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El viajero

Susana Cabuchi

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A Luz.A Genaro.

A Ignacio y Agustina.

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... me dijo que cuando él se fuera se prolongaría en mí, que seguiría viendo por mis ojos, tal como sucede cuando advierto

el cambio de color en el agua.Daniel Moyano

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Detrás de las cortinas,la luna.Silbandos pájaros nocturnosy el silencio.Han llamado a la puerta. Dijeron:tiene los ojos tristes,se notaque no ha comidoen días,su ropa está manchada. Trae el olor del jume,dice la madre,el olor de mi pueblocuando soplaban los vientos del sur.Puede quedarse.

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Como si fuera una palomavoló Lucía entre álamos y siempreverdes.Mirábamos su vuelosobre la mano del viajeroal final del largo brazo oscuroextendido hacia el amanecer. El temor de la madrehabía cerrado las ventanas,la tos de la niña era más fuertey la casa era de humo,de vapor y eucalipto.Pero el viajero dijoque el aire le haría bien.Y lo aprobaba el padre. Entonces, los dos meses de Lucíainiciaronel juego de los pájaros.Seguíamos el movimiento de su mantilla blancaque cruzaba las azucenas,el aljibe, los cardos,y corríamos a su ladogritando:

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ahora Lucía estará bien,el aire le hará bien,el aire le hará bien.

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Un díalas isocasatacaron el trigo. Los hombres,bajo la sombra del aguaribay,miraban a la abuelaesperando el milagro.Ella, que nunca salía de la casa,cruzó en silencio el patio.Tratamos de seguirlapero el viajeronos retuvo suavemente del brazo. La vimos, a lo lejos,rodeada por la tardeconvocando la magia. Volvió de noche,con esa gravedad de los domingos. A la mañanahabían desaparecido las temibles isocasy navegaban sobre un aire doradomiles de mariposasamarillas y blancas.

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Llovíapara que la hermana mayorlavara sus cabellos.Entoncesdanzaba por el patiopersiguiendo la lluvia,sostenía su baldebajo el hilo más gruesoy el aguacantaba sobre el agua.El viajerocolocaba pequeñas vasijasen los desagüesy ayudabaponiéndolas al fuego.Océanos misteriososlos baldes de la hermana:nos quedábamosmirando,entre las astillas del fondo,distancias infinitas.Y todosnos sentíamos orgullososdespués,cuando con la mano

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abríasus oscuros cabellos y brillaban.

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Sobre la cama de los padressiempre estaba el verano.En los días de frío,cuando los vidrios se empañaban,el cubrecamanos ofrecíaramos de siemprevivas,cuatro fruteras llenas de saboresy un niño desnudocon racimos de uvasen las manos.Solíamos recostarnosy repasar con los dedos sus bordados:suaves colinas de hilonos guiabanhacia un tiempo más cálidode atardeceres en la huerta.El viajerodesde el umbralnos mirabarecordando tal vez otros viajes,algún queridolejano cubrecama.

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El día de lavadoera día de fiesta.Madre y Abuelabajaban las cortinas,desnudaban las camasy el jabóninvadía la casa.Nosotros,sobre parvas de ropa,acariciábamos la espumay hacíamos pompassoplando entre los dedos.Despuéscuando las sábanascolgaban de los alambrescorríamosbajo las gotasque caíany jugábamosal toro y al torerochocando las cabezasen las telas mojadas.El viajerose sentaba bajo la higueray desde allí reía.Su fiestaera mirarnos.

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Sobre el aparadorestaba la bandeja del pescado.Era un enorme pezdistinto a los del río,a los del arroyo.De mar,dijo el viajero.El mar, tan lejano...Nunca habíamos hablado de ély ahora lo nombrabacon esos ojos de tristezas, como quien nombra lo imposible.Para nosotrosel viajero y el marse parecían.

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Por las mañanasla casa eraaquella madrede ágiles movimientos,el ruido de las tazasy el olor del café.El viajero preferíabeberlosentado sobre un grueso leñodetrás del aljibe.Pero los días de lluviaaceptabaentrar en la cocinay compartir la mesa.No hablaba.Nosotrosno hacíamos otra cosaque escuchar su silencio.

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Cuando había tormentase tapaban los espejos.No entendíamos por qué.La madre temerosalos ocultaba con lienzos,con manteles.Un mediodíael viajero nos dijoque cortaría los vientos y la lluvia.Tomó un puñado de sal gruesa y salió a la intemperie.Con la mano derechahizo una cruz de salen el aire.Todos estábamos quietos,esperando.Y fue silencio.Y creoque pasó la tormenta.

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El viajerodice que un gran artistapintó una silla de pajaiguala la que usa mi padrecuando mira la noche.Una simple –repite– útil,inolvidable silla. Y cada vez que la ve levanta el arco de las cejasy sonríe una sonrisaque no entendemos.Que no entenderíamos nunca.

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El viejo Duqueha seguido inmediatamenteal viajero.Cuando lee, a las siestas, sobre los troncos grandesde la leñera,Duque apoya su cabezasobre los gastados zapatos del hombre.Desde que llegónuestro perro lo ha elegido.Por el olor a jume, quizás,como la madre.

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Todas las nochesllega el anciano tío de mi padre,que ya casi no ve,y la madre lee para éllos grandes tomosde Las mil y una noches.

Estos librosno son para niños. A la cama.

Detrás de la puerta,casi sin respirar,nos quedamos oyendola voz de nuestra madre que repitelas aventuras y desventurasde mercaderes,navegantes,esclavasy hechiceras, contadas a un rey por otra mujer. El viajero, sin querer, nos descubre.Intentamos huirpero él hace una señacon su dedo en los labiosy se arrodillaentre nosotros

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para escucharlas palabras que llegan del otro ladode la puerta grande.

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Hace frío.Un triángulo de luz blancade lunase acomoda sobre el piso de la galería.En la cocinael viajero preparacomida de un lejano paísnos enseña palabras en otro idiomay nos habla de música.Agustina sube a un banco de pinoy muy suavementele saca de la cabeza una mariposa pequeña, casi dorada.

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El viajeroayuda a la madreen la cocinay al padreen la carpintería.Cuando los dos trabajan la maderahablan de ir a pescarel próximo verano.Y aunque todos creemosque para aquellas fechasnuestro amigo se irá,es una alegría ver al padrereíry gesticularmostrandocómo serán de grandeslos pecesque traerán para la cena.

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Vamos hasta el valledonde están los guindales.Por cada cajónen el almacén nos darán monedas y golosinas.Desde las ramas de los árboles,con el fuerte sol en las cabezas,vemos la figura del viajeroque contempla en silenciola casa y las colinas.Lentamentesaca de su bolsillouna pequeña flauta de cañay despierta la música. Nos quedaríamos así para siempre.Cuando terminamos los cajones rebosande guindas rojas y brillantes.¡Dará tanta pena venderlas!

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La madrenos llevó a visitarla niña enferma.Ella teníadentro de un gran libro marrónpapeles de chocolate.Abría lentamente una a unalas hojas y aparecíanflores doradaspájaros de platafrutasarcoíris que resplandecían.En su silla de hierrocon una mano páliday un lápiz azulalisabaenvolturas de bombonesy caramelos tan suaves,que al tocarloshacían un sonido brevísimocomo un ala de mariposaal quebrarse.

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De regresoperseguimos luciérnagashasta la medianoche,pero recordábamos,con envidia,los papeles brillantes de la niña.

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Al ingresar a una sala que no usamos,el viajero descubrióel viejo piano.Apenas rozó algunas teclasy salióapresuradamente de la casa.Se dirigióhacia las colinascomo si tuviera que haceralgo muy importantepero creemos que se alejaba para que no lo viéramos llorar.

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La madreno nos dejaba ir solosa la sierra más altay allí estaba la lomaretándonos a descubrirescondites de víboras,de espinas. Y la cumbre,casi siempre celeste.Una mañana el viajerose decidió a llevarnos.Jugamos a los exploradoresy teníamos miedo.Al llegar a la cimame subió sobre su espalda,apoyé la cabeza en su hombroy vi el campoa través de su barbalejano y azul como un mar.

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El viajeronos acompañaal puebloa comprar alimentos.Al regresara lomo de caballovemos,desde la sierra,la casajunto a los árbolesflorecidos de manzanas y guindas,su rojo techo de tejas.Todo pareceun dibujodel libro de Agustina.El viajero nos sonríedulcementehasta que se distraemirandouna lagartijaque aparece y desapareceentre las piedras.

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Vamos hasta la acequia.El calor es rojo como las dalias.Obedientesllenamos los baldes con agua y despuéslibresjugamos y nadamos.El viajero, entretanto,con las ramas del saucetejecoronas de hojas verdespara nuestras cabezas.

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Cuando dejaba de llover buscábamos charquitos.Ahí estabanrepetidosel cielo, los árboles,algún pájaro en vuelo, nuestros rostros.El viajero nos contóuna historia de aguay con ternura dijo:cuando sean grandesno dejende buscar espejos al final de la lluvia.

Obedecemos. Aún hoyobedecemos.

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Pedro, el boyeritocon el que juntábamosmoras a la siesta,creció de golpey fuma.Una tardenos contóque a los Reyes Magosles había pedidocigarrillos.Para nuestro asombroel viajero, conmovido,abrazó al muchacho y le ofreció su moneda de platay aquel nido–un enrejado de musgo y tallosde uvitas del campo y frutillas silvestres–que había fabricado para albergar helechos.

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Una tarde le mostré al viajeromi cuaderno de versos.Algunas líneas,imágenes sencillas sobre la primavera,mi perro, los muertos, el río,y poemas copiados de diarios del domingo.Sonrió y me acarició la cabeza.

Niña –dijo– has nacido herida.

A cada golpe de la vida,a cada palabra que escribo,a cada dolor que resisto,lo recuerdo.

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Los padres solían caminar en los atardeceresalrededor de la casa. Hacia el río,hasta los manzanos.Una vez, mirándolos, el viajero nos dijo:¿De qué hablarán?De qué hablarán, pensamos.Y supimos que nuestros padreseran también un hombre y una mujersosteniendonuestras vidas y el mundo.

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El viajerose ha ido.Sabíamos que se iría,hasta esperábamos que lo hicieraporque para nosotrosmás que un hombreera un viaje.Ha dejado floressobre la mesa de todosy la cadenacon su amuleto de madera oscura, colgada en el respaldo de mi cama.

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Viento de Fondo, 2018Susana Cabuchi, 2018Diseño editorial y portada: Lorena Dí[email protected]

Córdoba, Argentina, primavera de 2018

Cabuchi, SusanaEl viajero/Susana Cabuchi. - 1a ed. - Córdoba: Viento de Fondo, 2018.60 p.; 20 x 14 cm.

ISBN 978-987-29042-6-5

1. Poesía Argentina Contemporánea. I. Título.CDD A861

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