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1 2 3 4 5 6 7 8 9 1C 11 CiwyO' dse/ fvLo^ofíi^/ Va/ Cí&woüa/ 1er Semestre 2012 - 2013 Lecturas O b ra Asimov, Isaac (1983). Grandes ideas de la ciencia. Madrid. El libro de Bolsillo. Alianza Editorial. Algunos hechos relevantes en la Resumen. R Vidal historia de la ciencia Un caso histórico a título de ejemplo Hempel, Cari (1973). Filosofía de la ciencia natural. Madrid. Alianza Universidad. Bunge, Mario (1969). La investigación científica. Barcelona. Ariel. Bunge, Mario (1969). La investigación científica. Barcelona. Ariel. Bunge, Mario (1981). Materialismo y Ciencia. Ariel Quincenal 64. Ariel. Barcelona. Bunge, Mario (1981). Materialismo y Ciencia. Ariel Quincenal 64. Ariel. Barcelona. Hacking, lan (1996). Representar e intervenir. México. Paidos. UNAM Bunge, Mario (1981). Materialismo y Ciencia. Ariel Quincenal 64. Ariel. Barcelona. Bunge, Mario (1981). Materialismo y Ciencia. Ariel Quincenal 64. Ariel. Barcelona. Bunge Mario (1989). Treatise on Basic Philosophy. Volume 8. Ethics: The Good and the Right. D. Reidel Pub. Co. Dordrecht. Observación Hipótesis filosóficas en la ciencia El materialismo contemporáneo El concepto contemporáneo de materia ¿Qué es el realismo científico? Modos de devenir Crítica de la dialéctica Roots of valúes Texto Tales y la ciencia

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CiwyO' dse/ fvLo^ofíi^/ Va/ Cí&woüa/

1er Semestre 2012 - 2013 Lecturas

ObraAsimov, Isaac (1983). Grandes ideas de la ciencia. Madrid. El libro de Bolsillo. Alianza Editorial.

Algunos hechos relevantes en la Resumen. R Vidal historia de la ciencia

Un caso histórico a título de ejemplo Hempel, Cari (1973). Filosofía de la ciencianatural. Madrid. Alianza Universidad.

Bunge, Mario (1969). La investigación científica. Barcelona. Ariel.

Bunge, Mario (1969). La investigación científica. Barcelona. Ariel.

Bunge, Mario (1981). Materialismo y Ciencia. Ariel Quincenal 64. Ariel. Barcelona.

Bunge, Mario (1981). Materialismo y Ciencia. Ariel Quincenal 64. Ariel. Barcelona.

Hacking, lan (1996). Representar e intervenir. México. Paidos. UNAM

Bunge, Mario (1981). Materialismo y Ciencia. Ariel Quincenal 64. Ariel. Barcelona.

Bunge, Mario (1981). Materialismo y Ciencia. Ariel Quincenal 64. Ariel. Barcelona.

Bunge Mario (1989). Treatise on Basic Philosophy. Volume 8. Ethics: The Good and the Right. D. Reidel Pub. Co. Dordrecht.

Observación

Hipótesis filosóficas en la ciencia

El materialismo contemporáneo

El concepto contemporáneo de materia

¿Qué es el realismo científico?

Modos de devenir

Crítica de la dialéctica

Roots of valúes

TextoTales y la ciencia

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FILOSOFÌA v e la c ie n c ial e r SEMESTKE 2012 -2013

T r a b a j o * a/ re*khvycw p a r a / aor& cU ta*" eÀ/ ovoryo-

Trabajo de fin de curso

■ El concepto de materia.

■ Monismo y dualismo en la ciencia.

■ El realismo en la ciencia.

■ El status de las leyes en ciencia.

■ La praxis (el éxito práctico) como criterio de verdad.

■ ¿Puede ser la metafísica una ciencia?

■ Crítica de la dialéctica.

■ Ciencia y pseudociencia.

■ Hipótesis filosóficas en ciencia.

■ El problema de la demarcación.

■ El status ontològico de las teorías

■ Ciencia y valores

Características: 10 a 12 páginas. Sin faltas de ortografía. En la forma de un artículo o ensayo para ser incluido en una revista o capítulo de un libro. Consultar abundante bibliografía bien citada. No debe ser una reseña de lo que se leyó sino expresar opiniones personales.

Trabajo para octubre de 2012

Recensión (reseña) de cualquiera de los siguientes libros:

• Churchland, P Materia y Conciencia. Gedisa.

• Sokal, A y Bricmont, J Imposturas intelectuales. Paidos

• Crick, F La búsqueda científica del alma. Debate.

• Kolteniuk, M El carácter científico del psicoanálisis. FCE.

• Sagan, C El mundo y sus demonios. Planeta.

Características: 4 a 5 páginas. Sin faltas de ortografía. En la forma de una breve inserción en una revista especializada de filosofía. Que recomiende o no recomiende la lectura del texto escogido.

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1. Tales y la ciencia

¿De qué está compuesto el universo?Esa pregunta, tan importante, se la planteó hacia el año

600 a. C. el pensador griego Tales, y dio una solución falsa: «Todas las cosas son agua».

La idea, además de incorrecta, tampoco era original del todo. Pero aun así es uno de los enunciados más importantes en la historia de la ciencia, porque sin él -u otro equivalente- no habría ni siquiera lo que hoy entendemos por «ciencia».

La importancia de la solución que dio Tales se nos hará cla­ra si examinamos cómo llegó a ella. A nadie le sorprenderá sa­ber que este hombre que dijo que todas las cosas eran agua vi­vía en un puerto de mar. Mileto, que así se llamaba la ciudad, estaba situada en la costa oriental del mar Egeo, que hoy per­tenece a Turquía. Mileto ya no existe, pero en el año 600 a. C. era la ciudad más próspera del mundo de habla griega.

Al borde del litoral

No es impensable que Tales cavilase sobre la naturaleza del universo al borde del mar, con la mirada fija en el Egeo. Sa­bía que éste se abría hacia el Sur en otro mar más grande,

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10 GRANDES IDEAS DE LA CIENCIA

al que hoy llamamos Mediterráneo, y que se extendía cien­tos de millas hacia el Oeste. El Mediterráneo pasaba por un angosto estrecho (el de Gibraltar), vigilado por dos peño­nes rocosos que los griegos llamaban las Columnas de Hércules.

Más allá de las Columnas de Hércules había un océano (el Atlántico), y los griegos creían que esta masa de agua circun­daba los continentes de la Tierra por todas partes.

El continente, la tierra firme, tenía, según Tales, la forma de un disco de algunos miles de millas de diámetro, flotan­do en medio de un océano infinito. Pero tampoco ignoraba que el continente propiamente dicho estaba surcado por las aguas. Había ríos que lo cruzaban, lagos diseminados aquí y allá y manantiales que surgían de sus entrañas. El agua se se­caba y desaparecía en el aire, para convertirse luego otra vez en agua y caer en forma de lluvia. Había agua arriba, abajo y por todas partes.

¿ Tierra compuesta de agua?

Según él, los mismos cuerpos sólidos de la tierra firme esta­ban compuestos de agua, como creía haber comprobado de joven con sus propios ojos: viajando por Egipto había visto crecer el río Nilo; al retirarse las aguas, quedaba atrás un suelo fértil y rico. Y en el norte de Egipto, allí donde el Nilo moría en el mar, había una región de suelo blando formado por las aguas de las crecidas. (Esta zona tenía forma triangu­lar, como la letra «delta» del alfabeto griego, por lo cual reci­bía el nombre de «delta del Nilo».)

Al hilo de todos estos pensamientos Tales llegó a una con­clusión que le parecía lógica: «Todo es agua». Ni que decir tiene que estaba equivocado. El aire no es agua, y aunque el vapor de agua puede mezclarse con el aire, no por eso se transforma en él. Tampoco la tierra firme es agua; los ríos

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1. TALES Y LA CIENCIA 11

pueden arrastrar partículas de tierra desde las montañas a la planicie, pero esas partículas no son de agua.

Tales «versus» Babilonia

La idea de Tales, ya lo dijimos, no era del todo suya, pues tuvo su origen en Babilonia, otro de los países que había vi­sitado de joven. La antigua civilización de Babilonia había llegado a importantes conclusiones en materia de astrono­mía y matemáticas, y estos resultados tuvieron por fuerza que fascinar a un pensador tan serio como Tales. Los babilo­nios creían que la tierra firme era un disco situado en un ma­nantial de agua dulce, la cual afloraba aquí y allá a la superfi­cie formando ríos, lagos y fuentes; y que alrededor de la tierra había agua salada por todas partes.

Cualquiera diría que la idea era la misma que la de Tales, y que éste no hacía más que repetir las teorías babilónicas. ¡No del todo! Los babilonios, a diferencia de Tales, concebían el agua no como tal, sino como una colección de seres sobrena­turales. El agua dulce era el dios Apsu, el agua salada la diosa Tiamat, y entre ambos engendraron muchos otros dioses y diosas. (Los griegos tenían una idea parecida, pues pensaban que Okeanos, el dios del océano, era el padre de los dioses.)

Según la mitología babilónica, entre Tiamat y sus descen­dientes hubo una guerra en la que, tras gigantesca batalla, Marduk, uno de los nuevos dioses, mató a Tiamat y la escin­dió en dos. Con una de las mitades hizo el cielo, con la otra la tierra firme.

Esa era la respuesta que daban los babilonios a la pregunta «¿de qué está compuesto el universo?». Tales se acercó a la misma solución desde un ángulo diferente. Su imagen del universo era distinta porque prescindía de dioses, diosas y grandes batallas entre seres sobrenaturales. Se limitó a decir: «Todas las cosas son agua».

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12 GRANDES IDEAS DE LA CIENCIA

Tales tenía discípulos en Mileto y en ciudades vecinas de la costa egea. Doce de ellas componían una región que se lla­maba Jonia, por la cual Tales y sus discípulos recibieron el nombre de. «escuela jónica». Los jonios persistieron en su empeño de explicar el universo sin recurrir a seres divinos, iniciando así una tradición que ha perdurado hasta nuestros días.

La importancia de la tradición jónica

¿Por qué fue tan importante el interpretar el universo sin re­currir a divinidades? La ciencia ¿podría haber surgido sin esa tradición?

Imaginemos que el universo es producto de los dioses, que lo tienen a su merced y pueden hacer con él lo que se les antoje. Si tal diosa está enojada porque el templo erguido en su honor no es suficientemente grandioso, envía una plaga. Si un guerrero se halla en mal trance y reza al dios X y le pro­mete sacrificarle reses, éste puede enviar una nube que le oculte de sus enemigos. No hay manera de prever el curso del universo: todo depende del capricho de los dioses.

En la teoría de Tales y de sus discípulos no había divinida­des que se inmiscuyeran en los designios del universo. El universo obraba exclusivamente de acuerdo con su propia naturaleza. Las plagas y las nubes eran producto de causas naturales solamente y no aparecían mientras no se hallaran presentes estas últimas. La escuela de Tales llegó así a un su­puesto básico: El universo se conduce de acuerdo con ciertas «leyes de la naturaleza» que no pueden alterarse.

Este universo ¿es mejor que aquel otro que se mueve al son de las veleidades divinas? Si los dioses hacen y deshacen a su antojo, ¿quién es capaz de predecir lo que sucederá ma­ñana? Bastaría que el «dios del Sol» estuviese enojado para que, a lo peor, no amaneciera el día siguiente. Mientras los

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1. TALES Y LA CIENCIA 13

hombres tuvieron fijada la mente en lo sobrenatural no vie­ron razón alguna para tratar de descifrar los designios del universo, prefiriendo idear modos y maneras de agradar a los dioses o de aplacarlos cuando se desataba su ira. Lo im­portante era construir templos y altares, inventar rezos y ri­tuales de sacrificio, fabricar ídolos y hacer magia.

Y lo malo es que nada podía descalificar este sistema. Por­que supongamos que, pese a todo el ritual, sobrevenía la se­quía o se desataba la plaga. Lo único que significaba aquello es que los curanderos habían incurrido en error u omitido algún rito; lo que tenían que hacer era volver a intentarlo, sa­crificar más reses y rezar con más fruición.

En cambio, si la hipótesis de Tales y de sus discípulos era correcta -si el universo funcionaba de acuerdo con leyes na­turales que no variaban-, entonces sí que merecía la pena es­tudiar el universo, observar cómo se mueven las estrellas y cómo se desplazan las nubes, cómo cae la lluvia y cómo crecen las plantas, y además en la seguridad de que estas observacio­nes serían válidas siempre y de que no se verían alteradas ino­pinadamente por la voluntad de ningún dios. Y entonces sería posible establecer una serie de leyes elementales que descri­biesen la naturaleza general de las observaciones.

La primera hipótesis de Tales condujo así a una segunda: la razón humana es capaz de esclarecer la naturaleza de las le­yes que gobiernan el universo.

La idea de ciencia

Estos dos supuestos -el de que existen leyes de la naturaleza y el de que el hombre puede esclarecerlas mediante la razón- constituyen la «idea de ciencia». Pero ¡ojo!, son sólo eso, su­puestos, y no pueden demostrarse; lo cual no es óbice para que desde Tales siempre haya habido hombres que han creí­do obstinadamente en ellos.

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14 GRANDES IDEAS DE LA CIENCIA

La idea de ciencia estuvo a punto de desvanecerse en Eu­ropa tras la caída del Imperio Romano; pero no llegó a mo­rir. Luego, en el siglo xvi, adquirió enorme empuje. Y hoy día, en la segunda mitad del siglo xx, se halla en pleno apo­geo.

El universo, todo hay que decirlo, es mucho más complejo de lo que Tales se imaginaba. Pero, aun así, hay leyes de la na­turaleza que pueden expresarse con gran simplicidad y que son, según los conocimientos actuales, inmutables. La más importante de ellas quizá sea el «principio de conservación de la energía», que, expresado con pocas palabras, afirma lo siguiente: «La energía total del universo es constante».

Una cierta incertidumbre

La ciencia ha comprobado que el conocimiento tiene tam­bién sus límites. El físico alemán Werner Heisenberg elaboró en la década de los veinte un principio que se conoce por «principio de incertidumbre» y que afirma que es imposible determinar con exactitud la posición y la velocidad de un objeto en un instante dado. Se puede hallar una u otra con la precisión que se quiera, pero no ambas al mismo tiempo. ¿Hay que entender que el segundo supuesto de la ciencia es falso, que el hombre no puede adquirir conocimiento con el cual descifrar el enigma del universo?

En absoluto, porque el principio de incertidumbre es, de suyo, una ley natural. La exactitud con la que podemos me­dir el universo tiene sus límites, nadie lo niega; pero la razón puede discernir esos límites, y la cabal comprensión de la in­certidumbre permite conocer muchas cosas que, de otro modo, serían inexplicables. Así pues, la gran idea de Tales, la «idea de ciencia», es igual de válida hoy que hace unos dos mil quinientos años, cuando la propuso el griego de Mileto.

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JACgunos hechos recevantes en Ca historia cCe Ca ciencia

JA.ño J Cecho científico

Antigüedad2,700 A C Los egipcios instituyen el calendario de 365 días1,600 A C Astrónomos babilonios identifican las constelaciones del zodíaco1,300 AC Matemáticos chinos usan el sistema decimal (posicional)15.06.-763 Astrónomos babilonios registran un eclipse28.05.-585 Tales de Mileto predice un eclipse550 AC Pitágoras establece el teorema que lleva su nombre450 AC Leucipo de Mileto propone que toda la materia se compone de átomos440 AC Demócrito propone que la materia está hecha de átomos y el vacío que hay entre ellos387 AC Platón establece La Academia350 AC Heraclides de Ponto establece que la tierra gira sobre su eje. No se acepta.359 AC Aristóteles presenta evidencia de que la tierra es esférica330 AC Piteas de Mesalia nota la relación entre las mareas y la luna307 AC El rey egipcio Tolomeo funda la biblioteca de Alejandría300 AC Euclides escribe Los Elementos280 AC Aristarco de Samos propone que el sol es el centro del universo260 AC Arquímedes describe el principio de flotación240 AC Eratóstenes de Cirene calcula la circunferencia de la tierra en 47,000 Km. (real 40,000)230 AC Eratóstenes de Cirene desarrolla un método para encontrar números primos180 AC Hypsicles de Alejandría introduce la división del círculo en 360 grados en la matemática griega60 AC Lucrecio describe la naturaleza como material46 AC El griego Sosigenes calcula que el año es 365 y 14. Los romanos instituyen el calendario juliano (bisiesto)

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Edad Media

1 150 Tolomeo escribe El Almagesto. Tolomeo arguye a favor de la hipótesis geocéntrica2 500 Matemáticos de la India introducen el cero3 Siglo VII Matemáticos de la India introducen los numerales modernos. Decimales y posicionales4 Siglo XII Se fundan las universidades de Bolonia (1119), París (1150), Oxford (1167)5 Siglo XIII El alemán Alberto Magno (1208-1280) enfatiza la observación sobre el estudio de obras pasadas6 Siglo XIII Roger Bacon (1220-1292) enfatiza la observación sobre la razón7 1202 El matemático italiano Leonardo Fibonacci introduce los numerales indo / arábigos

Renacimiento1 Siglo XV Leonardo da Vinci (1452-1519) señala que los fósiles muestran que las montañas fueron parte de los mares2 1450 El alemán Nicolás de Cusa señala que la tierra está en movimiento y el universo es infinito3 Siglo XVI El alemán Paracelso (Theophrastus Phillippus Aureolus Bombastus von Hohenheim) implora a sus estudiantes

aprender de la naturaleza4 1542 El polaco Nicolás Copérnico describe el sistema heliocéntrico del universo5 1565 Giambattista Della Porta establece la primera sociedad científica (Accademia dei Segreti). La inquisición la

cierra en 1578.6 1576-1580 El danés Tycho Brahe construye el primer observatorio astronómico.7 1582 Galileo describe el movimiento del péndulo8 1590 Galileo lleva a cabo experimentos y describe la caída de los cuerpos (De Motu- Del Movimiento)9 1600 Galileo enuncia el principio de inercia10 1600 Giordano Bruno es quemado en la hoguera por negarse a renunciar a sus ideas heliocéntricas11 1609 Basado en las observaciones de Tycho Brahe, el alemán Johannes Kepler establece la 1a y 2a leyes del

movimiento planetario” 12 ' 1614 El escocés John Napier publica las tablas de logaritmos y simplifica los cálculos complejos

13 1620 El filósofo inglés Francis Bacon propone el uso de la evidencia experimental en la ciencia14 1622 El holandés Willebrord Snell establece la ley de refracción de la luz (Ley de Snell)15 1633 La inquisición obliga a Galileo a renunciar al punto de vista heliocéntrico

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Las bases de la ciencia moderna

1 1643 El físico italiano Evangelista Torricelli inventa el barómetro y describe la presión atmosférica2 1654 Blas Pascal y Pierre de Fermat establecen los conceptos básicos de la teoría de la probabilidad3 1659 El Rey Carlos II de Inglaterra establece la Royal Society4 1661 Robert Boyle establece los fundamentos de la Química moderna5 1662 Robert Boyle enuncia la ley de los gases (la relación entre presión y volumen)6 1664 Robert Hooke describe las células7 1665/1673 Isaac Newton comienza el desarrollo del cálculo. Gottfried Leibniz desarrolla lo mismo de manera

independiente.8 1669 El científico danés Niels Stein establece que los fósiles son vestigios de organismos vivos9 1673 El científico holandés Antoni van Leeuwenhoek describe la existencia de microorganismos10 1676 El científico danés Ole Romer establece la primera aproximación a la velocidad de la luz (75% de su valor)11 1683 El científico holandés Antoni van Leeuwenhoek describe las bacterias en la placa dental12 1687 Isaac Newton publica Philosophia naturalis principia mathematica (inercia, fuerza, aceleración y la

gravitación universal)13 1703 El matemático alemán Gottfried Leibniz demuestra que un sistema binario (base 2) puede usarse para

denotar números14 1705 El astrónomo inglés Edmundo Halley predice el retorno de un cometa en el año 175815 1714 El físico alemán Daniel Fahrenheit inventa el termómetro de mercurio y desarrolla una escala de

temperaturas16 1735 El biólogo sueco Carolus Linneaus establece el sistema taxonómico que clasifica los organismos no solo por

especies sino por género, clase, orden y reino17 1738 El matemático suizo Daniel Bernoulli propone la teoría cinética de los gases18 1742 El científico suizo Anders Celsius introduce una nueva escala de temperaturas19 1746 El matemático suizo Leonhard Euler propone la teoría ondulatoria de la luz

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La ciencia en la era de las revoluciones 1760 - 1850

1 1772 El francés Antoine-Laurent Lavoisier demuestra la conservación de la energía2 1777 El físico francés Charles-Augustin de Coulomb mide las fuerzas eléctricas3 1779 El holandés Jan Ingen-Housz descubre la fotosíntesis4 1783 El francés Antoine-Laurent Lavoisier describe el proceso de combustión (refuta la teoría del flogisto)5 1790 La academia francesa establece el sistema métrico decimal6 1796 El matemático francés Pierre-Simon de Laplace presenta su teoría que describe el origen del sistema solar

(En 1755 Kant propuso una hipótesis similar)7 1800 El astrónomo inglés Sir William Herschel descubre la radiación infrarroja8 1801 El físico inglés Thomas Young presenta evidencia que sugiere que la luz viaje en ondas9 21.10.1803 El científico inglés John Dalton propone la teoría atómica moderna (la materia está hecho de unidades

indestructibles llamadas átomos, basada en lo propuesto por Demócrito en 444 A C)10 1811 El italiano Amadeo Avogadro establece su hipótesis (dos muestras de gas que ocupan el mismo volumen y

están a la misma presión y temperatura tienen el mismo número de partículas; 6.02 X 10 a la 23)11 1818 El químico sueco Jóns Jakob Berzelius establece

el peso atómico de los elementos12 1827 El químico inglés William Prout divide los alimentos en 4 categorías (carbohidratos, grasas, proteínas y agua),

primer paso para entender como el cuerpo obtiene la energía de los alimentos13 1834 El inglés Thomas Hussey propone que hay un planeta más allá de Urano. En 1846 (23 de sep), el astrónomo

alemán Johann Galle descubre Neptuno14 1839 El fisiólogo alemán Theodor Schwann propone la teoría de la célula (cada ser viviente está hecho de células)15 1842 El científico austríaco Christian Doppler explica el efecto Doppler16 1847 El matemático inglés George Boole introduce la lógica simbólica17 1848 El inglés William Thompson (Lord Kelvin) describe el cero absoluto18 1850 El físico alemán Rudolf Clausius introduce el concepto de entropía

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1854185518571858

' 1859' 1859' 1861' 1865

1869' 1871~ 1877

18821882

' 18861887

188918901895189718981898

La ciencia se expande 1851 - 1899

El matemático alemán Georg Riemann describe la geometría para espacios n dimensionales________________El físico escocés James Maxwell explica matemáticamente las líneas de fuerza electromagnéticas__________Los científicos identifican los restos del “hombre de Neardenthal”______________________________________Los ingleses Charles Darwin y Alfred Wallace presentan la teoría de la selección natural___________________El inglés Charles Darwin publica “El origen de las especies mediante la selección natural”__________________El francés Louis Pasteur muestra que los microorganismos están en el aire_______________________________El médico húngaro Ignaz Phillipp Semmelweis describe las causas de la fiebre puerperal (fiebre de sobreparto)El monje y científico austríaco Gregor Mendel describe las leyes de la herencia___________________________El químico ruso Dmitry Mendeleyev construye la tabla periódica de los elementos. Sigue vigente hasta hoyEl naturalista inglés Charles Darwin describe la evolución del hombre____________________________________El físico inglés John William Strutt describe las ondas sonoras__________________________________________El microbiólogo alemán Robert Koch identifica la bacteria que causa la tuberculosis_______________________El físico austríaco Ludwig Boltzmann describe matemáticamente la radiación del cuerpo negro (antecedentenecesario para el desarrollo de la mecánica cuántica)_________________________________________________El médico alemán Theodor Escherich descubre la bacteria Escheñchia Colu______________________________Los científicos americanos Albert Abraham Michelson y Edward Williams Morley intentan medir el movimientode la tierra a través del espacio al no poder lograrlo se refutó la teoría del ether_________________________El biólogo español Santiago Ramón y Cajal describe la estructura del sistema nervioso_____________________El zoólogo alemán Hermann Henking observa el cromosoma X__________________________________________El físico nacido en Prusia Wilhelm Conrad Róntgen descubre los Rayos X_________________________________El físico inglés Sir Joseph John Thomson descubre el electrón___________________________________________El físico francés Antoine-Henri Becquerel descubre la radioactividad_____________________________________Los esposos Pierre y Marie Curie muestran que la radioactividad es una propiedad de los átomos____________

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1900' 1900' 1900' 1900' 1902‘ 1905

' 1905' 1905

1907' 1908~ 1909

1910

191 ?

1912

' 1 9 2 4' 1924' 1924

19261926 '

' 1928"1935

' 1947' 1949' 1953

________________________________ La ciencia en la primera mitad del siglo XX________________________________El matemático inglés Karl Pearson inicia la aplicación de la estadística a la biología_____________________________________Los biólogos redescubren la genética de Mendel_____________________________________________________________________El biólogo americano Karl Landsteiner identifica los grupos sanguíneos_________________________________________________El físico alemán Max Planck establece que la energía irradie en proporciones discretas___________________________________Los ingleses Ernest Rutherford y Frederick Soddy explican la desintegración radioactiva__________________________________El francés Alfred Binet desarrolla un método para medir la inteligencia_________________________________________________El físico germano-americano Albert Einstein demuestra la naturaleza corpuscular de la luz_______________________________El físico germano-americano Albert Einstein introduce la teoría especial de la relatividad________________________________El fisiólogo ruso Iván Petrovich Pavlov demuestra el reflejo condicionado_______________________________________________El geólogo americano Frank Taylor propone que los continentes se mueven sobre la superficie de la tierra_________________El físico americano Robert Millikan logra medir la carga del electrón___________________________________________________El inglés Ernest Rutherford propone un modelo para el átomo. En 1912 el físico danés Niels Bohr refina el modelo del átomocon el concepto de niveles de energía para los electrones____________________________________________________________El químico británico Sir Frederick Hopkins descubre las vitaminas______________________________________________________El geólogo alemán Alfred Lothar Wegener propone que los continentes fueron en algún momento una sola masa continental(Pangea). La teoría no fue aceptada en ese momento________________________________________________________________El científico ruso Alexander Friedman establece que el universo está en expansión______________________________________El científico inglés Sir Arthur Stanley Eddington desarrolla un método para calcular la masa de las estrellas________________El astrónomo americano Edwin Hubble establece que hay galaxias más allá de la Vía Láctea______________________________El astrónomo sueco Bertil Lindblad muestra que la Vía Láctea rota alrededor de su centro________________________________El físico alemán Max Born explica la dualidad onda/partícula__________________________________________________________El físico británico Sir John Cockcroft y el físico irlandés Ernest Walton desarrollan el acelerador de partículas______________El zoólogo austríaco Konrad Lorenz describe cómo los pájaros recién nacidos reconocen a su madre_______________________El químico americano Willard Libby utiliza el Carbono 14 para fechar artefactos antiguos_________________________________El biólogo alemán Karl von Frisch describe cómo se comunican las abejas_______________________________________________Los biólogos americanos Alfred Hershey y Martha Chase confirman que el DNA es el material genético. En mayo 2, la biofísica inglesa Rosalind Franklin obtiene rayos X del DNA. En 1953, el científico americano James Watson y el científico británico Francis Crick muestran que el DNA es una doble hélice_______________________________________________________________

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2. LA INVESTIGACION CIENTIFICA: INVENCION Y CONTRASTACION

1. Un caso histórico a título de ejemplo

Como simple ilustración de algunos aspectos importantes de la investigación científica, parémonos a considerar los trabajos de SemmeKveis en relación con la fiebre puerperal. Ignaz Semmelweis, un físico de origen húngaro, realizó esos trabajos entre 1844 y 1848 en el Hospital General de Vicna. Como miembro del equipo médico de la Primera División de Maternidad del hospital, Semmelweis se sentía angustiado al ver que una gran proporción de las mujeres que habían dado a luz en esa división contraían una seria y con frecuencia fatal enfermedad conocida como fiebre puerperal o fiebre de sobre­parto. En 1844, hasta 260, de un total de 3.157 madres de la Di­visión Primera — un 8,2 % — murieron de esa enfermedad; en 1845, el índice de muertes era del 6,8 %, y en 1846, del 11,4. Estas cifras eran sumamente alarmantes, porque en la adyacente Segunda Divi­sión de Maternidad del mismo hospital, en la que se hallaban ins­taladas casi tantas mujeres como en la Primera, el porcentaje de muertes por fiebre puerperal era mucho mas bajo: 2,3, 2,0 y 2,7 en

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2. La investigación científica 17

los mismos años. En un libro que escribió más tarde sobre las cau­sas y la prevención de la fiebre puerperal, Semmelweis relata sus esfuerzos por resolver este terrible rompecabezas l.

Semmelweis empezó por examinar varias explicaciones del fenó­meno corrientes en la época; rechazó algunas que se mostraban in­compatibles con hechos bien establecidos; a otras las sometió a contrastación.

Una opinión ampliamente aceptada atribuía las olas de fiebre puerperal a «influencias epidémicas», que se describían vagamente como «cambios atmosférico-cósmico-telúricos», que se extendían por distritos enteros y producían la fiebre puerperal en mujeres que se hallaban de sobreparto. Pero, ¿cómo —argüía Semmelweis— podían esas influencias haber infestado durante años la División Primera y haber respetado la Segunda? Y ¿cómo podía hacerse compatible esta concepción con el hecho de que mientras la fiebre asolaba el hospital, apenas se producía caso alguno en la ciudad de Viena o sus alrededores? Una epidemia de verdad, como el cólera, no sería tan selectiva. Finalmente, Semmelweis señala que algunas de las mujeres internadas en la División Primera que vivían lejos del hos­pital se habían visto sorprendidas por los dolores de parto cuando iban de camino, y habían dado a luz en la calle; sin embargo, a pesar de estas condiciones adversas, el porcentaje de muertes por fiebre puerperal entre estos casos de «parto callejero» era más bajo que el de la División Primera.

Según otra opinión, una causa de mortandad en la División Pri­mera era el hacinamiento. Pero Semmelweis señala que de hecho el hacinamiento era mayor en la División Segunda, en parte como consecuencia de los esfuerzos desesperados de las pacientes para evi­tar que las ingresaran en la tristemente célebre División Primera.

1 El relato de la labor desarrollada por Semmelweis y de las dificultades con que tropezó constituye una página fascinante de la historia de la medicina. Un estudio detallado, que incluye traducciones y paráfrasis de grandes partes de los escritos de Semmelweis, se puede encontrar en el libro de W. J . Sinclair Semmelweis: His Life and Mis Doctrine (Manchester, Manchester University Press, 1909). Las breves frases citadas en este capítulo están tomadas de esta obra. Los hitos fundamentales en la carrera de Semmelweis están recogidos en el primer capítulo del libro de P. de Km if Men Against Death (Nueva York, Harcourt, Brace & World, Inc., 1932).

F ilo so f ía d e la O fe n d a N a tu r a l . 2

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18 Filosofía ele la Ciencia Natural

Semmelweis descartó asimismo dos conjeturas similares haciendo notar que no había diferencias entre las dos divisiones en lo que se refería a la dieta y al cuidado general de las pacientes.

En 1846, una comisión designada para investigar el~asunto atri­buyó la frecuencia de la enfermedad en la División Primera a las lesiones producidas por los reconocimientos poco cuidadosos a que sometían a las pacientes los estudiantes de medicina, todos los cuales realizaban sus prácticas de obstetricia en esta División. Semmelweis señala, para refutar esta opinión, que (a) las lesiones producidas naturalmente en el proceso del parto son mucho mayores que las que pudiera producir un examen poco cuidadoso; (b) las comadro­nas que recibían enseñanzas en la División Segunda reconocían a sus pacientes de modo muy análogo, sin por ello producir los mis­mos efectos; (c) cuando, respondiendo al informe de la comisión, se redujo a la mitad el número de estudiantes y se restringió al mínimo el reconocimiento de las mujeres por parte de ellos, la mortalidad, después de un breve descenso, alcanzó sus cotas más altas.

Se acudió a varias explicaciones psicológicas. Una de ellas hacía notar que la División Primera estaba organizada de tal modo que un sacerdote que portaba los últimos auxilios a una, moribunda tenía que pasar por cinco salas antAs de llegar a la enfermería: se soste­nía que la aparición del sacerdote, precedido oor un acólito que hacía sonar una campanilla, producía un efecto terrorífico y debili­tante en las pacientes de las salas y las hacía así más propicias a contraer la fiebre puerperal. En la División Segunda no se daba este factor adverso, porque el sacerdote tenía acceso directo a la enfer­mería. Semmelweis decidió someter a prueba esta suposición. Con­venció al sacerdote de que debía dar un rodeo y suprimir el toque de campanilla para conseguir que llegara a la habitación de la enferma en silencio y sin ser observado. Pero la mortalidad no decreció en la División Primera.

A Semmelweis se le ocurrió una nueva idea: las mujeres, en la División Primera, yacían de espaldas; en la Segunda, de lado. Aun­que esta circunstancia le parecía irrelevante, decidió, aferrándose a un clavo ardiendo, probar a ver si la diferencia de posición resultaba significativa. Hizo, pues, que las mujeres internadas en la División Primera se acostaran de lado, pero, una vez más, la mortalidad continuó.

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2. La investigación científica 1.9

Finalmente, en 1847, la casualidad dio a Semmelweis la clave para la solución del problema. Un colega suyo, Kolletschka, recibió una herida penetrante en un dedo, producida por el escalpelo de un estudiante con el que estaba realizando una autopsia, y murió des­pués de una agonía durante la cual mostró los mismos síntomas que Semmelweis había observado en las víctimas de la fiebre puerperal. Aunque por esa época no se había descubierto todavía el papel de los microorganismos en ese tipo de infecciones, Semmelweis com­prendió que la «materia cadavérica» que el escalpelo del estudiante había introducido n la corriente sanguínea de Kolletschka había sido la causa de la fatal enfermedad de su colega, y las semejanzas entre el curso de la dolencia de Kolletschka y el de las mujeres de su clínica llevó a Semmelweis a la conclusión de que sus pacientes habían muerto por un envenenamiento de la sangre del mismo tipo: el, sus colegas y los estudiantes de medicina habían sido los porta­dores de la materia infecciosa, porque él y su equipo solían llegar a las salas inmediatamente después de realizar disecciones en la sala de autopsias, y reconocían a las parturientas después de haberse lavado las manos sólo de un modo superficial, de modo que éstas conservaban a menudo un característico olor a suciedad.

Una vez más, Semmelweis puso a prueba esta posibilidad. Argu­mentaba él que si la suposición fuera correcta, entonces se podría prevenir la fiebre puerperal, destruyendo químicamente el material infeccioso adherido a las manos. Dictó, por tanto, una orden por la que se exigía a tocios los estudiantes de medicina que se lavaran las manos con una solución de cal clorurada antes de reconocer a ninguna enferma. La mortalidad puerperal comenzó a decrecer, y en el año 1848 descendió hasta el 1,27 % en la División Primera, frente al 1,33 de la Segunda.

En apoyo de su idea, o, como también diremos, de su hipótesis, Semmelweis hace notar además que con ella se explica el hecho de que la mortalidad en la División Segunda fuera mucho más baja: en ésta las pacientes estaban atendidas por comadronas, en cuya preparación no estaban incluidas las prácticas de anatomía mediante la disección de cadáveres.

La hipótesis explicaba también el hecho de que la mortalidad fuera menor entre los casos de «parto callejero»: a las mujeres que llegaban con el niño en brazos casi nunca se las sometía a recono-

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20 Filosofía de la. Ciencia Natural

cimiento después de su ingreso, y de este modo tenían mayores po­sibilidades de escapar a la infección.

Asimismo, Ja hipótesis daba cuenta del hecho de que todos los recién nacidos que habían contraído la fiebre puerperal fueran hijos de madres que habían contraído la enfermedad durante el parto; porque en ese caso la infección se. le podía transmitir al niño antes

de su nacimiento, a través de la corriente sanguínea común de madre e hijo, lo cual, en cambio, resultaba imposible cuando la madre esta­ba sana.

Posteriores experiencias clínicas llevaron pronto a Semmelweis a ampliar su hipótesis. En una ocasión, por ejemplo, él y sus colabo- radores, después de haberse desinfectado cuidadosamente las manos, examinaron primero a una parturienta aquejada de cáncer cervical ulcerado; procedieron luego a examinar a otras doce mujeres de la misma sala, después de un lavado rutinario, sin desinfectarse de nuevo. Once de las doce pacientes murieron de fiebre puerperal. Semmelweis llegó a la conclusión de que la fiebre puerperal podía ser producida no sólo por materia cadavérica, sino también por «materia pútrida procedente de organismos vivos».

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Capítulo 12

OBSERVACIÓN

12.1. Hecho12.2. Observabilidad12.3. Objetificación12.4. Datos y evidencia12.5. Funciones

L a observación es el procedimiento empírico básico. Tanto la medición cuanto el experimento suponen observación, mientras que ésta se realiza sin precisión cuantitativa (o sea, sin medición) y sin cambiar deliberada­mente los valores de ciertas variables (o sea, sin experimentación). El obje­to de la observación es, naturalmente, un hecho actual; el producto de un acto de observación es un dato, o sea, una proposición singular o existen- cial *que exprese algunos rasgos del resultado de la acción de observar. Se ofrece, pues, un orden natural para nuestro estudio: el orden hecho- observación-dato. Ntiestra discusión se terminará con un examen de la función de la observación en la ciencia.

12.1 Hecho

L a ciencia factual se dedica por definición a averiguar y entender hechos. Pero ¿qué es un hecho? O, mejor formulado, ¿qué significa la palabra ‘hecho’? Adoptaremos la convicción lingüística que consiste en llamar hecho a cualquier cosa que sea, o de que se trate, como, por ejemplo, todo aquello de lo que se sepa o se supobga —con algún funda­mento— que pertenece a la realidad. De acuerdo con ese criterio son hechos, por ejemplo, este libro y el acto de leerlo; en cambio no son hechos las ideas expresadas en él: las ideas se convierten en hechos gracias exclu­sivamente al hecho de ser pensadas e impresas.

Solemos distinguir entre los hechos las siguientes clases: acaecimiento o acontecimiento, proceso, fenómeno y sistema. El acaecimiento, suceso,

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7 1 8 OBSERVACIÓN HECHO 719

acontecimiento, etc., es cualquier cosa que tiene lugar en el espacio-tiempo y que, por alguna razón, se considera en algún respecto como una unidad; además cubre un lapso breve. (Un acaecimiento puntual, sin extensión en el espacio-tiempo, es una construcción teorética sin contrapartida real). Son ejemplos de acaecimientos un relámpago de luz y la ocurrencia —“relampagueo”— de una idea. Desde un punto de vista epistemológico los acaecimientos pueden considerarse como los elementos a base de los cuales damos razón de procesos, o como los complejos que podemos analizar como confluencias de procesos. En la ciencia los acaecimientos desempeñan dos papeles: tomados como unidades en un nivel superior, se convierten en los objetos del análisis propio de un nivel inferior o más profundo.

^¿Existen acaecimientos inanalizables, esto es, hechos últimos a base de los cuales haya que explicar todos los demás y que no puedan conce­birse ellos mismos como objeto de ulteriores análisis más profundos? Según una determinada escuela, acaecimientos como el salto cuántico que se produce cuando un átomo emite un quantum de luz son ulteriormente ana­lizables. No podemos discutir aquí esta cuestión en detalle, pero, como filósofos cautos, deberíamos conjeturar que de nuestra incapacidad para analizar un acaecimiento empírica o teoréticamente no puede inferirse con seguridad que el acaecimiento mismo sea atómico en sentido etimológico, o sea, irreducible. La imposibilidad de analizarlo puede deberse a nuestros instrumentos de análisis, ya los instrumentos empíricos, ya los conceptua­les, cosa que ha ocurrido muchísimas veces en la historia de la . ciencia. Es posible que haya acaecimientos elementales, o sea, realmente inanali­zables; pero, si los hay, no podremos saberlo jamás: por eso debemos intentar siempre analizarlos, y considerar que es siempre demasiado pronto para admitir como definitiva nuestra derrota en ese intento.*

Un proceso es una secuencia temporalmente ordenada de acaecimientos, tal que cada miembro de la secuencia toma parte en la determinación del miembro siguiente. Según esto, la secuencia de llamadas telefónicas que recibimos durante la semana no es un proceso propiamente dicho, al menos generalmente, pero sí que lo es la secuencia de acaecimientos que empieza por una, llamada telefónica al médico v termina con el pago de sus hono- rarios. Si se analizan con la suficiente profundidad, la mayoría de los acontecimientos resultan procesos. Así, por ejemplo, un rayo de luz con­siste en la emisión (por una gran colección de átomos, en tiempos ligera­mente diferentes y al azar) de grupos de ondas que se propagan a una velocidad finita. No es tarea fácil la de precisar los procesos presentes en la maraña de los acaecimientos. Rara vez da la experiencia un proceso: en la ciencia al menos, la mayor parte de los procesos se formulan hipotéti­camente. Así, por ejemplo, no se ve empíricamente la evolución de las estrellas, sino que hay que imaginar modelos de tal evolución y contrastar­los luego por el procedimiento de registrar e interpretar acaecimientos como las huellas dejadas por la luz de las estrellas en placas fotográficas.

Un fenómeno es un acaecimiento o un proceso tal como aparece a algún sujeto humano: es un hecho perceptible, una ocurrencia sensible o una cadena de ellas. La rabia o la cólera no es un fenómeno más que para el sujeto que sufre un acceso de cólera; pero, en cambio, algunos de los acaecimientos somáticos que acompañan a un acceso de cólera —algunos actos de comportamiento— son fenómenos. Los hechos pueden darse en el mundo externo, pero los fenómenos son siempre, por así decirlo, en la inter­sección del mundo externo con un sujeto conocedor (Fig. 12.1). No puede

F ig. 12 .1 . Los fenómenos como hechos que ocurren en los intercambios entre el

sujeto conocedor y su entorno.

haber fenómenos o apariencias sin un sujeto sensible que se sitúe en una adecuada posición de observación. Un mismo acaecimiento (hecho obje­tivo) puede aparecer de modos diferentes a observadores diferentes, aun­que éstos se encuentren equipados con los mismos artificios de observación (cfr. Secc. 6.5). Ésta es una de las razones por las cuales las leyes fundamen­tales de la ciencia no se refieren a fenómenos, sino a redes de hechos objetivos. El uso de ‘fenómeno’ no es, empero, coherente: en la literatura científica ‘fenómeno’ se toma a menudo como sinónimo de ‘hecho’, igual que en el lenguaje ordinario ‘hecho’ se confunde frecuentemente con Verdad’.

(Hay, desde luego, una vieja cuestión filosófica al respecto: la de si tenemos acceso a algo que no sea fenoménico, o sea, que no se presente por sí mismo á nuestra sensibilidad. Si no se admite más planteamiento que el estrictamente empírico, entonces es obvio que sólo los fenómenos se considerarán cognoscibles: tal es la tesis del fenomenismo-o fenomenalis­mo. Pero si se admite que también el pensamiento desempeña un papel en el conocimiento, además de la vista, el olfato, el tacto, etc., entonces puede probarse con una epistemología más ambiciosa, una epistemología que suponga que la realidad —incluyendo la experiencial— es cognoscible, aunque sólo sea parcial y gradualmente: ésta es la tesis de las varias clases de realismo. Según el fenomenismo, el objetivo de la ciencia es coleccionar, describir y sistematizar de modo económico los fenómenos, sin inventar

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720 OBSERVACIÓN HECHO 721

objetos diafenoménicos o trasobservacionales. El realismo, por el contrario, sostiene que la experiencia no es una instancia última, sino que tiene que explicarse a base de un mundo mucho más amplio, aunque sólo cognoscible indirectamente: el conjunto de todos los existentes. Para el realismo la experiencia es una clase de hechos: cada experiencia singular es uii acaeci­miento que ocurre en el sujeto conocedor, el cual se considera a su vez como un sistema concreto que tiene expectativas y un acervo de conoci­miento con dos consecuencias: la deformación y el enriquecimiento de la experiencia. Según eso el realismo estimulará la invención de teorías que rebasen la sistematización de los datos experienciales y requieran consi­guientemente ingeniosos procedimientos de contrastación. Hemos visto en varios lugares, especialmente en las Secciones 5.9, 8.4 y 8.5, que la ciencia presupone una epistemología realista y va cumpliendo gradual­mente el . programa de ésta.)

Por último, llamaremos entidades o cosas físicas a los sistemas con­c re to scon el fin de distinguirlos de sistemas conceptuales como las teorías. Una onda de luz es una' cosa concreta, y también lo es una comunidad humana, pero una teoría de una u otra cosa es un sistema con­ceptual. La palabra ‘sistema7 es filosóficamente más neutral que ‘cosa’, la cual denota en la mayoría de los casos un sistema dotado de masa y acaso táctilmente perceptible; consideramos natural el decir que un campo de fuerzas es un sistema, pero nos resistiríamos a llamarlo también cosa. Por otra parte, al llamar a todos los existentes ‘sistemas concretos, estamos afir­mando tácitamente —de acuerdo con una sospecha que cada vez se refuerza más en todos los terrenos de la ciencia— que no hay entidades simples, sin estructura. Ésa es una Hipótesis programática que ha resultado fecunda en el pasado, porque ha estimulado la búsqueda de complejidades ocultas tras las apariencias simples. Tengamos, pues, en claro que ál adop­tar la convención de que los protagonistas de los acaecimientos deben llamarse sistemas concretos, estamos haciendo una hipótesis ontológica que trasciende el alcance de las ciencias especiales.

Los acaecimientos y los procesos son lo que ocurre a, en y entre siste­mas concretos. (Dejamos aquí sin considerar la doctrina metafísica según la cual las cosas no son más que conjuntos de acaecimientos, pues esa doctrina no tiene raíz científica.) Los acaecimientos, los procesos, los fenómenos y los sistemas concretos son, pues, los hechos; o, por mejor decir, los incluiremos dentro de la extensión del concepto de hecho. Los hechos son, a su vez, una clase de objetos. Un objeto es, en efecto, todo lo que es o puede ser tema del pensamiento o de la acción. Las cosas y sus propieda­des son objetos; también los conceptos y sus combinaciones (por ejemplo, proposiciones) son objetos, pero de otra clase: a menudo se les llama obje­tos ideales. Los hechos, el tema de la ciencia factual, son objetos de otra clase: se les puede llamar, objetos concretos. El siguiente esquema resume brevemente esta cuestión:

Conceptos (p. e., "observación”)Fórmulas (p. e., enunciados)Teorías (sistemas de fórmulas)Sistemas concretos (p. e., cosas)Acaecimientos (cambios en sistemas concretos) Procesos (secundarios de acaecimientos encadenados) Fenómenos (acaecimientos o procesos perceptibles).

;¿Qué decir de las propiedades físicas, como el peso, y de las relaciones,

como la subordinación jerárquica? ¿Debemos contarlos como objetos mate­riales o como objetos ideales? Si optamos por lo primero, nos vemos obli­gados a concluir que las propiedades y las relaciones pueden existir por sí mismas, aparte de cualquier sistema concreto y de sus cambios (acaeci­mientos y procesos); y también que pueden existir sistemas concretos des­provistos de toda propiedad. Pero ambas conclusiones discrepan de la ciencia, la cual se ocupa .de hallar las propiedades de sistemas concretos y las relaciones entre ellos, y, a un nivel de abstracción más alto, se dedica a investigar también las relaciones entre propiedades y relaciones. Y si incluimos las propiedades y las relaciones entre los objetos ideales, entonces nos vemos constreñidos a la hipótesis de que los objetos concretos tienen componentes ideales, las “formas” del arcaico hilemorfismo. Por ser ideales, esas propiedades y relaciones no serían, además, susceptibles de examen empírico, lo que haría a la ciencia factual no-empírica.

Entonces, si no puédén clasificarse ni como objetos materiales, ni como objetos ideales, ¿qué son las propiedades y relaciones físicas? La solución más sencilla a esa cuestión consiste en declarar que no existen: pero enton­ces volveríamos a tener cosas sin propiedades y acaecimientos sin relaciones entre ellos, lo que Quiere decir que'nos encontraríamos en un callejón sin salida a la hora de explicar nuestros éxitos en el descubrimento de leyes. No parece, pues, que este planteamiento tenga salida, porque no hay ni propiedades ni relaciones aparte de los sistemas y de sus cambios. Esa reflexión indica la vía razonable del pensamiento por lo que hace a este problema. Empezar por recordar que lo que por .de pronto existe son ciertos sistemas con propiedades y relaciones. Entidades sin propiedades serían incognoscibles, y, por tanto, la hipótesis de su existencia sería insusceptible de contrastación; y relaciones y propiedades sin arraigo en sistemas nos son desconocidas; aún más, toda teoría factual refiere a siste­mas concretos y a su propiedades y relaciones (cfr. Secc. 7.2). En resolu­ción: las propiedades y relaciones de sistemas concretos tienen tan escasa existencia autónoma como las ideas. Pero estas últimas, como son obra nuestra, pueden pensarse independientemente de los correspondientes pro-

j* cesos cerebrales, y por esta razón podemos considerarlas como-una especialclase de objetos: en última instancia, las ideas existen porque alguien

O b je t o s

1 Ideas i i (Objetos i

ideales) |

Hechos | ! (Objetos <

concretos) I

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722 OBSERVACIÓN HECHO 723

las piensa, con lo que no hay razón para pensarlas fuera de todo sistema material, aunque una idea sea un proceso cerebral.

¿Y qué decir acerca de los hechos posibles, pero no actuales? ¿Dónde colocarlos? La pregunta misma es en este caso capciosa: desde el momento en que los llamamos “hechos posibles” estamos admitiéndolos como una subclase de hechos, o sea, estamos suponiendo tácitamente que el conjunto de los hechos es la unión de los hechos actuales y los hechos ‘posibles. Hasta aquí, pues, la cuestión es puramente verbal. Pero se convierte en problema epistemológico en cuanto preguntamos si la ciencia se limita a las actualidades o trata también de los posibles. Bastan un vistazo a cual­quier ciencia para convencerse de que lo último es el caso. Así, por ejemplo, el genetista estudia la clase de todas las informaciones que pueden transmitirse (sin distorsiones o con ellas) por los organismos a su descen­dencia, y estima la probabilidad de que una información codificada de ese tipo se transmita efectivamente, o sea, la probabilidad de que se actualice cualquier posibilidad dada. Análogamente, cuándo el científico aplicado estima decisiones posibles utiliza conocimiento sobre hechos actuales y supuestos acerca de hechos posibles, por ejemplo, acerca de posibles accio­nes de su oponente (la naturaleza, el competidor, el enemigo). El que un acaecimiento sea posible o no lo sea depende de las leyes de la naturaleza: puede decirse de éstas, metafóricamente, que ponen constricciones a la posibilidad. Pero el que se actualice o no una posibilidad admitida por las leyes de la naturaleza depende del concreto estado del sistema de que se trate (o sea, de sus condiciones iniciales y/o límite, por ejemplo). Así, es posible que una pareja sana dé nacimiento a un niño de dos cabezas: las leyes de la genética no prohíben ese acaecimiento, aunque le atribuyen una probabilidad muy baja. Pero el que una pareja sana dada engendre realmente un tal monstruo depende de las circunstancias concretas que se dieron durante la impregnación. 5

Hasta el momento nos hemos ocupado de las varias clases de hechos; vamos a echar ahora un vistazo a los hechos en relación con el sujeto conocedor. Podemos producir hechos deliberada o involuntariamente, y podemos también formularlos hipotéticamente. Las incidencias cotidianas nos son en parte dadas, y en parte las hacemos nosotros; el científico experimental averigua más hechos, el teórico formula hipótesis sobre ellos y los explica, y el técnico elabora recetas para la producción económica y para la evitación de los hechos que tienen valor práctico (positivo o nega­tivo, respectivamente). La ciencia se interesa por todos ellos, pero sobre todo por los hechos no-ordinarios, o sea, por los hechos que no se en­cuentran al alcance del lego, sino .que requieren instrumentos especiales, empíricos o conceptuales. Así, por ejemplo, la caída del granizo en nuestro tejado no interesará especialmente al meteorólogo, el cual puede, en cam­bio, interesarse por la formación de nubes de granizo en general, proceso cuyos detalles no son directamente observables, sino que tienen que for­

mularse hipotéticamente (o inferirse, como también suele decirse). El ha­llazgo y la elaboración de hechos no-ordinarios es de particular interés para el científico porque no es una cuestión puramente empírica, sino que supone hipótesis, teorías e instrumentos proyectados con la ayuda de tales ideas.

Lo dado al científico es muy pocas veces, el hecho mismo: general­mente, el científico presenta él mismo alguna evidencia en favor o en contra de la conjetura de que há ocurrido o puede ocurrir un determinado conjunto de hechos. Así, el meteorólogo no observa la formación de cris­tales de hielo allá arriba, del mismo modo qué tampoco el historiador observa el proceso social del que habla. Lo observable suele ser una pequeña fracción de los hechos que constituyen el objeto de una investi­gación; los hechos o fenómenos observables no son más que documentos que sugieren o confirman la existencia tras ellos de hechos más interesantes. Los hechos son como los icebergs: su mayor parte está oculta bajo la superficie de la experiencia inmediata, la cual es a menudo muy diversa de los hechos a los que apunta. (Hace mucho tiempo que se notó que lo perceptible no es sino una parte de lo existente, y que muchos fenómenos se originan en acaecimientos imperceptibles. En los primeros días del pensamiento hipotético se identificó lo indivisible frecuentemente con lo sobrenatural e inescrutable. Fue un mérito de los físicos-filósofos jonios el indicar que lo invisible es natural, y que es escrutable a través de sus efectos. Lo que los atomistas griegos no consiguieron fue controlar lo invisible actuando sobre ello y contrastando así efectivamente las hipótesis sobre lo no-perceptible: éste es un logro del hombre moderno.) La por­ción sumergida de los hechos tiene que ponerse hipotéticamente y, para poder contrastar tales hipótesis, hay que añadirles relaciones determinadas entre lo observado y lo inobservado, relaciones por las cuales lo observado pueda considerarsé como evidencia en favor o en contra de lo hipotético y no visto, de modo que lo no-visto pueda explicar lo que vemos. Esas relaciones están representadas por las hipótesis y las teorías. No podemos evitarlas si queremos acercarnos más a los hechos; nuestra única preocu­pación al respecto tiene que ser el evitar hipótesis infundadas e incon­trastables (cfr. cap. 5). En la ciencia factual la teoría y la experiencia se interpenetran, no están separadas, y sólo la teoría puede llevarnos más allá de las apariencias, hacia el núcleo de la realidad.

Consideremos, por último, algunos equívocos y algunas paradojas cen­tradas en tomo del término ‘hecho\ En primer lugar, obsérvese la ambi­güedad de la expresión ‘es un hecho>. Si decimos ‘Es un hecho que la Tierra gira alrededor del Sol’ podemos estar pensando (i) en la hipótesis “La Tierra gira alrededor del Sol” o (it) en el hecho al que refiere esa hipótesis. La ambigüedad no es peligrosa mientras la expresión ‘es un hecho’ no se utilice como expediente retórico para ocultar una hipótesis disfrazándola de dato. Pero, en general deberíamos abstenemos de usar

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el giro ‘es un hecho’, y preferir las locuciones más claramente honestas i‘afirmamos’, o ‘suponemos’, según el caso.

En segundo lugar, algunos filósofos han llamado con consciente inten­ción hechos a todas las proposiciones factuales singulares. Con esta manio­bra verbal el problema de la verdad factual, o sea, el problema de la estimación de las proposiciones factuales por medio de criterios de la ver­dad, se elude sin resolverlo. Además surgen unos cuantos rompecabezas paradójicos. Por ejemplo, hay que admitir entonces hechos negativos, hechos alternativos y hechos generales: si algo no ocurre se llama a ese “algo” un hecho negativo; si quedan abiertas dos posibilidades, la actitud descrita mueve a hablar de un hecho alternativo; y si se presenta un conjunto de hechos de la misma clase esos filósofos los llamarán colectiva­mente hecho general. Pero todo eso es confusionario y equívoco: lleva a confundir los hechos con las ideas acerca de los hechos. Y esta distinción arraiga en sanas reglas, del uso lingüístico según las cuales (i) el nombre hecho se da a existentes y cambios “positivos” (aunque no necesariamente actuales) exclusivamente, (ii) la negación se atribuye a fórmulas, no a la realidad, y análogamente (iit) la generalidad se predica de ciertas fórmulas.(Ese hablar de hechos negativos, alternativos o generales puede a veces ser algo más que grosería verbal: puede ser consecuencia de una doctrina filosófica. Así, por ejemplo, algunos sistemas de metafísica hindúes parecen postular la existencia de hechos negativos; la epistemología ingenua del reflejo y la doctrina del isomorfismo entre el lenguaje y la realidad exigen también hechos negativos. Efectivamente: si toda proposición refleja algún aspecto del mundo, entonces una proposición negativa tiene que reflejar un hecho negativo, una proposición general tiene que reflejar un hecho general, una contradicción tiene que reflejar fuerzas en conflicto, etc. Los materialistas, los hegelianos, el primer Wittgenstein y, en algún momento,Russell han sostenido análogas tesis. Nosotros nos abstendremos de reifícar operaciones lógicas como la negación, la disyunción o alternativa y la generalización.)

En tercer lugar, una significación o un sentido se atribuyen a menudo a hechos, literal (lo cual puede ser peligroso) o metafóricamente (lo cual es en cambio inocente). Así por ejemplo, podemos decir ‘Un gas se enfría por expansión, lo que significa que el gas pierde energía térmica al superar cualquier resistencia, externa o interna, que se oponga a su libre expan­sión’. La palabra ‘significa’ puede y debe evitarse en un enunciado como el anterior: se puede sustituir ventajosamente por expresiones como ‘se debe a’, o ‘se explica por lá hipótesis de’. Cuando un físico escribe descui­dadamente que ‘el hecho x significa y no está pensando que los hechos puedan significar nada en sentido literal. En cambio, los filósofos tradi­cionales se han preguntado a menudo cuál es la significación de la exis­tencia humana, o de la historia humana, etc. Eso es también un lapsus, aunque enormemente peligroso: la cuestión era en realidad cuál era la

finalidad de ciertos acaecimientos y procesos, cuál era el plano maestro oculto. Por eso la pregunta ‘¿Cuál es la significación de xY daba por supuesto que x tenía un “sentido”, en el sentido de finalidad, de tal modo que la presencia de x “tenía sentido” en alguna imagen antropocéntrica o teísta. Nosotros evitaremos estos errores atendiendo a la regla lingüís­tica según la cual sólo los signos artificiales pueden significar: los hechos no pueden significar. (Sobre el concepto de significación cfr. Secc. 2.2.)

Una cuarta confusión se produce por la expresión ‘demostración de hechos’, que no es infrecuente entre los científicos. Un hecho, como la hipnosis, por ejemplo, puede mostrarse, puede hacerse aparecer, y puede hacerse plausible una hipótesis sobre un hecho determinado; pero sólo los teoremas pueden demostrarse, esto es, argüirse concluyentemente. Si se pudieran demostrar en sentido literal los hechos, ellos serían verdaderos, y su ausencia sería falsa (o sea, serían falsos los correspondientes “hechos negativos”), lo cual sería una quinta confusión. Pero no hay hechos ver­daderos, desde luego, sino sólo exposiciones de hechos, verdaderas o falsas. Si todo ,1o que significa la frase ‘demostración de hechos’ es su presentación, exhibición o despliegue, ¿por qué no decirlo correctamente?

Otra, la quinta expresión confusionaria, es ‘hecho científico’. Esta locu­ción significa corrientemente un hecho cuya ocurrencia se averigua, certi­fica o controla por medios científicos. En este sentido la hipnosis es un “hecho científico” y no lo es la telepatía. La expresión, aunque muy corriente, debe evitarse, porque los hechos son susceptibles de tratamiento científico, pero ellos por sí mismos no sólo no pueden ser científicos, sino que son analfabetos. Los hechos no son ni científicos ni acientíficos: sim­plemente son. Lo que puede ser científico o acientífico es el pensamiento, las ideas y procedimientos, no sus objetos.

Esto nos bastará como introducción lingüística al estudio de la fuente más elemental del conocimiento: la observación de hechos.

PROBLEMAS

12.1.1. Las expresiones Tiecho psicológico’ y ‘hecho sociológico’ son de uso frecuente. ¿Están limpias de ambigüedad?

12.1.2. H. S p e n c e r , en sus célebres First Principies, New York, Appleton, 1896, Part II, chap. vni, menciona algunos supuestos hechos que deben darse por seguros antes de interpretar la evolución biológica, como que la materia (con la significación de “masa”) es indestructible, (quiere decir “constante”), que el movimiento es continuo y que la fuerza (quiere decir “energía”) persiste (quiere decir “se conserva”). ¿Son realmente hechos? ¿Y son tan “duros” como creía Spencer?

12.1.3. Según el apreciado Vocabulaire technique et critique de la philoso- phie (artículo Données) de A. L ala nd e , los datos científicos se identifican con lo dado: el Diccionario llama efectivamente datos a los hechos que se presen-

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3 1 8 H ir m K S IS

Research, New York. Basic- Books. o A. J. Baciihach, Psychulogical Re­search, New York, Random House, 1962. Aparte de que el conductismo ha sido teoréticamente estéril, ¿es verdad que no contiene ni presupone hipótesis?

5.8.5. ¿Son estrictamente empíricas las curvas así llamadas? ¿Y son esos gráficos propiamente hipótesis o más bien símbolos no-verbales (geométricos) de hipótesis? Problema en lugar da ése: Determinar si la proposición “El 87 % de los grandes industriales y comerciantes de los Estados Unidos son conserva­dores” es una hipótesis y, si lo es, de qué genero.

5.8.6. Para fines de matematización, la población puede considerarse como una variable continua. ¿Qué tipo de suposición es ése?

5.8.7. De acuerdo con W. D. Matthew, todos los animales terrestres se ori­ginaron en la región holártica (Norteamérica, Europa, norte de Asia, norte de África y Ártico). No se puede sostener esta hipótesis más que arguyendo, ade­más, que existieron en el pasado puentes trasatlánticos y traspacíficos hoy su­mergidos, aunque la geología no suministra evidencia alguna en favor de esta hipótesis. Discutir este caso. Problema en lugar de ése: Examinar la siguiente argumentación de B. R u s s e l l , en Human Knowledge, London, Alien and Unwin, 1948, pág. 343, en favor de la exigencia de características no-empíricas —como la simplicidad y Ja continuidad— en las hipótesis: “Supongamos que fuéramos a establecer la hipótesis de que las mesas, cuando nadie las mira, se convierten en canguros; esto complicaría mucho las leyes de la física, pero ninguna obser­vación podría refutarlo” . ¿Satisface la conjetura de las mesas-canguros la con­dición de fundamentación? ¿E implica consecuencias contrastables diferentes de la hipótesis de las mesas-mesas?

5.8.8. H. B o n d i y T. C o l d (1948) postularon (i) que el universo en con­junto es en todas partes y siempre el mismo (“Principio Cosmológico Perfecto”) y (ii) que las galaxias están constantemente separándose' unas de otras (ex­pansión del universo): Esos dos postulados son recíprocamente incompatibles (puesto que la expansión lleva a la rarefacción de la materia, lo cual contra­dice la hipótesis de la homogeneidad total), a menos que se añada la hipótesis de que constantemente se crea materia de la nada y exactamente con la tasa necesaria para compensar la expansión del universo. Examinar esta última hipó­tesis desde el punto de vista de su fundamentación y desde el de su contras- tabilidad. Cfr. M. B u n c e , “Cosmology and Magic” , The Monist, 44, 116, 1962.

5.8.9. J. C. Maxwell (1864) postuló que toda corriente eléctrica es cerrada, lo cual quedaba aparentemente refutado por la existencia de condensadores. Para salvar su hipótesis básica supuso que la corriente variable no termina en las láminas del condensador, sino que se propaga por el cuerpo dieléctrico (o en el vacío) como “corriente de desplazamiento” . Esta hipótesis fue severa­mente criticada por motivos metodológicos, pues introducía un inobservable y era ad hoc. La hipótesis fue confirmada independientemente por H. Hertz (1885) después de la muerte de Maxwell. Discutir el caso. Problema en lugar de ése: Discutir cualquier otro caso de hipótesis ad hoc.

5.8.10. Según E. M a c ii , History and Root of the Principie oj Conservation of Energy, 1872, trad. inglesa, Chicago, Open Court, 1911, pág. 49, “en la investigación de la naturaleza no debemos ocuparnos más que del conocimiento de la conexión de las apariencias unas con otras. Lo que nos representamos

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más allá de las apariencias existe sólo en nuestra comprensión. \ no tiene para nosotros más que el valor de una técnica memorística o fórmula, cuya forma, por ser arbitraria e irrelevante, varía muy fácilmente con el punto de vista de nuestra cultura” . Si eso es verdad, la ciencia abunda en hipótesis incontrastables que, por serlo, no tendrán nada que permita una elección entre ellas. Por otra parte, en el fenomenismo de Mach hay un núcleo racional, a saber, la elimi­nación de supuestos insusceptibles de contrastación. Discutir la paradoja. Pro­blema en lugar de ése: En la Secc. 5.7. se afirmó que ninguna hipótesis se so­mete a contrastación aislada de otras hipótesis, y en a presente sección se ha afirmado que hay que exigir la contrastabilidad independiente de las hipótesis ad hoc. Discutir esta aparente contradicción.

5.9. Hipótesis Filosóficas en la Ciencia

El conocimiento científico no contiene supuestos filosóficos. De esto se infiere frecuentemente que la investigación científica no tiene ni presupues­tos filosóficos ni alcance filosófico, y que, por tanto, la ciencia y la filosofía serían compartimentos impermeables. Pero esa es una conclusión precipi­tada. Tal vez no se encuentre la filosofía en los edificios científicos termina­dos (aunque incluso esto es discutible), pero en todo caso es sin duda parte del andamiaje utilizado en su- construcción. Y, a la inversa, la filosofía puede y debe construirse con el método de la ciencia y sobre la base de los logros y los fracasos de la investigación científica (cfr. Secc. 4.7). No pode­mos argüir aquí ese último punto: lo que nos va a ocupar aquí es sustanciar la tesis de que la investigación científica presupone y controla ciertas im­portantes hipótesis filosóficas. Entre ellas destacan las siguientes: la realidad del mundo externo, la estructura de muchos niveles que tiene la realidad, el determinismo en un sentido amplio, la cognoscibilidad del mundo y la autonomía de la lógica y de la matemática.

1. Realismo; La Realidad del Mundo Externo. Algunos filósofos sostie­nen que la ciencia factual no presupone, emplea ni confirma la hipótesis filosófica de que existen objetos reales, o sea, de que hay algo que existe independientemente del sujeto conocedor. Pero eso es un error. En primer lugar, la mera noción de verdad factual, o adecuación de una proposición a un hecho, contiene la noción de hecho objetivo; sólo la verdad formal, por ser una propiedad sintáctica, es independiente de los hechos, y por eso puede ser completa y, consiguientemente, definitiva. En segundo lugar, cuando se construye una hipótesis factual para cubrir un conjunto de hechos, se presume que los hechos son reales (actuales o posibles); no se pierde tiempo en la ciencia en dar razón de hechos inexistentes. En tercer lugar, ya las contrastaciones en búsqueda de la verdad factual de una hipótesis presuponen que hay algo fuera del mundo interno del sujeto y que concordará en alguna medida con la proposición en cuestión o discre­pará de ella. Si ese algo dependiera enteramente del sujeto, no hablaría­

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mos de contrastaciones objetiva ni de verdad objetiva. En cuarto lugar, todo procedimiento empírico de la ciencia empieza por establecer una línea de separación entre el sujeto investigador y su objeto: si no se traza esa línea y cualquier otro operador puede tener acceso al mismo objeto, el procedimiento no debe ser aceptable para los científicos. En quinto lugar-la ciencia natural, a diferencia de concepciones pre-científicas como el animismo y el antropomorfismo, no da cuenta de la naturaleza usando los términos apropiados para atributos típicamente humanos, como haría si la naturaleza dependiera de algún modo del sujeto. Así, por ejemplo, no damos razón del comportamiento de un objeto basándonos en nuestras expectativas ni en otras variables subjetivas, sino que, por el contrario, basamos nuestras expectativas racionales en las propiedades objetivamente averiguables del objeto tal como nos es conocido. En sexto lugar, no habría necesidad de experimentar ni de teorizar acerca del mundo si éste no existiera por sí mismo; una teoría factual refiere a algo que no es el sujeto (aunque puede ser una persona considerada como objeto) y la contrasta- ción empírica de la teoría supone la manipulación y hasta a veces la modificación (mediante el experimento) del correlato de la teoría. En sép­timo lugar, la ciencia factual contiene reglas de interpretación que presu­ponen la existencia real de los correlatos. Así, por ejemplo, la regla semán­tica “ *Z’ designa el número atómico de un elemento” no se inventa por gusto ni para correlatar determinadas percepciones, sino que se supone que establece una relación entre el signo ‘Z’ y una propidad física objetiva (aunque no-observable), a saber, el número de electrones que hay en un átomo. En octavo lugar, no sería necesaria ninguna corrección sucesiva de las teorías factuales si fueran meras construcciones convencionales que no intentaran reflejar la realidad de un modo simbólico. Si creyéramos menos en la existencia de los átomos que en nuestras teorías atómicas, no estaríamos dispuestos a corregir estas últimas en cuanto que presentan sus defectos, sino que abandonaríamos la hipótesis de la existencia de los átomos. En noveno lugar, los axiomas de una teoría factual son enunciados afirmativos más que negativos, no sólo porque las proposiciones negativas son más bien indeterminadas y, por lo tanto, poco fecundas, sino también porque una proposición afirmativa sugiere la búsqueda de alguna entidad o propiedad existentes, puesto que sólo la existencia de ese correlato puede hacer verdadera aquella proposición; en cambio, las proposiciones negati­vas son verdaderas si no existe nada que las false. En décimo lugar, los enunciados legaliformes presuponen la existencia objetiva de los objetos a cuyas propiedades se refieren; pues en otro caso su verdad sería vacía. En resolución: la ciencia factual no prueba la existencia del mundo externo, sino que presupone sin duda ninguna esa hipótesis filosófica. Los que quie­ran refutar esa hipótesis tendrán pues que prescindir de la ciencia.

*Pese a ello se dice a menudo que la contemporánea.. física atómica y nuclear pone en tela de juicio o hasta refuta la hipótesis de la realidad

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del mundo externo; y hay autores que dan, ciertamente, esa impresión. Pero un examen semántico de los enunciados fundamentales de la teoría de los quanta muestra que esos enunciados caen en una de las clases siguientes: (i) enunciados referentes a objetos autónomos no perturbados por medición, como un átomo en estado estacionario (o sea, que no absorbe ni irradia energía) o un fotón que viaja por un espacio vacío, en el cual ningún dispositivo puede detectarlo absorbiéndolo; (ii) enunciados referen­tes a objetos en observación, medición o, en general, interacción con siste­mas macroscópicos, como un haz de electrones que atraviesa un sistema de ranuras; (iii) enunciados referentes a resultados (posibles) de la observación o la medición; y (iv) enunciados referentes a las propiedades de las leyes básicas mismas. Los enunciados de las clases (i) y (tí) refieren a objetos físicos a los que se atribuye una existencia independiente: los primeros, a microobjetos no-observables, los otros a sistemas complejos que contienen a la vez una entidad microscópica (el objeto de la investigación) y una entidad macroscópica (un medio de investigación). Los enunciados de las clases (iii) y (iv) no se refieren directamente a objetos físicos existentes por sí mismos; los primeros se refieren a resultados de operaciones físicas practicadas sobre ellos, los demás a otros enunciados. Pero las operaciones físicas se consideran aquí como procesos puramente físicos (aunque segu­ramente habrán sido planeados por alguna inteligencia), y los enunciados a los que se refieren los de la clase (iv) son de la clase (i) o de la clase (ii). En ningún caso tratan las fórmulas de la teoría de los quanta con estados mentales del observador, los cuales son tema de investigación para el psicólogo. Lo más que afirman ciertas interpretaciones de la teoría es que ésta no contiene enunciados de la clase (i). Pero esa afirmación —que es falsa— no afecta a la hipótesis de la realidad del mundo externo: no hace sino convertir la teoría de los quanta en una teoría de objetos bajo control experimental, lo cual, dicho sea de paso, si fuera verdad, impediría la apli­cación de la teoría a la astrofísica.*

2. Pluralismo: L a Realidad tiene una Estructura de varios Niveles. Es una hipótesis ontológica contenida en (y apoyada por) la ciencia moderna la de que la realidad, tal como la conocemos, hoy, no es un sólido bloque homogéneo, sino que se divide en varios niveles o sectores, caracterizado cada uno de ellos por un conjunto de propiedades y leyes propias. Los prin­cipales niveles reconocidos hasta el momento parecen ser el físico, el bioló­gico, el psicológico y el sociocultural. Cada uno de ellos puede a su vez dividirse en subniveles. Por ejemplo, los subniveles principales del nivel físico son el físico propiamente dicho y el químico; y los principales subni­veles del nivel sociocultural son el económico, el social propiamente dicho y el cultural. Pueden introducirse subdivisiones más finas, y ninguna de ellas es tajante y rígida.

Otro presupuesto, relacionado con el anterior, es que los niveles supe­riores arraigan en los inferiores, histórica y contemporáneamente; o sea, que

21 . — HUNGE

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los niveles superiores no son autónomos, sino que dependen en cuanto a su existencia de la subsistencia de niveles inferiores, y han surgido en el tiem* po a partir de los inferiores en cierto número de procesos evolutivos. Este arraigo de lo superior en lo inferior es la base objetiva de la explicación parcial de lo superior por lo inferior o a la inversa.

L"as dos hipótesis ontológícas básicas que acabamos de señalar están insertas en la visión contemporánea de las cósas, hasta el punto de que subyacen a la clasificación corriente de las ciencias y dominan más o menos nuestro sistema de educación superior. Así, por ejemplo, el psicólogo cien­tífico se ve obligado a aprender cada vez más biología y hasta química y física, porque cada vez se ve más claro que los hechos psíquicos arraigan en esos niveles inferiores; pero el psicólogo se ve también cada vez más obligado a comunicar con la sociología, porque estamos dándonos cuenta de que existe una reacción del nivel sociocultural sobre los niveles inme­diatamente inferiores a él: así reconocemos la influencia de la religión en las costumbres de alimentación y la reacción de estas últimas costumbres sobre la producción de alimentos. Sólo los físicos tienen derecho a ignorar los niveles superiores —y a veces los ignoran hasta el punto de hablar de una influencia mental directa sobre los fenómenos físicos, saltándose así todos los niveles intermedios.

Además subyace la citada hipótesis de los niveles a varios importantes principios de la metodología científica, los de parsimonia de niveles, tras­cendencia de niveles, nivel-origen y contigüidad de niveles. (Según algunos filósofos los niveles son un asunto puramente metodológico, sin alcance ontològico. Pero ésta es otra hipótesis ontológica, la cual, además, separa la metodología del resto y es por tanto incapaz de explicar por qué un método es eficaz o fracasa.) El principio de la parsimonia de niveles es como sigue: “Empezar por estudiar los hechos en su propio nivel; no introducir más niveles más que si resulta imprescindible” . Por ejemplo, no hay que introducir la psicología y la psiquiatría en el estudio de la política internacional, puesto que se puede andar un gran trecho sin su compañía. El principio de la trascendencia de niveles: “Si un nivel es insuficiente para dar cumplida cuenta de un conjunto de hechos, hay que ahondar bajo su superficie y por encima de ella en busca de los niveles contiguos” . Por ejemplo, para explicar los enlaces químicos no hay que detenerse ante las leyes particulares de las reacciones químicas o su correspondiente termo­dinámica, sino que hay que mirar también por debajo del nivel molecular, al nivel atómico, en busca de los mecanismos relevantes. Principio del nivel-origen: “ Intentar explicar lo superior por lo inferior, y no invertir el proceso sino en última instancia” . Por ejemplo, hay que intentar resolver el problema de la resolución de problemas por los animales utilizando los conceptos de ensayo y error y de aprendizaje; no se introducirán la com­prensión y la inteligencia más que si ese primer planteamiento es insufi­ciente y si la complejidad del sistema nervioso del animal estudiado hace

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posibles la comprensión y la inteligencia. Este principio puede llamarse también principio d e r.eductir,ismn inr.tndnlnoirn; q u e no d p h e confundirse con el reductivismo ontològico ni con la n e g a c ió n d e los niyplps. Principio de contigüidad de los niveles: “No saltarse niveles, esto es. no ignorar los niveles intermedios cuando sp_..fi<ibd->Wpn relaciones entre niveles” . Por ejemplo, no hay que considerar adecuada una explicación de un esquema de comportamiento social sobre la base de términos físicos, porque los estímulos físicos no pueden alcanzar el nivel social más que a través de organismos dotados de ciertas capacidades psíquicas. El salto de niveles puede ser, sin embargo, inevitable cuando se dispone de poco conocimien­to; y puede ser incluso interesante cuando los procesos intermedios no tienen interés en la investigación en curso. Pero éstas son consideraciones pragmáticas que no tienen valor cuando el objetivo perseguido es una fiel reproducción de la realidad.

3. Determinismo Ontològico: Leyes, no Magia. La doctrina filosófica del determinismo tiene dos aspectos, uno ontològico y otro epistemológico, que se confunden frecuentemente. El determinismo ontològico sostiene la determinación de las cosas y de los acontecimientos; el determinismo epis­temológico afirma la posibilidad de determinar conceptualmente (conocer) los hechos y sus esquemas enteramente. En sentido estrecho, el determi­nismo ontològico equivale al determinismo mecanicista o laplaceano, com­ponente de* la visión newtoniana del mundo y según el cual el cosmos es 1111 conjunto de partículas en interacción que *se mueven de acuerdo con un puñado de leyes mecánicas. La versión amplia del determinismo supone sólo (i) la hipótesis de que todos los acontecimientos son según leyes (principio de legalidad) y (ii) la hipótesis de que nada nace de la nada ni se sume en ella (principio de negación de la magia). Este determinismo laxo no restringe los tipos de leyes admisibles: admite leyes estocásticas y reconoce la objetividad del azar. Lo único que niega es la existencia de acontecimientos que p a r e z c a n de lev o no sean producidos por otros acon­tecimientos anteriores.

Hasta la tercera década de nuestro siglo persistieron varios matices de determinismo estrecho, ninguno de los cuales reconocía la objetividad del azar. Sus sostenedores no se daban cuenta de que incluso admitiendo que cada una de las entidades, de un conjunto se comporte de un modo perfectamente determinado (no casual), resultará alguna cantidad de juego o azar por la relativa independencia mutua de esas entidades (pues no existe la rigidez completa). Finalmente, el determinismo ontològico estre­cho quedó derrotado por la teoría de los quanta, la cual reconoce la objetividad del azar no sólo como rasgo de sistemas complejos, sino incluso al nivel de las partículas “elementales” , las cuales obedecen a leyes estocásticas. °E1 que esa casualidad sea un conocimiento definitivo o pueda ser algún día analizada como resultado de complejos procesos internos o interacciones con campos de niveles inferiores es cesa que aún

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no puede decidirse. Es, además, importante darse cuenta de que tanto la teoría de los quanta como su filosofía están aún en gestación, por lo que no deben inferir de ellas consecuencias detalladas presentándolas como si fueran conocimientos definitivos acerca del comportamiento de los micro- sistemas. Pero el tipo de azar y jos niveles exactos en los cuales se presenta es de importancia secundaria si se compara con el reconocimiento de que el azar es un modo del devenir y precisamente un modo que obedece a leyes. También es importante para nosotros en este momento darnos cuenta de que la teoría de los quanta se acoge a los principios de lega­lidad y recusación de la magia: esa teoría formula leyes que recubren la mayoría de los esquemas conocidos al nivel atómico, y entre esas leyes hay algunas de conservación, esto es, que niegan la creación ex-niliilo y la aniquilación sin resto de sistemas materiales (partículas o campos), por muchas que sean las partículas que se “aniquilan” (esto es, que se trans­forman en fotones) y viceversa. En resolución, la teoría de los quanta respeta el determinismo general igual que cualquier otra teoría científica. ¿Y cómo podría ser de otro modo si esa teoría pretende esforzarse por alcanzar el objetivo de la ciencia, que es la reconstrucción conceptual de los esquemas (leyes) del ser y el cambio?® Imaginar acontecimientos no regidos por leyes sería reconocer que ninguna ciencia puede dar razón de ellos, lo cual equivaldría a prejuzgar la cuestión. E imaginar aconte­cimientos que obedecieran a leyes, pero fueran indeterminados (como, por ejemplo, la creación de átomos a partir de la nada) sería reconocer que ninguna ley es realmente necesaria, puesto que todo es posible, incluso la magia: de hecho, si un átomo puede surgir sin condición antecedente determinada, entonces ¿por qué no va a poder hacer lo mismo una molécu­la? Y si lo puede una molécula, ¿por qué no un cromosoma? Y si lo puede un cromosoma, ¿por qué no una célula? Y si lo puede una célula, ¿por qué no un dinosaurio? Dicho brevemente: el determinismo general está implan­tado en la ciencia qua ciencia, en la medida en que la investigación cientí­fica es la búsqueda y la aplicación de leyes, las cuales, a su vez, ponen límites a las posibilidades lógicas, como puede ser el nacimiento de algo a partir de nada o la desaparición de algo en nada.

4. El Determinismo Epistemológico: Cognoscibilidad. El determinismo epistemológico estricto es la hipótesis programática de que toda cosa puede ser conocida con tal de que atendamos a ella: que en principio es posible conocer agotadoramente los objetos presentes, pasados y futuros, de tal modo que no quede incertidumbre alguna a su respecto. Esta forma estre­cha de determinismo se abandonó de {acto, si no de iure, en la segunda mitad del siglo xix, al aparecer la física de los campos y la física esta­dística. La primera mostró que es en principio imposible conseguir conocer cada porción de un campo, porque un campo es un sistema con infinitos grados de libertad. Y la física estadística mostró que el estado de cada partícula en un sistema no puede conocerse de modo completo, aunque

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no sea más que por su pequeñez y su gran número, por 110 hablar ya de los movimiento:; de las partículas. Pero esto se consideró como una limita­ción práctica del conocimiento, mientras que las limitaciones impuestas por los medios continuos, como los campos, son límites de iure, irrebasables por lo tanto. Pero son límites de experiencia, límites que la teoría puede rebasar. Así, aunque no podemos tener la ilusión de medir el valor de la fuerza o intensidad del campo en todos los puntos de una región, sí oue podemos calcularlo con la ayuda de la teoría y de datos bien elegidos. Sólo recordando que el conocimiento empírico no agota el conocimiento científico podemos evitar el ser víctimas del escepticismo completo o del irracionalismo.

En todo caso, igual que hemos abandonado el determinismo ontològico estrecho y hemos adoptado en su lugar uña doctrina más rica, así también tenemos que flexibilizar el determinismo epistemológico estrecho y adoptar la hipótesis (filosófica) de la cognoscibilidad limitada. Esta versión laxa del determinismo epistemológico admitirá las incertidumbres arraigadas en el azar objetivo y las que son inherentes a nuestra capacidad de conocer. Esta versión del determinismo epistemológico nos obliga exclusivamente a esperar que los efectos del azar (o más bien sus probabilidades) puedan finalmente calcularse, y que puedan analizarse, calcularse v reducirse en alguna medida las laxitudes objetivas (indeterminaciones) o subjetivas (incertidumbres). El determinismo laxo o general recoge las aportaciones valiosas del indeterminismo, principalmente el reconocimiento de que existe objetivamente el azar en todos los niveles (por tanto, que hay leyes estocásticas) y el reconocimiento de que no es posible ninguna certeza definitiva. Esta doctrina metafísica no se puede hallar en ningún contexto científico por la sencilla razón de que está presupuesta en todos ellos, en la investigación científica: si se elimina la hipótesis de la cognoscibilidad (limitada), se detiene todo motor que lleve a buscar el conocimiento cientí­fico; y si se elimina la restricción indicada por la palabra ‘limitada’ quedan permitidas las investigaciones absurdas, como, por ejemplo, el intentar comunicarse con el pasado o con el futuro. Así pues, el problema episte­mológico genuino no es si podemos conocer, sino en qué medida conoce­mos de hecho y en qué medida podemos ampliar las actuales fronteras de lo conocido, recordando siempre que el conocimiento científico, lejos de ser indubitable, es falible.

Según el fenomenismo no podemos conocer más que apariencias: ignoramos lo que puedan ser las cosas en sí mismas, aparte de nuestras relaciones con ellas; además, no tiene interés el intentar llegar a ellas mismas, porque el supuesto de su existencia independiente es una conjetura metafísica sin garantía. El fenomenalismo consigue cubrir una parte del conocimiento ordinario: la que se refiere a la apariencia. Pero la ciencia va más allá de los fenómenos: en otro caso podría ser intersubjetiva (inter­personal), pero no objetiva. En realidad, las teorías científicas, lejos de

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afirmar relaciones entre predicados fenoménicos, contienen predicados no- fenoménicos; además, la ciencia explica la apariencia sobre la base de hechos objetivos (hipotéticos), y no al revés. Mientras que el fenomenista y el empirista radical tienen que aceptar la proposición “Veo esta noche más estrellas que la noche pasada” como una afirmación última, puesto que expresa una experiencia, el científico intentará explicar esa experiencia, por ejemplo, basándose en las condiciones atmosféricas. Y supondrá que, las vea o no las vea nadie, las estrellas siguen estando allí, igual las visibles que las que no podemos ver nunca.

Admitido que la ciencia alcanza la cosa misma y no sólo su apariencia para nosotros, ¿hasta qué punto lo consigue? Según el positivismo tradi­cional, lo que la ciencia alcanza es exclusivamente el comportamiento externo del objeto y sus relaciones externas con otros objetos. Esta tesis, aunque falsa y unilateral, tiene una sana raíz metodológica, a saber, la siguiente regla de método: “Contrastar las hipótesis referentes a la compo­sición y la estructura interna de los sistemas mediante sus manifestaciones externas” . La razón de esa regla es, a su vez, la generalización de que la externalización es una condición necesaria, aunque insuficiente, de la observabilidad; dicho de otro modo: no podemos captar la interioridad de una cosa si no se manifiesta, aunque sea muy indirectamente, a nuestros sentidos. Pero eso no debe llevarnos a confundir la referencia de las hipóte­sis científicas con su contrastación: el comportamiento externo no es la cosa, sino una porción de ella. E l comportamiento y la estructura interna no son más que dos aspectos de los sistemas reales; explicamos el compor­tamiento por la estructura interna y contrastamos las hipótesis sobre la estructura por medio del comportamiento observable. En cuanto a la pres­cripción relacionalista, debería estar claro que (i) salvo en lógica pura, nunca nos limitamos a establecer simples relaciones, y aún menos relaciones entre relaciones, sino más bien relaciones entre variables cada una de las cuales representa un supuesto rasgo objetivo, y (ii) un conjunto de sistemas interre- lacionados es un sistema de orden superior, de tal modo que las relaciones entre los miembros del último producen la estructura del todo. En resolu­ción, un estudio de relaciones puede ser profundo si lo deseamos.

Pero es claro que si no se busca más que una descripción del compor­tamiento externo no se conseguirá más que eso. Pero entonces la limitación de nuestro planteamiento no podrá atribuirse al objeto de la investigación, ni tampoco a toda investigación posible. Un planteamiento más profundo —representacional en vez de fenomenológico— puede entonces formularse para buscar las fuentes internas del comportamiento. Este planteamiento se pondrá a sí mismo la tarea de hallar (i) las propiedades y relaciones origen del objeto, y (ii) las relaciones fundamentales entre esas variables esencia­les, o sea, las leyes esenciales del objeto, que dan razón de los meca­nismos internos responsables últimos de su comportamiento externo (parcial­mente observable). Esas variables-origen y esas relaciones invariantes entre

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ellas son lo que hoy se entiende por esencia de una cosa —en vez de enten­der por esa expresión alguna especial sustancia nuclear. L a ciencia intenta pues descubrir la esencia de las cosas, pero en este sentido más elaborado de ‘esencia*. Y seríamos insensatos si proclamáramos en todo momento que se ha capturado de una vez para siempre la esencia de algo: lo que pode­mos obtener son perspectivas cada vez menos confusas sobre leyes esen­ciales de diferentes niveles.

En suma, la ciencia presupone que sus objetos son cognoscibles en alguna medida, y reconoce que algunos de los límites puestos al conoci­miento se deben a los objetos mismos, mientras que otros son transitorios. A su vez, la posibilidad de conocer algo, posibilidad sostenida por el deter­minismo epistemológico, se basa en la supuesta determinación del mundo: si los acontecimientos carecieran de todo esquema y no fueran producidos por otros acontecimientos ni dejaran huella alguna, no serían posibles más que impresiones vagas y fugaces. El hecho empírico de que la inves­tigación científica consiga captar algunos esquemas de determinación en el caótico fluir de las apariencias sugiere y conforma el determinismo onto­lògico. Las dos ramas de un determinismo laxo —el neo-determinismo ontològico y epistemológico— se sostienen la una a la otra.

5. Formalismo: La Autonomía de la Lógica y la Matemática. Un buen instrumento no debería alterarse con el uso: de otro modo no habría mane­ra de terminar tarea alguna con su ayuda. La lógica es un tal instrumento de la ciencia: por mucho que cambie la ciencia de la lógica, lo hace siem­pre internamente o en respuesta a problemas puramente racionales, no en un esfuerzo de adaptarse a la realidad. La lógica es autosuficiente desde los puntos de vista de su objeto y de su método: no tiene más objeto que sus propios conceptos, y sus demostraciones no deben nada a las peculia­ridades del mundo. No quiere eso decir que la lógica pertenezca a otro mundo, o sea, que las fórmulas lógicas se encuentren en un reino de ideas platónicas: la lógica es un producto de seres racionales, y desaparecerá con el último lógico (lo cual ha ocurrido ya antes de ahora); pero no se refiere a la realidad. Cualquiera que sea el aspecto del mundo para las sucesivas generaciones de científicos, las verdades lógicas, como (q —» p)’\ ylas argumentaciones lógicas, como “ | ; ;v í / , —q) i— p ” , siguen inmutables porque no tienen contenido factual. Otro asunto es el hecho de que no siempre se les haya reconocido su auto-suficiencia, cosa de interés para el psicólogo y para el historiador de la ciencia: lo que aquí se afirma es que las fórmulas lógicas y las argumentaciones lógicas no tienen más criterio que ellas mismas. Lo mismo puede decirse de la matemática. En resolu­ción: la validez de una ciencia formal es independiente del mundo porque no se ocupa de él. La ciencia factual, cuando utiliza la matemática, plan­tea problemas matemáticos; y la investigación matemática plantea a su vez problemas lógicos: pero también este asunto es para el psicólogo y el his­toriador de la ciencia, además de interesar al metodólogo: el hecho no

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prueba que la ciencia formal se ocupe del mundo externo, ni que sea lógi­camente dependiente de él, sino sólo que la ciencia formal no vive en un mundo aparte, sino que a menudo ocupa el pensamiento de personas interesadas, por las ideas y por el mundo. La cosa sería muy distinta si el mundo tuviera propiedades formales; pero sólo pueden tenerlas las ideas, ya sea'ideas puras, ya ideas sobre el mundo.

Todas las teorías lógicas contienen —y todas las teorías matemáticas y factuales presuponen de un modo u otro— las leyes de identidad y no-con- tradicción, así como la regla de separación, o modus ponendo poiiens. (La ley o principio de tercio excluso no se presenta en la lógica intuicio- nista, que, en parte por esta razón, no se utiliza en la ciencia. En la lógica ordinaria, esta ley “p y — p ” es equivalente al principio de no-contradic­ción, de modo que no hay necesidad de mencionarla por sí misma en nuestra discusión.) Supongamos, por arrancar nuestra argumentación, que la ciencia factual no presupusiera esos principios lógicos. Entonces presu­pondría otros principios lógicos, o no presupondría ninguno. En el primer caso, esos principios serían descubribles mediante el análisis, igual que el análisis del discurso ordinario llevó a la lógica clásica y el del discurso matemático a la lógica -simbólica. Y si la ciencia factual no presupusiera ningún principio lógico, podría quedarse tal cual o entablar una investiga­ción empírica en busca de principios propios. En el primer caso, no habría limitación alguna de las formas lógicas ni de las inferencias: todo podría afirmarse (toda serie posible de símbolos podría tomarse como represen­tante de una fórmula bien formada) y todo podría inferirse (cualquier secuencia de enunciados, aunque fueran lógicamente incoherentes, sería aceptable como argumentación válida). Como éste no es el caso, tomemos la otra posibilidad, a saber, que la ciencia factual emprendiera una inves­tigación propia de la lógica y buscara sus propios principios de razona­miento. ¿Cómo podría conseguirlo? Los conceptos, las funciones prepo­sicionales, las proposiciones, etc. —o sea, los objetos lógicos— no tienen existencia material ni pueden, consiguientemente, ser objetos de experien­cia: sólo sus símbolos tienen existencia material, pero son inesenciales, o sea, que pueden cambiarse por otros símbolos cualesquiera sin que cambie lo denotado. L a ciencia factual tendría que volverse hacia adentro, tendría que hacer su propio análisis para descubrir los principios lógicos que estu­vieran insertos en ella misma. Pero ¿con qué instrumentos procedería a ese análisis, si no es con los instrumentos lógicos que al principio se había negado a presuponer? Por tanto, la ciencia factual tiene que presuponer alguna lógica.

La lógica presupuesta por la ciencia factual no es sino una entre las innumerables teorías lógicas posibles (consistentes): es la llamada lógica ordinaria bivalente, o de dos valores. Las demás teorías lógicas son inte­resante por sí mismas, pero no se aplican al análisis del discurso científico. No obstante, todas ellas, las teorías lógicas aplicables y no aplicables (o, si

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se prefiere, aplicadas y no aplicadas hasta ahora), contienen los citados principios lógicos o están construidas de tal modo que esos principios no se conculquen. Supongamos por un momento que la ciencia rechazara esos principios lógicos. Si se abandonara el principio lógico de identidad ten­dríamos que admitir el milagro de que un enunciado cambiara por sí mis­mo y fuera incapaz de representar dos veces —en una misma argumenta­ción, por ejemplo— la misma proposición. Si se abandonara el principio de no contradicción, seríamos incapaces de hacer suposiciones determina­das pues podríamos estar afirmando al mismo tiempo sus negaciones. Además, asignaríamos el mismo valor a hipótesis y evidencias contradic­torias, y, consiguientemente, el mismo concepto de contrastación perdería interés. Por último, sin la regla de separación o algún principio de infe­rencia más fuerte, ninguna suposición podría ser fecunda: seríamos inca­paces de inferir, o, por lo menos, de convalidar nuestras conclusiones. Por tanto, la ciencia tiene que aceptar de algún modo y en algún lugar esos principios. Importa poco que se formulen como axiomas o como teo­remas, o incluso como reglas; y tampoco-el cjue se coloquen en la lógica, en la metalógica o incluso en la matemática: pero hay que tenerlos si es que se quiere distinguir entre fórmulas e inferencias correctas e incorrectas. En definitiva: toda la ciencia, factual o formal, presupone un mínimo de principios lógicos, y toda la ciencia formal es lógicamente (no psicológica ni históricamente) independiente de la ciencia factual.

Hay otras hipótesis filosóficas relevantes para la ciencia factual pero no es nuestra tarea (que además sería imposible) examinarlas todas. La inten­ción de este estudio ha consistido en mostrar que la investigación científica presupone lógicamente ciertas hipótesis filosóficas muy amplias: que la ciencia no es filosóficamente neutra, sino partidista. De eso no hay que inferir que la ciencia necesite una sólida base filosófica, en el sentido de que se necesite una filosofía para convalidar las hipótesis científicas: sería desastroso que se diera una vez más al filósofo la última palabra sobre cuestiones de hecho. No se trata de basar la ciencia en la filosofía, ni a la inversa, sino más bien de reconocer que la una no existe sin la otra, y que no parece que pueda progresar la una sin el apoyo y la crítica de la otra.

Ningún principio filosófico suministra una justificación concluyente de una hipótesis científica; una hipótesis factual es simplemente no-científica si se maneja como verdadera por razones a priori o como irrectificable por la nueva experiencia. En particular, es perder el tiempo el buscar los prin­cipios filosóficos que puedan convalidar inferencias científicas no-deducti­vas, hipótesis metafísicas como “El futuro se parece al pasado” , “La natu­raleza es uniforme” o “Todo efecto tiene una causa” . No es posible con­validar argumentaciones heurísticas esencialmente inseguras, como las in­ductivas, ni es prudente darles rigidez; y no vale la pena intentar ninguna de las dos cosas, porque las hipótesis inductivamente halladas son superfi­ciales, y el mejor modo de convalidarlas (aunque imperfectamente) consiste

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en enlazarlas con otras hipótesis. Los varios presupuestos implícitos de la investigación científica no suministran una fundamentación última de la ciencia, sino que necesitan ellos mismos apoyQ; ¿y cómo pueden justificarse si no es por su capacidad de guiar una investigación afortunada (aunque no infalible) de la verdad?

Aunque la filosofía no puede pretender convalidar las ideas y los proce­dimientos científicos, puede y debe examinarlos, criticarlos, afirmarlos y proponer y especular otras alternativas posibles. Y si por un lado hace falta una mentalidad científica para darse cuenta de que la mayor parte de la filosofía se encuentra aún en un estadio pre-científico —por expre­sarnos blandamente— y para formular los desiderata de un filosofar cien­tífico, por otro lado hace falta una mentalidad filosófica para darse cuenta de las inevitables debilidades y algunas de las posibilidades inexploradas que presenta la ciencia en cada uno de sus estadios. No hace falta decir que una tal mentalidad filosófica no es propiedad exclusiva de los filósofos; en realidad, todo gran científico tiene una concepción filosófica, aunque sea incoherente, y ha soportado dificultades filosóficas al planear líneas de investigación y estimar sus resultados; esto no puede sorprender, porque un gran científico es una persona que se mueve entre problemas profun­dos, y los problemas profundos exigen hipótesis profundas, o sea, hipótesis que están de algún modo relacionadas con concepciones filosóficas del mundo y de nuestro conocimiento del mismo.

Atendamos ahora a las hipótesis que, con razón o sin ella, se supone representan esquemas generales, a saber, los enunciados de leyes, o enun­ciados legaliformes.

PROBLEMAS

5.9.1. La mayoría de los científicos no han tenido una educación lógica sistemática: razonan (a menudo incorrectamente) de un modo intuitivo, salvo cuando dan a sus pensamientos forma matemática, en cuyo caso la matemática se ocupa de la coherencia lógica. ¿Prueba eso que la ciencia sea independiente

f de la lógica? ¿Y prueba que el científico no necesite una educación lógica siste­mática? Problema en lugar de ése: Los empiristas y los materialistas tradiciona­les han sostenido que la lógica, lejos de carecer de presupuestos, presupone cierto número de principios tomados de la metafísica, la ciencia, etc., como la hipótesis de la existencia independiente del mundo y la hipótesis de la legalidad de los acontecimientos. Estudiar alguna doctrina de este tipo, como, por ejemplo, el sistema de “lógica material u objetiva” propuesto por J. V e n n en The Principies of Empirical or Inductive Logic, 2.* ed., London, Macmillan, 1907, chap. I.

5.9.2. Algunos filósofos, señaladamente Hegel y sus seguidores, han recha­zado las leyes lógicas de identidad y no-contradicción arguyendo que no expli­can ni permiten el cambio. Examinar ese argumento. Para una crítica de la

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creencia en que la lógica presenta compromisos ontológicos cfr. E. N a g e l , Logic Without Metaphysics, Glencoe, 111., The Free Press, 1956, chap. 1. Pro­blema en lugar de ése: Discutir los principios filosóficos y heurísticos estudiados por el físico J. A. W h e e l e r en “A Septet of Sibyls: Aids in the Search for Truth” , American Scientist, 44, 360, 1956.

5.9.3. ¿Está alguna de las cinco hipótesis filosóficas tratadas en el texto no sólo presupuesta, sino también corroborada por la investigación científica? Pro­blema en lugar de ése: ¿Son contrastables las hipótesis filosóficas? Si lo son. ¿cómo? En particular: ¿cómo podríamos contrastar hipótesis ontológicas refe­rentes al cambio?

5.9.4. Buscar más presupuestos filosóficos de la ciencia. Problema en lugar de ése: ¿Es verdad que la física moderna nos obliga a considerar ‘realidad’ y sus palabras emparentadas como términos vacíos?

5.9.5. T. G o u d c e , en The Ascent of Life, Toronto, University of Toronto Press, 1961, págs. 155 ss., cita como metafísicas las siguientes presuposiciones de la teoría de la evolución, (i) “Hay un efectivo pasado evolutivo que puede conocerse científicamente, pero nunca observarse” , (ti) “ ‘Los objetos llamados fósiles son restos de la evolución’ es una'afirmación verdadera” . (iii) “Los fac­tores y las leyes de las que hoy sabemos que son eficaces en el dominio bio­lógico lo fueron durante toda la historia de la vida o durante su mayor parte” . ¿En qué sentido son metafísicas esas hipótesis? Problema en lugar de ése: Dis­cutir la influencia de la ontología mecanicista en la biología y la psicología —en el tipo de problemas que se plantearon esas disciplinas— a partir del siglo XVII.

5.9.6. G. S c h l e s i n g e r , en Method in the Physical Sciences, London, Rout- ledge and Kegan Paul, 1963, pág. 46, sostiene que “el principio de microrre- ducción (“Las propiedades de los sistemas físicos tienen que explicarse por las de sus partes, v no a la inversa”) es injustificable, pues no es más que un prejuicio que supone una parcialidad en favor de un método que no es objetivamente superior a su opuesto desde ningún punto de vista” . Discutir esa afirmación.

5.9.7. Los sostenedores más extremistas de la llamada interpretación de Copenhague (o interpretación ortodoxa) de la mecánica de los quanta sostienen que ésta establece la imposibilidad de separar claramente el objeto investigado del observador; algunos llegan hasta a afirmar que la teoría establece la prima­cía del espíritu sobre la materia. Si eso fuera verdad, ¿podría distinguirse le investigación física de la psicológica? Véase una muestra en E P. W i c n e r , “Remarles on the Mind-Body Question” , en I. J. G o o d , ed., The Scientist Spenu- lates, London, Heinemann, 1962, pág. 285: “no ha sido posible formular las leyes de la mecánica de los quanta de un modo plenamente consistente sin referirse a la consciencia. Todo lo que afirma suministrar la mecánica de los quanta son conexiones de probabilidad entre impresiones sucesivas (también llamadas “apercepciones’) de la consciencia, y aunque la línea divisoria entre el observador cuya consciencia queda afectada y el objeto físico observado puede desplazarse hacia una o hacia otro en medida considerable, no puede, de todos modos, eliminarse” . Puede verse una crítica de estas opiniones en

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CAPITULO 2

EL MATERIALISMO CONTEMPORÁNEO

El materialismo no es una filosofía única, sino una familia de ontologías, o doctrinas extremada­mente generales acerca del mundo. Lo que todas ellas tienen en común es la tesis de que cuanto existe real­mente es material. O, dicho negativamente, que los objetos inmateriales tales como las ideas carecen de existencia independiente de las cosas materiales tales cómo cerebros. Fuera de este núcleo común, las on­tologías materialistas pueden diferir» mucho entre sí. Solamente agregando otros requisitos podrá indivi­dualizarse o construirse una ontología materialista determinada. Elegiremos dos: exactitud y armonía con la ciencia contemporánea. Empecemos por echar un vistazo a estas condiciones.

1. Exactitud y compatibilidad, con la ciencia

Hasta ahora el materialismo ha sido un cuerpo bastante amorfo de creencias más bien vagas. ¿ Cómo se puede transformar semejante doctrina en un sis­tema de hipótesis formuladas con claridad y compati­bles con el conocimiento contemporáneo, en particu­

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lar la lógica, la matemática, la ciencia natural y social, y la tecnología? En general ¿cómo puede intentarse modernizar una filosofía? La respuesta abreviada es: Reemplazando las metáforas vagas por fórmulas exactas, descartando las tesis envejecidas, e incorpo­rando nuevas hipótesis en armonía con el conoci­miento contemporáneo.

Ocupémonos primero de la exactificación. Con­siste en reemplazar la vaguedad por la precisión. Esta meta se alcanza utilizando, siempre que sea necesario, los lenguajes exactos y ricos de la lógica y de la mate­mática en lugar del lenguaje ordinario, que es incura­blemente impreciso y pobre. (Esta regula philosophandi es quizá la contribución más importante de Bertrand Russell a la filosofía.) Esta condición basta para des­calificar a la dialéctica —por vaga, metafórica y por lo tanto obscura— como digna compañera del materia­lismo. El materialismo moderno es lógico, no dialéc­tico. En el Capítulo 4 veremos por qué.

He aquí un puñado de ejemplos de exactificación a un modesto nivel de formalización.

Ejemplo I. “ Las propiedades son poseídas por ob­jetos (o sea, no hay propiedades en sí)” se puede exac- tificar como “ Para toda propiedad P hay por lo me­nos un objeto x tal que x posee P'\

Ejemplo 2. “ Los sucesos son cambios de algún ente material (o sea, no hay sucesos en sí)” es transforma­ble en “ Para todo suceso x existen un objeto material y, y un cambio de estado z de y, tal que x = z” .

Ejemplo 3. “ Sólo los objetos materiales pueden ac­tuar los unos sobre los otros" puede exactificarse como “ Para objetos x ey cualesquiera, si x actúa so­bre y, entonces x es material e y es material” .

Ejemplo 4. “ Los pensamientos son procesos cere-

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brales” puede traducirse a “ Para todo x, si x es un pensamiento, entonces existen un cerebro^ y un pro­ceso i en ) tal que x = z

Ejemplo 5. ,TUna cultura es un sistema cuyos com­ponentes vivientes están acoplados por flujos de in­formación” puede exactificarse como “x es una cul­tura si, y solamente si, todo componente viviente y de x transmite información a algún otro componente vi­viente z de x".

Estas formalizaciones emplean tan sólo la más modesta, aunque también la más universal, de todas las ramas de la matemática, a saber, la lógica ordina­ria. (Véanse reconstrucciones más profundas de con­ceptos e hipótesis ontológicos en Bunge 1977 y 1979.) Por este motivo sólo exhiben la estructura gruesa de las proposiciones en cuestión. Sin embargo, esto basta a menudo para eliminar la ambigüedad o redu­cir la vaguedad. Por ejemplo, "El cambio proviene de la oposición (contradicción óntica)” puede interpre­tarse en diversas formas mutuamente incompatibles, p. ej. “Todo cambio es generado por alguna oposi­ción” (falsa), y “ Algunos cambios son generados por algunas oposiciones” (trivialmente verdadera). Como veremos en el Capítulo 4, la dialéctica está plagada de ambigüedades de este tipo.

Además, las exactiílcaciones que preceden permi­ten localizar los conceptos clave que habría que dilu­cidar en una segunda etapa; entre ellos figuran los de propiedad, estado, suceso, proceso, y en particular objeto material. Además, ellas nos muestran clara­mente que, mientras las cuatro, primeras constituyen hipótesis universales, la quinta es una definición. Por lo tanto, si queremos que nuestra ontología-sea cien­tífica, tendremos que poner a prueba las cuatro pri-32

meras, en tanto que la adopción de la quinta es una cuestión de convención.

Casi toda doctrina filosófica, a menos que sea to­talmente irracionalista, puede tornarse precisa y clara, esto es, puede ser reforinulada con ayuda de conceptos lógicos y matemáticos. (La excepción apa­rente es la filosofía del lenguaje ordinario, que re­chaza esta estrategia. Pero, puesto que los filósofos del lenguaje ordinario no profesan doctrinas filosófi­cas substantivas, no constituyen una excepción.) Re­cuérdense por ejemplo las tentativas de Whitehead, Russell, Carnap y Goodman, de convertir al fenoine- nismo en una filosofía exacta. Fueron exitosas en la medida en que sus sistemas, constituyeron dilucida­ciones y sistematizaciones del fenomenismo. Pero los resultados fueron superficiales y estériles, así como incompatibles con la ciencia moderna, que es mate­rialista y realista antes que fenomenista.

Por consiguiente la iormalización, aunque nece­saria para convertir a un cuerpo desorganizado de te­sis imprecisas en un sistema hipotético-deductivo, es insuficiente para modernizar una filosofía. Cuando decimos que la filosofía X es anticuada nos propone­mos comunicar la idea de que X no satisface los es­tándares contemporáneos de exactitud, o que X es in­compatible con el conocimiento contemporáneo del mundo y de la experiencia humana. El materialismo satisface esta definición, ya que no sólo es inexacto, sino que tampoco ha propuesto respuestas precisas y actualizadas a las cuestiones listadas en el Prefacio. Sin embargo, hay una diferencia entre el materia­lismo y otras ontologías, a saber, que sus principales tesis, por imprecisas que sean, armonizan con la cien­cia contemporánea. En efecto, cotño se vio en el Ca-

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pítulo 1, la ciencia íáctica investiga sólo objetos mate­riales (o concretos) y no reconoce ningún objeto in­material, con excepción de los conceptos, propieda­des y relaciones, a ninguno de los cítales le atribuye existencia autónoma, o sea, independiente del sujeto.

Hasta aquí la exactitud como una de las condicio­nes necesarias pac? la modernización del materia­lismo. Apliquemos ahora la regla de la exactitud y la condición de compatibilidad con la ciencia a la defi­nición del concepto de materia.

2. Definición del concepto de materia

Las definiciones más populares del concepto de materia propuestas en el pasado son inadecuadas. Los entes materiales no pueden identificarse con los objetos masivos, ni menos con los macizos o sólidos, desde que se descubrieron campos sin m asa'tales como el electromagnético y el neutrínico. Y los obje­tos materiales no pueden definirse como los que exis­ten independientemente del sujeto, porque un idea­lista objetivo afirmará la existencia autónoma (inde­pendíente del sujeto) de objetos inmateriales tales como ideas. En resumen, mientras la primera defini­ción ha resultado científicamente anacrónica, la se­gunda siempre ha sido filosóficamente inadecuada.

Inspirémonos en la ciencia íáctica contempo­ránea, según la cual los objetos materiales, a diferen­cia de los ideales, son cambiables. (Capítulo 1, Sec­ción 1.) Incluso las llamadas partículas elementales son, sea inestables, sea cambiantes de varias maneras posibles a causa de sus interacciones con otros entes (partículas o campos). En cambio un objeto concep­

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tual, tal como el número 3 o el teorema de Pitágoras, no está en ningún estado ni, a fortiori, puede cambiar de estado. Por lo tanto no tiene sentido preguntar ‘¿Q ué tal está el número 3 hoy?’ o ‘¿Guál es la ecua­ción de movimiento (o de campo, o esquema de transmutación) del teorema de Pitágoras?’.

Podemos pues caracterizar un objeto material como un objeto que puede estar por lo menos en dos estados, de modo que puede saltar de uno a otro. (En realidad el más simple de los entes materiales, tal como un electrón o un fotón, puede estar en un m o­mento dado en uno cualquiera de un conjunto infi­nito de estados.) O sea, si x es un objeto material y Sy(x) es un espacio de los estados para x, entonces la numerosidad del conjunto Sr(x) es por lo menos 2, y recíprocamente.

Podría objetarse que el alma, concebida a la ma­nera de Platón o de Descartes, es tan inmaterial como cambiable, y por lo tanto refuta nuestra definición. No hay tal cosa, porque esta definición pertenece a una ontología materialista, que no reconoce objetos desencarnados, y en la que los estados mentales son estados cerebrales. Además, es imposible construir espacios de estados que representen objetos inmate­riales; por este motivo la psicología mentalista no ha sido matematizada.

(No es menester entrar aquí en la técnica de cons­trucción de un espacio de los estados SY(x) para un ob­jeto x relativamente a un marco de referencia)». Baste decir que la ciencia contemporánea acepta tácita­mente el postulado gnoseológico según el cual, dada cualquier cosa x acerca de la cual se conocen algunas propiedades, es posible (a) representar cada propie­dad de x por una función matemática, y (b) reunir to­

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das estas funciones en una lista, llamada \z función de estado de x. Cada valor de esta función representa un estado de x relativamente al marco de referencia y dado. La totalidad de tales valores, compatibles con las leyes de x, se llama el espacio de los estados legales de x relativamente a y. A medida que transcurre el tiempo la cosa se mueve de un estado a otro, lentamente res­pecto de algunos marcos de referencia y rápidamente respecto de otros. Para la teoría general y numerosas aplicaciones de la misma, véanse Bunge 1977 y 1979.)

En resumidas cuentas, adoptaremos la Definición 1. El objeto x es un objeto material (o ente

o cosa) si, y sólo si, para todo^, si Sv(x) es un espacio de estados para x, S>,(x) tiene por lo menos dos elemen­tos. De lo contrario x es un objeto inmaterial.

Dicho más brevemente, nx = ,i/(y). (Si Sy(x) es un espacio de estados para x, en­tonces 5,,(x) > 2.)

Esta definición nos permite partir todo conjunto de objetos entre entes y no entes. También nos per­mite construir la

Definición 2. La materia es (idéntica a) el conjunto de todos los objetos materiales o entes.

En símbolos,

Ai = rf/ {x | jix}.

Obsérvese que éste es un conjunto y no un ente: es la colección de todos los entes presentes, pasados y futu­ros. (Si se prefiere, Ai es la extensión del predicado n, que se lee ‘es material’.) Por consiguiente, si preten­demos mantenernos dentro del materialismo, no po­demos decir que la materia existe (excepto concep­tualmente), y menos aún que la materia es material (lo que no tendría sentido). Supondremos en cambio

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que los objetos materiales individuales, y tan sólo és­tos, existen. Pero este punto invita a pasar a otra sec­ción.

3. El postulado central del materialismo

Para poder formular exactamente la hipótesis central del materialismo necesitamos no sólo el con­cepto de materia, sino también el de realidad, por­que, según el materialismo, todos los objetos mate­riales son reales y recíprocamente. Una manera de definir el predicado “ es real” es por medio de la no­ción de acción o influencia, que supondremos ya de­finida (Bunge 1977). Un objeto es real si, y solamente si, influye sobre, o es influido por, otro objeto, o está compuesto exclusivamente de objetos reales. (El se­gundo disjunto se necesita para dar lugar al universo en su totalidad, ya que éste, aunque no puede ser in­fluido por nada exterior a él, está compuesto de obje­tos reales.) Más precisamente, proponemos la

Definición 3. Urf objeto x es real si, y sólo si, o bien(a) hay por lo menos otro objeto y cuyos estados son (o serían) diferentes en ausencia de x, o bien (b) todo componente de x modifica los estados de algún otro componente de x.

Definición 4. La realidad es el conjunto de todos los objetos reales.

Obsérvese que, puesto que “ realidad” se ha defi­nido como un conjunto, es a su vez irreal, ya que los conjuntos son incapaces de influir cosa alguna. (No hay paradoja, ya que una totalidad no tiene por qué poseer todas las propiedades de sus partes.) Obsér­vese también el contraste entre la Definición 4 y la no-

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¡ ción vulgar o ecléctica de realidad como la totalidadj de todos los objetos, sea que son capaces de actuari sobre otros objetos o de sufrir la influencia de éstos, o| no. Finalmente, obsérvese que no estamos definiendoj “ realidad” como existencia independiente del sujeto,{ y esto por dos razones. Primera, porque las creacio-

Ines humanas no se actualizan sin intervención hu­mana. (Por ejemplo un libro, aunque real, debe su existencia a su autor y su editor.) Segunda, porque también los sujetos de conocimiento son reales.

Ahora estamos preparados para enunciar la hi­pótesis que comparten todas las ontologías materia­listas:

Postulado 1. Un objeto es real (o existe realmente) si, y sólo si, es material. (Más brevemente: Todos los objetos materiales, y sólo ellos, son reales.)

Esta hipótesis hace de puente entre las Definicio­nes 1 y 3. En virtud de las definiciones 2 y 4, el Postu­lado 1 equivale a: La realidad, es (idéntica a la) materia. Dicho negativamente: Los objetos inmateriales (los no entes) son irreales. En particular las propiedades, relaciones y cambios de las mismas, de los objetos materiales, son reales tan sólo de manera derivada: en sentido estricto son abstracciones. Por ejemplo, las distancias entre las cosas no son reales: sólo las cosas espaciadas lo son. Análogamente, los sucesos no son reales: sólo las cosas cambiantes son'reales. (Sin em­bargo, no es incorrecto hablar de las propiedades, es­tados, y sus cambios, siempre que se sobreentienda que no existen separadamente de las cosas que las po­seen.)

Ahora podemos responder a una objeción bas­tante difundida que se ha formulado contra el mate­rialismo. Ella es que el espacio y el tiempo, aunque

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inmateriales, no pueden ignorarse: ¿acaso no suele decirse que las cosas materiales existen ¿n (regiones de) el espacio y el tiempo? La respuesta materialis­ta es la teoría relacional del espacio y tiempo que apunta en el parágrafo anterior. Según dicha teoría el espaciotiempo, lejos de existir por cuenta propia, es la trama básica de los objetos cambiantes, o sea, de las cosas materiales. Por lo tanto en vez de decir que los entes existen en el espacio y el tiempo, debiéramos. decir que el espacio y el tiempo existen por poder, esto es, en virtud de la existencia (y por lo tanto el cambio) de los objetos materiales. El espació es el modo de espaciarse las cosas, y el tiempo el modo de sucederse los sucesos que ocurren en las cosas (Leib- niz). Por consiguiente, si las cosas se esfumaran tam­bién desaparecerían el espacio y el tiempo. (Véase Bunge 1977.) En suma, el espacio y el tiempo no exis­ten independientemente, como tampoco existen de este modo la solidez o el movimiento, la vida o la mente, la cultura o la historia.

4. Sistema

La noción de cosa material nós permite definir la de cosa compleja y, más particularmente, sistema. Un sistema puede caracterizarse como un objeto com­plejo cuyos componentes están acoplados, a conse­cuencia de lo cual el sistema se comporta en algunos respectos como una totalidad. Todo sistema puede analizarse en su composición (o conjunto de sus partes), ambiente (o conjunto de objetos diferentes de los com­ponentes y relacionados con éstos), y estructura (o con­junto de relaciones, en particular conexiones y accio-

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nes, entre los componentes y éstos y los objetos am­bientales). Se sigue de esta definición, junto con el Postulado 1 y la Definición 3, que, si un sistema está compuesto de objetos materiales (reales), entonces él mismo es real (material). Más precisamente, deduci­mos el

Teorema 1. Un sistema es real (material) si, y sola­mente si, está compuesto exclusivamente de partes reales (materiales).

Esta proposición parece trivial pero no lo es. En primer lugar nos dice que sistemas no físicos, tales como organismos y sociedades, son materiales; en particular, nos permite hablar de materia viva y de materia social. En segundo lugar, el teorema anterior implica que, según el materialismo, los “ mundos” de ideas —tales como la filosofia y la física teórica— no son reales. Quienes son reales son los productores y consumidores de tales “ mundos” . Retomaremos este tema en los dos últimos capítulos.

Ahora que poseemos la noción de sistema real (material) podemos añadir la hipótesis sistèmica:

Postulado 2. Todo objeto real (material) es, o bien un sistema, o bien un componente de un sistema.

Para decirlo negativamente, no hay cosas sueltas. La consecuencia gnoseològica es obvia: liúsquense rela­ciones, en particular lazos (o acoplamientos o conexio­nes) entre las cosas.

Nótese los puntos siguientes. Primeramente, nuestra versión del materialismo es dinamicista, por­que identifica la materialidad con la cambiabilidad. Dadas las obscuridades de la dialéctica nada se gana­ría, y mucho se perdería, agregando el calificativo ‘dialéctico’. (Véanse los dos capítulos siguientes.) Se­gundo, el Postulado 1 no debiera confundirse con el

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nominalismo (o materialismo vulgar, o reismo), o sea, la tesis dé que sólo hay cosas, y que las propieda­des no son sino colecciones de cosas, y las relaciones pares (o triadas o, en general, tupias) de cosas. Es ver­dad que negamos la existencia independiente de pro­piedades y relaciones, pero en cambio afirmamos que las cosas poseen propiedades y están relacionadas en­tre sí. En tercer lugar, ni el postulado del materia­lismo ni las definiciones que lo acompañan restringen la clase de materia, o sea, la composición de la reali­dad. En particular, no estamos afirmando el fisi- cismo. (Volveremos a este asunto en la próxima sec­ción.) En cuarto término, el Postulado 2, o hipótesis de la sistemicidad, no debiera confundirse con el glo- balismo (holismo). En efecto, el globalismo afirma que los sistemas son totalidades opacas al análisis. En cambio nosotros concebimos un sistema como una cosa compleja que posee una composición, un am­biente y una estructura determinados aunque varia­bles, y en todo caso analizables.

5. Emergencia

El materialismo es un monismo substancial: afirma que hay una sola clase de substancia, a saber, la materia. (El pluralismo substancial, en cambio, sostiene que hay más de un tipo de substancia. por ejemplo materia y espíritu.) Pero el materialismo no tiene por qué ser monista en !o que respecta a propie­dades, o sea, no afirma necesariamente que todos los objetos materiales poseen una sola propiedad, tal como extensión espacial, o energía, o la posibilidad de unirse a otras cosas. El materialismo ni siquiera

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tiene por qué sostener que todas las propiedades de los objetos materiales son del mismo tipo, por ejem­plo físicas. En particular, el Postulado 1 y las defini­ciones que lo acompañan dejan lugar al pluralismo de propiedades, así como a las hipótesis sobre la emergen* cia y los niveles de la realidad.

Puesto que las nociones de emergencia y de nivel son algo delicadas, y muchos sospechan de ellas, con­vendrá empezar por definirlas. Para esto necesitamos una noción previa que aparece en la definición de sis­tema material, a saber, la de composición. La compo­sición de un sistema es, por supuesto, el conjunto de sus partes. Pero el concepto de parte puede enten­derse de diversas maneras. Por ejemplo, las células forman parte del cuerpo humano, pero también los órganos son parte del mismo; por este motivo es me­nester hablar de partes a cierto nivel o de cierto tipo. Diremos entonces que la composición-/! del sistema x, o C,i(x), es el conjunto de las partes de x que son de clase o especie A. Por ejemplo, la composición atómica de una molécula es el conjunto de sus áto­mos; la composición neuronal de un cerebro es el conjunto de sus neuronas; y la composición personal de un sistema social es el conjunto de las personas que forman parte de él.

Ahora estamos preparados para introducir laDefinición 5. Sea x un sistema de composición-/!

C,\(x) y sea P una propiedad de x. Entonces(a) P es una resultanle-A (o resultante relativamen­

te al nivel A) si, y sólo si, todo componente-/! de x po­see P;

(b) de lo contrario, o sea, si ningún componente- A de x posee P, entonces P es emergente-A (o emergente relativamente al nivel A).

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Por ejemplo, los componentes de las células no son vivos: la vida es emergente, no resultante, relati­vamente a los componentes de las células. Y la per­cepción, el sentimiento y la ideación son funciones de sistemas neuronales multicelulares que ninguna neu­rona individual puede ejecutar: también ellos son emergentes. En cambio la energía es una propiedad resultante de todo sistema concreto.

La emergencia no es misteriosa si se la concibe de esta manera ontológica. Sólo se torna misteriosa si se la caracteriza gnoseológicamente como propiedad sistèmica inexplicable en términos de las propiedades de los componentes. Pero esta caracterización es in­correcta, porque es necesario poder formular tanto la tesis de la explicabilidad de la emergencia como su negación. (Aunque compartimos la tesis racionalista de la explicabilidad de la emergencia, no nos ocupa­remos de ella aquí porque es una tesis gnoseològica, no ontológica.) Piénsese en esto: Se estima que el costo de la totalidad de los componentes elementales de un cuerpo humano (carbono, nitrógeno, calcio, hierro, etc.) es de alrededor de un dólar. En cambio el precio de mercado de las biomoléculas (DNA, RNA, proteínas, etc.) del cuerpo humano es de unos seis millones de dólares. Éste es el precio de la estructura emergente.

He aquí la hipótesis central acerca de la emer­gencia:

Postulado 3. Todo sistema posee por lo menos una propiedad emergente.

En cierto modo esta hipótesis es trivial, ya que todo sistema tiene una composición y una estructura diferentes de las de sus componentes. (Piénsese en un sistema con tres componentes unidos por interaccio­

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nes de un solo tipo, por ejemplo, atracción gravitato- ria, o bien flujos de información. Puede diagramarse como un gráfico con tres vértices —las componentes— y tres lados —las interacciones. Quítese ahora un componente y compárese el sistema que resulta con el anterior.) Sin embargo, el postulado es útil, porque llama la atención sobre la emergencia, concepto que suele entenderse mal y cuyo reconocimiento permite partir la familia de ontologías materialistas en dos subconjuntos. Una es la clase de ontologías que pue­den llamarse materialismo emergentista, porque recono­cen la emergencia; su complemento es el materialismo nivelador (o fisicista), es decir, la clase de ontologías que afirman que “ en el fondo” , o “ en última instan­cia” , todo es físico. Tratemos brevemente este pro­blema.

6. Niveles y evolución

El postulado de la emergencia sugiere investigar mecanismos de emergencia, tales como la agregación de entes similares o la síntesis de componentes di­símiles, así como los procesos evolutivos en el curso de los cuales emergen sistemas de especies nuevas (es- peciación). Se pueden distinguir por lo menos las si­guientes clases o niveles de entes: 1

Nivel físico = El conjunto de todas las cosas físicas.Nivel químico = El conjunto de todos los sistemas

químicos (o sistemas en los que se producen reaccio­nes químicas).

Nivel biológico = El conjunto de todos los organis­mos.

Nivel social = El conjunto de todos los sistemas so­ciales.

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Nivel técnico = El conjunto de todos los artefactos.No podemos detenernos en esta taxonomía. Bas­

ten las observaciones siguientes. Primera, los compo­nentes de todo sistema superior al físico pertenecen a niveles inferiores. (Esta relación sirve para definir de manera rigurosa el concepto de nivel: Bunge 1979.) Segunda, cuando trepamos por la pirámide de los ni­veles ganamos algunas propiedades (emergentes) pero perdemos otras. Por ejemplo, el nivel social está compuesto por animales pero no es un organismo.

Finalmente proponemos una hipótesis acerca del desarrollo:

Postulado 4. Los sistemas de todos los niveles han emergido en el curso de un proceso de asociación o asamblea de entes pertenecientes a niveles inferiores.

Los Postulados 3 y 4 implican elTeorema 2. Todo proceso de asociación o asamblea

va acompañado de la emergencia de por lo menos una propiedad.

Hay una enorme variedad de procesos de asocia­ción, desde la mera agregación de partículas hasta la fusión de sistemas sociales, y es probable que en el fu­turo emerjan muchos otros tipos de procesos de aso­ciación. Más aún, mientras algunos de ellos han sido naturales, otros son artificiales: este último es el caso de los sistemas sociales y de los artefactos.

Además de tales procesos de desarrollo debemos tener en cuenta los procesos evolutivos, o sea, proce­sos en cuyo curso emergen cosas absolutamente nue­vas, o sea, entes que poseen propiedades que no han existido antes. En la evolución biológica tales nove­dades provienen de mutaciones y adaptaciones; en la evolución cultural, de descubrimientos e invenciones. Podríamos decir mucho más acerca de la evolución a

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distintos niveles (fìsico, químico, etc.), pero ya es hora ! de terminar con este tema. Lo haremos agregando una última hipótesis, que torna al materialismo evo­lucionista: i

Postulado 5. Algunos procesos son evolutivos.También este postulado dista de ser trivial. Al fin i

y al cabo el creacionismo sostiene que toda novedad es obra de alguna deidad, y el materialismo mecani- cista afirma que nunca hay novedades auténticas: que todo cuanto parece nuevo no es sino resultado del ; reordenamiento de unidades preexistentes.

7. Conclusiones ;

Los postulados, definiciones y teoremas que pre- 1ceden constituyen el núcleo de una ontología mate- ,rialista que posee los rasgos siguientes:

(a) exacta : todo concepto es exacto o exactilkable;(b) sistemática: toda hipótesis pertenece a un sis­

tema hípotédco-deductívo;(c) científica: toda hipótesis es compatible con la

ciencia contemporánea;(d) dinamicista: todo ente es cambiable;(e) sistèmica: todo ente es un sistema o un compo­

nente de algún sistema;(/) emergentisla: todo sistema posee propiedades

que no tienen sus componentes;ig) evolucionista: toda emergencia original es una

etapa de algún proceso evolutivo.Baste lo anterior para bosquejar el nuevo mate­

rialismo científico. (Véanse detalles en Bunge 1977,1979, 1980b.) Por cierto que se solapa con otras filo­sofías materialistas: de lo contrario no podría llevar

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el nombre de familia ‘materialismo’. Sin embargo, las demás ontologías materialistas carecen de una o más de las características listadas. En particular la mayor parte de ellas son inexactas (metafóricas y verbales antes que literales y matemáticas), asistemáticas, dog­máticas (inmutables y por esto anticuadas) en lugar de ser científicas, o fisicistas (mecanicistas, reduccionis­tas) en lugar de emergentes. En el caso del materia­lismo dialéctico la inexactitud proviene de la compo­nente dialéctica. Pero las obscuridades de la dialéctica merecen capítulo aparte.

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CAPÍTULO 1

EL CONCEPTO CONTEMPORÁNEO DE MATERIA

Los filósofos inmaterialistas tienen una pobre opinión acerca de la materia. Esta opinión no con­cuerda con el concepto de materia que resulta de ge­neralizar los conceptos parciales de materia elabora­dos en la ciencia contemporánea. Empecemos por examinar algunas opiniones sobre la materia que aún circulan entre la comunidad filosófica.

1. La materia ¿es inertef

La más antigua de las opiniones no materialistas acerca de la materia es la expuesta por Platón, y que aún se encuentra en muchos filósofos. Según ella la materia es el receptáculo pasivo de las formas (pro­piedades), que a su vez son ideas: sólo el alma (o la mente) puede moverse por sí misma. Esta doctrina no fue compartida por Aristóteles, el más gran filósofo de todos los tiempos: según él las formas, iejos de ser previas a la materia y de introducirse en ésta desde fuera, son engendradas por la materia misma. En particular el alma, lejos de existir por sí misma y de ser separable del cuerpo, no es sino la forma de este último.

Desde la Antigüedád todos los materialistas han

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sostenido que el cambio es esencial a la materia. Aun cuando los materialistas antiguos creían que los áto­mos mismos son inalterables, los suponían en perpe­tuo movimiento. Y aun cuando los materialistas de los siglos xviii y xix solían considerar la fuerza como extrínseca a la materia y causa de los cambios de es­tado de ésta, sostenían que ningún trozo de materia puede permanecer por siempre libre de la acción de fuerzas. En resumen, el materialismo siempre ha sido dinamicista, aunque sólo ocasionalmente dialéctico. La tesis de la pasividad de la materia es típicamente idealista.

La concepción dinamicista de la materia ha sido también la de los físicos y químicos desde Galileo, Descartes y Boyle. En particular, el principio de iner­cia formulado por Newton afirma, en oposición a la física aristotélica, que una vez que un cuerpo se ha puesto en movimiento continúa moviéndose a menos que se le interponga una fuerza exterior. Y tanto la teoría ondulatoria como la corpuscular de la luz su­ponían que ésta se propaga por sí misma sin necesi­dad de ser empujada: la luz es semoviente. (Kant, quien no podía leer las ecuaciones de Newton por falta de conocimientos matemáticos, creyó equivoca­damente que la física newtoniana afirmaba que cuanto se mueve lo hace bajo la acción de alguna fuerza, sea atractiva, sea repulsiva. Y Voltaire, que tanto hizo por difundir la física newtoniana en su pa­tria cartesiana, había sido embrujado por la hipótesis de la gravitación universal, pero no pudo compren­derla adecuadamente porque tampoco él podía leer las ecuaciones de movimiento de Newton. De modo que ni Voltaire ni Kant advirtieron que la inercia de los cuerpos y de la luz refuta la creencia de que la ma-

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teria es pasiva, o sea, incapaz de moverse por sí misma.)

En resumen, la física clásica consideraba la mate­ria —fuese del género cuerpo o del género cam po- como esencialmente activa. Tanto es así, que el nú­cleo de toda teoría física es un sistema de ecuaciones de movimiento o de ecuaciones de campo, según el caso; y tal sistema describe, explica y predice el movi­miento de las partículas, el flujo de los fluidos, la pro­pagación de los campos, o cambios de algún otro tipo.

Esta concepción dinamicista de la materia fue adoptada por la química. En efecto, la química estu­dia no sólo la composición y la estructura de los com­puestos químicos, sino también los procesos de for­mación y transformación (en particular disociación) de tales compuestos. Tanto es así, que las reacciones químicas constituyen el núcleo de la química. Más aún, como es bien sabido, en tanto que la física clásica ignoraba las transformaciones cualitativas, la química se especializa en ellas. Lo mismo puede de­cirse de la biología desde Darwin y de las ciencias so­ciales desde Marx: la primera se interesa particular­mente por las transformaciones de la materia viva, y las segundas por las transformaciones de la materia social.

La ciencia contemporánea ha reforzado la tesis del dinamismo de ia materia y de su capacidad ilimi­tada para generar nuevas formas. Piénsese en el hu­milde electrón, al que, aun cuando está aislado, se atribuye no sólo un movimiento translatorio sino también un temblor y una rotación propia o espín. O piénsese en el modesto fotón, o en el cuanto de cualquier otro campo, que viaja sin cesar hasta ser

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desviado o absorbido por alguna partícula. De modo, pues, que aun las partículas elementales y los campos cambian constantemente. Con mayor razón, todos los sistemas materiales son cambiables. Piénsese en los átomos, moléculas, cristales, fluidos, células, organis­mos multicelulares, sistemas sociales, sociedades ínte­gras, y artefactos: piénsese en la maravillosa variedad de sus propiedades, en particular la propiedad de

Todas las ciencias fácticas, desde la física hasta la historia, parecen estudiar materias de diversas clases, inanimada o viviente, pensante o social. Este cuadro difiere radicalmente de la visión de la materia que nos ofrecen los filósofos no materialistas, en particular los idealistas. El materialismo que sugiere la ciencia con­temporánea es dinamicista antes que estatista. Tam­bién es pluralista, en el sentido de que reconoce que una cosa material puede tener muchas más propieda­des que las que le asigna la mecánica. Ya volveremos sobre este punto.

Es verdad que toda teoría científica suficiente­mente avanzada contiene algunas leyes de conserva­ción, tales como los teoremas de conservación de la masa total, o del impulso total, o de la energía. Se ha afirmado a veces que semejantes leyes de conserva­ción refutan al dinamicismo. Éste es un error elemen­tal, ya que las fórmulas de conservación afirman la permanencia de alguna propiedad de un objeto ma­terial en medio del cambio del mismo. Estas propie­dades son constantes del movimiento o, en general, constantes de la transformación de las cosas. (He aquí un ejemplo trivial: la diferencia de edades entre la madre y su niño permanece constante mientras am­bos vivan.)

cambiar o de causar cambios.

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En resumidas cuentas, la ciencia niega la tesis de que la materia es inerte o pasiva, y sugiere en cambio la generalización ontológica de que todo objeto ma­terial está involucrado en algún proceso.

2. La materia ¿ha sido desmaterializada?

Otra opinión bastante difundida es que la física moderna ha desmaterializado la materia. Hay diver­sas versiones de esta opinión. Una es que la física ha demostrado que la materia no es sino un sistema de ecuaciones, y por lo tanto un ente inmaterial. Esta te­sis reposa sobre una semántica defectuosa, según la cual una teoría científica coincide con su formalismo matemático. Todo físico sabe que esto es falso: que un conjunto de fórmulas matemáticas puede leerse o interpretarse de diversas maneras. En otras palabras, para que un conjunto de fórmulas matemáticas ad­quiera contenido físico, o sea, describa un ente real, es preciso agregarle un conjunto de “reglas de corres­pondencia” o hipótesis semánticas. Por ejemplo, la fórmula “ F = q ^ /e r 2” no es la ley de Coulomb de la electrostática elemental a menos que se le añada la hi­pótesis semántica de que ‘F’ representa la fuerza de interacción entre dos partículas puntuales con cargas q\ y q¿, separadas por la distancia r, y sumergidas en un medio de constante dieléctrica e. En resumen, una teoría física es un formalismo matemático junto con una interpretación física. Y una teoría, lejos de ser idéntica a su referente (un ente físico), lo representa (exacta o aproximadamente).

Una segunda versión de la tesis de la desmateriali­zación es que, después de todo, todo ente físico es un

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campo o es reducible a campos; y, puesto que los campos no son materiales, tampoco lo son los entes físicos. Esta opinión podría haber sido defendida hace un siglo, cuando el concepto de campo era joven e inseguro, y les parecía a muchos un mero artificio para resumir información acerca de interacciones en­tre cuerpos. Pero, puesto que en ese tiempo los físicos no consideraban los cuerpos como reducdbles a cam­pos, esa opinión habría sido descartada sin más.

Desde que Maxwell formulara la teoría electro­magnética clásica, Hertz produjera ondas electro­magnéticas y Einstein despojara a la teoría del mítico éter, el concepto de campo se ha afirmado: ya no se lo considera como una ficción conveniente sino como un ente real aunque sutil. Poco antes del nacimiento de la física cuántica se podría haber definido la mate­ria como la unión de dos géneros: cuerpos (en parti­cular partículas) y campos. Desde entonces hemos aprendido a considerar las partículas como quanta de campos desconocidos en la física clásica. (Por ejem­plo, los electrones son quanta del campo electrónico.)Y analizamos cuerpos en sus partículas constituyentes y los campos que las mantienen unidas. De modo que los campos se han convertido en el tipo básico de ma­teria.

Una tercera versión de la tesis de la desmateriali­zación se basa sobre la interpretación de Copenhagen de la teoría cuántica. Según esta interpretación, dicha teoría no trata de entes físicos que existen indepen­dientemente, sino de experimentos que incluyen a ex­perimentadores. Todo suceso cuántico sería, en úl­tima instancia, el resultado de decisiones arbitrarias de un sujeto humano. La teoría, que es muy exacta, versaría pues sobre compuestos materia-mente. Más

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aún, la frontera entre el componente material y el componente mental podría trazarse arbitrariamente, de modo que no existiría materia de manera objetiva o absoluta. Hasta aquí la interpretación de Copenha­gen, que ha sido sometida a severas críticas (p. ej. Bunge 1955, Popper 1967, Bunge 1978).

Un defecto de esta interpretación es que ninguna fórmula de la teoría contiene variables que describan propiedades de seres humanos, en particular propie­dades psicológicas. (En particular, obsérvese que el operador de la energía total, o hamiltoniano, no con­tiene contribuciones del sujeto.) Otro defecto es que muchos experimentos pueden automatizarse, a punto de que sus resultados quedan impresos. El experi­mentador puede leerlos una vez que el experimento ha concluido, lo que es una manera de asegurar que no intervendrá en el proceso. De modo, pues, que la teoría cuántica no refuerza la tesis de que la materia ha sido espiritualizada.

Finalmente, en tiempos recientes se ha difundido la creencia de que, según la física contemporánea, el mundo físico está compuesto de sucesos y no de cosas o entes substanciales. Esta creencia denuncia superfi­cialidad, porque no se funda sobre un análisis del concepto de suceso. En efecto, por definición un su­ceso es un cambio de estado de alguna cosa material: no hay sucesos en sí, sino tan sólo sucesos en algún ente material, sea cuerpo o campo, célula o sociedad. Tanto es así, que la formalización más sencilla del concepto de suceso es ésta: “x es un suceso en la cosa y relativamente al sistema de referencia z = dfi y f son estados posibles de la cosa y relativamente al sistema de referencia z, y x es idéntico al par ordenado (i, /)” . La física no enseña que el mundo está compuesto de

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sucesos inmateriales o de objetos materiales que no sufren cam bio: el mundo de la física es un sistema de cosas cambiantes, a saber, el sistema más amplio de este tipo.

En resumidas cuentas, el rumor de que la física contemporánea ha desmaterializado la materia re­sulta falso. Antes bien, como veremos dentro de un rato, la psicología fisiológica ha materializado la mente.

3. La vida ¿es inmaterial?

El vitalismo, descendiente del animismo, sostiene que la vida es el ente inmaterial que anima a los orga­nismos, y que éstos están diseñados a fin de que pue­dan realizar su propósito, que es la preservación de su especie. En cambio, según el materialismo la vida es una propiedad de ciertos objetos materiales. Por cierto que el materialismo mecanicista niega que haya diferencias cualitativas entre los organismos y las co­sas inanimadas: la diferencia sólo lo sería de comple­jidad. Esta clase de materialismo es presa fácil del vi­talismo, porque una fábrica moderna no es menos compleja que una célula, y es obvio que la biología estudia propiedades y procesos desconocidos a la física y a la química. De modo, pues, que el materia­lismo mecanicista no es una respuesta adecuada al vi­talismo.

Una concepción materialista de la vida debe reco­nocer la emergencia, o sea, el hecho de que los siste­mas poseen propiedades que no tienen sus compo­nentes. En particular!, los biosistemas son capaces de mantener un medio interior bastante constante; las

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actividades de sus diversas partes están coordinadas; pueden autorrepararse hasta cierto punto, pueden re­producirse, cooperar y competir; y están sujetos a evolución por variación génica seguida de selección natural. El materialismo emergentista que sustenta­mos no tiene dificultad en reconocer las peculiarida­des de los biosistemas. Más aún, a diferencia del glo- balismo (holismo), el materialismo emergentista esti­mula la búsqueda de explicaciones de la emergencia en términos de propiedades y procesos de entes a ni­veles inferiores.

¿ Qué suerte han corrido el vitalismo y el materia­lismo emergentista en la biología moderna? La res­puesta depende del tipo de prueba documental que se elija, pues mientras algunos textos favorecen al vita­lismo, otros defienden el mecanicismo nivelador y otros apoyan tácitamente el materialismo emergen­tista. En efecto, muchos biólogos emplean expresio­nes vitalistas, en particular teleológicas, como cuando escriben acerca del ‘propósito del órgano X ’ o del ‘uso del proceso Y' o del ‘plan (o diseño) del sistema Z\ Ciertamente, no les gusta que se les acuse de vita­lismo, de modo que a menudo prefieren usar el tér­mino ‘teleonomía’ en lugar de ‘teleología’. Pero ésta es una mera hoja de parra verbal que intenta ocultar la vieja causa final aristotélica. En todo caso, si uno se propone encontrar pruebas verbales del pensamiento finalista entre los biólogos contemporáneos, las en­contrará en abundancia. La cuestión es averiguar si tal cúmulo de frases vitalistas es un indicador fide­digno de la naturaleza vitalista de la biología, o una reliquia de la biología antigua, o incluso un residuo de una educación no científica. No es posible respon­der esta pregunta examinando nuevamente los textos

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en cuestión: sólo puede responderse examinando in­vestigaciones biológicas reales.

Ahora bien, la biología contemporánea es obser- vacional, experimental y teórica. Puesto que los con­ceptos de fuerza vital y de finalidad son teóricos, no empíricos, es inútil buscar trazas de vitalismo en las observaciones o los experimentos biológicos. Lo único que pueden dar estas operaciones empíricas es pruebas a favor o en contra de la hipótesis de que la vida es inmaterial y de que todos los procesos vitales se dirigen a fines o metas. El único lugar donde se po­drían encontrar tales hipótesis es en la biología teó­rica. Echemos pues un vistazo a esta última.

Diversas ramas de la biología se han tornado teóricas en el sentido moderno, es decir, matemáti­cas: la genética de poblaciones (que incorpora buena parte de la teoría de la evolución), la fisiología (en particular el estudio de sistemas de biocontrol), la ecología (en particular el estudio de los procesos de competencia y cooperación), y algunas otras. Todos los años se publican, en las diversas revistas de biolo­gía teórica (o matemática), centenares de modelos matemáticos de biosistemas. El autor ha seguido esta literatura durante dos décadas sin jamás haber visto un modelo, y menos aún un modelo confirmado em­píricamente, que incorpore la hipótesis de que la vida es un principio inmaterial. Tampoco ha visto ningún modelo matemáticamente correcto y empíricamente exitoso que incluya el concepto de proceso dirigido a (ni menos por) una meta. Lo que muestra la literatura reciente es, en cambio, (a) un aumento del número de explicaciones de propiedades y procesos biológicos con ayuda de la física y de ia química, y (h) un au­mento del número de explicaciones de procesos de fi­

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nalidad aparente en términos, sea de la teoría del control, sea de la teoría de la evolución. Volveremos a este asunto en el Capítulo 5.

En conclusión, la biología contemporánea no es vitalista aun cuando muchos biólogos emplean a ve- ces una fraseología vitalista. (Recuérdese que el len­guaje es el vestuario de las ideas, y que algunos vesti­dos son disfraces. Por consiguiente, aun cuando el análisis filosófico parte del lenguaje, debe ir más allá de éste si ha de alcanzar profundidad y ser de utili­dad.) La biología se está tornando cada vez más mate­rialista, al estudiar los biosistemas y sus componentes, así como sus orígenes, con ayuda de la física y de la química, lo que no implica que haya sido reducida a estas ciencias.

4. La mente ¿es inmaterial?

El dualismo psicofísico, o la tesis de que hay tanto mentes (espíritus, almas) como cuerpos, es quizá la más vieja de todas las filosofías de la mente. Forma parte de la mayoría de las religiones y fue incorpo­rada a la filosofía por Platón. Descartes modificó la doctrina al expulsar todos los espíritus del cuerpo y donarlo éste a la ciencia, al par que confería todos los derechos sobre el alma a la teología y la filosofía. Muchos filósofos modernos, así como diversos cien­tíficos en tren de filosofar, han adoptado el dualismo psicofísico en alguna de sus versiones, unos explícita­mente, otros tácitamente. Escuelas íntegras y aun campos de investigación lo apoyan, por ejemplo el psicoanálisis con sus entes inmateriales (ego, supe- rego, id, libido) que habitan el cuerpo, y los antro­

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pólogos e historiadores que hablan de la superestruc­tura espiritual montada sobre la infraestructura ma­terial. Sin embargo, la fortuna del dualismo psico- físico comenzó a declinar hace unas tres décadas ante el embate no coordinado de la filosofía y la psicolo­gía. Veamos cómo.

Hay al menos tres maneras de socavar la doctrina de la inmaterialidad de la mente. Una es mostrar que es conceptual mente defectuosa, otra que es incompa­tible con la ciencia, y la tercera es exhibiendo una al­ternativa superior. Esbozaremos aquí las dos prime­ras y dejaremos la tercera para el Capítulo 6. (Para detalles sobre las tres líneas de ataque, véase Bun- ge 1980b.)

El defecto conceptual más obvio del dualismo psi- cofísico es su imprecisión: no explica qué es la mente porque no ofrece ni una teoría ni una definición de la misma. Todo lo que nos ofrece son ejemplos de esta­dos o sucesos mentales: no nos dice qué está en tales estados o sufre tales cambios, a menos que se trate de la mente misma, en cuyo caso la tesis es circular.

Otro defecto fatal del dualismo es que despega es­tados y sucesos mentales de toda cosa que pueda estar en tales estados o sufrir tales cambios. Esta manera de concebir estados y sucesos es incompatible con la ciencia: en toda ciencia un estado es un estado de al­gún ente material, y un suceso es un cambio de estado de algún ente material. (Recuérdese la Sección 2.) El movimiento es cambio de posición relativa de un cuerpo o de un campo; la oxidación es un proceso de combinación de átomos de algún tipo con átomos de oxígeno; la división celular es un proceso que ocu­rre en células, y así sucesivamente. La psicología bio­lógica cumple con esta condición de concebir todo

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estado o cambio de estado como propio de un ente material. El dualismo psicofisico la viola.

Un tercer defecto grave del dualismo es que con­cuerda con el creacionismo pero no con el evolucio­nismo. En efecto, si la mente es inmaterial entonces está por encima de las vicisitudes de la materia viva, en particular las mutaciones y la selección natural. En cambio, según el materialismo la mente evoluciona junto con el cerebro, pues no es sino un conjunto de funciones cerebrales. (Véase el Capítulo 7.)

Pero el peor rasgo del dualismo psicofìsico es que obstaculiza la investigación, porque ya tiene respuesta a todos los problemas y se rehúsa a investigar el cere­bro con el fin de entender la mente. (Por ejemplo, consagra la separación entre psicología y neurofisio­logia, y por lo tanto favorece la psicoterapia verbal contra la psicoterapia de la conducta o la quimiopsi- coterapia.) Por el mismo motivo el dualismo pro­mueve la superstición, en particular la creencia en la telepatía, la psicocinesis, el preconocimiento, la clari­videncia y los diversos entes psíquicos inventados por el psicoanálisis.

En resumen, el dualismo psicofisico no es una teoría científica. Ni siquiera es una teoría: es mera­mente una tesis ideológica que forma parte de las cos- movisiones mágicas y religiosas. No es de extrañar que esté siendo reemplazado por el enfoque materia­lista, según el cual la mente es un conjunto de funcio­nes cerebrales de cierto tipo. Volveremos sobre este punto en el Capítulo 6.

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5. La cultura ¿es inmaterial?

Las filosofías idealistas de la cultura nos han acos­tumbrado a pensar la cultura y los objetos culturales como inmateriales. Esta manera de pensar cava un abismo entre el hombre y los demás animales, así como entre las ciencias de la cultura y todas las de­más. También hace difícil el comprender por qué la cultura de una sociedad depende de la economía y la política de la sociedad, con las que coevoluciona.

Los materialistas históricos y los culturales han criticado a los idealistas culturales y han tratado de demostrar que las circunstancias y actividades mate­riales del hombre —a saber el medio natural, su trans­formación por el trabajo y las relaciones sociales que derivan de esta actividad— determinan todo lo demás. (Véanse Engels 1878, Harris 1979.) En particular, la cultura intelectual y artística, así como las ideologías de una sociedad, se consideran como epifenómenos denotados colectivamente como la “superestructura” (ideal) montada sobre la “infraestructura” (material). De modo, pues, que tanto el materialismo histórico como el cultural se reducen esencialmente al determi- nismo económico. Por cierto que a menudo se afirma que, una vez formada, la superestructura adquiere un impulso propio y puede reaccionar sobre la infraes­tructura. Con todo, ésta sigue siendo considerada como el primer motor y la superestructura es conce­bida como inmaterial (ideal), lo que constituye un caso evidente de dualismo psicofísico.

El materialismo histórico y el materialismo cultu- ral son materialistas a medias porque incluyen la dua­lidad materia-espíritu. Además, no pueden explicar

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las interacciones entre la cultura de una sociedad y ios demás subsistemas de la misma. Lo primero es obvio aunque no parece haber sido advertido: para un ma­terialista consecuente no puede existir un ente inma­terial (o ideal) que cabalgue sobre un ente material.Y la tesis de la primacía absoluta de la economía so­bre el resto se muestra inadecuada cuando se piensa que un cambio social puede iniciarse sea en la econo­mía, la política o la cultura, y que algunos cambios culturales —tales como la invención del alfabeto, de la aritmética y de la ciencia— tienen efectos económicos y políticos revolucionarios.

Una alternativa materialista al dualismo infraes­tructura-superestructura es la concepción siguiente. Una sociedad humana puede considerarse como un sistema concreto (material) compuesto por seres hu­manos. El que sea material no implica que posea so- lamente propiedades físicas. Los sistemas sociales tie­nen propiedades específicas emergentes, tales como la estructura social, y unas pocas propiedades físicas, ta­les como la de estar compuestos por objetos materia­les, la de estar ubicados en el espacio y en el tiempo, y la de transformar energía.

Más aún, toda sociedad humana puede analizarse en cuatro subsistemas: el biológico, el económico, el cultural y el político. La cultura de una sociedad, por primitiva que sea, es un sistema mantenido por rela­ciones de información, así como el sistema biológico está integrado por relaciones de parentesco y de amistad, la economía funda su unidad en relaciones de trabajo y de intercambio, y la política en relaciones de administración y de poder. Por lo tanto la cultura de una sociedad puede considerarse como un sistema material, aunque no físico, por estar caracterizado

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por propiedades no físicas (emergentes) tales como la de crear y difundir conocimiento, pericia técnica y arte.

Una actividad cultural es una actividad cerebral de cierto tipo, que influye sobre la manera en que otros individuos piensan, sienten u obran. El “pro­ducto” de semejante actividad se llama ‘objeto cultu­ral’ : puede ser un poema o un teorema, una receta médica o de cocina, un plano o un programa de ac­ción, una sonata o una descripción de una planta, etc. Mientras tal “ producto” permanezca dentro del cráneo de su creador, es solamente un proceso cere­bral: para que se convierta en objeto cultural tiene que ser comunicable. Tal socialización u objetivación no tiene por qué ser permanente, pero debe ser acce­sible a otros. Una canción que jamás ha sido cantada o escrita podrá ser un objeto bello (para su creador) pero no puede ser un objeto cultural.

Por cierto que podemos fingir, si así lo deseamos, qué la música y la poesía, la matemática y la filosofía, la biología y la teología son objetos ideales o abstrac­tos. Podemos adoptar esta ficción a condición de que comprendamos que no existirían a no ser por sus creadores y usuarios, todos los cuales son sistemas materiales (si bien no físicos) sumergidos en un sis­tema social. Incluso la biblioteca, museo o laborato­rio más completos del mundo dejarían de ser objetos culturales después de un holocausto nuclear, porque no quedaría quien pudiera comprender lo que con­tienen. En otras palabras, la tercera guerra mundial eliminaría toda traza del “tercer mundo” imaginado por Popper. Y esto no porque las explosiones nuclea­res lo destruirían (ya que sólo los entes materiales pueden ser desmantelados, transmutados o meta-

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inorfoseados), sino porque el “tercer mundo” , o mundo autónomo de la cultura, no existe. En el Ca­pítulo 8 retomaremos este tema en detalle.

Esta concepción materialista de la cultura como sistema material no la rebaja, sino que la desmistifica. En cambio la creencia de que los libros, discos de fo­nógrafo, pinturas, esculturas, etc., son intrínseca­mente valiosos, o sea, tienen una existencia y un valor por sí mismos, aun en ausencia de gentes capaces de usarlos, es una opinión materialista grosera. (Hay, por supuesto, casos engañosos. Por ejemplo, un disco de música rock no es sino una mercancía porque, al ser escuchado, no produce experiencia musical al­guna. Análogamente, más de un libro sobre asuntos esotéricos, cuya lectura no produce comprensión ni placer, es un mero objeto físico.) Al evitar la reifica- ción y abstenerse de asignar valores absolutos con prescindencia de cerebros capaces de evaluar, el ma­terialismo consecuente realza el valor del ser humano, único ser conocido capaz de crear y consumir bienes culturales. El materialismo consecuente es pues hu­manista.

En resumen, la cultura no es inmaterial. Si se la estudia como proceso (de creación o difusión), la cul­tura resulta ser tan material como el movimiento o el cambio químico, porque tiene lugar en y entre noso­tros, que somos sistemas materiales. Y si se la concibe como un sistema compuesto de productores y consu­midores de bienes culturales, la cultura se nos aparece como un sistema material. En cualquiera de los dos casos la cultura no es menos material que la econo­mía o la política. Y no es cierto que todo lo cultural sea derivado o epifenoménico: todo acontecimiento o proceso social de importancia tiene cuatro compo­

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nentes: biológica, económica, cultural y política. Por consiguiente no es posible desarrollar una nación tan sólo económicamente, o políticamente, o cultural- mente, o biológicamente. El desarrollo genuino de una sociedad es al mismo tiempo biológico, eco­nómico, cultural y político. Éste es un corolario de nuestra división cuatripartita de la sociedad humana. (Véase Bunge 1980c.)

En definitiva, no hay razón valedera para suponer que la cultura es inmaterial. En cambio es ventajoso, tanto intelectual como prácticamente, el concebir la cultura de una sociedad como un subsistema con­creto de ésta. Volveremos sobre este punto en el Ca­pítulo 9.

6. Conclusiones

Es hora de aprender un par de lecciones de lo que antecede. Una es que el concepto de materia ha cam­biado a lo largo de los siglos. Mejor dicho, ha habido una sucesión histórica de conceptos de materia. Y no hay razón para suponer que el concepto contempo­ráneo de materia sea definitivo: después de todo la materia es lo que estudia la ciencia, y mientras haya investigación científica ésta resultará en nuevos con­ceptos y nuevas teorías.

Sin embargo, para que una familia de conceptos pueda designarse con propiedad con una sola expre­sión, es preciso que todos los miembros de la familia compartan un núcleo común de significado; de lo contrario estaremos en presencia de una ambigüedad que dará lugar a malos entendidos, antes que en pre­sencia de un cambio conceptual. La sucesión histórica

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de conceptos de materia satisface esta condición, por­que cada miembro de la misma incluye la idea de que todo ente material es cambiable cuando menos en lo que se refiere a su posición respecto de otros entes materiales. Para decirlo en forma negativa, en nin­gún momento la ciencia ha afirmado la inmutabili­dad de la materia. Volveremos a este asunto en el próximo capítulo.

Otra lección que podemos extraer de lo que pre­cede es que, lejos de alejarse del materialismo, la ciencia se está tornando cada vez más materialista en forma explícita. Lo está haciendo no sólo evitando el comercio con objetos inmateriales (fuerzas vitales, fantasmas, pensamientos desencarnados, fuerzas his­tóricas supramateriales, etc.), sino también, y de he­cho especialmente, estudiando entes materiales. En efecto, la ciencia investiga cosas físicas tales como quanta, campos y cuerpos; sistemas químicos tales como los organillos de las células; biosistemas ta­les como bacterias y hongos; y sistemas sociales tales como economías y culturas. De modo, pues, que la ciencia contemporánea puede caracterizarse como el estudio de objetos materiales por medio del método científico y con el fin de encontrar y sistematizar las leyes de tales objetos. En otras palabras, la investigación científica presu­pone una ontología materialista y también la enri- r quece. Cabe a los filósofos el desenterrar, desarrollar y sistematizar esa ontología. Veamos a continuación 1 cómo puede cumplirse esta tarea.

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¿QUÉ OS EL REALISM O CIENTÍFICO?

1:1 realismo científico dice que Lis enrulad«:«;, los calados y los procesos descritos por leorías correctas realmente existen. Los protones, los (otoñes, los campos de fuerza y los hoyos negros son tan reales como las uñas de los pies, ías luí binas, los remolinos de una corriente y los volcanes. Las interacciones débiles de la física de partículas elementales son tan reales como enamorarse. Las teorías acerca i!e la estructura Je la* moléculas que transportan el material genético son o bien veidaderas o bien falsas, y una teoría genuinamente correcta sería una teoría verdadera

Aun cuando nuestras ciencias no pueden considerarse totalmente coi rec­ia?;, el realista sostiene que nos aproximamos a la verdad. Nuestro objetivo es el descubrimiento de la constitución interna de las cosas y el conocim ien­to ilc lo que habita los más distantes confines del universo. No leñemos por qué ser modestos Ya hemos avanzado bastante

lil aiiiineaüsDw nos dice lo opuesto: no hay cosas t iles como electrones. Seuti raí nenie hay fenómenos eléctricos y de herencia, pero lo que hacemos es construir teorías acerca de estados, procesos y entidades diminutas, úni­camente para tener la capacidad de predecir y producir .sucesos que nos interesan. Los electrones son ficticios. Las teorías acerca de ellos son herra­mientas del pensamiento. Las teorías son adecuadas o útiles o admisibles o aplicables, pero no importa que tanto admiremos los triunfos especulativos y tecnológicos de las ciencias naturales, no deberíamos considerar verda­deras ni siquiera sus teorías más reveladoras. Algunos antirrealistas vacilan porque creen que las teorías son herramientas intelectuales que no pueden entenderse como enunciados literales acerca tic cómo es el mundo. Otros dicen que las temías deben aceptarse literalmente — no hay otra manera de entenderlas. Pero no importa que tanto utilicemos las teorías, arguyen estos antirrealistas, no tenemos razones suficientes para creer que son correctas. De! mismo modo, lo> antirrealistas de las dos categorías no incluyen enti­dades teóricas entre los tipos de cosas que realmente existen en el m u n d o: turbinas sí, pero fotones no.

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4 0 PARTI: A: KEPR!:.Sr:NTAR

D e acuerdo con e! antirrealista, hemos intentado dominar muchas cusas en la naturaleza. La ingeniería genética se está volviendo algo tan habitual cotno la manufactura dei acero, pero no nos engañemos. No pensemos que largas cadenas de m oléculas están realmente allí para ser partidas. Los bió­logos pueden pensar más claram ente acerca ¿le un aminoácido si construyen un m odelo molecular con alambres y bulas coloreadas. El modelo puede ayudarnos a ordenar los fenóm enos en nuestras mentes. Puede .sugerir nue­va m ierotccnología, pero no es una representación literal de cómo son las cosas cu la realidad. Yo podría hacer un modelo de la economía a partir de poleas, palancas y bolas de cojinetes y pesos. Cada disminución en el peso M (el “suministro de dinero“) produce una disminución en el ángulo / (la “tasa de inflación1*) y un incremento en el número de bolas en h ban­deja (el número de trabajadores desempleados). Obtenemos los insumo* y productos correctos, pero nadie pensaría que este modelo es lo que la econom ía es.

Si PUEDEN KOCIAKSR, ENTONCES SON REAUsS

Por mi parte, yo nunca reflexione sobre el realismo científico hasta que uii am igo m e m encionó un experim ento que se estaba llevando a cabo para detectar la existencia de cargas eléctricas fraccionarias. Estas careas frac­cionarías se llaman quaiks. Pero no fueron los quarks los que me hicieron realista, sino los electrones. Permítanme contar la historia. No tiene por qué ser una historia simple, sino realista, que conecte con la investigación científica cotidiana. Em pecem os con un viejo experimento con electrones.

Durante mucho tiempo se pensó que la unidad fundamental de carga era el electrón. En 1908, J.A . M illikan ideó un bello experimento para medir esta cantidad. Una gota m inúscula de aceite cargada negativamente se sus­pende entre dos placas cargadas eléctricamente. Primero se permite que caiga con el campo eléctrico desactivado. Entonces se aplica el campo para apresurar la velocidad de la caída. Las dos velocidades terminales de la gotita observadas se com binan con el coeficiente de viscosidad del aire y las densidades del aire y del aceite , listas, junio con el valor conocido de la gravedad y del cam po eléctrico , nos permiten computar la carga de la gotita. En una serie de experim entos, lascargas de estas gotas son pequeños múltiplos enteros de una cantidad definida. Esto se toma como la carga mí­nima, es decir, com o la carga de los electrones. Como en todo experimento, éste hace suposiciones que tan sólo son aproximadamente correctas; que las gotas son esféricas, por e jem plo. Millikan al principio ignoró el hecho

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LQl U; OS El. lí LiA! tSMG CUÍN'l ll-ICO f 41

üc que las gotas, comparadas con la trayectoria media de las moléculas de aire, no son grandes, así que las golas reciben uno que otro choque en su camino. Pero la idea del experimento es definitiva.

Durante mucho tiempo, el electrón fue considerado la unidad de carga. Utilizamos e com o el nombre de esta carga. La física de partículas peque­ñas, sin embargo, sugiere cada vez mas una entidad, el quark, que tiene una carga de I /3c. Nada de la teoría sugiere que los quarks tengan existencia independiente; si éstos llegan a existir efectivamente, la teoría implica que reaccionan y desaparecen de inmediato, listo no ha desanimado un ingenio­so experimento iniciado por LaHiie, Pairbank y llebard en Stanfnrd. Hilos están a la caza de quarks “libres“ utilizando la idea básica Je Millikan.

Puesto que los quarks pueden ser raros o de muy coila duración, es tíiíI tener una gota grande en lugar de una gota pequeña, pues así hay una probabilidad más alta de que un quark se le adhiera. La gota usada, aunque pesa menos de 10~‘; gramos, es IU7 veces más pesada que las gotas de Millikan. Si estuviera hecha de aceite caería casi com o una piedra. En ve?, de eso está hecha do una sustancia llamada niobio, a la que se enfría por debajo de su temperatura ele transición superconductiva de 9c K. Una ve/ que una carga eléctrica se pone a darle vueltas a esta bola tan fría, sigue dándole vueltas sin parar. Así, la gola puede mantenerse Motando en un campo magnético, y de hecho ser llevada de arriba para abajo variandoel campo. Uno puede cambien usar un magnetómetro para saber exactamente dónde está la gota y qué tan rápido se está moviendo.

I .rt carga inicial colocada en la gota se cambia gradualmente, y aplicando nuestra tecnología actual a la manera de M illikan, uno determina si el paso de la carga positiva a la negativa ocurre en cero o en ±1/ 3«. Si sucede esto último, entonces seguramente debe haber un quark suelto en la gota En su escrito inédito más reciente, Faítbank y sus asociados informan de cuatro cargas fracciónales compatibles con f-l/3t% cuatro con - \¡3e y 13 con cero.

Ahora bien, ¿cóm o alteramos la carga de la hola de niobio? Pues bien, "en este estadio” , dijo mi amigo, “la rociamos con positrones para aumentar la carga o con electrones para disminuir !a carga“ . A partir de ese día he sido un realista científico. Hasta donde n mi concierne, st ve puede roció i algo con dios, entonces son reales.

Las cargas fraccionarias de más larga vida son un lema co n trov ertid o , No son los quarks los que rne convencieron del realismo. Quizas yo no me hubiera convencido acerca de los electrones en 1908. Había siempre tantas otras cosas que el escéptico podía encontrar: había aquella duda tremenda acerca de las fuerzas inteimoleculares que actuaban en las gotas

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42 PAUTE A: BGPKIiSüNI'AK

de aceite. ¿Podría set eso lo que M illikan medía? ¿De modo que sus cifras no probaban absolutamente nada acerca do los llamados electrones? He set- así, M illikan no avanza ni un paso para probar la realidad de los electrones. ¿Puede haber cargas eléctricas mínimas, pero no electrones? lin nuestro ejem plo de los quarks encontram os el mismo tipo de dudas. Marinelli y Morpurgo, en un escrito inédito reciente, sugieren que lo que el grupo de Pairbank mide es una nueva fuerza electromagnética, no los quarks. Lo que me convenció del realism o no tiene nada que ver con ellos, Es el hecho de que ahora hay em isores estandarizados con tasque podemos rociar electrones y positrones — y es precisam ente eso lo que hacemos con ellos. Entendemos los e fectos, entendem os las cansas, y las utilizamos para averiguar algo más. D esde luego, lo mismo vale para otras herramientas de la profesión, los m ecanism os para obtener el circuito en la bola de niobio su pe re ní riada y en m uchas otras m anipulaciones casi interminables de lo “teórico“.

¿EN QUÉ CONSISTE EL ARGUMIiNTO?

La persona práctica dice: considere lo que usted usa para hacer lo que hace. Si uno rocía electrones, entonces son reales. Esta es una reacción san a , pero desafortunadamente los problemas no pueden descartarse tan fácilmente. Los antirrealistas pueden parecer le necios al experimentalista, pero las pre­guntas a c e r c a del realism o son recurrentes en la historia del conocimiento. Además de las serias dificultades verbales sobre el significado de "verdade­ro* * y "rea l” . hay cuestiones sustantivas. Algunas surgen del entrelazamiento ilel realism o con otras filosofías. Por ejemplo, históricamente el realismo se ha m ezclado con el m aterialism o, que en una de sus versiones tíos dice que todo lo que existe está com puesto de pequeños bloques materiales. Tal m aterialism o sería realista acerca de los átomos, pero podría ser antima­terialista acerca de los cam pos “inmateriales” de fuerza. El materialismo dialéctico de algunos mar.xistas les dio malos ratos n muchas entidades teó­ricas modernas. Lysenku rechazó la genética mendeliana en paite porque dudaba de la realidad de los "gen es" postulados.

El realism o también va en contra de algunas teorías de la causalidad Es com ún que a las entidades teóricas se les atribuyan poderes causales: los electrones neutralizan las cargas positivas de las bolas de niobio. Los primeros positivistas del siglo diecinueve querían hacer ciencia sin hablar nunca de "cau sas”, por lo que también tendieron a rechazar las entidades teóricas. Este tipo de antirrealism o está actualmente en boga.

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¿QU1: lis 1:1. RliALISMO CIENTÍFICO»

Ul antirrealismo también se nutre de cierta* concepciones del conoci­miento. A veces surge de la doctrina de que sólo piulemos realmente conocer lo í|iic está sujeto a la experiencia sensible. Incluso problemas fundamenta­les de la lógica están implicados, I lay un antirrealismocjue pone en cuestión qué es para una teoría ser verdadera o falsa.

Problemas específicos de la* ciencias particulares también han echado leña al luego. Los astrónomos anticuados no querían adoptar la actitud realista de Copérnico. La idea de un sistema solar podría ayudar en los cálculos, pero no dice cómo es realmente el inundo, puesto que es la'['ierra, no el Sol, insistían, ci centro del universo. Una ve/ más, ¿deberíamos ser realizas acerca de la mecánica cuántica? ¿Deberíamos decir con el realista que las partículas tienen una posición y un impulso definido, si bien difícil de determinar? O en el uno extremo, ¿deberíamos decir que el “colapso del paquete de ondas*' que ocurre durante una medición uñero física es una interacción con la mente humana?

No sólo se encuentran problemas realistas en las ciencias naturales pai l i ­n d a re s . L as ciencias sociales dan lugar a una discusión incluso m ás intensa Puede haber problemas acerca de la libido, el superyó y la tran sferen cia , sobre los que escribe Freud. / Podría uno utilizar el psicoanálisis para tratar de entenderse a uno mismo o a otra persona y pensar cínicamente que no hay nada que corresponda a la red de términos que figurar* en la teoría'1 ¿Qué decir de la suposición de Purkheim de que hay procesos sociales reales, aunque en lo absoluto claramente distintos, que actúan sobre nosotros tan inexorablemente com o la ley de la gravedad y, además, que existen p or dere­cho propio, por encuna de las propiedades de los individuos que componen la sociedad? ¿Podría uno coherentemente ser un realista en sociología y un antirrealista en la física, o viceversa?

También hay mclaproblemas. Tal vez el realismo sea un ejem plo, tan bueno como podría desearse, de la fútil trivialidad de las reflexiones filoso íteas básicas. Las preguntas que surgieron por primera ve/ en la antigüedad eran bastante serias. No tiene nada de malo preguntarse, en cierto momento, sí los átomos son reales. Pero con tinu ar la discusión acerca de esa pregun ta puede ser, simplemente, un sucedáneo débil en lugar de un p en sam ien to serio acerca del mundo físico.

Rsa preocupación es cinismo antifilosófico. También existe la anlifiloso­fía filosófica. Pisto sugiere que la familia completa de problemas acerca del realismo y el antirrealismo es un castillo de na;pes, basado er. un prototipo que ha perseguido a nuesua civilización, una idea del conocim iento com o ‘representación’' de la realidad. Cuando la idea de la correspondencia entre

el pensamiento y ci inundo se ponga en su lugar apropiado — a saber, la

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44 PARTE A: RI-PRlíSnNTAR

tumba— , me pregunto si no seguirán rápidamente ese camino el lealismo y el antirrealismo.

M o v i m i e n t o s * n o d o c t r i n a s

Las definiciones de “realismo cien tífico " sólo señalan el camino. Es más bien una actitud que una doctrina claramente formulada. Es una manera de pensar acerca de! contenido de la ciencia natural. La literatura y el arte pue­den servirnos com o punios de comparación, ya que la palabra "realism o” no solam ente ha recogido una serie de connotaciones filosóficas: también designa varios movimientos artísticos. Durante el siglo xix muchos pin* tores trataron tic escapar a las convenciones que los constreñían a pintar temas idealizados, rom ánticos, históricos o religiosos en enormes lienzos, listos pintores se decidieron a pintar escenas de la vida diaria. Rechazaban la “e stilizació n " de la escena. Aceptaban material que fuera trivial o ba­nal. Se negaban a elevarlo o idealizarlo: no trataban ni siquiera de hacer "p intorescas" sus pinturas. Los novelistas adoptaron esta actitud realista, a consecuencia de lo cual tenem os la gran tradición en literatura francesa que pasa por R atib en y que culm ina en las atormentadas descripciones de la Europa industrial de Zokl. Para citar una definición desdeñosa de hace tiempo, “realista es aquel que deliberadamente evita la selección de sus te­mas de entre lo arm onioso o lo bello y, especialmente, descube cosas leas y destaca detalles ofensivos".

Tales movimientos no carecen de doctrinas. Muchos publicaron mani­fiestos. Todos estaban imbuidos de las sensibilidades filosóficas de la época y contribuyeron a ellas. En la literatura, un realismo tardío fue llamado po­sitivism o. Pero hablamos de m ovim ientos más que de doctrinas. Hablamos de un trabajo creativo que com parte una familia de motivaciones, y que en parte se define a sí m ism o en oposición a otras maneras de pensamiento, lil realism o científico y el antirrealism o son así: ellos también son movimien­tos. Podemos entrar en la discusión armados con un par de definiciones de un párrafo de extensión, pero una ve/, adentro encontraieinos una .serie de opiniones rivales y divergentes que abalean la filosofía de la ciencia moderna en su agitado estado actual.

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¿QUK Í£S 1:1. REALISMO CíECTlFICO?

Con brevedad engañosa, emplearé el (énnino “entidad teórica" como pa­labra gancho para todas aquellas cosas postuladas por teorías pero que no podemos observar Esto incluye» entre otras cosas, partículas, campos, pro­cesos, estructuras, estadas, ele. Hay dos tipos de realismo científico, uno para teorías, y uno para entidades.

El problema con respecto a las teorías es si son verdaderas, o si son verdaderas o fa lsas , o eandidatas a ser verdaderas, o si aspiran a la verdad.

El problema con respecto a las entidades es si existen o no.La mayoría de los filósofos recientes se preocupan sobre todo por las

teorías y por la verdad. Puede parecer que si uno cree que una teoría es verdadera, entonces uno, automáticamente, cree que las entidades de la teoría existen. ¿Pues qué significa decir que una teoría acerca de los cjuarks es verdadera, si negamos la existencia de los qnafks? f face tiempo Berlrand Russell nos mostró cómo se podía hacer esto. Eiv ese tiempo él no estaba preocupado por la verdad de las teorías, sino que estaba preocupado por las entidades no observables. Penseque debíamos usar la lógica para rcescribii una teoría, de tal manera que las supuestas entidades ap arecieran como construcciones lógicas. El término “quark” no se referiría a quarks. sino que sería una abreviatura, por medio de la lógica, de una expresión com pleja que sólo haría referencia a los fenómenos observados. Russell, pues, era un realista acerca de las teorías, (>ero un antirrealista acerca de las entidades.

Es también posible ser un realista acerca de las entidades y un antirrea­lista acerca de las teorías. Muchos padres de la Iglesia pueden servirnos de ejemplo. Ellos creían que Dios existe, pero también creían que era en prin­cipio imposible formular una teoría positiva verdadera e inteligible acerca de Dios, Uno podría, cuando mucho, dar una lista de lo que Dios no es — no es finito, no es limitado, etcétera. La versión de esto para las entidades cien tíficas nos dice que tenemos buenas razones para suponer que los electrones existen, aunque ninguna descripción completa de los electrones tiene po­sibilidades de ser verdadera. Nuestras teorías estdn en revisión constante; para propósitos diferentes utilizamos modelos diferentes e incompatibles de los electrones que no se toman como literalmente verdaderos, pero, no obstante, hay electrones.

LA VERDAD V LA EXIS IT.NCIA REAL

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4 6 PARTE: A: KüPKGSHNTAR

DOS REALISMOS

El realism o acerca J e las entidades nos dice que muchas entidades teóricas realm ente existen. HI antirrealismo niega esto, y dice que sim ficciones, construcciones lógicas, o partes de un instrumento intelectual para razonar acerca del mundo. M enos dogmáticamente, puede decirse que no tcnemoh ninguna razón, y no podemos tener ninguna razón, para suponer que no son ficciones. Pueden existir, pero no necesitarnos esta suposición para entender el mundo.

El realism o acerca J e las teorías nos dice que las teorías científicas son verdaderas o falsas independientemente de lo que sabemos: la cien­cia cuando menos aspira a la verdad, y la verdad es com o es el mundo. El antirrealism o nos dicc que las teorías son a lo mucho legítimas, adecuadas, buenos instrumentos Je trabajo, aceptables pero increíbles, o qué sé yo.

SUBDIVISIONES

He introducido paralelamente una tesis acerca de la realidad y una tesis acerca de lo que sabernos. Mi realism o acerca de las entidades implica que una entidad teórica satisfactoria sería una que existiera (y que no fuera me­ramente una útil herramienta intelectual). Ésta es una tesis acerca de las entidades y la realidad. También implica que efectivamente sabemos, o te­nemos buenas razones para creer, que por lo menos algunas entidades de este tipo están presentes en la ciencia. Esta es una tesis acerca del conocimiento.

He introducido juntos la realidad y e! conocimiento porque el problema se esfum aría si no hubiera ahora algunas entidades que algunos de nosotros creem os que realmente existen. Si estuviéramos hablando de una utopía científica futura, me retiraría de la discusión. Las dos corrientes que tra­to juntas pueden fácilm ente separarse, como en el siguiente esquema de W. N ew ton-Sm ith.1 Él hace notar tres ingredientes del realismo científico:

L Un ingrediente ontológieo: las teorías científicas son o bien verdaderas o bien falsas, y lo que es una teoría lo es en virtud de cóm o es el mundo.

2. Un ingrediente causal: si una teoría es verdadera, los términos téoricos de la teoría denotan entidades teóricas que son causalmente responsables de los fenómenos observables.

1 \V. Newton-Sftiiih, “The UndctciitimattiM oí Theory by huí»", Phh enlutas af Ansif)!eiian Swieiy* volumen suplemental io nf» 52,1978. p. 11.

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¿ Q u f tn s m rgai iS M O c in N iin c ü ?

3. I Jn ingrediente epistemológico: podemos tener creencias justificadas enteorías o en entidades (al menos en principio).

A grandes rasgos, los ingredientes causales y epistemológicos de New* conSniith corresponden a mi realismo acerca de las entidades. Puesto que hay dos ingredientes, puede haber dos tipos de antirrealismo. Uno rechaza { I) y el otro rechaza (3).

Uno puede negar el ingrediente oncológico. Se puede negar que las teorías deban entenderse literalmente; no son o bien verdaderas o bien falsas: son herramientas intelectuales para la predicción de fenómenos; son reglas pa» a averiguar qué pasará en casos particulares. Hay muchas versiones de esta idea. Una idea de este tipo es a menudo llamada insin u m m ia íistno porque dice que his teorías son solamente instrumentos.

El instrumentalismo niega ( I ). Uno puede alternativamente negar (3). Un ejemplo es Has van Fraassen en su libro La imagen científica {1 9 8 0 ).2 hl piensa que las teorías deber, tomarse literalmente — no hay otra manera de entenderlas. Son verdaderas o falsas, v lo que son depende del mundo — no hay una semántica alternativa. Sin embargo, no tenemos ninguna garantía o necesidad de creer en alguna teoría acerca de lo no observable para darle sentido a la ciencia, lísto es, él niega el ingrediente epistemológico.

Mi realismo acerca de las teorías es, pues, más o menos (1 > y (3). pero mi realismo acerca de las entidades no es exactamente (2) y (3). III ingre­diente causal de NewtoivSmiih dice que si la teoría es una teoría verdadera, entonces los términos teóricos denotan entidades que son causabncnte res­ponsables de lo que observamos. Implica que la creencia en tales entidades depende de la creencia en una teoría en la que están inmersas. Pero uno puede creer en algunas entidades sin creer en ninguna teoría particular en la que estas entidades eslén inmersas. IJno puede incluso sostener que no puede haber una teoría general verdadera acerca de las entidades, puesto que no hay tal verdad. Nancy Cartwright explica esta idea cu su libro H o w the la w s o f P h y sics L ie (1983). Elia quiere que tomemos el título lite ra lm en te . Las leyes son engañosas. Sólo las leves fenomenológicas sor posiblem en­te verdaderas, pero de todas maneras podemos llegar a saber de entidades teóricas causalrnentc efectivas.

Naturalmente, todas estas ideas complicadas van a ser ventiladas en lo que sigue. A van Fraassen se lo menciona en varios lugares, especialm ente en el capítulo 11!. Cartwright aparece en los capítulos 11 y X II. La tenden­cia general del libro es apartarse de un realismo acerca de las teorías e ir

* Vcrsirin en tnsicün*io: j„i imagen aciUífica, ir.ul. Sergio Martínez. UMAM PaúM*. Méxieií. 19%.

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48 P A R TE A. r e p r e s e n t a r

hacia un realismo acerca »Je las entidades que pueden usarse en el trabajo experimental. Ksto *:s, una tcmlencia a alejarse de representar, y acercarse a intervenir

L a METAFÍSICA Y LAS CIENCIAS PARTICtli.ARHS

D eberíam os también distinguir un realism o en-genera! tle un realism o en particular.

Podemos utilizar un ejemplo de Nancy Cariwnght. A partir del trabajo de Emstein sobre el efecto fotoeléctrico, el fotón ha sido una parte integral de nuestra comprensión tle toque es la luz. No obstante, hay investigadores serios de la óptica, como Willis y Lamh y sus asociados» que dudan de la realidad de los fotones y que suponen que una teoría más profunda mostraría que et fotón es un mero artefacto de nuestras teorías presentes. Lamh no está diciendo que la teoría presente de la luz sea simplemente falsa. Una teoría más profunda conservaría la mayor parte tle lo que sabemos acerca de la luz. pero mostraría que los efectos asociados con los fotones conducen, en el análisis, a un aspecto diferente de la natmaleza. Un científico tal bien podría ser un realista en general, pero un antirrealista acerca de los fotones en particular.

Tal antirrealismo locah/ado es un problema de la Optica, no de la filo softa. N.R Hanson ha hecho ver una característica curiosa de las nuevas tendencias de las ciencias naturales Primero una idea se propone como una herramienta para calcular, no como un# representación de cómo son las cosas. Las generacirncs futuras llegan a tratar la teoría y sus entidades de manera mús realista. (Lamí) es un escéptico en la dirección opuesta.) Con frecuencia, los primeros autores son ambivalentes acerca de sus entidades Así, la m es Clerk Maxwell, uno de los creadores de la mecánica estadística, al principio era renuente a decir si un gas realmente esá compuesto de peque­ñas bolas elásticas m e producen los efectos de la temperatura > la presión. Comenzó por considerar su explicación un “mero" modelo, que afortunada mente organiza cada vez más fenómenos macroscópicos. Se fue volviendo cada vez más realista Las generaciones posteriores aparentemente piensan que la teoría cinética es un buen esbozo de cómo son realmente las cosas. Es bastante común en la ciencia que el antirrealismo acerca de una teoría particular o de sus entidades abra paso al realism o

La precaución de Maxwell acerca de las moléculas tle un gas era parte de una desconfianza generalizada hacia el atomismo. Sillo en nuestro siglo llegó la comunidad de físicos y químicos a convencerse total-mente de la

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, 01 ‘I*. V . H 1*1 m :A ; ISMO OtiNTiHCO-» 4 9

realidad tic loat átomos. Midiael Gardner resume Iííci» algunas de las cc ínenies que forman pane de esta historiad Esleí terminó, tal v e /, cuando el movimiento browni ano fue totalmente analizado en términos de trayec­torias moleculares, hsle hecho fue importante no sólo porque indicó en detalle cómo fas moléculas estaban chocando can granos de polen, creando el movimiento observable HI verdadero ¿ogro fue una nueva manera de determinar el número de Avogadro, utilizando ci análisis de Eínsteíti del movimiento browmano y las técnicas ex peí inténtales de Jean Perrín.

Bste fue, por supuesto, un descubrimiento ■*cicniít»eo*\ no “filosófico”. Sin embargo, el realismo acerca de los ¡¡tomos y las moléculas fue en al gnn momento el problema principal de la filosofía de la ciencia. Muy lejos de ser sólo un problema local acerca de un tipo de entidad, los átomos y las moléculas eran los candidatos principales a entidades teóricas reales (o meramente ficticias). Muchas de nuestras posiciones actuales en el deba te acerca del realismo científico fueron desarrolladas entonce». Incluso el nombre mismo de “realismo científico” em pezó a usarse en esa época

HI realismo en-general se debe, pues, distinguir del realismo-en paríicu* lar, con la advertencia de que el rea rm o en particular puede llegar a doini nar la discusión de tal forma que determine eí curso tlei reaksmo-en-gerveta!. Un problema de un reaIismo-en-pame t d a r se resuelve por medio de la in­vestigación y el desarrollo de una ciencia particular. Al final, un escéptico acerca de los fotones o l o hoyos negros tiene que seguir la com ente o c a ­llarse. El realisnso~en*general reverbera con la vieja metafísica v la nueva filosofía del lenguaje. Bs muchísimo menos dependiente de hechos natura les que cualquier realismo-en particular. Aun asi, los dos no son del todo separables y, a menudo, en estadios formativos de nuestro pasado, han es tado íntimamente combinados.

KI*PRlíSHN'tACIÓN f; INTERVKNCIÓN

Se dice que la ciencia tiene dos objetivos: la teoría y el experimento. I .as teo­rías tratan de decir cómo es el mundo. 1 a experimentación y las tecnologías subsecuentes lo cambian. Representamos e intervenimos Representamos para intervenir, e intervenimos a la luz, de representaciones. La mayor parte del debaic contemporáneo acerca del realism o científico se da en té rm inos de teoría, representación y verdad Estas discusiones son iluminadoras pero

M Gardfurf. "Rcatfam a«i*t lfis(njniMit;.:.¡$rr is I9lti<'cntury Aimmsin". Phtíau*ph* <** n > 4fí. 1979. pp í VI

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)CAPITULO 3

MODOS DE DEVENIR

Tanto la filosofía como la ciencia estudian lo que existe realmente, así como sus cambios. La ciencia lo hace en detalle, la filosofía en líneas generales. El es­tudio del ser va de la mano del estudio del devenir. Por ejemplo, no podemos saber qué es una partícula elemental si no averiguamos sus modos de genera­ción y transformación. Ni podemos saber cabalmente lo que es el hombre si no estudiamos los mecanismos de su concepción y desarrollo, de su evolución y ex­tinción. El (oco de todo campo de investigación cien­tífica es el cambio, pe o no podríamos siquiera des­cribir una transformación sin tener alguna idea de lo que cambia. En resumen, el estudio del ser y el estu­dio del devenir son dos caras de la misma investiga­ción.

Podemos agrupar los objetos de estudio ya según su m odo de ser, ya según su m odo de devenir: d o n ­dequiera que empecemos terminaremos por llegar al aspecto complementario. Por ejemplo, podemos cla­sificar las cosas concretas en objetos físicos, sistemas químicos, biosistemas, psicosistemas, sociedades y a r ­tefactos. (Capítulo 2.) O podemos clasificar los m o ­dos de devenir en caóticos, al azar, causales, sinérgi- cos (cooperativos), conflictivos y finalistas. El limi­48

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tarse a un único m odo de ser o de devenir, a expensas de todos los demás, da lugar a una ontología particu­lar: una visión unilateral del mundo. Sólo la integra­ción de los diversos modos de ser y de devenir puede dar una ontología realista, es decir, una ontología compatible con nuestro conocimiento científico de la realidad. Véanse el Cuadro 1 y la Figura 1.

C u a d r o 1Modos básicos de ser y devenir, y sus ortologías respectivas

Modo de ser Ontología

Modo de devenir Ontología

Físico Fisicismo Caos / iidelerminismaQ u ím ico Quimis mo Azar ProbabilismoB io lógico Vitalismo Causalidad C au salis maPsíquico i Animismo Sinergia S i litigi s maSocial j Sociologismo Conflicto DialécticaT écn ico 1 Maqumismo Finalidad Tri col agí a

Es dudoso que el indeterminismo radical, o sea, la negación de toda regularidad, haya sido sostenido coherentemente. Por cierto que Epicuro había d o ­tado a sus átomos de un movimiento irregular espon­táneo (el clinamen), pero se trataba de pequeñas des­viaciones respecto del movimiento rectilíneo. T am ­bién, en el siglo pasado, Émile Boutroux y Charles S. Peirce escribieron acerca de desviaciones de las leyes, pero parecen haberse referido a inexactitudes en nuestras representaciones de las regularidades, así como a errores de medición, antes que al caos o au ­sencia de legalidad. (Ninguno de ellos distinguió las

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)leyes objetivas de sus representaciones conceptuales,o enunciados de leyes, de m odo que cuanto afirma­ron a! respecto es ambiguo, y nada de lo que con­cluyeron acerca de la indeterminación es riguroso.) En resumen, el indeterminismo radical, o negación total de la legalidad, no ha sido popular entre los fi­lósofos. Lo que no es de extrañar, ya que la filosofia, no menos que la ciencia, es una búsqueda de pautas.

Se ha sostenido a veces que la mecánica cuántica confirma al indeterminismo radical. Éste es un error, porque toda teoría científica está centrada en torno a un conjunto de enunciados de leyes, y la mecánica cuántica no es una excepción. (En particular la ecua­ción de Schroedinger puede considerarse como la ley central de la mecánica cuántica. Sin ella los fisicos es­tarían perdidos.) Y algunos biólogos teóricos y mate­máticos aplicados hablan ocasionalmente de las solu­ciones “ caóticas” de ciertas ecuaciones diferenciales no lineales. Pero, puesto que se presupone que estas ecuaciones representan leyes o regularidades, la pala­bra (‘caótica1 está mal empleada y debiera reempla­zársela por ‘no periódica' o a lo sumo ‘pseudo-alea- toria*. (‘Pseudo* porque imita al azar sin relación al­guna con funciones de probabilidad.)

En suma, la investigación científica —que es esen­cialmente la búsqueda de regularidades objetivas— no avala al indeterminismo radical, porque no reconoce que haya caos. Sin embargo, sería absurdo negar que hay accidentes a todos los niveles, y en particular que la existencia humana es un tejido de accidentes y ne­cesidades. Pero estos accidentes, lejos de ser caóticos, son cruces de líneas legales.

En cuanto al probabilismo, o la tesis de que háy azar objetivo (pero legal), es una idea m oderna que

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)«gil

no se remonta más allá de Antoine-Augustin C our­not. Hay dos versiones del probabilismo: m oderada y radical, La versión moderada sostiene que hay leyes en las que la probabilidad figura en forma irreducti­ble o básica, como sucede con las leyes de la mecánica cuántica. La versión extrema sostiene que todas las leyes básicas son probabilistas o bien se descubrirá eventualmente que lo son.

Es evidente que la ciencia contemporánea con­firma el probabilismo moderado, no el radical. En efecto, es verdad que algunas teorías científicas, en particular las teorías cuánticas, son probabilistas, y que las funciones de probabilidad que figuran en ellas no son derivables de funciones no probabilistas. Sin embargo, otras teorías físicas básicas, en particu­lar la teoría relativista de la gravitación, no son p ro ­babilistas. En todo caso el azar, que solía considerarse como mero disfraz de la ignorancia humana, ha al­canzado una condición ontológica respetable como categoría o m odo de devenir. En efecto, hoy día reco­nocemos que ciertos procesos a los niveles de las pa r­tículas elementales, de los átomos y de las moléculas (que incluyen a los genes) son básicamente aleatorios, aunque por supuesto legales.

El causalismo es, probablemente, la doctrina más popular acerca del devenir. Afirma que todo suceso tiene una causa así como un efecto, entendiéndose por una y otro un suceso, o sea, un cambio en algún ente. (El causalismo puede admitir causas múltiples que sean juntam ente necesarias y suficientes para producir un efecto, así como efectos múltiples p ro d u ­cidos por un solo suceso. Pero el causalismo estricto no puede admitir causas o efectos disjuntos, o sea, al­ternativas que sean necesarias y suficientes para pro-52

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ducir un efecto, o efectos alternativos de una única causa, ya que una y otra abrirían las puertas al p roba­bilismo.)

Se afirma a m enudo que las teorías cuánticas han refutado el principio causal. Se puede argüir que estas teorías han restringido el dominio causal. Más aún, dichas teorías tienen un componente causal, mani­fiesto por la manera en que tratan la probabilidad de que una causa dada (por ejemplo una fuerza) p ro ­duzca un efecto (por ejemplo la dispersión de una partícula dentro de cierto ángulo). O sea, tanto la mecánica como la electrodinámica cuánticas tienen un aspecto estocástico y un aspecto causal, de m odo que requieren una ontología que haga lugar a la co­existencia y combinación de ambas categorías. (Véanse Bohm 1957, Born 1949, Bunge 1960, Cassirer 1956.)

La causalidad recíproca, o interacción, es más co­mún que el azar puro o la causalidad unilateral. Hay, desde luego, muchas clases de interacción. Mientras algunas interacciones producen solamente cambios cuantitativos (por ejemplo de posición), otras efec­túan cambios cualitativos (por ejemplo de especie química). Las más interesantes de las interacciones que producen cambios cualitativos son tal vez las s¡- nérgicas y las conflictivas. La interacción sinèrgica, o sea, la cooperación, conduce a la formación o el mantenimiento de sistemas de diversas clases: lisíeos, químicos, biológicos y sociales. En cambio la interac­ción conflictiva puede acabar con algunos o aun to­dos los entes en conflicto, como sucede con los cho­ques entre partículas de materia y de antimateria, con la depredación y con la selección natural. (Todos és ­tos son casos de destrucción pero no de aniquila-

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)

miento: hay conservación de la materia aunque no necesariamente de la especie de materia. Por ejemplo, la fusión de un electrón con un antielectrón da como resultado un fotón, no la nada.)

Heráclito subrayó el conflicto a costa de la coope­ración, e inició toda una familia de ontologías dialéc­ticas, cada una de ellas confirmada por un sinnúmero de ejemplos y refutada por otros tantos. Es un error realzar un tipo de interacción a expensas de los de­más. Tanto en la naturaleza como en la sociedad o b ­servamos o conjeturamos procesos de cooperación tanto como de conflicto (“ contradicción” ), de m odo que nuestras teorías debieran hacer justicia a una y otro. En particular, antes de intentar explicar la de­sintegración de un sistema como resultado de con­flictos internos, tendríamos que tratar de explicar cómo emergió como resultado de la cooperación en­tre sus componentes. (Semejante cooperación es, desde luego, inconsciente en la mayoría de los casos. Piénsese en la cooperación entre los átomos que constituyen una molécula, o entre los organismos que constituyen un bosque.)

Finalmente la teleología, o la doctrina según la c ual cuanto acontece está dirigido a alguna meta, es acaso la más antigua de las cosmovisiones. La encon­tramos en las ideologías primitivas, en particular en las religiones, y en las filosofías precientíflcas. Se re­conocen dos clases de finalidad: la transcendente, o externa, y la inmanente, o interna. Las concepciones del m undo religiosas incluyen la teleología transcen­dente, en tanto que pensadores tales como Aristóteles y Lamarck —que creían en la finalidad de todos los procesos biológicos pero eran al mismo tiempo natu­ralistas— favorecían la teleología inmanente. (Según54

ellos cada ser vivo tendía a la perfección, y lo hacía sin necesidad de guía exterior.)

Ambas formas de teleología se desvanecieron con el nacimiento de la ciencia moderna. Hoy día se las encuentra en la ideología de algunos científicos más que en el producto de su investigación. En efecto, el concepto de propósito no figura ni en los datos ni en las teorías de los físicos, químicos o biólogos. En es­tos campos la finalidad ha sido reemplazada o expli­cada, ya por el control (o retroalimentación negativa), ya por la variación génica seguida de selección (o eli­minación de los sistemas no adaptados).

En cuanto a la psicología, sólo los psicoanalistas y parapsicólogos insisten en que todos los fenómenos mentales —incluso los sueños y las neurosis— están al servicio de alguna finalidad, tal como la protección del ego, o la satisfacción de un deseo, o el evitar la an ­siedad. La psicología científica no es teleológica. Sin ' embargo, no niega que los vertebrados superiores (aves y mamíferos) puedan comportarse en vista (u olor u oídas) de algunas metas. Pero, lejos de explicar la conducta en términos de una finalidad inmaterial irreductible, los psicólogos científicos tratan de expli­car !a conducta intencional en términos de procesos neu^ofisiológicos estimulados y constreñidos por de­terminantes genéticos y ambientales. En resumen, la teleología está muerta de jure, aunque no de fació , y al­gunos científicos se empeñan en explicar la finalidad en términos no teleológicos. (Véanse los Capítulos 5y ,En definitiva, la ciencia contemporánea reconoce cinco modos principales de devenir: el azar, la causa­lidad, la cooperación, el conflicto y la finalidad. Los cuatro primeros parecen obrar a todos los niveles, en

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tanto que el comportamiento intencional parece estar restringido a los vertebrados superiores. Por lo tanto no puede decirse que la ciencia favorezca al indeter­minismo radical, ni al probabilismo, ni al causalismo, ni al sinergismo, ni a la dialéctica, ni a la teleología. /

Más bien, la ciencia contemporánea parece ad o p ­tar una posición ecléctica o integradora con respecto a los modos básicos de devenir. O, si se prefiere, la ciencia parece favorecer una ontología que incluya a los cinco modos básicos de devenir. En particular, se­mejante ontología inspirada en la ciencia contem po­ránea tenderá a ver al hombre como un sistema bio- psicosocial que participa de procesos en los que el azar y la causalidad se combinan con la cooperación y el conflicto, así como con la finalidad. El limitarse a uno cualquiera de estos modos de devenir, ignorando los cuatro restantes, da como resultado una visión de­formada de la realidad incapaz de guiar la acción in­teligente y eficaz. La dialéctica es un ejemplo de seme­jante visión. Ocupémonos de ella a continuación.

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CAPÍTULO 4

CRÍTICA DE LA DIALÉCTICA

Una de las tesis centrales de este libro es que, al par que el materialismo es verdadero aunque subde- sarrollado, la dialéctica es confusa y está alejada de la ciencia. De m odo que, si el materialismo ha de desa­rrollarse conforme a la línea de la exactitud y en a r ­monía con la ciencia, debe mantenerse alejado de la dialéctica. En lo que sigue se fundamentarán estas acusaciones a la dialéctica.'

1. Los principios de la ontología dialécticaNos ocuparemos aquí de la ontología dialéctica.

Proponemos la tesis de que la ontología dialécti­ca tiene un núcleo plausible rodeado de una niebla mística. El núcleo plausible de la dialéctica está cons­tituido por las hipótesis de que (i) toda cosa está en algún proceso de cambio, y (ii) en ciertas etapas de todo proceso emergen nuevas cualidades. Sin em ­bargo, este núcleo (a) es común a todas las ontologías dinamicistas (process metaphysics) y (b) es preciso con­vertirlo en una teoría general, exacta y coherente an ­tes de poder pretender que es una teoría.

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En cuanto a la niebla que rodea al núcleo plausi­ble de la dialéctica, consiste principalmente en las tesis

Ide que (iii) a todo objeto le corresponde un antiob­jeto (anticosa o antipropiedad), (iv) todos los opues-

Itos luchan entre sí, conflicto que da como resultado, sea el aniquilamiento de uno de ellos, sea la emergen-

Icia de un nuevo objeto que los sintetiza, y (v) toda etapa de un desarrollo niega la etapa anterior y, más aún, dos negaciones sucesivas de este tipo desembo­can en una etapa similar a la primera pero también superior a ella.

Se verá que la principal fuente de confusión y obs­curidad son las expresiones clave ‘negación dialéctica’ y ‘oposición dialéctica*. La eliminación de estas am bi­güedades dará por resultado una doctrina inteligible.

— Pero esta dialéctica débil no es universal. Y, por estar centrada en una relación muy especial, la de oposi­ción, es a lo sumo un caso especial o límite de una teoría del cambio mucho más rica, concebida en el espíritu de la ciencia antes que en el de la filosofía presocrática.

La dialéctica es tan notoria que sus cultores no se toman el trabajo de formular sus tesis con precisión, en detalle, sistemáticamente, y con claridad. Esta falta de precisión, detalle y sistematicidad da lugar a más comentarios que investigaciones originales, y* explica por cjué hay tal prolusión de interpretaciones de la dialéctica. Por esto debemos comenzar por desente­rrar los principios de la dialéctica, o al menos nuestra versión de la misma. (Si el lector se siente insatisfecho con esta versión, le invito a que proponga otra mejor. Ya es tiempo de que alguien lo haga.)

Supondré que los principios de la dialéctica son los que siguen. (Cf. Hegel 1816, 1830, Engels 1878,58

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)

1872-1882, Lenin 1914-1916, Stiehler 1967, Pawel- zeig 1970, Narski 1973, Bunge 1973a.)

DI Todo tiene un opuesto.D2 Todo objeto es intrínsecamente contradicto­

rio, o sea, está constituido por componentes y aspec­tos opuestos entre sí.

D3 Todo cambio es resultado de la tensión o lu­cha de opuestos, sea dentro del sistema en cuestión, sea entre diferentes sistemas.

D4 El desarrollo es una hélice cada uno de cuyos niveles contiene, y al mismo tiempo niega, el escalón anterior.

D5 T odo cambio cuantitativo termina en algún cambio cualitativo, y toda cualidad nueva tiene su propio m odo de cambio cuantitativo.

Examinaremos los cinco axiomas o “ leyes” de la dialéctica e intentaremos reformularlos en forma más clara a fin de poder evaluarlos.

2. La tesis de que a toda cosa le correspondeuna anticosa

La tesis dialéctica D I, según la cual dado un o b ­jeto cualquiera existe un antiobjeto, es ambigua tanto por la ambigüedad de ‘objeto* como por la de 4an ti \ En electo, la tesis se puede entender por lo menos de dos maneras diferentes:

D ía Dada una cosa (objeto concreto) cualquiera existe una anticosa.

D lb Para cada propiedad de objetos concretos existe una antipropiedad.

(Hay otras posibilidades, que conciernen a obje­tos conceptuales, así como a anticircunstancias y anti-

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)

sucesos. Las descartaremos por suponer que la on to ­logía dialéctica se ocupa de objetos concretos y que tanto circunstancias como sucesos pueden reducirse a cosas y sus propiedades.)

Las dos hipótesis que preceden siguen siendo obs­curas mientras no se explique qué son anticosas y an ­tipropiedades. Intentemos aclararlas, comenzando con la noción de anticosa. Hay por lo menos cuatro interpretaciones del término ‘anticosa’, u ‘opuesto dialéctico de una cosa’:

(i) La anticosa de una cosa dada es la ausencia de ésta (p. ej. la antiluz es la oscuridad). Pero la ausencia de una cosa no puede oponerse a ésta, menos aún combinarse con ella para formar una tercera entidad. (A menos, claro está, que se tome en serio a Hegel, quien sostenía que el devenir es la síntesis del ser y la nada.) Por lo tanto esta definición es inadecuada: el opuesto dialéctico de una cosa concreta no puede ser la nada.

(ii) La anticosa de una cosa dada es el ambiente de ésta, o sea, su complemento en la totalidad de las cosas (el resto del universo). También esta defini­ción es defectuosa, porque no tiene por qué haber oposición o lucha entre cosas complementarias: piénsese v. gr. en nuestro sistema solar y el resto del universo.

(iii) Una anticosa de una cosa dada es una cosa que, combinada con ésta, la destruye en algún res­pecto y en alguna medida, como cuando el agua ex­tingue el fuego o un veneno mata una planta. Si se adopta esta definición no se puede garantizar la exis­tencia de una anticosa de cualquier cosa dada. Y, en los casos en que hay anticosas, éstas pueden no ser únicas: hay muchos extinguidores de fuego además60

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del agua, y por cada tipo de maleza hay diversas clases de matamalezas. Por consiguiente también esta defi­nición es inadecuada.

(iv) Una anticosa de una cosa dada es un ente tal que, cuando se lo combina con ella, produce una ter­cera cosa que, de alguna manera, las contiene y su­pera a ambas. A primera vista una partícula y una an ­tipartícula (por ejemplo un par protón-antiprotón) constituyen un par de opuestos dialécticos. De hecho no es así, porque la partícula y la antipartícula pue­den fundirse p roduciendo 'un fotón, que no contiene ni supera a las cosas originales, sino que es una cosa de una especie totalmente diferente. O tro pseudoe- jemplo es la polimerización: ésta es una síntesis pero de iguales, no de opuestos. (En otros casos los igua­les, o similares, compiten entre sí.)

Ninguna de las cuatro definiciones del concepto de anticosa sirve las finalidades de la dialéctica. Por consiguiente o bien D ía no tiene sentido o se necesita una quinta definición. Si lo primero, no hay más que decir. Si lo segundo, compete al filósofo dialéctico el p roponer la redefinición que necesita, o bien el reco­nocer que DI no se refiere a cosas y anticosas. Si recu­rre a las Categoriae de Aristóteles aprenderá que la oposición dialéctica concierne a rasgos o propiedades (actuales o potenciales) antes que a las cosas. Explore­mos esta posibilidad.

3. La tesis de que a toda propiedad le corresponde una antipropiedadAbordemos ahora la tesis D lb de la Sección 1, a

saber, que a toda propiedad le corresponde una anti­61

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propiedad. Este enunciado no tiene sentido mientras no se le dé sentido al término ‘an tipropiedad\ T am ­bién en este caso hay varias interpretaciones posibles. Consideraremos las siguientes:

(i) La antipropiedad de una propiedad dada es la ausencia de esta última, como en el caso de bueno y no-bueno (que es malo o neutro). De m odo entonces que, si un predicado P representa una propiedad p o ­sitiva dada, tal como el estar mojado, o el interactuar (con alguna otra cosa), entonces su negación no-P representaría la antipropiedad correspondiente. Sin embargo, una propiedad y la ausencia de la misma no pueden combinarse para producir un tercer rasgo, a saber, la síntesis de ambas, y ello por la sencilla razón de que la ausencia de una característica dada no es una propiedad poseída efectivamente por una cosa. El negar P (o afirmar que cierto objeto satisface el predicado no-P) es una operación estrictamente con­ceptual carente de contraparte óntica. Y el juntar P con no-P produce la propiedad contradictoria o nula,o sea, la que ningún objeto (sea conceptual, sea con­creto) posee. Por consiguiente debemos rechazar la identificación propuesta de anti-P con no-P. (Volvere­mos al problema de las propiedades negativas al final de esta Sección.)

(ii) La antipropiedad de una propiedad dada es el complemento de la propiedad en el conjunto de to­das las propiedades. También esta definición es de­fectuosa, porque una propiedad individual no está en un pie de igualdad con un conjunto de propiedades y por tanto no puede oponérsele y menos aún fundirse con él para producir una tercera propiedad que sea la síntesis de las dos.

(iii) Una antipropiedad de una propiedad dada es62

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)una propiedad que puede contrarrestar, equilibrar o neutralizar a la segunda, como cuando el empujar y jalap-tma cosa se compensan dando como resultado que el cuerpo sometido a dichas fuerzas opuestas queda en reposo. Esta interpretación tiene sentido, y se puedp encontrar ejemplos de antipropiedades de esta clase. La dificultad que presenta esta interpreta­ción para la dialéctica es que las propiedades de este tipo no son universales ni únicas. Esto es, no es ver­dad que toda propiedad tenga una antipropiedad y, cuando una propiedad tiene opuesto, éste puede no ser único, Por ejemplo, la propiedad de tener masa no tiene opuesto en este sencido, porque no existe la antimasa o masa negativa. Y la propiedad de crecer puede ser contrarrestada por una multitud de propie­dades opuestas. En definitiva tampoco esta interpre­tación satisface las necesidades de la ontología dialéc­tica. Pero por lo menos es significativa.

(iv) Una antipropiedad de una propiedad dada es un rasgo tal que, cuando se une a la propiedad en cuestión, da lugar a una tercera propiedad que las subsume a ambas y no es nula. La combinación de un ácido con una base, que da como resultado una sal, parecería ejemplificar este sentido de la oposición de propiedades. Pero también puede considerarse como una combinación de cosas opuestas. Además, si bien hay ejemplos, también hay contraejemplos. Por ejemplo, la mera acreción de partículas similares (sin oposición alguna) da lugar a cuerpos (por ejemplo planetas). Más aún, tal proceso puede alcanzar el punto de colapso (p. ej. colapso gravitatorio), o sea, un salto cualitativo sin intervención de oposición dia­léctica. En resumen, la cuarta interpretación d e ‘anti- propiedad’, aunque significativa, no justifica el pre-

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tijo ‘anti’ y no da lugar a una ley universal.El resultado es éste. De las cuatro interpretaciones

plausibles del término ‘antiprópiedad’ que hemos considerado, dos (o sea [iii] y [iv] tienen sentido, pero ninguna de ellas permite afirmar la “ ley” D lb en toda su generalidad. Sólo nos permiten afirmar una ley mucho más débil, a saber:

D lc A algunas propiedades les corresponden otras (llamadas sus ‘antipropiedades’) que las contra­rrestan o neutralizan.

Dicho en términos más sencillos: Algunas cosas se oponen a otras en ciertos respectos. Pero ésta es una trivia­lidad que no debiera satisfacer a ningún dialéctico. Si no le satisface tendrá que ofrecer una quinta interpre­tación, ésta más adecuada, de <antipropiedad\ Pero, aun si resuelve este problema, deberá confrontar la dificultad siguiente.

La hipótesis de que a toda propiedad le corres­ponde una antipropiedad (en algún sentido razonable de este término) es posible en una ontología idealista que rehúse distinguir entre un predicado (concepto de cierto tipo) y una propiedad de una cosa concreta, tal como la de ser extensa. Y, puesto que el concepto (predicado) no-P es tan legítimo como el concepto P> para un platónico o un hegeliano una propiedad ne­gativa debiera ser tan real como una propiedad posi­tiva. El dialéctico idealista podrá admitir la tesis D lb siempre que se las arregle para dilucidar adecuada­mente la noción de antipropiedad.

El dialéctico materialista, en cambio, no podrá adoptar esa estrategia si toma en serio al materia­lismo. En efecto, para un no idealista las cosas tienen sólo propiedades positivas: aun cuando hay predica­dos negativos, éstos no pueden representar propieda­64

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des de objetos concretos. Para él, si un predicado P representa cierta propiedad, entonces su negación no- P no representa una antipropiedad, sino tan sólo la ausencia de la propiedad representada por P. En efecto, si la fórmula “ /V* abrevia la proposición “ La cosa a posee la propiedad P ’\ entonces la fórmula “ no-Pa” resume “ La cosa a carece de la propiedad P ” (o, en la interpretación alética, “ Es falso que la cosa a tenga la propiedad P ” ). Puesto que la ausencia de una propiedad no puede considerarse como el opuesto dialéctico de ese rasgo, se sigue que los predicados negativos no representan antipropiedades. La ne­gación es una operación conceptual carente de con­trapartida óntica: se refiere a proposiciones y sus negaciones, no a la lucha entre opuestos ondeos. (Para una posición similar véanse H artm ann 1957 y Kraft 1970.)

Análogamente, la disyunción de predicados no representa propiedades alternativas o disyuntivas. No hay hombres con dos o tres piernas, si bien la p ro p o ­sición “ Los hombres tienen dos o tres piernas” es verdadera. La disyunción es tan conceptual y anón- tica como la negación. Esto tendrá una importante consecuencia para la tesis de que la lógica formal es un caso límite de la dialéctica (Sección 9). Y tiene una consecuencia igualmente desastrosa para la tesis de que todo conocimiento es un mapa de la realidad. En efecto, considérese el conjunto de todos los predica­dos de un orden dado y con los mismos referentes, tal como la totalidad de los predicados unarios concer­nientes a los mamíferos (p. ej. “ peludo” ). Este con­junto es un álgebra de Boole. En cambio el conjunto correspondiente de propiedades de los mismos indi­viduos (mamíferos en el ejemplo) no es sino un semi-

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)grupo, en el que la concatenación se interpreta como la conjunción de propiedades. Afirmar que la estruc­tura de los predicados “ refleja” la estructura de las propiedades es coherente con una ontología idealista pero incompatible con el naturalismo, en particular el materialismo, el cual no puede admitir propieda­des negativas o disyuntivas. En resumen: el idealismo dialéctico es lógicamente posible aunque im proba­ble; y el materialismo dialéctico es improbable y. en todo caso incompatible con la doctrina del reflejo, se­gún la cual el conocimiento refleja la realidad.

4. La Lesis de que toda cosa es una unidad de opuestosLa tesis D2> de que todo objeto es una unidad de

opuestos, se considera habitualmente como la esencia de la dialéctica. Pero el enunciado D2 no tiene sen­tido a menos que se dilucide el término ‘opuesto’. Y, como se ha visto en las dos últimas secciones, esta ta­rea no es fácil, y en todo caso no ha sido realizada por los filósofos dialécticos.

La tesis D2 es significativa a condición de que la oposición, o contradicción óntica, se interprete como una relación entre propiedades, a saber, la de contra­rrestar o neutralizar (sentido [iii] en la Sección 3). Adoptaremos pues la definición siguiente: “ La p ro ­piedad (o relación) P\ se opone a la propiedad (o rela­ción) P¿ si, y sólo si, Pi tiende a contrarrestar (neutra­lizar, equilibrar, o atenuar) P> y recíprocamente” . Por ejemplo, en un país superpoblado, el aumento de población y el bienestar se oponen mutuamente, p o r­que el primero derrota toda tentativa de elevar el n i­vel de vida.66

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Si la oposición se interpreta de esta manera, en­tonces se puede afirmar que hay sistemas roídos por contradicciones ondeas internas. Pero esto está lejos de implicar que todos los sistemas sean contradicto­rios. Por ejemplo, según la física contemporánea, los electrones y fotones no tienen contradicciones inter­nas. (Lo que no debiera mantener insomne a ningún filósofo, ya que, si toda cosa estuviera compuesta de partes mutuamente opuestas, cada parte estaría a su vez compuesta de la misma manera, y nos veríamos enfrentados a un regreso infinito.)

Ahora bien, si todo lo que podemos decir es que algunas cosas (o partes de las mismas) se oponen a otras en algunos respectos (que era nuestra tesis D lc de la Sección 3), entonces todo lo que podemos concluir es que algunos sistemas poseen componentes o propie­dades que se oponen entre sí en algunos respectos. En otras palabras, obtenemos la tesis débil

D2a Algunos sistemas tienen componentes que se oponen entre sí en algunos respectos.

La tesis central de la unidad de los opuestos queda pues restringida a cosas complejas y, por aña­didura, a algunos aspectos de las mismas. Nada se dice acerca de las cosas simples (si las hay); tampoco se hace afirmaciones acerca de la totalidad de los as­pectos o propiedades de un sistema cualquiera. La versión diluida D2a de la tesis central de la dialéctica no es universal, y por lo tanto no puede formar parte de una teoría general del cambio. Más aún, lo que su­giere, esto es, el análisis de todo sistema en polos, no constituye un avance de la ontología. Al contrario, el pensar en opuestos es característico de la mentalidad arcaica (v. Frankfort 1946), así como del pensamiento clásico griego con la notable excepción de los atomis-

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)

tas (v. Lloyd 1966). Lo cual no es de sorprender, p o r ­que es una manera simplista de pensar, como lo es toda manera primitiva de pensar.

El que el pensar en términos de opuestos involu­cra una simplificación brutal del m undo real, puede comprenderse a la luz del ejemplo siguiente. Un sis­tema puede llamarse polar si está compuesto de partes que pueden estar en uno de dos estados, tales como abierto o cerrado, activo o inactivo, excitado o inhi­bido, que son mutuamente excluyentes o contradic­torios en el sentido fuerte. Un circuito eléctrico con interruptores, tal como el que contiene una com puta­dora, puede considerarse como un sistema polar. Pero está claro que ésta es una simplificación, ya que tiene en cuenta tan sólo ebresultado neto de un p ro ­ceso y desprecia los estados intermedios o transito­rios. Si se olvidan estos estados intermedios, entonces las operaciones del sistema se pueden describir con ayuda del álgebra de Boole ordinaria (de dos valores). Pero si se desea incluir los estados transitorios, en ton­ces el espacio de los estados del sistema debe ser d o ­tado de un tercer miembro. El conjunto resultante posee una estructura más rica, a saber, un álgebra tri­valente de Lukasiewicz (-Moisil 1971). E incluso una máquina con tres estados posibles es üna hipersimpli- ficación de interés para el diseñador o usuario de la computadora, pero muy poco interesante para un físico. En efecto, el agrupar todo un continuo de esta­dos estacionarios en dos (abierto y cerrado), y todo el continuo de estados transitorios en uno, no es sino una primera y groserísima aproximación. La teoría de los circuitos eléctricos da una descripción más profunda, y muchísimo más profunda es la que p ro ­vee la electrodinámica; ambas suponen que el con-68

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.)junto de estados, ya estacionarios, ya transitorios, es infinito (no numerable). En cualquiera de estas des­cripciones no queda traza de la polaridad. La polari­dad es un rasgo de nuestro pensamiento acerca de la realidad antes que una propiedad del mundo. Más aún, la polaridad es típica del conocimiento inci­piente, no de la ciencia.

5. La doctrina dialéctica del cambioEl que algunos cambios resultan de conflictos o

tensiones de algún tipo, es obvio. Los ejemplos clási­cos son la competencia entre animales y la guerra en ­tre los seres humanos. Sería necio ignorarlos. Lo que se cuestiona es si la competencia es universal, al punto de que está detrás de todo cambio. Parece igualmente obvio que esto no es verdad, o sea, que hay cambios no producidos por ninguna contradicción óntica. Por ejemplo, el movimiento de una partícula o de una onda electromagnética en el vacío no son conflictivos. Tampoco lo es la formación de una molécula de hi­drógeno a partir de dos átomos de hidrógeno, aun­que sólo sea porque éstos son iguales (aunque no idénticos); lejos de oponerse, cooperan entre sí.

Lo más que podemos aceptar es entonces la tesis más débil

D3a Algunos cambios resultan de la oposición (en algunos respectos) de cosas diferentes o de com po­nentes diferentes de una misma cosa.

Pero esto es casi trivial. Cualquier teoría de la competencia (p. ej. la cinética química, la teoría de Volterra del crecimiento de especies que compiten entre sí y la teoría de los juegos) es más precisa y rica.

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Más aún, una interpretación literal del principio dialéctico de la contradicción como motor del cam­bio es incompatible con la teoría del conocimiento como reflejo, abrazada por el materialismo dialéc­tico. En efecto, si toda proposición “ refleja” algo real, entonces toda proposición contradictoria de­biera “ reflejar” alguna contradicción óntica, la que a su vez sería fuente de algún cambio. Pero, puesto que toda contradicción es falsa, no puede reflejar nada real. Por lo tanto o bien no hay cambio o la teoría del reflejo no puede aliarse a la dialéctica. Que es la misma conclusión a que llegamos al final de la Sec­ción 3.

Habiendo privado a D3 de generalidad universal, intentemos comprender cómo pudo haber sido for­mada. Con este fin convendrá reformularla así: “ El sistema * cambia si, y solamente si, x contiene una contradicción óntica interna, o bien existe otro sis­tema y tal que se opone a x en algún respecto” . Esta proposición puede obtenerse por generalización apresurada y falacia, como sigue. Uno empieza por mirar en torno suyo y observa que, todas las veces que hay contradicción óntica (oposición), también hay cambio. Entonces uno salta a la conclusión de que también vale la recíproca, o sea, que la lucha es “ padre de todo y rey de todo” (Heráclito, Fragmen­to 53). De estas proposiciones se sigue la generaliza­ción dada. Finalmente se busca confirmación de la te­sis. Y por cierto cjue se encuentran casos confirmato­rios, sobre todo si en cada caso se adopta una inter­pretación conveniente de ‘contradicción’ u ‘oposi­ción*. En el curso de este proceso se descartan todos los contraejemplos, como corresponde tratándose del pensamiento precientífico.70

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6. La doctrina dialéctica del desarrolloConsideremos ahora la tesis D4 de la estructura

helicoidal (“ espiral” ) de todo desarrollo, sea en la na­turaleza, en la sociedad o en el pensamiento. T am ­bién esta tesis es obscura debido a la incertidumbre de la expresión ‘negación dialéctica* en este contexto. Todo cuanto nos ofrecen los dialécticos por vía de ex­plicación es un puñado de ejemplos, tales como el de la planta que es “ negada” por sus semillas, las que al germinar y desarrollarse convirtiéndose en nuevas plantas se “ niegan** a sí mismas. Esta clase de nega­ción —por conservar la arcaica terminología— se llama Aufhebung (supresión), para subrayar su diferen­cia de los conceptos de negación involucrados en las demás tesis de la dialéctica. En efecto, x y su negación dialéctica — x no pueden combinarse para formar un tercer objeto, porque la Aufhebung de x sucede a su desaparición: en efecto, —x sucede a x. Más aún, la doble negación de x, o sea —(—x), suele ser superior a x, excepto en matemática. Esto es todo cuanto nos di­cen los autores dialécticos.

Dado que el concepto de Aufhebung es nebuloso, también la tesis D4 es nebulosa. Y, siendo un enun­ciado nebuloso, no es posible pronunciarse acerca de su valor de verdad: un enunciado impreciso designa ambiguamente no una proposición sino todo un con­junto de proposiciones y, más aún, un conjunto inde­terminado, o sea, cuyos miembros no son claramente identificables. Mientras esperamos que los dialécticos aclaren el concepto de Aufhebung y nos los traduzcan al castellano, debiéramos eludir estas aguas estanca­das y proceder a formular teorías claras, coherentes y

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íI

generales de procesos de desarrollo y evolutivos. Esta empresa debiera dar más resultados que el intento de forzar cualquier auténtica teoría del desarrrollo en un esquema polar.

7. Cualidad y cantidad •D5 es quizá la más popular de todas las tesis

(“ leyes” ) de la dialéctica. También es la que ha sido formulada de la manera más ridicula, a saber, como la ley de la conversión de la cualidad en cantidad y vice­versa. Este enunciado es ininteligible. Una cantidad es, ya la numerosidad de un conjunto de cosas, tal como la población de una ciudad, ya el valor n u ­mérico de alguna propiedad cuantitativa, tal como la probabilidad de una transición dada. En todo caso la cantidad no se opone a la cualidad si esta última se entiende como propiedad.

En cambio, “ cuantitativo” y “ cualitativo” son contrarios en el sentido estricto o formal, en que cada uno de estos conceptos puede definirse en términos del otro y de la negación lógica, p. ej. así: “ Si P es una propiedad, entonces: P es c u a l i ta t iv a ^ , / / /3 no es cuantitativa” . Pero no es éste el sentido en que D5 opone cantidad a cualidad. En electo, sería patente­mente falso decir que una propiedad cualitativa, tal como la separación, se transforma en la propiedad cuantitativa distancia, o recíprocamente. En nuestra opinión, todo lo que afirma D5 es que, en todo p ro ­ceso, sobreviene una etapa en la que emerge alguna propiedad nueva, la que a su vez tiene sú propio modo de variación. Así, por ejemplo, la urbanización lleva a ciudades, no a grandes aldeas; y una vez que se72

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constituye una ciudad, crece o decae de una manera peculiar: su dinámica difiere de la de la aldea.

Formulada como Z)5, la tesis sobre la relación entre cualidad y cantidad tiene sentido y es posible que sea verdadera. Con todo, debiera considerársela como una hipótesis antes que como un artículo de fe (lo que vale desde luego para todo principio onto- lógico). Más aún, valdría la pena tratar de obtener D5 como un teorema en una teoría general del cambio.

Para terminar con este tema, obsérvese que hemos estado escribiendo ‘cualidad’ y no ‘calidad’; la p ri­mera es sinónima de ‘propiedad’, al par que la se­gunda implica un juicio de valor.

8. La pretensión de universalidadSe dice que las cinco tesis (“ leyes” ) de la dialéctica

valen universal mente. Pero nuestro análisis muestra que, en la medida en que D/, D2 y D3 tienen sentido, debieran reemplazarse por afirmaciones de alcance restringido. (Por ejemplo, ya que algunos procesos en los que emergen novedades consisten en la agrega­ción de iguales antes que en el choque de opuestos, DS es falsa, y su negación es verdadera.) Si D4 resul­tase significativa, es probable que también ella termi­naría por ser una proposición existencial (“ Algu­nos...” ) y no universal (“Todos...” ). Sólo D5 tiene una buena posibilidad de ser universalmente verda­dera, en el sentido de que vale para todos los proce­sos. En resumen, la dialéctica no es una doctrina uni­versal: no vale para todas las cosas, todas las propie­dades y todos los cambios. Hay ejemplos de dialéctica y también hay contraejemplos de ella. (Véase también

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j

íiiII

Miró Quesada 1972.)Se sigue, en particular, que la dialéctica no abarca

a todos los objetos, sean materiales o conceptuales. Más exactamente, sugiero que la dialéctica, en la m e­dida en que pueda considerarse como una ontología de los objetos materiales, no se aplica a objetos con­ceptuales y por consiguiente no es una generalización de la lógica formal. Más aún, no puede haber una teoría universal que valga tanto para objetos materia­les como para objetos conceptuales: estos últimos sa­tisfacen leyes conceptuales que, a diferencia de las na­turales, son de hechura humana.

Los objetos conceptuales (conceptos, proposicio­nes, teorías) no se encuentran ya hechos en la na tura­leza, ni se lo« fabrica a partir de materia prima mate­rial: los constructos son producto de la actividad creadora del cerebro primate y están caracterizados por leyes propias, que no se aplican a los objetos m a­teriales. Así, por ejemplo, una proposición no se mueve ni se moja ni se herrumbra, y un trozo de hie­rro no puede negarse ni puede implicar a otro objeto material. Las proposiciones están caracterizadas por el cálculo proposicional, los conjuntos por la teoría de los conjuntos, los grupos por la teoría de los gru­pos, etc.; en cambio los objetos materiales están ca­racterizados por leyes físicas, químicas, biológicas o sociales. Los dos conjuntos de leyes, las conceptuales y las materiales, tienen poco en común. Por cierto que se puede hablar de la conjunción (p. ej. yuxtapo­sición) de dos cuerpos, así como de la conjunción de dos proposiciones. Pero se trata de una mera analo­gía superficial, ya que la conjunción física no se de­fine del mismo m odo que la conjunción lógica. En particular, las leyes de De Morgan no tienen sentido74

x

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para la conjunción física, porque no existe la nega­ción de un objeto material (excepto en el sentido de que es idéntica a su ambiente).

En conclusión, no es posible abarcar a todos los objetos, sean concretos o abstractos, con una sola teoría. En particular la dialéctica no lo hace. Puesto que la dialéctica puede ser ejemplificada por algunos objetos y sucesos concretos, pero está en conflicto con la lógica matemática, debiera considerársela como una teoría ontológica (o cosmológica o metafísica). Aun así su alcance es, como se ha visto, bastante es­trecho.

9. Relación entre dialéctica y lógica formalLos filósofos dialécticos han sostenido que la ló­

gica es un caso especial de la dialéctica, a saber, una suerte de aproximación válida cuando el cambio es muy lento. Esta afirmación es falsa. En efecto, para que una ley sea un caso particular de otra es necesario que ambas se refieran a los mismos objetos al menos en parte, o sea, que compartan referentes. Y éste no es el caso de las leyes de la lógica y las hipótesis de la o n ­tología. En cambio las leyes de la electrodinámica clásica son un caso límite (para grandes números de fotones) de las leyes de la electrodinámica cuántica: ambos conjuntos de leyes son comparables porque ambos se refieren a la radiación. Éste no es el caso del cálculo de predicados, ni de ninguna otra teoría lógica, en relación con las leyes de la física o de la o n ­tología: mientras el primero describe el com porta­miento de conceptos y proposiciones, las ciencias de la realidad se ocupan de sistemas concretos. Y, como

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)se vio en la Sección 8, los constructos (a diferencia de los procesos de pensar acerca de ellos) no son objetos concretos. Por lo tanto la lógica formal no puede ser un caso particular de la ontología dialéctica. ¿Cóm o se relacionan estas disciplinas?

La relación entre la lógica y cualquier teoría cohe­rente referente a la realidad (p. ej. la ontología) no es una relación de reducción, sino la relación de presu­posición. Todas las teorías coherentes presuponen (lógicamente, no psicológica o históricamente) la lógica. Tanto es así que, cuando se reconstruye o rde­nadamente (o sea, axiomáticamente) una teoría subs­tantiva cualquiera, sea en matemática, en ciencia fác- tica o en ontología, se comienza por especificar el len­guaje en que ha de formularse la teoría, así como las reglas de inferencia utilizables en la teoría. En suma, es menester especificar la lógica por adelantado. Más aún, la lógica no cambia si la teoría discrepa de la ex­periencia, porque la lógica no concierne a la expe­riencia, sino a nuestro jn o d o de organizaría (in­cluyendo la experiencia puramente mental).

La lógica propiamente dicha, o sea, el conjunto de las teorías lógicas, 110 tiene asunto o materia aparte de los conceptos, las proposiciones y las teo­rías en general. La lógica es una armazón a priori que sirve tanto para la matemática como para la física o la sociología. Dado que toda teoría substantiva T presu­pone alguna teoría lógica L, T contiene o implica a L. Se dice que T es substantiva porque describe objetos no lógicos de algún tipo, tales como números o seres humanos, en tanto que L es indiferente a la referencia precisa. En efecto, los conceptos y proposiciones que figuran en L pueden referirse a cualquier cosa, por lo tanto a nada en particular. En cambio, si empobrece-76

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mos a T quitándole todas las hipótesis substantivas, lo que queda es un esqueleto sin referencia precisa: a lo sumo, podrá decirse que T se refiere a individuos de algún conjunto abstracto no especificado. Pero no es esto lo que pretende ser la dialéctica.

Por decirlo de otra manera, la lógica formal (ma­temática) se refiere a todo pero no describe o representa nada a no ser sus propios conceptos básicos: “ no ” , “ y” , “ para todo” , “ implica” , y sus parientes. Estos conceptos específicos de la lógica se refieren o aplican a proposiciones, no a objetos materiales. Por ejem­plo, considérese la conectiva “ o ” , que puede anali­zarse como una función que asocia pares de proposi­ciones a proposiciones. (En símbolos, v : P x P Py donde P es el conjunto de proposiciones.) Por otro lado consideremos el concepto ontològico de interac­ción, que no puede aplicarse a proposiciones. En efecto, “ interactúa” relaciona a objetos concretos. Más precisamente, el predicado “ interactúa con” asocia a pares de objetos concretos con proposiciones de la forma “a interactúa con ¿” . (En símbolos, /: C x C Py donde C es el conjunto de objetos concre­tos y P el conjunto de proposiciones de la forma “a interactúa con 6” .) Si admitimos que la clase de refe­rencia de un predicado es igual a la unión (suma lógica) de todos los conjuntos que figuran en su d o ­minio (Bunge 1974a), obtenemos

#(>✓)«/>, # ( / ) = G\Y, puesto que las proposiciones son disjuntas de las cosas concretas, los dos predicados no tienen nada en común excepto su forma general, que es una propie­dad matemática, a saber, la de ser ambos predicados binarios. En otras palabras, la lógica y la fisica (sea en

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)sentido estricto o lato) no se refieren a los mismos o b ­jetos. Por consiguiente ninguna de ellas es un caso es­pecial de la otra.

El argumento que precede presupone que los o b ­jetos concretos son disjuntos de los conceptuales, en particular las proposiciones (o sea, P O C = 0). Esta hipótesis no puede demostrarse pero puede tornarse plausible, v.gr. como sigue. Al par que las cosas (ob­jetos materiales) están en el m undo exterior, los cons- tructos carecen de existencia fisica o material: existen sólo conceptualmente, o sea, como miembros de cuerpos conceptuales (p. ej. teorías). Cuando afirma­mos que hay constructos de algún tipo, p. ej., que el número 3 existe, o que hay (o existe) la ecuación de Schrödinger, todo cuanto queremos decir es esto: Pensamos cierta^ ideas y fingimos que con ello adquie­ren existencia independiente, o sea, que se han inde­pendizado de su génesis psicológica y desarrollo his­tórico. Tomamos en serio esta existencia, a diferencia de la existencia de los personajes de las tiras cómicas: de lo contrario no podríamos hacer lógica ni mate­mática, ni seríamos capaces de distinguirlas de la psi­cología y la historia. Pero, a menos que seamos pla­tónicos o hegelianos, no les asignamos a las ideas una existencia separada o autónoma. Sólo los pensadores vivientes (sean seres humanos o no) poseen existencia concreta o material. No hacemos sino fingir que lo que éstos piensan (sus ideas) puede separarse (imagi­nariamente, no físicamente) de sus procesos mentales (cerebrales). Tanto es así, cjue atribuimos a las ideas propiedades no físicas, tales como las de tener sentido y valor de verdad. (Véase Bunge 1980a.)

La tesis de la unidad de la lógica y de la ontología es posible, e incluso necesaria, en un sistema idealista,78

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en el que no puede, haber diferencia entre cosas y constructos excepto que los últimos se suponen supe­riores a los primeros. La confusión de Hegel entre lógica y ontología, tan visible en su Lógica “ grande” , era natural en su sistema. También es natural para un materialista vulgar o nominalista, porque no admite conceptos, sino tan sólo sus símbolos materiales, tales como los que se ven en esta hoja de papel. Pero la lógica será diferente de la ontología para quienquiera que no sea un idealista o un materialista vulgar. Esto no implica una ontología dualista mientras a los constructos no se les asigne una existencia autónoma. Pero sí implica un dualismo metodológico según el cual los constructos se tratan como si existieran de por sí. (El Hedonismo vale para las ficciones, no para la realidad.)

La idea de que para entender el cambio se nece­sita una lógica peculiar, sea la lógica dialéctica o a l­guna versión de la lógica temporal, porque la lógica formal es incapaz de comprender el cambio, es una reliquia de la filosofía antigua. Era justificable hace dos milenios, cuando los seres humanos no podían formularse preguntas más precisas que ‘La Hecha ¿se mueve o está en reposo?’, y se em pantanaban en el problema de si la flecha en movimiento estaba o no estaba en un lugar dado en un instante dado. Hoy día pensamos en grados antes que en opuestos, pregun­tando en cambio ‘¿A qué velocidad se mueve el au to ­móvil respecto del camino?*, y no nos choca la posi­ble respuesta ‘El automóvil se mueve con velocidad nula*, que Parménides habría considerado acaso como contradictoria. Más aún, no tratamos estos problemas como filosóficos, sino como científicos, y nos hemos acostumbrado a manejar teorías inutua-

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)mente incompatibles con ayuda de la misma lógica. En una p a la b ra d a no pensamos dialécticamente, o sea, en términos de opuestos y sin distinguir entre la lógica y las disciplinas fácticas. Por consiguiente, cuando no logramos entender algún tipo de cambio echamos la culpa a alguna teoría substantiva, no a la lógica, que es una de las herramientas empleadas en construir, poner a prueba y criticar las teorías científicas. Dicho más brevemente, la lógica es a priori.

10. BalanceLos resultados de nuestro examen de la dialéctica

pueden resumirse así:(i) Los principios de la dialéctica, tales como se

formulan en la literatura existente a la lecha, son am ­biguos e imprecisos. El estudioso de la dialéctica tiene el deber intelectual y moral de dilucidar las nociones clave de la dialéctica y de reformular los principios de ésta de manera clara y coherente.

(ii) Cuando se los formula con algún cuidado, tres o cuatro de los cinco principios de la dialéctica pierden su universalidad: arrancan con el prefijo “ Al­gún” antes que con “T odo” . Y, cuando se los for­mula de esta manera más débil, algunos de ellos que­dan tan debilitados que se acercan a perogrulladas, como sucede con la hipótesis de que hay sistemas con componentes mutuamente opuestas.

(iii) Aun cuando se los formula con claridad y con un alcance limitado, los principios de la dialéctica no constituyen una base suficiente para una teoría gene­ral del cambio. A lo sumo son un embrión que acaso podría desarrollarse convirtiéndose en una teoría80

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propiamente dicha. Una teoría m oderna del cambio tendría que ser mucho más precisa, explícita y com ­pleta que la dialéctica. Además, tendría que arm oni­zar con la ciencia en lugar de estar en conflicto con ella. En particular, no tendría que contener términos arcaicos tales como ‘lucha de los contrarios’, excepto cuando se tratase de un auténtico conflicto entre opuestos auténticos.

(iv) La dialéctica no abarca a la lógica formal: esta última se ocupa de constructos, no del m undo real. La pretensión de que la dialéctica generaliza a la lógica puede sostenerse sólo dentro de una ontología platónica o hegeliana, y es incompatible con todas las gnoseologías realistas, en particular con el realismo ingenuo de la teoría del reflejo.

(v) Los dos principios correctos de la dialéctica —que toda cosa concreta es cambiable, y que a lo largo de todo proceso emergen nuevas p rop iedades- son compartidos por todas las ontologías procesuales y pueden formularse de manera exacta, así como re­lacionarse con otras hipótesis ontológicas, consti­tuyendo un sistema hipotético-deductivo que a rm o ­niza con la ciencia (Bunge 1977 y 1979). Dicha o n to ­logía es dinamicista pero no dialéctica; o, si se pre­fiere, conserva lo que aún vive y desecha lo muerto de la dialéctica.

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CHAPTER 1

ROOTS OF VALUES

Values and morals do not exist by themselves, except for metaphysical idealists such as Plato. It is only for purposes of conceptual analysis thatwe may find it convenient to feign that they do. Actually there are only \ \Jvaluable or disvaluable objects — valuable, that is, for some organisms ' in certain states. When we abstract values from their bearers we make | the same mistake as when we detach properties from the things | -I possessing them. Likewise there are no morals in themselves. Instead; there are animals which, when behaving according to certain patterns, I contribute to the welfare of other animals. We tend to abstract such i N patterns and call them ‘moral norms’. *

For instance, when saying that well-being is a biological and psycho­logical value, we mean that, being a survival condition, we evaluate positively some states of physical health and psychological contentment: i.e. we say that well-being is good for us. Likewise when saying that honesty is a moral and social value we mean that we assign honest behavior, nay, honest people, a positive role in social life as well as in keeping our own peace of mind. No organisms, no needs, hence novalues. No society, no social behavior, hence no social values, whenceno need for moral norms.

In other words, values and morals have biological and social roots: See Figure 1.1. And, no matter how high we climb Hie tree of abstrac- tion, those roots are still there — unless the tree happens to be dead, which is not uncommon for value theories and moral philosophies. We need to gain some knowledge of such roots in order to satisfy our curiosity concerning the modes of emergence and submergence of values and morals. But we also need such knowledge in order to justify (validate) value claims and moral norms — at least if we are rational enough to value such justification instead of surrendering to such dogmatic stands as nihilism, authoritarianism, emotivism, or intui- tionism.

In this chapter we shall explore briefly the main roots of values, and in Ch. 4 those of morals. Our explorations will be brief for two reasons. Firstly, a detailed and serious study of the biopsychological and social

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)

12 CHAPTER 1

Fig. 1.1. The biological (visceral and mental) and social (econom ic, political and cultural) roots of values and morals. Example: W e value food because it is necessary for survival, and companionship because it is part of our belonging to a society. The two roots, though distinct, are not mutually independent. For example, we often like to eat in company, which company may elicit som e changes in the food we choose and the

manner in which we eat it.

roots of values and morals behooves biologists, ethologists, psychol­ogists, anthropologists, sociologists, economists, political scientists, and historians, rather than philosophers. Secondly, so far most of these scientists have paid little if any attention to values and morals, because they have been shackled by the philosophical superstitions — common

| to empiricism and intuitionism — that values and morals are subjective,I arid that subjective experience lies beyond the ken of science. In fact,

they have been told by influential philosophers that there is an unbridgeable chasm between fact (the domain of science) and value (the domain of philosophy and art). Consequently they have believed that they should confine their attention to what is, without meddling

i into what ought to be. No doubt, this superstition was initially useful to separate the scientific grain from the ideological chaff in the study of society. But now it has become an obstacle to further advances in the

i understanding of man and in the design of poliqies and plans aiming at human betterment. Indeed, there is nothing science and technology (in particular sociotechnology) can do to mitigate human misery if they ignore what we ought to value and how we ought to behave.

In this chapter we shall study the nature, kincjs, and sources of value. Some of the problems concerning the nature of value and value judg­ments will be studied at greater depth andi length in subsequent chapters.

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I

V > 1. N A T U R E A N D K IN D S O F V A L U E' V l:i t* •! ‘ ; . . .

1.1 Nature of ValueIn an idealist metaphysics values exist by themselves above and beyond material things. A physicalist (or vulgar materialist) world-view makes no room for values except perhaps as subjective desires. In an emergent materialist perspective (Vol. 4 and Bunge 1981) there are no values in themselves but there are valuable items wherever there are organisms. According to this view values emerged on our planet about four billion years ago together with the first organisms caf able of discriminating what was good for them, i.e. what was favorable to their survival, from what was not.

In the real world there are no values in themselves, anymore than there are shapes or motions in themselves. Instee d, there are organisms that evaluate certain things (among them themselves) when they, as well as the things valued, are in certain states or undergo certain changes. In other words, whatever is valuable is so for some organisms in certain states, particularly states of deprivation that originate drives which motivate action.

Values are then relational or mutual properties, in the same boat with separation and adaptation, rather than intrinsic properties such as number of components and chemical composition (Bunge 1962a). The relational view of values contrasts with the absolutist view according to which values either exist by themselves or inhere in the things valued — a view espoused by Moore (1903) and others. Value absolutism is mistaken because it overlooks the facts that (a) there are no values without evaluating organisms, (b) values change with the internal and external circumstances of the evaluator, and (c) human value systems are culture-bound and therefore historically changeable — so much so that we approve of many items our parents disapproved of, and conversely. (However, some values are cross-cultural, i.e. they occur in all viable value systems. We shall come back to this point in Ch. 2, Sect. 2.1.)

Value theory is of course centrally concerned with value judgments. From a logical point of view a value judgment is a value of a valuation predicate for a given individual or n-tuple of individuals. Thus “Milk is good for Baby” results from applying the predicate “good” to the

ROOTS OF VALUES 13

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)

ordered pair (milk, Baby). But then all predicates, whether or not they are valuation predicates, can be analyzed as functions from collections of ^-tuples of individuals to sets of propositions (Vol. 1, Ch. 1, Sect. 1.3).

“Good”, a typical valuation predicate, can be applied not only to individuals, such as this book, but also to predicates, as when we say that altruism is good. In the latter case the evaluation predicate is of the second order: it is a property of a property, and therefore it comes under the sway of the higher order predicate calculus. For example, “good teacher” qualifies “teacher”, a first order predicate, and the two together constitute a second order predicate. But there is also a first order analysis of the predicate in question. Indeed, by splitting the set of all teachers into the competent (C ) and the incompetent (C ) ones, we succeed in analyzing “Liz is a good teacher” as “Liz belongs to C ”. This disposes of the intuitionist claim that “good teacher” (and for that matter every evaluation predicate) is unanalyzable. It also refutes the ordinary language philosophy thesis that there is a grammatical differ­ence between “good” and “teacher”: that whereas ‘teacher’ is an ordinary or predicative adjective, ‘good5 would be a sui generis or attributive one (Geach 1956, Williams 1972). There is no logical or grammatical difference between evaluation predicates and descriptive predicates.

A preliminary analysis of value judgments (Bunge 1962a) yields the result that the simplest among them are of the form “a is valuable tor

or “fe values a”. (The former exemplifies an objective value state­ment, the latter one that may be subjective.) A closer examination] is bound to disclose complexity: it is likely to result in formulas of the type: a is valuable in respect b for organism c in circumstance d, wh^re the word ‘respect’ is a synonym for ‘property’ or ‘feature’, and the te p i ‘circumstance’ denotes the states of both the object a, or value-bearer, and the subject c of valuation. A finer analysis may yield further rel^ta (variables), as e.g. in j

a is valuable in respect b for organism c in circumstance d with gpal e and in the light of the body of knowledge /. jIn short, value judgments involve at least binary relations: they arej of

the forms Vab} Vabc, . . . , Vabc . . . n. In the case when we succeed in quantitating values, the relation becomes! a function, from n-tuplesj of objects to numbers. Example: V(a, bs c, u) = v, where u is a suitable unit, and v the numerical value c attributes a in respect b and circum­

14 CHAPTER 1

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ROOTS OF VALUES 1 5

stance cl. In other words, the general form of a numerical value function is i

V . A ' X B X . . . N X [ / - R,where A is a collection of value bearers, i.e. of valuable or disvaluable objects, B a collection of organisms, and thp remaining factors in the cartesian product, up to N, may be collections of things, properties, states, or processes (in particular brain processes), whereas U is a set of units, and IR the set of real numbers. However, quantifiable values are exceptional.

Note the following points. Firstly, values are not things, states of things, or processes in things: these can only be value-bearers of objects

/) properties attributed to tain types and in certain

of valuation. Values are relational (or mutua, objects of certain kinds by organisms of ce states. However, we may abstract values froiji their bearers and speak of truth (instead of true propositions), bequty (instead of beautiful things or processes), fairness (instead of fair actions or persons), and so on. We may do it in order to gain in generality and as long as abstraction is not mistaken for reification. Such a mistake, namely the idea that values (and the corresponding norms) exist by themselves, may be dubbed the idealistic fallacy., Secondly, because values are relational properties, there are no

intrinsic or absolute values representable by unary predicates such as “alive” or “bankrupt”. A phrase such as ‘a is valuable’, or ‘Va’ for short, is incomplete: it must be interpreted as an abbreviation for ‘a is valuable in some respect x for some organism y in some circumstance z \ Thirdly, because “relational” is not the same as “subjective” (Vol. 7, Gh. 2, Sect. 3.1), the thesis that values are relational properties differs from the view that all values are subjective, such as the feelings of pride and shame. Only some values, particularly the aesthetic ones, are subjective, in the sense that there are hardly any objective standards enabling us to judge the corresponding evaluations.

Whether objective (like nutritive value) or subjective (like happiness), all values are secondary properties for depending on some animal subject or other. In this regard they are similar to color and loudness, and quite different from primary properties such as wavelength, sound intensity, and chemical or social composition. (Recall Vol. 3, Ch. 2, Sect. 2.2.) Values may also be regarded as systemic or emergent

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)1 6 CHAPTER 1

properties in that they are properties of systems that their components (the valued object and the evaluating subject) lack when in separation. (Frondizi 1963 called them gestalt properties.) In sum, our view of values is relativistic but not subjectivistic. More in Ch. 3, Sect. 1.3.

Finally, note that we have placed no restriction on the kind of objects that can be evaluated, i.e. on the value-bearers. In principle anything can be attributed a value: thing, state, event, process, feeling, disposition, experience, concept, procedure, or what have you. Not only “positive’’ items such as things and states of things, but also “negative” ones such as their absence or disappearance can be the object of valuation. For example, the loss of life and the absence of educational facilities are generally regarded as disvaluable. They are so regarded because the corresponding “positive” objects, e.g. life and educational facilities, are deemed to be good. Likewise the end of a war, or of political persecution, are regarded as good because the processes themselves are attributed a negative value.1.2 Kinds of ValueWe shall partition the collection of all values into two large families: biological and social. In turn, we divide biological values into environ­mental (e.g. clean air), visceral (e.g. adequate food), and mental (e.g. feeling needed). And we admit three genera of social value: economic (e.g. productivity), political (e.g. self-government), and cultural (e.g. the advancement of knowledge). In turn, every genus may be split into several species. For instance, the cultural values may be grouped into cognitive, moral, and aesthetic. In short, we adopt the following value divisions:

Some objects are polyvalent, i.e. they ar*p valuable or disvaluable in more than one respect. For example, a loaf of bread is both biologically

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into its economy, polity, t admitting that there are

and economically valuable. A piece of jewelry is psychologically, economically and perhaps also aesthetically valuable but, since it meets no biological need, its visceral value is nil. A political rally has a political value and, indirectly, a psychological and perhaps an economic one as well. Because one and the same object may be valuable (or disvaluable) in more than one way, it is notj possible to partition the collection of all value-bearers into mutually disjoint classes. Hence, although we can class values (or value functions), we cannot class the value-bearers other than in biologically or sociologically meaningful ways.

The above tripartite division of social value s into economic, political and cultural parallels our analysis of society and culture (Vol. 4, Ch. 5, Sect. 2.4). Note th< different kinds of social value does not entail their mutual indepen­dence. In particular the moral values, which may be included among the cultural ones, are not independent of the economic values, which in

. turn are ¡(or ought to be) constrained by certain moral norms. For example r— as a character of G. B. Shaw said — the destitute cannot afford to jbe honest; and productivity ought not to be sought at the cost of welfar^.

Againj the tripartite division of cultural values into cognitive, moral \ and aesthetic does not entail their mutual independence. For example, it takes $ome learning to appreciate aesthetic values, and some moral courage to expose fake science. Likewise it usually takes some knowl­edge, in addition to some moral sensibility, to realize that certain problems are of the moral kind, and far more knowledge and moral sensibility are needed to come up with correct solutions to them. Still, the mutijal dependence of values of different types does not prevent them frqm being distinct, (This exemplifies a logically necessary platitudes Y depends upon X if and only if (a) X is not the same as Y, and (b) some changes in X are accompanied by changes in Y.)

The point of distinguishing and classing values is not just to bring some tidypess into the fuzzy domain of value theory. The main point is to avoid attempting to compare values that are non-comparable, such as those of a miner’s day work with writing a poem, proving a theorem, or playing a soccer match. A miner’s day work may be compared with a clerk’s or a manager’s, a poem with another poem, and so on. This is obvious, yet it contradicts a basic tacit assumption of utilitarian philosophy, namely that all items, irrespective of their type, can be compared and ranked.

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)

Even if we succeeded in constructing one numerical utility function for every evaluator, it would not do to apply it to objects belonging to disjoint categories. And yet the assumption that a single utility (or subjective value) function suffices for everything with respect to any person, is a basic postulate of mainstream economics, decision theory, and contemporary utilitarianism. Granted, the postulate is not too far-fetched in mercantilist societies, where nearly everything can be bought and sold — even loyalty and affection. But the point is that moral philosophers ought to indicate that this state of affairs is abnormal, hence it ought to be corrected. In a rational and just society not everything can be traded for something else: some things are inalienable, and only some things can be traded for certain other things. Shorter: Price, though important in the market place, is irrelevant to values and morals. We shall return to this question in Sect. 3.1.

So much, for the time being, for the variety of kinds of value. In what follows we shall attempt to justify the above partitions as well as to ferret out the peculiarities of each kind of value.1.3 SummaryValues are not entities but properties of certain items and, more particularly, they are mutual or relational rather than intrinsic pro­perties. More precisely, values are relations between certain objects (things or processes) and organisms. The former are the value bearers, the latter their (actual or potential) users. In the case of humans, values fall into two main categories: biological find social. In other words, whatever we value, we do so either because it meets a biological ori a social need or want. j

Things of one and the same kind can be evaluated in a number of different respects. For example, a mountain may have both an eco­nomic and an aesthetic value, and neithef is reducible to the other; again, an album of junk music may fetch aj high price. In other words, we must distinguish various value relations ¡and functions. This holds, a fortiori, for items of different kinds. For example, even if a bouquet of flowers and a dinner bear the same price tag, their aesthetic and biological worth are not the same: they are hardly comparable. In short, there is no such thing as a single value ranking, let alone a single value function, i

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2 . V A L U E S O U R C E S

2.1 BiovalueSo far we have taken it for granted that certain items are valuable to organisms of certain kinds when in certain states. In this and the

bjects are valued. It won’t because we must reckon

the category of valuable they are not interested in

following sections we shall ask why certain ol do to reply that we value whatever we desire, not only with wants but also, nay mainly, wii h basic needs, whether or not we happen to wish to meet them. (In fact we shall postulate that what makes something valuable is its ability to meet some need or want, regardless of whether the object in question is scarce. For similar approaches see Hull 1944, Handy 1962, and Parra-Luna 1983.) .

Nor will it do to ask the economist for an answer to our question, for several reasons. Firstly, economists restrict items to commodities, i.e. goods and services; non-marketable items, such as clear skies] and neighborly feelings, except perhaps as possible stimuli or inhibitors of production or con­sumption. Secondly, they limit their attention to the exchange value or price of commodities regardless of their objective biological or social value in use. Third, even so they still owe us a true theory of the evaluation or pricing mechanism. All that mainstream economists tell us is that commodity X is worth P dollars if and only if the buyers in an ideally free (purely competitive) market are prepared to pay P dollars for X. (Hence, if X finds no buyers, X is declared worthless.) But this answer dodges the question whether P is fair, excessive, or too low. In addition, it ignores the price-tagging mechanism, which is not exclu­sively a function of demand, and sometimes involves dumping, collu­sion, and other immoral practices. In short, economics is not in a position to tell us why we value certain objects. Far from investigating this problem, it postulates that everybody values something. Worse, most neoclassical economists postulate, without a shred of empirical evidence, that every person can rank the items in an arbitrary collec­tion, or even assign them numerical utilities. (Recall Sect. 1.2.)

Let us move from social to natural science. Biology employs more or less explicitly a concept of value that may be regarded as the most basic, though not the only, axiological concept. This concept may be defined as follows;

DEFINITION 1.1 If a is a feature (organ, property, process, etc.) of