Del sentimiento trágico de la vida · PDF fileUnamuno, Miguel de Del sentimiento trágico de la vida. - Ia ed. - Buenos Aires: Losada, 2008. - 288 pp.; 20 x 13 cm. - (Grandes Obras

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  • Miguel de Unamuno

    Del sentimiento trgico de la vida

    sEDITORIAL LOSADA

    B u e n o s A i r e s

  • Unamuno, Miguel deDel sentimiento trgico de la vida. - I a ed. - Buenos Aires: Losada, 2008. - 288 pp.; 20 x 13 cm. - (Grandes Obras del Pensamiento; 20)

    ISBN 978-950-03-9546-5

    1. Ensayo Espaol. I. Ttulo CD D E864

    Ia edicin en Grandes Obras del Pensamiento: junio de 2008 Editorial Losada, S. A.

    Moreno 3362,Buenos Aires, 1964

    Distr ibucin:Capital Federal: Vaccaro Snchez, Moreno 794 - 9o piso (1091) Buenos Aires, Argentina.Interior: Distribuidora Bertrn, Av. Vlez Srsfield 1950 (1285) Buenos Aires, Argentina.Composicin: Taller del Sur

    ISBN 978-950-03-9546-5 Libro de edicin argentinaQueda hecho el depsito que marca la ley 11.723 Impreso en la Argentina Prmted in Argentina

  • I

    El hom bre de carne y hueso

    Homo sum; nihil hum ani a me alienum puto, dijo el cm ico latino. Y yo dira ms b ien: nullum hominem a me alienum p u lo ; soy hom bre , a n ingn o tro h o m b re estim o extrao. Porque el adjetivo bum anus m e es tan sospechoso c o m o su sustan tivo abstracto hum ani las, la hum an id ad . Ni lo h u m a n o ni la h u m an id ad , ni el adjetivo simple, ni el adjetivo sustantivado, s ino el sustantivo concreto : el hom bre . El h o m b re de carne y hueso, el que nace, sufre y muere - so b re tod o m u ere - , el que com e y bebe y juega y duerm e y piensa y quiere; el h o m b re que se ve y a qu ien se oye, el h e rm an o , el verdadero he rm ano .

    Porque hay otra cosa, que llaman tam bin hom bre, y es el sujeto de no pocas divagaciones ms o menos cientficas. Y es el b pedo im plum e de la leyenda, el ^ e p o v t t o i t i x v de Aristteles, el contratante social de Rousseau, el homo ceconomicus de los manchesterianos, el homo sapiens, de Linneo, o, si se quiere, el mamfero vertical. U n hom bre que no es de aqu o de all, ni de esta poca o de la otra; que n o tiene ni sexo ni patria, una idea, en fin. Es decir, un n o hom bre.

    El nuestro es el otro, el de carne y hueso; yo, t, lector mo; aquel otro de ms all, cuantos pisamos sobre la tierra.

    Y este hom bre concreto, de carne y hueso, es el sujeto y el

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  • suprem o objeto a la vez de toda filosofa, q u ie ta r lo o no c ie r tos sedicentes filsofos.

    En las ms de as historias de la filosofa que conozco se nos presenta a los sistemas com o originncl>se los unos de los oros, y sus autores, los filsofos, apenas aparecen sino como meros pretextos. La ntima biografa de los filsofos, de los hombres que filosofaron, ocupa m, lugar H-cundario. Y es ella, sin embargo, esa ntima biografa, la que ms cosas nos explica.

    C m p len o s decir, ante todo, que la filosofa se acuesta ms a la poesa que n o a la ciencia. Cuan tos sistemas filosficos se han fraguado com o suprema conciliacin de los resultados finales de las ciencias particulares, en un perodo cualquiera, han tenido m ucha menos consistencia y m enos vida que aquello-, otros que representaban el anhelo integral de! espritu de su autor.

    Y es que las ciencias, im portndonos tan to y siendo indispensables para nuestra vida y nuestro pensam iento , nos son, en cierto sentido, ms extraas que la filosofa. C um plen un fin ms objetivo, es decir, ms fuera de nosotros. Son, en el fon- fio, cosa de economa. U n nuevo descubrim iento cientfico, dlos que llamamos tericos, es com o un descubrim iento mecnico, el de la m quina de vapor, el telefono, el fongrafo, el aeroplano, una cosa que sirve para algo. As, el telfono puede servirnos para com unicarnos a distancia con la mujer amada. Pero sta, para qu nos sirve? Toma uno el tranva elctrico para ir a or una pera, y se pregunta: Cul es en este caso ms til, el tranva o la pera?

    La filosofa responde a la necesidad de formarnos una concepcin unitaria y total del m u ndo y de la vida, y como consecuencia de esa concepcin, un sentimiento que engendre una actitud ntima y hasta una accin. Pero resulta que ese sentimiento, en vez de ser consecuencia de aquella concepcin, es causa de ella. Nuestra filosofa, esto es, nuestro m odo de co m prender o de no com prender el m u n d o y la vida, brota de nuestro sentimiento respecto a la vida misma. Y sta, como todo lo afectivo, tiene races subconcientes, inconcientes tal vez.

    N o suelen ser nuestras ideas las que nos hacen optimistas

  • o pesimistas, sino que es nuestro op tim ism o o nuestro pesimismo, de origen fisiolgico o patolgico quizs, tan to el uno com o e! otro, el que hace nuestras ideas.

    El hombre, dicen, es un animal racional. No s por qu no se haya dicho que es un animal afectivo o sentimental. Y acaso lo que de los dems animales le diferencia sea ms el sentimiento que no la razn. Ms veces he visto razonar a un gato que no rer o llorar. Acaso llore o ra por dentro, pero por dentro acaso tambin el cangrejo resuelva ecuaciones de segundo grado.

    Y asi, lo que en un filsofo nos debe ms importar es el hom bre.

    lom ad a Kant, al h o m b re Manuel Kant, que naci y vivi en Koenigsberg a fines del siglo X V I11 y hasta pisar los um brales del XIX. Hay en la filosofa de este hom bre Kant, hombre- de corazn y de cabeza, es decir, hom bre, un significativo salto, com o habra dicho Kicrkegaard, o tro hom bre -y tan h o m bre!-, el salto de la Critica de la rimm pura a la Crtica de la razn prctica. Reconstruye en sta, digan lo que quieran los que no ven al hom bre, lo que en aqulla abati. Despus de haber exam inado y pulverizado con su anlisis las tradicionales pruebas de la existencia de Dios, del Dios aristotlico, que es el Dios que corresponde al t,c o o v u o i t i x v , del Dios abstracto, del primei m o to r inmvil, vuelve a reconstruir a Dios, pero al Dios de la conciencia, al Autor del orden moral, al Dios luterano, en fin. Use salto de Kant est ya en germen en la n o cin luterana de la fe.

    El un Dios, el dios racional, es la proyeccin al infinito de fuera del hom bre por definicin, es decir, del hom bre abstracto, del hom bre no hom bre, y el o tro Dios, el dios sentimentalo volitivo, es la proyeccin al infinito de dentro del hom bre por vida, del hom bre concreto, de carne y hueso.

    Kant reconstruy con el corazn lo que con la cabeza haba abatido. Y es que sabemos, por testimonio de los que le conocieron y por testimonio propio, en sus cartas y manifestaciones privadas, que el hom bre Kant, el soltern u n si es no es egosta, que profes filosofa en Koenigsberg a fines del siglo de la Enciclopedia v de la diosa Razn, era un hom bre m uy

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  • preocupado del problema. Q uiero decir del nico verdadero p roblem a vital, del que ms a las entraas nos llega, del prob lema de nuestro destino individual y personal, de la inm orta lidad del alma. El hom bre Kant no se resignaba a morir del to do. Y porque no se resignaba a m orir del todo dio el salto aqul, el salto inmortal, de una a otra crtica.

    Quien lea con atencin y sin antojeras la Crtica de a Razn prctica, ver que, en rigor, se deduce en ella la existencia de Dios de la inmortalidad del alma, y no sta de aqulla. El imperativo categrico nos lleva a un postulado moral que exige, a su vez, en el orden teleolgico, o ms bien escatolgico, la inmortalidad del alma, y para sustentar esta inmortalidad aparece Dios. Todo lo dems es escamoteo de profesional de la filosofa.

    El hom bre Kant sinti la moral com o base de la escatolo- ga; pero el profesor de filosofa invirti los trminos.

    Ya dijo n o s d n d e o tro profesor, el p rofesor y h o m b re G uillerm o James, que Dios para la generalidad de los h o m bres es el p roduc to r de inm ortalidad. S, para la generalidad de los hom bres , inc luyendo al h o m b re Kant, al h o m b re Jam es y al h o m b re que traza estas lneas que ests, lector, leyendo.

    U n da, hab lando con un campesino, le propuse la h ip tesis de que hubiese, en efecto, un Dios que rige Cielo y Tierra, Conciencia del Universo, pero que no por eso sea el alma de cada hom bre inmortal en el sentido tradicional y concreto. Y me respondi: Entonces, para qu Dios? Y as se respondan en el recndito foro de su conciencia el hom bre Kant y el hom bre James. Slo que al actuar com o profesores tenan que justificar racionalmente esa actitud tan poco racional. Lo que no quiere decir, claro est, que sea absurda.

    Hegel h izo clebre su aforismo de que todo lo racional es real y todo lo real racional; pero somos m uchos los que, no convencidos po r Hegel, seguimos creyendo que lo real, lo realm ente real, es irracional; que la razn construye sobre irracionalidades. Hegel, gran definidor, p re tendi reconstruir el U n iverso con definiciones, com o aquel sargento de Artillera deca que se construyen los caones to m a n d o u n agujero y recubrindolo de hierro.

  • O tro hombre, el hom bre Jos Butler, obispo anglicano, que vivi a principios del siglo XV III, y de quien dice el cardenal catlico Newman que es el nom bre ms grande de la Iglesia an glicana, al final del captulo primero de su gran obra sobre la analoga de la religin (The Analogy o f Religin), captulo que trata de la vida futura, escribi estas preadas palabras: Esta credibilidad en una vida futura, sobre lo que tan to aqu se ha insistido, por poco que satisfaga nuestra curiosidad, parece responder a los propsitos todos de la religin tanto com o respondera una prueba demostrativa. En realidad, una prueba, aun demostrativa, de una vida futura, no sera una prueba de la religin. Porque el que hayamos de vivir despus de la muerte es cosa que se compadece tan bien con el atesmo, y que puede ser po r ste tan tom ada en cuenta com o el que ahora estamos vivos, y nada puede ser, po r lo tanto, ms absurdo que argir del atesmo que no puede haber estado fu turo.

    El