Eustaquio Palacios El Alferez Real

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    Eustaquio Palacios

    El alfrez real

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    ndice

    De Cali a Caasgordas

    La hacienda de Caasgordas

    Doa Ins de Lara

    Daniel

    El domingo en la hacienda

    De Caasgordas a Cali

    Cali en 1789

    La Pascua

    La enfermedad de InsLa propuesta de don Fernando De Arvalo

    Diana y Endimin

    Los dos hurfanos

    El paje y Arvalo

    Una nueva Arcadia

    La serenata

    Las bodas en Catay

    Desaparicin

    El Rodeo

    Octubre en Caasgordas

    Remedio desesperado

    Las sesiones del Ayuntamiento

    La Jura de Carlos IVPlacer y dolor

    El convento de San Francisco

    Confidencias

    El resto de la historia

    Conclusin

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    De Cali a Caasgordas

    A principios del mes de Marzo de 1789, un sbado comoa las cinco y media de la tarde, tres jinetes bien montadossalan de Cali, por el lado del Sur, en direccin a la haciendade Caasgordas. Iban uno en pos de otro. El de adelante eraun hermoso joven, como de veintids aos, de regular esta-tura. Color blanco sonrosado, ojos negros y rasgados y mi-rada severa un tanto melanclica. Apenas comenzaba a apun-tarle el bozo y ya se notaban las sombras en donde pronto

    deban aparecer las patillas.Su vestido consista en camisa de gnero blanco, con cin-

    tas de lo mismo al cuello, en vez de botones, chaqueta de co-lor pardo ceniciento, y sobre sta una manta de colores a lis-tas. Llamada en el pas ruana, y sombrero blanco de grandesalas, de paja de iraca. Los pantalones, del mismo gnero quela chaqueta, eran cortos, hasta cubrir la rodilla, y aseguradosall con una hebilla de plata. Medias blancas de hilo y boti-

    nes negros de cordobn completaban el vestido del joven ji-nete. Por ltimo llevaba zamarros, pero no era en la formade calzones que se les da hoy, sino abiertos: eran dos fajas an-chas de piel de venado adobada, que caan sobre cada una delas piernas.

    Montaba un potro rucio de gran talla y mucho bro, quecaminaba con la buena voluntad con que andan las bestiascuando van para su dehesa. El jinete que le segua era un sa-cerdote del convento de San Francisco, fundado en la ciudadhaca slo veinte aos, y que estaba ya entonces en todo elapogeo de su esplendor y disciplina.

    Frisaba el Padre en los cuarenta y era de semblante grave ymirada profunda; llevaba el hbito de su orden, que era desayal gris; sobre el hbito, una ruana de lana, de anchas listasmoradas y azules, fabricada en Pasto, y sombrero blanco

    grande de paja asegurado con barboquejo de cordn de sedanegra; en un pauelo, a la cabeza de la silla, llevaba envuelto

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    el breviario. Iba caballero en una mula retinta de buen paso yal parecer muy mansa.

    El ltimo de los tres jinetes era un joven como de veinti-cuatro aos, de color mulato, esto es, entre blanco y negro,ms negro que blanco, pero las facciones ms de blanco quede negro. En sus ojos pardos, rasgados y vivos se revelaba lafranqueza juntamente con el valor.

    Por todo vestido llevaba camisa de lienzo de Quito, ruanade lana basta, de listas azules, pantalones de manta del pastejida en el Socorro, y sombrero hecho con trenza de juncos.Cabalgaba un trotn castao, alto y doble; en el arzn de la

    silla, a la derecha, se vea una gran soga enrollada, y en la cin-tura un largo cuchillo de monte, llamado machete, con sucubierta de vaqueta.

    Estos viajeros atravesaron en silencio el llano de IsabelPrez. Los campesinos que iban a la ciudad o salan de ella,saludaban al Padre quitndose el sombrero al pasar a su lado,y l les corresponda el saludo con una inclinacin de cabeza.La tarde estaba magnfica: el sol se ocultaba ya detrs de Los

    Farallones, de manera que la parte del camino por donde enese momento iban, estaba haca rato en la sombra; pero laluz del sol se vea brillar sobre las cumbres de las montaasde Chinche.

    Las afueras de la ciudad ofrecan por ese lado ya esa horabastante animacin. Varios vecinos volvan de su trabajo conla herramienta al hombro; bestias cargadas de pltanos o le-a; mujeres con haces de lea en la cabeza; viajeros que llega-

    ban de los pueblos del Sur; arrieros con sus recuas cargadasde bayeta, papas o ans; algn negro joven que pasaba a esca-pe en su caballo en pelo y que iba ala ciudad tal vez a com-prar lo que faltaba para la cena en alguna hacienda o granjavecina; los criados de la hacienda de Isabel Prez que aparta-ban las vacas de los terneros como es costumbre a esa hora; ytodo esto acompaado del mugir de las vacas, del berrear delos terneros, de los gritos de los criados, de las interjecciones

    de los arrieros y de esos otros mil ruidos que se oyen en las

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    casas de campo y en las inmediaciones de una ciudad cuandova entrando la noche.

    Al llegar a la quebrada de Caaveralejo se detuvieron lostres jinetes y aflojaron las riendas a sus cabalgaduras para quebebieran; pasada la quebrada, entraron en el extenso y limpiollano de Melndez; a la izquierda, a una o dos cuadras delcamino real, estaba la hacienda de Don Juan Flix Hernn-dez de Espinosa, con casa grande de teja, de espaciosos corre-dores y con Oratorio en el extremo del que quedaba en elfrente de la casa; esclavos que obedecan al taido de la cam-pana; vacas, yeguas, plantaciones de caa de azcar y trapi-

    che.A la derecha, al lado de la loma, la posesin de Don Fran-cisco Mateus, con casa, esclavos, trapiche y ganado. Ms le-jos, al Oriente, al extremo del llano se alcanzaba a ver la casade la hacienda de Limonar, perteneciente a Doa Mara deSaa, viuda de Don Baltazar Rodrguez. Todo el llano estabasombreado de rboles aislados o de frondosos bosquecillos.

    Al entrar en el llano, el Padre tom la delantera, a la luz

    de la luna que se alzaba en ese momento en el Oriente, enplenilunio, ostentando su agrandado disco color de oro bru-ido, en un cielo azul, limpio y claro; las sombras de los via-jeros se proyectaban prolongadas sobre el verde csped.

    El padre, dirigiendo la palabra al joven blanco, que ibadetrs de l, le dijo;

    -Y bien, Daniel, sigues contento en la hacienda.? -Mucho, seor, contest Daniel.

    -Te tratan bien todos.?-S, seor, hasta ahora no tengo queja de ninguno, pues

    todos me manifiestan consideraciones que no merezco.-S las mereces. El hombre honrado y que llena cumpli-

    damente sus deberes, lo merece todo. Cules son tus ocupa-ciones en la hacienda?

    -Por lo comn, trabajo con el seor Don Manuel en su

    cuarto, escribiendo algunas cartas, contestando otras, hacien-

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    do apuntes de cosas relativas a la hacienda y sacando cuentas.Cuando l no me ocupa, sirvo de auxiliar al mayordomo.

    -Y has abandonado el estudio?

    -No, seor, al estudio consagro la noche y los domingos.-Qu libros tienes?-No tengo otros que los que Vuesa Paternidad me dio

    cuando me daba lecciones en el convento.-Y cules son sos?-Los clsicos latinos, la Filosofa del Lugdunense, el Trata-

    do deMatemticasde Wolfio y la Historia de Espaa del Pa-dre Mariana, que estoy leyendo ahora. -Cuando hayas ledoal Padre Mariana, avsame para darte otros libros de Histo-ria. Pero sobre todo, contina ejercitndote en la Aritmtica.Yo espero que al fin los nmeros te darn la subsistencia.

    Los nmeros! De qu modo? Trabajando en el comercio, por ejemplo.En el comercio yo? Con qu recursos podr contar

    jams para trabajar en el comercio?

    Nadie sabe nada de lo futuro: contina manejndotebien; s dcil, humilde y laborioso: el trabajo constante biendirigido obra prodigios. No recuerdas haber ledo: Laboromnia vincit improbus?

    S, seor, he ledo eso.En dnde lo has ledo?En Las Gergicas.

    Y qu significa eso?El trabajo tenaz lo vence todo.Y no dice ms el Poeta?S, seor: Virgilio aade: Et duris ingens in rebus egestas,Lo cual quiere decir? yla necesidad imperiosa en las circunstancias difciles,Bien, Daniel, dijo el Padre sonrindose satisfecho con el

    orgullo del maestro: veo que no has perdido el tiempo. Yabuscaremos por ah algn amigo que te d la mano para que

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    trabajes con independencia; pero creo que todava no estiempo, pues eres demasiado joven: qu edad tienes?

    Ya he cumplido veintids aos segn me dice mi madre.

    Doa Mariana es realmente tu madre?No, seor, pero yo le doy ese tratamiento porque me hacriado y casi a ella debo la existencia: yo no conoc a mi ma-dre, porque creo que muri al darme a luz. Si ella viviera,cunto la amara!

    Cmo se llamaba tu madre? Tampoco lo s, porque la seora Mariana dice que no

    la conoci.

    Y tu padre?Ignoro quin fue mi padre y si est vivo o ha muerto.Pobre Daniel No te faltar la proteccin del Cielo.

    Humllate ante los designios de la Providencia, que lahumildad es virtud que hace fuerza a Dios. El Profeta diceque "es bueno para el hombre el haber soportado el yugodesde la niez"; que "se sentar solitario y callar porque se

    llev sobre s". Y dice tambin: Ponet in pulvereos suum si-forte sit spes. Entiendes eso?Creo que s.Qu quiere decir?Pondrsu labio en el polvo por si acaso hay esperanza.Muy bien. Ya ves qu expresin tan valiente es aquella:

    porsi acaso hay esperanza!

    En efecto, me hace impresin, y nunca la haba odo.Es de los Threnos de Jeremas, y es sublime como lo estodo cuanto dicen los Threnos.

    Qu son Threnos?Threnos es lo mismo que lamentaciones: es voz hebrea.Cunta falta me hace Vuesa Paternidad para seguir es-

    tudiando! Veo que nada s.No importa: a tu edad no es fcil saber ms de lo que t

    sabes. Contina leyendo, y despus de leer, medita mucho

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    sobre lo que hayas ledo. Trata de retener en la memoria lasdudas que se te ocurran para que me las propongas cada vezque nos veamos: ya sabes que con frecuencia vengo a lahacienda.

    As lo har.Al llegar a este punto del dilogo, el Padre guard silencio

    e inclinando la cabeza sigui su camino, entregado al parecera pensamientos graves. Daniel no se atrevi a interrumpirloen sus meditaciones.

    Haban pasado ya el hermoso llano de Melndez y llega-ban al cristalino ro que lleva ese nombre.

    Pasado el ro, entraron en tierras de la hacienda de Meln-dez, llamada hoy San Joaqun: A la derecha se alzaba en unaligera eminencia, la alta casa de la hacienda (la misma quehay hoy), perteneciente entonces a Doa Teresa Riascos,madre de Fray Pedro Herrera; a la izquierda, del camino realpara abajo, haba otra hacienda perteneciente a Don Jerni-mo Escobar; a la orilla del camino, haba un bosque de car-boneros, arbustos de color simptico y de flores alegres.

    El mulato, que no haba perdido una slaba de la conver-sacin anterior, se acerc a Daniel y le dijo en voz baja:

    Nio Daniel, cmo lo quiere a usted el amo el Padre!Es verdad, Fermn, el Padre me quiere mucho. Jams

    alcanzar a pagarle los beneficios que le debo. Mi amo elPadre es un santo y un sabio: todos dicen eso. Para nosotroslos esclavos es nuestro mayor consuelo: siempre nos

    defiende.En este instante pasaban la quebrada de las Piedras o deLili. Al entrar en el gran llano de la hacienda de Caasgordas,se oy por el lado de abajo la melanclica meloda de un ins-trumento rstico, hecho de carrizos, tocado por un negroque se diriga a la casa de la hacienda.

    Oyes ese instrumento? Dijo el Padre a Daniel.S, seor, lo oigo.

    Cmo se llama.?

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    La castrera.Creo que esa palabra no es castellana; no tiene otro

    nombre?

    No, seor.No recuerdas haber visto en las glogas el fstula junctacera?

    Ah, s, ciertamente; y tambin recuerdo que Alexis tenauna zampoa hecha de siete caas desiguales. Y cmo esesta castrera?

    Es hecha de caas desiguales y unidas con cera . Como seve, el Padre haba convertido el viaje en una aula de latn, te-

    niendo a Daniel por nico alumno. En esto llegaron a lapuerta degolpesde la hacienda:

    Fermn se adelant a abrirla, y entraron todos en el granpatio que preceda a la casa.

    Desde la puerta de golpe hasta la casa, a un lado y a otrodel patio y alineadas, estaban las habitaciones de los esclavos,hechas de guadua con techos pajizos. En todas ellas se vea,

    por entre las tablas de las paredes, el fuego del hogar en queesposas y madres preparaban la cena de sus maridos y de sushijos.

    Al atravesar el patio se levantaron los gansos graznando, ysiguieron tras los jinetes con las cabezas bajas en ademn depicar a los caballos en los cascos, y los perros comenzaron aladrar, pero callaron al reconocer a Daniel ya Fermn.

    Llegados al gran corredor del frente, echaron pie a tierra.

    Al llegar el Padre a la puerta de la sala, se detuvo diciendo:Deo gratias.A Dios sean dadas, contestaron muchas voces, entre las

    que sobresalan la de Don Manuel y la de su esposa.Cmo estn vuesas mercedes?Bien, Reverendo Padre; y Vuesa Paternidad cmo est?Estoy bueno, gracias a Dios.

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    Sintese, compadre, dijo Don Manuel, llega Vuesa Pa-ternidad un poco tarde.

    Es verdad, sal a las cinco y media, confiado en que elcamino est bueno y en que hay luna.

    El Padre fue recibido con sealadas muestras de alegrapor los dueos de la casa, quienes lo introdujeron conmucho agasajo en la sala principal, mientras que Daniel yFermn llevaban los caballos a otro corredor paradesensillarlos.

    Poco despus entr Daniel y recibi la ruana y el sombre-ro del Padre para llevarlos al cuarto de ste, que estaba situa-

    do en el piso superior. El Padre qued con su hbito suelto.Como sola estar en el convento.Las personas que haba en la sala y que recibieron al Padre,

    eran: Don Manuel de Caicedo y Tenorio, su esposa DoaFrancisca Cuero, sus hijas, a saber: Doa Gertrudis; DoaJosefa y Doa Rosa y una joven que no era de la familia,llamada Doa Ins de Lara.

    Los hijos varones de Don Manuel estaban ausentes: Don

    Manuel Jos; Don Fernando y Don Joaqun en Popayn enel Real Seminario de San Francisco de Ass; y Don ManuelJoaqun en Cali, estudiando con los Padres de la Merced.

    El Sacerdote que acababa de llegar a la hacienda con Da-niel y Fermn era el Reverendo Padre Fray Jos Joaqun Es-covar. Sujeto muy respetable y respetado, de gran talento, demuchas luces sagradas y profanas. Miembro de una familianoble de la ciudad y que siendo abogado de la Real Audien-cia de Santaf se haba despedido del mundo y haba tomadoel hbito de San Francisco, a la edad de treinta y dos aos.Haca ya siete con vocacin verdadera para el ministerio sa-cerdotal.

    Este fervor religioso no era raro entonces entre los hom-bres de alta posicin en el mundo: haca slo cinco aos queotro abogado de la Real Audiencia, el Doctor Don Pedro de

    Herrera, perteneciente a una de las principales familias habatomado tambin el hbito en el mismo convento. Para ser

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    ms tarde un sacerdote ilustre, digno de eterno recuerdo en-tre los hijos de Cali.

    Estos sabios franciscanos: Escovar y Herrera, eran dos ca-racteres muy parecidos. Por su virtud, por su energa y porsu amor a la justicia, a la que ambos tributaban reverentehomenaje. En ningunos labios sonaban tan sonoras, llegadoel caso, como en los de estos dos severos sacerdotes, las pala-bras del Apstol: Non possumus.

    Continuaron hablando sobre diferentes asuntos, hacin-dose mutuas preguntas hasta que siendo cerca de las ocho dela noche, entr una criada y tendi sobre la mesa de la sala

    un blanco mantel de lino, coloc los cubiertos y trajo la ce-na. sta se compona de sopa, carne, pan de trigo y pan demaz, queso, chocolate y dulce.

    En todo se echaba de ver la riqueza de los dueos de la ca-sa: la vajilla toda era de plata: platos, platillos, fuentes, ta-chuelas, tazas para el chocolate, cucharas, tenedores y jarros.

    A cada extremo de la mesa haba un candelero de platacon vela de sebo; y a poca distancia de la mesa, una criada,

    con los brazos cruzados, atenda al servicio.Antes de que se sentaran a la mesa, la criada llam al ma-

    yordomo, que era un espaol alto y grueso, de buena presen-cia, como de cincuenta aos, llamado Don Juan Zamora, y aDaniel que estaba en el corredor conversando con l.

    Al entrar Don Juan salud al Padre con cario y respeto;en seguida Don Manuel y el Padre ocuparon las cabeceras dela mesa, Doa Francisca se coloc a la derecha de su maridoy Doa Ins a la izquierda de ste; el Padre tena a Don Juana su derecha y a Daniel a su izquierda. Las dems seoritas sesentaron a los lados de la mesa. Esta posicin haca queDaniel quedara frente a Doa Ins, aunque en direccinoblicua. El Padre antes de sentarse rez el Benedicite.

    Mientras cenaban, Don Manuel, su mujer y el Padre nodejaban de hablar algo; los dems coman en silencio. A Da-

    niel se le haba concedido el sealado favor de sentarse a la

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    mesa de la familia, en atencin a que era el secretario privadode Don Manuel ya que ste le haba cobrado bastante cario.

    Daniel levantaba a veces los ojos y los fijaba tmidamenteen Ins, con esa mirada respetuosa propia de los veintidsaos. Pero a veces Ins tambin levantaba los suyos, y recorr-a con una mirada a todos los circunstantes, y al fijarlos enDaniel, sin intencin particular, Daniel bajaba los suyos yquedaba inmvil, sintiendo estremecimientos inexplicables.Para todo hombre de impresionable corazn haba un granpeligro en que sus ojos llegaran a encontrarse con los ojos deDoa Ins de Lara.

    Terminada la cena, la criada rez un Padrenuestro, porqueaunque los otros se la haban comido, a ella le tocaba dar lasgracias a Dios por ese beneficio, y levant los manteles.

    El Padre Escovar fue conducido a su cuarto por Daniel,que llevaba en la mano un candelero con su vela, el que co-loc sobre la mesa del cuarto, y dando las buenas noches seretir. El Padre, apenas qued solo, abri su Breviario y sepuso a rezar maitines.

    Don Manuel se dirigi a su cuarto con Don Juan y estuvolargo rato hablando con l acerca de los trabajos de lahacienda, pidiendo informes y dando rdenes.

    Las seoras se retiraron a una de las recmaras y all roga-ron a Ins continuara la lectura de una obra en varios tomos,que haca noches estaba leyndoles y que no era otra que unade las de Fray Luis de Granada, la titulada El Smbolo de laFe.

    Los negros, sobre todo los negros viejos, sentados en laspuertas de sus cabaas fumaban tabaco en pipas de barro, almismo tiempo que conversaban; otros tocaban flauta de ca-a o de carrizo, en los corredores de sus cabaas o en el granedificio del trapiche.

    Una hora despus, todos los habitantes de la casa grandese recogieron a sus respectivos dormitorios y esa parte de la

    hacienda qued en silencio. En el cuarto del Padre hubo luzhasta muy tarde, segn se vea por las rendijas de la puerta y

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    de las ventanas, y la haba tambin en algunas de las cabaasde los negros; pero la luz de stas no era producida por lasbujas sino por la lea del hogar.

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    La hacienda de Caasgordas

    Caasgordas era la hacienda ms grande, ms rica y msproductiva de todas cuantas haba en todo el Valle, a la ban-da izquierda del ro Cauca. Su territorio era el comprendidoentre la ceja de la cordillera occidental de los Andes y el roCauca, y entre la quebrada de Lili y el ro Jamund. La ex-tensin de ese territorio era poco ms de una legua de Nortea Sur, y varias leguas de Oriente a Poniente.

    El aspecto de esa comarca es el ms bello y pintoresco que

    puede imaginarse. Desde el pie de la empinada cordillera quetiene all el nombre de "los Farallones", se desprende una co-lina que va descendiendo suavemente en direccin al roCauca, en ms de una legua de desarrollo: su forma es tansimtrica, que no se observa en ella una protuberancia ni unbajo; tampoco se ve rbol alguno, ni arbustos, ni maleza,porque es limpia en toda su extensin y est cubierta de me-nuda grama. Podra ser digno asiento de la capital de una

    gran nacin, y gozara de una perspectiva tan potica y dehorizontes tan vastos, como no los tiene tal vez ciudad algu-na. Un templo que se edificara en la parte media de esa coli-na, con su fachada al Oriente, y con sus torres y su cpula,sera un monumento verdaderamente grandioso, y su aspec-to sublime para quien lo contemplara desde lejos.

    Descendiendo por la colina, se ven a la derecha vastas pra-deras regadas por el cristalino Pance, que tienen por lmite elverde muro de follaje que les opone el Jamund con sus den-sos guaduales; a la izquierda, graciosas colinas cubiertas depasto, por entre las cuales murmura el Lili, casi oculto a lasombra de los carboneros; y all abajo, en donde desaparecela gran colina, se extiende una dilatada llanura cubierta deverde csped, que va a terminar en las selvas del Cauca, y queostenta, colocados a regulares distancias, rboles frondosos, oespesos bosquecillos, dejados all intencionalmente para que

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    a su sombra se recojan a sestear los ganados en las horas calu-rosas del da.

    Por todas partes corren arroyos de agua clarsima, que seescapan ruidosamente arrebatados por el sensible desnivel delterreno y que van a llevar al Cauca el tributo de sus humildesraudales. La riqueza de la hacienda consista en vacadas tannumerosas, que el dueo mismo no saba fijamente elnmero de reses que pacan en sus dehesas, aunque no igno-raba que pasaban de diez mil. Era casi tan opulento comoJob, quien por su riqueza "era varn grande entre todos losorientales", antes de ser herido por la mano de Satans. All

    haba partidas de ganado bravo, que nunca entraban en loscorrales de la hacienda, ni toleraban que se les acercara criatu-ra humana.

    Los toros cargados de aos, sultanes soberbios de esos se-rrallos al aire libre, grandes, dobles, de gruesa cerviz, de cuer-nos encorvados y de ojos de fuego, se lanzaban feroces contrala persona que se les pona a su alcance, lo cual ocasionabafrecuentes desgracias, principalmente en los transentes pea-

    tones que se aventuraban a atravesar la llanura sin las precau-ciones necesarias.Adems de las vacadas, haba hatos de yeguas de famosa

    raza. Extensas plantaciones de caa dulce con su respectivoingenio para fabricar el azcar; grandes cacaotales y platanaresen un sitio del terreno bajo llamado Morga.

    En la parte alta haba muchos ciervos, en tanta abundanciaque a veces se mezclaban con los terneros; y en la montaa, y

    en las selvas del Cauca, abundante caza de todo gnero,cuadrpedos y aves. Piezas bien condimentadas de diferentesanimales de monte figuraban frecuentemente en la abundan-te y suntuosa mesa de los amos; y con ms frecuencia, aun-que sin condimento, en la humilde cocina de los esclavos.

    De stos haba ms de doscientos, todos negros, del uno ydel otro sexo y de toda edad; estaban divididos por familias,y cada familia tena su casa por separado. Los varones vestancalzones anchos y cortos de lienzo de Quito, capisayo de lana

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    basta y sombrero de junco; no usaban camisa. Las mujeres,en vez de la basquia (llamada follado en el pas) se envolv-an de la cintura abajo un pedazo de bayeta de Pasto, y seterciaban del hombro abajo otra tira de la misma tela, asegu-rados aqul y sta en la cintura; y cubran la cabeza con mon-teras de pao o de bayeta, hechas de piezas de diferentes co-lores.

    La mayor parte de esos negros haban nacido en la hacien-da; pero haba algunos naturales de frica, que haban sidotrados a Cartagena y de all remitidos al interior para servendidos a los dueos de minas y haciendas. stos eran lla-

    mados bozales, no entendan bien la lengua castellana, y unosy otros la hablaban malsimamente.A esa multitud de negros se daba el nombre de cuadrilla,

    y estaba a rdenes inmediatas de un capitn llamado el toLuciano. Eran racionados todos los lunes, por familias, conuna cantidad de carne, pltanos y sal proporcionada al nme-ro de individuos de que constaba cada una de ellas: Con estefin se mataban cada ocho das ms de veinte reses.

    Todos esos esclavos, hombres y mujeres, trabajaban todala semana en las plantaciones de caa; en el trapiche molien-do la caa, cociendo la miel y haciendo el azcar; en los ca-caotales y platanares; en sacar madera y guadua de los bos-ques; en hacer cercas y en reparar los edificios; en hacer rode-os cada mes, herrar los terneros y curar los animales enfer-mos; y en todo lo dems que se ocurra.

    Pero se les daba libre el da sbado para que trabajaran en

    su provecho; algunos empleaban este da en cazar |guaguaso|guatinesen el ro Lili o en los bosques de Morga, o en pes-car en el Jamund o en el Cauca; otros, laboriosos y previsi-vos, tenan sus labranzas sembradas de pltano y maz, ycriaban marranos y aves de corral: Estos, a la larga, solan li-brarse dando a su amo el precio en que l los estimaba, queera por lo regular de cuatrocientos a quinientos patacones.Cuando un marido alcanzaba as su libertad, se mataba en

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    seguida trabajando para librar a sus hijos ya su mujer, y estono era muy raro.

    A la falda oriental de la gran colina que hemos descrito,estaba la casa de la hacienda, que hasta ahora existe, con to-dos los edificios adyacentes, casi a la orilla de la quebrada deLili. Esa casa consta de un largo can de dos pisos, con unedificio adicional en cada uno de los extremos, los cualesforman con el tramo principal la figura de una Z al revs. Acontinuacin de uno de estos edificios adicionales estaba lacapilla, y detrs de sta, el cementerio.

    La fachada principal de la casa da vista al Oriente, y tena

    en aquella poca un gran patio al frente, limitado por las ca-baas de los esclavos, colocadas en lnea como formandoplaza, y por un extenso y bien construido edificio llamado eltrapiche, en donde estaba el molino, movido por agua, y endonde se fabricaba el azcar.

    La casa grande en el piso bajo slo tena una puerta en lamitad del corredor del frente, la cual daba entrada a la salaprincipal, y al patio interior, a los lados de la sala haba re-

    cmaras. En el piso alto, haba sala, recmaras y cuartos.Los muebles de la sala eran grandes canaps aforrados en

    vaqueta, con patas torneadas imitando los del len, con unabola en la garra; sillas de brazos con guadamaciles de vaquetagrabados con las armas de la familia con sus colores herldi-cos, oro, azul y grana; una gran mesa de guanabanillo, fuertey slida, que serva para comer, pues en aquel tiempo las sa-las principales servan de comedor, y no era todava conocida

    esta ltima palabra; en una de las esquinas de la sala estaba elaparador, construccin de cal y ladrillo, compuesto de tresnichos en la parte baja, y una gradera encima de los nichos,que iba angostndose gradualmente hasta terminar en elvrtice de las dos paredes. En los nichos estaban las tinajasllenas de agua, con relieves; y en las gradas, toda la vajilla deplata y de porcelana de China, muy fina y trasparente. Estaporcelana se colocaba de manera que presentara el fondo con

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    todos sus colores y dibujos a la vista de los espectadores: elaparador era el gran lujo de las casas ricas.

    En las recmaras estaban las camas de las seoras, de gran-des dimensiones, de maderas finas, bien torneadas y con co-lumnas doradas; sillas de brazos, poltronas aforradas en ter-ciopelo o en damasco; y tarimas con tapetes, arrimadas a lasventanas, llamadas |estrados, en donde se sentaban las seorasa coser o bordar.

    Los muebles del segundo piso eran semejantes a los delprimero.En todas las piezas haba cuadros de santos. al leo,con sus marcos dorados y con relieves, trabajados unos en

    Espaa y otros en Quito, y todos de bastante mrito. Talera, a grandes rasgos, en 1789, la hacienda de Caasgordas,que perteneca al muy noble y rico seor Don Manuel deCaicedo y Tenorio , Coronel de milicias disciplinadas, Alf-rez Real y Regidor perpetuo de la muy noble y leal ciudad deSantiago de Cali. La ciudad tena esos ttulos por cdula Re-al, y el mismo origen tenan los de Don Manuel de Caicedo.

    Sospechamos que a ese sitio se le dio el nombre de Ca-

    asgordas deducido de los extensos guaduales que por all seencuentran, principalmente a orillas del ro Jamund; puessabido es que los conquistadores daban ala guadua el nombregenrico de |caa, y que por ser tan gruesa la llamaban|gorda. As se lee en la obra del Padre Fray Manuel Rodr-guez, jesuita, hijo de Cali, publicada hace dos siglos y titula-da El Maran oAmazonas.

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    Doa Ins de Lara

    Dejamos dicho que las personas que haba en la sala de lacasa, a la llegada del Padre Escovar eran: Don Manuel, su es-posa, sus hijas y Doa Ins de Lara.

    El primero llevaba esa noche, sobre sus vestidosordinarios, que eran: Calzn corto, de pao; con charnela yhebilla de oro en la choquezuela, gran chaleco de terciopelo.Camisa de lino con chorrera en el pecho alechugada yaplanchada,. a la que daban el nombre de |arandela y

    tambin el de |gola. Medias de seda y zapatos negros decordobn; sobre estos vestidos, decimos, llevaba una especiede bata que le caa hasta cerca de los tobillos, con mangas, noceida. Hecha de una tela de lana de colores. Esta ropa talarse llamaba balandray, corrupcin del nombre castellanobalandrn; y la hacan tambin de zaraza para los dascalurosos.

    Su esposa vesta camisa blanca de lienzo de lino con tiri-llas bordadas, de mangas largas hasta el codo, y anchas aran-delas bien plegadas al rededor de las tiras y en el extremo delas mangas; follado de bayeta azul de Castilla, medias, zapa-tos negros, zarcillos pequeos, que eran los de moda, y rosa-rio con cuentas y cruz de oro. El cabello caa a la espalda enuna sola crizneja. Sus hijas vestan exactamente lo mismo,slo que el follado era de carro de oro. Tela de lana, rgida ydoble. Llamada as, no porque entrara el oro en su tejido, si-no porque el fabricante de ella en Flandes haba pintado uncarro de oro en la puerta de la fbrica. Llevaban, adems delrosario, gargantillas de corales y oro. Doa Ins se diferen-ciaba de sus compaeras en su vestido blanco de seda, conflorecillas regadas, de color rosado, y con corpio de lomismo, pero no cosido al faldn como se usa ahora, sino de-sprendido, con mangas largas, angostas de arriba y anchas enel extremo, con guarniciones de encajes, lo mismo que en elcuello. Llevaba recogida su gran mata de pelo, en la parte

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    posterior de la cabeza, formando un enorme nudo o lazo,asegurado con cintas: Este peinado se llamaba el moo. Suszarcillos y gargantilla eran de perlas. En el modo de vestirseesta joven se echaba de ver que haba sido educada por per-sonas conocedoras de los gustos de la Corte.

    Don Manuel tena a la sazn un poco ms de sesentaaos: Era de regular estatura, bien formado, de color blanco,cabellos negros encanecidos ya, ojos negros, frente espaciosa,mejillas llenas y sonrosadas; no usaba bigote ni pera, sino so-lamente patillas, que le caan muy bien. Era todava bastanteligero en sus movimientos y de maneras agradables en el tra-

    to con sus iguales. Su carcter, de verdadero hidalgo castella-no, se prestaba a las acciones ms generosas, aunque un tantodesigual, pues tan pronto se manifestaba amable como ira-cundo.

    En materia de linaje estaba muy pegado de su alcurnia ymencionaba con orgullo la larga serie de sus nobles ascen-dientes, todos los cuales haban ejercido el honroso cargo deAlfrez Real, de padres a hijos, y haban recibido de los reyes

    de Espaa sealadas muestras de distincin, juntamente consu escudo de armas.Esas distinciones honorficas que haba recibido del Sobe-

    rano, unidas al esplendor de su raza, a su regular ilustracinya sus riquezas, le daban en la ciudad de Cali y su jurisdic-cin, una autoridad casi ilimitada; al mismo tiempo que sucarcter franco y generoso, su honradez proverbial y el interscon que propenda siempre a toda mejora de utilidad

    comn, le granjeaban gran prestigio entre sus compatriotas yla general estimacin. Era de hecho y de derecho el personajems importante de la ciudad.

    Pona particular esmero, siempre y en toda circunstancia,en defender los fueros y privilegios de su familia y en man-tener una valla insuperable entre la nobleza y la plebe: En es-te particular no transiga. Cumplindose este requisito, eraamable con todos, a pesar de su aspecto severo; y todo ple-

    beyo, o montas, como se deca entonces, que ocurra a l

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    en algn apuro pecuniario, estaba seguro de que no perdaintilmente la vergenza, porque siempre consegua lo quebuscaba.

    Doa Francisca Cuero y Caicedo era al tiempo en que lapresentamos al lector: Una seora de poco ms de cuarentaaos, que conservaba todava bastantes restos de su primitivabelleza. Era buena, dulce y eminentemente caritativa; y lo erapor raza, pues todos los individuos de esa familia, eran yhaban sido notables por su genial bondad.

    Las hijas de este matrimonio no carecan de hermosura:Todas ellas estaban dotadas de buen carcter y haban recibi-

    do la educacin ms esmerada que poda darse en aqueltiempo a una joven noble. Educacin que, en resumen, noera gran cosa: Leer y escribir, hilar, coser y bordar, hacer en-caje en almohadilla, y tocar el clave: Era ste un instrumentomsico de cuerdas de alambre, con teclas, algo semejante alpiano moderno. A estos conocimientos aadan los necesa-rios para administrar una casa y gobernar bien una familia.

    Pero la persona del bello sexo que ms llamaba la aten-

    cin entre todas las que hemos nombrado, era sin disputaDoa Ins de Lara. Esta joven. como de diez y siete aos,presentaba el tipo griego en toda su pureza: Rostro ovalado,color blanco de perla, cabellos castaos, abundantes y sedo-sos. Frente espaciosa, nariz recta como la que los griegos da-ban a las nias en sus relieves, cejas negras suficientementepobladas, labios rubicundos ligeramente gruesos y boca bienproporcionada, barba redonda con un hoyuelo apenas per-

    ceptible en el medio, ojos grandes y rasgados. Con pupila decolor de uva y pestaas negras medianamente crespas. Era deestatura mediana, y el cuello y las formas de su cuerpo, quefcilmente se adivinaban bajo sus vestidos, suavemente ro-bustas y bien formadas las mismas con que los escultores an-tiguos presentaban a Diana la Cazadora. Cierta gravedad enel semblante y la majestad en el andar, la hacan parecer or-gullosa. Si el poeta latino la hubiera contemplado cuando

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    paseaba con sus compaeras por las riberas del Lili, habradicho de ella lo que dijo de Venus:

    "En el andar se conoca la diosa"

    Ins era hurfana: Su padre Don Sebastin de Lara, noblecaballero santafereo, haba venido a Cali veinte aos antes,con su esposa Doa Mara Portocarrero y ejerca la profesinde comerciante y pasaba por acaudalado.

    En Cali naci Ins; pero Doa Mara muri dejndola desiete aos, y Don Sebastin, llorando siempre a su esposa,haba continuado soltero cuidando de su hija nica. Ins tu-vo pues tiempo suficiente para conocer bien a su madre, pu-

    do gozar de las atenciones y caricias que todas las madres tri-butan a sus hijos en la infancia y retener la imagen de ellagrabada para siempre en su memoria.

    Ocho aos ms tarde se vio Don Sebastin atacado demortal dolencia, conoci la gravedad de ella y se convencide que pronto iba a morir. Don Manuel de Caicedo era suamigo ntimo y adems su compadre porque era padrino deIns. Ellos se haban conocido en Santaf, en donde Don

    Manuel haba estado de joven. Esa ntima amistad tena porfundamento la semejanza de carcter, la honradez acrisoladay la distinguida categora social de ambos, y se haba robus-tecido con el trato familiar de largos aos.

    Vindose Don Sebastin a las puertas del sepulcro, llama Don Manuel y le habl en estos trminos: Compadre,conozco que mi enfermedad no tiene remedio y que prontoser llamado a dar cuenta a Dios de todos los actos de mi vi-da. Nada me importara morir, si no fuera porque tengo aesa pobre hija ma, que va a quedar hurfana de padre y ma-dre. Con slo pensar en esto se me parte el corazn. El nicoconsuelo que me queda en tan terrible angustia es la esperan-za de que Vuesa merced podr hacerse cargo de ella y tratarlacomo si fuera su hija, porque es su ahijada y porque es hijade este su infeliz amigo, que le fue siempre leal y apasionado.Me falta saber si Vuesa merced querr prestarme tan seala-do favor.

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    No se preocupe Vuesa merced, contest Don Manuel.Ms de lo justo, por su enfermedad, que no me parece tangrave. Mediante Dios y los cuidados de nuestro excelenteamigo el R. P. Fray Mariano Camacho, no tardar en reco-brar la salud. Pero si por desgracia sucediera lo que teme,Dios no lo permita, puede contar con que Ins encontrar enm un segundo padre, no tan bueno como el que pierde, pe-ro s muy amoroso y muy interesado en su suerte.

    Esa promesa me basta, dijo Don Sebastin. Vuesa mer-ced ha sido siempre para m un noble amigo, y la palabraque ahora me da tiene el valor de una escritura y de un jura-

    mento. Oiga, pues, mi ltima voluntad: Ins tiene parientesen Santaf, pero ella naci aqu, aqu est sepultada su madrey aqu descansarn tambin mis huesos; est hecha a las cos-tumbres de esta ciudad y es natural que prefiera vivir en susuelo nativo ms bien que trasladarse a otra parte a ver carasnuevas y costumbres diferentes. Yo estimo mucho a los deu-dos que ella tiene en Santaf, porque todos son personashonorables, pero en ninguno tengo tanta confianza como en

    Vuesa merced para el caso de confiarle a mi hija.Don Manuel le dio las gracias por esa prueba de confian-za, y el enfermo continu:

    Creo, compadre, que todo hombre conoce su ltima en-fermedad; lo digo ahora por m, algo hay en mi alma queme inspira la seguridad de que mi vida se acaba. Sea comofuere, le ruego oiga mi deseo y mi splica postrera: Hoy hartestamento y lo nombrar a Vuesa merced tutor y curador

    de mi hija. En mis bales hallar quince mil patacones,adems del valor de las mercancas existentes que no bajarde otro tanto, este es el caudal de Ins, que Vuesa mercedmanejar como a bien tenga. Pero le ruego la lleve a su casa yla coloque al lado de sus virtuosas hijas, no les dar qu hacerporque es muy juiciosa y recatada. Si Vuesa merced lo creye-re conveniente, trate de casarla en tiempo oportuno, con per-sona que sea digna de ella, pues no permito que manche su

    ilustre sangre con un enlace desigual. Esto se lo encargo enca-

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    recidamente, y s que Vuesa merced lo cumplir. Pero entodo caso, el matrimonio ha de ser a gusto de ella, sin hacer-le fuerza alguna, para que no tenga motivo de quejarse de mcomo de un tirano.

    Con esto termin Don Sebastin sus instrucciones, y DonManuel le repiti la promesa de que en todo respetara sultima voluntad.

    Pocos das despus se realizaron los fundados temores deDon Sebastin, Don Manuel le hizo un entierro suntuoso, sellev a Ins a su casa y la confi con grandes recomendacio-nes a su mujer y a sus hijas; recogi el caudal perteneciente a

    la hurfana, vendi por junto las mercaderas y coloc todoel dinero a inters en manos de amigos suyos de probidadreconocida. Debe advertirse que treinta mil pesos en dineroen aquella poca, tenan casi tanto valor como tienen hoycien mil.

    Ins, que tantos aos haba llorado a su madre, sigui llo-rando tambin a su padre, a quien haba amado entraable-mente. Sin embargo, dada su inmensa desgracia, ningn asi-

    lo pudo encontrar mejor que el que le ofreci la familia delAlfrez Real; all fue generalmente querida y era la ms con-templada de todas las personas de la casa.

    De los bienes de su padre que haban sido dados en venta,slo se reserv para el servicio de recamarera, una criada de lamisma edad que ella, con quien haba crecido y jugado denia, llamada Andrea. Era sta una mulata bien formada, deregular parecer, sana y robusta, y adicta a su seora en cuerpo

    y alma.El dolor que esta nia haba sufrido con la prdida de sus

    padres en tan temprana edad, influy de una manera decisivaen su carcter: No amaba los juegos ni las diversiones; raravez rea; en su semblante se notaba siempre aquel aire medi-tabundo que es comn en las personas que viven de recuer-dos.

    Era en realidad de carcter dulce: Trataba con respeto ycortesa a la familia Caicedo, y en Don Manuel tena cierta

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    especie de confianza debido a que l, por su parte, a pesar desu gravedad genial, no perda ocasin de manifestarle a suahijada la sinceridad de su afecto y el vivo inters que toma-ba por su suerte.

    Y no obstante esas atenciones de que era objeto, ella noslo saba, sino que senta que era hurfana; porque no hayser alguno sobre la tierra que tenga la virtud de llenar el vacoque deja en el corazn de sus hijos, una madre que muere.

    De esta manera el conocimiento ntimo de su orfandad,comunicaba a su carcter la seriedad propia de la edad madu-ra y la inclinaba a la soledad y al aislamiento.

    Diariamente se ocupaba en coser o en bordar; y haba ve-ces que sobre la blanca tela en que trabajaba, caan de susojos gruesas lgrimas que semejaban gotas de roco y que leimpedan continuar la obra. Por qu lloraba esa joven tanrica y tan hermosa, a quien pareca que no faltaba nada paraser feliz? Pensaba en su madre.

    Este permanente estado de su alma haca que no tuvieragusto en recibir visitas cuando la familia estaba en Cali, y

    que estuviera siempre poco dispuesta a escuchar galanteos.Siendo, como era, tan bella y tan bien educada, y por aadi-dura tan rica, era natural que tuviera algunas propuestas dematrimonio; y en efecto, las haba tenido: Esas propuestaseran presentadas al padrino, el padrino las trasmita a la ahi-jada, pero la ahijada las rechazaba todas sin admitir discusio-nes. No haba habido todava un hombre bastante poderosoy afortunado que golpeara con fuerza a las puertas de ese co-

    razn dormido, para que se abriera a las dulces emocionesdel amor.

    Si hubieran vivido sus padres, habra sido dichosa al ladode ellos; y siendo dichosa, tal vez se habra prestado a aceptarlos homenajes de alguno de sus apasionados pretendientes;pero habindolos perdido cuando ms los necesitaba, se sent-a muy desgraciada, y en ningn caso hallaba consuelo. Eraan tan inocente, que no haba llegado a adivinar que amar

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    es ser feliz. Tal era Doa Ins de Lara y Portocarrero altiempo en que la presentamos en escena.

    Haca ya dos aos que haba muerto su padre y estaba in-corporada en la familia de Don Manuel de Caicedo.

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    Daniel

    Entre las rsticas cabaas de los esclavos que formaban elcuadro del gran patio de la hacienda, la mejor era la de Fer-mn, en la cual viva con su madre.

    Esta cabaa, o ms bien pequea casa, era, como las de-ms, de paredes de guadua y barro con techo pajizo, peropresentaba un aspecto menos humilde y descuidado que elde las otras.

    Las paredes, cubiertas con una capa de barro bien alisada,estaban sin grietas, y el techo reparado con esmero. Con es-to, el interior quedaba a cubierto del viento y de la lluvia.Tena puerta de madera con llave, siendo as que las otras latenan de tabla de guadua, y en vez de llave, se asegurabancon una correa de cuero.

    El interior se compona de una salita y un aposento; en lasala haba dos anchas bancas hechas de guadua, que servan

    de asientos, y en una de las cuales dorma Fermn. Una sillavieja de brazos y una mesa pequea, de las que desechaba lacasa grande.

    En el aposento estaba la cama de la negra Martina, madrede Fermn, y haba adems un bal con ropa de la madre ydel hijo, y un cuadrito de la Virgen de los Dolores, de muyescaso mrito, pintado en el pas.

    En el suelo, en un rincn de la sala, se vea una silla de

    montar, de cabeza enorme; con coraza de vaqueta y estribosde palo y, atada a la cabeza, una soga de enlazar, porqueFermn era el principal vaquero de la hacienda.

    La negra Martina gozaba en la casa de ciertos privilegios,porque haba sido la carguera de los nios, y haba vividomucho tiempo de recamarera en la casa de Cali; cuyo oficiole proporcion el tener ese hijo que tena, que se conoca noser hijo de padre negro.

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    Martina no se confunda con los dems esclavos; ella tenaocupaciones especiales adentro (as designaba la casa grande)en el servicio de despensa y cocina.

    El roce constante con las seoras y con la gente blanca deCali le haba comunicado cierta finura en el trato y ciertadignidad en el porte, y le haba limado un poco el lenguaje.

    Jams haba querido casarse, y sus amos aunque se lo hab-an aconsejado muchas veces, no le haban hecho violencia.Otra cosa hubiera sucedido si Fermn hubiera sido hijo deun negro de la hacienda.

    De entre todos los esclavos, ella y Andrea eran las nicas

    que trataban de cerca a la seorita Ins, y ella sern las dueasde toda la ropa que su ama iba desechando. Estas dos criadasestaban, pues, siempre mejor vestidas que todas las dems.

    Fermn tena veinticuatro aos; los privilegios de la madrese haban extendido hasta l; de suerte que en vez de ir a lostrabajos con la cuadrilla, estaba consagrado a la vaquera, aservir de paje a sus seoras, a acompaarlas en los paseos acaballo, ya servirles de mandadero.

    La casi igualdad de edades haba hecho de Daniel yFermn dos amigos ntimos. Cuando Daniel lleg alahacienda dos meses antes, se pag pronto de ese joven criadoque lo trataba con tanto cario y que en todo momento es-taba pronto a servirle. Por lo dems, Fermn era un mulatode agradable presencia, alegre, gil y valeroso.

    Cuando termin la cena y las seoras se retiraron a susaposentos, Daniel se dirigi a la casa de su amigo. Ya Marti-na haba despachado sus quehaceres de adentro y estaba re-mendando la ropa de su hijo, al mismo tiempo que Fermnreparaba los defectos que notaba en su silla de montar, queera el objeto de ms estimacin que posea.

    Buenas noches, Martina, dijo Daniel al entrar. Buenasse las d Dios, nio Daniel. Cmo le fue por Cali?

    Me fue bien, como habr podido decrselo Fermn.

    sintese, pues. Fermn, dale un cigarro al nio Daniel.

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    Con mucho gusto, dijo Fermn.Abriendo en seguida una mochila de cabuya que estaba

    colgada de un clavo en la pared, sac un pedazo de piel enro-llada y la fue desenvolviendo hasta que aparecieron los ciga-rros.

    La tabaquera de Fermn era una larga tira de piel de nutriaadobada, en ella envolva los cigarros de manera que queda-ran bien apretados, y luego la ataba con un cordn.

    Dio uno de stos a Daniel y tom otro para s.Los cigarros eran hechos por Martina, sin arte, iguales por

    ambos extremos y con capa arrugada, pero de tabaco exquisi-

    to, pues este artculo estaba estancado por el Gobierno,quien lo ofreca en venta al pblico de calidad excelente.

    Los dos amigos comenzaron a fumar y continuaron laconversacin;

    Nio Daniel, dijo Martina, Fermn me dice que miamo el Padre lo quiere a usted mucho.

    Es verdad, contest Daniel.

    S, madre, lo quiere mucho, repiti Fermn. Si su mer-ced los hubiera visto cmo venan conversando por todo elcamino, como si fueran iguales! Mi amo el Padre le deca!atines al nio Daniel, y el nio Daniel los entenda .

    Mucho me alegro, dijo Martina, de que mi amo el Pa-dre lo quiera tanto.

    Ya oy usted, aadi Fermn, que tiene intenciones dehacerlo mercader; ser as como Don Fernando el Reinoso ,

    que tiene la ms bonita tienda que hay en Cali. Qu msquiere usted?

    Realmente, eso es mucho y yo no soy digno de semejan-te fortuna.

    Cmo lleg usted a tener ese protector tan poderoso?pregunt Martina.

    El Padre iba de vez en cuando a casa de Doa Mariana

    Soldevilla, mi madre adoptiva y all me conoci. Un da medijo;

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    Daniel, cmo vamos de escuela?Bien, seor, le contest.Sabes ya bastante?

    S, seor, ya s algo.Qu sabes?S leer en libro y en carta, las cuatro operaciones

    principales de la Aritmtica, las oraciones y la DoctrinaCristiana.

    Veamos cmo lees; toma un libro y ven.Mi madre, al or esto, me present un librito de or misa,

    lo tom y me acerqu con l al padre; l 10 abri hacia el finy me mand que leyera. Sin duda leera bien puesto que semanifest muy contento, y en seguida me dijo;

    No podrs ensearme tu letra?S, seor; aqu tengo algunas planas de las ltimas que

    hice.Luego que vio la letra me pregunt;Quieres aprender algo ms?

    Ojal pudiera, seor, pero en la escuela no ensean msque lo que ya s.

    y en qu te ocupas ahora?Estoy de oficial de carpintera en casa del maestro

    Saucedo.Qu edad tienes?Diez y siete aos, segn dice mi madre.

    Desde maana irs al convento todos los das; all doylecciones a los novicios y coristas, de varias materias, y tpodrs concurrir a las aulas. Yo hablar con el Padre FrayClaudio Salcedo, nuestro Guardin, para que te permita laentrada. Yo te dar los libros.

    Hace de esto cinco aos. En efecto, concurr con la mayorexactitud a las lecciones que daba el padre, hasta hace tresmeses.

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    Y cmo hizo usted para venir a la hacienda? preguntFermn.

    En Diciembre pasado me dijo el Padre que ya era tiem-po de que comenzara yo a ganar algo, y sabiendo que el se-or Alfrez Real necesitaba un escribiente, me mand a lcon una carta. Si hubieran visto ustedes lo que deca la carta!Yo la haba entregado cerrada al seor Don Manuel, porqueas me la dio el Padre; pero Don Manuel, lugo que la ley,me la dio a que la leyera dicindome; mira lo que mi com-padre me dice. Yo la le y se la devolv avergonzado.

    .Qu deca, pues, la carta?

    Elogios que no merezco; cosas que no sonaran bien enmi boca.Usted es muy humilde, nio Daniel, dijo Martina. Lo

    cierto es que usted ha cado de pies en esta casa; mi amo loquiere y cada rato lo llama a su cuarto; mi amo el Padre loquiere y piensa protegerlo; y mi seora y mis seoritas tam-bin lo quieren, pues he visto que lo tratan con mucho cari-o. Hasta la nia Ins parece menos triste cuando usted sale

    a acompaarlas al paseo.Madre, observ Fermn, si el nio Daniel fuera blanco y

    rico, qu linda pareja hara con mi seorita Ins, casndosecon ella!

    Calla, Fermn, contest Daniel ponindose encendidocomo una grana; quin soy yo para atreverme a pensar enuna seora tan noble, tan rica y tan orgullosa?

    Ya s que eso es imposible, y por lo mismo digo, que sifuera blanco .No creas, Fermn, replic Martina, que con slo ser

    blanco y rico le fuera fcil conquistar el corazn de esa nia.Ricos y nobles han sido los que la han pedido hasta ahora, yse ha resistido a casarse. La ltima vez se molest con ella miamo por sus repetidas negativas; su merced le deca que lasgentes podran pensar que si no se casaba era porque su

    merced se opona, por seguir gozando del caudal que le dej

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    su padre. Pero ella contest que si no le permita vivir al ladode su merced soltera, se ira de monja a Popayn.

    De monja? pregunt Daniel.

    S, de monja; yo lo o, porque estaba barriendo alladentro y no perd una palabra de la conversacin. y lo harel da que menos se piense; conozco muy bien su carcter.

    Daniel qued pensativo, sin decir una palabra ms, y sinor las que le decan.

    De repente se levant diciendo; ya es tarde; son tal vez lasonce, y maana es da de misa; y despidindose se dirigi asu cuarto.

    Ahora nosotros diremos algo ms sobre la historia de Da-niel, pues si no la sabemos ntegra, s sabemos ms de lo quel saba.

    Daniel, como nos lo ha dicho l mismo, era un pobrehurfano, que no slo no haba conocido a sus padres, sinoque ni siquiera saba quines haban sido ellos.

    Sus recuerdos ms lejanos se referan a la casa de Doa

    Mariana Soldevilla, en donde haba visto la luz por primeravez, en donde haba sido criado con particular esmero y hab-a crecido y habitado hasta haca poco tiempo.

    Doa Mariana era una seora de buen linaje, viuda hacamuchos aos de un espaol, que no le haba dejado otra for-tuna que la casa en que viva y una negra esclava llamada Ju-liana.

    Ella hizo honor a su viudez y llam la atencin de su ba-

    rrio con la severidad de su vida y su consagracin al trabajo.Ganaba la subsistencia con las costuras que le encargaban

    los vecinos, hombres y mujeres, pues con tanta habilidad co-sa vestidos de mujer, como camisas, calzones y chaquetas,para hombres y nios.

    Haca, adems, randa y encajes en almohadilla, y bordabacatatumbasen bastidor, trabajos stos ltimos que eran bienpagados.

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    Luego que entr, y cerr la puerta con llave, puso elenvoltorio en su cama, sac candela con el eslabn en layesca de maguey, encendi la pajuela y con la pajuela unalmpara.

    Al momento examin con ansiosa curiosidad lo que ibaen el envoltorio; era un hermoso nio acabado de nacer.

    Inmediatamente se puso a preparar almbar para darle encaso de que llorara, y contentsima con lo que ella crea unpresente que Dios le enviaba, ya que nunca haba tenido hi-jos, se sent en un bal junto a la cama, coloc el nio en suregazo y continu contemplndolo con tanta ternura como

    si ella fuera su madre.Al fin resolvi acostarse, oyendo ya las lentas y sonorascampanadas del alba que tocaban en San Francisco. Besamorosamente al nio y lo acost en la cama, diciendo paras; "a buena hora voy a aparecer con hijo pequeo, a los cua-renta y dos aos! Qu dir la gente? Poco importa; sta esuna caridad que Dios aprueba. Sobre todo, buena falta mehaca un nio en la casa; la vejez sin muchachos es muy tris-

    te. S, angelito de mi alma, s bien venido; maana te bus-car una nodriza y nada te faltar".Desde entonces ese huerfanito fue el objeto de sus

    desvelos; lo hizo bautizar, sirviendo ella de madrina, lo pusoen la escuela cuando tuvo ocho aos, le form el corazncon cristiana paciencia y trat de tenerlo vestido siempre conalguna decencia, empleando en eso el total de sus ganancias.

    El nio, por su parte, se haca acreedor al cario de sumadre adoptiva, por la dulzura de su carcter, el despejo desu inteligencia, su amor hacia ella y hasta por su hermosura,Siendo el nio nico en la casa, y por lo mismo muy con-templado, se desarroll con admirable precocidad,

    Cuando cumpli catorce aos, lo puso de aprendiz decarpintero por eleccin de l mismo, porque deca que eseera un oficio de hombres y oficio limpio,

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    Tres aos despus era ya un buen oficial de carpintera,que ganaba un patacn por semana, salario que l entregabatodos loS sbados a su madre.

    Entonces fue cuando el Padre Escovar comenz a darlelecciones; pero l, sin perjuicio de sus estudios, pasaba en lacarpintera las horas que le quedaban libres,

    Por ese mismo tiempo, le hizo saber Doa Mariana queella no era su madre, noticia que afligi profundamente alpobre muchacho; y le asegur tambin que no saba quineseran sus padres, resuelta aguardar el secreto de su nacimientohasta que el hurfano llegara a su mayor edad, que era la de

    veinticinco aos,Despus, cuando el Padre le propuso colocarlo en la casadel Alfrez Real, acept con gusto, porque ya saba un oficio,cosa en que pensaba con orgullo; y porque haba aprendidolo que enseaban en el convento, a saber, la lengua latina consus clsicos, Aritmtica, lgebra y Geometra, Filosofa eHistoria, y nada ms; la Teologa slo se enseaba a los quehaban de ordenarse, Pero muy pocos saban entonces todo

    eso que l saba.La propuesta del Padre le halag mucho, porque saba

    que haba de vivir en la hacienda, montando a caballo, enla-zando ganado, y yendo y viniendo. En su edad, anhelaba porel movimiento constante y por aspirar aire libre.

    En la hacienda le daban la comida, el vestido, caballo,montura y cien patacones al ao. Esto era para l un partidodeslumbrador.

    Desde que lleg a la hacienda se hizo el nio mimado detodos, como deca Martina; Don Manuel lo ocupaba en de-spachar su correspondencia y en sacar cuentas ; Don JuanZamora lo coga cuando Don Manuel lo soltaba; y Fermnlo reciba cuando lo dejaba Don Juan, Las seoras, que sol-an dar algn paseo a la cada de la tarde, por los alrededores,lo tomaban por compaero, por el miedo que tenan al ga-

    nado que se encontraba por todas partes.

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    Lo cierto es que Daniel, en esa nueva vida de abundancia,de actividad y de roce con personas elevadas, crea estar en unparaso, y en un paraso sin serpiente,

    Pero haba cumplido veintids aos, y se hallaba en esaedad potica en que el corazn comienza a abrirse alas insti-gaciones del amor.

    En esa hacienda no haba objetos que pudieran satisfacerlas aspiraciones de su alma, o los haba fuera del alcance desus fuerzas; esclavos y amos.

    El da que lleg por primera vez a esa casa y se present aDon Manuel con la carta del Padre Escovar, Don Manuello

    mir, lo examin atentamente de pies a cabeza, le hizo variaspreguntas y le ense la carta del Padre, que Daniel le devol-vi avergonzado despus de haberla ledo.

    Don Manuel qued contento de su examen; el joven lehaba cado en gracia.

    Dirigindose ala puerta le dijo; ven conmigo. Entraron enla sala principal y fueron pasando a una espaciosa recmara,en donde estaban las seoras sentadas sobre grandes alfom-

    bras en sus estrados, cosiendo unas, y bordando otras.Don Manuel entr diciendo:Vean ustedes este muchacho que me manda mi compa-

    dre Escovar con grandes recomendaciones, para que lo colo-que a mi lado; dice que es muy bueno y que sabe mucho.Voy a emplearlo como mi escribiente y como auxiliar deZamora, para que le ayude. No te parece bien, Mara Fran-

    cisca?Por supuesto, basta con que sea empeo de mi compa-dre; y cuando su paternidad lo abona, debe de ser bueno.

    Daniel, al entrar, salud inclinndose con respeto y pasla vista sucesivamente por todos esos rostros nuevos, que porprimera vez vea, y se detuvo al fin en el de Doa Ins, cuyaportentosa belleza lo dej deslumbrado. Jams haba con-templado hermosura tan acabada. Cansado estaba de ver en

    Cali caras femeninas, y ninguna le haba llamado la atencin;

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    todos eran, por decirlo as, rostros mudos, que nada decan asu alma.

    Pero el de Doa Ins, con su habitual circunspeccin y sinabrir los labios, haba conmovido las fibras ms ntimas desu corazn. Ella, al presentarlo Don Manuel, levant los ojosy los fij en l detenidamente; y esa mirada de simple curio-sidad, equivali para Daniel aun poema entero, a un cantodulcsimo que suma su alma en inefable arrobamiento. Nohicieron ms estrago los lentes de Arquimedes sobre la flotade Marcelo, que el que acababan de hacer los ojos de DoaIns de Lara en el corazn del inocente hurfano.

    Don Manuel regres a su cuarto, llevndolo consigo. Da-niel se arranc de ese aposento con trabajo, como si su calza-do hubiera sido de hierro y de imn el embaldosado.

    Ese corazn iba ya herido para siempre de amor, y esaherida no cicatrizara jams a no curarla el mismo objeto quela haba causado, como suceda con las heridas que abra lalanza de Aquiles.

    Pero era imposible que l llegara a conseguir tal remedio;

    esa joven era muy alta para l; era uno de los mejores parti-dos que ofreca Cali a los seores clibes; por su linaje, porsu fortuna y por su belleza; l era un pobre muchacho, obs-curo, plebeyo y hurfano.

    Pero no se crea que Daniel pensara en nada de esto; l nose daba cuenta de que estaba enamorado. Deseaba volver aver a esa preciosa criatura, porque sentira en ello un pursi-mo deleite, pero sin ms aspiraciones.

    Don Manuel al regresar a su cuarto quiso que Daniel es-cribiera, para ver qu tal letra tena, y despus le hizo sacaralgunas cuentas con quebrados. Daniel escriba bien y hacacuentas mejor; de suerte que su nuevo patrn qued satisfe-cho y alegre de haber hallado semejante joya.

    Sali ala puerta del cuarto y dijo aun paje que permanecasiempre all esperando rdenes:

    Roa, llama a Zamora.

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    Un momento despus entr Don Juan Zamora diciendo;Qu manda Vuesa merced?Vea usted, Don Juan, este muchacho; sabe leer, escribir

    y contar y otras muchas cosas; me lo enva mi compadre Es-covar; yo lo ocupar uno que otro da en despachar mi co-rrespondencia, ya usted le servir para llevar los apuntes y lascuentas de la hacienda. Se lo recomiendo; selele el cuartoque debe ocupar; y vea que no le falte nada.

    Pierda cuidado Vuesa merced; este mozo tiene que serbueno, porque tiene buena cara. Cmo te llamas, hombre?

    Daniel, seor, para servir a usted.

    Bien, pues, Daniel, vamos, te ensear tu cuarto y te ex-plicar tus obligaciones. Con su permiso, seor Don Ma-nuel.

    Vaya usted con Dios, Zamora.Don Juan Zamora era un espaol de gran talla, muy es-

    forzado y de buen carcter. Era andaluz, y a pesar de eso, ensu lenguaje se perciban la c y la z bien pronunciadas con sus

    sonidos dentales. Los amos lo trataban con mucha familiari-dad y lo admitan por la noche en sus conversaciones en lasala; las seoras gustaban de jugar con l a los naipes, juegoen el cual siempre perda porque los muchachos le hacantrampa, mientras que l era incapaz de hacerla. Rgido en elcumplimiento de su deber, era sin embargo afable con losesclavos.

    As eran los dems espaoles que haba entonces en Cali,

    que no eran pocos; hombres formales; esclavos de su palabra,celosos de su dignidad. Difcil habra sido ver a uno de stostocando el organillo en una esquina para ganar la subsisten-cia. El hidalgo castellano en Amrica, cuando era pobre, envez de hacer ostentacin de miseria, trataba de ocultar su po-breza, y, como dice Cervantes, estando an en ayunas en al-tas horas del da, sala a la calle limpindose los dientes parahacer creer que ya haba almorzado.

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    Los esclavos respetaban a Don Juan Zamora y lo queran,porque no era cruel.

    Tal era, en resumen, la posicin de Daniel en la casa delAlfrez Real.

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    El domingo en la hacienda

    Daniel se retir muy preocupado de la casa de Fermn.Lleg a su cuarto, entr en l, y volvi a salir al momen-

    to. Largo rato estuvo en el corredor, de pie, con los brazoscruzados y mirando al suelo. Despus se dirigi a la parte delpatio que quedaba al frente de la casa, desde donde se veanlas ventanas de los aposentos de las seoras.

    Haba all un grueso trozo de madera, puesto en ese lugarpara hacer alguna reparacin en el trapiche, y en l se sent.

    Miraba constantemente las ventanas de los aposentos, ypermaneci inmvil: quin sabe que pensamiento importu-no le ahuyentara el sueo!

    Ms de dos horas estuvo en esa situacin, hasta que no-tando que la luna descenda, sacudi esa especie de marasmoen que se hallaba y casi asustado se dirigi a su cuarto, se en-cerr en l y se tendi en la cama.

    A la hora del alba del domingo son la campana, tocadapor el negro Luciano, capitn de la cuadrilla, y al punto todala hacienda se puso en movimiento.

    Don Juan Zamora, de pie en el gran corredor, con suchaqueta de pao azul, chaleco de lo mismo, pantalones degnero aplomado, botas de cordobn y sombrero de paja, ycon las manos en los bolsillos de los pantalones, esperaba aque los negros se reunieran en la capilla. A su lado estaba

    Daniel. En la puerta de la capilla estaba de pie el capitn, aquien todos llamaban el to Luciano, inspeccionando la en-trada de la cuadrilla.

    Pronto estuvieron reunidos todos los esclavos, sin faltaruno. Pusironse de rodillas y rezaron el Trisagio, en el cualhaca cabeza el to Luciano; terminado este rezo, cantaronuna cancin que ellos llamaban el Alabado, y despus, unosversos sin arte, que decan ser una salve.

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    El aire de esas canciones era profundamente melanclico,como es siempre el canto de la esclavitud. Aquel sublimesalmo que comienza: Super flumina Babylonis:

    "Junto a los ros de Babilonia, all nos sentamos y llora-mos acordndonos de Sin"

    Conviene y convendr siempre a toda raza subyugada, ymucho ms si sufre la esclavitud lejos de su patria.

    La voz de los negros era admirablemente melodiosa, deun timbre dulcsimo que conmova todas las fibras del co-razn, y principalmente la voz de las negras jvenes.

    Terminado el rezo, volvieron ellas a sus casitas, y ellos se

    diseminaron por todas partes, haciendo tiempo mientras to-caban a misa.

    Eran las seis de la maana; a esa hora se notaba ya movi-miento de criados en la casa grande, lo que probaba que sehaban levantado las seoras.

    Don Manuel abri las ventanas de su cuarto, y al momen-to entr una criada llevando agua en una fuente de plata; enseguida se afeit; y concluida esta operacin, se sent junto auna mesa y se puso a leer algunos manuscritos.

    El Padre se haba levantado primero que todos,acostumbrado como estaba a hacerlo en el convento; habarezado Horas, y estaba pasendose en el corredor del pisoalto. Viendo a Daniel que atravesaba por el patio, lo llam yle dijo: ve si estn preparadas las seoras para or la misa ypregntale a mi compadre si le parece bien que

    despachemos.Daniel fue a informarse y regres diciendo que todos es-taban dispuestos.

    Se toc la campana a misa, y todos los habitantes de lahacienda fueron entrando en la iglesia y ocupando sus respec-tivos lugares. Las seoras asistieron con sayas y mantos ne-gros y se arrodillaron cerca al altar en gruesas alfombras delana y seda. Don Manuel, Don Juan Zamora y Daniel, se co-

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    locaron en los escaos; a los lados, detrs de los escaos, secoloc la multitud.

    La capilla era un edificio de mediana capacidad, pero ques poda contener ms de quinientas personas; era de adobe yteja, blanqueado con cal, de aspecto decente. Tena coro,plpito y confesonarios; en el altar haba un crucifijo de grantamao, que pareca ser obra quitea, de muy escaso mrito.

    El servicio de la sacrista se haca por las seoras, que pon-an particular esmero en tener limpia la ropa y toda la iglesiacon aseo; un negro joven, que no saba leer, ayudaba siemprela misa.

    En medio de ella, el Padre explic el evangelio del da,con la mayor claridad, acomodando su lenguaje a la limitadainteligencia de los esclavos; y termin encargando a stos lapaciencia y la resignacin, y advirtiendo a los amos que ellosdeban ser los padres y no los verdugos, de esos infelices, aquienes Dios en sus arcanos haba colocado en la servidum-bre. Concluida la misa, Don Juan y Daniel salieron los pri-meros y se situaron en el atrio de la capilla para saludar a las

    seoras. Don Manuel esper al Padre y al cabo de un ratosali con l.El patio de la hacienda presentaba en ese momento muy

    alegre aspecto: los esclavos varones se haban quedado all,distribuidos en grupos, y todos conversando.

    Comentaban a su modo las palabras de consuelo que leshaba dirigido el Padre; y los consejos de misesericordia quehaba dado a los amos, de lo cual se manifestaban muy agra-decidos.

    Qu lstima, le deca el esclavo Matas, negro joven y ca-sado, al to Luciano; qu lstima que mi amo el Padre noviva aqu!

    S, eso quisieras t, responda el to Luciano, porque sa-bes que estando l presente no se castigara a nadie.

    Poco le gustara eso al amo Zamora, que quiere que uno

    sea un santo y que no perdona nada.

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    Eso no es cierto: muchas veces pasa por alto algunas fal-tas, hacindose el que no las ve.

    A m hasta ahora no ha tenido que perdonarme faltaalguna, pues siempre trato de cumplir con mis obligaciones.

    Calla, que l no ignora que te vas de noche a Cali a verbaile, y sin embargo nada te ha hecho.

    Y es verdad que sabe eso? dijo Matas sobresaltado: novolver a hacerlo, to Luciano.

    Matas Grit una negra joven, desde una cabaa inme-diata: que vengas a almorzar.

    Voy, contest Matas. Hasta lugo, to Luciano: qu

    piensa hacer usted hoy?Ir a a Cali a comprar un mazo de tabaco; y t qu

    hars?Estoy comprometido con Jacinto, a ir a cazar una gua-

    gua con esa perra que compr en Jamund. Conque, hastaluego.

    Adis, Matas.

    Conversaciones como sta haba en cada grupo, aunqueen lenguaje brbaro, porque ningn negro hablaba bien elcastellano: Todos ellos eran africanos, o hijos o nietos de af-ricanos. Supriman siempre la r y la s finales, y aun la r enmedio de diccin y se detenan mucho en la vocal final acen-tuada; a esto se agregaba un dejo en la pronunciacin, pecu-liar a todos ellos.

    En la puerta de la capilla le deca Zamora a Daniel:

    Y bien Daniel, cmo se porta el potro rucio?Admirablemente, seor Don Juan: es un caballo magn-

    fico, manso, aguiln y de mucho bro; es un noble animal.Por supuesto, si ha sido educado por m mismo! Es lo

    que yo digo; no es inferior a los que yo montaba en Anda-luca, por eso lo he destinado a tu silla.

    Cunto valdr ese potro?

    Ese potro no vale menos de una onza.

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    Quisiera comprarlo, para que fuera mo en propiedad.Est bien: se lo dir al seor Don Manuel, y estoy seguro

    de que te lo dar.

    En ese instante avisaron a Zamora y a Daniel que el al-muerzo estaba en la mesa.Durante el almuerzo, que fue servido con la abundancia y

    decencia de costumbre, pudo Daniel contemplar a su gusto aDoa Ins, aunque sin saciarse de verla; l deseaba con ansiaesas horas de reunin en la mesa, por gozar de ese placer ytener ese consuelo.

    Despus del almuerzo, Don Manuel se retir a su cuarto;

    Daniel se fue con Zamora, a la habitacin de ste; Fermnalmorzaba en la cocina como un prncipe, atendido por sumadre y por Andrea, la criada de Ins, que haba puesto en lsus ojos, como que era lo mejor que haba entre toda lanumerosa servidumbre; las dems criadas del interioratendan a sus respectivas faenas; en una alberca del patio dela cocina, estaba tirada toda la vajilla de plata en que se habaservido el almuerzo, que pesaba arrobas, para lavarla ms

    tarde; los negros de la cuadrilla se distribuan en diferentesdirecciones, ya en grupos, ya aislados, a pasar el da segn sugusto. Unos iban a Cali, a tunar o a alguna diligencia, otrosal monte a cazar o a hacer lea para venderla en Cali; algunosse ocupaban all mismo en varias manufacturas de correas ocabuya; y no pocos se acostaban a dormir.

    El Padre qued en la sala conversando con las seoras. Sa-biendo que doa Ins era muy adicta ala lectura, le pregunt:

    Qu libro est leyendo ahora.?El Smbolo de la Fe.Muy bien: lalo usted con mucha atencin y despacio:

    vale ms leer poco y meditar mucho, que leer mucho sinmeditar nada. La doctrina de Fray Luis de Granada es emi-nentemente evanglica, y su estilo tan ameno, que nuncacansa.

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    Padre, dijo Doa Rosa, quisiera leer las obras de SantaTeresa.

    Las tendr usted, yo se las enviar. Quiere usted acasohacerse monja?

    Tal vez, contest sonriendo; cmo se llaman esasobras?

    Las Moradas, que es la principal, y las Cartas. All vertambin la vida de la santa Doctora.

    Compadre, dijo Doa Francisca, estoy cansada de leer elFlos Sanctorum y deseo ya leer otra cosa, por ejemplo la Bi-blia.

    Ya ha ledo Vuesa merced el Nuevo Testamento; el An-tiguo no es lectura propia para seoras.

    Por qu, compadre? La Biblia toda no es un libro san-to.?

    Es verdad, pero el Antiguo Testamento, a la vez que re-fiere las virtudes de los Patriarcas y de otros personajes, cuen-ta tambin con la mayor naturalidad y sencillez los errores y

    pecados del Pueblo de Israel.Adems, no hay en Cali, a lo menos que yo sepa, versinalguna en castellano. Gstele a Vuesa merced saber de la Bi-blia lo que encuentre en los libros devotos y lo que oiga a lospredicadores.

    Continuaron hablando algo ms, siempre sobre libros de-votos, pues las seoras de ese tiempo, las que saban leer queeran pocas, no conocan libros profanos y mucho menos no-

    velas. La nica de stas conocida entre ellas, y que lean a es-condidas, era el Gil Blasde Santillana.

    El Padre Escovar se retir a su habitacin, y un momentodespus se present Don Manuel, que acostumbraba siemprevisitar a su compadre en su cuarto y conversar con l en laintimidad de dos buenos y antiguos amigos.

    Despus de haberse cruzado algunas frases, le pregunt elPadre:

    Qu sabe de los nios?

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    Estn bien, segn me informa el Rector del Seminario.Qu estudios hacen ahora?El de Humanidades apenas: Joaqun quiere ser abogado,

    y ser preciso mandarlo a Santaf; a Manuel Jos ya Fernan-do les ha dado por ser clrigos, lo cual no me desagrada; esbueno que en las familias principales se consagre alguno alSacerdocio.

    Magnfica es la carrera si la abrazan con vocacin y ver-dadero espritu apostlico.

    De eso no tengo duda, porque si pudiendo gozar de unabrillante posicin en el siglo, prefieren las rdenes, ser por-

    que se sienten llamados. Lo mismo digo de Rosa, que en vezde pensar en bodas, slo piensa en monasterio. All se lashaya: si mete la cabeza, no ser yo quien impida su vocacin.A propsito, compadre, esa nia Ins me tiene preocupado:muchos caballeros han solicitado su mano ya todos los hadesairado. Ayer recib carta de Don Fernando de Arvalo enque me pide una entrevista, para tratar un asunto que dice leinteresa mucho. Le contest que nos veramos en Cali. Estoy

    seguro de que va a pedrmela; pero yo s que es tiempo per-dido.

    Deje Vuesa merced quieta a esa muchacha, que todavaes muy joven.

    S, ciertamente, no ha cumplido diez y ocho aos.Ya ve, que hay tiempo. Cuando las jvenes son alboro-

    tadas, es prudente casarlas temprano; pero cuando son tan

    virtuosas y recatadas como las suyas, debe dejrselas hacer sugusto. Si han de ser para casadas, ya llegar da en que se pre-sente un novio, a quien admitirn de grado, sin que tengaque rogarles.

    Dice bien, compadre: Mara Josefa ha rechazado variaspropuestas, y ahora que la pide Don Nicols de Larraondo,est dispuesta a aceptarlo sin que yo se lo suplique. Por otraparte, yo no quiero que Ins se case con forastero, sino con

    un hijo de Cali, con persona que yo conozca y cuyo buen li-naje sea notorio. De buena gana la casara con uno de mis hi-

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    hijos, pero stos son todos menores que ella. Si la desgraciano me hubiera arrebatado a mi primo Don Henrique, se sera un marido digno de ella Porque ha de saber, compadre,que Doa Ins es una joven de gran mrito, por su talento,su recato y su moderacin, adems de su alcurnia y su belle-za. Hace como dos aos vive en mi casa y cada da descubroen ella nuevas prendas: la quiero como si fuera mi hija, ymucho ha de valer a mis ojos el sujeto a quien yo le otorguesu mano. Si viviera Don Henrique, aunque ya no sera muyjoven, a l se la dara con los ojos cerrados: es el nico hom-bre que he conocido digno de ella. Pero en fin, dejemos es-tos recuerdos, que me entristecen y hablemos de otra cosa.

    Sea as, compadre. Cundo ir Vuesa merced a Cali?El jueves prximo me ir con toda la familia ala Semana

    Santa, como de costumbre, y no regresar hasta mediados deAbril.

    Poco tiempo despus se despidi Don Manuel, y el Padreabri su Breviario.

    Antes de la una de la tarde se sirvi la comida; despus de

    la comida, Don Manuel se recogi un rato a dormir siesta, lacual duraba ordinariamente una hora.

    Las cinco de la tarde seran cuando el Padre Escovar, des-pus de despedirse de los dueos de la hacienda, mont en lamula retinta y tom el camino de su convento, acompaadode Daniel y Fermn.

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    De Caasgordas a Cali

    El jueves siguiente por la maana estuvo Don Manuel

    trabajando en su cuarto con Daniel en el arreglo de algunascuentas. Luego que terminaron le dijo Don Manuel:

    Zamora me ha dicho que te agrada mucho un potro dela hacienda.

    Es verdad. seor.Cul es ese potro?Es uno rucio, que Don Juan ha destinado para mi silla.

    Y es muy bueno?Es magnfico seor: yo no le encuentro defecto, ni Don

    Juan tampoco.Celebro que sea bueno y que te agrade, para tener el pla-

    cer de regalrtelo. Llvatelo, pues.Mil gracias, seor; le agradezco de todo corazn tan

    hermoso presente.

    Bien. Dile a Zamora que a las cuatro de la tarde saldre-mos para Cali.Est bien. seor.En efecto, a las cuatro de la tarde estaban ensillados los

    caballos en el corredor. Esperando sus preciosas cargas.Las monturas de las seoras eran sillones aforrados en ter-

    ciopelo azul, con bordados de oro en el espaldar. Flecos delo mismo en rededor, y grandes chapas de plata en los bra-

    zos; grandes gualdrapas de pao colorado con bordados deseda; y las cabezadas de los frenos llevaban tambin chapas yhebillas de plata; las cabezadas se llamaban jaquimones, ymascaron es los adornos de plata.

    Los caballos eran escogidos de entre los mejores y msmansos de la hacienda

    Daniel haba tenido la galantera de ensillar su hermosopotro rucio con el silln de Ins, y se haba esmerado en al-mohazarlo, cepillarlo y peinarlo. Senta una grata satisfaccin

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    al pensar que esa noble y linda dama iba a montar el mismocaballo que l montaba.

    El de Don Manuel, que era un vigoroso y manso castao,estaba ensillado con una silla que tena dos cabezas, pues elfuste se levantaba alto y curvo adelante lo mismo que atrs,con chapas de plata, lujosas pistoleras y estribos de cobre.

    Eran ya cerca de las cinco cuando salieron las seoras ata-viadas para montar; el vestido era la misma basquia, de bu-rato de seda, y de lana, con un corpio del mismo gnero, ymantellina de seda o de pao. Sobre la mantellina se ponauna manta blanca, alistas, de lasque tejan en el Reino; y

    sombrero blanco de paja, con su funda blanca de lienzo delino, y una arandela al rededor de ella, que daba ms sombraal rostro y lo refrescaba, agitado por el viento.

    A las cinco partieron. Las criadas del servicio interior conMartina y Andrea haban salido adelante, juntamente condos negros que llevaban dos cargas de petacas en que iba laropa de las seoras, sus libros y sus labores de aguja.

    Daniel se desviva por conversar con Doa Ins, pues

    aunque haca ya tres meses que l habitaba bajo el mismo te-cho que ella, no haba tenido el placer de que le dirigiera al-guna vez espontneamente la palabra.

    Al pasar la quebrada de las Piedras y entrar en ese callejnque hay entre esa quebrada y Melndez, y que estaba limita-do aun lado por carboneros siempre florecidos, y al otro porbosque alto y espeso, trat de emparejarse con ella parahablarle.

    Ella iba adelante y l le serva de escudero; las otras jve-nes en medio, a las cuales serva Fermn; Doa Francisca ibala ltima, acompaada de Don Manuel.

    El potro rucio caminaba ms que los otros caballos.Daniel, pues, se atrevi a preguntarle:Le parece suave el andar de ese caballo?

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    Suavsimo, contest ella, nunca haba montado un caba-llo tan voluntario ni de andar tan reposado; podra llevar unvaso de agua y no se derramara.

    As es; en la hacienda no hay otro que camine como l, yes adems muy manso.

    Siendo tan suave, debieron ensillarlo para mi madrina.Su merced no se acostumbra en otro sino en su retinto,

    porque ya lo conoce, aunque se es de andadura.Entonces deben destinarle ste, que es mucho mejor;

    indqueselo a Don Juan Zamora.Ese potro es el mo.

    Ah ste es el de usted?S, seorita.Ella guard silencio y l no se atrevi a decir ms.Continuaron su camino felizmente; a eso de las seis y

    media entraron en la ciudad, ya un rato estaban en su casa deCali, que era la que queda diagonal a la iglesia de San Pedrocon la plaza de por medio.

    Luego que se desmontaron, se dirigieron a sus habitacio-nes interiores, y desde ese momento estaba Daniel all dems.

    Fermn y los otros criados desensillaron los caballos,guardaron las monturas en un cuarto destinado a eso, rabia-taron las bestias unas de otras, y se dispusieron a partir.

    Entonces se le oprimi el corazn a Daniel; iba a separarsedel objeto de su adoracin, por la primera vez despus que lahaba conocido, ya volver a la hacienda, en donde tendraque vivir sin verla durante muchos das

    Le era forzoso partir; entr en el cuarto de Don Manuel apedirle rdenes, y ste le dio las que crey convenientes;entr en seguida en las habitaciones de las seoras a despedir-se.

    Dirigindose a Doa Francisca, le pregunt:

    Tiene la seora alguna cosa qu mandarme, pues ya mevoy?

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    Ninguna, Daniel.y las seoritas? Tampoco, contestaron a la vez; pero Doa Ins nada

    contest y se limit a mirarlo un momento.Entonces, con su permiso.Vaya con Dios, Daniel. Y Daniel se separ de all como

    un cuerpo sin alma. Haba obscurecido ya.Al salir a la plaza, orden a los criados que se fueran para

    la hacienda, y l con Fermn se dirigi a la casa de su madre.Sigui la calle que va de la plaza a la Merced, y alllegar a la

    plazuela dobl sobre la izquierda. En esa cuadra, a mano de-recha casi al llegar a la esquina, haba una casa bastante viejacon un pequeo zagun, y con dos ventanas; una volada, enla sala, y otra rasa, pequea, al nivel de la pared, en el aposen-to.

    La ventana de la sala estaba ya cerrada, pero se vea quehaba luz adentro y se oa que en ese instante, que eran lassiete, estaban all rezando el rosario, como era costumbre en

    toda la ciudad a esa hora.Tuvieron que esperar largo rato, porque Doa MarianaSoldevilla, adems de que rezaba muy despacio, adorn surosario con otras muchas oraciones.

    Al fin concluy el rezo.Daniel dio un golpe en el portn, que era de palos sin la-

    brar, colocados verticalmente uno al lado de otro y fijadoscon clavos. Al punto sali la ta Juliana. abri la puerta y vi-

    endo a Daniel dijo en voz alta: Es el nio. Daniel salud concario a la negra vieja y se acerc a su madre que lo esperabaen el corredor.

    Hijo. Le dijo ella. No te esperaba, pues no sueles venirsino los sbados, y hoy es jueves.

    S, madre, pero el seor Don Manuel se vino hoy contoda su familia a pasar la Semana Santa, y Fermn y yo he-mos venido acompandolos.

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    Desmntate. pues; desmntate Fermn; Juliana, preparala cena.

    La negra se fue a la cocina; Doa Mariana se puso a prepa-rar la mesa, mientras que Daniel y Fermn ataban sus caba-llos a un naranjo que haba en el patio.

    No pas mucho rato sin que Doa Mariana y sucriada sepresentaran en la sala llevando una bandeja llena de carneasada. y pan de maz. queso, chocolate y dulce.

    Fermn, dijo Daniel, ven a cenar.En la mesa? contest Fermn; cmo voy yo a comer en

    mesa? No faltaba ms!

    No te afanes. Daniel, dijo Doa Mariana, que l cenarahora con nosotras; cena t.

    Fermn se fue a la cocina, al lado de la ta Juliana, y senta-do en un banco de madera, cen a su gusto.

    Despus de la cena. Daniel inform a su madre de lo bienque lo pasaba en la hacienda, del cario que todos le tenan ydel regalo del caballo que ese mismo da le haba hecho Don

    Manuel, informe que seora y criada oyeron con sincero pla-cer.Daniel convid a Fermn para ir a dar un paseo por la

    ciudad mientras daban las nueve. y al estar en la calle le dijo:Deseaba salir por fumar un cigarro.Y por qu no lo encendi all adentro?Delante de mi madre? Ests loco?Fermn sac candela en su eslabn, utensilio que siempre

    llevaba consigo; uno y otro encendieron su cigarro y toma-ron calle abajo en direccin a la plaza. Daniel quera volver apasar por las ventanas de esa casa en que estaba Ins.

    Detvose largo rato en la esquina, escuchando, con la es-peranza de or su voz, pero nada oy. Bajaron algunas cua-dras ms, ya un momento estuvieron en el mismo punto.

    Cerca de las nueve, Daniel, a quien la pasin no le haca

    olvidar su deber, dijo a Fermn:Vmonos, que ya pronto tocarn la queda.

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    Eso qu le hace? Demos un paseo por el Vallano, quizhabr por ah algn baile y vemos bailar un rato.

    No nos expongamos; despus de la queda sale el Alcaldecon la ronda a velar por la honra de Dios, y si nos encuentranos llevar a la crcel. Qu vergenza para nosotros.

    Eso no es fcil, porque Don Andrs Camarada anda conlinterna.

    S, pero a veces la apaga, y hasta suele desaparecer, sinque nadie sepa en dnde se meti. Ya se ve; al Alcalde quinlo ronda? Vmonos, Fermn: la obligacin antes que todo.

    Al llegar a la puerta de la casa, dieron las nueve en la

    grande y sonora campana de San Francisco. Montaronprontamente en sus caballos, se despidieron y tomaron poresa calle abajo en direccin al llano, sin atravesarse unapalabra.

    Cuando llegaron a la Chanca detuvieron el paso. Fermndijo entonces a Daniel:

    Hace das he querido decirle una cosa, y no me he atre-vido.

    Dila, Fermn, sea lo que fuere.Lo que quiero decirle es que usted ama a mi seorita

    Ins.De dnde sacas eso? Me crees tan estpido que vaya a

    levantar mis pensamientos a tanta altura? Yo no s si ser estupidez, pero la verdad es que yo he

    descubierto que la ama, y mucho, y sin esperanza.

    Dime en qu lo has conocido?En que usted, cuando va donde mi madre, no habla sino

    de ella, aunque no venga al caso; en que usted, cuando la al-canza a ver, se queda inmvil, contemplndola, como si vie-ra un santo en una procesin; en que hace das suspira mu-cho y anda triste y pensativo; en que hoy le dio su caballopara que viniera a Cali; por qu no se lo dio a mi seora,que es de ms respeto? y en que esta noche fue dos veces asituarse frente alas ventanas de la casa en donde est ella, y

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    all permaneciera toda la noche a no ser por el temor de laronda. No debiera yo meterme en sus asuntos; pero s quieroque sepa que puede contar conmigo, porque la verdad es quemi seora Doa Mariana no podr quererlo ms que yo, yque estoy dispuesto a dar por usted mi vida, aunque cierta-mente la vida de un esclavo vale bien poco.

    No, Fermn, no hay tal amor; sin embargo, te agradezcotus afectuosas palabras, y te aseguro que yo tambin har porti cuanto est en mis manos.

    Luego, para cambiar de conversacin, pregunt a Fermn:Ahora, dime t: no amas a nadie? No piensas en casarte?

    Casarme? Jams! Mi madre me ha dicho que viva ymuera soltero; que a su merced le duele haberme dado la vi-da; que es muy doloroso tener hijos esclavos, en quienesmanda otro y no la madre, ya quienes castiga otro a pesar dela madre.

    Cmo se conoce el buen juicio de Martina! Yo, si fueraesclavo, nunca me casara, aunque tambin es cierto quesiendo libre como soy, jams me casar.

    Y usted por qu no?