t á n (1), entre o tras, una sentencia del Tribunal

    (1) Derecho civil español, común y forai. II. Derecho de cosas. (Propiedad y derechos reales restringidos) (8.a ed.; M adrid, 1951), p. 298.

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    Suprem o, la de 29 de enero de 1910, según la cual «el hecho de que dos pueblos participen por igual de los ap rovecham ientos de un monte, no se puede estim ar en absoluto como signo característico del condom inio de la tierra en que aquéllos se producen, siendo obligado apreciar en cada caso los orígenes de la concesión de los ap rovecham ientos para estimar su verdadera naturaleza».

    ¡«El Castán»! O la un tanto mágica llave de acceso al notariado.

    Y la tal decisión jurisprudencial había recaído en un pleito entre las muy viejas com unidades de Sepúlveda y Fresno de C antespino y el ayun tam iento de Riaza, a propósito de la titularidad dominical del monte llamado «Los C om unes» (2), pleito en que el letrado defensor de Sepúlveda había sido don Matías Barrio y Mier, parece que el único doc to r en Derecho por la efímera universidad carlista de Estella (3), y el primer resultando de cuya sentencia de apelación rezaba nada menos:

    «que en el año mil setenta y seis, que debe en tenderse de la era hispánica que en tonces regía, y que co rresponde al mil treinta y ocho de la cristiana hoy vigente (4), el Rey de Castilla y de León , don Alfonso VI y su esposa doña Inés confirmaron a Sepúlveda el fuero que había tenido en tiempo de su abuelo y en el de los condes de Castilla, Fernán González , Garci Fernández y Sancho García, y de sus términos y de sus ju ic ios y de sus pleitos y de sus penas y de sus pobladores , reseñando a continuación los límites de dicho térm ino y au to rizando a su Concejo para que pudiera poblarlo o hacer despoblar los lugares a su arbitrio, dentro del mismo».

    Sí, porque a tan lejos rem ontaban las razones de las partes. Sencillamente enzarzadas entre las tres villas luego de que, a 11 de octubre de 1169, Alfonso VIII concediera al Concejo de Fresno de Cantesp ino «pastar y cortar en los m ontes, sierras y pinares de Sepúlveda, de igual modo que lo hacían los hom bres del propio Sepúlveda» ; y el 28 de agosto de 1430, Juan II a la villa de Riaza, para que sus vecinos «pudieran rozar y cortar y pastar las yerbas, y beber las aguas y cazar y pescar y coger las bellotas y com erlas con sus ganados, y todos los otros fru tos silvestres que en la sierra y m onte de Sepúlveda Dios diera en cada

    (2) Véase C om unidad de Villa y Tierra de Sepúlveda. Copia de la sentencia dictada en el pleito sobre el m onte «Los C om unes» (Sepúlveda, im prenta de Juan Casado Casia; 1910). Este folleto consta de la sentencia íntegra de la Audiencia de M adrid, de 19 de octubre de 1908, revocatoria de la del Juzgado de R iaza; y de los considerandos y fallo de la de casación.

    (3) Casualm ente B arrio y M ier sucedió como delegado de don C arlos en España al m arqués de Cerralbo, tam bién ligado a las tierras de Sepúlveda, en cuanto investigador prim ero del arte rupestre del cañón del Duratón.

    (4) L a sentencia padece un e rro r en la reducción d é la s fechas. L a verdadera es el año 1076 de nuestra era, puesto que el texto reza «facta carta X Vo kalendas decem bris, sub era MaCaX IIIIa», o sea, el año 1114 de la hispánica.

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    año» (5). A la vista salta el semillero de los litigios entre los tales pueblos, de por sí vecinos y rivales.

    T ensos y prolijos autos en la Cancillería de Valladolid y el Consejo de Castilla a lo largo de la noche de los tiempos (6).

    Y avanzado ya el ochocientos, recién estrenados los libros inmobiliarios arrum badores de las maneras del antiguo régimen y acaso no por casualidad abiertos profusamente a las nuevas titularidades procedentes de la desam ortización de los llamados púdicam ente «bienes nacionales», a muy corta distancia de las Leyes Hipotecaria y del Notariado, el Registrador de la P ropiedad de Riaza, a 28 de marzo de 1865, inscribía por mitad a favor de aquella villa y de la Com unidad de Villa y Tierra de Sepúlveda (7), el dominio de parte del te rreno calendado de aprovecham iento común. Era la consagración de la tesis de Riaza. Copropiedad y no servidumbre de pastos. Contra la cual se pronuncia ría la Audiencia de Madrid en la citada sentencia de apelación (8), al considerar que «no resulta de los docum entos obrantes en los autos, ni se ha probado en ellos por otro medio, que a la villa de Riaza se la haya concedido nunca ni declarado tam poco, ni reconocido jam ás participación en el dominio del monte «Los Com unes» , que a la Villa y Tierra de Sepúlveda se confirmó por Alfonso VI, en el año mil treinta y ocho (9), y que por todos los litigantes unánim em ente se le reconoce como indiscutible, ni se la reservó, ni una vez siquiera, el de litigar la p ropiedad y aun la misma posesión como se hizo repetidam ente con Sepúlveda en los pleitos que entre ambas villas mediaron en los siglos quince y diez y seis, p robándose , por el contrario , que aparte de ser exclusivo de Sepúlveda el derecho de poblar y hasta de despoblar a su arbitrio, se le han negado judicial y expresam ente y también con repetición a dicho Riaza los de cercar, rom per, arar y labrar y sem brar dentro de los m ontes com unes, que jam ás se prohibieron a Sepúlveda, siendo, por lo tanto, p rocedente la petición form ulada por parte de ésta respecto a dicho particular, no habiendo podido ni debido hacerse las inscripciones que a instancia exclusiva de Riaza se practicaron a su favor en el Registro de la Propiedad de dicha villa, del dominio de los

    (5) Texto de la donación en E. Sáez, Colección diplomática de Sepúlveda, I («Publicaciones históricas de la Excm a. Diputación Provincial de Segovia», IV; Segovia, 1956), núm. 136; y A. U bieto A rteta, Colección diplomática de Riaza (1258-1457), (ibíd., V; Segovia, 1959), núm. 37.

    (6) Véase M. G onzález H errero , «Sobre la delimitación de las tierras comuneras de Sepúlveda, M aderuelo y F resno de Cantespino», en Historia jurídica y social de Segovia. Aportaciones (Segovia, 1974), págs. 129-40.

    (7) P á ra lo s orígenes de ésta, J. F e r n á n d e z V i l a d r i c h , «L aC om unidad de Villa y Tierra de Sepúlveda durante la Edad Media», en Anuario de estudios medievales, 8 (1972-3), 199-224.

    (8) Véase el folleto citado en la nota 2, pág. 34.(9) Véase la nota 4.

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    montes a que este pleito se refiere, y que no constaba en los títulos que para hacerlas se presen taron» . Y después el Tribunal Suprem o, según ya vimos a través de la síntesis de su doctrina pasada a las páginas del para nosotros , notarios todos, lo queram os o no, inolvidable CASTÁN (10).

    Mas, a pesar de todo el vigor de tan irreprochable doctr ina ju ríd ica , la c ircunstancia de encontrarse el monte disputado dentro de la jurisdicción de Riaza, siguió de term inando un estado de cosas insostenible, que había de motivar una escritura de partición del dominio del mismo, o torgada en Sepúl- veda a 1 de mayo de 1928, ante el notario de la villa, don Ignacio Ugalde y Barriocanal (11), y ap robada por RR. 0 0 . de 16 de julio de 1925 (12) y 12 de enero de 1926 (13).

    Ahora bien, veíamos cóm o ya en trado este siglo, el p r im ero de los resu ltan dos de la sentencia que hem os traído a colación, dirimitoria una vez más del endém ico litigio entre Sepúlveda y Riaza, recogía la concesión hecha por el rey Alfonso VI el año 1076 al Concejo de aquélla de la tierra disputada. Pero Alfonso VI no sólo es el m onarca que otorgó al tal Concejo su celebérrim o F uero en dicha misma fecha. L a coincidencia es más íntima. Pues el docum ento de la tal donación es el Fuero mismo, que adem ás de prom ulgar su corpus de derecho privilegiado, ese de la E x trem adura castellana en que consis te , delimita

    (10) El apartado segundo del fallo de la Audiencia declara la nulidad de las inscripciones practicadas en el Registro de Riaza, el tercero decreta su cancelación, y el cuarto ordena la práctica de tales asientos a favor exclusivo de Sepúlveda. U no de los m otivos de casación de Riaza fue la infracción del artículo 30 de la Ley H ipotecaria . Y al desestim arle el Tribunal Suprem o, sentaba en el últim o de sus considerandos «que la cancelación de las inscripciones hechas por Riaza, es una consecuencia y derivación de las dem ás declaraciones de derecho contenidas en la sentencia recurrida, y que las infracciones alegadas son impertí nentes porque el fundam ento del acuerdo de tal cancelación es independiente del que en otro caso pueda existir por defectos extrínsecos de la inscripción».

    (11) Texto de la m isma en La C om unidad de Villa y Tierra de Sepúlveda y el m onte «Los Com unes» (Segovia, 1932), págs. 37-45. En este libro se docum entan los an tecedentes y consecuencias del caso. Veánse tam bién: Provincia de Segovia. C om unidad de Villa y Tierra de Sepúlveda. Reglam ento para el régim en interior de la C om unidad de Villa y Tierra de Sepúlveda. 1926 (Sepúlveda, im prenta de la viuda de Juan Casado; 1926); Provincia de Segovia. C om unidad de Villa y Tierra de Sepúlveda. Reglam ento para el régimen interior de ¡a C om unidad de Villa y Tierra de Sepúlveda. 1954 (Sepúlveda, im prenta de Félix C asado A bad; 1954);C om unidad de Villa y Tierra de Sepúlveda. M emoria redactada p o r el abogado-secretario don Luis Sánchez de Toledo y R uiz Zorrilla. A ños 1932 y 1933 (Segovia, 1934); y C om unidad de Villa y Tierra de Sepúlveda. M emoria de la labor realizada durante los años 1936 a 1955 (Sepúlveda, im prenta de Félix C asado Abad; 1955). En el preám bulo del Reglam ento de 1954 leemos: «R éstanos tan sólo poner en conocim iento de los pueblos com uneros que, llevada a cabo la partición del m onte «Los Com unes» y libre del tradicional obstáculo que para la explotación del mismo suponía la indivisión anterior, esta Jun ta ha intensificado sus esfuerzos para conseguir m ejorar la finca, teniendo la satisfación de haberlo logrado y pudiendo afirm ar sin tem or a ser desm entidos que hasta ahora la Com unidad de Sepúlveda había sido la dueña de derecho del monte «Los Com unes» y de aquí en adelante lo será tam bién de hecho».

    (12) Fom ento.(13) Gobernación.

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    el territorio de su aplicación, el cual se confunde con el de la propiedad y jurisdicción municipal de Sepúlveda.

    Y c o n e llo ya en tr a m o s en materia.

    Sabido es que son dos los Fueros de Sepúlveda, el breve latino, y el extenso rom anceado (14).

    Y es e l ú lt im o el que de n o so tr o s , n o tar io s , se o cu p a (15). ¡Y de v e ra s que t ien e su s ignificado s im b ó l ico la c ir c u n stan c ia de que haya s ido CASTÁN el q u e a esta a lu s ió n notarial que va a segu ir , de nu estro d e r e c h o s e p u lv e d a n o , n o s haya a c a b a d o llev a n d o ! C o m o otrora lo hiciera a nu estra , en b u en a lid, gan a d a in v es t id u ra de fedatar ios .

    Pero parem os mientes an tes en lo que vitalmente aquel derecho de Sepúlveda significaba y llevaba consigo.

    En tanto que forai era un ordenam iento juríd ico privilegiado. Y como tal nació para a traer a las gentes nuevas a poblar el territorio que una civilización en expansión , la cristiandad castellana, se había incorporado en una posición avanzada y peligrosa de frontera. Un derecho de repoblación, pues. Y bajo la espada de Damocles de la Reconquista.

    Eso en cuanto a sus motivaciones.

    Y en cuanto a su contenido (16), obsesivam ente concejil. D eterm inado, desde luego, por las tales. Que las gentes nuevas que llegaban, hubieron de hacerlo al señuelo del s ta tu s p rom ocionado que implicaba la vecindad en la villa y su tierra.

    Y ahí, en esa ordenación libre y privilegiada de su territorio nuevo y tenso, nos encontram os al notariado. Y al notario. Tan naturalmente. Com o uno de los pilares de la tal sociedad aventurera, exigente y próspera.

    Y decimos que tan naturalm ente porque no se le regula con porm enor alguno. Se le da por supuesto . Lo que lejos de denotar preterición es el mejor síntoma de su espontánea y obligada y cotidiana e ineludible inserción en el tejido social.

    (14) Edición por E. Sáez, R. G ibert, M. Alvar y A. González Ruiz-Zorrilla («Publicaciones históricas de la Excm a. D iputación Provincial de Segovia, I; Segovia, 1953).

    (15) Para los problem as de la autenticidad, origen y difusión de am bos, véanse A. L i n a g e C o n d e , Hacia una biografía de la villa de Sepúlveda (Segovia, 1972), págs. 85-108, e id., «En torno a la Sepúlveda de fray Justo», en Hom enaje a fra y Justo Pérez de Urbel OSB, I («Studia Silensia», 3; Silos, 1976), págs. 63-7. D espués, J. C a r u a n a y G ó m e z d f B a r r e d a , El fuero latino de Teruel (T erue l, 1974); J. G u t i é r r e z C u a d r a d o , El fuero de Béjar (Salam anca, 1975); A. G a r c í a U l e c i a , Los fa c to res de diferenciación de las personas en los fueros de la Extremadura castellano-aragonesa (Sevilla, 1975); y A. M. B a r r e r o , «La familia de los fueros de C uenca», en Anuario de historia del derecho español, 46 (1976), 713-26.

    (16) Véase M a r q u é s d e L o z o y a , Sepúlveda (Segovia, 1966), págs. 11-3.

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    índole que, por otra parte , resulta de los pocos títulos que le mencionan.

    Pues según el centésim o septuagésim o quinto (17), había de ser constituido todos los años el ayuntam iento el domingo primero después de San Miguel, cuando cada parroquia elegía su alcalde, y la parroquia a la que para el tal período correspondía el único ju ez de todo el concejo. Y en ese trance solemne quedaba también nom brado o confirmado el notario , con los ministros inferiores de la justic ia y el alguacil:

    O trosí, m ando que el día de dom ingo prim ero, después de S a n i M igael, el congeio pongan iuez, e a lca ldes, e escrivano , e andadores, e m etan el sayón cada anno, por fu e ro . E t «cada anno» dezim os por esto: que n inguno non deve tener portiello , ni officio n inguno del congeio, sinon por anno , salvo p laziendo a to d ’el congeio.

    Tras de lo cual se imponía el ju ram en to en concejo (18). Y por este orden: ju ez , alcaldes, notario , custodio de las pesas y medidas, y alguacil:

    L a electión fe c h a , e todos abenidos, e confirm ada e o torgada de to d ’el pueb lo , iure el iuez sobre sa n c to s E vangelios, que nin por am or de parien tes, ni por bien querencia de fiio s , ni p or cobdicia de aver, ni p or vergitenga de persona , nin por ruego, nin por precio de am igos, nin de vezinos, nin de estranos, que non quebrante fu e ro , nin dexe la carrera de la derechura e de la verdal. O trossi, los a lca ldes iuren esto m ism o tras el iuez, e d ’ende el escrivano o notario , e el a lm utagén e el sayón . E sto s todos iuren en congeio; e aun deven iurar que leales e fie le s sean e que tengan f e e verda t al congeio.

    Pero hay más. Y es que el notario nos resulta investido de una cierta responsabilidad en el m antenim iento del mismo derecho forai, que tanto com o la legalidad vigente valía. Cual si su fe pública a lcanzara tam bién al contenido del o rdenam iento juríd ico mismo, es decir, a garan tizar cuál era el vigente, a la prueba indiscutida del texto de las leyes. No tiene en ese sentido desperdicio el título centésim o octogésim o (19):

    E sta pena (20) m ism a aya el iuez o el a lcalde que encubriere la verdat, o pregonare las firm a s, o otra cosa, sinon lo que iudgó; o si firm a re m entira , o si non fu e re al officio fie l, o si despreciare el iuizio del fu e ro , o vedare al escrivano que non lea el fu e ro , m enazándo lo o m altrayéndoV de pa labra .

    (17) Del iuez e de los alcaldes, pág. 121 de la ed. de Sáez.(18) Título 178, de la confirmatiori de los alcaldes; pág. 122 de la ed. de Sáez.(19) Del alcalde que encubriere la verdat en iuizio; pág. 123 de la ed. de Sáez.(20) Según el título 179, la tal pena consistía en la destitución e inhabilitación y el pago del

    duplo del daño causado.

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    La trascendencia de nuestro nobile o fficium en el derecho sepulvedano, derecho matriz, y no es pretensión nuestra si nos ha salido al paso la disemia de un vocablo tan profundam ente notarial, nos llega, pues, a insospechada. Y así digna de ser meditada en estos tiempos muy particularmente. ¿O acaso ciertos em bates a la fe pública no tendrán que ver, por la fuerza misma de las cosas, con la zapa de los valores más esenciales de las garantías juríd icas de la vida?

    Pero nos es ya la hora de volvernos a los vericuetos, al fin y al cabo perennes , de nuestro C A S T Á N . Q uerem os decir, otra vez a ese mundo del derecho positivo pero con raíces, que nos invistió de fedatarios. Porque, aunque parezca mentira, el Fuero de Sepúlveda sobrevivió un tanto a la caída del derecho barroco del antiguo régimen, y por lo menos dio que hablar hasta después de la ordenación sistemática de las relaciones juríd icas bajo los m odernos y pretenciosos pa trones napoleónicos.

    Pues como los demás derechos municipales, de acuerdo con la ley tercera del título segundo del libro décimo de la Novísima Recopilación, continuaba en vigor en los pueblos donde estuviera en uso. Y fue el de Sepúlveda, en concreto , el único de que en dos sentencias hubo de ocuparse el Tribunal Suprem o, ya en los um brales de nuestro C. c. La de 31 de diciembre de 1883, en un recurso contra la Audiencia de A lbacete, de un pleito en la villa de Frontera , del partido conquense de Priego (21). Y la de 20 de junio de 1885, contra la de Burgos, del pueblo de Ciria, en el partido soriano de Agreda (22). En am bos litigios se alegaba la vigencia en los lugares en cuestión del derecho sepulvedano por la fuerza de la costum bre de su uso, y se dem andaba la aplicación del principio sucesorio de la troncalidad en él contenido, «que el tronco vuelva al t ronco y la raíz a la raíz». Y en los dos negó el Tribunal Suprem o que el tal uso hubiera quedado probado en los autos.

    Pero es más. Luego de la promulgación del C. c. y del mantenimiento en vigor de los derechos forales por su artículo doce, ¿estaría también com prendido en la salvedad de éste el derecho municipal sepulvedano? La tesis de C A ST Á N era negativa, en cuanto para él la expresión «derecho forai» tenía una significación histórico-política, y sólo quería decir las particularidades jurídicas hijas de un antiguo régimen de autonom ía legislativa. En tanto que para S Á N C H EZ R o m á n el Código únicam ente había derogado, con su nueva ordenación, el derecho común, pero dejado en vigor todo cuanto no integrase el tal, consecuente con cuya opinión deducía G ó m e z d e l a S e r n a la vigencia, además de los llamados «fueros provinciales», del «pequeñísimo número de fueros muni-

    (21) Texto íntegro en la ed. de Sáez, núm. 47 de los docum entos, págs. 303-8.(22) Publicada en la «Gaceta de Madrid»; 6 de enero de 1886.

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    cipales y costum bres com arcales que en territorio castellano habían escapado a la continuada labor asimiladora del derecho com ún». Esta era mi tesis. Y es más. Estim aba yo que con arreglo a los artículos cinco y seis del Código, negadores de la derogación de las norm as juríd icas por el desuso y de la fuerza de la costum bre contra ley, el derecho municipal sepulvedano, vigente donde lo estuviera a la promulgación de aquél, había de quedar ya com o tal ley dentro de la nueva je ra rqu ía de las fuentes, con independencia de su inobservancia u olvido. Pero no es esta la hora de resca tar trabajos inéditos, cuando tanto ha llovido ya. Y por ello pasam os la página (23).

    LA F U N C IÓ N N O T A R IA L Y LA O R D E N A C IÓ N M O N Á S T IC A

    Ya después de alcanzada la investidura de fedatario , den tro de la consiguiente nueva dimensión de la vida, y alejado m om entáneam ente de la tierra nativa y no sólo por los imperativos del deber de residencia, mis quehaceres eruditos se dejaron seducir por la historia de las familias m onásticas, sus hom bres y sus casas.

    Por esos caminos puedo a lardear de que, con una cierta paciencia b enedictina, me leí m uchos cen tenares de sus docum entos medievales. Casi todos enrosariados en sus cartularios (24). E scritu ras la inmensa mayoría. Y con predom inio de las donaciones (25). A lo largo de las cuales, iba tropezando , desde luego, con tan tos y tan tos com pañeros de los ya sum ergidos en la noche

    (23) Véase F. d e C a s t r o y B r a v o , Derecho civil de España. Parte general. 1.a (M adrid, 1949), págs. 250-1. En la «M iscelánea en honor de don Juan Becerril y Antón-M iralles dirigida por H oracio Santiago Otero» (M adrid, 1974), I, p. 3, ha escrito Ángel E scudero del Corral del hom enajeado , que «ha sido ju ez en Sepúlveda, la ro m an ad a de las siete puertas, la de Fernán González y el rom ánico prim ario, la del Fuero de Sepúlveda, fuente y origen de nuestro originalísimo artículo 811 del Código Civil, que él tuvo ocasión de glosar y de aplicar en una resolución m em orable». Para el tem a concreto es lo m ejor y más específico el Diccionario de la adm inistración española, de M. M a r t í n e z A l c u b i l l a , ad vocem. Acaba de aparecer, M a r í a L u z A l o n s o , «Un caso de supervivencia de los fueros locales en el siglo xvni. El derecho de troncalidad a fuero de Sepúlveda en Castilla la Nueva a través de un expediente del Consejo de C astilla», en Anuario de historia del derecho español, 48 (1978), 593-614.

    (24) Para el contenido de éstos, véase J. R ius, Cartulario de «San Cugat» del Vallés, I (B arcelona, 1945), págs. vii-x.

    (25) Al rnenos en su apariencia form al. Para detectar los móviles, a veces obligados o interesados de las mismas, es útil la consulta del estudio de J. A. G a r c í a d e C o r t á z a r y R uiz d e A g u i r r e , E l dominio del m onasterio de San Millón de la Cogollo (siglos X a X III). Introducción a la historia rural de la Castilla altom edieval («A cta Salm anticensia»; Filosofía y L etras, 59; Salam anca, 1969). Pero debe consultarse con las debidas precauciones, puesto que su obsesión econo- micista es tal que no se ha dado cuenta, al lim itar legítimamente sus propósitos a la historia económ ica de un m onasterio, de que éste era ante todo concretam ente eso , un m onasterio. Por otro lado, siguiendo la moda que con él com parten, sobre todo en nuestro país, otras estim ables aportaciones eruditas. Y las que vendrán.

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    de los tiempos. A menudo se les designaba por la palabra notarius, sin más. O tras veces, a su nombre seguía el verbo específicamente definidor de su actividad notarial, notuit. Cuando no se conform aban con el más genérico de scripsit, señal, por otra parte , de lo consabido y aceptado que tenía su m enester. Todo ello con tanta frecuencia, insisto (26), que a su presencia viva y a la simultánea vista del tapizado pergaminoso de los protocolos de mi propio despacho , llegaba yo a sentir una especie de inmersión escatològica en el solidario destino de la especie y del oficio. Inmersión por supuesto traída de la mano por esa la severidad ambiciosa de las solemnes exigencias reglamentarias de la encuadernación de nuestras escrituras matrices (27).

    Y sin embargo, a Dios gracias, tal masa de supervivientes escrituras «con cuantía», que ya en un lenguaje específico notarial diríamos, a mí, a diferencia de a otros muchos estudiosos dogm atizados de nuestro tiempo, no me hacía olvidar que un monasterio es algo más que una com unidad económ ica. Ni que incluso lo que de com unidad económica tiene está condicionado a su esencia monasterial. Ni en consecuencia que las com unidades hum anas constituidas en m onasterios se distinguen, ante todo, por vivir bajo la observancia de una regla. Y el mundo de las reglas monásticas, acaso yo llevado a su papel protagonizador por la impronta indeleble de mi formación jurídica (28), me abrió generoso sus tesoros (29).

    Pero no es de las reglas de lo que aquí he de disertar un tanto , sino de sus amplificaciones y desarrollos más porm enorizados propios de cada monasterio o grupo de ellos y, sobre todo, introducidos por el uso cotidiano cim entado y consagrado a través de un tiempo en aquellos ambientes un tanto inmóvil e idéntico venturosam ente a sí mismo. O sea, de las consuetud ines m onásticas, cou tum iers de los vecinos franceses o costum breros en nuestro más sabroso lenguaje (30).

    (26) De la misma fue fruto nuestro artículo «Las suscripciones de los escribas en el Alto M edievo peninsular», en la Revista de Derecho N otarial, 17 (1970), 205-31.

    (27) Perdónesem e a este propósito una rem iniscencia literaria. E n la novela Su único hijo, de C l a r I n , uno de sus personajes, ante el parejo decorado de una notaría, se acuerda de una ordenación muy distinta, pero en la que no deja de ver con aquélla algo común. ¡Nada menos que la de las andanas de las bodegas de Jerez!

    (28) Está en prensa en las Actas del Congreso mi comunicación al V de Derecho Canónico M edieval de Salam anca (1977), sobre Las reglas monásticas, fuen te del Derecho Canónico.

    (29) Anteriorm ente a su sumisión a una regla única, que en el m onacato occidental acabaría siendo la de San Benito, los m onasterios vivían bajo un conjunto de reglas diversas o fragm entos de ellas, m aterialm ente contenidos en un codex regularum, y de entre las cuales el abad a veces había de elegir discrecionalm ente la observancia concreta aplicable. El tránsito de este sistem a de la regula m ixta al posterior que ha llegado hasta nuestros días puede seguirse en mi libro Los orígenes del m onacato benedictino en la Península Ibérica (León, 1973).

    (30) Para las relaciones entre reglas y consuetudines, véase P. B e c k e r , Consuetudines et observantiae; págs. 4-5 del tomo V del «Corpus consuetudinum m onasticarum » que inmediata-

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    C ostum breros que han sido definidos com o «las m aneras de vivir de los monjes que revisten , desde los orígenes, la índole juríd ica de la ley» (31). H ab iéndose podido puntualizar (32) que «en consecuenc ia se ex tienden a toda la vida del monje y com prenden , al mismo tiem po, norm as ju ríd icas , usos litúrgicos llamados Ordo officii, prescripciones concern ien tes a los varios oficiales de un m onasterio y, en fin, todos los usos de una com unidad monástica» (33). Y estim ar que «tienen tal importancia que más bien son éstas co n sue tud ines, el ordo que se sigue, los factores de te rm inan tes de la pertenencia a una casa o afiliación monástica».

    Pues bien. En la fijación de estas co nsue tud ines m onásticas, verdaderos caleidoscopios de superpues tas imágenes de las vidas de varias generac iones de monjes, nos hem os encon trado , al m enos por una vez, laga ran tía de la fe pública notarial (34).m ente citarem os. Algo así como la que liga leyes y reglam entos y deriva éstos de aquéllas, desde luego. Pero sin perder de v ista esa im pronta consuetudinaria , tan transparen te en el mismo vocablo. P recisam ente la tal es la que distingue las consuetudines de las constituciones, éstas desarrollos meramente legislativos de las reglas, y en las cuales la relación de ley a reglam ento, del derecho moderno, viene del todo pintiparada. Véase W. W i t t e r s , «Constituzioni m onastiche», en el Dizionario degli istituti di perfezione que seguidam ente citarem os, III, coll. 198-204.

    (31) K. H a l l i n g e r , p. xxxiii del tom o Id e i «Corpus» citado en la nota anterior. Por su parte , L . D o n n a t y W. W i t t e r s las definen, si bien lo hagan en un sentido más genérico, cual «un modo colectivo de obrar, fundado en la tradición, consentido p o r la com unidad que lo practica y dotado ordinariam ente de fuerza de ley p a ra la tal com unidad»; «Consuetudini m onastiche», en Dizionario degli istitu ti di perfezione diretto da Guerrino Pelliccia ( 1962-1968) e da Giancarlo Rocca (1969)», II (Roma, 1973), coll. 1692-5. N otem os, sin em bargo, que el consentim iento de la com unidad no se requiere en cada m omento, una vez que la consuetudo ha a lcanzado su vigor, y que originariam ente sólo jugaría en la m edida en que para cada supuesto concreto tuviera la comunidad com petencia para determ inar su propia m anera de obrar. Por ejem plo, a la v ista tenem os un costum brero del m onasterio jerónim o de N uestra Señora d é la V ictoria de Salam anca, cuya edición preparam os, y su encabezam iento reza: «En el nom bre de la Santísim a T rinidad, Padre, H ijo y Espíritu Santo, y de la Purissim a Virgen M adre M aría Santissim a, y de N uestro Padre San Gerónim o, D octor M áximo de la Iglessia. Com ienzan las costum bres que se an recopilado de nuevo y aprobado por los Padres C apitulares del M onasterio de N uestra Señora de la V ictoria, O rden de N uestro Padre San G erónimo, de la ziudad de Salam anca. Confirm adas y aprobadas po r los R everendissim os Padres Difinidores de N uestro C apítulo G eneral que se zelebró este año de 1744». E inm ediatam ente entra en m ateria: «Título de lo que se a de cantar en el choro».

    (32) L . D o n n a t y W. W i t t e r s , artículo citado en la nota anterior, coll. 1692 y 1694.(33) Com entan seguidam ente los mismos estudiosos, refiriéndose al valor juríd ico de las

    consuetudines, que «originariam ente, fueron consideradas sencillam ente como un m odo de vivir, tan diverso com o lo eran las condiciones por las cuales se pasaba. Pero en los últimos siglos del m edievo, la ritualización casi exasperada de la vida m onástica, llevó consigo un consolidarse de las m ism as, que adquirieron un valor ju ríd ico casi equivalente al de la regla».

    (34) Para la bibliografía de las consuetudines publicadas, véase A. P o t t h a s t , Repertorium fo n tiu m historiae m edii aevi, III (Rom a, 1970), págs. 623-41. L as principales colecciones editadas son las de B. Albers, 5 tom os (Stuttgart. M ontecasino, 1900-11), C onsuetudines m onastichae; y el Corpus consuetudinum m onasticarum , a cargo del Pontificio A teneo benedictino de San Anselm o y bajo la dirección de don K a s s i o H a l l i n g e r , cuyo prim er tom o apareció en 1963 y sigue en curso de publicación en Siegburg. Sobre su propia em presa, véase el mismo H a l l i n g e r , «Progressi e problemi della ricerca sulla riform a-pre-gregoriana», en II m onacato n e ll’alto m edio evo e la form azione della civiltà occidentale, IV Sem ana de Estudio , 1956 (Spoleto, 1957), págs. 257-91 y 472-81.

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    Ello se pasó, nada menos que en el monasterio de M ontecasino, el día 1 de octubre de 1372, fiesta allí notable por el aniversario de la consagración de su iglesia por el papa Alejandro II. Desde 1369 era su abad el prior cam aldulense de San Matías de M urano, A ndrés de Favencia (35). Y éste , en la fecha calendada, firmó ante notario en el capítulo los nuevos esta tu tos que para la casa había e laborado. Entre los cuatro testigos, dos tenían también la condición notarial. Y la ordenanza se promulgaba po r el dicho abad en primera persona, por lo cual hay que convenir en tratarse de una protocolización más bien (36):

    ln nom ine dom ini. A m en . Die prim o m ensis octobris undecim e indictionis, apud sacrum m onasterium C asinense, in presen tía m ei notarii loann is G uad a g n a te n e de Suessa pub lic i notarii apostolica auctorita te ubilibet e t testium infrascrip torum , videlicet dom ini R ogerii vicarii, notarii A la m ann i de Sancto S tephano , notarii A n ton ii de Teram o et G erem ie de C astro N o vo Vallis Frigide.

    C onstitu tiones et s ta tu ta sinodalia edita per reverendissim um in Christo pa trem e t dom inum , dom inum A ndream , dei e t A posto lice Sed is gratia venera- biem abbatem sacri m onasterii C asinensis.

    N o s A ndreas, dei e t A p o sto lice Sed is gratia hum ilis abbas sacri m onasterii C asinensis.

    Pero todavía podem os abordar otra dimensión notarial sin salim os del m arco de las consuetud ines monásticas. Se trata de la regulación de la función notarial misma por ellas, en cuanto la tal incidía a veces en los acontecim ientos de la misma vida claustral.

    En ese sentido ya la previo el Concilio de Basilea, al regular la elección de los abades (37), preocupándose de garantizar la honradez de las tales elecciones y de salir al paso a cualesquiera entresijos de la simonía. Y una de sus cautelas consistía en vetar toda recom pensa por parte de los electos a quienes hubieran coadyuvado a su buena fortuna (38).

    (35) Luego de un período de unos trein ta años en que la casa fue gobernada por obispos ajenos a la familia monástica y ausentes. T ras el terrem oto que sufrió en 1349, el papa Urbano V se reservó su régim en para sí mismo y puso de esa m anera fin a la tal encomienda.

    (36) «Consuetudines bened¡ctinae variae», edición de T. Leccisotti y C. W. Bynum, dentro de los «Statuta Casinensia»; tom o VI, del «Corpus consuetudinum monasticarum» (1975), pág. 253. Pero, ¿estam os ante unas consuetudines rigurosam ente— y lo mismo habrem os de salvar en el supuesto siguiente— o un tanto ante una entidad contam inada un poco de constituciones m onásticas? H onradam ente confesam os que no nos hemos hecho de ello un problem a, pues a nuestros propósitos no era dem asiado relevante.

    (37) D ecretum de electionibus e t confirm ationibus, publicado en la duodécim a sesión, el año 1433. L e citamos por el texto publicado en el tomo V del citado «Corpus»; P. B e c k e r , C onsuetud i- nes et observantiae monasteriorum Sancti M athiae et Sancti M axim ini Traverensium ab Iohanne R ode abbate conscriptae (1968), pág. 102.

    (38) «Et ut omnia munde et sine labe ac labis suspicione procedant, non solum exigere aliquid quantum cum que parvum , sed etiam gratis oblata confirm ator ratione confirm ationis sub nomine

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    Pero era el caso que las elecciones en cuestión eran tam bién materia de fe pública notarial, que los notarios intervenían en ellas aportándolas la privilegiada fuerza testimonial y docum en tado ra de su oficio. Y hubiera sido injusto imponerles también la gratu idad, en cuanto su m enester era un trabajo acreedor a la consiguiente retribución. Consecuencia a la que desde luego no se llegó. Pero sí a limitar sus aranceles a los aplicables a los actos sin cuantía, al margen del valor en renta de la mesa abacial y de sus cualesquiera posibles capitalizaciones. ¡Seculares prudencia y sabiduría de la Santa M adre Iglesia! De esta manera:

    N otariis vero et aliis, qui scripserun t in hu iusm odi causis, em o lum en tum aliquod m odera tum taxetur habendo respec tum ad laborem et operam scrip tu rae, non a d fru c tu m praela turae seu valorem .

    Juan de Rode, abad de San Matías de Tréveris desde 1421 (39), fue uno de los más celosos e jecu tores de la tal disciplina conciliar den tro de una ex tensa área benedictina, pues llegó a abarcar las provincias eclesiásticas de Tréveris y Colonia y parte de la de Maguncia (40). Así e laboró el cos tum brero de los m onasterios de San Matías y de San Maximino de T réveris , el cual ha sido llamado «verdadero manual de co nsue tud ines m onásticas» (41).

    Y no se olvidó en ellas de nuestra fe pública notarial, sobre todo a propósito de las tales e lecciones abaciales.

    En efecto, ante notario debía com enzar por ju ra r el abad electo su fidelidad a las consuetud ines mismas y a la reforma m onástica , siendo en tregado después por el autorizante el ins trum ento en cuestión a la com unidad (42):

    Fiat coram notario e t te stibus e t p e ta tu r desuper in strum en tum a p ra es iden te conven tus nom ine suo e t to tius c o n v e n tu s .

    Pero antes, tam bién ante notario , había habido de tener lugar el escru tinio (43) de los votos de la com unidad (44):

    subiectionis, subsidii, g ratitudinisa u t alio colore, praetex tu cuiusvis consuetudinis au t privilegii per se vel alium recipere nullatenus praesum at».

    (39) Murió el año 1439.(40) R ode fue v isitador general benedictino de las mismas. Dom Hallinger (ed. citada en la

    nota 37, pág. vii), estim a que su obra, plasm ada en las consuetudines que van a ocuparnos, es un pintiparado ejemplo de la vorreformatorischer Selbstreform .

    (41) L. D o n n a t y W . W i t t e r s , artículo citado en la nota 31, coll. 1693.(42) Cap. 37, «de electione abbatis» ; sequitur iuram entum ab aelecto praestandum postquam

    consenserit; pág. 105 de la ed. del «Corpus».(43) Caps. 40, «per quem modum e t ordinem vota scrutari debeant singulorum»; y 43, «per

    quem e t qualiter vota in scrutini o p raestita sint scribenda», págs. 108-9 y 111 de la ed. del «Corpus». El c itado cap. 43 reza: Si tabellio praesens fuerit, ipse scribit, sin (sic) autem , scribant singuli scrutatores aut unus ex ipsis de beneplacito aliorum.

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    Prim o igitur scrutatores cum tabellione ac testibus e tiam religiosis, ut exped it in ordine, quam vis extranei advocari possen t, debent, ne ab aliis audiri p o ssin t, se trahere a d partem , videlicet a d unum angulum capitu li vel alium locum conducen tem . Y continua detalladamente la reglamentación.

    Y en lo posible del mismo carácter notarial debía ser investido el decreto de la elección (45):

    D ebet electio sigillo capitu li seu conven tus vel alio au then tico roborari et per m anum publicam , si assit persona publica , scribi.

    La fòrmula del decreto está contenida íntegra en el texto (46), donde leemos:

    Q uod etiam ad m aiorem cautelam per infra scriptum tabellionem in fo r m am publicam redigi fa c im u s et sigillo nostri m onasterii sigillari.

    En fin, la función notarial estaba también prevista por Juan de Rode para el ju ram en to que ligaba al monasterio con sus prebendados. Éstos eran miembros de la familia monástica, desde luego que sin la condición de monjes, y que a diferencia de los donados u oblatos, quienes habían de entregar a la com unidad todos sus bienes, podían conservar su usufructo de por vida. Y consta la intervención del notario en su misma definición (47):

    P raebendarii secundum fo rm a m «B enedictinae» sun t assum endi, videlicet personae notae, honestae, bonae fa m a e , qui se et sua o fferun t coram notario.

    El año 1734, esa Real A cadem ia E spañola no hacía mucho nacida para limpiar, fijar y dar esplendor al idioma, en su todavía bien vigente D iccionario de au toridades (48), a propósito de la voz notario traía a colación esta sentencia: E ntre dos am igos, un notario y dos testigos. G losando como sigue: «Que enseña que la seguridad y formalidad en lo que se tra ta , no se debe juzgar desconfianza de la am istad , antes bien sirve siempre para m antenerla sin quiebra o discordia. Otros dicen, entre dos herm anos, dos testigos y un notario».

    (44) El cual no era decisivo, ya que no se seguía el sistem a del sufragio universal, sino que después la sanior pars reunida en collatio, hacía la elección definitiva con arreglo a los criterios del núm ero, desde luego, pero también del celo y del mérito.

    (45) Cap. 49, «de decreto electionis», pág. 116 de la ed. del «Corpus».(46) Cap. 60, «forma qualiter electionis decretum debeat fieri cum per formam scrutinii est

    electio celebranda»; pág. 125 de la ed. dei «Corpus».(47) Cap. 112, «de praebendariis»; pág. 271 de la ed. dei «Corpus». El dicho juram ento

    notarial debía tener lugar ante el notario y la comunidad. La fórmula era: Ego N . ¡uro et prom itto oboedientiam reverendo in Christo patri, domino N ., abbati monasterii praesentis.

    (48) Diccionario de la lengua castellana, en que se explica el verdadero sentido de las voces, su naturaleza y calidad, con las phrases o m odos de hablar, los proverbios o refranes, y otras cosas convenientes al uso de la lengua. Dedicado al R ey N uestro Señor don Phelipe V. (que Dios guarde) a cuyas reales expensas se hace esta obra. Compuesto porla Real Academ ia Española, IV (M adrid, 1734), pág. 681.

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    N otarios a los cuales, bajo la voz «escribanos» , definía el mismo inven ta rio (49) com o quienes «por oficio público h acen escrituras y tienen exercicio de p lum a, con au toridad del Príncipe o Magistrado».

    E n tanto que de otro de los dominios lingüísticos peninsulares, el catalán , por e sa mina sab rosa que es el Diccionario de M osén A ntonio María A lcover y F ranc isco de Borja Molí (50), venimos en conocim iento , tam bién a propósito del vocablo notari, de esta cita lapidaria: A ixo gairebe val ta n t com una escrip- tura de notari (51).

    Y ninguna mejor que ella, nos parece , para despedirnos hasta siem pre con este tr ibuto tan obligado com o voluntario , de Rafael N úñez Lagos. N o sin recordar le , de las alas de los tejuelos de su biblioteca custodios de los secre tos vitales del pasado , e sa sentencia virgiliana que la A cadem ia Sueca ha tom ado com o lem a de las medallas de los prem ios Nobel de literatura, Ju ven tu s ju v a t vitam excolu isse p e r artes. Porque ya se lo escribía el rom anis ta alem án E rnes t-R obert Curtius a José Ortega y Gasse t: «U sted y yo no nos harem os, no podrem os hacernos nunca viejos».

    P o r algo com enzaba yo este viaje intelectual en honor del M aestro con una e tapa de tiempo y de espacio a la t ierra nativa, e sa custodia de la infancia p e rm anen tem en te inspiradora, y la te rm inaba con un sosegado alto en una de esas abadías edificadas po r la paz benedictina, donde según quería el Santo Pa tr ia rca nem o p ertu rbetur ñeque con tr is te tu r in dom o Dei.

    Y por anacrónico que pa rece r pueda , sabedor de que pa ra un espíritu tan ab ierto com o el de Rafael N ú ñ ez Lagos a todos los vientos del espíritu en el p asado y en el p resen te , n inguna m anera de sentir y de ex p resarse puede ser ajena, le digo mi transitorio adiós en esta hora de su jubileo , hecho eco del canto con que uno de mis paisanos, el canónigo regular p rem ons tra tense , fray Luis T ineo de M orales, abad de San N orberto y de San Joaquín de M adrid , saludaba en los días barrocos de nuestros an teceso res escribanos de las in trincadas y encadenadas le tras to rm ento de los esco lares , nada m enos que a Nicolás Anto-

    (49) III, pág. 571.(50) Diccionario catala-valencià-balear. Inventari lexicogràfic i etim ologie de la llengua

    catalana en totes les seves fo rm es literáries i dialectals, recollides deis docum ents i textos antics i m oderns, i del parlar vivent a l Principat de Catalunya, al R egne de Valencia, a les liles Balears, al D epartam ent francés deis Pirineus Orientáis, a les Valls d 'Andorra, al marge oriental d ’A ragó i a la. ciutat d ’A lguer de Sardenya. Obra iniciada por M n. A n to n i M. A lcover. Tom VII redactat par Francese de B. M olí am b la coriaboració de M anuel Sanchis Guarner (Palma de M allorca, 1966), pág. 791. Para la historia de la magna em presa, F. d e B. M o l l , Un hom e de com bat (M ossén Alcover) (Palma, 1962), págs. 55-72.

    (51) Del escritor gerundense Joaquim R uyra Pinya; Pinya de rosa, II (B arcelona, 1920), pág. 65.

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    nio, cual frontispicio de su B ibliotheca hispana-nova . Pues, ¿no nos ha dado Rafael a lo largo de su tan fecunda vida, un m onum ento parejo ad m ajorem gloriam de ese docum ento notarial tejido y tejedor de nuestros trabajos y de nuestros días?

    ¡Oh cuánto aliento del Castalio coro, para cantar tu fama gloriosa pide mi p lum a en ocasión tan alta!Si cuanto más se exalta a esferas la atención tan superiores más reconoce en tonces su desm ayo, com o el que rayo a rayo al registrar del sol los resplandores, la vista, que no sufre el claro objeto, deja de ser exam en y es respeto.

    A d m ultos annos.