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ENSAYO SOBRE CRISTOLOGÍA: JESUS Y LOS ENFERMOS.
Jeannine Dubourdieu. (Uruguay)
I) Introducción
Marco teórico
II) Origen y fundamento: La Biblia. Los milagros de Jesús.
III) Dimensión apostólica.
IV) Dimensión espiritual: Acompañamiento espiritual personalizado, Oración,
Espiritualidad ignaciana
V) Dimensión comunitaria: Discernimiento comunitario. Dificultades.
Celebración del envío
VI) Conclusiones
VII) Bibliografía
I
INTRODUCCION
Recordemos que los enfermos, en la antigüedad, eran los “malditos de Dios”, eran los
“endemoniados”. Su curación era contraria a la voluntad divina. Jesús nació y murió en
ese contexto, y, ante los conflictos a los que se vio expuesto, nunca pasó de largo.
En esa sociedad concreta, real, Jesús mostró un nuevo rostro de Dios. Tomó partido, se
jugó la vida por ellos, comió con los excluídos, conoció sus necesidades, sus esperanzas, si
las tenían. Les hizo ver que no eran despreciables ni castigados por Dios. Les hizo conocer
la Buena Nueva: Dios los prefiere y los ama especialmente.
En nuestra sociedad actual, siguen existiendo “los malditos”, los despojados de todo.
De una manera casi involuntaria, me vi arrastrada, desde joven, a buscar la
proximidad de las personas sufrientes. En los últimos años, el contacto con enfermos
siquiátricos: esos a los que nadie escucha, esos que hablan solos porque no tienen a nadie
a su lado, los incomprendidos que, por lo general, no despiertan más que alivio en sus
familias, cuando los alejan de su medio.
Por otro lado, la búsqueda de un acercamiento a los enfermos con SIDA, contacto que se
concretó en un contexto diferente, ya que me llevó tiempo superar mis propias tendencias
discriminatorias frente a los “distintos”, rechazo que estaba muy arraigado en mi corazón
y que prefiero no analizar en este trabajo. Me pregunto si esa no fue la “guiñada” de Dios,
cuando me invitó a acompañarlo en esa misión concreta…
En esencia, se trata de la búsqueda de Dios en los marginados por todos nosotros. Todos
somos miembros de una sociedad “benevolente” y “tolerante”, pero, con frecuencia,
evitamos lo que molesta, lo que duele y no comprendemos.
El objetivo de este trabajo es el de plasmar por escrito el proceso que fui sufriendo,
proceso iniciado cuando era muy joven y cuando Dios era para mí alguien distante y
desconocido. El proceso que fue posible realizar al dejarme yo llevar por esa vocación de
servicio que El ya había implantado en mi. El descubrimiento que significó el encuentro
con CVX, realizar por primera vez ejercicios ignacianos, conocer la metodología del
discernimiento apostólico, ayudada, impulsada por una comunidad cristiana. Y las luces y
sombras que continúan surgiendo en mi accionar.
La metodología seguida fue la de analizar, teniendo siempre in mente ese objetivo, el
camino recorrido. Camino que fue abarcando lo intelectual y lo afectivo, en un primer
momento y que luego fue ampliándose e invadiendo todas mis áreas vitales: las
espirituales, las comunitarias, las apostólicas. Mi vida toda.
II
ORIGEN Y FUNDAMENTO
En los textos sagrados, Evangelios y cartas de Pablo, se encuentran claras referencias de
las actitudes de Jesús hacia los enfermos.
Mt:
Mt 5, 3-8 (Bienaventuranzas)
Mt 6, 1-4 (Guárdense de las buenas acciones hechas a la vista de todos)
Mt 8, 1-17 (Curación del leproso y La fe del centurión)
Mt 9, 18-38 (Curaciones varias)
Mt 9, 1-8 (Curación del paralítico)
Mt 11, 4-6 (Vayan y cuenten…)
Mt 20, 16 (Los últimos serán los primeros…)
Mt 25, 36 (Estaba enfermo y me visitaste)
Lc:
Lc 10,25-37 (El buen samaritano)
Lc 15, 11-32 (El hijo pródigo)
Lc 24, 13-35 (Los discípulos de Emaús)
1 Cor 12, 26-27 (Solidaridad entre los miembros del cuerpo de Cristo)
1 Cor 13, 1-3 (Si me falta amor…)
Salmo 38
Son muy numerosas, en toda la Biblia, las referencias a los enfermos. Simplemente señalo
algunas de ellas, las que han tenido más resonancia espiritual en mí. Distinta resonancia
según los momentos, etapas y circunstancias de mi vida.
Para hablar de milagro, no hace falta estar frente a un acontecimiento excepcional: toda
creación, la vida, la gracia, el perdón, el crecimiento de un árbol a partir de una diminuta
semilla puede ser visto y vivido como milagro. En la antigüedad, dado el escaso acceso de
la gente humilde a los pocos médicos existentes, y a sus limitados conocimientos
científicos, abundaban los curanderos, los magos, los exorcistas, los charlatanes. Surgían
también hombres religiosos, hombres santos, que invocando el nombre de Dios lograban a
veces mejorías en la psiquis y en el físico de las personas enfermas. Jesús no busca hacer
“milagros”. Hace “signos”, signos que anuncian la presencia y la acción inminente de
Dios. No busca destacarse como Hijo de Dios, sino mostrar el reino de su Padre, que es
para todos, sin exclusiones. Esos signos los ejerce aún en los pecadores ya que ese es su
corazón de Padre. Nos muestra que todos, justos e injustos, pobres y marginados, somos
iguales entre nosotros, que no caben las diferencias. No comienza Jesús por los más
fuertes y poderosos. Son los más débiles quienes deben ser ayudados primero a recuperar
su humanidad perdida.
Lc. 10, 29.- “¿Quién es mi prójimo?” El próximo, el que está a mi lado. Ante la pregunta
de Jesús, la respuesta del maestro de la Ley: “El que tuvo compasión de él”. Jesús dice:
“Vete y haz tú lo mismo”. Esa fuerza de Jesús inevitablemente se opone a la ideología
opresora religiosa imperante. Más que con sus palabras, es con sus gestos y su mirada que
infunde amor, vuelve posible creer en la llegada del reino para todos. Es una tarea de
denuncia que no podrá ser aceptada por los poderes imperantes y que signará su muerte.
Muestra Jesús un Dios nuevo, un Dios que viene a humanizar a los oprimidos y a igualar a
todos. Un Dios de amor y de misericordia. Un Dios para todos.
En el relato de las curaciones, por lo general, existe primero un encuentro provocado por
El. Una mirada cargada de compasión, la capacidad de Jesús de sumergirse en el dolor
ajeno. Jesús atento a los pequeños, a los sufrientes, a los segregados, a los “marcados” por
la sociedad. Jesús “mira”, “se detiene”. No busca reformar la vida religiosa de los que
acuden a él sino de ayudarles a gozar de una vida más plena. Busca liberarlos del poder
del mal: la exclusión, la hostilidad, el aislamiento, la prohibición de integrarse a un
trabajo, de entrar al templo. Luego, viene la acción de “curar”. No cura el dolor desde
fuera sino desde el interior del hombre. No busca mostrar un milagro, primero debe existir
una actitud, por parte del que espera, del que pide, del que cruza con él su mirada. Si no
tenían esperanza previa, ese acto de misericordia despierta su confianza y su fe. Y esa
curación es la mejor parábola para que todos comprendan que Dios es, antes que nada, el
Dios de los que sufren el desamparo y la exclusión.
Junto con la acción de curar ocurre otro fenómeno en el “curado”: el inicio de un proceso
de conversión. Y esto representa en sí un verdadero sacramento. Dios con nosotros. Dios
dentro del “sanado”. La sola presencia de Jesús irradia una fuerza curadora. La gente lo
busca para “encontrarse con él”. Su sola presencia despierta en ellos energías que
desconocían hasta ese momento, una fe y una esperanza que habían perdido por completo.
A través de las curaciones, busca Jesús rescatar las personas a la vida, mostrarles que son
dignos de ser amados, presentarles una sociedad más fraterna, vivir con más dignidad. No
todos responden a ese amor con amor. Existen también los indiferentes, los egoístas, los
que corren a su casa, curados de su lepra olvidando quien les devolvió la vida. Pero ese
proceso, interior, está en marcha. La compasión, ese amor ilimitado de Jesús, ese amor
gratuito, es el que devuelve al enfermo su capacidad para seguir haciendo camino. No un
camino individual sino a iniciar un proceso que lleva a creer en la vida, en la solidaridad,
en el amor gratuito, y en los que quedaron atrás. Moverse en comunidad. Todos
caminando, en distintos ritmos y procesos, pero todos convergiendo, aún sin saberlo, hacia
Dios. Es importante destacar que, a través de estos signos, Jesús no busca mostrar el poder
de Dios, sino su inmensa misericordia.
La Buena Noticia de Jesús es justamente provocar en el otro un deseo de liberación.
Descubrir que más allá de la ceguera física, de la parálisis, de la lepra, nace un profundo
deseo de cambio. Esa es la transformación interior que busca provocar Jesús. No pide que
lo sigan: “Vete a tu casa”, dice muchas veces. Una vez más nos da la libertad total en
nuestro discernimiento. Pero si experimentamos en carne propia esa experiencia de “ser
tocados “por El, cómo frenar el deseo de salir a dar testimonio de lo ocurrido. Ser
testigos… Proclamar su Reino, explicitar su amor gratuito y sin límites. Esa es la misión
a la que son llamados todos los “sanados”, y cada uno de nosotros, cristianos, que en algún
momento de nuestra vida hemos sido tocados por su amor. El anuncio del reino es la
respuesta de Dios al sufrimiento humano provocado por el hombre, por las diferencias
sociales, las injusticias y el uso del poder en el mundo. Y esta desigualdad e injusticia que
segrega al débil, al enfermo, que margina y mata, es una realidad que sigue existiendo hoy.
Jesús envía a sus discípulos a seguir trabajando por ese reino de amor y de justicia. A ser,
a través del gesto solidario, humano, sensible, provocadores de ese mismo proceso en
otros. Dar testimonio de que lo que vale es vivirnos unos a otros en una verdadera
dimensión de “hermanos”, seguir poniendo signos de la misericordia de Dios en nuestra
sociedad.
Algunas de las curaciones aparecen relatadas tanto en Marcos como en Lucas o en Mateo.
Unas son reales, otras simbolizan la actitud de Jesús frente a tantos excluídos de Galilea.
Jesús denuncia la marginación del ciego, la exclusión social de los endemoniados,
enfermos siquiátricos, poseídos por el mal. Ellos representan el fanatismo violento,
destructor de una ideología inaceptable para Dios, una ideología de esclavitud y
destrucción del ser humano. Jesús nos habla de un cambio de mirada, nos insta a trabajar
por la liberación interior, por ayudar a los más débiles a lograr una autonomía, por
reintegrarlos activamente a la comunidad. Ese reino de Dios, que se aproxima, debe ser
continuado por cada uno de nosotros.
III
DIMENSION APOSTÓLICA
“Bajaba un hombre de Jerusalén a Jericó, y cayó en manos de bandidos, que después de
haberlo despojado de todo y de haberlo molido a golpes, se fueron, dejándolo medio
muerto.
Por casualidad bajaba por ese camino un sacerdote, quien al verlo pasó por el otro lado de
la carretera y siguió de largo. Lo mismo hizo un levita al llegar a ese lugar: lo vio, tomó el
otro lado del camino y pasó de largo.
Pero llegó cerca de él un samaritano que iba de viaje, lo vio y se compadeció. Se le acercó,
curó sus heridas con aceite y vino y las vendó. Después, lo puso en el mismo animal que
él montaba, lo condujo a un hotel y se encargó de cuidarle. Al día siguiente, sacó dos
monedas y se las dio al hotelero, diciéndole: “Cuídalo. Lo que gastes de más, yo te lo
pagaré a mi vuelta”.
Jesús entonces preguntó: “Según tu parecer, ¿cuál de estos tres se portó como prójimo del
hombre que cayó en manos de los salteadores?”
El contestó: “El que se mostró compasivo con él”.
Jesús le dijo: “Vete y haz tú lo mismo”.
Lucas 10, 30-37
De todos los textos éste es el que más me convoca.
La circunstancia: un samaritano que se dirige a un lugar determinado, con un objetivo
preestablecido. Y ocurre lo imprevisto: un hombre tirado al borde del camino.
Se suceden una serie de acciones. Lo ve y “se compadece”. No es una simple mirada de
constatación. Es una mirada desde el corazón. No es una mirada cautiva, invadida por sus
propios proyectos, por su programa interrumpido, por el inconveniente surgido. Es una
mirada que enfrenta la situación, no se detiene ante el conflicto que le provocará ese
detenerse, asume sus consecuencias.
“Se acerca”. Me habla ésto sobre la importancia de saber detenerme. A menudo caigo en
el apresuramiento, a veces soy consciente de que intento evitar, en esa huída, “dejarme
tocar” por alguna situación muy dolorosa. Si el samaritano hubiera sido pragmático,
quizás hubiera esperado algún otro compañero que pasara por la ruta y compartido esa
responsabilidad. Pero no. La asume en plenitud, sin medir las consecuencias. Se entrega.
Y eso lo lleva, paso a paso, hacia posteriores acciones. Cura al herido, lo sube a su animal,
lo conduce a una posada, lo cuida.
La enfermedad nos coloca al borde del camino de Jesús. Es El quien se detiene, mira,
escucha, actúa. Con el corazón. Me arrastra a imitarlo, a detenerme, aproximarme física y
emocionalmente, con el corazón abierto. Me incita a dejarme llevar por su Espíritu, dejar
que El guíe mis palabras, mis gestos, mis palabras. Me incita a olvidar mi impaciencia, mi
cansancio.
Como dice Jean-Pierre Franclaire: “Señor, que mi presencia al lado de los enfermos pueda
hacerles sentir que cuentan mucho para mi”.
En el llamado al compromiso, el servicio a los enfermos, busco qué motivaciones
existieron en su inicio. Alguna vez me planteé la interrogante: “¿Quién es mi prójimo?”
“¿Quién me necesita?” “¿Quiénes son mis marginados?” o, simplemente, me dejé llevar
por un impulso no consciente ni analizado.
Y en mi actual camino, en mi oración diaria y en mi revisión de vida, me planteo alguna
vez la pregunta: “¿Qué hago para luchar por tantos hermanos discriminados?”, “¿Qué
hago por ayudar a mejorar su condición de vida, su calidad de muerte?”
O, simplemente, vivo al día, actúo y me dejo arrastrar por las circunstancias cotidianas.
Desde pequeña experimenté una clara vocación de servicio, aunque no lo pudiera definir
con palabras. En mi historia personal existió un llamado, una particular atracción hacia
los “pequeños”, los que carecían de todo ese bienestar familiar que me rodeaba.
Experimentaba culpas por mi status social, que luego fue necesario trabajar en una larga
terapia. Sin yo saberlo, estaba la presencia de Dios, oscura, silenciosa, callada,
esperándome, aunque tardé mucho en reconocerlo.
Desde muy temprano supe que quería ser enfermera. Fueron años de formación, años de
ejercicio profesional, donde, además de la superación técnica intentaba priorizar siempre
lo humano-afectivo. Años de militancia política, años de entrega a distintas causas, de
consolidación de una familia, esposo, hijos, sólidos lazos que se afirman en el tiempo.
Negué a Dios durante mucho tiempo. “Pero El estaba, estaba siempre”.
Hace veinticinco años ocurrió el encuentro. Largos años de proceso, de lucha, de
búsqueda, donde incontables manos se tendieron, me impulsaron, me mostraron su
ejemplo, su entrega. Todo cobró entonces un nuevo sentido, la vida misma se dignificó, la
muerte dejó de ser tan muerte, sólo una desgarradora separación envuelta en la certeza de
reencuentro y de plenitud. Desde ese impulso inicial que me empujaba hacia los que
sufren en su psiquis y en su cuerpo, fui aproximándome, al comienzo de una manera
voluntarista, y quedaba siempre un sabor amargo, de desconcierto, de fracaso, de
impotencia.
La búsqueda de una misión apostólica, en el marco de la comunidad local de CVX,
utilizando el método de Baquer sobre discernimiento apostólico comunitario, hace ya
ocho años, y, posteriormente, textos de Pablo Bonavía, me llevaron al acompañamiento de
enfermos terminales con Sida, y al acompañamiento de pacientes siquiátricos internados
en un “Hogar”.
Se trata de pacientes con Sida, internados en un hospital público, “Instituto de
Enfermedades Infectocontagiosas”. En su mayoría son jóvenes en situación de extrema
pobreza. Trabajadores sexuales, hombres y mujeres, adictos a las drogas, lo que provoca
con frecuencia la ruptura con el entorno familiar, social y laboral, convictos en alguna
cárcel del Estado, travestis, homosexuales. Lo han perdido todo, han perdido la familia, el
techo, la esperanza. Explicitan poco el miedo a la muerte, hace mucho que conviven con
ella. Cierran los ojos, cierran la mente, viven el minuto.
Por otro lado, los pacientes siquiátricos están recluídos en un residencial privado, que
carece de toda relación de amor, comprensión y respeto.
Las dos circunstancias, la de los enfermos con Sida y la de los pacientes con patología
siquiátrica son diferentes entre sí. A los primeros, concurro en calidad de voluntaria de una
ONG, Fransida. No existe una línea clara que pueda definir lo que significa ser
“acompañante”. Pero, por parte de la organización, sí existe la clara recomendación de ser
“apolíticos”, “arreligiosos”…” Por el contrario, al Hogar siquiátrico acudo semanalmente
como Ministro de La Eucaristía, enviada por la Parroquia de mi barrio. Cada semana
comparto con algunos de los pacientes trozos de sus vidas, se sienten escuchados,
cantamos, compartimos lecturas de distinta índole, no sólo religiosa, meditaciones
sencillas, reciben la Eucaristía. En el primer grupo prima la desesperación, el miedo,
muchas veces han llegado a esta situación límite en forma brusca. Viven situaciones de
dependencia que les anula aún más la voluntad y la esperanza. Su permanencia en el
hospital es corta. A veces desaparecen de una semana a otra: la muerte, el regreso a sus
casas o a un albergue. Por lo general es por un breve período, ya que pronto regresan, las
más de las veces para morir.
En los primeros encuentros descubro seres solitarios, anonadados, con una fuerte
sensación de derrota, a veces muestran resignación, angustia, agresividad. También
expresan rabia, culpa: “Si lo hubiera sabido antes”…
En un comienzo, llevada por mi voluntarismo, buscando inconscientemente la tarea
heroica, la “Madre Teresa”, viví esos encuentros con mucha angustia e impotencia. Mi
acompañante, el Padre Juan José Mosca SJ. me ayudó incontables veces en ese proceso de
crecimiento: “sentir diferente”, “descentrarme”, “salir de mi propio yo”. “Esos
sentimientos de angustia no vienen de Dios”, me repetía una y otra vez. Pasaron cinco
años en esa misión, con luces, sombras, dificultades. En el último año, acompañada en el
discernimiento personal con él, pude reconocer en mí cierta inestabilidad emocional y
fragilidad que no había percibido hasta entonces. Aceptar mis debilidades y mi fragilidad
y atender sus sugerencias, no fue fácil. Estoy reorientando esta misma misión, que se
desarrollaba en el Instituto Infeccioso, y concurro, en su lugar, a un hogar para madres
jóvenes, con Sida, en situación de calle, con niños, portadores o no. He descubierto el
valor de la tarea más distendida, la alegría compartida de manera distinta, la riqueza que
me aporta la convivencia con mujeres golpeadas, solas, necesitadas de mucho apoyo,
colaborar en la educación de esos niños, cuyas edades oscilan entre 2 meses y 9 años. Fui
aprendiendo a dejarme llevar por El, a no “elegir” por autosuficiencia las situaciones
extremas, (“tengo que poder…”), trato de medir “éxitos y fracasos” más allá del resultado
de cada encuentro. Voy escuchando con el corazón cada historia personal, recordando
cada rostro concreto, aprendo a escuchar con los “ojos del alma”, voy borrando todo juicio
calificativo. Utilizo el silencio, el silencio pleno de ternura, de amor, de presencia. No
siempre es fácil, no siempre lo logro.
Durante años no comprendí el alcance de esa frase “Ser testigos”. Había sido educada en
la práctica del silencio, de la introyección, del lema “lo que hiciere tu mano derecha…”,
de ahí que, creyendo que era bueno practicar esa humildad, más racional que espontánea,
guardaba silencio ante situaciones en las que yo participaba. Eso me hacía sentir más
heroica, más “ganadora del cielo” Era la religiosidad de la época de mi juventud… Un
diálogo íntimo con Dios, que impedía a veces la riqueza del intercambio, la humildad de
saber compartir dudas, errores, flaquezas frente al otro, la riqueza que implica la
existencia de un equipo, de una comunidad.
Y en este Magis, ese mandato divino: “Sed testigos”, me regala una nueva lectura. Si nada
de lo que hago viene de mi, si toda acción, intención, movilización, parte de su Espíritu,
porqué no ser testigo explícito de lo vivido. Porqué no trasmitir la fuerza de la esperanza
que se refleja en el enfermo, el efecto de un pequeño foco de luz en una vida anegada, el
valor de una sonrisa en el rostro de un paciente siquiátrico. Saber que es Dios quien está
actuando, que es su Espíritu el que me mueve a actuar, si yo se lo permito. Que todo el
“mérito” reside en El. Saber que esa práctica cotidiana mía puede empujar a otros en el
mismo sentido.
Retranscribo aquí un texto de Tarrarán, Adriano “Misión, el Hombre” (citado en
Acompañamiento humano y cristiano al enfermo de Sida) (Ver bibliografía)
“¡Escucha!
Cuando te pido que me escuches y tú empiezas a aconsejarme, no estás haciendo lo que te
he pedido.
Cuando te pido que me escuches y tú empiezas a decirme porqué yo no debería sentirme
así, no estás respetando mis sentimientos.
Cuando te pido que me escuches y tú piensas que debes hacer algo para resolver mi
problema, estás decepcionando mis esperanzas.
¡Escúchame! Todo lo que te pido es que me escuches, no que me hables ni que te tomes
molestias por mí. Escúchame, sólo eso.
Es fácil aconsejar. Pero yo soy capaz. Tal vez me encuentre desanimado y con problemas,
pero no soy incapaz.
Cuando tú haces por mí lo que yo mismo puedo y tengo necesidad de hacer, no estás
haciendo otra cosa que atizar mis miedos y mi inseguridad.
Pero, cuando aceptas, simplemente, que lo que siento me pertenece a mí, por muy
irracional que sea, entonces no tengo que tratar de hacerte comprender más, y tengo que
empezar a descubrir lo que hay dentro de mí. Seguramente es por esto por lo que la
oración funciona: ¡Dios está siempre ahí para Escuchar!”.
La lectura de este texto me ayudó a ser consciente del riesgo, frecuente en mí, de ejercer la
sobreprotección en el otro, pretendiendo paliar, de esa forma, una realidad difícil de
sostener. En los Evangelios puede verse con frecuencia a Jesús devolviendo la dignidad
al que la ha perdido. En esta misión, nosotros también podemos ayudar al hermano que ha
perdido su autoestima, su independencia, a recuperarla, volverse autoválido, por el sólo
hecho de asumir su enfermedad y sus limitaciones, por sentirse libre de hablar sobre ella.
El me enseña a acercarme con com-pasión. Aprendo a compartir. Y voy descubriendo e
intentando hacer descubrir al otro, en ese dolor que le aqueja, la posibilidad de una toma
de conciencia, de un cambio de vida, la presencia de una luz. Vivir la vida en servicio.
Que todos tengan la oportunidad de gozar de esa luz.
Dar testimonio de Dios y del Espíritu en todas los situaciones que se me presenten, por
mínimas que éstas parezcan, pero saber que, lo más frecuente y no menos importante, es
el testimonio humano de amor y solidaridad que puedo dar.
El acompañamiento no es planificable. Sólo exige estar disponible, sin tiempo. Saber que
El permanece en ellos alivia mi fragilidad, mi miedo y mi impotencia. Voy aprendiendo
de cada uno de ellos, intento expresarles el respeto profundo que me generan. Voy
aprendiendo a través de la escucha silenciosa, que se acompaña de la mirada, del gesto, de
la actitud. El contacto directo, tomarlos de la mano, una caricia, abren con frecuencia las
puertas del corazón. Son personas tan discriminadas, por su enfermedad, por sus opciones,
por el temor que provocan al contagio, principalmente de la tuberculosis, que con
frecuencia les aqueja. Con frecuencia ellos mismos se autodiscriminan, y es necesario
trabajar y combatir ese sentimiento. El acompañamiento a la familia, cuando está presente,
significa también una línea de trabajo y misión que no va a ser abordada ahora.
No se trata de “ir por ellos”, sino de “estar con ellos”; caminar junto a ellos, atrevernos a
compartir sus luchas. Arriesgarnos.
Resumiendo un pensamiento de Fourez, debemos aceptar ser vulnerables para poder ser
solidarios en profundidad y en coherencia.
Y, como dice Jon Sobrino, “la tarea de todo cristiano es ser generadores de amor y de
esperanza”. Sin esa experiencia de amor real, encarnada en el hermano sufriente, que
muchas veces no lo ha conocido, es muy difícil trasmitir la Buena Noticia, hablar de un
“cielo”, de ese amor definitivo, absoluto.
Permaneciendo junto a ellos es posible ayudar a transformar el miedo y el dolor, aliviarlo,
colaborar en el surgimiento de una esperanza. “Dios no trae soluciones, sino que hace
historia con nosotros”. Entiendo como misión primordial, el acercarme de manos vacías y
corazón humilde a esos seres humanos tan carenciados de afecto. Que puedan
experimentar el amor gratuito, anónimo, y luego dejarlo a El actuar. El sabrá hacerlo.
Meditando en Lc 24, los discípulos de Emaús, acompañar es ofrecerles la oportunidad de
hablar de sus miedos, si así lo desean. Y por encima de todo, es dejarnos evangelizar por
ellos.
IV)
DIMENSION ESPIRITUAL
Esta dimensión va entrelazada con la dimensión apostólica. No existe una sin la otra. Y
una nutre la otra permanentemente.
Como nos enseña San Ignacio, es necesaria la meditación, el discernimiento, antes de
actuar.
Oración Preparatoria: “ Sr. haz que todas mis motivaciones, decisiones y acciones sean
puramente ordenadas en servicio y alabanza tuya”. Y también, “Sr., tú sabes de mis
debilidades, de mis miedos, de mis depresiones, pero también conoces mi amor…,”
La composición de lugar, lo más minuciosa posible. Cada encuentro con un enfermo,
individual o grupal, sólo o con su familia, tiene una connotación diferente. Diferente es su
historia, diferente es la conciencia de su enfermedad, diferentes son sus fuerzas y
debilidades. Al preparar la visita, pensar en los rostros concretos, en sus nombres, en sus
circunstancias.
Por último, la petición. Nada podremos lograr si vamos con nuestros impulsos, con
nuestro voluntarismo, por más generoso que sea. Ya experimenté el fracaso y la sensación
de impotencia cada vez que quise caminar por mi propia cuenta. La pregunta: “¿Qué
quieres de mi, Sr.?”, “¿Por dónde quieres conducirme?” me ayuda a tratar de dejar de lado
mi yo, tan poderoso, tantas veces, y acercarme a los enfermos vacía de proyectos.
Escuchar a través del oído de Cristo, aprender de sus silencios, reconocer la moción que
viene de su Espíritu. Es fácil equivocarse, creer que actuamos entregados a El y mientras,
dejar nuestra poderosa voluntad volar por los aires, con su impaciencia, y la tentación que
querer encontrarle soluciones a todo. En este aspecto es mucho lo que voy aprendiendo.
Mi tendencia primera es “buscar” soluciones y ofrecerlas al otro. Debo aprender mucho
del silencio que permite al otro crecer, autoayudarse, ser más libre. Cambiar mi mirada, mi
tendencia a sobreproteger buscando así evitar al otro el sufrimiento. Cambiar mi mirada
por una mirada más enraizada en la de Cristo que nunca apura al otro, que sólo impulsa el
proceso que permite al otro crecer, que lo libera.
Volver a Los Discípulos de Emaús (Lc 24, 13-35) experimentar, para poder ayudar a
experimentar a otros cómo es posible pasar de la desesperanza y desesperación a la luz.Y
lanzarnos a la acción junto a El.
Acompañamiento en la etapa final:
Un simple estar al lado, tomar una mano, susurrar palabras de esperanza que ayuden a
romper el cerco de angustia y soledad.
Vivir es resucitar: hay muchas maneras de hablar sobre esta realidad nueva, entendiendo
por “resucitar” también un cambio de vida, nuevos proyectos, una toma de conciencia del
problema, descubrir la misericordia, la solidaridad, practicarla con los demás. Y si la
muerte llega: haber tenido la oportunidad de conocer la Buena Nueva, experimentar las
presencia del Padre, la esperanza, su luz.
No morir en soledad sino acompañado por otro ser humano. Con los mismos miedos, con
las mismas esperanzas, habiendo conocido, aunque sea fugazmente el amor gratuito, la
solidaridad, la ternura y LA LUZ.
En un comienzo, mi reacción frente a las situaciones terminales era la de huir, delegar ese
momento final a un sacerdote. En el acompañamiento personal cevequiano, comprendí
que nosotros mismos somos los sacerdotes en algunas circunstancias. El nos puso en ese
camino y debemos acompañarlo hasta el fin.
Deseo compartir un pequeño texto, verídico, redactado bajo forma de cuento, donde sólo
la circunstancia de la guardia nocturna es ficticia.
NOCHE DE GUARDIA
La mujer, menuda, vestida con una túnica blanca, está acurrucada en una silla. Sólo una
desnuda bombita de luz ilumina de tanto en tanto el corredor del hospital que se encuentra
en penumbra. El silencio, opresivo, es interrumpido por una tos cavernosa, una respiración
pesada, un murmullo.
“Voy a comenzar con el recorrido por las habitaciones”, piensa ella. Se pone de pie,
acostumbrada, noche a noche, a esta rutina. “Comenzaré por el Box 6”, se dice, “Carlos no
está bien…”. Sigilosamente se acerca al pie de la cama. Una figura informe, arrollada en
un torbellino de sábanas, parece no respirar. Ella se aproxima, observa el suero que cae
gota a gota en las venas, escucha el barboteo del oxígeno, contempla el rostro sudoroso del
enfermo. Le toma la mano, le acaricia el rostro. “Qué solo está”, piensa con dolor. Le
susurra al oído: “Carlos, estoy contigo. No estás solo. No tengas miedo. Aquí estoy, a tu
lado”. El parece ajeno a toda presencia humana. Ella continúa suave, quedo; el enfermo de
pronto le presiona la mano. “Carlos, yo creo en un Padre que te ama como nunca nadie te
amó…” “Te está esperando…” “Con los brazos abiertos…” Las palabras de la mujer
siguen fluyendo lentas, un simple murmullo que, quizás, ni siquiera sale de sus labios sino
de su corazón. Carlos parece serenarse. Su respiración sibilante se hace más lenta, se
interrumpe por momentos. Así permanecen los dos largo rato.
De pronto, la mujer levanta la cabeza, se endereza, contempla una vez más el rostro de
Carlos, con ternura, aún susurra unas palabras, interrumpe el flujo del suero y del oxígeno
ya innecesarios y, silenciosamente, sale del cuarto.
Ahora hay tiempo. Más tarde pedirá que lo trasladen a la morgue.
V)
DIMENSION COMUNITARIA
Cuando nuestra comunidad aún no estaba suficientemente madura, comenzó mi
compromiso antes mencionado. Acompañada por el Pdre J. J. Mosca SJ fui recorriendo
etapas difíciles, voluntaristas, dolorosas, plagadas de errores, centrada en mí misma, sin
una clara conciencia del significado de formar parte de una comunidad apostólica en
misión.
Los Ejercicios Espirituales, acompañada por el mismo sacerdote, me ayudó a escuchar al
Señor, me llevó a un discernimiento más profundo, que no hubiera sido posible sin el
acompañamiento personal ya mencionado.
El paso siguiente fue acompasándose con todo un proceso de maduración ocurrido dentro
de la comunidad, el estudio y reflexión sobre textos claves, Baquer, Mollá y distintos
materiales de CVX relacionados con la misión y el envío.
Pude compartir en comunidad las luces, las sombras, los miedos, los errores cometidos, el
dolor que a veces me dejaba aniquilada. Cada compañero escuchó y reflexionó
fraternalmente, cada uno hizo un aporte que ayudó al discernimiento comunitario.
Entre ellos quiero destacar la recomendación, que aun no he logrado acatar, con respecto a
mi propio cuidado físico, dado el contacto con enfermedades infectocontagiosas como la
tuberculosis, que requerirían medidas especiales de aislamiento en los visitantes.
Unos meses después sentí la necesidad de “ser enviada” por la comunidad. Preparamos la
celebración en conjunto. El padre Mosca explicó el sentido de ese envío Compartimos la
lectura del texto de Carlo Carreto: “Iglesia, cuánto te quiero”. El Evangelio elegido fue el
de Lc. 10 “El Buen Samaritano”
Transcribo aquí el texto del envío:
“Señor, haz de mi un instrumento de tu amor. Donde haya:
- Soledad, discriminación, culpas, miedo, dolor, desesperación,
- Pueda yo llevar:
-Tu paz, tu esperanza, tu misericordia
(Comunidad): Haz de esta comunidad una verdadera comunidad de apóstoles.
Ayúdanos a:
-Ser generosos en este acompañamiento.
- Sentir verdaderamente como hermanos los destinatarios de esta misión
- Tener presentes sus rostros en nuestras oraciones
- Ser capaces de vivir esta misión como propia
- Enseña a nuestra comunidad a dejarse llenar por ti
- Enséñanos a guardar silencio para que, junto a los enfermos, seas tú quien consuela,
ilumina, ama.
- Ayúdanos a experimentar la alegría de coparticipar en la construcción de tu reino.
Luego compartimos el pan y el vino, y entre los sentimientos expresados por cada uno de
nosotros, deseo destacar la alegría que experimenté ya que Raúl, mi esposo, compañero de
toda una vida, agnóstico, humano, compartió y participó con el corazón en esta
celebración comunitaria. La fortaleza que sobreviene a partir del envío comunitario es
difícil de expresar. Debe ser vivida personalmente.
Este año tendrá lugar una nueva reunión de apoyo y discernimiento comunitario, frente a
modificaciones que han ido ocurriendo en el correr de este tiempo en el desarrollo de mi
misión.
DIFICULTADES
No caer en el voluntarismo y en la sobreprotección (que me empuja a intentar por todos
los medios ayudar a resolver situaciones puntuales) Por el contrario, ir entrenándome en
el estímulo contrario, enseñar a cada uno a buscar sus propias herramientas y lograr, de
esta forma, que tengan una mayor autonomía.
Falta de respaldo institucional, en el caso de la visita a los pacientes siquiátricos.
Si bien concurro “enviada”, como ministro de la eucaristía, el trabajo que realizo va más
allá del la administración de la Comunión. Existen contactos y diálogos profundos con no
creyentes, con pacientes que viven situaciones de concubinato, “censuradas” por la Iglesia
oficial., desentendimientos con mis propios compañeros de Ministerio, ya que muchos de
ellos dan más importancia a la ley que al amor. Doy gracias a Dios ya que esta tarea la
realizo sola, no la comparto, lo cual, en estas circunstancias, no deja de ser un beneficio.
Por otra parte, cuento con el apoyo y orientación de mi acompañante espiritual, que me
reorienta cuando tengo enfoques muy “laxos” e interpretaciones muy “personales” sobre
cuestiones de fe.
En el caso del acompañamiento a los pacientes con SIDA, si bien pertenezco a una ONG
que se dedica a ese tema, no puedo explicitar frente a ellos mi fe y mi posición de cristiana
en misión. Pero cuento con el privilegio de pertenecer a una Comunidad Mundial, CVX, a
una comunidad nacional en la cual podemos cada uno de nosotros compartir nuestra
misión y a una comunidad local que escucha, comparte, acompaña. La dificultad radica en
que somos 14 compañeros, cada uno con una misión particular, y nos reunimos solo 2
veces por mes. En ese sentido hemos elaborado un sistema de reuniones en pequeños
subgrupos, para poder así canalizar situaciones más urgentes.
Por último, ayudada por mi acompañante estoy intentando ser más humilde, reconocer mi
fragilidad, llegado el caso y saber aceptar los límites que mi psiquis y mi físico me
imponen.
VI)
CONCLUSIONES
Como dice Pablo en Filip 3, 10, “quiero experimentar en mí el poder del resucitado”
Hago mío ese deseo.
“Quiero”, deseo profundo que sale del corazón, no de un impulso voluntarista y heroico.
“Experimentar” pero no desde mi comodidad, sino en vaso de barro. Ensuciarme, tocar
esos rostros, secar esas lágrimas, compartir la esperanza, hablar de la Buena Noticia que
trae consuelo al corazón afligido.
“El poder del resucitado” Volverme nada; disponible en sus manos.
Voy descubriendo que la prudencia y el dolor son válidos, pero que es necesario eliminar
de nuestro corazón el miedo y la angustia.
La Ley de Dios se resume en el Mandamiento Nuevo: en el amor.
Experimentamos por dentro ese amor, es inherente al ser humano, pero expresamos esos
sentimientos sobre los otros.
Como decía Heidegger: “el hombre se manifiesta únicamente en la medida que expresa en
actos su ser”.
Debemos, pues, practicar el vivir de adentro hacia fuera. Buscar la coherencia entre lo que
sentimos y lo que expresamos, entre lo que predicamos y nuestro estilo de vida, entre lo
que vivimos como “misión particular” y cada minuto de nuestro existir.
“En el atardecer de nuestra vida seremos examinados sobre el amor” (San Juan de la
Cruz). Y, como afirma San Ignacio, nuestro amor no es sólo palabra sino acción. Somos
simples colaboradores de Dios No es “mi misión”, como acostumbramos decir. Es la
misión de Cristo que nos la encomienda a nosotros. Cuánto más frágiles, cuanto más
pecadores, cuánto más perdonados, más invitados somos a seguirle. Y, como
experimentamos en ese precioso texto “Contemplación para alcanzar amor”, al igual que
Pedro, que negara tres veces a Jesús y fue perdonado y elegido para colaborar con El,
nosotros también somos elegidos por El, a diario, todos, y no por nuestras cualidades ni
méritos. Somos invitados por ser sus hijos, porque nos ama, porque es la manera como El
va escribiendo la historia en nuestro corazón y en nuestra propia vida, si se lo permitimos.
Vivir la vida de Jesús, ese es el desafío.
Mirando para atrás en este largo proceso de mi vida, puedo ver las líneas escritas por el
Señor, desde mi nacimiento, pero a las que preferí ignorar durante tanto tiempo. Y el
desempeño de cualquier tarea apostólica, si no es en comunidad, si no es discernida en
profundidad, puede llevar a cometer imprudencias, errores, y llevar al que así trabaja, a un
estado de fracaso y de inacción. Creo necesario volver una y otra vez al Buen Samaritano,
a Jesús en medio de nosotros, para no caer en el riesgo de la rutina, y vivirlo todo en la
ESPERANZA.
VII)
BIBLIOGRAFIA
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Catecumenado para universitarios
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- VÁZQUEZ, ULPIANO SJ. “Contemplación para alcanzar amor”
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