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Entre la Utopia y la Literatura
(Apuntes Autobiográficos)
Feb.1984 – Oct.2001
EDITADO POR LA COMUNIDAD HUAYRA HUASI
SOTO AVENDAÑO S/N – Bº ALTO INDEPENDENCIA
(4630) HUMAHUACA
JUJUY- ARGENTINA
Web: www.raulprchal.com.ar
E-mail: [email protected] [email protected]
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para: - Mi compañera Rufina Barconte (“la Salinera”)
- Mis hijitas Abigail y Deborah (firmes pilares de mi producción literaria)
- Juan Nieva... y, por supuesto, a su hermanita “Wendy”
- Sole la mujer niña siempre
- Martín “el hermano menor” y Juan “el Ceramista”
- “Pacho”, el hermano de los Andes
- Mi “Sobrina” Magda Banach.
- Mi Compañero de Aventuras, Fabián Epelbaum (“El Director de la Película”)
- Rafael Restaino, que hizo posible la parición de EL FRANCOTIRADOR en 1987
- Radio Luna Azul de Humahuaca 97.7
- Claudio Táccari (Gerente del Departamento Informática) que asumió la ímproba ta-
rea de TIPEAR, CORREGIR Y RETIPEAR este texto (como había hecho anterior-
mente con el de “EL FRANCOTIRADOR”).
- Sin olvidar a todos aquellos que me acompañaron un trecho y luego desertaron, in-
clusive los que se llevaron herramientas y/o dinero y los que me quitaron el saludo de
manera temporaria o definitiva.
Su recuerdo hace que me encoja de hombros. Bien dice el “BUFON LUCIDO”:
“...No es fácil encontrar compañeros dispuestos a compartir durante mucho tiempo
este tortuoso y personal camino. Es posible que esta dificultad se acreciente con las
mujeres...”
¡Hola! Estos Apuntes son la continuación de “UN GUANACO EN EL ARCA
DE NOE”, publicado en el año 2.005. Sin embargo, fueron gestándose alrededor de
1.985 para reflejar los profundos cambios que se produjeron en mi existencia a partir
de principios del ´84, cuando comencé a escribir con la obsesión de publicar.
Llegan hasta 2.001, porque en ese momento mi vida se desaceleró: Empecé a
gozar de mi vejez, de mi “Tiempo de Cosechar” … abandoné los desgastantes despla-
zamientos geográficos para dedicarme de lleno a hacer realidad mis TRES OBJETI-
VOS:
ESCRIBIR
EDITAR
TRIUNFAR EN VIDA
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Prólogo
Hay circunstancias históricas que llevan al ser humano a asumir determinadas
actitudes frente a la Sociedad. Algunas de ellas se ubican en la primera infancia. Es-
ta opción ideológica se traslucirá en cierta forma de vestir, de hablar o de comportar-
se. En el caso del artista, teñirá inevitablemente toda su obra.
Desde muy joven me costó transitar por los caminos previstos. Por otra parte,
constaté que influía sobre los demás (o que, por lo menos, los impresionaba o subyu-
gaba). Muchas veces tuve la certeza de poseer un MENSAJE PARA LA HUMANI-
DAD, aunque su sentido se me escapara. Todo esto provoca en mí reacciones contra-
dictorias que, lógicamente, no todo el mundo comprende. Muchas de ellas están refle-
jadas en forma algo críptica, en algunos de mis escritos.
Lo que sigue es un intento (lo más honesto y objetivo posible) de reflejar en
forma cronológica y ordenada mi lenta evolución o contramarcha.
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I – LOS PRIMEROS PASOS
Delirios y tanteos
1958 – 1962:
Siempre estuve un poco en las orillas del Sistema. Tal vez desde el momento
en que robé LOS VAGABUNDOS DEL DHARMA de Jack Kerouac en una vieja li-
brería de la Calle Corrientes y vislumbré que se podía vivir de otra forma… Pero era
muy joven en ese entonces y me faltaba mucho. A pesar de DEMIAN y de EL LOBO
ESTEPARIO, pensaba todavía que para salir adelante era necesario un Título. Ter-
miné el Secundario trabajando en una fábrica metalúrgica, para poder asomarme a
las puertas de un par de Facultades.
1962 – 1975:
Más tarde creí que para salir de la Sociedad me convenía formar parte de una
Comunidad paralela y organizada. Seguí entonces, durante muchos años a Lanza del
Vasto y sus Gandhianos de Occidente. Integré una fallida experiencia comunitaria en
las Sierras de Córdoba y llegué años después, a LAS FUENTES (en Francia), donde
viví durante dos años hasta convencerme de que no era la mía (fui descubriendo ver-
dades demostradas por el absurdo). De regreso, en España, escuché la palabra A-
NARQUÍA en labios de gente maravillosa. Aún soñaba con la comunidad pero, claro,
tendría una organización apenas esbozada. Sus habitantes, afincados en un lugar del
Noroeste, realizarían trabajos de reparaciones. Electricistas, plomeros, albañiles o
carpinteros que depositarían sus ganancias en un fondo común y (una vez cubiertos
los gastos de comida, electricidad o gas) se repartirían el excedente en partes iguales
para evitar ansiedades proyectadas en los vicios (llámense tabaco, vino, acuarelas o
libros).
1975 – 1983:
Después de tantos avatares, me pareció increíble lograr establecerme en Huma-
huaca (mi Tierra Prometida). Necesitaba perentoriamente encontrar mis RAÍCES
LATINOAMERICANAS, integrarme a los legítimos dueños de esta árida zona. Los
descendientes de los primitivos habitantes de la periferia del Incario. Transcripciónes
de un párrafo de mi Proclama de Presentación de la Comunidad HUAYRA HUASI,
que releo ahora con sonrisa algo irónica. De a poco, los compañeros se fueron yendo
(o se los llevaron sus mujeres) y, un buen día, quedé completamente solo. Seguía ob-
sesionado con la Comunidad pero había superado la adicción, la necesidad imperiosa
de vivir acompañado como única posibilidad de no sentir que estaba simplemente so-
breviviendo, vegetando…
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Dic. ´83:
Unos años atrás había comenzado a escribir una novela. La busqué entre pape-
les olvidados y lentamente, me lancé a vivir la ficción del brazo de los personajes en
los que me proyectaba (los psicólogos que me trataron observaban rasgos esquizoides
en mi conducta). Así nació el “FRANCOTIRADOR” Alfonso (o Alphonse) Kumovic
(nombre con el que firmaba algunas de mis cartas); imagen arquetípica de mí mismo.
Al mismo tiempo releía mis clásicos del ´60. Comenzaba el verano quebradeño. Con
mi equipo para lluvia estilo capuchino me paseaba embelesado por la Planta Depura-
dora de Líquidos Cloacales (en la que trabajaba y vivía) viendo verdear sauces y ála-
mos bajo una llovizna pertinaz. Después, en la dulce soledad de mi habitación, me
reencontraba con Rimbaud, el viejo Van Gogh, Artaud…
Feb. ´84:
Un día, al llegar a mi enorme casa desierta, encontré un par de melenudos espe-
rándome. Dos voces sonaban en mi interior, mientras ellos me pedían que les alquila-
ra una habitación y me contaban que querían recorrer América recopilando música
andina. Una gritaba: “Pasen, hermanos. La casa es de ustedes”. Otra susurraba: “…te
han cagado tantas veces…”. Resolví la disyuntiva impulsivamente. Abrí la puerta y
les dije bruscamente: “Vivan aquí. El alquiler es comida para mis gatas”. Salí corrien-
do a soldar caños de plomo (no estaba del todo convencido). Al volver, encontré la
casa barrida y un aromático guiso hirviendo. Lo comimos con una “llajwita” bien pi-
cante, asentándolo con abundante vino blanco. Después sacaron sus instrumentos y
cantamos durante un buen rato (“ÑOQA POBRETA, ÑOQA WAJCHATA… CO-
RAZÓN ADOLORIDO…M´HE DE IR…”). Poco después llegó otro de los integran-
tes del grupo. Con él venía el Hada Rubia, caminando descalza detrás de la Procesión
de la Virgen de la Candelaria. Nadie tuvo ninguna duda de que se trataba de mi sobri-
na. Yo tampoco. Dibujamos casas semiderruidas al borde de calles empinadas... ca-
minamos bajo el sol por sendas pedregosas buscando cincuenta espinas de cardón pa-
ra consultar el LIBRO DE LAS MUTACIONES (es el equipo que me acompaña des-
de entonces)… fue mi punto de referencia, junto con el guitarrista genial… llenaba
mi vaso de vino y mi vida de sentido… era segura guía para volver, a la madrugada, a
la casa comunitaria. Yo alardeaba de vivir en el pueblo durante diez años y, sin em-
bargo, fue ella la que me hizo conocer a las NIÑAS-DE-LARGAS-TRENZAS, ven-
dedoras de especias y cintitas. Por su parte, los músicos llegaron con las bandas de si-
kuris; acababan de llegar y se relacionaban con mis vecinos sin declaraciones ampu-
losas… con una total naturalidad. Se acercaba el Carnaval y lo “ablandábamos” co-
pando Peñas. ¿Quién se atrevía a enfrentar a la Banda de la Comunidad Anarquista
Transitoria a toda música? Yo agitaba mi pañuelo y golpeaba el “derbakes” marroquí
hasta que me sangraban las manos. Al día siguiente… mate amargo con ajenjo, Con-
certi Grossi de Vivaldi y vuelta a la joda. Bailábamos con el “yatiri” aymara bajo el
arco iris y vaciábamos damajuanas de SOCOMPA (vino fuerte como el cerro sagrado
que lleva su nombre). No faltaron éxtasis bajo la luna ni vanos propósitos de “vida
sana” que se desvanecían cuando, al llegar al bar, la dueña ponía un vaso delante de
cada uno… Sabíamos que la Comuna era TRANSITORIA y la vivíamos con intensi-
dad. Cuando supe que la partida era inminente, les escribí una carta para entregarles a
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último momento. No fue fácil porque tenía los ojos nublados por las lágrimas (para
mí, una experiencia NUEVA). La última noche “nos” amanecimos haciendo música
en un boliche. El mozo nos rogaba que dejáramos cantar a los demás. Imposible; era
la despedida y, además, se trataba de la única peña que se había salvado de nuestra
visita. En medio de esta euforia, reencontré a mis hijas y a mi yerno o, quizás, los
encontré por primera vez en mi vida.
May. ´84:
Llegó el otoño y la arena comenzó a cubrir los pisos y los muebles de la casa
cerrada. Pero yo ya había comprendido que la Comunidad seguía siendo una realidad
aunque no viviéramos bajo el mismo techo. Un día apareció el “Hermano Menor”.
Alquiló una pieza en el pueblo y me ayudo a roscar caños galvanizados y a reparar
calefones. Mientras tanto, Alfonso y Pepe (los personajes de EL FRANCOTIRA-
DOR) vivían su vida en el microcosmos que yo había creado, ME vivían…
Ago. ´84:
Hasta ese momento había vociferado que jamás iba a volver a Buenos Aires.
Sin embargo, al recibir una carta de mi sobrina en la que me pedía una consulta al I-
CHING, subí a un avión y aterricé en el Aeroparque. Llevaba, además del Oráculo,
las primeras treinta y cinco páginas de mi novela en la alforja. Fue una buena expe-
riencia con visiones del pasado, encuentros mágicos y contactos con el mundillo lite-
rario. Pude comprobar que había avanzado bastante en mi ruta marginal: a pesar de
estar bastante algo muy alejado de los centros de información (o precisamente por
eso) tenía opiniones propias sobre lo que veía y me decían.
Set. / Dic. ´84:
Poco después de mi regreso, llegaron los hacedores de bicicletas de alambre y
la casa volvió a ser Comunidad. Cuando vinieron los otros artesanos los estaba espe-
rando con los pisos limpios y las gatas ronroneando. Llegamos a ser veinte en la mis-
ma mesa y no teníamos ningún tipo de organización. Al mediodía, cuando volvíamos
de vender artesanías en la plaza, improvisábamos algo para comer de acuerdo a lo
que podía aportar cada uno (sin que faltara para el SOCOMPA). Un día de pocas ven-
tas, esta historia del vino provocó una pequeña tensión. La encaramos en el acto: ante
el planteo de anotar los gastos en un cuaderno y dividirlos en partes iguales, surgió un
rotundo y unánime ¡¡NOOO!! y decidimos suplir la aborrecida estructura con un in-
cremento del amor fraternal. Lo que nos propusimos fue tratar de no superar los diez
litros diarios de vino y hasta consideramos la posibilidad de reemplazarlo por agua en
casos extremos. Seguimos funcionando anárquicamente. El libro avanzaba muy len-
tamente y se comentaba durante las comidas; algunas de sus páginas son transcrip-
ciones textuales de esas charlas. Además, en esa época apareció mi primer artículo en
la revista VOCES Y MANOS de Neuquén y no sólo eso sino que… me pagaban la
colaboración (!!!). Ese mediodía hubo vino fino, postre y cigarrillos para todos y la
sobremesa se prolongó hasta la madrugada del día siguiente. Cantábamos rock nació-
nal mareados por dulces borracheras… la cuestión era fluir en hexagramas y conocer-
nos por astrología intuitiva. Comenzaron a rebrotar las plantas del jardín; para prote-
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gerlas, levantamos en dos horas una serpenteante pared de adobe. Encaramos también
la reparación de los techos ante las inminentes lluvias del verano y otros arreglos me-
nores. Un día recibí una carta de un lugar distante; lejana también en el tiempo, me
trajo imágenes que volqué (obviamente) en la novela (esa LOMBRIZ SOLITARIA,
según Vargas Llosa). Otra experiencia con la que nutrieron varias páginas fue la de
mi incorporación a una cuadrilla de lo que en esa época era la Dirección Provincial de
Agua Potable y Saneamiento. Estaba destinada a apuntalar con un muro de piedra la
acequia que llevaba el agua a Tilcara. A más de una hora de camino a pie desde la
Garganta del Diablo fui, una vez más, el único gringo entre los criollos. Pero mi an-
gustia por el desarraigo se le había traspasado a Alfonso Kumovic en ese extraño pro-
cedimiento de alquimia llamado escribir. Ya no me interesaba la integración; prefería
buscar la aceptación (hacerme un espacio a pesar de mi barba y de mi inevitable con-
dición de porteño). A la luz del farol a kerosene, jugábamos al truco después de traba-
jar todo día bajo el sol. Yo era el más flojo para alzar piedras y, sin embargo, me res-
petaban hasta tal punto que se me asignó la tarea de repartir la damajuana en forma e-
quitativa (¡¡cinco litros entre veinte personas!!). Cuando bajamos, llenos de tierra y
con la garganta reseca, nos pusimos al día y llegué a la casa comunitaria sin recordar
muy bien como me llamaba. Varios se habían ido con distintos rumbos, pero llegaron
otros… En general, todos entendían el estilo de vida de la casa; pero hubo una excep-
ción. Al principio esa situación pasó desapercibida porque, realmente, no se ejercía
ningún tipo de control. A pesar de eso, se hizo evidente de que a la hora de aportar
para los gastos había uno que se hacía el desentendido. Lo dejamos pasar, pensando
que paulatinamente iría entrando en el espíritu comunitario. Fue inútil. Las ocasiona-
les sugerencias provocaban reacciones francamente hostiles. Yo no sabía cómo en-
carar la situación: si lo expulsaba me ponía en el rol de autoridad y dueño de la casa
(doble contradicción ideológica), pero la presencia de ese siniestro personaje provo-
caba tensiones en todos los habitantes de la Comuna. Después de una turbulenta reu-
nión, logramos que se aviniera a hacer una modesta contribución, pero el problema
subsistió a pesar de los esfuerzos de su mujer por atemperar los desplantes con sonri-
sas (sinceras o no). Yo esperaba que una acción unánime y solidaria del grupo pusiera
fin a este estado de cosas y así pasaron tres largos meses. Finalmente, tuve que resig-
narme y decirles que se fueran. Creo que esta triste historia nos sirvió de lección a to-
dos. La puerta siguió abierta para los que llegaban, pero también lo está para que sal-
gan los que no entienden este modo de vivir. La HUAYRA no es un RESIDENCIAL
GRATUITO.
Estaba estancado con la novela; el sube y baja entre los dos personajes centra-
les estaba volviéndose monótono. Para no perder la mano, escribí un par de cuentos
de Ciencia-Ficción que se publicaron en Rosario (Santa Fe) y otro artículo para la re-
vista de Neuquén. Tal vez esta obsesión por ver publicado lo que escribo me impide
tomar una posición netamente marginal frente a la Sociedad. Quiero darme a conocer,
mostrar lo que hago, gritar mi mensaje. Por otra parte, temo que el éxito me proporc-
ione un exceso de dinero que desautorice mi actitud. Cuando creía que podía llegar
a tiempo para presentar la novela en el Concurso de la Fundación Fortabat, había de-
cidido destinar el dinero del premio a la compra de cuatro mil quinientas damajuanas
de vino y al pago de una camioneta con parlantes que invitara a todo el pueblo a fes-
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tejar mi triunfo. No sé si hubiera concretado ese delirio; era una forma más bien sim-
bólica de reflejar mi idea de que el oro es un metal que pudre a quien lo toca y que la
única posibilidad de enfrentar este peligro es desarrollar una estrategia preventiva.
Pensando más razonablemente decidí enviar una buena parte de mis eventuales
ganancias como escritor a las Misiones de África. Aunque la acción de éstas sea dis-
cutible, merece la pena salvar de la desnutrición a algún niñito como el de la foto que
tenía sobre mi escritorio. De todas formas, comencé a enviar la modesta contribución
del 5% de mi sueldo. “¿Por qué África y no América Latina?” me han preguntado al-
gunos. No es fácil responder con claridad. Muy posiblemente el principal motivo sea
la fascinación que ejerce sobre mí el Continente Negro, con sus contradicciones, ya
que intuyo que allí están latentes las reservas de la humanidad. No creo que decida
cambiar este semidesértico paisaje por el de la selva ecuatorial (sería comenzar nue-
vamente a hacerme un lugar en un medio distinto) pero nada me cuesta tener contac-
tos allá. Además, desde siempre he buscado vivir con lo justo o con menos. Una vez
más volqué en el papel la actitud absoluta. Este cuento hizo pensar a algunos de mis
amigos que no me verían nunca más; y otros creyeron que se trataba de una pose. Pa-
ra mí es una posibilidad (un AS EN LA MANGA) para utilizar en el caso de que lle-
guen a acorralarme. Es, además, la postura marginal más coherente que existe:
“Querido amigo: estoy en un rincón de mi pieza desierta. Escribo por última
vez, mientras vacío una botella de vino barato. He vendido o regalado todo. Ayer
quemé mi documento, mis escritos, mis dibujos. Ya no me interesa viajar ni luchar
contra el Sistema. Tampoco trascender artísticamente. El asco profundo, que hace a-
ños me hizo dejar la Universidad, siguió creciendo en las rutas de Europa y Oriente,
en las comunidades paralelas, las sociedades alternativas, los festivales de rock y las
ferias artesanales. Todo apesta o, tal vez, sea yo y por eso estoy solo en mi trinchera
levantando una bandera descolorida que nadie ve. Me voy sin destino ni identidad.
Cuando recibas esta carta seré un verdadero marginal. Una gruesa capa de mugre me
protegerá de este mundo podrido y condenado a la autodestrucción. Seré una paria,
un vagabundo… Seré, por fin, un anónimo linyera más. Paz, Raúl”.
Feb. ´85:
Más tarde, esta imagen fue fagocitada también por EL FRANCOTIRADOR,
pero en ese momento no sabía cómo seguir con el relato. De todas formas, no me
importaba mucho porque había vuelto el verano y sentía en la piel la proximidad del
Carnaval. Miré a mí alrededor y descubrí a mis hijas, a mi yerno, a mi sobrina.
Habían llegado como respondiendo a un llamado, como siguiendo un ritmo
cósmico. Las peñas reabrían sus puertas y no era posible resistir a su llamado. Hu-
bo enfrentamientos tragicómicos con folkloristas de cierta fama, conversaciones des-
cabelladas con gente que quería “embeberse” de la música de la Quebrada sin “beber-
se” ni un vaso de vino y regresos, con paso vacilante, al compás de una canción de
John Lennon (ALL WE NEED IS LOVE). El broche de oro fue el PRIMER TANTA-
NAKUY MARGINAL que se llevó a cabo a la madrugada, sobre el mismo escenario
del (cada vez más oficializado y decadente) Encuentro de Instrumentistas. Después
de todos estos delirios, la llegada del Carnaval me encontró con un sólo deseo: EN-
CERRARME A ESCRIBIR. El día del Desentierro me quedé solo en la Planta Depu-
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radora: mate amargo, “Cerealitas” y un atado PARISIENNES. El objetivo era salir en
busca del “tercer personaje”. Hacia el atardecer caí en una especie de sopor que me
facilitó la entrada en el Mundo Irracional. Vislumbré seres desequilibrados interna-
dos en manicomios… pero… no era eso… de a poco, la imagen de la mujer mirando
el mar desde su silla de ruedas fue adquiriendo contornos precisos y me susurró clara-
mente su nombre (“EMA”). Si algún escritor me contara algo similar, pensaría en al-
gún truco literario o teatral para llamar la atención sobre su obra; pero éste y otros fe-
nómenos que experimenté mientras escribía mi primer novela, me han hecho ser más
cauto en mis juicios. Quedé muy impresionado y durante la noche tuve sueños in-
quietantes que pasé, lógicamente a Pepe. Reflejé también mi atracción hacia el Conti-
nente Africano, los viajes (posibles pero transferidos al planisferio) y a las cónsultas
al I-CHING. Me estaba acercando al mínimo de cuarenta mil palabras establecido por
el Concurso de EMECE EDITORES y sabía que no tenía mucho más que decir. Ade-
más, podía cortar el relato en cualquier momento ya que tenía el desenlace (la noticia
publicada por un diario de Rosario) casi desde el principio. Pero el médico a quien
había creado como un oscuro personaje para dar mayor brillo al de Alfonso, había
crecido en importancia. Desde la discusión en el OLYMPIA de París, había dejado de
ser el pobre burgués deslumbrado por la atormentada personalidad de su amigo. Nun-
ca “zafaría”, pero tampoco sería un conformista. Viviría y moriría cuestionándose
despiadadamente. Además, lo había hecho vivir un tiempo en la Comunidad IL
MONDO NUOVO de Florencia (la de mis sueños). Por momentos, sentí que él era el
personaje principal mientras que el gringo se convertía en una lejana figura mítica.
Esto me hizo pensar en cambiar el título original por otro que diera una imagen
de sus obsesiones (LAS SALIDAS INTERIORES, LOS DESIERTOS INTERIO-
RES, EL DESIERTO COMO SALIDA).
Otoño ´85:
Mientras tanto, iba pasando a máquina y haciendo los últimos ajustes y agrega-
dos en el relato. Días enteros atado al escritorio golpeando la vieja REMINGTON
planillera. En esa época me enteré de un Concurso de Cuentos patrocinado por la Cá-
mara de Máquinas de Oficina y Afines. La extensión mínima era de cinco carillas, lo
cual me obligaría a luchar contra mi natural tendencia a la síntesis. Lo tomé como un
ejercicio literario (había sentido lo mismo con respecto a un concurso de Cuentos de
Ciencia Ficción que establecía un máximo de ciento cincuenta palabras). De todas
formas, decidí hacer el intento con “MAQUINANDO”. Por su contenido antimaqui-
nista, no podía ser premiada jamás por los vendedores de elementos oficinescos pero
fue publicado años mas tarde (lamentablemente EL TRIBUNO DE JUJUY cambió
mi seudónimo “GUANACO” por “GUANUCO”, por lo cual no puede figurar entre
mis antecedentes literarios).
Todo esto lo realizaba en la solitaria y silenciosa habitación de la Planta Depu-
radora. Nunca había podido escribir más de dos líneas seguidas en la ruidosa Casa
Comunitaria. Allí no tenía un lugar fijo para echarme a dormir cuando decidía que-
darme o me volteaba una sobredosis de vino. Cuando ya estaba casi terminada la co-
pia definitiva, vislumbré la sucesión.
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Pienso que ZAFAR es una opción política tan válida y respetable como cual-
quiera. Si bien, por razones obvias, no tengo la intención de fundar un Partido o Mo-
vimiento, me interesa saber que están haciendo (y, sobre todo, que harán) los que vie-
nen detrás. Es una de las razones por las que vivo rodeado de personas menores de
treinta años. Claro que, a veces, se presenta un pequeño inconveniente: mis jóvenes
amigos ven en mí el padre “HIPPIE DEL AÑO ´60” que les hubiera gustado tener.
Esto distorsiona la relación a muchos niveles como, por ejemplo, el económico (así lo
demuestran las abultadas cuentas de almacén que he debido abonar en ciertas oportu-
nidades). Desde luego, reconozco la parte de culpa que me cabe por promover (o per-
mitir) este tipo de situaciones. He llegado a preguntarme si no estaba manteniendo
gente para crearme la falsa sensación de estar rodeado de compañeros de lucha. Creo
que puedo contestar negativamente con bastante objetividad. Hace años que no ofrez-
co espontáneamente techo y comida a cualquier mochilero que veo por la calle. He
llegado a practicar una hospitalidad agresiva con el fin de colocar un filtro capaz de
retener a los elementos positivos (o, al menos, a los que realmente están en otra di-
mensión1). Para este fin utilicé distintas técnicas; desde la indiferencia total hasta la
teatral recepción (armado con hierros y cadenas). No faltaron inquietantes narracio-
nes acerca del origen de los habitantes de la casa: esquizofrénicos desahuciados que
el Director del Neuropsiquiátrico de Jujuy me había enviado a cambio de un mural
que yo había realizado en el establecimiento… pero… junto con los pacientes me ha-
bía entregado las correspondientes dosis de inyectables para practicar la eutanasia en
caso de peligro…
Ahora bien, ¿cómo reflejar a ese, o a esos, hipotéticos reemplazantes en el lu-
gar que EL FRANCOTIRADOR dejara vacante al ser derribado? Bajo ningún con-
cepto podía ser a través de la pintura de una irreal y utópica sociedad paralela o un
Súper-Héroe contestatario, pero tampoco quería dejar la impresión de la inutilidad de
buscar salidas individuales o alternativas (de que lo mejor es integrarse a la Sociedad,
al Sistema, al Establishment…). Entonces tomé a Roberto, el sobrino de Pepe, que
había sido un personaje tangencial, y lo puse a leer los papeles de su finado tío. Lue-
go de una emotiva escena con la viuda, sube a un ómnibus, se hace una serie de plan-
teos sobre las opciones marginales y, para terminar, grita mentalmente una proclama
que escribí temblando de una esperanzada emoción: “¡¡EL FUSIL DE LOS FRAN-
COTIRADORES ESTÁ EN BUENAS MANOS!!”. La frase final se unía con la del
principio y ya no tenía ningún sentido cambiar el título de la obra.
En ese momento llegó, procedente de Salta, un joven poeta anarquista. A pe-
sar de que (como tantos otros) se aprovechó de mi congénita estupidez para apropiar-
se una suma de dinero, conservo de él algunos buenos recuerdos como el de las largas
charlas, frente a sendos vasos de vino, después de trabajar juntos durante todo el día.
Leyó mi novela y me aseguró que el final le parecía excesivamente panfletario. To-
mé en cuenta su consejo y agregué la imagen del desierto con la que cerré definitiva-
mente el libro. Un día me preguntó si me parecía factible presentar en Humahuaca su
libro de poemas. Le contesté que podíamos hacer la prueba.
1 Como estoy escribiendo para la posteridad, me resisto a usar una jerga tan actual como efímera: “LOS QUE
ESTÁN EN OTRA” o “LOS LOCOS Y NO LOS CARETAS”.
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Así surgió LA IDEA: Aprovechar la oportunidad para dar a conocer mi obra
concluida a la gente que convivía conmigo desde tanto tiempo atrás. Con el entusias-
mo de los preparativos, olvidé el sabio refrán “NADIE ES PROFETA EN SU TIE-
RRA”. Diagramamos, fotocopiamos y repartimos cuarenta invitaciones; para ser co-
herentes con la consigna que las encabezaba (“DOS ARTISTAS MARGINALES Y
LIBERTARIOS”), evitamos cuidadosamente los salones oficiales (Biblioteca, Muni-
cipalidad, Escuela…) y optamos por un restaurante cuyo uso no implicaba compro-
miso alguno. Nos pusimos nuestras mejores galas informales para la ocasión y ador-
namos el lugar con dibujos, afiches y proclamas al estilo de: “IRRUMPIREMOS EN
EL MUNDO DEL ARTE DESTROZANDO SUS PUERTAS A CADENAZOS”, que
atribuí a un tal Seuko M´Bah en su discurso de apertura del “PRIMER CONGRESO
DE ARTISTAS DE LA PERIFERIA” realizado en Zimbabwe. Pero, para nuestra e-
norme sorpresa (uno no termina nunca de aprender) sólo llegaron cinco de los cuaren-
ta invitados. El resto de la concurrencia estaba formado por los amigos de siempre,
con los que luego nos emborrachamos con el vino destinado a agasajar a los asisten-
tes de la frustrada ceremonia. Esto nos demostró de manera irrefutable nuestra total y
absoluta marginalidad, a pesar de lo cual nos presentamos mutuamente y leíamos al-
gunos párrafos de nuestras obras.
Una semana después volvía a tomar la ruta hacia el sur. Pero, a diferencia del
año anterior, planifiqué un viaje por tierra con varias escalas. La primera fue San Mi-
guel de Tucumán... Durante una semana fui un asiduo y fiel parroquiano de una Peña
donde las empanadas y el vino eran baratos y los asistentes volaban en delirios a los
que me había desacostumbrado (o que no esperaba encontrar allí). Además, con ese
extraño convencimiento de que tengo algo para decir y de que mis palabras están des-
tinadas a la mayor cantidad posible de gente, solicité y obtuve la autorización de una
Biblioteca Pública para la presentación de mi novela. Esa misma tarde concedí (o,
mejor dicho, conseguí) una entrevista en LA GACETA de Tucumán. El periodista,
que era además Licenciado en Letras, me sometió a un eficaz y despiadado bombar-
deo: ¿Por qué la Anarquía?... ¿Cuál es la función social del artista? y otras preguntas
por el estilo que me obligaron a utilizar todos los medios a mi disposición para defen-
derme; fue una experiencia vivificante. Como la entrevista se había prolongado
por espacio de media hora y me habían tomado fotografías, esperaba una Nota de un
cuarto de página. Apareció del tamaño de un Aviso Clasificado. Lo atribuí a una va-
lla a nivel Dirección pero me reconfortó comprobar que, a pesar del reducido espacio,
el periodista había logrado resumir la esencia de nuestra conversación: “…aseguró
que si no se hubiese dedicado a escribir, sería linyera”. Sólo tres años después su-
pe que, en realidad, había aparecido una nota más completa (con mi foto) en otra edi-
ción. En la Biblioteca, una asistencia de veinticinco personas en una ciudad donde ca-
si nadie me conocía me pareció bastante considerable y lo mejor fue la polémica que
se desarrolló después.
Dejé Tucumán rumbo a San Marcos Sierras. Había conocido gente que vivía
allí y muchos me habían dado referencias contradictorias pero era, sin duda, una op-
ción alternativa o paralela de la cual quería sacar mis propias conclusiones. No pude
permanecer más de un día; era como volver al pasado (al ´60)… macrobiótica y po-
lleras largas, yoga y cierta candidez “flower” que no me interesó determinar si era a-
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parente o real. Mis objetivos eran otros y mi itinerario pasaba por senderos diferentes.
En Rosario conocí personalmente a mis colegas de Ciencia-Ficción con los que me
había relacionado por correo y dejé algunos cabos sueltos como para anudar una futu-
ra presentación de EL FRANCOTIRADOR. La llegada a Buenos Aires fue casi ruti-
naria, menos cargada de expectativas pero más específica en cuanto a sus fines: tratar
de publicar o, al menos, dar a conocer mi novela. Recitales poéticos en vetustas caso-
nas o sótanos decorados con acero inoxidable y acrílico… charlas con poetas, escrito-
res o gente vinculada a las editoriales. Tenía la sensación de participar de exóticos
parlamentos tribales de algún país lejano y sólo lograba salir del caparazón de mi ga-
bán de cuero cuando se hablaba del Norte (de la Quebrada). Lo que se hizo evidente
fue la total falta de posibilidades con las que contaba en el caso de presentarme en un
Concurso Literario. No parecen estar destinados al surgimiento de nuevos valores.
Los premiados son, a veces, los integrantes del jurado anterior. Deambulando por las
Presentaciones, la Sociedad Argentina de Escritores (SADE) o ciertos bares no es di-
fícil encontrarse con alguien que conoce al que tiene en sus manos la decisión (o per-
sonalmente con él) y susurrarle el título de la obra presentada bajo seudónimo. Sé
que esto parece la queja de un oscuro artista resentido y sin talento, pero el análisis de
algunos resultados podría tender a corroborar esta opinión. Por otra parte (descartan-
do manejos sucios por parte de los jurados y suponiendo un análisis de los textos des-
conociendo la identidad de sus autores) cabría preguntarse qué motivo puede incenti-
var a escritores con obras editadas (y hasta célebres a nivel “Best-seller”) a presentar-
se a un certamen de esta naturaleza. Aparentemente, no sólo se aseguran el monto
del premio en metálico (en algunas ocasiones, nada despreciable) y un nuevo galar-
dón, sino que, al mismo tiempo, evitan la irrupción de eventuales competidores. A
veces, cuando hojeo Suplementos o Revistas Literarias, me planteo la posibilidad de
instalarme nuevamente en Buenos Aires para recorrer los cenáculos y otros circuitos
fáciles de detectar hasta hacerme conocer. Lo que me detiene (además de mis de-
ficientes condiciones para las relaciones públicas) es el apego que siento hacia este
pueblito gris. Sigue teniendo importancia para mí la aparente integración que siento
cuando todos me saludan por la calle. Cuando el paisaje es hermoso pero conocido,
cuando los recorridos son rutinarios y previsibles, el mundo exterior se diluye. Por
eso no me interesa viajar (salvo por cuestiones de promoción literaria). No quiero
salir de mi mundo interior para decidir que transporte conviene utilizar o que ruta se-
guir, ni buscar un lugar barato para comer o dormir. Prefiero los viajes interiores, me-
nos desgastantes y más amplios en el espacio-tiempo. Hay momentos en los que debo
reubicarme “AQUÍ Y AHORA”, al regresar de París/1885 o Uagadugú/1960. Un
Almanaque Mundial, que contiene datos sobre países increíbles, me sirve de guía pa-
ra recorrer el planisferio con la ayuda de una lupa. Pero, contrariamente a lo que po-
dría suponerse, no vivo aislado ya que esta región es uno de los accesos más transita-
dos en la ruta hacia Bolivia, Perú y Ecuador. Algunos viajeros empedernidos me
cuentan cómo van las cosas en sus cíclicos retornos. No faltan los recién salidos del
cascarón urbano-universitario que, con sus flamantes mochilas, pretenden ir más allá
de las posibilidades reales. NO me refiero a las económicas (muchos llevan abundan-
tes dólares, cheques de viajero o la seguridad de encontrar un giro de los padres en la
escala siguiente) sino a poder superar el miedo a lo desconocido…
16
La culminación de esta segunda expedición a Buenos Aires fue la despedida
en un departamento de San Telmo que todavía se comenta. Tenía los bolsillos ex-
haustos por lo invertido en seis fotocopias de la novela, así que volví a Humahuaca
en tren. El día y medio que me insumió ese viaje me permitió evaluar los resultados
obtenidos. Llegué a la conclusión de que había cumplido con un porcentaje bastante
aceptable de los objetivos que me había fijado. Si bien (por propia decisión) no había
presentado EL FRANCOTIRADOR en el Concurso de EMECE, lo había enviado a
uno de España. Quedaban así mismo, dos copias en Buenos Aires y un par más cruza-
ba en ese momento el Atlántico rumbo a Europa. No podía ufanarme de haber causa-
do una impresión formidable a mis colegas de la SADE, pero algunos me recordarían.
A otros niveles, llevaba el sabor de una cena china, el recuerdo de la forma lúdica en
la que había sublimado llagas de la infancia, el cariño de los amigos y las imágenes
de encuentros inverosímiles. No había hallado una forma razonable para vender
los BONOS CONTRIBUCIÓN PARA FOTOCOPIAR “EL FRANCOTIRADOR” Y
ENVIARLO A CONCURSOS LITERARIOS que llevaba conmigo; la incomodidad
que me producía la situación, me había llevado a ofrecerlos al estilo de los vendedo-
res ambulantes (por lo cual muchos creyeron que se trataba de una de mis habituales
bufonadas). En síntesis NO PODÍA QUEJARME. No sentía la angustia que expe-
rimenta el que, al terminar sus vacaciones al borde del mar, debe volver a su gris ofi-
cina. A mí me esperaban los cerros coloridos, la REMINGTON y mis eventuales
compañeros de la Comuna Transitoria.
Cuando llegué, a la madrugada, y encendí la luz, uno de ellos se dio a conocer
desde su bolsa de dormir y me relató lo que había ocurrido durante mi ausencia: ante
una ola de robos, la pequeña burguesía del pueblo había señalado como principales
sospechosos a los “mechudos de arriba”. Esto había provocado el allanamiento de
la casa, la detención, rapado y afeitado de uno de los nuestros y el pedido de Habeas
Corpus por parte de la Comunidad, cuyo resultado fue la liberación del prisionero.
Nuestros enemigos de siempre habían aprovechado la ocasión para declarar que ha-
bían visto por la ventana las orgías que realizábamos y otros desatinos, en los que
volcaban su imaginación castrada por la autocensura originada en el proceso educati-
vo-represor del Sistema. Lo más significativo fue la formación de una brigada de ho-
nestos ciudadanos, destinada a proteger los bienes, la moral y las buenas costumbres
de la población. Los nombres de algunos integrantes no me llamaron la atención, pero
me resultó evidente que en otros (que se auto tildaban “amigos” y “hermanos”) el e-
nano fascista se había manifestado con todo su vigor. Desde luego que, ni bien me
vieron, se apresuraron a darme desopilantes justificaciones sobre su actuación, pero, a
partir de ese momento, sólo pueden alternar con el círculo de uniformados guardianes
del orden al que pertenecen por naturaleza y derecho adquirido. Las puertas de la Co-
munidad jamás volverán a abrirse para ellos. Hubo insospechadas adhesiones… ade-
más de ese proverbial mutismo de la gente de condición humilde que siguió saludan-
dome respetuosamente.
Oct. / Nov. ´85:
Poco tiempo después tuvo lugar una serie de lamentables incidentes, protagoni-
zados por algunos integrantes de la Comuna. Iban desde ridículas exclamaciones en
17
lugares públicos (que justificaban la silenciosa sorna con que nos observan los habi-
tantes de la zona), hasta papelones en fiestas a las que nos invitaban los vecinos. El
más grave fue el que culminó con una torta de cumpleaños arrojada a la cara del pa-
drino por un melenudo que había entrado conmigo a la reunión. Cada vez que lo re-
cuerdo vuelvo a palidecer de vergüenza; al día siguiente no me atreví a asomar la ca-
beza por la puerta de la casa, mientras limpiaba las sangrientas marcas que habían de-
jado mis puñetazos en las paredes y el piso. El “gracioso” estaba detenido y, además,
la conjunción de Marte y Júpiter en Géminis dificulta la transformación de mi violen-
cia interior en agresiones físicas hacia otras personas, por lo cual la descargo en obje-
tos (generalmente de vidrio). No me arrepentiré jamás de haber expulsado a los cau-
santes de estas situaciones porque, si bien ya no me interesa la “integración con el a-
borigen”, aspiro a seguir viviendo en este pueblo y a caminar por sus calles empedra-
das sin sonrojarme ante el paso de nadie. Mantengo esta posición a pesar de las con-
secuencias que provocó. Hubo algunas deserciones y se me tildó de despótico líder de
una secta de fanáticos. Además esto exacerbó en mí la teoría feudal (o mi exagerada
obsesión por el espacio). Creo que no lo busco, pero no puedo evitar tener cierto as-
cendiente sobre algunos; tampoco ser dueño de la casa y las relaciones (ganadas en a-
ños de permanencia) que permiten que, eventualmente, la Comunidad coma a crédito.
Por cuestiones ideológicas, saco a relucir pocas veces estas prerrogativas y, en ese
tiempo, dividía mis ganancias como plomero en partes iguales con los que me ayuda-
ban. Pero hay cosas que me superan, especialmente las que afectan el lugar que pa-
cientemente he logrado hacerme en el pueblo. Hay en Humahuaca un Señor Feudal
que posee elementos similares de influencia y poder (independientemente de si los u-
tiliza o no). Su territorio abarca la banda oriental del Río Grande y mantenemos una
respetuosa distancia. Jamás ha afectado nuestra relación el hecho de que alguien, en
desacuerdo con la situación imperante en una orilla, atravesara el puente y se instala-
ra en la otra. Hubo en distintas épocas corrientes migratorias en ambas direcciones.
En ese momento se produjo una hacia el naciente, con un rebrote hacia este lado ubi-
cado en un lugar que (en la jerga de la Huayra Huasi) se llamó “Seudo-Feudo”. Sé
que este duro lenguaje simbólico resulta un tanto chocante, pero es inherente a mi na-
turaleza ariana y no implica juicios valorativos con respecto a nadie.
Ante estos acontecimientos, las riendas de la Comuna fueron tomadas por un
Triunvirato.
Obviamente, yo formaba parte de él, junto con mi yerno (llegado poco antes) y
otro tucumano que había vuelto después de desgastarse casi un año contra las paredes
de un laberinto político-alcohólico-espiritual-familiar. Yo lo había convocado con u-
na carta cargada de imágenes, de la que conservé copia por adjudicarle cierto valor li-
terario. Dice así:
“Corrección a las alturas de las tablas de marea por posible acción meteorológi-
ca…”
-No tiene nada que ver- se dijo mientras apagaba el receptor.
Por el estrecho ventanuco del faro, veía olas fantasmagóricas que cubrían el
horizonte.
-Si tiene que llegar, llegará- murmuró
18
Había sellado cuidadosamente la botella de Vino LOS PARRALES para evitar
que se mojara el papel del interior. Se quedó un rato pensativo y, encogiéndose de
hombros, la arrojó al mar. Anochecía. Era hora de encender la potente lámpara para
evitar eventuales naufragios.
Venía entusiasmado con mi idea de conseguir un mimeógrafo y editar, a pul-
món EL FRANCOTIRADOR y obras de otros delirantes. Este proyecto me daba
vueltas en la cabeza desde mi regreso del sur y había pensado adquirir una fotocopia-
dora con el fin de incorporar fotos y dibujos a los textos (naturalmente, la deseché al
enterarme de los precios). Además, me contó que un Profeta de los Valles Calcha-
quíes afirmaba que yo era uno de los “elegidos”, el discípulo predilecto de Lanza del
Vasto que estaba tergiversando el mensaje por no cumplir con mi misión. Las pala-
bras MISIÓN y MENSAJE, tan íntimamente ligadas a mis intuiciones (o delirios) me
produjeron una viva impresión. Le dije que podía haber algo de cierto pero que, como
Gedeón (Jueces 6: 36-40), daba vueltas al asunto pidiendo señales al Señor. Según él,
su presencia pidiéndome que le indicara el camino a seguir era LA SEÑAL. Esto sig-
nificaba instarme a asumir el rol de MAESTRO. Si bien tener discípulos puede alen-
tar bastante el orgullo, es innegable que el que los tiene ve trabado su andar por el pe-
so de los que lleva colgados de su espalda. Hacía muchos años que había decidido e-
vitar este tipo de relación. Deseo encontrar compañeros que caminen a mi lado; no un
séquito que me siga, varios pasos atrás, arrastrando los pies. De todas formas, me en-
caminé un día al cerro para ver si el Señor me mostraba alguna zarza ardiendo como
a Moisés (Éxodo 3: 1-15) o me cruzaba con alguna burra parlante como Balaam (Nú-
meros 22: 21-33). Lo único que conseguí fue quedarme dormido debajo de un chur-
qui, así que regresé desligado de asumir responsabilidades que no me interesaban o
para las cuales no tengo condiciones. Dejé, entonces, las obsesiones bíblicas y me a-
boqué a las reformas en materia de política interna y externa que se proponía nuestro
Consejo Revolucionario Trotskysta-Bakuninista (título en el que se asociaba la tra-
yectoria militante de mi aspirante a discípulo con la ideología libertaria de la Comu-
na). Ante todo, se imponía un análisis crítico de la situación. Instalamos nuestro cuar-
tel general en un boliche de las orillas en el que tenía cuenta corriente desde años a-
trás. Allí batimos nuestros propios récords de permanencia en una misma mesa el día
que ingresamos a mediodía y nos retiramos a las dos de la madrugada. Empanadas,
vino, picante de pollo, más vino… La cuestión principal era cómo construir el famoso
tamiz para seleccionar a los que fueran llegando de allí en más. El resultado fue una
Proclama que cada recién llegado estaría obligado a leer al trasponer la puerta. Decía:
“LOCO/A… aquí tenés un techo y, por lo menos, un plato de sopa seguros.
Además, el placard del fondo está para que dejes las pilchas que te sobren y saques de
allí las que te hagan falta pero…
ESTA NO ES LA CASA DE PAPÁ Y MAMÁ Y, MUCHO MENOS, UN RESI-
DENCIAL GRATUITO.
Así que…
1) Contribuí con los gastos de luz, gas, etc, tirando lo que puedas al CANUTO.
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2) Colaborá con el mantenimiento de la higiene mínima de los lugares comu-
nes (baños, cocina, sala y galería). Estos deben limpiarse diariamente. Si
ves que nadie lo hace, copate vos.
3) Si te delirás haciéndote un tecito o cualquier otra cosa, no dejes tazas, platos
o cubiertos sucios en la pileta.
4) Si querés ablandar la mugre añeja de tu ropa en un balde, no le dejés más de
48 horas. Pasado ese lapso, lo vaciaremos en la calle para que pueda ser uti-
lizado por otro.
5) Si se te ocurre escribir algo en las paredes, tratá de que tenga onda. En caso
contrario, lo borraremos con un trapo húmedo o lo cubriremos con cal.
Y por último…
6) Pensá que estamos tratando de sobrevivir. No nos tires tus pálidas, depres,
bajones, historias, neurosis, histerias, angustias y afines. Si no te bancás, en-
cerrate en la pieza o andá a caminar a los cerros.
ANARQUÍA O MUERTE – HUAYRA HUASI
Con toda intención, lo redactamos en el “argot” de los mochileros. No quería-
mos que sonara a ordenanza policial. En algunos casos dio resultado y en otros pro-
vocó violentas expulsiones.
Ene. ´86:
Una tarde, los organizadores del TANTANAKUY me preguntaron si me ani-
maba a pintar un mural. Con mi natural impulsividad, contesté afirmativamente y
esa misma noche diseñe un pequeño boceto. Se nos asignó una pared en pleno centro
del pueblo, al costado de la plaza. Hubo pequeños choques con las autoridades muni-
cipales que, por mezquinos resquemores con la Comisión Organizadora, trataron de
impedir nuestro trabajo. Superado este inconveniente (con un rotundo éxito del a-
narquismo utópico a favor del arte universal), se nos presentó uno mucho más grave:
ninguno de los ocasionales miembros de la Comuna sabía dibujar. Pasamos horas tra-
tando de lograr las proporciones y el gesto del personaje central (un diablito carnava-
lero). La providencial llegada de un grupo de estudiantes de Bellas Artes salvó la
circunstancia y el día señalado para la inauguración la “COMUNIDAD HUAYRA
HUASI” firmaba la obra concluida. Se descubrió en una ceremonia animada por un
conjunto folklórico a la que, obviamente, no invitamos a los funcionarios que habían
obstaculizado su ejecución. Aproveche la oportunidad para bajar línea comunitaria en
una fogosa arenga: “… Somos una Comunidad porque ponemos algunas cosas en co-
mún… ¡¡¡y no nos importa si esto dura dos días o cinco meses!!!” (Aplausos).
Feb. / Mar. ´86:
Y volvió el Carnaval y volví a bailar por las calles, con el estómago cargado de
alcohol y la cara blanca de talco siguiendo la bandera de la Comparsa LOS SOLTE-
ROS. Volví a compartir el desenfreno de los que habitan, como yo, todo el año esta
tierra inhóspita y silenciosa. Después de estos diez días de locura, cada uno vuelve a
encerrarse en sí mismo. Hay, claro está, asados, guitarreadas o simples “chupas” du-
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rante el invierno, pero ya no cuentan con la participación masiva y simultánea de todo
el pueblo.
Un tiempo atrás había comenzado a escribir PUCHAMAMA - RETABLO
QUEBRADEÑO, ALGO ETÍLICO Y BASTANTE ANTICOSTUMBRISTA. No sa-
bía si resultaría un cuento o una novela, pero los objetivos eran claros: mostrar Hu-
mahuaca con exactitud fotográfica, desmitificar cierto “folklorismo” que crea falsas
expectativas en la gente que viene del sur o del extranjero y reflejar, en cambio, las
tradiciones que realmente siguen vigentes a pesar del mestizaje cultural. Ya había
esbozado el tema en el artículo SOBRE INDIOS SIN PLUMAS Y TURISTAS DE-
CEPCIONADOS (publicado en Neuquén y Jujuy). Para evitar caer en lo autobiográ-
fico (si es que podía quedar algo después de EL FRANCOTIRADOR) comencé a es-
cribir, en tercera persona, las impresiones de un periodista que, después de hacer una
nota “indigenista” durante el verano, era enviado nuevamente al Norte en invierno.
Todos sus esquemas irían cayendo inexorablemente. Siguiendo mi costumbre, fui fo-
tocopiando y enviando lo que escribía para recibir opiniones, sugerencias o críticas.
Las respuestas fueron diversas. Hubo una mayor aceptación por parte de los habitan-
tes “gringos” del pueblo; en cambio las cartas que recibía de Buenos Aires mostraban
menor entusiasmo y hasta cierto escepticismo. Cuando, por intermedio de mi sobrina,
me enteré de que alguien que no conocía Humahuaca pensaba que la obra no refleja-
ba la realidad tuve un ataque de furia...“¿¿¿Así que a los porteños no les gusta ver la
cosas como son???... ¡¡¡Que se queden con lo que les muestra la televisión!!!”. Des-
trocé algunas cosas y las quemé junto con las hojas que llevaba escritas. Decidí que
no era mi misión sobre la tierra abrirle los ojos a nadie. Escribiría en cambio un relato
sobre la Comuna Anarquista titulado RATAS DE ALBAÑAL. Esa idea fue la base
de estos apuntes, destinadas, además, a aclarar ciertos tramos de mi evolución artísti-
ca e ideológica. Pero, poco después, comencé a replantearme el aborto de PUCHA-
MAMA, a rescatar de memoria algunas imágenes...me di cuenta de que, aunque re-
cordaba perfectamente la trama, me era muy difícil reproducir mucho párrafos (espe-
cialmente, los que me habían costado más trabajo). Envié entonces una serie de
S.O.S. y, al tiempo, volví a tener en mis manos las fotocopias que había distribuido.
Creo que no volveré a destruir ninguna obra, por más criticada que sea. Nada cuesta,
ante la duda, dejarla pendiente dentro de un cajón del escritorio.
Una noche llegó el Ceramista, después de haber vivido un año en Ecuador.
Convivimos en la casa, nuevamente desierta como todos los otoños. Esperábamos
con ansiedad la llegada del cartero a media mañana, con alucinaciones de dos legio-
narios en el Fuerte Sidi-bel-Abbés. Alternábamos violentas discusiones (y hasta días
enteros prácticamente sin hablarnos) con largas charlas, vino de por medio. Los ra-
rísimos viajeros que en esa época buscaban albergue en la “Huayra Huasi” se enfren-
taban con dos individuos huraños y de modales bruscos, viviendo en una casa mu-
grienta y descuidada. Los que no huían despavoridos, nos preguntaban “con qué nos
habíamos dado” (“Con SOCOMPA, boludo”).
El día de mi cuadragésimo cuarto aniversario empecé temprano con el vinito.
Mis amigos y algunos vecinos músicos o “lumpen” llenaban la casa. A la noche, en
plena euforia, grité a la concurrencia: “Hoy comienzo una cuenta regresiva de tres-
cientos sesenta y cinco días hacia la fama literaria. Si cualquiera de ustedes vuelve el
21
año que viene y me encuentra sentado aquí sin haber logrado mi objetivo... ¡¡¡tiene el
derecho de escupirme en la cara!!!”. Al día siguiente, al recordar mi bravuconada, le
adjudiqué valor profético y comencé a planificar la forma de hacerla realidad. Lo
primero era darla a conocer a los que no habían asistido a la fiesta, para impedir toda
posibilidad de echarme atrás. Envié varias decenas de cartas. Las respuestas, lógica-
mente, pasaban de la entusiasta adhesión al cauteloso realismo.
Jun. ´86:
Mientras tanto yo plasmaba un nuevo delirio con el Ceramista: un mural en re-
lieve que representaba al Sol con unos personajes de cuerpos apenas esbozados que
surgían de sus rayos. La idea era realizar una maqueta para presentar al dueño de una
Peña Folklórica que se había entusiasmado con el mural de la plaza. Trabajamos toda
una noche febrilmente, modelando con arena, cemento y yeso sobre un bastidor de
metal desplegado. Cuando, al día siguiente, intentamos levantar nuestra obra compro-
bamos que era pesadísima. Tiramos abajo, entonces, una parte del revoque de la coci-
na y la colgamos con la ayuda de un vecino. Luego amuramos sus bordes a la pared
donde continuamos, en relieve, los rayos del sol. Al ver esta muestra, se nos en-
cargó la obra... por una suma irrisoria. Se llamó HIJOS DE INTI y también se firmó
HUAYRA HUASI por haber sido realizada grupalmente. En ese momento llegó uno
de los que había golpeado mi puerta por primera vez y su nueva compañera incorporó
sus figuras a las nuestras.
Terminando este mural, comenzamos a pintar otro en la sala de la casa. Este
fue de génesis y evolución problemática (nunca pudo equilibrarse el diseño primitivo,
a pesar de los intentos de varios artistas improvisados o semi-profesionales). La pin-
tura de las paredes restantes provocó enfrentamientos a nivel territorial. Al llegar una
mañana, comprobé (con bronca y estupor) que un grupo de desubicados habían des-
colgado el autorretrato de mi sobrina para pintar sobre la pared una vegetación selva-
tica multicolor. Entre los plásticos se encontraba el Ceramista y el Hermano Menor.
Volví a colgar el cuadro y lo rodeé de un marco dorado pintado sobre las plantas tro-
picales (a pesar de reconocer que, objetivamente, me gustaban). Luego pinté sobre la
pared que quedaba libre una representación de mi arquetipo feudal: con su castillo co-
mo fondo, un guerrero con casco y coraza mirando fijamente hacia delante, en su es-
cudo el sol o una representación de la energía esparciéndose por fuerza centrífuga, la
espada envainada y en la punta de la lanza una larga y delgada bandera ondulante con
esta leyenda: NEMO ME IMPUNE LACESSIT (nadie me herirá impunemente).
La frase la había extraído del cuento de Edgar Alan Poe EL BARRIL DE AMONTI-
LLADO y creía recordarla textualmente pero luego consulté el libro y comprobé que
decía MEMO IMPUNE ME LACESSIT. Ya era tarde para corregir el error y, de to-
das formas, no me importaba ya que había expresado lo que sentía.
Es que siempre me ha sido difícil combinar de una manera equilibrada mi pro-
fundo odio hacia la propiedad con mi obsesión paranoica por el espacio propio. Por
lógica, esto se trasluce en actitudes contradictorias de los restantes miembros de la
Comuna.
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Set. ´86:
Pero se acercaba la fecha de mi peregrinación anual a la Capital. Llegué una
tarde nublada con mis alforjas cruzadas a la espalda, un portafolio lleno de manuscri-
tos y mi carpeta de antecedentes (compañera ineludible de todo artista que aspira a
trascender). Y volví a encontrarme con los viejos amigos, a conocer personalmente a
los que había enganchado por correo, a hablar hasta quedar ronco y a cantar y bailar
hasta el agotamiento. Uno de los resultados más significativos de esta tercera expedí-
ción fue la ruptura definitiva con ciertos colegas en los que había cifrado esperanzas a
nivel editorial: personas “formales” de un buen pasar económico; organizadores de
Encuentros de Escritores; directores de revistas Literarias (de excelente nivel de im-
presión, diagramación e ilustraciones, pero excesivamente inconsistentes en conteni-
dos)… productores de una literatura correctamente ingeniosa, pero en los que falta la
llama que consume a los artistas de mi especie. Me aconsejaron que fuera comprando
de a poco el papel y las planchas y me presentaron presupuestos de impresión total-
mente fuera de mi alcance. Ninguna de estas cosas podía realizarse antes del DIA
CERO. Acelerado como estaba, no podía sacar conclusiones y me limitaba a regis-
trar en la memoria los datos que iba recibiendo. Cuando llegué a Campana, los dia-
rios de la localidad anunciaban desde unos días atrás la presentación de “un joven es-
critor del interior” (!!!). Además habían publicado varios de mis cuentos y trozos de
mis artículos. Como el evento estaba organizado por el Centro de Estudiantes de De-
sarrollo Social, hice hincapié en el trasfondo ideológico de la obra... “¿Qué es DESA-
RROLLO? ¿Qué significa DESARROLLO SOCIAL? ¿ZAFAR puede ser una op-
ción política?”. Me bombardearon a preguntas y se desarrolló (valga la redundancia),
luego, una intensa polémica que continuó en un bar. Me hablaron, además, de vagas
posibilidades de conseguir apoyo económico para editar. Aunque eran lejanas, de-
mostraban que mi obra había despertado interés. La presentación fue reflejada en la
prensa local ( RAÚL PRCHAL, UN PERSONAJE INCREÍBLE – EL FRANCO-
TIRADOR – IMPRESIONES DE UNA CHARLA QUE NOS HIZO REFLEXIO-
NAR, ETC).
En Pergamino no hubo artículos en los diarios, pero sí una mayor afinidad con
la gente que conocí. Especialmente con un escritor y periodista, con el que nos sentí-
mos hermanados por una serie de circunstancias históricas que, por distintos caminos,
nos habían hecho llegar a conclusiones similares. Me habló de la posibilidad de reali-
zar la edición en la imprenta donde trabajaba. El posible costo aproximado era increí-
blemente bajo (la cuarta parte de la cifra que me habían sugerido en Buenos Aires).
En esa imprenta presenté la obra ante unas quince personas sentadas sobre grandes
rollos de papel y entintadas mesas de trabajo. Mi amigo, en unas breves palabras pre-
liminares, trazó mi exacto retrato con los elementos que había extraído de nuestra lar-
ga charla de la víspera. También se produjeron cuestionamientos, objeciones, contro-
versias... Al día siguiente seguí viaje hacia Rosario. Al llegar comprobé, con el cora-
zón helado que... ¡¡NO TENIA LA CARPETA!! Corrí a la ventanilla de la empresa
de ómnibus, a la oficina de Tráfico... el vehículo había vuelto a salir pero hablarían
por radio... Luego, con un poco más de calma, recordé que se la había mostrado al
hermano de mi colega poco antes de partir. Era muy probable que hubiera quedado
sobre la mesa. Envié desde Humahuaca un telegrama y la respuesta me confirmó esta
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sospecha (¡¡¡UUUFFFFF!!!). Sólo pude quedarme unas horas en Rosario, charlando
con un escritor (que también había conocido por carta). Mis vacaciones tocaban su
fin. Luego de un día en Tucumán con mis hijas, hice un alto en Tilcara para reencon-
trarme con una pareja de Compañeros del Arca. Sólo pudimos recordar antiguas ex-
periencias en común.
Llegué a la Huayra en un estado de total agotamiento físico y mental.
Al día siguiente comencé a analizar la situación: era evidente que la novela
suscitaba entusiasmo ya que se habían hecho varias fotocopias de mi original. Evi-
dentemente era más barato imprimir el libro que seguir fotocopiandolo (además de
mejorar mucho su presentación), pero, ya había llegado a la mitad de mi CUENTA
REGRESIVA y no vislumbraba ninguna forma de lograr mi objetivo.
Oct. / Nov. ´86:
De a poco, fue surgiendo en mi mente la idea de conseguir un grupo de suscrip-
tores que adquiera el libro por anticipado. Yo mismo enviaba dinero a algunas revis-
tas “subte” sin tener la seguridad de que seguirían adelante sin fundirse. Además, así
proporcionaba a mis amigos la posibilidad concreta de colaborar en la edición. A di-
ferencia de los BONOS CONTRIBUCIÓN, estaba ofreciendo algo a cambio de un a-
porte equivalente al precio de una revista de historietas (aclarando que no me ofende-
ría si recibía una cifra mayor): un ejemplar de la novela. Más tarde supe que James
Joyce había intentado, sin éxito, publicar su ULISES con el mismo método. Redac-
té entonces mi PROCLAMA PRO-EDICIÓN y comencé a enviarla por correo, a en-
tregarla a los amigos con los que me cruzaba y a presionar a los que buscaban alber-
gue en mi casa. Después de un mes de estos esfuerzos, sólo había conseguido diez
adherentes. Nuevos ataques de furia... “¡¡¡Así que tengo SOLAMENTE DIEZ AMI-
GOS en el mundo!!!”. Interpretando las abstenciones como actos beligerantes, emití
un Decreto con Fuerza de Ley que hice circular utilizando los canales habituales. Al-
gunos se sintieron, con toda razón, agredidos y otros no le dieron importancia. De
todas formas, los sobres con giros o dinero en efectivo fueron llegando con una fre-
cuencia cada vez mayor y comprendí que no todos respondían, como yo, a vuelta de
correo (incluso hay quienes detestan escribir cartas). Más tarde, un amigo me repro-
chó la dureza del Decreto. Le di la razón y lo destruí. Opté por dejar de lado mi orgu-
llo y volví a dirigirme a los que no me habían contestado: “tal vez, se haya extraviado
la carta con la que te enviaba este panfleto porque no obtuve repuesta...”. En general,
los aportes superaban el monto mínimo estipulado (en algunos casos, lo duplicaban).
Esto me permitió aceptar sumas menores. En realidad, no era una simple cuestión e-
conómica; toda mi afectividad (y hasta mi vida) estaban en juego. En esa época fir-
maba mis cartas anteponiendo la proclama EDICIÓN O MUERTE...
Una noche, al llegar de la Planta, ví una enorme moto estacionada frente a la
casa. Era tan grande que no pasaba por la puerta. El propietario, un holandés (Asesor
Impositivo de Rótterdam), la había despachado por vía marítima un mes antes de cru-
zar el Atlántico en avión. Alguien le había informado que podía alojarse gratuitamen-
te en la Comuna. Tuvo la oportunidad de asistir a una de las legendarias jodas de la
Casa del Viento. Se mantuvo en actitud de espectador y me contó que, en su país, si
alguien quería visitar a algún amigo debía concretar la cita con, al menos, una sema-
24
na de anticipación. Esto no era ninguna novedad para mí ya que en Francia había vis-
to historias similares. Al día siguiente, en el boliche le pasé un VOLANTE PRO-E-
DICIÓN. Me dijo que ya lo había visto pero que no me compraba el libro porque le
resultaba difícil leer en español. Contra ataqué sugiriéndole que lo tomara como una
colaboración. Me contestó “YOU ´RE A BEGGAR” (eres un mendigo). Me reí, en-
cogiéndome de hombros, y seguimos comiendo. En el momento de pagar, depositó
sobre la mesa una suma que no alcanzaba a cubrir el precio de lo que había comido
(ni de la cerveza que sólo él había bebido)...Otra vez guardé silencio, haciendo anotar
lo que faltaba en mi cuenta corriente. El se fue a recorrer el pueblo, mientras yo vol-
vía a la casa con el hermano de mi editor (que había pagado íntegramente su consu-
mición). Mientras subíamos, me contó que el gringo quería salir a caminar por los ce-
rros y que contaba con dejar su equipaje en la Comuna y la moto en la Planta Depura-
dora. Allí se me hizo patente lo ridículo de la situación: estaba alojando gratuitamente
a un tipo que ganaba, por lo menos, diez veces más que yo; le había pagado la mitad
de su almuerzo y él, como agradecimiento, me trataba de MENDIGO. No era el pri-
mer europeo que abusaba de mi hospitalidad pero... de allí a permitir que me insulta-
ra… Rumiando estos pensamientos, esperé la llegada del visitante. Cuando me dijo lo
que pretendía, le expresé (en tono normal) lo que pensaba de sus actitudes. Elevando
cada vez más la voz, le hablé de los QUINIENTOS AÑOS DE EXPLOTACIÓN A
MANOS DE ESPAÑOLES, PORTUGUESES, INGLESES, HOLANDESES, YAN-
QUIS... ¡De la DEUDA EXTERNA! ¡¡¡De que EL MENDIGO ERA EEEL!!! ¡¡¡De
que HABÍA COMIDO A MIS COSTILLAS... sin hablar de LO QUE ESTABA A-
HORRANDO EN HOTEL Y CUIDADO DE SU CARÍSIMA MOTO!!! Me daba to-
talmente la razón, con la cabeza entre la manos...
-Es cierto. Perdí mi oportunidad cuando estábamos almorzando. Ahora...¿qué
puedo hacer?
-Muy simple. Colaborar con la edición de mi libro.
-Pero... ya no sería una contribución voluntaria...
-Me importa un carajo. Si querés dejar tus cosas ME PAGAS UN ALQUILER.
Si no¡¡TE VAS!!... y quiero que, cuando vuelvas a tu país, les cuentes a todos
que AQUÍ VIVIMOS ¡¡¡¡A FUERZA DE CORAZÓN!!!!... Que SOMOS PO-
BRES, PERO QUE ABRIMOS NUESTRAS CASAS…. ¡¡A GENTE QUE
VIVE MEJOR QUE NOSOTROS!! (la furia me cortaba la respiración).
-Y... si te doy veinte dólares ¿qué pasa?
Lo abracé teatralmente y le dije que en ese caso, volveríamos a ser amigos. Sa-
có una cartera en la que el billete más chico era de ¡u$s 50! Como había estado cam-
biando el dinero de los suscriptores (para evitar su desvalorización, además de la ten-
tación de gastarlo) pude darle el vuelto. Guardé sus cosas con un cuidado maternal y
le permití dejar su moto en mi trabajo. El repetía que en Europa una situación así era
inconcebible. Creo que, de alguna forma, llegó a entender parcialmente el fondo de la
cuestión. Y si no, peor para él...
Dic. ´86:
Toda mi energía estaba concentrada en llegar a la meta. Soñaba que tenía el li-
bro impreso en mis manos y, mientras caminaba bajo el sol, lanzaba ondas mentales
25
positivas hacia el mundo por fuerza centrífuga. Esto provocaba que tanto estos apun-
tes como PUCHAMAMA no progresaran mucho. Además, sentía que el periodista
del “RETABLO QUEBRADEÑO” perdía peso como protagonista o, al menos, que
no podía seguir con el esquema de romper sus preconceptos folklóricos sin que el re-
lato decayera. Se me hizo evidente, por otra parte, que no podía escribir nada convin-
cente si no me introducía en la obra como personaje. Así entra en escena Pancho (ju-
bilado ferroviario y reparador de artefactos domésticos) haciéndose una pregunta que
yo me he formulado muchas veces: ¿ME ESTARÉ CONVIRTIENDO EN UN AL-
COHÓLICO? Creé también a Doña Eufrasia Calatay, la empanadera,…sabiendo
que no me iba a resultar fácil reflejar los pensamientos y actitudes de una persona con
pautas culturales tan diferentes… Pero tampoco eran inútiles los años de permanencia
en el Norte. Había circunstancias en las que me sentía más cerca de los humahuaque-
ños que de los de mi estrato sociocultural. En ese momento le estaba enseñando plo-
mería a un muchacho del pueblo. Estaba cansado de ver que, cada vez que formaba
un medio oficial que pudiera ayudarme realmente, el tipo cargaba su mochila y se i-
ba, lógicamente que con todo el derecho del mundo. Mi plan era formar un socio más
que un peón,… alguien que trabajara con mis herramientas bajo mi dirección (y mi e-
ventual ayuda) y me entregara la mitad de las ganancias. Cada día se me hacía más
claro que sólo me interesaba escribir. Me costaba juntar fuerzas para encarar trabajos
que ocuparan mi mente... Por otra parte, podía intentar reflejar en la empanadera a mi
arquetipo femenino de piel cobriza (la PASTORCITA DEL CERRO, que había deja-
do entrever en EL FRANCOTIRADOR). Hasta había emprendido un par de escara-
muzas amatorias con chicas del pueblo (las “muchachas de la tribu”) que, si bien no
llegaron demasiado lejos, me proporcionaron imágenes y sensaciones de Gauguin en
Tahití… (NOA - NOA...... IA ORANA MARIA...). Se incorporaron en distintas épo-
cas a la Comuna, a pesar de las dificultades que planteaba su integración con los otros
miembros. Según éstos era por “FALTA DE ONDA”. Acusándolos de racistas, les a-
seguré que, en caso de plantearse una disyuntiva, no dudaría un instante en volverme
contra ellos. Unos de los planteos más justificados y urticantes era la falta de espíritu
comunitario, la tendencia a acaparar cosas en lugar de compartirlas. Les señalé las
condiciones de pobreza en las que habían nacido, les hice notar que había tenido el
mismo problema con muchos artesanos de pelo largo y les pedí que esperaran hasta
que se produjera una evolución (aunque fuese paulatina).
Ene. ´87:
El día en que llegó cierto lumpen tucumano, la dotación del Fuerte llegó a tres
legionarios y, al poco tiempo, floreció el desierto (¡¡¡MILAGRO!!!). Una tarde nos
miramos atónitos y no era para menos... Los tres brutales solitarios rodeábamos la
mesa de un boliche bebiendo moderadamente. Esto ya era bastante inusual pero...
¡¡cada uno de nosotros estaba abrazando a una mochilera rosarina!! Por causas di-
versas, no duraron mucho (así suele ocurrir en el desierto con los espejismos) pero las
separaciones, que estaban casi previstas, no fueron muy dramáticas. En mi caso, al
menos, la experiencia me dejó un sabor muy dulce en la boca y el deseo de volver a
visitar el Jardín de las Delicias, aunque corriera el riesgo de desviarme un tanto de mi
ruta hacia la fama literaria.
26
Una noche, en medio de la fiesta que se había organizado por algún motivo, al-
guien me avisó que en la Huayra me esperaban unos amigos de Pergamino. ¡¡¡EL LI-
BRO!!! Subí de dos en dos los ciento cuatro escalones que conducen a mi casa y, e-
fectivamente, allí estaba mi amigo con las primeras pruebas de imprenta. Como él ve-
nía cansado por el viaje y yo estaba un tanto mareado, decidimos dejar la corrección
para el día siguiente. Cuando nos pusimos a trabajar, yo intenté leer en voz alta para
que él fuera corrigiendo el texto. Sólo pude hacerlo con las primeras líneas, porque la
emoción de ver mi obra en letra impresa me cerraba la garganta. Cuando se marchó,
me aseguró que si no podía traerme los quinientos ejemplares personalmente me los
enviaría por correo.
Mar. ´87:
Había pasado dos meses planificando la entrega de los libros a los suscriptores
que asistieran al apoteótico y pantagruélico asado con el que festejaría mi triunfo. Pe-
ro... dos días antes del DIA CERO recibí una carta que me anunciaba que, por dificul-
tades de la imprenta, el libro estaría listo recién un mes después... que él había hecho
lo posible... que sabía lo importante que era para mí. Sentí que me desmoronaba y lle-
gué, como un anciano inválido, a la Planta Depuradora para echarme a dormir. Allí
me esperaban dos amigos guitarreros, que me obligaron a tomar un par de vasos de
vino y a cantar algunas canciones de mi famoso repertorio. Al rato había superado la
depresión y al día siguiente me levanté, lleno de energía, para dar las correspondien-
tes explicaciones a los suscriptores más cercanos. La fiesta y el banquete ya estaban
en marcha (ciento ochenta empanadas, un chivo asado, una cabeza guateada y la
consiguiente proporción de bebida). Monté para los amigos que habían llegado una
función de teatro catártico centrada en mi suicidio y la pasamos muy bien.
Otra de las consecuencias de la CUENTA REGRESIVA fue la decisión de a-
bandonar mi empleo público. Hacía tiempo que barajaba esta alternativa pero, cuando
mi jefe me dijo que debía mantener mi imagen de agente del Estado aún fuera del ho-
rario de servicio, sentí que ya no podía seguir soportando esa incoherente relación de
dependencia. Después de pensarlo durante un par de días, le anuncié que renunciaría
tres meses después (al finalizar mi contrato). Me aconsejó que lo pensara... que me i-
ba a arrepentir. Pero yo tenía la certeza de que no volvería atrás.
Abr. ´87:
Un mes después emprendí un viaje relámpago hacia el sur. El plan era recoger
los libros en Pergamino y seguir hacia Buenos Aires, donde podía realizar una pre-
sentación en la Facultad de Filosofía y Letras. Sólo tenía dinero para el viaje de ida;
para la vuelta contaba con lo que me produjera la venta de algunos ejemplares de la
novela. Cuando, al llegar a su casa, mi amigo me dijo que la edición todavía no esta-
ba lista creí que estaba burlándose de mí. Lamentablemente, no tardé en convencerme
de que decía la verdad. El dueño había vuelto a fallar; las páginas estaban impresas
pero faltaba la tapa y el armado. Le dije que, si me explicaban cómo hacerlo, lo arma-
ba yo… Pero el buen hombre había viajado y volvería tres días después. Pasé ese lar-
go fin de semana sin ningún contacto con la realidad (a pesar del levantamiento de los
“carapintadas”). Sólo me interesaba sobrevivir hasta ponerme a trabajar. Después de
27
casi una semana de trabajo agotador, tuve los quinientos ejemplares en mis manos.
Metí cien en un bolso y salí corriendo hacia Rosario para grabar un reportaje
radial y vender algunos ejemplares para continuar mi recorrida. Volví a Pergamino al
día siguiente para partir en el acto rumbo a Buenos Aires. No había tiempo para ar-
mar la presentación prevista así que encargué a un amigo la distribución de los libros
entre los suscriptores y volví a Rosario. Allí presenté la obra en el local de un grupo
anarquista. No hubo planteos ni polémicas; hablábamos el mismo idioma. Cuando me
fueron a despedir, les conté que al dejar mi empleo me quedaba sin máquina de escri-
bir. Uno de ellos se comprometió a regalarme una, en realidad, a PASARMELA, ya
que no creía en el derecho de propiedad.
Al llegar a la casa la encontré a oscuras. Una tormenta había dado por tierra
con el pilar de la energía eléctrica. Además de deberse un bimestre, había que amurar
el caño, pagar la boleta con RECARGO... ¡ABONAR LA RECONEXIÓN! Al día si-
guiente decidí iluminarme con velas o seguir el cósmico ritmo solar. Además, esto
serviría de FILTRO que impediría la entrada de los que veían en la Comuna sólo una
forma de ahorrar lo que les cobraría un hotel. De a poco fui descubriendo las venta-
jas de los candiles a kerosene y las antorchas de grasa animal. El paso siguiente fue la
eliminación del gas. Si alguien quiere cocinar que vaya a buscar leña al cerro. Yo es-
toy dispuesto a acompañarlo y hasta colaborar con algo para la olla popular. Cuando
la casa queda vacía, muchas veces voy a comer afuera...
Ago. ´87:
Mientras doy término a estas páginas siento que se cierra un ciclo de mi vida.
Comienza otro que no sé exactamente hacia dónde puede llevarme (muy presumible-
mente a la fama). Muchos de los que llegan a la Huayra Huasi han oído hablar de ella
y de mí en Guatemala o Ecuador y mi novela se va dando a conocer por canales alter-
nativos. Como período de transición, éste está caracterizado por cierto inmovilismo
matizado por desbordes de violencia (incontrolables pero pasajeros). La distribución
de la casa está cambiando y sus comodidades son cada día menores. También ha sido
modificado el nombre de la Comuna. Ahora se llama C.A.R.O.L. (Comunidad Artís-
tica Revolucionaria de Orientación Libre). Esto quiere decir que habrá una actividad
creativa que nucleará a los que se unan a nosotros. Por el momento, somos pocos los
que estamos realizando tareas en común. Desde Warzawa (Varsovia) me acompaña
mi sobrina que,… como no podía ser de otra manera, dibujó la portada de EL FRAN-
COTIRADOR. Desde puntos no determinados en el mapa, el Príncipe Rumano y el
Potrillo, además de otros músicos con los que vislumbramos la musicalización de al-
gunos de mis textos. Naturalmente, no se excluirá la presencia ni el paso de mochile-
ros y/o borrachines del pueblo. He reducido al mínimo mis gastos y paso semanas en-
teras sin trabajar, alternando la literatura con el vino. Si debo desplazarme para pro-
mocionar mí obra, hago “dedo” y mendigo restos alimenticios en las ciudades que re-
corro como un extraño. Al ver mi reflejo en las vidrieras, me siento el joven y rebelde
Arthur RIMBAUD llegando a París a pie. En fin, creo que –como PETER PAN- nun-
ca maduraré... y no puedo decir que lo lamente.
29
II – LA LARGA MARCHA HACIA EL ÉXITO
Oct. ´87:
Uno de los primeros frutos de C.A.R.O.L. fue el blanqueado de las paredes
de la casa. Las mediocres frases que las cubrían desaparecieron bajo la cal y sólo que-
dó a la vista lo mejor de los murales. Las cajas de la instalación eléctrica fueron cu-
biertas con fotos de lugares distantes (Perú, Tailandia, Zaire...). También se inició un
“blanqueo” para eliminar de los que se abusaran de la hospitalidad comunitaria.
Con ese fin, redactamos un Decreto de estilo tajante. Sí, REDACTAMOS. Ha-
bía conseguido, por primera vez, compañeros dispuestos a compartir la responsabili-
dad de expulsar a los que no comprendieran el valor de lo que se estaba gestando. El
grupo se iba afianzando, a pesar de las inevitables fricciones que provocaban nuestros
fuertes caracteres. Por otra parte, los incrédulos, los indecisos y los que daban priori-
dad a otros compromisos se autoeliminaron por distanciamiento.
Esperábamos la llegada de los otros músicos. Yo había aceptado a regañadien-
tes pedirle electricidad prestada al vecino para conectarlos (me parecía una incohe-
rencia mendigar un servicio del que había decidido prescindir). Puse como condicio-
nes: no hacer ningún movimiento hasta que el estudio estuviera armado, que la luz no
fuera utilizada en el resto de la casa y que la Comuna abonara íntegramente el impor-
te de la factura. Mientras tanto, la actividad estaba centrada en la música. Me inicié
en la composición de letras para canciones con el Príncipe Rumano (que ya había cre-
ado “VIENTO QUEBRADEÑO” utilizando algunas de mis frases obsesivas). La i-
dea era armar un LONG-PLAY con los ambientes sugeridos por “EL FRANCOTI-
RADOR”. Tomamos como base un proyecto de leer las partes vitales del libro con un
fondo musical grabado. Esta idea, que había comenzado a concretarse con gran entu-
siasmo unos meses atrás, languidecía. La actriz que debía leer los textos selecciona-
dos no resultaba convincente por no haberse tomado el trabajo de leer la totalidad de
la obra. Ahora, por el contrario, contaba con la colaboración de un amigo plenamente
compenetrado con el contenido de la novela y con el que convivíamos diariamente.
Mientras tanto, seguíamos comiendo (y bebiendo) despreocupadamente gra-
cias a mis cuentas corrientes: “picaditas” a media mañana que se prolongaban, mu-
chas veces, hasta la noche o el amanecer del día siguiente. Antes de partir, el Príncipe
Rumano escribió sobre una de las paredes: “VIAJE PERO NO ME FUI”. Ya tenía-
mos seis canciones listas y la idea para la séptima.
Nov. ´87:
Poco después llegó otro delirante. Había dejado inconclusa una novela bastan-
te bien encarada para incorporar la música a su lenguaje y en ese momento tenía en
mente una “película quieta” armada con diapositivas sobre la base de un guión que
fue evolucionando durante la “filmación”. En ella encarné al Vizconde Pedro que,
junto con el ex-mercenario Renoir, trataba de crear un jefe revolucionario indígena
transformado ideológicamente (a la manera del Dr. Frankestein) a un alcohólico cró-
nico que barría el Castillo de Adobe. Poco esfuerzo actoral hizo el encargado de este
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papel ya que vivía borracho. Era el hermano de mi primer proyecto de “secretaria in-
dígena” (que tomó la personalidad de Luisa Flores, bruja santiagueña). Desde su lle-
gada a la casa, unos meses antes, se habían dedicado a un sistemático despojo de los
bienes de la Comuna, por lo que se los expulsó violentamente al finalizar la “filma-
ción”. Luego volví a quedar solo con todo el tiempo para escribir... y trabajar para pa-
gar las deudas que me habían dejado los miembros de la Comunidad Artística (con la
única excepción del Director de la Película). No me preocupaba mucho porque conta-
ba con las promesas de envíos de dinero para ayudarme. Pero (¡¡Oh, fragilidad de las
palabras humanas!!) al volver a sus lugares comenzaron a resolver sus propios pro-
blemas. Reduciendo mis gastos al mínimo, fui pagando las cuentas con interés.
Cubrí la del almacén pero la del boliche seguía en pie. No era muy grave; vol-
vía a sentir el regusto de la soledad creativa y a disponer de días enteros para dedicar
a la literatura, mientras que por la casa rondaban las niñas y los borrachos del pueblo.
Dic. ´87:
Cuando volvió el Potrillo intentamos disminuir la cuenta cortando adobes para
el dueño de la “carpa”. Desacostumbrados a realizar un trabajo tan pesado, no tenía-
mos fuerzas para cocinar y seguíamos engordando la deuda externa. Con gran alivio,
abandonamos la ardua empresa. A todo esto se unía la traición de mis compañeros de
C.A.R.O.L. y la tardanza del tan ansiado éxito para aliviar mi estrangulamiento eco-
nómico. Consideré seriamente la posibilidad de vender mis herramientas de plomería
pero no conseguí clientes. Varias visitas hicieron resurgir mi autoconfianza: llegó un
compañero del grupo anarquista rosarino (que publicó a su regreso una nota sobre mi
y la Comuna en el Diario LA CAPITAL) y varios amigos tucumanos. Entre ellos el
hijo de un folklorista con el que “conversábamos el vino” y una estudiante de Letras a
la que una noche dediqué un “FRANCOTIRADOR”. Recibí a cambio una plaqueta
poética. Cuando a la mañana siguiente -disipadas las brumas del alcohol- leí su poe-
ma,... quedé muy sorprendido: era un reflejo femenino de mi novela. Intercambiamos,
además, un poco de ternura. También apareció uno de los que más había trabajado en
el mural de la plaza y primer suscriptor del “FRANCOTIRADOR”. Venía a estable-
cerse en Humahuaca con su familia “gracias a mi ejemplo”.
Feb. ´88:
Ya estaba preparado para la llegada del Carnaval. Conocí a una pintora ariana
que financió gran parte del vino y el picante para las “composturas” mañaneras. Una
tarde en la que andaba con paso vacilante por las calles, se me acercó una pareja con
dos hijos para informarme que estaban alojados en mi casa. Me encogí de hombros y
les dije que me daba igual; yo era el “hombre gato” y estaba carnavaleando. Pasado el
delirio, me comunicaron su decisión de instalarse en la Huayra Huasi. “Otros que me
abandonarán” pensé y les aseguré que los “sometería a duras pruebas para probar su
capacidad” (repitiendo una frase de la Carta de Peter Pan, corazón poético mi primera
novela). Dieron sobradas muestras de superarlas con facilidad ya que la víspera de mi
cumpleaños pagábamos con un cheque la deuda de la “carpa”. Se volvió a crear el
CONSEJO REVOLUCIONARIO, formado por los tres con el grado de Comandan-
tes. Época de duro y constante trabajo para sobrevivir. Lo conseguíamos apenas; la
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deuda externa resurgió y comenzó a aumentar de manera alarmante (parte de ella era
producida por los atados de cigarrillos que ellos fumaban diariamente, zapatillas DE
MARCA para sus hijos -cuando yo usaba las mismas ojotas de siempre - etc.). Ni si-
quiera tenía tiempo para dedicarme a la literatura. Los “OBJETIVOS DE LA CO-
MUNA”, la “EMULACIÓN REVOLUCIONARIA” y el trabajo agotador no lo per-
mitían. La búsqueda de dinero era obsesiva.
Hasta me vi obligado (con todo el dolor del alma y a pesar de reconocer que los
argumentos esgrimidos eran objetivamente válidos) a expulsar a mi más eficaz pro-
yecto de “secretaria aborigen”. No había evolucionado lo suficiente (en sus catorce
años de vida) como para incorporarse activamente a la REVOLUCIÓN EN MAR-
CHA. Como contraparte estaba la “BUENA CHARLA DE MAMADOS” que se lle-
vaba a cabo diariamente al atardecer y larguísimos intercambios de experiencias que
fortalecían nuestra relación.
Panfleto que enviamos a los amigos del país y del exterior:
“La Comunidad Huayra Huasi (Quechua: CASA DEL VIENTO) se estable-
ció en Humahuaca en enero de 1975. Durante este tiempo, sus integrantes han
participado en distintas tareas de índole político-social (p.Ej: el PLAN DE VI-
VIENDAS POR ESFUERZO PROPIO Y AYUDA MUTUA organizado por la Pre-
latura de Humahuaca). Pero, sobre todo, su mensaje se ha transmitido mediante
una ininterrumpida presencia solidaria en medio del pueblo, viviendo del trabajo
manual (reparaciones domiciliarias y artesanías). En este momento los objetivos
que se plantea la Comuna son:
1) Un Taller Abierto de Producción Artesanal Autóctona, con la integración de
niños y adolescentes del lugar como alternativa socio-económica. Incluirá la
enseñanza y comercialización de artículos de lana y cerámica.
2) Una granja donde se utilicen los medios naturales: abonos orgánicos, rota-
ción de cultivos, formación de carnes alternativas (pollos y conejos) y apro-
vechamiento de energías parasistemáticas.
Una posible proyección de esta granja sería la implementación de una
OLLA COMUNITARIA destinada a la población infantil. En otro orden
de cosas, Huayra Huasi editó en abril de 1987 la novela EL FRANCOTIRA-
DOR (de Raúl Prchal), donde se reflejan posibilidades alternativas de vida.
Por todo lo antedicho, consideramos importante el apoyo (tanto comercial
como solidario) que se nos pueda brindar. Dejamos abiertas las puertas de la
Comunidad para todos aquellos que quieran conocerla”.
Perfecto, pero... ¿ME INTERESABA REALMENTE? Sólo en parte, ya que parecía
lejano el día de mi incorporación como artista a la Revolución… La tensión iba en
aumento y explotó cuando me dijeron que debíamos cobrar más por nuestros trabajos.
Bajé al pueblo, donde no me resultó difícil encontrar a alguien que me invitara a to-
mar unos vinitos. Volví gritando que trabajaría por monedas o por un plato de comi-
da...
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Abr. ´88:
Como ya no quedaban ejemplares de mi libro, se imponía un viaje a Pergamino
para recuperar el resto. Mi desplazamiento permitiría, por otra parte, diluir la violen-
cia interna. De acuerdo a nuestros planes, mi ausencia tendría una duración aproxi-
mada de un mes. La despedida sirvió para poner en claro un par de problemas, en me-
dio de la algarabía alcohólica. Llevaba el valor del pasaje hasta Buenos Aires y cien
aritos de espinas de cardón producidos por la Comuna; parte del producto de su venta
estaba destinado a la compra de alambre de alpaca para el Taller de Artesanías.
Al llegar a Tucumán, me instalé en la casa de un amigo. Mis hijas vendieron al-
gunos aros y pasé una semana leyendo pensando y creando....
El dueño de casa era músico y me propuso componer temas en común así que
me puse a escribir la letra de una chacarera. Esta actividad me trajo a la memoria al
Príncipe Rumano y comencé a atormentarme con la idea de que en ese momento él
estaba lucrando con los temas que habíamos creado juntos. Tenía su dirección en
Córdoba y, además, el precio de los pasajes había aumentado y mis recursos ya no me
permitirían llegar a Buenos Aires.
May. ´88:
Bajé del tren en Córdoba con una ficha de teléfono como único capital. Fui a la
casa del Co-Fundador de C.A.R.O.L., donde me enteré de que estaba en Buenos Ai-
res. Busqué en mi agenda direcciones de amigos cordobeses. Encontré varias pero
sólo una con número telefónico. Llamé y me dijeron que volvía a la noche (!!!). Co-
mencé a averiguar la ubicación de los domicilios de los otros hasta que, por fin, un ta-
xista amable me indicó la más próxima (a más de 30 cuadras). Comiendo un pan que
pedí en un negocio, comencé a caminar. Al llegar, un vecino me informó que el mu-
chacho a quien buscaba se había mudado y me dio su nueva dirección. Andando y
desandando las infinitas diagonales y rotondas de la ciudad, encontré finalmente la
casa. Su dueño, estudiante universitario de escasos recursos, me recibió muy bien.
Estaba editando una revista y se interesó por mis notas. Yo tenía en mente una sobre
el desconocimiento existente en nuestra América sobre la historia de los países her-
manos. Aproveché, pues, el incentivo de su posible publicación y la tranquilidad que
me proporcionaba pasar el día solo, para darle forma. Volvía a mi actividad específi-
ca... pero estaba un poco ansioso por cumplir con mi compromiso de regresar al mes
de mi partida. Buscando el significado de una frase dicha al azar: “HE VIVIDO quin-
ce años en Humahuaca”, descubrí que no tenía ningún deseo ni obligación de cumplir
con ese plan y que nada ni nadie podía impedirme prolongar la duración de mi viaje.
Terminé mi artículo (“OTRA HISTORIA”) con tiempo y lo pasé a máquina. Me des-
pedí de mi amigo y de su compañera y salí a la ruta para hacer “dedo” hasta Rosario.
No llevaba ni un peso en el bolsillo pero caminaba, con un gran optimismo, alejándo-
me de la ciudad en una mañana llena de sol... Al caer la tarde había recorrido diez ki-
lómetros a pie sin que nadie me alzara; estaba en pleno campo y no había comido en
todo el día. Mis posibilidades eran dormir al borde de la ruta para intentar el “auto-
stop” al día siguiente o volver a la casa de mi amigo (donde podría dormir bajo techo
hasta encontrar alguna otra forma de salir). Volví a mendigar pan y, durante la larga
caminata, decidí tratar de vender algunos aritos en la Terminal y viajar, tranquilamen-
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te, en ómnibus. “Tiré mi paño” en una escalinata, mientras leía las “CARTAS DE
VAN GOGH A THEO”.
A media noche me convencí de que era totalmente inútil. Nadie respondió al
tocar el timbre de mi posible albergue y no tuve coraje para insistir... Volví a la Ter-
minal para tratar de dormir sentado en un banco pero un par de policías de civil me lo
impidieron. Me indicaron, en cambio, que podía descansar sin problemas en la esta-
ción ferroviaria. Envuelto en mi gamulán y mi vieja manta de viaje dormí, a pesar del
frío, hasta el amanecer. Tuve que esperar hasta una hora lógica para volver a molestar
a mi amigo. Este me sugirió el tren de carga como medio de transporte (él lo había u-
tilizado varias veces) y se comprometió a acompañarme para averiguar los horarios.
Después de comer, bañarme y descansar, fuimos a la estación. Me preguntaron, con
toda naturalidad, si quería viajar como “POLIZON” (¡¡¿¿??!!). Al responderles afir-
mativamente, sólo me recomendaron hablar antes con el guarda. Al hacerlo, me con-
testó: “subí a cualquier vagón que no esté precintado pero... ¡yo no te he visto!”. Re-
corrí todo el convoy y mi única opción fue un vagón tanque en el que, al rato, estaba
acompañado por un par de mochileros. Cuando el tren se puso en marcha, la ola de
frío que azotaba al país se hizo sentir con mayor intensidad al morder el metal. Sin
embargo, me sentía feliz mientras me castañeteaban los dientes... ¡llegaría a Rosario!
A mitad de camino se produzco un incidente previsto por mi amigo: un miem-
bro de la Policía Ferroviaria, luego de reprendernos paternalmente por viajar de esa
forma con el frío que hacía, nos gritó: “Si los ve el guarda, ¡yo no los he visto!.. “es-
cuéndansen” en ese galpón y vuelvan a subir cuando arranque el tren”.
Al llegar, a la mañana siguiente, comprobé que estaba a sesenta cuadras del
centro, al que debía llegar –obviamente- a pie. Entre el domicilio de un colega vege-
tariano y del de otro carnívoro y bebedor de vino, no dudé ni un momento en dirigir-
me al segundo. Después de almorzar y ducharme, me comuniqué telefónicamente con
mi “compañera del desierto florecido” (que se había transformado en amiga y confi-
dente). Vino y me acompañó, con mi equipaje, hasta la Biblioteca Anarquista. Venía
todos los días y me encontraba leyendo ávidamente trágicas historias del movimiento
obrero y proclamas anti autoritarias publicadas en todo el mundo. Salíamos a recorrer
esa ciudad, donde se desarrolla gran parte de EL FRANCOTIRADOR. Mis compañe-
ros estaban armando el próximo Número de su Boletín. Aceptaron gustosos incluir en
él mi nota “OTRA HISTORIA”. Además, me entregaron el dinero producido por la
venta de mis libros con el cual viajé, cómodamente en ómnibus, a Pergamino. Mi
suerte había comenzado a cambiar, la literatura daba sus primeros frutos...
Jun. / Jul. ´88:
En un cálido encuentro con mi editor, colega y amigo, fijamos la fecha para
presentar la novela a mi vuelta de Buenos Aires (hacia donde partí al día siguiente en
el tren de pasajeros). Quería llegar a tiempo para asistir al “SEMINARIO TALLER
DE DESARROLLO A ESCALA HUMANA”. Había sido invitado por varios grupos
alternativos. Esperaba bastante de ese Encuentro; sobre todo a nivel promoción de mi
obra ya que me habían ofrecido un espacio en el “Stand” de publicaciones. Fotocopié
mi “Currículum”, pero quedó fuera de la vista de los que pasaban. Por otra parte, el
excesivo intelectualismo me fatigó muy rápidamente y terminé por abandonar el e-
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vento, saliendo a buscar cosas más vitales. ¿Qué mejor que visitar a mi compañera
del Carnaval, la Pintora Ariana? Vivía detrás del viejo Mercado de Abasto (donde to-
davía deambulaba el fantasma de Carlitos Gardel), en una calle empedrada bordeada
de antiguas construcciones llamada... Humahuaca (¡!). En el mohoso negocio vacío
que le servía de taller, pude ver sus obras: agresivos reflejos de seres deformes del
bajo fondo, cuadros de grandes dimensiones pintados con colores puros (que ningún
burgués colgaría jamás en el “living” de su casa). Esto se aproximaba mucho más a
mi mundo que las discusiones sociológicas de los ecologistas. Fui a retirar la máquina
de escribir que me habían ofrecido unos amigos (la que me había “pasado” mi com-
pañero “anárquico” –con su mejor buena voluntad- era totalmente inutilizable) y me
regalaron además una resma de papel. Inicié el trámite de Registro Internacional del
Derecho de Autor (ISBN) con el producto de la venta del libro. Un aporte solidario
de alambre de alpaca me permitiría cubrir mi deuda con la Comuna, ya que había ido
gastando durante el viaje el dinero producido por la venta de los aros. Mientras tanto
pasaba tardes enteras vagando por la ciudad sin rumbo fijo, añorando los tiempos en
que mi sobrina estaba en Buenos Aire. Le escribí a Varsovia desde un bar contándole
que imaginaba seguir viajando indefinidamente por las ciudades para promover mi o-
bra y escribir al borde de la rutas. ¡Qué lejos estaba Humahuaca y la diaria lucha por
la subsistencia! Si bien en algún momento había pasado el día sin más alimento que
un trozo de pan, en general había comido mejor que en la Comunidad (y, sobre todo,
despreocupada e irresponsablemente). Además disponía de todo el tiempo para escri-
bir. Había reemplazado los harapos que llevaba al salir de viaje por la ropa (usada pe-
ro en mejor estado) proporcionada por los amigos.
Me reencontré con el Potrillo, con quien –de la mano de la Pintora Ariana-
recorrimos boliches de tango y espectáculos paraculturales. También vivimos las pri-
meras pruebas de la “película quieta” FRANKESTEIN EN HUMAHUACA y, natu-
ralmente, pasamos horas contándonos nuestras recientes aventuras. Salimos hacia
Pergamino pagando el pasaje pero la presentación no pudo llevarse a cabo porque to-
dos mis amigos estaban inmersos en las internas del Partido Justicialista (¡¡!!). Con
diez bultos pesadísimos, seguimos viaje hacia Melincué. Desde allí, su padre nos lle-
vó en su auto hasta su casa de Firmat. Nuevamente la falta de soltura que se produce
siempre en estos casos: los padres de mis amigos tienen, generalmente, mi edad pero
–desconcertados por mi extraño aspecto- me tratan ceremoniosamente de USTED y
todos hacemos esfuerzos increíbles para parecer naturales. El pueblo chato y sin más
paisaje que los silos cerealeros me deprimía, pero aproveché la breve estadía para lle-
nar mi estómago y pasar a máquina la primera parte de estos apuntes.
A los tres días estaba nuevamente en la Biblioteca Anarquista de Rosario, pre-
parando la presentación de la novela. Con mi amiga y confidente imprimimos unos a-
fiches sobre papel de diario, utilizando una plancha de “Telgopor” grabada con un a-
lambre al rojo. También diagramamos una tapa para una eventual Segunda Edición.
Me relacioné con una escritora y mecenas de seudónimo eslavo. De su brazo recorrí
exposiciones y otras muestras culturales como parte de mi “política literaria”. A-
proveché la paz de la biblioteca para reflejar, en lenguaje poético y con una caligrafía
muy especial, las vivencias de esa época (“LA EXPEDICIÓN”). Comencé a trabajar
también en “PAUTAS PARA LA CAPTACIÓN Y EMISIÓN DE IMÁGENES IN-
35
QUIETANTES o GUÍA PRÁCTICA DEL BUFÓN LÚCIDO” (obra apenas esboza-
da un tiempo atrás). Envié, por intermedio de unos amigos, un cajón hacia Jujuy;
contenía la máquina de escribir, la resma de papel y una buena cantidad de “FRAN-
COTIRADORES”, (el resto me acompañaría en el siguiente tramo de “LA EXPEDI-
CIÓN”). El éxito de la presentación no fue espectacular, pero la venta de los libros
me permitió pagar mi pasaje en tren hacia Córdoba. Esta ciudad volvió a cerrarme sus
puertas así que la abandoné rápidamente en un tren de carga rumbo a Tucumán. En
este largo y monótono viaje comencé a elaborar una nota, a la que di forma más tarde
(“REFLEXIONES SOBRE LA MARGINALIDAD VIAJANDO EN UN TREN DE
CARGA”).
Ago. ´88:
En Tucumán, como siempre, pude sobrevivir sin mayores sobresaltos (aunque
no comiera todos los días). Ya estaba en marcha la presentación del libro. Esta vez
los afiches, que se colocaron en lugares claves, fueron hechos en serigrafía. Uno de e-
llos (que fue tomado de una foto en la que aparezco de brazos cruzados) podría servir
para la posible Segunda Edición. Mientras tanto pasaba el día en la plaza con los arte-
sanos y todas las noches me presentaba puntualmente en “EL TONEL” (legendario
boliche, que luego fue clausurado por la Brigada de Narcóticos) para beber vino, im-
provisar “blues” y alternar con los marginales. La presentación fue un éxito a todo ni-
vel. Como vendí una buena cantidad de libros (y hasta afiches) envié un poco de di-
nero a la Comuna (al “frente de lucha”). A los pocos días recibía una “encomienda”...
Mi Pequeña Secretaria se había fugado de un Instituto Correccional, pidiendo asilo en
la Huayra Huasi. Como los Comandantes no podían ocultarla por más tiempo, me la
enviaron para que me hiciera cargo. Me alegró reencontrarla, pero la compañía de u-
na menor de edad sin documentación me produjo algunos inconvenientes (como el de
ser expulsado de la casa donde vivía). Otro amigo me proporcionó albergue pero me
aclaró que no podía llevar a dormir A NADIE. Al volver de “EL TONEL” a la ma-
drugada, luego de tirar el “I-CHING” a cambio de vino y empanadas, ella se iba a
dormir a la estación ferroviaria con una manta que yo le entregaba en la puerta. Al
poco tiempo mi amigo no pudo soportar la culpa y le permitió dormir bajo su techo.
Después de un mes, la rutina de la plaza, el boliche, el vino y las mismas charlas de
mamados se volvió insoportable, así que decidimos partir hacia Tafí del Valle (acep-
tando la invitación de unos viejos artesanos que se habían establecido allí muchos a-
ños atrás). Llevaba en mi carpeta un nuevo poema “EN EL SUBE Y BAJA”, fiel pin-
tura de esa larga estadía. Además me había relacionado con “BASTA” (revista “sub-
te” que publicaría mis notas). Casi sin dinero, alcoholizados y hambrientos, salimos a
la ruta en una mañana calurosa. Al atardecer ya habíamos cubierto la mitad del reco-
rrido, pero allí se nos cortó la buena suerte. Empapados por una lluvia torrencial, dor-
mimos en un galpón de Vialidad. Al día siguiente seguimos caminando bajo la lloviz-
na. Afortunadamente, encontramos a unos amigos que iban en la misma dirección;
nos convidaron algo de comer y, al rato nos levantó un camión a todos. Llegamos,
temblando de frío, en un atardecer nublado y triste.
36
Set. ´88:
Recordar Tafí me produce sensaciones contradictorias y muy intensas. Fue
un cambio total: del pan con fiambre pasamos a una dieta a base de cereales y verdu-
ras, el vino se bebía con moderación y era un exquisito “patero” de la zona. Aunque
protestara, aceptaba estas condiciones porque no podía negar que mi cuerpo (hincha-
do y blancuzco debido a la vida urbana) se transformaba rápidamente por la nueva a-
limentación y las tareas realizadas bajo el sol. Era una especie de Comunidad (“CON-
VIVENCIA” la llamaban ellos), formada por dos parejas y sus hijos. Me incorporé a
la artesanía, la huerta y la construcción. Las diferencias de enfoque (que provocaban,
a veces, violentas discusiones) se agravaban cuando alguno de ellos me aconsejaba,
en tono doctoral, que dejara el vino (que era “bajo astral”) reemplazándolo por mari-
huana o algún otro alucinógeno natural. A pesar de que este juicio de valor me enfu-
recía, no me negué a participar en un par de “VIAJES” con San Pedro (cactus mezca-
lero). El primero me dio una visión más profunda, intensa y mágica de la realidad y el
segundo un descenso a los infiernos interiores.
Humahuaca seguía alejándose de mi horizonte; tanto que decidí quedarme co-
mo casero cuando mis amigos partieron hacia Bolivia y Brasil sin fecha fija de retor-
no. Sobreviviría de las artesanías y lo que produjera la huerta. Envié una carta a los
Comandantes comunicándoles mi propósito y armé “MI LUGAR” en un rincón de la
casa (con una mesa que serviría de escritorio junto a la cama y los afiches de las pre-
sentaciones). Pero un hecho inesperado cambió el rumbo de los acontecimientos. Una
mañana, al despertar de una dulce borrachera me encontré en los brazos de la dueña
de casa (su marido había viajado a Salta para vender sus artesanías). A su regreso, el
sentimiento de culpa se me hizo insoportable (a pesar de no haber sido el causante de
la situación ni el primer integrante de un triángulo entre ellos). Tampoco tenía sentido
tratar de disimular ya que ella se había encargado de comunicarle la novedad. La sen-
sación de ser un vil traidor se acrecentaba porque mi amigo me trataba con extremada
amabilidad. Había logrado reunir algo de dinero trabajando en la modificación de una
casa así que HUÍ hacia Jujuy (viaje previsto con el fin de recuperar el cajón que había
enviado desde Rosario).
En Tucumán, después de un par de meses de vida sana, gasté mi capital en
los bodegones. Llegué, pues, a Jujuy “a dedo”. Una huelga ferroviaria había inte-
rrumpido mi viaje –más lento pero seguro- en tren de carga. Rescato de esa estadía en
una ciudad tan anodina un boceto de guión (para historieta o cine) que titulé “VIA-
JES”. Narra las peripecias de un artesano urbano que abandona temporariamente la
ciudad. Lo escribí luego de una charla con un compositor de folklore progresivo... En
la misma había manifestado mi convencimiento de que no sólo la música sino tam-
bién las letras debían trascender lo convencionalmente tradicional. Con dos pesadas
mochilas al hombro, inicié el largo y azaroso viaje de vuelta. La más perjudicada fue
mi pobre máquina de escribir por los golpes recibidos al subir y bajar de los trenes de
carga.
Al llegar a Tafí, descubrí que mi Pequeña Secretaria ya no estaba. “MI LU-
GAR” había sido desarmado por el dueño de casa en un ataque de celos y la tensión i-
37
ba en aumento. No desperdicié la providencial llegada del Príncipe Rumano, invitán-
dome a visitar la Comuna de Músicos que había creado en Cafayate, y partí nueva-
mente “a dedo”. Al día siguiente, al cruzar la plaza llevando al hombro una damajua-
na comprada con el producto de la venta de un “FRANCOTIRADOR”, el corazón me
dio un salto en el pecho... mi dulce amiga de Tafí, con toda naturalidad, me estaba es-
perando debajo de un pino. Me dijo que iba a buscar a su hija a Salta. Yo iba en la
misma dirección, así que iniciamos al día siguiente una verdadera “luna de miel” al-
ternando el “auto-stop” con largas caminatas por esa Quebrada alucinante (que, mal
que me pese, reconozco como mucho más hermosa que la de Humahuaca). En ningún
momento disimulamos el lazo que nos unía ante los numerosos amigos en común que
teníamos a lo largo de la ruta y nuestra triste despedida se produjo en la carpa de unos
gitanos, junto a la cual habíamos dormido la noche anterior. Al regresar por separado,
mantuvimos las distancias.
Dic. ´88:
Recibí un giro desde Buenos Aires proveniente de la venta de mis libros. Inver-
tí su importe en fotocopiar algunas notas y recortes de diarios para enviarlos a un es-
critor santiagueño, cuya dirección había conseguido en Cafayate. A vuelta de correo,
recibí su invitación para participar en un Encuentro de Poesía. Acepté con naturalidad
que el dueño de casa me pagara el viaje y me fui sin mirar atrás. De todas formas, de
la tal “CONVIVENCIA” había extraído personajes arquetípicos (“los locos viejos”)
que incorporé luego a “PUCHAMAMA”. Llegué a Santiago del Estero un día des-
pués de lo previsto, ya que los “Guardianes del Orden” me alojaron en la Comisaría
durante 24 horas por averiguación de antecedentes. El Encuentro no tuvo mayor im-
portancia para mí. Recuerdo más la pachorrienta cordialidad de los santiagueños, el
vino tinto –saboreado con hielo- bajo los eucaliptos del Parque Aguirre, la juventud
bailando chacareras con un entusiasmo propio de un Festival de Rock y el asfixiante
calor. No tenía dinero para volver y el tórrido clima dificultaba mi salida a “dedo”.
Me refugié entonces en la casa de uno de los organizadores del Encuentro hasta que,
ante la proximidad de las Fiestas de Fin de Año, me despachó en ómnibus a Tucu-
mán.
Más por diversión que por el magro jornal que me pagaba un amigo, trabajé
como peón de albañil por unos días y despedí ese año tan movido participando en una
apoteótica fiesta organizada por la Revista “BASTA”.
Ene. ´89:
Volví a Tafí a fuerza de pulgar. Poco me quedaba por hacer en esa casa, ahora
repoblada por gente que apenas conocía. Armé mi mochila y me despedí. Había des-
cubierto que, de manera indiscutible, “mi lugar” estaba –nada más y nada menos- que
en mi casa. Además, siguiendo mis pasos, había llegado el Director de la Película. In-
vitando a todos a compartir con nosotros el Carnaval Humahuaqueño, salimos alegre-
mente a la ruta. Después de varios días de viaje, durante el cual nos fuimos encon-
trando y desencontrando con los invitados carnavaleros, llegué a la Huayra Huasi res-
pirando el reseco aire de la Quebrada a pleno pulmón. Mi ausencia había durado casi
un año, una experiencia inédita desde mi llegada a Humahuaca.
38
Feb. ´89:
El reencuentro con los Comandantes fue cálido y entusiasta. Con la llegada de
los invitados y la reaparición de mi Pequeña Secretaria, se inició un Carnaval muy in-
tenso. Evidentemente el Diablo andaba suelto por el Castillo, produciendo triángulos
y enroques amatorios. Este ambiente festivo no alcanzaba para disimular que mi ale-
jamiento no había servido para superar los conflictos de fondo existentes dentro del
Consejo Revolucionario. Cuando mi Secretaria me contó que los Comandantes la ha-
bían acusado de robarles sus cigarrillos, me enfurecí y les eché en cara los dos atados
diarios que, durante meses, se habían comprado, con parte de mi sudor. La presencia
del Director de la Película, que me proponía editar una revista, producía que mi áni-
mo se encontrara dividido entre lo que consideraba el “Deber de participar en el Pro-
ceso Revolucionario” y mi creciente deseo de volver al “Delirio Creativo” (mi eterna
disyuntiva entre la “Realidad” y la “Fantasía”). De más está decir que opté por la se-
gúnda. Ante una Asamblea Popular, integrada por los carnavaleros tardíos, renuncié a
mi grado de Comandante pasando a integrar las filas de los visitantes ocasionales.
Partiría con mi Compañero de Aventuras hacia Formosa, para conocer a sus amigos
tobas. Como el viaje fue interrumpido por cuestiones imprevistas, despedí a mi amigo
en Jujuy y volví al “Frente de Lucha” arrastrando los pies.
Abr. ´89:
Una discusión sobre horarios de trabajo provocó la expulsión definitiva de mis
compañeros. Quedé solo con mi Secretaria, experimentando una sensación de alivio,
algo empañada por cierto temor a la inseguridad económica. Luego de ese largo perí-
odo, me había acostumbrado a comprartir (y hasta delegar) la responsabilidad de pro-
curar alimentos. En esa época dibujé la “REPRESENTACIÓN GRAFICA DE LOS
SESENTA Y CUATRO HEXAGRAMAS DEL LIBRO DE LAS MUTACIONES”,
gráfico del I-CHING en un paisaje Humahuaqueño. Ella, mientras tanto, aprendió a
escribir a máquina con una velocidad increíble y comenzó a pasar los primeros apun-
tes de “PUCHAMAMA”.
La aparición de la hermana de mi Primer Suscriptor (una Wendy quinceañera)
fue el último acontecimiento positivo de ese año que sería nefasto para mí. Intensa re-
lación asexuada en la que, como en otras ocasiones, encubrí mis sentimientos bajo un
semipaternal antifaz de Guía o Maestro. Su partida marcó el inicio de mi derrumbe.
Jun. ´89:
Por las noches, comencé a oír murmullos y risas apagadas en la habitación de
mi Secretaria. Al retirarse por las mañanas (para volver al amparo de las sombras de
la noche) ella intentaba ingenuamente distraer mi atención para que no me percatara
de que una sombra fugaz se escurría por la puerta. Al cabo de unos días, el misterioso
personaje se corporizó al saludarme en un bar de la orilla. Se trataba de un conocido
ratero. Como manifestó saber que yo conocía su existencia, lo insté a abandonar la
clandestinidad. A partir de ese momento, formamos un trío bastante armonioso y al-
coholizado que fue el primer núcleo de una comunidad de marginales y delincuentes
de poca monta que se formó rápidamente a mi alrededor. La venta de todo tipo de ar-
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tículos robados nos proporcionaba fondos más que suficientes para vivir con alegre
despreocupación (inmersos en una modorra etílica que se renovaba diariamente). De
más está decir que la actividad artística quedó totalmente relegada, con la única ex-
cepción de una larguísima víbora formada por tapitas de vino ensartadas en un alam-
bre. Al promediar el Año de la Serpiente en el Horóscopo Chino, el ofidio metálico
ya había recorrido dos veces el techo de la cocina para encaminarse decididamente
hacia la sala. Como una ironía del destino, el inevitable final se desencadenó el día en
que, en un rapto de lucidez, había decidido poner fin a la experiencia. En un rápido y
espectacular operativo, un grupo de agentes uniformados nos trasladó a la Seccional
en el móvil de la Repartición (ante la mirada impasible de los vecinos). Estuve diez
días detenido por “aparente encubridor”. El término “aparente” se basaba en el he-
cho de que mi domicilio carecía de cerradura por lo cual me era imposible saber si
alguien penetraba en el mismo durante mi ausencia o mis frecuentes borracheras. Si
nuestro cautiverio se prolongó más de un par de días fue porque la Policía quería re-
cuperar los artículos robados. Sólo podía logarlo parcialmente porque nuestro “Agen-
te de Ventas” no lograba recordar dónde había realizado la mayoría de las transaccio-
nes (en un total estado de ebriedad). Durante esa interminable permanencia en el es-
trecho calabozo, me imaginaba condenado a varios años de prisión. En mi pequeña
celda solitaria y silenciosa, dispondría de tiempo y elementos para escribir. Era una
variante, algo lúgubre, de mi vieja fantasía de trabajar -como jardinero o leñador- en
el palacio de una Anciana Marquesa (admiradora de mi obra) que me proporcionaría
papel y lápiz, además del derecho de comer y beber en la cocina con la servidumbre.
Finalmente, conforme con la parte del botín recuperado, el Comisario nos liberó a to-
dos salvo al responsable de los hurtos. Fue envíado a la cárcel pero salió poco des-
pués gracias a su abogado.
Es difícil definir la sensación que se experimenta al salir en libertad después de
estar recluído. Las cosas más insignificantes tienen un sabor nuevo y cuesta creer que
se tiene el derecho de ir donde se quiera. Mientras gozaba extasiado del sol de la ca-
lle, después de sólo diez días, trataba de imaginar lo que debía sentirse al cabo de va-
rios años. La liberación fue festejada con abundante vino y, en medio de la euforia,
besé a mi Secretaria en la boca por primera y última vez en mi vida... Siguió la fies-
ta y, al rato, la vi dibujando un corazón con su inicial unida a la de su amante (el la-
drón). Enceguecido por los celos, destrocé la puerta de su habitación con un hacha.
Sin pronunciar ni una palabra, reunió sus pertenencias y se fue.
La citación para declarar en los Tribunales me proporcionó el motivo justo para
viajar a Jujuy y cambiar de aire. Allí me refugié en la casa de una amiga, pagando el
alojamiento y la comida trabajando como albañil.
Ago. ´89:
Pocos días después de mi regreso, se produjo la aparición del Profeta de los
Valles con su esposa, su numerosa prole y uno de sus discípulos. Me aseguró que ha-
bía decidido aceptar mi invitación de establecerse en mi casa. No recodaba haber for-
mulado tal propuesta, pero les di la bienvenida. Tal vez la formación de una Comu-
na Artesanal (él soldaba plata, reparaba tachos, etc.) posibilitaría mi definitivo aleja-
miento de la plomería. Este trabajo me resultaba tan insoportable que me lastimaba
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las manos y cometía errores dignos de cualquier aficionado. Hubo largas veladas de
vino y charlas proféticas en lenguaje bíblico, mientras se realizaban algunas repara-
ciones en la casa. La llegada de mi Primer Suscriptor coincidió con la de una carta de
cierta Editorial que me proponía un presupuesto muy conveniente para reeditar “EL
FRANCOTIRADOR” además de la presentación de su “Stand” de la Feria del Libro.
Una tarde, mientras charlábamos sobre el tema, nuestra mirada cayó sobre la antigua
salamandra que ocupaba un rincón de la sala. Cumplía una función decorativa ya que
ahumaba hasta la asfixia... Podía venderse muy bien en Buenos Aires en una casa de
antigüedades... claro... y también estaba la araña de hierro en desuso desde que se ha-
bía eliminado la electricidad... ¿¿Y EL VIAJE?? Muy simple: se financiaría con la
venta de mis herramientas, una verdadera QUEMA DE NAVES, al mejor estilo de
Hernán Cortés. Ya no podría volver atrás ¡¡LITERATURA O MUERTE!! Dejamos
al Profeta de los Valles a cargo de la Huayra Huasi y partimos llenos de entusiasmo
con las herramientas al hombro (las antigüedades habían sido despachadas por ferro-
carril con flete a pagar en destino).
Ene. ´90:
El reencuentro con Wendy fue cauteloso (casi distante) pero nuestro vínculo
se fue estrechando con el correr de los días. Puede decirse que, salvo por el hecho de
no compartir la misma cama, vivíamos intensamente las delicias y sinsabores de una
pareja. Prácticamente, me instalé en su departamento dejando la casa de mi madre.
Allí iba cuando se producía algún inevitable enfrentamiento... Muchas veces nos sor-
prendía el amanecer charlando desde nuestros colchones tirados en el piso. Otras
noches emprendíamos largas caminatas sin rumbo fijo o íbamos a comer algo con lo
que producía la venta de lo que quedaba de su vajilla familiar. Ya éramos personajes
conocidos en San Telmo, a tal punto que nos encargaban elementos específicos (co-
mo dando por sentado que desvalijábamos residencias de la alta burguesía). Dura,
a pesar de su aspecto tímido e indefenso, me seguía (con su cara deformada por tics
nerviosos) en mis correrías por los bodegones en los que intentaba sentirme menos
lejos de Humahuaca. “Nunca vi tanos negros juntos” me dijo una noche en Retiro, a-
ferrándose a mi brazo. Este contacto físico me llamó, agradablemente, la atención.
Por lo general, nuestras escasas familiaridades se reducían a leves besos en la mejilla
y ocasionales apretones del codo al cruzar una esquina. En algunos momentos asu-
míamos, por tácito acuerdo táctico, los roles de Tío y Sobrina (ya clásicos en mí). Re-
cuerdo una noche en la que un mediocre guitarrero se acercó a nuestra mesa anun-
ciando que interpretaría LA LAMBADA. Al escuchar los primeros acordes, le grité:
“¿Qué LAMBADA, amigo? Este es un tema de LOS KJARKAS que se llama LLO-
RANDO SE FUE”. Desde el fondo del bar, un gordo bigotudo me hizo señas dicien-
dome, con indiscutible acento boliviano: “tienes razón, hermano... Siéntense en mi
mesa ¿Qué desean beber?”. Salimos de recorrida por lugares inciertos, en los que
nuestro nuevo amigo (¿NARCO?) hizo respetar a mi “sobrinita” y… –con una sola
mirada- impidió que un personaje de aspecto dudoso me atacara por uno de mis habi-
tuales exabruptos.
Verano en Buenos Aires... A los pocos pasajeros que viajábamos en los colec-
tivos semivacíos se nos pegaba la camisa en la espalda al sólo contacto con la cuerina
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de los asientos. Los que no habían podido ir a Camboriú o Punta del Este estaban en
Mar del Plata. Naturalmente, entre los afortunados se encontraban los anticuarios y e-
ra cuestión de esperar. Mi compañero de delirios (el Director de la Película) tenía un
nuevo proyecto: llegar hasta la Huayra Huasi viajando en una especie de carromato-
casa con tracción a sangre. Un viejo artesano del oficio lo estaba fabricando y estaba
en tratativas para conseguir un buen caballo. Fuimos al Puente de la Noria para ver el
vehículo y compartimos un par de vinos en los boliches de chapa que lo rodean (¡Me
sentía en el Norte!). Mientras tanto, planificábamos espectáculos callejeros de música
y teatro, ya que no descartaba la posibilidad de unirme a su expedición. Una noche
hicimos una prueba en Plaza Constitución. Nos rodeó una multitud y recaudamos u-
nos pesos, que corrimos a gastar en un bar. Se acercó un muchacho que se había he-
cho amigo y me pidió prestada la guitarra (mi compañero dormía en su silla). Nun-
ca volvimos a ver ni al “amigo” ni a la guitarra. La culpa me atormentaba, pero él le
restó importancia al incidente. Nieto de un inmigrante judío que había levantado una
fábrica de muebles a fuerza de sacrificios, hijo de un matrimonio de mi edad incapaz
de seguir acrecentando la fortuna familiar, el dinero le era totalmente indiferente. Un
año atrás, su hermano se había suicidado dejándose caer desde la ventana de su habi-
tación (el lujoso departamento estaba ubicado en el 6º Piso). Estaba harto de vivir en-
cerrado dibujando y tocando el violín, con la comida asegurada. Sobre este tema, mi
amigo había compuesto un tango:
“No puedo independizarme de mis viejos,
algo hace que no pueda madurar.
Soy un muchacho un poco grande en su habitación
y la misma canción
se escucha en el pasacassette...”
Feb. ´90:
Así transcurrió un mes y medio, hasta que una mañana llamé, por enésima vez
a uno de los negocios de antigüedades que figuraban en mi lista. Esa tarde cerramos
la operación… No obtuve la cantidad que esperaba, pero era casi suficiente como pa-
ra encarar la Segunda Edición. El resto... ya saldría de alguna parte. Al día siguiente
le entregué u$s 100 a mi editor. Se los pasó a su esposa, diciéndole a media voz: “An-
dá y pagá todo” (¿Sus deudas particulares?). De todas formas, a la semana siguiente
estaba corrigiendo las primeras pruebas del texto. Le había agregado una dedicatoria:
“Para Wendy, la Niña que maneja al Dragón, en el inicio de un posible viaje al infini-
to”. Teníamos el plan de entregar las pruebas a la imprenta, pagar una parte y, mien-
tras se realizaba la edición, viajar a Humahuaca para carnavalear juntos. Para evitar la
tentación de gastar el dinero, se lo dejé en custodia pero, cuando me dijo que no me
acompañaría, le pedí algo para organizar mi despedida. Fue el inicio de una carrera
de gastos que agotaron mi capital. Estaba totalmente desinteresado de todo. Cuando
los padres del Director de la Película se fueron de vacaciones me trasladé a su “Pala-
cio”, como lo llamamos de allí en adelante. Teníamos la heladera repleta de alimentos
y para comprar vino y cigarrillos sólo bastaba salir a vender cualquier cosa de las mu-
chas que había por toda la casa o ir a recoger la recaudación de la mueblería. Así se i-
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nició uno de los períodos más delirantes de mi vida. Encerrados en el Palacio, vivía-
mos totalmente fuera de la realidad, atisbando por las ventanas un desierto imagina-
rio, a la espera de que una nube de polvo nos anunciara la posible llegada de alguna
caravana.
Salíamos a charlar con el linyera que vivía bajo el puente de la autopista (gra-
bando la conversación sin que él se percatara). Teníamos a nuestra disposición una
variada discoteca. A la madrugada él se iba a dormir en la cama de sus padres: en su
pieza había montado un simulacro de la futura casa rodante, para poder estudiar la
mejor forma de distribuir lo que llevaría en el viaje. Yo, por mi parte, me había adue-
ñado del dormitorio del difunto (donde descansaba plácidamente). Al despertarnos, a
cualquier hora, seguíamos jugando a la irrealidad y la locura. Muy pronto, Wendy se
incorporó eficazmente a nuestras alucinaciones... (a pesar de no consumir ni una gota
de alcohol). Bailábamos valses vieneses mientras el Director nos “filmaba” utilizan-
do su puño entreabierto como cámara. Nos divertíamos interpretando la personalidad
de los otros dos, caricaturizándolos. Claro que su participación no era constante, la
mayor parte del tiempo vivía encerrada en su cueva.
En uno de esos paréntesis, caímos con mi compañero en una fiesta organiza-
da por un grupo de personas equívocas (de Bellas Artes o similar). Me vi bailando en
un momento, totalmente hechizado por la mirada ardiente y el lunar en la mejilla... de
un travesti. Muy cerca, mi amigo se había unido en una extraña coreografía con una
muchacha de aspecto etéreo y mirada ausente. Dejé de lado a mi pareja y me incorpo-
ré a la danza, que fue tornándose más y más frenética hasta culminar con el Director
revolcandose en el piso, en perfecto simulacro de paroxismo incontrolable... Era de-
masiado (aún en un ambiente tan poco convencional), por lo cual nos invitaron a reti-
rarnos. Antes de hacerlo, le dimos a nuestra nueva amiga el número telefónico del Pa-
lacio. La llamada no se hizo esperar mucho y, una tarde radiante en la que el sol de-
rretía el asfalto, aterrizó (como Mary Poppins) con un paraguas en la mano. De la ma-
nera en que vivíamos, nos pareció totalmente natural y se sucedieron un par de jorna-
das mágicas. Compartí con ella algunos momentos de ternura, hasta que una maña-
na se despertó en un total estado de sobre excitación: “….. ¿Qué día es? ….. ¿MAR-
TES? ... ¡¡¡¡¡Tengo que irme YA a la Clase de Danza!!!!! ¡¡¡¡¡No puedo falar!!!!!”.
Entrando lentamente en la realidad, le pregunté si estaba a cargo del Curso. No, era u-
na alumna... “Acompañáme!” me rogó, entre sollozos convulsos “quiero saber por
dónde pasa el colectivo número tal”. Semidormido, descalzo y entreviendo breves
flashes de una realidad virtual, la escolté hasta el kiosco de la esquina. El dueño res-
pondió a mi pregunta en tono normal: “A dos cuadras. Por la avenida”. Iba a agra-
decerle la información cuando, en un intenso ataque de histeria, mi acompañante co-
menzó a gritar: “¡¡Vamos!! ¡¡Quiero volver al Palacio!! ¡¡¡No quiero irme!!!”. Volvi-
mos. Veía todo como a través de una nube y esta obnubilación me hacía confundir a
una enferma mental con un hada de los bosques europeos. Ni siquiera tomé en cuenta
el consejo del LIBRO DE LAS MUTACIONES (I-CHING): Hexagrama Nº 44 “EL
IR AL ENCUENTRO” – “La muchacha es poderosa. No debe uno casarse con seme-
jante muchacha... Una descarada muchacha se entrega con ligereza, arrebatando de
este modo para sí el dominio de la situación. Esto no sería posible si lo fuerte y lumi-
noso no lo complaciese a su vez yendo a su encuentro... Su aspecto es tan pequeño y
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débil que uno cree que puede gastarle bromas sin preocuparse...”. Naturalmente él
“GRAN SABIO” no se refería a que hubiera compartido mi lecho, sino a su desequi-
librio psíquico. La “broma” consistía en que posteriormente escribí en “EL BUFÓN
LÚCIDO”: “...El poder del mago o del psicólogo sobre la persona a quien ayuda irá
en aumento y puede darse el caso de que intente crear un ser a su imagen y semejanza
(al estilo de Pigmalión o Frankestein). Es éste otro sendero pantanoso por el peligro
que corre todo artista (o científico) de enamorarse de su obra...”. Porque una tarde de
recaudación mueblera nos quedamos solos en el Palacio y, luego de una sesión de mi-
mos, comprendí su triste realidad: A pesar de haber estudiado Psicología (o, tal vez,
precisamente por eso) se le habían “quemado los fusibles”. Vivía dopada con los an-
tidepresivos que le recetaba la psiquiatra que era, además, amiga de la profesora de
“Danza Liberadora” (o algo parecido). “El triángulo neurótico” le expresé con total
convicción “se completa con tus viejos quienes, por alguna razón incomprensible, se
prestan a este juego enfermizo. ¡¡¡Contá con mi ayuda para liberarte!!! ¡Basta de pas-
tillas! Te vas a curar con vino”. A su regreso, el Director se sorprendió al encontrarse
con una mujer de cuerpo erguido y mirada segura.
- ¿Qué pasó?
- Decidí cambiar la medicación, Doctor. La paciente presenta síntomas recu-
peratorios. ¿Usted qué opina?
- Me parece perfecto, Colega. Aquí tiene lo suficiente para comprar una bue-
na dosis en la farmacia de la esquina.
Con dos litros encima, comenzamos a elaborar febrilmente un Plan de Acción.
Ya había comenzado el Carnaval y me era totalmente insoportable quedarme en Bue-
nos Aires. La situación en la imprenta era confusa y (de todas formas) ya no me que-
daba ni un centavo. La venta de una antigua cámara fotográfica proporcionaría el
dinero suficiente para mi pasaje pero ella debía procurarse el suyo... ¿Tenía algo para
vender? Y... unas joyas de oro que sus padres tenían ocultas en algún lugar de la ca-
sa... pero estaban las “OBRAS COMPLETAS” de Sigmund Freud, que se venderían
fácilmente en la Facultad. A la mañana siguiente salimos con mi mochila vacía para
cargar los libros. En la puerta del edificio nos encontramos con su madre, que venía
de hacer las compras. En el ascensor me presentó como “un compañero de estudios”
(¿¿??). Necesitábamos los libros para preparar un trabajo práctico para la Facultad.
- ¿Cómo vas a estudiar, nena? Ya te recibiste. Tenés que trabajar.
Sin oír nada, se zambulló en su habitación y comenzó a arrojar desordenada-
mente los libros dentro de la mochila que yo mantenía abierta. Cuando apareció su
padre, en piyama, salió corriendo mientras me gritaba que no me dejara encerrar. El
hombre (que tenía aproximadamente mi edad) me dijo tristemente, luego de presen-
tarse:
- Mire, Señor. Mi hija está en tratamiento psiquiátrico ¿Dónde la encontró?
- En la calle -mentí, tratando de asumir el aspecto de un buen ciudadano algo
excéntrico- Me pidió que la acompañara a buscar unos libros... Yo no tenía
idea de su enfermedad... Pero, de todas formas, no quiero tener ningún pro-
blema con usted. Aquí le devuelvo los libros y, por favor, sepa disculparme.
Muy buenos días.
Cuando salí al pasillo, ella me esperaba con la puerta del ascensor abierta.
44
- ¿Y los libros?
- ¿Qué querés? ¿Que vaya a parar en cana por ladrón?
Me uní a su paranoia y huimos, corriendo desesperadamente, hasta ocultarnos
en una plaza cercana. Como no oímos ninguna sirena policial, nos fuimos alejando
por calles laterales hasta encontrar un colectivo que nos trasladó de vuelta al Palacio.
Esa noche la acompañé hasta la esquina del departamento de sus padres. El nuevo o-
perativo era que, aparentando ser una sumisa hija arrepentida, esperar que todos dur-
mieran para tratar de alzarse con las joyas. Naturalmente, el plan no prosperó y la vi
aparecer, un par de horas después, con dos cassettes regrabados y unos libros sin nin-
gún valor comercial. Considerando que había hecho todos los esfuerzos a su alcan-
ce, conseguimos el dinero para su boleto y, al día siguiente, partimos en tren hacia el
Norte.
Cuando comenzó a ver amplios espacios verdes sin edificios entró en una espe-
cie de éxtasis. Aparentemente, nunca había salido de la “Jungla de Cemento”. En Ro-
sario le administré otra dosis de vino con muy buen resultado pero, pocas horas des-
pués comenzó a experimentar un Cuadro Clínico alarmante. Como al día siguiente,
por falta de dinero, me negué a hablar telefónicamente a su casa, desapareció sin des-
tino conocido. Egoístamente, suspiré aliviado y me lancé a gozar de los últimos días
del Carnaval. Nunca había visto tan de cerca la horrible mueca de la verdadera locu-
ra...
Mar. ´90:
Finalizada la fiesta, tuve que volver a enfrentarme con la dura realidad. El Pro-
feta, me había desvalijado totalmente, además de estafar a varios vecinos. En una
breve nota, me explicaba que mi ausencia se había prolongado más de lo previsto y él
debía volver a los Valles. Nuevamente se me presentaba el problema de la supervi-
vencia. Un amigo salteño, que estaba construyendo su casa, me había pedido en va-
rias ocasiones que le presentara un presupuesto de Instalación Sanitaria. Después
de negarme obstinadamente, acepté hacerme cargo del trabajo, pero a cambio de co-
mida... y bebida. Todo marchó sobre ruedas, hasta que su mujer viajó a Buenos Aires
para visitar a sus padres. Lógicamente, la acompañaban sus hijos así que quedamos
solos (con la cuenta corriente abierta). Con un patrón tan afecto al fruto de la vid co-
mo su empleado, el avance de la obra fue tornándose cada día más lento. Trasladé u-
na mesa y mi máquina de escribir a su taller de escultura y formamos una verdadera
“COMUNIDAD DE ARTISTAS” “...Incentivándonos mutuamente en la creación
constante...” (como expresaba, textualmente, la vieja Proclama de C.A.R.O.L.), lo-
grando hacer realidad el fallido proyecto de Van Gogh y Gauguin.
Mientras hacía girar su torno, modelando rostros y vasijas increíbles, escucha-
ba atentamente la lectura de los textos que yo iba elaborando. Trabajando alternada-
mente, completé en esa época “EL BUFÓN LUCIDO” y “PUCHAMAMA” utilizan-
do provechosamente sus sugerencias. El texto del “Retablo Quebradeño” se enrique-
ció, además, con una nueva experiencia alucinógena provocaba por algunos trozos de
corteza seca de San Pedro que una italiana transportaba en su mochila. Se equivocó al
asegurarme que la cantidad era insuficiente para lograr el efecto deseado. El regreso
de la esposa del “Salteño” produjo un brusco retorno a la normalidad y, al poco tiem-
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po después, la casa ya estaba en plenas condiciones de ser habitada. La sonrisa de sa-
tisfacción de la patrona se le heló en el rostro cuando le presentaron la factura de la
sandwichera. No sabía si asesinarnos, suicidarse o realizar ambos actos violentos en
ese orden.
Jul. ´90:
Otra vez en la vía... hasta que apareció un japonés que había llegado a América
atravesando el Océano Pacífico (Filipinas, Tailandia, Singapur, Australia, la Isla de
Pascua y -finalmente- Chile y el sur de la Argentina). Recibido de Agrónomo en la
Universidad de Tokio, era poeta, dibujante, músico, arqueólogo y astrónomo aficio-
nado. Necesitaba alguien que lo ayudara a transportar sus pertenencias a su nuevo do-
micilio y a limpiar el patio para cultivar plantas de las que sólo él conocía el valor un-
tritivo. Nuevo trato por comida pero... sin “canilla libre” (posiblemente, tenía infor-
mación sobre mi arreglo anterior). En mi casa se había establecido una pareja de neu-
quinos con sus hijas, así que yo iba únicamente a dormir. Llegaba a lo del japonés
temprano y -durante la larga mateada matutina- le ayudaba (gramatical y sintáctica-
mente) a redactar las intuitivas traducciones de sus poemas, escritas originalmente en
inglés. Explicarle la estructura de mi lengua materna me sirvió para conocerla me-
jor. Me inicié, asimismo, en el estudio de su idioma aprendiendo algunos ideogramas
(KAN-JI). Pero me manejaba con mayor facilidad con los sistemas silábicos (HI-
RAGANA y KATAKANA); con este último aprendí a escribir mi nombre y apellido
(RA-WU-RU PU-RE-HA-RU) y hasta a redactar mensajes en castellano que sólo no-
sotros entendíamos.
Luego comenzaba la ardua tarea de transformar un verdadero basural en la fu-
tura huerta: “Vidlio con vidlio y aramble con aramble (hasta los trozos de 10 cm. e-
ran aprovechables para él)... Piedlas afuela”. Al atardecer, con vino o “SAKE” (“licol
de aloz”), continuábamos la labor literaria.
También intercambiábamos relatos de las experiencias vividas durante nuestros
viajes. A pesar de mis despiadadas burlas y mis furiosas protestas, debo reconocer
que aprendí de él a reducir mis gastos a su mínima expresión cocinando con yuyos,
dejando los envases de aceite boca abajo para aprovechar hasta la última gota y utili-
zando vísceras destinadas generalmente a los animales domésticos. Esta forma de so-
brevivir no podía durar indefinidamente y, por otra parte, ya comenzaba a aburrirme.
Mi producción literaria se hallaba, nuevamente, interrumpida al desempeñarme
como asesor. ¿¿QUE HACER??
Oct. ´90:
“¿Por qué no sacar provecho de los espacios que no utilizo?” me pregunté una
mañana. Obviamente, me bastaba un lugar donde pudiera escribir (que me sirviera,
asimismo, de dormitorio y cocina), uno de los baños y la pileta para lavar de vez en
cuando mis harapos. Dotando a mi hábitat de un acceso independiente y tapiando un
par de aberturas, podría sobrevivir con lo que produjera el alquiler del resto de la ca-
sa. Cuando le comuniqué mi proyecto, el nipón me dijo que era una lástima por los
numerosos viajeros que se alojaban en mi castillo. Como para confirmar esta asevera-
ción, esa misma tarde llegó un grupo de jóvenes artesanos gritando: “ ¡NO TE JUBI-
46
LES VIEJO! ¡¡¡TE NECESITAMOS!!!”. Salieron a vender sus aritos de alambre y
volvieron con lo necesario para cocinar un guiso y comprar una damajuana. Diaria-
mente salían a vender mientras yo continuaba redactando estos apuntes.
Nov. ´90:
“Encontramos un tipo mucho más loco que vos” me dijeron una tarde. “Imagi-
nate que estaba escribiendo en la plaza con la máquina que llevaba en su mochila”.
La Comunidad Artística que formamos se vió apuntalada económicamente cuando mi
“sobrino” encontró en las inmediaciones del Monumento un pasaporte europeo con
un billete de u$s 100 en su interior. Dejó caer el documento y el dinero nos sirvió pa-
ra vivir un tiempo sin mayores sobresaltos. Después de tomar mate comenzábamos a
golpear nuestras máquinas de escribir hasta mediodía, hora en que bajábamos al pue-
blo para almorzar. Al agotarse los fondos, sobrevivimos a crédito hasta que él termi-
nó su novela. En ella hay una mención tangencial de su estadía en Humahuaca, pero
en sus dos obras posteriores aparezco (con un nombre supuesto) ocupando un lugar
de cierta importancia. Pagamos las deudas realizando (¡¡¡otra vez!!!) una instalación
sanitaria y salimos a la ruta, con una mano atrás y otra adelante, hacia Rosario. Mi
mecenas de seudónimo eslavo me había invitado a una Reunión de Escritores. Com-
binando la ayuda solidaria de algunos amigos, el “auto-stop” y el tren de carga, llega-
mos cuando el Encuentro estaba por finalizar. El nivel de los asistentes era tan deplo-
rable que nos alegramos por no vernos obligados a sufrir la lectura de sus obras. Lue-
go de una alegre fiesta en el local anarquista, mi colega viajó a Buenos Aires en el te-
cho y el fuelle del tren de pasajeros. A los pocos días, mi mecenas me pagó el pasaje
hacia el mismo destino. Se acercaban las fiestas de fin de año y era imposible incluir-
me junto a su familia.
Ene. ´91:
Nuevo estancamiento en el pegajoso verano porteño. Fuera de la reanudación
de mi ciclotímica relación con Wendy, lo único importante de esta expedición fue ha-
ber hecho tipear el “BUFÓN”. Al llegar a mi casa, poco antes del Carnaval, me en-
contré con el Director de la Película (!). En Chajarí (Entre Ríos) el caballo, lanzándo-
se en una loca carrera, había dejado el carromato prácticamente inutilizable. Había
sido la culminación de una larga serie de peripecias, el broche final de la desaparición
de sus pertenencias a manos de los eventuales compañeros de su CIRCO SALVAJE.
Me estaba esperando (con su guitarra y acordeón) para convertir la Huayra Huasi en
un “TEATRO VIVIENTE”. Las modificaciones arquitectónicas comenzaron, obvia-
mente, después del Carnaval. Se derribaron paredes y se eliminaron puertas que fue-
ron reemplazadas por aberturas en formas de ojivas o arcos (unificando así el estilo
de la casa). Además, se intercomunicaron las habitaciones por medio de pequeñas ar-
cadas y se abrió un ventanuco camuflado hacia el patio para favorecer el movimiento
escénico. Con los materiales de las demoliciones levantamos un trono elevado para
cada uno y un castillito almenado de 90 cm. de altura, donde instalé mi cama. Para
comprar los materiales necesarios (cemento, cal, hierro, etc...) pusimos en venta puer-
tas, ventanas, repuestos sanitarios y eléctricos... La obra no sólo se autofinanció, si-
no que produjo algunas ganancias (que se invirtieron en las sucesivas ceremonias de
47
inauguración de cada espacio terminado). Trabajamos febrilmente durante un par de
meses hasta que el entusiasmo comenzó a decaer. Los vecinos observaban las modifi-
caciones interesados y divertidos, pero sabíamos que muy difícilmente formarían par-
te del eventual público. Montamos un espectáculo improvisado para nuestros
amigos pero resultó una payasada de muy bajo nivel artístico. Mi compañero se abu-
rría y emprendió un par de escapadas hacia S. S. de Jujuy “para buscar una mujer”
(en una de ellas consiguió que le robaran el acordeón en un barrio prostibulario). La
obra estaba paralizada y quedaban pocas cosas para vender. Al anunciarme que em-
prendería un viaje de mediano alcance me preguntó qué haría si el mismo se prolon-
gaba un par de meses ¿¿VOLVER A LA PLOMERIA??
May. ´91:
Esa noche no dormí... PLOMERO NUNCA MÁS, me repetía obsesivamente
revolviéndome en mi cama. Lentamente, fue perfilándose la forma en que podría ha-
cer realidad la revista que ése amigo que estaba por partir me había propuesto como
alternativa un par de años atrás. Se llamaría “VIENTO QUEBRADEÑO”, como la
canción del Príncipe Rumano. Sería semanal y su aparición se anunciaría un mes an-
tes con un Número de Distribución Gratuita... ¿A quienes les podría interesar? No
tenía ni velas ni kerosene, así que comencé a elaborar una lista utilizando la azulada
luz de mi soplete a gas. Ya más tranquilo, dormí un rato y me levanté para diagramar
el Nº 00 de mi Semanario Independiente. Un providencial trabajo... DE PLOME-
RÍA… me proporcionó el dinero necesario para encargar 100 fotocopias doble faz y,
al regresar, mi amigo me encontró en pleno reparto y se enteró de que lo había nom-
brado (de facto) Jefe de Redacción. Aceptó el puesto de forma provisoria. Tenía el
propósito de volver a Formosa, luego de proyectar “FRANKESTEIN” en la Huayra
Huasi. A veces pienso que, habituado como estaba a su rol de Director, no pudo acep-
tar un puesto subalterno. Mientras esperábamos el impacto panfletario sobre la
población, redactó una Nota Editorial para el Nº 1, llamada NUESTRO LUGAR DE
TRABAJO. En esta Edición se anunciaría su “Excursión a los Indios Matacos” y su
dimisión para pasar de desempeñarse como Cronista Itinerante. El estreno de la pelí-
cula sólo convocó a algunos niños y a un par de vecinos. Partió al día siguiente, de-
jando en su lugar a una pareja de porteños. Consiguieron tantas publicidades que la
Edición Nº 1 apareció una semana antes de lo previsto. Claro que yo tampoco había
previsto que ellos desaparecerían con el total de lo recaudado, además de un ejemplar
de Quijote en papel biblia de Editorial Aguilar. En fin, la cuestión es que el 21 de
Mayo de 1991 se inició una aventura periodística inédita de 296 semanas (casi seis a-
ños)2. Seis años de mi vida absorbidos, casi exclusivamente, por el “VIENTO”, como
llamaban los vecinos al Semanario. Muchas veces su publicación recaía íntegramente
sobre mis espaldas; desde el tipeado con la máquina manual (que obliga a escribir ca-
da texto dos veces para compensar los espacios) hasta conseguir propagandas y repar-
tir a domicilio (algunos suscriptores jamás pagaron). Días enteros (y algunos atarde-
ceres a la titilante luz de los candiles) de extenuante trabajo para alimentar mi orgullo
de estar haciendo algo que nadie había logrado antes. Naturalmente, la Sección más
2 Remito al lector interesado en la historia detallada de este medio de prensa al informe publicado en los Nos.
297/298 (Año IX May. / Jun. ´99). Este podría incluirse como Apéndice al editarse estos apuntes.
48
leída fue siempre la de CHISMES, integrada por breves y cáusticas frases referidas a
los vecinos nombrándolos por sus apodos. Esto me valió un par de puñetazos y la
destrucción de una de las ventanas de la casa, además de que varios vecinos dejaran
de saludarme. Mi archivo tiene parte de la historia humahuaqueña y muchas veces es
consultado por estudiantes o vecinos curiosos. Un colaborador constante y de una in-
teresada eficacia fue mi amigo japonés. Su sección sobre Astronomía EL CIELO DE
LA SEMANA estuvo presente en todos los números y utilizó su innegable capacidad
para conseguir espacios publicitarios pero (de una manera lenta y casi imperceptible)
también me estafó. Otro fue el Brujo Boliviano, que aportó la cuota “Naturista” a pe-
sar de su agudo alcoholismo. Lógicamente, fue un período en el que dispuse de muy
poco tiempo para dedicarlo a la literatura. Sin embargo, escribí TRISTEZAS DEL
INDIO BLANCO (versos gauchescos), el cuento LA GATA y letra para un nuevo
VIENTO QUEBRADEÑO con música de Ricardo Vilca. Todo esto fue publicado
en el Semanario, además de algunos artículos míos inéditos (o publicados en revistas
marginales) y PUCHAMAMA a través de entregas semanales. Por otra parte, la pu-
blicación produjo un encuentro inesperado. Para relatarlo, vuelvo a la cronología.
Jun. ´92:
Un día de reparto, al cruzar la Terminal, mi atención fue absorbida de forma
casi irresistible por una mochilera. Tenía como norma no ofrecer el Semanario a na-
die y, mucho menos, a los turistas para evitar que me señalaran que, evidentemente,
yo no era de la zona. Pero como antes de salir habíamos vaciado una botella con mi
ayudante (“sólo para tomar coraje y ponernos más simpáticos”), la encaré decidida-
mente (“más que NO no me va a decir” pensé). Me compró un ejemplar y mostró in-
terés por la Revista, pidiéndome algunos detalles. Luego me contó que viajaba hacía
Potosí para participar en la preparación de un Encuentro Internacional de Repudio a
los 500 Años de la Conquista. La invité a visitarme a su regreso y, cuando me dijo
que no volvería sola, le aseguré que podía venir con quien quisiera ya que mi casa era
enorme. Como sus expectativas de compañía no se cumplieron, comenzó la relación
afectiva más estrecha y prolongada que había tenido hasta ese momento (exceptuando
mi prematura experiencia matrimonial, que había durado algo más de dos décadas).
Iniciamos lo que dimos en llamar nuestra INTERSECCIÓN, ya que no queríamos
que se transformara en UNIÓN y su idea de establecerse en Humahuaca era anterior a
nuestro encuentro. De entrada, LA BRUJA (apodo que aceptó gustosa de parte de mi
entorno) demostró ser una mujer de agallas: le asestó un botellazo a uno que la trató
de PUTA y, gradualmente, fue imponiendo su manera de encarar la vida. Hábil finan-
cista, logró transformar la desastrosa economía del VIENTO (aumentando los precios
de los espacios publicitarios y engrosando la cartera de clientes). Eficaz colaborado-
ra, levantó el nivel gráfico de las portadas, aportó brillantes ideas y tuvo a su cargo la
Sección MUJERES. Las dificultades se presentaban al redactar notas de contenido
político. Era difícil combinar mi profunda e irracional ideología anarquista con su
convencimiento (igualmente profundo e irracional) sobre la conveniencia de un ES-
TADO SOCIALISTA. En esta bolsa metía tanto a Perón como a Mao y hasta los mis-
mísimos Stalin y Brezhnev (al justificar las invasiones a Polonia, Hungría y Checos-
lovaquia). En otro orden de cosas, modificó la distribución del Castillo, colaborando
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incansablemente en las tareas y aportando dinero para los gastos (claro que después
“me paso la factura”, como referiré más adelante). Ordenaba y limpiaba la casa en
pocos minutos, pero luego exigía que se mantuviera en el mismo estado (tarea poco
menos que imposible para mí). Estas modificaciones radicales produjeron un desban-
de general de los integrantes de mi entorno. Debo reconocer que, en muchos casos,
estas deserciones me produjeron alivio. En otros me sentí tironeado entre mi compa-
ñera y mis amigos (llegando a experimentar una leve asfixia producida por la vida
hogareña). Claro está que pesaban más las dulces caricias, el trabajo periodístico rea-
lizado en común y las mutuamente enriquecedoras lecturas nocturnas (Política, Edu-
cación, Literatura...).
Abr. ´93:
La rutina semanal se vio súbitamente interrumpida al llegar desde Salta una mi-
ni-edición (150 ejemplares) del “BUFÓN” que había encargado unos meses atrás. Se
imponía una serie de presentaciones en las Capitales del NOA.
Jul. ´93:
Dejando el “VIENTO” en manos de los colaboradores, emprendimos un viaje a
Salta y Tucumán. Fue la “luna de miel” que la actividad periodística nos había impe-
dido concretar y el punto más intenso de nuestra relación (que pronto comenzaría a
deteriorarse lenta pero inexorablemente). Las presentaciones tuvieron una buena re-
percusión en la prensa local y las ventas, sin ser extraordinarias, cubrieron nuestras
expectativas. Finalizada la gira, ella siguió viaje hacia Buenos Aires y yo volví a mi
labor frente al Semanario (que, obviamente, publicó copias de las notas de la prensa).
Este distanciamiento geográfico transitorio fue el primero de una serie, que produjo
una sana ventilación.
Mientras tanto, mi “sobrino” (el de la máquina en la mochila) había montado u-
na editorial casera, publicando mi cuento “LA GATA”en una Selección de Prosa y
Verso. Por pequeña que fuese la trascendencia de este librito, era un eslabón más en
mi cadena.
Set. ´93:
Viaje relámpago a Jujuy para presentar el “BUFÓN”3 en el marco de las Jorna-
das Municipales de Literatura. Después de esta triste experiencia tomé la firme deci-
sión de no participar NUNCA MÁS en un Encuentro de Escritores. Dice un tal Cal-
dewell (citado por Ernesto Sábato en “El escritor y sus fantasmas”): “La profesión de
escritor tiene un lado penoso, que consiste en que el trabajo lo obliga a uno a mez-
clarse con una serie de literatos. Para guardar las apariencias, una o dos veces por a-
ño, hay que concurrir a una reunión y pasar varias horas en compañía de críticos, au-
tores radiales y gente que lee libros. Todos ellos hablan una jerga que sólo pueden en-
tender los literatos. Únicamente después de proceder a una purificación de fondo pue-
de uno recobrarse y caminar con la cabeza en alto, como un ser humano”.
Dormí en la casa del amigo que presentaría el libro y al día siguiente me levan-
té temprano. Como no tenía dinero encaré un paseo de varios kilómetros y llegué al
3 Este acto había sido anunciado por la prensa para Agosto pero se postergó por razones burocráticas.
50
Hotel donde se realizaría el evento media hora antes de su inicio. El único empleado
que deambulaba por el salón no puso ninguna objeción para que armara mi “stand”
(los libros sobre una mesita y un afiche con fotos y recortes de diarios). Tuve que es-
perar más de dos horas para ver llegar a los primeros invitados. Entre los últimos se
presentó el Intendente, quien nos ofreció a todos tomar algo. Comenzó la ronda (un
té... un cafecito... para mí una gaseosa, por favor...). Ya era cerca del mediodía, así
que pedí con toda naturalidad medio litro de vino tinto. Todos me miraron estupefac-
tos y el mozo alcanzó a murmurar: “No tenemos vino, señor”. Me puse al nivel de lo
grotesco de la situación, diciéndole amigablemente: “Aunque sea convídeme un poco
de la damajuana del personal”. El intendente, de larga trayectoria como conducto ra-
dial, me sonrió y pidió una botellita de tres cuartos. Bebí un par de vasos y llevé el
resto a mi kioskito. Se acercó un colega con su libro en la mano proponiéndome un
canje. Recordé la respuesta de Neruda en un caso similar. “No, porque pierdo”. Yo
ya había “perdido” una buena cantidad de “FRANCOTIRADORES” y no estaba dis-
puesto a repetir la experiencia. Me excusé por negarme, explicándole que lo había e-
ditado “a pulmón” y debía recuperar los gastos. Aseguró comprenderme y me obse-
quió su obra. Había sido editada diez años atrás por la Dirección Provincial de Cultu-
ra. Ya estaba bien entonado para enfrentar las preguntas que me formularon después
de la brillante presentación de mi amigo. Vendí algunos libros antes del almuerzo, en
el que completé mi dosis de tinto. Luego volvimos al salón para escuchar la conferen-
cia de un escritor bastante conocido sobre un tema que prometía ser interesante: “La
Problemática de la Literatura” (o algo así). Mi decepción fue total porque el disertan-
te se explayó en una pesada definición aristotélica sobre la inspiración artística. Pedí
la palabra para expresar que había esperado de esas jornadas el tratamiento de temas
concretos. Por ejemplo, formar alguna cooperativa o asociación para editar. Recor-
dando el libro que me habían regalado, agregué que era muy escaso el apoyo recibido
por los escritores del interior de la Provincia. Como (sin abandonar su tono doctoral)
el hombre comenzó a divagar sobre el resentimiento, desarmé con furia mi negocio y
me retiré.
Oct. ´93:
En Santiago del Estero dos buenas notas periodísticas y una larga entrevista ra-
dial precedieron a la presentación. Esta fue cálida y cordial hasta que, después de va-
rios brindis, mis amigos comenzaron con sus infaltables chacareras. Luego de escu-
charlos durante un buen rato, comenzaron a aburrirme y pedí a los gritos un takirari.
Como todos teníamos unos vasos encima, se produjo una acalorada discusión. A la
mañana siguiente me desperté atormentado por la vergüenza y la culpa. Para calmar-
me un poco fui a comprar una cerveza. Como llevaba un sombrero de paja de ala an-
cha, la dueña del negocio me preguntó si era mejicano. “No, soy jujeño” le respondí,
y esa afirmación me alivió la angustia. Esta sensación desapareció totalmente cuando,
al pedir disculpas, mis amigos me aseguraron que ellos habían hechos cosas peores.
Al llegar a la Huayra la Bruja estaba esperándome y el reencuentro fue muy emotivo.
Abr. ´94:
51
Una tarde se presentó un panadero tilcareño que repartía sus productos en Hu-
mahuaca. Cursaba el 4º Año en el Bachillerato para Adultos y la Profesora de Lengua
y Literatura les había propuesto como trabajo práctico elaborar un diario ubicado en
la época del Cid Campeador. Como conocía el Semanario, me preguntó si me anima-
ba a realizar esa tarea. Le dije que lo pensaría y lo cité para el día siguiente. Para mi
sorpresa, aceptó sin pestañear el precio (elevadísimo a mi entender) prepuesto por la
Bruja y así nació una pujante industria que apuntalaría durante dos años las finanzas
del “VIENTO”. A “EL MEDIEVAL – Periódico Castellano” (escrito íntegramente en
tinta china) siguió “LA VOZ DE LA MANCHA – Publicación Quijotesca”. Luego
“DEBERES S. A.”, como llamamos a nuestra empresa, produjo una variada gama de
portadas, mapas, cuadros sinópticos y dramatizaciones sobre Historia, Geografía, Ins-
trucción Cívica, Literatura... Muy posiblemente daten de esta época mis primeros a-
puntes de “BREVE Y VERÍDICO RELATO DE DOS DÉCADAS DE CONVIVEN-
CIA CON UN PUEBLO NEOLÍTICO”, con imágenes obsesivas ubicadas en un am-
biente ligeramente medieval.
May. ´94:
Los primeros enfrentamientos con la Bruja fueron tragicómicos y se diluyeron
con mucho amor. Uno había aparecido ilustrado en la Sección “CHISMES”: “Por
discutir con la Jefa de Redacción, el Director de cierto Semanario quiso destrozar su
sombrero a puntapiés. Como represalia, ella lo baño con vino tinto. Ahora tiene el pe-
lo más suave”. Unos días después, antes de salir, le pregunté si no había visto el som-
brero en cuestión (ella me lo había traído, como obsequio desde Potosí). “Lo incine-
ré” fue la respuesta. No demostré ninguna emoción pero en ese momento iniciamos
una espiral de violencia incendiaria cuya intensidad iría en aumento. Fueron pasto de
las llamas fotos, cartas, archivos, certificados, etc. Lo que sigo lamentando es haber
arrojado al fuego una carpeta en la que guardaba el original de “LA EXPEDICIÓN”
(texto escrito en Rosario en el ´88). No pude conseguir ninguna copia aunque, muy
probablemente, algún amigo tenga una en su poder.
Jul. ´94:
Era domingo y no teníamos ni un peso, así que bajé al pueblo para tratar de co-
brarle a algún deudor moroso. En la plaza me crucé con una amiga. “¡¡En el Clarín
salió una página entera sobre vos!!”. Unos meses atrás, luego de una entrevista ca-
sual, un periodista me había dicho que armaría una nota para tratar de venderla. Y a-
hí estaba con el título de “EL QUIJOTE DE HUMAHUACA” y una foto en la que se
me veía ataviado con mi corona, escudo y espada. Fue un verdadero “BOOOOMM”.
Tal vez los editores del diario exageran al afirmar que la tirada dominical ascendía a
un millón de ejemplares, pero lo cierto es que llega a todo el país. Pude corroborarlo
al recibir cartas procedentes de remotísimos lugares del mapa. El broche de oro fue u-
na entrevista telefónica transmitida a través de Radio Continental por un tal Hanglin a
quien oía nombrar por primera vez en mi vida. Luego me enteré de que tenía una au-
diencia enorme.
Dic. ´94:
52
“EN EL SUBE Y BAJA” (reflejo de mi experiencia tucumana del ´88) se in-
cluyó en “Humahuaca 400 Años, sus Voces Hoy”: Selección de poemas editada con
motivo del 4º Centenario de la Fundación Española de la Ciudad. Al estar cubiertos
los gastos de la publicación, se podía reinvertir el producto de la venta en una nueva
Antología. Comencé a ofrecer el libro a través del Semanario, junto con fotocopias de
“PUCHAMAMA” y el “BUFÓN”. No recuerdo haber vendido muchos pero se me o-
currió una idea mejor...
Ene. ´954:
A partir del “VIENTO QUEBRADEÑO” Nº 191 se comenzó a publicar “PU-
CHAMAMA” en entregas semanales, como los viejos folletines. Esto fue favorecido
por la estructura de la novela: capítulos cortos entrelazados. No podría asegurar que
el “RETABLO QUEBRADEÑO” sea mi obra favorita pero está, sin duda, escrita con
el corazón. Las escenas con la “China” y la “Boni” me producen la misma ternura
que las de la comuna florentina y la del final de “EL FRANCOTIRADOR”. Por o-
tra parte, al no ser un texto críptico como el del “BUFÓN”, resultó más acorde con el
gusto de la mayoría de los lectores. La misma edición reflejó un nuevo intento de
la Bruja para recomponer nuestra decadente relación por medio de un proyecto en co-
mún: dejar el Semanario en mis manos y transformar la Huayra en un Centro Cultu-
ral. Lo apuntalaría en su próximo viaje destinado a promocionarlo. Reproduzco un
par de párrafos de su Nota: “... La Huayra Castillesca entreabre sus puertas para ofre-
cer al viajero el encantamiento de odaliscas, imillas, reyes, astronautas y toda la gama
de personajes que pueden brotar de la magia de un actor... sus paredes irán adquirien-
do los colores y estilos cambiantes que diversos pintores imprimirán en sus cuadros...
El Rey y la Reina del Castillo han extendido su manto protector para cobijar a todos
ellos y mientras el Rey, que férreo, continuará al mando de su poderoso e invencible
ejército de letras e imágenes, la Reina volará sobre lejanas regiones a susurrar suges-
tivos mensajes sobre cabezas sensibles al Teatro, la Música y la Plástica, que la irán
acompañando en su camino de regreso”. Puso manos a la obra y, en lo exterior, logró
su objetivo.
Mar. ´95:
El “VIENTO QUEBRADEÑO” Nº 198 publicó una entrevista del Diario Pre-
gón de Jujuy con la Bruja referida al Centro Cultural y al Semanario.
La Edición Nº 202 informó sobre el traslado de la cocina al fondo para transfor-
mar la pileta en una mesa de diagramación y armado. Luego se incorporaron al techo
un par de chapas transparentes para aumentar la luminosidad de la Redacción.
Jul. ´95:
4 Consultar el archivo “VIENTO QUEBRADEÑO” me ha permitido reproducir con exactitud este período de
mi vida.
53
Última creación compartida con la Bruja: la representación escultórica de un
Bufón mirando hacia la puerta de entrada desde una hornacina. De más está aclarar
que la mayor parte del trabajo recayó en sus manos, dada mi escasa habilidad para
manejar formas y volúmenes. Estéticamente el resultado fue notable pero su falta de
estructura en hierro le produjo varios daños irreparables. El último fue fatal. Queda
una foto en mi Archivo que, tal vez, pueda incluirse en este libro.
Ago. ´95:
Parecía no existir ninguna fórmula que nos permitiera continuar juntos. Con
su habitual forma directa, un día me anunció que se separaría de mí y emprendería su
proyectado viaje a Colombia. Dejaría sus pertenencias más importantes en la casa de
una amiga. Las restantes quedarían en el Castillo bajo mi custodia. El “VIENTO
QUEBRADEÑO” Nº 222 se ocupó de dar a conocer la “versión oficial”: se suspendía
la Sección “Mujeres” hasta que su creadora regresara de unas merecidas vacaciones.
La noche anterior a su partida asistí a una reunión convocada por un grupúsculo iz-
quierdista y allí estaba... Wendy. Habíamos mantenido una prudente distancia desde
que llegara, con su bebé, unos meses atrás. Pero ahora estaba solo y, además, harto de
proclamas marxistas-leninistas. Me dediqué entonces a apuntalar el reencuentro con
recuerdos del pasado. Al volver, de madrugada al Castillo, le di a la Bruja un detalla-
do informe sobre los participantes de la velada (omitiendo nombrar a mi pequeña a-
miga). Al día siguiente alguien le completó la lista y recibí con extrañeza su repro-
che… “¿Cómo? ¿No estábamos separados?” pensé, mientras le aseguraba que me ha-
bía olvidado y que sospechaba que la niña en cuestión era la amante del anciano diri-
gente “zurdo”. Obviamente, no me creyó. Casi con seguridad, esto influyó para que,
con el pasaje a La Quiaca en la mano, me dijera que le daba pena dejar tantos proyec-
tos inconclusos... ¿Qué quería hacer yo? Sin mentir, afirmé que deseaba seguir ade-
lante con nuestra relación. Como típica geminiana, hizo un instantáneo giro de cien-
to ochenta grados: corrió a devolver el pasaje hacia el norte y al día siguiente partió
a Buenos Aires para visitar a su familia. Volví a quedar solo frente al Semanario y los
deberes del panadero. Estos, además de las publicidades de una oportuna campaña e-
lectoral, me permitieron pilotear las finanzas sin mayores inconvenientes.
Set. ´95:
Su estadía se prolongó por problemas inmobiliarios con su hija, pero comenzó
a enviarme portadas, artículos para la Sección “Mujeres” y otras colaboraciones que
aliviaron ostensiblemente mi tarea periodística.
Dic. ´95:
Finalmente logró vender su casa y regresó con su parte, sin duda una respetable
suma de dinero. Jamás le pregunté a cuánto ascendía. Además, seguramente no me
hubiera proporcionado esa información. Poco después llegó un camión. Traía, en-
tre otras cosas, estantes para exhibir esculturas, cortinas de macramé, cuadros, libros,
carpetas, un caballete de pintor y una máquina de escribir que funcionaba mucho me-
jor que la mía. Con estos valiosos aportes la Huayra continuó siendo cada día más a-
54
corde con su estilo. Nuestro panadero se recibió con las mejores notas de su promo-
ción. Lo festejamos con un brindis pero, en realidad, no compartíamos su alegría.
Había llegado a su fin una época de esplendor…
Feb. ´96:
Como había sucedido en el ´88 durante el “Modelo Cubano”, la llegada del
Director de la Película me presentó, como en un espejo, la clara imagen de mis con-
tradicciones. Su multifacética personalidad había asumido la forma del Gardel de la
primera época (acompañado únicamente con su guitarra). Sostenía que el auge de las
grandes orquestas, como las de D´Arienzo o Pugliese, había relegado al cantor a un
segundo plano. Particularmente, detesto el tango como un símbolo de Buenos Aires
dejado atrás. Además no creo que sea un tipo de música capaz de entrar en el Norte.
Reprodujimos las polémicas de los buenos viejos tiempos pero la presencia de la Bru-
ja les quitaba espontaneidad. Cuando nos decía que necesitaba silencio para trabajar
tranquila salíamos alegremente para seguir dialogando en algún bar. “¿Qué hacés tra-
bajando de marido?” me preguntó en una de esas charlas. Sentí profundamente la es-
tocada. En ese momento estaba colocando una mampara que ella había comprado
junto con otros materiales de construcción. Poco iba quedando del Viejo Castillo,
Quijotesco Bastión contra la Gris Realidad. Me encogí de hombros en silencio pero
sabía que él estaba en lo cierto.
Lo contrataron para participar en un Festival, pero lo dejaron sin sonido al
promediar la actuación. Sin darse por vencido, saltó del escenario y siguió cantando a
voz en cuello. Lógicamente, le señalé que era una clara demostración de que el tango
no gustaba en la zona. Sin embargo (tal vez como acto compensatorio) conseguí un
boliche para hacer una presentación. No le interesó y optó por grabar un cassette ca-
sero que, además de tangos, incluiría algunas de sus canciones. Diseñé su tapa en tin-
ta china y publiqué (V.Q. 247) una entrevista que le había realizado. Pudo leerla casi
con el pie en el estribo del ómnibus.
La edición siguiente anunció que la Bruja había habilitado un local en la Fe-
ria Artesanal. Hacia el mismo derivó la mayoría de sus cosas. No pude evitar la sen-
sación de que la casa había quedado vacía. Además almorzaba en su kiosko por lo
cual sólo nos veíamos al tomar mate por las mañanas y a su regreso, cerca del atarde-
cer.
Para contrarrestar el excesivo cientificismo del japonés en “El Cielo de la Se-
mana”, en el V.Q. 249, inauguré una sección astrológica (“Los Astros te Dicen”) con
predicciones sin ningún asidero pero con un concienzudo análisis de las característi-
cas de cada signo.
Abr. ´96:
El fantasma de la Deuda Externa comenzaba a adquirir proporciones alarman-
tes, cuando apareció una luz en el horizonte: ¡El panadero quería cursar el Nivel Ter-
ciario! A pesar de aceptar una rebaja del 20%, “Deberes S. A.” volvería a sostener
las finanzas del Semanario aunque el trabajo fuera menos creativo. Salvo un par de
dramatizaciones, se trataba de pesadas monografías sobre Planeamiento, Currículum,
55
Administración Escolar, etc. De todas formas, no pude aburrirme mucho porque al
poco tiempo se desanimó y la Empresa se fue irremisiblemente a pique.
May. ´96:
Expedición de la Bruja a Colombia. Poco para recordar: cierto alivio a las ten-
siones provocadas por la convivencia y un par de cartas con imágenes del viaje que
publicó el “VIENTO”.
Ago. ´96:
Al regresar, reabrió su negocio (enriqueciéndolo con artículos que había com-
prado durante el viaje) y volvimos a la rutina anterior.
Oct. ´96:
Llegaron dos jóvenes parejas con sus mochilas. En ese momento estábamos
reparando el techo de barro y se anotaron como voluntarios para la tarea. Disponía-
mos de un grabador accionado por una pequeña pantalla solar para alegrar la labor.
Cuando un amigo del barrio apareció con un litro de vino, propuse un breve
descanso. “Al final... ¿Van a trabajar o van a chupar?” preguntó la Bruja cuando salía
hacia su negocio. Le contesté que con un vasito “per cápita” no nos embriagaríamos
y, efectivamente, al rato continuábamos la obra con renovado vigor. Pero el vecino a-
portó otro litro (muy posiblemente para quedar bien con las chicas) y, obviamente, el
reposo fue más prolongado. Uno de los chicos sacó de su mochila un cassette de Janis
Joplin y lo escuchamos extasiados bajo el sol radiante. ¿Era tan urgente terminar el
techo ese mismo día? Faltaban aún varios meses para que comenzara a llover... Subí
al horno de barro y vociferé que estábamos en Woodstock. Fue la señal para que
los cuatro se desnudaran y mis represiones sólo me permitieran quitarme la ropa de la
cintura para arriba. A media tarde comencé a pensar en el regreso de la Bruja y en su
posible reacción. Prudentemente me bañe y me cambié. Como el viento se había he-
cho presente, mis jóvenes amigos me imitaron. No quedaron huellas del “Festival de
Rock”. Pero al día siguiente, antes de partir, los mochileros le contaron a mi compa-
ñera que se habían sentido liberados. Su reacción fue furibunda: me acusó de ser un
“voyeur” que se masturbaba atisbando muchachas desnudas. Me fue imposible hacer-
le comprender que me excitan más las puntillas que las partes pudendas.
Envió dos cartas del mismo tenor a un sólo efecto, a mi madre y a mis hijas, re-
latando su versión de los hechos. Me sentí obligado a aclarar (en sendas misivas) que
las chicas estaban con sus novios. Salvo un comentario irónico de mi hija mayor
(algo como: “no me interesa si alguien se desnuda en Humahuaca o en la China”) la
reacción fue nula. Dividió la casa en dos sectores, esgrimiendo el inobjetable argu-
mento de sus inversiones en materiales de construcción. Sería una situación proviso-
ria hasta que consiguiera un lugar donde establecerse. El diseño de la Huayra permi-
tió que ambos dispusiéramos de una cocina y un baño independientes. Lo único ine-
vitable era compartir la puerta de acceso; esto nos obligaba a saludarnos diariamente.
Por una razón incomprensible (¿subliminal sentimiento de culpa?) me avine a cerrar
el Castillo a los viajeros. Poco antes de estos sucesos, aprovechando nuestra ausencia,
manos anónimas habían destrozado la ventana de la Sala y sus postigos de cardón.
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Siempre atribuí este hecho de vandalismo a una venganza por algo publicado en el
semanario “VIENTO”… ¿Por qué, en lugar de reparar la ventana, no la reemplazaba
por un portón para alquilar la Sala como garage? (la vieja y descabellada idea para
enfrentar mis problemas económicos). Experimentando un placer cuasimasoquista,
derribé mi trono y mi castillito para obstruir provisoriamente la abertura, instalando
mi cama entre los escombros.
Dic. ´96:
La relación se fue distendiendo paulatinamente. A veces me invitaba a tomar
mate en sus aposentos. Charlábamos sobre arte o política, evitando temas urtican-
tes. A partir de la Edición Nº 291 la Municipalidad dejó de publicar su Parte de Pren-
sa por algunas certeras críticas aparecidas en números anteriores. La deuda con el fo-
tocopiador superaba ampliamente un sueldo común y las cuentas del almacén y el bar
seguían incrementándose. Intenté, sin éxito, apelar a la conciencia de los deudores
(“Si Ud. Es moroso no se haga el oso”). La angustia no me permitió conseguir más de
siete publicidades o saludos para la Edición Navideña (V.Q. 292). A partir de esa E-
dición y hasta la penúltima (V.Q. 295) la Bruja colaboró con diseños para portadas y
espacios publicitarios. El V.Q. 294 publicó la copia de una Intimidación enviada por
un abogado para que me retractara de las expresiones vertidas por el autor de la “Co-
lumna Política”. En realidad no tenía validez jurídica y puedo asegurar que no fue el
factor desencadenante del colapso de la revista.
Ene. ´97:
El grito desgarrador de la tapa del V.Q. 296 fue un fiel reflejo de mi estado de
ánimo: “Van Gogh le pedía dinero a su hermano para poder vivir. Mozart siempre es-
tuvo lleno de deudas. Cervantes ganaba apenas para comer. Sin embargo eran inmen-
samente ricos.” Era el último manotazo de un ahogado. Repartí un panfleto anun-
ciando que se suspendía la aparición del Semanario para reestructurarlo, conseguir el
apoyo político que me negaba la Municipalidad y transformarlo en publicación quin-
cenal. El alivio fue enorme, a pesar de la pena que me provocaba el fin de mi expe-
riencia periodística. Si bien en ese momento no podía pagarle al fotocopiador, la deu-
da quedaría estancada. Me dediqué a vagabundear por los kioskos de la orilla bebien-
do despreocupadamente hasta que una noche, bastante mareado, compartí la bolsa de
dormir con una mochilerita salteña. No me extrañó que la Bruja se enterara, pero me
sorprendió su reacción: se sentía herida en su orgullo de mujer. Le repliqué que, al es-
tar separados definitivamente, no tenía derecho a reclamar nada. Lógicamente, el leve
acercamiento que se había logrado se desvaneció. Pocos días después, al cruzar la
plaza, me llamó la atención que me llamara desde la puerta de la Iglesia y mucho más
que me dijera que estaba conversando con el Obispo y que quería que yo participara
de la reunión… (“¿¿Cómo??... ¿La gran atéa...?”). Pero no pude seguir con el hilo de
mis pensamientos porque ya estaba escuchando al Monseñor (un viejo amigo que ha-
bía conocido como simple sacerdote y que mantenía su estilo campechano). Me decía
que no quería meterse en mi vida porque tampoco le gustaba que se entrometieran en
la suya, pero que... bla... bla... etc. Casi sin darme cuenta, me encontré nuevamente en
pareja. Claro que esta inesperada reconciliación (lograda a través del Prelado “por-
57
que no había un psicólogo a mano” según expresión de la Bruja) tuvo más sabor a re-
miendo que la luna de miel. Por otra parte, aunque parezca increíble, este triunfo no
me transformó en dueño de la situación ya que me dejé convencer de que debía cam-
biar… además de mantener la casa rigurosamente cerrada. Me avergüenzo retros-
pectivamente de esta “agachada” y, como no había sido la primera, me propuse fir-
memente que fuera la última. Prefiero una paranoica tozudez a una pasiva pérdida de
la personalidad.
Feb. ´97:
Después de un Carnaval sin pena ni gloria, me encerré a ordenar mi Archivo de
Imágenes. Elaboré además una monografía que me produjo una efímera ganancia.
“¿Qué vas a hacer para seguir sobreviviendo?” me preguntó la Bruja. Estábamos ce-
nando gracias a la venta de un chaleco artesanal que me habían regalado. La pantalla
solar había corrido la misma suerte y nos rodeaba un agradable silencio. “Ya voy a
ver” repliqué, mirando distraídamente el techo. Esta visión me dio una idea y comen-
cé a pensar en voz alta: “... no necesito semejante caserón... cuando consigas un lugar
propio voy a demoler toda esta parte... mirá esas tablas, son de quebracho blanco y
pueden usarse como andamios... además con el baño de adelante me alcanza y me
sobra...”. “Si vas a vender las cosas consultame primero. Tengo un lote en vista para
construir mi casa”.
Mar. ´97:
Fuimos a conocer su terreno junto al río (pequeño pero con añosos árboles).
Luego me invitó a un almuerzo de trabajo en el que convinimos lo siguiente: a) Me a-
signaría un buen jornal. En caso de cocinar en común, dividiríamos los gastos en par-
tes iguales. b) Yo la asesoraría técnicamente, además de colaborar con mi mano de o-
bra y el control de los obreros que se contrataran. c) Ella adquiriría todos los materia-
les de la parte posterior de la Huayra por un monto a convenir. La primera tarea que
encaramos juntos fue la demolición y clasificado de materiales. Le pedí un pequeño
adelanto sobre los mismos pero me dijo que me abonaría la totalidad al finalizar la o-
bra.
Comenzó así una época muy dura. No me refiero al trabajo físico, al cual mi
cuerpo se readaptó rápidamente. La parte más pesada era cumplir mi rol de capataz.
Siempre tuve la costumbre de compartir un vinito con mis subordinados, por mi total
convencimiento de que crea un ambiente que incrementa el rendimiento. La Bruja me
lo prohibió terminantemente pero lo peor era soportar sus agresiones delante del per-
sonal. La mayoría de las veces eran arbitrarias por tratarse de temas que ella descono-
cía. Algo similar me había sucedido con mi primera mujer. Lo único positivo fue que
llegué, de a poco, al Déficit Cero. Mi única producción literaria de esa etapa fue “EL
CENTRO DEL MUNDO”, poema destinado a una nueva antología del grupo de poe-
tas humahuaqueños.
May. ´97:
En cuanto contó con un lugar precario habitable, la Bruja se trasladó definitiva-
mente. Al poco tiempo llegó un telegrama anunciando que el padre de su hija estaba
58
al borde de la tumba. Dejó la obra a mi cargo y partió hacia Buenos Aires. Poco antes
de llegar a destino el ómnibus en el que viajaba sufrió un grave accidente. Pudo des-
pedirse de su ex-compañero desde una silla de ruedas, ya que se había fracturado am-
bos pies. Finalizadas las obras previstas, la patrona seguía ausente. Me aboqué enton-
ces a la interminable tarea de pelar un millar de cañas destinadas a la siguiente parte
de la obra. La monotonía de esta tarea permitió que volviera a tener la mente libre.
Avancé un poco con “NEOLÍTICOS” y redacté algunos textos menores. Re-
produzco un párrafo de uno de ellos que demuestra fehacientemente lo efectivo que
había sido el lavado de cerebro realizado por mi mujer. Es la antítesis del “BUFÓN
LUCIDO”: “Al haber cerrado definitivamente el Castillo de Adobe a los viajeros ya
no me obligo a deslumbrar a los pendejos relatándoles mi vida, cantando blues o ti-
rando el I-CHING”. Está firmado “Wiñay Quellqaj”, seudónimo qeshwa cuyo signifi-
cado es “El que Escribe Eternamente”, del que me desprendí un tiempo después.
Jul. ´97:
Cuando pudo abandonar la silla de ruedas emprendió el regreso. Como no pudo
conseguir muletas en Humahuaca se desplazaba dentro de la casa apoyándose donde
podía. Cuando necesitaba salir yo la transportaba en el carrito de mano. Me sentía un
chino de larga trenza correteando descalzo para llevar a una turista inglesa...
Ago. ´97:
Para afianzar aún más la separación, me pidió que le llevara a su gata. El tras-
lado fue sencillo porque la desplacé en una caja junto con sus crías. Elegí para mí una
hembrita negra con manchas doradas y aspecto de lechuza. La bauticé “Miskita”
(algo así como dulcesita o pariente de los misquitos, etnia nicaragüense) y la traje al
Castillo cuando estuvo en condiciones de desenvolverse sola. Mientras escribo estas
líneas, ronronea a mi lado. Creí que había llegado el momento de solicitar el pago de
los materiales. Como respuesta me presentó una abultada cuenta en la que figuraban,
además de los materiales que había aportado para la Huayra, las publicaciones del Se-
manario. Podría haber argumentado que gran parte de los producido por el “VIEN-
TO” lo habíamos consumido entre ambos, pero opté por declarar que estábamos a
mano.
Set. ´97:
Sólo faltaba techar el gran salón del frente. La patrona decidió paralizar mo-
mentáneamente la obra y viajar a Buenos Aires para encarar un tratamiento de rehabi-
litación que le permitiera caminar con total normalidad. Acepté hacerme cargo de
su kiosko donde, además de vender sus artículos, podría dar salida a mis artesanías en
suela. Cuando Wendy pasó, como por azar, por la feria, se estableció en “mi” negó-
cio y en mi casa. Sin modificarse de manera esencial, nuestra relación se tornó más
suelta. Esta “Reparación Histórica” se vio favorecida por la presencia de un compa-
ñero de estudios que, al asumir el papel de novio, sirvió de eficaz pantalla para evitar
comentarios que eventualmente pudieran llegar a oídos de la Bruja.
Oct. ´97:
59
Cuando volví a quedar solo comencé a prestar atención a mi patio. Las paredes
a medio derruir producían la imagen de un despiadado bombardeo. Además la tempo-
rada lluviosa estaba cercana y los montones de escombros provocarían la inundación
de la casa. Como el movimiento del puesto artesanal era prácticamente nulo, lo clau-
suré y me dediqué a transformar el barro en adobes destinados a la venta.
Nov. ´97:
Finalizada esta extenuante tarea volví a la feria, que era un verdadero desierto
como sucede siempre en esta época. La depresión hizo que comenzara a gastar paula-
tinamente el producto de las escasas ventas. Me juraba reponer el dinero cuando me-
jorara la situación, mientras terminaba de agotar hasta el último centavo.
Dic. ´97:
La Bruja me anunció por correo que regresaría después de fin de año ya que
quería finalizar con una psicoterapia iniciada a su llegada. Me encargaba algunos pe-
queños trabajos en su casa. Los emprendí alegremente. Permitirían que redujera par-
cialmente mi deuda.
Un luminoso atardecer, al regresar de la obra, tuvo lugar mi encuentro mágico
con la “mujer niña”. Este flechazo instantáneo provocó un extraño ataque de celos
por parte de su amiga y compañera de viaje.
Ene. ´98:
El ajuste de cuentas realizado a la llegada de la patrona arrojó el siguiente sal-
do: a pesar de mi trabajo como albañil, mis artesanías y algunas cosas enviadas por
mi familia quedaba (nuevamente) en calidad de deudor…
No me preocupé mucho porque pocos días después ella decretó nuestra separa-
ción definitiva en un breve y conciso discurso, cuyo contenido suscribí con total con-
vencimiento. El hecho se produjo sin ningún tipo de violencia (como la caída de una
fruta madura) y marcó el inicio de un nuevo tramo en mi aventura de vivir.
61
III - “TIEMPO DE COSECHAR”
Ene. ´98:
Volví a paladear el dulce sabor de la libertad por tercera vez en mi vida. La
primera había sido al independizarme de mi madre (mediados de 1958) y la segunda
al disolverse mi primer matrimonio (fines de 1983). Por ese motivo asumí más tarde
el título nobiliario RAUL III. Tarareando “La Vie en Rose” (La vida Color de Rosa),
me dirigí volando hacia el camping. Sabía que allí se encontraba una joven titiritera
que había conocido la víspera. Entrelazado con ella en una danza mágica alrededor de
la fogata, inicié una serie de romances “peter-pánicos” nutridos por intensas miradas
y levísimos contactos. Conservé, durante un tiempo, las cartas de esta y otras jovenci-
tas como fetiches hasta que las arrojé al fuego hechas un manojo. Se avecinaban vi-
vencias un poco menos etéreas…
En un intervalo de esta euforia, se produjo mi encuentro con El Actor. Duran-
te un año había realizado improvisaciones ante una sala vacía (viviendo del doblaje
de series norteamericanas – tarea poco creativa pero muy bien remunerada). Como,
por mi parte, disponía plenamente de la esencia bufonesca recuperada, este contacto
se prolongó ininterrumpidamente desde las once de la mañana hasta las tres de la ma-
drugada. Al separarnos, convenimos en reencontrarnos seis horas después para poner
en práctica todo lo conversado.
¿Conocía algún lugar donde pudiéramos trabajar tranquilos? Claro, caminando
diez minutos encontraríamos un pradito con césped sombreado por viejos sauces. Me
presenté puntualmente con dos litros de Vino Tinto (incentivador del que sólo utilicé
la cuarta parte) y mi equipo de I-CHING. El aportó una especie de juego de naipes di-
señado por un amigo. Las imágenes eran realmente INQUIETANTES y el objetivo e-
ra que yo produjera un texto sobre ellas.
Barajé varias veces en distinto orden sin ningún resultado y la cónsulta al Li-
bro de las Mutaciones tampoco aportó nada significativo. Estaba empinando la bote-
lla para buscar una salida, cuando mi nuevo amigo comenzó a correr en círculo gesti-
culando. Luego se detuvo ante mí, alzó una rama seca, la partió y me dijo: “Raúl, la
cosa es así”. Este simple gesto me iluminó; la respuesta estaba dentro de mí. Debía
utilizar los dibujos para armar una historia… mi historia. Escribiendo sin detenerme
durante un cuarto de hora, produje el siguiente texto catártico:
“La enfermera que me atiende y me contiene me pide que me calle, es decir que
no le cuente las intimidades con mis amantes-enfermeras anteriores, que no fueron
muchas pero me mimaron como a un bebé. De chico, la represión de origen judeo-
cristiano me provocaba una culposa vergüenza que me afectaba todo el organismo:
No podía retener los alimentos y la piel que me cubría de granos. Me salvé del servi-
cio militar por Acné Necrótico Intenso (Sic.). El día anterior me había casado. Fue el
primer contacto con el cuerpo femenino (plagado de inexperiencia, miedo y algo pa-
recido al asco. Ella lo notó y me lo señaló). Mi cuerpo era infantil y mi deseo ser mu-
jer para dominar la situación como eternamente había hecho mi madre o disimular la
62
impotencia con el simple hecho de gemir un poco. El portaligas lleno de puntillas
combinaba bien con mis piernas blancas y lampiñas, pero la emoción era tan fuerte
que el placer duraba poco. Luego me ponía el uniforme (que también me quedaba
bien) y servía a la Patria, a la Sociedad y a la Familia. “¡¡Qué buen hombre!! No le
gusta el futbol, no come carne y desprecia el dinero”. Finalmente la mujer se hizo hu-
mo y pude mimosearme sin esconderme y prolongar el placer. Tiré el uniforme y dejé
el vegetarianismo. Los bichos hicieron que mi viejo reventara y para mí fue un alivio;
su despreciable figura me deprimía hasta la náusea. Creo que comencé a ser más justo
con mi cuerpo. Sobre todo cuando la pintora rosarina me dejó saborear sus frutos sin
hablar de mis dimensiones. Pasó el tiempo y me reencontré con la que me parió. Vo-
mité todo mi odio hasta agotarlo. Ahora le escribo y, a veces, voy a visitarla. Pero si-
go si poder unir la EME con la A y repetir esta sílaba. Sé que soy hermoso y seduc-
tor. Con un sólo gesto me introduzco en el cerebro de las mujeres que se me cruzan y
estoy seguro de que ninguna de ellas me olvidará, independientemente de haber inter-
cambiado ternura o nó. Chau.-
Luego supe que había servido como base para una creación artística encarada
por un grupo interdisciplinario de artistas.
NOTA: A partir de ese momento comencé a fechar, copiar y numerar toda mi co-
rrespondencia con destino a servir de base a estos “Apuntes Autobiográficos”. Es
muy difícil, luego de algún tiempo de esterilidad literaria, ordenar cronológicamente
los recuerdos.-
Rápidamente la casa se llenó de mochileros, artesanos, titiriteros, malabaristas.
Muchos conocían a Hesse y Kerouac y se interesaban por mis obras. Les presté los o-
riginales para que los copiaran hasta que caí en la cuenta de que -en lugar de benefi-
ciar al autor- la ganancia pasaba íntegramente a manos del dueño de la fotocopiado-
ra. Al comprobar que el “Bufón” tenía un costo de $ 0,25 comencé a reproducirlo por
mi cuenta para venderlo a razón de $ 1,00 el ejemplar. Una de las visitantes me sugi-
rió armarlos sobre un trozo de cartón con lo cual el precio se duplicó. Finalmente,
combinando literatura con artesanía, incorporé tapas de género, gamuza, retazos de
telas rústicas y otros elementos aumentándolos a $ 3,00.
Antes de partir, un par de viajeros me dejó unos restos de fideos y arroz. Fue
el detonador de la idea de pedirles a todos una contribución en “MERCADERIAS
NO PERECEDERAS PARA RESISTIR DURANTE EL DURISIMO OTOÑO Y EL
HELADO INVIERNO”. Elaboré entonces las “CONDICIONES BASICAS QUE
DEBERAN CUMPLIR TODOS LOS QUE DESEEN ALOJARSE EN ESTE CAS-
TILLO” (eufemismo destinado a evitar el autoritario término “Reglamento”). Luego
de dar la Bienvenida a HUAYRA HUASI – S.I.I. (Sociedad de Irresponsabilidad Ili-
mitada), pedía mantener mínimamente la limpieza del lugar y ofrecía, de manera op-
cional la compra del “Bufón Lúcido” y la Consulta al I-Ching a cambio de un litro de
Toro Tinto. Hasta el día de hoy los viajeros deben suscribirlas (o nó) al llegar.
63
Como la mayoría compartía (ó, al menos, conocía) las ideas libertarias, redac-
té la convocatoria para un Encuentro Anarquista que se llevaría a cabo durante las si-
guientes Vacaciones de Invierno (Ver TEXTO en la página 66).
Feb. ´98:
Este fervor revolucionario engendró otro delirio: La Comparsa Anarquista
HUAYRA HUASI, genialmente definida por la revista del Centro de Estudiantes de
la Universidad Nacional de Jujuy en estos términos: “Esta particular comparsa es im-
pulsada, con sobrado entusiasmo y coraje, por el Comandante Revolucionario Raúl
Prchal (un borracho más). Comisión: No existe por su ideología libertaria. Cabe aco-
tar que los miembros de esta comparsa todo el año están de fiesta, pero que la alegría
de ser libres se hace más evidente en CARNAVAL. Es por eso que desentierran el
diablito en el “Castillo de Adobe”, local ubicado en Soto Avendaño s/n - Bº Alto In-
dependencia, lugar en donde se llevarán a cabo las fiestas carnestolendas. La com-
parsa está integrada por gente de diferentes puntos del país, fundamentalmente del
NOA. Por las calles de Humahuaca flamean sus banderas anarquistas, mientras can-
tan a coro bastante afinado “YO QUIERO SER HIJO DEL INTI-SOL” Todo el mun-
do está invitado ¡¡¡Salud!!! ¡¡¡Que viva el Comandante!!!” La Comuna comenzó a di-
bujar la “A” dentro de un círculo decolorando géneros negros con lavandina.
A veces necesitaba huir de este ritmo febril y me refugiaba en mi “Aguada” (el
kiosco donde se desarrolla gran parte de “PUCHAMAMA”). Una noche, al regresar,
me topé con un espectáculo a toda música organizado en la explanada del Monumen-
to. Allí se produjo mi reencuentro con la “mujer niña”, ya libre de su posesiva com-
pañera. Bailamos, formando círculos cada vez más amplios, convirtiéndonos en indis-
cutibles estrellas de la velada. Cuando, ya agotados, nos sentamos a descansar me di-
jo que aceptaba convivir conmigo pero que debía darle tiempo. Estuve totalmente
de acuerdo… aunque nunca pude recordar en qué momento había expresado esa pro-
puesta. Apareció unos días después, con su bolso y una nueva condición: No debía
tocarla del cuello para abajo. “No te preocupes” le contesté con una carcajada “es mi
especialidad”. Así comenzó un romance de estilo adolescente. Largos paseos bajo la
luna con las manos entrelazadas durante los cuales seguía embelesada el relato de mis
viajes y aventuras.
Le regalé una corona de bronce hecha por mí con su nombre burilado y la nombré Se-
cretaria Adjunta para las consultas al “Libro de las Mutaciones”. En ese momento el
precio incluyó un paquete de cigarrillos negros para ella. Eran los que yo acostumbra-
ba fumar antes de dejar definitivamente esa estúpida adicción. Una noche encendí u-
no para lanzar al aire anillos de humo. Nos divertimos muchísimo… pero al día si-
guiente tenía un dolor de garganta atroz. Mientras la iniciaba en la interpretación del
Oráculo nos dimos un momento para realizar una consulta en común. Las líneas YIN
le estarían destinadas y las YANG a mí. La respuesta no fue sorpresiva en absoluto:
“Nº 17 – EL SEGUIMIENTO: Un hombre ya mayor se coloca por debajo de una mu-
chacha joven y tiene consideración para con ella. De este modo la mueve al segui-
miento, a la sucesión”. Entre otras cosas, algo así como que ella heredaría mis intuí-
tivos poderes adivinatorios.
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En general dormía, lánguidamente, sobre mi hombro pero a veces iba a pasar la
noche a la casa de una amiga (hacia donde, obviamente, la acompañaba). En una de
esas ocasiones le entregué un sobre cerrado. “¡Me mataste!” me dijo al día siguiente.
No era para menos; contenía una reproducción de “EL BESO” del plástico austríaco
Gustav Klimt y estos fragmentos del poema de Lewis Carroll que figura al comienzo
de “Alicia en el País del Espejo”:
¡Niña de frente despejada y pura
y ojos ensoñadores de maravilla!
Aunque el tiempo vuele y tu y yo
estemos separados por media vida,
tu amorosa sonrisa seguramente aceptará
el don de amor de un cuento de hadas.
No he visto tu rostro resplandeciente
ni he escuchado tu risa argentina.
No habrá un pensamiento para mí
en el futuro de tu joven vida...
Ya es bastante que ahora quieras
escuchar mi fantástica historia.
..........................
¡Ven, escucha entonces
antes que la voz del miedo,
cargada de crueles nuevas,
convoque al desagradable lecho
a una melancólica doncella!
Sólo somos niños más viejos, querida,
que nos agitamos ante la cercanía
de la hora de dormir.-
Así continuó la historia hasta la llegada de dos porteñitas que llevaban el mis-
mo nombre. Instantáneamente, se hicieron tan amigas que nuestras caminatas las in-
cluían. Ella aferraba su mano a la mía y, con la otra arrastraba a las otras dos (me sen-
tía un maestro jardinero llevando a pasear a sus alumnitas). Cuando las tres se fueron
a Iruya por unos días, el asexuado lugar de mi lecho fue ocupado por Wendy, que lle-
gó con su mochila cargada de angustia. Con esa intuición que sólo tienen las mujeres,
partió pocos días antes del retorno de las viajeras (5). “¡Ya estamos de vuelta, Papá!”
exclamaron casi al unísono las tocayas. Cuando ella también me trató como si fuera
mi hija no puse soportarlo. Estábamos en una especie de espectáculo musical que me
tenía como centro. Tomé en mis manos una gruesa cadena y le hice brotar chispas
contra el piso de piedra. Esto provocó una verdadera espiral de violencia, ya que las
porteñas no gozaban de la simpatía comunitaria. Comandados por un rosarino, todos
5 Este “Enroque de Dama” se repitió un par de veces con la misma sincronización y pleno conocimiento de
ambas.-
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se unieron para enrostrarles, entre otras cosas, su manera de hablar y su falta de soli-
daridad. Cuando mi pequeña compañera salió en defensa de sus amigas también fue
agredida (según algunos, también físicamente). En mi ofuscamiento, no me percaté
de nada y ni siquiera reaccioné cuando las tres partieron con todas sus pertenencias...
pero, casi instantáneamente, volví a mi cabales: “¡¡¿Qué estoy haciendo?!!”. Expulsé
violentamente al rosarino y salí corriendo descalzo hacia el camping. No estaban. Al
llegar a la Terminal (atormentado por la angustia, casi sin aliento y con los pies llenos
de barro) divisé a una de las porteñitas. Le pedí perdón de rodillas y le pregunté pe-
rentoriamente dónde estaba la “mujer niña”. La respuesta era obvia: en la casa de su
amiga. “¡¡Vamos!!”. Al verla volví a humillarme hasta llegar, casi, a besar el suelo.
Le conté que había echado al rosarino y le pedí que volviera. Me acarició la cabeza...
“Andá con las chicas. Yo ya voy”. Abrí la puerta del Castillo de un sólo puntapié (la
marca de mi planta embarrada subsistió durante varios meses) y grité: “¡¡Estas chicas
gozan de mi protección feudal. El que se oponga va a tener la misma suerte que el ro-
sarino!!”. De todas formas mis protegidas regresaron a Buenos Aires dos días des-
pués y mi dulce amiga partió hacia San Salvador de Jujuy poco antes del Carnaval,
prometiendo volver para mi cumpleaños.
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Convocatoria:
Encuentro Anarquista en la Huayra Huasi – Humahuaca – Jujuy – Argentina
Sugerencias para su realización. Se aclara que este texto es sólo un esbozo incomple-
to. Se espera redondearlo con los aportes de quienes lo reciban. Se espera que no
se transforme en un desencuentro y se deja sentado que no se trata de un acto privado
del que firma al pie. Para participar del Encuentro no es necesario ser anarquista, sino
estar -en principio- de acuerdo con las bases filosóficas del Movimiento. Una discu-
sión desde cualquier postura autoritaria (de izquierda o de derecha) estaría totalmente
fuera de lugar… tan fuera de lugar como si un ateo proclamara sus ideas frente al al-
tar de una iglesia. Abstenerse de asistir todos aquellos que confunden ANARQUIA
con estallidos de rebeldía juvenil. Desde esta convocatoria se insta a los mismos a
dejar de lado la rotura de vidrios y otros insensatos actos de violencia que sólo sirven
para desprestigiar al anarquismo ante los ojos de los que tienen nociones vagas sobre
nuestra postura política (muchas veces asociada al terrorismo, colocación de bombas
con el saldo de víctimas inocentes, etc.). Se evitarán las disertaciones teóricas (ya
que existen en el país varias bibliotecas con abundante material) pero habrá una breve
presentación de las ideas básicas para las personas que las desconozcan. Ninguna ex-
posición podrá extenderse por más de 30 minutos (preferentemente, menos). Por o-
tra parte, se tratará de evitar términos o giros retóricos ampulosos, reemplazándolos
por un lenguaje llano y conciso teniendo en cuenta que se invitará a gremialistas y di-
rigentes aborígenes que, por la injusticia social imperante, muchas veces no han podi-
do completar su educación primaria. Se dará preponderancia a los intercambios de
experiencias concretas, relatos de los intentos realizados y análisis de las causas del
éxito o el fracaso de los mismos. Sería de desear que las Conclusiones de este En-
cuentro incluyan las posibilidades de aplicar esta ideología a corto, mediano y largo
plazo. Deberán hacerse todos los esfuerzos posibles para evitar acaloradas e inútiles
polémicas para lo cual, tal vez, sería conveniente designar un Moderador. El que sus-
cribe la presente Convocatoria construyó la casa hace 23 años. Sin embargo, no se
considera propietario. De hecho, en lo que al “Estado” se refiere, vive “okupando” la
misma: desde hace 10 años no aporta para la manutención de ineptos burócratas. Si,
a veces, se autotitula “Comandante” no es para darle a esa palabra un sentido jerár-
quico, sino por considerar que esta función lo obliga a estar presente en los lugares de
máxima responsabilidad (desde la limpieza de los baños hasta la devolución de los
envases de cerveza). Conciente de que la envergadura del Encuentro supera sus ener-
gías, propone la formación de un Consejo Revolucionario (de hasta 5 miembros) del
que él formaría parte con igualdad de deberes y derechos. Los integrantes de este
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Consejo deberán conocer el movimiento de la casa y estar dispuestos a ser los prime-
ros en levantarse y asumir, mientras desayunan, tareas como limpiar la cocina de los
restos de los festines nocturnos, quemar los papeles higiénicos, sacar la basura, etc.
ORGANIZACION: La organización será ínfima para favorecer actitudes solidarias
espontáneas. Se prepararán dos tipos de comidas (con y sin carne) y cada asistente se
hará cargo de la limpieza de sus utensilios. La responsabilidad de la cocina estará
en manos de una sola persona (para evitar enfrentamientos gastronómicos) que conta-
rá con la colaboración de un grupo de voluntarios para las tareas auxiliares. Se puede
participar del Encuentro sin necesidad de compartir el techo y/o la comida. Las acti-
vidades se realizarán en horas de la tarde para permitir que cada uno se levante a la
hora que considere más conveniente. Si, una vez en pie, alguien demostrara reiterada-
mente su falta de interés en participar en las tareas voluntarias se tratará de modificar
su actitud mediante la persuasión y la presión del grupo; si estos métodos resultaran
ineficaces se procederá a la expulsión. Es totalmente previsible que por las noches
se produzcan improvisadas guitarreadas y jodas varias, como viene sucediendo en el
Castillo desde hace muchos años. Nadie podrá interferir en el desarrollo de las mis-
mas ni poner límite a su duración. El Castillo cuenta con abundante vajilla pero care-
ce de ollas grandes. Se solicita, de ser posible, el envío de ollas de 20 litros o más
(naturalmente pueden ser usadas y hasta agujereadas si cabe la posibilidad de soldar-
las). Se considera la posibilidad de solicitar un aporte diario de $ 1,00 para gastos de
comida. Durante los meses de enero y febrero se realizó una prueba de convivencia
satisfactoria con la participación de 35 personas.
Fecha: Del 10/07/´98 en adelante (con opción a llegar antes y quedarse después)
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Carnaval ´98:
Detrás de sus flamantes (y flameantes) banderas negras, la Comparsa Anar-
quista salió por primera vez a la calle (luego de desenterrar el Carnaval en el patio de
la “Huayra”). En ese “bautismo de fuego” las fuerzas libertarias obtuvieron un rotun-
do éxito. Al son de la quena del infatigable catamarqueño, el cordobés (con la cara
pintarrajeada) le dedicó una danza a un matrimonio de cierta edad que observaba des-
de la puerta de su casa. De alguna manera el hombre se sintió agredido y quiso atacar
al bailarín. Pero recibió un certero cañazo en la cabeza propinado por el que portaba
la bandera. De más está aclarar que la pareja se encerró con llave.
Seguíamos avanzando triunfalmente por la calle principal, cuando ví que se di-
rigía hacia nosotros una tradicional comparsa integrada por miembros de la “elite”
humahuaqueña residente en San Salvador de Jujuy (profesionales, diputados, empre-
sarios, etc.). Muy difícilmente verían con agrado nuestras insignias. La única forma
de evitar un enfrentamiento (sin retroceder) era desviarnos. “¡Giren a la derecha!” or-
dené a los que me precedían. “¿Cómo a la DERECHA, Comandante?”, gritaron to-
dos con el puño izquierdo en alto. Comprendieron instantáneamente la situación y
nos dirigimos, en perfecta formación revolucionaria, hacia los quioscos de chapa don-
de ardía la joda. La recaudación obtenida con las gorras de la Brigada Femenina se
destinó a empanadas, vino y cigarrillos y hasta alcanzó para continuar los festejos en
el Castillo con una damajuana. Salimos un par de veces más esa semana y enterramos
el Carnaval haciendo votos para que la Comparsa siguiera adelante.
Mar. ´98:
Me disponía a gozar de una otoñal soledad creativa, cuando apareció un grupo
de viajeros rezagados. Entre ellos, una joven escritora porteña que venía recorriendo
el país vendiendo su selección de poemas en bares, ómnibus y terminales (¡a $ 5,00!).
Obviamente, equiparé el precio de mi libro con el del suyo. Me contó que estaba es-
táncada con una novela que había iniciado. Al leer los apuntes comprobé que la obra
prometía y, cuando quedamos solos, me convertí en su asesor literario (a cambio de
comida y vino). Por una especie de tácito acuerdo, no formamos pareja para evitar
que se empastara nuestra Comunidad Artística. Sin embargo, durante el largo mes
que duró esta estrecha convivencia se creó un lazo muy fuerte. Pintamos en común
sobre una de las paredes de la cocina (que bautizamos “LABORATORIO DE IMÁ-
GENES”) nuestra Proclama: “LA REALIDAD NO EXISTE” y pusimos manos a la
obra.
Llegamos a consubstanciarnos tanto con la protagonista que soñábamos con e-
lla. A veces, me levantaba al amanecer para despertarla (en la habitación contigua a
la mía) y discutir las próximas secuencias. Lo primero que hacía por las mañanas era
llevarle mate a la cama y planificar la labor de la jornada.
El día de mi Cumpleaños me encontró inmerso en esa dinámica creativa. Deci-
dimos dejar de lado las tradicionales cabezas guateadas al horno y cocinar ñoquis por
ser 29. Estábamos amasándolos con la ayuda de los primeros invitados, cuando se
presentó la “mujer niña”. “¿Cuándo te vas a dejar de joder con pendejas?” me susurró
mi colega por un oscuro motivo incomprensible para mí (la diferencia de edad entre
ambas es ínfima). Sin embargo, esta frase aguijoneó de alguna manera mi orgullo y
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traté a la recién llegada con total indiferencia y la fiesta siguió su curso. A la mañana
siguiente me envió una carta contándome que lloraba en los rincones para que nadie
la viera. Obviamente, la culpa me demolió y pasé todo el día buscando el tono justo
para responderle. Aproveché el paso de un amigo para que la carta llegara a sus ma-
nos ese mismo día... pero había cambiado de domicilio... La cuestión es que, como
había sucedido diez años antes con la inolvidable rosarina, nuestro reencuentro marcó
el inicio de una serena y muy cariñosa amistad. En fin, es evidente que la vida es cí-
clica y que la afectividad no es mi fuerte.
May. ´98:
Finalizada satisfactoriamente la primera parte de la novela, mi colega me dijo
que disponía de cierta suma de dinero destinada a montar una imprenta para editar
sus obras y las de otros autores. Durante su largo periplo (Rosario, Ushuaia, Barilo-
che, Merlo-San Luis) había estado buscando un lugar para establecerse y Humahuaca
le parecía ideal. Mucho más porque así podría seguir viajando, dejando la editorial en
mis manos (¡¡!!). Era la primera vez que se presentaba una posibilidad concreta de
hacer realidad mi viejo sueño...
Al día siguiente comenzamos con mi nueva socia a buscar una casa. No fue u-
na tarea sencilla porque los humahuaqueños se resisten a vender sus propiedades a la
“gente del sur”. Comparto plenamente esta actitud. Sobre todo cuando analizo lo su-
cedido en Tilcara: La mayoría de los Restaurantes, Negocios de Artesanías y Barcitos
Culturosos están en poder de “gringos” y muchos nativos trabajan como pelapapas o
lavacopas. Pero, ¡¡OJO!! yo no soy un porteño más... Soy “DON RAUL”... “ese vie-
jo barbudo que llegó de Francia (¿?) para trabajar”... “levantó su casa con la ayuda
de sus hijas”... “tengo una vivienda gracias a él porque me inscribió en el Plan de la
Prelatura”... etc... Preguntando y caminando, conseguimos un lugar bastante acepta-
ble a diez cuadras del centro. Tenía espacio suficiente para instalar la editorial y un
gran salón para realizar reuniones y espectáculos. Bastaba levantar un escenario con
adobes... Además serviría para que durmieran los visitantes. La precaria instalación e-
léctrica había sido cortada tiempo atrás por falta de pago. No era un problema muy
grave. Un amigo se ofreció a cambiarla íntegramente por un precio muy bajo. Rega-
teando con el dueño, conseguimos una financiación más que conveniente.
Como reconocimiento a la indiscutible paternidad de la “HUAYRA”, el futuro
Centro Cultural llevaría el nombre de “KILLA HUASI” (Casa de la Luna) pero... la
instalación sanitaria se reducía a “una letrina sin puerta al fondo y una canilla en el
medio del patio” (reproducción textual de un párrafo de mi novela “PUCHAMA-
MA”). No... ¡¡¡NO!!! ¿¿Otra vez plomería??
Aseguran que si a un burro le ponen a la vista una zanahoria colgada de una ca-
ña arrastra un pesado carretón. Soy del Signo CABALLO en el Horóscopo Chino y es
inevitable que se asocie con el de “REBELION EN LA GRANJA” de Orwell (“Debo
trabajar más fuerte”). Como zoológicamente soy familia del asno, seguí con tesón la
apetitosa zanahoria de la editorial y -como me atormentan pesadillas recurrentes-
volví a introducirme en un tenebroso socavón muy similar al que había recorrido el a-
ño anterior en la Mansión de la Bruja. Claro está que diariamente me repetía al levan-
tarme: “Esta SI va a ser la ULTIMA VEZ”.
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Antes de que mi socia emprendiera una expedición a Buenos Aires para solu-
cionar historias bancarias y traer las máquinas, acordamos lo siguiente: a) A cambio
de la instalación sanitaria recibiría 500 ejemplares impresos de “EL BUFÓN LUCI-
DO”. b) Para excavaciones y otros trabajos de albañilería se contrataría un operario
bajo mi dirección que percibiría sus jornales al finalizar la obra. c) Quedaría a mi
cargo la mercadería suficiente para cocinar para ambos y el vino suficiente para un
mes... a razón de un litro diario.
Recordar esa época me hace erizar la piel. Mi peón (un viejito borrachín) tra-
bajaba a un ritmo exasperantemente lento. A mediodía, mientras él descansaba, yo
cocinaba apresuradamente. Después del almuerzo el obrero coqueaba plácidamente
mientras el capataz lavaba los platos. Como el trato incluía la comida, al hombre ja-
más se le ocurrió ayudarme a pelar ni una papa. Al regresar por las tardes, absorbido
física y mentalmente por la obra en construcción, apenas tenía ánimo para conversar
con los viajeros que me esperaban ansiosos por conocer mis opiniones sobre literatu-
ra o geopolítica. Esta agobiante situación llegó a su fin con un episodio inesperado
digno de “Los Tres Chiflados”.
Prácticamente se había llegado a la profundidad de la Red Cloacal (más de 2
m.). A la mañana siguiente mi peoncito estaba ansioso por terminar la excavación pa-
ra que conectáramos y enterráramos la cañería. De esa manera cobraría esa misma
tarde. Como no quiso esperar hasta que terminara mi desayuno para ir juntos a la o-
bra, le recomendé reiteradamente que tuviera cuidado con el caño de agua potable
(para evitar accidentes, se lo cubre con una capa de arena fina). Al acercarme me sor-
prendió no oír el sonido del pico y la pala, pero al llegar comprendí el motivo: El a-
gua estaba llenando la zanja a un ritmo alarmante y no se veía al viejito por ningún
lado.
Al rato lo vi llegar totalmente borracho y gritando “¡¡Fue culpa del quetu-
pí!!”. Me hablaba de un pajarito que (según los nativos de la zona) predice como pue-
de encaminarse algún asunto chillando “Bien” ó “Mal”. El problema, me explicó, que
no sólo había desatendido el funesto vaticinio del ave agorera sino que la había insul-
tado... CONCLUSION: Tuve que hacer cortar el agua a toda la manzana, desagotar la
zanja y volver a excavar (con el agravante de que la tierra húmeda pesaba el doble).
Con la ayuda de mis ex compañeros de Agua Potable (privatizada con el nombre de
Agua de los Andes) reparamos la rotura y los vecinos volvieron a contar con el vital
servicio... dos días después (¡!). Cuando, ya al límite de mis fuerzas, estaba terminan-
do de tapar la excavación llegó el viejito diciéndome que se conformaba con cobrar la
mitad de lo que se le adeudaba. No es difícil adivinar cuál fue mi respuesta.
Jul. ´98:
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Liberado de semejante carga,
sólo debía esperar a los participantes del
HUAYR(A)NARKO. No llegó ninguno
pero aparecieron otros viajeros que
conocían las “Condiciones Básicas” y
venían a compartir la vida del Castillo.
Me explicaron que era muy difícil que
alguien se desplazara a semejante
distancia sólo para asistir a un Encuentro,
pero se mostraron dispuestos a colaborar
para improvisarlo. Fue un verdadero
acontecimiento, reforzado con la
asistencia (inesperada aún para ellos) de
jóvenes militantes libertarios de Córdoba.
Por ser Vacaciones de Invierno, coincidió
con un evento teatral organizado por un
grupo porteño que me inspira una parti-
cular aversión.
Diagramamos y repartimos casi
un centenar de panfletos y nos divertí-mos
con los elegantes caballeros y las damas
de tacos altos que observaban a-tónitos
nuestros delirios.
Ago. ´98:
En mis andanzas por la orilla me topé con un extraño personaje (saco lar-go,
corbata, gorra con visera y melena corta). Era muy difícil asegurar, de en-trada, que
se trataba de una mujer. Co-mo aparece en “NEOLITICOS” como la Salinera,
utilizaré este nombre cuando me refiera a ella.
Nov. ´98:
Al finalizar el original manus-crito en tinta china para los 500 ejempla-res de
“EL BUFON LUCIDO” que de-bía entregarme mi socia, me visitó un viejo amigo
santiagueño. Me pidió que escri-biera un guión que comenzara en Humahuaca,
continuara en Cafayate y Amaicha del Valle y finalizara en Santiago del Estero. De
esta manera abarcaríamos las partes más representativas de Jujuy, Salta, Tucumán y
Santiago.
Dic. ´98:
Al recibir los “BUFONES” me encontré con un par de novedades: Había algu-
nas páginas mal impresas. No eran muchas y, además, podía atribuirse el error a la i-
nexperiencia de mi socia pero... me presentó una factura por “desgaste de maquina-
ria”. Si bien se echó atrás ante mis justos reclamos y no rompimos relaciones, éstas se
volvieron más distantes.
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Poco después el Director de la Película me encargó un trabajo que me abonó
por anticipado: Diagramar en tinta china una obra teatral que había escrito para inser-
tar sus canciones. El fin de ese año tan importante me encontró en plena actividad
creativa.
Carnaval ´99:
Reencuentro del grupo fundador de la Comparsa Anarquista reforzado con los
nuevos integrantes que habían comenzado a llegar desde principios de enero. Esta vez
evitamos un enfrentamiento con otra Comparsa Tradicionalista logrando, por vía di-
plomática, que nos permitieran cruzar pacíficamente la Plaza Sargento Gómez (frente
a La Municipalidad) en la que estaban acantonados.
Mar. ´99:
Como el santiagueño no había retornado, completé el guión de “LA MUERTE
DEL SOL” (El Ocaso) centrado en Humahuaca. Como hago siempre con lo que es-
cribo, fotocopié varias decenas para ir dándolo a conocer entre gente relacionada con
la cinematografía. Pasaron varios estudiantes que me enseñaron a escribir un verda-
dero GUION (Escena I – Exterior – Blanco y Negro – etc...) Pero el problema era que
ninguno tenía recursos para producir nada más que pequeños trabajitos urbanos.
Abr. ´99:
Poco después de mi Cumpleaños (del que no recuerdo nada en particular) se
produjo el arribo de un cordobés que llamaba la atención por su “extraño” aspecto:
Cabello corto y barba afeitada; pantalón impecablemente planchado, camisa y saco
en lugar de los rotosos vaqueros, mugrientos buzos y deshilachadas camperas habi-
tuales en los que llegan a la “Huayra” ... ¿¿¿Un policía???... ¿Un evadido de alguna
cárcel o manicomio? y otras preguntas similares circulaban entre los miembros de mi
entorno. Finalmente, ante un Tribunal Popular convocado para interrogarlo, declaró
que era cierto que venía huyendo, pero nó de la Justicia sino de una situación perso-
nal y familiar.
Al día siguiente salió y volvió con algo de dinero para la olla comunitaria. Lo
había conseguido descargando cajones de verdura. Sin embargo, había algo... como
que no cerraba. Como aficionado a la lectura y a la escritura, leyó parte de mis obras
con gran atención. Luego comenzó a realizar por su cuenta una especie de encuesta
sobre mi persona. Las contradictorias y polémicas respuestas obtenidas se referían, en
general, al “VIENTO QUEBRADEÑO”. Hojeó el Archivo del Semanario y se entu-
siasmó tanto que me propuso reeditarlo. Me negué rotundamente... “¡Basta!... Basta
de problemas económicos y de Listas de Tramposos... Basta de sentirme un mendigo
por ofrecer un espacio publicitario...” Pero él seguía insistiendo y asegurándome que
yo sólo me limitaría a dirigir el Semanario y él se encargaría del resto (buscar notas,
publicidades y los resultados del futbol local). Además se tipearía en computadora, a-
horrándome así el enorme trabajo de mecanografía... se duplicaría el precio de tapa
para dejar un margen para los repartidores. Ya no me vería obligado a trabajar de “ca-
nillita” y podría disponer de tiempo para continuar con mi creación literaria... Final-
mente acepté hacer un intento y lo nombré Jefe de Redacción con toda la responsabi-
lidad ejecutiva en sus manos. Volví a abrir una línea de crédito liviana con mi fotoco-
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piador: El crédito tendría un “techo”. Esto nos obligaría a lanzar pequeñas tiradas y
fotocopiar más ejemplares a medida que se fueran vendiendo.
May. ´99:
Y así salió el Nº 297. Se asignó una comisión para los promotores publicita-
rios, se cambió el formato (con lo que se evitó abrochar los ejemplares y se le agregó
un subtítulo en qeshwa: WAYQO WAYRA. El éxito fue inmediato a todo nivel pero
cometí uno de mis típicos errores: Con el pretexto de estar más cerca de la fotocopia-
dora y controlar a los vendedores, instalé mi oficina en la “Carpa de Doña Eufrasia”
(ver “PUCHAMAMA”). Con la euforia de volver a detentar el “Cuarto Poder”, com-
partía el superávit con el personal. Empanadas y vino ya que el ritmo del trabajo no
nos daba tiempo para cocinar...
Ago. ´99:
En un párrafo de “EL FRANCOTIRADOR” Alfonso dice algo así como “…
no creo en eso de que el hábito no hace al monje... si nó mirá a los militares con sus
uniformes...”. El caso del cordobés confirmaba esta aseveración: No era un burgués
sólo en la forma de vestir. Salvo por los CHISMES y mis EDITORIALES, el “VIEN-
TO” se transformó rápidamente en una especie de Revista “GENTE” con un Suple-
mento Infantil tipo “ANTEOJITO”. Como me sentía avergonzado, despedí al Jefe de
Redacción y retomé las riendas.
A pesar de la eficaz colaboración de un pacífico mechudito, la angustia vol-
vió a enseñorearse de mí. Para evitar el stress reemplacé el nombre SEMANARIO
por PUBLICACION (sin fecha fija de salida) pero fue como postergar una ejecución.
Me levantaba temprano pero, en lugar de ponerme a trabajar, me dedicaba a dejar va-
gar la mente sin rumbo fijo y tomar vino sin ningún placer para embotarme y olvidar
la maldita revista. Tardé dos semanas en terminar el Nº 306 y decidí que sería el últi-
mo, salvo que algún político se hiciera cargo de la deuda externa que para mí era a-
bultada pero que ellos gastan en asados y compra de votos. Volqué en el papel esta
sensación opresiva:
El primer vaso de vino produce la esperada sensación de dulce mareo. Raúl hasta lo-
gra sonreír tristemente, mientras mira el fogón apagado y lucha contra los fantasmas
de la angustia con quienes compartió toda la noche escuchando las roncas voces de
un coro de alcohólicos que le taladraba los oídos con la misma canción desafinada
durante horas...
- Yo lo respeto a Raúl
- A ver, Raúl ¿Hace cuánto tiempo se conocemo? ¿Ah?
Raúl no se acuerda y, de todas formas, el tema le es totalmen-
indiferente pero logra juntar fuerzas para responder - ¡¡¡Uhh!!! Hace un montón de años... “Añares”.
Intercalado con charlas sobre futbol (tema que Raúl aborrece
hasta la nausea) escucha en off: - Nadie puede hacer lo que hace Raúl
74
Raúl sabe que es cierto, pero hace un esfuerzo sobre-humano y
articula: - Buee, che... no es pa´tanto
Nuevos gritos de adhesión y discusiones entre los que se consi-
deran los favoritos: - Yo soy el único que se calienta por la limpieza
Raúl desearía ser menos “duro” y que se le humedecieran los
ojos de pura auto conmiseración. - Che, Raúl, mañana sale el “VIENTO QUEBRADEÑO” ¿Que nó? Dame veinte que
yo te los vendo enseguida
¿Y con que mierda los voy a pagar? Debo un montón en la fo-
tocopiadora - Dale, Viejo, cantate una canción mejicana...
¡¡¡Basta!!! Pero el vino le produce una breve pero intensa eu-
foria y lanza un par de rutinarios efectivos alaridos - ¡¡¡Bien Raúl!!!
Raúl piensa en el guión “La Muerte del Sol”. Hasta ahora no
ha llegado nadie… ni siquiera con una filmadorita “MADE IN
KOREA”. Afortunadamente llegan un par de franceses… y
Raúl los encara: - Moi j´ai vecu en France deux ans. J´aime boire du rouge. Et vous??
- Tu peux me parter de TOI
- Bien sur mais je parle a tout les deux...
Y bla… y bla, bla… mientras todos siguen admirando a Raúl
que sabe un montón de idiomas llega una “supernoticia”: Pa-
rece que el intendente se está llenando los bolsillos
- Vos sos el único que tiene coraje para publicar esto...
Raúl trata de refugiarse en el recuerdo de una adolescente con
la que, lo sabe bien, no podría intercambiar ni dos palabras…
¡¡¡pero era tan dulce!!!
Set. ´99:
Después me enteré que en ese momento estaban circulando notas sobre mí en
todo el país: SUPLEMENTO “DE VIAJE” DE LA AGENCIA TELAM y “RUM-
BO” QUE LA EMPRESA “ANDESMAR” REPARTE GRATUITAMENTE ENTRE
LOS NUMEROSOS PASAJEROS QUE UTILIZAN SUS SERVICIOS. Los densos
nubarrones comenzaron a disiparse. Mientras retomaba con entusiasmo “NEOLITI-
COS”, llegó un verdadero profesional interesado en mi guión. Tomó varias fotogra-
fías para una carpeta destinada al Instituto Nacional de Cinematografía con el fin de
recaudar fondos. El proyecto era filmar en otoño del año siguiente con el pueblo de-
sierto y la vegetación reseca.
En ese momento me fijé en la Salinera y me pregunté: “¿Por qué nó? ¿Por qué
siempre tienen que ser porteñas, rosarinas y europeas de piel blanca con estudios uni-
versitarios?”. Ella había nacido en un lugar muy alejado de la Puna Jujeña (cercano a
la frontera con Chile) y vivido en condiciones muy duras, “pastiando chivos” en me-
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dio de los tolares. “A pesar de su simetría cuadrangular, las mujeres neolíticas no ca-
recen de cierta primitiva belleza” (“NEOLITICOS”). “No se podía decir que fuera fea
(linda en realidad tampoco)... claro que, tal vez, para determinarlo debían dejarse de
lado los arquetipos nórdicos y latinos a los que estaba acostumbrado; desde los libros
de texto escolares hasta los medios masivos de comunicación se imponen ciertas pau-
tas culturales y estéticas...” (“PUCHAMAMA”).
Otra ventaja era que estaba cursando 5º Grado en la Escuela Primaria para A-
dultos y venía orgullosa a mostrarme sus cuadernitos en lugar de atormentarme (co-
mo mis dos EX) con análisis psicoterapéuticos sobre mis actitudes ó polémicas sobre
mi postura política. El relato que figura en “NEOLITICOS” es bastante aproximado
a la realidad. Por lo tanto, sólo consignaré en adelante los datos puntuales que no fi-
guran en el mismo.
Oct. ´99:
Ernesto Sábato en “EL ESCRITOR Y SUS FANTASMAS” recomienda leer
diarios o correspondencia de otros colegas. Párrafos de una carta de esa época: “Ex-
traño período de silencio y quietud. Si bien como todos los días y es difícil que pase
24 horas sin beber (aunque más no sea, un apestoso vino blanco) nunca tengo más de
un par de monedas en el bolsillo. El único problema es que no puedo pagar mi Deuda
Externa. Estoy como Fidel Castro: bloqueado económicamente. Pero me digo (Imi-
tándolo): NO PAGARE LA DEUDA PERO NO VOLVERE A PEDIR NADA A
CREDITO”. Lo positivo es que dejé definitivamente la plomería y otros trabajos des-
gastantes como el “VIENTO QUEBRADEÑO”. Paso días enteros seleccionando mi
Archivo de Imágenes o avanzando lentamente con “NEOLITICOS” y mis “APUN-
TES AUTOBIOGRAFICOS”. “Salgo cada dos o tres días a buscar leña al cerro y es-
toy haciendo reparaciones menores en el Castillo...”. “La Salinera me ha abierto una
veta creativa. Además, mientras juntaba leña, la cabeza se me llenó de ideas. Creo
que hay para varias páginas...”. “Retazos de la Introducción a las Cartas que Gusta-
ve Flaubert escribió a sus amigos mientras escribía su última obra concluída” (“TRES
CUENTOS: UN CORAZON SIMPLE, SAN JULIAN EL HOSPITAL -RIO Y HE-
RODIAS”): “...Escribe en forma obstinada para volver a creer en sus dotes de es-
critor. Los manuscritos muestran el encarnizamiento de un creador que pasa
días enteros con cada página, que en un esfuerzo inimaginable trabaja por elimi-
nación y depuración de los materiales del primer borrador, tachando todo lo ad-
jetivo, cualquier elemento o frase que huela a “literatura”… Sigue mi texto “En
las cartas hay frases muy significativas que me han hecho mucho bien”: “...Siento
mas que nunca la necesidad de vivir en lo alto de una torre de marfil, muy por
encima del fango en que chapotea el común de los hombres…” “…Mi obra ape-
nas avanza pero me ocupa algo; eso es lo importante. Por fin no me pudro en la
ociosidad que me devoraba…” “…Ayer trabaje durante 16 horas, hoy todo el
día y, por fin, esta noche he terminado la primera página…” “…Para escribir
página y media, acabo de cargar de tachaduras diez…” “…Tengo miedo de que-
darme vacio cuando termine…”. Mi carta finaliza de esta manera: “Es algo así
como que pasan camiones y ver carretones o asomarse a la calle y visualizar una es-
trecha callejuela...”
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Ene. ´00:
Por los primeros viajeros que llegaron me enteré de que venía subiendo
QUIQUE DE JESUS, vagabundo místico y guitarrero callejero que quería conocer-
me. Vernos y estrecharnos en un fraternal abrazo fue cosa de segundos. Ambos éra-
mos descendientes de eslavos y Caballos en el Horóscopo Chino pero él ostentaba u-
na pronunciada calvicie. Por esa razón lo llamaba cariñosamente “Tío” a pesar de
llevarle doce años de vida. Pasamos horas enteras cantando y compartiendo experien-
cias. Una tarde recibimos la visita de una Oficial de Policía muy simpática. Com-
partió un vaso de vino con nosotros, mientras efectivos bajo sus órdenes revisaban la
casa. Inexplicablemente aparecieron en un rincón los documentos de un policía jubi-
lado, dueño de dos almacenes.
Se retiraron con su hallazgo y volvimos a nuestra vida normal... hasta que una
mañana me despertó un barbudito sacudiéndome: “Arriba... Policía”
- Dejate de joder, pendejo, me duele mucho la cabeza...
Pero cuando abrí los ojos observé que el pasillo estaba lleno de agentes de civil dando
vuelta las mochilas de todos. El oficial a cargo del operativo me explicó que el “mi-
lico-almacenero” había declarado que unos “hippies” le habían sustraído la billetera
(con los documentos y una suma de dinero) del bolsillo posterior del pantalón (¡¿?!).
Llevaría a todos (salvo al dueño de casa) hasta que se aclarara la situación. Cuando
Quique supo que figuraba en la lista, para sorpresa de todos, sacó un “As de la man-
ga”: Una carta del Obispo de Goya (Corrientes) para el de Humahuaca, recomendan-
dolo especialmente. Explicó que no se había alojado en la Prelatura porque se sentía
muy cómodo en la Huayra Huasi. Esto hizo cambiar totalmente la actitud del oficial.
Le encargó llevar el desayuno para los detenidos. Cumplida esa misión, fue a ver al
Obispo quien, con una simple llamada telefónica, consiguió que liberaran a todos en
pocas horas.
Mientras tanto, la Salinera bebía desaforadamente alcohol de 96º con agua. Po-
co antes del Carnaval, la encontraron caminando obnubilada y semidesnuda por el
medio de la calle. Personal policial femenino la envolvió en una manta y la trasladó
al hospital. Desde allí fue derivada al Neuropsiquiátrico de Jujuy.
Carnaval ´00:
La Comparsa Anarquista se enriqueció con la llegada de malabaristas y lanza-
llamas. El débil lazo que aún me unía con mi Ex-Socia se cortó definitivamente cuan-
do me expulsó de su Centro Cultural con el apoyo de unos amigos de Salta. Poco des-
pués partía Quique con su “carrito-mochila” y la guitarra terciada a la espalda. Fue la
última vez que lo ví ya que al tiempo murió en su ley: de un ataque cardíaco, provo-
cado por su agudo tabaquismo, al borde de la ruta.
May. ´00:
Una mañana, alrededor de las diez, me despertó una voz femenina:
- ¡Hola Raúl! ¿te acordás de mí?
Me había amanecido aullando canciones románticas y marchas revolucionarias pero
logré entreabrir los párpados, enfocando borrosamente a una mujer algo madura...
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- Disculpame, hermanita, la verdad que no
- ¿Y de Facundo Flores...?
¡¡¡LA PELICULA!!! Salté de la cama como un resorte
- Raúl, ¡Ya nomás tenemos que reunir a la gente! Viene todo el equipo de filmación...
si no es este fin de semana va a ser el otro...
“Ojalá que sea el otro” pensé mientras vaciaba apresuradamente una taza de ca-
fé antes de sumergirme en una actividad con ritmo de vorágine. Comenzaron a surgir
dificultades imprevistas. Llegamos con la carpeta a lo de Ricardo Vilca con la seguri-
dad de que se entusiasmaría. Sólo murmuró secamente: “No me interesa”. Fue un
golpe muy duro para mí. Sobre todo porque provenía de un viejo amigo con el que
habíamos compuesto un par de canciones. A partir de ese momento (y hasta el día de
su fallecimiento a mediados de 2007) apenas lo saludaba cuando lo cruzaba por la ca-
lle. Tuvimos que buscar apresuradamente alguien que musicalizara la “DANZA EN
LA PLAYA” (prevista con el fondo del “Teru Teru” de Vilca). Logramos reunir a
tres de los mejores músicos de Humahuaca. Habituados a tocar juntos, improvisaron
un tema tradicional tal como lo muestra la Pantalla. Por otra parte, no pudimos ubicar
a Hugo Cazón, que debía bailar con Kenia. Lo reemplazamos con Cecilia quien, a pe-
sar de no tener ninguna experiencia, salió airosa de la prueba. Se contó también con
la improvisada y eficaz colaboración actoral del salteño en cuya casa había trabajado
diez años antes. Y, por último, la Municipalidad se negó a facilitarnos un vehículo
para trasladar el equipo a la Peña Blanca, aduciendo desperfectos mecánicos...
Si sumamos a todo esto que esta escena se filmó dos veces con al misma cámara
(que fue subida a pulmón) considero (objetivamente) que mi primera incursión en el
cine merece una calificación de 6 ó 6,50. Mucho más si se considera que se filmó en
tres días y medio. A pesar de que lo único que unía al grupo de “actores” con el equi-
po técnico se reducía a la tarea emprendida en común, las relaciones fueron siempre
cordiales y el Director demostró una paciencia infinita: Aunque tuviéramos que repe-
tir tres veces o más la misma escena, jamás nos lo indicó sin agregar “Por favor”. En
ese momento me llegó “El Pájaro Cultural” de Salta con una extensa nota sobre mí
escrita durante el Carnaval.
Jun. ´00:
Un día, como lo hacía periódicamente, reapareció el amigo “Pacho”, mercachi-
fle peruano servicial y mano abierta con sus ganancias, amante de la Historia, la Lite-
ratura y... la Cerveza. Siempre llegaba con herramientas usadas para vender y libros
que intercambiaba con los míos luego de interminables y apasionantes charlas.
- Vé a buscar un vino tinto para ti y una cerveza para mí –me decía cuando a-
gotábamos los tragos.
Cuando se enteró que la Salinera estaba internada, se ofreció a ir a visitarla de
mi parte. Poco tiempo después estacionó frente a la puerta una Trafic blanca sin nin-
gún tipo de identificación. Descendió una Asistente Social del Neuropsiquiátrico y
me anunció que mi compañera había sido dada de alta y quedaría en Tilcara a cargo
de su hermano mayor. Me dijo la dirección y se retiró dándole paso. No teníamos mu-
cho que hablar, simplemente le prometí visitarla.
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Al llegar, aprovechando el viaje de un amigo a Jujuy, la encontré trabajando
duramente en los telares de su hermano.
- ¿Qué quiere? –me preguntó el hombre con cara de pocos amigos.
- Nada. Vengo a dejarle esta ropa a su hermana –respondí y continuamos el viaje.
Jul. ´00:
Huyendo a pié de esa especie de semi-esclavitud, la Salinera encontró por el
camino a unos choferes de ómnibus que la conocían y la dejaron en Humahuaca. A-
parentemente estaba recuperada pero no tardó en recaer en el alcoholismo. Hasta tal
punto que una noche de vino y guitarreada alguien gritó desde el fondo: “¡¡Traigan
agua!! ¡¡Están ardiendo unos papeles!!” Al acudir corriendo, vimos salir a mi incen-
diaria compañera desde una densa humareda. Salió con su bolso sin pronunciar una
palabra (como siempre). Dos cajas de originales del “VIENTO QUEBRADEÑO” ha-
bían sido pasto de las llamas. Afortunadamente, ya los había fotocopiado y encuader-
nado.
A los pocos días se realizó la presentación del segundo libro del Grupo de Poe-
tas Humahuaqueños. Incluía dos obras mías: “BARRIO MISKY MAYU, escrita en
Santiago del Estero en el ´88 y “EL CENTRO DEL MUNDO”, compuesta especial-
mente para la ocasión.
Ago. ´00:
La actuación en Tilcara de un famoso grupo de rock nacional (que particular-
mente detesto) estiró la Temporada Invernal. Recibí el rebote de varios chicos que
me atormentaron durante una semana contando incesantemente los éxitos de sus í-
dolos. Pero entre ellos llegó uno que se transformó instantáneamente en mi “sobrino”.
Poco después partía hacia una Escuela Rural como colaborador “Ad-Honorem”.
Set. ´00:
Regreso de la Salinera, que había estado en Jujuy. No le pregunté dónde ni con
quién y le reproché el incendio sin mucho entusiasmo. Su respuesta fue un mutismo
total. Muchas veces me he preguntado cuál es la razón para que esta relación se pro-
longue. Muy presumiblemente, por mi viejo sueño de “INTEGRARME A UNA TRI-
BU” y la imperiosa necesidad de diferenciarme de la “POCA NUMEROSA COMU-
NIDAD DE GENTE BLANCA”, como expreso en la Nota Preliminar de “NEOLITI-
COS”. Mi correspondencia de la época narra mi lento avance en esta obra y mi esta-
día en la Seccional. Transcribo el párrafo que se refiere a ésta:
“Por esa atracción hacia la marginalidad,... por ese anarquista desprecio por la
propiedad privada y por mi alcoholismo fui sorprendido junto con la Salinera, inten-
tando ayudar a un individuo a sacar un cilindro de gas de una propiedad abandonada.
El otro escapó y nosotros estuvimos tres días en cana. Como no logramos nuestro ob-
jetivo, la Carátula del Caso fue “INTENTO DE HURTO CALIFICADO”. Evidente-
mente no me interesaba iniciar una carrera delictiva. Es algo así como una peterpáni-
ca sed de aventuras...” Lo que no olvidaré es mi humillación cuando mi amiga, la O-
ficial de Guardia, me reprendió maternalmente: “Raúl... No te da vergüenza... A tu e-
dad...”
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Nov. ´00:
Al regresar del campo mi “sobrino” me ayudó a reparar la sempiterna gotera
que todos los veranos hacía inhabitable el depósito-despensa.
Habíamos llegado a conocernos y apreciarnos tanto que le propuse un juego
psico-literario: Yo escribiría un texto sobre mí atribuyéndoselo a él y él haría lo mis-
mo. Lógicamente, esto exigía una gran dosis de autocrítica por parte de ambos.
Esta fue “su” visión sobre mí:
“Sabía que hablaban del viejo desde Tegucigalpa hasta Punta Arenas. Personal-
mente nunca me sedujeron los dinosaurios... sin embargo llegué a su estrafalario cas-
tillo ranchesco. Cierta intuición (apoyada por su ingenua mímica) me hizo superar sus
narcisistas y bufonescas trampas (aparentemente violentas). Estaba bebiendo vino,
como lo hace habitualmente. Afirmó, en forma reiterativa y a los gritos, que yo era su
sobrino. Al día siguiente conocí al otro Raúl. Al ofrecerme un mate, con la vista cla-
vada en el suelo, puso en evidencia su timidez. Comprendí que su exagerada mugre
era una reacción contra nuestra formación burguesa. Algo similar ocurre en su rela-
ción con los que él llama “Neolíticos”. No creo que reivindique las tierras que estos
aborígenes consideran suyas. Estoy firmemente convencido de que soporta estoica-
mente las charlas de sus vecinos para captar imágenes para sus escritos. Lo vi leer,
con total independencia de criterio, textos que podrían suponerse contradictorios. Su-
pongo que dentro de esa REALIDAD (que según él no existe) busca algo que ni si-
quiera entiende”.
La “mía” decía:
“Las palabras que escribiré sobre este muchacho son meras suposiciones debi-
do a que son pocos y ocultos los destellos que me muestra su alma. Deben ser pala-
bras vacías porque de hablar... habla mucho. Tiene una extraña timidez mezclada con
respeto, más parecido a un intenso miedo, para dar una opinión firme (tengamos en
cuenta que estoy pidiendo firmeza a un pisciano). Y es así como decidir su futuro lo
paraliza de terror. Afirmo ciegamente que, si escapa de su propia celda, podrá ser un
gran bufón. Quizás este pensamiento está guiado por la loca intuición de que sea el
sucesor del Comandante”.
Dic. ´00:
Como llegaba el tiempo de su regreso a Buenos Aires, decidí acompañarlo a
dedo hasta Tucumán. De paso, visitaría sorpresivamente a mis hijas. El día de nuestra
partida llegó un perro-pisciano que luego, por la forma de caminar cuando se embria-
gaba, recibió el cariñoso apodo de GALLON-DEAU (Gallo Hondeado). Salimos lle-
nos de entusiasmo a la ruta pero sólo después de caminar unos veinte kilómetros nos
alzó una camioneta que nos dejó en Jujuy cerca del anochecer. Al proponerle a mi
compañero pasar la noche en la estación me respondió que todavía le quedaba dinero
para pagar un hotel. En uno conseguimos una pieza sin terminar por la mitad de la ta-
rifa. Gastamos la diferencia en fiambre, vino y cigarrillos y volvimos a encarar la ru-
ta. Estaba tan “pesada” que tomamos un colectivo urbano hasta Palpalá. A la tarde,
extenuados de “hacer dedo al pedo en la ruta como hijos de puta” (Ver “Tristezas del
Artesano”), seguimos viaje en ómnibus llegando a Tucumán a la noche. Habíamos
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invertido más tiempo y dinero que si hubiéramos utilizado los servicios de cualquier
empresa de transporte automotor de pasajeros. Esto demuestra que para tener suerte
en el “auto stop” debe tratarse de la UNICA OPCION.
Poco después de mi regreso volvió el Gallondeáu, que había sido expulsado
por mi entorno por razones que no pude ó no quise comprender. De todas formas, se
transformó en mi mano derecha con el grado de Lugarteniente.
Ene. ´01:
La “Temporada Alta” comenzó a todo vapor con veinte personas o más aloja-
das. Los hoteleros se alarmaron y (según un comentario confidencial) se fijaron como
meta “REVENTAR EL AGUANTADERO DE HIPPIES DE PREJAL”. No tardó en
llegar la Brigada de Investigaciones a pedirme que identificara a los viajeros. Desde
ese momento comencé a enviar (a través de la Salinera o del Lugarteniente) un PAR-
TE DIARIO con los nombres, apellidos, Nº de documento y procedencia de todos.
Conservé cuidadosamente los Partes firmados por la Autoridad. Me sirvieron para e-
valuar la cantidad de personas que se alojaban en las distintas épocas del año. Hasta
se me ocurrió la idea (que luego deseché) de dibujar un gráfico en papel milimetrado.
Los datos acumulados fueron útiles para informar a los que llegaban preguntándome
si habían pasado amigos suyos. La ventaja principal: Las visitas de los Guardianes
del Orden fueron espaciadas y respetuosas.
Carnaval ´01:
Fue, sin lugar a dudas, el mejor que protagonizó la Comparsa Anarquista. Ma-
labaristas, lanzallamas, fotos en los diarios y, sobre todo, un fervor carnavalero que
jamás retornaría. Los Partes Diarios eran un fiel reflejo de esta euforia: Dos personas
con el mismo número de documento, apellidos cambiados, etc... Los amigos de la
Brigada hicieron la vista gorda. Como broche de oro, quedaron dos guitarras para la
Comuna (un antiguo delirio hecho realidad).
Mar. ´01:
Mi 59º Cumpleaños, muy concurrido, tuvo ribetes tragicómicos. En medio
de la embriaguez general, el salteño que había actuado en el mediometraje comenzó a
insultar ferozmente a un amigo que en ese momento tenía la pesadísima espada que
aparece en la película.
- ¿Querés que lo mate? –me preguntó éste.
- No... Educalo nomás.
En el acto le descargó un planazo en el cráneo. Sangrando profusamente, se re-
tiró con la amenaza de denunciarnos a la policía. No es difícil imaginar la reacción
del Oficial de Guardia ante un individuo que gritaba: “¡Me han herido con una espa-
da!”. Lo envió al hospital para ser suturado... y lo detuvo tres días por ebriedad.
Abr. ´01:
Con “Gallondeáu” refundamos la vieja Comunidad de Artistas. Al mismo tiem-
po (y para evitar la inmovilidad física) iniciamos un ambicioso Plan de Obras: Carga
de botellas sobre las paredes para evitar su lavado por la lluvia, arreglo del lavadero
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del fondo, al que se le incorporó una cama -también levantada con envases vacíos-
destinada al Lugarteniente, rastrillado y nivelado del patio para ampliar el espacio
destinado al “Camping”, tapado de la zanja en las que todos metíamos -literalmente-
la pata, reparación del empedrado de la Sala y construcción de un Escenario semicir-
cular de dos metros de diámetro por treinta y cinco centímetros de altura. La fecha fi-
jada para su inauguración era Diciembre.
Mis hijas me enviaron la miniedición de “PUCHAMAMA” que me habían pro-
metido en mi visita a Tucumán. Su venta alivió bastante mi situación económica.
Guardé un ejemplar que, posteriormente, comencé a fotocopiar y ofrecer a los viaje-
ros. En una inesperada visita, mi madre me dejó unos pesos de obsequio que me per-
mitieron reducir a CERO mi Deuda Externa. La situación de la Comuna se tornó me-
nos angustiosa...
Jun. ´01:
Mi amigo “Borelo”, que había estado al frente de una Sección del “VIENTO
QUEBRADEÑO”, me propuso reeditarlo. El recuerdo de la experiencia anterior me
hizo erizar la piel y me negué rotundamente. Más tarde, ante su insistencia y el sólido
argumento de que él tipearía todo en su computadora acepté la idea... pero con estas
condiciones:
-Yo asumiría únicamente el rol de FUNDADOR, nombrándolo DIRECTOR E-
JECUTIVO.
-No figurarían dentro de mis funciones las tareas de conseguir publicidades ni
distribuir la publicación.
-En cambio, me comprometía a corregir semanalmente los textos en la pantalla.
-Asimismo, a redactar una Editorial para cada Número. Esto último me obligó
a volver, tangencialmente, a la labor literaria que estaba un poco relegada. Algunas
de estas Notas trataban sobre temas circunstanciales de la realidad humahuaqueña pe-
ro otras reflejaban mis opiniones y estados de ánimo. Sin la pretensión de comparar-
me con Roberto Arlt, algo similar a sus “AGUAFUERTES PORTEÑAS”. Tengo pla-
nificado incluirlas en mis “OBRAS COMPLETAS”.
La tercera etapa del Semanario comenzó con bastante entusiasmo pero, paulati-
namente, éste fue decayendo. El Director Ejecutivo redactaba y utilizaba los signos
de puntuación tan mal que me veía obligado a rehacer páginas enteras. Además sus
“CHISMES” eran larguísimos y prácticamente incomprensibles; se centraban casi ex-
clusivamente en la Municipalidad. Totalmente desanimado, lo dejé librado a su suerte
y la experiencia no tardó mucho en sucumbir.
Jul. ´01:
Mi “sobrino” había formado un grupo con otros artistas plásticos. Ellos plas-
maron una escultura con retazos de chapa y otros elementos sobre una vieja idea mía.
Representa a una bruja sentada y tiene una altura de 2,10 m.
Oct. ´01:
Si al leer “NEOLITICOS” se reemplaza “Monasterio” por “Casa de Caridad”
la descripción de la vida de la Salinera es totalmente verídica. Un día se dio el lujo de
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llegar en taxi tocando bocina. Esto me hizo enfurecer y le presenté a mi amigo, el
Obispo, el siguiente INFORME:
“Nombre, Apellido, Nº de Documento, etc. Edad: 36 años. Trabajó en Abra Pampa
como empleada doméstica del Sr. XX, que actualmente se desempeña como Oficial
de la Seccional 15º de Humahuaca. Luego se trasladó a San Salvador de Jujuy, donde
comenzó a ingerir alcohol puro con agua: “misil” ó “cachurín”. Llegó a Humahuaca
en 1998. Fue moza del Tinglado de la Calle Buenos Aires. Comenzamos a convivir
en 1999, año en el que cursó el 5º Grado de la Escuela Primaria (sin presentarse a los
exámenes finales). En febrero del 2000 fue hallada caminando semidesnuda por la ca-
lle en un estado de total obnubilación. Personal policial femenino la trasladó al Hos-
pital Gral. Belgrano donde se le practicó un tratamiento de desintoxicación. De allí
fue derivada al Neuropsiquiátrico de la Capital Provincial. Al ser dada de alta, fue de-
jada a cargo de su hermano mayor, artesano y comerciante domiciliado en Tilcara. De
allí salió sin previo aviso, estableciéndose nuevamente en mi domicilio. Por razones
que desconozco, está fichada en la Casa de Caridad. Esto le permite almorzar gratui-
tamente de martes a sábados. Recibe además ropa usada y, a veces zapatillas nuevas.
Cuando le entregaron zapatos medio uso los vendió por $ 1,00. Generalmente, luego
de almorzar, se dirige a un conocido bar de la orilla. Vuelve, a veces en taxi, en esta-
do de ebriedad con cigarrillos, coca y dinero de procedencia dudosa. Aparentemente
ha dejado el “misil” ó lo consume en contadas ocasiones, en las que se transforma to-
talmente. Destroza vidrios, quema papeles importantes, etc... No motiva el presente
INFORME quejarme de mis problemas domésticos. Sugiero, con todo respeto, una
minuciosa investigación para evitar un ASISTENCIALISMO mal encarado. Puedo a-
segurar que éste no es el único caso”.
Se comprometió a ocuparse del asunto. No sé si lo habrá hecho pero, poco des-
pués, las monjas volvieron a alimentarla...
Continuará…
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¿¿ fin ??
Hoy es 28 de setiembre de 2012 y recién termino (con enorme alivio) la exési-
ma correción de este libro (el 6º).
La “Salinera” sigue conmigo. En cierta manera, puede decirse que “nos hemos
amañado”. De todas formas, cree que es la única mujer capaz de soportar mi carácter
hosco y mi total indiferencia hacia cualquiera cosa que no se relacione directamente
con mi triunfo literario. Inevitablemente, a través de estos años ha experimentado un
leve proceso de transculturización (a veces canta coplas con ritmo de “blues”). Con
esta expresiva y algo monótona música tradicional participa en el Programa Radial
“VIENTO QUEBRADEÑO” que -hasta la fecha- se trasmite semanalmente desde ha-
ce más de un año. Está en marcha el proyecto de publicarlas y grabar un compacto
(junto con otro con mis canciones). Muy pocas veces va a comer a la Casa de Caridad
(ha comprobado que el Menú de la Comuna Anarquista es más sabroso y variado) y
bebe con bastante moderación y sola (yo he dejado definitivamente la bebida el 20 de
Abril). Le estoy tramitando una pensión para que maneje su propio dinero.
Por mi parte (dejando de lado la PROBEZA VOLUNTARIA GANDHO-
FRANCISCANA que practiqué durante tantos años) he iniciado mis trámites jubila-
torios. Este no cambiará radicalmente mi estilo de vida. Simplemente, dispondré de
dinero más que suficiente para encarar mayores tiradas de mis obras. La próxima a
publicar será “7 CUENTOS ILUSTRADOS” (por distintos artistas). Faltan aún dos
dibujos.
Por último, para apuntalar mis objetivos dispongo ahora de Página Web, Face-
book y Youtube. ¿Qué Tal?
Chau. Nos vemos. R. P.