Estado, democratización y ciudadanía - Guillermo O'Donnell

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    NUEVA SOCIEDAD NRO. 128 NOVIEMBRE- DICIEMBRE 1993, PP. 62-87

    Estado, Democratizacin y ciudadana*

    O'Donnell, Guillermo

    Guillermo O'Donnell: Politlogo argentino, profesor de sociologa y estudios gu-bernamentales e internacionales y director acadmico del Helen Kellogg Institutefor International Studies, Universidad de Notre Dame.

    Para comprender adecuadamente diversos procesos de democratizacin deben serrevisadas las concepciones corrientes sobre el Estado, especialmente en lo referido

    a la dimensin legal del mismo. Resultan verificables varios contrastes entre demo-

    cracias representativas y consolidadas y las formas democrticas - es decir, polir-quicas - emergentes en muchos pases recientemente democratizados. Desde esta

    perspectiva, se produce una serie de fenmenos no teorizados hasta ahora, excepto

    en tanto desviaciones de un patrn supuestamente modal de democratizacin.

    Conceptos como democracia delegativa, ciudadana de baja intensidad y un Estado

    que combina elementos democrticos y autoritarios pueden introducirse en fun-

    cin del anlisis de tales fenmenos.

    En las dos ltimas dcadas, el derrumbe de varias clases de sistemas autoritarios

    ha conducido al surgimiento de una cantidad de democracias. Ellas son democra-cias; son democracias polticas, o ms exactamente, y siguiendo la definicin clsi-

    ca de Robert Dahl 1, son poliarquas. Diversas contribuciones han mostrado que

    existen varios tipos de poliarquas. Como lo demostr pioneramente Arendt

    Liphart2, ellas difieren entre s hasta en dimensiones tan importantes como si se ba-

    san en reglas mayoritarias o ms consensuales, para el acceso a la responsabilidad

    pblica y su ejercicio. Pero esas polirquias tienen una caracterstica en comn: to-

    das son democracias representativas, institucionalizadas. En cambio, la mayor par-

    te de los pases recientemente democratizados no se est encaminando hacia reg-

    menes democrticos representativos, institucionalizados, ni parece probable que lovaya a hacer en el futuro previsible. Son poliarquas, pero de un tipo diferente. Y

    sobre este tipo no se ha teorizado. El presente texto es un intento preliminar de

    contribuir a esa teorizacin 3. Este ejercicio se puede justificar con dos razones: en

    1V. especialmente R. Dahl: Polyarchy: Participation and Opposition, Yale University Press, New Ha-ven, 1971. A causa del carcter esquemtico de este ensayo me limito a las citas ms indispensables.Pido disculpas a los muchos autores que dej implcitos. En mi libro les expresar el reconocimientodebido.2A. Liphart: Consociational Democracy en World Politics N 21, pp. 207-25, 1/1968; y Democra-cies. Patterns of Majoritarian and Consens Gowernment in Twenty-One Countries, Yale University

    Press, New Haven, 1984.3Adems de su carcter bastante esquemtico, este texto tiene una limitacin importante: no abordofactores internacionales y trasnacionales a pesar de que a menudo entran implcitamente en mi dis-

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    primer lugar, una teora adecuada de la poliarqua debe abarcar todas las democra-

    cias (polticas) existentes, no slo las representativas, las institucionalizadas. En se-

    gundo lugar, puesto que muchas de las nuevas democracias tienen una dinmicapoltica particular, no se puede asumir que sus impactos sociales sern similares a

    los de las poliarquas representativas, institucionalizadas, presentes y pasadas 4 .

    El Estado y las nuevas democracias

    Por otra parte, las tipologas recientes de las nuevas democracias, basadas en carac-

    tersticas de los regmenes autoritarios precedentes y/o en las modalidades de la

    primera transicin, tienen escasa capacidad de prediccin en cuanto a lo que ocu-

    rre una vez que se instala el primer gobierno electo democrticamente. En lo querespecta a los pases en que se centra este trabajo - Argentina, Brasil y Per - el pri-

    mero fue un caso de transicin por colapso, mientras que el segundo tuvo la transi-

    cin ms larga y probablemente la ms negociada (aunque no se pact formalmen-

    te) que se conozca; por otra parte, Argentina y Brasil tenan regmenes burocrtico-

    autoritarios excluyentes, mientras que Per era un caso de populismo militar-auto-

    ritario incorporante. A pesar de stas y otras diferencias, hoy en da parece claro

    que en el perodo posterior a la instalacin de la democracia, esos pases (al igual

    que Ecuador, Bolivia, Repblica Dominicana, Filipinas, todos los pases de Africa y

    Asia oriental en procesos de democratizacin o liberalizacin, y la mayora de lospases poscomunistas) comparten caractersticas importantes, todas las cuales con-

    vergen en su situacin no institucionalizada5.

    cusin.4Una consecuencia de no abordar los factores internacionales, y slo muy de pasada los factores his-tricos, es que no podr discutir aqu una presuposicin que a veces se cuela en la literatura sobre elasunto: que las democracias nuevas slo estn atravesando etapas por las que antes ya pasaronlas democracias institucionalizadas.5En otro trabajo (O'Donnell 1992), las caracteric como democracias delegativas, para contrastar-las con las institucionalizadas (o, lo que es igual, consolidadas, establecidas o representativas). Conel trmino delegativa seal una concepcin y prctica del poder ejecutivo que presupone queste tiene el derecho, delegado por el electorado, de hacer lo que le parezca adecuado para el pas.Tambin afirmo que las democracias delegativas son inherentemente hostiles a los patrones de re-presentacin normales en las democracias establecidas, a la creacin y fortalecimiento de institucio-nes polticas y, especialmente, a lo que denomino responsabilidad horizontal. Con esto ltimo merefiero al control cotidiano de la validez y la legalidad de las accin del Ejecutivo por parte de otrosorganismos pblicos que son razonablemente autnomos del mismo. Adems, como veremos, elcomponente liberal de esas democracias es muy dbil. Algunos autores tienden a confundir la de-mocracia delegativa con el populismo. Por supuesto que ambos comparten varias caractersticas im-portantes pero, al menos en Amrica Latina, el populismo implic una ampliacin (aun cuando sela controle verticalmente) de la participacin y de la organizacin poltica popular y coexisti conperodos de expansin dinmica de la economa domstica. En cambio, la democracia delegativatiende tpicamente a despolitizar la poblacin - excepto durante los breves momentos en los cuales

    temunda su apoyo plebiscitario - y actualmente coexiste con perodos de severa crisis econmica.Mientras mi texto anterior fue bsicamente un ejercicio tipolgico, en ste considero algunos proce-sos de la sociedad que parecen estar estrechamente vinculados con el surgimtento y funcionamiento

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    En relacin con esos pases, la descripcin no ha ido mucho ms all de indicar los

    atributos de los que carecen (representatividad, institucionalizacin, y otros por el

    estilo), junto con un relato de sus diferentes desventuras polticas y econmicas.Esas contribuciones son valiosas, pero no brindan los indicios tericos que necesi-

    tamos. Adems, caracterizar esos casos en base a la ausencia de ciertos atributos

    puede implicar una teleologa que obstacularizara una conceptualizacin apropia-

    da de los diferentes tipos de democracia surgidos. Con frecuencia otras corrientes

    ms orientadas hacia las polticas y hacia las lites ofrecen recomendaciones ti-

    les para los lderes polticos democratizadores, pero la viabilidad de esas recetas

    depende del contexto particular donde aquellos se encuentran.

    Aunque el bagaje conceptual de las ciencias polticas puede ser satisfactorio paralas democracias liberales normales, o poliarquas, estoy convencido de que para

    analizar la situacin actual y las expectativas de muchas democracias nuevas de

    Asia, Africa, Amrica Latina y Europa central y oriental tenemos que volver atrs y

    repasar algunos conocimientos bsicos de sociologa poltica y legal. El anlisis que

    se presentar a continuacin se basa en una premisa: los Estados estn entrelaza-

    dos con sus sociedades respectivas de complejas y variadas maneras; esa insercin

    conduce a que los rasgos de cada uno de ellos y de cada sociedad tengan un enor-

    me influjo sobre el tipo de democracia posible de consolidarse (si es que se consoli-

    da), o sobre la consolidacin o fracaso de la democracia a largo plazo. Estas afirma-ciones son ms bien obvias, pero no hemos seguido adecuadamente sus implicacio-

    nes desde el punto de vista de la problemtica de la democratizacin. En parte eso

    se debe a que manejamos conceptos (especialmente los relativos al Estado), que en

    la forma en que han sido formulados en la mayor parte de la literatura contempo-

    rnea no constituyen de mucha ayuda para nuestro tema.

    Es un error asociar el Estado con el aparato estatal, o el sector pblico, o la suma de

    las burocracias pblicas, que indudablemente son partes del Estado, pero no cons-

    tituyen el todo. El Estado es tambin, y no menos primariamente, un conjunto de

    relaciones sociales que establece cierto orden en un territorio determinado, y final-

    mente lo respalda con una garanta coercitiva centralizada. Muchas de esas relacio-

    nes se formalizan mediante un sistema legal provisto y respaldado por el Estado.

    El sistema legal es una dimensin constitutiva del Estado y del orden que ste esta-

    blece y garantiza en el territorio dado. No se trata de un orden igualitario, social-

    mente imparcial; tanto bajo el capitalismo como bajo el socialismo burocrtico ese

    orden respalda y ayuda a reproducir relaciones de poder que son sistemticamente

    asimtricas. Pero es un orden, en el sentido en que compromete mltiples relacio-

    de las democracias delegativas.

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    nes sociales en base a normas y expectativas estables (si bien no necesariamente

    aprobadas). En uno de esos momentos en que el lenguaje corriente expresa las rela-

    ciones de poder con que est entrelazado, cuando en el centro poltico se toman de-cisiones (las rdenes dadas), esas decisiones generalmente dan orden, en el

    sentido en que son mandatos que se obedecen generalmente. Esa aquiescencia rati-

    fica y reproduce el orden social existente. Las relaciones sociales, incluyendo aque-

    llas de la aquiescencia diaria y preconciente con la autoridad poltica, pueden ba-

    sarse, como argumenta Weber, en la tradicin, el miedo al castigo, los clculos

    pragmticos, la habituacin, la legitimidad y/o la eficacia de la ley. La eficacia de

    la ley sobre un territorio determinado se compone de innumerables conductas he-

    chas hbito, que por lo general, concientemente o no, son compatibles con la pres-

    cripcin de la ley6

    . Esa eficacia se basa en una expectativa muy extendida, confir-mada por la evidencia ejemplarizante, de que, de ser necesario, la autoridad central

    investida con los poderes pertinentes har cumplir esa ley. Esta es la estructura que

    sustenta el orden establecido y garantizado por el Estado-nacin contemporneo.

    Vemos que la ley (incluyendo los patrones de habituacin a que conduce la expec-

    tativa de que sta se aplicar regularmente) es un elemento constitutivo del Estado:

    es la parte del Estado que proporciona la urdimbre regular y subyacente del or-

    den social que existe en un territorio determinado.

    Tanto en la tradicin europea continental como en la anglosajona, la ley es, final-mente, una dimensin codificada sujeta a las interpretaciones de los profesionales.

    La ley tiene sus propias manifestaciones organizacionales, altamente ritualizadas e

    institucionalizadas en las democracias contemporneas. El Congreso es, en princi-

    pio, el lugar en que se discuten y promulgan las principales leyes del pas, y al po-

    der judicial le corresponde discutir y solucionar los conflictos de inters y, final-

    mente, las disputas sobre el significado mismo de la comunidad poltica. As como

    ocurre tambin con otros aspectos del Estado, el Congreso y el poder judicial son

    las materializaciones perceptibles (en forma de organizacin) del fenmeno ms

    extenso, que consiste en la eficacia social de la ley.

    El reconocimiento de la ley como una dimensin constitutiva del Estado ha sido

    obstaculizado por los diversos enfoques que han predominado en la ciencia polti-

    ca anglosajona desde la revolucin conductivista. Por otra parte, a pesar de las

    contribuciones de autores como Max Weber y Hermann Heller, los enfoques que

    prevalecieron en Europa continental eran rgidamente legalistas; se basaban en un

    6Estoy usando un lenguaje cauto porque aqu no puedo abordar los diferentes matices y clasificacio-

    nes que tendra que incluir un tratamiento ms amplio de esta cuestin. Para una buena discusinde estos asuntos, v. R. Cotterell: The Sociology of Law: An Introduction, Butteworths, Londres,1984.

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    anlisis formalista de la ley escrita, que prestaba poca atencin a sus aspectos so-

    ciolgicos y polticos. De una u otra forma, esas dos grandes tradiciones no han lo-

    grado percibir al Estado como la realidad compleja que connotan sus dimensionesorganizacional/burocrtica y legal.

    Existe todava otra dimensin del Estado: la ideolgica. El Estado (o ms exacta-

    mente, el aparato estatal) pretende ser, y normalmente se piensa que es, un Esta-

    do para la nacin. El Estado alega en diversas formas - desde los discursos explci-

    tos hasta la recurrente invocacin del simbolismo de la independencia de la nacin

    - que es el creador del orden que discutimos anteriormente. Nosotros vemos que

    ese orden es desigual en todas las sociedades, aun cuando desde el pice del Esta-

    do se sostenga que resulta igual para todos los miembros de la nacin. Pero ese as-pecto de encubrimiento parcial (respaldado por la ley, que estructura las desigual-

    dades implicadas en ese orden) no evita la verificacin de dos aspectos fundamen-

    tales. En primer lugar, como ya se destac, ese orden es verdaderamente un orden,

    en efecto, el supremo bien colectivo: suministra una predecibilidad social generali-

    zada, respaldada a la larga por acciones decisivas de las burocracias pblicas perti-

    nentes. En segundo lugar, aun cuando no se extienda a otras relaciones sociales, la

    igualdad garantizada a todos los miembros de una nacin en trminos de ciudada-

    na es crucial para el ejercicio de los derechos polticos que connota el funciona-

    miento de la democracia, y tambin para la eficacia de las garantas personales con-sagradas en la tradicin liberal.

    Desde la perspectiva que estoy proponiendo, la ciudadana no se reduce a los con-

    fines (definidos con estrechez, como en casi toda la literatura contempornea) de lo

    poltico. La ciudadana entra en juego, por ejemplo, cuando en una relacin con-

    tractual, cualquiera de las partes que sienta que tiene motivos de queja legtimos,

    cuenta con la posibilidad de recurrir o no a una entidad pblica legalmente compe-

    tente, y de la cual puede esperar un trato justo, para que intervenga y falle en ese

    caso. Incluso en el mbito aparentemente ms privado del derecho privado (con-

    suetudinario), el sistema legal pone la dimensin pblica connotada por la vir-

    tual remisin de tal relacin a una entidad del Estado debidamente autorizada,

    para que sta la juzgue legalmente. Esa dimensin intrnsecamente pblica de las

    relaciones privadas (o lo que es igual, la urdimbre de las relaciones por parte del

    Estado como ley) se viola, por ejemplo, cuando a un campesino se le niega de

    facto el acceso al poder judicial para entablar una accin contra el terrateniente.

    Este derecho privado debe considerarse tan constitutivo de la ciudadana como

    el derecho pblico de votar sin coercin.

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    Argentina, Brasil y Per (al igual que otros pases de Amrica Latina y otras regio-

    nes) no estn atravesando solamente una grave crisis social y econmica. Aunque

    con diferente cronologa e intensidad, los tres pases estn sufriendo tambin unaprofunda crisis de sus Estados. Una crisis que existe en las tres dimensiones que ya

    hemos discutido: la dimensin del Estado como un conjunto de burocracias capa-

    ces de cumplir con sus obligaciones con una eficiencia razonable; la dimensin de

    la eficacia de la ley; y la dimensin de la credibilidad del alegato de que los orga-

    nismos estatales normalmente orientan sus decisiones por una cierta concepcin

    del bien comn7. Esos pases estn viviendo la crisis prolongada de un patrn de

    acumulacin de capital centrado en el Estado y orientado hacia adentro, y de la po-

    sicin del Estado en ese patrn. En cambio, en circunstancias que no nos concier-

    nen aqu, algunos pases (Espaa, Portugal, Corea del Sur, Taiwn y Chile, entrelos recientemente democratizados o liberalizados) fueron capaces de esquivar esa

    crisis generalizada. Estos pases emergieron como economas orientadas a la expor-

    tacin e integradas activamente a la economa mundial. Para esta faena contaron

    (con variaciones que no puedo discutir aqu) con un aparato estatal magro, pero in-

    fluyente y vigoroso.

    Con demasiada frecuencia los debates contemporneos confunden dos dimensio-

    nes distintas. Una de ellas se relaciona con el tamao y la influencia relativa del

    aparato estatal. No hay duda de que en la mayora de los pases recientemente de-mocratizados el Estado es demasiado grande, y de que eso conduce a numerosas

    consecuencias negativas. Pero en este contexto el antnimo de grande no es pe-

    queo, sino magro, es decir, un conjunto eficiente y menos poderoso de orga-

    nismos pblicos, que est en capacidad de crear bases firmes para la democracia,

    de resolver progresivamente las principales cuestiones de la igualdad social y de

    generar las condiciones para alcanzar tasas de crecimiento econmico adecuadas a

    los efectos de mantener el progreso en las reas de la democracia y de la igualdad

    social. La segunda dimensin se refiere a la fuerza o debilidad del Estado como un

    todo, es decir, no slo del aparato estatal, pero incluyndolo tambin. Un aparato

    estatal grande o pequeo puede o no establecer eficazmente su legalidad sobre

    el territorio que le corresponde; conforme al punto de vista que estoy proponiendo,

    un Estado fuerte, independientemente del tamao de sus burocracias, es aquel que

    establece eficazmente esa legalidad, y que no es percibido por la mayora de la po-

    7Muchos pases poscomunistas experimentan el problema adicional y enorme de que ni siquiera susfronteras geogrficas estn fuera de discusin, y de que varias segmentaciones tnicas y religiosasimpiden incluso niveles mnimos de alianza entre los Estados respectivos. A este respecto, mientrasvarios pases latinoamericanos estn atravesando procesos de erosin aguda de un Estado-nacin

    ya establecido, varios pases poscomunistas estn encarando el problema an ms angustiante decomenzar a construir un Estado-nacin en circunstancias sociales y econmicas altamente incompa-tibles.

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    blacin simplemente como un terreno para la consecucin de intereses particula-

    res. Ms adelante plantear que, casi siempre inadvertidamente pero con conse-

    cuencias nefastas de todo tipo (incluso para el xito de largo plazo de las polticaseconmicas que inspiran esos intentos, para no mencionar el logro de una demo-

    cracia institucionalizada), los intentos actuales de reducir el tamao y los dficits

    del Estado como burocracia tambin estn destruyendo el Estado como ley y

    la legitimacin ideolgica del Estado.

    Las teoras actuales del Estado a menudo dan por sentado una suposicin que se

    repite en las actuales teoras sobre la democracia: a saber, que existe un alto grado

    de homogeneidad en el alcance, tanto territorial como funcional, del Estado y del

    orden social que ste sustenta. No se plantea (y si se hace raras veces se discute) siese orden, y las rdenes emitidas por los organismos estatales, tienen la misma efi-

    cacia a lo largo de todo el territorio nacional y a travs de todos los estratos sociales

    existentes8. En ningn pas se ha alcanzado por completo el ideal de la igualdad

    ante la ley; vase, por ejemplo, el fenmeno universal de los prejuicios clasistas en

    la administracin de justicia. Pero los pases escandinavos estn muy cerca de la

    homogeneidad total, mientras que Estados Unidos, tanto territorial como funcio-

    nalmente, est cerca del limite ms bajo entre las democracias contemporneas ins-

    titucionalizadas.

    En Latinoamrica, los pases que presentan una homogeneidad relativamente alta

    (especialmente territorial) son los que tienen una tradicin democrtica ms anti-

    gua y slida: Costa Rica, Chile y Uruguay. Per constituye el polo opuesto. Bolivia

    y Ecuador estn cerca de la heterogeneidad extrema. Brasil y Mxico, a pesar de las

    dcadas de gobierno autoritario centralizante, tambin son casos de heterogenei-

    dad alta, tanto territorial como funcional. Argentina, junto con Venezuela y Colom-

    bia (dos democracias bastante antiguas pero actualmente en dificultades), se en-

    cuentra en algn punto en el medio de esa secuencia.

    Qu ocurre cuando la eficacia de la ley se extiende muy irregularmente (si no de-

    saparece del todo) a travs del territorio y de las relaciones funcionales (incluyendo

    relaciones de clase, tnicas y de gnero) que supuestamente regula? Qu clase de

    8Realmente, la penetracin estatal fue una de las crisis conceptualizadas en las famosas seriesde volmenes de los aos 60 sobre Political Development del Social Science Research Council (v.especialmente J. LaPalombara: Penetration: A Crisis of Governmental Capacity en L. Binder et al:Crises and Sequences in Political Development, Priceton University Press, Princeton, 1971, pp. 205-32). Ese tambin es un tema central en Samuel Huntington: Political Order in Changing Societies,

    Yale University Press, New Haven, 1968. Pero mientras esos trabajos tratan sobre la expansin decualquier clase de autoridad central, mi discusin en este caso se refiere a la eficacia del tipo de le-galidad que se supone debe implantar un estado democrtico.

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    Estado (y de sociedad) es se? Cmo influye esa situacin en la clase de democra-

    cia que pueda surgir?

    En este ensayo me limitar a discutir algunos temas relacionados con la crisis del

    Estado en las tres dimensiones que identifiqu anteriormente. En esas situaciones,

    los Estados ineficaces coexisten con esferas de poder autnomas y basadas tambin

    en un territorio. Los Estados se vuelven ostensiblemente incapaces de promulgar

    regulaciones para la vida social que sean eficaces a lo largo de sus jurisdicciones y

    de sus sistemas de estratificacin. Las provincias o distritos situados en la periferia

    de los centros urbanos nacionales, normalmente ms duramente afectados por las

    crisis econmicas y dotados de burocracias ms dbiles, crean (o refuerzan) siste-

    mas locales de poder que tienden a llegar a extremos de conduccin violenta, per-sonalista (patrimonial, o incluso sultanstica), abierta a toda suerte de prcticas vio-

    lentas y arbitrarias. En muchas democracias emergentes la eficacia de un orden na-

    cional representado por la ley y la autoridad del Estado se desvanece en cuanto

    uno se aleja de los centros urbanos nacionales. Pero incluso all se evidencia tam-

    bin la evaporacin funcional y territorial de la dimensin pblica del Estado. El

    aumento de la criminalidad, las intervenciones ilcitas de la polica en los vecinda-

    rios pobres, la prctica habitual de la tortura e incluso ejecuciones sumarias de sos-

    pechosos de crmenes que provienen de sectores pobres o estigmatizados, la nega-

    cin de derechos de la mujer y de diversas minoras, la impunidad del trfico dedrogas y el gran nmero de nios abandonados en las calles (todo lo cual denota

    escaso progreso en relacin con el anterior perodo autoritario), no reflejan nica-

    mente un grave proceso de decadencia urbana. Tambin expresan la ineptitud cre-

    ciente del Estado para poner en vigor sus propias regulaciones9 . Muchos espacios

    pblicos desaparecen, tanto porque los invade la desesperada miseria de muchos,

    como por los peligros que significa hacer uso de ellos. El miedo, la inseguridad, la

    reclusin de las urbanizaciones de los ricos y las tribulaciones del transporte pbli-

    co acortan los espacios pblicos y llevan a una forma perversa de privatizacin

    que, como veremos, tiene contrapartes cercanas en otras esferas. Sin duda esos y

    otros males no son nuevos, y algunos son ms agudos en un pas determinado que

    en otros; pero han empeorado - no slo en Latinoamrica - con la superposicin de

    una crisis inmensa sobre un proceso endeble de democratizacin.

    9Claro est que en estos casos hay gradaciones. Por ejemplo, Estados Unidos se presenta como uncaso en el que algunos de esos problemas proliferaban en el pasado - y no se han eliminado porcompleto hoy en da -. Pero all (al igual que anteriormente en Inglaterra) esos problemas motivaronla creacin de un servicio civil nacional apoltico y bastante eficiente. En cambio, acentuando al-gunos de los efectos trgicos, pero mayormente ignorados, de la profunda crisis que atraviesan al-

    gunos pases y de las polticas econmicas vigentes, lo que est ocurriendo en esos pases es justa-mente lo contrario: la destruccin de todas las burocracias estatales eficaces y de las nociones deservicio pblico que pudieran existir.

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    Consideremos esas regiones donde los poderes locales (tanto los formalmente p-

    blicos como los de facto) establecen circuitos de poder que funcionan conforme a

    reglas incompatibles (cuando no antagnicas) con las leyes que supuestamente re-gulan el territorio nacional. Hablamos de sistemas de poder privado (o, mejor an,

    de poder privatizado, pues algunos de los actores principales ocupan posiciones

    pblicas), donde no tienen vigencia muchos de los derechos y garantas de la lega-

    lidad democrtica. Eso se extiende a numerosas relaciones privadas, en las cuales

    por lo general los asuntos se deciden - incluso con intervencin del poder judicial

    en base a las patentes asimetras de poder que existen entre las partes. Esas regio-

    nes - que estoy tentado de llamar neofeudalizadas - contienen organismos estata-

    les a nivel nacional, provincial y municipal. Pero la obliteracin de la legalidad pri-

    va a los circuitos de poder regionales, incluyendo las agencias estatales, de la di-mensin pblica, legtima, sin la cual desaparece el Estado-nacin y el orden que

    ste sustenta. Es posible que el error de objetivar el Estado no sea evidente cuando

    se teoriza sobre pases homogneos, pero se vuelve claro cuando a causa de la obli-

    teracin de su dimensin pblica, ciertos organismos estatales pasan a ser parte de

    circuitos de poder que estn perversamente privatizados10. El nordeste y toda la re-

    gin amaznica de Brasil, la zona de la sierra en Per y varias provincias del centro

    y noroeste de Argentina son ejemplos de la evaporacin de la dimensin pblica

    del Estado y, en consecuencia, de la curiosa objetivacin del Estado como un

    ente conformado exclusivamente por organismos que, en esas regiones, son de he-cho parte de circuitos de poder privatizados y a menudo sultansticos.

    Aunque esas caractersticas de Amrica Latina son bien conocidas, que yo sepa no

    ha habido ningn intento de vincularlas con los tipos de democracia que surgieron

    en Argentina, Brasil, Per y otros pases similares en Latinoamrica o en cualquier

    otra parte. Imaginmonos un mapa de cada pas en donde las reas azules sealen

    un alto nivel de presencia del Estado (en trminos de un conjunto de burocracias

    razonablemente eficaces y de la eficacia de una legalidad debidamente sancionada)

    tanto territorial como funcional; el color verde significara un nivel alto de penetra-

    cin territorial, pero una presencia significativamente baja desde el punto de vista

    funcional y de clase; el color marrn indicara un nivel muy bajo o nulo en ambas

    dimensiones. En este sentido, el mapa de Noruega mostrara un predominio del

    color azul; el de Estados Unidos una combinacin de azul y verde, con importantes

    manchas marrones en el Sur y en las grandes ciudades; en los de Brasil y Per pre-

    dominara el marrn, y en el de Argentina la extensin del marrn sera menor -

    10 Un indicio importante es el grado en que prosperan las principales operaciones del narcotrfico

    en esas regiones, a menudo en alianzas con las autoridades locales y nacionales establecidas all. Esaconvergencia (y la de numerosas actividades criminales) acenta all an ms la privatizacin per-versa.

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    pero si tuviramos una serie cronolgica de mapas, veramos que esas secciones

    marrones han crecido en los ltimos tiempos -11.

    En las reas marrones hay elecciones, gobernadores y legisladores tanto nacionales

    como estaduales (adems, en muchos casos esas regiones estn excesivamente re-

    presentadas en las legislaturas nacionales). Las fracciones polticas que funcionan

    en esas zonas, aun cuando pueden ser normalmente miembros de los partidos na-

    cionales, no son ms que maquinarias personalistas, ansiosamente dependientes de

    las prebendas que puedan extraer de los organismos estatales nacionales y locales.

    Esas fracciones y los gobiernos locales funcionan en base a fenmenos tales como

    el personalismo, amiguismo, prebendalismo, clientelismo y otros por el estilo.

    Como saben muy bien los antroplogos, ese es un mundo que funciona segn unconjunto de reglas pormenorizado, aunque no escrito, donde (en contraste con las

    sociedades tradicional es) con burocracias estatales, algunas de ellas grandes y

    complejas, o tambin extremadamente politizadas y pobremente remuneradas, el

    significado mismo del trmino corrupcin se vuelve confuso.

    La presencia de esos circuitos de poder se repite en el centro de la vida poltica na-

    cional, comenzando con el Congreso, la institucin que supuestamente es la fuente

    de la legalidad existente y que abarca el territorio nacional. En general, los intere-

    ses de los legisladores marrones son muy acotados: mantener el sistema de do-minacin privatizada que los eligi y canalizar hacia ese sistema tantos recursos es-

    tatales como sea posible. Por lo tanto, tienden a ser en su desempeo conservado-

    res y oportunistas. Su xito depende del intercambio de favores con el gobierno

    y las diversas burocracias, y cuando el poder ejecutivo es dbil y necesita cierto

    apoyo del Congreso, a menudo obtienen el control de los organismos estatales que

    suministran esos recursos. Eso aumenta la fragmentacin y los dficits - las man-

    chas marrones invaden incluso la cspide burocrtica del Estado -. Ms an, el jue-

    go que practican esos individuos (dentro y fuera del Congreso) se aprovecha de la

    existencia de partidos polticos que no solamente son muy pobres en contenido

    ideolgico (lo que no es necesariamente malo de por s), sino que adems son total-

    11Debe tenerse en cuenta que las medidas de homogeneidad que estoy sugiriendo no significan ne-cesariamente la existencia de una nacionalidad nica bajo un Estado (por ejemplo, el color predomi-nante de Blgica es el azul). La desintegracin de imperios supranacionales como la Unin Soviticay Yugoslavia pueden conducir o no, en las unidades emergentes respectivas, a Estados que son ho-mogneos en el sentido que estoy especificando aqu. Por ejemplo, el debilitamiento de la autoridadpblica y la extendida desobediencia de las leyes emitidas en Rusia significan que, aun cuando esaunidad puede ser ms nacional, en el sentido de contener una poblacin ms homognea, desdeel punto de vista de las dimensiones de estatalidad que estoy proponiendo, podra estar ciertamen-

    te dominada por el color marrn. Para una descripcin brillante del enmarronamiento veloz y ex-tensivo de la Rusia de hoy, v. P. Reddaway: Russia on the Brink en New York Review of Books,28/1/93, pp. 30-35.

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    mente oportunistas en sus posiciones, carecen de disciplina. Y cuando cambiar de

    partido o crear partidos nuevos es algo que se puede hacer virtualmente sin costo

    alguno, la regla es el transformismo extremo. Algunos estudios recientes han sea-lado las consecuencias perniciosas que tiene esta prctica (entre otras reas) en el

    funcionamiento del Congreso y en el surgimiento de un sistema de partidos razo-

    nablemente estable12 : difcilmente una perspectiva favorable para institucionalizar

    la democracia. Por razones obvias, tambin esos polticos convergen con las orien-

    taciones delegativas, cesaristas, del Ejecutivo, en su hostilidad hacia cualquier for-

    ma de responsabilidad horizontal. Aun cuando algunas veces tienen conflictos gra-

    ves con el gobierno, trabajan conjuntamente con ste para evitar que surjan institu-

    ciones representativas slidas.

    Hasta cierto punto el rgimen que resulta de all es muy representativo. Es consis-

    tente con la realidad de pases cuyos patrones de representacin poltica los hace

    an ms heterogneos. Pero el problema es que esa representatividad implica la in-

    troyeccin del autoritarismo entendido aqu como la negacin del carcter pblico

    y de la legalidad eficaz de un Estado democrtico y, en consecuencia, de la ciuda-

    dana en el mero centro del poder poltico de esos pases -13.

    Nuestro ejercicio de colorear mapas suscita algunos interrogantes importantes, nin-

    guno de los cuales voy a responder aqu. Qu tipos de Estado son los que existenen los pases donde dominan las reas marrones? Qu tipo de rgimen democrti-

    co, si lo hubiera, puede constituirse en semejante heterogeneidad? Hasta dnde

    podemos extrapolar a esos casos las teoras del Estado y de la democracia que dan

    por sentado pases mucho ms homogneos? En su sentido ms amplio, esas pre-

    guntas han tenido un papel central en los intentos comparativos de las ciencias so-

    ciales. Pero ahora que la percepcin generalizada de una victoria del capitalismo, y

    quizs de la democracia, ha conducido a que se las deje de lado, es preciso revitali-

    zarlas y especificarlas. Puede que estemos cayendo de nuevo en algunos errores de

    12V. especialmente S. Mainwaring: Politicians, Parties, and Electoral Systems: Brazil in Comparati-ve Perspective, Kellog Institute Worlking Paper N 141, 1990.13Consideremos los problemas polticos actuales de Italia, supuestamente la ms heterognea de lasdemocracias institucionalizadas (con la excepcin de la India, si es que todava se puede considerarese pas extremadamentc heterogneo como parte del grupo), pero ms homognea que la mayorade los pases que estoy tratando aqu. Esos problemas estn muy vinculados con las reas marronesitalianas y con la penetracin de representantes legales e ilegales de esas reas en su centro nacio-nal. En EEUU, cualquiera sea la opinin que merece su gobierno republicano, parece indiscutibleque en la dcada pasada las reas marrones (particularmente alrededor de las grandes ciudades) ex-perimentaron un crecimiento preocupante. Adems, esos problemas estn apareciendo tambin enotros pases ricos, en vinculacin con una serie de transformaciones globales (especialmente econ-

    micas). Pero en el presente texto deseo hacer nfasis en algunos factores, especficos de algunos pa-ses, que acentan enormente esos problemas. Nuevamente, y como siempre, las comparaciones sonuna cuestin de matices.

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    los aos 60, cuando muchas teoras y comparaciones eran superficiales, cuando no

    etnocntricas: consistan en la aplicacin de paradigmas de supuesta validez uni-

    versal que ignoraban la variacin estructurada que se puede encontrar fuera delmundo desarrollado. Hoy en da, los economistas de la corriente predominante

    presentan sntomas claros de ese problema, pero los socilogos y los politlogos

    tampoco estn libres de ellos.

    Debemos recordar que en un orden democrtico que funcione apropiadamente la

    legalidad es universalista: cualquiera puede invocarla con xito, independiente-

    mente de su posicin en la sociedad. Volviendo a una discusin bastante antigua,

    se pueden aplicar los adjetivos democrtico y autoritario al Estado o deben

    reservarse exclusivamente para el rgimen? Por supuesto que eso depende decmo se definan el Estado y el rgimen. Con respecto al segundo, voy a repetir la

    definicin propuesta junto con Schmitter: el conjunto de patrones, explcitos o no,

    que determina la forma y los canales de acceso a las principales posiciones guber-

    namentales, las caractersticas de los actores admitidos y de los excluidos de ese ac-

    ceso, y los recursos (y) estrategias que ellos pueden usar para alcanzarlo14. Con al-

    gunas variaciones, esa clase de definicin subsiste pacficamente en la literatura so-

    bre el tema. Pero, como ya vimos, la definicin de Estado es problemtica. Contra

    la opinin reinante, lo que estoy planteando lleva a la conclusin de que adjetivos

    tales como democrtico o autoritario son pertinentes no slo para el rgimen,sino tambin para el Estado.

    Eso se puede observar si se razona a contrario. El contexto autoritario tiene una ca-

    racterstica fundamental: all no existe (y si es que existe no tiene verdadera efica-

    cia, o se puede anular ad hoc, o est subordinado a reglas secretas y/o al capricho

    de los gobernantes) un sistema legal que garantice la eficacia de los derechos y ga-

    rantas que los individuos y grupos pueden enarbolar contra los gobernantes, el

    aparato estatal y otros que ocupan la cspide de la jerarqua social y poltica exis-

    tente. Esta es una legalidad truncada: aun en el caso de un autoritarismo institucio-

    nalizado, no contiene la garanta de su propia aplicacin contra los gobernantes y

    otros dirigentes. Tal cosa afecta una dimensin constitutiva del Estado: el tipo de

    legalidad (que, en casos extremos, puede implicar la arbitrariedad absoluta) que

    urde el orden particular que se impone a un territorio. Desde este punto de vista,

    no veo cmo podemos eludir la conclusin de que el Estado tambin puede ser au-

    toritario.

    14 G. O'Donnell y P. Schmitter: Transitions from Authoritarian Rule: Tentative Conclusions about

    Uncertain Democracies, vol. IV de O'Donnell, Schmitter y L. Whitehead (eds.): Transitions fromAuthoritarian Rule: Prospects for Democracy, Johns Hopkins Press, Baltimore, 1986, [ed. castellana:Paids, Buenos Aires. 1988], p. 73, n.1.

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    Para m el caso contrario es igualmente claro. Siempre que un sistema legal incluya

    los derechos y garantas del constitucionalismo occidental, y existan poderes pbli-

    cos con la capacidad y disposicin de imponer esos derechos y garantas inclusocontra otros poderes pblicos, el Estado y el orden que l ayuda a implantar y re-

    producir son democrticos. Frente a la legalidad truncada del Estado autoritario, la

    legalidad del Estado democrtico est entera, como lo sostuvo Hans Kelsen en un

    contexto un tanto diferente; ella cierra su propio circuito con la aplicacin uni-

    versalista de sus reglas, incluso contra otras instituciones del Estado. Eso es lo que

    ocurre en las reas azules, y lo que no ocurre en las extensas (y crecientes) reas

    marrones de muchas democracias recientes.

    En los pases que tienen reas marrones extensas, las democracias se basan en unEstado esquizofrnico; uno que, funcional y territorialmente, combina en forma

    compleja caractersticas democrticas y autoritarias. Es un Estado cuyos compo-

    nentes de legalidad democrtica y, por consiguiente, de su carcter pblico y de

    ciudadanas, se desvanecen en las fronteras de varias regiones y de relaciones in-

    terclasistas y tnicas.

    Como una forma poltica eficaz en un territorio determinado, la democracia est

    necesariamente vinculada a la ciudadana, y sta slo puede existir dentro de la le-

    galidad de un Estado democrtico. La universalizacin total de la ciudadana es unideal al que se acercan, en mayor o menor grado de proximidad, las democracias

    realmente existentes. Pero no deberan desestimarse las grandes (y crecientes) re-

    as marrones de muchas democracias nuevas, por considerarlas irrelevantes para

    las teoras del Estado y de la democracia que nosotros manejamos. Ni tampoco de-

    beramos suponer que la democracia poltica y/o el cambio econmico tienen una

    especie de virtud inherente, por cuyo efecto se eliminaran esas reas. Aqu no se

    trata, como en las democracias institucionalizadas, de unos cuantos componentes

    autoritarios de un Estado que todava puede considerarse democrtico; en los pa-

    ses que nos ataen, la dimensin autoritaria se entre mezcla de forma compleja y

    poderosa con la dimensin democrtica. Esa mezcla demanda una reconceptuali-

    zacin del Estado mismo y de la democracia (y el rgimen) particular existente.

    Un Estado que no es capaz de hacer valer su legalidad sustenta una democracia

    con baja intensidad de ciudadana. En la mayora de las reas marrones de los pa-

    ses recientemente democratizados se respeta los derechos polticos de la po-

    liarqua. Por lo general los individuos pueden votar sin coercin directa, el conteo

    de sus votos se realiza limpiamente; en principio pueden crear casi cualquier tipo

    de organizacin, pueden expresar sus opiniones sin censura y pueden transitar li-

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    bremente dentro y fuera del territorio nacional. En esas regiones se encuentran

    esos y otros atributos de la poliarqua. Y esa es la diferencia entre, digamos, Polo-

    nia y Argentina, por un lado, y Rumania y Guatemala por otro; independiente-mente de lo que digan sus respectivas constituciones, el funcionamiento real de la

    vida poltica de esos dos ltimos pases los descalifica como poliarquas.

    Entre los pases que satisfacen los criterios de la poliarqua se puede distinguir di-

    ferentes niveles y dimensiones de democratizacin. Esas variaciones se relacionan

    con asuntos de equidad e igualdad en varias esferas sociales (o, lo que es equiva-

    lente, con la democratizacin social y econmica15. Pero el concepto de ciudadana

    de baja intensidad no se refiere a esos asuntos - muy importantes, es cierto -. Este

    concepto alude especficamente a la esfera poltica, a la teora poltica de la demo-cracia poltica, o poliarqua. Como se mencion anteriormente, en las reas marro-

    nes de las democracias nuevas por lo general se cumplen las condiciones polticas

    especficas para la existencia de la poliarqua. Pero los campesinos, los habitantes

    de los barrios pobres, los indgenas, las mujeres y dems, muchas veces no logran

    un trato justo de la justicia, o no pueden obtener los servicios de los organismos es-

    tatales a los que tienen derecho, o no estn libres de la violencia policial, o... una

    larga lista de etcteras. Esas son restricciones extra-polirquicas, pero todava

    polticamente relevantes; ellas connotan la ineficacia del Estado como ley, la reduc-

    cin de ciertas garantas y derechos que son tan constitutivos de la ciudadanacomo el poder votar sin coaccin. El resultado es una disyuncin curiosa: en mu-

    chas reas marrones se respeta los derechos democrticos, los derechos participati-

    vos de la poliarqua; pero se viola sistemticamente el componente liberal de la de-

    mocracia. Una situacin en la cual uno puede votar libremente, y confiar en que

    ese voto se escrutar limpiamente, pero donde no puede esperarse un trato justo

    de la polica o de la administracin de justicia, pone seriamente en duda el compo-

    nente liberal de esa democracia y cercena gravemente la ciudadana 16. Esa disyun-

    cin es la otra cara de la moneda de la poderosa mezcla de componentes democr-

    ticos y autoritarios de esos Estados.

    La denegacin de derechos liberales a (casi siempre, pero no exclusivamente) los

    sectores pobres o desposedos en otro sentido, es analticamente diferente de la va-

    riacin de niveles de democratizacin social y econmica, y no necesariamente

    guarda relacin con ellos. Pero, empricamente, varias formas de discriminacin y

    15Transitions from..., vol. IV, cit.16Como lo expres Alan Ware: El derecho de las democracias liberales al ttulo de democracias li-

    berales reposa en el alegato de que tienen procedimientos, tanto bien establecidos como accesibles,para proteger las libertades de los ciudadanos (Liberal Democracy: One Form or Many? en Poli-tical Studies N 40, 1992, pp. 130-45).

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    de pobreza extendida, as como su contraparte, la disparidad extrema en la distri-

    bucin de los recursos (no slo econmicos), van de la mano con la ciudadana de

    baja intensidad

    17

    . Aqu se entra en el tema de las condiciones sociales necesariaspara ejercer la ciudadana; cmo se puede capacitar a los ms dbiles y a los ms

    pobres, aun si siguen siendo pobres, en trminos consistentes con la legalidad de-

    mocrtica y, de esta manera, obtener su ciudadana plena, democrtica y liberal?

    Hasta una definicin poltica de democracia (como la que recomienda la mayora

    de los autores contemporneos, y a la cual me apego aqu) debe tomar en cuenta la

    pregunta de hasta qu punto se ejerce realmente la ciudadana en un territorio de-

    terminado. Eso - permtanme insistir en un punto que conduce a malentendidos -

    no significa per se cunto lamenta uno las injusticias sociales y cunto le gustara

    remediarlas; el argumento se refiere a las consecuencias de esas condiciones socia-les para el tipo de poliarqua y para el grado de ciudadana con el que estamos tra-

    tando en cada caso.

    En las secciones siguientes voy a examinar, en la forma altamente abreviada que el

    espacio permite, algunos temas relacionados en primer lugar con la crisis del Esta-

    do, y en segundo lugar con un cierto tipo de crisis econmica. Ese examen nos per-

    mitir alcanzar una perspectiva ms concreta sobre algunos asuntos planteados en

    esta seccin.

    Sobre algunos aspectos de la crisis del Estado

    Existe abundante evidencia de que la crisis socioeconmica extraordinariamente

    grave que est padeciendo la mayora de los pases recientemente democratizados

    fomenta la propagacin de las regiones marrones. Esa propagacin no se deriva so-

    lamente de varios procesos de desintegracin social y econmica; tambin es el re-

    sultado de una profunda crisis del Estado - como legalidad eficaz, como un conjun-

    to de burocracias, y como un agente legitimado del inters comn -. Pero tambin

    se deriva del fuerte antiestatismo de las ideas y polticas neoliberales18, y especial-

    17La pobreza extendida y la elevada desigualdad social que se encuentran en casi toda Amrica Lati-na y en el resto del Tercer Mundo (el sedimento de una larga historia, acentuado por la crisis actualy las polticas econmicas) es diferente del proceso acelerado de desigualacin que tiene lugar enlos pases poscomunistas; independientemente de cul de esos patrones va a resultar ms explosi-vo, el ltimo apunta hacia democracias que, prcticamente desde el momento mismo de su inaugu-racin, estn padeciendo un abrupto descenso de su ciudadana.18Con polticas neoliberales me refiero a aquellas por las que abogan las instituciones crediticiasinternacionales y las teoras neoclsicas predominantes. Esas polticas han ido experimentandocambios, presumiblemente a causa de la variadsima crnica de su aplicacin, pero en su centropersite una inclinacin antiestatista muy fuerte - e indiscriminada -. Para una crtica de esas polti-

    cas, v. especialmente Adam Przeworski et al.: Sustainable Democracy, en prensa; (aunque concuer-do con la crtica, y soy uno de los autores del libro es tico aadir que no participe en la parte delvolumen que contiene ese anlisis). V. tambin A. Przeworski: The Neoliberal Fallacy en Journal

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    mente de su empeo en reducir a cualquier costo el tamao de las burocracias esta-

    tales y el dficit fiscal.

    Actualmente se estn haciendo muchos esfuerzos para reducir el dficit fiscal. Por

    el lado de los gastos, los aspectos ms relevantes han sido la privatizacin y los in-

    tentos de librarse del personal excedente. Pero esto ltimo no ha resultado fcil,

    en parte porque en la mayora de los casos esos cargos estn amparados jurdica-

    mente, y en parte porque se ha demostrado que la oposicin de los sindicatos de

    las empresas puede resultar costosa para los gobiernos frgiles. Ms eficaces para

    reducir el dficit fiscal han sido las polticas que provocaron una cada abrupta de

    los salarios de la mayora de los empleados pblicos.

    Adems del descenso vertiginoso de los salarios, existen muchas otras seales de

    una degradacin severa del funcionamiento y del concepto mismo del servicio p-

    blico. Muchos de los funcionarios ms capaces se pasaron al sector privado. Y en

    cuanto a los que se quedaron, su estatus descendi tan vertiginosamente como sus

    salarios: las ideologas antiestatistas que predominan observan esos cargos cuando

    menos con desconfianza, y la prensa, al igual que la opinin pblica, est repleta

    de ancdotas (demasiadas veces ciertas) sobre su holgazanera, incompetencia, des-

    preocupacin y corrupcin. Si hace algn tiempo ser funcionario pblico era un

    signo de estatus, hoy en da es prcticamente lo contrario.

    Probablemente el cambio en las expectativas es todava peor. Antes de la crisis, ser

    funcionario pblico significaba estar haciendo carrera. Es decir, trabajar en un con-

    texto que aseguraba un camino predecible hacia los ascensos, y recibir un ingreso

    mensual y varios beneficios adicionales que permitan llevar un slido estilo de

    vida de clase media (que usualmente inclua una buena casa, y la posibilidad de

    pagar la educacin universitaria de los hijos). Con excepcin de algunos bolsillos

    privilegiados (tpicamente los del Banco Central), eso dej de ser cierto en los pa-

    ses afectados por la crisis actual. Un cuadro verdaderamente sombro surge de la

    decapitacin de las burocracias ms importantes y especializadas debido al xodo

    de los individuos ms calificados, de la politizacin de esas posiciones, de las nu-

    merosas y siempre fracasadas racionalizaciones y reorganizaciones, y de la de-

    cadencia espectacular de la planta fsica. (Probablemente no hay nada ms desalen-

    tador que pasar el da aporreando el teclado de una mquina de escribir vieja y

    desvencijada en una oficina cuya pintura y mobiliario no se ha renovado en aos).

    Esta situacin favorece la existencia de una burocracia poco motivada e inepta que,

    a su vez, retroalimenta las innumerables ancdotas que respaldan el ataque frontal

    of Democracy N 3, 7-1992, pp. 45-59.

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    al Estado, y que corroe el respaldo poltico necesario para que la poltica del go-

    bierno hacia su propia burocracia fuera ms balanceada.

    Adems, cuando la inflacin es elevada y errtica, los empleados estatales pueden

    perder en un mes hasta un 30, 40 o incluso 50% de sus ingresos reales. En esas con-

    diciones no pueden menos que exigir un reajuste inmediato. Van a la huelga y rea-

    lizan manifestaciones de protesta, algunas veces violentas. Y el resultado es la pa-

    ralizacin frecuente de servicios pblicos que son esenciales. Las consecuencias de

    esas protestas se sienten ms fuertemente en las grandes ciudades, que son los cen-

    tros del poder y la poltica. Esas protestas contribuyen bastante a aumentar la sen-

    sacin de que los gobiernos democrticos y los polticos son incapaces de prevenir

    el caos y el ulterior deterioro econmico general - o de que incluso lo evadan porrazones de demagogia -. Adems, la conducta racional - y desesperada - de los em-

    pleados del Estado alimenta la imagen generalizada de una burocracia pblica in-

    gobernable, que se interesa mucho ms por defender sus privilegios que por

    cumplir con sus obligaciones. Finalmente, aun cuando la evidencia de estos hechos

    es impresionante, las huelgas y otras protestas de los empleados pblicos provocan

    la hostilidad de los sectores populares, y de muchos segmentos de la clase media,

    porque paralizan y causan un mayor deterioro de los servicios pblicos esenciales.

    La ira de esos sectores, que dependen ms que las clases altas de la mayora de los

    servicios, crea una divisin que favorece la ofensiva antiestatista, que mezcla la ta-rea (necesaria) de lograr un aparato estatal ms magro con el debilitamiento (suici-

    da) del Estado en todas sus dimensiones.

    La contraccin de los ingresos personales, la disminucin de las posibilidades de

    hacer carrera, las malas condiciones laborales y un clima poltico hostil y, al mismo

    tiempo, las incontables intervenciones que emprende el Estado son un abono per-

    fecto para un crecimiento gigantesco de la corrupcin. En muchas oficinas hay po-

    cas cosas que funcionen sin pagos extras, insignificantes para los ricos pero que

    afectan duramente a los pobres. En lo ms alto de la burocracia, e incluso en los ni-

    veles medios, la corrupcin entraa enormes cantidades de dinero que despojan

    los escasos recursos pblicos. Por aadidura, cuando algunos actos de corrupcin

    se vuelven escndalos pblicos, socavan la confianza, no slo en el funcionamiento

    y en el papel del Estado, sino tambin en gobiernos que parecen incapaces de co-

    rregir esa situacin, cuando no son cmplices activos de la misma.

    La solucin temporal de los gobiernos desesperados por conseguir fondos ha sido

    el incremento de los impuestos indirectos y de los precios de los servicios pblicos.

    Pero esas medidas fomentan la inflacin y tienen consecuencias deletreas en cuan-

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    to a la distribucin. En trminos del impuesto sobre la renta, la nica manera senci-

    lla de aplicarlo es mediante las retenciones en los salarios del sector formal de la

    economa (incluyendo a los empleados pblicos). Si tenemos en cuenta, por aadi-dura, que los empleados de ese sector son los principales contribuyentes a la segu-

    ridad social, el resultado es un incentivo poderoso (tanto para ellos como para sus

    patronos) para abandonar el sector formal; en perodos de incertidumbre laboral y

    de disminucin de los salarios, el agudo deterioro de la mayora de las polticas so-

    ciales (observado tanto en Amrica Latina como en los pases poscomunistas) se

    suma a los infortunios de vastos segmentos de la poblacin. Adems, el impuesto

    sobre la renta y la contribucin a la seguridad social que deben pagar los emplea-

    dos del sector formal entraan una tasa impositiva onerosa, que muy pocos pagan,

    pero que nominalmente funciona para toda la economa; y as aumentan los incen-tivos para la evasin de impuestos y disminuye el costo relativo del soborno. El re-

    sultado son las protestas generalizadas contra los impuestos excesivos, a la vez

    que disminuye el ingreso global del Estado por concepto de impuestos, y los im-

    puestos directos (esos en que, supuestamente, debe hacer nfasis un gobierno de-

    mocrtico) se desploman an ms violentamente. La larga agona del modelo de

    acumulacin de capital centrado en el Estado y basado en la sustitucin de las im-

    portaciones nos ha legado un dinosaurio que es incapaz incluso de alimentarse a s

    mismo, mientras las soluciones actualmente en marcha conducen hacia un ente

    anmico que puede ser igualmente incapaz de sustentar la democracia, niveles de-centes de igualdad social y el crecimiento econmico.

    Sobre ciertas crisis econmicas

    Aqu voy a discutir una clase particular de crisis la que sufren los pases - Argenti-

    na, Brasil y Per - que se encerraron voluntariamente en un patrn de inflacin ele-

    vada y recurrente [19(llegando finalmente a la hiperinflacin), puntuado por repeti-

    dos intentos de controlar el alza de precios y de emprender reformas estructura-

    les del tipo recomendado actualmente por los organismos crediticios internacio-

    nales. Por fortuna se trata de un conjunto pequeo de naciones, pero varios pases

    poscomunistas y algunos africanos parecen haber ya cado o estar a punto de ha-

    cerlo en ese patrn. Se puede dar por sentado que mientras ms larga y ms pro-

    funda sea la crisis, y mientras menor sea la confianza en la capacidad del gobierno

    para solucionarla, ms racional se vuelve para todos el actuar: 1) a niveles altamen-

    te desagregados, especialmente con relacin a los organismos estatales que pueden

    solucionar o aliviar las consecuencias de la crisis para una empresa o sector dado;

    19Me refiero a perodos no menores de tres aos cuando el promedio de inflacin mensual estuvopor encima del 20%, con picos de tres dgitos por mes.

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    2) con horizontes extremadamente cortoplacistas; 3) con la presuncin de que todo

    el mundo va a hacer lo mismo. Un gigantesco (a nivel nacional) dilema del prisio-

    nero persiste cuando una crisis profunda y prolongada le ensea a cada agente lassiguientes lecciones: 1) la inflacin seguir siendo alta, pero es prcticamente impo-

    sible predecir las fluctuaciones que va a experimentar a mediano plazo, para no ha-

    blar de a la larga; 2) entre esas fluctuaciones no se puede excluir algunos perodos

    de inflacin extremadamente alta o hiperinflacin (digamos tasas del 50% o ms

    por mes); 3) en algn momento el gobierno va a hacer alguna intervencin drstica

    para tratar de controlar la inflacin, pero es probable que fracase; 4) las expectati-

    vas para el futuro de la economa son sumamente pesimistas; 5) los pronsticos so-

    bre la situacin econmica futura de cada agente dependen de su capacidad para

    adaptarse astuta y oportunamente a las condiciones impuestas por los factores an-teriores.

    Aunque existe una escasez de estudios al micronivel apropiado, cualquiera que

    haya vivido en esas condiciones sabe que es un mundo duro, abominable. Racio-

    nalmente, la estrategia predominante es hacer lo que haga falta para protegerse de

    las prdidas que presagia una inflacin alta y errtica. Permanecer pasivo y/o no

    tener las condiciones necesarias para correr a la misma velocidad que la inflacin,

    garantiza prdidas fuertes - al lmite de la bancarrota, para algunos, o de una cada

    en la pobreza abismal para otros -.

    Es un mundo del slvese quien pueda, y entrar en el juego significa al mismo tiem-

    po reforzar las reglas segn las cuales se juega. El fenmeno primario, bsico, es la

    prdida del sentimiento de solidaridad, la de - solidarizacin. Cada agente racional

    acta a nivel de desagregacin y con el horizonte temporal que juzgue ms eficaz

    para sus jugadas defensivas. El horizonte temporal adecuado es el de cortsimo

    plazo: qu sentido tendra sacrificar ganancias a corto plazo por otras a largo pla-

    zo cuando la situacin futura del mundo es francamente impredecible, y abstener-

    se de maximizar las ganancias de corto plazo podra provocar prdidas fuertes?

    Algunos agentes, difciles de identificar y ubicar a partir de los datos disponibles,

    se llenan los bolsillos. Existen diversas maneras de lograr eso, pero las oportunida-

    des son extremadamente desiguales a travs de las diferentes clases sociales. Algu-

    nas de las vas ms importantes entraan el saqueo de los recursos del aparato es-

    tatal. Para los que intervienen en ese juego, las polticas econmicas amplias y de

    largo plazo, negociadas y puestas en prctica con la participacin de asociaciones

    de representacin de intereses muy colectivas, carecen de importancia; como el go-

    bierno tambin tiene que bailar al son de la crisis, su capacidad para la formulacin

    de esas polticas es muy limitada, y con frecuencia la puesta en prctica se cancela,

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    o la derrotan las estrategias desagregadas que acabamos de describir. Lo verdade-

    ramente importante para defenderse a uno mismo, y para beneficiarse a la larga

    con la crisis, es (bsicamente para capitalistas, pero no exclusivamente) tener un ac-ceso franco y rpido a los organismos estatales que pueden proporcionar los recur-

    sos que se desean. La coalicin ms nfima, capaz de obtener las decisiones apro-

    piadas de un organismo pblico dado, consigue privilegios y favores de todo tipo.

    Y hay que obtener esas ventajas rpidamente - de lo contrario se las tragar la infla-

    cin continua -. En esa situacin la estrategia racional se compone de una doble de-

    sagregacin: en primer lugar, actuar en solitario o aliarse al menor conjunto de

    agentes posible para lograr el resultado que se desea; en segundo lugar,

    colonizar los organismos estatales que pueden proporcionar los beneficios que se

    buscan, evitando terrenos ms colectivos y/o pblicos, que nicamente complicar-an el logro de los beneficios particulares esperados. Varios procesos registrados

    por la literatura especializada, tales como la prdida de cohesin de las identidades

    colectivas populares, el colapso de partidos histricamente arraigados, y la men-

    guada importancia de las organizaciones capitalistas, son expresiones de las conse-

    cuencias colectivas perversas de la conducta racional defensiva.

    Los capitalistas de Argentina y de Per cuentan con una ventaja importante. Ese no

    es un juego nuevo para ellos; nicamente ha aumentado la premura, las apuestas y

    el nivel de desagregacin. Los capitalistas de esos pases, o de cualquier otra partede Amrica Latina, tienen una larga experiencia en eso de vivir de la liberalidad

    del Estado y de colonizar sus instituciones. No necesitan encontrar muchas con-

    trapartes nuevas dentro de las burocracias pblicas, ni inventar nuevas maneras de

    involucrarse con ellas en formas varias de corrupcin mutua. Pero hoy en da la

    profundidad de la crisis ha agravado todos esos males. En primer lugar est la evi-

    dencia de un gran aumento de la corrupcin. En segundo lugar, una enorme frag-

    mentacin del aparato estatal - o lo que es igual, una prdida aguda de autonoma,

    no frente a la clase capitalista, sino frente a los innumerables segmentos en que

    se ha ido desagregando esa clase al comps de la crisis -. Esas consecuencias de la

    crisis econmica multiplican los problemas, al tiempo que la consecuente desinte-

    gracin del aparato estatal torna a ste an ms incapaz de resolver aqulla.

    Cada espiral de la crisis es distinta a la anterior. Los actores aprenden. Los que tu-

    vieron la astucia necesaria para sobrevivir, y hasta para progresar, pueden com-

    prar a precio de ganga los bienes de los perdedores. La rpida concentracin de ca-

    pital en esos pases refleja las ganancias de los supervivientes darwinianos. Los

    agentes dan por sentado que como los intentos previos de estabilizacin fracasaron

    (y como el gobierno se debilit an ms con esos fracasos), los futuros esfuerzos

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    del gobierno tambin fracasarn. Por consiguiente, esos agentes protegen sus

    apuestas contra esa supuesta gran probabilidad de un futuro fracaso de las polti-

    cas gubernamentales, lo que lgicamente aumenta la posibilidad de que ocurra esefracaso.

    En cuanto a los gobiernos, mientras ms son las espirales, con mayor desespera-

    cin tratan de encontrar una salida a la crisis. Pero la desintegracin concomitante

    del aparato estatal, los dficits fiscales cada vez mayores, una opinin pblica hos-

    til, partidos polticos que tratan de anticipar ganancias electorales criticando acer-

    bamente al gobierno (incluyendo tambin a lderes del mismo partido gobernante

    que temen verse arrastrados al abismo de su impopularidad), y las maniobras pre-

    visoras de poderosos actores econmicos, todo disminuye la probabilidad de quela prxima poltica intentada pueda tener xito. Eso significa igualmente que, en

    una economa con niveles crecientes de inmunizacin, el prximo intento de estabi-

    lizacin ser una intervencin ms radical que la anterior. El valor de las apuestas

    aumenta con cada ronda del juego.

    La repeticin de los fracasos prolonga el proceso de seleccin darwiniana, que cada

    vez es ms sencillo debido a la disminuida capacidad del gobierno para controlar

    las consecuencias de sus polticas en la distribucin. Se escuchan sobre todo clamo-

    res difusos sobre la extincin de la clase media, porque en trminos relativos elmayor impacto de las polticas recae sobre muchos segmentos de los sectores me-

    dios. Y algunas veces esos clamores tienen matices de fondo que no son exacta-

    mente consistentes con el respaldo a la democracia. En esa situacin, el gobierno

    proyecta una imagen singular que combina la omnipotencia con la ms pura impo-

    tencia. Por una parte, cada intento de solucionar la crisis se anuncia con bombos y

    platillos como el que justifica los nuevos sacrificios que se le exige a la poblacin,

    porque esa vez s se va a lograr el xito. Por otro lado, aparte del celebrado respiro

    que ofrece un descenso de la inflacin (generalmente a un alto precio en trminos

    de la actividad econmica y la distribucin), pronto se pone en evidencia que el go-

    bierno no va a ser capaz de poner en prctica otras polticas que tambin son nece-

    sarias. Ese es otro factor que contribuye a acortar los horizontes temporales y a em-

    peorar las expectativas que dan dinamismo al juego de conjunto.

    En esas condiciones, una sociedad tiene una muy fea imagen de s misma. Uno po-

    dra coleccionar miles de expresiones del profundo malestar que viene a continua-

    cin. La evidencia de la proliferacin del oportunismo, la codicia, la falta de solida-

    ridad y la corrupcin, no devuelve una imagen feliz. Adems, muchas de esas ac-

    ciones indican un flagrante desprecio de las leyes. Cuando se vuelve patente que

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    muchos estn violando las leyes, y que por lo general nadie paga por eso, la leccin

    aprendida socava todava ms la predecibilidad de las relaciones sociales; la proli-

    feracin del oportunismo y la anarqua hacen que aumente todo tipo de costos detransaccin y la urdimbre de la sociedad, lograda por el Estado como ley, se debili-

    ta con cada curva de la espiral.

    A continuacin vienen las denuncias enconadas y los llamados desesperados a su-

    perar la crisis moral. Los medios de comunicacin y las conversaciones cotidia-

    nas se llenan de exhortaciones a restituir la unidad nacional, a la panacea de los

    pactos socioeconmicos (en los que ningn actor racional entrara de buena fe da-

    das esas condiciones), a moralizar la administracin y las empresas pblicas, y

    cosas por el estilo. Las crticas moralistas y las exhortaciones piadosas - indepen-dientemente de lo valiosas que son como indicadores de que los valores bsicos de

    la moral pblica sobreviven de alguna manera - ignoran que la accin social est

    atrapada en un colosal dilema de prisionero 20 . Ms an, esas expresiones pueden

    ir in crescendo hasta llegar a una verdadera condena de toda la situacin, incluyen-

    do una democracia que funciona insatisfactoriamente en tantos aspectos.

    La colrica atomizacin de la sociedad es la otra cara de la misma moneda de la cri-

    sis del Estado, no slo como conjunto de burocracias, sino tambin - y an ms

    como la fuente legtima de la predecibilidad social. Asimismo, la crisis conduce auna credibilidad menguante del Estado como agente legtimo de los intereses del

    pas; el Estado luce cada vez ms como un aparato oneroso, que permite su despo-

    jo por parte de los poderosos. La desintegracin del aparato estatal y la eficacia

    menguante del Estado como ley tornan a los gobiernos incapaces de ejecutar ni

    siquiera polticas con un grado mnimo de complejidad. No es nada fcil decir qu

    segmentos del Estado deben recibir prioridad para hacerlos ms eficientes; o poner

    en prctica una poltica industrial; o decidir el nivel y la secuencia de la apertura fi-

    nanciera y comercial de la economa; o acordar polticas salariales y de empleo; o

    etctera, etctera... Sin esta reestructuracin, ni las actuales polticas neoliberales

    ni las polticas alternativas pueden tener xito.

    Para que esas polticas no solamente se decidan (la parte ms sencilla, obviamente),

    sino que adems se pongan en ejecucin, es necesario que se cumplan tres requisi-

    tos: 1) tanto los agentes privados como los pblicos deben tener como mnimo un

    plazo mediano como horizonte temporal relevante. Pero en las condiciones que es-

    tamos discutiendo, es improbable que este sea el caso. Incluso es difcil que los l-

    20

    Aunque no puedo extenderme aqu en esta argumentacin, debe observarse que ninguna de lascondiciones identificadas por la literatura especializada como soluciones conducente-cooperativasal dilema de prisionero puede mantenerse en la situacin que estoy describiendo.

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    deres del gobierno tengan un horizonte temporal que no sea el de corto plazo, por-

    que la crisis significa, en primer trmino, que ellos deben dirigir toda su atencin a

    extinguir los fuegos que brotan por doquier y, en segundo lugar, que sus puestosestn constantemente en peligro. 2) Si se quiere que la estabilizacin, y especial-

    mente las polticas estructurales, sean algo ms que una vulgar traslacin de cual-

    quier inters que tenga acceso a ellos, los agentes estatales pertinentes deben ser

    capaces de reunir y analizar informacin compleja, estar suficientemente motiva-

    dos en la bsqueda de alguna definicin del inters pblico, y considerar su papel

    en la elaboracin de esas polticas como un episodio gratificante en sus carreras.

    Como vimos, con la excepcin de algunas reas organizacionales, esas condiciones

    no estn dadas hoy en da. 3) Algunas polticas slo pueden implementarse exito-

    samente pasando por negociaciones complejas con los diferentes actores organiza-dos que demandan un acceso legtimo al proceso. No obstante, la extrema desagre-

    gacin con que es racional actuar en la crisis actual debilita la representatividad de

    la mayora de las organizaciones de intereses; quin puede realmente hablar en

    nombre de otro en estos pases?, qu ego puede convencer a un alter de que lo

    acordado entre los dos ser respetado por aqullos que l afirma representar? La

    atomizacin de la sociedad refleja y acenta la desintegracin del Estado21.

    Cmo se puede lograr una representacin poltica de este mundo de actores de

    conductas extremadamente desagregadas, oportunistas y cortoplacistas? Culespueden ser las amarras y enlaces con las instituciones (de representacin de intere-

    ses y las propiamente polticas, tales como los partidos y el congreso) que estructu-

    ran las relaciones entre el Estado y la sociedad en las democracias institucionaliza-

    das? Qu representatividad, y ms ampliamente, cules identidades colectivas

    pueden sobrevivir a esas tormentas? La respuesta es que en cuanto al logro de ins-

    tituciones de representatividad y responsabilidad, los progresos son muy pocos, si

    es que los hay. Por el contrario, unidas a causas histricas de races profundas en

    esos pases, la atomizacin de la sociedad y del Estado, la propagacin de las reas

    marrones y de sus formas peculiares de impulsar sus intereses, y la inmensa urgen-

    cia y complejidad de los problemas que hay que enfrentar alimentan las tendencias

    delegativas, las tendencias plebiscitarias de esas democracias. La pulverizacin de

    la sociedad en innumerables actores racional-oportunistas y su enojo ante una si-

    tuacin que parece causada por todos - y, por lo tanto, aparentemente por nadie -

    tiene su chivo expiatorio fundamental: el Estado y el gobierno. Ese sentimiento co-

    21Uno no debera olvidar los efectos de la crisis, y de la ideologa antiestatista indiscriminada quesubyace en las polticas econmica actuales, que repercutirn a ms largo plazo sobre factores que

    son cruciales para mantener el crecimiento econmico. Me refiero particularmente a las polticas enmateria de educacin, salud, ciencia y tecnologa, y a la modemizacin de la infraestuctura fsica.Pero para emprender esas polticas se requiere un aparato estatal razonablemente magro y eficiente.

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    lectivo es un suelo frtil para las ideologas antiestatistas simplistas; y por otra par-

    te, impulsa la abismal prdida de prestigio del gobierno democrtico, de sus tam-

    baleantes instituciones y de todos los polticos. Claro est que esas evaluaciones es-tn bien fundamentadas: los mencionados fracasos del gobierno, sus desatinos y

    vacilaciones, su omnipotencia impotente, y con demasiada frecuencia la evidencia

    de su corrupcin, as como el deprimente espectculo que ofrecen (tambin con de-

    masiada frecuencia) los polticos, dentro y fuera del Congreso, y los partidos polti-

    cos, brindan la oportunidad perfecta para la ex culpacin de la sociedad mediante

    una proyeccin sobre los mltiples males del Estado y del gobierno.

    Lo menos que se puede decir de esos problemas es, en primer lugar, que no ayu-

    dan a avanzar hacia una democracia consolidada, institucionalizada; en segundolugar, que hacen extremadamente difcil la puesta en prctica de polticas comple-

    jas, de largo plazo y negociadas multilateralmente, que podran sacar a esos pases

    del atolladero; y en tercer lugar que (ciertamente no slo en Amrica Latina) esos

    problemas interactan fuertemente con la tradicin de un estilo cesarista, antiinsti-

    tucional y delegativo de formular polticas.

    Cmo se puede lograr una representacin poltica de este mundo de actores de

    conductas extremadamente desagregadas, oportunistas y cortoplacistas?

    En este punto es preciso plantear una pregunta que est pendiente: existe alguna

    forma de salir de esas espirales descendentes? O, ms explcitamente, en qu pun-

    to y bajo qu condiciones podra encontrarse esa salida? Tenemos que recordar que

    estamos tratando con pases (Argentina, Brasil y Per) que tuvieron el infortunio

    de padecer un patrn de inflacin alta y recurrente, puntuado por perodos de hi-

    perinflacin o poco menos (dependiendo de definiciones que no necesito rebatir

    aqu), y que soportaron varios programas de estabilizacin carentes de xito.

    Un pas que experiment hace poco esos problemas, pero que parece haber encon-

    trado una salida, es Chile. Con una eficiencia que habra admirado Lenn, las polti-

    cas del rgimen de Pinochet lograron la destruccin de casi todo lo que quedaba

    (despus del gobierno de Allende) de una burguesa orientada al mercado interno,

    a la sustitucin de las importaciones - y que estaba demasiado agradecida por ha-

    ber sido salvada como clase como para ponerse a organizar ninguna oposicin con-

    certada -. Desde luego, el gobierno de Pinochet tambin reprimi brutalmente los

    sindicatos obreros y los partidos polticos que podran haber articulado una oposi-

    cin eficaz a sus polticas. En ese desierto de sociedades se incurri en enormes

    costos sociales y se puso en prctica la mayor parte del programa neoliberal, aun

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    cuando con varios cambios y accidentes. El gobierno democrtico chileno encara el

    problema todava grave, pero menos angustiante, de tener que mantener baja la in-

    flacin, tasas razonables de crecimiento econmico y una imagen internacional fa-vorable. Asimismo enfrenta el problema de cmo mitigar las desigualdades que in-

    tensificara el rgimen autoritario. Pero la realidad es que en pases tales como Bra-

    sil, Argentina y Per las consecuencias distribucionales de polticas ms ambiguas

    y menos duras no han sido mejores que las del rgimen de Pinochet. Ms an, los

    recursos con que cuenta actualmente el gobierno chileno para aliviar los problemas

    de inequidad son relativamente mayores que los de estos tres pases. Por ltimo, el

    hecho de que Chile estuviese hace algn tiempo atrapado en las espirales descritas

    aqu, y ya no lo est ms, significa (aunque no es la nica razn, pues existen otras

    ms histricas que no puedo detallar aqu) que su Estado est en mejor forma paraencargarse de las cuestiones de equidad y desarrollo heredadas.

    Otro pas similar podra ser Mxico. Pero la inflacin con sus mltiples dislocacio-

    nes sociales, nunca fue tan alta en Mxico como en Argentina, Brasil o Per (o, si a

    eso vamos, como lo es hoy en da en casi toda la antigua Unin Sovitica); el PRI

    proporcion un instrumento para la implementacin de polticas que fue ms efi-

    caz que todo lo disponible para esos pases; y los intereses geopolticos de EEUU

    estn colaborando para que ese pas navegue, todava penosa e inciertamente pero

    con relativa mayor facilidad, hacia el logro de los objetivos de largo plazo de suspolticas actuales. Otro pas sera Bolivia, donde la implementacin de las polticas

    que lograron controlar la inflacin y liberalizar el comercio y las finanzas (pero no,

    al menos hasta ahora, recuperar el crecimiento y las inversiones) estuvo acompaa-

    da de una represin brutal, que difcilmente se puede considerar compatible con la

    democracia. Argentina es un candidato ms reciente a formar parte de esta lista. Si

    se enfocan los casos del Cono Sur americano, qu tienen en comn Chile, Bolivia y

    Argentina? Pues, sencillamente, que la crisis de esos pases - el primero bajo un r-

    gimen autoritario y los dos ltimos bajo gobiernos elegidos democrticamente -

    toc fondo. Y qu es el fondo? Es la convergencia de los siguientes factores: 1) un

    Estado que como principio del orden tiene una autoridad minscula sobre la con-

    ducta de muchos actores, que como burocracia llega a lmites extremos de desinte-

    gracin e ineficacia, y que en algn momento del tiempo se vuelve incapaz de

    mantener la moneda nacional; 2) un movimiento obrero completamente derrotado

    en el sentido de que ya no es capaz de oponerse a las polticas neoliberales, excepto

    con protestas desagregadas y efmeras; 3) una clase capitalista que sustancialmente

    se devor as misma, con los ganadores metamorfosendose en conglomerados

    centrados financieramente y orientados hacia afuera (junto con los ramos del co-

    mercio y los profesionales que proveen el consumo suntuoso); y 4) un sentimiento

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    generalizado de que la vida bajo una inflacin continua e incierta es tan insoporta-

    ble que cualquier solucin es preferible, incluso si esa solucin ratifica un mundo

    an ms desigual en el que se han perdido muchas formas de sociabilidad solida-ria. En ese punto, quienquiera que trate de controlar la inflacin e iniciarla rees-

    tructuracin aconsejada por las ideas neoliberales no tendr que enfrentar la opo-

    sicin de poderosas coaliciones obstruccionistas, como habra sido el caso poco

    tiempo atrs: las fracciones ms importantes de la burguesa ya no tienen intereses

    que antagonicen esas polticas, las diferentes representaciones de los intereses de la

    clase media y popular son dbiles y estn fraccionadas, y los empleados pblicos

    que sobrevivieron a sus propias tribulaciones pueden ahora tener esperanzas de

    mejorar su situacin.

    La pulverizacin de la sociedad y del aparato estatal, junto con la demanda pri-

    mordial de regresar a un mundo social ordenado, termina por eliminar las resisten-

    cias que, reacia pero eficazmente, alimentaron los giros previos de la espiral.

    En Chile esto ocurri por los efectos combinados de la crisis que se desat bajo el

    gobierno de la Unidad Popular y las polticas represivas y decididas del perodo de

    Pinochet. En Bolivia y Argentina resulta no poco irnico que, despus de la hipe-

    rinflacin, el fin de las espirales (el fin aparente, muy lejos de ser un hecho todava)

    haya llegado con presidentes provenientes de partidos tales como el MNR y el pe-ronismo; probablemente esos presidentes, y solamente ellos, se vieron forzados a

    completar la derrota de los movimientos obreros respectivos.

    Y Brasil? De los pases discutidos aqu, Brasil fue el ltimo en caer en ese tipo de

    crisis. Eso se debi en gran parte a que el mayor tamao de su mercado interno, y

    el mayor dinamismo de su desempeo econmico, crearon una economa ms

    compleja e industrializada que la de sus vecinos. En una paradoja de xito 22, esa

    ventaja puede terminar resultando una maldicin. En Brasil existen muchos agen-

    tes poderosos capaces de bloquear las polticas ms o menos neoliberales que, no

    obstante, se han ensayado y se seguirn ensayando. A la inversa, si no hubiera otro

    camino que el de continuar las espirales hasta llegar al fondo del pozo, el grado de

    destruccin econmica de Brasil sera mucho mayor que el de los otros pases men-

    cionados. Adems, socialmente, en contraste con la situacin que exista en los pa-

    ses del Cono Sur antes de sus propias espirales, en Brasil ya hay un vasto segmento

    de la poblacin que literalmente no puede caer ms bajo.

    22Discut las evidentes paradojas de xito de Brasil en Transitions, Continuities, and Paradoxes en

    S. Mainwaring, G. O'Donnell y J. S. Valenzuela (eds.): Issues in Democratic Consolidation: The NewSouth American Democracies in Comparative Perspective. University of Notre Dame Press, NotreDame, pp. 17-56, 1992.

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    La capacidad brasilea de resistencia sera una ventaja si existiera una mejor alter-

    nativa al curso de los acontecimientos. Pero la nica alternativa sobre la mesa es

    continuar repitiendo un patrn de acumulacin de capital dirigido por el Estadoque luce agotado. Claro est que los protagonistas de este juego pueden seguir des-

    pojando el dinosaurio, pero eso slo sirve para acelerar las espirales, no puede con-

    tinuar indefinidamente y tiene consecuencias distribucionales perversas.

    Una conclusin parcial

    Existen alternativas a la crisis que describ? El dilema de prisionero tiene una di-

    nmica poderosa: ni las invocaciones al altruismo y a la unidad nacional, ni las

    propuestas que presuponen solidaridades amplias e identidades firmes, sern sufi-cientes. Si hay una solucin, probablemente sta reside en encontrar reas que ten-

    gan un impacto importante sobre la situacin general, y en las cuales una accin

    hbil (particularmente por parte del gobierno) pueda alargar los horizontes tempo-

    rales (y, en consecuencia, el mbito de las solidaridades) de los actores cruciales. El

    invento ms conocido para lograr ese fin es el fortalecimiento de las instituciones

    sociales y polticas. Pero bajo las condiciones que he descrito, esa es una tarea fran-

    camente difcil. En el mundo contemporneo, la jubilosa celebracin del adveni-

    miento de la democracia tiene que complementarse con un sobrio reconocimiento

    de las inmensas dificultades que entraa necesariamente su institucionalizacin ysu arraigo en la sociedad. Como lo han demostrado Hait, Per y Tailandia, esos

    experimentos son frgiles. Asimismo, contra ciertas proclamaciones, ms bien pre-

    maturas, del final de la historia, no existen fuerzas inmanentes que guen las

    nuevas democracias hacia una forma institucionalizada y representativa, y hacia la

    eliminacin de sus reas marrones y de los mltiples males que las sustentan. A

    largo plazo, las nuevas democracias pueden dividirse entre las que siguen el rum-

    bo afortunado y aquellas que retroceden a un autoritarismo extremo. Pero las de-

    mocracias delegativas, la responsabilidad horizontal dbil, los Estados esquizofr-

    nicos, las reas marrones y la ciudadana de baja intensidad son parte del futuro

    previsible de muchas nuevas democracias.

    *Nota: Las ideas presentadas en este trabajo tienen mucho que agradecer a las reu-n