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Año 3 No. 10./ Octubre de 2011 NOVICIADO JESUITA Haciendo camino a la vida Fe y Justicia pag 5 Un momento de Oración pag 4 Ecología pag 8 En la Ciudad de los Niños pag 10 Desde la Sierra Tarahumara pag 12 El Amor de una familia Tzeltal pag 14 En el desierto de Nogales pag 15 Cosechando nueces en Parras pag 17 La alegría de los niños pag 18 Testimonios

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Año 3 No. 10./ Octubre de 2011N O V I C I A D O J E S U I T A

Haciendo camino a la vida

Fe y Justiciapag 5

Un momento de Oraciónpag 4

Ecologíapag 8

En la Ciudad de los Niñospag 10

Desde la Sierra Tarahumarapag 12

El Amor de una familia Tzeltalpag 14

En el desierto de Nogalespag 15

Cosechando nueces en Parraspag 17

La alegría de los niñospag 18

Testimonios

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DIRECTORIOSuperior: Francisco Magaña, S.J. Edición, corrección y diseño: : Samuel Lozano, S.J., Ernesto Granados Acoltzin, Juan Miguel Huerta Mendoza, Luis Rodrigo Galindo Madroño, Adrián Félix López, Aldo Michelis Pérez, Enrique Dupré Aramburu, Francisco Rocha Camacho, Jorge Alor Cruz, Hectór José Reyes, Hugo Marín Pérez Noviciado “Beato Pedro Fabro”, Provincia Mexicana de la Compañía de Jesús. Manuel M. Diéguez #354 C.P. 49000 Cd. Guzmán, Jalisco. Teléfono: (341) 412 4463

EDITORIALCuando una persona se encuentra con Dios, quien

le pregunta cuáles son sus deseos más profundos, la única reacción posible es decir con Juan y Andrés,

“Maestro, ¿dónde vives?” ( Jn 1, 38) Así, nos abrimos a la expe-riencia amorosa de Dios en la vida cotidiana, en la convivencia con los pobres y las personas que más sufren. Por esta razón, la Compañía de Jesús propone a los jóvenes que presienten la llamada de Jesús a seguirle, el prenoviciado, un espacio para vivir más de lleno esta experiencia.

El pasado 24 de julio, 12 jóvenes ingresaron al Noviciado después de vivir esta experiencia primera de Dios con los je-suitas. Ellos forman parte ahora de nuestra comunidad y nues-tras vidas. Una de las dimensiones más bellas de la Iglesia es cobijar a las personas que llegan con un amor de Madre. Por eso, y para compartir la dicha de este caminar hacia una vida “más vida”, algunos novicios nos compartirán el modo en que fueron descubriendo a un Dios vivo, encarnado y presente en nuestros días. En estas historias podemos experimentar el amor de Dios, percibimos su presencia y aprendemos a reco-nocerla en nuestra vida cotidiana. En el fondo, todos ellos nos mostrarán que el Espíritu Santo ha encontrado nuestros caminos para conducirnos a una vida plena, ahora desde el Noviciado, dándonos esperanza en medio de la situación de violencia que vive nuestro país y de tribulaciones que afronta nuestra Iglesia.

Finalmente, Fabro no puede pasar por alto las muchas ale-grías que se suman a este crecimiento de su cuerpo. Los votos de 13 compañeros; las fiestas de San José, el patrono de la Dió-cesis de Ciudad Guzmán, donde se encuentra nuestro Novicia-do; así como las ordenaciones de cinco sacerdotes jesuitas, el pasado mes de julio en Guadalajara.

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“TANTOS HAY QUE PIDEN MI CONVERSACIÓN…” Por Juan Miguel Huerta Mendoza

Hola, hermanas y herma-nos. En esta ocasión queremos dar a cono-

cer una carta enviada por Pedro Fabro a Ignacio de Loyola, la cual fue escrita desde Alemania en don-de Fabro daba sus servicios como jesuita a todo tipo de personas. En ella podemos ver la manera en cómo Fabro se preocupaba por su labor apostólica y por el servicio a las gentes más necesitadas. Esta carta sirve como presentación de los relatos que nos presentan los nuevos compañeros de la comu-nidad. Vamos a leerla con cal-ma y a ofrecer la lectura:

A IGNACIO DE LOYOLA YPEDRO CODACIORatisbona. 12 de marzo de 1541“Esta tarde he recibido unas

[cartas] suyas del 22 de febrero, juntamente con una de Maestro Martin y otra de Ribadeneira, por las cuales yo entiendo como mu-chas y diversas [cartas] mías ha-béis recibido. Gracias hago a Dios nuestro Señor de que por fin al-gunas hayan conseguido llegar…

Al presente yo también necesi-taría ayudas para responder a la increíble mies que veo hay acá en la corte imperial; tantos hay que piden mi conversación para las cosas espirituales, y tantos que se querrían confesar conmigo, que temo confundirme, no pudiendo sino como uno solo; especial-mente siendo las personas de tal calidad. Rogad al Señor que me dé gracia para saberme gobernar en el trabajo y de escoger siempre lo que más sea a gloria suya. Con mi príncipe, el duque de Saboya, tengo muy intrínseca conversa-ción habiendo concierto de visi-tarle muy a menudo; de modo que incluso me ha tomado por su confesor, y hoy se ha confesado conmigo, y antes de esto ya esta-

ba preparado para tomar cuanto le diere en cosas espirituales. […] No me decís expresamen-te, si algunas de mis le-

tricas, que mandaste que enviase, las habéis recibi-

do; asimismo me alegraré de sa-ber lo que sabéis de Araoz, y qué es de Pascasio. Esta mi carta, en la cual yo nombro las personas, no la mostréis sino a los íntimos; por-que podría haber personas que escribiesen acá diciendo que yo escribo jactancias de personas.”

Después de haberla leí-do, vamos a repetir en nuestro

EL RINCON DE FABRO

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interior las palabras que más nos hayan gustado y poco a poco ire-mos reflexionando sobre ellas. Y al final nos preguntaremos lo si-guiente: ¿qué es lo que más nece-sito para ayudar a los demás? ¿En mi comunidad, familia o trabajo, las personas me buscan o huyen de mí? ¿Qué palabras de la carta me resultan tranquilizadoras? ¿Por qué personas deseo agradecer y pedir (familiares, vecinos, sacer-dotes, políticos, gobernadores, etc.)?

Esta carta de Fabro nos muestra una manera muy íntima de relacionarnos con las personas y todo a través de algo que hace-mos a diario: la conversación en-tre nosotros. Pidamos a Dios que nos dé ese regalo de saber acom-pañar a las personas, de saber estar con nuestros vecinos, fa-

miliares, amigos de la comunidad, etc., Y desde ahí poder dar gracias a Dios. Con esto también quere-mos introducir a las experiencias de nuestros hermanos que se unieron en julio a la comunidad del Noviciado. Espero y disfruten sus experiencias. Hasta la próxi-ma.

RETORNO A GALILEA Por Michel Ramírez Maldonado

En este día te ofrezco com-partir un rato de oración que tiene por finalidad

mantener viva la amistad con Je-sús. Es bueno recordar lo buenos momentos que se han pasado jun-to al Señor, por ese motivo pode-mos llamar a esta oración retorno a Galilea.

1. Te recomiendo buscar un lugar cómodo, donde puedas per-manecer como mínimo 30 minu-tos en una posición adecuada, de preferencia con la espalda ergui-da, ya que lo hayas encontrado, adopta dicha posición, de prefe-rencia cierra los ojos y comienza por sentir tu respiración.

2. Una vez que te has sere-nado y sientes que estás atento a

UN MOMENTO DE ORACIÓN

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lo que estás haciendo, repite des-pacio y gustado cada palabra la siguiente oración: “Deseo cono-cimiento interno del Señor Jesús para más amarlo y seguirlo”.

3. Después te invito a que traigas a la memoria con tu ima-ginación alguna experiencia en la que sentiste la cercanía y el amor que Jesús te tiene, revive el acon-tecimiento como si lo estuvieras volviendo a vivir, trata de recordar las sensaciones, los colores, los olores, todo lo que te permita ha-cer renacer en ti los sentimientos que en ese momento se desperta-ron, quédate en esos sentimien-tos, gózalos y permanece con ellos por un rato.

4. Finalmente ve despidién-dote de las personas y del lugar e imagina que Jesús se acerca a ti, comparte con Él durante algunos minutos cómo te sentiste, qué descubriste, cuéntale cómo es que vuelves a valorar el compartir ese momento con Él.

5. Al finalizar el ejercicio, es bueno que te tomes un rato para pensar porque en ocasiones nuestras relaciones con nuestros seres queridos y con Dios dejan de crecer y medita durante el día lo que el Señor resucitado dijo a sus discípulos:

“Volved a Galilea”

Y YO ¿QUÉ DIGO DE LA IGLESIA?Por Luis Rodrigo Galindo Madroño

En cierta ocasión Jesús pregunta a sus amigos más cercanos: “¿quién

dice la gente que soy yo?” Ellos responden lo que la gente co-menta, pero Jesús más allá de interesarle lo que otros dicen se enfoca en ellos, sus más cerca-nos: “Y ustedes ¿quién dicen que soy yo?”. Simón, con un arrebato casi irracional que le caracteriza muy frecuentemente, le respon-de: “¡Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo!”, Es entonces cuando Jesús, al ver dicha exclamación de fe y esperanza, reconociendo que viene de Dios, le da el nombre de Pedro y lo pone como cimiento de la Iglesia (Mt 16, 13-19).

Recientemente en nuestra so-ciedad enajenada y acelerada se habla mucho de la Iglesia Cató-lica, la cual se encuentra atrave-sando por una crisis. Como toda institución humana y, a pesar de ser guiada por el Espíritu, ha co-metido bastantes errores que aho-ra mismo hacen que se tambalee ante un bombardeo constante de los medios de comunicación que la critican con severidad, tal vez

FE Y JUSTICIA

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merecidamente pero con un ama-rillismo ridículo. Últimamente han salido a la luz crímenes de pe-derastia antes escondidos, escán-dalos de corrupción y posturas radicales de muchos jerarcas con-tra ciertos sectores sociales, entre otras historias difíciles y trágicas.

Ante este panorama tan deso-lador es normal que nos cuestio-nemos, que opinemos, que nos enfurezcamos. Sin embargo, hay que recordar aquel día en que Jesús nombra cabeza de la Iglesia a aquél que lo reconoce. Cierta-mente Pedro no era el discípulo más inteligente, ni el más valien-te, ni el más fiel siquiera, pero fue aquel que reconoce que Dios en-carnado está presente frente a él. Es muy importante, creo yo, tener en cuenta esto: la Iglesia como institución que busca construir

el Reino de Dios y seguir las en-señanzas de Jesús tiene muchos medios y una organización con-creta, pero así como los obispos, sacerdotes y religiosos(as) tienen sus propias responsabilidades en ella, toda la comunidad, unida por el sacramento del bautismo, tenemos otras tantas. Lo que quie-ro decir es que la Iglesia somos to-dos, y que Jesús mismo nos da la responsabilidad y facultad de ser misioneros y discípulos cuando le reconocemos: al momento en que lo vemos encarnado y pre-sente en la realidad, vivo en mi prójimo (familia, vecinos, compa-ñeros, pueblo, etc.), en el medio ambiente, en nosotros mismos, y principalmente en aquellos que más sufren las consecuencias de una sociedad desigual e injusta (pobres, marginados, enfermos,

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explotados, etc.). Y es con la certeza de un Dios-

con-nosotros, en nuestra realidad y nuestra vida, que existe también la Iglesia que se compromete con las necesidades de la sociedad, con las causas del Reino. Nos dice San Pablo que “donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia” (Rom 5, 20), y podemos ver que esto es cierto, puesto que cuando tenemos un panorama tan devas-tador de nuestra Iglesia, y de nues-tro país inundado por la violen-cia, es cuando el Espíritu de Dios se manifiesta con más fuerza a través de un sinfín de testimonios de hombres y mujeres que dan la vida y apuestan por un mundo diferente, una sociedad más justa y un ser humano más pleno. Por solo dar unos ejemplos, existe un padre llamado Alejandro Solalin-de, el cual ayuda y defiende a mi-grantes centroamericanos cuando pasan por Oaxaca y Ciudad Juá-rez; una religiosa, María del Refu-gio Rosas de las Oblatas del Santí-simo Redentor quien se dedica a ayudar a prostitutas y niñas de la calle en la Ciudad de México, Pue-bla, Ciudad Juárez y Guatemala; un obispo dominico de Saltillo, Raúl Vera, que se ha convertido en defensor de migrantes, indígenas, prostitutas, entre otros; un sacer-dote jesuita Carlos Rodríguez, que se dedica a defender los derechos

de trabajadores desde el Centro de Reflexión y Acción Laboral (CEREAL) en la Ciudad de Méxi-co, entre muchos otros nombres. Así como ellos son bastantes los hombres y mujeres, religioso(as), sacerdotes y laicos(as), que desde diversas trincheras y desde la co-tidianeidad gastan la vida dentro de la Iglesia para construir otro mundo, para proteger a los más débiles, y para demostrar que el amor se debe poner más en las obras que en las palabras.

Por lo tanto, ante la realidad social y eclesial que vivimos se-ría bueno preguntarnos más allá de lo que otros dicen: Y yo, ¿qué digo de la Iglesia?, ¿qué Iglesia encarno en mi día a día? La vida de Jesús nos da huellas para cons-truirla: fe, justicia, servicio, ayuda, humildad, misericordia, alegría, esperanza, paz, reconciliación, cuidar enfermos, visitar presos, vestir, alimentar, sanar, compartir, hacer comunidad, amar a los ene-migos, salir de uno mismo, per-donar, confiar, dar la vida por los amigos, amar al extremo asumien-do las cruces que esto conlleva…

Si reconocemos a Jesús encar-nado en nuestra vida nos debe-mos sentir con la misión de predi-car la Buena Noticia del Reino de Dios y buscar construirlo. Es ahí donde la Iglesia nos da caminos y nos invita a hacer camino a la vida

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en comunidad. Sólo así, recono-ciendo a Jesús, sabiéndonos discí-pulos que caminamos juntos, es como podemos con fe y esperan-za ser piedras que cimenten una Iglesia al servicio de una sociedad más justa, fraterna y digna.

MI EXPERIENCIA EN LA UNIVERSIDAD AYUUKPor Diego Gilberto Urbán Madrigal

El 4 de diciembre de 2010 llegué a mi destino de prenoviciado: la comuni-

dad de San Juan Jaltepec de Can-dayoc en el estado de Oaxaca, una comunidad propiamente indíge-na Mixe-Ayuuk. Los jesuitas que están aquí se encargan de aten-der una universidad intercultural que alberga a jóvenes indígenas de la región. Mi llegada a la uni-versidad representó el encuentro, pero también el choque con una realidad y una cultura desconoci-das. Yo era un joven que duran-te su corta vida se había movido siempre en un ambiente citadino, donde todo se tiene a la mano, donde la comunicación es rápida y eficiente, donde hay fuentes de trabajo y abundantes comercios, pero sobre todo donde hay abun-dantes ofertas educativas, desde el

nivel básico hasta superior. Mi lle-gada fue para mí un choque con la realidad de los pueblos indígenas. Por una parte fue llegar a una co-munidad rural, con servicios bási-cos deficientes: agua, luz, drenaje, teléfono, internet; sin muchos co-mercios, mucho menos servicios bancarios, y aunado a eso encon-tré un clima muy caluroso.

Conforme tomé conciencia de a dónde había llegado surgieron muchas preguntas que, claro, te-nían que ver con el contexto so-cial de donde yo venía, con lo que había estudiado y que desemboca-ban en una serie de prejuicios que yo me había creado. Todas esas preguntas puedo resumirlas en una sola: ¿qué hace o cómo pue-de existir una universidad aquí, en esta realidad, con tantas caren-cias y en un ambiente económico, climático, social, tan opuesto a la viabilidad de un proyecto así? Quiero decirles que ir respon-diendo a esta pregunta fue parte fundamental en mi proceso de discernimiento, en la búsqueda de una experiencia de Dios que se me mostró al ir encontrándome con la comunidad, y el ver la rea-

¿qué hace o cómo puede existir una

universidad aquí, en esta realidad, con tantas

carencias...

ECOLOGÍA

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lidad con sus ojos, obligándome a despojarme de mis “prejuicios, de lo que yo creía que es y debe ser, pues eso aquí no me sirvió. A ejemplo de esto les comento tres de las experiencias y los prejui-cios que yo tenía y las pistas que fui encontrando, y que pueden sintetizar mi experiencia en la universidad:

a) Primer prejuicio: una uni-versidad tiene que tener grandes instalaciones, de primer nivel, a la vanguardia, laboratorios, etc. La Universidad Ayuuk no las tiene, o al menos no como yo las quería ver; frente a eso fue desenmas-carar cómo la sociedad me ha vendido esos falsos estereotipos y caí en la cuenta de que los pro-pios alumnos y el rector en una asamblea coincidían en que son necesarias las instalaciones, pero no indispensables y no eran prio-ridad para ellos en ese momento, pues conciben una universidad no como un espacio con grandes y bonitas instalaciones, sino como un espacio donde se discuten y experimentan las ideas y el pen-samiento, donde se comparte la cultura.

b) Segundo prejuicio: esta uni-versidad está lejos de los servicios básicos que ayuden a un buen funcionamiento administrativo, como son bancos, comercios que le puedan satisfacer sus necesida-

des; luego entonces no es viable. Me abrió aquí los ojos la comu-nidad, dado que esta realidad no sólo es de la universidad sino de toda la comunidad indígena en general, y que parte de la margi-nación y el olvido en que viven los pueblos indígenas; por tanto co-bra más sentido una universidad de este tipo aquí y ahora, pues es una forma de abrir caminos y re-gresar parte de su dignidad a los pueblos indígenas, en este caso al pueblo Ayuuk, y de decirle al sis-tema: no estamos de acuerdo en que nuestros jóvenes se sientan desplazados en otros ambientes, discriminados en las ciudades u otras universidades y que, a cos-ta de estudiar una carrera, tengan que emigrar, renunciar a su cultu-ra, lengua materna y tradiciones.

c) Tercer prejuicio, aquí no hay fuentes de trabajo; cuando terminen de estudiar los alumnos en dónde van a trabajar, quién les va dar trabajo. Destruir este prejuicio ha sido una experiencia fundante, pues ha sido descubrir a Dios en la nobleza de este pro-yecto, de sus alumnos, del perso-nal que trabaja en este proyecto y de todos los que han creído en él: pues lo que la universidad preten-de no es que los jóvenes se for-men para forjarse un futuro lejos de su cultura; lo que se pretende es que las comunidades formen a

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sus propios profesionistas y éstos a su vez aporten al progreso de sus comunidades, con sus conoci-mientos y capacidades adquiridas. Las carreras que se imparten pre-cisamente dan testimonio de esto; son tres: “Licenciado En Educa-ción Indígena”, “Administración Para El Desarrollo Sustentable” Y “Comunicación Para El Desarrollo Social”

Wijën-Kajën; Despertar-desatar.

MI EXPERIENCIA EN LA CIUDAD DE LOS NIÑOS DEL PADRE CUÉLLARPor Adrián Félix López

Todo empezó el 1 de No-viembre del 2010, sentí una gran alegría al estar

en ese lugar, sentí que mi ser es-taba pleno. La primera impresión que tuve acerca de ese lugar fue que los niños me recibieron con una gran alegría y que ya espe-raban mi llegada. Fue algo muy significativo para mí ya que estaba dispuesto a servirles con todo lo que yo tenía.

Después de unos días me die-ron los oficios que iba a realizar en la institución, los cuales me

parecieron muy oportunos para ayudar a los niños. Los oficios que me fueron dados fue el ser coordinador de disciplina y en lo que quedaba del semestre for-mador del modulo de Chicos B. Me encantó ser coordinador de disciplina, aunque me costó mu-cho ya que antes era yo el cas-tigado, pero el castigar a los que yo quería tanto me costó mucho trabajo. Fue para mí ponerme de lado de mi padre, de mi madre, de mi entrenador de atletismo, de mis maestros y de mis hermanos mayores. El ver que ellos me que-rían de tal grado que no querían que yo fuere un muchacho desca-rrilado, un muchacho sin valores, un muchacho desorientado y per-dedor me hizo entender con qué cariño tan puro y tan grande me querían. Esto hizo que yo me re-conciliara con esos momentos de mi vida en los cuales yo era casti-gado.

Fueron pasando las semanas, cuando sin darme cuenta esos niños tan traviesos, tan alegres y tan inteligentes se terminaron metiendo en mí. Al ser consiente de que empecé a quererlos, sentí cómo el corazón se me abría de par en par y tomaba la forma de un baúl en donde todos ellos y mucha gente mas podía ser parte de mis tesoros más grandes. Fui encontrándome con un Dios que

TESTIMONIOS

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mora entre nosotros, que es capaz de dar vida y vida en abundancia, que amaba sin condición, solo por el hecho de amarnos porque somos criaturas y que, hagamos lo que hagamos, siempre nos verá como sus hijos.

Fui dándome cuenta de que ese Dios que me encontró, me rega-laba muchas cosas por parte de los niños, me llamaba a otro tipo de vida, me a r r a n c a b a de mi pro-pio querer e interés para a m a r l o s como Dios me amó. Mi vida fue t o m a n d o forma, fue t o m a n d o sabor, fue tomando el amor y la gracia de Dios y empecé a ver un camino que desde que era niño me arrancaba el alma. Fui siendo consciente de que Dios se ma-nifestaba de una manera muy es-pecial en los niños y que actuaba más en los detalles y obras de los niños: cuando te daban una pale-ta, cuando veías a los renegados, golpeadores y groseros jugando como hermanos en la tierra con los carritos con los otros y cuan-do te sentabas a comer con ellos y veías que compartían la comida

unos y otros. Esos eran signos de que el sueño de Dios se cumplía entre los más pequeños, de que todos tienen lugar en el banquete del Reino de los Cielos, de que to-dos somos hermanos y que la paz de Dios se encontraba entre ellos.

Al ir conociendo a ese Dios en-tre los niños, fui viendo que eso con lo que el Creador soñaba yo también lo quería y lo quería para

los demás, que podía ser parti-cipe de su Reino y que ese cami-no que Dios me había preparado desde mi infan-cia era lo que yo siempre había an-helado y deseado. Al despedirme de ellos fue algo que

me dolió mucho, por que sabía que tal vez nunca los volvería a ver, pero ellos hoy me dan fuerzas y ese Dios que vive entre ellos me llama a caminar por ellos y por to-das las almas que en este mundo viven, ríen, cantan, ayudan, traba-jan, se enamoran, disfrutan y ala-ban a Dios de distintas maneras y en distintas culturas.

“Este Dios entre los niños se me hizo camino verdad y vida”

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MI EXPERIENCIA DE PRENOVICIADO EN LA SIERRA TARAHUMARAPor Héctor Noel José Reyes

Antes de ingresar al preno-viciado recuerdo que la misión de la Tarahumara

me resonaba internamente al ima-ginarla como posible destino pues en mí se producía una corazona-da, como si la sierra me estuviera llamando, como si ese lugar me invitara a algo; ¿a qué?, en ese mo-mento no lo sabía. Hoy, después de la experiencia de prenovicia-do en la Tarahumara puedo dar cuenta de ello, y es lo que aquí les comparto.

Sucedió que en el discerni-miento de los destinos de preno-viciado, junto con otro compañe-ro de camino, fuimos enviados a la Tarahumara. Era el mes de agosto de 2010, era la primera vez que pisábamos esas tierras. Una vez instalados en la comuni-dad de Samachiki, el superior nos puso en el contexto de la misión y de los proyectos apostólicos que en la comunidad se tienen, así como cuál habría de ser nues-tra participación concreta como prenovicios. Fue entonces que se nos encomendó como prioridad acompañar a las comunidades ra-rámuri de Pamachi y de Gavilana.

Después de unos días en la Sie-

rra, ya teniendo un poco de más contacto con las comunidades, surgieron en mí inquietudes de “hacer algo por la gente”. En ese momento pensaba que era nece-sario volcarnos en la ayuda a los rarámuri, pues consideraba que nuestra misión consistía en mos-trarles lo que “debería de ser una vida digna”. Sin embargo, estas inquietudes no hicieron eco en la dinámica propia de la cultura rarámuri; los intentos de proyec-tos fracasaron. Vaya choque, vaya desilusión. ¿Qué estaba pasando?, ¿Qué me quería decir Dios con esto?, Me preguntaba en aquel momento. La respuesta creo ha-berla encontrado en el convivir con el pueblo rarámuri...

Estando en una de las comu-nidades, como era ya costumbre, algunos chiquillos solían darse cita en la puerta de la casa. Desde ahí nos observaban, nos miraban en cada movimiento que hacía-mos. No hablaban, simplemente miraban. Recuerdo que esa tarde preparábamos los alimentos. Mi sentir fue compartirles un poco de lo que teníamos. Los pequeños ya satisfechos y contentos se reti-raron. Después de un rato llegó una chiquilla, traía una bolsa en-tre sus manos, se acercó tímida-mente y me la dio, era una bolsa de pinole. No dijo nada, pero con su mirada lo expresaba todo. Ahí

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estaba el signo, el gesto del com-partir. Ahí estaba el milagro de la fracción del pan, la presencia de Dios entre nosotros.

En otra ocasión estando en la comunidad de Pamachi, una mu-jer rarámuri que me había pedido que le enseñara “algunas letras” y con la que había hecho buena amistad, me invitó a su casa. Lle-gué al lugar indicado, había fies-ta, había teswino (bebida de maíz fermentado típica de los rarámu-ri). Me acerqué a las personas ahí reunidas. Al poco rato se presenta

la rarámuri que me había invita-do, y con su limitado castellano empezamos a conversar. Entonces me hace la invitación de ir al lugar donde a diario pastorea sus chivas. Nos encaminamos a dicho lugar. Subimos una lomita y al llegar a la cima, grande fue mi admiración al contemplar aquel paisaje que se alcanzaba a divisar. ¡Me quedé maravillado de tan sublime obra de arte que la naturaleza ofrecía! Una sensación de admiración in-

vadió mi persona, experimenté una conexión interna con el cos-mos, me sentí parte de ese bello lugar. Entonces, volviéndome a la mujer rarámuri, sin pronunciar palabra alguna, con su sólo gesto facial sentía que me expresaba: “esto es sagrado para nosotros, es nuestra vida, lo que nos da vida, y lo compartimos contigo”. Fue una experiencia fundante para mí, una experiencia de donación, de compartir. Una experiencia donde el tiempo, el hacer, la actitud, el ser, son un fin en sí mismo y no un medio. El acto de gratuidad sin más. Las palabras aún se quedan cortas al evocar eso que experi-menté en aquel momento.

Después de estas experiencias y otras más, algo me empezaba a quedar claro. No eran los rarámu-ri los que necesitaban saber para qué vivir, cómo vivir. No les inte-resaba en lo absoluto, pues ellos ya habían comprendido lo funda-mental de la vida. Por el contrario, era yo el que necesitaba de eso, y era precisamente lo que me esta-ban mostrando. En la convivencia cotidiana con los rarámuri, en ese dejarme acompañar por ellos, po-día sentir la invitación del Maes-tro, la misma que le hacía a los pri-meros discípulos, podía escuchar ese “ven y lo verás” ( Jn 1, 38-39).

La invitación era esa, a vivir desde el corazón para descubrir

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aquello que da vida plena y en abundancia. Y eso lo iba descu-briendo en lo sencillo, en lo co-tidiano, en lo simple del vivir de los rarámuri. La experiencia en Tarahumara me llevó a encontrar el rostro de Dios que se encarna en la historia, el Dios con-noso-tros lo he encontrado y experi-mentado en ese pueblo que vive austeramente, que trabaja y con-vive en comunidad, que danza festivamente a Onorúame (Dios Padre-Madre) en actitud de agra-decimiento y ofrecimiento por la cosecha, la lluvia, el calor, el aire, los animales, etc. En todo ello es-taba la expresión más genuina de Dios, de un Dios que expresa su infinita riqueza en lo sencillo y lo humilde del vivir rarámuri.

EL AMOR DE UNA FAMILIA TZELTAL, REFLEJO DE UN DIOS VIVOPor Francisco Rocha Camacho

Durante una semana fui adoptado por una fa-milia de indígenas tzel-

tales. Digo adoptado, porque, además de abrirme las puertas de su casa, me abrieron su corazón. Durante este tiempo, trabajé con ellos, comí con ellos, reí y disfrute de las actividades sencillas y coti-dianas que dan sabor a la vida.

El día comenzaba a las 6 de la

mañana, compartiendo una taza de café en familia; los hijos más grandes y yo salíamos rumbo al cafetal, el cual estaba en la cima de un cerro a 2 horas de cami-no a pie, entre paisajes dignos de una postal. Al llegar al cafetal cada quien tomaba una cubeta y se ponía a cortar los granos más rojos de cada mata. A mediodía era la hora del matz (maíz hervi-do con agua), nos sentábamos a la sombra de un árbol para com-partirlo. Después de las 2 de la tarde, emprendíamos el camino de regreso a la casa, cargando los costales de café recolectado con mecapal. Al llegar a la casa, ya nos

esperaba nantic J´xuel (mamá Manuela) con una jarra de agua de limón endulzada con miel de abeja. Después de bañarnos en un hermoso río, nos esperaba la comida, un plato de frijoles y tortillas. Ahí descubrí que lo que realmente le da sabor a la comida no es la sal, sino la compañía. Con esta familia, hasta el simple plato de frijoles, de todos los días, me

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supo a los mejores manjares que he probado.

Me impresionó ver el gran amor que los papas de esta familia se tienen. Los Tzeltales, por cultura, no se demuestran el cariño con besos, caricias, etc., Como nues-tra cultura occidental, pero ver el amor que se transmitían por la mi-rada me conmovió hasta la última fibra de mi ser, un amor que sólo puede venir de Dios.

Fue un espectáculo hermoso ver todas las tardes a esta familia reunida en torno al fogón, plati-cando y disfrutando el hecho de estar y vivir juntos, fui testigo del amor de Dios que habita en esta familia.

Después de estos momentos tan especiales el día terminaba, al ocultarse el sol, con un plato de frijoles en familia, el ingrediente secreto para darle un sabor único.

Estoy muy agradecido con esta familia, con tatic Petul y nan-tic Jxuel, de la comunidad de Ch´alam Ch´en, porque a pesar de las diferencias de cultura e idioma y de no haber podido en-tablar una conversación durante este tiempo, me hayan abierto su casa y su corazón, a mí, un perfec-to extraño, y que me hayan ayu-dado a ver cómo Dios interactúa todos los días con nosotros y se hace presente en las cosas senci-llas y cotidianas de la vida.

EL DÍA MÁS FRÍO, EL DÍA MÁS CÁLIDO*Por Aldo Michelis Pérez Correa

Llegaron la niña, su her-mano y su mamá. “Sá-cales cobijas a los tres

que vienen llegando, Aldo”, me dijo la hermana Lore. Se habían terminado todas en la mañana pero por inercia busqué en el ro-pero y sólo encontré una chiquiti-ta para bebé.

Cuando vi a la niña sentada en la banca, desencajada su carita y con expresión de esfuerzo perma-nente, temblando incontenible-mente de frío bajo su paupérrimo dizque sweater, con toda urgencia desgarré la bolsa de plástico de la cobija y se la puse envolviéndola desde atrás y cruzándosela por el frente, abrazándola por un instan-te tan breve como lo que tomó la cobija en acomodarse, pero tan perenne como cuanto duran gra-bados los gestos del amor en el corazón. Así lo supe cuando me volteó a ver y me “disparó” con esa sonrisa: un flamazo que derri-tió todos los termómetros y, por primera vez desde que salí de la casa, me hizo dejar de padecer frío. Me cobijó.

Esa, en su cara, era la expresión de quien conoce a Dios como un amigo cercano y de repente se lo topa de frente. “Dios me quitó el

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frío”, expresaba. Y no tuvo que conocer mi historia de fe, ni mi relación personal con Jesús por quien he encontrado este camino que me ha traído a Nogales; no tuvo que conocer la historia de la Hermana Lorena y las Misioneras de la Eucaristía que iniciaron las actividades de atención a migran-tes hace más de 3 años aquí; nada sabe ella de Ignacio de Loyola ni de la Compañía de Jesús que, con las Misioneras y con tantos y tantas más, dieron forma a la Iniciativa Kino para la Frontera; menos sabía de la persona que ni yo mismo sé quién es ni por qué motivos nos donó esa cobijita que ahora tenía puesta. Ella sabía sólo lo esencial: que se estaba murien-do de frío y Dios se lo quitó con una cobijita. Así lo dice esa sonrisa en su carita.

¡Qué PODER más asombro-so! ¡Otra niña en la misma niña! Es el poder mismo de Dios que pone a nuestro alcance en el Amor, para transformar el entor-no, para literalmente cambiar vi-das, comenzando por la propia. Todo el comedor olió de nuevo a Reino. Algo estaba siendo diferen-

te dentro de mí. Algo me estaba haciendo ser diferente. Imagino que quienes tienen hijos conocen y les es familiar este suceso: amar a los más pequeños. De lo que tengo certeza es de que ahora co-nozco mejor y me ha seducido la potencia del amor sin motivos, sin condiciones (vaya: sin conocernos siquiera), más allá del vínculo or-gánico y los lazos que la vida na-turalmente tiende entre padres e hijos. ¡Cuántos pequeños me está invitando Dios a amar así, desde este camino! Siento que hoy co-nozco un poquito mejor el modo de amar de Jesús, que es el modo de Dios, y me fascina. Se materia-liza en experiencia personalmente vivida la frase del poema “Noticia a Un Joven que Decide Vivir en Celibato”: “No es que dejéis el co-razón sin bodas. Habéis de amarlo todo, todos, todas”

Ahora sí, amiga: ya estás como tamalito, le dije, y entonces hasta la mamá sonrió. Lo demás se dio como de costumbre: Erin la forró de ropita, comieron, convivimos, bromeamos, nos agradecieron y se fueron.

* Literalmente el día más frío: la noche del 2 al 3 de febrero de 2011 es la más fría registrada en la historia de Nogales (-12°C con viento y sensación térmica de -19°C), rompiendo el récord vigente del invierno de 1975.

De lo que tengo certeza es de que ahora conozco mejor y me ha

seducido la potencia del amor sin motivos, sin

condiciones

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LA ESPERANZA DE UNOS OJOS…Por Jorge Enrique Alor Cruz

Primero me presento: mi nombre es Jorge Alor, ori-ginario de Cosoleacaque

Veracruz y soy novicio de prime-ro. Quiero compartirles mi expe-riencia del prenoviciado, el cual lo realicé de enero a agosto de éste año en la parroquia de Parras, Coahuila, en donde conocí a una gran comunidad jesuita. Llegué a Parras con muchas ganas de dar lo mejor de mí y a aprender también de la gente de esas tierras. Los je-suitas de ahí, aparte de atender a más de quince capillas que se encuentran dentro del pueblo, atienden también a cincuenta y cuatro ejidos campesinos. En lo que a mí concierne, mi trabajo principal se desarrolló con los jó-venes de las capillas: formado jun-tos una pastoral juvenil, en la que poco a poco me fui involucrando sus vidas, ellos, en lo personal, me hicieron crecer mucho.

Otra actividad que tenía y de la

cual disfrutaba mucho era ir a los ejidos y estar con la gente cam-pesina. No visité todos los ejidos, pero sí estuve constantemente en unos. Fue una experiencia que me hizo ver un rostro de Jesús muy diferente. En primer lugar lo que mis ojos veían era una pobreza que en algunos ejidos era extre-ma, debido a la falta de trabajo que varias familias sufren y a que las personas que trabajan (en la pequeña pisca de chile) no es mu-cho lo que ganan. La mayoría de las personas se dedican al campo, a la siembra de maíz y melón, así como al pastoreo de chivos.

Me tocó vivir la Semana Santa en un ejido llamado San José Pata-galana, con un poco más de cien familias. Esa semana, aparte de celebrar con ellos los días santos, también fui compartiendo la vida con cada familia: cómo le hacen para traer comida a la casa y ver por sus hijos pequeños, la impo-sibilidad de hacer algo ante las se-quías que se estaban viviendo en esos meses, la pérdida en ocasio-nes de la cosecha, la muerte del ganado... Yo me quedaba a dormir en casa de una familia compuesta por Pilo y Olga, sus cuatro hijos. Estando con esa familia me uní a lo que ellos hacen para ganar el pan de cada día: quebrar y limpiar la nuez. Pilo va hasta Parras por tres o cuatro costales de nuez cada

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semana, allí le dan la nuez que se ha cortado de nogaleras, para que la entregue ya limpia, separada, a cambio de una cantidad de dinero por cada costal.

Me impresionó ver que para este proceso de quebrar, limpiar y separar la nuez se involucra toda la familia, y pues yo no me podía quedar con las manos cruzadas; mi primera reacción fue decir en mi interior: “esto es algo fácil”, pero no fue así. Cuando les dije que yo les ayudaría, me pusieron mil pretextos para no hacerlo: que cómo yo “el misionero” iba hacer eso; fue tanta mi insistencia que accedieron. El quebrar la cáscara de la nuez no fue fácil para mí, te-nía que quebrar sólo la cáscara, y no el fruto, acción que pasó como unas diez veces, me sentía ape-nado, ya que para ellos una nuez vale mucho. Eso me hizo recordar a mi papá: cuando me llevaba a sembrar maíz, me regañaba si un grano se me caía fuera del surco, o cuando iba a limpiar la milpa ya crecidita y cortaba una con el ma-chete.

Terminábamos de limpiar la nuez hasta media noche; eso fue por tres días consecutivos; yo ter-minaba algo cansado, pero con-tento de haber tenido esa expe-riencia en la que me encontraba cara a cara con Jesús, y que hacía resonar su voz en mi interior: esta-

ba haciendo lo que me hace feliz.Esta fue una de tantas experien-

cias que me tocó vivir en San José. Traigo a la mente los rostros de los jóvenes con los que conviví (me apodaban el Jorjais), los niños, los ancianitos, los enfermos, pero so-bre todo, el cariño de ellos: cada familia me abrió las puertas de su casa y sobre todo de su corazón. El último día Pilo me dijo: “Jorge, éste camino que tú has elegido no es fácil, pero Dios nunca te dejará solo”. En sus ojos pude ver mu-cha esperanza, esperanza que de-positan en uno, de que se puede hacer algo por éste mundo. Antes de terminar mi prenoviciado, me despedí de toda la gente de San José; fue un fin de semana muy es-pecial en el que convivimos toda la comunidad; también me decían que no me olvidara de ellos, y de lo que Dios me permitió ver en estas tierras. Le doy gracias a mi Dios por tocarme de ésta manera y hacerme ver de dónde vengo y hacia dónde voy.

MI PRENOVICIADO EN LA CN Por Hugo Alberto Marín Pérez.

Soy de Tabasco, tengo 28 años e hice mi prenoviciado

en la Ciudad de los Niños (CN). Antes que nada les diré que la CN es un internado para niños en si-tuación de riesgo de calle, es de-

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cir, niños de madres solteras, en situación de mucha pobreza o que viven en colonias con mucho pandillerismo. El internado tiene una primaria, talleres de oficios, dormitorios, comedor, enferme-ría, capilla, área de estudio y sa-lones de juego, cuenta con cinco módulos: dos de chicos, uno de medianos (6º de primaria) y dos de grandes (secundaria y prepa). Yo estuve con un grupo de prime-ro de secundaria.

El primer día que estuve con ellos tenía mucho miedo, pues no sabía cómo me iban a recibir, ni mucho menos, cómo me iban a tratar ¿qué podía darles yo? Ade-más, las imágenes que me venían a la mente sobre la secundaria no eran muy buenas. Es la etapa de la adolescencia o como dirían por ahí, de la “hormona alborotada”. Tenía miedo y quería enseñarles mi experiencia de Dios de las co-munidades de Tabasco.

El primer chasco que me llevé es que no les gustaba rezar. Para ellos era lo más aburrido, pues querían saber más del mundo que empiezan a conocer. Son casi adultos y las preguntas sobre su crecimiento están a la orden del día. Son niños creciendo y lo que más necesitan es ser escuchados, saber que alguien se interesa por ellos y que pueden confiar en ese alguien. Tal vez no lo demuestran

a la primera, pues este mundo les ha enseñado a desconfiar, ponien-do una corteza dura para no ser dañados.

Lo que más rescato de mi expe-riencia con los niños en el interna-do es su capacidad para reír aun en medio de situaciones de dolor. Con su sonrisa me mostraron su fortaleza que les permite mirar la vida con esperanza. Pienso que los niños guardan la esperanza que a nosotros se nos ha olvida-do mostrar. Ven un mundo mejor donde la violencia y la muerte no tienen la última palabra, donde compartir una cascarita de fútbol arregla muchos problemas; creen en Dios como padre y madre que los cuida, entienden la situación del mundo pero eso nos les quita la alegría ni sus sueños.

Le agradezco a Dios haberme puesto en la CN, le agradezco a to-dos en la CN por todo lo que me enseñaron, de ustedes y de su fe en Dios, y por último le agradez-co a los niños por su confianza y paciencia para conmigo, que Dios los bendiga en todo y en todos.

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Novicios de la Generación 2011 - 2012

“EN TODO AMAR Y SERVIR”