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Historia Crítica No. 45

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N° 45

Septiembre - Diciembre 2011

Revista del Departamento de Historia de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de los Andes

Bogotá, Colombia

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Tabla de contenidoCarta a los lectores

Artículos Tema Abierto

Juan David Montoya Guzmán, Universidad Nacional de Colombia, Medellín, Colombia¿Conquistar indios o evangelizar almas? Políticas de sometimiento en las provincias de las tierras bajas del Pacífico (1560-1680)

Max S. Hering Torres, Universidad Nacional de Colombia, Bogotá, ColombiaLa limpieza de sangre. Problemas de interpretación: acercamientos históricos y metodológicos

Jorge Pavez Ojeda, Universidad Católica del Norte, San Pedro de Atacama, ChileLecturas de un códice afrocubano. Naturalismo, etiopismo y universalismo en el libro de José Antonio Aponte (La Habana, circa 1760-1812)

Oscar Calvo Isaza, Universidad de Antioquia, Medellín, ColombiaConocimiento desinteresado y ciencia americana. El Congreso Científico (1898-1916)

Óscar Gallo Vélez, Universidad Federal de Santa Catarina, Florianópolis, Brasil, yJorge Márquez Valderrama, Universidad Nacional de Colombia, Medellín, Colombia

La enfermedad oculta: una historia de las enfermedades profesionales en Colombia, el caso de la silicosis (1910-1950)

Claudio Llanos Reyes, Pontificia Universidad Católica de Valparaíso, Valparaíso, ChileIlusiones y cegueras: miradas sobre Europa entre 1922 y 1939 desde el Royal Institute of International Affairs

Bastien Bosa, Universidad del Rosario, Bogotá, ColombiaLas paradojas de la interdisciplinaridad: Annales, entre la Historia y las Ciencias Sociales

Espacio estudiantilJuan David Murillo Sandoval, Universitat Jaume I, Castelló de la Plana, España

Creando una biblioteca durante la Regeneración: la iniciativa del Instituto Literario de Cali en 1892

ReseñasJhon Janer Vega R., Historiador de la Universidad Industrial de Santander, Bucaramanga, Colombia

Caicedo Osorio, Amanda. Construyendo la Hegemonía religiosa. Los curas como agentes hegemónicos y mediadores socioculturales (diócesis de Popayán, siglo XVIII). Bogotá: Ediciones Uniandes, 2008.

Sergio Paolo Solano D., Universidad de Cartagena, Cartagena, ColombiaRomero Jaramillo, Dolcey. Los afroatlanticenses. Esclavización, resistencia y abolición. Barranquilla: Universidad Simón Bolívar, 2009.

Carlos Rojas Cocoma, Universidad de los Andes, Bogotá, ColombiaAcevedo Puello, Rafael Enrique. Memorias, lecciones y representaciones históricas, la celebración del primer centenario de la Independencia en las escuelas de la provincia de Cartagena (1900-1920). Bogotá: Ediciones Uniandes, 2011.

NotilibrosÍndices cronológico/ alfabético de autores/ temáticoAcerca de la revistaNormas para los autores

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32-55

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86-113

114-143

144-159

160-183

184-205

206-208

208-211

212-214

215-217218-224

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212-214

215-217218-224

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Table of ContentsLetter to readers

Articles Open Forum

Juan David Montoya Guzmán, Universidad Nacional de Colombia, Medellín, ColombiaTo conquer indians or evangelize souls? Subjugation policies in the Pacific lowlands (1560-1680)

Max S. Hering Torres, Universidad Nacional de Colombia, Bogotá, ColombiaPurity of blood. Problems of interpretation: historical and methodological approaches

Jorge Pavez Ojeda, Universidad Católica del Norte, San Pedro de Atacama, ChileReadings of an Afro-Cuban codex. Naturalism, ethiopianism, and universialism in José Antonio Aponte’s book (Havanna, circa 1760-1812)

Oscar Calvo Isaza, Universidad de Antioquia, Medellín, ColombiaUnbiased knowledge and American science. The Congreso Científico (1898-1916)

Óscar Gallo Vélez, Universidad Federal de Santa Catarina, Florianópolis, Brasil, yJorge Márquez Valderrama, Universidad Nacional de Colombia, Medellín, Colombia

The hidden disease: a history of occupational diseases in Colombia, the case of silicosis (1910-1950)Claudio Llanos Reyes, Pontificia Universidad Católica de Valparaíso, Valparaíso, Chile

Illusions and blindness: views of Europe between 1922 and 1939 from the Royal Institute of International Affairs

Bastien Bosa, Universidad del Rosario, Bogotá, ColombiaThe paradoxes of interdisciplinarity: the Annales, between History and the Social Sciences

Student SpaceJuan David Murillo Sandoval, Universitat Jaume I, Castelló de la Plana, España

Creating a library during the Regeneration: the iniciative of the Instituto Literario de Cali, 1892

Book ReviewsJhon Janer Vega R., Historiador de la Universidad Industrial de Santander, Bucaramanga, Colombia

Caicedo Osorio, Amanda. Construyendo la Hegemonía religiosa. Los curas como agentes hegemónicos y mediadores socioculturales (diócesis de Popayán, siglo XVIII). Bogotá: Ediciones Uniandes, 2008.

Sergio Paolo Solano D., Universidad de Cartagena, Cartagena, ColombiaRomero Jaramillo, Dolcey. Los afroatlanticenses. Esclavización, resistencia y abolición. Barranquilla: Universidad Simón Bolívar, 2009.

Carlos Rojas Cocoma, Universidad de los Andes, Bogotá, ColombiaAcevedo Puello, Rafael Enrique. Memorias, lecciones y representaciones históricas, la celebración del primer centenario de la Independencia en las escuelas de la provincia de Cartagena (1900-1920). Bogotá: Ediciones Uniandes, 2011.

Book NotesChronological index/ alphabetical of authors/ thematicAbout the journalSubmission Guidelines

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Carta a los lectores

La historiografía latinoamericana de la última década se ha abierto a nuevos temas y problemas historiográficos, en buena medida debido a la creciente ruptura de las fronteras de las disci-plinas de las ciencias sociales. Pensar y escribir la historia desde otras perspectivas ha permitido historiar el cuerpo, las imágenes o repensar la historia de la ciencia, entre otras tantas alternati-vas. La amplitud de nuevos problemas y perspectivas es lo que se refleja en una convocatoria de tema abierto, como la que sirvió de base para este número de la revista Historia Crítica.

El significativo número de textos recibidos dan cuenta de la manera como cada día se amplían las inquietudes por pregun-tarle al pasado por aquellas situaciones que hacen el presente. En esta edición publicamos ocho artículos organizados en tres con-juntos temáticos: el primero de ellos está conformado por tres artículos que abordan problemáticas coloniales; el segundo blo-que incluye dos artículos que tratan problemas relacionados con la historia de la ciencia en el siglo xx; y el último lo componen dos investigaciones que parten del análisis de revistas. En el espa-cio estudiantil publicamos un trabajo sobre la formación de una biblioteca durante la Regeneración.

Con respecto al primer conjunto, es importante destacar la manera novedosa como se tratan temas conocidos ‒el pobla-miento, por ejemplo‒ y el acercamiento desde nuevas propuestas a líneas de investigación que han tomado fuerza en la última década ‒como la historia del cuerpo o las imágenes‒. Juan David Montoya analiza el discurso de legitimación y de inclusión de los naturales en el sistema económico colonial en un modelo regio-nal. El artículo pretende demostrar la existencia de dos modelos conocidos de dominación, la guerra a “sangre y fuego” y la evan-gelización, pero con una problematización que busca ver lo específico del proceso en un territorio compartido por las audien-cias de Santa Fe, Quito y Panamá. Por su parte, Max S. Hering

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presenta una propuesta teórico-metodológica para acercarse a los pro-cesos y estrategias de racialización previos a la modernidad. Se trata de un problema historiográficamente importante en la medida en que las investigaciones sobre limpieza de sangre no han sido debida-mente estudiadas en nuestra cultura colonial, lo que además permite acercarse a una faceta colonial de la historia del cuerpo. Finalmente, Jorge Pavez Ojeda reconstruye histórica y culturalmente un libro de pinturas, actualmente desaparecido. El artículo se constituye en un importante aporte para conocer las ideas “raciológicas” de finales de la Colonia y además aporta información sobre la percepción de África en el mismo período.

La creciente importancia de la historia de la ciencia en América Latina se refleja en dos artículos. En el primero de ellos Oscar Calvo indaga las relaciones que se establecen entre ciencia y política, a través del Congreso Científico que se reunió entre 1898 y 1916. Y en el segundo, Óscar Gallo Vélez y Jorge Márquez Valderrama estudian el debate médico sobre la enfermedad de la silicosis en el contexto de la naciente seguridad indus-trial y social en Colombia, en la primera mitad del siglo xx.

Cerramos con dos artículos que tienen en común el uso de las revistas como fuente de investigación. Claudio Llanos presenta el cambio en la mirada de los académicos sobre la situación europea durante el periodo de entreguerras, tomando como punto de partida la revista del Royal Institute of International Affairs. Mientras tanto, Bastien Bosa plantea una reflexión sobre la epistemología compartida de las ciencias sociales a partir de una lectura de la revista Annales. En el Espacio Estudiantil, inclui-mos un artículo de Juan David Murillo en el que analiza las diferentes dinámicas sociales que se dieron alrededor de la iniciativa de creación de una biblioteca pública en Cali durante el período de la Regeneración.

A nuestros lectores queremos informarles que el próximo número de la revista (46) incluirá un dossier temático titulado “Cuerpo, enfermedad, salud y medicina en la historia”. La convocatoria tuvo una excelente acogida, que además de revelar las tendencias investigativas sobre esta área, nos deja ver con satisfacción la consolidación de Historia Crítica en el campo de las revistas académicas en Colombia. Finalmente, y como fue anunciado en el número anterior, desde el mes de junio la revista tiene nueva editora y director, Luz Ángela Núñez y Jaime Borja.

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To conquer indians or evangelize souls? Subjugation policies in the Pacific lowlands (1560-1680)

aBstraCt

This article analyzes how changes in subjugation

policy impacted the different indigenous nations

inhabiting the Pacific lowlands and under the judi-

cial jurrisdiction of Santafé, Quito, and Panama. In

their eagerness to obtain riches, colonial authori-

ties, along with the vecinos (neighbours) of Andean

urban centers, constructed a series of negative dis-

courses about the Indians that legitimized a brutal

war lasting almost a century. The failure of this

policy in the mid-seventeenth century permited

the establishment of a series of missions in this

territory that sought to dominate the indigenous

population, but now through evangelization, a

seemingly “softer” technique. Despite the differ-

ences between these two policies of subjugation,

both sought to include indigenous peoples in part

of the colonial economic system.

Key Words

Indians, war, evangelization, settlement, Pacific low-

lands, conqueror.

¿Conquistar indios o evangelizar almas? Políticas de sometimiento en las provincias de las tierras bajas del Pacífico (1560-1680)

resumeN

Este artículo analiza el impacto de los cambios en

las políticas de dominación en las diferentes nacio-

nes indígenas que habitaron las tierras bajas del

Pacífico, pertenecientes a las audiencias de Santafé,

Quito y Panamá. El afán por obtener riquezas llevó

a que las autoridades coloniales en compañía de los

vecinos de los centros urbanos andinos constru-

yeran una serie de discursos negativos sobre los

indios, lo que dio vía libre a la legitimación de una

guerra a “sangre y fuego” que se extendió por casi

un siglo. El fracaso de esta política a mediados del

siglo XVII permitió el establecimiento en este territo-

rio de una serie de misiones que buscaron dominar

a la población indígena, pero ahora mediante la

evangelización, una técnica aparentemente más

“suave”. No obstante, a pesar de las diferencias

entre estas dos políticas de dominación, ambas

buscaron incluir a los naturales en parte del sistema

económico colonial.

palaBras Clave

Indios, guerra, evangelización, poblamiento, tierras

bajas del Pacífico, conquistadores.

Artículo recibido: 2 de

septiembre de 2010;

AprobAdo: 16 de junio

de 2011; modificAdo:

18 de julio de 2011.

Profesor Auxiliar del Departamento de Historia, Universidad Nacional de Colombia (Medellín, Colombia). Historiador y Magíster en Historia de la misma universidad y candidato a Doctor en Historia de América Latina en la Universidad Pablo de Olavide (Sevilla, España). Miembro del grupo de investigación Historia, Territorio y Poblamiento en Colombia (Clasificación A en Colciencias). Entre sus últimas publicaciones se encuentran: Indios, poblamiento y trabajo en la provincia de Antioquia, siglos xvi y xvii (Medellín: Universidad Nacional de Colombia, 2010); Visita a la provincia de Antioquia por Francisco de Herrera Campuzano, 1614-1616 (Medellín: Universidad Nacional de Colombia/Colección Bicentenario de Antioquia, 2010); “Guerras interétnicas y anticoloniales: “bárbaros” y españoles en las tierras bajas del Pacífico, siglos xvi y xvii”, Historia y Espacio 31 (2008): 61-88; “Guerra, frontera e identidad en las provincias del Chocó, siglos xvi y xvii”, Historia y Sociedad 15 (2008): 165-189. [email protected]

Juan David Montoya Guzmán

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¿Conquistar indios o evangelizar almas? Políticas de sometimiento en las provincias de las tierras bajas del Pacífico (1560-1680)

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¿Conquistar indios o evangelizar almas? Políticas de sometimiento en las provincias de las tierras bajas del Pacífico (1560-1680) Ï

iNtroduCCióN

Debido a sus fabulosas riquezas, durante los siglos xvi y xvii las tierras bajas del Pacífico atrajeron la mirada de los europeos. Minas de oro y esmeraldas, perlas y maderas preciosas fueron un imán para los españoles —casi siempre pobres— que habitaron las ciudades y villas fundadas en la cordillera de los Andes. Las tierras bajas, además, se hicieron célebres por la decidida resistencia de los indios que las habitaban. La imagen tradicional del indio “bárbaro”, guerrero y valiente sirvió para que las autoridades coloniales y los vecinos de ciudades como Cali, Pasto, Santafé de Antioquia o Quito, legitimaran la conquista de la región. A partir de 1560 y hasta 1640 se vivió un ciclo de guerra a “sangre y fuego” que correspondió a la necesidad de la Corona de llenar sus arcas reales. Pero después de 1640, cuando a la vista de todos la conquista de las tierras bajas era un fracaso, hubo un cambio en las téc-nicas de sometimiento por parte de los españoles. Así, se inició otro ciclo de conquista, esta vez acompañado de la evangelización de misioneros. Los jesuitas hicieron presencia en la provincia de las Barbacoas, los fran-ciscanos en el Chocó, los capuchinos en el Darién y los mercedarios en Esmeraldas. El estudio de este cambio en las políticas de sometimiento per-mite comprender que no sólo prevaleció la guerra permanente, sino que coexistieron la guerra y la evangelización como política de sometimiento.

1. guerra a “saNgre y fuego”Hasta hace pocos años, los dos primeros siglos de ocupación hispana

en las tierras bajas del Pacífico fueron vistos básicamente a través del prisma guerrero1, a tal punto que la narración de acontecimientos en las provincias del Chocó, Barbacoas, Darién y Esmeraldas, se limitaba casi

Ï El artículo hace parte del pro-yecto de investigación doctoral titulado “Las más remotas tierras del mundo: frontera, guerra e identidad en las provincias bajas del Pacífico, siglos xvi y xvii”, dirigido por el profesor Dr. Juan Marchena Fernández, en la Universidad Pablo de Olavide (Sevilla, España). No contó con financiación para su realización. El autor agradece a Ana María Pérez sus observaciones sobre este texto.

1. Las tierras bajas del Pacífico son una franja de casi mil kilómetros de largo y entre ochenta y ciento sesenta de ancho. Con excep-ción del Darién, esta región está ubicada entre el océano Pacífico y la cordillera occidental de los Andes. Sus límites naturales son el río Chone al sur (en la provin-cia de Esmeraldas) y el golfo de San Miguel al norte (en Panamá). Robert West, Las tierras bajas del Pacífico colombiano (Bogotá: Insti-tuto Colombiano de Antropología e Historia, 2000), 31.

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siempre a la enumeración de las contiendas entre indios y españoles2, dos protagonistas que, poco a poco, marcados por siglos de violencia e incomprensión, fueron consolidándose como auténticos enemigos. La historia de enfrentamientos entre europeos e indios en las tierras bajas del Pacífico consistió en una larga lista de “guazábaras” bajo la idea de que el carácter belicoso y naturalmente “bárbaro” había mantenido en jaque la empresa ibérica y “civilizadora”3. Esta interpretación propició la construcción de una imagen de los chocoes, sindaguas, noanamaes, cuna-cunas, niguas o los zambos de Esmeraldas, como guerreros indomables que, a pesar del contacto con los españoles, no parecían haber sacado pro-vecho del acercamiento y de la potencial influencia de individuos de una “cultura superior”. La historia de las relaciones entre indios y españoles se redujo entonces a la guerra.

Desde la segunda mitad del siglo xvi y durante todo el siglo xvii la Corona española se vio inmiscuida en una serie de conflictos que traspa-saron el ámbito europeo4. Resultado de la política de Felipe II (en buena parte heredada de su padre), los Habsburgo enfrentaron a Francia en suelo europeo, a Inglaterra en el océano Atlántico y al imperio Otomano en el Mediterráneo y Europa Oriental; además soportaron la rebelión de

Flandes y una alta tasa inflación en la penín-sula ibérica debido al constante flujo de metales americanos5.

La única forma de mantener el ritmo frenético de campañas bélicas en Europa era contar con más oro y plata para pagar los gastos de la política expansionista de los Austrias. De esta forma, la gue-rra europea tuvo efectos profundos en el Nuevo Mundo. Los intentos fallidos de los españoles en Chile por conquistar a los invencibles Araucanos, la azarosa vida de los soldados en la Gran Chichimeca (norte del virreinato de la Nueva España), el freno del avance de los ibéricos en Tucumán y Santa Cruz de la Sierra, donde habitaban

2. Sobre la conquista del Chocó puede verse la “Solicitud del Capitán D. Lucas de Ávila para que, por veinte años, se le encomiende la Gobernación de las Provincias del Chocó. Cosas que ofrece hacer en servicio de Su Majestad. Julio 14 de 1574”, en Historia Documental del Chocó, ed. Enrique Ortega Ricaurte (Bogotá: Kelly, 1954), 57. Descripciones de la región de Barbacoas se encuentran en el Archivo General de Indias (agi), Sevilla, Fondo Quito, t.16, ramo16, n. 66, f. 524r.¸ del Darién en Juan Francisco de Páramo y Cepeda, Alteraciones del Dariel (Santafé de Bogotá: Kelly, 1994 [1697]), canto I, 95 y de Esmeraldas para el año 1569 en la “Relación de la provincia de Esmeraldas que fue a pacificar Andrés Contero”, en Relaciones Histórico-Geográficas de la Audien-cia de Quito (siglo xvi-xix), vol. 2, ed. Pilar Ponce Leiva (Madrid: Consejo Superior de Investigacio-nes Científicas, 1991), 70-71.

3. Para la gobernación de Popa-yán pueden verse los estudios de Jaime Arroyo, Historia de la Gobernación de Popayán. Seguida de la cronología de los Gobernadores durante la dominación española, 2 vols. (Bogotá: Biblioteca de Auto-res Colombianos, 1956 [1867]); Rafael Sañudo, Apuntes para la historia de Pasto, 3 vols. (Pasto: La Nariñense, 1939-1940 [1894]); Gustavo Arboleda, Historia de Cali: desde los orígenes de la ciudad hasta la expiración del período colonial (Cali: Arboleda Imprenta, 1928) y Tulio Enrique Tascón, La conquista de Buga. Historia del des-cubrimiento y colonización de la pro-vincia de Buga (Buga: Tipografía Colombia, 1924). Para Antioquia, Álvaro Restrepo Eusse, Historia de Antioquia (Departamento de Colom-bia). Desde la conquista hasta el año 1900 (Medellín: Imprenta Oficial, 1903) y para la audiencia de Quito, Federico González Suárez, Historia General de la República del Ecuador, 7 vols. (Quito: Imprenta del Clero, 1890).

4. John Elliott, “Felipe II y la Monarquía española: temas de su reinado”, en Felipe II y el oficio del rey: la fragua de un imperio, eds. José Ramón Gutiérrez et al. (Madrid: Instituto Nacional de Antro-pología/Universidad de Zacatecas/Universidad de Guadalajara/Sociedad Esta-tal para la Conmemoración de los Centenarios de Felipe II y Carlos V, 2001), 43-59.

5. Earl Hamilton, El tesoro americano y la revolución de los precios en España, 1501-1650 (Barcelona: Ariel, 1983[1934]); Antonio Miguel Bernal, “El coste del imperio para la economía española”, en El oro y la plata de las Indias en la época de los Austrias (Madrid: Fun-dación iCo, 1999), 625-663.

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¿Conquistar indios o evangelizar almas? Políticas de sometimiento en las provincias de las tierras bajas del Pacífico (1560-1680)

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los “terribles” diaguitas y chiriguanos, respectivamente, tuvieron un paralelo en Panamá, Quito y el Nuevo Reino de Granada. En este último territorio, los pijaos cortaban el tráfico entre Cartagena y el Perú; los chocoes capturaban y asesinaban a cualquier cristiano que osara entrar en sus tierras; los sindaguas quemaban las estancias de los vecinos de Pasto y Popayán en el valle del Patía; los chancos y noanamaes obliga-ban a abandonar el puerto de Buenaventura sobre el océano Pacífico; los citarabiraes repelían con bastante arrojo cualquier misión evange-lizadora en sus provincias. Mientras, las élites de Antioquia y Anserma temían a un levantamiento general que inmiscuyera a chocoes y negros cimarrones; los vecinos de Quito, Ibarra y Portoviejo se sobrecogían al escuchar un posible ataque de los zambos de Esmeraldas6; y por último, los ricos comerciantes de Panamá, bisagra del tráfico planetario, se quejaban a menudo por el temor a una alianza entre los indios cuna-cunas y bugue-bugue, con los negros cimarrones de Bayano y piratas ingleses u holandeses7.

Con mayor frecuencia se hizo necesario el envío de grandes sumas de metal. Las élites, las autoridades de las audiencias y las gobernaciones asentadas en el Nuevo Reino de Granada y Quito respondieron a los pedi-dos de las autoridades metropolitanas. La nueva política de la Corona de enviar oro a Europa a toda costa se vio reflejada en la actitud del goberna-dor de Popayán Jerónimo de Silva (1572-1575), cuando los vecinos de San Vicente de Páez le pidieron ayuda para contener a los indios que asediaban la ciudad, a lo que respondió: “Vuestra Magestad no le enviaba a conquis-tar yndios sino a buscar oro”8. La respuesta fue el inicio de un ciclo de guerras que abarcó las jurisdicciones de las audiencias de Santafé, Panamá y Quito; desde el viejo Darién hasta la húmeda provincia de Esmeraldas, pasando por los farallones de Cali y los valles del Patía y Chota. Las éli-tes ibéricas asentadas en estos territorios impulsaron mediante informes lastimeros —imaginarias relaciones de méritos y cartas desesperadas enviadas a la Península en que se autorrepresentaban como los vecinos (mineros y encomenderos) más “pobres del mundo”—, un período de gue-rras que llevó a la extinción de los totumas y piles, para sólo poner un par de ejemplos, y en algunas zonas como el Chocó se extendió hasta las postrimerías del siglo xvii.

6. En 1641 el experimentado capitán Juan Martín Cabezas, afirmaba que los “[…] mulatos unos y otros revelados y alçados mucho tiempo a que acostum-bran a haçer estos delitos y daños en aquella costa […] y es muy publico y notorio en toda aquella costa y parage que es muy cercano a la ysla que llaman del gallo y al puerto que en ella ay, que es el distrito de las pro-vinçias de las Barvacoas donde ay compañia de soldados y gente de guerra muy diestra y experimen-tada muchos años con yndios de guerra, ademas de haçer aquella provinçia y distrito donde los dichos mulatos particularmente los de esmeraldas an venido a rovar y an rovado muchos yndios e yndias e chusmas de los de aquella costa de las Barvacoas y se los an llevado donde tienen sus avitaciones”. agi, Quito, t.51, n. 25, f. 10v. Véase además: Charles Beatty Medina, “Caught between rivals: the Spanish-African maroon competition for captive Indian labor in the region of Esmeraldas during the late sixteenth and early seventeenth centuries”, The Americas 63: 1 (2006): 113-136.

7. En 1620 el Consejo de Indias capituló con Francisco Maldo-nado de Saavedra, vecino de Santa Marta, para que realizara la conquista del Darién, debido a “que los indios de guerra comar-canos hazen tan grandes daños aquella tierra y se an avezindado y llegando tan çerca de la ciudad de Panama que la an puesto y tienen en perpetuo cuidado”. agi, Panamá, t. 1, n. 321, f. 1r. Véase además: Ruth Pike, “Black rebels: the cimarrons of sixteenth-cen-tury Panama”, The Americas 2: 64 (2007): 243-266.

8. agi, Fondo Quito, t. 21, n. 20, f. 2v.

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No en vano este espacio de tiempo corresponde al primer ciclo minero estudiado por el historiador colombiano Germán Colmenares (1580-1640)9. Las fundaciones de Madrigal, Toro, Cáceres, San Juan de Castro, San Agustín de Ávila, Barbacoas o San Ignacio de Montesclaros, entre muchas otras que no lograron consolidarse, fueron el resultado de las entradas de los españoles en busca de asegurar nuevas provincias de indios para la posterior explotación minera10. La convicción de que en los territorios ocupados por los diferentes grupos que habitaban las tierras bajas había importantes yacimientos de oro (o de esmeraldas para el territorio com-prendido entre el río Mira y la ciudad de Portoviejo), permitió argumentar ante la Corona la necesidad de una guerra de aniquilación en contra de las políticas que, décadas atrás, defendían obispos lascacianos Juan del Valle y Agustín de la Coruña, de Popayán, y Pedro de la Peña, de Quito11. El período de mayor intensidad bélica (1580-1640) coincidió con la creciente necesidad de recursos para que España enfrentara sus guerras en Europa12.

Los extraordinarios descubrimientos de minas de oro en Zaragoza, Los Remedios, Guamocó, Anserma o Zaruma, al sur de Quito, incentivaron la imaginación de los soldados castellanos. Por ejemplo, en 1587 el oidor de la

Audiencia de Quito, Francisco de Anuncibay, afirmaba: “[…] esta pues el çerro de Zaruma el qual es el rremedio total desta tierra por ser tierra sana y fértil y abundante de metales” y proponía: “[…] se pueble una villa o una çiu-dad en Zaruma y se den minas y aguas a los pobladores y aseguro a Vuestra Magestad una rriqueça la mayor de las Yndias”13. Para mine-ros afortunados, la incursión en las campañas militares era un camino relativamente seguro para obtener privilegios o mercedes que les permitiera ennoblecer su condición social14.Las guerras en las gobernaciones de Popayán, Antioquia y Esmeraldas proporcionaron posi-bilidades de alcanzar una mejor condición social y la minería generó la mayor parte de la riqueza que financió dichas guerras.

9. Germán Colmenares, “La forma-ción de una economía colonial (1500-1740)”, en Historia Econó-mica de Colombia, ed. José Antonio Ocampo (Bogotá: tm Editores/Fedesarrollo, 1987), 35-37.

10. Es necesario indicar que en las tierras bajas del Pacífico no sólo se fundaron ciudades para la explotación minera. También desde mediados del siglo xvi y hasta finales del período colonial se propusieron infinidad de proyectos para abrir caminos que comunicaran a los Andes con el océano Pacífico. En la Audien-cia de Quito, se pensó durante muchos siglos comunicar Ibarra y Quito con la costa de Esmeraldas. Véase Rocío Rueda Novoa, “La ruta a la Mar del Sur y la funda-ción de Ibarra, siglos xvii y xviii”, Procesos. Revista Ecuatoriana de Historia 24 (2006): 25-44. Sobre los intentos de la élite caleña para asegurar el camino al puerto de Buenaventura durante el siglo xvi, ver: Archivo Central del Cauca (aCC), Civil -13, sig. 813, ff. 5v-6r., y sobre las medidas adoptadas en la centuria siguiente, ver: Archivo Histórico de Cali (ahC), Cabildo, t. 5, ff. 86v-103v.

11. Archivo Histórico de Antioquia (aha), Indios, t. 23, doc. 690, f. 348r; AGI, Panamá, t. 2, n. 51, f.1r., y agi, Patronato, t. 192, r. 19, n.1 f. 1r.

12. El aumento de la extracción aurífera fue significativo, como lo demuestra Kris Lane, Quito, 1599. City and Colony in transition (Alburquerque: University of New Mexico Press, 2002), 132-135. Ver también Bartolomé Yun, Marte contra Minerva. El precio del imperio español, c. 1450-1600 (Barcelona: Crítica, 2004), 364-376.

13. agi, Quito, t. 8, r. 21, n. 55, f. 3v, para el caso de Zaragoza véase agi, Santa Fe, 51, r. 1, n. 8, f. 1r. Puede consultarse además: Kris Lane, “Unlucky Strike: Gold and Labor in Zarauma, Ecuador, 1699-1820”, Colonial Latin American Review 13: 1 (2004): 65-70.

14. En 1558 varios vecinos de Santafé de Bogotá pedían “a Vuestra Majestad que para remedio de este Reino, Vuestra Majestad de licencia para algunas jornadas y descubrimien-tos para que estas gentes nuevamente venidas a estas partes tengan algún resuello y esperanza de aquello a que salen de España. Demás que será su patrimonio Real acrecen-tado, porque aunque en España hay gente baldía, tienen desaguaderos donde salir y donde emplearse, que son en las guerras de Europa y la venida a estas Indias”. Juan Friede (ed.), Fuentes Documentales para la Historia del Nuevo Reino de Granada, vol. 3 (Bogotá: Biblioteca Banco Popular, 1976), 229-230.

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mapa 1: CeNtros urBaNos de las goBerNaCioNes de aNtioquia y popayáN (siglos xvi y xvii)

Fuente: elaboración del autor con base en el “Memorial que da Fray Jerónimo Descobar predica-

dor de la Orden de San Agustín al Real Consejo de Indias en lo que toca a la provincia de Popayán

(1582)”, en Relaciones y visitas a los Andes. S. xvi, vol. 1., ed. Hermes Tovar Pinzón (Bogotá: Biblioteca

Nacional/Colcultura /Instituto Colombiano de Cultura Hispánica, 1993-1996), 385-427.

A partir de 1559, cuando la Corona autorizó nuevamente las expediciones de conquista, se inició una política a “sangre y fuego” con las entradas, esclavi-tud, requerimiento y cabalgadas, como mecanismos concretos de conquista15.

15. Por medio de la Real provi-sión de diciembre 31 de 1549 la Corona ordenó prohibir “hasta que por nos otra cosa se ordene en esas partes no se hagan entradas y rancherías”. Docu-mentos Inéditos para la Historia de Colombia, vol. 10, ed. Juan Friede (Bogotá: Academia Colombiana de Historia, 1955-1960), 218-219. Pero en 1559 la Corona autorizó nuevamente las expediciones de conquistas. Véase: Juan Friede, Fuentes Documentales para la Histo-ria del Nuevo Reino de Granada, 325.

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Pero, a partir de la segunda mitad del siglo xvii se estableció una política “por medios suaves”, que permitió que la balanza se inclinara hacia la evangelización16. Esta política se vio plas-mada en las misiones —franciscanas, mercedarias, capuchinas y jesuitas—, el comercio y la instauración de corregidores.

El rasgo que caracterizó las últimas décadas del siglo xvi y la primera mitad del siglo xvii fue el de la guerra violenta y la paz esporádica; durante este período se asentaron mecanismos de poder como la encomienda, la esclavitud y las razzias. Estas formas de conquista se instauraron en una mecánica cuyo propósito fue someter a indios masivamente y que funcionó con un principio subyacente, que podría definirse como el derecho a matar. Considerada desde esta perspectiva, la encomienda, representativa institución colonial, fue una empresa cuya meta principal era reunir bienes y riquezas, no a partir del control del indio, sino de una masa de tributarios. Esta política fue claramente expresada por Francisco de Prado y Zúñiga, un rico vecino de Pasto quien lanzó una campaña de conquista a los indios Sindaguas entre 1634 y 1636, que culminó con la fundación de las ciudades de Santa María del Puerto de la Isla del Gallo y Barbacoas. En una carta escrita al gobernador de Popayán Lorenzo de Villaquirán afirmaba: “[…] le ofresco de nuebo a vuestra merced de no dejar estas provincias hasta que todo lo arran-que de raiz, que no a de quedar ni una memoria de yndio en ellas”17.

Otro mecanismo de dominación de los naturales fue la fundación de ciudades y villas que funcio-naban como enclaves dentro de las provincias indias, como lugar protegido, aislado e inexpugnable, simbolizando el poder español. Era un lugar estratégico desde el que se podían organizar expediciones

punitivas para volver a encerrarse en ellas18. Ciudades como Toro, Santafé de Antioquia, Barbacoas o San Ignacio de Montesclaros fueron un mecanismo más de la política de “sangre y fuego”, imperante en los primeros ciento cincuenta años de conquista. Funcionaban a la vez como refugio, cabeza de puente en el territorio enemigo y marca simbólica de la potencia española sobre un espacio por conquistar. Por ejemplo, en 1632 el gobernador de Popayán, Juan Bermúdez de Castro, informó al rey sobre la fundación de la ciudad de San Juan de Castro, realizada por el experimentado capitán Juan Bueno de Sancho en la provincia de Noanamá. La finalidad de la nueva ciudad era hacer “correrías” para la: “[…] reducion de los demas yndios enemigos y poblar las dichas minas ricas de Toro que estan muy cerca de esta población”19.

Construir una ciudad significaba presencia y, por consiguiente, un acto de apropiación sobre el territorio comarcano. Se entiende, pues, que la primera tarea de las huestes ibéricas en su avance progresivo hacia las tierras bajas fuera la construcción de reductos fortificados. En definitiva,

16. En 1662 el rey ordenó al gober-nador de Popayán, Luis Antonio de Guzmán, que la reducción y evangelización de los indios chocoes se hicieran “por medios suaves”. agi, Quito, t. 8, leg. 215, libro 2, f. 216v.

17. agi, Quito, t. 16, r.15, n, 67, f. 547r.

18. Juan David Montoya Guzmán, “Poblamiento, guerra y minería en las tierras bajas del Pacífico: Chocó, Barbacoas y Esmeraldas entre 1570 y 1640”, en Poblar la inmensidad: sociedades, conflictivi-dad y representación en los márgenes del Imperio Hispánico (siglos xv-xix), coord. Salvador Bernabéu Albert (Madrid: Consejo Superior de Investigaciones Científicas/Edi-ciones Rubeo, 2010), 315-347.

19. agi, Quito, t. 16, r. 4, n. 60, f. 1v.

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durante el período de guerra a “sangre y fuego”, las ciudades a lo largo de la frontera cum-plieron una función bélica, pues además de simbolizar un poder, eran un espacio cerrado que impedía toda comunicación con los indios20. En el caso de las expediciones guerreras realizadas cada verano por las huestes españolas desde las ciudades de Anserma, Toro, Pasto, Santafé de Antioquia, Portoviejo o Ibarra, se tenía un tipo de ejercicio de poder bastante discontinuo. De hecho, estas razzias no suponían un control permanente sobre las provincias consideradas consideras “rebeldes”; primero, porque sólo se llevaban a cabo en una etapa del año y segundo, porque eran localizadas y delimitadas en el espacio21. En efecto, los maeses de campo, los sar-gentos y los capitanes seguían un “recorrido punitivo” de provincia en provincia y luego se devolvían a invernar en dichas ciudades, que funcionaban como enclaves protectores a orillas del territorio enemigo. En 1575, Miguel de Ávila y los vecinos de la nueva ciudad de Nuestra Señora del Socorro de Ocaña, escribían en una angustiosa carta:

“[…] no nos podemos sustentar con el número de españoles que,

nos fiçe forçado retirarnos a las orillas de dichas provincias [de los

Chancos] para de allí defendernos y procurar que no vengan los cho-

coes azer mas mal y daño del que han hecho a la ciudad de toro

porque desde que se pobló que a más de dos años le an llevado y

muerto más de trezientos yndios casados y les tienen amontada casi

toda la provincia de los yngaraes que tiene mas de tres mill yndios”22.

Las entradas, discontinuas y represivas, tenían como propósito afirmar el poder de los españoles, dando lugar a masacres y castigos para redu-cir y amedrentar a los indios. La necesidad de ubicar geográficamente las diversas provincias en mapas e informes no era sólo para mantener vigi-lada a su población, sino también para realizar con cierta eficacia una labor esporádica de represión. Por ejemplo, en 1684 el capellán de la expedición que comandó el superintendente de las provincias del Chocó y Noanamá, Juan Caicedo de Salazar, el licenciado Sebastián Núñez de Rojas y Valdés, declaró “que bio a la hija del casique pedro tegue llorar diçiendo que ni aun una totuma le avian dexado” los soldados españoles23. Cuatro años antes, el hermano del futuro pacificador del Chocó, Cristóbal Caicedo Salazar, entró como conquistador “al descubrimiento de minas y redusion de yndios ynfieles de la provinsia de los Farallones” de Cali. El argumento de Caicedo Salazar, era que allí “estan connaturalizados algunos yndios ynfieles y bar-baros descendientes y originarios de este distrito y comarca”24.

20. Por ejemplo, en 1611 el capitán Diego de Ugarte partió de la Villa de Ibarra con el fin de contener los ataques de los indios malabas a las doctrinas mercedarias en el piedemonte de la cordillera de los Andes. Después del “castigo”, Ugarte fundó la ciudad de San Ignacio de Montesclaros a orilla del río Santiago, que serviría no sólo para emprender expedi-ciones de conquista, sino como puerto para navegar hasta el océano Pacífico. agi, Quito, t. 9, r.15, n.116, f. 1r.

21. En 1639 el gobernador Juan Vélez de Guevara y Salamanca pedía al cabildo de la ciudad de Antioquia que se hiciese rápido la entrada al Chocó antes de que entrara el invierno: “[…] por estar el verano tan adelantado, si se dilatase quedaremos ymposi-bilitados de marchar a la tierra adentro por ser pantanosa”. agi, Santa Fe, t. 196.

22. Archivo General de la Nación (agN), Fondo Historia Civil, t. 3, f. 105r.

23. agi, Santa Fe, t. 204, r. 2, f.857r.

24. Archivo Nacional del Ecuador (aNe), Popayán, caja 8, exp. 10, f. 5r.

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Es en el marco de la guerra a “sangre y fuego” donde hay que entender la extrema violencia y el aspecto espectacular y público de las mutilaciones corporales aplicadas a los indios apresa-dos durante las expediciones. Por ejemplo, en 1635 Francisco de Prado y Zúñiga ordenó que los prisioneros resultado de la campaña contra los sindaguas,

“[…] sean sacados de la cárcel y prisión en que están con una soga en la garganta y

se les de garrote a los susodichos como es costumbre hasta que naturalmente hayan

muerto, y de los más principales Caciques se corten diez y seis cabezas y se pongan

en alto sobre unos palos para que tomen ejemplo los demás indios”25.

Los relatos de la captura de “piezas”, de masacres de niños y mujeres, así como la práctica de mutilaciones (cortarles la nariz, las manos, las orejas) pueden interpretarse como expresión de la voluntad conquistadora por restablecer una soberanía menoscabada o por castigar la rebe-lión, un crimen de lesa majestad. El carácter inhumano de las masacres, las mutilaciones y la esclavitud de indios remite al ejercicio de un poder que no tenía la piedad por medida.

La política a “sangre y fuego” tenía como fin someter masivamente a los indios por la vía de las armas. Esto significaba que, en un momento dado, ya fuera uno o los dos actores en contienda, decidían parar la confrontación bélica para afianzar las relaciones de poder que hubieran resul-tado del período de guerra. Si durante este período transitorio uno de los actores no se encontraba satisfecho con el tipo de poder que emanaba del período anterior, podía perfectamente empezar la guerra de nuevo, pero siempre pensando en la paz venidera. Por ejemplo, el gobernador de Popayán, Juan Menéndez Márquez (1620-1627), fue reemplazado primero por Juan de Borja, hijo del presidente de la Audiencia de Santafé (1627), y luego por Juan Bermúdez de Castro (1627-1633). Este último gobernador rompió los diferentes pactos establecidos con los indios y ordenó a Martín Bueno de Sancho que realizara una serie de razzias desde las ciudades de Cartago y Anserma a las provincias de los yngaraes, totumas, chocoes y citarabiraes26.

2. los misioNeros, los iNdios y los pueBlos

A pesar del esfuerzo mancomunado entre los oficiales y los vecinos locales por dominar manu militari a las diferentes naciones indígenas, esta política fracasó. El ciclo de guerra per-

manente se cerró en las tierras bajas con el estruendoso fracaso de Juan Vélez de Guevara y Salamanca, gobernador de Antioquia, en su afán por conquistar el Chocó. Mejor suerte corrió Francisco de Prado y Zúñiga, quien logró reducir a los indios sindaguas y fundar dos ciudades en las provincias de las Barbacoas. En Esmeraldas, el sueño de abrir un camino que comunicara a la sierra de Quito con el Mar del Sur, tendría que ser

25. Idelfonso Díaz del Castillo, “Sublevación y castigo de los Indios Sindaguas de la Provincia de Barbacoas”, Boletín de Estudios Históricos 12: 86 (1938): 41.

26. Archivo Histórico de Cartago (ahC), Cartago-Colombia, Judicial, sig. J/D-J/-1, ff. 2r-34r.

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postergado hasta el siglo xx, y en Panamá los habitantes de las ciudades continuaron con el temor a una alianza entre indios, negros cimarrones y piratas.

Para solucionar estos problemas, la Corona comenzó a aplicar a mediados del siglo xvii una nueva estrategia de dominación. La entrada de misioneros jesuitas, franciscanos, merce-darios, dominicos y capuchinos, reveló el descalabro de los señores de guerra. Los itinerarios que siguieron los representantes de las órdenes religiosas dejan ver la complejidad de las sociedades indígenas. En el Chocó, misioneros seculares seguidos de jesuitas y franciscanos fundaron algunos pueblos y obligaron a los indios a escuchar la doctrina cristiana, aunque los resultados no fueron los mejores. Una combinación de luchas mezquinas, como se verá más adelante, entre los gobernadores de Antioquia y Popayán, y entre franciscanos y el clero de Santafé de Antioquia, llevó al fracaso dicha empresa. En Barbacoas la ambición desme-dida de unos pocos jesuitas ocasionó el fin de las misiones entre los ríos Timbiquí y Telembí. Esmeraldas contó con mejor suerte. Los merceda-rios conservaron su monopolio y siguieron evangelizando a los indios de la región, aunque sus reducciones eran pocas y frágiles, pues dependían de pactos entre los misioneros y los naturales. Mientras que en el Darién, los esfuerzos de los gobernadores de Cartagena y de los presidentes de Panamá se vieron truncados debido a la resistencia de los cunas.

Por ejemplo, a partir de 1668, el bachiller Antonio de Guzmán y Céspedes (1621-1678) fue nombrado “Misionero Apostólico del Chocó”, y logró mediante tratados simétricos con los indios fundar cuatro pue-blos en la cuenca del Atrato y dejar señalados los sitios para la creación de otros dos27. Guzmán y Céspedes trató de evangelizar a los indios, de dialogar con ellos por medio de la palabra de Dios y, sobre todo, tuvo una visión original de la frontera y de la función de los pueblos, del poblamiento del Chocó y de la introducción de objetos materiales para granjearse la confianza de los indios. Al respecto, el bachiller recor-daba las relaciones de amistad establecidas en 1671 con un capitán indio llamado Coabra:

“Diome a entender estaba falto de herramienta para las canoas, y le

di dos hachas y una azuela que llevaba, a cuya acción el dicho capitán

Coabra agradecido y obligado me abrazó y me dijo: Padre amigo, vos

bueno, mi boca bueno, mentira no hay, no que es el mismo término

de sus palabras, porque es la gente muy hábil y en el tiempo que les

he tratado entienden lo que se les propone y se dejan entender […]”28.

27. Guzmán y Céspedes pertenecía a una familia de conquistadores que se asentó en Antioquia a mediados del siglo xvi, y que como parte de la élite de la provincia se dedicó a vivir a expensas de indios encomendados, de la minería y la burocracia. Estudió en el colegio jesuita de San Bartolomé en San-tafé de Bogotá, fue cura interino de Guarne y Rionegro y después del pueblo de Sopetrán, y en 1668 fue nombrado “Misionero Apostó-lico del Chocó”. William Jaramillo Mejía, Real Colegio Mayor y Semi-nario de San Bartolomé —nobleza e hidalguía—. Colegiales de 1605 a 1820 (Bogotá: Instituto Colombiano de Cultura Hispánica, 1996), 277-178; aha, Mortuorias, t. 231, doc. 5288.

28. Ortega Ricaurte, “Instrucción del descubrimiento y pacificación de la provincia del Chocó sus caminos, ríos, puertos, quebra-das, amagamientos de oro, sitios de sus poblaciones y viviendas y a donde se hizo la elección de los pueblos que se han de fundar, y el español suyo, hecho y obrado por mí. el BaChiller aNtoNio de guZmáN, presBÍtero, en virtud de la Real Cédula de Su Majestad, en el año de 1670, obrado en el segundo viaje que hice a dicha provincia. Enero 31 de 1671”, en Historia Documental del Chocó, 113.

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Los misioneros no concebían la frontera como un enclave (a diferencia de los soldados y los oficiales de la Corona), sino como una línea de comunicación entre los diferentes pueblos de indios que se pensaba fundar; éstos debían estar siempre conectados entre sí, con vigilancia de los indios amigos o los ya dominados. Los pueblos no funcionarían ya como unos puntos concretos de penetración, aislados, cerrados e inexpugnables, sino como unos puntos de avan-zada. Se convertirían además en un espacio abierto a los indios. No era el lugar desde donde se emprenderían expediciones hacia la “tierra adentro”, sino un territorio al que se aspiraba dominar, con el fin de comunicarse con sus habitantes.

Se trataba de acumular información sobre el territorio y sobre el número de indios que lo habitaban. En la década de 1590, por ejemplo, el oidor de Quito, Juan del Barrio Sepúlveda, puso en marcha un proyecto evangelizador que buscaba reducir a las naciones asentadas en la provincia de Esmeraldas. Su afán radicaba en la búsqueda de un camino que comunicara directamente a la ciudad de Quito con el mar (sin necesidad de pasar por Guayaquil)29. Para ello desplegó una campaña política de atracción y reducción de los indios y de los zambos de “guerra” en pueblos. En 1601 el oidor Juan del Barrio Sepúlveda afirmaba que en la provincia de los cayapas y lachas se había ordenado poblar tres pueblos: Espíritu Santo, Nuestra Señora de Guadalupe y San Juan de Letrán, bajo la conversión de frailes de la Merced; la parcialidad del cacique “mulato” don Francisco Arobe se congregó en el pueblo de la bahía de San Mateo, mientras que la del zambo Sebastián de Illescas en el pueblo de San Martín de los Campaces; y al sur de la provincia de Barbacoas se habían reducido “seiçientos yndios chicos y grandes” en los pueblos de San Felipe de Mayasquer, San Juan de Taconbí, los Santos de Hutal, Santiago de Chical y la Natividad de Nuestra señora de Quinchul30.

La misión puede considerarse como el arquetipo del nuevo sistema de poder que se instauró en las tierras bajas del Pacífico, aunque en las tres grandes provincias tuvo sus ciclos propios. En Esmeraldas, desde la década de 1580, los mercedarios asentados en la ciudad de Portoviejo y posterior-mente desde Quito intentaron evangelizar a los indios yumbos, niguas, campaces, lachas, malabas y a los zambos de la bahía de San Mateo; en Barbacoas los jesuitas del Colegio de San Luis de Quito se adentraron por los innumerables ríos de la región desde 1635; en el Darién y Urabá los capuchinos fundaron varios pueblos; y en el Chocó los primeros jesuitas se asentaron en las provincias de Noanamá y posteriormente en Nóvita, mientras que en la cuenca del río Atrato la labor misional del bachiller Guzmán y Céspedes fue continuada por un grupo de franciscanos prove-nientes de España en la década de 167031.

29. Raúl Hernández Ascensio, “Los límites de la política imperial: el oidor Juan del Barrio Sepúlveda y la frontera esmeraldeña a inicios del siglo xvii”, Bulletin de L’ Institut Français D’ Etudes Andines, xxxviii: 2 (2008): 329-350.

30. agi, Quito, 9, r. 4, n. 35, ff. 2v-3r.

31. En 1675 llegaron al Chocó el padre Miguel Castro Rivadeneira en compañía de doce francisca-nos más. Su objetivo, contando con el apoyo de la Corona, era evangelizar los indios y ocupar las doctrinas que varios misione-ros seculares habían establecido en la cuenca del río Atrato en la década anterior. agi, Santa Fe, r. 3.

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A medida que desaparecía la lógica antigua y que se modificaban las relaciones de fuerza cristalizadas en la paz, la Misión se afirmó como un instrumento privilegiado de vigilancia y de conversión de los indios. De hecho, en ella se trataba nítidamente de desplazar al indígena y de apropiarse de su tiempo. El poder que ejercían los misioneros francis-canos, mercedarios y jesuitas no era sobre la tierra y sus productos, sino sobre los hombres. El gobernador de Popayán, Lorenzo de Villaquirán, le informó al rey en 1635 que el puerto de Santa Bárbara de la Isla del Gallo, fundado por Francisco de Prado y Zúñiga en ese mismo año, se estaba des-poblando porque el jesuita Francisco Ruggi había trasladado a los indios Guapís: “con ciertos pretextos que les quiere enseñar la doctrina […] los ha sacado de allí a pesar del mundo y los ha llevado a un río llamado Timbiquí, a se sirve de ellos para que les saque oro”32.

Otra forma de convertir a los indios en vasallos del rey era mediante el comercio, éste era regulado con una función precisa dentro de la nueva política. Aunque algunos historiadores y antropólogos han pensado que los españoles intervinieron en las luchas interétnicas desarrolladas en la cuenca del río Atrato entre chocoes y cunacunas o entre los zambos de Esmeraldas y Cayapas, con el fin de dividir a esas sociedades para reinar mejor, realmente lo hicieron con la idea de poner fin a los conflic-tos que impedían el control del comercio, así como los desplazamientos de distintas poblaciones indígenas33. ¿Pero qué era lo que proponían los misioneros? Desde la segunda mitad del siglo xvi la Corona había tratado de establecer su política de “reunir para preservar”, es decir, congre-gar a los indios en pueblos para preservar a la población indígena, tan azotada por la violencia de los españoles y las enfermedades, desde la irrupción española34.

La manera de asegurar y justificar una entrada era fundar una ciudad o villa, y el capitán de la hueste podía retener la fuerza militar tem-poral, y convertirla en una organización civil permanente. Este modo de proceder reflejaba tradiciones de la Reconquista ibérica, cuando el establecimiento de centros urbanos fortificados era una precaución necesaria, que se volvió a sentir otra vez en el Nuevo Mundo35. Así mismo, debían reunirse los indios en pueblos aparte; los motivos oficia-les de estas congregaciones, los modos de proceder, su origen y modelo, los indicaba una real cédula dirigida a la Audiencia del Nuevo Reino de

32. Ponce Leiva, “Relación de las pro-vincias de los Barbacoas, Gober-nación de Popayán”, en Relaciones Histórico-Geográficas de la Audiencia de Quito (siglo xvi-xix), 206.

33. Patricia Vargas, Los embera y los cuna: impacto y reacción ante al ocupación española, siglos xvi y xvii (Bogotá: CereC/Instituto Colom-biano de Antropología, 1993), 113-115; Rocío Rueda Novoa, Zambaje y autonomía: historia de la gente negra de la provincia de Esmeraldas (Esmeraldas: Munici-palidad, 2001), 44-48.

34. En 1563 el oidor de la Audiencia de Quito, García de Valverde, afir-maba que en la Gobernación de Popayán “lastima es que viendose partido esta çibdad de Popayan mas sesenta myll yndios no aya agora mas de ocho o nueve myll y estos an quedado por ser tantos los que ubo quando se poblo que en otras partes de esta gover-naçion que se allaron ocho, diez y doze myll indios tienen agora mill y mill quinientas almas y a dos mill como es Cali, Cartago, Enzerma, Arma […] los vecinos encomenderos se descargan diziendo que en enfermedades y pestilençias y guerras unos con otros los an cabado e no tienen rrazon, pues que desde que dios crio al primer ombre y peco, todo a sido enfermedades y contiendas […] y aunque no les faltava guerras y enfermedades pero sobrevinoles una pestilencia nueva que ellos no conoçieron y conoçida fue su acabamiento que fue el español”. agi, Quito, t. 16, r. 3, n. 8, f. 35v.

35. Patricia Seed, Ceremonies of posse-sion in Europe’s conquest of the New World, 1492-1640 (Cambrigde: Cam-brigde University Press, 1995).

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Granada en 1549. Ésta subrayaba la necesidad de juntar a los indios en pueblos de “muchas casas juntas” para facilitar su instrucción “civil y política”36.

Los esfuerzos por organizar a los indios en pueblos encontraron dificultades entre los dife-rentes grupos étnicos, debido a que su patrón de poblamiento era disperso37. Desde las últimas décadas del siglo xvi los mercedarios intentaron reunir a la población indígena y mulata de Esmeraldas en pueblos, mientras que los jesuitas centrarían sus objetivos en las provincias de Barbacoas y Noanamá; un número reducido de misioneros franciscanos dedicó sus esfuerzos a evangelizar en el Chocó con ayuda de los “señores naturales” de las provincias y, por último, los dominicos desde Panamá pretendieron predicar entre los cunacunas38.

El misionero Miguel Cabello de Balboa afirmaba a finales del siglo xvi que la evangeli-zación en Esmeraldas era necesaria porque estas provincias eran una “Babilonia de las abominaciones”39, mientras el caleño Manuel Rodríguez (1630-1684) se quejaba de los fraca-sos jesuitas en Barbacoas y Noanamá: “[…] los religiosos misioneros y ministros del evangelio, que sólo a fuerça de sus afanes ha podido tener entrada en las naciones de aquel gentilí-

simo, el cual le parecía al demonio tenía muy segura la possesión tan resguarda de dificultades”40.

Los españoles no reconocían la organización social india existente al momento de fundar sus pueblos y nombrar nuevos jefes políticos que ayu-daban a la administración. Por lo general se escogían indios ladinos que, por sus viajes a ciudades cercanas como Santafé de Antioquia, Anserma, Cali o Quito, se habían familiarizado con la sociedad colonial. Varios indios, sin poder reconocido en las tierras bajas, no tardaron en aprovechar la arbitrariedad imperante en la selección de los caciques, refiriéndose a su amistad y actitud para las intenciones españolas. En la cuenca alta del río Atrato, por ejemplo, residía el cacique Pedro Tegue, pero un misionero franciscano observaba: “solo tiene el nombre de cacique, por que en lo demás ni tiene gente ni le respetan los indios por tal cacique”41.

Con este aprovechamiento de nuevos cacicazgos se inició la tarea de formar pueblos en la cuenca del río Atrato, exigiendo a los indios que se reunieran con sus familias en los sitios designados por los españoles. En contra de la legislación, la ubicación de los nuevos poblados se escogió más en atención de las minas de oro para el sustento de las cuadrillas de esclavos negros que se pretendía entrar desde Santafé de Antioquia, Anserma y Cali, que en las necesidades de los propios indios. Este cambio en la estrategia de dominación se debió a una nueva concepción sobre la

36. Juan Friede, Documentos Inéditos para la historia de Colombia, vol. 10, 154.

37. Mateo de Anguiano, Vida y virtudes del capuchino español, el V. Siervo de Dios Fr. Francisco de Pam-plona. Religioso lego de la Seraphica Religión de los Menores Capuchi-nos de N. Padre San Francisco y Primer Misionero Apostólico de las Provincias de España, para el Reyno del Congo en Africa y para los Indios infieles en la America (Madrid: Imprenta Real, 1704), 294.

38. Fray Juan Méndez, Tesoros ver-daderos de las Yndias. En la Historia de la gran Provincia de San Juan Bautista del Perú, vol. 3 (Roma: En la Imprenta de Nicolás Ángel Tinaffio, 1682), 19-39.

39. Miguel Cabello de Balboa, Descrip-ción de la provincia de Esmeraldas, ed. José Alcina Franch (Madrid: Consejo Superior de Investigacio-nes Científicas, 2001), 34.

40. Manuel Rodríguez, El descu-brimiento del Marañón (Madrid: Alianza, 1990[1684]), 68.

41. agN, Caciques e Indios, t. 11, f. 990v.

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frontera. Ésta ya no sería concebida como una línea de guerra que dividía los bandos enemigos, sino como un confín facilitador de la comunicación y la circulación de bienes. Además la fron-tera se convirtió en un espacio abierto, no cerrado, no un fortín, sino un punto de avanzada hacia la evangelización.

En 1666, la Corona envió una real cédula en la que adjudicaba la “pacificación” de los indios chocoes al Presidente de la Audiencia del Nuevo Reino de Granada, dándole el título de “Superintendente de la Conquista, Reducción y Pacificación” del Chocó y con jurisdicción sobre los gobernadores de Popayán, Antioquia y Cartagena. Éstos, “habían de hacer entradas por sus confines guardando las órdenes del dicho señor presidente, y con promesa de agregación a cada gobierno, lo que por el redujese”42. Acatando la orden, el gobierno de Popayán encargó a Lope García de los asuntos del Chocó. Por su parte, el gobernador de Antioquia nombró al bachiller Antonio de Guzmán y Céspedes “Descubridor, Pacificador y fundador”, en vista de las gratas relaciones entabladas con los indios. Por otro lado, el obispo de Popayán, Melchor Liñán de Cisneros, le otorgó el título de “Misionero Apostólico”.

A Guzmán y Céspedes se le ordenó salir lo antes posible y encargarlo de recorrer la tie-rra, los ríos y cordilleras, para delimitar un camino de fácil acceso de las huestes españolas; reconocer las provincias y los yacimientos de oro, establecer un padrón de los indios y, lo más importante, negociar la paz con ellos por “medios de suavidad”43. Guzmán y Céspedes partió en 1668 del sitio de Noque, ubicado en el valle de Urrao, en compañía de tres españoles y algu-nos indios cargueros de los pueblos de Sopetrán y Sabanalarga. Ya en territorio de los chocoes encontró a sus habitantes prevenidos en contra de los españoles de la gobernación de Popayán, que al parecer habían ido a pedirles tributo por “fuerza de armas”44. El misionero recorrió el río Arquía, donde estableció relaciones amistosas con los indios, y al llegar al río Atrato navegó por éste hasta la desembocadura del río Neguá. Luego anduvo por los ríos Samugradó y Andagradó, para luego volver al asiento del cacique Tegue,

“En donde ocurrió el dicho cacique con su gente y capitanes y propuso dar la paz,

hacer iglesias y pagar tributo en la caja real de Antioquia con la condición de que

no los había de desnaturalizar de sus poblaciones ni encomendarlos en persona

particular y con la calidad que yo [el Bachiller] había de ser su cura, por el agasajo y

benignidad con que los había tratado”45.

Después de 1668 Guzmán y Céspedes realizó otras dos entradas a las provincias del Chocó. La primera en 1670 a petición del capitán Coabra para que los protegiera de los españoles que provenían de la Gobernación de Popayán, quienes presionaban a los indios a pagar tributo. Dos años

42. agN, Curas y Obispos, t. 21, f. 702r.

43. agN, Caciques e Indios, t. 11, ff. 961v–962r.

44. agN, Caciques e Indios, t. 11, f. 998r.

45. agN, Caciques e Indios, t. 11, f 964 r–v.

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después realizó otro viaje con la firme intención de poblar. En esta ocasión hizo los trámites legales necesarios para lograr la exclusividad política de la provincia de Citará. También obtuvo permiso para introducir una hueste y organizar un centro de abastecimiento (el hato de Noque) para sus expediciones. Al llegar a orillas del río Bebará solicitó a los indios que abrieran un camino de mulas para comunicar dicho río con el hato de Noque, de su propiedad.

Así mismo, después de navegar el río Atrato, reunió a varios capitanes con sus “parcialidades”, incluyendo al “cacique” Tegue, para leerles la real provisión que lo autorizaba a entrar al Chocó, mandando a Tegue a coger el documento y lo “besara y pusiese sobre su cabeza y dijera que la obe-

decía como carta de su rey y señor, que les reconocía como tal y de la misma manera hicieron todos los capitanes por sus antigüedades en presencia de todos los yndios”46. Después del “ritual” discutieron los lugares donde se debían fundar los pueblos y, al parecer, se tuvo en cuenta tanto la como-didad de los indios —para la agricultura—, como la de los españoles para la explotación aurífera. Se fundó San Joseph en el curso medio del Atrato; Santiago, un pueblo a orillas del mismo río entre las desembocaduras de los actuales ríos de Andágueda y Capá, y el último, San Pedro, ubicado sobre el mismo Atrato abajo del río Tanandó cerca del actual Quibdó. A éstos se sumó Nuestra Señora de la Candelaria, en la parte alta del río Bebará, y San Juan de Neguá, cercano a la bocana del río Naurita en el Neguá47.

Las acciones de Guzmán y Céspedes buscaban acabar con la conquista mediante las armas, el trabajo personal y la esclavitud, pues además de entrar en contradicción con los valores más fundamentales del Evangelio, eran las principales causas de los constantes ataques de los indios. Al mismo tiempo procuraban entablar una comunicación con éstos —quie-nes no aceptaban la tutoría española—, organizando reuniones políticas con las parcialidades resistentes para transmitir un mensaje de paz. Dos años después de las fundaciones del misionero, se nombró a Juan Bueso de Valdés (1634-1709) con el título de “teniente general”48. Su fin era con-quistar a los indios del Chocó mediante la fuerza, lo que chocaba con la política que promulgaba la Corona49. Éste, planeaba consolidar una línea fronteriza a lo largo del río Atrato para oponerse a las expediciones que realizaban los indios en territorio ya “pacificado”, como el piedemonte de la cordillera Occidental50.

Existía, sin embargo, una diferencia sustancial en la concepción que uno y otro se hacían de la frontera: Bueso de Valdés trataba de consolidar las

46. agN, Caciques e Indios, t. 11, f. 985r.

47. “Instrucción del descubrimiento y pacificación de la provincia del Chocó sus caminos, ríos, puertos, quebradas, amagamientos de oro, sitios de sus poblaciones y vivien-das y a donde se hizo la elección de los pueblos que se han de fundar, y el español suyo, hecho y obrado por mí. EL BACHILLER ANTONIO DE GUZMÁN, PRESBÍ-TERO, en virtud de la Real Cédula de Su Majestad, en el año de 1670, obrado en el segundo viaje que hice a dicha provincia. Enero 31 de 1671”, en Historia Documental del Chocó, 114-115; Patricia Vargas, “La fundación de pueblos en la cuenca alta del río Atrato. Siglo xvii”, Revista de Antropología 1 (1985): 68.

48. agi, Santa Fe, 204, r.3, ff. 507r-v.

49. En 1674 la reina Mariana de Austria le ordenó al gobernador de Antioquia que “por la parte de esse Gobierno [de Antioquia] que confina con la provincia del Choco trateis desde luego la rreduzion y pazificacion de los yndios de ella baliendoos asi de ministros evangelicos”. agi, Santa Fe, 204, r.1, f. 2r.

50. La hueste que comandó Juan Bueso de Valdés para entrar al Chocó estaba compuesta por veintidós soldados y treinta y dos indios cargueros del pueblo de Sabanalarga. agi, Santa Fe, t. 204, r.1, ff. 61r-62v.

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posiciones españolas y emprender regularmente entradas a la “tierra adentro” para reducir a los indios y hacer avanzar progresivamente la línea fronteriza. El bachiller Guzmán y Céspedes, en cam-bio, procuraba asegurar una infraestructura sólida donde pudieran partir los misioneros a realizar su tarea evangelizadora. Por otra parte, los pueblos fundados por el Bachiller ya no fueron conside-rados como lugares aislados e inexpugnables, sino como eslabones de una cadena de comunicación y vigilancia. En efecto, Guzmán y Céspedes concebía a los pueblos como lugares que permitían vigi-lar y proteger a los indios amigos asentados a los alrededores. Como se ha visto, los pueblos debían proteger a los indios de las expediciones lanzadas por indios enemigos como los cunacunas, a los que Guzmán y Céspedes llamaba “ladrones”, “delincuentes” e “yncapaces de razon”51.

En síntesis, la nueva política (las misiones, los pueblos, la frontera, como espacios de comu-nicación y de vigilancia) era fundamentalmente diferente a la dominante durante el período de la guerra a “sangre y fuego” desde la segunda mitad del siglo XVI. El proyecto del bachi-ller Guzmán y Céspedes tenía que ver con otro tipo de poder que ya no buscaba imponerse por la fuerza o la represión; en cambio, prefería incitar, convencer, inducir pautas de com-portamiento, transformar las costumbres e instaurar una norma común y homogénea. Dicho proyecto, además de chocar contra los intereses estrictamente materiales de soldados, enco-menderos y mineros de las gobernaciones de Popayán y Antioquia, se fundamentaba en un principio radicalmente distinto al imperante en la época52.

Con los proyectos misioneros se puede afirmar que las provincias de las tierras bajas del Pacífico entraron en la era moderna, cuyo medio de acción principal, al menos durante un primer momento, era la evangelización. Por lo tanto, el período de evangelización no fue una etapa desprovista de significado, como algunas veces se ha escrito, sino que permite entrever las primeras fisuras de la política guerrerista que tanto les gustaba a los encomenderos. Existían tres ideas claves que estructuraban el proyecto de los misioneros: vigilar, civilizar y proteger. El desplazamiento de los indios no se concebía desde una perspectiva de explotación de la fuerza de trabajo, sino como un medio para su civilización. Había que vigilar y, dado el caso, castigar a los indios; aunque era preciso también inculcarles nuevos modos de vivir, sin obligarles ni constreñirles mediante la coer-ción o la fuerza bruta. Fue así como se les distribuyeron mejores tierras para convertirlos en sedentarios con una actividad económica digna de los “verdaderos hombres”: la agricultura y la minería.

Reformar las costumbres, trasformar la organización social y política, extirpar las falsas creencias, instaurar un nuevo modelo económico y reedu-car los cuerpos y las almas fueron los aspectos del proyecto misioneros desde

51. “Descripción del río Atrato y de sus afluentes, por el bachiller Antonio de Guzmán y Céspedes. Julio 23 de 1669”, en Historia Documental del Chocó, 104.

52. Por ejemplo, cuando en 1698 el gobernador de Antioquia Fran-cisco Fernández de Heredia se querelló con Juan Bueso de Val-dés por las muchas “inquietudes” que levantaba en la ciudad de Santafé de Antioquia, salió a flote la vieja disputa que mantuvo este último con el bachiller Guzmán y Céspedes: “[…] le persiguió de calidad que se retiro a una mon-taña a donde murio con notable sentimiento de este republica”. agi, Santa Fe, t. 143, n. 1, f. 4r.

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Esmeraldas hasta el Darién. En 1632, un grupo reducido de franciscanos recorrió la costa al sur del golfo San Miguel, tratando de evangelizar los indios Idibaez y Gorgonas “que eran más de 20.000 de diversas naciones”. Rápidamente los franciscanos trataron de cambiar los hábitos de los indios obligándolos a tener cultivos fijos, a lavar oro en las quebradas y ríos y a ser monogámicos, rom-piendo con los ciclos migratorios y desestructurando la familia53. Sin embargo, no pude caerse en el error de considerar a los misioneros como unos defensores respetuosos de la cultura y del modo de vida indio. Los franciscanos, merceda-rios, capuchinos, dominicos y jesuitas mantuvieron una auténtica guerra. Eran los soldados de Cristo contra Satán y no vacilaron en oponerse a unas prácticas “bárbaras” que, como se ha visto, molestaban demasiado a sus coetáneos (sol-dados, oficiales de la Corona, encomenderos y gobernadores)54.

Con el proyecto evangelizador se entró en una etapa de proliferación de informes que relataban la organización social de los indios y zambos desde el punto de vista político, religioso y económico. Se empleó además un nuevo tipo de vocabulario en el que los hombres no “reducidos” ya no eran “rebeldes”, sino “ladrones” y “delincuentes”. El encarcelamiento o el cautiverio no eran concebidos como una manera de afirmar el poder del rey, sino como una labor de reeducación. Franciscanos, mercedarios y jesuitas hicieron lista de los miembros de las parcialidades que visitaban y establecieron géneros y categorías de indios, procediendo así a individua-lizarlos. El tipo de saber que desarrollaron los misioneros correspondió a una forma de poder que buscaba civilizar, aunque no estuviera exento de violencia. Se adquiría información para actuar con más eficacia y exten-der, intensificar e incrementar los efectos del poder.

La línea de sujeción de estas primeras misiones desde finales del siglo xvi prevaleció durante los siglos siguientes: era una lógica de imposición de normas y civilización. Con esto, la conquista de los indios del Chocó estaba garantizada. El bachiller Guzmán y Céspedes tenía claro que “no hay más que entrar a poblarlos y a bautizarlos, fundar ciudad y entrar negros y hacerse dueños de toda su riqueza y mezclados españoles con chocoes están ganadas estas provincias”55. Sin embargo, el destino le reservaba a los indios un nuevo papel en la historia de las tierras bajas del Pacífico: la resistencia ante los nuevos embates de los reformadores borbónicos y de los funcionarios del Estado republicano.

53. Fray Diego de Córdova Salinas (o.f.m.)., Crónica Franciscana de las Provincias del Perú, ed. Lino G. Canedo (Washington: Academy of American Franciscan History, 1957 [1651]), 248.

54. El jesuita Antonio Marzal escribía aterrado en la segunda mitad del siglo xvii sobre los Noanames: “[…] el tiempo que gastaba con éstos todavía parece que no era perdido, pero en aquellos tiempos es gas-tado en vano, consúmese la salud, pasándose los días y los años sin poder de ellos recabar cosa. Si se les habla de Dios hacen burla, si de las penas del infierno no lo creen; si de los vicios es lo que más aman, y en queriendo con aspereza afear su modo de vivir, dicen claramente que peor vivimos nosotros; si la reprensión es de cosas individua-les hablan tan claro que a veces quisiera no haberles puesto en plática tales cosas; tienen horror y miedo del demonio, pero parece que el mesmo miedo les ata las manos para que vivan crehiendo lo que de parte del diablo les dicen los mohanes”. “Informe sobre el Chocó”, en Los jesuitas en Colombia, ed. Juan Manuel Pacheco, S. J., vol. 2 (Bogotá: Imprenta Hijos de San-tiago Rodríguez-Burgos, 1962), 500.

55. “Instrucción del descubrimiento y pacificación de la provincia del Chocó sus caminos, ríos, puertos, quebradas, amagamientos de oro, sitios de sus poblaciones y vivien-das y a donde se hizo la elección de los pueblos que se han de fundar, y el español suyo, hecho y obrado por mí. el BaChiller aNtoNio de guZmáN, presBÍ-tero, en virtud de la Real Cédula de Su Majestad, en el año de 1670, obrado en el segundo viaje que hice a dicha provincia. Enero 31 de 1671”, en Historia Documental del Chocó, 124.

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CoNClusioNes

Este artículo buscó analizar las contradicciones existentes en las políticas coloniales aplica-das a los indios. Hasta hace poco tiempo, la historiografía colombiana y ecuatoriana abordó el problema de la conquista de las tierras bajas del Pacífico solamente bajo el prisma guerrero y desde el punto de vista del conquistador europeo. Pero la revisión de nuevas fuentes manuscri-tas permiten concluir que en esa región coexistieron dos políticas diferentes. El ciclo de guerra a “sangre y fuego” (1560-1640), que se basó en el sometimiento de los indios por medios vio-lentos; las cabalgadas (expediciones furtivas), que tenían como objetivo robar a los indios; las entradas (expediciones de más largo aliento), que buscaban sujetar a toda una provincia y casi siempre desembocaban en la fundación de una ciudad o villa; la encomienda; la esclavitud indí-gena; y el sistema defensivo de fuertes fueron las principales herramientas de los españoles. A partir de 1640, la crisis que afectó a los distritos mineros de las audiencias de Santafé de Bogotá y Quito hizo que los intereses de los oficiales de la Corona y de los vecinos españoles se orientaran hacia las tierras bajas. Estos hombres ya contaban con la experiencia de las décadas pasadas, cuando la conquista fue un costoso fracaso; por esto, tanto la política imperial como la local optaron por cambiar las estrategias de dominación que tenían como objetivo contar, clasificar y “civilizar” a los indios.

Desde la segunda mitad del siglo xvii la política que se aplicó en las tierras bajas no fue sim-plemente la de la “paz”, sino una nueva forma de sometimiento. Las misiones, la reducción de los indios en pueblos y la evangelización cristiana fueron las nuevas herramientas, tan destruc-toras como los perros y las espadas de los conquistadores.

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Purity of blood. Problems of interpretation: historical and methodological approaches

aBstraCt

This article provides both an historical basis as

well as a theoretical-methodological proposal with

which to analyze processes of racialization before

the modern period. To do so, the proposal is

framed within the debate about the possible racial-

ized character of the purity of blood laws, taking

into account the power of discourse and everyday

practices. After an historical overview both in Spain

and in the New Kingdom of Granada (fifteenth

to eighteenth centuries), the article argues that,

starting from a racial antisemitism in the Iberian

peninsula, the purity of blood became, in Hispanic

America, a strategy of colonial racialization because

it codified social relations hierarchially through

corporeal and cultural symbols.

Key Words

Race, blood, quality, color, Spain, New Kingdom of

Granada, fifteenth to eighteenth centuries.

La limpieza de sangre. Problemas de interpretación: acercamientos históricos y metodológicos

resumeN

Este artículo presenta un acercamiento histórico

y una propuesta teórico-metodológica para el

análisis de procesos de racialización previos

a la modernidad. Para cumplir con esta meta

la propuesta se inserta en el debate sobre el

posible carácter racializado de la limpieza de

sangre, teniendo en cuenta el poder del discurso

y las prácticas cotidianas. Después de hacer un

recorrido histórico tanto en España como en el

Nuevo Reino de Granada (xv-xviii), se concluye que

a partir de un antijudaísmo-racial peninsular, la

limpieza de sangre en Hispanoamérica se convirtió

en una estrategia de racialización colonial, porque

codificó las relaciones sociales de forma jerárquica

mediante símbolos corporales y culturales.

palaBras Clave

Raza, sangre, calidad, color, España, Nuevo Reino

de Granada, siglos xv-xviii.

Artículo recibido: 31

de enero de 2011;

AprobAdo: 7 de julio de

2011; modificAdo: 1 de

Agosto de 2011.

Profesor Asociado y coordinador del posgrado del Departamento de Historia, Universidad Nacional de Colombia (Bogotá, Colombia). Minor (Nebenfach) en Etnología y Magíster Artium (M.A.) en Historia por la Ludwig-Maximilians-Universität (Munich, Alemania) y Dr. phil. en Historia de la Universidad de Viena (Viena, Austria). Director del grupo de investigación Prácticas Culturales, Imaginarios y Representaciones (Categoría A1 en Colciencias). Sus publicaciones recientes son: “La limpieza de sangre en España: un modelo de interpretación”, en El peso de la sangre. Limpios, Mestizos y Nobles en el Mundo Hispánico, eds. Nikolaus Böttcher, Bernd Hausberger y Max S. Hering Torres (México: El Colegio de México, 2011), 23-54 y Cuerpos Anómalos (Bogotá: Editorial Universidad Nacional, 2008). [email protected]

Max S. Hering Torres

Historia CritiCa No. 45, Bogotá, septiemBre-diCiemBre 2011, 244 pp. ISSN 0121-1617 pp 32-55

La limpieza de sangre. Problemas de interpretación: acercamientos históricos y metodológicos

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La limpieza de sangre. Problemas de interpretación: acercamientos históricos y metodológicosÏ

iNtroduCCióN

La limpieza de sangre ha sido interpretada desde múltiples perspectivas y no existe con-senso sobre su significado en el marco de la historia del racismo. Esta tensión argumentativa es reflejo de una polémica más amplia, que gira en torno a la historicidad del racismo y a la siguiente pregunta: ¿Es el racismo un fenómeno exclusivamente moderno o es el racismo un fenómeno transhistórico? En términos históricos, ¿se manifiesta el imaginario de la ‘raza’ y la discriminación “racial” en múltiples formas o sólo en singular? Los objetivos de este artículo son primero, precisar el problema mediante algunas anotaciones historiográficas; segundo, desarrollar un acercamiento histórico al problema; y tercero presentar una abstracción con-ceptual y teórica para proponer formas de indagación ante el problema de interpretación.

1. proBlema

A continuación no se pretende presentar un balance historiográfico exhaustivo, sino simplemente comentar algunas voces para explicitar el problema. Se trata de una vieja polémica, sólo parcialmente superada, que recientemente volvió a ser impulsada. Cecil Roth denominó —en los años cuarenta del siglo xx— el pensamiento español de la limpieza de sangre como “racial antisemitsm” y como “fifteenth century precedent for the Aryan legislation of the twentieth”1. Albert Sicroff, en los años sesenta, no vaciló en denominar los pogromos de 1391 como un “sentimiento racista”2, y el célebre historiador español Antonio Domínguez Ortiz consi-deró la doctrina de la limpieza de sangre como “puro racismo”3.

Ï Este artículo es resultado del trabajo de investigación realizado por el autor como Profesor Aso-ciado del Departamento de Histo-ria de la Universidad Nacional de Colombia (Bogotá, Colombia). No contó con fuentes de financiación específicas para el proyecto.

1. Cecil Roth, “Marranos and Racial Anti-Semitism: A Study in Paral-lels”, Jewish Social Studies 2: 3 (1940): 243.

2. Albert Sicroff, Los estatutos de lim-pieza de sangre. Controversias entre los siglos xv y xvii (Madrid: Taurus, 1985), 47.

3. Antonio Domínguez Ortiz, Los judeoconversos en España moderna (Madrid: mapfre, 1993), 138.

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Sin embargo, otro grupo de historiadores se distanciaron de la ante-rior postura. En los años cuarenta, Guido Kisch contradecía a Cecil Roth y afirmaba: “The racial concept and doctrine have no foundation in medie-val law either ecclesiastical or secular”4. Márquez Villanueva refutaba en el mismo tenor cualquier significado racista de la limpieza por no basarse en biologismos indelebles; por el contrario, señalaba su carácter social y religioso5. A estas posturas se han sumado en los últimos años plantea-mientos novedosos que han intentado matizar la argumentación histórica con relación a la Edad Moderna. Por ejemplo, los trabajos de Walz con su propuesta sobre el racismo genealógico, los de Yerushalmi y su plantea-miento del protorracismo, las investigaciones de Nirenberg en las que se reconstruyen significaciones de la ‘raza’ de la Baja Edad Media, las nuevas interpretaciones de Sicroff en las que consigna el “giro racismo religioso”, la investigación de Kathryn Burns sobre el “racismo castellano” y, por mi parte, presenté hace algunos años la hipótesis sobre los racismos como “variables camaleónicas” 6.

Aunque los anteriores planteamientos abrieron nuevas perspectivas interpretativas, su desventaja radica en la falta de diálogo con el pasado americano, falencia que se ha venido compensando recientemente gracias a los trabajos de Martínez. Pero mientras estos historiadores ignoraron la perspectiva transatlántica, en la historiografía hispanoamericana también se desconoció la perspectiva peninsular. En el reciente trabajo editado por María Eugenia Chaves, Genealogías de la Diferencia, la editora se pregunta: ¿es posible identificar el saber que sobre los africanos escla-vizados se construye en el mundo colonial con los conceptos de raza y de relaciones raciales? A esta curiosidad responde: “Si aceptamos que el marco de significación de las diferencias

anclado en los conceptos de raza y de diferencias raciales emerge

desde mediados del siglo xviii en el contexto de la decadencia del

poder colonial ibérico y de la consolidación de nuevas potencias

coloniales del norte de Europa, la aplicación de estos conceptos

resulta evidentemente anacrónica”7.

Comparto parcialmente la respuesta de Chaves. De hecho, en parte también he argumentado así en otros trabajos8. Concuerdo en que —a la

4. Guido Kisch “Nationalism and Race in Medieval Law”, Seminar: An Annual Extraordinary Number of ‘The Jurist’ 1 (1943): 71-73.

5. Francisco Márquez Villanueva, “The Converso Problem: An Assessment”, en Collected Studies in Honour of Américo Castro’s Eighti-eth Year, ed. M. Hornik (Oxford: Lincombe Lodge Research Library, 1965), 324.

6. Rainer Walz, “Der vormoderne Antisemitismus: Religiöser Fanatismus oder Rassenwahn?”, Historische Zeitschrift 260 (1995): 719-748¸ Josef Hayim Yerushalmi, Assimilation and Racial Anti-Semitism: The Iberian and the German Models (New York: Leo Back Institute 1982); David Nirenberg, “Was there race before modernity? The example of ‘Jewish’ blood in late medieval Spain”, en The Origins of Racism in the West, eds. Miriam Eliav-Feldon, Benjamin Isaac y Joseph Ziegler (Cambridge University Press, 2009), 232-264; Albert Sicroff, “Spanish Anti-Judaism: Anti-Judaism: A Case of Religious Racism”, en Encuentros Desencuentros. Spanish Jewish Cultural Interaction Throughout History, eds. Carlos Carrete Parrondo et al. (Tel Aviv: University Publishing Projects, 2000), 592; Kathryn Burns, “Deses-tabilizando la raza”, en Formaciones de indianidad. Articulaciones raciales, mestizaje y nación en América Latina, ed. Marisol de la Cadena (Popayán: Envión Editores, 2007), 38; Max S. Hering Torres, “Limpieza de sangre ¿Racismo en la Edad Moderna?”, Tiempos Modernos. Revista Electrónica de Historia Moderna 9 (2003) y Rassis-mus in der Vormoderne. Die Reinheit des Blutes im Spanien der Frühen Neuzeit (New York and Frankfurt: Campus Verlag, 2006).

7. María Eugenia Chaves: “Introduc-ción”, en Genealogías de la Diferen-cia (Bogotá: Editorial Pontificia Universidad Javeriana, 2009), 12.

8. Max S. Hering Torres, “Limpieza de sangre ¿Racismo en la Edad Moderna?”.

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luz de los trabajos de Edmundo O’Gorman, de Enrique Dussel y de Aníbal Quijano— no es con-veniente proyectar los conceptos de raza y racismo de la modernidad al pasado colonial. Pero, por otro lado, creemos que aunque los conceptos de raza y las diferencias raciales emergen en Europa desde mediados del siglo xviii, existen manifestaciones previas sobre la ‘raza’ con sig-nificados históricos variables e independientes que permitieron procesos de racialización. En el marco de la limpieza de sangre tanto en España como en Hispanoamérica, existieron otras conceptualizaciones sobre la raza, anteriores y con otros significados situados históricamente9 que encapsulan conceptos disímiles, articulados a la pureza, la casta, el color y la calidad: jun-tura conceptual que se deja constatar con diferencias regionales a partir de la normatividad, los discursos y la cotidianidad.

2. aCerCamieNto históriCo al proBlema

Teniendo en cuenta este panorama historiográfico, es posible constatar que el debate ha caído en posturas un tanto polarizadas. Por un lado, algunos académicos niegan cualquier posi-bilidad de racialización antes de la modernidad10. Por otro, algunos científicos sociales postulan la existencia del racismo en la Edad Moderna europea y en la colonia, proyectando la raza y el racismo de la modernidad al pasado colonial (Quijano11), e incluso algunos han pretendido elaborar una historia lineal sobre el racismo como algo que tuvo su inicio en la limpieza de sangre y que desembocó en el Tercer Reich (Friedman, Poliakov12). Pienso que existe la posibilidad de hilar de forma diferente, de hecho, entre estas posturas y abrirse a otros planteamientos y formas de preguntar, teniendo en cuenta una perspectiva histórica que no sólo dialogue entre el pasado peninsular y el colonial, sino que evite una supuesta singularidad del racismo moderno como requisito sine qua non de la racialización. A continuación propongo argumentos del porqué se podrían revisar las anteriores opiniones y optar por un camino para reflexionar históricamente sobre los procesos de racialización histórica rescatando su polifonía y su ductilidad sin soslayar analogías y diferencias.

2.1. formas de exClusióN y espeCifiCidad de la limpieZa de saNgre

En Europa, tanto en la Edad Media como en la Edad Moderna, la exclu-sión era parte de la cotidianidad. La sociedad estamental diferenciaba sus individuos a través de su pertenencia social, zanjada por los imaginarios del nacimiento y la sangre. Si bien existieron vías de ascenso social, no es atrevido afirmar que dicha sociedad era jerárquica. La fama y el honor

9. Michel-Rolph Trouillot, Global Transformations. Anthropology and the Modern World (New York: Palgrave Macmillan, 2003), 98.

10. Julio Arias y Eduardo Restrepo, “Historizando raza: propuestas conceptuales, y metodológicas”, Crítica y Emancipación. Revista Latinoamericana de Ciencias Sociales 3 (2010): 46-65.

11. Aníbal Quijano, “Colonialidad del poder, eurocentrismo y América Latina”, en La colonialidad del saber: eurocentrismo y ciencias sociales. Perspectivas latinoamerica-nas, ed. Edgardo Lander (Caracas: faCes/uCv/Unesco, 2000), 281-348.

12. Jerome Friedman, “Jewish Conversion, the Spanish Pure Blood Laws and Reformation: A Revisionist View of Racial and Religious Antisemitism”, The Sixteenth Century Journal 18 (1987): 3-29; Leon Poliakov, Geschichte des Antisemitismus. Die Marranen im Schatten der Inquisition, vol. iv (Worms: Verlag Georg Heintz, 1981), 67, 84, 170, 206 y 150.

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eran principios que determinaban la inclusión y la exclusión en el marco del orden estamental. El honor se derivaba del linaje, del oficio y del estamento y operaba como capital simbólico. Con todo, el honor no era innato, inmutable y perpetuo: debía ser custodiado y protegido. La honra no constituía una categoría cerrada y podía ser variable: los criminales, los vagabundos, los magos, los verdugos, los sepultureros y las prostitutas, todo ellos eran percibidos como des-honrados —por supuesto—, sin olvidarnos de los herejes y los judíos13.

Los judíos eran vistos como discípulos de una doctrina irracional, sin salida alguna, con-denada a la eternidad del infierno y como un pueblo deicida. Se tomaban además como responsables de epidemias, de la profanación de hostias y de asesinatos rituales, e incluso se estigmatizaban como encarnación de la perfidia, la usura y la traición. En la Península Ibérica, el antijudaísmo medieval recrudeció cuando en las cortes de Zamora (1301), Valladolid (1322) y Madrid (1329) y en el concilio de Salamanca (1335) se presentaron numerosas peticiones para desbancar a las odiadas élites financieras judías. Aunque los reyes protegían a los judíos ofre-ciéndoles amparo al ser definidos como parte de sus propiedades, dicha relación de protección y dependencia comenzó a fenecer cuando, el 30 de octubre de 1377, el rey Enrique II (1334/5-1379) autorizó una serie de demandas antijudías en las cortes de Burgos. Fue éste un primer paso hacia la oficialización de la exclusión de los sefardíes, que desembocó en los motines de 1391. En pocas palabras, los judíos representaban un minoría odiada, pero visible y controlada. Con todo, es evidente que las sociedades ibéricas se caracterizan por una normatividad y unas prácticas judeofóbicas, que obedecía al antijudaísmo clásico de la Edad Media en Europa.

Pero en Castilla a mediados del siglo xv se forjó una doctrina singular en el contexto europeo: a partir de la articulación del pensamiento genealógico con el antijudaísmo, se configuró el prin-cipio de la limpieza de sangre como una modalidad específica de exclusión, al diferenciarse de los procesos generales de segregación de aquel entonces. Como consecuencia de los motines de 1391 y, más adelante, de la expulsión de los judíos en 1492, se inició una ola de conversión religiosa de la minoría judía. Su objetivo, a finales del siglo xiv, había sido sobrevivir los motines medievales y, en las postrimerías del siglo xv, conservar su hogar y evitar la diáspora sefardí. A raíz de este proceso de asimilación forzosa acaeció un proceso de mimetización sociocultural. La otredad de los judíos —visible a través de su atuendo, su vivienda, sus ritos religiosos y sus prácticas alimenticias— pasaron a la invisibilidad. La invisibilidad significó llevar las prácticas culturales a la ilegalidad, a lo subalterno y a lo críptico; pero con el paso del tiempo, durante el siglo xviii, el judaísmo des-apareció progresivamente bajo el manto del cristianismo. Durante las conversiones entre 1391

y 1492 los judíos pasaron a ser cristianos, accediendo a nuevos privilegios, pero también a nuevas obligaciones. Así, conformaron un nuevo grupo, en teoría libre de ataduras antijudías, que se esforzaba por alcanzar nuevas 13. Richard van Dülmen, Der Ehrlose

Mensch. Unehrlichkeit und soziale Ausgrenzung in der Frühen Neuzeit (Köln: Böhlau, 1999), 1.

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estructuras de poder. Este proceso de aculturación suscitó sospechas, envidias y un profundo miedo en la sociedad, debido a que los neófitos provenientes del judaísmo ya no eran visibles y empezaban a hacer parte integral de la sociedad cristiana. Por consiguiente, se elaboró una nueva definición legal del judeoconverso para visibilizar aquello que ya no era visible: su pasado, esto es, su origen, rastreable solamente a partir de la sangre. Debido a los intentos de homogeneización cristiana, la pertenencia religiosa dejó de ser motivo de exclusión, pero no así el origen religioso.

Matizar lo anterior es importante porque, a pesar de los puntos de encuentro, los elementos de diferenciación obedecían a lógicas disímiles. El argumento principal era el siguiente: en los cuerpos de los judeoconversos, pese a su pertenencia al cristianismo, la sangre judía tenía una incidencia negativa sobre su moralidad y su conducta. La sangre de los neófitos influenciaba su ser de tal forma que, siendo cristianos, según los cristianos viejos, se seguían comportando como judíos. Dicho de otra forma, la conexión entre las características de la sangre y la con-ducta se había perpetuado e inscrito en el cuerpo cristiano cuando se evidenciaba un origen judío. Sería prematuro hablar de un sistema de la limpieza de sangre totalmente consolidado para mediados del siglo xv, pues apenas se establecían sus fundamentos. Sobre la base de la sentencia-estatuto implementada en el Consejo de Toledo en 1449, se expulsaron catorce judeoconversos de sus oficios. La nueva norma, pronunciada en medio de una sublevación urbana en contra de los impuestos reales, estipulaba lo siguiente:

“[…] que los conversos de linaje de los judios, por ser sospechosos en la fé de nuestro

Señor e Salvador Jesuchristo, en la qual frecuentemente bomitan de lijero, judaizando,

no pueden haber oficios ni beneficios públicos ni privados tales por donde puedan

facer injurias, agravios e malos tratamientos a los christianos viejos lindos”14.

Como se aprecia, el concepto de ‘limpieza’ todavía no emerge; en cambio, sí el de lindos. Según Menéndez Pidal y Antonio Domínguez Ortiz, el término ‘lindo’ se puede entender como un antecedente conceptual de la limpieza, considerando que los términos ‘lindo’ y ‘limpio’ se derivan de limpidus (que es en realidad ‘impecable’)15. En el último tercio del siglo xv, muy probable-mente, se equiparó ‘lindo’ al concepto de ‘limpieza’. Cabe señalar que apenas era una categoría jurídica incipiente, con crasas dificultades para ser realmente imple-mentada en el Concejo de Toledo. Pese a sus inconsistencias jurídicas, empezaba a operar un argumento de exclusión que no tomaba por objeto la pertenencia reli-giosa, sino el linaje religioso, con lo que se convertía en un instrumento en contra de la asimilación. Los estatutos de limpieza de sangre, pese a sus endebles bases jurídi-cas, se convirtieron en objeto de disputa, pero se difundieron progresivamente con el consentimiento tanto del rey como del Papa en variedad de instituciones. En las

14. Antonio Martín Gamero ed., Historia de la ciudad de Toledo (Toledo: Imprenta de Severiano López Fando, 1862), quien editó la “Sentencia que Pedro Sarmiento, asistente de Toledo, y el común de la ciudad dieron en el año 1449 contra las conversos”, 1036-1040; para la cita 1037.

15. Antonio Domínguez Ortiz, La clase social de los conversos en Cas-tilla en la Edad Moderna (Granada: Universidad de Granada, 1991), 13, nota al pie 9.

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instituciones que se implementaron los estatutos de limpieza de sangre, los aspirantes a cualquier oficio o beneficio se debían someter a una investigación genealógica para evidenciar que tenían “sangre limpia”, es decir, que no tenían antepasados judíos o musulmanes. En otras palabras, la limpieza de sangre definió como objeto de discriminación las minorías neófitas. Como se sabe, los estatutos se implementaron en algu-nas provincias como Guipúzcoa (1482), Vizcaya (1511) y Villa de Espinosa de los Monteros16; en las órdenes religiosas, en los Colegios Mayores y Cabildos Catedralicios, así como en las órdenes militares, en la Casa de la Contratación (1510) y, por supuesto, en el Santo Oficio de la Inquisición. Para mediados del siglo xv, las con-versiones eran un hecho reciente por lo que el pasado genealógico era fácilmente rastreable. No obstante, dos y tres generaciones más tarde, el pasado se hacía cada vez más difícil de reconstruir. Así las cosas, se puede constatar un fenómeno de adaptación, que hizo imprescindible no sólo crear un sistema burocrático de investigación, que permitiera administrar el saber genealógico, vigilar y controlar, sino también visibili-zar la diferencia más allá de los imaginarios en torno a la sangre, la moral y el pasado.

2. 2. CoNtagio, hereNCia y raZa: disCursos y CotidiaNidades eN españa

Según la doctrina cristiana, la verdad es una categoría absoluta e incuestionable además de una exigencia vinculante que no tolera desviaciones en cuestiones de fe. Los defensores de la lim-pieza transfirieron este monopolio de la verdad, derivado del fideísmo, para justificar las normas y las prácticas de la limpieza de sangre. El cronista Andrés Bernáldez (1450-1513), en el espíritu dogmático de la época, caracterizaba a los judíos con la “perpetua ceguedad” explicando por qué nunca “quisieron dar el oído a la verdad; antes engañados por el falso libro del Talmud”. Por ello, exigía “la leña, que será necesari[a] arder hasta non quede ninguno, e aun sus fijos, los que era de veinte años arriba; e si fueron tocados de la misma lepra, aunque tuviesen menos”17.

Las imaginerías sobre el error y la perfidia de los judíos se construyeron a partir de la verdad cristiana y se compararon metafóricamente con la lepra. Así las cosas la lepra, aparte de ser una enfermedad real, se convirtió en una metonimia para señalar la falta de creencia. Pero la metoni-mia no era algo inocente. Con ella se rescató el principio del contagio y de herencia de la impureza

como algo real, tangible e incluso observable. La metonimia era realidad y ficción a la vez: la impureza de sangre no era lepra, esto era ficción, pero tam-bién realidad en la medida en que la impureza se heredaba según las lógicas del contagio de una enfermedad. El contagio a partir de la herencia se expli-caba con el principio de la pureza levítica, mediante el principio del pecado y se sustentaba adicionalmente a partir de una errática interpretación del pecado original y la crucifixión de Jesucristo18.

Antes de que se desarrollara la idea de la limpieza de sangre, las visiones sobre la herencia se desprendían de las teorías sobre las diferencias estamentales

16. Se desconoce la fecha.

17. Andrés Bernáldez, Memorias del reinado de los Reyes Católicos, eds. Manuel Gómez y Juan de Mata Carriazo y Arroquia (Madrid: CsiC, 1962), 103 y 251-252.

18. Para profundizar los elementos teológicos en la sustentación de la limpieza de sangre, véase: Max S. Hering Torres, Rassismus in der Vormoderne, 133-156 y, “Limpieza de sangre en España”, 23-54.

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heredadas por la sangre. Lo que llama la atención es que en este contexto se utilizara un imaginario sobre la ‘raza’, sujeto a la época y que operaba como sinonimia de “linaje”. En la obra Corvacho (1438), de Alfonso Martínez de Toledo, se señala que las virtudes y los vicios de un linaje estamental se heredan, sin importar el contexto social. La inevitable conclusión del autor era que un labra-dor siempre será labrador y un caballero siempre caballero —sin importar si se educan en contextos sociales diferentes—. “Esto procura naturaleza; asy lo verás de cada día en los logares do byvieres, que el bueno e de buena rraça toda-vía rretrae dó viene, e el desaventurado, de vil rraça e linaje, por grande que sea e mucho que tenga, nunca rretraerá synón a la vileza donde desciende”19. Revelador es que ‘raza’ en este pasaje se utilizaba como sinónimo de linaje y se relacionaba con la idea de herencia inmutable de virtudes o vicios que se naturalizaban a partir del origen. Independiente de este discurso, el humanista Antonio Nebrija (1441-1522) consigna en su Diccionario (1495) significaciones diferentes haciendo referencia a panni raritas, que traduce del latín al castellano con “raça del paño”, o sea una rareza o un defecto en los paños20.

Si bien la palabra ‘raza’ representa una variedad de significados, por ahora no manifestaba un enlace con el imaginario de la “limpieza de san-gre”. Pero es importante constar que ‘raza’ significaba, en la segunda mitad del siglo xv, ‘linaje’ y también ‘defecto’. A mediados del siglo xvi, en el con-texto de la limpieza de sangre, estas dos significaciones se articularon para expresar la conceptualización sobre la herencia de un defecto, es decir, la herencia de la impureza genealógica, de un desperfecto, heredable como una enfermedad. En el debate llevado a cabo en el Cabildo Catedralicio de Toledo en 1547, en relación con la implementación de los Estatutos de la Limpieza de Sangre, el arzobispo Juan Martínez de Silíceo indicaba: “[...] se propuso un estatuto por nos Arzobispo de Toledo en esta Santa Iglesia en el cual se contenía desde aquel día en adelante todos los Benefiziados de aquella Santa Iglesia a Dignidades como Canonigos Razioneros Capellanes y clerizones fuesen xristianos Viejos sin raza de Judio ni de Moro ni hereges”21. De la mano de lo anterior, se puede observar una “simbiosis conceptual” entre “impureza” y ‘raza’, porque el concepto de ‘impureza’ sólo podía exis-tir si existía un defecto en el linaje, heredable genealógicamente. En otras palabras, la ‘raza’ representaba una sinonimia de impureza y, donde se cons-tataba limpieza, no existía defecto, no había raza22.

19. Alfonso Martínez de Toledo, Corbacho, o reprobación del amor mundano (Barcelona: Zeus, 1971 [1438]), 59-60.

20. Antonio Nebrija, Vocabulario español-latino (Madrid: Real Aca-demia de la Lengua, 1951 [1495]), f. lxxxvir.

21. Max S. Hering Torres, Rassismus in der Vormoderne, 220-221.

22. A manera de ejemplo, véase los siguientes pasajes documentales para un apoyo empírico adicional: “Raza en los linages se toman en mala parte, como tener alguna raza de Moro, o Judio”. Sebastián de Covarrubias Orozco, Tesoro de la lengua castellana o española (Madrid: Luis Sanchez 1611), 896; “Limpio: si dice taluolta in Spagna. Colui che è Christiano vecchio, e che non há razza, ne dependenza da Moro, ne Giudeo”; “raca: ne lignaggi, o famiglie si piglia in mala parte, e vale. Mala descenza como de Moro ó Giudeo”. Lorenzo Franciosini Fio-rentino, Vocabolario español, e italiano, vol. ii, (Rom: nella stamperia d. R. Cam. Apost. 1638); “[…] que son los limpios Christianos viejos, sin raza, macula, ni descendencia, ni fama, ni rumor dello”. Bartolomé Jiménez Patón, Discurso en favor del Santo y loable estatuto de la limpieza (Granada: Andres de Santiago Palomino, 1638), f. 8; “vn ministro de el Rey, Christiano viejo, sin raza, a quien su calidad tenia en lugar merecido”. Vicente da Costa Matos, Discurso contra los judíos (Salamanca: Antonia Ramirez, 1631), 12 y “En los linages de Christianidad vieja inmemorial, como sabe que aya auido tantos Hereges, como son los que tiene alguna raza?” Gerónimo de la Cruz, Defensa de los Estatutos y noblezas espa-ñoles: destierro de los abusos y rigores de los informantes (Zaragoza: Hospital Real y General de nuestra Señora de Gracia, 1637), f. 139.

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Pero más allá de lo anterior, es importante señalar las dimensiones que adquiría el imagi-nario sobre la mancilla de la ‘raza’. En la obstinación por sustentar el sistema de la limpieza de sangre a finales del siglo xvi y en la primera mitad del siglo xvii se extiende la significación de la impureza como significación corporal. Se encuentran afirmaciones sobre cómo la ‘raza’ podía manchar, sobre cómo se hereda la impureza a través de la leche de las nodrizas moriscas y judeoconversas, sobre las matrices impuras, sobre flujos menstruales y hemorroides como sín-tomas del origen impuro23. Castejón Fonseca incluso desarrollaba descripciones de la “perfidia judía” y del carácter “bullicioso inclinado a la negociación”, como una cuestión de origen y de carácter heredable. Incluso planteaba que las anteriores características se dejaban comparar con la herencia del veneno: “[l]as inclinaciones proceden de los humores: estos recivimos de nuestro ascendientes, de qualquiera podemos recibir este veneno”24.

Lo anterior demuestra que las relaciones sociales se estructuraron por medio de la significación del cuerpo en términos teológicos, aristotélicos y humoral-patológicos, con el fin de construir colectividades diferenciadas. Es clave que el concepto irrefutable de la verdad cristiana se ampliara mediante la significación del cuerpo como sinonimia de la verdad, diferenciándolo del antijudaísmo tradicional de ese entonces, pero sin que adquiriera las dimensiones del antisemitismo del siglo xix y xx25. ‘Raza’ significaba man-cha, linaje maculado, no representaba una categoría de orden global.

Ahora bien, el despliegue de la limpieza de sangre a nivel discursivo es una cosa, su significación social en la cotidianidad otra. Veamos un caso específico de principios del siglo xvii para ver cómo se manifestaban las teorías del contagio, de herencia, de la impureza y de la ‘raza’ en las prácticas cotidianas.

El 11 de agosto de 1612, el presbítero Francisco Fernández de Ribera se postuló para desempeñarse como notario inquisitorial en Jodar, un pueblo a cuarenta kilómetros al oriente de Jaén, ubicado en la jurisdic-ción del tribunal de la Inquisición de Córdoba. Así las cosas, tuvo que presentar su genealogía y pagar doscientos reales para iniciar las inves-tigaciones genealógicas. Los informadores viajaron a la región para escrudiñar el pasado del candidato, según un interrogatorio preesta-blecido de once preguntas. A partir de este documento, se inquirió a múltiples testigos para establecer si conocían al aspirante y a su familia, si era hijo legítimo, si existía sentencia inquisitorial en su contra o en contra de algún familiar y cuál era su pasado genealógico para poder

23. Francisco Torrejoncillo, Centinela contra Judíos (Madrid: Julián de Paredes, 1674), 12, 22; Juan de Pineda, Treynta y cinco dialogos familiares de la agricultura cristiana, vol. i (Salamanca: Pedro de Adurca, 1589), f. 112; Pedro Aznar Cardona, Expulsión Justificada de los Moriscos Españoles, Dividida en dos Partes (Huesca: Pedro Cabarte, 1612), ff. 20-21 y Juan de Quiño-nes, Al illvstrissimo y Reverendis-simo Señor, Don Fray Antonio de Stomayor, en Biblioteca Nacional, Madrid-España, V. E. 8/16.

24. Diego Castejón Fonseca, Primacia de la Santa Iglesia de Toledo, vol. ii (Madrid: Diego Díaz de la Carrera, 1645), ff. 1026-1030.

25. Según Arendt, el antijudaísmo hace referencia a un odio reli-gioso y el antisemitismo a un odio que se distancia parcial-mente de lo teológico y define al judío como una raza inferior. Hannah Arendt, Elemente und Ursprünge totaler Herrschaft (Mün-chen and Zürich: Piper, 2003), 19; véase también Peter Herde, “Von der mittelalterlichen Judenfeind-schaft zum modernen Antisemi-tismus”, en Geschichte und Kultur des Judentums, eds. Karl-Heinz Müller y Klaus Wittstadt (Würz-burg: Schöningh, 1988), 31.

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comprobar su limpieza. El último aspecto se averiguaba mediante la siguiente pregunta “si saben que” el pretendiente y sus antecedentes familiares “todos y cada uno de ellos an sido y son Christianos viejos, limpios, de limpia sangre, sin raça ni macula, ni descendencia de Iudios, Moros ni conversos, ni de otra secta nueuamente conuertidos, y por tales son auidos y tenidos, y comunmente reputados”26.

Los primeros veintiséis interrogados declararon casi en su totalidad en contra del can-didato; sólo dos se abstuvieron. Conforme a las declaraciones, se manifestaba que los antepasados del candidato habían desempeñado oficios estigmatizados como viles y judíos (sastrería, comercio, zapatería) y que algunos de ellos habían portado sambenito27. Además, los testigos señalaban la ubicación de la vivienda de los padres de Francisco, indicando la calle (Hornos) Franco, cerca a la capilla de San Andrés en Jaén. Una precisión con fatales consecuencias, porque la capilla era la otrora sinagoga en medio de la antigua judería. Otro testigo, Diego de Orozco Godoy, recordaba que se escuchaba decir que sus familiares viajaban a Oran “a bisitar a un deudo suyo judio que se decia cansino”, y que todos ellos eran notorios confesos. Otro declarante afirmaba que al bisabuelo materno, Alonso de Lucena, lo habían apodado cariquemao a raíz de una sentencia inquisitorial28. Sobre estas y otras acusaciones, el 18 de septiembre de 1612 se cerró el caso. El informador Martel de Viedna consignaba su parecer en contra del candidato: “[…] estos testigos […] dizen que esta gente no son limpios y la publica voz y fama es en esta ciudad que son conversos”29. Solo faltaba esperar la sentencia del Santo Oficio, y en contra de cualquier expectativa, el candidato interpuso una apelación denunciando las tensiones y los resentimientos entre su familia y las familias de los testi-gos. El argumento principal era que dos testigos contrarios a él habían solicitado la mano de su hija, acompañando su petición con regalos, pero ésta había sido declinada —hecho que había suscitado un profundo resentimiento—. Además, denunciaba que no sólo el notario, sino el informador del caso, tenían nexos de amistad con sus enemigos. Esta imputación estaba apa-rentemente sustentada, porque al informador encargado le retiraron el caso30. Debido a la destitución todo parecía empezar de nuevo, pero cual-quier esperanza que hubiera tenido el candidato, se esfumó.

El 9 de octubre, el fiscal inquisitorial declaraba al aspirante “confesso notorio por muchas partes y […] que debe ser castigado por su atreve-miento de que se puede presumir muy mal, por que es tanto confeso como le toca y tanta notoriedad parece imposible que el no supiese, y por la auto-ridad del Sacto Offcio parece que assi combiene”31. Francisco Fernández de Ribera no se resignó y el 8 de diciembre de 1612 complementó su apelación:

26. “Informaciones genealógicas de Francisco Fernández de Ribera”, en Archivo Histórico Nacional (ahN) Madrid-España, Fondo Inquisición Córdoba, leg. 5245, caja 1, exp. 4, f. 3.

27. ahN Madrid, “Informaciones genea-lógicas”, ff. 28-29, 35-37 y 50-51.

28. ahN Madrid, “Informaciones genealógicas”, ff. 82–96.

29. ahN Madrid, “Informaciones genealógicas”, f. 56.

30. ahN Madrid, “Informaciones genealógicas”, f. 6.

31. ahN Madrid, “Informaciones genealógicas”, f. 96.

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elaboró preguntas críticas en contra de las versiones de los testigos, e incluso entregó una genealogía reconstruida por parte del alcalde de Jaén. En ella y según cuarenta y dos nuevos testigos el candidato era limpio de sangre. Su iniciativa fue prácticamente ignorada, y también cuatro años después al haber presentado toda clase de material probatorio (acta de bautizo, testamentos, etc.). El 23 de agosto de 1630, catorce años más tarde, un notario señalaba que el conjunto de los documentos no justificaba la reapertura del caso.

Esta información prueba que la fama representaba un argumento maleable e incluso arbi-trario que, durante las declaraciones de los testigos, podía adquirir diferentes significaciones. Es claro que para un grupo de testigos el candidato era puro, para el otro el aspirante tenía ‘raza’, es decir, era impuro. La memoria colectiva no era constante en la medida en que estaba confor-mada por contenidos variables, manipulables y, en muchos casos, obedecía a lógicas grupales. En el dinamismo entre el sistema normativo, los discursos y la realidad social se configuraban nuevos espacios de agencia, que no correspondían necesariamente con las estructuras, porque en la interacción entre sujeto y norma se desplegaban nuevas prácticas, se construían nuevas sig-nificaciones y se perfilaban diferentes ideas. Los individuos estaban sujetos a una normatividad estructurante, pero en la medida en que éstos podían reproducir diferentes significaciones, el sistema también podía desarrollar en la interacción con el individuo nuevos efectos e impactos.

La limpieza de sangre se trasluce en el marco estudiado como un racismo antijudío que opera con base en elementos conceptuales como el contagio, la impureza, la herencia y la ‘raza’ como defecto del linaje. Estos principios discursivos, en la cotidianidad, se traducían como un sistema manipulable que excluía o incluía, según la impureza o pureza del candidato fabricada por la voz pública. No se excluía por la pertenencia religiosa, se excluía en razón de un origen del cual se temía se pudiese derivar un comportamiento inmoral debido a la impureza de la sangre, a la raza en la sangre. Con el giro racismo-antijudío se intenta rescatar el siguiente argumento. Es racista porque, a partir de imaginarios sobre el pasado, la herencia, el cuerpo y el contagio excluye y hace inferior en términos operativos, y antijudío (no antisemita) porque su fundamentación teológica-aristotélica pertenece a una tradición anterior a la modernidad.

2. 3. impureZas, Colores y Calidades: disCursos y CotidiaNidades eN amériCa En América, al igual que en la Península Ibérica, la impureza de sangre se aplicó en contra

de aquellas personas que se convirtieron al cristianismo. A pesar de esta analogía normativa, es indudable que en las colonias adquirió nuevas dimensiones prácticas y discursivas. La pre-sencia indígena, los esclavos y el proceso de mestizaje entre todos estos grupos, incluyendo al español, conllevaron a una metamorfosis que incluso incidió en la metrópoli. El clérigo bene-dictino y obispo de Pamplona, Prudencio de Sandoval (1553-1620), presentó una simetría entre

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la impureza de la sangre, la raza de los neófitos de España y el color negro de la piel. En su obra Historia de la vida y los hechos del emperador Carlos v afirmaba:

“Hizose en este año de 1547 en la santa Iglesia de Toledo por orden de su Arçobispo

Don Ioan Martinez Silizco el santo y prudente estatuto, de que ninguno que tuuiesse

raza de confesso pudiesse ser preuendado en ella. […] porque donde ay alguno de

tan mala raza, pocas vezes la ay, que es tan maligna esta gente que vasta vno, para

inquietar a muchos. Non condeno la piedad Christiana que abraza a todos; que erraria

mortalmente, y sè que en el acatamiento diuino, no ay distincion del Gentil Fal Iudio;

porque vno solo es el Señor de todos. Mas [¿] quien podra negar, que en los descen-

dientes de Iudios permanece, y dura la mala inclinacion de su antigua ingratitud y mal

conocimiento, como en los negros el accidente inseparable de su negrura?”32.

En su reflexión histórica hacía referencia a la implementación de los estatutos de limpieza de sangre en el Cabildo Catedralicio de Toledo, preconizada por su arzobispo, Silicio Martínez, un férvido apologista castellano de la limpieza de sangre a mediados del siglo xvi. Para esta época, el arzobispo de Toledo había utilizado el término ‘raza’ por primera vez en el contexto de la limpieza, haciendo refe-rencia al linaje y a la negación del acceso de los judeoconversos a oficios y beneficios eclesiásticos. Así mismo, Prudencio Sandoval señalaba la reprobable moralidad de los conversos que, según él, consti-tuía una constante en el tiempo. A partir de esta apócrifa deducción, el autor proyectaba el principio de inmoralidad y lo inscribía, por analogía, en la negrura, entendiéndola, en términos aristotélicos, como ‘accidente’. De ahí concluye “[q]ue si bien mil vezes se juntan [los negros] con mujeres blancas, los hijos nacen con el color moreno de sus padres. Assi al Iudio no le basta por tres partes hidalgo, o Christiano viejo, que sola vna raza lo inficiona, y daña, para ser en sus hechos de todas maneras Iudios dañosos por estremo en las comunidades”33. En virtud de lo anterior, el color “negro” operó no sólo como una metáfora de la servidumbre34, sino también como significación de amoralidad que permitía visualizar el contagio, la impureza y el vicio del linaje como factores heredables. El poder colonial señaló a los nativos plebeyos y a los africanos como fuente de impureza y perci-bió cualquier mezcla entre, y con ellos, en términos negativos. La invisibilidad de la impureza en el contexto ibérico se comenzó a visibilizar en las colonias a través del cuerpo. Es importante rescatar que la nobleza indígena fue decla-rada pura y, en este sentido, fue equiparada con los cristianos viejos35. Pero no se debe olvidar que la nobleza indígena fue una élite minoritaria, aunque es evidente que la limpieza de sangre en el contexto hispanoamericano sufrió un cambio importante al ser, sólo en este caso, ligada con lógicas estamentales.

32. Prudencio de Sandoval, Historia de la vida y los hechos del Emperador Carlos V, Segunda Parte, lib. xxix, § xxxix (Pamplona: Bartholome Paris, 1614), f. 635.

33. Prudencio de Sandoval, Historia de la vida, f. 635.

34. James Sweet, “The Iberian Roots of American Racist Thought”, The William and Mary Quarterly 54 (1997): 150.

35. María Elena Martínez, “The Black Blood of New Spain: Limpieza de Sangre, Racial Violence, and Gendered Power in Early Colonial Mexico”, The William and Mary Quarterly 61: 3 (2004): 479-520.

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Con todo, y exceptuando lo anterior, es claro que en Hispanoamérica la limpieza de sangre se articuló con el color de la piel y tuvo un impacto sobre la mayoría de la población “no blanca” y sin privilegios.

El concepto de ‘raza’ en la Colonia significaba, al igual que en España, linaje. Y, al igual que allí, en el Nuevo Mundo ‘raza’ también implicaba tener un defecto, una tacha en el linaje. Pero, a diferencia de España, la mácula no sólo se demostraba a través de la memoria y la calidad de una persona, sino a partir del color de la piel, (especialmente a finales del siglo xvii y a lo largo del xviii). Para demostrar lo anterior, no se pretende abarcar toda Hispanoamérica, sino limitarse a algunas referencias docu-mentales en el Virreinato de Nueva Granada. Por ejemplo, en 1766 Miguel Gómez Carranza se sometió a una investigación para comprobar su blancura. Uno de los testigos declaraba que lo conocía, que estaba casado con María Candelaria Bernardo y que “ambos limpios de toda mala rasa, de Indio, negro, ni Mulato”36. Al mismo proceso se había sometido Antonio Pérez a mediados del siglo xviii. En Neiva, un testigo declaraba en 1757 que lo conocía de “vista, trato y comunicazion” y “desde que vino a esta ciudad […] ha sido havido conocido y reputado por hombre blanco sin maculas ni mescla de mala rasa en su nasimiento y por tal fue admitido en el Colegio del Rosario de dicha ciudad de Santafe”37.

Lo no blanco se convirtió en sinonimia de impureza; el blanco de pureza y de calidad. Es impor-tante rescatar que esta polaridad jerárquica entre el negro y el blanco, en términos históricos, no se sobreentendía. En las lógicas medievales la blancura no tenía una connotación positiva, porque estaba asociada a la feminidad, a los castrati, a lo flemático e incluso a la impureza moral38. Es pro-bable que sólo a partir de la experiencia colonial tardía, el español se haya empezado a imaginar

como blanco. Durante la Edad Media lo ideal era tener “colores equilibra-dos y mezclados”, planteamiento que obedecía a la idea de balance humoral derivado de la medicina hipocrática, según la cual la salud y la belleza esta-ban condicionadas al equilibrio de los humores39.

Sin embargo, esta lógica se quebrantó con los nuevos sujetos colo-niales. Como resultado, se empezó a consolidar la oposición blanco no blanco, aunque lo no blanco abarcaba un amplio caleidoscopio de colores: pardo, negro, bermejo, moreno, loro, leonado, membrillo, cocho, tri-ciado, amarillo, etc. Debido a la gran variedad cultural y fenotípica de la población, se configuraron estrategias de diferenciación y control. Por un lado, se elaboraron nomenclaturas sociales y fenotípicas que permitían inscribir a las personas en un orden social jerarquizado a partir del con-cepto de ‘casta’ (lo anterior se aprecia también en los cuadros de castas del siglo xviii40). Por el otro, según la ubicación social y el color de la piel, se debía atender diferentes lógicas en el pago de impuestos: mientras el indio debía pagar tributo, el mestizo no lo hacía, pero sí estaba obligado

36. Archivo General de la Nación (agN), Fondo Genealogías, vol. ii, caja 66, ff. 901-913.

37. agN, Genealogías, leg. 5, d. 29, ff. 680-681r.

38. Wulf Hund, “Die weiße Norm. Grundlagen des Farbrassismus”, en Cuerpos Anómalos, ed. Max S. Hering Torres (Bogotá: Editorial Universidad Nacional, 2008), 171-204.

39. Valentin Groebner, “Haben Hautfarben eine Geschichte? Personenbeschreibung und ihre Kategorien zwischen dem 13. und dem 16. Jahrhundert”, Zeitschrift für Historische Forschung 30: 1 (2003): 1-18.

40. Ilona Katzew, Casta Painting: Images of Race in Eighteenth Century Mexico (New Haven: Yale University Press, 2004).

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a asumir impuestos; los blancos (peninsulares y criollos) accedían en teoría a toda clase de oficios y beneficios y, aunque no pagaban tributos reales, sí asumían impuestos comerciales y pagaban diezmos eclesiásticos. Además, se fraguó una cartografía segregacionista según la cual, similar a las juderías y morerías peninsulares, se construía una división espacial entre República de indios y República de españoles. Ante el mestizaje, considerado en los siglos xvi y xvii como ilegítimo, y ante la dificultad de clasificar las distintas definiciones de castas, en la colonia tardía se diluyeron parcialmente todas estas delimitaciones simbólicas, económicas, sociales, fenotípicas y de diferentes grados de pureza e impureza. Así entonces, se implementó la expresión “libres de todos los colores” para agrupar a aquellos que habían accedido a la libertad y eran considerados como mestizos, zambos, mulatos y pardos. La libertad era un bien exclusivo, en un inicio reservado a los españoles y sus descendientes, pero también adquirida por “los libres de todos los colores” mediante mestizajes prohibidos, migraciones, desarrai-gos y por su compra o concesión voluntaria del amo41. Fue este grupo quién desde la colonia tardía demandó bienes públicos, educación y poder, espacios reservados a los peninsulares y a los criollos. Tales intentos de movilidad social ascendente fueron obs-taculizados mediante barreras estamentales, económicas y de prestigio, pero también sobre la base de los requisitos de la limpieza de sangre. La soberbia, la avaricia y la pereza eran vicios atribuidos al carácter impuro de los indígenas no nobles, los africanos, los mestizos y a la amplia cate-goría de “libres de todos los colores”. El negro y su impacto en el proceso de hibridación estuvieron especialmente asociados con la inferioridad, la impureza, los vicios y la falta de moral. De hecho, las mujeres esclavas, libres, indígenas o mestizas que amamantaban a los criollos eran consi-deradas como una fuente de regresión al salvajismo, ya que por medio de la leche se transmitían, según los esquemas médicos y teológicos de la época, las inclinaciones morales42.

En la sociedad colonial, la operación simbólica más importante de lo público cotidiano era el reconocimiento que se daban unos vecinos a otros. Es por eso que a los principios de pureza, raza y color de piel se debe sumar el aspecto de la calidad. La calidad era la valoración social de un individuo dentro de una jerarquía de significados sociales y valores, de acuerdo con su persona, su juicio y su circunstancia43. Estas nociones correspondían a los valores de la sociedad estamental peninsular, basadas en el honor, la pureza y el linaje, y fueron aplicadas al Mundo Colonial. Según el jurista Juan Solórzano y Pereyra (1575-1655), los criollos conservaban su calidad en

41. Margarita Garrido, “Libres de todos los colores en Nueva Granada: Identidad y obedien-cia antes de la Independencia”, en Cultura política en los Andes (1750-1950), eds. Cristobal Aljovín de Losada y Nils Jacobsen (Lima: Universidad Nacional Mayor de San Marcos, 2007), 249.

42. Bernard Lavallé, “Del indio criollo: evolución y transforma-ción de una imagen colonial”, en La imagen del indio en la Europa Moderna (Sevilla: CSIC, 1990), 319-342; Max S. Hering Torres, “Sabe-res médicos- Saberes teológicos: de mujeres y hombres anómalos”, en Cuerpos Anómalos, 117.

43. Magali Carrera, Imagining Identity in New Spain: Race, Lineage, and the Colonial Body in Portraiture and Casta Paintings (Austin: University of Texas Press, 2003), 4-5; Juan Felipe Hoyos y Joanne Rappaport, “El mestizaje en la época colonial: un experimento documental a través de los documentos de Diego de Torres y Alonso de Silva, Caciques mestizos del siglo xvi”, Boletín de Historia y Antigüedades 94: 837 (2007): 302.

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la sangre a pesar de haber nacido en el Nuevo Mundo44; dicho de otra forma, la calidad era here-dable. Aunque la calidad también estuviera ligada a imaginarios sobre la herencia, no se limitaba a éstos y dependía de otros agentes, por ejemplo, la performancia social, que nos puede ayudar a entender la “cultura como escenificación”45, es decir, la calidad se debía poner en escena a través de la conducta social y el buen renombre. Los individuos debían tener “sano juicio y discreción”, no haber sido “difamados por personas descomulgadas y otros vicios notables”, ser hombres de “buena fama” y sujetos con “bienes de fortuna”. La calidad de las personas en la Colonia tenía una dimensión amplia y estaba ligada al comportamiento público, decente, mesurado y honesto, acreditado en razón del distanciamiento del vicio y del comportamiento lascivo. La calidad se escenificaba mediante el comportamiento, la vestimenta, lo económico, la vivienda, el oficio y la socialización, e incluso el consumo de aguardiente, tabaco, chocolate, las fiestas y los funerales46.

A raíz de las nuevas ideas de la Ilustración, las lógicas de diferenciación adquirieron nuevos matices mediante aspectos como la civilización y el progreso, pero integrados al lenguaje colo-nial. En el Virreinato de la Nueva Granada, después de la rebelión comunera de mediados de 1781, el capuchino Joaquín de Finestrad escribió la obra “El vasallo Instruido” (1789), dedicada al Virrey Francisco Gil y Lemos. Con el ánimo de denotar la variedad poblacional del reino,

afirmaba: “[…] como es vario el nacimiento de las criaturas, lo es también el carácter que les ilustra o envilece”. Además señalaba que los españoles y sus hijos “representan el más distinguido carácter en el pueblo ameri-cano, gloriándose de ser originarios de la Europa”. A sus ojos, existía otra clase de gentes que “se llaman blancos porque la misma naturaleza no los quiso envilecer con el lunar ignominioso que lleva consigo la sangre de negro, zambo, mulato y otra casta de gentes, exceptuando a los indios puros”47. Y, más adelante, detallaba la variedad del mestizaje afirmando: “Otra casta de gentes hay que se alimentan con la sobrada embria-

guez y ociosidad, amigos de la libertad desenfrenada, sin ninguna

aplicación al cultivo de las tierras más fértiles y pingües. Semejantes

a los árabes y africanos que habitan los pueblos meridionales, tales

son los indios, los mulatos, los negros, los zambos, los saltoatrás,

los tente en el aire, los tercerones, los cuarterones, los quinterote y

cholo o mestizos. Los que tiene sangre de negro y blanco se apelli-

dan mulatos; los de mulato y negro, zambos; los de zambo y negro,

saltoatrás; los de zambo y zamba, tente en el aire; los de mulato y

mulata, lo mismo; los de mulato y blanca; tercerón; los de tercerón

y mulata, saltoatrás; los de tercerón y blanca, cuarterón; los de

44. Juan Solórzano y Pereyra, Política Indiana, tomo i (Madrid: Funda-ción José Antonio Castro: Turner, 1996 [1647]), 609.

45. Erika Fischer-Lichte, “Einlei-tung”, en Theatralität als Modell in den Kulturwissenschaften, eds. Erika Fischer-Lichte et al. (Tübin-gen: Francke, 2004), 7.

46. Max S. Hering Torres, “Color, pureza, raza: la calidad de los sujetos coloniales”, en La cuestión colonial, ed. Heraclio Bonilla (Bogotá: Norma, 2011). Santiago Castro-Gómez, La Hybris del punto cero. Ciencia, raza e ilustración en la Nueva Granada (1750-1816) (Bogotá: Pontificia Universidad Javeriana, 2005), 81-89.

47. Joaquín de Finestrad, El vasallo instruido en el estado del Nuevo Reino de Granada y en sus respec-tivas obligaciones, transcripción e introducción de Margarita González (Bogotá: Universidad Nacional de Colombia, 2000 [1789]), 134-135.

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cuarterón y blanca, quinterón; los de quinterón y blanca, español, que se reputa fuera

de toda raza de negro”48.

El capuchino proponía proyectos económicos para promover el progreso y hacer florecer el Virreinato de la Nueva Granada. En este contexto planteaba una estratagema para forjar “hom-bres útiles”, mejorando la educación, fomentando la productividad de las minas, recogiendo a los vagos y elaborando padrones para una mejor vigilancia, entre otros. Sin embargo, todo lo anterior sería insuficiente si no se recurría a “civilizar a los indios”, extrayéndolos del “mísero estado de su inutilidad”. Para el autor era necesario “arrancar de raíz la causa de su brutalidad, inacción y ociosidad”, que definía como “manantial perenne de embriaguez y otros vicios”. Sus observaciones, sin embargo, no se limitaban a estas valoraciones; también proponía “injertar-los para que insensiblemente se acabe su casta y pasen al estado de zambos y mulatos” 49.

La idea era preconizar el mestizaje, para evitar que siempre fueran indios y vivieran por siempre con sus pasiones naturales. Como se hace evidente, en la colonia tardía y bajo la influencia de proyectos ilustrados, el mestizaje había pasado de ser una fuente de impureza a ser un mecanismo de asimilación cultural con el objetivo de civilizar y domesticar la brutali-dad, la inacción y la ociosidad que se inscribían en el cuerpo y carácter indígena. De ahí que el blanqueamiento —la búsqueda de un mejor estatus a través de casamientos con personas “más blancas”— se convirtiera en un paradigma de conducta para evitar la impureza del color o del linaje. En este contexto, en la colonia se había pasado de un determinismo de contagio a un determinismo civilizatorio con el cual se pretendía homogenizar la población bajo un patrón, el patrón de la blancura.

La sociedad colonial estaba marcada por una rígida estratificación de castas con un lenguaje claro de la diferencia: una diferencia inscrita en el cuerpo y en su escenificación cultural. Sería prematuro afirmar que el saber de la colonia tardía construyó un orden racial en términos modernos, pero indudablemente es posible hablar de una jerarquización de la sociedad a partir de la tríada conceptual entre color, calidad y raza. La limpieza de sangre peninsular había sido un dispositivo en contra de la asimilación cultural de los judeoconver-sos y más adelante de los moriscos, sustentado en el pasado genealógico y las significaciones de la sangre la impureza, el contagio. Aunque en la Península Ibérica se intentaron inventar y aplicar los factores fenotípicos como parte del sistema de limpieza de sangre (circuncisión, hedor, flujos), no fueron tan decisivos. En cambio, en las colonias la tríada conceptual raza, calidad y color conllevó a somatizar y exteriorizar la impureza a tra-vés de la piel y la performancia social. La limpieza de sangre había sido en España un mecanismo contra la asimilación cultural, perpetuando el

48. Joaquín de Finestrad, El vasallo, 134-135.

49. Joaquín de Finestrad, El vasallo, 167.

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origen religioso a partir de la antinomia pureza / impureza. En América, en sus inicios, había tenido la misma función, pero en la medida en que se intensificó el mestizaje, las divisiones genealógicas y fenotípicas se volvieron obsoletas y por tanto se optó por blanquear, pero bajo la condición del progreso y la civilización.

A pesar de las diferencias transatlánticas, en los dos casos la limpieza de sangre repre-senta un instrumento manipulable de poder que condicionaba la movilidad social ascendente y la investidura de cargos tanto públicos como eclesiásticos. Mediante la limpieza de san-gre no sólo se construyeron nuevos axiomas de la honra; también se construyeron fronteras imaginarias de carácter simbólico e imaginado entre puros e impuros, entre superiores e inferiores. A través de la construcción de estas categorías binarias se minó el impacto de inte-gración del bautismo, en la medida en que el origen, la herencia y el cuerpo operaron como plataforma de integración o exclusión. Concluimos entonces que a partir de un antijudaísmo-racial peninsular, la limpieza de sangre en las Américas se convirtió en una estrategia de racialización colonial, porque codificó las relaciones sociales de forma jerárquica mediante símbolos corporales y culturales.

reflexioNes teóriCo-metodológiCas

A continuación se ofrece una abstracción a nivel teórico y metodológico con el ánimo de aterrizar algunas reflexiones útiles para la investigación histórica de los racismos.

Diferencia entre racismos y exclusión: en una gran variedad de estudios históricos no es clara la diferencia entre exclusión y racismo. La exclusión hace referencia a un mecanismo general de múltiples formas de segregación. Por tanto, los racismos son una especificidad de ésta. No obstante, su particularidad no niega su vínculo inherente a la exclusión: su relación y articulación se establece de forma circular entre una modalidad general y una variante específica que se retroalimentan constantemente y se diferencian a la vez. El racismo es una teoría sobre la diferencia biológica50, aunque lo biológico también se construye mediante el lenguaje, contextos y sig-nificaciones culturales51 y, por tanto, lo biológico es una simple realidad imaginada. En palabras de Philomena Essed: “racism must be unders-tood as ideology, structure and process in which inequalities inherent in the wider social structure are related, in a deterministic way, to biolo-gical and cultural factors attributed to those who are seen as a different ‘race’ or ‘ethnic’ group”52. Entonces, una de sus tantas características es la valoración biológica-cultural en detrimento de la víctima y, en varios

50. Albert Memmi, Rassismus (Ham-burg: Europäische Verlagsanstalt, 1992), 165.

51. Donna Haraway, Simians, Cyborgs, and Women. The Reinvention of Nature (New York: Routledge, 1991), 197-201.

52. El racismo debe ser entendido como una ideología, como una estructura y como un proceso donde las desigualdades, inhe-rentes a una amplia estructura social, se relacionan de forma determinada, con factores biológicos y culturales atribuidos a aquellos que se perciben como ʻrazaʼ diferente o grupo ʻétnicoʼ (traducción del autor). Philom-ena Essed, Understanding Everyday Racism: An Interdisciplinary Theory (London: Sage, 1991), 43.

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casos, en detrimento de sus antepasados y/o futuras generaciones53. No obstante, se debe aclarar que los determinismos pueden ser variables: existen determinismos de contagio, de herencia, climáticos e incluso civilizatorios, es decir aquellos que prometen igualdad siempre y cuando se renuncie, por ejemplo mediante el blanqueamiento, a características corporales y culturales. Los racismos encarnan amalgamas argumentativas, que construyen conexiones seudocausales entre características corporales, reales o ficticias, y características mentales y sociales. Los racismos son una de las tantas herramientas de la inferiorización, pero también son un método, bien sea en contra de la asimilación cultural, o bien a favor de la asimi-lación forzosa. Durante los procesos de racialización se estructuran las relaciones sociales, mediante códigos corporales y culturales para construir colectividades diferenciadas, hecho que conlleva a naturalizar las diferencias y las relaciones sociales. El adjetivo ‘biológico’ se convierte en un elemento que permite rescatar la especificidad de los racismos. No obstante, para el estudio histórico del racismo también puede ser motivo de confusión, en tanto no existe claridad sobre el significado de ‘biológico’. Para algunos académicos, “lo biológico” puede implicar un referente moderno, entendido como un saber disciplinar y científico del siglo xix. Sin embargo, al utilizar el giro “biológico”, también se puede hacer referencia a una idea sobre la “diferencia” como algo que se hereda mediante el cuerpo, la sangre y el espíritu; “lo biológico” puede señalar un proceso mediante el cual se inscriben significa-dos diferenciales en el cuerpo. En este sentido, las doctrinas e imaginarios sobre el cuerpo humano se pueden sustentar mediante las ciencias naturales de la modernidad, pero también desde planteamientos teológicos, aristotélicos y patológico-humorales, esto es, desde una fusión entre la teología y la medicina típica de los siglos xvi y xvii. No en vano se habla en la limpieza de sangre de contaminados y contaminan-tes, sobre la impureza de la leche de las nodrizas moriscas, conversas y mulatas, sobre matrices impuras, sobre el acto de la concepción como el momento en el cual se hereda la fisionomía y la moralidad; no en vano se habla de hedores del cuerpo y de deformidades, significaciones cor-porales de las que se deriva la falta de moralidad de los “impuros”, de aquellos que tienen ‘raza’.

Verdades y símbolos: es importante señalar que los racismos no son ope-rativos sin imaginarios sobre la verdad. Bajo este prisma, es claro que en los racismos la “significación biológica” se convierte en una sinonimia de verdad, porque ayuda a justificar procesos de naturalización de forma defi-nitiva. La verdad necesita axiomas para ser construida, en muchos casos a partir de la autoridad y/o la supuesta evidencia. Éstos a su vez residen

53. Basándose en los estudios de género, Peter Wade también evita una diferenciación tajante entre biología y cultura y prefiere hablar de artefactos cultura-les —aunque compartimos lo anterior—, en muchos casos también puede ser útil matizar las pretendidas motivaciones de la racialización, es decir, ¿se racializa con base en las prácticas cultu-rales y/o mediante el imaginario sobre características innatas al cuerpo? Peter Wade, “Afterword. Race and Nation in Latin America: An Anthropological View”, en Race and Nation in Modern Latin America, ed. Nancy Appelbaum, Ane Macpherson, and Karin Rose-mblatt (Londres: The University of North Carolina Press), 272.

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en el empirismo científico, que conllevaron a la formulación de teorías modernas, como por ejemplo la craneometría, la eugenesia, las teorías de la recapitulación y el poligenismo, etc. Sin embargo, antes de la modernidad existieron otros “regímenes de verdad”, sobre todo a partir de la autoridad bíblica, el aristotelismo y planteamientos genealógicos, metafísicos, metafóricos, imaginarios o símbolos sobre el cuerpo que —en su contexto— representaron realidades. En este sentido, Paul Tillich ha hecho un aporte muy interesante al hablar sobre el “poder-ser del sím-bolo” (Seinsmächtigkeit des Symbols), planteamiento que se puede aprovechar analíticamente para el análisis de las metáforas como fuentes de verdad. De esta forma podemos cuestionar la ciencia de los siglos xix y xx como condición sine qua non para hablar de racialización y, así, tal vez sea posible prestar atención a las formas como se construyeron las supuestas verdades útiles para la racialización antes de la modernidad.

Abrir perspectivas históricas: investigar los racismos antes de la modernidad no implica con-siderarlos como categorías dadas, de carácter ahistórico y omnipresente en la historia de la humanidad. Un análisis histórico debería intentar todo lo contrario: señalar su historicidad en aras de rescatar su variabilidad conceptual y su polisemia. La raza y el racismo no son constantes antropológicas, tampoco esencialismos; por el contrario, son polimorfos, obedecen a sistemas, teorías o prácticas supremamente dúctiles. La unicidad conceptual e histórica del racismo es sólo una ilusión teleológica. En este sentido, es provechoso referenciar el estado del arte y señalar cómo los racismos han sido estudiados en plural, en diferentes temporalidades y esferas sociales. Wodak y Reisigl hacen este ejercicio basándose en los aportes elaborados desde diferentes disci-plinas: racismo de la cotidianidad, racismo institucional, racismo científico, racismo biológico, protorracismo, racismo viejo, racismo institucional, neorracismo, racismo diferencial, etc.54. En tanto construcción, ‘raza’ ofrece variados contenidos significativos en la historia, dependiendo de las esferas sociales y el contexto geográfico. De ahí que los múltiples conceptos de ‘raza’ y la flexibilidad de los racismos no son reflejo de la naturaleza, sino el resultado de reflexiones y prácticas que han inscrito en el cuerpo significados biológicos55, naturales y culturales, enten-diendo la cultura no como algo inocente, sino como un inicuo dispositivo de poder.

A la luz de lo anterior, mi propuesta epistemológica es la siguiente: estudiar el racismo en plural ayuda a señalar su variabilidad, no sólo sincrónica sino también diacrónica. Para evitar malentendidos: estudiar los racismos en plural no tiene como objetivo equiparar; una comparación debe tener en cuenta diferencias y similitudes. Para lograrlo puede ser útil considerar dos pasos metodológicos íntimamente relacionados: el primero no tiene sen-tido sin el segundo y viceversa. (1) A lo largo de un análisis histórico de los “fenómenos racistas”, por definir, extraer su denominador común de

54. Ruth Wodak y Martin Reisigl, “Discourse and Racism: European Perspectives”, Annual Review of Anthropology 28 (1999): 175-199.

55. Wulf Hund, “Inclusion and Exclu-sion: Dimensions of Racism”, en Wiener Zeitschrift zur Geschichte der Neuzeit, eds. Max S. Hering Torres y Wolfgang Schmale, Themenheft Rassismus 1 (2003): 6-19.

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La limpieza de sangre. Problemas de interpretación: acercamientos históricos y metodológicos

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carácter operativo. Esto significa, por ejemplo, indagar cómo operan los principios sobre los determinismos, sustentados en un régimen de la verdad, como algo que garantiza que la otre-dad sea heredable e inmutable. En este sentido, el análisis de la operatividad nos lleva a develar la utilidad de un sistema, de una doctrina o una práctica. Este paso se aplica con la finalidad de investigar y reconstruir analogías y paralelismos históricos para evidenciar eslabones de continuidad, pero solamente en términos de operatividad; y (2) con base en lo anterior, dicho denominador común se debe diferenciar según su contexto histórico para establecer históri-camente las discontinuidades y discrepancias entre los “discursos racistas” que representan el objeto de análisis. Este último paso implica estudiar la significación, las formas como fueron construidas las empresas de racialización, los monopolios de la verdad implementados para ser “incuestionables”, los métodos de comprobación y su incidencia sobre la realidad social y la cotidianidad. A través de este método de indagación histórica, los procesos de racialización en un eje de larga duración se dejan reconstruir para enfatizar sus diferentes valencias56, su variabilidad y sus articulaciones con las relaciones de poder.

Con el ánimo de captar el problema de continuidades y discontinuidades, tal vez sería útil implementar periodizaciones mediante el concepto de ‘capas de significados’, derivado de Koselleck57. Cada “capa conceptual” se podría concebir como un marco histórico —flexible y per-meable—, geográfico y epistemológico que encierra unas prácticas e imaginarios determinados, sin necesariamente representar unidades cronológicas —aceptando sus puntos de encuentro e interdependencias, sus articulaciones, pero también sus contradicciones, sus vacios y su falta de nexos—. Como los rizomas, las capas de significado tienen rupturas, representan multiplicida-des, tienen diferentes dimensiones y pueden representar unidades, abiertas o cerradas, con una existencia propia. En conclusión, es posible que a partir de esta propuesta se pueda cuestionar el racismo como un proceso lineal (de la limpieza al Holocausto), sin diferenciaciones históricas (racismo de la modernidad igual al racismo colonial), pero también permita revisar aquellas posturas que niegan cualquier forma de racialización antes de la modernidad. Solo así podremos historizar las diferentes manifestacio-nes de la raciliazación, entenderlas y en lo posible deconstruirlas.

56. María Elena Martínez, Genealo-gical Fictions. Limpieza de Sangre, Religion, and Gender in Colonial Mexico (Stanford: Stanford University Press, 2008), 11; Max S. Hering Torres, Rassismus in der Voroderne, 250.

57. Reinhart Koselleck, Vergangene Zukunft. Zur Semantik geschichtli-cher Zeiten (Frankfurt am Main: Suhrkamp, 1995), 125; véase también Reinhart Koselleck, Zeitschichten. Studien zur Historik. Mit einem Beitrag von Hans-Georg Gadamer (Frankfurt am Main: Suhrkamp, 2000), 19-26.

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Readings of an Afro-Cuban codex. Naturalism, ethiopianism, and universialism in José Antonio Aponte’s book (Havanna, circa 1760-1812)

aBstraCt

In this article we suggest using various analytical

and bibliografical elements to read the “paint-

ings” in the book of José Antonio Aponte, who was

accused and condemned for conspiracy in Havanna

(1812) and which are described in the judicial

records of the “conspiracy”. We emphasize three

essential aspects with which to understand this

Book of Paintings (which has since disappeared):

the social and artistic context in which the book

was produced and used as a political and pedagical

tool; the critical debate with the Naturalist episteme

of “raciology” that the book initiates; and its recov-

ery of the knowledge of the western Ethiopians to

celebrate Africa’s future in universal history.

Key Words

Aponte’s conspiracy, Afro-Cuban art, intertextuality,

ethiopianism, black history.

Lecturas de un códice afrocubano. Naturalismo, etiopismo y universalismo en el libro de José Antonio Aponte (La Habana, circa 1760-1812)

resumeN

En este artículo proponemos algunos elementos

analíticos y bibliográficos para la lectura de las

“pinturas” del libro de José Antonio Aponte, acu-

sado y condenado por conspiración en La Habana,

(1812) y que se encuentra descrito en el expediente

judicial de la “conspiración”. Destacamos tres

aspectos esenciales para la comprensión de este

Libro de Pinturas hoy desaparecido: el contexto

social y artístico en que se produjo y su uso como

herramienta político-pedagógica; el debate crítico

que inaugura el libro con la espíteme “raciológica”

naturalista; y su recuperación de los conocimien-

tos etiopistas occidentales para la celebración del

devenir africano en la historia universal.

palaBras Clave

Conspiración de Aponte, arte afrocubano, intertex-

tualidad, etiopismo, historia negra.

Artículo recibido: 30

de septiembre de 2010;

AprobAdo: 23 de mArzo

de 2011; modificAdo: 2

de mAyo de 2011.

Profesor-investigador del Instituto de Investigaciones Arqueológicas y Museo (IIAM) de la Universidad Católica del Norte (San Pedro de Atacama, Chile). Sociólogo de la Universidad Academia de Humanismo Cristiano (Santiago de Chile) y Doctor en Ciencias Sociales de l’École des Hautes Études en Sciences Sociales (París, Francia). Algunas de sus publicaciones son: “Deseo de clase y violencia sexual”, en Coloquios de la Trienal de Chile 2010 y en coautoría con Lilith Kraushaar “Nombre, muerte y santificación de una prostituta. Escritura y culto de Botitas Negras”, Revista de Antropología Iberoamericana AIBR 5: 3 (2010): 447-492; y Capitalismo y pornología (San Pedro de Atacama: Qillqa/UCN, 2011). [email protected]

Jorge Pavez Ojeda

Historia CritiCa No. 45, Bogotá, septiemBre-diCiemBre 2011, 244 pp. ISSN 0121-1617 pp 56-85

Lecturas de un códice afrocubano. Naturalismo, etiopismo y universalismo en el libro de José Antonio Aponte (La Habana, circa 1760-1812)

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Lecturas de un códice afrocubano. Naturalismo, etiopismo y universalismo en el libro de José Antonio Aponte (La Habana, Circa 1760-1812)Ï

iNtroduCCióN

El episodio conocido en Cuba como la Conspiración de Aponte refiere a los acontecimientos de principios de 1812, cuando varios grupos de esclavos y de negros libres se levantaron contra el gobierno colonial en La Habana y en la región occidental de la isla. Las autoridades apresaron a los cabecillas del levantamiento y los condenaron a muerte, entre éstos al negro libre José Antonio Aponte, quién fue considerado como el principal líder de la conspiración. Aponte era entonces un conocido ebanista, escultor, devoto de la Virgen de los Remedios y antiguo miembro del Batallón de Morenos Leales de La Habana. Cuando se procedió al allanamiento de su domicilio en Guadalupe (Pueblo Nuevo), barrio extramuros de la ciudad, la policía incautó un gran número de documentos, una biblioteca de una docena de volúmenes y dos libros manuscritos de autoría del propio Aponte, los llamados Libro de pintu-ras y Libro de arquitectura1. Enfrentado al Libro de Pinturas, obra pictoglífica saturada de persona-jes, íconos, alegorías, hieroglifos, versos, mapas, paisajes, ciudades, símbolos, colores y textos repartidos en setenta y dos láminas de gran for-mato, el juez encargado de la causa procedió a interrogar durante cinco días al autor, sobre “el sentido de las pinturas”2. Por lo tanto, aunque

de Aponte”, en Ensayos históricos, ed. J. L. Franco (La Habana: Ciencias Sociales, 1974), 125-190; Stephan Palmié desarrolla ampliamente la crítica a la historiografía cubana por su silenciamiento del Libro de Pinturas de Aponte, Wizards and Scientists. Explorations in Afro-Cuban Modernity and Tradition (Durham and London: Duke University Press, 2002), 79-158; Juan Antonio Hernández, “Hacia una historia de lo imposible. La revolu-ción haitiana y el ‘libro de pinturas’ de José Antonio Aponte” (Tesis de doctorado, University of Pittsburgh, 2005), 172-273. Para un recuento detallado de los textos que han tra-tado el caso Aponte en los siglos xix y xx, ver Jorge Pavez, “Africanismes à Cuba”, 275-342.

2. El documento judicial fue mar-cado como “Expediente sobre declarar. José Antonio Aponte el sentido de las pinturas que se hayan en el L[ibro] que se le aprehendió en su casa. Conspi-ración de José Antonio Aponte, 24 de marzo de 1812”, en aNC, Fondo Asuntos Políticos, leg. 12, t. 17. Este documento fue editado por José Luciano Franco en La conspiración de Aponte, y reeditado con correcciones y adiciones por Jorge Pavez, “Texto, conspiración y clase: El Libro de Pinturas y la política de la historia en el caso Aponte”, Anales de Desclasificación i: 2 (2006): 717-759.

Ï Este artículo está basado en la segunda parte de mi tesis doctoral, “Africanis-mes à Cuba. Textes, images et classes (1812-1916)” (Ecole des Hautes Etudes en Sciences Sociales, 2007). La investigación en el Archivo Nacional de Cuba (aNC) fue realizada con el apoyo de una beca de la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales (Francia).

1. La bibliografía sobre la conspiración de Aponte es importante; sin embargo, son pocos los trabajos que se han detenido en el análisis del expediente judicial: Elías Entralgo, La liberación étnica cubana (La Habana: Ministerio de Educación, 1953); José Luciano Franco, La conspi-ración de Aponte (La Habana: Consejo Nacional de Cultura, 1963) y “La conspiración

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Jorge Pavez Ojeda

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este libro no se haya encontrado hasta hoy, disponemos de varios elementos para proponer una lectura de las “pinturas”: el documento del extenso interrogatorio donde Aponte describe de manera exhaustiva cada una de las láminas que componen su libro, y la biblioteca que sirve de inspiración al autor, “pues todo es efecto de su lectura, y que se atreve con presencia de un Libro Histórico a diseñar siempre que se le exija cuanto leyere en él”3.

La lectura de estas “pinturas” ha sido iniciada de manera sistemática por Stephan Palmié y Juan Antonio Hernández4. Proponemos aquí profundizar estas perspectivas para descifrar lo que consideraremos como un códice afrocubano. Abordar esta obra en la forma de un códice implicará el estudio de tres aspectos que dan cuenta de la textualidad puesta en juego en la pintura: las condiciones de posibilidad y de producción del Libro de Pinturas, según el análi-

sis de la “economía visual”5 en que se despliega la obra pictórica como herramienta de interpretación y pedagogía política; el movimiento crí-tico iniciado por Aponte contra la representación naturalista de las razas y contra el régimen epistémico que la sustenta; y la celebración y glo-rificación de la historia negra universal propuesta por Aponte para dar visibilidad a los “secretos letrados” sobre África, y especialmente Etiopía, conservados en el archivo occidental. El análisis del Libro de Pinturas en estas tres dimensiones implica abordar la singular lectura que hace Aponte de los documentos de la cultura letrada de su época y de épocas anteriores. Así, la potencia del libro se dimensiona a partir del análisis de la intertextualidad desplegada en las imágenes, mostrando la operación crítica que se da entre imagen y escritura alfabética. El Libro de Pinturas procesa, traduce y compone, según diversos métodos y a partir de una multiplicidad de fuentes escritas y orales y documentos iconográficos, y ofrece composiciones figurativas y alegóricas6.

1. eCoNomÍa visual y literaria eN la haBaNa del oChoCieNtos

La producción del libro de Aponte como escritura pictográfica implicó un trabajo de transliteración a un lenguaje y un relato pictórico de textos europeos —históricos, mitológicos y religiosos— publicados entre los siglos xvi y xix. Se trata de un procedimiento inverso al que se observa, por ejemplo, en el tratamiento que recibieron los códices mexicas durante el primer siglo de la Conquista. Ante la destrucción de estos libros de imágenes y la persecución a sus autores y lectores —los tlacuolli—, la historiografía pictográfica de los pueblos mexica se

3. aNC, Asuntos Políticos, leg. 12, t. 17, f. 20.

4. Stephan Palmié, Wizards and Scientists, 99-158; Juan Antonio Hernández, “Hacia una historia”, 172-273.

5. Deborah Poole, Visión, raza y modernidad. Una economía visual del mundo andino de las imágenes (Lima: Sur, 2000).

6. Para el análisis de las pinturas nos fue de gran utilidad la lista de los libros “todos viejos y usados” requisados en el domicilio del acusado durante el proceso judicial: “[…] uno en pasta de mucho lujo que se titula descripción de Historia Natural”, un “Arte Nebrija”, la “Guía de Forasteros de la Isla de Cuba”, una “Maravillas de la Ciudad de Roma”, el “Estado Militar de España”, los “Sucesos Memorables del Mundo”, la “Historia del Conde Saxe”, un “Formulario de escribir cartas”, un “Catecismo de la Doc-trina Cristiana”, la “Vida del Sabio Hisopo”, y un “tomo tercero de Don Quijote”. Además, durante el juicio, Aponte señala haber prestado otros dos libros claves para la elaboración de las pinturas: “el libro de la vida de San Antonio Abad”, y “el Libro del Padre Fr. Luis Yrreta del orden Domínico de Balencia”. aNC, Asuntos Políticos, leg. 12, t. 17, f. 23. Para una identificación más precisa de estos libros, Jorge Pavez, “Africanismes á Cuba”, 451-455.

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Lecturas de un códice afrocubano. Naturalismo, etiopismo y universalismo en el libro de José Antonio Aponte (La Habana, circa 1760-1812)

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empezó a transcribir en un sistema alfabético de escritura. Los dibujos se hicieron cada vez más escasos en esas crónicas, a medida que las generaciones de intelectuales aztecas, mix-tecas o chichimecas perdieron el conocimiento de los códigos pictoglíficos, mientras eran alfabetizados por los misioneros en escuelas para indígenas7.

La existencia entre los libros requisados a Aponte de un “Arte” de Antonio de Nebrija8 sugiere que la producción de este códice afrocubano puede ser entendida como una respuesta a las políticas de la lengua y la escritura promovidas por la gramática nebrijense desde finales del siglo xv. Con sus gramáticas latina y castellana, Nebrija instituye una gramatología imperial orientada al control de la enunciación de la “lengua vulgar”, para hacerla heredera de la lengua de dominación europea y cristiana en América: el latín. Walter Mignolo ha señalado que estas dos gramáticas expresan la misma pasión: “[…] lingüística y filosóficamente, [Nebrija] tenía la obsesión del control de la voz por la mediación de la letra”9. La escritura fonética se convierte en una función instrumental de subyuga-ción de los signos no alfabéticos y de la palabra, que se mantienen como origen fundador del sentido que la escritura está llamada a estabilizar. El sueño de Nebrija de un isomorfismo palabra-escritura como significado-significante, expresado en sus axiomas “escribir como se pronuncia y pronunciar como se escribe” y “a cada sonido un signo”, implicará la “reducción en artificio”, es decir, al alfabeto, de las “lenguas peregrinas y extranjeras”, en la medida en que los signos metafóricos y polisémicos no permiten el control de la voz y la unificación de los territorios bajo una misma ley: es entonces “toda la relación amerindia con los signos escritos [que] había que cambiar”10.

El trabajo de Aponte va claramente “a contrapelo” de este proceso histórico de reducción al alfabeto de las escrituras colonizadas, de control del significado por el significante y de la lengua por la escritura. Aponte se propone explí-citamente convertir en imágenes los textos alfabéticos y los materiales iconográficos de los que dispone y cuya pertinencia histórica le exige su elaboración figurativa: la hagiografía cristiana, la mitografía antigua (griega, romana y cristiana), los documentos militares y administrativos oficiales (mapas de batalla, cédulas reales), la imaginería y emblemata aristocrática del barroco, las pinturas murales de las calles habaneras, las biografías de soberanos, militares, religiosos y santos (europeos, orienta-les, americanos y africanos), los almanaques, los catecismos, los libros de historia de Etiopía, del cristianismo y de sus congregaciones religiosas, y también la historia de su propia vida y la de su genealogía familiar. El proceso judicial volverá a instaurar el orden alfabético de la significación, al obligar a Aponte a explicar el sentido de cada imagen del libro, para trascribirlo en un documento alfabético.

7. Miguel Léon-Portilla, El destino de la palabra. De la oralidad y los códices mesoamericanos a la escri-tura alfabética (México: Fondo de Cultura Económica, 1996), 31-71.

8. La brevedad de la descripción biblio-gráfica en el expediente no permite saber si se trata de la gramática latina (1481) o castellana (1492).

9. Walter Mignolo, The darker side of Rennaissance. Literacy, Territorial-ity, and Colonization (Ann Arbor, Michigan: University of Michigan Press, 1995), 41.

10. Este programa sería desarrollado en América desde el siglo xvi con la enseñanza de la doctrina cristiana en náhuatl y quechua a los “indios”, y en castellano a los negros y los niños españoles. Walter Mignolo, The darker side, 45, 53.

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Los jueces, confiados en el alfabeto como escritura del sentido lite-ral, intentan así controlar las diseminaciones posibles del significado de las “pinturas”, desapareciendo el libro y su autor, y dejando como resto y huella de su existencia el expediente judicial. Podemos entonces supo-ner que, confiados en la fuerza de la literalidad inherente a la tecnología alfabética, los acusadores no dedicaron muchos esfuerzos a la censura de las descripciones del autor sobre su obra, es decir, que las trascripcio-nes del juicio ofrecen un reporte más o menos exacto de lo que expresó Aponte. Este último, en cambio, debe haber hecho algún esfuerzo para que su lectura de las pinturas lo comprometiera lo menos posible con las acusaciones de rebelión de las que era objeto, evitando por ejemplo, las relaciones muy explícitas con los líderes negros de la revolución de Haití11.

Para la fabricación del Libro de Pinturas, el taller de Aponte se había vuelto un lugar de experimentación pictórica y textual, de collage y bricolage de imágenes, planos, figuras, signos y símbolos, donde el maestro recibía la colaboración de jóvenes discípulos, instituyendo así un espacio de ense-ñanza informal de la escritura, las artes gráficas y la plástica12. Recordemos que las estampas religiosas circulaban profusamente en las ciudades lati-noamericanas de la época13, constituyendo una importante herramienta de la Contrarreforma para potenciar las formas populares de devoción al san-toral católico. Francisco Stastny observa que en América, el espectador está invitado a “leer” estas imágenes como jeroglíficos (cartelas y filacterias), algo que para el siglo xviii en Europa había quedado limitado a la ilustración de

libros. Esta relación entre el espectador y la pintura se resume en el aforismo ut pictora poiesis: como la poesía, la pintura se debe leer. Se trata aquí de uno de los “síntomas medie-vales” del arte barroco americano, explicable por la difusión masiva de las estampas religio-sas y la simultánea y contradictoria restricción a la circulación de los nuevos libros históricos, científicos y filosóficos que permitían desco-dificar estas imágenes14. De esta manera, si en Europa la “visión sucesiva” del gótico medie-val había sido sustituida, desde los trabajos de

11. Estamos tentados en concordar con Matt Childs respecto a la con-ciencia que tenían los acusados de estar escribiendo su historia por intermedio de los escribanos, convirtiéndose el texto del juicio en un lugar estratégico de afir-mación de una política emancipa-toria, que sin embargo no podía declararse como tal. Matt Childs, The 1812 Aponte Rebellion in Cuba and the Struggle against Atlantic Slavery (Chapel Hill: University of North Carolina Press, 2006), 8-9.

12. Trinidad Núñez, por ejemplo, ejercía el oficio de pintor en una tienda. En esa calidad realizó para el Libro de Pinturas “las figuras sobre puestas que no son grabadas”. Este joven pintor reproducía imágenes de santos y creaba sus propias figuras siguiendo las descripciones de los libros, como los de la Vida de San Antonio Abad y del fraile Urreta, sin que estos libros tuvieran estampas sobre las cuales modelar sus propias figuras, guiándose sólo “por la explicación de ambas obras”. aNC, Asuntos Políticos, leg. 12, t. 17, f. 63. En el interrogato-rio a Trinidad Núñez quedron glosados sus diferentes aportes pictóricos: “[…] el Clerigo moreno que esta con un libro en la mano” (lámina xvii), la “pintura de Juan de Baltazar Cavallero del Orden de San Antonio Abad que […] está señalando [unos] Libros” (lámina xxix), los “tres Santos de la derecha Tomas, Jorge y Marcos” (lámina xxxvii), las “Imágenes de los Santos sacadas del libro de San Antonio Abad: la parte inferior de un Obispo negro y otros Eclesiásticos y Seculares que le acompañan; y las demas Efigies de Santos que no son de [buril], por el Libro del Padre Fr. Luis Yrreta del orden Domínico de Balencia” (lámina xlvi). Hacía ocho años que Aponte le encargaba estas figuras a Trinidad Nuñez, por “ser [Aponte] devoto de aquellos santos”. aNC, Asuntos Políticos, leg. 12, t. 17, ff. 96-98.

13. En 1836 la imprenta de Boloña llegó a vender en La Habana más

de doscientas láminas impresas de diferentes san-tos. Ambrosio Fornet, El libro en Cuba (La Habana: Letras Cubanas, 1994), 61. Para el caso de Lima y Quito en el siglo xvii, José Ramón Jouve, Esclavos de la ciudad letrada. Esclavitud, escritura y colo-nialismo en Lima (1650-1700) (Lima: Instituto de Estudios Peruanos, 2005).

14. Francisco Stastny, Síntomas medievales en el “Barroco Americano” (Lima: Instituto de Estudios Peruanos, 1993), 11-23.

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Alberti y Vassari, por la unidad de tiempo y lugar de la perspectiva centrali-zada renacentista, en América el espacio seguía poblado por el tiempo, sin haber adquirido una “realidad geométrica propia”15.

Varios son los soportes, géneros y estilos gráficos que se despliegan en la ciudad de La Habana como economía visual producida por la “clase de color”. Sus espacios públicos eran, a finales del xviii, un lugar de prolifera-ción del grafismo popular. Muchas calles, pasajes y sitios eran nombrados por las pinturas murales que los identificaban16. A estas expresiones pictó-ricas se sumaban los murales encargados por la “sacarocracia” criolla para adornar los interiores de sus mansiones y los encargos eclesiásticos para los templos. Esta misma aristocracia usaba un tipo de “tarjetas de visita”, pin-tadas, impresas o grabadas, llamadas entonces hieroglíficos, con las cuales conmemoraban sus difuntos y honraban la memoria del linaje17. Los “abani-cos”, por su parte, eran de uso mucho más popular y también vehiculaban iconografía significativa. En su declaración Aponte señala que “no siendo pintor […] ha solido comprar distintos países grabados, y pinturas para tomar de ellos, o de abanicos usados lo que conviene a su idea”18.

Estos llamados “países” constituían un género de paisajes grabados donde la naturaleza es fundida y “petrificada” en escenarios de ruinas monumen-tales (palacios, pirámides), presentadas como obras “del supremo autor”19. Mientras que los abanicos y “países” grabados solían ser importados, los murales públicos y privados, pinturas de iglesia, esculturas, hieroglíficos y estampas eran producidos por los negros y mulatos de La Habana, quienes prácticamente mono-polizaban la producción plástica. Este cuasi monopolio del oficio artístico llevará al gobierno colonial a crear en 1818 la Academia de Bellas Artes San Alejandro, para “arrancar el oficio de pintor de las manos de los arte-sanos negros”20. Suponemos que esta medida contribuyó también a una homogeneización del imaginario pictográfico habanero, restrin-giendo la proliferación de estilos heterodoxos, como los que criticaba el Papel Periódico de la

Águila”, “los Ángeles”, de “Jesús Peregrino” (la estatua tallada por Aponte e instalada en un retablo frente a su domicilio), la plaza “del Vapor” y la encrucijada del “Macaco”, nombres que refieren a las pinturas murales de esos lugares. Jorge Rigol, Apuntes para la historia del grabado y la pintura en Cuba (La Habana: Letras Cubanas, 1982), 50-51.

17. Stephan Palmié, Wizards and Scientists, 103 y 318. De los poetas de estas tarjetas se han conocido algunos nombres: en Nueva España eran encargadas a afamados escritores como Carlos Sigüenza y Góngora o Sor Juana Inés de la Cruz, quienes desarro-llaron alegorías de figuras como Neptuno, Isis o Huitzilopochtli. Octavio Paz, Sor Juana Inés de la Cruz o las Trampas de la Fe (México: Fondo de Cultura Económica, 1982), 212-228. De los pintores afrocubanos de las tarjetas, en cambio, no ha quedado registro, sometidos como estaban al ano-nimato de su “clase y condición”. Jorge Rigol, Apuntes, 51-52.

18. aNC, Asuntos Políticos, leg. 12, t. 17, f. 20.

19. En el libro de Antonio Parra (1787) encontrado en la biblioteca de Aponte, se observan varias láminas de estos “países”. Antonio Parra, Descripción de diferentes piezas de historia natural las mas del ramo marítimo: representadas en setenta y cinco láminas, ed. Armando García Gonzalez (La Habana: Academia, 1989), 185-186.

20. Antonio Bachiller y Morales, citado en Jorge Rigol, Apuntes, 73-74. Este último da la lista de un gran número de pintores negros habaneros, de los cuales los más conocidos fueron quizás los mula-tos Nicolás de la Escalera (1765-1835) y Vicente Escobar (1757-1854). El origen africano de gran número de pintores del barroco colonial en América parece ser una constante. Santiago Sebastián, Le baroque ibéro-américain. Message iconographique (París: Seuil, 1991).

15. Francisco Stastny, Síntomas medievales, 24-25. Siguiendo a Palmié, a partir de esta determinación del tiempo sobre la imagen Aponte identificaba “una fuente y modalidad crucial del poder y su generación”, asemejándose así a la operación de develamiento de los movimientos del poder que iniciara Marx con los poderes del capital al “estudiar sus imágenes, leer sus libros, y moverse cerca de ellos para apren-der sus secretos”. Marx, citado en Palmié, Wizards and Scientists, 126.

16. Jorge Rigol presenta los ejemplos de la calle “del

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Habana a finales del siglo xviii por ser de “mal gusto”21, y que el “ilustrado” obispo Espada se aplicaba a destruir, por su “aversión al gusto barroco”22.

Las restricciones al acceso de los negros, esclavos o libres a las diferentes expresiones de la cultura letrada (libros, escuelas y oficios letrados), implicó la constitución de “comunidades textuales”23 fuertemente articuladas por la lectura pública, a cargo de los pocos alfabetizados24. De hecho, la difusión que alcanzaba la circulación de impresos entre las poblaciones negras de La Habana a principios del siglo xix, especialmente de la Gaceta de Madrid, que informaba sobre los sucesos de la revolución haitiana, motivó los reclamos del gober-nador Someruelos (1804-1809), por la exaltación que estas informaciones producían en la población negra25. Esto explica la preocupación de los jueces de Aponte cuando se enteraron de que el acusado había prestado el libro del padre Urreta a la “morena Catalina Gavilan de la Villa de Guanabacoa” y el de San Antonio Abad al joven Trinidad Núñez26. Además de fomentar la lectura, Aponte también daba clases de escritura y de planos a Agustín Santa Cruz,

haciéndolo transcribir Reales Cédulas y mapas militares. La sospecha y persecución que siem-pre generó este tipo de “prácticas letradas”27 por parte de la población negra implicó el desarrollo de una importante sensibilidad para la lectura y “escritura” de las imágenes. Si la Contrarreforma fue el marco institucional por el cual el Barroco conformó “un sistema burocrático que se percibe desde las ordena-ciones de una Iglesia de Estado”, resaltando así “la posición dominante que asume la buro-cracia en el imperio colonial”28, los “síntomas medievales” de la pintura barroca parecen indicar una genealogía del sentido y de la his-toricidad, que se desenvuelve antes y por fuera de la “razón burocrática” del Barroco imperial, en la medida en que la producción pictórica es monopolizada por negros y mulatos libres excluidos y a la vez subordinados a las institu-ciones de la “ciudad letrada”29.

21. A pesar de estas críticas, entre finales del xviii y la primera mitad del xix los criollos acaudalados de la Habana seguían solicitando a los negros pinturas murales para sus mansiones. Sybille Fischer, Modernity Disavowed: Haiti and the Cultures of Slavery in the Age of Revo-lution (Durham and London: Duke University Press, 2004), 61-65.

22. Jorge Rigol menciona la actividad febril de este obispo “reformador” de La Habana (1800-1832) en su misión de búsqueda y cremación de las pinturas y esculturas no canóni-cas, como la del cuadro de la última cena donde los apóstoles aparecían vestidos de cura y la virgen como monja, escandalizado por la asisten-cia de la Virgen a la cena, o también las pinturas que consideraba de “mal dibujo” como la escena de embarque del obispo de La Habana forzado al exilio por los ingleses. Jorge Rigol, Apuntes, 54-55.

23. Brian Stock, The Implications of Literacy: Written Languages and Models of Interpretation in the Eleventh and Twelfth Centuries (Princeton: Princeton University Press, 1984), 90-91.

24. Gloria García, La esclavitud desde la esclavitud (La Habana: Ciencias Sociales, 2003); José Ramón Jouve, Esclavos de la ciudad letrada; Eduardo Franca Paiva, “Leituras (im)possí-veis: negros e mesticos leitores na América Portuguesa”, en Política, Nacao e Edicao. O lugar dos impresos na construcao da vida política, eds. Elaine de Freitas Dutra y Jean-Yves Mollier (Sao Paolo: Annablume, 2006), 481-495; Jorge Pavez, “Africanismes à Cuba”, 293-308.

25. Ada Ferrer, “Noticias de Haití en Cuba”, Revista de Indias 229 (2003): 675-694 y “Cuba en la sombra de Haití: noticias, sociedad y esclavi-tud”, en El rumor de Haití en Cuba: temor, raza y rebeldía, 1789-1844, eds. María Dolores González-Ripoll et al. (Madrid: Consejo Superior de Investigaciones Científicas, 2005), 179-231.

26. aNC, Asuntos Políticos, leg. 12, t. 17, f. 97.

27. Brian Street, “Los Nuevos Estudios de Literacidad”, en Escritura y sociedad. Nuevas perspectivas teóricas y etnográficas, eds. Virginia Zavala, Mercedes Niño-Murcia y Patricia Ames (Lima: Red para el desarro-llo de las ciencias sociales en el Perú, 2004), 81-107.

28. Rodrigo Naranjo, “Barroco latinoamericano y forma-ción de la razón buro-crática contemporánea”, Revista de crítica literaria latinoamericana 60 (2004): 305 y 299 respectivamente.

29. Ángel Rama, La ciudad letrada (Hanover: Ediciones del Norte, 1984). La élite habanera negra desarrolló un “extramuros letrado” diferenciado de la ciudad letrada intramuros. El Libro de Pinturas es un ejemplo de esta heteronomía de la escritura negra.

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De esta manera, a lo largo de los siglos la relación a la imagen se fue imponiendo como una forma privilegiada de transmisión de contenidos y afecciones por su especial potencia de afectación a los sujetos de todas cla-ses, pero especialmente aquellas sometidas a las restricciones letradas30. En el caso del Libro de Pinturas de Aponte, las mismas escenas de descodi-ficación de los códices por la lectura de los tlacuolli mexica, chichimeca y náhuatl son muy sugerentes para imaginar el uso que Aponte le quiso dar a su libro, como “anclaje” pedagógico de los relatos de la historia negra que pudo desarrollar frente a sus visitas. Recordemos que todos los acusa-dos en el proceso contra la conspiración señalan su conocimiento del Libro de Pinturas y de las explicaciones dadas por Aponte a propósito de las imá-genes. Las sesiones de estos relatos edificantes son también reportadas por Juan Arnao, quien señala que en la casa de Aponte estaban “dibujadas con carbón vegetal, sobre los muros interiores, varias figuras de guerreros, que debieron ser las imágenes de los guías emprestos [los revolucionarios haitianos] y incluso el invencible Dessalines”. Y subraya que las reuniones nocturnas en casa de Aponte eran un “hecho conocido por todos”, aun-que el anfitrión comprometía a los presentes a “guardar bajo juramento el secreto de estas peligrosas operaciones”31.

Al revisar algunas láminas del Libro de Pinturas veremos cómo estas sesio-nes, revestidas del misterio de una sociedad secreta o logia masónica, servían para ofrecer un relato glorioso del devenir de la “clase negra” en la “historia universal”, convocando la afectación por imágenes alegóricas de los suje-tos históricos negros32. Como ha señalado Jean-Godefroy Bidima hablando del “arte negro-africano”, la obra es siempre un “ejercicio político”, que implica “mani-obra” y “maquinación”. Por esto, el arte está siempre ligado al poder político, pues sirve de mediación y distinción entre lo visible (el rey y su corte) y lo invisible (lo fantástico y lo secreto en la fundación del poder político)33. En este sentido, Palmié apunta a un aspecto central al destacar la propuesta de Aponte de “una visión del pasado [que era] inaceptable para el régimen”, lo que permite pensar en el Libro de Pinturas como “una conspiración de imágenes”34. El efecto de estas imágenes será duradero, y es probable que varios acusados en la posterior “conspiración de Monzón” (La Habana, 1835) se hayan formado ideológicamente más de dos décadas antes, en aquellas sesiones en casa de Aponte35.

30. José Antonio Maravall, La cultura del barroco: análisis de una estruc-tura histórica (Barcelona: Ariel, 1990); Carmen Bernand, Negros esclavos y libres en las ciudades hispanoamericanas (Madrid: Fun-dación Histórica Tavera, 2001); José Ramón Jouve, Esclavos de la ciudad letrada, 53-74.

31. Juan Arnao, citado por Jorge Rigol, Apuntes, 63. El Libro de Pinturas fue encontrado durante el allanamiento de la casa de Aponte “escondido entre la ropa en un armario”, lo que muestra las pre-cauciones tomadas por su autor en torno a esta obra de la cual cono-cía el potencial subversivo. Matt Childs, The 1812 Aponte Rebellion, 3.

32. Stephan Palmié, Wizards and Scientists, 124-125.

33. Jean-Godefroy Bidima, L’art negro-africain (París: Presses Universi-taires de France, 1997), 52-53.

34. Stephan Palmié, Wizards and Scientists, 97.

35. Jorge Pavez, “Africanismes à Cuba”, 414-434. Pilar Borrego fue acusado e interrogado en ambos juicios. Pero además, se encontró en casa del maestro de escuela y capitán de morenos León Monzón, acusado principal, un “manuscrito en forma de libro” de su autoría, hoy también desaparecido, titulado Año de 1812, Apunte general de todo lo ofrecido en esta Epoca. León Monzón; Joaquín Llaverías, La Comisión Militar ejecutiva y permanente de la Isla de Cuba (La Habana: Imprenta El Siglo xx, 1929), 85. Sobre la “conspiración de Monzón” y toda su prolifera-ción textual ver Pedro Deschamps Chapeaux, “Margarito Blanco el ‘Ocongo de Ultan’”, Boletín del Instituto de Historia y del Archivo Nacional 65 (1964): 97-109 y ANC, Fondo Comisión Militar, leg. 23, t.1.

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La potencia del efecto político de las pinturas de Aponte obligan a desmarcar su interpre-tación de la de una pura devoción religiosa. La obra está destinada a producir un afecto de clase por un efecto de representación, “fecundando” las imágenes por medio de un relato que es maniobra política: visibilizar la soberanía histórica de una “clase y condición” negra, cuya genealogía había sido invisibilizada y silenciada por la razón burocrática imperial. Proponemos entonces mostrar cómo el libro de Aponte enfrenta esta razón burocrática reivindicando una razón teocrática anterior a ella, y cuya narrativa está fecundando la imagen de la historia por la representación descriptiva de la soberanía negra.

2. etiopismo CoNtra Naturalismo: el lugar de los Negros eN la historia uNiversal

El taller de Aponte se sucede a otro gabinete que operó poco antes en los intramuros de la ciudad de La Habana, al que Aponte estuvo muy probablemente vinculado. Se trata del gabinete naturalista del militar portugués Antonio Parra, cuya obra se considera hoy como el primer trabajo científico publicado en la isla. Antonio Parra acopiaba piezas de fósiles, moluscos y peces secos que encontraba a la orilla del mar, y las trasladaba a su domicilio con la ayuda de un criado, construyendo así la colección que luego presentaría al público bajo la forma de libro y de exhibición pública. Para el trabajo de ilustración gráfica de la obra, Parra recurrió a la valiosa colaboración de su hijo de dieciséis años, quien se hizo cargo del grabado de las láminas y de las investigaciones y lecturas que requería su efectuación técnica36. De esta manera, al igual que Trinidad Núñez para el Libro de Pinturas, el hijo de Parra fue colaborador indispensable en la producción gráfica de la obra.

El gabinete naturalista de Parra ejerció sin duda cierta inspiración teórica y metodoló-gica en la decisión de Aponte de elaborar un libro de historia, ya no en torno a las clases naturales de las especies, sino a las clases sociales de razas y naciones. Las relaciones que se pueden establecer entre el gabinete naturalista de Parra y el taller historicista de Aponte son múltiples. Hacia el año 1783, el militar y naturalista aficionado mandó a construir mue-

bles de caoba “trabajadas al estilo del país” para exponer su colección, habiendo consultado “a varios maestros carpinteros”. Parra escri-birá luego a la corte de España señalando que acopiaba ejemplares de especies en cajas de caoba labradas “por los artífices del mejor gusto del país”37. Considerando que los carpinteros de La Habana eran todos negros libres38, que Aponte alcanzaba cierta fama en el oficio, la que se sumaba a su erudición e interés por el conocimiento general, hay sufi-cientes elementos para pensar que fue él quien confeccionó los muebles requeridos para la exposición de la fauna marina, y recibió de manos

36. Armando García, Antonio Parra en la ciencia hispanoamericana del siglo xviii (La Habana: Academia, 1989), 37 y 41.

37. Armando García, Antonio Parra, 36-37. El libro de Parra incluye dos láminas de estos muebles.

38. Pedro Deschamps Chapeaux, El negro en la economía habanera del siglo xix (La Habana: Unión de Escri-tores y Artistas de Cuba, 1971).

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del mismo Parra uno de los pocos ejemplares impresos de su Descripción de Historia Natural (1787)39. Pocos años después, Aponte inició la fabricación de su propia historia ilustrada40. Y para este fin, en vez de recorrer las playas en busca de fósiles, fue al puerto de La Habana en búsqueda de viajeros que lo abastecieran de libros e información.

imageN 1: “lámiNa B: mueBle de exposiCióN”, proBaBlemeNte oBra del eBaNista José aNtoNio apoNte

Fuente: Antonio Parra, Descripción de diferentes piezas de historia natural las mas del ramo marítimo:

representadas en setenta y cinco láminas (La Habana: Imprenta de la Capitanía General, 1787), s/p.

Es importante entonces detenerse en el diálogo crítico que enfrenta el trabajo de Aponte al de Parra, en torno a la concepción dieciochesca de una “historia natural”, estando ambos libros cubanos enfrentados precisa-mente en torno al problema de la ilustración de una gnoseología histórica. Parra era un naturalista autodidacta no formado en las disciplinas de la

39. En uno de los muebles fabricados por Aponte los indios caribes ocupan un lugar protagónico como pilares de la estructura, Antonio Parra, Descripción de historia natural, ilustración b, s/p. Coincidentemente, en las láminas xviii-xix y xiv-xv del Libro de Pinturas aparecen el cacique Mariel y otros taínos en similar posición de sostener algo: “almas”, estandartes, “una india”. aNC, Asuntos Políticos, leg. 12, t. 17, ff. 35 y 40.

40. En la lámina viii aparece Manuel Godoy, ministro de la corte de España, apodado “príncipe de la paz” por el hecho de haber llevado las negociaciones con los franceses (1795). aNC, Asuntos Polí-ticos, leg. 12, t. 17, f. 25, y Stephan Palmié, Wizards and Scientists, 319. Esto permite fechar el inicio de la elaboración del Libro de Pinturas entre 1787 (publicación del libro de Antonio Parra) y 1795. La campaña de Jean François y los batallones negros de Cuba a favor de los españoles y contra los franceses en Ballajá (1794) habría permitido la entrada a Cuba de información e iconografía de la revolución haitiana, Ada Ferrer, “Cuba en la sombra de Haití”, 190-193 y 228. Por otra parte, desde 1804 se incorporaron los primeros aportes iconográficos de Trinidad Núñez al Libro de Pinturas (lámina xvi). Se puede así considerar que el proceso creativo de Aponte se desarrolló inspirado por los acontecimien-tos de la revolución haitiana ini-ciados en 1791, pero Hernández se equivoca al fechar el inicio de la producción del libro en 1806. Juan Antonio Hernández, “Hacia una historia”, 234.

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clasificación de las especies naturales; no usaba el “sistema de la naturaleza” de Linneo (1735), y practicaba una “manipulación empírica” de las piezas que colectaba. Estas prácticas auto-didactas y ciertos “errores de clasificación” llevaron a García González a considerar que “Don Antonio habría llegado a ser un buen naturalista, de haber tenido la posibilidad de estudiar con un maestro o una escuela adecuados”41. Se trata sin duda de un punto relevante, pero debemos entender aquí el proyecto clasificatorio del naturalismo en un sentido más amplio. La inclu-sión en el libro de Parra de tres láminas finales (lxxi, lxxii y lxxiii) que llevan por título “Negro: Hernia disforme” muestra el lugar del cuerpo negro en la “historia natural” como pieza que se articula en el continuo de la naturaleza y que a la vez marca una transformación. Se trata aquí de “Domingo Fernandez, Negro de nacion Congo; de edad de 32 años (el que se exercitaba de calecèro ò cochero)”, cuya “Hernia sarcosele esfèrica” (elefantiasis testicular) es descrita en todas sus dimensiones:

“[…] en su circunferencia de vara y media y seis pulgadas; y de alto à baxo tres

quartas y cinco pulgadas: su peso quatro arrobas y dos libras. Presenta por la parte

anterior hasta las rodillas, la extension de dos quartas de una à otra: por la parte

posterior, tiene la extension de una pierna à otra una vara menos dos pulgadas.

Se nota de particulár en èlla, hallarse distante de su pubis las partes pudendas

catorce pulgadas, distinguiendose parte del cuerpo del miembro, con la particula-

ridad de no orinar por él, sino por una pequeña abertura, que se halla á la raíz de

este. Esta enfermedad, la adquiriò el año 1777. habiendo empezado del tamaño de

una bola de truco, con cuyo motivo pasò al Hospital de San Juan de Dios, en el que

tomó las unciones; pero infructuosamente, pues lexos de disminuirse, há tomado

el mencionado incremento, con la singular particularidad de no serle incomoda

mas que para andar, pues lo executa con trabajo; sin embargo de hallarse robusto,

sano y sin el menor achaque”42.

La “descripción de piezas de la historia natural de la isla” termina señalando que Domingo Fernández “se mantiene de pedir limosna; con cuyo motivo son raros, en esta Ciudad de la Havana, los que no sean testigos oculares de este fenómeno raro de la naturaleza, y los que no se muevan á admiracion, y compasion de ver una mole tan considerable. fiN”43. La imagen

de este “ejemplar” de un pathos negro al final de la serie de imágenes de vegetales, fósiles y animales marinos de la isla, busca marcar el límite de la naturaleza con la imagen de un negro enfermo, cuya deformidad corporal es identificada con la raza. La deformación testicular de este cuerpo negro significa aquí una función y un límite de demarcación.

41. Armando García, Antonio Parra, 41, 97 y 38 respectivamente.

42. Antonio Parra, Descripción, 194-195.

43. Antonio Parra, Descripción, 195.

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imageN 2: “lámiNa 71. Negro: herNia disforme”

Fuente: Antonio Parra, Descripción de diferentes piezas de historia natural las mas del ramo marítimo: representadas en

setenta y cinco láminas (La Habana: Imprenta de la Capitanía General, 1787), s/p.

La aparición del monstruo como problema para la ciencia naturalista del siglo xviii está vinculada a la necesidad de completar los cuadros clasificatorios de las transformaciones tem-porales que articulan el continuo de los seres. Mientras que el fósil, que abunda en las láminas del libro de Parra, funciona como una forma de la identidad y permite subsistir las semejan-zas a través del tiempo, el monstruo deja aparecer la diferencia aún sin ley, producida por las transformaciones en el continuo de la naturaleza, como origen de las especificidades de los cuerpos44. El cuerpo de Domingo Hernández hace en este libro el papel del monstruo, es decir, aquel cuerpo que alude a las variaciones de la naturaleza que prueban la diferencia entre cuer-pos sin alcanzar aún a constituirse en clase. Pero al elegir el cuerpo de un negro enfermo, Parra vincula la diferencia monstruosa a un sistema de clases, el de las razas como variedades de la especie humana. Con su Sistema Naturae Linneo había roto la unidad del hombre (el monogenismo bíblico), incorporándolo a las series natura-les en un mismo sistema de clasificación (compuesto de órdenes, clases,

44. Michel Foucault, Les mots et les choses (París: Gallimard, 1966), 163-170.

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especies, variedades, y razas, en una cadena sin saltos ni vacíos), y rele-gando a la metafísica las diferencias entre hombre y animal45.

La inclusión de un enfermo/monstruo negro al final del continuo de especies que van de los fósiles a los pescados, pasando por las plantas marinas y crustáceos, constituye en Parra el marcador de un umbral que indica una anomalía: la continuidad de la naturaleza en una misma espe-cie y variedad está solapada con la diferencia de raza y la especificidad de un pathos, el cual marca la identidad de una diferencia clasificatoria y el límite de variabilidad en un continuo. Lo que se subraya así es una forma de transición entre especies a partir de un vestigio de las transformacio-nes que ha sufrido el cuerpo humano en el tiempo, vestigio fósil (el cuerpo “negro”) cuyas formas primigenias de la identidad y de la invariabilidad sustentan un sistema de clases raciales.

La asociación de los negros africanos con los monstruos se remonta a los antiguos. Desde las geografías de Plinio, Heródoto, Estrabo y Julio Solino hasta las exégesis bíblicas de San Isidoro de Sevilla y San Agustín, África fue tierra de monstruos. Según estos autores, la torridez climática fue la explicación más recurrente para la proliferación de vidas monstruosas en el continente donde los negros (“etíope”, del griego aethiops ‘cara que-mada’) convivían con animales fabulosos. San Agustín e Isidoro de Sevilla le darán el giro bíblico a la geografía antigua: la monstruosidad anatómica de los africanos es para ellos manifestación de la suciedad del alma, el cuerpo negro (considerado deforme) es el síntoma y la condena de la maldición de Noé a Cham, y la esclavitud de los negros se justifica como castigo divino al pecado de su ancestro irreverente46. Alonso de Sandoval parece ser el primero en América en abordar sistemáticamente esta doxa naturalista y monogenista sobre la monstruosidad de los “etíopes” (entendido como

“negros africanos”)47. El proyecto de salva-ción de los “etíopes” que propone Sandoval en su De Instauranda Aethiopum salute (1647) se debate con un tema propio de la literatura del barroco español: el de la imposibilidad de “limpiar” el negro (aclarar su piel), pro-blema cuya traducción teológica constituía la salvación (“limpieza”) de sus almas48. La

45. Jacqueline Duvernay-Bolens, Les Géants Patagons. Voyage aux ori-gines de l’homme (París: Michalon, 1995); Stephen Jay Gould, La falsa medida del hombre (Barcelona: Crítica, 1997).

46. Alonso de Sandoval, De instau-randa Aethiopum salute, Historia de Aethiopia, naturaleça, Policia Sagrada y profana, Costumbres, ritos y Cathe-cismo Evangélico de todas las Aethiopes con que se restaura la salud de sus almas (Madrid: Alonso Paredes, 1647); Baltasar Fra Molinero, La imagen de los negros en el teatro del Siglo de Oro (Madrid: Siglo xxi, 1995). Si a pesar de esto el monogenismo católico sigue incluyendo a los negros en la especie humana, exi-giendo por tanto su evangelización, los reformistas protestantes, en cambio, demonizaron la monstruo-sidad de los negros, desechando la posibilidad de su humanidad y su evangelización.

47. Este jesuita, que bautizaba los esclavos recién llegados a Cartagena de Indias, dedicó el tercer capítulo de su obra a la “causa de los extraor-dinarios monstruos que se hallan en la Africa, y en la Asia, principal-mente en la parte que della ocupa la Etiopia”. Ahí, el autor proponía “entender [...] la diversidad de formas, que se halla en la especie humana entre los Etiopes, y demas Reinos de negros” para lo cual “es necessario saber la causa de la generación de los monstruos y su principio”. Alonso de Sandoval, De Instauranda, libro 3. Ver también: Mario Cesáreo, “Menú y emplaza-miento de la corporalidad barroca”, en Relecturas del Barroco de Indias, ed. Mabel Moraña (Hanover: Ediciones del Norte, 1994), 185-221; Carmen Bernand, Negros libres y esclavos.

48. En las abundantes ediciones de los Emblemata de Andrea Alciato aparece la figura del negro etíope al que dos hombres blancos quieren lavar, sin poder cambiarle el color por más que se le lave: “[…] es el símbolo de la negatividad, de lo imposible, como reza el lema del Emblema 59”, Baltasar Fra Moli-nero, La imagen de los negros.

Lope de Vega por su parte escribe: “[…] es como el negro el necio/ que aunque le lleven al baño/ es fuerza volverse negro”, en El mayor imposible, Jornada 1, verso 350, citado en Balta-sar Fra Molinero, La imagen de los negros, nota 4. En su proyecto salvífico, Sando-val intentó enfrentarse a estas “pruebas”.

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importancia de Sandoval en la fundación y difusión del etiopismo histórico en América (en opo-sición al etiopismo bíblico) lo hace acreedor de un lugar en el Libro de Pinturas, donde aparece pintado en compañía de varios clérigos y peregrinos negros en una escena que acontece en la Roma Vaticana. Esa lámina xxxvii, donde el “Padre Sandoval Jesuita y autor que testifica con lo demás, la realidad de los referidos individuos morenos”49, muestra un procedimiento reiterado en el libro de Aponte: usar las escenas pictóricas para citas textuales (glosando el texto alfabético que se translitera) y para la escenificación de la autoría de estos textos (incorporando a los autores citados como personajes de las pinturas).

Los autores se constituyen así en fuente y objeto de la representación. La descripción de esta lámina permite también comprender la diversidad de fuentes biblio-gráficas y orales que informan el Libro de Pinturas. La imagen comienza representando “al Papa Clemente XI con un Cardenal y otro religioso de la orden de San Benito ambos morenos, el primero nombrado Jacobo y el segundo sin nombre y bibliotecario de su santidad”, personajes cuya existencia Aponte declara conocer “solo por conversación” con “un negro cuyo nombre ignora el cual tenía el libro de la historia general y le instruyó acerca de ambas figuras en razón de hallarse el declarante formando entonces esta pintura”50. Aunque no queda claro qué “historia general” se cita, es muy posible que la figura del bibliotecario refiera al Abba Gregorius, monje y gramático etíope que hacia 1649 sirvió de infor-mante a Hiob Ludolf, cuando elaboraba su Historia aethiopica (1681) en el Vaticano. Aponte señala luego que “mucho de lo figurado en este papel” se debe a que “ha leído el libro de la vida de San Antonio Abad”51 y que se ha enterado de la existencia “del Templo que existe en la misma Ciudad titu-lado San Esteban de los Indianos detrás de la Catedral de San Pedro”52 por la lectura de “la guía de forasteros de Roma”53. Estas fuentes le permitirán corroborar la existencia de muchos otros personajes religiosos, negros o “negrófilos”, circulando por el Vaticano: el “obispo de la india oriental [...] asociado de varios familiares seculares y eclesiásticos todos morenos”, que son recibidos por “los cardenales, acompañados del General franciscano y el de San Bernardo”; “dos religiosos [...] uno Dominico y otro de San Benito son [autores] de la verdad de la historia que le explicaron nombrados Fray Luis de Yrreta el primero, y el segundo el Padre Álvarez”54. Ambos autores son conocidos por sus obras históricas sobre Etiopía, habiendo partici-pado el segundo como capellán de la misión encomendada en 1520 por

49. aNC, Asuntos Políticos, leg. 12, t. 17, f. 55.

50. aNC, Asuntos Políticos, leg. 12, t. 17, f. 53.

51. Identificamos esta obra como la de Juan Baltasar Abisinio, Funda-cion, vida y regla de la grande orden militar y monastica de los caualleros y monges del glorioso Padre San Anton Abad, en la Etiopia, monarchia del Preste Iuan de las Indias compuesta por don Iuan de Baltazar Abissino (Valencia: Juan Vicente Franco, 1609), que reporta la historia de los Caballeros y la Regla de San Antonio Abad, importantes prota-gonistas en el Libro de Pinturas.

52. aNC, Asuntos Políticos, leg. 12, t. 17, ff. 53-54.

53. Refiere a la obra del obispo de Santiago de Cuba, Gabriel Díaz Vara Calderón, Grandezas y maravillas de la inclyta y sancta ciudad de Roma (Madrid: Joseph Fernández de Buendía, 1678). La edición incluye un mapa de Roma. Baltasar Abisinio también refiere al Templo: “Los Abissinios que residen en nuestro Colegio & Iglesia de S. Esteban de los Indianos en Roma, son casi todos Religiosos de nuestra Orden”, Balta-sar Abisinio, Fundación, vida y regla, 88. También lo hace Luys Urreta, Historia eclesiástica, política, natvral y moral de los grandes y remotos reynos de la Etiopía, monarchia del emperador, llamado Preste Iuan de las Indias (Valencia: P.P. Mey, 1610), 609-622.

54. aNC, Asuntos Políticos, leg. 12, t. 17, f. 54.

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el rey Manuel I de Portugal a Rodrigo de Lima, como respuesta a la carta de Elena, soberana de Abisinia y madre de quien recibirá esta embajada, el negus Dawit II, Atani Tingli55. De esta misión resulta el envío del obispo Oviedo, “tercer patriarca”, y un grupo de jesuitas que llegan como embajada religiosa ante la teocracia abisinia cuando el rey Claudius sucede a Dawit II, unos años después de la vuelta de Alvares y de Lima a Portugal en 152556. Consistentemente, siguen en la

pintura, junto al “Padre Pereira Carmelita”, “el Padre Oviedo Jesuita que fue prepósito de lengua latina en Abisinia; un Cardenal deteniendo a los Padres Jesuitas Illescas y Maceo con su conductor, porque eran contrarios de los de Abisinia”57. Luego siguen “tres morenos en traje de eclesiásticos” en la puerta del Templo de Santa María del Pueblo, y “la pintura de un Religioso de la orden de Predicadores con el nombre de Tomas y de color moreno el cual fue Prior del convento de San Esteban de los Indianos edi-ficado por Clemente XI para individuos de esta clase, como consta en la guía citada de la propia Ciudad”58; “dos negros con los nombres de [Tomas] y Marcos y son peregrinos” con vestidos bordados “en cánones y Leyes” y “Teología y Filosofía” respectivamente; y “el Padre Sandoval Jesuita”, ya mencionado. La pintura concluye “con dos embarcaciones la una que los condujo, y la otra de Moros apresados”.

De los eruditos etiopistas aquí figurados, el padre Urreta había aparecido anteriormente (lámina xxix), en el contexto de la visita a Valencia de los clé-rigos Mantex S.J., el “obispo de Málaga”, “los morenos de la Abisinia”, un “embajador” con insignias de la orden de caballeros de San Antonio Abad, unos “Condes”, y el abisinio Juan de Baltasar, quién aparece señalando un pasaje de “la Sagrada Escritura” donde se “había comprado a los Griegos con piedras preciosas y dinero”59. Luego, el cura y los condes “franquearon a Baltazar la entrada en Valencia”, teniendo allí “por defensor al Padre Urreta de la orden de Predicadores”. De esta visita surgirán dos obras que también marcarán un hito en el imaginario etiopista europeo: se trata del ya citado libro del abisinio Baltasar, que servirá de fuente (el libro y el autor) para la obra del fraile domínico Luis Urreta60.

En la descripción de esta lámina, profusa en personajes históricos de la cristiandad morena, vemos el lugar central que ocupan los autores que se encargaron de dar a conocer en Europa la historia de Abisinia. La erudi-ción de Aponte, que supera de lejos los conocimientos de sus acusadores, preocupa tanto a estos últimos que gran parte del interrogatorio sobre

55. Luys de Urreta, Historia; Francisco Alvares, Verdadeira Informação das Terras do Preste João das Indias Segundo Vio e Escreveo ho Padre Alvarez Capellã del Rey Nosso Señor (París: Jean Tompere, 1830 [1540]). Alvares parece ser el pri-mero que lleva a Europa noticias del Kebra Nagast, el libro sobre “la gloria de los reyes” de la teocra-cia etíope. También publica los intercambios epistolares entre el Negus y los reyes de Portugal, Manuel y Juan.

56. Alonso de Sandoval, De ins-tauranda, 275-282. El patriarca Andrés de Oviedo está represen-tado en el grabado de portadilla del libro de Sandoval, junto a San Francisco Xavier y otros monjes bautizando niños africanos.

57. aNC, Asuntos Políticos, leg. 12, t. 17, f. 55.

58. Gabriel Díaz Vara Calderón, Grande-zas y maravillas, s/p.

59. aNC, Asuntos Políticos, leg. 12, t. 17, f. 43.

60. Juan Baltasar Abisinio, Fundación, vida y regla; Luys Urreta señala que Juan Baltasar, de la orden de predi-cadores y de la “guardia del Preste Juan”, llegó al convento de Valencia “con unos orijinales y papeles, parte en lengua etiópica y parte en italiana, mal concertados, pero califi-cados y verdaderos, porque estaban corroborados con firmas y sellos de personas graves y religiosas”, Luys Urreta Historia, 102-103. Ver también Jean Doresse, L’empire du Prêtre Jean (París: Plon, 1957), 209-210, quien criticó a Baltasar de “travestismo” y a Urreta de “ingenuo”.

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Lecturas de un códice afrocubano. Naturalismo, etiopismo y universalismo en el libro de José Antonio Aponte (La Habana, circa 1760-1812)

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esta lámina se centran en la averiguación de las fuentes sobre las que se basa el artista afrocu-bano para afirmar la negritud de tanto clérigo, en la capital misma de la cristiandad occidental. Así, nos enteramos que, además de los principales libros y autores ya señalados, Aponte se basa en informaciones de las cuales “no puede señalar el tiempo ni la ocasión de lo que se le inte-rroga porque no lo ha leído” ya que lo “sabe solo por conversación” con “un negro cuyo nombre ignora”. Luego, Aponte es llevado a precisar que “del mismo modo que con aquel individuo le ha sucedido con otros cuyos nombres no ha sabido aunque han conversado”. Y también, res-pecto a una serie de sacerdotes negros, que:

“por haber oído a los reverendos padres Fray Diego de Soto y Fray Rafael Miranda a

su vuelta de Roma referir que los vieron en un concilio a que asistieron predicando

la Basílica un moreno que traía el General de Abisinia que también concurrió: con la

advertencia de que no oyó el declarante inmediatamente a los Padres Soto y Miranda

sino a otros que lo conversaban como referido por aquellos” 61.

La riqueza intertextual de esta pintura no sólo nos ayuda a precisar las fuentes etiópicas, escri-tas y orales, que alimentan el trabajo de Aponte, sino también su constante búsqueda de noticias ultramarinas, que lo llevan a circular por los muelles de La Habana para abastecerse de libros, infor-maciones y conocimientos sobre la historia de África y de los africanos que transportan los sujetos que viven en la triangulación del “Atlántico negro”. No por nada, “concluye la estampa o pintura con dos embarcaciones la una que los condujo [al general de Abisinia y su grupo], y la otra de Moros apresados”, lo cual confirma el rol de los barcos como “el más importante conducto de la comunicación panafricana”62, algo que Aponte no sólo enten-dió, sino que también quiso historiar en un juego de escalas aún hoy difícil de aprehender en toda su heterogeneidad. Hay que destacar también la estrate-gia de Aponte para proteger a los personajes con los cuales se comunicaba, “ignorando” sus nombres cuando se le pidió identificarlos. Esos nombres podrían considerarse hoy como referentes claves de los estudios apontianos.

Las cuatro obras que destacan como fuentes escritas del etiopismo de Aponte dialogan y se replican entre sí, constituyendo las fundaciones del etiopismo histórico63. Sus autores, Juan Baltasar Abisinio de la Regla de San Antonio Abad, Luis Urreta de la Orden de Predicadores, Francisco Alvares de la Orden de San Benito, y Alonso de Sandoval de la Compañía de Jesús, aparecen en varias pinturas. De estas obras, Aponte rescatará los personajes de la soberanía teocrática abisinia para su representación. Así, temprana-mente en el libro (en las láminas v a vii, después de las primeras, dedicadas

61. aNC, Asuntos Políticos, leg. 12, t. 17, 55.

62. Linebaugh citado por Paul Gilroy, The Black Atlantic. Modernity and Double Consciousness (Cambridge: Harvard University Press, 1993), 13.

63. Además de las glosas que estas obras se hacen entre sí (inclu-yendo otras como las historia de Etiopía de Manuel de Almeida o de Jerónimo Lobo), Aponte pudo haber accedido al conocimiento de otras disponibles en otros idiomas (como las de Hiob Ludolf y el Kebra Nagast), por interme-dio de sus socios anglófonos o francófonos como Juan Barbier (alias Juan Francisco) o Hilario Herrera, “el inglés”. Juan Antonio Hernández, “Hacia una historia”, 248; y José Luciano Franco, “La conspiración de Aponte”, 159.

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al Génesis), se representa un personaje clave de esta historia, el Preste Juan. Este nombre genérico fue identificado con el Negus de Etiopía en 1329 por el domínico Jourdain Catalan de Séverac, después de siglos de especulaciones europeas sobre la ubicación exacta de su reino y localizado por los textos en la “India oriental”64. En la primera de estas láminas (v), el Negus Asnaf Sagad (Preste Juan conocido como Claudius) se enfrenta con apoyo de los portugueses al Ber de Alejandría (gobernador otomano que administraba Egipto en nombre del emperador “turco”), inundando El Cairo para obli-garlo a pagar el tributo que le debía a la Regla de San Antonio. Este batalla habría ocurrido en 1572, pocas décadas después de la alianza del Negus con Occidente por intermedio de la embajada de de Lima y Álvarez65.

En esta primera escena de guerra ya se anuncia lo que será una constante en la obra como escenificación de la “guerra de razas”66: la explícita superio-ridad militar de los ejércitos negros sobre sus enemigos. En este caso, sobre sus propios aliados portugueses, y sobre su enemigo común, los “moros” del “turco”. En otro caso (lámina xviii-xix) el abuelo del autor, Joaquín Aponte, junto a otros oficiales (Hermenegildo de la Luz, José Antonio Escoval) y sol-dados de los Batallones de Morenos (el padre del autor, Nicolás Aponte) aparecen triunfantes en la defensa del Torreón de Marianao (La Habana), al momento de la invasión de los ingleses en 176267. Varias láminas después (xliv-xlv) aparece el ejército del rey africano Tarraco invadiendo Hispania (evento

fechado en el siglo iii a. C.), paralelamente al evento de la derrota de Senaquerib por el ángel (evento bíblico fechado históricamente alrededor del siglo vii a. C.)68. Ante la preocu-pación de los jueces por tantos éxitos militares de los ejércitos negros y la extraña colindancia de dos episodios tan alejados en el tiempo y el espacio, Aponte responderá que se encontra-ban así representados “por razones de historia como todo lo demás en el libro”69. Además de la Biblia, las obras etiopistas, la síntesis histórica, la memoria y el archivo familiar70, también la biografía del Conde de Saxe (1696-1750) encontrada en su biblioteca71 debe haber

64. Jean Doresse, L’empire, 216 ; Michel Mollat, Les explorateurs du XIIIe au XVIe siècle. Premiers regards sur des mondes nouveaux (París: Comité des travaux historiques et scientifiques, 1992), 43-44.

65. Baltasar Abisinio, Fundación, vida y regla, 80-81 y 93-96. Hernández estima que esta escena corresponde al año 1543 bajo el reino de Galaw-dewos (Dawit). Juan Antonio Her-nández, “Hacia una historia”, 246.

66. Juan Antonio Hernández, “Hacia una historia”, 249-258.

67. aNC, Asuntos Políticos, leg. 12, t. 17, ff. 34-35.

68. Al acercarse a las fuentes de estas historias se puede ver la intrincada vinculación entre estos eventos: la Biblia (Reyes 2: 19) menciona al “Faraón Taraca” (Tearco, Tarcus, Tarraco, Tirhaka), rey negro que gobernaba Egipto y que estaba en guerra contra los Asirios, en el mismo episodio de la derrota de Senaquerib; Heródoto por su parte menciona a Senaquerib como el rey asirio que libera Egipto de la ocupación etíope, Stephan Palmié, Wizards and Scientists, 119-120; y Alonso de Sandoval señala que el rey Tarraco invade las costas mediterráneas, saquea y se vuelve a África en 934 a. C. Alonso de Sandoval, De instauranda, 241. El mismo Aponte señala haber leído el episodio de Senaquerib en las “Noticias de la Historia Universal”, obra que sintetiza varias de las anteriores, y que es posiblemente la de Sieur de Royaumond Prieur de Sombreval [Nicolas Fontaine/Le Maistre de Sacy], Historia de sucesos memorables del mundo: con reflexiones instructivas para todos, ed. Leonardo de Uria y Orueta, 4 vols. (Madrid: Imprenta y Librería de Antonio Mayoral y de Manuel Martín, 1765-1779 [1673]).

69. aNC, Asuntos Políticos, leg. 12, t. 17, f. 60.

70. La requisa del domicilio de Aponte da fe de la existencia de una serie de planos de batalla, ordenanzas militares y cédulas reales relativas a la actuación de su abuelo y su padre

y otros oficiales de los Bata-llones de Pardos y Morenos leales al rey de España. aNC, Asuntos Políticos, leg. 12, t. 17, ff. 73-74. Sobre estos Batallones: Pedro Deschamps Chapeaux, Los Batallones de Pardos y Morenos Libres (La Habana: Arte y Literatura, 1976); Gloria García, Conspira-ciones y revueltas. La actividad política de los negros en Cuba (1790-1845) (Santiago de Cuba: Oriente, 2003).

71. Jean-Baptiste Damarzit-Zahuguet, Historia de Mauri-cio, conde de Saxe, mariscal de los campos y ejercitos de S.M. Cristianisima, 2 vols. (San Sebastián: Riego y Montero, 1754 [1752]).

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Lecturas de un códice afrocubano. Naturalismo, etiopismo y universalismo en el libro de José Antonio Aponte (La Habana, circa 1760-1812)

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inspirado a Aponte en la elaboración de esta serie de láminas bélicas, considerando el protagonismo y la fama del batallón de soldados negros en los éxitos militares de este masón alemán al servicio de las realezas europeas en el siglo xviii72. Se confirma así lo que Palmié llamó “el extraño rigor” del procedimiento apontiano y “la pavorosa implicación de la sistematicidad” del artesano-historiador afrocubano en su afán de rescribir en pinturas el devenir histórico de los africanos73.

Volviendo a la figura del Preste Juan, en su siguiente aparición (lámina xvi-xvii) éste se mues-tra rodeado de símbolos y estandartes de la soberanía etíope (leones y cruces),

“con el Espíritu Santo arriba indicando que bajaba cuando la Reina Candase daba el

bautismo a los Príncipes en el Río Nilo conducida por Eleunuco su Tesorero a quien

dio el apóstol San Felipe, la Concha con que Bautizaba otra Reina y el Libro que tiene

en la mano es el de las Profecías de Isaías que iba leyendo Eleunuco en el Carro”74.

Este episodio del etiopismo bíblico fue probablemente escrito en el siglo i d. C., (con el eunuco como secretario/tesorero de la reina). Sin embargo, hay registro de la reina Candace desde el siglo v a. C., lo que llevó Plinio el Viejo a establecer, antes que el Nuevo Testamento, que Candace era el nombre genérico de las reinas que gobernaban Meroé (Etiopía/Abisinia)75. En lo que sigue, la lámina incorpora algunos personajes más de la galería teocrática etíope: Abalseo “primer Apóstol moreno ordenado por el propio San Felipe”, “Miguelet [Menelik], hijo del Rey Salomón y de la Reina Saba, que enviado de su padre a la Reina Candase por travesura, le dio el mismo Salomón las Tablas de la Ley”, “Abraham, otro Preste de las Indias”, “los tres Reyes Magos, Melchor Gaspar y Baltasar guia-dos de la Estrella que se concedió al primero para que condujese a los otros a la adoración de Jesucristo recién nacido que esta mas [a la] izquierda en los brazos de su madre”76. Y luego, en la lámina xlvi se continúa la represen-tación de estos personajes en un marco geográfico donde se despliegan la Abisinia, los “montes de Armenia”, el valle de Hebrón, Persia, el Mar Rojo, columnas, templos, la estatua del querubín (cuidando el valle de Hebrón) y el arco del diluvio. Entre los personajes, “el grande Abad de los Caballeros de San Antonio y un obispo de la India Oriental, David Príncipe hijo de Santa Elena”, este último seguramente Lebna Dengel Dawit I (1382-1411)77 y “San Juan Abad de los monjes de la Tebaida, con otros compañeros del obispo y Grande Abad al pié de una columna figurando ser su pedestal: sobre la que está colocada una imagen de María Santísima de Regla y a sus pies la fe que coronan dos negros en señal de abrazarla y defenderla; con el Rey Moriacatapa y su pueblo a los dos lados”78.

72. Paul Naudon, La franc-maçonnerie (París: Presses Universitaires de France, 1963), 40.

73. Stephan Palmié, Wizards and Scientists, 120.

74. aNC, Asuntos Políticos, leg. 12, t. 17, f. 29.

75. Biblia, Hechos 8: 26-38. El eunuco de la reina Candace es presentado desde el siglo iii en la iconografía cristiana, como protagonista del primer acto de universalización del bautizo. Jean-Marie Courtés, “Traitement patristique de la thé-matique éthiopienne”, en L’image du noir dans l’art occidental, vol. 2, ed. Jean Devisse. (París: Biblio-thèque des arts, 1979), 1 y 20.

76. aNC, Asuntos Políticos, leg. 12, t. 17, ff. 30-31.

77. Stephan Palmié, Wizards and Scientists, 325.

78. aNC, Asuntos Políticos, leg. 12, t. 17, ff. 61-62.

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Junto a la virgen se encuentran “San Samuel, Santa Elena, y Moisés, San Benito de Palermo, Santa Cerma, y San Eliseo”, blancos anacoretas, Jesús Cristo con una oveja al hombro, San Pedro de San Salvador, San Antonio Catajirona, Santa Eufrasia, San Paulino de Nolas, San Felipe Martín “cor-tando la cabeza con una espada que le dio San Miguel a un Rey blanco por blasfemo”, y San Serapio79. Gran parte de estos personajes de la historia religiosa y política de Etiopía se encuentran hagiografiados en los cuatro libros mencionados80, que forman junto a las fuentes orales, la comunidad textual del etiopismo europeo.

3. uNiversalismo y soBeraNÍa Negra: la represeNtaCióN de Clase Como JúBilo

El libro de la Vida y fábulas de Esopo es la única obra griega que encontra-mos en la biblioteca de Aponte como fuente de inspiración para su libro, a pesar de hallarse en ellas más de cincuenta personajes del corpus mítico e histórico heleno-romano81. Tanto las fábulas como la biografía del sabio Esopo remiten a un régimen de representación anterior y exterior al barroco, al Renacimiento y al Medioevo, y han sido consideradas como arquetipos de las formas de representación política y retórica. La Vida de Esopo lo representa como un esclavo negro, mudo y monstruoso, a quien le es dado por magia el don de la palabra, y que por su sabiduría obtiene la libertad82. Las fábulas de Esopo han sido consideradas como fundación de la prosa (para Hegel, “en el esclavo comienza la prosa”83), y podemos ver en el Libro de Pinturas algunas de sus huellas, bajo la forma de aforismos similares a los que Esopo usaba para denunciar las ignominias del poder. Por ejemplo, la metáfora donde “la avari-cia” “saltando al muelle” de La Habana desde un navío “da con la muerte”, o el verso que reza “la muerte lo destruye todo menos la prudencia”, desarrollado más explícitamente en la figura del “Dios de las fábulas”, que “manifiesta que siendo la muerte la llave del mundo, todo es fábula como se expresa en la

redondilla siguiente= Consume con gran violen-cia= La parca lo mas lucído= pero jamás ha podido Aniquilar la prudencia”84.

Violencia, muerte, avaricia o prudencia son temas recurrentes en la crítica esópica a las formas del “buen” y “mal” gobierno, de intensa pertinencia en el contexto que vive Aponte85.

79. aNC, Asuntos Políticos, leg. 12, t. 17, f. 62.

80. Francisco Alvares, Verdadeira Informação; Baltasar Abisinio, Fun-dación, vida y regla; Luis Urreta, Historia; Alonso de Sandoval, De instauranda.

81. Las fuentes de Aponte para todo el imaginario homérico que des-pliega en el libro parecen ser las series ornamentales con motivos de la Antigüedad que se propa-gaban como iconografía desde temprano en América colonial. Jouve, Esclavos de la ciudad, 72; Juan Antonio Hernández, “Hacia una historia”, 208, recuerda la alta valoración que reciben los africanos en La Ilíada y la Odisea.

82. Paul Carranza, “Cipión, Berganza and the Aesopic Tradition”, Cervan-tes: Bulletin of the Cervantes Society of America 28: 1 (2003): 141-163. El autor destaca la influencia de las fábulas de Esopo (cuya traducción al castellano data de finales del siglo xv) en la constitución de la picaresca española. La Vida de Esopo que acompaña la edición castellana corresponde a la versión manuscrita más antigua, escrita en el siglo i d. C., identificada como Vita G. Pedro Badeñas de la Peña, “Introducción”, en Fábulas de Esopo. Vida de Esopo. Fábulas de Babrio (Madrid: Gredos, 2004), 166-176. Esopo es presentado como “un mozo diforme y feo de cara y cuerpo, más que ninguno que se hallase en aquel tiempo” (en este sentido, es comparable en su con-dición al mendigo negro Domingo Hernandez representado en el libro de Antonio Parra). Aponte parece haber tenido la edición de Valencia de 1677: el Libro de la vida y fábulas del sabio fabulador Isopo con las fábulas y sentencias de (Aviano) diversos y grandes autores.

83. Citado por Paul de Man, La resistencia a la teoría (Madrid: Visor, 1990), 166. Sin embargo, el género fabulesco no sería propiamente griego sino anterior y exterior a la esfera helénica, Badeñas de la Peña, “Introducción”, 179-181.

84. aNC, Asuntos Políticos, leg. 12, t. 17, ff. 25, 73 y 37 respectivamente. Cursivas del autor.

85. Juan Cascajero, “Lucha de clases e ideología: introduc-ción al estudio de la fábula esópica como fuente histó-rica”, Gerión 9 (1991): 11-58.

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Lecturas de un códice afrocubano. Naturalismo, etiopismo y universalismo en el libro de José Antonio Aponte (La Habana, circa 1760-1812)

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En su Nueva Ciencia de 1744, G. Vico abordó el doble problema que implicaba la figura de Esopo, lo que también aborda Aponte en su poética pictórica: el de la escritura de la metáfora (la escritura como metáfora y la metáfora como escritura), y el de la función política de la metáfora. Para Vico, las metá-foras del esclavo Esopo (la fábula como género), contienen el germen de las demandas legislativas del demos, ya que la “lengua vulgar” se rige por una “lógica poética” que le permitirá a los plebeyos exigir su participación en los asuntos de la República. Vico compara al Esopo griego con el romano Solón, y plantea que más que personajes históricos, éstos son caracteres genéricos de la lógica poética o metafórica86. Se daría así el salto a la “edad demótica” que sucede a la “edad de los dioses” y la “edad de los héroes”87. La fusión de una lógica histórica con una lógica poética está en el centro mismo de la propuesta apontiana, que también recorre las “edades del mundo”, bajo los auspicios de las Musas y de la diosa Isis, tal como lo hacía el sabio Esopo88.

Este objetivo se puede desglosar de una pintura de corta descripción pero de importantes consecuencias que sucede inmediatamente a un autorretrato de Aponte. Se trata de la lámina xxvi, donde se

“significa a Diógenes dentro de una tinaja en las desolaciones de una

Playa protegido por la Diosa Isis que le favorecía y esta figurada arriba en

un carro donde bajaba todas las tardes a proveerlo de cuanto necesitaba.

De lo cual instruido el Rey Don Rodrigo representado al pie mandó a

Diógenes salir de la tinaja quien le contestó que siempre que la Majestad

del Rey hiciese lo que el con su pobreza le obedecería: y preguntado por

el Rey sobre que podía hacer sacó dos puños de tierra mostrándole un

cetro en la mano derecha y en la izquierda el Escudo de Armas y ban-

deras de España. Animado el Rey de aquella maravilla da gracias a Dios

y le previene se quede en su tinaja volviérase a su Reino en el navío

donde había ido y esta pintado más a la derecha Reconvenido como

pudo Diógenes conforme a la explicación Antecedente haber formado el

Escudo y Cetro de España de dos puños de Tierra que según asegura el

declarante sacó de la tinaja: pues aquel filósofo no era capaz de hacer

naturalmente tales prodigios dijo: que siempre se ha persuadido y creyó

que seria efecto de su inteligencia con la Diosa”89.

Concordamos con Juan Antonio Hernández en la importancia de esta lámina, que glosa el encuentro legendario entre Diógenes de Sinope y Alejandro el Grande, sustituido este último por el rey Rodrigo, “último de

86. Giambattista Vico, Principes d’une Science Nouvelle relative à la nature commune des Nations, ed. Fausto Nicolini (París: Nagel, 1986 [1744]), 29-48.

87. Esta gnosis viquiana de los ciclos históricos de la humanidad volverá a ser planteada en el siglo xx por otro cubano ilustre, José Lezama Lima, apóstol de unas “eras imaginarias”, que han sido definidas por A. Moreiras como un “tercer espacio” o “etapa intermedia”, situada en el inters-ticio del ricorso de las edades en Vico. Este tercer espacio estaría abierto entre la edad demótica, que anuncia la decadencia y la vuelta a una edad de los dioses, lugar intermedio donde se rea-lizaría la “expresión americana” entrevista por Lezama Lima. Alberto Moreiras, Tercer espacio, literatura y duelo en América Latina (Santiago de Chile: lom/Universi-dad arCis, 1999), 108-112.

88. El protagonismo de las Musas y de Isis es una característica del manuscrito “g” de la Vida, Pedro Badeñas de la Peña, “Introduc-ción”, 166. Por otra parte, las comunes influencias esópicas, junto a la alegoría de los indígenas americanos (ver nota 39) refuerzan la analogía que propone Hernán-dez entre Aponte y el Barón de Vastey, intelectual de la primera monarquía haitiana de Henri Christophe. Juan Antonio Hernán-dez, “Hacia una historia”, 221-222.

89. aNC, Asuntos Políticos, leg. 12, t. 17, ff. 41-42.

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los Godos”, que perdió los territorios de España en el año 711 frente a las tropas musulmanas de Tarik. Pero el sentido de este encuentro se presenta en forma más politizada que en la leyenda griega, pues hace referencia a la pérdida del trono por Rodrigo y a la capacidad de Diógenes de hacer aparecer el cetro y el blasón de España a partir de un puñado de tierra. Ante la pregunta del juez sobre esta capacidad del filósofo de producir, como “por milagro” estos símbolos de la soberanía, Aponte responde que es por la ayuda y consejo de la diosa Isis. Para Hernández, se trata aquí de la relación entre la soberanía política y el “milagro”, que en la tradición hobbe-siana se constituye en equivalente secular del “estado de excepción”, cuando el soberano decide dónde comienza y termina la acción del milagro o prodigio90.

Sin embargo, esta tradición de la filosofía política no explica la recuperación por Aponte de un episodio medieval en relación sincrónica con un episodio de la filosofía griega. Quizás valga la pena recordar aquí las múltiples reapropiaciones de las que fue objeto la diosa Isis en el suelo ameri-cano, especialmente por la muy barroca y católica obra de Sor Juana Inés de la Cruz en México. Sor Juana hace de Isis la madre de Neptuno, vinculado así al universo egipcio. Para esto se “vale de un método universalmente empleado por los mitólogos del Renacimiento y de la Era Barroca”, que

establece que Isis, “la sabiduría”, fue sujeta a numerosas transformaciones y denominaciones que refieren siempre a la misma diosa, que “los autores antiguos nombraron con una gran diversidad: Apuleo la llama Rea, Venus, Diana, Bellona, Ceres, Juno, Proserpina, Hécate y Ramnusia [Némésis]. Diodoro Sículo [de Sicilia] dice que Isis es la que se ha llamado Luna, Juno y Ceres; Macrobio piensa que no es otra que la Tierra o la naturaleza de las cosas”. Isis es considerada por Sor Juana como la madre de semillas e igual-mente madre inventora de las letras egipcias; la diosa no representa el saber: es el saber. Así como Sor Juana podía identificarse con Isis, Aponte podrá hacerlo con Diógenes, y con el apoyo de la diosa podrá “resucitar” el reino de España, como Isis lo hizo con su esposo Osiris, descuartizado en catorce pedazos que buscará durante su peregrinaje alrededor de la tierra, para vol-ver a pegarlos y revivir así al dios egipcio. Para Paz, la maternidad en Sor Juana “se resuelve en la resurrección simbólica del pasado y de sus muertos. Los agentes de la resurrección son los signos: las letras, la poesía”91, y para Aponte, las imágenes: picta poiesis donde los significantes “blancos” pueden volverse “negros”, como lo hizo Francisco Velásquez con la mitología griega en los muros del palacio del rey de Haití Henri Christophe92.

Sin duda que la participación de Isis en este milagro insinúa la impor-tancia de la diosa egipcia en la producción y legitimación de la soberanía

90. Hernández propone ver aquí en subtexto una alegoría “que asocia la invasión musulmana de la época medieval con la napoleó-nica contemporánea de Aponte”. Juan Antonio Hernández, “Hacia una historia”, 252-253. Sin embargo, la lámina viii sugiere un episodio de invasión anterior a la de Napoleón Bonaparte: esta representa a Manuel Godoy, ministro de la corte apodado “príncipe de la paz”, y gestor del Tratado de Basilea (1795), habiendo logrado “su total eleva-ción” luego de este tratado, que pone fin a la ocupación francesa de España a cambio de la entrega de la parte española de la Isla de Santo Domingo a los franceses. aNC, Asuntos Políticos, leg. 12, t. 17, f. 25, y Stephan Palmié, Wizards and Scientists, 319.

91. Octavio Paz, Sor Juana Inés de la Cruz, 229 y 233.

92. Sybille Fischer, Modernity Disavowed, 257; Juan Antonio Hernández, “Hacia una historia”, 220-221.

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Lecturas de un códice afrocubano. Naturalismo, etiopismo y universalismo en el libro de José Antonio Aponte (La Habana, circa 1760-1812)

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según Aponte, Isis pudiendo también ser identificada con la Virgen de Regla, virgen negra patrona de la bahía de La Habana desde el siglo xvii, transformada en la divinidad Yemayá por la tradición lucumí-yoruba y representada en el libro de Aponte junto a una frase que fuera referida a la reina de Saba en el Cantar de los cantares salomónico: “Nigra sum, sed formosa”93. Coincidentemente, y no por casualidad, la historia del ícono de la Virgen de Regla está también vinculada a la derrota de los ejércitos españoles frente a los moros en el siglo viii: su imagen, cuya historia era sin duda conocida por la erudición religiosa de Aponte, llegó a La Habana en los años ochenta del siglo xvii, a manos del “peregrino” Manuel Antonio, de la villa de Cádiz, donde fue enterrada en el convento de Chipiona cuando la invasión de España, donde muere el africano San Agustín de Tagaste, fundador de la Regla católica del mismo nombre94. A este origen africano de la virgen negra de Regla (como Isis y Yemayá) y del fundador de su culto (como Aponte), hay que agregar su llegada a Cádiz (ciudad que reaparece cons-tantemente en el Libro de Pinturas) como consecuencia de la caída del reino de Rodrigo, y a La Habana por los cuidados de un “peregrino” como el Jesús Peregrino, tallado y exhibido por Aponte frente a su domicilio.

Todo indica que la peregrinación y la melancolía de las ruinas, como moti-vos centrales de la sensibilidad barroca, son recuperadas aquí en una genealogía que antecede a la razón burocrática de la ciudad letrada. En esta genealogía, la alegoría del peregrinaje se presenta como una práctica mística de la desterri-torialización. De hecho, esta maternidad de la sabiduría engendrada en África sobre el poder político del soberano es seguramente el principio que quiere establecer Aponte, mostrando que es el filósofo, creador de signos, que por su relación privilegiada con la diosa africana de la sabiduría y el engendramiento, está en el origen de la legitimidad y los símbolos alegóricos de la soberanía española. Pero más aún, si la “resurrección” del soberano es resultado del pere-grinaje de Isis, reuniendo los pedazos de Neptuno esparcidos por el mundo para recomponerlo, el “milagro” de la “resurrección” de la soberanía española, una vez perdida ante los moros y otra vez arriesgada ante los ingleses, debe ser considerada como resultado de las migraciones transcontinentales de los africanos por Europa y América, en tanto clase de devenir cosmopolita, cuya soberanía también podría ser recompuesta bajo los auspicios de la madre uni-versal de las letras y los océanos, la sabiduría y la fecundidad.

Aponte orienta el afecto por el valor épico y místico de la teocracia africana a los descendientes de “etíopes” (africanos) que participan de las

93. Alonso de Sandoval, De instau-randa, 478-479. Aponte señala haber extraído esta frase de “un librito de alabanzas a María San-tísima”; Juan Antonio Hernández, “Hacia una historia”, 241.

94. En el siglo viii, luego de la muerte de San Agustín de Tagaste como consecuencia del avance de los moros, la imagen pintada de la Virgen logra ser transportada desde Marruecos a la bahía de Cádiz. El historiador de Regla, Eduardo Gómez Luaces, informa que en 1687 Pedro Recio Oquendo, descendiente de la cacica indígena de Regla, Catalina Hernández, y de Antón Recio, un “bereber” libre, hizo donación a Manuel Antonio “el peregrino” de dos cuadras de terreno para que construyera la ermita de la Virgen. Esta primera ermita fue destruida por un ciclón, y luego el asturiano Juan de Conyedo Martín aparecería en 1692 para reconstruirla, instalando una nueva imagen, esta vez una talla en madera comprada en Cádiz y traída por Pedro de Aranda. Esta sería la imagen adorada hasta hoy en día. Eduardo Gómez Luaces, Dos palabras. Breve historia del pueblo de Regla (La Habana: Valcayo, 1945), 25; Lohania Aruca Alonso, “La Bahía de La Habana y el Santuario de la Virgen de Regla. Apuntes para una historia profunda”, en La Habana, puerto colonial: siglos xviii-xix, coords. Agustín Guimerá y Fer-nando Monge (Madrid: Fundación Portuaria, 2000), 273-274.

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gestas de la historia militar española. La analogía se desarrolla también en la yuxtaposición de la lámina de Diógenes con la de su autorretrato. Éste permite entender la inversión de la posición de clase que propone el autor por medio de la autorrepresentación como forma de des-cripción de un cuerpo colectivo95. Sin duda que, retratándose a sí mismo y retratando a muchos otros gloriosos negros por medio de alegorías visuales del devenir-héroe del sujeto negro en contraste con el devenir-monstruo del mendigo Fernández, Aponte está reinscribiendo en la historia una expresión de la corporalidad negra que, respondiendo al mismo formato que el del naturalista Parra (el de una historia “en láminas”), cuestiona las clasificaciones de una “historia natural” y las condiciones de representación de la clase negra en ese proyecto clasificatorio.

Más aún, es notable el hecho que al ser interrogado Clemente Chacón “[…] con vista del retrato de un negro que a su pie tiene esta inscrip-

ción jose Antonio Aponte y ulAbArrA, y al lado de la pintura un Plano dijo:

que de todo, solo sabe que es el retrato del mismo Aponte”, a lo que

los jueces replican preguntando “de donde le consta ser el retrato de

Aponte, el que ha examinado supuesto que no hay una semejanza

entre la copia y el original para llamarse así con propiedad”96.

Este qui pro quo muestra cómo el nombre propio de Aponte quiere ins-cribirse en la historia no tanto por las propiedades fisiognómicas de su rostro, sino por un carácter forjado en las acciones históricas del autor. Se trata entonces de presentar la imagen biográfica como un continuo que va de la niñez a la vejez, incluyendo los hitos de este proceso: sus misiones militares (asociadas a un registro topográfico que usa como marco espa-cial de las “pinturas”) y su misión “intelectual” (la producción de un libro de historia, por medio de una serie de herramientas: compás, regla, botes de pintura, banquillo de carpintero). La centralidad dada al episodio de la Isla Providencia sugiere su importancia en la decisión de pintar la historia (el mapa de la isla, la mirada del que envejece hacia el niño —“el recuerdo atado a la infancia”—, la representación de la violencia y la justicia —por el cuerpo ajusticiado de un negro violador que se encuentra a un costado—). En su comentario, Clemente Chacón señala que Aponte le advirtió que: “[…] colocaba en el libro su retrato para que se supiese que era una per-sona [gran]de pues en el día destinado a la revolución que se proyectaba lo encontrarían hecho Rey”97. Esta afirmación de Chacón se volverá luego un lugar común en la “prosa de la contrainsurgencia” hispano-cubana98, aso-

95. En las láminas xxiv-xxv, “se hace presente el autor del libro en su retrato figurando al pecho un Laurel de fidelidad palma por victoria de parecer un compás= a la izquierda se advierte el banco de carpintería donde se trabajó el referido Libro manifestándolo el blanco y la infancia representada por una figura de niño atada a una columna y en la plana del frente un rostro anciano que significa atarse la infancia recuerdo de antigüedad, se ven igualmente sobre el banco tintero, reglas y botes de pintura= Así a la mano derecha en lo inferior aparecen dos Indios sustentando las Almas, la Ciudad de la Habana en la boca del Morro por la salida del declarante el año de [1782] para la invasión de la Isla de Providencia que se ve pintada a la derecha con sus callos inmediatos Buques con-ductores de las compañías de more-nos que saltó en tierra a las ocho de la mañana abriendo un monte como de una legua por el mismo Cayo y durmiendo aquella noche a la orilla de los arrecifes frente al Pueblo hasta la tarde siguiente [...] habiendo precedido a todo esto las Capitulaciones…”. aNC, Asuntos Políticos, leg. 12, t. 17, ff. 40-41.

96. aNC, Asuntos Políticos, leg. 12, t. 17, f. 13.

97. aNC, Asuntos Políticos, leg. 12, t. 17, f. 13.

98. Jorge Pavez, “Africanismes á Cuba”, 281-342.

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Lecturas de un códice afrocubano. Naturalismo, etiopismo y universalismo en el libro de José Antonio Aponte (La Habana, circa 1760-1812)

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ciada como lo fue a los retratos de los “jacobinos negros” haitianos (Henri Christophe, Jean-Jacques Dessalines, Toussaint Louverture) que poseía Aponte99.

En el juego de analogías, equivalencias y correlaciones históricas desplegadas por Aponte, su retrato se incorpora a la galería de los reyes y revolucionarios negros, pero también soberanos blancos (Georges Washington, Carlos IV), donde el artista viene a ocupar el lugar del rey por su capacidad para develar el lugar del poder y para dar forma a los “dos cuerpos” del soberano100. Esto explica que el autorretrato no sea una representación de la semejanza, sino la de un nombre propio asignado a un cuerpo de clase negra. Podemos ver aquí lo que se ha llamado la “estética del personalismo” en la tradición antiesclavista afroamericana, donde el género autobiográfico permite la presentación de sí como “persona pública”. Esta estética es para Paul Gilroy “un motivo fundador de la cultura expresiva de la diáspora africana”, donde la “auto-ridad y la autonomía emergen directamente de un deliberado tono personal en la historia”, estableciendo que “lo particular puede llevar el manto de la verdad y la razón, tanto como lo universal”101. Lo que vemos aquí es un retrato historicista102, donde se plantea no sólo el problema de la “verosimilitud”, sino también el de la “semejanza”. La cuestión de la semejanza está en el núcleo de los problemas aso-ciados a la definición del arte. Georges Didi-Huberman ha mostrado el cierre del “régimen epistémico” de interpretación de la imagen impuesto por Vasari en su fundación renacentista de la historia del arte. La autonomización del juicio sobre la semejanza, con base en los principios auto-legislantes y cerrados de la “acade-mia”, invierte el juicio de los antiguos como Plinio, basado en principios jurídicos y genealógicos: la imagen, como “soporte ritual”, es “una matriz de semejanza destinada a hacer legítima una determinada posición de los individuos en la insti-tución genealógica de la gens romana”103.

El retrato no se presenta como “imitación de los rasgos individuales”, sino como el encuentro entre “una materia y un rito”. Si en la Historia Natural de Plinio, la semejanza “está muerta” en el origen mismo del arte, no lo está la dignitas, fundamento jurídico y no académico de su concepción genealógica de las imágenes. Aquí nuevamente, Aponte se salta la teleología impuesta por el barroco posrenacentista, recuperando un régimen de la semejanza que recoge su inspiración, ya no en la sensibilidad medieval que permea el barroco americano, sino directamente en la antigüedad romana. Si la materialidad de esta producción pictórica está representada en el autorretrato, con una figura que “fabrica” formas históricas, la genealogía de la dignitas familiar que sustenta —jurídica y estructuralmente— este rito, está alegóricamente repre-

99. Es muy plausible la sugerencia de Hernández respecto a que los retratos en pequeño formato de los revolucionarios haitianos (“cuadritos” procedentes de Haití) que poseía Aponte, hayan ocupado un lugar en las láminas del libro, siendo arrancados de este cuando su autor sospechó su pronto apresamiento, Juan Antonio Her-nández, “Hacia una historia”, 206. La pregunta que queda es: ¿Cuál podría haber sido ese lugar?

100. Ver el análisis de Las Meninas de Velásquez en la introducción de Michel Foucault, Les mots et les choses.

101. Paul Gilroy, The Black Atlantic, 69.

102. No podemos estar de acuerdo con la interpretación reductora de Fis-cher cuando dice que “se trata de un retrato determinado por el futuro, no el pasado”, “sin preocupación por la verosimilitud”. Sybille Fischer, Modernity Disavowed, 48. Palmié también apunta a la preocupación de Aponte por el pasado, más que por el futuro, en un comentario de claros acentos benjaminianos: “Su proyecto era exhumar los muertos, conjurando y redimiendo sus espíritus por una poética del pasado elaborada para disipar ‘la pesadilla del cerebro de los vivos’, para los cuales sus vidas y memorias fueron sacrificadas”. Stephan Palmié, Wizards and Scientists, 131.

103. Georges Didi-Huberman, Ante el tiempo. Historia del arte y ana-cronismo de las imágenes e historia del arte (Buenos Aires: Adriana Hidalgo, 2008), 111-112.

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sentada en las significativas láminas que el autor titula “el Júbilo de Aponte”, en referencia a la celebración que allí se hace de las glorias militares de su abuelo y su padre en los Batallones de Morenos Leales al Rey.

Como ha insistido Gilroy, el concepto de Júbilo “emerge en la cultura del Atlántico negro para marcar un corte especial o ruptura en la concep-ción del tiempo definido y reforzado por los regímenes que resguardaron la esclavitud”. La perspectiva afroamericana de la dominación esclavista trata sólo secundariamente con la idea de una utopía orientada racionalmente: “[…] sus categorías primarias están basadas en la idea de un Apocalipsis revolucionario o escatológico – el Júbilo”104. El Júbilo de Aponte, entendido como homenaje y celebración de la dignitas jurídica-genealógica de sus ante-pasados destacados en la historia militar española, recupera herramientas expresivas de la pintura barroca para resituar este registro en una dimen-sión jurídica, moral y política, sobre la información histórica trasmitida de generación en generación en la memoria de los Batallones de morenos.

A diferencia de los autores afroamericanos del siglo xix que confor-man el canon de la “narrativa anti-esclavista” (de Vastey, Delany, Blyden, Douglass), Aponte no remite tanto a la fuente egiptológica o hebraica, sino a la de Etiopía y su lugar primigenio en la historia de la cristiandad. Además, su reivindicación de la teocracia etíope se adelanta a todos los autores del “Atlántico negro” y las diversas variantes del afrocentrismo, así como a los fundadores del rastafarismo (dread history) y a las diferentes formulaciones de una “teología política negra”105. La investigación crítica de Aponte y su operación de visibilización se enfrentan directamente a la subsunción del sujeto africano y la oclusión de su proyecto histórico por los agentes de la razón burocrática que operan en la ciudad letrada. La potencia del sujeto apontiano, representante y representado de una historia universal negra, dice más que un testimonio como “lugar vacío en el archivo”106: Aponte nos muestra precisamente que entre lo ya dicho, lo no dicho y lo que está por decirse, nada es completamente imposible. Por eso, más que permitir una relectura dialéctica del proceso de emancipación incorporando el recono-cimiento del sujeto revolucionario negro107, la obra de Aponte es un reto a nuestra capacidad de encontrar las aporías encubiertas en los sistemas de clasificación que sostienen el proyecto humanista moderno de la repre-sentación108. Esperamos haber mostrado aquí la potencia política de una

104. Paul Gilroy, The Black Atlantic, 212 y 55-56.

105. En este sentido, se puede comparar la crítica apontiana a la de los padres de la dread history jamaicana como Leonard Pervival Howell, quienes acusan explícitamente la cooptación y tergiversación del texto bíblico por la iglesia occidental y su exégesis de dominación “blanca”. Robert A. Hill, “Dread History: Leonard P. Howell and Millenarian Visions in Early Rastafari Religion in Jamaica”, Epoché 9 (1981): 30-71.

106. Giorgio Agamben, Ce qui reste d’Au-chwitz, L’archive et le témoin (París: Payot Rivages, 2003), 156-161.

107. Es el sentido hegeliano de la pro-puesta de Susan Buck-Morss, Hegel y Haití. La dialéctica amo-esclavo: una interpretación revolucionaria (Buenos Aires: Norma, 2005). Como ha señalado Gilroy, la trata esclavista y la plantación no constituyeron “aberraciones” del espíritu de la cultura moderna, superables por el progreso hacia una utopía secular y moderna, sino que constituyeron parte del carácter interno y nece-sario de la modernidad. Paul Gilroy, The Black Atlantic, 70.

108. Así como lo enfrenta Ronald Judy en su deconstrucción de la dialéctica y la analítica transcendental de Kant. Ronald Judy, “Kant and the Negro”, Surfaces 1: 8 (1991): 4-70. En los términos de la historia y la antro-pología del arte, se han mostrado las limitaciones de la concepción kantiana de la estética, la que plan-tea un juicio estético “puro” basado en la “experiencia estética como desinterés e inutilidad práctica”, en oposición al “juicio impuro” del gusto, donde “la forma debe adap-tarse a las necesidades impuestas por la función del objeto”. Esta escisión entre los juicios “puros” e “impuros” ha sostenido una concepción eurocéntrica y burguesa del arte como “pura delectación” que no aplica a otras sociedades. Ticio Escobar, El mito del arte y el mito del pueblo. Cuestiones sobre arte popular (Santiago: Metales Pesados, 2008), 36; Jean Bidima, L’art, 47.

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obra de arte como la de Aponte, cuya modalidad de subjetivación se desarrolla en contra de un entendimiento de la historia condicionado por la necesidad dialéctica. Esta obra pictórica viene a confirmarnos la irreductibilidad de la imaginación histórica a una teleología, en tanto la hete-ronomía y heterogeneidad del lenguaje estético (su desalfabetización de la escritura, su fuerza tropológica) activan lo incondicionado de la representación como potencial de transformación histórica. Una obra soberana que amenazaba las fundaciones mismas del poder colonial, algo que las autoridades coloniales no podían soportar.

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Jorge Pavez Ojeda

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Unbiased knowledge and American science. The Congreso Científico (1898-1916)

aBstraCt

This article examines the Congreso Científico (Sci-

entific Congress) that met between 1898 and 1916

as a means of international dialogue. It describes

the meetings as a public space within the sphere

of international relations. After showing how the

initial creation was plural and not an extension of

relations between states, the article demonstrates

the way oficial interventions became increasingly

apparent in its decisions, to the point of being

incorporated into the imperial agenda of the United

States. It also underlines how the declaration of

sience’s independence from politics competed with

the demand for knowledge to be applied to the

problems of American government and economy.

Key Words

Latin America, History of science, scientific cooperation,

scientific organization, Congreso Científico Latinoameri-

cano (1898-1909), Congreso Científico Panamericano

(1915-1916).

Conocimiento desinteresado y ciencia americana. El Congreso Científico (1898-1916)

resumeN

Este artículo estudia el Congreso Científico reunido

entre 1898 y 1916 como forma de asociación inter-

nacional y lo describe como espacio público para la

ciencia en la esfera de las relaciones internaciona-

les. Muestra cómo su constitución inicial fue plural

y no una extensión de las relaciones entre Estados,

pero después fue visible la progresiva intervención

oficial en sus decisiones, hasta ser integrado en

la agenda imperial de los Estados Unidos. Observa

cómo la invocación de la independencia de la

ciencia con respecto a la política compitió con la

demanda de conocimiento aplicado a los problemas

del gobierno y la economía americanos.

palaBras Clave

América Latina, Historia de la ciencia, cooperación

científica, organismo científico, Congreso Científico

Latinoamericano (1898-1909), Congreso Científico

Panamericano (1915-1916).

Artículo recibido: 17

de mArzo de 2011;

AprobAdo: 4 de Agosto

de 2011; modificAdo:

11 de Agosto de 2011.

Profesor del Departamento de Historia de la Universidad de Antioquia (Medellín, Colombia). Historiador de la Universidad Nacional de Colombia (Bogotá, Colombia), Maestro en Historia y Etnohistoria de la Escuela Nacional de Antropología e Historia (México D.F. México) y candidato a Doctor por el Centro de Estudios Históricos de El Colegio de México (México D.F. México). Entre sus últimas publicaciones se encuentran: El cementerio central: Bogotá, la vida urbana y la muerte (Bogotá: Tercer Mundo Editores, 1998); “Literatura y nacionalismo: la novela colombiana de J. A. Osorio Lizarazo”, Anuario Colombiano de Historia Social y de la Cultura 36: 2 (2009): 91-119. [email protected]

Oscar Calvo Isaza

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Conocimiento desinteresado y ciencia americana. El Congreso Científico (1898-1916)

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Conocimiento desinteresado y ciencia americana. El Congreso Científico (1898-1916)Ï

El Congreso Científico reunido en Buenos Aires (1898), Montevideo (1901), Río de Janeiro (1905), Santiago (1908-1909) y Washington (1915-1916) fue la primera y más importante asociación científica internacional de América Latina a comienzos del siglo xx. Aunque la división entre un congreso latinoamericano (1898 y 1905) y otro panamericano (1908-1916) puede ser justificada con argumentos de la historia diplomática, la revisión atenta desde una perspectiva de la historia social, en la que reconocemos algunos problemas específicos de la historia de la ciencia, apunta a señalar la continuidad institucional y temática del Congreso.

Hasta ahora las reuniones del Congreso han sido estudiadas por sepa-rado, como si se tratara de eventos aislados. José Babini notó con acierto el vínculo programático del Congreso con otras iniciativas de la Sociedad Científica Argentina1. También Francisco Sagasti y Alejandro Pavez, en un artículo pionero, estudiaron la reunión del Congreso en Santiago, la participación del Perú en sus deliberaciones y el significado de su doble denominación como latinoamericano y panamericano2. Tales contri-buciones alentaron el llamado de atención de Gregorio Weinberg para comprender mejor este tipo de encuentros, en los cuales quiso entrever un fugaz renacimiento de la ciencia latinoamericana en los albores de 19003. Trabajos más recientes se deben a la labor de Hugo Rogelio Suppo, quien investigó la reunión del Congreso en Río desde la perspectiva de la historia diplomática, en relación con la oposición fuerte entre latinoame-ricanismo y panamericanismo4. El mismo autor y Ana Maria Ribeiro de Andrade plantearon la dificultad de observar en el Congreso una distinción clara entre ciencia y política, entre las necesidades de colaboración cien-tífica internacional y las relaciones de poder entre Estados nacionales5. La preparación y realización de la reunión fue una forma de escenificación

Ï El artículo fue preparado en el seminario de Historia de la Ciencia dictado por el profesor Elías Trabulse en el Centro de Estudios Históricos de El Colegio de México. La investigación contó con el apoyo económico de ésta misma institución y de la Secretaría de Educación Pública de México. Agradezco de manera especial al profesor Carlos Marichal por su estímulo para concluir y publicar este artículo.

1. José Babini, Historia de la ciencia en la Argentina (Buenos Aires: Solar, 1986), 140-144.

2. Francisco Sagasti y Alejandro Pavez, “Ciencia y tecnología en América Latina: Primer congreso científico panamericano”, Quipu 6: 2 (1989): 189-216.

3. Gregorio Weinberg, La ciencia y la idea de progreso en América Latina (México: Fondo de Cultura Económica, 1998), 31.

4. Hugo Rogelio Suppo, “Ciencia e relações internacionais. O con-gresso de 1905”, Revista da sbhc 1: 1 (2003): 6-20.

5. Hugo Rogelio Suppo y Ana Maria Ribeiro de Andrade, “O signifi-cado do Congresso”, en 3a Reunião do Congresso Scientífico Latino-Americano, 1905, coord. Ana Maria Ribeiro de Andrade (Brasilia, Río de Janeiro: Ministério da Ciência e Tecnología, Centro de Gestão e Estudos Estratégicos, 2002).

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Oscar Calvo Isaza

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política y cultural del Estado brasileño, que representaba ante otros su carácter civilizado en el foro de debate científico y en banquetes, cocteles y visitas de cuidado refinamiento.

La valoración de estos autores acerca de las publicaciones del evento sugiere que a prin-cipios del siglo xx la ciencia en América Latina era una actividad poco institucionalizada, con escaso apoyo del Estado y desligada de los problemas prácticos de la producción industrial, resultado de esfuerzos aislados y con poca capacidad de contribuir para el desarrollo del cono-cimiento6. Los dos últimos trabajos citados se complementaron con la publicación en medio digital de los ocho tomos de la tercera reunión en Río de Janeiro7. Un esfuerzo similar puede observarse con la reciente publicación en línea de los Anales de la Sociedad Científica Argentina,

así como de las memorias del Congreso en Buenos Aires y Washington8.A lo largo del siglo xix la formación de un espacio público para la ciencia

permitió la circulación de conocimientos sobre territorio y población entre grupos minoritarios que participaban de formas de sociabilidad moderna en estrecha relación con Europa9. A finales del siglo, con la mayor integración en la economía mundial, la expansión de las redes técnicas de comuni-caciones y ante la mayor injerencia de Estados Unidos en el continente, surgieron diversas experiencias de asociación y programas de investigación que se proyectaron en un horizonte internacional que comienza a denomi-narse latinoamericano. El estudio de este tipo de sociabilidad internacional requiere considerar múltiples sujetos e instituciones vinculados con el trabajo científico o técnico, y no puede ser limitada a las relaciones entre Estados. El Congreso fue una asociación que intentó sobreponer los valores científicos a las diferencias políticas, pero que se debatía entre los ideales universales de la ciencia y la necesidad práctica de adecuar el conocimiento a la realidad americana. Se trató de una experiencia paralela al proceso de conocimiento e intervención imperialista de América Latina por los Estados Unidos después de la guerra hispanoamericana de 1898, que convirtió al sur del continente en un espacio de exhibición permanente para las empre-sas y el público estadounidenses10. De hecho, el Congreso fue un espacio constituido por las élites latinoamericanas para escenificar en nombre de la ciencia y la técnica su adhesión a los ideales de civilización y progreso, y así responder a las diversas formas de representar América Latina en Estados Unidos como un espacio donde predominaba el pasado hispánico, la naturaleza salvaje y la falta de pericia técnica11. Pero a diferencia de las grandes exposiciones de esta época, las reuniones del Congreso no eran un

6. Hugo Rogelio Suppo y Ana Maria Ribeiro de Andrade, “O signifi-cado do Congresso”, 59-126.

7. 3ª Reunião do Congresso Scientífico Latino-Americano, 1905 (Brasilia-Rio de Janeiro: Ministério da Ciência e Tecnología/Centro de Gestão e Estudos Estratégicos, 2002), Cd-rom.

8. Para el presente trabajo consul-tamos los originales impresos en las bibliotecas de la Universidad Nacional Autónoma de México y la Biblioteca la Sociedad Cientí-fica Argentina. Sin embargo, de manera reciente han aparecido varias publicaciones digitales que pueden consultarse en http://www.archive.org

9. Leoncio López-Ocón, “La forma-ción de un espacio público para la ciencia en América Latina en el siglo xix”, Asclepio 5: 2 (1998): 205-225.

10. Renato D. Salvatore, Imágenes de un imperio. Estados Unidos y las formas de representación de América Latina (Buenos Aires: Surameri-cana, 2006), 39-54.

11. Como en la Exposición Paname-ricana de Buffalo de 1901, esceni-ficada en torno a los conceptos de evolucionistas de raza y progreso. Robert W. Rydell, All the World’s a Fair: Visions of Empire at American International Expositions, 1876-1916 (Chicago: Chicago Unversity Press, 1987), 126-153.

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Conocimiento desinteresado y ciencia americana. El Congreso Científico (1898-1916)

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espectáculo para las masas, ordenado por escenografías museográficas de lugares exóticos y talle-res industriales, sino eventos reservados para minorías letradas.

Este artículo estudia el Congreso como forma de asociación internacional de carácter cien-tífico y describe su constitución como un espacio público para la ciencia en la esfera de las relaciones internacionales. Busca fijar una unidad de producción coherente con la cual puedan ser interpretados múltiples materiales producidos por una entidad activa entre 1898 y 1917. Observa cómo la invocación de la independencia de la ciencia con respecto a la política com-pitió con la demanda de conocimiento aplicado a los problemas del gobierno y la economía americanos. Y como ejemplo de esta tensión constitutiva del Congreso entre lo universal y lo americano, presenta el debate sobre las redes técnicas y los lenguajes artificiales, en especial la apuesta por universalizar el sistema de identificación personal por el de las huellas de las manos creado en Argentina. Al escoger un período de veinte años, de acuerdo a la continuidad de la información producida por los comités organizadores de las reuniones, excluimos otras tres reuniones realizadas en Lima (1924), Ciudad de México (1936) y Washington (1940). Tal decisión está sustentada en el cambio profundo que sufrió el Congreso en esta segunda época, al convertirse en una reunión oficial de carácter político12.

1. el CoNgreso

El Congreso Científico fue una asociación de diversos sujetos, quienes en nombre propio o de instituciones se reunían en un tiempo de deliberación determinado y constituían un con-senso con el objeto de producir conclusiones y recomendaciones en nombre de la ciencia. No es suficiente enumerar los países adherentes o las series de eventos con cronologías similares para comprender este tipo de asociaciones. Entre 1898 y 1916 el Congreso estuvo conformado por adherentes particulares, Estados y sociedades e instituciones nacionales. Así, quienes participa-ban en el Congreso, sus miembros, podían representar sociedades científicas, Estados naciones, unidades administrativas de Estados nacionales —estados, municipios, instituciones técnicas y científicas— y sociedades e instituciones internacionales.

Las adhesiones fundaban el acuerdo del Congreso, pero los adherentes no siempre asistían o eran representados por alguien en las reuniones, ni todos los miembros presentaban comu-nicaciones científicas. Es preciso conocer la legalidad propia que rige el Congreso, las reglas escritas más o menos precisas que pueden regular hasta cierto punto el comportamiento de los participantes, y el tipo de valores acordados entre ellos: los de la civilización y la urbanidad de las élites, los de la unidad política y cultural fijadas por el nacionalismo, los de la actividad desinteresada de la comunidad científica o los de solidaridad humana pre-dicados en “los torneos pacíficos” de la misma calidad en Europa.

12. Michel Paty, “L’histoire des sciences en Amérique latine”, La Pensée 288: 289 (1992): 29.

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La elección de las autoridades ejecutivas y honorarias del Congreso no se efectuaba en con-cordancia con méritos científicos ni por edad o consideraciones personales: las autoridades se elegían entre los sujetos que representaban Estados nacionales o sociedades científicas. En la segunda reunión de 1901, por ejemplo, el Estado brasileño no adhirió a las deliberaciones ni las recomendaciones fueron adoptadas con su beneplácito13. Sin embargo, una nutrida comisión pre-sidida por el marqués de Paranaguá y con sede en el Instituto Histórico y Geográfico Brasileiro, adhirió a los trabajos. El comité fue representado en el evento por los doctores Manoel Victorino Pereira, Manoel Alvaro de Souza Sá Vianna, João Barbosa Rodríguez y los ingenieros Alfredo Lisboa y Domingos Sergio de Carvalho. En Montevideo la mesa directiva estuvo conformada por delegados de los gobiernos de Argentina, México, Perú, Paraguay y Guatemala. Pero las presiden-cias de las secciones de Agronomía y Zootecnia, Ciencias Sociales y Políticas, Ciencias Médicas, Ciencias Exactas e Ingeniería fueron ocupadas por los representantes de la comisión brasileña, mientras las de Antropología, Ciencias Pedagógicas y Odontología fueron presididas por delega-dos oficiales argentinos y la de Ciencias Físico-Químicas y Naturales fue presidida por una persona distinta en cada sesión. El gobierno de México adhirió al Congreso y su representante oficial fue el único mexicano que presentó una comunicación científica14. En cambio, Brasil no adhirió al Congreso, pero los representantes de las sociedades científicas de Río, Sao Paulo, Bahía y Ouro Preto tuvieron representación en prácticamente todas las secciones. En la sesión preparatoria de clausura, fue aclamada por unanimidad la ciudad de Río de Janeiro como sede de la siguiente reunión, ahora sí con la anuencia del gobierno brasileño, y fue encargada de la organización del evento a una comisión presidida por el marqués de Paranaguá15.

Los Estados naciones eran las instituciones más estables y con mayor capacidad de llevar a cabo los acuerdos adoptados en la reunión, pero resulta difícil reducir la complejidad de este tipo de sociabilidad a las rela-ciones entre Estados. Al inicio del siglo xx apenas se estaban esbozando las primeras instituciones y códigos internacionales, la base normativa escrita sobre la cual se asentarían las relaciones entre los Estados americanos en las décadas siguientes. Los ejemplos pueden multiplicarse: un adherente podía representar un Estado que no corresponde con su nacionalidad —como el delegado oficial de Nicaragua en el II Congreso, el abogado y diplomático uruguayo Juan Zorrilla de San Martín—, podía representar a su gobierno y una o varias sociedades científicas, o podía participar sin representar a sociedad o gobierno alguno de manera oficial. Una persona adherida al Congreso participaba, simultáneamente, en una pluralidad de asociaciones o academias nacionales e internacionales. Podía ser delegado o adherente,

13. Congreso científico latino americano (2nd: Montevideo), Segunda reunión del Congreso cientí-fico latino americano celebrada en Montevideo del 20 al 31 de marzo de 1901 (Montevideo: Al libro inglés, 1901), 61-62.

14. “Boleto de adhesión a la segunda reunión del Congreso Científico Latinoamericano que se celebrará en la ciudad de Montevideo el 20 de marzo de 1901” (México d.f., 1900), en Archivo Histórico Genaro Estrada, Secretaría de Relaciones Exteriores (ahser), Fondo Gaveta 7-3-43, f. 1.

15.“Tercer Congreso Científico Latino-Americano. Agosto 6 de 1905”, Ana-les de la Sociedad Científica Argentina (asca) lix: 1 (1905): 8-14.

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en nombre propio o de alguien, en cualquiera de los congresos, convenciones o reuniones rea-lizados por estos años. En la reunión de Montevideo José M. Gamboa, delegado mexicano en la II Conferencia Panamericana, se presentaba así en su hoja de adhesión: “Delegado del Consejo Superior de Salubridad al Congreso Higiénico Internacional de Moscow, Agosto de 1897; Socio Honorario de la Real Academia de Legislación y Jurisprudencia de Madrid, Diciembre 24 de 1898; Caballero de la Orden francesa de la Legión de Honor, 30 de Abril de 1900”16.

La pluralidad en las formas de asociación internacional es visible en reuniones, congresos y exposiciones de finales del siglo xix y principios del xx. Las asambleas anarquistas, socialistas, comunistas u obreras anteriores a la Tercera Internacional fueron formaciones sociales en las que se daban cita asociaciones más o menos estables, partidos o sujetos colectivos, identificados o no con causas nacionales particulares, pero en las cuales no participaban Estados, ni la validez de las resoluciones adoptadas por el Congreso, unión o reunión, tenían efectos directos en la legalidad internacional naciente. Allí podían participar sujetos que se presentan a sí mismos, cuya palabra y opinión se fijaban reivindicando sólo su autoridad. En el caso americano encontramos otro tipo de asociaciones, las I y II Conferencias de Cooperación Comercial (1911 y 1919), en las que no participaron los Estados, sino empresarios y representantes de empresas, gremios y asociaciones de carácter privado. Reuniones como las del I Congreso Panamericano de Periodistas (1923) y las de la Comisión de Carreteras Panamericanas (1924) se constituyeron sin la asistencia de delega-dos oficiales, refrendadas únicamente por la representación de periodistas e ingenieros. Encontramos también congresos científicos realizados para la escenificación de un Estado: el Congreso Científico Internacional Americano (1910), organizado por la Sociedad Científica Argentina, pero programado como parte de los festejos oficiales del centenario de la independencia en el Río de La Plata17. Finalmente, hay asociaciones en las que la actividad de los representantes de varios Estados es preponderante, sino excluyente, en la producción de aquellos enunciados que conformaban las conclusiones públicas, como las Conferencias Sanitarias (1887-1889) y las Conferencias Panamericanas (1889-1938)18.

La constitución del consenso en el que se fundaba la autoridad del Congreso fue heterogénea y cambiante a lo largo de las dos primeras y más fecundas décadas de su existencia, entre la publicación de las bases y el programa del primer comité organizador en Argentina (1897) y la culminación de los trabajos del comité organizador en Estados Unidos (1917), con la publicación en trece tomos de los resultados políticos y científicos del evento19. En todos los casos los participantes fueron

16. Congreso científico latino ameri-cano (2nd: Montevideo), Segunda reunión, 7-8 y 28.

17. “Congreso Científico Internacio-nal Americano. Buenos Aires, 10 á 12 de julio de 1910”, asca lxix: 1 (1910): 7-60.

18. Carlos Marichal, “Cronología de las conferencias interame-ricanas, 1826-1938”, en México y las conferencias Panamericanas. 1889-1938, coord. Carlos Marichal (México: Secretaría de Relaciones Exteriores, 2002), 191-207.

19. “Congreso Científico Latino-Americano. Bases y programa”, asca xliii: 1 (1897): 209-221; Con-greso Científico Panamericano (2d: Washington), Proceedings of the second Pan American Scientific Congress, Washington, U.S.A., Mon-day, December 27, 1915 to Saturday, January 8, 1916, vol. 11 (Washing-ton: Govt, print. off., 1917).

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instituciones y sociedades científicas, Estados y personas. En las reuniones de Buenos Aires (1898), Montevideo (1901) y Río de Janeiro (1905) las asociaciones e instituciones científicas —con una participación oficial discreta y variable— constituyeron la base del consenso del Congreso. En las reuniones de Santiago (1908-1909) y Washington (1915-1916) se observó el desplazamiento de la autoridad de los delegados de las instituciones y sociedades científicas a favor de los delegados oficiales, y la orientación de las conclusiones en función de las rela-ciones entre estados naciones.

2. la CoNstituCióN de uNa asoCiaCióN iNterNaCioNal

La Sociedad Científica Argentina ideó el Congreso Científico Latinoamericano como celebración del vigésimo quinto aniversario de su fundación20. Contó con el res-paldo político del Estado, con el apoyo organizado de las principales instituciones y agrupaciones científicas nacionales, y con el aval público de los principales científi-cos argentinos de finales de siglo xix. La comisión nombrada para la organización del evento tuvo el patronato gubernamental, pero representó a las sociedades e institucio-nes científicas en cabeza de la Sociedad Científica Argentina. Las bases y el programa propuestos por la comisión fueron respaldados por un centenar de personas, en nom-bre propio y el de sus instituciones, como signatarios de una invitación dirigida a las sociedades e instituciones científicas de América Latina. Estas bases constituirán el

modelo de los documentos reglamentarios producidos alternativa-mente para las reuniones del Congreso hasta Washington, cuando la organización del evento adquirió un carácter marcadamente ofi-cial21. Tal comisión solicitó al Ministerio de Relaciones Exteriores el envío de notas diplomáticas para invitar oficialmente a los gobier-nos extranjeros22.

Según las bases constitutivas, “Serán miembros del congreso: a) Los delegados oficiales de las Repúblicas adherentes; b) Los delegados de las sociedades y centros científicos tanto nacionales como del resto de América Latina; c) Los señores adherentes al congreso, cualquiera que sea el país donde residan”23. La comisión presidida por Ángel Gallardo

20. Congreso Científico latinoameri-cano para 1897”, asca xlii: 2 (1896): 326-336.

21. Congreso Científico Latinoame-ricano (1: Buenos Aires), Primera Sesión del Congreso Científico Latino-Americano en Buenos Aires del 10 al 20 de Abril de 1898. Bases y programa. Temas propuestos, lista general de miembros, comunica-ciones anunciadas por secciones, programa general de sesiones, visitas, excursiones, etc. (Buenos Aires: Imp. de Pablo E. Coni e Hijos, 1898), 18-21.

22. Congreso Científco Latino Ame-ricano (México d.f. 1897-1898), en ahser, Fondo Gaveta, 15-7-11, ff. 3-48.

23. “Congreso Científico Latino-Americano. Bases y programa”, 209-210.

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actuó como directiva hasta el día en que se iniciaron las deliberaciones y el Congreso constituido en plenaria eligió sus autoridades. Al abrir las deliberaciones, Gallardo anunció la voluntad de crear una institución duradera como prenda de fraternidad internacional:

“Recorra así nuestro Congreso como heraldo de paz y de justicia, las capitales todas

de todos los pueblos ibero-americanos y cuando al terminar su primer ciclo cuente

por miles el número de sus miembros, discuta trascendentales problemas é ilumine

al mundo con la revelación de nuevas verdades, recordarase con placer este primer

ensayo, modestísimo en comparación con la grande obra futura que ha de germinar

sin duda la semilla que hoy plantamos á orillas del Plata, en este misma tierra donde

se lanzó el grito libertador de 1810”24.

En la tabla 1 vemos un balance aproximado de cuántos y quiénes constituyeron el Congreso en 1898. Las tablas 2, 3 y 4, aunque todavía con datos incompletos y muy dispares, permiten comparar su trasformación en las siguientes reuniones. La variedad de las representaciones posibles del Congreso complican los cálculos sobre los datos consignados en cada una de las categorías fijadas por las bases y el programa25. En Buenos Aires sólo participaron delegados oficiales de México, Venezuela, Paraguay, Ecuador y Perú, aunque se deben contar también sociedades y personas adheridas que provenían de Bolivia, Brasil, Colombia, Chile y Uruguay. La presidencia recayó en Chile y una de las dos vicepresidencias en Uruguay, delegaciones extranjeras sin representación oficial cuyos adherentes y comunicaciones científicas fueron los más numerosos del Congreso. En el cargo de secretario fue confirmado Gregorio Araos Alfaro, médico, presidente del Círculo Médico Argentino y profesor de la facultad en Buenos Aires. Algunos organizadores del Congreso pasaron a ocupar la presidencia de las secciones de Ciencias Físico-Químicas y Naturales (II), Ciencias Médicas (III) y Antropología y Sociología (IV), mientras la sección de Ciencias Exactas e Ingeniería (I) fue presidida por un uruguayo. La secretaría de cada sección debía reportar a la secretaría general las autoridades elegidas, las comunicaciones presentadas y las conclusiones a las cuales había llegado en sus deliberaciones26. 24. “Congreso Científico Latino

Americano. Resumen de las sesiones de apertura y clausura y discursos pronunciados en ellas”, asca xlv: 1 (1898): 299.

25. Congreso Científico Panameri-cano (2d: Washington). The report of the secretary general (Washing-ton: Govt. print. off., 1917), 11.

26. “Congreso científico Latino Americano. Resultados de su primera reunión en Buenos Aires del 10 al 20 de abril de 1898”, asca xlv: 1 (1898): 369-389.

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taBla 1: primera reuNióN CoNgreso CieNtÍfiCo latiNoameriCaNo (BueNos aires, 1898)

Adhesiones oficiales de los Estados / delegados

Sociedades e instituciones adheridas

Delegados oficiales de sociedades e instituciones

Adhesiones personales

Comunicaciones científicas

Buenos AiresPatrocinador

8 8335 76

Interior de Argentina 2 Ninguno 57

Bolivia No 2 2 Ninguna Ninguna

Brasil No Ninguna Ninguno 3 5

Colombia No 1 Ninguno 1 Ninguna

Cuba No Ninguna Ninguno 1 Ninguna

Chile No 4 8 24 10

Ecuador Sí / 1 1 3 1 1

Guatemala No Ninguna Ninguno 1 Ninguna

México Sí / 1 1 3 1 3

Paraguay Sí / 1 1 1 1 Ninguna

Perú Sí / 3 2 4 6 3

Uruguay No 4 9 28 23

Venezuela Sí / 3 1 Ninguna Ninguna

Totales SÍ: 5 Estados NO: 7 Estados 27 40 459 121

Fuente: “Congreso científico Latino-Americano. Resultados de su primera reunión”, 369-389.

En la clausura de la reunión, las palabras del secretario general Araos Alfaro iniciaron con la siguiente advertencia: “La tradición de los congresos europeos, ya que recién hoy empeza-mos á tenerla propia, impone al secretario general el deber de informar á la asamblea sobre los trabajos del Comité de organización y sobre las causas que hayan favorecido ú obstaculizado el éxito de la obra común”27. Con esta reunión se abría una década en la cual los congresos y las sociedades de carácter científico e internacional proliferarían por el continente ame-ricano. Ésta sería la primera reunión convocada exclusivamente en nombre de la ciencia y la primera vez que se contaban en el programa las principales ramas del saber técnico y científico de aquella época, incluyendo comunicaciones sobre ingeniería, medicina, agrono-

mía, matemáticas, geometría, física, química, astronomía, antropología, arqueología, sociología y derecho. Desde la década de 1870 se habían

27. “Congreso Científico Latino Americano. Resumen de las sesio-nes de apertura y clausura”, 301.

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realizado exposiciones —como la industrial iniciada por la Sociedad Científica Argentina en 1876—, Congresos Nacionales —como el de Chile, que en 1900 verificaba su sexta reunión— y reuniones internacionales de temas legales (1877 a 1879) y sanitarios (1887 y 1888) con carácter oficial. En el mismo período se realizaron en Europa y Estados Unidos las primeras asambleas de diversas especialidades científicas internacionales, más o menos en los mismos años y las mismas ciudades que las exposiciones universales, y tuvo su mayor auge la asocia-ción de sabios en la forma de congresos reunidos periódicamente. Delegados de los gobiernos y de las asociaciones científicas latinoamericanas habían participado de manera intermitente en los congresos, aunque su presencia en foros internacionales sólo se regularizó durante las dos primeras décadas del siglo xx. La experiencia de estas formas de asociación, las prácticas específicas de la ayuda mutua y la colaboración desinteresada entre científicos de diversas nacionalidades constituyeron la base normativa del Congreso.

Algunas normas fueron fijadas en las bases y programa del Congreso en 1897 y fueron adop-tadas y trasformadas en las siguientes reuniones. La más importante es la que encargaba las tareas de organización a una comisión representativa del Congreso ante el gobierno del res-pectivo país sede. Otras normas acogidas en los foros internacionales no fueron escritas, pero entraron a regir como prácticas fundadas en la experiencia del propio Congreso. Así, por ejem-plo, la de elegir la presidencia entre los delegados del país donde se había realizado la reunión anterior y la de nombrar al secretario entre los representantes de la comisión organizadora del Congreso. A partir de la primera reunión, el secretario general estuvo encargado de interpre-tar los resultados anteriores y de sintetizar de manera escrita los participantes, las bases, los trabajos científicos y conclusiones del evento, en un informe detallado de los procedimientos de organización o decisión definidos en cada reunión. Sus informes comunicaban de manera formal las reglas de operación y los acuerdos formalizados en cada una de las reuniones. Con dichos materiales trabajaban los comités a los que correspondía representar al evento para organizar la siguiente cita, cuyas funciones terminarían precisamente con la publicación de las memorias y su entrega a la comisión organizadora de la próxima reunión.

El Congreso constituido en Buenos Aires eligió en votación secreta la sede de la próxima reunión en Montevideo y comisionó a un nutrido grupo de delegados uruguayos para organizar y repre-sentar al Congreso ante el gobierno de ese país. La comisión eligió sus autoridades en 1899, pero cambió de directivas y sólo aprobó las bases y el programa en enero de 190028. Allí se adoptaron las reglas para el trabajo del comité y las disposiciones sobre la membresía ya consignadas en los prime-ros documentos del Congreso. Para entonces ya se habían creado comisiones locales en Argentina, Brasil y Chile. Las invitaciones oficiales fueron enviadas en mayo de 1900 y el encuentro se realizó finalmente entre el 20 y 31 de marzo de 1901, con la

28. “Segunda Reunión del Congreso Científico Latino-Americano en Montevideo”, asca xlvii: 1 (1899): 291.

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composición consignada en la tabla 2. En la sesión de clausura la asamblea escogió por aclamación la propuesta de la comisión organizadora de señalar a Río de Janeiro como sede de la próxima cita29.

taBla 2: seguNda reuNióN CoNgreso CieNtÍfiCo latiNoameriCaNo (moNtevideo, 1901)

Adhesiones oficiales de los Estados / delegados

Sociedades e instituciones adheridas

Delegados oficiales de sociedades e instituciones

Argentina Sí/ 37 22 9

Bolivia Sí / 1 2 1

Brasil No 11 9

Colombia No Ninguna Ninguno

Costa Rica Sí / ninguno Ninguna Ninguno

Cuba No Ninguna Ninguno

Chile Sí / 4 6 2

Ecuador Sí / 1 Ninguna Ninguno

Guatemala No Ninguna Ninguno

Honduras Sí / ninguno Ninguna Ninguno

México Sí / 1 Ninguna Ninguno

Nicaragua Sí / 1 Ninguna Ninguno

Paraguay Sí / 1 2 2

Perú Sí / 3 2 4

Uruguay Patrocinador 30 11

Venezuela Sí / 2 Ninguna Ninguno

Totales SÍ: 11 Estados

NO: 5 Estados75 38

Fuente: Congreso científico latino americano (2nd: Montevideo), Segunda reunión.

El mismo procedimiento operó en Río, Santiago y Washington. En todos los casos la comisión orga-nizadora representó al Congreso frente los poderes públicos del país sede, que a su vez tenían a cargo las relaciones oficiales con otros Estados. Sin embargo, a partir de la reunión en Río, la organización del evento estuvo más comprometida con las relaciones diplomáticas del continente americano, especialmente con las Conferencias Panamericanas, y contó con una mayor intervención de los Estados nacionales en la pro-ducción de sus conclusiones (tabla 3). En Río (1905) fue elegida Santiago como sede del Congreso, y al año

siguiente —durante la Conferencia Panamericana de 1906— la comisión organiza-dora, en acuerdo con los gobiernos de Chile y Brasil, decidió invitar oficialmente a

29. “Tercer Congreso científico Latino-Americano. Agosto 6 de 1905”, 8-14.

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los Estados Unidos al denominado Cuarto Congreso Científico (primero Panamericano)30.

taBla 3: terCera reuNióN CoNgreso CieNtÍfiCo latiNoameriCaNo (rÍo de JaNeiro, 1905)

Adhesiones oficiales de los Estados

Delegados de sociedades e instituciones científicas

Adhesiones personales

Argentina Sí 5 74

Bolivia Sí Ninguno 5

Brasil Patrocinador 44 474

Colombia Sí Ninguno 7

Costa Rica No 3 1

Cuba Sí Ninguno 2

Chile Sí 4 13

Ecuador Sí Ninguno 4

Guatemala Sí Ninguno 3

Haití No Ninguno 1

Honduras No Ninguno 2

México Sí Ninguno 3

Paraguay Sí 4 8

Perú Sí Ninguno 11

El Salvador No Ninguno 1

Uruguay Sí 25 80

Venezuela Sí 1 3

Totales SÍ: 12 Estados. NO: 4 Estados. 83 697

Fuente: Congresso Científico Latino Americano (3: Rio de Janeiro), Terceira Reunião do Congresso, tomo i, 125-126.

Argentina inició con grandes ceremonias las deliberaciones del Congreso y así lo hicieron también Uruguay y Brasil. Pero la reunión en Santiago fue la más importante en términos políticos y organiza-tivos, porque logró contar con la adhesión de una veintena de delegaciones oficiales y la participación de más de setecientas comunicaciones científicas (el Congreso dejó de ser casi exclusivamente sura-mericano, además de la asistencia de científicos estadounidenses, porque en él participó por primera vez una nutrida delegación mexicana (tabla 4). La primera reunión publicó sus memorias en cinco volúmenes (c. 1898-1901), el segundo en uno (1901) y el tercero en ocho (1906-1909). Durante el ejercicio de la comisión organizadora chilena se publicaron veintidós volúmenes (1909-1915). En esta última se dejó

30. “New Pan-American Congress; It Will Be a ‘Scientific’ One at Santiago, Chile, December, 1908”, New York Times, New York, 10 de noviembre, 1907, 1.

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en manos de una comisión de Estados Unidos la responsabilidad de representar al Congreso ante los poderes públicos de ese país. En ese contexto publicó los resultados efectivos de la reunión de 1909, acto acorde con la seriedad del trabajo desarrollado y de la madurez institu-cional alcanzada por el Congreso.

taBla 4: Cuarta reuNióN del CoNgreso CieNtÍfiCo latiNoameriCaNo. saNtiago de Chile, 1908-1909. (primer CoNgreso CieNtÍfiCo paNameriCaNo)

Adhesiones oficia-les de los Estados / delegados

Delegados oficiales y de sociedades e insti-tuciones científicas

Adhesiones personales

Comunicaciones cien-tíficas (publicadas)

Argentina Sí / 16 60 377 109

Bolivia Sí / 4 4 52 6

Brasil Sí / 8 9 61 8

Colombia Sí / 1 1 7 7

Costa Rica Sí / 1 1 1 2

Cuba No 2 5 1

Chile Patrocinador 42 1119 195

Ecuador Sí / 1 2 5 Ninguna

Estados Unidos Sí / 14 22 55 46

Guatemala Sí / 2 2 19 2

Haití No 2 4 Ninguna

Honduras y Nicaragua

Sí / 1 1 4 1

México Sí / 3 3 32 27

Panamá Sí / 2 2 4 2

Paraguay Sí / 3 3 4 Ninguna

Perú Sí / 6 7 63 39

El Salvador Sí / 1 2 2 1

Uruguay Sí / 4 6 31 3

Venezuela y República Dominicana

Sí / 1 1 3 Ninguna

Totales SÍ: 17 Estados.

NO: 2 Estados.172 1899 450*

Fuente: Francisco Sagasti y Alejandro Pavez, “Ciencia y tecnología”, 204-206.

* Se recibieron cerca de mil comunicaciones, de las cuales se presentaron 742 en la reunión y se publicaron 450.

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La organización de la reunión implicaba una oportunidad de cada Estado para ubicarse en el plano internacional. La distribución de las sedes, el fasto de las ceremonias y el número de adherentes y asistentes por cada país fueron presentados como señales del progreso cientí-fico31. La invitación a los gobiernos y su propia participación en la organización del evento se comprendían como gestos civilizados —noblesse obligue— entre las naciones. El ofrecimiento de la sede del Congreso era ante todo un acto de cortesía y un honor, que debía ser correspon-dido si un Estado quería representarse a sí mismo ante el foro de las naciones por su adhesión desinteresada a los valores civilizadores del conocimiento científico y el avance técnico32. El Congreso se comprendía como un “torneo pacífico” y la cortesía se devolvía cuando uno de los delegados del país oferente era electo como presidente.

Por el contrario, las conferencias panamericanas tuvieron una connotación no tanto de cortesía como de carácter político: eran presididas por la delegación anfitriona; según el acta de 1915-1916, la elección de la siguiente sede era sólo una recomendación adop-tada como decisión soberana de una república. Este documento revelaba el vivo interés de los delegados de Estados Unidos por organizar el Congreso en términos de relaciones entre Estados, pero también la importancia corresponder al ceremonial representado en las anteriores reuniones. Por eso parecen más acertadas las anotaciones del mismo relator general, cuando afirmaba: “Se consulta previamente al gobierno del país en donde se propone que tenga lugar el Congreso; y una vez que acepta se hace la recomendación y como se considera una cortesía y un honor a la vez que el Congreso se reúna en un país, la solicitud tiene un carácter de cierta solemnidad”33.

La comisión de los Estados Unidos no contó con el favor inicial del legislativo federal para asignar presupuesto al Congreso, y la reunión que debía realizarse primero en 1912 y luego en 1914 fue aplazada. El retraso de la reunión llevó a recordar en un debate en la Cámara de Representantes las obligaciones mutuas con las cuales se había comprometido Estados Unidos al aceptar la invitación chilena:

“[...] no es posible que hagáis creer a los latinoamericanos que los

Estados Unidos se hallan en tal pobreza que no pueden subvenir a las

expensas de los congresos científicos internacionales con el decoro

que lo han hecho la Argentina, Brasil, Uruguay y Chile. Ningún linaje

de agradables palabras, ningún derroche de protestas de amistad y

consideración podrán hacer que los estadistas dirigentes y los hombres

de ciencia de la América Latina olviden que no fue posible celebrar el

31. Hugo Rogelio Suppo y Ana Maria Ribeiro de Andrade, “O signifi-cado do Congresso”, 77.

32. Congresso Científico Latino Ame-ricano (3: Río de Janeiro), Terceira Reunião do Congresso, tomo vii, 8.

33. Congreso Científico Paname-ricano (2d: Washington), Acta final y su comentario (Washington: Imprenta del gobierno, 1916), 151-152. En el caso de la elección de Washington como sede, los delegados oficiales mexica-nos elevaron consultas con su cancillería a través de múltiples telegramas (México d.f. 1909), en ahser, Fondo Gaveta, 19-1-50, ff. 1-8. A pesar de su aceptación, México fue el único país ameri-cano que no estuvo representado en la inauguración de la reunión de 1915, como se desprende de los telegramas cruzados entre los gobiernos (México d.f. 1915-1916), en ahser, Fondo Gaveta, 7-6-87 8, ff. 1-22.

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2o Congreso Científico Panamericano porque a los Estados Unidos les plugo invertir el

dinero necesario para dar cumplimiento a sus deberes internacionales”34.

Aunque los fondos asignados fueron escasos, tras el inicio de la Primera Guerra Mundial se organizó un evento cuya denominación cambió el carácter del Congreso iniciado en Buenos Aires (foto 1). Los propios científicos estadounidenses no participaron con mucho entusiasmo en las sesiones, porque entrevieron que se trataba de una iniciativa política con escenografía científica35. La reunión hacía parte de una estrategia de Estados Unidos para alcanzar y legiti-mar una mayor influencia política y económica en el continente. Con todo, no debe olvidarse, por una parte, el interés paralelo de los gobiernos latinoamericanos —en especial de Argentina, Brasil, Chile, México y Uruguay— para constituir una legalidad internacional que limitara los conflictos limítrofes y las pretensiones imperialistas de Estados Unidos, y por otra, el poco inte-rés de Chile y Brasil en seguir estimulando la retórica latinoamericanista de Argentina y la orientación de su política exterior hacia los Estados Unidos36.

foto 1: Comité eJeCutivo del CoNgreso

Fuente: Harris & Ewing, “Pan American Scientific Congress December 1915-January

1916. Executive comitee of the Congress and some of Organizing Committee. 1ST Row:

John Barrett; Ensebio Ayala, pres. Deln. Paraguay; Ernesto Quesada, pres. Argentine deln.;

Ambassador Domicio da Gama, pres. Brazilian deln.; AMB. S”, Biblioteca del Congreso

(Washington: P & P, Harris & Ewing Collection, 1915). http://www.loc.gov/pictures/item/

hec2008003130/ (3/3/2011).

34. La expresión de indignación fue atribuida por el congresista John J. Rogers al antropólogo Hiram Bingham. Congreso Científico Latinoamericano (4: Santiago de Chile), Cuarto Congreso Científico (1.° Pan-Americano): celebrado en Santiago de Chile del 25 de diciembre de 1908 al 5 de enero de 1909 (San-tiago de Chile: Impr., Litogr. y Encuadernación Barcelona, 1915) 277-289. Citado por Francisco Sagasti y Alejandro Pavez. “Cien-cia y tecnología”, 199-200 (notas a pie 8 y 9).

35. William McClellan, “Pan-American Congress a Success; Credit Due to the Visitors Rather Than to Our Scientific Bodies”, New York Times, New York, 13 de febrero, 1916, 12.

36. Hugo Rogelio Suppo, “Ciência e relações”, 17.

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Vale recordar en este caso, quién invitó a quién y cuál fue el significado que tuvo la adhesión al Congreso de una potencia mundial en innovación tecnológica. Así, en principio puede consi-derarse al Congreso como una iniciativa latinoamericana ya establecida, no incluida en la agenda diplomática estadounidense. Luego puede afirmarse que la labor de la comisión consistió en ajus-tar los propósitos del Congreso con los de la política exterior estadounidense para alcanzar así el apoyo decisivo del poder legislativo. Por esto la comisión organizadora buscó fundar un nuevo consenso en esta reunión, considerando las reuniones anteriores sólo como experimentos en los que las naciones latinoamericanas pudieron representar ante los Estados Unidos su capacidad de organización y actuación con desinterés en los torneos de la ciencia. Los comentarios de James Brown Scott, relator general del Congreso, parecen apuntar en dicho sentido:

“A juzgar por el nombre, parecería que el Segundo Congreso solo ha tenido un antece-

sor; pero si bien es cierto desde el punto de vista técnico, en realidad no lo es y hasta

podría considerársele como el primero, porque el anterior que se reuniera en Chile

tuvo el carácter de experimento, el cual alcanzó éxito tan admirable, que se deter-

minó la celebración de otro Congreso en la capital de Estados Unidos, en la confianza

de que éste sería un eslabón de una cadena interminable. El Congreso que se celebró

en Santiago no fue la primera asamblea científica en la cual estuvieron representadas

las repúblicas que se hallan al sur de los Estados Unidos; pero fue sin embargo el pri-

mero al cual se invitó a éstos. Ya se habían reunido en Buenos Aires en 1898, otro en

Montevideo en 1901 y un tercero cuatro años más tarde en Río de Janeiro; pero no se

invitó a ellos a los Estados Unidos, ni a sus instituciones docentes, ni sus sociedades

científicas, ni a sus sabios. Esto no quiere decir de ningún modo que no se tomase

en consideración a los Estado Unidos, sino tal omisión debióse más bien a que los

Congresos antedichos eran asambleas de intelectuales latinoamericanos, que tenían

el carácter de experimentos, no invitándose oficialmente a los Estados Unidos a tomar

parte hasta después que se demostró el éxito de estas conferencias”37.

La lectura de estos hechos indica la pertinencia de matizar una interpretación que única-mente reconoce la imposición arbitraria de los Estados Unidos. En este caso el gobierno de Estados Unidos debía corresponder el gesto de los gobiernos latinoamericanos. A través de la realización del encuentro, un gesto de reciprocidad, este gobierno reconoció la legitimidad del Congreso, intentando reconciliar su nuevo formato con las prácticas constitutivas de las reunio-nes anteriores. La organización formal y el reglamento no fueron conservados, pero una mirada panorámica de las comunicaciones científicas indica que por lo menos los temas tratados en antropología, arqueología, meteorología y astronomía

37. Congreso Científico Panameri-cano (2d: Washington), Acta final, 43-44.

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corresponden con los de las reuniones precedentes (esto sin entrar a evaluar el rigor científico de los materiales). Un cambio apenas perceptible en el programa de las secciones fue el aban-dono completo de los trabajos teóricos y especulativos —matemática, por ejemplo— a favor de otros con aplicación práctica en la economía. Pero la trasformación más decidida se debió al papel conferido a los delegados oficiales de los Estados para estudiar y adoptar las resoluciones y recomendaciones, redactadas luego en un documento de carácter político dirigido expre-samente a los gobiernos (foto 2). Las sociedades y las instituciones científicas, igual que los autores de las comunicaciones, no tuvieron ningún lugar en la decisión final de las conclusio-nes de la reunión (aunque algo de esto se explica también por la preponderancia del Instituto Americano de Derecho Internacional en las deliberaciones del Congreso)38.

foto 2: iNauguraCióN del CoNgreso eN WashiNgtoN

Fuente: Harris & Ewing, “Pan American Scientific Congress at opening. Front John Barret; Ernesto Quesada of

Argentine; V.P. Marchall; Ambassador Suarez-Mujica of Chile; Secretary of State Lansing; Ambassador da Gama of Brazil;

Min. Mendez of Guatemala, rear right of da Gama; Min. de Cespedes of Cuba, out in front.”, Biblioteca del Congreso,

Biblioteca del Congreso (Washington: P & P, Harris & Ewing Collection, 1915). http://www.

loc.gov/pictures/item/hec2008004156/ (3/3/2011).38. Congreso Científico Panameri-

cano (2d: Washington), Acta final, 93, 151 y 155-159.

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A juzgar por la periodicidad de los encuentros y la producción de publicaciones, ninguna de las reuniones siguientes alcanzaría la complejidad y actividad de las celebradas en Santiago y Washington. La reunión de Washington fue la única cuya actuación se realizó exclusivamente bajo la denominación oficial de Congreso Panamericano. El nombre del Congreso fue ambi-valente desde 1908, pues en rigor la reunión celebrada en Santiago (primera panamericana) fue también la cuarta del Congreso Científico Latinoamericano. Tanto en los informes y los títulos de las comunicaciones como en los discursos y las intervenciones públicas, se utilizaron alternativamente ambas denominaciones (panamericano y americano), y lo mismo sucedió en la reunión de Lima (1924); mientras las siguientes de Ciudad de México (1936) y Washington (1940), emplearon sólo la denominación de americano y continuaron con la numeración ini-ciada en Buenos Aires en 189839.

3. CooperaCióN CieNtÍfiCa y NaturaleZa ameriCaNa

El Congreso proponía enunciados heterogéneos, considerados con el aval científico para ser reconocidos por Estados, comunidades científicas nacionales o instancias de asociación inter-nacional especializadas en determinados temas. Aunque con modestia, el Congreso presentó sus deliberaciones como enunciados que debían ser reconocidos en el foro mundial de la cien-cia. Cabe preguntarse por el significado de esa afirmación, repetida hasta el cansancio en el Congreso y tan ajena a las convicciones contemporáneas, acerca de que el conocimiento cientí-fico era una actividad desinteresada. Cuando los participantes afirmaban que la ciencia era una actividad desinteresada y que el Congreso era exclusivamente científico, querían dar a enten-der que sus actividades no estaban orientadas al ámbito político, sino a los intereses propios de la ciencia. En su origen fue considerado un “torneo pacífico” en terreno neutral: en la fuerza de las recomendaciones radicaba su independencia de las decisiones políticas. Sin embargo, este desinterés fue identificado con la posibilidad de representar los respectivos Estados en el espacio público internacional de las naciones consideradas civilizadas.

Esta cuestión representa, según la estrategia de interpretación esbozada en las páginas anteriores, el núcleo de las tensiones en el interior del Congreso. Los enunciados explícitos de los sujetos parecen contradictorios: la reivindicación de la ciencia como terreno neutral estuvo acompañada por una creciente notoriedad de la política y el derecho internacional en las resoluciones. Tal contradicción induce a desacreditar o a pasar por alto, de acuerdo con nuestra comprensión contemporánea de la actividad científica, las numerosas afirmaciones sobre la necesidad de sustraer los debates científicos al control político. Con todo, la inde-pendencia de las deliberaciones científicas era la base de la cooperación

39. Congreso Científico Americano (8: Washington), Actas del octavo congreso científico americano, veri-ficado en la ciudad de Washington del 10 al 18 de mayo, 1940, bajo los auspicios del gobierno de los Estados Unidos de América (Washington: Secretaría de Estado, 1941).

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desinteresada entre quienes participaban en el Congreso. La afirmación de la ciencia por la ciencia era el principio que confería al evento su credencial para participar en el foro de las naciones civilizadas, en el que cada quien hablaba y actuaba de manera autónoma en nombre de los valores más elevados de felicidad y progreso humanos. Estas ideas correspondían con una aseveración categórica sobre la imposibilidad de crear una ciencia latinoamericana, panameri-cana o americana independiente de la ciencia como actividad humana universal.

Sin embargo, estas ideas competían y se complementaban con otras, sobre la necesidad de domesticar la ciencia a la medida de la naturaleza americana, de contar con el apoyo del Estado para amplificar la actividad científica y para hacer efectiva la influencia del Congreso en la práctica. Para la realización de las reuniones, todas las comisiones organizadoras operativas entre 1897 y 1917 tuvieron que contar con el patrocinio de los respectivos Estados. Con un sentido pragmático, habían colocado las deliberaciones científicas al margen de los asuntos en pugna entre Estados, pues sólo de esta manera sería posible contar con la asistencia de socie-dades y científicos de naciones con toda clase de diferencias fronterizas. Actuar de otro modo implicaba poner en la agenda estos litigios y comprometer la posición del gobierno patroci-nador en materia diplomática40. Asimismo, pese a que todos los programas hasta la reunión de Santiago tuvieron en cuenta las matemáticas, es evidente la carencia de trabajos teóricos o especulativos y la abrumadora cantidad de trabajos técnicos aplicados a problemas concretos de la organización burocrática y el desarrollo económico.

El discurso del presidente del Congreso en 1898, el chileno Paulino Alfonso, fue explícito sobre el carácter desinteresado del congreso: “Señores. Hay una idea de la ciencia, superior á las concepciones vulgares de la finalidad práctica y positiva: es la idea de la ciencia, por la ciencia y para la ciencia misma, que investiga para conocer, y que se satisface con saber”41. Al respecto, el ministro Luis Beláustegi, en nombre del gobierno argentino, sostenía que los par-ticipantes estaban “en el terreno neutral de la ciencia, despreocupados de otro pensamiento que no fuera el de aportar cada uno, en la especialidad de sus estudios, la contribución que

formará capital de conocimientos útiles para la vida próspera de nuestras repúblicas y para estrechar los vínculos que mantienen la confraternidad suramericana”42. Las reuniones de Montevideo y Río respetaron el prin-cipio de independencia proclamado en Buenos Aires. El presidente de la comisión organizadora de 1901, José Arechavaleta, afirmaba: “Dejemos, pues, tranquilos á esos buscadores de verdades nuevas. Ellos se encargan de revelarlas á los demás, sin exigir otra recompensa que la alegría que les proporciona. Es á impulsos de esas vagas emociones que cada día se agrandan los dominios de nuestros conocimientos”43. Manuel Herrero,

40. Hugo Rogelio Suppo, “Ciência e relações”, 12.

41. “Congreso científico Latino Americano. Resumen de las sesio-nes de apertura y clausura”, 312.

42. “Congreso Científico Latino Americano. Resumen de las sesio-nes de apertura y clausura”, 292.

43. Congreso Científico Latinoamer-icano (2nd: Montevideo), Segunda reunión, 59.

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en nombre del gobierno uruguayo, recibía a las delegaciones con las siguientes palabras: “[…] vuestras deliberaciones, moviéndose con toda libertad dentro del campo de todas las ciencias, sin tenerse que sujetarse á las fórmulas siempre transaccionales de la ley positiva, han de dejar puntos de mira que no podrán olvidar los pueblos y los gobiernos en su marcha al porvenir”44.

El presidente de la comisión organizadora de 1905, marqués de Paranaguá, afirmaba en una carta al ministro de Relaciones Exteriores de Brasil que el Congreso debía ser “exclusivamente un evento intelectual científico”, y el propio ministro, Rio Branco, respaldaba esta posición al asumir, como acto de Estado, la independencia de las deliberaciones científicas con respecto a las políticas: “Ninguna forma de propaganda oficial y tendenciosa vale lo que la ejercida por hombres de valer, convencidos y ajenos á las pasiones de la política”45. En el acto inaugural de 1905, en un discurso muy aplaudido por el público, el delegado de México sentenció: “A sciencia, cuja patria é o mundo, preenche entre os seus inmensos fins o de reunir em uma só as diferentes patrias dos homens”46. En Chile la participación oficial de los Estados fue notoria, pero la asamblea reunida allí se presentó todavía como una forma de una cooperación desinte-resada en el ámbito de la ciencia47. Pero cuando Estados Unidos organizó el Congreso se rompió el consenso y las resoluciones del evento fueron adoptadas como decisiones de los delegados oficiales, excluyendo a quienes fueron definidos como “miembros”48.

Cada país, independiente de sus contribuciones efectivas al Congreso —la presencia de sus sociedades científicas y la lectura de comunicaciones— tuvo derecho a votar las resoluciones adoptadas por las respectivas secciones. Vale notar que la fórmula transaccional fijada en esa reunión se dio a través de la regulación de las relaciones públicas y las pujas políticas, en una asam-blea especial de delegados oficiales, y la conservación paralela de cierta independencia de las deliberaciones científicas en secciones especiales; al mismo tiempo, el principio de avance de la ciencia por medio de la cooperación desinteresada fue subordinado a los fines del intercambio económico y las relaciones entre Estados.

Aunque una mayor participación de los representantes de los Estados puede ser detectada ya en la reunión de Santiago, no podemos descartar que el control político y la férrea filiación con los propósitos políticos y económicos de Estados Unidos haya influido en la prolongada decadencia del Congreso hasta su octava reunión en 1940. Pero no era nueva la idea de contar con una ciencia americana, latinoamericana, suramericana o pana-mericana, esto es, de hacer coincidir los fines de la ciencia con los proyectos de integración política, económica y cultural entre Estados. El Congreso

44. Congreso Científico Latinoamer-icano (2nd: Montevideo), Segunda reunión, 57.

45. “Carta de Juan Guelfreire, cónsul de México en Buenos Aires, a Igna-cio Mariscal, Ministro de relaciones Exteriores de México” (Buenos Aires, 4 de septiembre, 1905), en ahsre, Fondo Gaveta, 7-3-27 f. 62. Ver también: Hugo Rogelio Suppo, “Ciencia e relações”, 12.

46. Congresso Científico Latino Americano (3: Rio de Janeiro), Terceira Reunião do Congresso, tomo i, 185. Al respecto, véase “Informe de Bartolomé Carvajal, dirigido a la Secretaría de Instrucción Pública y Bellas Artes (México d.f., 13 de octubre, 1905), en ahsre, Fondo Gaveta, 7-3-2727, ff. 66-95.

47. Francisco Sagasti y Alejandro Pavez, “Ciencia y tecnología”, 196.

48. Congreso Científico Panamericano (2d: Washington), Acta final, 16.

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surgió como una demostración de la intención de convertir a la ciencia en portadora de uno de esos proyectos, el latinoamericanismo, por su capacidad de trascender los límites de las naciones y enfrentar los desafíos del progreso en términos aceptables para otras naciones, especialmente las grandes potencias. Constituía, entre otros, un espacio para contestar las tesis sobre la inferio-ridad de los pueblos latinoamericanos por determinantes climáticos, raciales o religiosos.

La retórica del Congreso con respecto a la ciencia por la ciencia participa, pues, de una necesidad de reconocimiento de la naturaleza americana como un escenario propicio para el desarrollo del ingenio humano. No por casualidad el paleontólogo Florentino Ameghino, adhe-rente al Congreso desde la promulgación de sus bases y programa en 1897, defendió en Santiago su hipótesis sobre el origen americano de nuestra especie, aunque en este mismo escenario su idea fuera refutada y el problema replanteado en términos de los procesos de inmigración entre los continentes y la historia geológica de la Tierra49. En la reunión de Washington se continuó con el cuestionamiento sobre el origen de la especie y los problemas de su evolución, aunque el programa dio prioridad a las investigaciones eugenésicas con el propósito explícito de mejorar la “raza” y “dar una dirección inteligente y eficaz a los procesos” de hibridación50.

Es difícil transcribir toda la elocuencia de estos discursos sobre la domesticación del ambiente americano —cuyas palabras evocan los discursos criollos sobre la naturaleza en el siglo xviii y la retórica romántica del xix—, esas imáge-nes que intentan recrear el trepidar de los grandes ríos, la riqueza de los suelos y la inmensidad del territorio americano51. A finales del siglo xix y principios del xx, la fascinación por la técnica como medio para domesti-car la naturaleza pasará al Congreso por medio de la Sociedad Científica Argentina, fundada y sostenida por las primeras generaciones de ingenie-ros graduados en la Universidad de Buenos Aires. Sus objetivos esbozados en los estatutos de 1872 muestran con claridad el énfasis en los estudios aplicados y el descuido consecuente de las especulaciones teóricas52. Lo propio puede decirse de la primera invitación formulada por el comité organizador y en los siguientes programas de estudio adoptados por el Congreso en las reuniones posteriores (donde las secciones con mayor continuidad temática fueron las ciencias físicas y químicas, ingeniería, agronomía y zootecnia), aunque en ellas —y de manera muy visible en Santiago— podemos notar la mayor presencia de contribuciones en las secciones de ciencias sociales, antropología, pedagogía y derecho53.

En la historia del Congreso el debate sobre los sistemas de identifica-ción criminal, entre la antropometría francesa de Alphonse Bertillon y la

49. United States. Delegation to the Pan-American Scientific Congress. 1st, Santiago de Chile, 1908-09, Report of the delegates of the United States to the Pan American Scientific Congress held at Santiago, Chile; December 25, 1908, to January 5, 1909 (Washington: Govt. Print. Off., 1909), 30; W.H. Hol-mes, “Como se pobló América”, en Congreso Científico Latino Americano (4: Santiago), Trabajos del 4 Congreso Científico Latino-americano (1o Panamericano), tomo xiv (Santiago de Chile: Imprenta Barcelona, 1911), 140-152.

50. Congreso Científico Panameri-cano (2d: Washington), Prelimi-nary program (Washington: Govt. Print. Off., 1915), 11.

51. Leoncio López-Ocón, “La for-mación de un espacio”, 214.

52. José Babini, Historia de la ciencia, 140-144.

53. Francisco Sagasti y Alejandro Pavez, “Ciencia y tecnología”, 206.

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dactiloscopia suramericana de Juan Vucetich, representó esta tensión entre las pretensiones universalistas de la ciencia y las necesidades de conocimiento aplicado por las burocracias esta-tales54. En la reunión de Montevideo se planteó como problema cuál era la mejor técnica para la identificación con base en el cuerpo humano y cómo sistematizarla en un lenguaje artificial que fuera operativo para la comunicación internacional. El Congreso concluyó que la dactiloscopia era sólo un auxiliar en el proceso de identificación antropométrica, cuyas fichas serían la base de la cooperación policíaca a nivel internacional55. Sin embargo, en 1905 la controversia fue reto-mada en la sección de ciencias jurídicas y sociales reunida en el gabinete de identificación de la cárcel de Río de Janeiro56. Mientras Alfredo Giribaldi insistió en la supe-rioridad del “bertillonaje”, el propio Vucetich y el brasileño Felix Pacheco argumentaron a favor del nuevo sistema suramericano57. Para saldar la discusión, el presidente ordenó traer un hombre y una mujer presos y rea-lizar una experiencia de identificación dactiloscópica: “Vucetich toma as impressões digitaes e as pass ao Sr. Felix Pacheco, que dá, acto continuo, a respectiva classificação e retira do armário as duas fichas nelle archiva-das; verificando-se imediatamente a perfeita identificação dos indivíduos, o auditório prorompe em palmas e aclamações aos Srs. Vucetich e Felix Pacheco”58. Al final el pleno del Congreso aprobó las conclusiones a favor del sistema dactiloscópico y su conversión en operador para la organiza-ción de una policía internacional, así como la propuesta de Pacheco de excluir categóricamente el pasado político de las personas del intercam-bio internacional de información criminal59.

El trabajo de Vucetich, quien era policía en La Plata y enfrentaba los problemas prácticos de la burocracia para vigilar, controlar y reprimir, fue una innovación técnica —un lenguaje artificial— a partir de los estudios de Francis Galton. La dactiloscopia respondía a las necesidades de sim-plificación propias del Estado: clasificación, fácil lectura y rapidez en la comparación (imagen 1)60. El Congreso fue el trampolín para la difusión internacional de identificación dactilar: Vucetich fue considerado como una gloria de América que había hecho sucumbir las pretensiones uni-versalistas de la antropometría europea, y su sistema dactiloscópico fue valorado como “una conquista de la civilización y de la mentalidad latina suramericana”61. La construcción de identidades útiles para amplificar la observación de los ciudadanos por el Estado fue planteada de acuerdo a registros del cuerpo que buscaban ser universalizados: la dactiloscopia

54. El surgimiento de la identidad legal de las personas y su relación con las necesidades de legibilidad por parte del poder ha sido exam-inada en James C. Scott, John Tehranian y Jeremy Mathias, “The Production of Legal Identi-ties Proper to States: The Case of the Permanent Family Surname”, Comparative Studies in Society and History 44: 1 (2002): 4-44.

55. Alfredo Giribaldi, “Identidad y filiaciones”, en Terceira Reunião do Congresso, tomo v, 31-64.

56. Congresso Científico Latino Ame-ricano (3: Río de Janeiro), Terceira Reunião do Congresso, tomo i, 42.

57. Felix Pacheco, “A exxellencia do sistema dactyloscopico Vucetich e a necessidade da creação dos Gabinetes Inter-Continentaes”, en Terceira Reunião do Congresso, tomo v, 63, 83-84.

58. Congresso Científico Latino Americano (3: Río de Janeiro), en Terceira Reunião do Congresso, tomo v, 27.

59. Congresso Científico Latino Americano (3: Río de Janeiro), en Terceira Reunião do Congresso, tomo vii, 55-57.

60. Juan Vucetich, Dactiloscopia com-parada. El nuevo sistema argentino (La Plata: Jacobo Pauser, 1904), 87-89.

61. Congresso Científico Latino Americano (3: Río de Janeiro), en Terceira Reunião do Congresso, 26.

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producía a partir de las huellas de las manos “una verdadera lengua universal”62 (imagen 2). Además, la dactiloscopia se presentó en términos de un registro ciudadano y no sólo de los cri-minales: ofrecía una prueba jurídico-legal permanente, podía aplicarse fácil y económicamente a toda la población, estaba en capacidad de ordenar los registros de conscriptos, votantes, inmi-grantes, cocheros, prostitutas, travestis, comerciantes y propietarios63. El Congreso en Santiago acordó el intercambio de antecedentes personales entre Chile, Argentina, Brasil y Uruguay, lo que significó la implantación de la dactiloscopia como medio de identificación jurídico-legal en casi todo el sur del continente americano64. Unos años más tarde la técnica de Vucetich sería adoptada con leves modificaciones en Francia y en todos los países de América Latina.

imageN 1: los Cuatro tipos fuNdameNtales

Fuente: Juan Vucetich, Dactiloscopia comparada, 137.

62. Congreso Científico Latino Americano (3: Río de Janeiro), en Terceira Reunião do Congresso, tomo vii, 56-57.

63. Congresso Científico Latino Americano (3: Río de Janeiro), en Terceira Reunião do Congresso, tomo vii, 56-57.

64. Francisco Sagasti y Alejandro Pavez, “Ciencia y tecnología”, 189-216.

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imageN 2: maNo humaNa

Fuente: Juan Vucetich, Dactiloscopia comparada, 175.

Como en el caso de la dactiloscopia, aunque no siempre con el mismo éxito, el Congreso pri-vilegió los estudios sobre construcción de redes técnicas (ferrocarrileras, telegráficas, fluviales o meteorológicas), saneamiento de las construcciones, controles fitosanitarios de la ganadería y la agricultura, estandarización de los cánones de comunicación e información para el mercado y las organizaciones burocráticas (en cuanto a nomenclaturas químicas, husos horarios, pesos y medidas, y signaturas bibliográficas). No es posible, entonces, atribuir únicamente a la influen-cia de los Estados Unidos la excesiva inclinación del Congreso por los estudios prácticos, útiles para el desarrollo económico y la organización política. Para finales del siglo xix en América Latina —Argentina, Chile, Brasil y México— se había producido un auge de la ciencia aplicada y el estancamiento de la elaboración teórica —más por influencia europea que norteamericana—,

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comúnmente asociado con la conversión del positivismo en ideología dominante de los regí-menes oligárquicos65. Esta posición privilegió la trasferencia de tecnología y limitó la creación de dinámicas propias de innovación tecnológica, esto es, sucumbió a los afanes del mercado y la organización burocrática y confundió una parte fundamental de la creación científica, la técnica, con los intereses más abstractos de la investigación científica.

CoNClusióN

El Congreso Científico fue una asociación internacional constituida por múltiples suje-tos e instituciones, reunidos periódicamente para producir recomendaciones en nombre de la ciencia. Éste fue un espacio de sociabilidad científica internacional en el que convergieron sociedades científicas, unidades administrativas de Estados nacionales y sociedades e institu-ciones internacionales, y por tanto no puede entenderse sólo a partir de las relaciones entre Estados. El Congreso se definió a sí mismo como torneo neutral en la arena política internacio-nal y presentó a la ciencia como una actividad desinteresada. En cada una de las reuniones se evidenció una forma de escenificación del poder de los Estados y una respuesta a las formas de representación dominantes sobre América Latina en Europa y Estados Unidos, pero de acuerdo a los ideales universalistas de la ciencia y su independencia de la política como pruebas de la civilización y el progreso alcanzados por las naciones. Sin embargo, entre la sesión fundacional en Buenos Aires y la de Washington se evidenció una pérdida de poder de sujetos e institucio-nes dedicados a la ciencia y la técnica y un mayor protagonismo de los Estados en la aprobación de las recomendaciones. Asimismo, la retórica de una ciencia universalista convivió con el inte-rés por domesticar la naturaleza americana y producir conocimientos útiles para el continente.

En una época de apogeo del positivismo, esto implicó un descuido hacia la especulación teórica y la dedicación de los esfuerzos científicos a los problemas prácticos planteados por la economía y el gobierno, lo que significó un sesgo a favor de la trasferencia de tecnología y un límite efectivo para los procesos de innovación. Fue a partir de la burocracia estatal que surgió uno de los deba-tes más significativos del Congreso sobre las técnicas de identificación policíaca. La dactiloscopia representaba una aplicación práctica, una simplificación elaborada de acuerdo a las necesida-des operativas del Estado, pero que a través de un espacio público internacional competía con la antropometría europea en su afán de ser universalizada como forma de identificación personal.

El Congreso fue una experiencia fugaz que no logró sobrevivir al final de la primera guerra mundial, al auge del panamericanismo y la crisis de la idea de progreso. Pero a finales del siglo xix y principios del xx, éste fue un espacio singular de cooperación técnica y científica, cuyo legado

en decenas de volúmenes impresos todavía está por estudiar. Trazada aquí la estructura general de esta asociación, será preciso estudiar con mayor

65. Gregorio Weinberg, La ciencia y la idea, 76-77.

Historia CritiCa No. 45, Bogotá, septiemBre-diCiemBre 2011, 244 pp. ISSN 0121-1617 pp 86-113

Conocimiento desinteresado y ciencia americana. El Congreso Científico (1898-1916)

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detalle los contenidos técnicos y científicos discutidos en el Congreso, esto es, ocuparse también de las memorias científicas y no sólo de las actas o los programas. Un estudio minucioso de las contri-buciones del Congreso en áreas específicas de la investigación técnica y científica demanda equipos especializados que puedan valorar su voluminosa producción con base en el conocimiento de cada campo científico. La conversión del Congreso en panamericano permite realizar comparaciones específicas con Estados Unidos y América Latina en antropología, astronomía, geodesia, geografía, meteorología, criminología, ecología, derecho, ingeniería y pedagogía, teniendo como referencia una de las potencias tecnológicas de la época. Quizá éste sea un buen filtro para examinar con más detalle las diferencias en la labor de los científicos del norte y el sur de América a principios del siglo xx, pero también puede señalar el grado efectivo de cooperación científica internacional, pues como en el caso de la meteorología, la astronomía y la geodesia, revela la existencia de redes ins-titucionales (estaciones y observatorios) entre Argentina, Chile y Estados Unidos comprometidas con proyectos como el levantamiento de la carta estelar austral, las mediciones de la gravedad en las distintas latitudes del continente y del arco del meridiano del planeta en el Ecuador.

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Oscar Calvo Isaza

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Hidden disease: a history of occupational diseases in Colombia, the case of silicosis (1910-1950)

aBstraCt

Silicosis (and other pneumoconioses), a chronic

disease often associated with the appearance

of tuberculosis in miners, posed a significant

challenge for Colombia’s nascent hygienic and

industrial safety efforts. The article analyzes the

strategies and recommendations of various doc-

tors and engineers to reduce this type of “risk.”

It shows how silicosis remained outside the

interests of the medical establishment due to the

predominance of other socio-medical problems. It

became a medical problem with the first studies

of “occupational medicine” and the beginnings of

social security in Colombia.

Key Words

Pneumoconiosis, silicosis, tuberculosis, occupational

diseases, industrial hygiene, the history of occupational

medicine, Colombia.

La enfermedad oculta: una historia de las enfermedades profesionales en Colombia, el caso de la silicosis (1910-1950)

resumeN

La silicosis (y otras neumoconiosis), enfermedad

crónica a menudo asociada a la aparición de la

tuberculosis de los mineros, supuso un importante

reto para las nacientes higiene y seguridad indus-

trial en Colombia. Se analizan las estrategias y las

recomendaciones de algunos médicos e ingenieros

para reducir este tipo de “riesgo”. Se muestra cómo

la silicosis permaneció por fuera de los intereses

médicos debido al predominio de otros problemas

médico-sociales. La emergencia de este problema en

el campo médico coincide con la publicación de los

primeros estudios sobre “medicina del trabajo” y

con los albores de la seguridad social en Colombia.

palaBras Clave

Neumoconiosis, silicosis, tuberculosis, enfermeda-

des profesionales, higiene industrial, historia de la

medicina del trabajo, Colombia.

Artículo recibido: 21

de septiembre de 2010;

AprobAdo: 25 de enero

de 2011; modificAdo:

14 de junio de 2011.

Estudiante del Doctorado en Historia de la Universidad Federal de Santa Catarina (Florianópolis, Brasil). Historiador y Magíster en Historia de la Universidad Nacional de Colombia (Medellín, Colombia) y miembro del grupo de investigación Producción, Circulación y Apropiación de Saberes (proCirCas) de la misma universidad (Categoría A en Colciencias). Recientemente publicó en coautoría con Jorge Márquez Valderrama, “La silicosis o tisis de los mineros en Colombia, 1910-1960”, Salud Colectiva 7: 1 (2011): 35-51. [email protected]

Profesor asociado del Departamento de Estudios Filosóficos de la Facultad de Ciencias Humanas y Económicas de la Universidad Nacional de Colombia (Medellín, Colombia) e Historiador de la misma universidad. Magíster y Doctor en Enseñanza y difusión de las ciencias y las técnicas de la Universidad Paris XI (París, Francia). Director del grupo de investigación Producción, Circulación y Apropiación de Saberes (proCirCas) (Categoría A en Colciencias). Recientemente publicó en coautoría con Óscar Gallo, “La mortalidad infantil y la medicalización de la infancia. El caso de Titiribí, Antioquia, 1910-1950”, Historia y Sociedad 20 (2011): 57-89; con María Victoria Estrada, “El acontecimiento de la clonación de Dolly: imaginarios del doble en la prensa colombiana”, Iatreia 22: 4 (2009): 330-341. [email protected]

Óscar Gallo Vélez

Jorge Márquez

Valderrama

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La enfermedad oculta: una historia de las enfermedades profesionales en Colombia, el caso de la silicosis (1910-1950)

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La enfermedad oculta: una historia de las enfermedades profesionales en Colombia, el caso de la silicosis (1910-1950)Ï

iNtroduCCióN

En 1943 fue publicado The history of Miners Diseases. A medical and social interpretation1 de George Rosen, quizás el primer estudio con relevancia en historia de la medicina del trabajo. Aunque la historiografía especializada en este campo desde hace tiempo ya no lo tiene en cuenta, es necesario resaltar que este estudio apareció en pleno debate sobre el reconocimiento de los derechos de los trabajadores norteame-ricanos a enfermarse y a recuperar la salud comprometida por efecto del trabajo, y en medio de las tensiones generadas por la objetivación médica, económica y política de las enfermedades profesionales. Abierta esta ruta de pioneros, la historia de la medicina del trabajo presentó resultados de investigación más influyentes en 1985, con la compi-lación de Paul Weindling, The Social History of Occupational Health2, a la cual siguieron los trabajos de David Rosner y Gerald Markowitz, más centrados en las enfermedades asociadas al trabajo minero3.

Recientemente la investigación en histo-ria de la medicina del trabajo se ha enriquecido en cantidad, calidad y diversidad. Parte de estas investigaciones ha puesto el acento en lo local y lo regional. En España, por ejemplo, un estudio de caso notable es Medicina social, demografía y enfermedad en la minería giennense contemporánea El Centenillo [Jaén-España] 1925-19644, de Juan José Martínez Ortiz y Adela Tarifa Fernández. Ha habido también estu-dios de más amplia cobertura cronológica y temporal como los de Esteban Rodríguez

1. George Rosen, The history of Miners Diseases. A medical and social interpretation (New York: Shuman´s, 1943).

2. Paul Weindling ed., The Social his-tory of occupational health (London: Croom Helm for the Society for the Social History of Medicine, 1985).

3. David Rosner y Gerald Markowitz, “Consumption, Silicosis, and the Social Construction of Industrial Disease”, The Yale Journal of Biology and Medicine 64 (septiembre 1991): 481-498; Deadly Dust: Silicosis and the Politics of Occupational Disease in Twentieth-Century America (Princ-eton, New Jersey: Princeton Uni-versity Press, 1993), una reedición más reciente de este libro, Silicosis and the on-going strugle to protect workers’ health (Ann Arbor MI: The University of Michigan Press, 2007) y, “L’histoire au prétoire. Deux his-toriens dans les procès des maladies professionelles et environnemen-tales”, Revue d’Histoire Moderne et Contemporaine 56 (2009): 227-253.

4. Juan José Martínez Ortíz y Adela Tarifa Fernández, Medicina social, demografía y enfermedad en la minería giennense contemporánea. El Centeni-llo 1925-1964 (Jaén, España: Instituto de Estudios Giennenses, 1999).

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Óscar Gallo Vélez y Jorge Márquez Valderrama

Ï Este artículo es resultado del proyecto de inves-tigación “Emergencia de la medicina rural en Antioquia en el siglo xx”, del Grupo Producción, Circulación y Apropiación de Saberes (proCirCas), financiado por Colciencias (código 111845221370) y la Dirección de Investiga-ciones de la Universidad Nacional de Colombia, sede Medellín (dime). Un tema relacionado, pero desde la perspectiva de la objeti-vación de la silicosis como “enfermedad profesional” y su surgimiento en el campo biomédico colom-biano, lo trabajamos en el citado artículo de la revista Salud Colectiva.

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Ocaña y Alfredo Menéndez Navarro5. Estos estudios han dado a conocer el proceso histórico de la emergencia de una nueva sensibilidad frente al cuerpo y la salud del trabajador minero. Igualmente mostraron avan-ces y retrocesos en materia de salud y prevención, así como el proceso de legitimación del accidente de trabajo, la enfermedad profesional y ciertas estrategias médico-sanitarias para el sector minero español.

Para el caso de Francia se destacan varios estudios de la última década. Primero, la tesis La création de la médicine du travail en France 1914-19466, de Jean-Claude Devink; segundo, el conjunto de artículos publicados por Devink y Rosental sobre la historia de la silicosis7; y tercero, dos tra-bajos recientes de la historiadora Caroline Moriceau8. En uno de estos últimos tra-bajos se analizan los sistemas de atención en salud, los modelos de prevención de la enfermedad y las tensiones entre industria-les y trabajadores en una empresa minera; en el otro se estudia la ruptura metodoló-gica que significó la obra y la metodología de investigación del médico higienista fran-cés Louis-René Villermé (1782-1863), y el proceso de configuración de la higiene industrial como un nuevo campo del saber. Sin pretensión de exhaustividad, de otros países se puede mencionar el trabajo de Mark Bufton y Joseph Melling9, el de Arthur McIvor y Ronald Johnston10, el de Francesco Carnevale11 y el de Eric Geerkens12.

En cuanto a Latinoamérica, la historio-grafía de la medicina del trabajo es más reciente y menos rica. No hay elementos suficientes para precisar las razones de esto, pero de acuerdo con la historiadora chilena Ángela Vergara, en Latinoamérica

5. Esteban Rodríguez Ocaña y Alfredo Menéndez Navarro, “Higiene contra la anemia de los mineros. La lucha contra la anquilostomiasis en España (1897-1936)”, Asclepio. Revista de Historia de la Medicina y de la Ciencia lviii: 1 (2006): 219-248; “Salud, trabajo y medicina en la España de la legislación social, 1900-1930”, Archivos de Prevención y Riesgos Laborales 9: 2 (2006): 81-88; “Salud, trabajo y medicina en la España del siglo xix. La higiene industrial en el contexto antiintervencionista”, Archivos de Prevención y Riesgos Laborales 8: 2 (2005): 58-63. Alfredo Menéndez-Navarro, “The politics of silicosis in interwar Spain: Republican and Francoist approaches to occupational health”, Dynamis 28 (2008): 77-102.

6. Jean-Claude Devinck, “La créa-tion de la médicine du travail en France 1914-1946” (Mémoire présentée en vue du Diplôme doctoral d’Histoire contempo-raine de l’EHESS, París, 2001).

7. Paul-André Rosental, “De la silicose et des ambiguïtés de la notion de maladie professionnelle”, Revue d’Histoire Moderne et Contemporaine 56: 1 (2009): 83-98; “La silicose comme maladie professionnelle transnationale”, Revue française des affaires sociales 62: 2-3 (2008): 255-277. Jean-Claude Devinck y Paul-André Rosental, “Une maladie sociale avec des aspects médicaux: la difficile reconnaissance de la sili-cose comme maladie profession-nelle”, Revue d’Histoire Moderne et Contemporaine 56: 1 (2009): 99-126; “Statisque et mort industrielle. La fabrication du nombre de victimes de la silicose dans les houillères en France de 1946 à nos jours”, Ving-tième siècle 95 (marzo 2007): 75-91.

8. Caroline Moriceau, “L’hygiène à la Cristallerie de Baccarat dans la seconde moitié de XIXe siècle. La santé ouvrière au coeur de la gouvernance industrielle”, Le Mouvement social 213 (2005): 53-70 y Les douleurs de l’industrie:

l’hygiénisme industriel en France, 1860-1914 (Paris: Editions de l’École des Hautes Études en Sciences Sociales, 2009).

9. Mark Bufton y Joseph Melling, “Coming up for air: experts, employers, and workers in campaigns to compensate silicosis suffer-ers in Britain, 1918-1939”, Social History of Medicine 18: 1 (2005): 63-86. Joseph Melling, “Beyond a shadow of a doubt? Experts, lay knowledge, and the role of radiography in the diagnosis of silicosis in Britain, c. 1919-1945”, Bulletin of History of Medicine (2010): 424-466.

10. Arthur McIvor y Ronal Johnston, Miners’ Lung. A History of Dust Disease in Brit-ish Coal Mining (Aldershot: Ashgate, 2007).

11. Franco Carnevale y Alberto Baldasseroni, “A long-lasting pandemic: dis-eases caused by dust con-taining silica: Italy within the international context”, Medicina do Lavouro 96: 2 (2005): 169-176.

12. Eric Geerkens, “Quand la silicose n’était pas une maladie professionnelle. Genèse de la réparation des pathologies respiratoires des mineurs en Belgique (1927-1940)”, Revue d’his-toire moderne et contempo-raine 56: 1 (2009): 127-141.

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La enfermedad oculta: una historia de las enfermedades profesionales en Colombia, el caso de la silicosis (1910-1950)

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los investigadores han priorizado la historia de la salud pública y de las epidemias por sobre la historia de las enfermedades profesionales. Sin embargo, ya se cuenta con impor-tantes trabajos. Se puede mencionar los de Ángela Vergara13 para el caso chileno; los de Diego Armus para el caso argentino, entre los que se destaca su estudio sobre la tubercu-losis en Buenos Aires14 que, sin estar directamente relacionado con la medicina del trabajo, aborda en uno de sus capítulos las enfermedades de los trabajadores.

El caso brasilero también ha sido estudiado y en él se destacan dos trabajos de la historiadora Anna Beatriz de Sá Almeida15. En éstos y otros trabajos Almeida estudia el proceso histórico de la emergencia y consolidación de la medicina del trabajo en Brasil; las disputas y nego-ciaciones entre diferentes actores (médicos, ingenieros, jueces, etc.); los mecanismos de legitimación de este nuevo saber; y los discursos sobre las enfermedades profesionales, los accidentes de trabajo y las políticas y leyes para la protección de la salud del trabajador.

Con respecto a la historia de la medicina del trabajo en Suramérica es evidente que la historiografía colombiana apenas ha despegado sobre estos problemas, aunque cuenta con una base formada por otros campos de la historia como la historia del empresariado, la historia de la industrializa-ción, la historia de la medicina y la historia de la salud. De éstos, aquí sólo se indican los trabajos que se interesan, de forma principal o tangencial, en los primeros modelos de atención médica y sanitaria a los trabajadores.

Sin ser investigaciones estrictamente relacionadas con el eje salud-enfermedad o con los modelos de atención médica, la tesis de Luis Fernando Molina y Ociel Castaño Zuluaga16, y el libro del sociólogo Alberto Mayor Mora17 son las primeras aproximaciones al problema de la atención en salud de los trabajadores de la Empresa Minera El Zancudo. Además, el trabajo de Mayor Mora da varias pistas acerca de la asistencia en salud para los trabajadores de otras empresas como la Compañía Colombiana de Tabaco, el Ferrocarril de Antioquia y algunas textileras.

Se han publicado otros resultados de investigación que añaden más elementos al punto de partida para una historia de la salud de los trabaja-dores en Colombia. Sin que ese sea el problema principal de investigación, el tema ha sido abordado por el médico e historiador Mario Hernández Álvarez18 en el contexto de la historia de las políticas de la salud, haciendo

13. Ángela Vergara, “The recogni-tion of silicosis: Labor Unions and Physicians in the Chilean Copper Industry, 1930s-1960s”, Bulletin of the History of Medicine 79: 4 (2005): 723-748.

14. Diego Armus, La ciudad impura: salud, tuberculosis y cultura en Bue-nos Aires, 1870-1950 (Buenos Aires: Edhasa, 2007).

15. Anna Beatriz de Sá Almeida, “De Moléstia do Trabalho a Doença Profissional: Contribuição ao Estudo das Doenças do Trabalho no Brasil” (Tesis de Maestría, Universidade Federal Flumi-nense, Niteroi, 1994); “As parcelas (in)visíveis da saúde do anônimo trabalhador: uma contribuição à história da medicina do trabalho no Brasil, 1920-1950” (Tesis de Doctorado, Universidad Federal Fluminense, Niteroi, 2004).

16. Luis Fernando Molina Londoño y Ociel Castaño Zuluaga, “Una mina a lomo de mula: Titiribí y la empresa minera El Zancudo 1750-1930” (Tesis de grado en Historia, Universidad Nacional de Colom-bia, Medellín, 1988). En el 2003 Molina publicó un artículo que recoge varios de los hallazgos de su tesis: “La empresa minera del Zancudo (1848-1920)”, en Empresas y empresarios en la historia de Colombia siglos xix y xx: una colección de estudios recientes, comp. Carlos Dávila Ladrón de Guevara (Bogotá: Norma, 2003): 632-676.

17. Alberto Mayor Mora, Ética, trabajo y productividad en Antioquia (Bogotá: Tercer Mundo, 1997).

18. Mario Hernández, La salud fragmentada (Bogotá: Universidad Nacional, 2002).

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Óscar Gallo Vélez y Jorge Márquez Valderrama

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énfasis en los cambios legislativos e institucionales y en importantes debates políticos. Una de las contribuciones de esa investigación en la historia de la medicina del trabajo es el aná-lisis que hace del surgimiento de la seguridad social en Colombia. En una línea muy próxima se encuentran varios trabajos publicados en una obra colectiva reciente19, que permiten un acercamiento a la configuración del sistema de salud según las dinámicas del mercado interna-

cional y del ingreso de Colombia en la economía agroexportadora. A partir del marco conceptual de la biopolítica de Michel Foucault, Carlos Noguera20 analiza el conjunto de estrategias de medicalización, higienización, disci-plina y control de la población y de sus hábitats. Desde esta perspectiva, la higiene y la salubridad, atravesadas por ciertas intenciones eugenistas, surgen como mecanismo político para encauzar al país por la vía del “pro-greso y la civilización”. En estas obras, que abarcan extensos períodos del siglo xx, los trabajadores aparecen como uno de los focos de las políticas higienistas. Pero el proceso de conformación de la medicina del trabajo en Colombia ha permanecido intacto, pues no ha sido abordado todavía como objeto principal de investigación.

Desde el campo de la historia de la medicina, y con un derrotero vin-culado directamente al problema de la medicina para la “fuerza laboral”, se encuentra una investigación de la historiadora Libia Restrepo21. En historia de la salud está el artículo sobre la salud de los trabajadores de las petroleras en Colombia de Jairo E. Luna-García22. También la tesis de Maestría en Historia de Óscar Gallo23 y, finalmente, una ponencia de Jorge Márquez Valderrama y Óscar Gallo24 que describe las relaciones entre la organización científica del trabajo, la medicina del trabajo y el proceso de instauración de medidas de control del riesgo y de los peligros de enfer-medad y de accidente en la explotación minera en Colombia.

En vista de este vacío historiográfico, desde el 2008 se inició la inves-tigación “Emergencia de la medicina rural en Antioquia en el siglo xx”, del Grupo Producción, Circulación y Apropiación de Saberes (proCirCas) que ha permitido un paulatino acercamiento a las condiciones históricas de emergencia de la medicina del trabajo en Colombia. En primer lugar, se realizó la citada investigación sobre los modelos sanitarios y las prác-ticas médicas en la Empresa Minera El Zancudo (emZ), en el marco de un proyecto de investigación sobre la emergencia de la medicina rural en el departamento de Antioquia. Ese proceso conllevó la consulta de

19. Emilio Quevedo et al., Café y gusa-nos, mosquitos y petróleo: El tránsito de la higiene hacia la medicina tropi-cal y la salud pública en Colombia 1873-1953 (Bogotá: Universidad Nacional, 2004).

20. Carlos Ernesto Noguera, Medicina y Política: discurso médico y prác-ticas higiénicas durante la primera mitad del siglo xx en Colombia (Medellín: eafit, 2003).

21. Libia Restrepo, La práctica médica en el Ferrocarril de Antioquia (Medellín: La Carreta, 2004).

22. Jairo E. Luna-García, “La salud de los trabajadores y la Tropical Oil Company. Barrancabermeja, 1916-1940”, Revista de Salud Pública 12: 1 (2010): 144-156.

23. Óscar Gallo Vélez, “Modelos sanitarios, prácticas médicas y movimiento sindical en la minería antioqueña. El caso de la Empresa Minera El Zancudo 1865-1950” (tesis de Maestría en Historia, Universidad Nacional de Colombia, sede Medellín, 2010). Aquí se analiza el proceso histórico de formación de los modelos de atención médica, de intervención sanitaria y de protección de la vida de los traba-jadores y de la población asociada a una importante empresa minera de Antioquia.

24. Óscar Gallo Vélez y Jorge Márquez Valderrama, “Higiene industrial, medicina del trabajo, legislación laboral y salud en Colombia, 1910-1950”, en 7º Con-gresso Latino Americano de história da ciência e da tecnologia. Salvador de Bahia, Brasil, 2010.

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varios archivos municipales del departamento de Antioquia y los fon-dos Secretaría de Gobierno Municipios y Secretaría de Higiene del Archivo Histórico de Antioquia (aha); una revisión exhaustiva de publicacio-nes médicas de las principales facultades y academias de medicina de Colombia; y de artículos sobre higiene industrial publicados por inge-nieros en las revistas Anales de la Escuela Nacional de Minas y Minería de la Escuela Nacional de Minas (en adelante eNm) y Anales de Ingeniería de Bogotá. En segundo lugar, se planteó un proyecto de tesis de doctorado para una historia comparada de la medicina del trabajo en Colombia y Brasil. Lo anterior sugirió preguntas sobre procesos históricos poco conocidos en nuestro país, como los debates y discursos sobre riesgos, vulnerabilidades y enfermedades emergentes en ciertos sectores econó-micos y según derroteros de la medicina del trabajo.

Específicamente, en este artículo se analiza la emergencia de la silicosis en el campo médico colombiano en el período 1930-195025. El estudio histó-rico de esta enfermedad profesional permite conocer a fondo los discursos que anteceden y bordean el encuadramiento de las enfermedades profesio-nales, y el contexto en que fue posible su surgimiento en los campos de la medicina y la ingeniería. En la primera parte se analizan los discursos sobre la salud de los trabajadores en Colombia en las primeras décadas del siglo xx. La segunda parte se centra en los obstáculos y los avances para el conoci-miento de las enfermedades profesionales, y en particular la silicosis.

1. eNfermedad y traBaJo eN pleNo auge del higieNismo

Durante el siglo xix y comienzos del siglo xx la preocupación de las autoridades colombianas por la población se concentró en la lucha contra la pobreza y en ciertos males que se le asociaban desde la ética liberal burguesa, como el desaseo, la pereza, la intemperancia y la ociosidad, eng-lobados en el delito de “vagancia”. Por otra parte, desde finales del siglo xix, con la creación de las primeras sociedades científico-médicas (Sociedad de Medicina y Ciencias Naturales de Bogotá, fundada en 1872, y Academia de Medicina de Medellín, fundada en 1887), había comenzado a posicionarse la higiene en Colombia como conjunto de estrategias tendientes a mejorar la salud de la población y a evitar la propagación de las enfermedades infecciosas. Para finales del siglo xix, ya se ha consolidado en Colombia un

25. Según el doctor Martiniano Echeverri: “Algunos emplean como sinónimo los términos de neumo-coniosis y silicosis, pero parece que sea más propio considerar el de neumoconiosis como más amplio y que comprende los efectos nocivos que, sobre los pulmones, ejerce la inhalación de excesiva cantidad de polvo”. Martiniano Echeverri Duque, “La Silicosis”, Boletín Clínico vii: 10 ( 1941): 536. Neumoconiosis designa actualmente la acumu-lación de polvo en los pulmones y las reacciones tisulares a su presencia. Presenta dos formas histopatológicas: la primera, fibrosis focal o nodular como en el caso de la silicosis generada por la inhalación de partículas de sílice cristalina y difusa, o como en la asbestosis; la segunda, se presenta como agregados de macrófagos cargados de partí-culas con fibrosis acompañante mínima o ausente, resultado de la exposición a polvos de hierro, estaño o bario. La silicosis es catalogada como la más grave de las neumoconiosis, debido a su carácter irreversible y es la enfer-medad profesional del sector minero. Manuel Gallardo Medina y Elvira Pérez Sánchez, Neumolo-gía Laboral (ii). “Neumoconiosis. Enfermedad pulmonar produ-cida por gases tóxicos, humos y aerosoles inhalados. Neumonitis por hipersensibilidad. Síndrome del edificio enfermo. Síndrome del edificio enfermo” en Tratado de medicina del trabajo, comp. Fer-nando Gil Hérnandez (Barcelona: Masson, 2007), 501. Por estudios recientes se sabe que la silicosis no es exclusiva de ese sector y afecta otros trabajadores: ladrille-ros, fundidores, esmeriladores y amoladores, vidrieros, cerámicos, alfareros, operarios de porcelana, canteros, excavadores de túneles, acabadores de pizarra, pulidores, areneros, picapedreros, trabaja-dores del cemento, barrenderos, siderúrgicas e incluso, industria textil con sus procesos modernos de desgaste artificial del material con arena.

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pensamiento médico y político sobre la higiene al que se le puede llamar ‘higienismo’, cuyos discursos pusieron el énfasis en la denuncia y el control de los focos de infección de ciudades y campos y, entre ellos, señalaron a los pobres, a sus barrios, habitaciones y costumbres.

Una postura semejante se adoptó cuando se trataba de señalar la mala salud de los tra-bajadores del campo y la ciudad, incluidos los mineros. Parafraseando al médico colombiano Guillermo Soto, en ese período se dio mayor importancia a las condiciones de vida del minero que a la presión ejercida por el medio de trabajo26. La enfermedad y el cuerpo del trabajador no aparecen como realidades concretas sobre las que se puedan hacer cálculos y señalar res-ponsabilidades, o de las que se puedan producir conocimientos médicos, sino que aparecen solamente como fuente de males en sentido biológico y moral. La atención de los discursos y las políticas higienistas se concentraron en la sumisión del obrero y en el control de sus vicios. Esta búsqueda del orden, la disciplina y la docilidad fue estudiada por Molina y Castaño en la tesis ya citada. Los autores analizaron las acciones de la emZ durante la segunda parte del siglo xix en contra del alcoholismo, la prostitución, la pereza y los juegos prohibidos27.

A comienzos del siglo xx, en pleno auge de la reforma higienista en Colombia28, la burgue-sía colombiana, para afirmar su hegemonía, no se esforzaba mucho en afinar estrategias de dominación de la clase trabajadora mediante paliativos del sufrimiento. El miedo a la insubor-dinación no figuraba todavía en las agendas de las élites, más preocupadas por conseguir mano de obra que por controlar la inconformidad. Por otra parte, la higienización y la medicalización

crecientes estaban más dirigidas a ordenar la ciudad y no tanto los espa-cios rurales y mineros, y en la ciudad, sobre todo los hábitats y no tanto los cuerpos. De ahí, quizás, cierto olvido del cuerpo de los trabajadores.

A medida que avanzaba el siglo xx, algunos sectores de la población recibían mayor atención, especialmente los niños y las madres. Si se hace seguimiento a la revista Anales de la Academia de Medicina de Medellín, entre 1888 y 1913 se nota la dominación de estos temas: higiene de la infan-cia y mortalidad infantil, alcoholismo, anquilostomiasis, lepra, malaria, tuberculosis, geografía médica y climatología. Por encima de ciertas cam-pañas nacionales para enfrentar enfermedades colectivas, tres problemas acapararon el trabajo médico-sanitario estatal: la mortalidad infantil, la higiene del agua y la higienización de las viviendas obreras, en el marco de una campaña más amplia para enfrentar la tuberculosis y el alcoholismo29.

26. Guillermo Soto, “Silicosis” (Tesis Facultad de Medicina, Universi-dad de Antioquia, 1941), 14.

27. Para conocer más acerca de los modelos de asistencia en salud de la Empresa Minera El Zancudo véase: Óscar Gallo Vélez, “Mode-los sanitarios”.

28. María Teresa Gutiérrez, “Proceso de institucionalización de la higiene: Estado, salubridad e higienismo en Colombia en la pri-mera mitad del siglo xx”, Revista de Estudios Socio-Jurídicos 12: 1 (2010): 73-97.

29. Segundo Congreso Médico Latino-Americano, “Conclusiones generales y votos formulados en el Segundo Congreso Médico Latino-Americano (Buenos Aires, 3 al 11 de abril de 1904)”, Anales de la Academia de Medicina de Medellín xiii: 5-7 (1905): 124-130.

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1.1. médiCos e iNgeNieros freNte a las eNfermedades de los traBaJadores

En pleno cambio del siglo xix al xx, el naciente interés médico por las condiciones de vida de los trabajadores era coherente con los discursos académico y político sobre la tuberculosis30, que la pre-sentaban como la enfermedad social por excelencia, como el freno al “progreso” y la “civilización”, y como la causa de degeneración de las razas y las naciones. Algunos médicos colombianos fueron más allá del higienismo y se interesaron en enfrentar por otros medios las enfermedades que ataca-ban a los trabajadores. Uno de los primeros escenarios en que se puede verificar ese tipo de acciones en Colombia es analizado por la historiadora Libia J. Restrepo en La práctica médica en el Ferrocarril de Antioquia. La autora muestra las condiciones higiénicas y sanitarias de la construcción de la vía férrea, y las enfermedades epidémicas y endémicas que continuamente aquejaban a la población trabajadora de la obra y que constituyeron un reto para dicha construcción. Allí también se ejerció control de enfermedades relacionadas con los asentamientos humanos y los campamentos de obreros.

Las prácticas del servicio médico dirigido por el doctor Emiliano Henao en el Hospital del Ferrocarril de Antioquia muestran una política médico-sanitaria dirigida a los obreros y a la pobla-ción circundante. Ese servicio se ocupó de contrarrestar las enfermedades dominantes (paludismo, fiebre amarilla, disenterías, anquilostomiasis y sífilis), de mejorar la alimentación y las condiciones sanitarias de los trabajadores y sus familias, de señalar las enfermedades asociadas al trabajo y de certificar a veces el derecho de indemnización, y de organizar y administrar dos hospitales en dos lugares estratégicos de la vía. El análisis de estos aspectos, entre otros, permite comprender las con-tingencias que rondaban al trabajador y el modelo sanitario instaurado por la empresa, sobre todo a partir de la creación de un hospital moderno. Conocedora de la directa relación entre producción y salud, la empresa del Ferrocarril de Antioquia se vio abocada a la organización de un complejo sistema que asegurara la permanencia de la mano de obra en una región tropical aún selvática.

La emZ se destacó en el panorama industrial colombiano por los niveles y la complejidad de su produc-ción, las novedosas estrategias administrativas y las formas de organización del trabajo. En ese escenario industrial se materializaron al menos tres modelos de atención en salud: 1) el de la caridad pública y la beneficencia privada (1865-1904); 2) el del servicio médico de la empresa minera (1904-1911), utilitarista, cuyos objetivos eran reducir costos, capturar mano de obra, especializar, persua-dir, ordenar y disciplinar a los trabajadores; y 3) el del Departamento Sanitario de la emZ (1912-1924), basado en principios de la “Organización Científica del Trabajo”, tales como índices de eficacia, modelos de progreso normalizado y apli-cación científica de estrategias para optimizar la producción31.

30. Sobre este punto véanse, entre otros: Diego Armus, La ciudad impura; Pierre Guillaume, Du dése-spoir au salut: les tuberculeux aux XIXe et XXe siècles (Paris: Aubier, 1986); Jorge Molero Mesa, Estudios medicosociales sobre la tuberculosis en la España de la restauración (Madrid: Ministerio de Sanidad y Consumo, 1997).

31. Óscar Gallo Vélez, “Modelos sanitarios”.

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De esa práctica médica en sectores productivos quedaron pocos registros en las publicaciones médicas del país32. En contraste con la invisibilidad de las actividades de los médicos en cuanto a la higiene de los espacios de trabajo y a las enfermedades de los trabajadores, los ingenieros de la eNm demostra-ron un temprano interés por esos problemas. Se puede suponer que en una situación de naciente capitalismo industrial, como la de Colombia a comien-zos del siglo xx, no había las condiciones de posibilidad para la emergencia de preocupaciones y acciones por la salud y el bienestar de los trabajadores, como las que se leen en los preceptos de la higiene industrial del siglo xix europeo y en la enseñada en la eNm a comienzos del siglo xx.

Sin embargo, aun para el balbuciente contexto industrial colombiano, algunos de los historiadores citados y la documentación consultada sugie-ren que la preocupación médica por este campo estuvo en desfase con respecto a la de los ingenieros, pues la primera fue más tardía. Ello indica que la emergencia de esta sensibilidad no dependió necesaria ni exclusi-vamente del desarrollo industrial de las ciudades, y que guarda estrechos vínculos con otros tipos de industria como la minería y los transportes. Los ritmos respectivos que médicos e ingenieros imprimieron en este campo fueron diferentes, porque el ecléctico panorama de la “higiene pública y privada”, la medicina social y la dominación en ellas de los dogmas pasteu-rianos dieron lugar a cierto tipo de objetivación del cuerpo del trabajador. En la búsqueda del homo higienicus33, el discurso y la práctica médicos no separaron pobres de trabajadores. En el discurso médico estos pobres-trabajadores debían recibir los favores de la beneficencia privada o de la asistencia pública, en el mismo nivel que cualquier otro tipo de pobre. En cambio, para los ingenieros de la eNm, los trabajadores estaban en el centro del proceso productivo y la asistencia médica era uno de los beneficios indi-rectos que las empresas les debían ofrecer. Así, la conservación de la salud del trabajador hacía parte del buen manejo de la industria34.

La reacción médica frente a los nacientes avatares de la industria puede considerarse lenta, porque la relación entre entorno de trabajo, características biológicas del tra-bajador, enfermedad y costo económico no era desconocida en el campo médico35. En

32. Una revisión de las publicaciones médicas y de tesis de medicina del período permite destacar un conjunto de textos relacionados con el problema salud, enfermedad y trabajo: Agapito Uribe Calad, Trastornos medulares de origen complexo en mineros (Medellín: Imprenta del departamento, 1892); Miguel María Calle, “Quemaduras por el grisú y su tratamiento”, Anales de la Academia de Medicina de Medellín XIV: 8 y 9 (1907): 130-137; Plinio Rengifo, “Traumatismo de los miembros por machucamiento” (Tesis Facultad de Medicina y Ciencias Naturales, Universidad Nacional, 1908); Benjamín Bernal, Los accidentes de trabajo en sus rela-ciones con la medicina legal (Bogotá: Casa editorial Arboleda & Valencia, 1911); Carlos Solano, “Fábricas insalubres y peligrosas”, Registro Municipal de Higiene V: 10 (1916): 1235-1241; Anónimo, “Sobre las alteraciones cardiovasculares de los mineros”, Repertorio de Medicina y Cirugía XII: 9 (1921): 510-512; Carlos Arturo Jaramillo, Higiene del hombre de letras (Bogotá: Editorial Minerva, 1923); Alfonso Riaño, Departamento médico del oleoducto (Bogotá: Imprenta de la Luz, 1927); Joaquín Calderón Reyes, Estudio médico-legal de la incapacidad en los accidentes de trabajo (Bogotá: Tipo-grafía Voto Nacional, 1929).

33. Alfons Labisch, “Doctors, Workers and the Scientific Cosmology of industrial world: The social Con-struction of ‘Health’ and the ‘Homo Hygienicus’”, Journal of Contempo-rary History 20: 4 (1985): 599-615.

34. Alfonso Mejía, “El obrero y el trabajo en Antioquia”, Anales de la Escuela Nacional de Minas ii: 17 (1918): 439-457.

35. Además de la inspiración de Bernardo Ramazzini, en Francia Louis-René Villermé hizo impor-tantes avances en la práctica de observación del obrero en el tra-bajo y amplió el campo de inves-tigación de la higiene industrial al señalar no sólo que el medio de trabajo era peligroso, sino que

también era necesario con-siderar aspectos como sexo, edades y naturaleza del trabajo. En 1860, Maxime Vernois publicó el primer tratado de higiene indus-trial. Caroline Moriceau, L’hygiène, 52.

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Colombia, específicamente doctores como Emiliano Henao y Miguel María Calle, basados en sus experiencias respectivas en el Ferrocarril de Antioquia y en la emZ, insistieron en los beneficios morales y materiales de las acciones sanitarias y en la importancia de avanzar en el conoci-miento de una medicina para los trabajadores.

1.2. el momeNto de la higieNe iNdustrial (1912-1927)Formada en Europa entre mediados del siglo xix y la Primera Guerra Mundial36, la higiene indus-

trial, como saber propiamente médico, aparece como un conjunto de preceptos dirigidos a prevenir las enfermedades asociadas al desempeño de ciertos oficios, al medio industrial y a la presión de éste sobre la salud y el cuerpo del trabajador37. La higiene industrial fue el discurso dominante en la medicina europea durante las tres primeras décadas del siglo xx, cuando ésta enfrentó las inte-racciones entre cuerpo, enfermedad, salud y trabajo. Como lo anotó Caroline Moriceau para el caso francés, la higiene industrial resultó de un complejo proceso de construcción de un saber a partir de tres esferas difícilmente compatibles: la higiene, la industria y los obreros38.

En Colombia, los diálogos entre el saber de la higiene industrial y la racionalización del trabajo se iniciaron en las primeras décadas del siglo xx. El historiador Alberto Mayor Mora mostró que los ingenieros de la eNm, en su prolongado esfuerzo por difun-dir las ideas de la “Organización Científica del Trabajo”, introdujeron en la enseñanza universitaria la preocupación por la salud de los trabajadores. Ese esfuerzo de divulgación se materializó, por ejemplo, en la creación del Departamento Sanitario de la emZ, uno de los primeros sistemas de aten-ción en salud para los trabajadores en Colombia39.

Desde su cátedra de Economía Industrial, el ingeniero Alejandro López, profesor de la eNm, hizo una labor de difusión de las ideas de Taylor, Fayol y Ford. El curso de López era una singular adaptación de esos autores extranjeros a las necesidades industriales del país y a las particularidades del trabajador colombiano. Mientras el cuerpo del trabajador entraba en el horizonte teórico, otros cursos se emplearon en la aplicación de cono-cimientos para mantener su salud. En un acta del 23 de abril de 1912, el Consejo Directivo de la eNm anunció el nombramiento del doctor Gabriel Toro Villa como profesor de “Higiene industrial”40. A falta de otras huellas, una mirada a los títulos de algunas tesis y trabajos elaborados por los alum-nos de esa asignatura pone en evidencia los avances en el conocimiento de las condiciones sanitarias del medio de trabajo y de las enfermedades aso-ciadas a la industria. En junio de 1914, algunos de los trabajos de estudiantes

36. Caroline Moriceau, Les douleurs de l’industrie, 63-69.

37. P. Houser, “Higiene Industrial”, Revista de Higiene de Medellín x: 16 (1950): 17.

38. Caroline Moriceau, L’hygiène, 54.

39. Óscar Gallo Vélez, “Modelos sanitarios”.

40. Consejo directivo Escuela Nacio-nal de Minas, “Actas”, Anales de la Escuela Nacional de Minas i: 3 (1912): 196. Gabriel Toro Villa ocupó esta cátedra hasta 1926; lo sucedió Emilio Robledo hasta 1929, Libro copiador de comunicaciones de la Facultad Nacional de Minas 1924-1927 (Medellín, junio 6 de 1927), en Archivo Escuela Nacional de Minas (aCh) f. 399. Ese año (1912), la reforma del pénsum expedido por el Ministerio de Educación Nacional y aprobado el 4 de julio 1929 eliminó las cátedras de higiene industrial e introdujo la de Ingeniería Sanitaria. eNm, “Nuevo Pensum”, Anales de la Escuela Nacio-nal de Minas iv: 28 (1929): 49.

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de higiene industrial versaban sobre: pozos negros, primeros cuidados en accidentes, habitacio-nes para obreros, anemia tropical, aguas, casas de habitación en climas cálidos y alcantarillas41. En 1915 los cuestionarios del examen anual muestran los siguientes temas: primeros cuidados en accidentes, ventilación, tratamiento de basuras, anemia tropical, higiene general de los edificios, fosas sépticas, pozos de absorción, climatología, análisis de aguas, higiene de la alimentación. Ese año se destacó el trabajo de Luis Uribe sobre la profilaxis del paludismo, que fue publicado más tarde en la revista Anales de la Escuela Nacional de Minas42. En 1917, los temas tratados por los alum-nos de la eNm fueron: anemia tropical, accidentes producidos por animales venenosos, insolación, quemaduras, purificación de las aguas, fosos sépticos y paludismo.

Estos estudios de higiene industrial fueron elogiados en los Anales de Ingeniería de Bogotá, que publicó entre 1890 y 1920 varios artículos; aunque el tema predominante en sus páginas fue la “ingeniería sanitaria” en sus relaciones con la higiene de las ciudades y el saneamiento urbano. En 1914 la misma revista destacó la campaña contra la anquilostomiasis instaurada en la emZ por el ingeniero Alejandro López y el médico Miguel María Calle: “[…] consecuentes con la índole que ha tenido este periódico, de ocuparse en trabajos de ingeniería sanitaria, reproducimos a continua-ción una hoja impresa que se entrega a los obreros”. Decía además que el ingeniero en su práctica debía preocuparse por la higiene y la salubridad, pues de esa manera podía evitar enfermedades características de los “climas malsanos”. Como parte de su interés por difundir esos conocimien-tos, todavía desconocidos para los estudiantes de la Facultad de Ingeniería Nacional, la revista proyectó publicar en los siguientes números las disposiciones adoptadas por la emZ contra la tuberculosis y las medidas para “sanificar” los terrenos de la estación Cisneros del Ferrocarril de Antioquia, en Medellín. Para concluir, la revista afirmaba que todos estos conocimientos debían formar un tratado de ingeniería sanitaria, cuyo estudio debía ser obligatorio43.

En las décadas 1930 y 1940, la higiene industrial comenzó a compartir el escenario con un nuevo saber: la “Medicina del trabajo”. Esta última emerge como una responsabilidad conjunta de médicos higienistas e ingenieros sanitarios, enfocada en la delimitación teórica y fáctica de la “enfermedad profesional” y los accidentes de trabajo, así como en la etiología asociada al trabajo y de la distribución de responsabilidades sobre los grados de morbilidad. Por razones de

espacio, los detalles de esta historia no pueden ser contados aquí.En medio de ese proceso que se desencadena en los años 1930, comen-

zaron los debates que condujeron al reconocimiento de las enfermedades profesionales en Colombia. Si en este apartado mostramos los comienzos de un saber preocupado por el cuerpo del trabajador, por las relaciones entre enfermedad y trabajo, así como el tímido papel de los médicos en este campo, en el siguiente nos ocuparemos de las nuevas enfermedades

41. eNm, “Pensum”, Anales de la Escuela Nacional de Minas i: 9 (1914): 532.

42. eNm, “Pensum”, Anales de la Escuela Nacional de Minas i: 12 (1915): 664.

43. Alejandro López, “Ingeniería Sanitaria”, Anales de Ingeniería xxii: 261 y 262 (1913): 163-165.

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profesionales en ese mismo período y de los avances en medicina del trabajo durante los años 1930 y 1940, cuando fue más marcado el papel de los médicos.

2. eNfermedades soCiales, eNfermedades iNfeCCiosas y eNfermedad profesioNal. el eNCuadra-mieNto NosológiCo, soCial y polÍtiCo de la siliCosis

En 1892, el doctor Agapito Uribe Calad44, en su tesis Trastornos medulares de origen complexo, planteó la relación entre el trabajo minero y varias enfermedades. Según este médico, la tem-peratura elevada y el paludismo, dominantes en las zonas mineras, sumados a la humedad de los socavones y “también el enfriamiento brusco y continuado a que se somete el minero” obran “consecuente o alternativamente”. La explicación etiológica del paludismo formulada por el Dr. Uribe Calad incluía el microorganismo descubierto por Laveran, así como variables físicas (medio, clima, agua, suelo), sociales (oficio, condiciones de vida) e individuales (historia clínica), configurando una novedosa relación causal:

“La atmosfera de los socavones está casi siempre saturada de vapor de agua, lo que

se puede probar colocando un cuerpo metálico de superficie bien pulida en el interior

de una galería; el vapor de agua se condensa y aparece en forma de gotas sobre el

cuerpo de la experiencia. Este vapor de agua condensado cae sobre la espalda y las

otras partes del cuerpo del trabajador y le produce enfriamientos que repetidos con

frecuencia lo debilitan poco a poco”45.

La humedad del interior de los socavones choca con la salida intem-pestiva del minero al aire frío del exterior, lo cual “produce el desarrollo del reumatismo”. Si bien, el minero en cuestión no mostraba paludismo, esa era, según el mismo médico, la causa primitiva: un reumatismo en la región del dorso coadyuvado por el paludismo.

El análisis de Uribe Calad muestra las condiciones higiénicas en que vivían los mineros, con una orientación más próxima a la higiene indus-trial que a la medicina tropical. De esta índole son sus palabras acerca de las profundas galerías iluminadas con la tenue luz de las bujías y la concentración excesiva de vapor de agua y gases viciados, modificacio-nes en la “composición del aire” que producen “profundas alteraciones de salud”. En los socavones también se daba un efecto denominado “ahilamiento”, causado por la falta de luz solar y caracterizada por “el enflaquecimiento y la coloración pálida casi mate”. La ausencia de luz, suplida con velas de sebo que viciaban el aire “con hidrocarburos” forma

44. Nació en Ciudad Bolívar (Antio-quia, Colombia), fue hermano de Lázaro Uribe Calad, médico de la Empresa Minera El Zancudo entre 1912-1914. Agapito Uribe Calad estudió medicina en la Univer-sidad de Antioquia, se graduó en 1892 con la tesis Trastornos medulares de origen complexo en mineros (Medellín: Imprenta del departamento, 1892). Viajó por Europa y se especializó en oftalmología, rama que ejerció en Medellín y Envigado. Ese interés por la oftalmología es visible desde su tesis de médico cuando describe el ‘nistagmus’, una enfermedad visual característica de los trabajadores mineros.

45. Agapito Uribe Calad, Trastornos medulares, 16.

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un sistema insuficiente que ocasiona “trastornos en el aparato de la visión, siendo de notarse entre otros el ‘nistagmus’ que proviene de la dirección viciosa que se da a los ejes ópticos y la ‘hemeralopía’ producida por la alteración en los medios del ojo”. En cuanto a la ventilación, decía Uribe: “[…] no obedece a reglas higiénicas, sino más bien al lucro”. Al medio viciado se sumaba una debilidad orgánica inherente al trabajo, que obligaba a escasas horas de sueño, a alimentarse mal y a “someter el organismo […] a trabajos superiores a sus fuerzas”46.

De acuerdo con estas dificultades, y a causa de la negligencia constante respecto a toda norma de seguridad y de prevención en la minería, el doctor Uribe Calad propuso ciertas reglas higiénicas para el cuidado de sí, algunas recomendaciones para los mineros y otras para las empresas. Primero, frente al paludismo, no levantarse antes de que el sol haya calentado; segundo, filtrar las aguas para evitar el “bacillus malarie (sic)” y anquilostomo duodenal que “según algunos, ayuda a la producción de tuntún”; tercero, sanear y evitar las aguas estan-cadas y la descomposición de materia orgánica en el interior de las minas; cuarto, establecer troneras cercanas que faciliten la respiración de las galerías; quinto, disponer de lámparas eléc-tricas, “estas lámparas son de fácil transporte y favorecen al minero sobre todo en el órgano de la visión, el cual no tiene que fatigar su acomodación como cuando lo hace para poca luz y también quizás ahorrando oxígeno”. Sexto, Uribe destaca la importancia de instalar aparatos de ventilación movidos por máquinas sopladoras; secar y reducir la humedad para evitar el desarrollo de estados morbosos; alternar los obreros para trabajo en galerías y afuera con el fin de “oponer el empobrecimiento de la sangre”. Séptimo, debido a causas meteorológicas y climatológicas especiales del país, la higiene no puede ser estudiada sino localmente. Octavo, la alimentación debe ser nutritiva, y debe consistir en carnes, huevos y leche, para “luchar contra las causas patológicas que están conspirando constantemente contra su salud”. Noveno, los mineros deben evitar salir rápidamente al aire libre y abrigarse para evitar los choques de temperatura. Décimo, conviene el baño frecuente: “[…] una de las cosas que menos preocupa a los obreros de las minas es el baño; este les es provechoso porque vuelve la piel permeable y la pone en estado de eliminar con el sudor”. Décimo primero, el uso de calzado impermeable y un vestuario esmerado para contrarrestar los efectos de la humedad47.

Lo novedoso en la tesis de Agapito Uribe Calad radica en sus observaciones acerca de la relación entre oficio y enfermedad, y en lo que él recomienda para neutralizar las causas de algunas dolencias típicas de los mineros. La de Uribe Calad es una de las primeras inves-tigaciones médicas que apunta al campo de la higiene industrial en Colombia, y también

constituye la primera referencia a la profilaxis de la anquilostomiasis en la minería. En este sentido, es de gran interés la posición que tomó este doctor ante los “dogmas pasteurianos”. Un primer examen da la 46. Agapito Uribe Calad, Trastornos

medulares, 16-18.

47. Agapito Uribe Calad, Trastornos medulares, 18-19.

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impresión de cierta mezcla de doctrinas (pasteurianas y prepasteurianas) característica del período48. Pero también es posible observar en el discurso y en las acciones preventivas recomendadas el estilo propio de la higiene industrial, que “fiel a la tradición ramazziana reorganiza al hilo de la revolución pasteuriana” y presta mayor atención “al lugar de tra-bajo, a su aireación, iluminación y calefacción”49. Veinte años después, el doctor Juan Bautista Londoño hizo una singular reseña de su tesis, pues la relacionó con el alcoholismo y dejó de lado las preocupaciones principales del autor:

“El Dr. Agapito Uribe Calad […] en 1892 publicó su tesis: Trastornos medulares de

origen complejo en los mineros; es decir, trastornos determinados por varias causas

que obran sucesiva o simultáneamente, a saber: paludismo, alcoholismo y anquilos-

tomiasis. A estas causas atribuyo él [Uribe Calad] las llamadas epidemias de Junín y La

Hermosa [establecimientos mineros ubicados en el municipio de Zaragoza-Antioquia],

descritas por el Sr. Francisco H. Parra”50.

La tesis de Uribe Calad sí dedica apartes al paludismo y la anquilosto-miasis, pero nunca hizo alusión al alcoholismo. Además, el centro de su investigación es la descripción y la denuncia de las precarias condiciones del trabajo minero, así como la proposición de soluciones. La reseña de Londoño quizás no obedece a una tergiversación, sino al tipo de medi-cina social y de higiene moral que se posicionaba a comienzos del siglo xx, en las que emerge la medicalización del abuso de alcohol, es decir, la objetivación de su uso como hábito patógeno y del abuso como enferme-dad tratable: el “alcoholismo”. Pero esa asociación no siempre estuvo tan clara. En 1907 el mismo Londoño avalaba el consumo moderado de licor, pues “el arriero y el minero toman una copa de aguardiente para quitarse la fatiga muscular”51. Londoño cita al médico antioqueño Rafael Pérez en su estudio sobre la alimentación de los peones y mineros de las zonas tem-pladas del departamento de Antioquia: “[...] el trabajador antioqueño es extraordinariamente sobrio, sobrio sin comparación”52, y agrega: “[…] de este parecer somos nosotros”. En el interregno, en 1903, en los Anales de la Academia de Medicina de Medellín se decía:

“Cabe apuntar aquí que el alcoholismo no es frecuente en las pobla-

ciones pequeñas, sin duda porque sus moradores son ajenos a los

refinamientos de la civilización; pero en cambio, titanes para el tra-

bajo, con esfuerzo muscular permanente, oxidan de manera perfecta

48. Jorge Márquez Valderrama, Ciudad, miasmas y microbios La irrupción de la ciencia pasteriana en Antioquia (Medellín: Universidad de Antioquia, 2005), xx-xxi. Sobre el debate acerca de la validez de las teorías de Robert Manson y su escuela, ver también: Victoria Estrada y Jorge Márquez, “Etio-logía parasitaria y obstáculos epistemológicos: el caso de la malaria en Colombia”, História, Ciências, Saúde-Manguinhos 14 (2007): 91-118.

49. Alain Corbin, “Dolores, sufri-mientos y miserias del cuerpo”, en Historia del cuerpo: de la revolu-ción francesa a la gran guerra, ed. Alain Corbin (Madrid: Santillana, 2005), 240.

50. Juan Bautista Londoño, “Pará-sitos intestinales”, Anales de la Academia de Medicina de Medellín xvi: 5 (1912): 134.

51. Juan Bautista Londoño, “Clima-tología”, Anales de la Academia de Medicina de Medellín xiv: 9-11 (1907): 172.

52. Rafael Pérez, “Demografía: ración alimenticía del peón antio-queño”, Anales de la Academia de Medicina iv: 8 (1892): 258.

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el alcohol que consumen en abundancia, mientras que los cerebros desequilibrados

son relativamente comunes en los centros de actividad comercial e intelectual, por la

sencilla razón de que los individuos pertenecientes a estos gremios llevan una vida

sedentaria, de reposo, con poco trabajo físico, escaso esfuerzo muscular, mínimas

reacciones vitales; pero en cambio, gran desgaste encefálico”53.

En efecto, en esa medicina social y en esa higiene moral de comienzos del siglo xx se estig-matiza a la tuberculosis como efecto de carencias, abusos y malas costumbres. Un tisiólogo leído por los médicos colombianos, el doctor Triboulet, apoyado en el tisiólogo francés Edouard de Lavarenne, ponía en la misma ecuación ambas “plagas”, el alcoholismo y la tuberculosis, y las situaba en el mismo contexto social e histórico. Una mina infecta y una vida malsana, según Triboulet, forman un “doble golpe”. Contrarrestar alcoholismo y tuberculosis equivalía a obede-cer el precepto higiénico y moral de una triple virtud: “[…] limpieza, sobriedad y prosperidad”54.

De ahí que para el programa de esta medicina social y esta higiene moral, las singularidades clínicas de las enfermedades respiratorias de los mineros quedaran aplazadas o, más bien, ocul-tas bajo el diagnóstico de la tuberculosis hasta muy entrado el siglo xx. En cuanto a la higiene de corte pasteuriano, al reducir el problema a la detección de bacilos y de personas infectadas para evitar la propagación, se deja aplazado el problema de la vulnerabilidad del trabajador y de su exposición a agentes físicos debilitantes. En ese contexto, la presencia de la silicosis podía seguirse leyendo como un resultado de los excesos, de la intemperancia o de ciertos hábitos privados, pero no de la actividad laboral.

Para la historia norteamericana, los historiadores David Rosner y Gerald Markowitz muestran que enfermedades profesionales como la silicosis sólo fueron reconocidas en el siglo xx, cuando algunos médicos comenzaron a distanciarse de la teoría microbiana y adop-taron las ideas de la higiene industrial55. Ese movimiento epistemológico significó, según los

mismos autores, el tránsito de la objetivación de una enfermedad infec-ciosa hacia la de una enfermedad profesional. Alejarse de los dogmas pasteurianos en el diagnóstico, en la clínica y en la etiología se tradujo en un cuestionamiento de la identificación entre tuberculosis y “tisis de los mineros”. Por esta vía, paulatinamente se consiguió posicionar en el leguaje médico el nombre y el diagnóstico de “silicosis”. Algo muy semejante ocurrió en Colombia a partir de los años 1930, década durante la cual algunos médicos del país comenzaron a diferenciar la silicosis de la tuberculosis, hasta llegar a construir, no sin debates, una clínica y una etiología de ese tipo de neumoconiosis.

53. Mauro Giraldo, “Informe del Secretario de la Academia de Medicina de Medellín sobre los trabajos de esta Corporación en el año de 1902-1903”, Anales de la Academia de Medicina de Medellín xii: 1-2 (1903): 65.

54. H. Triboulet, “Tuberculosis e higiene: régimen de las bebidas”, Anales de la Academia de Medicina de Medellín xiii: 11-12 (1906): 448-469.

55. David Rosner y Gerald Markowitz, Consumption, Silicosis, 485-487.

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2.1. de la tuBerCulosis a la siliCosis (1930-1950)En 1888 el doctor Rafael Pérez enumeró algunas de las enfermedades producidas por la

inhalación de partículas de polvo: corizas, laringo-traquetis, bronquitis agudas o crónicas, neu-monía aguda, pleuresías, asma, enfisema, dilatación de los bronquios, cardiopatías de origen pulmonar y pseudo-tisis, y las consideró comunes a la mayoría de la población. Incluyó otro grupo de enfermedades respiratorias denominadas “esclerosis o flegmasías intersticiales” o “neumoconiosis”, predominantes en los obreros de los sectores minero e industrial. Pérez las separó según sus agentes causales: “[…] antracosis”, producida por el polvo de carbón; “calico-sis” (sic), por el de sílice, y “siderosis”, por el del hierro56.

El tema de la silicosis reapareció en la literatura médica colombiana solamente en los años treinta, cuando adquirió un protagonismo internacional inusitado, pues fue el tema central de la Conferencia de la Organización Internacional del Trabajo (oit), celebrada en noviembre de 1930 en Johannesburgo (Suráfrica), y se reconoció en 1934 como enfermedad profesional producida por el polvo de sílice. De esta forma, la silicosis consiguió tanta atención como la que tenían otras enfermedades epidémicas o infecciosas, y se convirtió en la enfermedad interna-cional por excelencia57.

A partir de la creación de la oit en 1919 se firmaron varias convenciones internacionales con el ánimo de reducir las fricciones entre capital y trabajo. Esas acciones se inscriben en un contexto más amplio de sensibilización ideológica frente a la vulnerabilidad de la población trabajadora, las condiciones de trabajo y la incidencia de las enfermeda-des profesionales. Pero también, como anota el historiador Paul-André Rosental, estas convenciones y reformas, propuestas por los organismos internacionales, tenían la particularidad de difundir leyes sociales que favorecían la igualdad de las condiciones de competencia en el mercado58.

En ese proceso de reconocimiento, fue también muy significativo el de transformación tecnológica e industrial posterior a la Primera Guerra Mundial. A comienzos del siglo xx muchas de las grandes empresas mine-ras del mundo pusieron en operación martillos perforadores neumáticos, cuya gran capacidad para abrir galerías, socavones y apiques era propor-cional a su capacidad de incrementar las concentraciones de polvo de sílice en el medio de trabajo59.

En Colombia los primeros martillos neumáticos fueron adquiridos por la compañía minera Frontino Gold Mines y comenzaron a operar en 193160. Por sus altos costos y requerimientos técnicos esta nueva herramienta estuvo al alcance de pocas empresas. En la década de 1930, la economía

56. Rafael Pérez, “Higiene local: El polvo”, Anales de la Academia de Medicina de Medellín 1: 6 (1888): 192.

57. Paul-André Rosental, La silicose comme maladie professionnelle, 264.

58. En 1931 se creó la Comisión Internacional Permanente por la Medicina del trabajo, que reem-plazó a la Comisión internacional permanente para el estudio de las enfermedades profesiona-les (Milán, 1906). Paul-André Rosental, La silicose comme maladie professionnelle, 262.

59. Esta transformación técnica es destacada, entre otros auto-res, por Ángela Vergara, The recognition, y Alfredo Menéndez-Navarro, The politics of silicosis.

60. José Macía, “Los martillos neumáticos en la construcción de galerias y socavones”, Minería 1: 5 (1932): 270-274.

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colombiana ya no se movía en virtud de los dividendos producidos por la minería, además el sector estaba en crisis, como se puede deducir de la queja reiterada de los miembros de la Asociación Colombiana de Mineros. Quizás eso explique el bajo impacto de los martillos neumáticos sobre la salud de los mineros colombianos. Sin embargo, eso no significa que las enfermedades respiratorias, y en particular la silicosis, no acecharan la vida del minero. En un eco de las observaciones de los médicos residentes en la emZ, el ingeniero Alejandro López con-firmó en 1919 la prevalencia de la tuberculosis en los trabajadores de la empresa:

“Al parecer esta enfermedad comienza a consecuencia de la fijación en los pulmones

del polvo de roca que abunda en el ambiente de las partes secas del interior de la

mina, y esto se convierte fácilmente en tuberculosis. Es este uno de los problemas

más graves de la Empresa y al que debe ponérsele mayor cuidado”61.

Estas palabras confirmaban la opinión del doctor Gabriel Toro Villa, según la cual la menin-gitis tuberculosa era una enfermedad común entre los trabajadores de la emZ62. De acuerdo con el doctor Luis Alberto López, los mineros del sector carbonífero comenzaban a trabajar más o menos a los doce años en espacios de densa oscuridad y escasa ventilación. Cuando se manifes-taba la disnea, síntoma de una neumoconiosis (silicosis o antracosis) en su estado inicial, eran “retirados del trabajo con indemnizaciones mezquinas”63.

Aunque desde las primeras décadas del siglo xx los médicos habían reportado casos de tuberculosis, silicosis y otras enfermedades respiratorias en los mineros colombianos, y habían advertido sobre la posible correlación entre esas enfermedades y la actividad minera, sólo en los años treinta emergieron las condiciones de posibilidad para que la silicosis fuera objetivada médicamente como una dolencia no confundible con la tuberculosis. A este res-

pecto, es muy esclarecedor un artículo de 1932 del doctor Gabriel Toro Villa, quien parecía conocer el problema de las “enfermedades indus-triales” desde 1912, cuando era titular de la cátedra de higiene industrial en la eNm. Pese a esta experiencia, como él mismo lo confiesa en su artí-culo de 1932, se le pasó por alto la relación entre el cuadro clínico de aparente tuberculosis y el tipo de trabajo realizado por el paciente: “Este dato, que ex profeso no se quiso mencionar al hacer su historia, porque ninguna importancia se le dio, llega a ocupar primera línea en la mesa de autopsia. Su enfermedad fue pues una enfermedad profesional”64. Para el mismo médico, el trabajo del paciente en la “sección balasto” (trabajo con piedras) y los resultados de la autopsia encajaban perfectamente con el diagnóstico de “neumokoniosis” (sic).

61. Alejandro López, Informe del director de la Sociedad de Zancudo. Relativo al periodo comprendido del 1o de julio al 31 de diciembre de 1919 (Medellín: Imprenta Editorial, 1919), 19.

62. Gabriel Toro Villa, “Un caso de meningitis sifilítica precoz”, Anales de la Academia de Medicina de Medellín xvi: 10-12 (1913): 295.

63. Luis Alberto Torres, La asociación antracosis, silicosis y tuberculosis pulmonar (Bogotá: Tipografía Arconvar, 1934), 8.

64. Gabriel Toro Villa, “Historia de la clínica tropical: neumokoniosis”, Boletín Clínico i: 7 (1932): 311.

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Las palabras de Toro Villa son evidencia de la dificultad que los médicos de la época tenían para diferenciar entre una enfermedad infecciosa como la tuberculosis y otra profe-sional como la neumoconiosis. La dificultad puede provenir, como ya se argumentó arriba, del auge de los dogmas pasteurianos en el mundo médico. Pero también hay que reconocer una dificultad clínica, pues ciertos síntomas de la silicosis no se diferencian notablemente de los de otras afecciones y lesiones respiratorias como enfisema, carcinoma pulmonar, asma bronquial, tuberculosis, bronquitis crónica, neumonías y resfriado común. Desde los puntos de vista higiénico, médico, político y económico, la ambigüedad del diagnóstico era determinante. Dictaminar para ciertos cuadros clínicos que no se trataba de tuberculosis cambiaba todo, y subrayaba una causalidad asociada al trabajo. Así, para el caso colom-biano, la neumoconiosis es un típico caso de enfermedad emergente en el campo del saber médico65. En este sentido, el doctor Daniel Correa anotaba en agosto de 1941: “[…] si […] no diagnosticamos con mayor frecuencia silicosis es porque no la conocemos”66.

Para explicar las posturas de los médicos colombianos frente al problema de las neumoconio-sis no basta con señalar cierta negligencia frente a los estudios internacionales, ni con recordar la carencia de medios técnicos para diferenciar acertadamente entre tuberculosis pulmonar y neumoconiosis. En el campo médico colombiano hubo un horizonte clínico de observaciones, prácticas, experiencias y conquistas epistemológicas, que configuró las condiciones de posibili-dad para plantear las preguntas acerca de la higiene industrial o higiene del trabajo en el siglo xx.

Por fuera del campo médico, a partir de la tercera década del siglo xx las tensiones políticas y sociales y las reformas laborales de la República Liberal fueron un detonante para la emergen-cia de la conceptualización de las enfermedades profesionales. La historia de estas dolencias se comprende de manera defectuosa si se las examina solamente desde el punto de vista biomé-dico. Para su comprensión histórica hay que abordarlas asumiendo sus vínculos con intereses económicos, políticos y sociales. Los debates que conlleva su inclusión acarrean una cuestión de mayor envergadura, como es la del contraste entre dos modelos de acción en el campo social y médico. Por un lado, un modelo local y asistencial, basado en una concepción de la salud como un bien; por otro, un modelo nacional, tripartito y contributivo, propio de la seguridad social, donde la salud se concibe como un derecho.

Fue precisamente en este último escenario, e impulsados por los debates legislativos, que entre 1931 y 1941 un ingeniero y tres médicos publicaron los primeros trabajos sobre la silicosis en Colombia. La primera publicación fue la tesis de medicina de Luis Alberto Torres (1934), elaborada a partir de sus observaciones en mineros de carbón de Cundinamarca67. La segunda fue un artículo publicado en la Revista de la Asociación Colombiana

65. Véase Mirko Grmek, “El con-cepto de enfermedad emer-gente”, Sociología 25 (2002): 119-130.

66. Guillermo Soto, “Silicosis”, 8.

67. David Rosner y Gerald Markowitz, Consumption, Silicosis, 485-486.

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de Mineros, del ingeniero Juan de la Cruz Posada (1940)68. La tercera fue la tesis de medicina de Guillermo Soto, basada en sus observaciones en la compañía minera Frontino Gold Mines (1941)69. La cuarta fue una ponen-cia del médico Martiniano Echeverri Duque (1941)70 presentada ante los demás miembros de la Academia de Medicina de Medellín.

La publicación de estos trabajos revela el grado de penetración, en los medios académicos, de una nueva sensibilidad respecto a la enfermedad profesional y también “la trascendencia social” que la silicosis comenzaba a cobrar en el país. Según el doctor Daniel Correa —presidente de la tesis del doctor Guillermo Soto— emprender la investigación sobre la silicosis se justificaba por las condiciones propicias de observación que ofrecía la campaña antituberculosa que el Gobierno había comenzado en 1935, pero especialmente porque las reformas legislativas empezaban “a crear difíci-les problemas de diagnóstico a los médicos y litigios de grave solución a las empresas industriales”71.

2.2. el diagNóstiCo de la siliCosis

El ingeniero Juan de la Cruz Posada, observador directo de las enferme-dades de los mineros, definió la silicosis como “una laceración pulmonar especial, que se manifiesta en la aparición de tejidos fibrosos anormales, semejantes a los de una cicatriz, y en accesos de tos seca, parecidos a los de cierta clase de bronquitis”72. El doctor Martiniano Echeverri se opuso a esta definición y catalogó la enfermedad como una irritación pulmo-nar resultado de la acción química del polvo de sílice y no de sus efectos mecánicos73. Por su lado, el doctor Guillermo Soto acogió la definición de la Conferencia Internacional sobre Silicosis celebrada en Johannesburgo en 1931: “La silicosis es un estado patológico de los pulmones, debido a la inhalación de bióxido de silicio”74.

Para el doctor Soto una de las primeras manifestaciones del cuadro clínico de la silicosis era la disnea creciente hasta convertirse en permanente, incluso en los momentos de reposo. Llama la atención el esfuerzo de clínicos de diver-sos países por superar la ambigüedad clínica propia de la silicosis. En efecto, algunos comenzaron a observar que, conforme la enfermedad avanzaba, apa-recían tos seca, dolores difusos en pecho y espalda, debilidad y, en ocasiones, hemoptisis; el paciente experimentaba disminución de la capacidad torácica,

68. Juan de la Cruz Posada (1869-1961) se graduó de la Universidad de Berkeley en 1893. Entre 1898 y 1906 dirigió la emZ. Más tarde ocupó la gerencia de la Empresa Ferrocarril de Antioquia, y luego dirigió la Compañía Colombi-ana de Tabaco. Fue profesor de la Escuela Nacional de Minas durante varios años y desempeñó varios cargos directivos en la misma institución.

69. El doctor Guillermo Soto vivió durante dos años en la región minera de Segovia (Antioquia), donde tenía explotaciones la compañía minera Frontino Gold Mines. Esta empresa contaba con 2500 trabajadores, de los cuales 1200 realizaban sus labores den-tro de las minas. El conocimiento de la bibliografía más importante en la materia, sus relaciones académicas con médicos de Estados Unidos, la experiencia en el terreno aunada al estudio detallado de la vida de cuarenta y tres mineros, lo convirtieron en el principal conocedor de las neumoconiosis en Colombia.

70. El doctor Martiniano Echeverri Duque (1900-1961), médico de la Universidad de Antioquia, se especializó en radiología y fundó el departamento de radiología del Hospital San Vicente de Paúl. Fue rector de la Universidad de Antioquia y diputado de la Asam-blea Departamental de Antioquia. Su conocimiento de la silicosis lo debe a su experiencia como radiólogo, porque los expertos de la época consideraban que uno de los medios más apropiados para diagnosticar tempranamente la silicosis eran los rayos x.

71. Guillermo Soto, “Silicosis”, 8.

72. Juan de la Cruz Posada, “Silicosis (Tisis de los mineros)”, Minería xvii: 100 (1940): 8381.

73. Martiniano Echeverri Duque, “La Silicosis”, 537.

74. Guillermo Soto, “Silicosis”, 13.

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sudores, trastornos digestivos y pérdida de peso. “A la auscultación, los ruidos respiratorios dan la impresión de ser distantes y la respiración prolongada. Se encuentran estertores sub-crepitantes”75. Cuando la enfermedad se encontraba en su última etapa, anotaba el doctor Soto, no era necesario ser un genio de la clínica para suponer la presencia de silicosis a partir de la historia del paciente y de sín-tomas como la disnea, la fiebre, la pérdida de peso, la fatiga, la tos acentuada en las horas de la mañana, el vómito matutino y la sudoración nocturna76.

En el diagnóstico, la asociación con la tuberculosis debía considerarse a veces “sílico-tubercu-losis”, y otras como “tubérculo-silicosis”, dependiendo de la virulencia de una u otra enfermedad. Aunque la asociación entre ambas no era estricta, difícilmente un minero sufría una tuberculosis “de aspecto y marcha igual a los de cualquier otro mortal”77. Estudios estadísticos realizados en empresas mineras norteamericanas mostraron que la cadena de eventos patológicos implicaba la aparición de la fibrosis pulmonar como factor determinante para el desarrollo de la tuberculosis o, al contrario, “toda nodulación en la silicosis es debida a una tuberculosis sobre-agregada”78. De hecho, algunos médicos planteaban que no existía neumoconiosis en estado puro, y regularmente la silicosis estaba asociada a la antracosis y la tuberculosis79.

En los primeros estudios realizados en Estados Unidos por A. J. Lanza, alrededor de 1914, el autor concluyó que se necesitaba un promedio de 9,6 años para que un minero adquiriese silicosis, y una edad cercana a los 37,8 años para la aparición de síntomas80. De acuerdo con investigaciones realizadas en los años treinta sobre la silicosis en mineros africanos, el tiempo de vida de los afectados era cercano a los catorce años de trabajo81. Este estimativo concuerda con la queja de los mineros franceses, legible desde mediados del siglo xix, y con el atroz panorama de los mineros españoles entre 1925 y 1964. Así, para los mineros de Saint-Étienne y de River-de-Gier (Francia), en 1848, se estima un promedio de vida no superior a los treinta y ocho o cuarenta años, mientras para los vidrieros de Carmaux (Francia), entre 1866 y 1875, ese promedio sólo alcanzaba de treinta y cinco a treinta y seis años82. En el caso de los mineros de la provincia del Centenillo (Jaén, España), las esta-dísticas hablan de treinta a treinta y tres años de vida, y un tiempo medio de trabajo de 14,75 años antes de contraer enfermedades de incapacidad parcial, total o incluso mortales83. De acuerdo con las investigaciones reali-zadas en Colombia en los años cuarenta, se estimaba que las enfermedades resultantes de la exposición al polvo de sílice aparecían luego de no menos de diez años de trabajo y, según las particularidades del proceso extractivo, los afectados podían alcanzar veinte años de trabajo antes de presentar sílico-tuberculosis84. El doctor Bermúdez Montaña concluyó en 1954, que

75. Martiniano Echeverri Duque, “La Silicosis”, 539.

76. Guillermo Soto, “Silicosis”, 58-59.

77. Guillermo Soto, “Silicosis”, 95.

78. Martiniano Echeverri Duque, “La Silicosis”, 538.

79. Luis Alberto Torres, La asociación antracosis, 12.

80. David Rosner y Gerald Markowitz, Consumption, Silicosis, 491.

81. Juan de la Cruz Posada, “Silicosis (Tisis de los mineros)”, 8381.

82. Alain Corbin, “Dolores, sufri-mientos”, 241.

83. Juan José Martínez Ortíz y Adela Tarifa Fernández, Medicina social, 275.

84. Guillermo Soto, “Silicosis”, 18-19.

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en la minería de carbón se podía hablar de 17,8 años para la aparición del primer grado de sili-cosis y de veintiún años para la sílico-tuberculosis. Actualmente se habla de más o menos veinte años de exposición85.

No en todos los casos la situación se presentaba de forma muy dramática. Por lo menos eso argumentaba el doctor Martiniano Echeverri86, pues algunos autores sugerían que la inca-pacidad podía ser parcial, y que incluso la silicosis simple no incapacitaba para el trabajo. El posible debate entre los defensores de una incapacidad total y los partidarios de una incapaci-dad parcial estaba limitado por las enormes dificultades para detectar tempranamente el límite entre lo normal y lo patológico en las lesiones pulmonares ocasionadas por el polvo de sílice. La frustración era de tipo técnico, normalmente los médicos no contaban ni con el conocimiento apropiado para los análisis radiológicos ni con los instrumentos necesarios y, como anotaba el doctor Soto, “un estudio sobre patología pulmonar, encomendado puramente a la clínica, no deja de ser siempre muy mediocre y está desprovisto de todo valor, cuando a neumoconiosis se refiere”. A lo anterior se sumaba una dificultad similar en el caso de los laboratorios, por la imposibilidad de detectar la silicosis por esta vía. De acuerdo con esto, el citado doctor concluía que para un diagnóstico acertado era siempre necesario “tener en cuenta la historia profesional y la evolución clínica y radiológica”87.

Para Soto el grado de incapacidad se podía establecer con un análisis detallado de los datos clínicos y radiológicos, los de la historia clínica y los que arrojaran un test funcional. Estos análisis permitían establecer tres fases: 1) de “compensación”, con fibrosis y enfisema pero sin incapacidad funcional; 2) de “descompensación latente”, con fibrosis y enfisema, además de disnea moderada en ejercicio; y 3) de “descompensación manifiesta”, donde la disnea se manifiesta incluso en reposo. No obstante, el mismo médico afirmaba: “La apreciación de la incapacidad es asunto en veces muy relativo […] muchas veces hay que dejarlo al simple juicio clínico, el cual como juicio que es, tiene un carácter bastante personal y en todo caso no muy satisfactorio por cuanto a cuestiones legales se refiere”88.

2.3. del aislamieNto a la preveNCióN

El carácter irreversible de la silicosis planteó un reto para los ingenie-ros, los médicos y los legisladores. A su vez, médicos e ingenieros exigieron la cooperación de los trabajadores en el cuidado de su salud. Al comienzo, el aislamiento y la incineración de las viviendas de los afectados fueron considerados los mecanismos más efectivos para controlar la profusión de la “tuberculosis” entre los trabajadores mineros. Como lo recuerda el escritor antioqueño Efe Gómez respecto de las actividades desarrolladas

85. Comisión de Salud Pública-Con-sejo Interterritorial del Sistema Nacional de Salud, Silicosis y otras neumoconiosis (Madrid: Ministerio de Sanidad y Consumo, 2001), 17.

86. Martiniano Echeverri Duque, “La Silicosis”, 545.

87. Guillermo Soto, “Silicosis”, 87 y 121.

88. Guillermo Soto, “Silicosis”, 68 y 71.

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en la emZ a comienzos del siglo xx: “[…] se les cura o se les alivia. Se incendian las casas apes-tadas. Se construyen para los sanos, casas nuevas […]”89. Una vez reconocidas las diferencias entre tuberculosis y silicosis, los mecanismos para reducir los efectos del polvo en las minas se enfocaron hacia el cuidado del personal del conglomerado minero y hacia la disminución de la presión del medio de trabajo sobre el cuerpo. En ese sentido, el doctor Martiniano Echeverri proponía en 1941: examen médico antes de ingresar a la empresa; exámenes periódicos; retirar del trabajo a los afectados; mantener la concentración de polvo en límites permisibles; buena ventilación; propender por el uso de respiradores, filtros y máscaras; limpieza de los edificios, y vigilar el cumplimiento de las medidas preventivas90.

Acorde con lo propuesto por el doctor Echeverri, en cuanto a la prevención gran parte de la responsabilidad recaía en el industrial, quien debía disminuir “el tributo a la civilización que se paga con la salud y aun con la vida de los obreros”91. Algunas iniciativas particulares iban más lejos, pero fueron excepcionales: seguros para los trabajadores y auxilios e indemnizacio-nes para los afectados. Tales fueron los casos, por ejemplo, de la emZ y de la compañía minera Frontino Gold Mines. Ahí la voluntad del empresario parecía seguir las recomendaciones del taylorismo y el fordismo acerca de la solidaridad y los beneficios indirectos para evitar la pre-sión social o reducir, en el caso de la minería, la deserción de la mano de obra calificada92.

Con respecto a la seguridad social del trabajador, la opinión de los doctores Soto y Echeverri coincidía en que la silicosis era una enfermedad profesional estrictamente asociada a la “industria polvorosa”, y por lo mismo debía contar con indemnización por parte de los patrones en todos los países con legislación sobre enfermedades profesionales. Cualquiera fuera el nivel de la afección, el desequilibrio generado por el polvo de sílice en los pulmones, la esclerosis del pulmón y la disminución de su elasticidad comprometían la longevidad93. Sin embargo, según el doctor Echeverri94, los empresarios reconocían más fácilmente los accidentes de trabajo que las enfermedades profesionales. Regularmente el minero enfermo era despedido con una “mezquina indemnización”, “quedando así el obrero y su familia en la miseria”95.

En efecto, el panorama en términos legislativos era incierto. No exis-tían disposiciones para proteger la salud y la vida de los mineros, “salvo el caso de las minas de petróleo y las que el Estado da en arrendamiento [Ley 4.ª de 1923 y Art 7.º del Decreto 1054 de 1932]”96. Más o menos lo mismo había ocurrido con la seguridad social general para los trabaja-dores en Colombia: un lento itinerario de actos legislativos asediado por innumerables tensiones políticas había llevado a una moderada carga

89. Efe Gómez, “La campana del conde”, Boletín Clínico ii: 9 (1935): 379.

90. Martiniano Echeverri Duque, “La Silicosis”, 548-549.

91. Martiniano Echeverri Duque, “La Silicosis”, 548.

92. Alfonso Mejía, “El obrero y el trabajo”, 439-457 y Alberto Mayor Mora, Ética, trabajo y productivi-dad, 62-72.

93. Guillermo Soto, “Silicosis”, 72.

94. Martiniano Echeverri Duque, “La Silicosis”, 550.

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social para el capital que, según expertos de la época, debía ser leída como una apuesta generalizada del Estado colombiano por proteger y estimular la industria. La “aceptable legislación” se debía sobre todo “a que entre nosotros no predominan ni prosperan las ten-dencias extremas, a que no existe todavía el hecho económico social de la gran industria y a la falta de grandes masas obreras”97.

Con respecto a la cooperación o la responsabilidad del trabajador, se partía del potencial biológico individual, las defensas y las condiciones de normalidad o anormalidad “de las cuales el hombre mismo es responsable”. Según el ingeniero Posada, la experiencia enseñaba que “en igualdad de condiciones de exposición al medio pernicioso, unos individuos son afectados y otros no”98. Este “grado de susceptibilidad”, en razón de las peculiaridades anatómicas del apa-rato respiratorio, las reacciones fisiológicas a la inhalación del polvo, la historia clínica, la edad, la nacionalidad y la salud en general, debía servir de guía en el momento de contratar a alguien.

La posición del ingeniero Posada era compartida por los expertos nacionales, los doctores Soto y Echeverri. Para ellos existía una susceptibilidad individual a la silicosis: anomalías de las vías respiratorias superiores, infecciones de los senos nasales y afecciones pulmonares, “muy especialmente la tuberculosis”99. Las variaciones y las irregularidades físicas, bajo intensidades similares de exposición, podían tornarse favorables o desfavorables. De este tipo de susceptibi-lidad individual participaba a su vez una propensión racial: “Las estadísticas muestran que los finlandeses, los negros y los indios americanos sobresalen como excepcionalmente susceptibles a la acción dañina de los polvos de sílice”100.

En el terreno de las particularidades biológicas y las potenciales anormalidades fue donde se dieron variadas interpretaciones y debates, puesto que allí se dirimieron muchos de los plei-tos por enfermedad profesional. Si el minero ocultaba información sobre su pasado laboral o desconocía accidentes potencialmente asociados a la adquisición de la dolencia, la indemniza-ción variaba o incluso podía ser negada. Sin embargo, sobre este punto, el doctor Martiniano

Echeverri decía:“Nada más justo que el pago de indemnizaciones a los trabajado-

res que parcial o totalmente se incapacitan porque adquieran una

silicosis, enfermedad que podemos considerar como tipo de las

enfermedades profesionales, en la adquisición de la cual se puede

decir que el obrero no tiene ninguna responsabilidad: él adquiere

la silicosis únicamente porque ejecuta su trabajo en el sitio que

se le ha señalado, del modo como se le ha ordenado que lo haga

y con los materiales que se le suministran”101.

97. Bernardo Echeverri y Eduardo Uribe Botero, “Condiciones generales para la explotación de minas en Colombia”, Minería viii: 85-86 (1939): 7504.

98. Juan de la Cruz Posada, “Silicosis (Tisis de los mineros)”, 8383.

99. Martiniano Echeverri Duque, “La Silicosis”, 537.

100. Juan de la Cruz Posada, “Silico-sis (Tisis de los mineros)”, 8384.

101. Martiniano Echeverri Duque, “La Silicosis”, 550.

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La enfermedad oculta: una historia de las enfermedades profesionales en Colombia, el caso de la silicosis (1910-1950)

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La responsabilidad del minero tenía que ver con su sinceridad inicial al declarar cualquier pasado que pudiera asimilarse como causa predisponente a la silicosis, pero también con su grado de adhe-sión a las recomendaciones sanitarias y de seguridad vigentes. Para los ingenieros, la sinceridad y la adhesión a las normas escaseaban entre los mineros. La sospecha sobresalía en las relaciones patrón/obrero. Para el doctor Benjamín Bernal, en las labores del médico debía evitarse hablar de indemnización o renta, pues con ello se perjudicaba la recuperación del paciente102. Una opinión similar tenía el doctor Guillermo Soto, para quien los mineros estaban a menudo aquejados de “mitomanía” y “tisiología”: primero, ocultan la enfermedad, y luego, para recibir la compensación por enfermedad profesional, la exageran. Esta opinión era compartida por otros médicos del hemis-ferio. Según el doctor Hugo Dooner de Chile, en 1939, se podía hablar de

“una silico-psicosis de los mineros, o más vulgarmente, psicosis de la tierra, queriendo

hacer resaltar, con estos términos, cierta psicología que se le forma a los mine-

ros, especialmente a los de temperamento neurótico, en cuya génesis

vislumbramos un factor realmente digno de consideración, cual es el

conocimiento que tienen que tarde o temprano podrán verse minados

por la enfermedad, conocimiento [que] deriva de la triste suerte que

han seguido algunos de sus compañeros; interviene otro factor que es

de orden especulativo, cual es el interés por obtener indemnización por

su supuesta enfermedad” 103.

CoNClusioNes

Entre 1914 y 1950 la creciente industrialización exigió la introducción de nuevas legislaciones en procura de “adelantar la adecuada solución de los conflictos entre el capital y el trabajo”104. La Ley 6.ª de 1945, cuya nove-dad fue sobre todo la reunión coherente de la enorme y dispersa legislación social105, definió las enfermedades profesionales como todo estado patoló-gico que sobreviniere como consecuencia obligada del tipo de trabajo que desempeña el trabajador o del medio en que se ha visto obligado a trabajar, bien sea determinado por agentes físicos, químicos o biológicos. En 1946, el decreto 841 (13 de marzo), “para los efectos de la indemnización por riesgos profesionales”, estableció una tabla de dieciocho enfermedades profesiona-les, de las cuales cuatro estaban directamente asociadas al trabajo minero:

102. Benjamín Bernal, Los accidentes de trabajo, 35.

103. Citado por Ángela Vergara, “Por el derecho a un trabajo sin enfer-medad: trabajadores del cobre y silicosis, Potrerillos 1930-1973”, Pensamiento Crítico 2: 2 (2002): 14.

104. Bernardo Echeverri y Eduardo Uribe Botero, “Condiciones gene-rales”, 7503.

105. Los cambios legislativos en pro-tección social comenzaron con la Ley 48 de 1914 sobre protección de la infancia. Luego siguieron: Ley 57 de 1915 sobre accidentes de trabajo; Ley 12 de 1927 y Ley 133 de 1931 sobre accidentes y seguros colecti-vos; Ley 37 de 1921, Ley 32 de 1922 y Ley 44 de 1929 sobre seguro obli-gatorio y colectivo para empleados; Ley 26 de 1934 de jornada máxima laboral; Ley 149 de 1936 sobre personal extranjero, de seguro colectivo y cesantía; Ley 10 de 1934 sobre vacaciones remuneradas y auxilio por enfermedad, jornada máxima y descanso dominical; y Ley 53 de 1938 sobre protección a la maternidad. Para el análisis histórico de las tensiones políticas y los avances legislativos en materia de protección social, véase Mario Hernández, La salud fragmentada.

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antracosis, silicosis, tuberculosis y saturnismo. Según el poder legislativo, la silicosis debía entrar en la categoría de enfermedades profesionales en los casos de mineros, marmoleros, vidrieros, canteros, caleros, afiladores, areneros, trabajadores en fábricas de cementos y cerámica106.

Las investigaciones sobre la silicosis en Colombia se publicaron en el contexto de constan-tes reformas legislativas, que buscaban mejorar la protección social de la población en general y de la población trabajadora en particular. Lo que las distingue como producciones de “medi-cina del trabajo” es su empeño por establecer —u objetar según el caso— la relación entre ciertas enfermedades, el medio de trabajo y las características biológicas del trabajador (edad, sexo, predisposición, antecedentes clínicos); su afán por diferenciar entre silicosis y tuberculosis, por establecer la incapacidad (parcial o total), así como los casos en los cuales podría considerarse justa la indemnización. Distinciones clínicas y nosológicas que no fueron solamente innovaciones epistemológicas, pues actuaron también como determinantes del reconocimiento de una enfer-medad profesional y sentaron las bases de la medicina del trabajo en Colombia en los campos médico, jurídico y laboral.

En este artículo se analizó el contexto en el cual emergió el debate sobre las enfermedades profesionales en Colombia. En la primera parte se abordaron las razones por las cuales el higie-nismo se constituyó en un obstáculo para conocer las reales dimensiones de este tipo de dolencias. Asimismo se analizó el papel de los ingenieros y los médicos en el paulatino proceso de encuadra-miento de las enfermedades asociadas al trabajo, es decir, el análisis sólo fue hecho desde una de las perspectivas del problema, de ahí que en este campo queden muchos problemas únicamente planteados. Es necesario emprender investigaciones de mayor aliento que den cuenta de aspectos todavía no resueltos por la historiografía colombiana, por ejemplo, si se intentara responder a la pregunta por el papel que cumplieron los movimientos obreros en la consolidación de medicina del trabajo y los modelos de asistencia en salud, o cómo asumieron y negociaron los trabajadores la paulatina intervención médica del mundo del trabajo. Estos interrogantes sobre uno de los

aspectos de la configuración de la medicina del trabajo son ineludibles por-que ella se desenvuelve en el contexto de grandes transformaciones sociales vinculadas al valor imponderable de los derechos de los trabajadores.

106. Ministerio del Trabajo, Higiene y Previsión Social, “Tabla de valuación de incapacidades por accidentes de trabajo y de enfer-medades profesionales Decreto 841 de 1946 (marzo 13)”, Minería xxiii: 134 (1945): 1611-1612. El decreto 2663 del 5 de agosto de 1950 sobre Código Sustantivo de Trabajo corroboró estas disposi-ciones, que no fueron modificadas sustancialmente hasta el decreto 0778 de 1987, cuando se aumentó hasta cuarenta el número de enfermedades profesionales.

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La enfermedad oculta: una historia de las enfermedades profesionales en Colombia, el caso de la silicosis (1910-1950)

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Illusions and blindness: views of Europe between 1922 and 1939 from the Royal Institute of International Affairs

aBstraCt

This article explores how the European academic

world viewed the situation in Europe between

the wars, that is, its representations, hopes, and

despair. Its aim is to better understand the per-

spectives from which various intellectual sectors

observed and characterized Europe. It also ques-

tions the interpretations that propose the existence

of a European civil war between 1914 and 1945.

Additionally, the article shows the diversity of ideas

that existed within just one sector of the European

intellectual and academic world (those present in

the journal of the Royal Institute of International

Affairs) and their level of awareness regarding the

problems facing the continent.

Key Words

Europe, interwar period, academics, representations.

Ilusiones y cegueras: miradas sobre Europa entre 1922 y 1939 desde el Royal Institute of International Affairs

resumeN

El presente artículo es una aproximación a las

ideas que, desde el mundo académico europeo, se

dieron sobre la situación de Europa en el período

de entreguerras, es decir, las representaciones,

sus esperanzas y pesimismos. Se busca conocer

en mayor profundidad las perspectivas con que se

observaba y caracterizaba Europa desde algunos

sectores intelectuales. Además, se cuestionan las

líneas interpretativas que plantean el fenómeno

de una guerra civil europea entre 1914 y 1945.

Adicionalmente se muestra la diversidad de ideas

existente dentro de un sector del mundo intelec-

tual y académico europeo presente en la revista

del Royal Institute of International Affairs y su nivel

de conciencia sobre los problemas que enfrentaba

el viejo continente.

palaBras Clave

Europa, entreguerras, académicos, representaciones.

Artículo recibido: 27

de septiembre de 2010;

AprobAdo: 19 de Agosto

de 2011; modificAdo:

29 de Agosto de 2011.

Profesor de Historia Contemporánea en el Instituto de Historia de la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso (Valparaíso, Chile). Doctor en Historia por la Universidad de Barcelona (Barcelona, España). Entre sus últimas publicaciones se encuentran: “Pueblos y Paisajes en la Royal Society de Londres. Las ciencias humanas y el imperialismo británico (1860-1918)”, História 30 (2011): 306-331; “Cómo pudo suceder? En torno a la toma de poder nazi en Alemania”, Revista de Historia 18 (2010): 69-78; “Imperialismo inglés y ciencia: La Sociedad Geográfica Real de Londres 1830-1870”, Boletín Americanista 60 (2010): 209-225; “Apuntes en torno a las representaciones de la modernidad capitalista durante el siglo xix (Los casos de Chile y Bolivia)”, Utopía y praxis Latinoamericana 14: 45 (2009): 97-116; “Imperialismo, colonialismo y descripciones geográficas. Chile y Bolivia en la mirada imperial británica. 1831-1892”, en Del altiplano al desierto. Construcción de espacios y gestación de un conflicto, ed. Eduardo Cavieres (Valparaíso: Ediciones Universitarias de Valparaíso, 2007), 187-208. [email protected]

Claudio Llanos Reyes

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Ilusiones y cegueras: miradas sobre Europa entre 1922 y 1939 desde el Royal Institute of International Affairs

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Ilusiones y cegueras: Miradas sobre Europa entre 1922 y 1939 desde el Royal Institute of International AffairsÏ

Out of me now my mind can pour.

I can think of my Armadas sailing on the high waves.

I am relieved of hard contacts and collisions.

I sail alone under white cliffs

Oh, but I sink, I fall…

Virginia Woolf, The Waves (1931)

El fragmento de Las Olas de Virginia Woolf nos introduce en el pro-blema de las esperanzas y miedos del período de entreguerras o la “postguerra” —como sus contemporáneos la llamaron—, pues se busca conocer las diferentes miradas que se dieron en torno al logro de la paz, el equilibrio mundial y los temores a un nuevo conflicto entre 1918 y 1939. Así, la inminencia de la Segunda Guerra fue tanto más dramática en cuanto reveló la fragilidad de las ilusiones de estabilidad. La debilidad de las certezas.

El supuesto central de este trabajo apunta a que después de la Primera Guerra Mundial, sectores del mundo académico e intelectual europeo plantearon posiciones optimistas en torno al logro de la estabilidad y la paz en Europa1. Tales optimismos no estuvieron libres de desconfianzas e intereses y de la relativa incapacidad para entender la dinámica que llevaría a Europa a una nueva conflagración. Además, se busca aportar una crítica a la idea de una guerra permanente entre 1914 y 1945 y de una contienda civil ininterrumpida planteada por algunas corrientes interpretativas2. Hablar de guerra de treinta años o guerra civil europea puede llevarnos a desconocer que, después de la Gran Guerra, muchos

Ï Este artículo es producto de una investigación desarrollada entre el segundo semestre de 2009 y el primer semestre del año 2010. Parte de él fue completado durante una estadía de investiga-ción en la Universidad de Passau (Alemania) durante los meses de enero y febrero del 2010.

1. En este sentido se observa que muchos de los cambios experi-mentados en Europa central a partir de la posguerra (1945 en adelante) se insinuaron en las discusiones del mundo acadé-mico y político de la entreguerra.

2. Ver entre otros: Paul Preston, “La Guerra Civil Europea 1914-1945”, en El siglo xx: historiografía e historia, eds. María Cruz Romero e Ismael Saz (Universidad de Valencia, 2002), 137-165; Ernst Nolte, La Guerra Civil Europea 1917-1945: Nacionalismo y Bolchevismo (México: Fondo de Cultura Econó-mica, 1994) y José Luis Comellas, La guerra civil Europea (1914-1945). (Madrid: Rialp, 2010).

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hombres y mujeres tuvieron esperanzas de paz, de establecer un sistema internacional, de una revolución que acabaría con el ‘régimen capitalista’, de recuperación económica y social3, etc. Al mismo tiempo, la idea de una guerra ininterrumpida suaviza las responsabilidades de quienes fueron incapaces de ver los peligros del fascismo y del nazismo4.

Intentar aproximarnos a las dualidades o miradas paradójicas que los con-temporáneos tuvieron sobre su presente es profundizar nuestro conocimiento en torno a lo vivido por ellos, lo que les fue relevante, sus preocupaciones, etc. Éste es un tema complejo, pues la dualidad y las miradas diversas están pre-sentes en la historia, y tal como señaló Walter Benjamin, “no existe ningún documento de la cultura que no sea a la vez de la barbarie”5.

Para estudiar la atmósfera que se respiraba en aquella Europa, este trabajo se limita a aquellos sectores intelectuales europeos que expusieron y deba-

tieron en el Royal Institute of International Affairs6 y sus publicaciones entre 1922 (año del inicio de éstas) y 19397. Es evidente que aquellas representan a un sector reducido de la población, pero eso no niega que entre quie-nes en ellas publicaron se encontraran figuras más o menos influyentes de la vida intelectual europea en general y británica en particular. En este sentido, encontramos trabajos de bri-tánicos como Arnold Toynbee, Edward Carr, el banquero alemán Georg Solmssen8, el indepen-dentista indio Gandhi, el sociólogo austríaco Karl Polanyi, Harold Laski, etc. La lista de nom-bres es amplia y en ella encontramos puntos de vista diversos para la situación Europea, no sólo restringidos a la posición británica.

La importancia de las discusiones y materiales publicados por el Royal Institute of International Affairs radica en que el ori-gen del Instituto se vincula directamente con las consecuencias de la Primera Guerra Mundial, cuando en la Conferencia de Paz de

3. Se recomienda el trabajo de Ber-nard Wasserstein, Barbarism and Civilization. A history of Europe in our time (Oxford, New York: Oxford University Press, 2009), 127-164.

4. La discusión en torno a las responsabilidades de la Segunda Guerra Mundial se vincula con una reducción o radicalización en torno a la responsabilidad de Alemania. En este sentido encontramos los debates generados en la disputa de los historiadores (Historikerstreit), que reducía la responsabilidad de Alemania, y la tesis de Goldhagen, que planteaba que el Holocausto y los crímenes del nazismo eran parte de una continuidad antisemita presente en la historia de Alemania. El debate sobre esta interpretación se puede encontrar en el Forum de la German History Society: Jane Caplan et al., “The Historikerstreit Twenty Years On”, German History (Forum) 24: 4 (2006): 587-607; Beatrice Heuser, “The Historikerstreit: Uniqueness and Comparability of the Holocaust”, German History (Forum) 6: 1 (1988): 69-78; Margaret Anderson et al., “German History beyond National Socialism”, German History (Forum) 29: 3 (2011): 470-484. Sobre el debate y tesis de Goldhagen: Daniel Goldhagen, Los verdugos voluntarios de Hitler (Madrid: Taurus, 1998); Dirk Moses, “Structure and Agency in the Holocaust: Daniel J. Goldhagen and his critics”, History and Theory 37: 2 (1998): 194-219; Ian Kerns-haw, Der NS-Staat (Hamburg: Nikol Verlag, 2009), 376-391. Agradezco los comentarios y comunicaciones del profesor Richard Bessel de la Univer-sidad de York (Inglaterra).

5. Walter Benjamin, “Sobre el con-cepto de historia”, en La dialéctica en suspenso. Fragmentos sobre la historia, comp. Pablo Oyarzún (Santiago: lom, 2009), 43.

6. Antes de denominarse Royal Institute of International Affairs, su nombre fue British Institute of International Affairs. En este trabajo usaremos la denominación actual. Esta institución es conocida además como Chatham Hause.

7. Para el período estudiado los nombres de las publica-ciones del Royal Institute of International Affairs son: Journal of the British Institute of International Affairs (JBiia), 5 vols., 1922-1926; Journal of Royal Institute of International Affairs (Jriia), 4 vols., 1926-1930; International Affairs (ia) 8 vols., 1931-1939. El instituto fue fundado en 1920 y su existencia se extiende hasta hoy, por lo que sus publicaciones cubren casi por completo el periodo de entreguerras. No obstante, el análisis se centrará en la década de 1930, cuando se hacen más evidentes los cambios desde un optimismo moderado hacia la desespe-ranza y hacia la premonición del horror que se acercaba.

8. Georg Solmssen fue un des-tacado banquero alemán, director de la Asociación de Central de Bancos y Ban-queros Alemanes. En 1934 y debido a su origen judío fue forzado a abandonar sus actividades directivas y en 1937 debió emigrar a Suiza.

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París (1919) los delegados británicos y estadounidenses se plantearon la creación de un Instituto Angloamericano de Relaciones Exteriores (independiente de los gobiernos), para estudiar los problemas internacionales y prevenir guerras futuras. El British Institute of International Affairs fue fundado en Londres en el mes de julio de 1920 y recibió su carta real en 1926 para convertirse en el Royal Institute of International Affairs9. De esta forma, las fuentes usadas son un excelente recurso para aproximarnos a parte de las miradas y propuestas que existieron dentro del mundo académico, político e intelectual en torno a la situación de Europa durante el período estudiado.

1. se despeJa el humo eN las triNCheras

En lo que se refiere a la Europa de la Primera Guerra10, y como es de común conocimiento, el escenario posterior a ella se caracterizó por la reorganización del mapa europeo, por la des-aparición de Estados y el surgimiento de otros, por la discusión sobre el destino de Alemania, llevada adelante principalmente en la reuniones de Versalles, y por el surgimiento y desarrollo en Rusia de una nueva forma de régimen, comandado por el partido que antes de la guerra era casi desconocido. Los resultados de la guerra fueron, por cierto, desastrosos en todos los aspec-tos de la vida humana: “[…] los franceses perdieron casi el 20 por ciento de sus hombres en edad militar […] Gran Bretaña perdió a una generación, medio millón de hombres que aún no habían cumplido 30 años”11.

Durante los primeros años de la década de 1920 el destino de Alemania se vio marcado por las multas acordadas en Versalles. El tema de la relación con la Rusia Soviética resultó en cierta forma más complejo para los vencedores europeos, toda vez que habían fracasado los intentos inmediatos de destruir militarmente al nuevo régimen, pues frente a la hostilidad del gobierno francés (que apoyó abiertamente el ataque polaco contra Rusia) se encon-traban los ánimos negociadores de los británicos que buscaban de este modo restringir el avance soviético.

El acuerdo inicial, que dio a los británicos (y soviéticos) ciertas tranqui-lidades, se alcanzó en marzo de 1921, con el tratado comercial Anglo-ruso, que supuso el reconocimiento de facto por parte de los ingleses del nuevo régimen instalado en Moscú, y el establecimiento de un vínculo económico entre el capitalismo y el régimen que pretendía derribarlo. A juicio de Parker, esto fue una muestra de que la revolución rusa no contaba con la revolución más allá de sus fronteras12. Por cierto, después de la derrota de la revolución en Alemania, Lenin veía las limitaciones de la revolución rusa, que a su juicio sólo se podría sostener con el triunfo de la revolución mundial.

9. Los delegados norteamericanos desarrollaron el Council on Foreign Relations en Nueva York como un instituto hermano.

10. En el plano mundial, al terminar la Primera Guerra, Europa occidental y Gran Bretaña habían perdido una parte importante de su poder económico en beneficio de otros países que se integraban al concierto del desarrollo indus-trial: Estados Unidos y Japón.

11. Eric Hobsbawm, Historia del Siglo xx (Buenos Aires: Crítica, 2006), 34.

12. Robert Parker, Historia de Europa 1918-1945 (México: Editorial Siglo xxi, 2007 [1978]), 64.

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En su dinámica interna la Unión Soviética fue vista inicialmente por muchos con optimismo, pero el número se fue reduciendo al ritmo de las purgas estalinistas —baste sólo la siguiente mención somera, pues el análisis de este aspecto supera con mucho los límites de este trabajo—: Lenin había perdido “su última batalla”13; Stalin alentaba las formas del viejo régimen zarista; los cultos y abusos de este; los miembros del partido eran sometidos a controles y el hastío de la vieja guardia se hacía evidente; los suicidios aumentaban entre los soldados y militantes (pero se ocultaban sus cifras reales); los campesinos se empobrecían y las ciudades se atestaban14.

Pero en medio de la humareda y las fosas de las trincheras aún abiertas, diversos secto-res vieron luces de optimismo, contemplando la posibilidad de un futuro pacífico, de haber aprendido la dura lección dada por los millones de muertos, heridos, huérfanos, etc. Muchos pensaron que la Gran Guerra había dejado una gran enseñanza: la razón debía guiar a los hom-bres en la construcción de un orden internacional capaz de evitar nuevos conflictos. En este contexto Bertold Brecht publicó Leben des Galilei, una pieza literaria donde mostraba la nece-sidad de apelar a la razón y a la ciencia para lograr las respuestas a los dilemas y problemas humanos. No obstante, esta obra encierra en sí misma el drama del periodo, pues fue escrita

en la víspera de la nueva debacle de la razón y la caída hacia la violencia15. Al terminar la guerra y en los años posteriores los problemas en

Europa eran muchos y variados. Aun así, entre negociaciones y amenazas algunos problemas eran, si no bien resueltos, sí contenidos (Alta Silesia, la situación de Polonia, la relación con Rusia, etc.). Entre todo esto, se dieron síntomas para que se declararan moderados optimismos, relacionados a que lo humano, a que el sufrimiento y el destino de millones había pasado a ser un tema relevante16.

Para entender esto debemos reconocer que una resultante de la guerra había sido una relativa conciencia en torno a las nefastas conse-cuencias que podía tener en Europa cualquier acto de fuerza múltiple o unilateral. Este aspecto también había estado presente en la Gran Guerra, pues ésta había sido ilimitada por su carácter imperialista17. La interna-cionalización que había movilizado capitales y luego tropas, ahora era vista como un factor capaz de manejar los conflictos. En este marco, a juicio de Arnold Toynbee, testigo y actor de esta época, la complejidad que resultaba del conflicto, las demandas, los temores, los traumas de la guerra que había golpeado a la mayoría de la población de Europa en todos los aspectos (economía, política, sociedad y cultura), tuvo entre sus resultados el de la “internacionalización de todos los temas humanos”,

13. Orlando Figes, La Revolución rusa (1891-1924). La tragedia de un pueblo (Barcelona: Edhasa, 2000), 686 y ss.

14. Moshe Lewin, El siglo soviético. ¿Qué sucedió realmente en la Unión Soviética? (Barcelona: Critica, 2005).

15. Bertold Brecht escribió Leben des Galilei entre 1938-1939 en Dinamarca. Ver: “Introducción a Bertold Brecht”, en Leben des Galilei (Londres: Heinemann Edu-cational Books Ltd, 1958), 1-12.

16. Importante en este sentido es considerar la importancia creciente de las comunicaciones (radio y tv) en el desarrollo a largo plazo de una sensibilidad común en torno a los derechos humanos y las limitaciones del poder del Estado en el siglo xx. Al respecto puede verse el trabajo de Lynn Hunt, Inventing Human Rights (New York: Norton, 2009) y el de Frank Biess et al., “History of Emotions”, German History 28: 1 (2010): 67-80.

17. Eric Hobsbawm, Historia del siglo xx, 34.

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ya no era un tema meramente político, sino que la nueva realidad mundial era que la política internacional penetraba los diversos aspectos de la vida humana18.

2. sueños de paZ: CoNdiCioNes y proBlemas

Un factor interesante es que el optimismo, en mayor o menor medida, estaba condicionado. En términos generales las condiciones no sólo implicaban ‘desarmar’ Europa, sino también lograr deshacer las rígidas fronteras que separaban a las naciones. Estas metas asumieron diversas formas en las ideas de los intelectuales.

Es importante señalar que las voces y propuestas optimistas (a pesar de sus limitaciones) dan cuenta del marco de relativa mejora económica a mediados de la década de 1920 y de una recuperación temporal de la burguesía europea occidental y sus formas de entender las relaciones internacionales, en lo político y lo económico19. Por cierto, la burguesía europea podía estar relativamente satisfecha, pues como se ha visto, la “revolución mundial” que había estallado en Rusia se encontraba contenida (en el marco de las negociaciones con Moscú y los propios problemas de la Unión Soviética), y esto les ofrecía a los gobiernos de Francia, Gran Bretaña y Alemania márgenes de maniobra política y diplomática20. Las élites veían condiciones políticas y eco-nómicas positivas y no eran conscientes aún de su fragilidad.

El mundo salido de la guerra había experimentado un importante cam-bio, pues nuevas fuerzas sociales abogaban por la democracia y defendían sus intereses21. En 1927, a juicio del historiador y cientista político britá-nico Alfred Zimmern, la tarea era el establecimiento y fortalecimiento de las relaciones entre Estados, y para que esto se lograra se debían construir las instituciones necesarias, que hasta el momento no existían22.

En la búsqueda de equilibrios que permitieran reducir las amenazas de conflicto se observan limitadas esperanzas en la configuración de acuerdos entre potencias europeas. La Liga de las Naciones, después de su tercera conferencia, era presentaba como una reunión del “hacer creer y de irrealidad” (make-believe and unreality)23. La incapacidad de imponer las decisiones y la ausencia de importantes países como Estados Unidos, la Unión Soviética y Alemania debilitaban su imagen. Aun así, esta institu-ción plateaba innovaciones para la negociación y tratamiento de los temas que abría algunas luces de moderada esperanza. En cierta forma la liga era una gran declaración de principios y buenas intensiones, incapaz de imponerlas. Y entre sus miembros existía conciencia de tales limitaciones, no sólo en cuanto a políticas fronterizas o negociaciones económicas, sino

18. Arnold Toynbee, “The Trend of International Affairs since the War” ia 10: 6 (1931): 803.

19. Entre 1925 y 1929 la producción industrial en las economías avanzadas de Europa (Austria, Gran Bretaña, Checoslovaquia, Francia, Alemania, Escandinavia y los Países Bajos) alcanzó el 23%. Bernard Wasserstein, Barbarism & Civilazation, 133.

20. Bernard Wasserstein, Barbarism & Civilazation, 135, 143.

21. En los gobiernos de Europa occi-dental esto implicaba un riesgo importante, dada la presencia de la Unión Soviética como refe-rente para importantes sectores sociales, cuando no se produ-cían aún los mayores horrores estalinistas.

22. Alfred Zimmern, “The prospects of democracy”, jriia 7: 3 (1928): 153-191. Zimmern fue uno de los fundadores del Royal Institute of International Affairs.

23. Arthur Steel-Maitland, “The Third Assembly of the League of Nations”, jbiia 1: 6 (1922): 181-189.

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también a nivel de la implementación de mejoras sociales. Este último punto era importante porque se consideraba que mejorar las condiciones de vida de la población era una condición para lograr la paz:

“Ustedes pueden desarmar el mundo, ustedes pueden reducir sus tropas o supri-

mir sus acorazados, pero a menos que introduzcan una mejor condición económica,

mejores condiciones sociales y mejores condiciones de salud en el mundo, ustedes

no serán capaces de mantener la paz, incluso si la obtienen”24.

Sin embargo, para finales de la década de 1920 los optimismos todavía se contemplaban con relativa claridad. Dentro de éstos es preciso tomar en consideración la imagen de Alemania, porque en el Tratado de Versalles este país resultó como el gran y único responsable de la guerra. Pero a casi diez años del fin del conflicto, la sociedad alemana se presentaba transformada. Los progresos eran muchos: la República de Weimar y la democracia generaban confianzas; Berlín, la principal ciudad alemana, vibraba con creadores, artistas y expresiones culturales. Pero aún en sus calles se encon-traban heridos de guerra pidiendo limosna25, mientras algunos, debilitados, masticaban rencores. Con todo, en 1927 la imagen de la situación de Alemania era distinta a la de la preguerra:

“Allí ya no hay más conversaciones sobre una nueva guerra. La extrema derecha se

empequeñece más y más y está dividida en tres secciones, cada una de las cuales

tiene su propio santo patrón. Junto a la envidia de los príncipes y el retorno de las vie-

jas familias líderes, existe una tercera garantía contra una contrarrevolución. El pueblo

alemán está ahora trabajando: ya no tiene hambre. Con su maravillosa diligencia han

logrado alcanzar una mejor posición, no todos juntos, pero ¿quién en Europa está

teniendo un buen momento? Nadie en Alemania piensa en la venganza, pero todos

quieren que se revise el Tratado de Versalles” 26.

Dos años después, en 1929, el director del Deutsche Hochschule für Politik, Arnold Wolfers, señalaba: “Este periodo de diez años comenzó con una gran esperanza. Es

un hecho significativo que Alemania, después de haber perdido la

Guerra, está reintegrada en la política europea con un espíritu de

esperanza […]. Este cambio social, el cambio de gobierno y el cam-

bio de la clase dirigente a otra, parece más significante y promete

un rápido restablecimiento de la posición de Alemania entre las

otras naciones. […]. Los Social – Demócratas y otros grupos demo-

cráticos, que llegaron al poder después de la revolución han logrado

24. Rachel Crowdy (jefa de la sección de opio y problemas sociales de la Liga de las Naciones), “The huma-nitarian activities of the League of Nations”, jriia 6: 3 (1927): 153. Las traducciones de las fuentes que se presentan en el artículo fueron realizadas por el autor.

25. Eric Weitz, La Alemania de Wei-mar. Presagio y Tragedia (Madrid: Turner Noema, 2009).

26. Emil Ludwing, “Bismarck and the Germany of To-Day”, jriia, 6: 5 (1927): 298.

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dos cosas, que parece darles una buena imagen en la relaciones internacionales: ellos

han dejado fuera un régimen autoritario, ellos han cambiado la Constitución de la

forma más completa y han establecido la República Alemana”27.

El optimismo expresado por diversos sectores fue estrellándose contra crudas realidades que se prolongaban, tanto más profundas que las trincheras cavadas durante el conflicto. Las desconfianzas, miedos y negativas de los vencedores, en particular de Francia, para desbloquear relaciones con Alemania o Rusia Soviética, además del fracaso de Weimar en desmilitarizar la sociedad alemana, minaron las pequeñas posibilidades de evitar nuevas conflagraciones con-tinentales. Al mismo tiempo, la ausencia de Estados Unidos de la Liga de las Naciones hizo progresivamente de esta institución una herramienta inútil. Todo esto ligado a la condición económica de sus países miembros, que después de pequeños logros volvió a derrumbarse a fines de los años veinte. Como apunta Hobsbawm, “la segunda guerra mundial tal vez podía haberse evitado, o al menos retrasado, si se hubiera restablecido la economía anterior a la gue-rra como un próspero sistema mundial de crecimiento y expansión”28.

Pero, antes de que los acontecimientos mostraran la caída que se sufriría, se pensaban posi-bilidades para lograr estabilidad mediante la reconstrucción de la economía mundial. En 1931 Ernest Minor Patterson, presidente de la Academia de Política y Ciencias Sociales de Filadelfia, en los Estados Unidos, señaló al público del Institute of International Affairs, las – a su juicio – condiciones para la “prosperidad económica y la paz”:

“Los primero en la prosperidad de cualquier país es su conexión con el resto. Los mercados

son infinitamente expansivos. Nosotros en Estados Unidos no perderemos nada con el creci-

miento económico en otro país. La continuación de la depresión en Gran Bretaña nos daña,

y el renacer [de la economía británica] nos ayudará. Tales problemas como la rivalidad por el

comercio en otras partes por el comercio en otras partes de la tierra, como en Argentina, son

triviales […]. Mejores condiciones en cada región resultaran en más altos estándares y una

libertad de compra de bienes. Ilustrado en forma específica esto significa que los americanos

deben recibir bien el más alto nivel de bienestar económico en Europa (aún si esto significa

la formación de una Unión de Estados Europeos), en Rusia con el exitoso desarrollo del Plan

Quinquenal y en todas las otras partes del mundo. Y lo que es verdad para

Estados Unidos, lo es también para Europa, para Asia y África”29.

Si lo que pensaban sectores del mundo académico sobre las posi-bilidades de paz y de una economía libre de conflictos monopólicos o imperialistas no eran más que ensoñaciones ilusas o posibilidades reales,

27. Arnold Wolfers, “Germany and Europe”, jriia 9: 1 (1930): 23-24.

28. Eric Hobsbawm, Historia del siglo xx, 43.

29. Ernest Patterson, “An Economic Approach to Peace”, ia 10: 6 (1931): 765.

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es un debate que no se resolverá en estas líneas. Pero más allá de lo anterior y de lo errado que muchos de ellos pudieron haber estado, no sólo proponían o planteaban las condiciones de paz, sino que también mostraban conciencia de los peligros que tenuemente se anunciaban.

3. primeras CaraCteriZaCioNes soBre el fasCismo

Dentro de la cultura de la primera postguerra se observa en algunos grupos sociales el paula-tino desarrollo de un sistemático culto ideológico a la violencia, la guerra y la discriminación30. Éstas estaban presentes en Europa desde mucho antes, bajo otros marcos históricos que son jus-

tamente los que reafirman el cambio sucedido después de la guerra, pues la década de 1920 verá la popularización de estos preceptos, desarrollados muchas veces en grupos antes marginales o reducidos31. Esto está vinculado a variados factores: la permanencia de los intereses imperialistas, el “acos-tumbramiento” o desensibilización frente a la violencia, la polarización política y de intereses, el miedo a la revolución socialista y los personajes y sus contextos, entre otros32. Pero en cierta forma todos estos elementos resultan del análisis, de la reflexión y la crítica que no se había gestado aún en las mentes de muchos de los contemporáneos, o por lo menos en varias de las mentes académicas de Occidente.

La lectura de los discursos presentados en el Royal Institute of International Affairs, evidencia que el fascismo italiano liderado por Mussolini fue visto, en primera instancia, como un fenómeno histórico directamente ligado a la reacción contra un proceso de transformaciones de carácter socialista. Esto debió generar simpatías en sectores sociales y académicos de aquellos Estados que, como Inglaterra, veían con distancia, cautela y desconfianza al nuevo Estado soviético y su declarado —hasta ese momento— internacionalismo revolucionario.

En 1923, el secretario del Fascio en Londres, Camillo Pazzilli, establecía el camino que había seguido Mussolini, que consistió en mostrarse como la única alternativa de orden: “En agosto de 1922 tuvieron sus grandes maniobras con ocasión

de la huelga general proclamada por los socialistas por razones

políticas. Mussolini declaró en las columnas de su documento que

el Gobierno debía resolver esto dentro de un cierto tiempo, o bien

los fascistas lo harían. De hecho, el gobierno fue impotente y los

fascistas tuvieron que hacer andar los ferrocarriles, mantener los

30. Incluso en el Reino Unido se conformaron organizaciones fas-cistas. Stephen Cullen, “The Case of the British Union of Fascist”, Journal of Contemporary History 28: 2 (abril, 1993): 247-267 y Martin Durham, “Gender and the Brit-ish Union of Fascist”, Journal of Contemporary History 27: 3 (Julio 1992): 513-529.

31. Zeev Sternhell et al., El nacimiento de la ideología fascista (Madrid: Editorial Siglo xxi, 1994).

32. Para estas miradas: Nicos Poulantzas, Fascismo y dictadura. La Internacional frente al fascismo (Madrid: Siglo XXI, 1976) y Eric Hobsbawm, Historia del siglo xx, 34-36. Lynn Hunt establece algu-nas relaciones entre experiencias-sentimientos y el problema de la violencia y los derechos humanos en Inventing Human Rights (New York: Norton, 2009). Para una interpretación sobre la violencia y su rol en la sociedad alemana en el contexto de la llegada de Hitler al poder: Richard Bessel, “The Nazi Capture of Power”, Journal of Con-temporary History 39: 2 (2004): 173 y ss. Sobre el temor a la revolución socialista como antecedente del fascismo: Alexander de Grand, Italian Fascism. Its Origins and Development (Lincoln: University of Nebraska Press, 1990), 13-19 y para el rol de los individuos, par-ticularmente Hitler, ver: Ian Ker-shaw, “Hitler and the Uniqueness of Nazism”, Journal of Contemporary History 39: 2 (2004): 239-254.

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servicios públicos y proteger a sus compañeros trabajadores frente a

los ataques de los huelguistas. Es evidente que el Fascismo se había

convertido en un estado dentro del Estado. Mussolini ofreció cooperar

en el Gobierno y se le ofreció un secretariado de bajo nivel, pero res-

pondió que el Fascismo no entraría en el Gobierno por la puerta trasera.

Planeó la marcha de Roma, que se llevó a cabo a finales de octubre de

1922, con el resultado de que el gabinete tuvo que dimitir y el rey pidió

a Mussolini asumir la responsabilidad del Gobierno, y él aceptó” 33.

Casi un año más tarde, el control de Mussolini y el fascismo sobre Italia también fue visto con admiración por el profesor e historiador neozelandés William Parker Morrell, quien apuntaba los variados éxitos económicos y políticos de Mussolini que, desde su perspectiva, habían detenido un pro-ceso de sovietización de Italia34. También las simpatías al proceso fascista pudieron estar vinculadas a los intereses británicos de mantener influencia en el continente, particularmente en el Mediterráneo. Esto se manifestó en el apoyo británico en 1923 al dominio Italiano en el Dodecaneso.

Se puede apuntar que la mirada positiva sobre el fascismo, aun cuando ya era público el antipacifismo y totalitarismo que profesaba Mussolini35, constituyó la expresión de los intereses de un sector representado dentro del campo de poder científico36. Pero, como ejemplo de la convivencia de miradas, se puede apuntar que hacia inicios de la década de 1930 y como resultado de la crisis de 1929, con su ola de desempleo, hambre, etc., la propuesta de la alternativa comunista (total o en parte) fue reconsiderada. Harold Laski era uno de los académicos británicos que desconfiaba del fascismo y veía con relativo optimismo el futuro, siempre y cuando se consideraran las ventajas y aspectos positivos del comunismo interna-cional como una de las fórmulas para la paz. Esto, eso sí, antes de que las purgas de Stalin marcaran un antes y un después en la relación de muchos intelectuales y organizaciones de occidente con la alternativa de la urss37.

Las simpatías de Laski por la urss y el proyecto allí llevado no eran extrañas o curiosas en la sociedad de la posguerra, y tampoco se limi-taban a las organizaciones obreras, pues desde la segunda mitad de la década de 1920 sectores dentro del establishment británico veían en la Unión Soviética una importante región para la economía de la isla y el desarrollo económico internacional38. Sobre todo, si la nueva poten-

33. Camilo Pellizzi, “The Fascista Movement”, jbiia 2: 3 (1923): 123.

34. William Parker Morrell, “The development and significance of the Fascista Movement”, jbiia 3: 1 (1924): 1-19.

35. En 1921 Mussolini había señalado: “Se habla mucho de la actividad violenta de los fascistas. Nos reservamos el derecho de controlarla […] entre tanto y mientras lo consideremos nece-sario, seguiremos golpeando con menor o mayor intensidad los cráneos de nuestros enemigos, es decir, hasta que la verdad haya penetrado en ellos […] El programa de la política exterior del fascismo comprende una sola palabra: expansionismo”. Joaquim Prats, Historia del Mundo Contemporáneo (Madrid: Editorial Anaya, 1996), 85.

36. Las disputas o diferencias dentro del campo de poder que representa la ciencia es un tema que obliga a una reflexión profunda, pero su análisis está más allá de los alcan-ces de este trabajo. Al respecto puede consultarse Pierre Bourdieu, Intelectuales, política y poder (Buenos Aires: Eudeba, 2006).

37. Harold Joseph Laski, “Commu-nism as a World Force” jriia 10: 1 (1931): 27-28.

38. Un ejemplo de esto está presente en la exposición y posterior discusión de Bernard Pares, “Anglo-Russian Relations”, jriia 8: 5 (1929): 481-502. Otra discusión interesante es la del político laborista Edward Frank, Wise, “Soviet Russian´s Place in World Trade”, jriia 9: 4 (1930): 498-518. Edward Frank Wise fue un destacado político laborista, que en 1933 planteó al Partido Laborista la urgencia de crear un Frente Antifascista con el Partido Comunista de Gran Bretaña, idea que fue rechazada. Ese mismo año Wise falleció.

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cia liderada por Stalin daba signos de mantenerse en sus fronteras, aceptando las reglas y límites de Europa occidental.

4. 1933-1939: el NaZismo, la CoNfiaNZa y el derrumBe

Hasta inicios de la década de 1930, en general en Occidente, el totalitarismo fascista fue considerado en sus primeros momentos como una expresión particular de la política italiana y como un freno a las tendencias revolucionarias socialistas, es decir, un aliado, más o menos bru-tal y poco presentable, de quienes defendían el statu quo. Pero el surgimiento del nazismo como expresión alemana del totalitarismo, acompañado del mismo culto por la violencia y su añadido de superioridad racial, puso en movimiento nuevos y más oscuros planteamientos. Los sectores marxistas vieron desde el inicio una amenaza en ambos postulados, una “coacción directa a la revolución socialista y la carta desesperada de la burguesía para mantener el sistema”39.

Volviendo a nuestro tema central, 1933 fue el fin del experimento de la República de Weimar y la entrada en una sistemática institucionalización de la violencia, donde la militarización de la sociedad alemana jugó a favor de la violencia política y racial conducida por Hitler40. Una política de guerra y genocidio, que persiguió a los sectores de izquierda, a los judíos, a los extranjeros, a los opositores al régimen, etc. Esta violencia desde el Estado policial configuró la

dictadura nazi que llevaría a la guerra41. Tal como los sobrevivientes de la Segunda Guerra y las fuerzas anti-

nazis y antifascistas señalarían después de 1945, dentro del establishment europeo (particularmente británico) se dio una incauta y oportunista mirada de optimismo en torno a la proyección del régimen de Hitler42. Se sabía de la violencia nazi antes de su llegada al poder y de su continuidad, pero se creía que ésta era propia de Alemania, que no saldría de sus fronte-ras. En 1931, el editor del Frankfurter Zeitung Wolf von Dewall apuntó que el movimiento nazi no era una amenaza para la paz, toda vez que el objetivo de Hitler y sus seguidores era destruir ‘solamente’ la democracia43.

Al mismo tiempo, tal vez observado su propio interés económico de negociar con todos, dentro de una parte de la élite británica, la situación de Alemania fue vista con un rechazo a la violencia, pero no a los negocios. Como ejemplo de este realismo y pragmatismo británico se puede señalar que en 1933 en el debate dado en torno al “Nuevo Régimen en Alemania”, el argumento sonaba más o menos así: “Creo que es importante no repetir el error que se hizo en el caso de Italia.

Rieron del fascismo y ahora, doce años después, estamos negociando

39. Leon Trotsky, La lucha contra el fascismo. El proletariado y la revolución (Barcelona: Editorial Fontamara, 1980 [1930-1940]). Se omite aquí el análisis de la caracterización hecha sobre estos sectores, pues superaría en mucho los límites de este trabajo.

40. Richard Bessel, Alemania 1945. De la Guerra a la Paz (Barcelona: Ediciones B, 2009),14-16. Puede señalarse que uno y quizá el mayor fracaso de la República de Weimar fue su incapacidad de desmilitarizar la sociedad de posguerra.

41. Ian Kershaw, “Hitler and the Uniqueness”, 239-254; Richard Evans, El III Reich en el poder (Bar-celona: Península, 2005).

42. Tony Judt, Postguerra: una historia de Europa desde 1945 (Madrid: Taurus, 2006), 106.

43. Wolf Von Dewall, “The National Socialist Movement in Germany” ia 10: 1 (1931): 4-20.

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con Mussolini en íntimos términos. Tenemos que aceptar la situación creada en Alemania

el 5 de marzo de 1933, ha llegado para quedarse. […]. Es cierto que los comunistas no exis-

ten, los socialistas han sido arrastrados a la sumisión y el centro político es muy sombrío,

[…]. Las actividades del nuevo régimen han sido hasta ahora principalmente destructivas.

El sistema ha sido barrido, los comunistas han sido suprimidos, los socialistas han sido

temporalmente inactivados, los judíos han sido aterrorizados, los extranjeros han amena-

zado y como resultado, se agitan países extranjeros. El registro constructivo hasta ahora es

pequeño, pero en su política de regeneración el régimen actual ha respaldado y reafirmó la

campaña de pureza que Herr von Papen comenzó en el verano del año pasado” 44.

Vale la pena señalar que sólo algunos de los presentes en el debate manifestaron oposición a la mirada optimista45. No se debe olvidar que las ideas fascistas y nazis también contaron con seguidores dentro de los países que luego se enfrentarían militarmente a los regímenes de Mussolini y Hitler. Sin embargo, los optimismos se fueron derrumbando, y ya para 1936 el pesimismo estaba presente en una de las mentes más lucidas de la academia británica de esos años, Arnold Toynbee, quien observó las consecuencias de un imperialismo británico incapaz de entender cómo colaborar con la paz, debido a lo que él definió como la sicología del hombre de las cavernas, refiriéndose a las discusiones del Parlamento.

Según Toynbee, para que Gran Bretaña colaborara con la mantención de la paz y el esta-blecimiento de controles internacionales, se debía modificar la política colonial (siguiendo una propuesta “pacifista” de Lansbury) y transferir las soberanías a los Estados nacionales con pretensiones de independencia, entre otros puntos. Quizá el planteamiento de Toynbee no habría reducido los apetitos que causaron la guerra, pero lo que sí estaba claro era en que Italia, Alemania y Japón tenían intereses imperialistas que debían ser controlados. En su opinión, bastaba con que Japón y otro país Europeo se aliaran en una ofensiva militar para impactar fuertemente los dominios Británicos y por ende la paz:

“El Imperio británico podría ser roto cualquier día por un ataque concertado de Japón

en liga con cualquier potencia europea continental […].

Una posible alternativa mucho más factible y muchísimo

más respetable es la política de Sr. Lansbury de pacifismo

ligada a una renuncia de nuestras actuales grandes posesio-

nes coloniales […].

Sin embargo, sin la política de renuncia del Sr. Lansbury, no

podemos tener su política del pacifismo. Un imperio que insiste

en aferrase a una cuarta parte de la superficie terrestre del

44. John Wheeler-Bennett, “The New Regime in Germany” ia 12: 3 (Mayo, 1933): 321.

45. Como ejemplo de la relativa confianza en Hitler está además Hubert Renfro Knickerbocker, “The Danger of War in Europe” ia 13: 4 (1934): 463-489.

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mundo —y poniendo paredes arancelarias y embargos de inmigración— no puede

al mismo tiempo decidir no luchar. La decisión recae en otros, y sin duda decidirán

tomar los riesgos que implica tener una oportunidad por capturar este gran botín” 46.

Y la iniciativa comenzó a ser tomada por Hitler con una progresiva política de anexiones, que en 1938 llegó a la anexión (Anshluss) de Austria. El Anshluss, expresado ya en 1931 y con-firmado como objetivo por los nazis, significó el anuncio de lo que se acercaba. Y tal como en 1931, Moritz Bonn de la Handels-Hochsschule de Berlín había previsto, dentro de los gobiernos Europeos occidentales “nadie tuvo el valor moral para oponerse”47.

En 1939 las cosas ya estaban claras en algunos sectores. El mismo mes de la agresión e inva-sión a Polonia, el intelectual e historiador inglés Robert Ensor declaraba ante el auditorio sus críticas a quienes pensaban que el autor de Mein Kampf no era ninguna amenaza mundial:

“El nuevo Imperio Alemán estará fuertemente posicionado, tan poblado, tan rico en

todo recurso y tan autosuficiente, tan poderoso en toda forma, que

ninguna otra nación podrá oponerse a él. Yo he oído a gente ilusa

apuntar que al menos Gran Bretaña podrá salvar su imperio con su

fuerza naval. Ellos olvidan […]. Que un impenetrable bloqueo conti-

nental […] no permitirá por mucho tiempo que la isla (Gran Bretaña)

gobierne los mares o gobierne cualquier otra cosa. […].

Mein Kampf es un libro loco, y al mismo tiempo, tengo que decirlo,

extremadamente poderoso […].

Bien, no me gusta Hitler y francamente pienso que es un peligro

para el mundo” 48.

El peligro se hizo realidad al mes siguiente de publicada la intervención de Ensor: Alemania invadía Polonia, y el 3 de septiembre Gran Bretaña y Francia declaraban la guerra a Alemania. En los siguientes meses las luces de Europa se volverían a apagar49 y Churchill no tendría “nada más que ofrecer esfuerzo, lágrimas, sudor y sangre”50. Paradójicamente muchas de las esperanzas o ideas para impedir nuevas guerras, expresadas después de la Primera Guerra Mundial, sólo tomarían forma después de una nueva masacre.

46. Arnold Toynbee, “Peaceful Change or War? The Next Stage in the International Crisis”, ia 15: 1 (1936): 32.

47. Moritz Bonn, “The Austro-German Customs Union”, ia 10: 4 (1931): 460.

48. Robert Charles Kirkwood Ensor, “Mein Kampf and Europe”, ia 18: 4 (1939): 487. Robert Ensor fue un importante intelectual británico autor, entre otros trabajos, del volumen xiv de la Oxford History of England, 1870-1914. Además de his-toriador, se dedicó al periodismo trabajando el The Manchester Guardian y el Daily News.

49. Se hace una paráfrasis a Edward Grey (ministro de asuntos exteriores de Gran Bretaña) que al iniciarse la Primera Guerra Mundial señaló “las lámparas se apagan en toda Europa”. Citado en Eric Hobsbawm, Historia del Siglo XX, 20.

50. “Discurso de Churchill a la Cámara de los Comunes, 13 de mayo de 1940”, The Churchill Society (Londres) http://www.churchill-society-london.org.uk/BdTlTrsS.html

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Ilusiones y cegueras: miradas sobre Europa entre 1922 y 1939 desde el Royal Institute of International Affairs

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CoNClusióN

Como se ha visto, dentro de sectores académicos Europeos en general y británicos en par-ticular, el período comprendido entre el fin de la Primera Guerra Mundial y la víspera de la Segunda estuvo caracterizado por un conjunto de ideas en torno a la posibilidad de lograr impedir nuevos conflictos. Estas ideas optimistas dependían de una serie de condiciones que parecían posibles durante la década de 1920.

Al iniciarse los años treinta las miradas optimistas se enfrentaron a nuevas condiciones como la crisis económica mundial y el ascenso del nazismo en Alemania. En un principio, el nuevo régi-men gozó de algunas simpatías, particularmente ligadas a la oferta de ‘orden’ que se planteaba frente al temor de la revolución socialista de corte soviético y al ‘pragmatismo’ comercial.

Desde 1936 es claro el pesimismo en torno al futuro de Europa, y después del Anschluss de 1938 existían, dentro del mundo intelectual, diagnósticos oscuros y acertados sobre el retorno a la violencia y a la guerra (destacan entre aquellos la ideas de Toynbee). Aun así, por lo menos dentro del Reino Unido parece haber existido un sector que no fue capaz de reconocer o aceptar que las intensiones de Hitler iban más allá de sólo “destruir” la democracia Alemana o mejorar la situación económica dentro de su lebensraum.

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The paradoxes of interdisciplinarity: the Annales, between History and the Social Sciences

aBstraCt

The analysis in this article emerges from the

encounter between a general reflection on the

shared epistemology of the Social Sciences and the

examination of a specific body of work, in this case

a reading of the journal Annales. The article offers a

criticism of disciplinary boundaries and explores a

contradiction that characterizes the Annales project.

On the one hand, the reading affirms that nothing,

in principal or practice, allows one to determine

the essential area or method of History, Sociol-

ogy, Anthropology, or Geography as autonomous

disciplines. On the other, the authors of the Annales

were known for their strong commitment to the

discipline of History, and one can conclude that they

did little to breakdown disciplinary divisions.

Key Words

Interdisciplinary, Annales, History, Social Sciences,

methodology, espitemology.

Las paradojas de la interdisciplinaridad: Annales, entre la Historia y las Ciencias Sociales

resumeN

El análisis que se presenta en este artículo surge

del encuentro entre una reflexión general sobre la

epistemología compartida de las Ciencias Sociales

y el examen de un corpus específico, elaborado

a partir de una lectura de la revista Annales. Se

propone una crítica de las fronteras disciplinares

y se explora una contradicción que caracteriza

el proyecto de Annales. Por un lado, la lectura

puede servir como base para afirmar que nada

permite distinguir, en principio o en la práctica, lo

que sería un territorio o un método consustancial

a la historia, la sociología, la antropología o la

geografía como disciplinas autónomas. Por otro, los

redactores de Annales se han caracterizado por un

compromiso disciplinar muy fuerte con la Historia,

y se puede concluir que hicieron poco para poner

en entredicho las divisiones disciplinares.

palaBras Clave

Interdisciplinaridad, Annales, Historia, Ciencias

Sociales, metodología, epistemología.

Artículo recibido: 15

de Abril de 2011;

AprobAdo: 27 de julio de

2011; modificAdo: 16

de Agosto de 2011.

Profesor Asociado y director de la Maestría en Estudios Sociales de la Universidad del Rosario (Bogotá, Colombia). Doctor en Antropología Social e Histórica de la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales (París, Francia). Miembro del grupo de investigación Estudios sobre Identidad (Categoría A en Colciencias). Entre sus últimas publicaciones se encuentran: “¿Un etnógrafo entre los archivos?: propuesta para una especialización de conveniencia”, Revista Colombiana de Antropología 46: 2 (2010): 497-530; “Légalité de la domination coloniale dans le sud-est de l’Australie”, Droit et société 2 (2010): 409-430; “La (non)-assimilation des aborigènes dans la Nouvelle-Galles du Sud”, Le mouvement social 230 (2010): 99-125. [email protected]

Bastien Bosa

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Las paradojas de la interdisciplinaridad: Annales, entre la Historia y las Ciencias Sociales

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Las paradojas de la interdisciplinaridad: Annales, entre la Historia y las Ciencias SocialesÏ

Una disciplina Científica se define generalmente como un conjunto estructurado de saberes que sigue sus propias normas teóricas y prácticas para permitir el intercambio de conocimientos y expe-riencias entre sus investigadores. Tales normas definen unos límites o fronteras más allá de los cuales se ejercen, de manera diferente, otras competencias. Este artículo indaga sobre estos límites en el caso de la historia, la sociología, la geografía y la antropología a partir de la lectura de la revista Annales. Asimismo, busca poner en evidencia una paradoja: por un lado, el proyecto de Annales invita a cuestionar la legiti-midad del uso de la palabra “disciplina”, según la definición mencionada. De cierta forma, la lectura de la revista permite relativizar la “engañosa familiaridad” que caracteriza nuestras relaciones con estas disciplinas. Si bien su existencia parece evidente (puesto que existen facultades que tienen sus nombres, estudiantes que las estudian, profesores que las enseñan e investigadores que les dedican su vida), un examen cuidadoso indica que estas ciencias sociales aparecen en realidad como un campo muy indeter-minado, y que los argumentos que sirven como justificación a la división en disciplinas (cuando existen) son muy débiles. Y por otro lado, el proyecto interdisciplinar que representa Annales no evita ciertas contradicciones. A lo largo del texto se argumentará que al presentarse como un modo de relación entre prácticas científicas especializadas, la interdisciplinariedad constituye más un reconocimiento que un cuestionamiento de la existencia de las disciplinas como prácticas científicas independientes.

Este proyecto fue posible gracias a la digitalización integral de Annales en el portal Persee.fr1. La lectura de la revista se complementó con la consulta de las obras de los principales repre-sentantes de Annales y de una parte de la amplia bibliografía consagrada a la revista. El corpus está formado por tres tipos de artículos: 1) los que abordan el problema de la interdisciplinariedad de manera explícita; 2) los relativos a un tema específico a través del cual plantean el problema de la interdisciplinariedad; y 3) las reseñas críticas o los “homenajes”. Los primeros tienen la ventaja de abordar el problema de frente, pero hacen correr el riesgo de disociar la reflexión metodológica de las prácticas con-cretas de investigación (aunque las reflexiones epistemológicas en Annales

Ï Este artículo es resultado de una investigación sobre la unidad epistemológica de las Ciencias Sociales desarrollada en la línea “Etnografía y socio-historia” del grupo Estudios Sobre Identidad (Categoría A en Colciencias). No contó con fuentes específicas de financiación.

1. http://www.persee.fr/web/revues/home/prescript/revue/ahess

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nunca se limitan a un enfoque puramente filosófico). Los segundos permiten, al contrario, situar la reflexión metodológica en lo concreto, pero dejan a veces los problemas que nos interesan en un nivel implícito. Y los últimos tienen la ventaja de partir de una reflexión crítica sobre un trabajo concreto para proponer reflexiones epistemológicas más generales a propósito de las operaciones de investigación en las ciencias sociales.

Antes de desarrollar los argumentos centrales es importante detenerse en la naturaleza de las reflexiones presentadas. Éstas surgen del encuentro de una reflexión general sobre la epistemología compartida de las ciencias sociales, con el examen de un corpus específico elabo-rado a partir de una lectura meticulosa de la revista Annales entre 1929 y 2001. En este sentido, el artículo persigue simultáneamente dos objetivos paralelos. Reflexiona de manera crítica sobre la revista Annales y propone una visión más general sobre la interdisciplinariedad (lo que implica, al final, un distanciamiento parcial con la revista).

Ahora bien, cada uno de estos objetivos implica dificultades específicas. El primero (que consiste en postular una continuidad y en formular una crítica al proyecto de Annales) podría llevar a pen-sar que se asume como una certeza la existencia de la llamada “escuela de los Annales”. Ahora bien, como muchos autores lo han mostrado, esta escuela tenía precisamente por característica principal no serlo. Detrás de un mismo nombre se encontraban realidades y prácticas muy heterogéneas2. Así, existían diferencias profundas entre las generaciones (la de los fundadores, la de Braudel, la del “giro crítico”) y dentro de cada una de ellas (empezando por Bloch y Febvre). Estos últimos eran muy cons-cientes de estas diferencias y las asumían plenamente, como lo demuestran las reseñas que hacían de

sus publicaciones y en las cuales no escondían sus críticas3. Desde su origen, la revista expresaba su voluntad de no constituir un grupo cerrado (posiblemente para marcar su diferencia con la experiencia durkheimiana), reivindicando cierto grado de heterogeneidad, lo que implicaba incluso contradicciones. Sin embargo, el reconocimiento de estas diferencias no significa que no se puedan resaltar ciertas continuidades sobre algunos puntos específicos (la continuidad material de la revista, su ubicación en la Maison des Sciences de l’Homme, las trans-misiones entre maestros y alumnos, etc.).

La segunda dificultad está vinculada al hecho de que si bien es cierto que gran parte de los materiales que se analizan en este artículo proceden de la revista, la crítica radical de las separaciones disciplinarias en las cien-cias sociales nunca se formuló claramente allí. Por lo tanto, podría parecer que se incurre en un uso descontextualizado de los materiales o en reunir argumentos producidos en circunstancias muy diferentes para demostrar una tesis ajena a ellos. Además, existe aquí también un riesgo de inventar una

2. La famosa broma de François Furet ilustra claramente este punto: “¿La Escuela de los Annales? No sé lo que es, pero la encuentro todos los días en el ascensor”. Al respecto puede consultarse, Bernard Lepetit, “Peter Burke, The French historical Revolution. The Annales School, 1929-1989”, Annales. esc 46: 6 (1991): 1491. Todas las traducciones del francés al español que aparecen en el texto son del autor.

3. Por ejemplo Lucien Febvre acusaba a Bloch de “volver hacia lo esque-mático”. Lucien Febvre, “La société féodale: une synthèse critique”, Annales d’histoire sociale 3: 4 (1941): 121. Esto muestra que es posible que existan diferencias entre colegas, pero al mismo tiempo que se respeten profundamente.

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Las paradojas de la interdisciplinaridad: Annales, entre la Historia y las Ciencias Sociales

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coherencia imaginaria. Sin embargo, estos argumentos pierden su fuerza si se reconoce que el artículo no pretende ser ni una historia intelectual en el sen-tido clásico (tratando de dar cuenta del desarrollo de las ideas y argumentos en una escuela de pensamiento)4, ni una historia social de las ideas (inten-tando relacionar estas mismas ideas con su contexto de producción o revelar las coulisses detrás de la revista)5. Uno de los aportes del texto consiste preci-samente, a partir de un cuestionamiento propio, en agenciar y trabajar sobre argumentos escritos por autores vinculados a la revista, pero formulados, la mayor parte del tiempo, de manera aislada. En este sentido, se trata de propo-ner, a la vez con y contra Annales6, un argumento más general y original sobre la cuestión de las divisiones disciplinarias en las ciencias sociales.

Finalmente, una tercera dificultad tiene que ver con la articulación entre los dos puntos que se acaban de presentar. ¿Por qué no haber escrito dos artículos separados para abordar cada punto de manera más detallada? Precisamente porque la articulación de los dos argumentos específicos da una coherencia al argumento general. El hecho de apoyarse en Annales para denunciar el carác-ter arbitrario de distinciones habitualmente aceptadas como evidentes, antes de señalar una contradicción no resuelta en la revista, permite destacar con mayor fuerza la para-doja que constituye el punto de partida de este artículo. Se trata de reconocer, por una parte, la contribución central de los inspiradores de la revista para hacer de la historia una ciencia social, y por otra, destacar la dificultad para cuestionar las divisiones institucionalizadas. Incluso en una revista que propuso a la vez los argumentos intelectuales y la retórica para superar las viejas separaciones, nunca se dio el paso definitivo. En este sentido, espero que este texto no sea leído como una traición, sino como un acto de fidelidad con Annales7, sin confundirlo con la repetición (o el suivisme) o con la devoción.

bridge, por ser “incapaz de tomar la distancia necesaria con la historia que analiza y de no liberarse de los numerosos mitos sobre ella”. Richard Evans, “Cite ourselves!”, London review of books 31: 23 (2009): 12-14. Una de las dificultades de escribir sobre o a partir de los Anna-les viene precisamente de la impor-tancia de la revista en la disciplina. Para muchos historiadores, se trata de una especie de “vaca sagrada”, un emblema de la historiografía del siglo xx, al cual nadie puede tocar.

5. Sería demasiado largo hacer una lista de las obras o artículos, basados en distintas fuentes (tex-tos publicados, correspondencias, manuscritos, archivos personales, etc.), que responden a esta ambi-ción. El lector podrá consultar, entre otros, artículos publicados en Annales (André Burguière, Jacques Revel, Bronislaw Gere-mek), en Revue de Synthèse o en la revista Genèses (con contribu-ciones, en particular, de Marleen Wessel, Peter Schöttler, Bertrand Muller, Gérard Noiriel, etc.).

6. Sobre la idea de “pensar con y contra”, véase Gérard Noiriel, Penser avec, penser contre. Itinéraire d’un historien (París: Éditions Belin, 2003).

7. De manera irónica, se puede obser-var que todas las reorientaciones en la revista (ilustradas en particu-lar por los cambios de subtítulo o de director) se presentaban como una fidelidad al proyecto original y “al espíritu de Marc Bloch y Lucien Febvre”. Braudel escribía “Continuar, sin duda no es repetir” y Jacques Revel después de él: “Una fidelidad que nunca resulta mejor sino en la innovación, la voluntad de inscribir la continuidad y la coherencia del movimiento bajo la señal de una diferencia esencial”. Fernand Braudel, “Le dixième anniversaire de la mort de Lucien Febvre”, Annales. esc 21: 6 (1966): 1187 y Jacques Revel, “Histoire et sciences sociales: les paradigmes des Annales”, Annales. esc 34: 6 (1979): 1361.

4. Hubiera sido poco realista pretender dar cuenta, en un espacio tan limitado, de un objeto tan complejo de analizar. Los libros publicados sobre el tema indican la difi-cultad del ejercicio. Bernard Lepetit escribió por ejemplo una reseña asesina en contra de Peter Burke, uno de los principales historiógrafos de Annales: “Peter Burke, The French historical Revolu-tion. The Annales School, 1929-1989”, Annales. esc 46: 6 (1991):1490-1491. De manera irónica, incluso los propios historiadores de Annales recibieron críticas duras sobre sus tentativas de (auto)historiografía. Por ejemplo, el libro de André Burguière, miembro histórico del equipo directivo de la revista, (La escuela de Los Annales. Una historia intelectual (Valencia: Publicacions de la Universitat de Valencia, 2009)), fue dura-mente criticado por Richard Evans, profesor en Cam-

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Para el propósito de este artículo, el argumento general es el siguiente. Si bien es cierto que los principales representantes de la escuela de los Annales defendieron y practicaron con-cepciones distintas de las ciencias sociales y del oficio de historiador (de la microhistoria a la historia serial, del estructuralismo al pragmatismo, etc.), podemos resaltar una tensión perma-nente a lo largo de los ochenta años de existencia de la revista. Por un lado, Annales siempre ha defendido una apertura de las ciencias sociales (aunque desde concepciones distintas) y, por el otro, ha reivindicado la voluntad de conservar la historia como una disciplina autónoma, sin que haya tampoco un acuerdo sobre la definición de la misma.

1. lÍNeas divisorias eN las CieNCias soCiales

El primer objetivo del artículo consiste en presentar las fuertes críticas que se han dado desde Annales a las divisiones entre las distintas disciplinas sociales. ¿Existe una “contribución

particular” o una “vocación distinta” del conocimiento histórico, socio-lógico, antropológico o geográfico?8 ¿Existen criterios epistemológicos que permitan justificar la existencia separada de estas disciplinas? Todo parece indicar que no.

1.1. el pasado

Un primer criterio, generalmente utilizado para distinguir la historia de las otras ciencias sociales, se refiere a la distinción entre pasado y pre-sente. La esencia de la historia estaría ligada al pasado, mientras que la sociología y la antropología limitarían su análisis a hechos estrictamente contemporáneos. Sin embargo, muchos autores, en particular vinculados a la escuela de Annales, han mostrado que esta distinción no podría justifi-car la existencia de disciplinas diferentes, destacando la compenetración que existe entre la historia y el tiempo presente. La primera idea central es que el investigador escribe siempre desde su presente, independien-temente de la distancia temporal respecto a su objeto de investigación. Esto quiere decir que la interrogación sobre el presente y el conocimiento del mundo contemporáneo son indispensables para la interpretación de las realidades pasadas. Los consejos paradójicos de Lucien Febvre a sus estudiantes —que nunca fueron cuestionados por sus sucesores— ilustran perfectamente esta idea: “Para hacer historia hay que volver resuelta-mente la espalda al pasado: primero vivir. Mezclarse con la vida”9.

8. Habría sido importante incluir también la economía en esta reflexión en la medida en que esta disciplina fue por cerca de cuarenta años el gran lugar de diálogo de los historiadores de Annales con las ciencias sociales. No se hizo por dos razones: la primera, porque la economía como disciplina se ha alejado de las otras ciencias sociales, al menos desde la década de 1980. La segunda tiene que ver con la incompetencia del autor en la materia (lo cual refleja el primer punto, pues su período de formación se da en un contexto de ausencia casi total de diálogo, o incluso de ignorancia recíproca, con los economistas).

9. Lucien Febvre, “Propos d’initia-tion: vivre l’histoire”, Mélanges d’histoire sociale 3 (1943): 5-18. Marrou insistía igualmente en la importancia de las experien-cias vividas por el historiador: “Cuanto más sea inteligente, cultivado, rico de experien-cia vivida, abierto a todos los valores del hombre, tanto más su conocimiento será susceptible de riqueza y de verdad”. Henri-Irénée Marrou, De la connaissance historique (París: Éditions du Seuil, 1954), 259.

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De manera reciproca, aquellos que llamamos hoy sociólogos o antropólogos difícilmente pueden dejar de lado la dimensión histórica de sus objetos de investigación. Un investigador que se limite a lo que Braudel llamaba “el tramo tan fino del tiempo actual”10, tendría una com-prensión muy pobre del mundo social. ¿Cómo estudiar problemas sociales sin interesarse por los procesos que los generaron? ¿Cómo describir nuestros objetos de estudio sin ponerlos en contexto, es decir, sin reflexionar sobre las condiciones históricas que explican su evolución y sus formas actuales? En este sentido, Annales hizo una contribución importante: invitar los autores de todas las disciplinas sociales a (re)descubrir la historicidad de sus objetos de estudio y combatir los enfoques puramente actualistas. Contra la idea según la cual el presente tendría una especie de privilegio de autointeligibilidad, se trataba de mostrar que los elementos de contexto no constituyen una simple “decoración”, sino aportes indispensables para la com-prensión incluso de los problemas más contemporáneos.

Ahora bien, es importante resaltar que Annales no fue ni el primero el único en poner en relieve este doble argumento contra la tentación de atrincherarse o en el pasado o en el pre-sente. La idea según la cual “lo muerto toma lo vivo” —en el sentido en que las personas y fenómenos actuales están constituidos por una “historia incorporada, pero olvidada y hecha naturaleza”— había sido claramente expuesta por lo menos desde Durkheim, y tuvo un papel central en las investigaciones de autores como Elías o Bourdieu11. Del mismo modo, Benedetto Croce había ya formulado en 1914 que “toda historia es contemporánea”. Es innegable, sin embargo, que a lo largo de sus ochenta años, Annales ha sido un agente activo en subrayar los vínculos íntimos que unen el pasado y el presente y en procurar, para retomar una expresión de Marc Bloch, “unir el estudio de los muertos con el de los vivos”12.

1.2. el tiempo

Si la oposición pasado/presente es relativamente fácil de descartar para justificar la singularidad de la historia como disciplina, otra concep-ción “más sofisticada” hace hincapié en la exploración de los mecanismos temporales. Más allá de la oposición entre pasado y presente, la historia sería así la “ciencia del tiempo”. Probablemente fue Fernand Braudel quien más insistió en la necesidad de agenciar temporalidades diversas, definiendo la historia como “este múltiple empuje, este incesante peso del tiempo, este incesante paso de las realidades sociales”13. Pero esta insisten-cia no justificaba tampoco un monopolio de la historia, como disciplina, sobre la dimensión temporal de las realidades. Como lo mostró bien el

10. Fernand Braudel, “La géographie face aux sciences humaines”, Annales 6: 4 (1951): 485-492.

11. Sobre los conceptos de ‘historia incorporada’ e ‘historia reificada’ puede verse el trabajo de Pierre Bourdieu, El sentido práctico (Buenos aires: Siglo xxi, 2007 [1980]) y la crítica de Norbert Elias, “El retraimiento de los sociólogos en el presente”, en Conocimiento y Poder (Madrid: La Piqueta, 1994 [1983]).

12. Marc Bloch, Apologie pour l’his-toire ou métier d’historien (París: A. Colin, 1952), 15.

13. Fernand Braudel, “Georges Gurvitch ou la discontinuité du social”, Annales. esc 8: 3 (1953): 347-361.

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propio Braudel, la duración se impone en realidad a todos los fenómenos sociales y, por consi-guiente, la reflexión sobre la pluralidad del tiempo podría incluirse en todas las investigaciones que pretenden dar cuenta de hechos inscritos en un contexto social singular, pasado o actual14.

De alguna manera, como lo reconocía el antropólogo Marc Augé en Annales, un orden empírico es necesariamente, al mismo tiempo, un orden diacrónico15. Esto quiere decir que el

investigador siempre tiene la opción de ubicar sus objetos de investigación en múltiples contextos que se superponen los unos a los otros (siguiendo, por ejemplo, la famosa distinción tripartita propuesta por Braudel entre larga, media y corta duraciones16). En este sentido, la insistencia sobre la pluralidad de los tiempos sociales como posibilidad de experimentación no fue solamente una contribución para los historiadores, sino para el conjunto de los científicos sociales17. Si bien muchos investigadores socia-les (en particular los que no recibieron una formación de historiador) no han incorporado estas reflexiones en sus trabajos, no es porque sus obje-tos podrían “escapar” a la duración social, sino porque estas cuestiones no hacen parte de su habitus disciplinar. Precisamente por esta razón sería absurdo considerar la reflexión sobre los tiempos múltiples y contradicto-rios de la vida humana como un criterio legítimo para separar la historia de las otras disciplinas sociales.

1.3. formas de temporalidades

Un tercer criterio utilizado habitualmente para justificar la división de las ciencias sociales remite a las diferencias que habría en la “intui-ción del tiempo” de cada disciplina. En este sentido, una oposición clásica está basada en el criterio continuidad/discontinuidad. La historia se pre-senta a veces como discontinuista, al centrarse en “acontecimientos” (lo dramático, lo tenso, lo explosivo, lo dinámico), en comparación con la sociología que sería continuista, debido a su interés por las “instituciones”, las “estructuras” o los “roles sociales” (es decir, lo que aparece como esta-ble, preestablecido o estático). Una oposición alternativa se centra sobre el binomio diacronía/sincronía. Mientras que los historiadores serían especialistas en el estudio del cambio y los procesos de transformación, los sociólogos procederían al contrario por “corte” en la actualidad más fugaz, reconstituyendo “fotografías sociológicas”. Ahora bien, una breve mirada a la historia de Annales revela que si estas distinciones podían

14. Esta idea refuerza el primer punto sobre la no pertinencia de la divi-sión entre presente y pasado. Como lo decía Braudel, la historia se interesa tanto por el “tiempo que corre bajo nuestros ojos”, como por el “tiempo en movimiento del ayer”. Fernand Braudel, “Georges Gurvitch”, 359. Cabe resaltar también que un investigador cuyo trabajo se refiere al presente puede centrar su reflexión sobre la cues-tión del tiempo, mientras que otro que trabaja sobre el pasado puede dar un lugar totalmente marginal a este problema.

15. Marc Augé, “Ici et ailleurs: sorciers du Bocage et sorciers d’Afrique”, Annales. esc 34: 1 (1979): 74-84.

16. Fernand Braudel, “Histoire et Sciences sociales: La longue durée”, Annales. esc 13: 4 (1958): 725-753.

17. La reflexión sobre la complejidad del tiempo social es general-mente asociada a la segunda generación de Annales y a Brau-del. Sin embargo, esta cuestión había sido ya pensada por los fundadores, y en particular por Marc Bloch, quien definía el tiempo como “el plasma mismo en que se bañan los fenómenos” y como “el lugar de su inteligi-bilidad”. Marc Bloch, Apologie pour l’histoire, 5. Por otra parte, se puede considerar que la generación del “giro crítico” ha ampliado la reflexión de Braudel a través de la noción de “juegos de escalas”. Véase Jeux d’échelles. La micro-analyse à l’expérience, dir. Jacques Revel (París: Gallimard et Le Seuil, 1996).

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tener sentido al final del siglo xix, se volvieron falsas y artificiales. Cabe resaltar, por ejemplo, que Bloch y Febvre han precisamente construido su concepción del trabajo histórico en contra de la historia évènementielle, que insistía de manera casi exclusiva sobre los “acontecimientos” y los “cambios”18. Del mismo modo, los “analistas” de la generación de Braudel dieron, después de la Segunda Guerra Mundial, una dimensión central a los movimientos de larga duración y a lo que cambiaba lentamente, mien-tras lo “accidental” fue relegado al segundo plano19.

Durante este mismo período y en un movimiento contrario, varios “sociólogos” empezaron a hacer hincapié en la importancia del cambio social o en las pequeñas interacciones a escala de los individuos20. Según esta lógica, la oposición debería invertirse: sería la historia la que acentua-ría lo continuo y lo estable (a través del estudio de los hechos repetitivos y de las permanencias casi estructurales), mientras que la sociología haría énfasis en la discontinuidad. Sin embargo, no parece pertinente determi-nar cuál de estas dos versiones es errónea (lo cual equivaldría a buscar la “esencia” de cada disciplina). El problema es más bien el esfuerzo mismo para definir/reducir la historia, la sociología o la antropología a partir de un tiempo o una duración propios.

De manera irónica, esta imposibilidad de encontrar la temporalidad específica de cada disciplina puede ilustrarse por los cambios que se dieron posteriormente en la revista: uno de los aportes importantes del “giro crítico” consistió precisamente en poner en cuestión las aproxi-maciones cuantitativas y de larga duración que habían caracterizado los Annales después de la Segunda Guerra Mundial21. No se trataba de volver a la historiografía tradicional, pero sí de favorecer aproximaciones mucho más diversas (la microhistoria, la atención a las formas de la experien-cia, etc.) y de mostrar que las investigaciones sociales e históricas podían enriquecerse gracias a la articulación de miradas variadas (diacrónicas y sincrónicas, de larga o de corta duración, etc.).

1.4. el método CrÍtiCo

Una cuarta manera de diferenciar las disciplinas sociales tiene que ver con el uso del llamado “método crítico”. En esta lógica, la especificidad de los historiadores y su autoridad legítima estarían ligadas a un método particular,

18. Se puede resaltar por ejemplo la importancia de la noción de “estructura social” en el trabajo de Marc Bloch, en particular en La sociedad feudal (Madrid: Akal, 1987 [1939]), así como la definición de los sistemas culturales y de la noción de civilización en el tra-bajo de Lucien Febvre, en particu-lar en El problema de la incredulidad en el siglo xvi: la religión de Rabelais (México: Uthea, 1959 [1942]).

19. Fernand Braudel, La Méditerranée et le monde méditerranéen à l’époque de Philippe ii (París: Armand Colin, 1966).

20. Al respecto puede consultarse la corriente interaccionista desa-rrollada en Chicago, Erving Goff-man, “The Interaction Order”, American Sociological Review 48 (1983): 1-17, o la etnometodo-logía, Harold Garfinkel, Studies in ethnomethodology (Englewood Cliffs: Prentice-Hall, 1967).

21. Cabe resaltar que varias críticas se dieron antes del “giro crítico”, con-firmando así la existencia de dife-rencias intrageneracionales dentro de Annales. Annie Kriegel escribía por ejemplo de manera muy irónica: “La historia, que se ha con-vertido en sociología del pasado, no se interesa, ¡oh paradoja!, sino por lo continuo y lo estable. Renun-cia a aclarar los misterios de los cambios bruscos, de los mundos que se mueren, de las sociedades que se transforman; es decir de las convulsiones revolucionarias. O más bien bautiza revolución a toda clase de fenómenos —la revolución industrial, la revolución de la sen-sibilidad, etc.—, pero la Revolución francesa, la Revolución rusa o la Revolución china, representan pruritos superficiales por los cuales solamente las mujeres pueden inte-resarse.” Annie Kriegel, “Structura-lisme et histoire”, Annales. esc 19: 2 (1964): 374-375.

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centrado en el uso crítico del documento. Ahora bien, como se evidencia claramente a partir de la lectura de la revista, las normas de la crítica del testimonio pueden aplicarse al presente y al pasado y, por consiguiente, no deberían ser consideradas como un dominio reservado a la historia, sino como un bien común a todas las ciencias sociales. Dos ejemplos, situados en momentos distintos de la historia de la revista, permiten ilustrar este punto. El primer ejemplo se basa en el libro de Marc Bloch La Extraña Derrota. En este texto, el autor demuestra de manera muy práctica cómo las reglas del método crítico (sobre las cuales había escrito en particular en su libro el Oficio de Historiador) se pueden aplicar a una investigación sobre situaciones contemporáneas (en este caso, su propia experiencia de soldado durante la Segunda Guerra Mundial). La única diferencia radica en que la explicitación de las condiciones de producción de los textos se refiere, en un caso, a docu-mentos producidos sin intervención del investigador (pero descubiertos y seleccionados por él), y en otro, producidos en una investigación en la cual el investigador estaba implicado personalmente22. Otro ejemplo más reciente, el sociólogo Robert Castel, en un libro cuyo objeto cruzaba varios siglos, se pre-guntaba sobre su grado de conformidad con las exigencias de la metodología histórica. En su reseña del libro publicada en Annales, el historiador Bernard Lepetit le respondía: “No estoy seguro de que las exigencias del método histó-rico sean especialmente específicas”23.

1.5. la auseNCia de teorÍa

Otro argumento regularmente empleado para separar las ciencias sociales entre sí tiene que ver con el papel asignado a la teoría. En este escenario los historiadores se distanciarían del resto de las ciencias sociales por su supuesta “vocación empírica”24. Sin embargo, a lo largo sus ochenta años de existencia, Annales ha criticado esta oposición entre “empiristas” y “teoricistas”, vinculada a un estado anterior de las ciencias sociales (en el caso francés, al famoso debate de 1903). En este contexto, era posible diferenciar fácilmente una historiografía claramente “empi-rista” y una sociología de sobra “objetivista” e impersonal. Como lo mostró Gérard Noiriel, los primeros sociólogos eran profesores sin experiencia ni práctica de investigación, mientras que los historiadores aprendían a criticar documentos y no a manejar conceptos25. Estas oposiciones fueron

22. Marc Bloch. La extraña derrota (Barcelona: Crítica, 2003 [1940]). Sobre el trabajo de Marc Bloch como etnógrafo véase Florence Weber, “Métier d’historien, métier d’ethnographe”, Cahiers Marc Bloch 4 (1996): 6-24 y Bastien Bosa, “¿Una etnografía desde los archivos? Propuesta para una especialización de conveniencia”, Revista Colombiana de Antropología 46: 2 (2010): 497-530.

23. Robert Castel, Les métamorphoses de la question sociale (Fayard: París, 1995) y Bernard Lepetit. “Le travail de l’histoire (note critique à propos du livre de Robert Castel, Les méta-morphoses de la question sociale)”, Annales. hss 51: 3 (1996): 525-538.

24. Este rechazo de la conceptualiza-ción es presentado a veces como una debilidad de los historiadores (debido a la cual los historiadores serían “pobres seres reducidos al relato y a la descripción”). Pero algunos historiadores parecen presentar con orgullo su descon-fianza de los enfoques demasiado teóricos. Raymond Aron. “Pour ou contre une politicologie scien-tifique: Réponse”, Annales. esc 18: 3 (1963): 491.

25. Noiriel Gérard. “Pour une approche subjectiviste du social”, Annales. esc 44: 6 (1989): 1435-1459. Se podía también oponer una sociología de pretensión nomológica, por naturaleza anti-histórica, y una historia nomina-lista (haciendo hincapié en la sin-gularidad de las situaciones y en la imposibilidad de generalizar). En la misma lógica, se oponían clásicamente una sociología explicativa (es decir, que podía demostrar, gracias a la construc-ción de variables cuantificadas y al análisis de la causalidad) y una historia comprehensiva (centrada en lo singular y en la experiencia vivida y mucho más modesta en sus interpretaciones).

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revisadas a lo largo del siglo xx: los sueños de “gran teoría” y la ilusión empirista según la cual uno podría “describir sin conceptos” se esfumaron. Paradójicamente, estas dos posiciones opuestas aparecen hoy igualmente ingenuas y cientifistas. De nuevo, Annales no fue la única en poner en cuestión esta oposición o en afirmar que los problemas de la relación entre la teoría y los materiales empíricos eran los mismos en estudios sobre el pasado o sobre el presente. Sin embargo, me parece importante subrayar la continuidad con la que la revista, desde Febvre y Bloch hasta los últimos años, ha defendido la idea de que los historiadores recurren necesaria-mente a distintas formas de problematización y teorización cada vez que su trabajo va más allá del arte de comprobar las fechas o de la interpretación literal de los documentos26.

1.6. el espaCio

Una sexta línea divisoria está ligada a la consideración de las dimensio-nes espaciales en el estudio de las realidades humanas, lo cual diferenciaría la geografía de las otras ciencias sociales. Aunque esta dimensión no per-tenece formalmente al “campo disciplinar” de la revista, varios autores de Annales —desde Febvre hasta Lepetit, pasando por Braudel— se han apro-piado de ella27. Mostraron claramente que el “espacio” de los geógrafos no era en esencia distinto al del resto de los científicos sociales, de la misma manera que, como lo hemos visto, el “tiempo” de los historiadores no era específico de estos últimos. Se trataba de defender la idea según la cual nin-gún investigador en ciencias sociales podía abstraerse completamente de la dimensión espacial en sus análisis (de la misma manera que para la dimen-sión temporal). “Ningún grupo humano, ninguna sociedad humana sin apoyo territorial”, escribía Lucien Febvre28. Eso no significaba que la cues-tión del espacio debía aparecer como el eje central de toda investigación social. Era más bien una invitación para los investigadores a tener concien-cia de la posibilidad de utilizar el espacio como una dimensión adicional que permite la observación razonada29. Era una invitación para incorporar el punto de vista espacial, los mapas y los planos como herramientas de objetivación útiles en todo tipo de proyectos de investigación social.

1.7. las fueNtes o téCNiCas (los arChivos, la etNografÍa, la estadÍstiCa)Un último criterio central para diferenciar las ciencias sociales se

refiere a los materiales que los investigadores movilizan en sus análi-sis, así como a las metodologías que emplean para recolectarlos. En esta

26. Jean-Claude Passeron, Le Raison-nement sociologique. L’espace non-poppérien du raisonnement naturel (París: Nathan, 1991); Bernard Lepetit, “Le travail de l’histoire”, 525-538.

27. Ver también: Étienne Juillard, “La géographie volontaire, une recherche interdisciplinaire”, Annales. esc 15: 5 (1960): 927-935. La cercanía entre historia y geo-grafía en el sistema de enseñanza francés facilitó probablemente esta incursión.

28. Lucien Febvre, La terre et l’évolution humaine, Introduction géographique à l’histoire (París: Édi-tions Albin Michel, 1949), 45. Al mismo tiempo parecía problemá-tico definir una disciplina social solamente a partir de una técnica (en este caso la cartografía) o de un objeto (el espacio). Existe un riesgo grande de reducir el mundo social a una sola de sus dimensiones, centrando por ejemplo la reflexión en torno a una abstracción unidimensional, el homo geographicus (pariente del homo economicus). Fernand Braudel, “La géographie face aux sciences humaines”, Annales 6 (1951): 485-492.

29. Lepetit Bernard. “Espace et histoire”, 1187-1191.

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perspectiva, los historiadores tendrían el monopolio de una documentación de un tipo parti-cular —los archivos— y su trabajo consistiría esencialmente en la recopilación y la explotación de los documentos del pasado. Por su parte, los antropólogos se caracterizarían por una téc-nica específica —la etnografía—, que corresponde al uso de entrevistas y observaciones en el marco de un trabajo de terreno de larga duración. Finalmente, en una visión tradicional, las

herramientas estadísticas y la construcción de variables cuantificadas pertenecerían a la sociología30.

De nuevo, aunque de manera menos explícita, la lectura de Annales nos ayuda a tomar distancia crítica de esta definición de las disciplinas basada en sus fuentes y métodos (el antropólogo que da cuenta de una experien-cia de terreno, el historiador exhibiendo sus documentos y el sociólogo que analiza estadísticas). Una lectura atenta de la revista permite encon-trar varios argumentos que defienden la idea de que estos distintos tipos de materiales representan, cada uno, una fuente posible entre otras, a dis-posición de todos los investigadores sociales.

Por una parte, como ya se ha mencionado, varios textos han resal-tado el carácter artificial de la oposición entre fuentes orales y escritas que se ha empleado para marcar una diferencia disciplinar. Si de manera tradicional los historiadores han privilegiado, con cierto grado de feti-chización, el documento escrito, ningún argumento lógico justifica esta situación31. De manera recíproca, los antropólogos, que aparecían como especialistas de los “pueblos sin escritura” (y, por lo tanto, sin fuentes escritas) pensaban que los archivos no formaban parte de su universo. Sin embargo, el problema no venía tanto de la ausencia de fuentes como de la ausencia de curiosidad de los investigadores. Numerosos documentos (en particular los archivos coloniales) fueron totalmente ignorados durante mucho tiempo, a pesar de su evidente pertinencia. Se recordará, por ejem-plo, que desde el primer número de la revista, Bloch y Febvre condenaban la falsa oposición entre las sociedades “pensadas como civilizadas” y las que “a falta de mejores palabras, tenemos que calificar de ‘primitivas’ o de exóticas”32. Por otra parte, es importante resaltar que la utilización de métodos cuantitativos no presenta ninguna diferencia de naturaleza cuando la investigación se refiere al presente o al pasado: en un caso como en otro, los investigadores deben enfrentar los mismos problemas, con-ceptos o preguntas33.

30. En esta perspectiva, la geografía se definiría también por la car-tografía.

31. Las numerosas reflexiones sobre la historia oral han demostrado en particular que la actividad crítica podía ejercerse sobre las fuentes orales como sobre cualquier otro testimonio. Ver, por ejemplo, Danièle Hanet y Dominique Aron-Schnapper, “D’Hérodote au magnétophone: sources orales et archives orales”, Annales. esc 35: 1 (1980): 183-199 y el trabajo ya mencionado de Marc Bloch, La Extraña Derrota.

32. Marc Bloch, Lucien Febvre, “À nos lecteurs”. Annales d’histoire économique et sociale 1: 1 (1929): 1-2. En este sentido, otra falsa dicotomía que sirve de justi-ficación para diferenciar la antropología de las otras ciencias sociales es la oposición concep-tual que divide la humanidad en dos grupos: “tradicionales” y “modernos”. Aunque la revista Annales ha participado de manera marginal en estos debates, siem-pre ha defendido el hecho de que todas las sociedades humanas (contemporáneas o del pasado) son igualmente históricas, lo cual implica que el conocimiento empírico no se diferencia lógica-mente según el tipo de socieda-des: pueden aplicarse los mismos métodos sin que importe la distancia que separa el investiga-dor y la sociedad estudiada.

33. François Furet, “Histoire quantitative et construction du fait historique”, Annales. esc 26: 1 (1971): 63-75.

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De manera general, se puede sostener que de la lectura de Annales surge una lección —aunque nunca formulada de manera explícita— según la cual los investigadores en ciencias sociales no pueden avanzar si no aceptan que las fuentes se caracterizan por una elasticidad extraordinaria y casi ilimitada, y que no pueden ser éstas las que definen la problemática, sino al contrario: la problemática define y orienta la búsqueda de fuentes. Igualmente, la lectura de Annales ayuda a entender que ninguno de los criterios presentados aquí permite establecer un fundamento consensual y satisfactorio para la división entre las disciplinas sociales. Permite reconocer que, como lo decía Paul Veyne, la división en “sectas” que caracteriza el espacio de las ciencias sociales es de origen extracientífico34. En la medida en que nada permite distinguir, en principio o en la práctica, lo que sería un territorio o un método consustancial a una de ellas, parece lógico que ni la sociología, ni la antropología, ni la historia ni la geografía deberían reco-nocerse como “disciplinas”, en el sentido previamente definido.

2. historia de los aCerCamieNtos y aleJamieNtos eNtre las disCipliNas soCiales

En esta segunda parte del artículo se hará énfasis en una paradoja fundamental que caracte-riza el proyecto Annales. Es incuestionable que éste fue construido sobre una confrontación entre la historia y las ciencias sociales. Al mismo tiempo, su contribución directa para una integración o incluso una reorganización disciplinaria en las ciencias sociales fue, de cierto modo, muy limi-tada. Para entender esta paradoja es indispensable interrogarse sobre dos grandes concepciones de la interdisciplinariedad que se aplicaron o se defendieron durante el siglo xx en Francia.

2.1. primer movimieNto: la uNidad por sometimieNto

Para este propósito, es necesario volver a Émile Durkheim y sus discípulos, quienes propu-sieron el primer programa de integración de las ciencias sociales a finales del siglo xix35. Aunque la sociología era muy minoritaria en este entonces, proponían una reorganización radical del campo de las ciencias sociales, en torno a un método que sería común a todas las disciplinas. Para Durkheim, la oposición entre sociología e historia (la antropología tal como la conocemos hoy no existía) no tenía sentido y estas dos disciplinas debían fundirse en un mismo proyecto. El primer número de L’Année sociologique, publicado en 1896, era muy claro en relación con este tema: “La Historia no puede ser una ciencia sino en la medida en que explica y no se puede explicar sino comparando […] Ahora bien en cuanto compara, la Historia se vuelve indistinta de la Sociología”36.

La fuerza científica de los argumentos de la escuela durkheimiana logró impresionar (para no decir convencer), pero su proyecto estaba llamado a fracasar por razones “diplomáticas”. En efecto, su propuesta implicaba lo

34. Citado en Raymond Aron, “Com-ment l’historien écrit l’épistémo-logie: à propos du livre de Paul Veyne”, Annales 26: 6 (1971): 1334.

35. Este primer momento cubre el periodo que va desde finales del siglo xix hasta 1930.

36. Emile Durkheim, “Prefacio”, l’An-née sociologique 1 (1896-1897): ii.

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que se podría llamar una unidad por sometimiento. Se trataba de afirmar la superioridad abso-luta, el “reino” de una disciplina particular (la sociología), cuyo papel sería federar (o quizá más bien anexar) las otras (y en particular la historia). El sueño de una ciencia social unificada era, en ese caso, inseparable de una estrategia de hegemonía.

La polémica de 1903 entre Simiand y Seignobos es una buena ilustración de esta con-frontación. Siguiendo a Durkheim, Simiand insistía claramente no solamente sobre la posibilidad, sino también sobre la necesidad de una convergencia entre las ciencias socia-les. Este interrogante se definía a partir de una unidad de método para producir objetos de estudio comparables a partir de normas homólogas. Sin embargo, la violencia de su argu-mentación en contra del empirismo de los historiadores tradicionales imposibilitaba esta convergencia en la práctica. Para la gran mayoría de los historiadores contemporáneos de Simiand, se trataba más de una invitación al combate que de una solicitud de colabo-ración37. En este contexto, era imposible hacerse aceptar por las otras disciplinas con un discurso que pretendía acabar con ellas.

2.2. seguNdo movimieNto: la primera geNeraCióN de annales

El segundo momento de acercamiento interdisciplinario en el seno de las ciencias sociales francesas se produjo alrededor de 1930. Esta vez, la reorganización de las ciencias sociales no se hacía a favor de la sociolo-gía, sino de la historia38. Dos historiadores, Marc Bloch y Lucien Febvre, fundaron en 1929 una revista, en un principio marginal y luego progresi-vamente reconocida, cuya característica principal consistió en defender la “apertura” del trabajo intelectual (le décloisonnement). Annales se defi-nía desde el principio como “una revista que pretende no rodearse con murallas”. Existía una continuidad fuerte con el período anterior. Febvre y Bloch reconocían que Durkheim había sido para ellos un maestro (indis-cutiblemente, en la polémica de 1903 habían estado más de su lado y del de Simiand que del de Seignobos) y recordaban regularmente su deuda frente a la revista de Durkheim, l’Année Sociologique, que fue, “entre 1900 y 1910, una de nuestras mejores maestras de pensamiento”39.

Gran parte de los “combates” de Bloch y Febvre retomaban los obje-tivos de unificación de las ciencias sociales popularizados por Durkheim. Marc Bloch escribió en 1934: “El sociólogo, el historiador, soy de los que, entre estos dos nombres, no ven ningún abismo”40. Para él y para Febvre, no solamente la historia tenía que salir de su aislamiento disciplinario,

37. François Simiand, “Méthode historique et science sociale”, Revue de synthèse historique 6: 16 (1903): 1-22. No obstante, la situa-ción habría podido ser diferente. Fustel de Coulanges escribía por ejemplo en 1889: “Se inventó desde hace unos años la palabra ‘sociología’. La palabra ‘historia’ tenía el mismo sentido y decía la misma cosa, al menos para los que la entendían bien. La his-toria es la ciencia de los hechos sociales, por lo tanto la sociología misma”. Fustel de Coulanges, Histoire des institutions politiques de l’ancienne France: l’alleu et le domaine rural (París, 1889), iv-v.

38. La escuela durkheimiana había sido destruida en gran parte por la Primera Guerra Mundial.

39. Lucien Febvre, “Débats autour de la sociologie”, Annales. esc 9: 4 (1954): 524-526.

40. Marc Bloch, “Le salaire et les fluctuations économique à lon-gue période”, Revue Historique 173 (1934): 4.

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sino que además era importante defender la unidad del mundo social más allá de los distintos enfoques que lo tomaban como objeto. Igualmente, la idea de una historia-problema, central en el proyecto de Febvre y Bloch, fue en gran medida una adaptación de la idea de “construcción del objeto” desarrollada por Durkheim41. En cualquier caso, las contribuciones de la sociología durkheimiena son indispensables para entender las duras críticas que formuló Annales contra la historia tradicional: ignorante de las interrogaciones y métodos de las otras ciencias sociales y obsesionada por los “acontecimientos”.

2.2.1. CoNtra seigNoBos, pero No del todo CoN durKheim…Al mismo tiempo sería un error considerar Annales solamente como una continuidad del

proyecto durkheimiano. En efecto, si Bloch y Febvre compartían con Simiand el rechazo a los historiadores tradicionales, la gran diferencia es que los primeros tenían como objetivo prin-cipal ser reconocidos por la comunidad de los historiadores. En este sentido, debían mantener cierta distancia con el proyecto de Durkheim, y esto en dos niveles.

Primero, en un nivel propiamente intelectual, Bloch y Febvre criticaban lo que llamaban el “dogmatismo de Durkheim”, tal como aparecía en sus obras más teóricas42. Las investigaciones de Bloch y Febvre eran, en efecto, mucho más empíricas y más flexibles que las de Durkheim y sus alumnos (ellos insistían mucho más, por ejemplo, en la necesidad de una lógica de expo-sición impecable o de una definición estricta del objeto y centraban su reflexión sobre el trabajo teórico y la exigencia de un carácter científico en un sentido positivo)43. El segundo nivel, quizá más central aún, estaba vinculado con el rechazo de las “tentaciones anexionistas” de los soció-logos. La ambivalencia que caracterizaba la relación de Febvre y Bloch frente a la sociología durkheimiana se explica, en gran parte, por el hecho de que estaban seducidos por su proyecto intelectual, pero asustados por su imperialismo:

“La posición de Durkheim nos parecía pretenciosa frente a las otras

ciencias sociales, temeraria, dado el estado real y aún muy poco avan-

zado de las investigaciones sociológicas y, para ser claro, un poco

imperialista. Y las palabras de uno de sus amigos, durante la discusión,

nos parecían chocantes: ¿Por qué diablos estudian la historia?”44.

2.2.2. uNa iNterdisCipliNariedad flexiBle y paradóJiCa

La diferencia de contexto explica por qué el tipo de interdisciplinarie-dad defendido por Annales difería en gran parte del proyecto de Durkheim.

41. Gérard Noiriel, “Pour une approche subjectiviste”, 1435-1459.

42. Véase André Burguière, “Histoire d’une histoire : la naissance des Annales”, Annales esc 34: 6 (1979): 1347-1359.

43. Jacques Revel muestra también una diferencia fundamental entre el proyecto de unifica-ción de las ciencias sociales que proponía Simiand y el de Bloch y Febvre: el primero insistía en el método como referente fundamental y compartido para la investigación, mientras que los segundos ponían el énfasis en el objeto compartido: los huma-nos. Jacques Revel “Histoire et sciences sociales: les paradigmes des Annales”, Annales. esc 34: 6 (1979): 1360-1376.

44. Georges Friedmann, “Lucien Febvre toujours vivant”, Annales. esc 12: 1 (1957): 3-6.

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Sin duda, durante su carrera Marc Bloch y Lucien Febvre atacaron violentamente las compar-timentaciones disciplinarias. Pero a diferencia de Durkheim, nunca formularon claramente un proyecto unificador global. Su propuesta correspondía más bien a la voluntad de instaurar una especie de “mercado común”, facilitando las circulaciones entre las disciplinas, los intercambios conceptuales o factuales en el marco de proyectos específicos45. En este sentido, los fundadores de Annales no reprodujeron el error imperialista de Durkheim. Sin embargo, la situación no era totalmente satisfactoria, en particular porque su contribución directa para una integración o incluso una reorganización disciplinaria en las ciencias sociales fue muy limitada.

2.3. ¿uNa paradoJa iNsuperaBle?Esta paradoja era especialmente evidente en el trabajo de Lucien Febvre. Como lo hemos

dicho, él se presentaba claramente como un apóstol de la cultura pluridisciplinar y pedía a sus colegas historiadores abrirse a las otras disciplinas. Sin embargo, al mismo tiempo defen-día con vehemencia la especificidad del trabajo del historiador, su territorio propio contra los ataques exteriores. Como lo destacó Gérard Noiriel, esta actitud tuvo consecuencias profundas en el espacio de las ciencias sociales, impidiendo un verdadero debate sobre las implicacio-nes de la interdisciplinariedad. Esta ambigüedad continuó a lo largo de los años y, finalmente,

los redactores de Annales, incluso en épocas ulteriores, parecen no haber renunciado nunca a la afirmación de las identidades disciplinarias y a la defensa de la autonomía conceptual e institucional de la historia.

Así pues, Fernand Braudel, alumno y sucesor de Lucien Febvre, explicaba que, a su modo de ver, la misión que había heredado era la de “conservar para la historia su papel y su significado”46. Esta voluntad de reconciliar lo irreconciliable (y, en particular, de armonizar los argumen-tos científicos y las necesidades pragmáticas o estratégicas) aparecía a menudo en sus escritos. Podía escribir por ejemplo que sociología y la his-toria constituían “una aventura única del espíritu”, pero al mismo tiempo, que permanecían “irreducibles la una a la otra” 47. De manera muy similar explicaba que los sociólogos no podían “escaparse del tiempo y de la dura-ción”, y que “el tiempo de los sociólogos no puede ser el nuestro” 48.

Georges Gurvitch, el sociólogo con quien Braudel debatía regular-mente en Annales a propósito de las relaciones entre sociología e historia, se enfrentaba a las mismas contradicciones. Afirmaba, por ejemplo, que si las dos disciplinas tenían “el mismo dominio, el de los fenómenos sociales totales y el de los hombres totales”, diferían sin embargo en sus métodos:

45. Jacques Revel, “Histoire et sciences sociales”, 1360-1376. La metáfora de “mercado común” de las ciencias sociales aparece en Fernand Braudel, “Histoire et sciences sociales: La longue durée”, Annales. esc 13: 4 (1958): 725-753.

46. “Conserver à l’histoire son rôle et sa signification au fur et à mesure que se déforme l’ensemble de l’acquis et de la recherche scientifiques, c’est l’ambition que nous ont dictée d’avance, nous semble-t-il, les promoteurs des Annales”. Fernand Braudel, “Le dixième anniversaire de la mort de Lucien Febvre”, Annales. esc 21: 6 (1966): 1187-1188.

47. Fernand Braudel, Écrits sur l’histoire (París: Flammarion, 1969), 105 y 85 respectivamente. Cursivas del autor.

48. Fernand Braudel, “Histoire et Sciences sociales”, 749.

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“[…] estos métodos conciernen a objetos diferentes, colocados en temporali-dades diferentes”49. Una expresión de François Furet ilustra perfectamente estas contradicciones. Para él, “si la historia [tenía] una especificidad con relación a las otras ciencias sociales, es precisamente no tener ninguna, y pretender explorar el tiempo en todas sus dimensiones”50. ¿Qué podemos concluir de esta frase? ¿Existe o no una especificidad?

Incluso cuando surgió el tiempo de los cuestionamientos y de las dudas al final de los años ochenta, la contradicción siguió intacta. El famoso editorial de Annales en 1989, marcando el “giro crítico”, reafirmaba simul-táneamente como prioridad la defensa del “oficio de historiador” y la del “diálogo con las ciencias sociales”. Una vez más, el razonamiento parece enredado: “En vez de pensar, como todo nos invita, la relación entre disci-plinas en términos de homología o convergencia, es útil hoy hacer hincapié en su especificidad, o incluso en la irreductibilidad de las unas y otras”51. Roger Chartier, quien publicó un artículo en este número, señalaba tal contradic-ción, destacando que la preocupación por preservar la disciplina conducía, de una determinada manera, a un callejón sin salida. Denunciaba en par-ticular la hipocresía que implicaba hablar al mismo tiempo de una “crisis general de las ciencias sociales” y de una “vitalidad mantenida” de la his-toria como disciplina52.

A pesar de estas críticas, la tensión se mantuvo en los años posteriores. El editorial de 1994, justificando supuestamente el cambio del subtítulo de la revista de “Economías, Sociedades, Civilizaciones” a “Historia, Ciencias Sociales”, insistía así en el “diálogo con el exterior”, es decir, con las dis-ciplinas “que no construyen sus objetos o sus demostraciones como lo hace la historia”. Sin embargo, en este caso también, los argumentos para justificar la singularidad de la historia frente a las otras ciencias sociales parecían bien escasos: “Consideración del tiempo, sentido de la diacronía, ambición de incluir los regímenes de historicidad en su diversidad”53.

Bernard Lepetit, quien ocupaba entonces un papel central en la revista, insistía, como sus predecesores, en su “profundo compromiso a favor del oficio de historiador” y en su “voluntad de trazar un surco que le fuese propio”54. Esta idea de interdisciplinariedad difería muy poco de la de Lucien Febvre, “asociando una fuerte identidad disciplinaria, expre-sada por el conocimiento del oficio —él menciona en numerosas ocasiones

49. Georges Gurvitch, “Continuité et discontinuité en histoire et en sociologie”, Annales. esc 12: 1 (1957): 74. Cursivas del autor.

50. François Furet, “Histoire quantitative et construction du fait historique”, Annales. esc 26: 1 (1971): 74. Obviamente, se podría escribir lo mismo a propósito de la sociología o la antropología.

51. “Tentons l’expérience”, Annales. esc 44: 6 (1989): 1323. Cursivas del autor. La mayoría de los artículos del número se enfrentaban a esta contradicción. Marcel Roncayolo terminaba por ejemplo el suyo con fórmulas similares a las de Braudel, pero en el caso de la geografía. Afirmaba por ejemplo que “el oficio de geógrafo, era primero un oficio del mapa”, antes de insistir sobre el hecho de que “nada prohíbe al his-toriador volverse un poco geógrafo y viceversa”. Marcel Roncayolo, “Histoire et géographie: les fonde-ments d’une complémentarité”, Annales. esc 44: 6 (1989): 1434.

52. Para él era ilógico hablar, por un lado de un “giro crítico” en el caso de la historia y escribir, por otro lado, al mismo tiempo, que las ciencias sociales atravesaban una crisis general. Roger Chartier, “Le monde comme représentation”, Annale. esc 44: 6 (1989): 1505-1520. Sin embargo, el propio Chartier nunca ha atacado totalmente la legitimidad de las separaciones disciplinares. El libro de entrevistas con Pierre Bourdieu —titulado de manera característica Le sociologue et l’historien— indica esta aceptación implícita de la existencia de dos saberes distintos. Pierre Bourdieu y Roger Chartier, Le Sociologue et l’His-torien (Marseille : Agone /Raisons d’agir/iNa, 2010).

53. “Histoire, sciences sociales”, Annales. hss 49: 1 (1994): 3-4.

54. Jean-Yves Grenier, “Bernard Lepetit (1948-1996)”, Annales. hss 51: 3 (1996): 522.

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las ‘normas del arte’ (‘règles de l’art’) cuyo control designa al verdadero historiador— y la lectura asidua de los textos de las disciplinas vecinas”55.

Finalmente, incluso un historiador como Gérard Noiriel, más marginal o más indepen-diente en relación con el proyecto de Annales y que había señalado de manera muy lúcida las contradicciones de Lucien Febvre, tenía las mismas dificultades para salir de esta lógica. Noiriel presentaba con insistencia, por ejemplo, su obra la Tyrannie du national como un “libro de historiador”56. En su caso, parece que las justificaciones eran esencialmente pragmáticas. Probablemente para evitar la “suerte infeliz de los grandes apóstoles de la interdisciplinariedad como Henri Berr”, él explicaba que el historiador-sociólogo corría a menudo “el riesgo de no ser reconocido ni como un historiador de verdad ni como un sociólogo de verdad57”.

3. dos desafÍos

La cuestión que surge al término de esta descripción es la siguiente: ¿se puede defender “el campo de las ciencias sociales” sin caer ni en la trampa del “imperialismo” (partir de una disci-plina para federar las otras, como lo intentó sin gran éxito Durkheim) ni en la defensa implícita de las disciplinas (que caracteriza in fine la posición de Annales)? Antes de sugerir como conclu-sión una posibilidad alternativa, se hará hincapié en dos desafíos mayores.

3.1. teNer eN CueNta la realidad iNstituCioNal, pero siN “reifiCarla” o aCeptarla Como Natural

La primera dificultad está vinculada con la existencia de fuertes dificultades instituciona-les. Como lo explicaba Gérard Noiriel, si se quiere prever un nuevo debate entre las disciplinas sociales, no se puede basar la reflexión en su estado ideal (tal como lo podemos imaginar), sino más bien en su existencia en la “realidad ordinaria”58. Los investigadores en ciencias sociales no pueden hacer tabula rasa del pasado y sería una equivocación pensar que el problema se sitúa solamente, o incluso principalmente, en el nivel de los argumentos. Como se sabe, la primera

regla de la historia social de las ideas es que no se puede comprender la innovación conceptual, los avances metodológicos o las reorganizaciones disciplinarias solamente a partir del análisis de los textos y de las argu-mentaciones. Como se sugiere en el resumen sobre los acercamientos y alejamientos disciplinarios, no es posible entender las polémicas, las incomprensiones y los debates en las ciencias sociales francesas durante el siglo xx sin tener en cuenta las formas de institucionalización y organi-zación social de las comunidades disciplinarias.

Sin embargo, parece una lástima renunciar al debate en nombre de este realismo sociológico. Por una parte, es obviamente imposible provocar un

55. “Présentation”, Annales. hss 52: 5 (1997): 966.

56. Gérard Noiriel, La tyrannie du natio-nal. Le droit d’asile en Europe, 1793-1993 (París: Calmann-Lévy, 1991).

57. Gérard Noiriel, “Pour une approche subjectiviste”, 1448 y citado en Françoise Gaspard, “Gérard Noiriel, La tyrannie du national. Le droit d’asile en Europe, 1793-1993”, Annales. esc 47: 6 (1992): 1244.

58. Gérard Noiriel, “Pour une approche subjectiviste”, 1435-1459.

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cambio sin denunciar la anomalía que constituye la fragmentación disciplinaria de las ciencias sociales. Por otra parte, una serie de experiencias demuestran que ha sido posible, en ciertos casos, desarrollar espacios liberados de las herencias disciplinarias más arraigadas. Sin duda, estas experiencias se produjeron por lo general en lugares situados en los márgenes de los grandes centros de la academia, pero no podemos desdeñarlos59. Otros lugares podrían nacer, permitiendo crear, a través de una organización inteligente del trabajo colectivo, las condicio-nes de una verdadera confrontación, inmediata y empírica, entre las ciencias sociales60.

3.2. CoNtra uN sistema uNifiCado de CompreNsióN

Una segunda dificultad que se debe mencionar, pero que en realidad es quizá la principal, es el problema de la pretensión de formalizar un sis-tema completamente unificado de comprensión. El primer obstáculo al sueño de una práctica unificada de las ciencias sociales tiene que ver con la imposibilidad concreta de conocerlo todo: sería ilusorio pensar que los investigadores de mañana podrán dominar con agudeza un conjunto de competencias, conocimientos y técnicas que hoy se distribuyen entre un gran número de disciplinas. Si la idea de un zócalo común de las ciencias sociales que todo el mundo debería conocer es fundamental en teoría, se sabe que en la práctica es imposible dominar enteramente numerosos conocimientos situados en la encrucijada de competencias múltiples. El estudio del mundo social hace entrar al investigador en un pozo sin fondo, y su conocimiento implica necesariamente formas de especialización. Ahora bien, las fronteras disciplinarias actuales, a pesar de su arbitrarie-dad, tienen la ventaja de proponer formas prácticas de división del trabajo. Es la idea que desarrolla Claude Lévi-Strauss en un texto donde destacaba la importancia de la historia, cuando sus textos podían dejar pensar que esta cuestión no le interesaba. El citado autor consideraba que no estar familia-rizado con un sector de la investigación social no implicaba que se debiera negar su legitimidad, cuando afirmaba que “esta profesión de fe a favor de la historia podrá sorprender, ya que nos acusaron de ser cerrado a veces a la historia, de darle un paso desdeñable en nuestros trabajos. Apenas la practicamos, pero deseamos reservarle sus derechos”61.

Es necesario además destacar la necesidad de una pluralidad de enfoques y métodos en las ciencias sociales contra una excesiva uni-formización. Lejos de ser una debilidad, la existencia de paradigmas

59. Por ejemplo, en las universida-des de provincia o en los países emergentes. Francois Hartog, cuando era todavía provinciano, escribía con orgullo: “Ce pari a pour lui de faire encore écho au constat initial de Febvre et de Bloch sur les ‘cloisonnements’ et les murs ‘si hauts qu’ils bouchent la vue’. Nous, les provinciaux, avons enlevé notre pierre”. François Hartog, “Introduction: Histoire ancienne et histoire”, Annales. esc 37: 5-6 (1982): 687-696. De manera similar, Lucien Febvre escribía a propósito de los investigadores brasileros: “Et c’est le privilège des historiens de là-bas, qu’ils puissent, qu’ils doivent cumuler aussi aisément, aussi naturellement, les deux fonctions, les deux soucis de l’historien et du sociologue - sinon de l’ethnologue”. Febvre Lucien, “Gilberto Freyre, Maîtres et esclaves”, Annales. esc 8: 3 (1953): 409-410. No podemos olvidar tampoco que los espacios interdisciplinarios en ciencias sociales se han desarrollado en lugares altamente legítimos, como en el caso del Laboratoire de Sciences Sociales de la Escuela Normal Supe-rior en Francia.

60. “Fernand Braudel (1902-1985)”, Annales. esc 41: 1 (1986): 3-6.

61. Claude Lévi-Strauss, “L’anthro-pologie devant l’histoire”, Annales 15: 4 (1960): 633.

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distintos y a veces incompatibles o contradictorios constituye una riqueza. En este contexto, sería peligroso pretender imponer una receta única que permitiera dar cuenta por sí sola de la complejidad del mundo social. De nuevo, el carácter infinito del mundo social obliga a los inves-tigadores a escoger a la vez las teorías y metodologías que emplean y las distintas dimensiones del mundo social que quieren explorar: es perfectamente legítimo limitarse a una de ellas o incluso a un aspecto de una de ellas. En este sentido, algunos enfoques insisten en la dimen-sión procesual o genética del mundo social, cuando para otros investigadores es solamente una dimensión particular entre otras. Del mismo modo, si las jerarquías sociales representan para algunos investigadores el problema donde “todo comienza y todo termina”, en otros casos es solamente una cuestión periférica o accesoria. Todo eso es perfectamente legítimo y la investi-gación social tendrá siempre varias alternativas, en función de la metodología empleada, de la problemática concreta movilizada, del carácter de las fuentes, de las especificidades del tiempo o del lugar estudiado, etc.

Así, el cuestionamiento de las fronteras disciplinarias no quiere decir que todos los inves-tigadores deberían hacer el mismo tipo de pesquisas. No podemos negar la existencia y la importancia, de las líneas divisorias entre las distintas aproximaciones. Se trata más bien de entender que las distancias y proximidades lógicas entre los investigadores de lo social no corresponden a las disciplinas tales como existen actualmente. El desafío central consiste entonces en proponer nuevas divisiones del trabajo, según criterios que tienen más sentido intelectual, de manera que se faciliten prácticas de investigación menos respetuosas de las fronteras adquiridas. ¿Dónde pueden/deben situarse las líneas de fractura? ¿Qué puede servir de guion entre los investigadores si no son las disciplinas actuales?

CoNClusióN ¿ampliaCióN o estreChamieNto del Campo de iNvestigaCióN? ¿la riqueZa o el empoBre-CimieNto de las CieNCias soCiales?

Nos encontramos ante una paradoja: si las disciplinas pierden su importancia en la organi-zación de la investigación, el “territorio” de las ciencias sociales va necesariamente a ampliarse y a diversificarse. Al mismo tiempo, la investigación deberá hacerse más especializada, más localizada, en particular a causa de las dificultades prácticas ya mencionadas. Un desafío adi-cional aparece entonces con el riesgo de la dispersión de los objetos de investigaciones y de

la multiplicación desordenada de dominios de investigación especializa-dos62. Un peligro en este contexto es sustituir las viejas circunscripciones institucionales por nuevas divisiones, igualmente arbitrarias o peligro-sas. La división en disciplinas no constituye, en efecto, la única forma de compartimentaciones absurdas: las separaciones estrictas según las áreas

62. Bernard Lepetit y Jacques Revel, “L’expérimentation contre l’ar-bitraire”, Annales. esc 47: 1 (1992): 261-265; “Fernand Braudel”, 3-6 ; “Histoire et sciences sociales. Un tournant critique? ”, Annales. esc 43: 2 (1988): 291-293.

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culturales, los períodos históricos o las escuelas de pensamiento, por ejemplo, han producido resultados igualmente desastrosos sobre las prácticas investigativas.

El reto consiste en descubrir si la exigencia de una práctica más circunscrita puede per-manecer en relación constante con el conjunto de la investigación social y acompañarse de la exigencia de definir más explícitamente los procedimientos de investigación a los que recurre63. Este artículo no muestra la solución definitiva a este problema, pero propone lo que podría denominarse como “especializaciones de conveniencia”, en niveles individuales y colectivos64. Se trataría, en primer lugar, de defender la existencia de un espacio común. En el ámbito de la enseñanza, eso permitiría formar a los estudiantes en ciencias sociales en una gama amplia de autores, metodologías, teorías hoy consideradas como propias de ciertas disciplinas (acla-rando las contradicciones, tensiones y líneas de fracturas que dividen las ciencias sociales). En el área de la investigación, eso permitiría ofrecer a los investigadores espacios compartidos para discutir sus resultados (revistas, seminarios, departamentos, etc.). Asimismo, se trataría de reconocer la importancia de prácticas de investigación más especializadas. Desde un punto de vista colectivo, a través de grupos de trabajo especializados, centrados en un enfoque y un cuestionario específico, independientemente de las limitaciones disciplinarias65. Desde una dimensión individual, a través de la elaboración de lo que Roger Chartier llamaba un “espacio de trabajo específico”, mediante el cual el investigador precisa su objeto y limita sus ambicio-nes. Chartier definía su espacio de trabajo de manera muy clara:

“El mío se organiza en torno a tres polos, generalmente divididos por las tradiciones

académicas:

(1) el estudio crítico de los textos, ordinarios o literarios, canónicos u olvidados, des-

cifrados en sus disposiciones y sus estrategias;

(2) la historia de los libros y, más allá, de todos los objetos que llevan

la comunicación del escrito;

(3) el análisis de las prácticas que, diversamente, se agarran de los

bienes simbólicos, produciendo así usos y significados diferenciados”66.

En esta lógica, Chartier criticaba duramente la idea de un trabajo inter-disciplinario (puesto que, como lo vimos, este último supone siempre una identidad estable y distinta de disciplinas que hacen alianza), insistiendo más bien sobre la necesidad de un “reparto inédito de objeto, […] implicando la unidad del cuestionario y del planteamiento, independientemente del origen disciplinario de los investigadores implicados”67. En efecto, la necesaria especialización en dominios precisamente circunscritos no debe hacer

63. Jacques Revel, “Histoire et sciences sociales”, 1360-1376.

64. Gérard Noiriel desarrollaba de manera similar, pero en otro con-texto, la idea de “comunidades de competencia especializadas”. Ver Gérard Noiriel, “Chiche!”, Le Mouvement social 184 (1998): 107-111.

65. “Tentons l’expérience”, Annales. esc 44: 6 (1989): 1317-1323.

66. Roger Chartier, “Le monde comme représentation”, 1509.

67. Roger Chartier, “Le monde comme représentation”, 1510. Cursivas del autor.

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olvidar que toda segmentación es totalmente pragmática y heurística. El peligro de una rigidez o de una reificación es muy real para los investigadores, que deben esforzarse por permanecer en relación constante con el conjunto de la investigación social. En este sentido, la ambición de este trabajo es mantener en los investigadores en ciencias sociales una especie de “mala conciencia”, un sentimiento de desconcierto frente a su propia concepción, práctica del oficio.

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Creating a library during the

Regeneration: the iniciative of the

Instituto Literario de Cali, 1892

aBstraCt

This article analyzes the reception of the Instituto

Literario’s iniciative to create a public library in

Cali during the Regeneration. To do so, it exam-

ines brief public statements as well as various

book donations, which are useful to understand

the cultural climate of the period and the dynam-

ics of urban literary consumption. It also explores

how women and other social groups responded to

the initiative. The article concludes by looking at

the role of the interational book market in promo-

ting certain tendencies, titles, and authors.

Key Words

Library, books, cultural society, literary consuption,

Cali, Regeneration.

Creando una biblioteca durante la

Regeneración: la iniciativa del Instituto

Literario de Cali en 1892

resumeN

Este artículo analiza la recepción dada a la iniciativa

del Instituto Literario de conformar una biblioteca

pública en Cali durante la Regeneración. Para ello se

revisan breves comunicaciones públicas, así como

algunas donaciones bibliográficas que resultan

muy útiles para entender el clima cultural en este

período, y examinar las dinámicas del consumo

literario urbano. La actividad del público femenino y

de otros grupos sociales respecto a la iniciativa será

igualmente estudiada. Finalmente, se concluye con

una mirada al papel desempeñado por el mercado

internacional del libro y el impulso de éste a deter-

minadas tendencias, títulos y autores.

palaBras Clave

Biblioteca, libros, sociedades, consumo literario,

Cali, Regeneración.

Artículo recibido: 29 de septiembre de 2010;

AprobAdo: 1 de mArzo de 2011; modificAdo: 14 de

mArzo de 2011.

Becario de la Fundación Carolina del Máster Historia del mundo hispánico: Las independencias en el mundo iberoamericano en la Universitat Jaume I (Castelló de la Plana, España). Historia-dor de la Universidad del Valle (Cali, Colombia) y miembro del grupo de investigación Nación-Cultura-Memoria de la misma universidad en las líneas de Historia del Libro y de la Cultura (Cate-goría D en Colciencias). Participación en eventos: “Regeneración e Hispanoamericanismo en la consolidación del mercado literario en Cali”, en Memorias xv Congreso Colombiano de Historia. Bogotá, Asociación Colombiana de Historiadores, 2010 (Memorias en CD); “Celebraciones y Libros. El centenario de la Independencia en las ediciones conmemorativas de Bogotá y Cali, 1910”, en Encuentro de Jóvenes Investigadores Investigando-Ando. Bogotá, Fundación Erigaie, 2010. [email protected]

Juan David

Murillo Sandoval

espaCio estudiaNtil

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Creando una biblioteca durante la Regeneración: la iniciativa del Instituto Literario de Cali en 1892

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Creando una biblioteca durante la Regeneración: la iniciativa del Instituto Literario de Cali en 1892Ï

iNtroduCCióN

Una vez alcanzada una amplia pluralidad y libertad de acción durante el radicalismo liberal de la segunda mitad del siglo xix, las formas de aso-ciación se vieron seriamente limitadas en su naturaleza una vez iniciado el régimen de la Regeneración. Particularmente entre 1884 y 1898 —y muy especialmente a partir de 1886 con la promulgación de la nueva carta constitucional— la conformación de asociaciones o de clubes privados o públicos empezó a ser vigilada y reglamentada1. Al igual que el ejercicio periodístico, toda aquella manifestación que fuera concebida como ajena a la moral, al orden legal o la tranquilidad pública sería objeto de sanción o prohibición. Esta aguda intervención en los espacios públicos por parte del Estado limitó en buena medida las prácticas asociativas políticas, per-mitiendo no obstante el lucimiento de otras alternativas de socialización que, amparadas en una razón de ser apolíticas, pudieron plantearse y con-solidar diversas iniciativas2.

El Instituto Literario de Cali sería una de estas asociaciones. Creado en 1888 por jóvenes egresados y estudiantes del Colegio de Santa Librada, fue una de las pocas formas de asociación surgidas en la ciudad durante el período de la Regeneración, caracterizado más por la extensión de las sociabilidades católicas o caritativas3 y la constitución de compañías y sociedades de naturaleza comercial, políticamente neutrales o favorables a los intereses gubernativos. El principal objetivo del Instituto Literario fue el “estudio de Literatura”4, aspecto que de facto no rivalizó con el ideal intelectual regenerador, donde los campos literario y filológico serían siempre consagrados, más cuando privilegiaran ciertas tendencias5. De

Ï Este artículo amplía los resulta-dos de investigación realizada como monografía de grado realizada para obtener el título de Historiador, titulada: “Prensa Literaria, Libros y Librerías, la oferta literaria y el papel intelec-tual en el primer centenario de la Independencia. Cali 1905-1915” (Universidad del Valle, 2009). No contó con financiación para su elaboración.

1. Véanse por ejemplo los artícu-los 44 al 47 de la Constitución Política de 1886. Constitución de la República de Colombia (Bogotá: Imprenta de Echavarría Herma-nos, 1886), 11-12.

2. Resulta apropiado remitir aquí al ya clásico trabajo de François-Xavier Guerra y Annick Lempé-rière, Los espacios públicos en Ibero-américa. Ambigüedades y problemas. Siglos xviii-xix (Ciudad de México: Centro Francés de estudios Mexi-canos y Centroamericanos/Fondo de Cultura Económica, 1998).

3. De manera especial, Sociedades como la de San Vicente de Paul o las Aso-ciaciones del Sagrado Corazón ten-drían un notable impulso durante el régimen conservador. Oscar Blanco Mejía, “Fe y Nación. La Regeneración y el proyecto de una nación católica 1885-1920” (Tesis de Maestría en Historia, Universidad Industrial de Santander, 2009), 221-341.

4. “Nuestro Propósito”, El Instituto, Santiago de Cali, 10 de marzo, 1892, 1.

5. Malcolm Deas, “Miguel Antonio Caro y amigos: Gramática y poder en Colombia”, en Del poder y la gramática y otros ensayos sobre historia, política y literaturas colom-bianas, ed. Malcolm Deas (Bogotá: Taurus, 2006), 27-52.

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esta manera, y de acuerdo a sus objetivos, el Instituto Literario se propuso conformar la pri-mera biblioteca pública de la ciudad, propósito que no creyó realizable sin el acompañamiento de la sociedad letrada caleña. La buena acogida dada a la iniciativa permitió que la donación de libros y dinero por parte de particulares se convirtiera en la mejor manera de alcanzar el logro propuesto por esta asociación.

La disímil sociedad caleña se vio entonces articulada en un proyecto de alcance urbano, sólo posibilitado por la conversión de un interés particular, liderado por una sociedad litera-ria, en un interés de carácter público. Lo anterior posibilitó que los elementos culturales de la Regeneración hicieran presencia en la apuesta por crear la primera biblioteca pública de Cali6. La defensa de la religión y la promoción de la lengua española ocuparon una instancia impor-tante en las opiniones y envíos de libros destinados al Instituto. No obstante, otros elementos incidirían en la consumación del proyecto, desde las políticas comerciales de los más importan-tes libreros franceses, de un modo indirecto, hasta el particular accionar benefactor del público femenino local, ya entendido como parte importante de la comunidad lectora.

El principal objetivo de este artículo consiste por tanto en analizar aquellas circunstancias que mediaron en la conformación de la primera biblioteca pública de Cali, teniendo como eje principal las acciones del Instituto Literario, asociación que supo articularse a los intereses de la élite intelectual en el poder, siempre preocupada por controlar la propagación de ideas y la difusión de libros y lecturas en los centros urbanos. Para ello, nos detendremos en primer lugar y de manera breve en los gustos y lineamientos literarios afines al proyecto regenerador. Las reacciones de la sociedad caleña ante la iniciativa del Instituto también serán analizadas, estableciendo qué y cuántos libros donaban, por qué era importante hacerlo y cuáles eran los géneros más remitidos, entre otros aspectos ilustrativos del consumo literario local. Por último, una mirada al primer conjunto de libros donados permite observar algunas peculiaridades del

mercado de impresos en Colombia. Autores, géneros y editoriales dan cuenta de una difusión y promoción intensiva de literatura hispanista, moralista y católica, dinámica paradójicamente impulsada desde París, ciudad que si bien era ajena al marco cultural regenerador, muy con-centrado en Madrid, sería el principal foco de expansión de la cultura española de la época7.

1. la atmósfera literaria duraNte la regeNeraCióN

Es necesario recordar que, a diferencia de países como Perú, Chile o Argentina, donde se incentivaron tendencias artísticas de índole naciona-lista, indigenista o de vanguardia en general, que chocaron con los modelos

6. Sobre los elementos culturales de la Regeneración, Miguel Ángel Urrego, Intelectuales, Estado y Nación en Colombia, de la guerra de los mil días a 1991 (Bogotá: Siglo del Hombre Editores, 2002), 43-56.

7. En este tópico tomará especial importancia un corto ensayo de Pura Fernández, “La editorial Garnier de París y la difusión del patrimonio bibliográfico en castellano en el siglo xix”, en Tes philies tade dora: miscelánea léxica en memoria de Conchita Serrano (España: CsiC, Instituto de Filolo-gía, 1999), 603-612.

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culturales hispánicos e incluso con algunos modelos franceses o ingleses, al promover la búsqueda de la autenticidad americana, de aquello distin-tivo y único de los nuevos estados, en Colombia, bajo la Regeneración y a contracorriente de estas tendencias, se privilegió la cultura española como un elemento primordial del ideal nacional8. La búsqueda de lo pro-pio no se instituyó así en una contraposición general a la cultura europea o estadounidense, muy al contrario, lo propio fue encontrado en la cultura española, particularmente en aquella producción intelectual moralista, religiosa y artísticamente no modernizante9.

De esta manera, mientras el proyecto regenerador buscaba inspi-ración en las producciones literarias españolas, los movimientos de vanguardia pretendieron rescatar lo indígena, desechar la masiva heren-cia hispana o simplemente aprovechar los frutos del lenguaje y la cultura francesa. Era claro para la nueva sangre de la literatura latinoamericana que España no brindaba las mejores posibilidades de evolución. Autores del período como el peruano Manuel González Prada afirmaban que no existían ejemplos literarios útiles provenientes de España que con-vinieran al Nuevo Mundo, “el enfermo que deseara transfundir en sus venas otra sangre, elegiría la de un amigo fuerte y juvenil, no la de un abuelo decrépito y extenuado”10. No obstante, desde 1870, con el arribo a Colombia del diplomático José M. Gutiérrez de Alba, y el posterior res-tablecimiento de las relaciones exteriores con España en 1881, el país asistiría a una rápida transfusión de esta sangre extenuada, que pasó a irrigar el campo cultural de sus principales ciudades.

Según Frédéric Martínez, luego del triunfo diplomático logrado por Carlos Holguín, los viajeros de ambas partes se multiplicarían. Autores como Santiago Pérez Triana y José M. Quijano W. entraron a compar-tir escenario en Madrid con Juan Valera y Núñez de Arce, mientras que Miguel A. Caro inició una rica relación epistolar con Menéndez y Pelayo, prácticas todas éstas que en opinión de González Prada equivalían a retro-gradar11. Tengamos en cuenta que para este escritor peruano la tarea de los intelectuales en América Latina debía consistir en la propagación de la crítica y la ilustración, siempre en franca ofensiva contra el oscurantismo y todo lo que le representaba: militares, clerecía, etc., en una clara alusión al país ibérico y sus instituciones12.

8. Un ensayo interesante sobre la cercanía entre la Regeneración y el Hispanoamericanismo puede encontrarse en Aimer Granados García, “Hispanismos, nación y proyectos culturales, Colombia y México: 1886-1921. Un estudio de historia comparada”, Memoria y Sociedad ix: 19 (2005): 5-18.

9. Ver por ejemplo el trabajo de Ivonne Pini, En busca de lo propio. Inicios de la Modernidad en el Arte de Cuba, México, Uruguay y Colombia, 1920-1930 (Bogotá: Universidad Nacional de Colombia, 2000); y una investigación de alcance continen-tal a propósito de los movimientos intelectuales de vanguardia y la búsqueda de la originalidad en América Latina de Jorge Schwartz, Las vanguardias latinoamericanas. Textos programáticos y críticos (Ciu-dad de México: Fondo de Cultura Económica, 2002).

10. Manuel González Prada, Páginas Libres (Lima: Editorial P.T.C.M., 1946), 39. La primera edición de Páginas Libres corresponde al año de 1894 y estuvo a cargo de la imprenta de Paul Dupont.

11. Según el mismo Martínez, hasta la década de 1870 la presencia del referente español en las mentalida-des políticas y culturales de las éli-tes colombianas era casi nula; sólo algunos escritores permanecían al tanto de los sucesos peninsulares y eran también muy pocos quienes visitaban Madrid o que inclusive mantenían una relación directa con representantes españoles. Frédéric Martínez, El Nacionalismo Cosmopolita, la referencia europea en la construcción nacional de Colombia, 1845-1900 (Lima/Bogotá: Banco de la República, Instituto Francés de Estudios Andinos, 2007), 454-462.

12. Rafael Gutiérrez Girardot, El Intelectual y la Historia (Venezuela: Fondo Editorial La Nave, 2001), 32.

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Evidentemente, los intelectuales de la Regeneración no compartirían ninguna opinión simi-lar a la de González Prada. En Colombia tanto la lengua española como la religión católica se convirtieron en elementos de unificación nacional que debían ser impulsados y defendidos. La nueva filiación ideológica y cultural con España permitió un nuevo auge del arte y la literatura peninsular, que si bien se difundía con cierta regularidad en diferentes ciudades del país, ten-dría a partir de la consolidación de la Regeneración un mayor impulso. Las revistas y periódicos nacionales, así como las asociaciones católicas o caritativas, sirvieron como medios idóneos para dar cuenta de ella, generándose un patrón recurrente de defensa y difusión de la cultura española a lo largo del país.

Las celebraciones con motivo de los cuatrocientos años del descubrimiento en 1892, o del primer centenario de la Independencia en 1910, dieron cuenta de esta filiación cultural, la exaltación de lo hispano con la triada raza, lengua y religión, apareció como raíz de la cultura colombiana en ambas conmemoraciones13. No obstante, desde antes de la Regeneración, socie-dades católicas y culturales ya privilegiaban ciertos gustos literarios hispanistas, contrapuestos a los ideales promulgados por el radicalismo de mediados de siglo xix, que tendría en países como Francia y Alemania un referente de cultura moderna y secular. Miguel A. Caro, por ejem-plo, profuso intelectual de la Regeneración, percibía en el género novelesco y en las tendencias románticas y modernistas un conjunto de ideas y concepciones equívocas —por liberales y lai-cas— y, por consiguiente, peligrosas para el mantenimiento de la paz y la concordia popular, pues promulgaban un ideal de autonomía ajeno al estímulo religioso14.

Aspectos como la libertad de imprenta y de opinión defendidos bajo el radicalismo también fueron objeto de la crítica conservadora, que temió la circulación de escritos revolucionarios o inmorales. La condena y censura de ciertas obras y autores fue particularmente patente en los espacios de socialización católica, donde la incidencia del Index en los consumos lite-rarios, tanto de la élite conservadora como de la población católica en permanente contacto con los púlpitos, sería determinante.

No obstante, y como plantea Gilberto Loaiza, la censura no supuso la única alternativa de rechazo a las nuevas tendencias literarias provenien-tes de Europa. Muy al contrario, las élites conservadoras supieron jugar en el contexto de amplias libertades auspiciado por los gobiernos radica-les, perfeccionando sus formas de seducir y conquistar la opinión pública, aspecto en el que la difusión bibliográfica sería central15. En este sentido, los aportes de Loaiza han sido muy importantes para determinar los gus-tos bibliográficos de la sociedad conservadora decimonónica, así como

13. Juan David Murillo Sandoval, “Regeneración e Hispanoameri-canismo”, 3-5.

14. Para un acercamiento adecuado al pensamiento y obra de Miguel A. Caro, ver los trabajos de: David Jimé-nez, “Miguel Antonio Caro: Bellas Letras y Literatura Moderna” y Sergio Echeverri M., “Libertad de Imprenta según Miguel Antonio Caro”, en Miguel Antonio Caro y la cultura de su época, ed. Rubén Sierra Mejía (Bogotá: Universidad Nacional de Colombia, 2002), 237-260 y 223-236.

15. Gilberto Loaiza Cano, “La Expansión del mundo del libro”, en Independencia, Independencias y espacios culturales, diálogos de historia y literatura, eds. Carmen Acosta, César Ayala y Henry Cruz (Bogotá: Universidad Nacional de Colombia, 2009), 25-64.

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para identificar los contrastes entre las llamadas bibliotecas ideales liberales y católicas, que además de atestiguar la lucha entre idearios políticos y culturales por afectar los imaginarios sociales y construir determinados modelos de comunidades o ciudadanos, ilustran ejemplar-mente los consumos literarios y los autores predilectos en uno y otro bando16. Las librerías se convierten de este modo en espacios de control y difusión ideológica. Alineados a una u otra causa, o mezclando ambas según el interés comercial, los espacios del libro suponen un lugar clave para entender la difusión y recepción de ideas y tendencias durante el largo siglo xix.

Ahora bien, consolidado el régimen regenerador, las librerías conservadoras y sus bibliotecas católicas ampliarían su alcance e importancia en la esfera pública. Libros de autores como Balmes, Flammarion, Fernán Caballero, Chateaubriand, el presbítero Gaume, Santa Teresa de Jesús o el Cardenal Wiseman, entre otros exponentes de temas religiosos o morales, compondrían la biblioteca ideal de los intelectuales regeneradores, sólo complementada por textos relativos a las ciencias filológicas, preocupación constante de personalidades como Caro, Cuervo, Suárez, Núñez y Holguín, quienes tuvieron en la producción y difusión de textos gramáticos un capital cultural sobresaliente, así como un punto más de concordia con el ideal hispanoamericano17.

La iniciativa del Instituto Literario de Cali por conformar una biblioteca de carácter público debía, pues, canalizarse en este ambiente, que además de coartar las ya referidas libertades de aso-ciación, estimulaba la difusión de unos muy determinados gustos literarios. En el siguiente apartado se analizará cómo el Instituto inició y lideró la campaña en favor de la biblio-teca, destacando las reacciones de los diferentes públicos a este cometido.

2. la propuesta del iNstituto literario, eNtre admiraCióN y reservas

Como bien sostiene Hilda Sabato, una mayor capacidad de intervención en la vida pública fue uno de los rasgos característicos del asociacionismo en América Latina durante la segunda mitad del siglo xix18. El caso del Instituto Literario, si bien periférico y de difícil seguimiento, de ningún modo puede sustraerse, según creemos, de esa afirmación. Concentrado en el cumplimiento de sus estatutos, esta asociación literaria fundada en reglas más o menos democráticas y que apelaría al recurso de la prensa como mecanismo de actuación en los espacios públicos, puede conside-rarse sin duda como una corporación incidente en la vida pública caleña, constituyéndose como un puente para la modernización de los espacios urbanos y la difusión de la literatura en la ciudad19.

En su primer número de marzo de 1892, El Instituto, Órgano de la Biblioteca del Instituto Literario, como fue titulado su bisemanario, da cuenta

16. Gilberto Loaiza, “La Expansión del mundo”, 41-64.

17. Gilberto Loaiza, “La Expansión del mundo”, 41-45.

18. Hilda Sabato, “Prensa, asociacio-nes, esfera pública (1850-1900)”, en Historia de los intelectuales en América Latina, vol i. La ciudad letrada, de la conquista al moder-nismo, ed. Jorge Myers (Buenos Aires: Katz, 2008), 391-392.

19. Sobre las formas de sociabilidad y su vinculación con los campos culturales o literarios para el caso francés, véase la obra reciente-mente traducida al castellano de Maurice Agulhon, El círculo burgués. La sociabilidad en Francia, 1810-1848 (Buenos Aires: Siglo xxi, 2009). No sobra decir que la mayor parte de los estudios sobre sociabilidades están conceptualmente en deuda con los diferentes aportes realiza-dos por Agulhon a la disciplina.

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de la gestión hasta el momento realizada en procura de la creación de una biblioteca, por lo cual publica una circular fechada en enero del mismo año y que había sido remitida previamente a distintas personalidades regionales y nacionales con el fin de socializar la idea de conformar un espacio bibliográfico en la ciudad, logro que en aparente juicio de los miembros del Instituto sólo podría alcanzarse con el apoyo de toda la comunidad lectora. El Instituto manifestaba, mediante su circular número 115 que:

“[…] se propone llevar a cabo la formación de una biblioteca compuesta de obras de

Historia, Literatura y Ciencias, la cual podría tener más tarde el carácter de pública.

Conociendo la Corporación el decidido interés que anima a usted a favor del progreso

intelectual de la juventud, se permite suplicar a usted coopere para este fin con la obra u

obras que a su bien tenga, en los ramos arriba mencionados.

En atención a la importancia que encierra esta idea, el Instituto confía en que usted no

desatenderá la excitación que le hace y espera, por tanto, el honor de su respuesta […]”20.

La publicación de este escrito supuso la conversión de un interés particular, ideado y gestio-nado por una sociedad literaria, en un interés de carácter público, que recaía inicialmente en el divergente y no poco conflictivo conjunto letrado-masculino de la ciudad, dividido por pasiones partidistas y salpicado por la recurrente influencia de la Iglesia y sus representantes. Una mirada a las respuestas dadas a la circular, aparecidas también en El Instituto, permite percibir las diferen-

tes perspectivas que la conformación de una posible biblioteca tenía para la sociedad caleña del período. Si bien todas las respuestas valoran la iniciativa de la asociación y encuentran en ella una necesidad urbana que debe ser suplida, los matices ideológicos propios de cada donante se hacen eviden-tes. Tan sólo en el primer número, el presbítero Severo González le solicitó al presidente del Instituto Literario que, como católico, excluyera las obras que fueran contrarias a la religión o a la moral21. En tono muy similar, el escritor Belisario Palacios (1842-1915) contestó:“[…] ojalá que el Instituto, obrando con la perseverancia de que está

dando pruebas, pueda realizar pronto la muy noble idea de fundar

una biblioteca; y ojalá también que en los estantes de ésta no se le

dé cabida a ninguno de los libros que la Iglesia Católica, depositaria

de la verdad, tiene prohibidos […]”22.

El padre Rafael García, luego de felicitar la labor de la directiva del Instituto, precisa que, si bien le complace la empresa que han

20. “Nuestro Propósito”, El Instituto, Santiago de Cali, 10 de marzo, 1892, 1.

21. “Respuestas”, El Instituto, Santiago de Cali, 10 de marzo, 1892, 2.

22. “Respuestas”, El Instituto, 10 de marzo, 1892, 2. Para observar aquella literatura considerada subversiva para la Iglesia y el Estado español, pueden con-sultarse los diversos Índices de libros prohibidos y mandados a expurgar —o simplemente index— existentes desde el período colonial. De manera general véase: Consejo de la Santa General Inquisición, Indice ultimo de los libros prohibidos y mandados expurgar: para todos los reynos y señorios del catolico rey de las Espa-ñas, el señor Don Carlos IV (Madrid: Imprenta de Don Antonio de Sancha, 1790).

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acometido, siente que no tenga “[…] un lado religioso, para combatir por este medio los abu-sos de la prensa, que con tantas obras inmorales corrompe las buenas costumbres, y relaja la verdadera civilización”23.

Como vemos, la influencia de esta intelectualidad católica en la aventura por formar una biblioteca se haría sentir, especialmente a la hora de tratar de imponer ciertos criterios de selección bibliográfica, más aún cuando la misma propuesta del Instituto se vio limitada a la conformación de un conjunto de obras de historia, literatura y ciencias, como afirmaba su pri-mera circular24. Ahora bien, la exclusión del tema religioso en la propuesta del Instituto no puede tomarse de ningún modo como una actitud ingenua por parte de esta asociación, pues por un lado la ausencia explícita de esta temática no iba a evitar la recepción de literatura religiosa, capaz de articularse en alguno de los géneros esgrimidos; y por otro, la aparente exclusión del género religioso podría alentar la participación de personalidades usualmente contrarias a la influencia que la Iglesia poseía en la sociedad, y que podían ver en la iniciativa un proyecto estrictamente modernizante. Rafael Zúñiga, por ejemplo, alegremente exaltado por la circular, respondió:

“Cuando veo que jóvenes como Usdes. [sic] se interesan por el mejoramiento de las

letras, me convenzo de que las generaciones modernas van siempre adelante en

su actividad y progreso, y que sí es cierto que la ciencia se eleva a la luz universal

como el genio humano hasta el cielo. Jóvenes del Instituto ¡adelante!

Que es preciso que las tinieblas sigan cayendo en el abismo de la luz

¡adelante! Que es necesario que las ruinas del antiguo mundo acaben

de exhalar su último suspiro ¡adelante! Que hay que borrar los días

sombríos de la Edad Media”25.

La particular condición literaria de la asociación le permitió jugar con las distintas pasiones del período, en lo que a sensibilidades religiosas se trataba, logrando ocupar un lugar neutral en tan latente conflicto. Ahora bien, la exclusión del temario religioso en la creación de la biblioteca no debe tomarse como un irrefutable síntoma de liberalismo, más cuando los primeros libros que recibe la sociedad provienen de miembros de la clere-cía local y de aguerridos políticos conservadores, como los mencionados Severo González y Belisario Palacios.

De hecho, lo que sí parece innegable es que la ambigüedad ideológica del Instituto Literario fue ideal para la buena recepción del proyecto entre personalidades de ambos partidos. Las respuestas impresas en El Instituto

23. “Respuestas a la circular No. 115”, El Instituto, Santiago de Cali, 1 de noviembre, 1892, 61.

24. Un ejemplo mucho más fuerte de control y censura alrededor de la difusión de impresos en el mismo período es el de agustino Ezequiel Moreno, quien arremetió públicamente contra las imprentas de Pasto que comerciaban o impri-mían libros liberales. Las intoleran-tes posturas de Moreno respecto de todo aquello que pareciera liberal reflejan en cierta medida el clima cultural que acompañó al período de la Regeneración. Malcolm Deas, “San Ezequiel Moreno: “El Liberalismo es pecado” El santo del V Centenario no aprendió que la esencia de la política es la concesión”, Credencial Historia 46 (1993): 8-12.

25. “Respuestas a la circular No. 115”, El Instituto, 1 de noviembre, 1892, 61.

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dan cuenta de lo anterior, pues coinciden en señalar que la condición apolítica de la asocia-ción y de la iniciativa sólo podría traducirse en un síntoma de progreso para la ciudad y la región. Belisario Zamorano, por ejemplo, destacado miembro del partido liberal, y quien donó al Instituto las obras completas de Molière, se refiere así al propósito del grupo:

“En primer lugar felicito a ustedes muy sinceramente por el amable propósito de esta-

blecer y mantener una asociación literaria en este ciudad, la cual puede ser, en lo

sucesivo, una verdadera representación viva de los elementos sociales de Cali, sin

distinción de colores políticos […] ciertamente, la juventud cuyo corazón no está enve-

nenado, cuyas almas están puras de innobles pasiones […] es la llamada a formar en

nuestra ciudad natal una asociación que sea, por ser literaria, un lugar de recreo mental

y de dulce solaz social, en medio de nuestras constantes mortificaciones en la cons-

tante lucha por la vida, lucha quizás más dura en el Cauca que en ninguna otra parte”26.

Una apreciación muy parecida fue dada por León Solarte, empresario conservador, quien argumentó que la creación de una biblioteca en Cali es ‘una necesidad que se palpa’. Solarte, quien entregó un tomo con los 113 números del periódico El Mensajero, manifestó:

“En todo país civilizado hay Bibliotecas, en las poblaciones notables, y entusiasma

observar y ver en ellas por centenares a los viajeros y personas amantes de las

ciencias, rebuscando y leyendo las producciones del ingenio humano para nutrir su

espíritu. Dótese a Cali con una Biblioteca y se hará un inmenso bien: si el ‘Instituto

Literario’ lo ejecuta será su más grande recomendación para merecer el encomio de

nuestros conciudadanos”27.

Una conclusión evidente extraída de estas misivas publicadas en El Instituto es que la idea de conformar una biblioteca fue entendida como una iniciativa modernizante, que podía ser útil a los intereses y necesidades de las mismas élites locales. De este modo, la cuestión partidista no entorpe-ció, al menos en su período formativo, el proyecto intelectual trazado por el Instituto, lo que favoreció el éxito inicial de la propuesta, logrando una abundante recolección de libros en pocos meses.

Ahora bien, si fue la circular numero 115 el primer contacto entre la asociación literaria y el público letrado, las secciones de El Instituto serían las nuevas formas de estimular el apoyo de

la sociedad para la consolidación del proyecto. Las mismas editoriales del bisemanario se encargaron de plantear la necesidad de una biblioteca para la ciudad. En su segundo número, El Instituto publicó el texto “Importancia y Necesidad de las Bibliotecas”, donde además de acentuar el papel de estos espacios en distintas civilizaciones y en modernas ciudades, se

26. “Respuestas a la circular No. 115”, El Instituto, Santiago de Cali, 5 de septiembre, 1892, 47-48.

27. “Respuestas a la circular No. 115”, El Instituto, Santiago de Cali, 15 de abril, 1892, 10-11.

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realizaba una fuerte crítica a la carencia de establecimientos similares en Colombia, así como a la dificultad de los miembros del Instituto —y de cualquier otro individuo— de poder consul-tar o adquirir libros buenos a bajo costo. Para los redactores del texto, Cali ya se encontraba madura para albergar una biblioteca, contaba con una excelente posición geográfica, con buena población y un agitado comercio28.

Estos llamados directos e indirectos a pensar la necesidad y utilidad de una biblioteca para la ciudad se complementaron con las respuestas del público a la circular, respuestas que ocuparon un espacio habitual durante el ciclo de vida de El Instituto y que dieron cuenta de la recepción que la iniciativa supuso y, por supuesto, de las distintas formas en que la sociedad letrada contribuía a la formación de la biblioteca, bien a través de suscripciones, entrega de dinero o la donación de libros. Ahora bien, no es extraño pensar que además de hacer reiterativo el llamado a partici-par en el proyecto, la exposición pública de las notas o cartas de respuesta al Instituto Literario fuese una manera de rendir homenaje a quienes apoyaban, jugando con los imaginarios de honorabilidad, distinción y patriotismo que permea-ban a las élites letradas de la ciudad. En otras palabras, la acción de hacer públicas la mayor parte de las donaciones podía incentivar la participa-ción de más personas, al convertir la práctica en una acción filantrópica que destacaba al donante por encima de otros miembros de la sociedad29. La transmisión de bienes bibliográficos se relaciona de este modo con las formas de mantenimiento y reconocimiento de un estatus, aspecto parti-cularmente relevante en aquellos grupos sociales que detentan el poder30.

Lo anterior cobra mayor importancia si entendemos las prácticas del don como parte importante del imaginario republicano decimonónico, en el que elementos como la caridad o la beneficencia eran primordiales para la construcción de lazos de pertenencia y solidaridad, contemplándose como características del buen ciu-dadano, e incluso de las prácticas asociativas. No obstante, de manera especial en la segunda mitad del siglo xix, y casi hegemónicamente en la Regeneración, las prácticas del don fueron detentadas por agrupaciones de raíz católica, debido a que la limitación de las formas de asociación liberales dificultó el progreso de cualquier iniciativa impulsada desde este punto.

En este orden de ideas, la recepción dada a la iniciativa del Instituto supuso una de las pocas prácticas del don lideradas por una asociación laica en Cali. Es igualmente resaltable que, en este caso, el don no corres-pondiese al concepto de caridad o beneficencia, usualmente vinculado a un paternalismo frente a la población pobre o mendicante31. Al contrario,

28. “Importancia y necesidad de las Bibliotecas”, El Instituto, Santiago de Cali, 1 de abril, 1892, 5.

29. La cuestión del prestigio social que envolvía la acción de donar obras para una biblioteca es también observada por Miguel de Asúa en su estudio sobre la conformación de la biblioteca de Buenos Aires en 1810. Miguel de Asúa, La ciencia de Mayo. La cultura científica en el Río de la Plata, 1800-1820 (Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica, 2010).

30. Beatriz Castro, Prácticas Filan-trópicas en Colombia 1870-1960 (Cali: Cidse, Universidad del Valle, 2007), 32-37. Para una visión más profunda del papel del ‘don’ en el funcionamiento de las socieda-des, de aquello que se dona y aquello que se guarda, Maurice Godelier, El Enigma del Don (Barce-lona: Paidós, 1998).

31. Las prácticas caritativas en Cali estuvieron centradas en la reunión de fondos para hospita-les, asilos u orfanatos, siempre lideradas por sociedades de origen católico como la de San Vicente de Paul. Beatriz Castro, “Caridad y beneficencia en Cali, 1848-1898”, Boletín Cultural y Bibliográfico xxvii: 22 (1990): 67-80.

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la entrega de libros y otros impresos implicaba, más que un don que aliviara carencias sociales en sectores humildes, una acción solidaria y cívica desde y para la propia comunidad letrada.

La admiración y las reservas por la propuesta del Instituto Literario de Cali logran dar cuenta del clima social que rodeó al proyecto. La intervención de la clerecía y la intelectualidad conservadora fue notoria. Su interés por forjar una biblioteca católica, y la crítica hacia la aparente reducción del proyecto a tres áreas del conocimiento son aspectos dicientes del constante temor a que afloraran expresiones literarias contrarias a las verdades protegidas. El franciscano León Sardi brinda un ejem-plo más de la mezcla de admiración y reserva frente al propósito de la joven asociación caleña:

“La feliz organización del Instituto Literario en esta ciudad, donde se palpaba la falta

de una asociación como esta vuestra, encargada de llevar por medios científicos, el

convencimiento a todos de que ‘No de sólo pan vive el hombre, sino de todas las

palabras que salen de la boca de Dios’, merece el aplauso y el apoyo de cuantos

deseamos lo natural y sobrenatural para que el monstruo del materialismo no se

anide en el corazón de los pueblos. Con esta íntima persuasión cordialmente os feli-

cito por esta vuestra gran gloria”32.

El miedo a los monstruos asociados al liberalismo —materialismo, romanticismo, comu-nismo, ocultismo— ocupó un lugar importante en las reservas respecto a la fundación de una posible biblioteca. La ambición por modernizar la ciudad, por dotarla de nuevos espacios públi-cos que sirvieran para el enriquecimiento intelectual de la población tuvo que atravesar los

filtros impuestos por la élite dominante, que además de ya incidir en la promoción de una muy concreta oferta bibliográfica, persuadía y advertía sobre los usos y las condiciones ideales que cualquier centro de la cultura escrita debía poseer33.

3. polÍtiCos, liBreros y púBliCo femeNiNo

No obstante las reservas encontradas, es posible afirmar que la recep-ción a la propuesta del Instituto Literario fue en general satisfactoria. El envío de libros, revistas, periódicos y dinero no se hicieron esperar, así como la ampliación del número de suscriptores al bisemanario, que fue otra alternativa de colaboración34. De igual manera, y como se comentó al inicio, la primera circular emanada del Instituto, la número 115, no se concentró únicamente en Cali. Esta misiva también fue dirigida a persona-lidades de trascendencia nacional, involucrando en la causa de la biblioteca caleña a personalidades un poco ajenas al panorama social de la ciudad.

32. “Respuestas a la circular No. 115”, El Instituto, Santiago de Cali, 19 de agosto, 1892, 43.

33. La deuda teórica con Roger Chartier se hace palpable en este punto y las líneas venideras. Roger Chartier, El Orden de los Libros, lectores, autores, bibliotecas en Europa entre los siglos xiv y xviii (Barcelona: Editorial Gedisa, 1994) y El Presente del Pasado, Escritura de la Historia, Historia de lo Escrito (Ciudad de México: Universidad Iberoamericana, Departamento de Historia, 2005).

34. A finales del mes de abril el Ins-tituto Literario ya había recibido alrededor de trescientos ejempla-res. “Perspectiva Halagüeña”, El Instituto, Santiago de Cali, 15 de mayo, 1892, 17.

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Los nombres de Modesto Garcés, José M. Quijano Wallis, Manuel Uribe Ángel y del mismísimo presidente Rafael Núñez figurarían entre los donan-tes. Garcés, quien regresaba de un largo exilio en Venezuela envió al Instituto una docena de obras desde Bogotá. Quijano Wallis, por entonces residente en Popayán, remitió las Notas de Viaje de Camacho Roldán. Uribe Ángel des-pachó desde Medellín su trabajo Geografía General y Compendio Histórico del Estado de Antioquia en Colombia, publicado en París en 1885. Por su parte, el presidente Núñez, quien para 1892 había delegado sus funciones adminis-trativas a Caro, hizo entrega de obras en dos oportunidades: primero desde Panamá y posteriormente desde Cartagena35. Dos de las obras enviadas por Núñez desde la ciudad amurallada aún reposan en el fondo patrimo-nial de la Biblioteca del Centenario y logran dar cuenta de los gustos del entonces presidente. Pese a que ambos están en lengua francesa, aspecto un poco inesperado dada su predilección literaria hispánica, los libros reflejan claramente el ideal moralista y religioso que permeaba el imaginario rege-nerador. Los títulos Variétés Morales et Littéraires, de Paul Albert, historiador de la literatura, y L’ornement des noces spirituelles, de Jan Van Ruysbroeck, teó-logo que posteriormente sería beatificado, evocan claramente aquel tipo de literatura privilegiada por la intelectualidad conservadora36.

Sin embargo, Núñez no se limitaría al simple envío de textos, pues aún en su condición de presidente ausente tuvo cierta influencia en la concesión de la franquicia postal para los libros enviados al Instituto, licencia que los asociados habían solicitado al Gobierno con el fin de facilitar el envío de donativos a escala nacional37. La concesión de la franquicia facilitó el envío de libros desde muchos centros urbanos. Lejanos unos como Medellín, Zipaquirá, Panamá, Santa Rita, Tadó o Bogotá, o cercanos como Santander, Buenaventura y Palmira. La contribución de importantes libreros bogota-nos también sería facilitada con esta excepción postal. Representantes del gremio como Lázaro M. Pérez, Jorge Roa y Salvador Camacho R., dueños de las librerías de “Torres Caicedo”, “Roa” y “Colombiana” respectivamente, remitieron diferentes títulos. Jorge Roa se comprometió incluso a enviar cien volúmenes de forma gradual, incluyendo la colección completa de su Biblioteca Popular, compuesta por un amplio conjunto de libros de autores nacionales y extranjeros38. La casa de Lázaro M. Pérez se comprometió por su parte con el envío de todas las obras editadas o por editar que tuvieran en

35. Según una misiva, Rafael Núñez envió nueve obras desde Panamá por medio de su cuñado E. Román. “Respuestas a la circular No. 115”, El Instituto, Santiago de Cali, 25 de febrero, 1893, 101.

36. Las referencias completas de las dos obras entregadas por Núñez son: Paul Albert, Variétés Morales et Literaires (París: Librairie Hachette, 1879) y Jan Van Ruysbroeck, L’ornement des noces spirituelles (Bru-selas: A. Lefévre Ed., 1841).

37. La intervención de Núñez en esta resolución es mencionada por Samuel Benítez durante el dis-curso de instalación de la Biblio-teca en 1911. Según Benítez, la circular del Instituto Literario fue recibida por el presidente Núñez, quien “no sólo hizo al Instituto una importante remesa de libros, sino que concedió franquicia para que cursaran libres de porte, por los correos nacionales, los libros destinados a la biblioteca”. “Dis-curso del Señor Samuel Benítez”, El Correo del Valle, Santiago de Cali, 12 de enero, 1911, 4918-4919. La resolución por la cual se concedió franquicia postal al Instituto Literario fue la número 68 del 27 de agosto de 1892, y fue firmada por el entonces Ministro de Gobierno A. B. Cuervo. “Noble ejemplo”, El Instituto, Santiago de Cali, 15 de octubre, 1892, 49.

38. Esta noticia causó gran admi-ración en los asociados del Instituto, quienes a través de su bisemanario informaron sobre la enorme donación. “Cien Volúmenes!”, El Instituto, Santiago de Cali, 1 de junio, 1892, 22. Un breve escrito donde se destaca la trayectoria de Jorge Roa y su Biblioteca Popular en Bogotá puede encontrarse en Juan Gustavo Cobo Borda, “Historia de la Indus-tria Editorial Colombiana”, en Historia de las Empresas Editoriales de América Latina siglo xx, ed. Juan Gustavo Cobo Borda (Bogotá: CerlalC, 2000), 161-163.

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su haber39, mientras que el establecimiento de Camacho Roldán y Tamayo envió obras de Campoamor, Smiles, Carrasquilla y un tomo del compilado de Julio Añez, titulado Parnaso Colombiano, editado por ellos en 1886.

La publicidad dada al proyecto por parte del Instituto generó grandes resultados. La intervención guber-namental y el apoyo de sendas casas libreras de la época hicieron que el proyecto tomara importancia en una cierta escala nacional, que incluso se vio expandida cuando Francisco Gamboa, gran motivador de la asociación y quien desde 1885 residía en El Salvador, envió obras y prensa desde este país centroamericano40.

Con una recepción tan favorable en distintas esferas, los miembros del Instituto se sintieron alen-tados a ir un poco más lejos en sus intenciones por lograr una mayor recolección de libros e impresos, por lo que iniciaron una nueva estrategia de seducción, esta vez concentrada en el público femenino. Resueltos a ganarse el apoyo de las mujeres lectoras, la asociación publicó la circular número 163, donde además de solicitar el apoyo femenino para la causa de la biblioteca, se advierte que cualquier donación será divulgada a través del bisemanario, como se hacía con las respuestas enviadas por los donantes masculinos. Los aportes femeninos estarían a la par de los masculinos en cuanto a exposición pública se

refiere. La invitación a las damas de la ciudad suponía un llamado al homenaje y a la distinción, casi que irresistible en sociedades donde la honorabilidad y el estatus siempre estaban dispuestos a ser demostrados.

Resulta por tanto interesante observar cómo muchas damas de la ciudad fir-maban los envíos de libros con su nombre y el de sus hijas, como es el caso de las señora Simona Trujillo, quien junto a sus hijas envió obras de Soledad Acosta, Julio Verne, Edmundo de Amicis y Antonio de Trueba; o el de Clementina Caicedo y sus hijas Mariana y Paulina, quienes envían el Manual de Derecho Parlamentario de Jefferson y el Derecho de Gentes de Manuel M. Madiedo41. Los anteriores casos denotan cómo la honorabilidad que traía consigo el ejercicio de la donación no estuvo limitada a una única personalidad, como era el caso de las donaciones masculinas. Al contrario, en las donaciones realizadas por mujeres se percibe una transmisión de esa honorabilidad al conjunto familiar, en el que inclusive ambos géneros se articulan, como en el caso de las mujeres casadas, que firmaron sus entregas usando tanto los apellidos propios como los de su respectivo esposo.

Ahora bien, apartándonos un poco de las cuestiones de honorabilidad y estatus que ciertamente jugaron en las prácticas del don, resulta preciso analizar la inter-vención de las mujeres en la iniciativa adelantada por el Instituto, centrándonos en las características de los libros remitidos, aspectos que bien pueden dar cuenta de la composición de las bibliotecas femeninas a finales del siglo xix en Cali. Un total de sesenta y dos cartas enviadas por las damas locales se publicaron en las páginas

39. La trayectoria de Lázaro M. Pérez (1824-1892) en el comercio de impresos a nivel continen-tal parece haber sido bastante amplia. Además de sus constantes viajes a Europa para realizar conexiones comerciales, tuvo destacado intercambio biblio-gráfico y epistolar con libreros como el chileno Roberto Miranda. Pablo Figueroa, La Librería en Chile, estudio histórico y bibliográfico del canje de obras nacionales establecido y propagado en América y Europa por el editor y librero Roberto Miranda 1884-1894 (París: Librería de Gar-nier Hermanos, 1896).

40. Un acercamiento a la produc-ción intelectual de Francisco Gamboa puede verse en el trabajo realizado a partir de su corres-pondencia con Rufino Cuervo. Günther Schütz, “Rufino Cuervo y Francisco Gamboa”, Thesaurus liii: 2 (1998): 345-355.

41. El Instituto, Santiago de Cali, 17 de junio, 1892, 25. Las entregas de libros por parte de las damas locales fueron publicadas en este bisemanario a partir del 17 de junio de 1892.

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de El Instituto entre 1892 y 1893, dando cuenta de una donación de al menos 195 obras, sin contar respuestas que, si bien se publican, no mencionan el número de libros despachados. Del total de obras que pudieron verificarse fueron cedidas al Instituto en 1892, el aporte femenino supuso el 41% de un total de 477 libros.

taBla 1: CaNtidad de textos doNados al iNstituto literario. disCrimiNaCióN por sexo (1892)

Donantes Número de libros Porcentaje (%)

Masculino 282 59

Femenino 195 41

Total 477 100

Fuente: datos elaborados por el autor con base en la información de la Biblioteca del Centenario, Santiago de Cali-

Colombia, Fondo Patrimonial, El Instituto Literario, 1892-1893.

En cuanto a los géneros literarios, los textos religiosos son los de mayor donación por parte del público femenino, seguidos por libros de ciencias, novelas, historia y poesía. Una compa-ración con las entregas masculinas también se hace pertinente en este caso, pues ilustra las coincidencias y divergencias entre los consumos literarios de ambos sexos.

taBla 2: doNaCioNes al iNstituto literario. Comparativo por sexo y géNeros literarios

Género literario Donantes masculinos Donantes femeninos Total

Ciencias 9 10 19

Novela/Cuentos 22 10 32

Derecho 1 1 2

Economía 1 1 2

Ensayos 1 10 11

Gramática 17 2 19

Historia 14 9 23

Poesía 18 5 23

Religión 11 11 22

Teatro 2 2 4

Utilidad Práctica 2 2 4

Total 98 63 161

Fuente: datos elaborados por el autor con base en la información de la Biblioteca del Centenario, Santiago de Cali-

Colombia, Fondo Patrimonial, El Instituto Literario, 1892-1893.

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Si bien esta estadística sólo debe apreciarse como parcial debido a la dificultad de estable-cer un recuento preciso sobre todos los libros donados y sus características literarias, logra ser un buen indicador de la composición de las bibliotecas particulares, así como de las prefe-rencias y consumos bibliográficos. Así, los géneros de mayor presencia no sólo evidencian los gustos masculinos o femeninos, también reflejan el ideal de biblioteca planteado por la disímil sociedad letrada del período. Las damas y caballeros de la ciudad donaban aquello que creían podía contribuir al enriquecimiento intelectual de la sociedad, a su progreso y florecimiento. La fuerte presencia de la novela —género tan poco recomendado por Miguel A. Caro42— como de la religión en las donaciones atestigua la articulación de muchos ideales de biblioteca que, gracias a la ambigua posición apolítica del Instituto Literario, lograron coexistir en un mismo espacio.

La particular igualdad en el número de textos religiosos, científicos y novelas para el caso de las contribuciones femeninas, atestigua igualmente el buen grado de educación y cultura alcanzado hasta el momento por la élite femenina caleña, que sin salirse de su tradicionalismo mostraba una seria preocupación por el progreso de la ciudad y la expansión de los nuevos conocimientos43. Una mirada rápida a parte de su correspondencia publicada en El Instituto da cuenta de esta particularidad. Domitila Sinisterra, por ejemplo, felicita la labor de la asociación literaria y se refiere a su donación de la siguiente manera:

“El noble pensamiento de ustedes es el fiel trasunto de lo levantado de sus sentimien-

tos; y aumenta el juicio que tienen formado acerca de la importancia de la mujer y de

su indispensable presencia en todas las circunstancias de la vida, en

todas las manifestaciones de la actividad humana, como que ella es

parte integrante y uno de los motores más poderosos en las vías del

progreso […]. Conocido lo expuesto y el deber que cada uno tiene de

contribuir a todo aquello que indique adelanto y beneficio común,

cábeme el gusto de remitir a ustedes dos volúmenes: ‘Apuntaciones

críticas sobre el lenguaje bogotano’ por Rufino Cuervo y la ‘Ciencia

del lenguaje’ por Max Müller y de manifestarles que tomo una sus-

cripción en el simpático periódico de ustedes”44.

Otra donante, Jorgina de Payán, quien remitió al Instituto las obras Clemencia y Cuadros de Costumbres de Fernán Caballero, pseudónimo de la escritora católica Cecilia Böhl de Faber, nos entrega otra idea del notable lugar ocupado por la mujer en la promoción de la cultura y del progreso:“[…] tengo positiva satisfacción de aplaudir el paso que han dado

Udes. [sic] solicitando para su útil y simpática empresa de fundar una

42. David Jiménez, “Miguel Antonio Caro: Bellas Letras”, 246-260.

43. Las diversas formas de asocia-cionismo lideradas por mujeres durante la segunda mitad del siglo xix también dieron cuenta de su preocupación por la educación moral y la alfabetización social —ante todo en sectores desfavore-cidos— en un ambiente tradicio-nalmente católico. Para el caso del antiguo Gran Cauca, Alonso Valencia Llano, Mujeres Caucanas y Sociedad Republicana (Cali: Anzuelo Ético Ediciones, 2001), 178-188. Un análisis de mayor alcance temporal lo hace Beatriz Castro, Caridad y beneficencia. El tratamiento de la pobreza en Colombia, 1870-1930 (Bogotá: Universidad Externado de Colombia, 2007).

44. “Respuestas a la circular No. 163”, El Instituto, Santiago de Cali, 10 de febrero, 1893, 94.

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Biblioteca, la cooperación de las señoras. La mujer es indudablemente la parte de la

humanidad más interesada en el fomento de la cultura y civilización cristianas, pues

sabido es que a ellas le debe el haber salido del envilecimiento y abyección en que la tuvo

el paganismo y en haber venido a ocupar el digno lugar que hoy ocupa en la sociedad”45.

Dos conclusiones se pueden extraer de la participación femenina en la iniciativa de for-mar una biblioteca pública en Cali. En primer lugar, los deberes moralizantes y educadores de la mujer, altamente preconizados tanto por la dirigencia conservadora como liberal, se hacen manifiestos en sus comunicaciones, que dan cuenta de una preocupación por el fomento de la cultura y la formación intelectual, y del orgullo que produce contribuir con la causa46. Por otro lado, la movilización del público femenino a favor de la creación de la biblioteca puede verse como un buen indicador de su consolidación como comunidad lectora47, condición que, como ha señalado Gilberto Loaiza, fue alcanzada paulatinamente durante el siglo xix, al calor del ideal radical secularizador y su correspondiente oposición católica-conservadora.

De esta manera, el llamado realizado por la novata sociedad litera-ria caleña a las damas locales no suponía un grito al vacío, o una apuesta riesgosa. Muy al contrario, la solicitud correspondía a una visión ya normalizada de la mujer como benefactora, lectora y consumidora —en términos comerciales— de libros y lecturas48.

4. autores hispaNos, ediCioNes fraNCesas Como se ha mostrado, la empresa iniciada por el Instituto Literario

de Cali logró una notable recepción en diferentes públicos. Comerciantes, empresarios, libreros, personalidades políticas y mujeres contribuyeron con textos, dinero o suscripciones al bisemanario de la asociación. Esto posibilitó la composición de un importante conjunto de textos que para 1910 se constituirían en el primer fondo bibliográfico de la Biblioteca del Centenario. Ahora bien, una nueva mirada a este primer conjunto de textos, ahora a través de un filtro concentrado en sus orígenes materiales, permite entregar elementos de juicio alternativos para analizar los procesos de con-formación de las bibliotecas particulares y públicas en Colombia.

Aspectos como las ediciones o la proveniencia de los autores marcan en buena medida el lugar ocupado por Colombia en el mercado interna-cional de bienes impresos, un puesto periférico, más receptor que difusor,

45. “Contestaciones”, El Instituto, Santiago de Cali, 17 de junio, 1892, 26.

46. Según Ricardo del Molino, el papel de la mujer en los espacios domésticos y en el campo educativo, como transmisora de cultura, tiene su raíz en los códigos patriarcales romanos, que acuñaron estas cualidades a las matronas de la Antigüedad romana. Ricardo del Molino, “Matronas encubiertas. Perma-nencia del estereotipo femenino de la Antigüedad Romana en dos modelos políticos contemporá-neos: La revolución francesa y el fascismo italiano”, en Terceras Jornadas sobre imagen, cultura y tecnología, coords. María P. Ama-dor, Jesús Robledano y María del Rosario Ruíz (Madrid: Editorial Archiviana/Universidad Carlos III, 2005), 277-290.

47. Gilberto Loaiza Cano, “Sociabi-lidad y definición de la nación en Colombia, 1845-1886” (Tesis Doctoral, Universidad París III, iheal, 2006), 391-397.

48. Una mirada más profunda y específica a los cambios sociales de la mujer y su participación en asociaciones y círculos de benefi-cencia puede verse en Frank Pro-chaska, Women and philanthropy in nineteen-century England (Oxford: University Press US, 1980).

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y en buena medida dependiente de las producciones, editoriales y tendencias intelectuales pro-cedentes de Europa. El impulso otorgado a movimientos como el hispanoamericanismo, por ejemplo, de particular aceptación por los intelectuales de la Regeneración, se manifestó en la mayor promoción de los autores y las obras hispanas. La creación desde 1887 de una red de sociedades filiales de la Unión Iberoamericana de Madrid en muchas ciudades colombianas da cuenta de su influjo en la circulación de ideas y bienes simbólicos. Miembros destacados de la intelectualidad colombiana como Lázaro M. Pérez, José M. Samper, José M. Quijano W. y Rafael Núñez formaron parte de los cuadros de esta asociación en Bogotá, que también tuvo sedes en Bucaramanga, Pasto, Manizales, Medellín, Cúcuta, Barranquilla, Cartagena y Palmira49.

La ya mencionada participación de Rafael Núñez en la iniciativa puede también analizarse en virtud de la influencia hispanoamericana del período, pues para el mismo año en que se inició la campaña en Cali (1892) Núñez fue nombrado Presidente de Honor del Congreso Literario Hispano-Americano, que se realizaría en Madrid50. La articulación entre los proyectos hispanoamericano y regenerador fue manifiesta, y es fácil creer que durante el periodo de la Regeneración la difusión del ideal hispanista gozara de simpatías en los diferentes centros urbanos; la multiplicación de centros de la Unión Iberoamericana madrileña demuestra un poco esta intención51.

El elemento español sobresale también a la hora de observar los autores de mayor presencia en las donaciones hechas al Instituto, donde de manera muy ajustada, las autorías españolas supe-ran la presencia de las francesas. De un total de 225 obras a las que se les pudo identificar el autor,

un 31% corresponde a escritores ibéricos, un 30% a franceses y un 22% a colombianos. Ahora bien, los datos relativos a la casa editorial aportan un indicador diferente, y es que de un total de 90 textos que lograron ser deta-llados editorialmente, el 41% correspondía a impresores parisinos, contra un 27% proveniente de casas españolas. En otras palabras, las donaciones hechas al Instituto contaron con una mayor presencia de autores hispanos en una mayor cantidad de libros franceses. Esto último nos acerca a una dinámica casi inexplorada en nuestro país: el impacto de las casas editoriales parisinas en la difusión de libros en castellano y su consecuente incidencia en el mercado de bienes impresos en Colombia y el resto de América Latina.

Poderosas editoriales francesas como Garnier, Ollendorff, Hachette o Bouret determinaron en buena medida qué autores y títulos debían ser ofertados en los mercados americanos. La casa Garnier Hermanos, por ejemplo, reclutó intelectuales españoles como Elías Zerolo y Miguel de Toro y Gómez para traducir obras del francés y para coordinar iniciati-vas editoriales52. La capacidad de producción de textos en castellano le

49. La Unión Ibero-americana en México: 12 de octubre de 1887 (México: Tipografía de la “Revista Latino-americana”, 1887), 248-252.

50. Esta noticia fue publicada a modo de epístola firmada por Gaspar Núñez de Arce, “Hon-rosa Distinción”, El Ferrocarril, Santiago de Cali, 17 de febrero, 1893, 2039.

51. Juan David Murillo Sandoval, “Regeneración e Hispanoameri-canismo”, 2-5.

52. Una de estas iniciativas, el Diccio-nario Enciclopédico de la Lengua Cas-tellana, publicado en 1895, conta-ría incluso con la participación del gramático colombiano Emiliano Isaza. Javier Medina López, “Elías Zerolo (1848-1900) y la labor de la Real Academia Española”, Revista de Filología Española (rfe) lxxxvii: 2 (2007): 351-355.

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permitió a esta editorial construir una amplia biblioteca de textos literarios españoles y ame-ricanos, que para 1917 contaba ya con más de mil volúmenes53. Su papel en los proyectos de alfabetización iniciados en las repúblicas americanas también fue notable, pues su producción de manuales, diccionarios y literatura pedagógica le permitió irrumpir en diversos mercados que, como en el caso colombiano, aún contaban con una incipiente industria editorial. Garnier se destacaría de igual manera por su producción de misales, devocionarios y catecismos cató-licos, conjuntos literarios de grata aceptación en los sectores conservadores del continente.

La amplia incidencia de Garnier en el comercio de impresos castellanos y en la misma expansión literaria y cultural española ha sido estudiada por Jean-François Botrel y Pura Fernández, quienes han coincidido en subrayar que pese a la notable y variada producción de títulos castellanos pro-puesta por esta editorial, las letras contemporáneas no gozarían de mucha proyección54. Según Fernández, en cuanto a gustos literarios, los Garnier fueron más moderados que vanguardistas, apostando siempre por autores y títulos populares, de fácil recepción. Autores como de Kock, du Terrail y Balzac serían usuales entre los traducidos al castellano, mientras que entre los autores españoles destacarían Quevedo, Zorrilla, Campoamor y Pérez Escrich55. Una revisión a las ediciones Garnier entregadas al Instituto Literario en 1892 sustenta un poco esta afirmación, pues son obras del cardenal Wiseman, Estébanez, Jovellanos, Quevedo, de Espronceda y Fernández de Moratín las que sobre-salen, al igual que traducciones de Grandville, Manzoni y Vignola, todos autores clásicos o populares. Por Colombia hace presencia una edición Garnier de la obra Manuela de Eugenio Díaz.

Claramente, el ideal de conformar una biblioteca pública en Cali no estuvo por fuera de las dinámicas del mercado internacional de bienes impresos56. El proyecto hispanoamericano contaría en un primer tér-mino con los servicios de los impresores franceses, que en aras de ampliar sus dividendos y fortalecer sus lazos comerciales con América Latina, abonarían el terreno para que ya entrado el siglo xx, nuevos propósi-tos editoriales, esta vez madrileños y catalanes, iniciaran un proceso de expansión por todo el continente57.

CoNClusioNes

Si bien la idea promovida por el Instituto Literario de Cali tendría eco y aceptación en distintos escenarios de la esfera pública local y nacio-nal, el proyecto no se consolidaría sino hasta 1910, al calor de los eventos

53. Pura Fernández, “La editorial Garnier”, 608.

54. Jean-François Botrel, Libros, prensa y lectura en la España del s. xix (Madrid: Fundación Germán Sánchez Ruipérez, 1933); y Pura Fernández, “El monopolio del mercado internacional de impresos en castellano en el siglo xix: Francia, España y “la ruta” de Hispanoamérica”, Bulletin Hispani-que C: 1 (1998): 165-190.

55. Pura Fernández, “La editorial Garnier”, 605-612.

56. A las casas Garnier Hermanos y Viuda de Ch. Bouret también se solicitaron libros en 1910, según el documento de fundación de la biblioteca. “Biblioteca del Cente-nario. Escritura de Fundación”, Bibliotecas y libros. Órgano de la Biblioteca del Centenario, Santiago de Cali, 1 de abril, 1937, 15.

57. Sobre los viajes de los hermanos Salvat al continente americano véase: Phillip Castellano, “La distribución de libros en Latino-américa en vísperas de la Primera Guerra Mundial”, en Prensa, impre-sos, lectura en el mundo hispánico contemporáneo, ed. Jean-Michel Desvois (Bourdeux: Pilar/ Presses Université Michel de Montague de Bordeaux, 2005), 97-108.

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conmemorativos del primer centenario de la Independencia. La inestabilidad política del país y las dificultades propias de la asociación le impidieron continuar fortaleciendo la iniciativa y, por consiguiente, seguir dando cuenta de su desarrollo58. No obstante, y en correspondencia con lo aquí planteado, podemos plantear algunas conclusiones acerca de la intención del Instituto por transformar la vida cultural de Cali a finales del siglo xix, durante el período de la Regeneración.

En primer lugar, es posible afirmar que el Instituto pudo intervenir de manera exitosa en los espacios públicos, debido a que su propuesta conducía a suplir una necesidad cultural y urbana, de gran prioridad para una ciudad que aspiraba a modernizarse. La creación de una biblioteca pública se entendió como un propósito civilizador, y aspectos como la honorabilidad o el esta-tus social y urbano podían desempeñar un papel. Es claro igualmente que la iniciativa por crear una biblioteca debía ser pública, no sólo para poder contar con los aportes de la disímil sociedad letrada, sino también para evitar ser tachada como un emprendimiento secreto que diera pie a la censura estatal o eclesiástica. Lo público de la iniciativa dio paso a una participación abierta y clara, permitiéndole a la élite en el poder incidir en el proyecto. De esta manera, los gustos culturales de las autoridades públicas (políticos, escritores, clerecía) determinaron en buena medida aquellos géneros, títulos y autores que debían ser colocados para ser consultados en la proyectada biblioteca59.

Por otro lado, aspectos ligados al mercado internacional de bienes impresos también incidieron en la formación del que sería el primer fondo de la Biblioteca del Centenario. Este elemento no debe mermar su importancia debido a que las “naturalizadas” leyes de oferta y demanda sin duda media-ron en la difusión de textos, primero a través de librerías y luego a través de lugares más públicos

como las bibliotecas. En nuestra opinión, el estudio de la conformación de librerías y bibliotecas no debe separarse del comercio internacional de impre-sos, más cuando los ejes de éste reposan en otros países o continentes cuyos campos cultural y literario son bien distintos.

Finalmente, si bien el alcance del logro trazado por el Instituto Literario de Cali no logró consolidarse con la rapidez que la asociación deseó, su consumación en 1910 marcaría un punto muy importante en la historia cultural de Cali durante el siglo xx, pues en el contexto de la conmemoración centenaria, de otras importantes inauguraciones para-lelas y de las consecuentes perspectivas positivistas en torno al futuro, la primera biblioteca pública de Cali logró convertirse en un espacio urbano, público y colectivo, reflejo de las intenciones civilizadoras de una socie-dad afanosa por sentirse moderna.

58. Algunos de los problemas perci-bidos en la asociación fueron la renuncia de miembros y la apa-rente falta de nuevos asociados que se interesaran por los estu-dios literarios o la promoción de la cultura. “La Nueva Redacción”, El Instituto, Santiago de Cali, 25 de febrero, 1892, 97.

59. Para un análisis del poder consti-tuido y su importancia en el con-trol de la ‘grafoesfera’, por tomar el sugerente concepto de Régis Debray, véase: Armando Petrucci, Alfabetismo, escritura y sociedad (Barcelona: Gedisa Editorial, 1999), 57-69. Sobre el concepto de grafoesfera, su origen y dominios, Régis Debray, Introducción a la mediología (Barcelona: Paidós, 2001), 65-76.

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Reseñas

Caicedo Osorio, Amanda. Construyendo la Hegemonía religiosa. Los curas como agentes hegemónicos y mediadores socioculturales (diócesis de Popayán, siglo XVIII).Bogotá: Ediciones Uniandes, 2008, 274 pp.

Esta obra, de Amanda Caicedo Osorio, publicada por la Universidad de los Andes, resulta de gran interés para el investigador y el público interesado en la situación del clero durante la Colonia, y especialmente durante el siglo xviii. Su originalidad radica en que toma como objeto de estudio al cura, a quien la mayor parte de la historiografía colombiana le reconoce un lugar

central en la conformación de procesos políticos y culturales, pero que muy pocas veces ha recibido una atención particular para comprender su incidencia en la vida del país. Para la autora, el cura constituye un punto de acceso clave para entender la religión local, por su papel de mediador cultural y como mantenedor del orden social hispánico.

Para desarrollar su propuesta, se fundamenta en un rico trabajo documental, que incluye desde la consulta de documentos eclesiásticos publicados, hasta la exploración de varios fondos del Archivo General de la Nación, particularmente el Archivo Arzobispal de Popayán; y documen-tos del Archivo Central del Cauca y el Archivo Histórico de Cali, con los que se encontraba familiarizada desde sus estudios de pregrado.

En cuanto a la estructura del texto, Caicedo Osorio construye dos capítulos que se abren como dos grandes páginas. El primero pretende mostrar quién era el cura en la sociedad de la época, a través de tres pre-guntas implícitas en su estudio: qué significaba ser cura, cómo se llegaba a esta condición y, por último, qué significaba vivir como cura. En cuanto al significado otorgado a su oficio, el cura era un personaje con amplias res-ponsabilidades no sólo religiosas, sino también sociales y políticas. Era un intermediario entre Dios y el pueblo, pues conectaba lo terreno y divino, un hijo espiritual de sus superiores a los que les debía estricta obediencia, un “padre espiritual” de los fieles, un guía del pueblo, un médico espiri-tual que mantenía la salud mediante su labor sacramental y un maestro de la doctrina cristiana.

Jhon Janer Vega R.Historiador de la Universidad Industrial

de Santander (Bucaramanga, Colom-

bia). Miembro del Grupo Interdisci-

plinario de Estudios sobre Religión,

Sociedad y Política (GIERSP) de la

misma universidad, (Categoría D en

Colciencias). [email protected]

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Llegar a ser cura (con los estrictos requisitos que la Iglesia católica había establecido) no era nada fácil; no obstante, el dinamismo de la realidad colonial de finales del siglo xviii disipó ciertas exigencias y permitió, por ejemplo, que personas de “dudosa” pureza de sangre, como mestizos e indígenas, ingresaran a la vida clerical; hay que tener en cuenta que ellos eran quie-nes conocían las lenguas nativas y asumían los curatos de más difícil acceso geográfico. La imagen de un cura rico y satisfecho, que gozaba de prestigio en su parroquia, queda desdibu-jada: vivir como cura de almas en los lugares más apartados y de geografías difíciles fue un reto, sobre todo cuando éste enfrentaba dificultades para el pago de sus “servicios religiosos”.

El segundo capítulo va más allá de una visión lineal del poder hegemónico de la Iglesia católica durante la Colonia. Si bien los curas favorecieron un determinado tipo de orden social hispánico, el ejercicio del poder eclesiástico no era tan sencillo. Es decir, el sacerdote podía ejercer control sobre los fieles, sólo en tanto estimulaba la aceptación y la conformidad y los convocaba al consenso, para lo cual utilizaba tres caminos principales: el control sociocultural, la aglutinación religiosa y la armonización de las experiencias religiosas locales.

Si se hace referencia al control social y cultural, el cura puede ser visto como un “gen-darme” que poseía cuatro herramientas: la confesión, la excomunión, la contención de los pecados públicos y la inspección de la veneración de imágenes, armas de las que si no hacía un adecuado uso, podían más bien generar conflicto en las parroquias. El cura “aglutinador” debía actuar como orientador de las actividades religiosas, encauzando la creatividad colectiva hacia actos comunitarios como la construcción de los templos, las procesiones y rogativas y las fiestas del calendario religioso. Lo anterior llevaba a un mundo de relaciones locales, en las que el cura no era el único que cimentaba la vivencia del catolicismo ni podía imponer sin más, su visión: los fieles estaban dispuestos desde su experiencia social a aportar algunos rasgos y mati-ces en la religión local, así estuvieran al margen del catolicismo más dogmático. Por último, el cura “armonizador” muestra para la autora que, durante los siglos xvii y xviii los sacerdotes se aproximaron a la religión local a través del consenso con sus fieles y a nivel parroquial. Era posiblemente un símbolo de unión e integración que acercaba diferentes culturas, aunque ter-minara imponiendo el predominio el catolicismo siempre de forma relativa e inestable.

Así, Amanda Caicedo ha contribuido a la comprensión de la lógica negociada del poder ecle-siástico durante el siglo xviii en la diócesis de Popayán. Sin embargo, no queda del todo clara la utilidad de incluir a los sacerdotes estudiados dentro de la categoría de “curas de almas”, que no existe como noción canónica para el clero y que además hace referencia más bien a la de cura animarum, es decir, a un oficio, a un encargo que los curas reciben de su obispo —y que se reglamentó durante el Concilio de Trento en el siglo xvi— para ofrecer la instrucción a los fieles e impartir los sacramentos.

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Debe decirse también que para entender el poder local hay que revisar la noción de fieles como una categoría que engloba pero que termina excluyendo su diversidad, tan pregonada en este estudio. Por lo demás, Caicedo Osorio abona un campo de trabajo que invita a aden-trarse, repensar y reevaluar muchas ‘verdades’ y lugares comunes sobre la Iglesia católica en Colombia a finales de la Colonia.

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Romero Jaramillo, Dolcey. Los afroatlanticenses. Esclavización, resistencia y abolición. Barranquilla: Universidad Simón Bolívar, 2009, 184 pp.

A finales del 2009 el profesor Dolcey Romero publicó un nuevo libro sobre la esclavitud, el cimarronaje, las estrategias de resistencia individual de los esclavos y el proceso de manu-misión en la antigua área del Partido de Tierradentro, la parte norte de la colonial provincia de Cartagena que actualmente llamamos Departamento del Atlántico. El hilo que articula sus

argumentos reconoce la condición de sujetos que podían diseñar estra-tegias de resistencias individuales y colectivas, que a su vez obligaban a los amos y a las autoridades a negociar en el contexto de su hegemonía y dominación.

El libro consta de tres capítulos. El primero estudia la esclavitud, las formas de resistencia colectivas e individuales desplegadas por los negros esclavizados, y los asentamientos humanos originados por quie-nes huían de tal condición. También muestra las estrategias desarrolladas por los esclavistas para evitar el cimarronaje de quienes se fugaban de las haciendas y de las casas de los amos, refugiándose en el monte firme y ori-ginando pequeñas poblaciones. El segundo capítulo muestra la capacidad de un esclavo para desafiar a su amo en los estrados judiciales de finales del período colonial. La forma como está tratado el tema coloca el estudio del profesor Romero Jaramillo a tono con los nuevos modelos y metodo-logías empleados por la reciente historiografía social sobre Latinoamérica de los siglos xviii y xix. Sobre este capítulo volveremos enseguida.

El último capítulo está consagrado al análisis de las condiciones de la esclavitud en la primera mitad del siglo xix y a las diversas vías de la

Sergio Paolo Solano D.Profesor de la Universidad de Carta-

gena (Cartagena, Colombia). Licenciado

en Ciencias Sociales y Económicas de

la Universidad del Atlántico (Barran-

quilla, Colombia) y miembro del Grupo

Frontera, Sociedad y Cultura del Caribe

y Latinoamérica de la Universidad de

Cartagena, (Categoría A1 en Colcien-

cias). [email protected]

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manumisión hasta la abolición definitiva de esta condición social. Romero Jaramillo recons-truye meticulosamente series estadísticas sobre las compraventas registradas en la Notaría Primera de Barranquilla: precios de los esclavos, la composición de género del tráfico de esclavos, edades y particularidades de cada esclavo transado. Luego construye medias e inter-preta tablas y gráficos con rigurosidad. Muestra a los mayores compradores y vendedores, y liga esta actividad con otras empleadas en la acumulación de capitales por estas personas. En este capítulo aborda los procesos de manumisión y automanumisión, hasta la abolición definitiva de la esclavitud en 1851.

Vale la pena extenderse un poco sobre el capítulo segundo, porque sin desmeritar los otros, posee unas peculiaridades para quienes nos habituamos a sólo pensar en cimarro-nes, palenques y rebeliones como únicas actitudes de los esclavos frente a los esclavistas. En efecto, en los últimos decenios la historiografía del continente se ha esforzado por integrar el análisis de clase, la condición racial, los estilos de vida y las maneras como entendían los sujetos sociales de la época el orden y la estratificación social y la ubicación de cada uno en ese ordenamiento. En el caso de la esclavitud, las recientes investigacio-nes basadas en asuntos judiciales puntuales en los que se vieron involucrados esclavos y también libres pertenecientes a las castas, ilustran los cambios de perspectivas que se operan en la historiografía social1.

La importancia de estas investigaciones descansa en: 1) el empleo de unos recursos hasta cierto punto novedosos, en la medida en que utilizan los archivos judiciales para evidenciar que la sociedad también puede ser leída como una continua tensión entre el poder, los grupos sociales y la norma, y las prácticas y discursos que las ponen en entredicho; 2) obligan a recon-siderar la usual forma de entender a la sociedad como una estructura padecida por los hombres que no logran hacer mella en ésta mediante sus acciones, y para las que no cuenta el mundo de las representaciones mentales que se construyen desde lo social, racial, ocupacional, generacio-nal y de género; y 3) las reconsideraciones acerca de la naturaleza del trabajo histórico, sobre las fronteras temáticas, la naturaleza de los conceptos y el empleo de recursos metodológicos novedosos, a primera vista pocos ortodoxos, pero que vienen ofreciendo unos resultados que no dejan de sorprendernos.

Acerca del recurso de los archivos judiciales, en una ocasión Germán Colmenares sugirió que los estudios de historia social y cultural debían prestar igual atención a las formas como operaban las normas, en definir la cobertura de las instituciones y las esferas públicas y privadas en las que más se sentía su presencia, y las dis-tintas maneras como los sectores sociales las vivían y reaccionaban frente a ellas. Esto implica, y he aquí un cambio de orientación, interesarse en las

1. Rafael Díaz, “¿Es posible la liber-tad en la esclavitud? a propósito de la tensión entre la libertad y la esclavitud en la Nueva Granada”, Historia Crítica 24 (2003): 67-74.

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manifestaciones concretas de las instituciones y cómo eran experimentadas por los individuos, pues las disposiciones civiles, penales y de policía obligatoriamente individualizaban esa rela-ción para que aquel pudiera operar2.

Pero no cabe duda, y aquí está lo llamativo de este tema, que los archivos judiciales no sólo sirven para contar cuántas veces se violaban las disposiciones, cómo amplios sectores de la población vivían en contravía con los valores oficiales o, para decirlo en los términos de unos de esos estereotipos que pretenden decirlo todo sin decir absolutamente nada, cómo las gentes vivían en un ‘desorden generalizado’. Algo nos dice que se trata de algo que está más allá de esa simple constatación y en la actualidad, y gracias a investigaciones como la del profesor Romero Jaramillo, se está —para decirlo parafraseando a Colmenares— en una situación ventajosa para escudriñar el entramado de las relaciones sociales y culturales y las expresiones del poder, pues la individualización de la pena saca a la luz pública el consenso social que han logrado las instituciones y que legitima al Estado para establecer y ejercer el castigo, consentimiento que a su vez da por establecido un determinado orden, la aceptación tácita de una jerarquía y la dominación y subordinación social. Por esta vía igualmente se avanza en conocer las expresiones concretas del ejercicio del poder y el conjunto de condi-ciones que posibilitaban y mediatizaban su aplicación, y cómo los magistrados no escapaban de motivaciones ideológicas y valoraciones sociales en sus veredictos, y tampoco dejaban de tener en cuenta la jerarquía social. Pero lo más importante para nuestro interés, por medio de una lectura en contravía, los juicios penales y policiales facilitan estar al tanto de la espesa urdimbre del tejido social y cultural del castigado, usualmente de las gentes del común3.

En el caso estudiado por Romero Jaramillo, el hecho de vivir en escla-vitud, es decir, vivir en un estado civil y social entre lo humano y lo animal, demandó de parte de quienes la padecían desarrollar diferentes estrategias para sobrellevarla o terminarla. Por eso encontramos dife-rentes formas de resistencia esclava; unas, más radicales y evidentes, aunque menos comunes, como el cimarronaje, el motín o el asesinato del amo; otras, más graduales y discretas, pero al parecer más efectivas y abundantes, como las solicitudes judiciales4. Para el caso peruano se ha dicho que los esclavizados fueron capaces de ir erosionando paulati-namente el sistema que los oprimía, utilizando diversos procedimientos de adaptación y cuya máxima expresión fue familiarizarse con el entra-mado judicial colonial y utilizarlo para su beneficio5.

Ahora se empieza a explorar el mundo de los esclavizados y las relaciones con los esclavistas desde los estrados judiciales, como lo ha

2. Germán Colmenares, “La ley y el orden social: fundamento pro-fano y fundamento divino” y “El manejo ideológico de la ley en un periodo de transición”, en Varia: selección de textos, ed. Hernán Lozano Hormaza (Bogotá: Tercer Mundo Editores/Universidad del Valle/Banco de la República/Col-ciencias, 1998), 210-264.

3. Germán Colmenares, “La ley y el orden”, 210-264.

4. Sobre este tema ver James Scott, Los dominados y el arte de la resis-tencia. Discursos ocultos (México: Ediciones Era, 2000).

5. Carlos Aguirre, Agentes de su propia libertad. Los esclavos de Lima y la desintegración de la esclavitud 1821-1854 (Lima: puCp, 1993).

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hecho la historiadora ecuatoriana María Eugenia Chaves en su estudio de análisis del dis-curso de una esclava que, contrariando el discurso dominante que la excluía de la práctica del honor, reclamó su libertad utilizando como fundamento de su demanda el argumento de su honor mancillado6.

Para el caso de Chile también se empieza a demostrar que los esclavos, esclavas o sus familiares usaron estrategias, como peticionar a la justicia formal la libertad y/o la venta por considerar que era recurrente el maltrato en un aspecto específico: el honor, el que estaba articulado al cuerpo esclavizado. Esto tenía importancia si se tiene presente que la población africana y sus descendientes fueron percibidos sobre todo como un cuerpo-mercancía. En la documenta-ción revisada para los estudios aparece el uso del código del honor de manera más o menos explícita, ya sea a través de la referencia al honor que tienen los amos, ya sea al honor que han adquirido los escla-vos y las esclavas. En ese sentido estos últimos han de demostrar que encarnan el honor y lo hacen a través de lo que podríamos identifi-car como un cuerpo injuriado. Esto evidencia, por una parte, la manera como la población esclava resignificó estratégicamente dichos códigos para hacerlos accesibles a su situación, pero también muestra el con-texto en que ello era legítimo culturalmente. No era extraño, entonces, que al demandar su libertad y/o su venta apareciera el honor herido jugando un rol fundamental7.

De la lectura de los trabajos citados y del que nos presenta el profesor Romero Jaramillo podemos concluir que para finales del siglo xviii estaba generalizada entre la población esclavizada una autovaloración positiva de sus condiciones de sujetos sociales que tenían derecho a tener honor8. Esto significa que, contrario a lo que se puede concluir de muchos estudios que sólo ligan ese código de valoración social a las élites, el uso cotidiano del honor devino en patrimonio de todos los grupos sociales, a través de la afir-mación de nuevos términos que, como reputación y fama pública, hicieron depender la estima social no de una condición innata, sino de la opinión colectiva. En estos conflictos los diversos sujetos sociales ponían en escena unas estrategias discursivas contrapuestas sobre los mismos temas.

Ï

6. María Eugenia Chaves, Honor y libertad. Discursos y recursos en la estrategia de libertad de una mujer esclava (Guayaquil a fines del período colonial) (Gotemburgo: Depar-tamento de Historia e Instituto Iberoamericano de la Universidad de Gotembugo, 2001), 156-178; “La mujer esclava y sus estrategias de libertad en el mundo hispano colo-nial de fines del siglo xviii”, Anales 1 (1998): 91-118; “Color, género y esclavitud: mujeres esclavas y liber-tas en el Brasil y los países andinos (ss. xviii y xix)”, Cadernos do chdd, Número especial (2005): 133-157; “‘Nos, los esclavos de Medellín’. La polisemia de la libertad y las voces subalternas en la primera república antioqueña”, Nómadas 33 (2010): 43-55. Otros casos parecidos en Christine Hünefeldt, Lasmanuelos, Vida cotidiana de una familia negra en la Lima del siglo xix: Una reflexión sobre la esclavitud urbana (Lima: iep, 1992); Mujeres. Esclavitud, emociones y liber-tad, Lima 1800-1854 (Lima: iep, 1988).

7. Carolina González, “Los usos del honor por esclavos y esclavas: del cuerpo injuriado al cuerpo libe-rado (Chile, 1750-1823)”, Nuevo Mundo-Mundos Nuevos 6 (2006). http://nuevomundo.revues.org/document2869.html (recuperado en mayo 24 de 2010).

8. Sobre la diversificación de la eco-nomía del honor entre diversos sectores sociales ver Sergio Paolo Solano, “Los sectores sociales medios en la historia social colombiana del siglo xix”, Memo-rias 13 (2010): 1-38.

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Acevedo Puello, Rafael Enrique. Memorias, lecciones y representaciones históricas, la celebración del primer centenario de la Independencia en las escuelas de la provincia de Cartagena (1900-1920). Bogotá: Ediciones Uniandes, 2011, 257 pp.

Parte del desconocimiento de la producción historiográfica de las investigaciones de postgrado radica en su poca impresión y su escasa difusión y, en que los límites temáticos o regionales de sus estudios, —en su obvia especificidad— carecen de interés para una edición de proyección nacional. Eso dificulta conocer excelentes investigaciones que sobre ciertos

temas se ha producido desde miradas locales o regionales en el país. Por ello es importante que la Universidad de los Andes haya impreso el texto Memorias, lecciones y representaciones históricas de Rafael Acevedo, pues aun-que se trate de un estudio de caso de la celebración de la independencia de Cartagena en 1911, la interpretación está articulada a lo que el autor ha denominado los “usos públicos de la historia”, que resulta valiosa para poder conectar las historias de construcción de identidad del país a partir de sus episodios singulares, en una relación menos centralista y unitaria.

El libro, como su título lo indica, se acerca al resurgimiento de la cele-bración de la independencia de Cartagena en el año de 1911, y tiene como “espacio” de recreación la escuela. Para que esta idea no resulte vaga ni se quede tan sólo en el discurso, el autor aprovecha todos los ángulos posibles para dar una idea de escuela particular, integrada a la idea de progreso de la región, profundamente política y en la cual se articulaban la necesidad de producir individuos capaces con las ideas morales de la época alrededor de la religiosidad y la familia. Resulta interesante ver cómo integra la articula-ción del discurso político de la historia con la forma como se desarrollaban las clases en las aulas. Esa articulación enriquece y le da peso a la apuesta de vincular la educación básica con la conformación del discurso nacional. En este caso, el autor es preciso en afirmar la escuela como un escenario esencial para los usos públicos de la historia.

El texto está dividido en tres capítulos. En el primero Acevedo expone la relación de la ciudad con la escuela, a partir de las referencias estadís-ticas que señalan su importancia, pero también con la interpretación del discurso público que, a través de la prensa y del proselitismo político, hizo referencia de la escuela como el espacio del progreso cartagenero: “Las

Carlos Rojas CocomaEstudiante del Doctorado en Historia de

la Universidad de los Andes (Bogotá,

Colombia) y miembro del grupo Prácti-

cas culturales, imaginarios y represen-

taciones (Categoría A1 en Colciencias).

[email protected]

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escuelas […] terminaban siendo un espacio público destinado a la invención y puesta en escena de esos modos de pensar, hacer y rehacer el pasado” (p. 11). Esta lectura de fuentes le permite al autor ir construyendo el concepto de ciudadanía, las categorías morales que definen al ciuda-dano y la manera como se accede a ella.

El segundo capítulo es el más crítico hacia la génesis de la celebración, pues pone en evi-dencia cómo la independencia de Cartagena fue una fiesta rescatada de una historiografía centralista que, además de desconocerla, la consideraba un error: “[…] había un interés mar-cado por conceptualizar, presentar y leer la libertad de las localidades, […] como preámbulo del nacimiento de las guerras civiles, el atraso y la inestabilidad política del país, lo que se refería como ‘errores nacionales’” (p. 102). Acá cobra un valor fundamental el hecho de que el pro-blema no es historiográfico, es decir, no se sostiene sobre la cuestión de cómo fue interpretada la historia de Cartagena, sino que gira alrededor de las prácticas culturales de dicho discurso: cómo se apropió, cómo se interpretó y cómo se dio a conocer.

Esa lectura permite que su ensayo no se quede únicamente en entender la “invención” o la “representación”, sino que se aproxime a la esfera de la apropiación. Justamente de aquí se extrae la definición de lo que él ha llamado “usos públicos de la historia”. Una de las fuentes que Acevedo usa con frecuencia son los catecismos, que a la vez que servían como mecanismos de divulgación de la instrucción pública, se soportaban en la base de una fuerte moral católica. Sin pretender trascender el análisis de los límites entre el escenario religioso y el pedagógico, el autor enriquece el matiz de su lectura exponiendo el evento católico dentro de los márgenes políticos, lo que resulta ser uno de los aspectos más enriquecedores de su libro.

El tercer capítulo se enfoca en la descripción de la celebración; aunque no tiene una pro-puesta crítica de fondo, la articulación de fuentes visuales y escritas y sobre todo los detalles de la festividad proporcionan una documentación valiosa y consolidan la abstracta idea del “uso público de la historia” en la fiesta. En esta parte sobre todo, la investigación a veces peca por específica, y eso lleva a que, salvo en un par de referencias, la integración de esta festividad con la celebración del centenario nacional de independencia (1910), o el marco de los usos de la historiografía nacional en Cartagena, quedara pendiente. Esa relación cobra importancia en la medida en que es justamente en esa relación entre un poder central y uno regional que la fiesta de Cartagena empieza a ser relevante, pues no se trata únicamente de elogiar los méritos de los próceres cartageneros, sino de la importancia de hacer del proceso independentista local un cimiento de la historia nacional.

Esa distinción se debilita en una diferencia que Acevedo no establece claramente entre historia y memoria. Tratándose de un acto simbólico que usa el pasado como instrumento regio-nalista, los “usos” de la historia se quedan en las representaciones escolares, sin trascender la

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importancia de la génesis de una celebración que hoy hace parte de las festividades nacionales. Esta observación no opaca, en todo caso, los méritos de este trabajo en la lectura de las fuentes, la riqueza crítica y, en especial, la apuesta por interpretar los “lugares de la memoria” a los que se refería Pierre Nora1.

En conclusión, el texto se destaca porque, siendo una historia regional, establece marcos de interpretación y preguntas que relacionan y enriquecen la historia cultural que se está produ-ciendo alrededor de la construcción de identidad y nación en Colombia a comienzos del siglo xx, y que permite enriquecer, a manera de contrapunto, la forma como entendemos la nación “imaginada” de la época.

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1. Pierre Nora, Les lieux de mémoire, tomo i (Paris: Gallimard, 1997).

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NotilibrosseCCióN a Cargo de laura paola avila quiroga y luZ aNgela NúñeZ

Ï Galster, Ingrid.

Aguirre o la posteridad arbitraria. La rebelión del

conquistador vasco Lope de Aguirre en historiografía

y ficción histórica (1561-1992). Bogotá: Universidad

del Rosario/Universidad Javeriana, 2011, 844 pp.

El conquistador vasco Lope de Aguirre se rebeló en 1561 contra la Corona de España; fue el primero en desnatu-ralizarse de ella para fundar una monarquía indepen-diente en la América hispánica. Aun cuando el proyecto fracasó, el evento ha suscitado una multitud de lecturas entre ellas, la del director de cine alemán Werner Herzog (1973). El libro reconstruye la recepción de este aconte-cimiento en diferentes géneros (crónicas, historiografía, literatura, teatro, cine, cómic, etc.), hasta el V Centenario del descubrimiento, sobre todo en los países involucra-dos de la América hispánica (Perú, Colombia, Venezuela) y en España. Para cada lectura se establecen los factores que condicionan la construcción y la instrumentaliza-ción del pasado, de manera que el libro se puede leer también como historia cultural de la América hispánica y de España así como del diálogo entre las colonias o las excolonias y la “madre patria”. En el campo de la teoría se retoma el debate aparecido en los años 80 sobre la po-sibilidad o no de distinguir la historiografía y la ficción.

Ï Saldarriaga, Gregorio.

Alimentación e identidades en el Nuevo Reino de Gra-

nada, siglos xvi y xvii. Bogotá: Universidad del Rosario,

2011, 334 pp.

Este libro busca comprender la forma en que se crea-ron y transformaron identidades alimenticias en el Nuevo Reino de Granada, durante los siglos vxi y xvii. Toma como punto de partida dos ejes centrales: las concepciones sobre la abundancia y las formas en las que el comercio hispánico modificó los panoramas alimenticios de los indígenas y de los españoles. Este trabajo de Historia de la alimentación utiliza para su análisis las estructuras del gusto, los sistemas pro-ductivos, las concepciones simbólicas de la comida y el poder, asumiendo el principio de que no se puede entender la alimentación y su estudio como un ele-mento accesorio o curioso de la experiencia humana, sino como un punto nuclear que articula el entrama-

do social y cultural. Uno de los aportes de este libro es la forma en que logra mostrar cómo se articularon las realidades y posibilidades locales con las aspiraciones imperiales, en un proceso de adaptación que manifes-tó un conjunto de variables, ricamente analizadas. Re-sulta interesante para quienes estén interesados en la alimentación desde una perspectiva sociocultural: sus preguntas, métodos y posibilidades pueden pensarse más allá de los siglos que abarca el estudio.

Ï Patiño Millán, Beatriz.

Riqueza, pobreza y diferenciación social en la Pro-

vincia de Antioquia durante el siglo xviii. Medellín:

Editorial Universidad de Antioquia, 2011, 304 pp.

El Centro de Investigaciones Sociales y Humanas y el Gru-po de Investigación en Historia Social de la Universidad de Antioquia hace un reconocimiento a la profesora Beatriz Patiño al editar por primera vez este texto que fue escrito a mediados de la década del ochenta del siglo XX. Dada su vi-gencia en la historiografía actual, el libro analiza los rasgos distintivos de la región antioqueña en el último siglo de la Colonia, centrándose en los aspectos sociales y económicos de los diferentes grupos étnicos en relación a la tenencia de la tierra y su vinculación con la producción agraria y mine-ra. Se trata entonces de un aporte significativo para com-prender las condiciones de vida y la heterogeneidad de los “grupos socioraciales” en este periodo. Con una riqueza en fuentes y un detallado análisis desde la técnica de la historia demográfica y cualitativa la autora proporcionó en su mo-mento, herramientas novedosas en la consulta de series documentales para el análisis histórico.

Ï Bonilla, Heraclio, ed.

La cuestión colonial. Bogota: Universidad Nacional

de Colombia/Embajada de España en Colombia/

Centro cultural y educativo español Reyes Católicos/

CLACSO/IEPRI, 2011, 644 pp.

La Universidad Nacional de Colombia con ocasión del Bicentenario de la Independencia del país organizó el Seminario Internacional “La cuestión colonial”, de-dicado al examen de la génesis, el funcionamiento y las consecuencias de la dominación colonial impuesta por Europa sobre los pueblos de las Américas, de Áfri-

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Notilibros

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ca y de Asia desde los inicios del siglo xvi hasta su cul-minación en el contexto de los grandes movimientos por la descolonización de la segunda mitad del siglo xx. Ahora los artículos y debates de este seminario se publican en un volumen organizado en tres partes, además de dos artículos que sirven de introducción. En la primera parte se incluyen doce trabajos que examinan el sistema colonial y los procesos de inde-pendencia en América, pero que no se limitan a los dominios españoles sino que analizan también los sistemas coloniales británico, francés y portugués en el Nuevo Mundo. En la segunda parte seis artículos estudian “los otros mundos”: India, extremo oriente, Senegal, Argelia y Palestina, mostrando la compleji-dad temporal, social y política de los procesos de des-colonización. Finalmente, en la tercera parte, trece autores analizan el legado colonial en las sociedades, en aspectos tan diversos como la política, las identida-des, la religión, la raza o la lengua.

Ï Helg, Aline.

Libertad e igualdad en el Caribe colombiano, 1770-1835.

Bogotá: Banco de la República/Universidad eAfit, 2011, 530 pp.

Colombia cuenta con la población afrodescendiente más numerosa en América Latina después de Brasil y Estados Unidos. Sin embargo, los estudios sobre la his-toria de los afrocolombianos tardaron mucho en desa-rrollarse y a menudo se limitaron a regiones considera-das “de negritudes”, como la Costa Pacífica o Palenque de San Basilio, descuidando otras con una población afrodescendiente más mestiza. Libertad e igualdad en el Caribe colombiano 1770-1835 analiza las raíces históricas de este descuido, haciendo un recorrido que entrela-za la crisis y el fin del orden colonial, la primera inde-pendencia, la reconquista española, la república gran colombiana y el final del proyecto bolivariano bajo la dictadura de Urdaneta. En él examina el tratamiento que como nación, Colombia dio a las comunidades afro caribeñas, además de otros factores que hicieron que éstas abandonaron su identidad. Al tiempo presenta perspectivas comparativas con fenómenos similares o análogos en otras regiones del continente americano.

Ï Klein, Herbert S.

El tráfico Atlántico de esclavos. Lima: Instituto de

Estudios Peruanos, 2011, 314 pp.

En este libro se analiza la gradual conformación de una clase trabajadora afroamericana durante un periodo de casi cuatro siglos, hasta mediados del siglo xix. Para ello Herbert S. Klein sitúa el papel de la esclavitud en

el desarrollo de occidente, y a partir de allí analiza cui-dadosamente la configuración de un sistema de tráfico de esclavos que movilizaba tres continentes. El autor analiza la situación de África en la época del comercio atlántico de esclavos y la forma como desde Europa se organizó la “exportación” de millones de seres huma-nos, a través de complejas transacciones comerciales y crediticias lideradas por mercaderes rivales en un mercado inusualmente libre para la época. En la última parte se expone el impacto social y cultural de tráfico de esclavos en América y el fin de la trata a mediados del siglo xix, cuando la esclavitud llegó a ser un sistema ca-duco. Finalmente, a manera de apéndice, se incluye un completo balance bibliográfico sobre el tema estudiado.

Ï Echeverría, Bolívar.

Modernidad y blanquitud. México: Ediciones Era, 2010,

245 pp.

En esta colección de ensayos del filósofo ecuatoriano-mexicano Bolívar Echeverría –la última que preparó en vida-, el autor se pregunta por los mecanismos que permiten la homogeneización de todos los humanos como una masa obediente y dócil a las exigencias del orden social. Esa identidad homogeneizada se identifi-ca en este libro como blanquitud, un tipo de ser huma-no perteneciente a una historia particular ya centena-ria pero que en nuestros días amenaza con extenderse por todo el planeta. La blanquitud no es en principio una identidad racial; incluye sin duda ciertos rasgos étnicos de la blancura del “hombre blanco”, pero sólo en tanto que encarnaciones de otros rasgos más deci-sivos, que son de orden ético y que caracterizan a un cierto tipo de comportamiento humano, a una estra-tegia de vida o de sobrevivencia. Este volumen incluye además dos excursos conectados con la historia de la modernidad: uno que aborda el destino del arte en la “época de la actualidad de la revolución”, donde se examina la eclosión de las vanguardias artísticas en la anterior vuelta de siglo y se comenta la tesis de Walter Benjamin sobre la obra de arte “post-aurática”, y otro que reexamina el concepto de izquierda política a la luz de una relectura del existencialismo de Sartre.

Ï Ruiz Aguilar, Armando comp.

Nosotros los hombres ignorantes que hacemos la guerra.

México: Dirección Nacional de Publicaciones/conAcultA,

2010, 332 pp.

El libro reúne por primera vez para un público am-plio la mayor compilación de la correspondencia entre Francisco Villa y Emiliano Zapata, con el fin

Historia CritiCa No. 45, Bogotá, septiemBre-diCiemBre 2011, 244 pp. ISSN 0121-1617 pp 215-217

Notilibros

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de mostrar una faceta poco conocida de sus per-sonas: lo que ambos se expresaron por medio de la palabra escrita con el propósito de acercar sus movimientos armados, pero que también permite ver sus intereses generales y particulares, afini-dades y discrepancias, propósitos, relaciones con otros jefes revolucionarios, etc. Armando Ruiz Aguilar ofrece al lector no sólo la recopilación de la correspondencia entre los dos principales líde-res de la revolución, sino que la acompaña de otros documentos y referencias precisas con el fin de dar el contexto de las relaciones que se dieron entre el norte y el sur, lo que representa un trabajo indis-pensable para el estudio crítico de la experiencia revolucionaria mexicana.

Ï Varela, Laura y Deyanira Duque.

Juan de la Cruz Varela, entre la historia y la memoria.

Bogotá: Alcaldía Mayor de Bogotá/UAN, 2011, 356 pp.

Sobre Juan de la Cruz Varela, este singular persona-je de la historia colombiana versa este libro. Pese a su trascendencia histórica, hasta el momento sólo se conocían fragmentos aislados sobre uno u otro aspecto de la experiencia vital de tan destacado dirigente campesino, pero ahora, por primera vez, se intenta reconstruir su azarosa existencia, ins-cribiéndola en el contexto de la historia nacional y regional del movimiento campesino de buena parte del siglo xx. Era de esperarse que una obra en la que se combinan la historia y la memoria participara la historiadora Laura Varela, hija de Juan de la Cruz, no sólo porque eso puede considerarse como un ele-mental deber filial para rescatar del olvido la memo-ria de un luchador popular, sino porque su cercanía familiar le ha posibilitado consultar un cúmulo de fuentes personales que difícilmente se encuentran en los Archivos históricos del país. La compleja me-todología de investigación seguida por las autoras puede servir de modelo, o por lo menos abrir el de-bate, para otros trabajos que combinan la biografía, la historia social y las fuentes orales.

Ï Gerardo Necoechea Gracia y Antonio Torres Mon-

tenegro, comps.

Caminos de historia y memoria en América Latina.

Buenos Aires: Imago Mundi, 2011, 312 pp.

El libro presenta veinte artículos de una gran di-versidad temática y geográfica, pero que tienen en común la preocupación doble de ofrecer resultados

de investigación y de reflexionar sobre la historia y las fuentes orales. Los temas, sin embargo, no son del todo arbitrarios, versan sobre ciertas problemáticas afines: clase y género, el diseño y la apropiación de espacios en la ciudad, la izquierda organizada y los movimientos sociales. Definen, por esta vía, un te-rritorio de examen y debate: cómo se vive la estruc-turación social y los discursos dominantes; cómo se despliegan estrategias de vida en espacios confina-dos y reglamentados; cómo se decide, o no, integrar-se al disenso, a la oposición, a la acción rebelde. Los artículos de Gerardo Necoechea Gracia y de Cristina Viano, que sirven de apertura y cierre de la compi-lación respectivamente, buscan ofrecer además una perspectiva teórica que permita generar un debate común capaz de superar el nivel de los estudios de caso y plantearse la pregunta sobre al existencia de una historia oral latinoamericana —en el caso de Necoechea— y sobre el lugar de la historia oral en la historiografía argentina —en el caso de Viano—.

Ï Tovar Pinzón, Hermes.

La sal del desarrollo. Bogotá: Universidad de los Andes,

2011, 203 pp.

La historia no es un recurso retórico ni una ecuación, sino una raíz que distribuye la savia de la experiencia y del dolor por todas las ramas del poder público y por los sueños de una sociedad que parece caminar a ciegas buscando las rutas de un futuro incierto. El escepticis-mo y el temor a la historia obligan a suponer que mar-chamos bien y que crecemos mejor de lo que supone-mos, pero cuando una sociedad tiene uno de los niveles más altos de inequidad y el 45 o 60% de sus ciudadanos se levanta cada día a luchar por un pan, constituye una vergüenza moral para quienes planifican y sustentan las bondades del sistema. La democracia no es sólo el derecho a un voto, sino a la dignidad y, sobre todo, la po-sibilidad de acceder a niveles de consumo mínimos y de participar del bienestar que con tanta propaganda y op-timismo vende la globalización. Los que piensan en cre-cimiento y desarrollo tendrán que enterarse de que en Colombia el 86,4% de su población naufraga en todas las estaciones del hambre, y que en esta estructura social el crimen y la corrupción son opciones para la super-vivencia. Ni la paz ni la honradez que reclaman los que miran con espíritu constreñido el cuadro colombiano, serán posibles mientras estos escenarios de inequidad nos desborden. ¿O nuestros gobiernos seguirán aspi-rando a balancearse en lo irreal para caer de pronto en una de las etapas del desarrollo de Rostow?

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Índices cronológico/alfabético de autores/temático

índice cronológico

Ï No. 43: eNero-abril de 2011

Dossier: Historia digital -Gallini, Stefania y Serge Noiret. La historia digital en la era del Web 2.0: introducción al Dossier

Historia Digital, 16-37.

-Pons, Anaclet. “Guardar como”. La historia y las fuentes digitales, 38-61.

-Quiroga, Nicolás. Blogs de historia: usos y posibilidades, 62-80.

-Melo Flórez, Jairo Antonio. Historia digital: la memoria en el archivo infinito, 82-103.

-Bresciano Lacava, Juan Andrés. La heurística digital y el estudio histórico de los procesos de

globalización, 104-127.

Tema abierto-Sánchez Mejía, Hugues R. De esclavos a campesinos, de la “roza” al mercado: tierra y producción

agropecuaria de los “libres De todos los colores” en la gobernación de Santa Marta (1740-

1810), 130-155

-Tapia Figueroa, Claudio. Política exterior chilena en la disyuntiva regional: el conflicto territorial

ecuatoriano-peruano hacia 1910, 156-173.

-Vespucci, Guido. Explorando un intrincado triángulo conceptual: homosexualidad, familia y

liberación en los discursos del Frente de Liberación Homosexual de Argentina (FLH, 1971-

1976), 174-197.

Espacio estudiantil-Serna Quintana, Carlos A. La naturaleza social de los desastres asociados a inundaciones y

deslizamientos en Medellín (1930-1990), 198-223.

Ï No. 44: mayo-agosto de 2011

Tema abierto-Zambrano, Camilo Alexander. Encomienda, mujeres y patriarcalismo difuso: las encomenderas

de Santafé y Tunja (1564-1636), 10-31.

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Índices

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219

-Garrido, Santiago, Alberto Lalouf y Hernán Thomas. Veleros y vapores, velocidad y engaño.

Análisis socio-técnico de las transformaciones en la navegación marítima en el proceso de

abolición del comercio atlántico de esclavos (siglo xix), 32-54.

-Podgorny, Irina. Fronteras de papel: archivos, colecciones y la cuestión de límites en las naciones

americanas, 56-79.

-Polo Acuña, José Trinidad. Los indígenas de la Guajira y su articulación política al Estado

colombiano (1830-1880), 80-103.

-Cruz Rodríguez, Edwin. El federalismo en la historiografía política colombiana (1853-1886), 104-127.

-Lux, Martha. Nuevas perspectivas de la categoría de género en la historia: de las márgenes al

centro, 128-156.

-Cuvi, Nicolás. “Dejen que el diablo haga lo demás”: la promoción de productos complementarios

en América Latina durante la década de 1940, 158-181.

Espacio estudiantil-Orellana Guarello, Valentina. Código Postal 9409 y la Guerra de las Malvinas. Entre la correspondencia

de los soldados-hijos y la carta a un soldado desconocido, 182-199.

Ï No. 45: septiembre-diciembre de 2011

Tema abierto-Montoya Guzmán, Juan David. ¿Conquistar indios o evangelizar almas? Políticas de sometimiento

en las provincias de las tierras bajas del Pacífico (1560-1680). 10-30.

-Hering Torres, Max S. La limpieza de sangre. Problemas de interpretación: acercamientos

históricos y metodológicos. 32-55.

-Pavez Ojeda, Jorge. Lecturas de un códice afrocubano. Naturalismo, etiopismo y universalismo

en el libro de José Antonio Aponte (La Habana, circa 1760-1812). 56-85.

-Calvo Isaza, Oscar. Conocimiento desinteresado y ciencia americana. El Congreso Científico

(1898-1916). 86-113.

-Gallo Vélez, Óscar y Jorge Márquez Valderrama. La enfermedad oculta: una historia de las

enfermedades profesionales en Colombia, el caso de la silicosis (1910-1950). 114-143.

- Llanos Reyes, Claudio. Ilusiones y cegueras: miradas sobre Europa entre 1922 y 1939 desde el

Royal Institute of International Affairs. 144-159.

- Bosa, Bastien. Las paradojas de la interdisciplinaridad: Annales, entre la Historia y las Ciencias

Sociales. 160-183.

Espacio estudiantil-Murillo Sandoval, Juan David. Creando una biblioteca durante la Regeneración: la iniciativa del

Instituto Literario de Cali en 1892. 184-205.

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Índices

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220

índice AlfAbético de Autores

Bosa, Bastien (No. 45)

Bresciano Lacava, Juan Andrés (No. 43)

Calvo Isaza, Oscar (No. 45)

Cruz Rodríguez, Edwin (No. 44)

Cuvi, Nicolás (No. 44)

Gallini, Stefania (No. 43)

Gallo Vélez, Óscar (No. 45)

Garrido, Santiago (No. 44)

Hering Torres, Max S. (No. 45)

Lalouf, Alberto (No. 44)

Lux, Martha (No. 44)

Llanos Reyes, Claudio (No. 45)

Márquez Valderrama, Jorge (No. 45)

Melo Flórez, Jairo Antonio (No. 43)

Montoya Guzmán, Juan David (No. 45)

Murillo Sandoval, Juan David (No. 45)

Noiret, Serge (No. 43)

Pavez Ojeda, Jorge (No. 45)

Podgorny Irina (No. 44)

Polo Acuña, José Trinidad (No. 44)

Pons, Anaclet (No. 43)

Quiroga, Nicolás (No. 43)

Sánchez Mejía, Hugues R. (No. 43)

Tapia Figueroa, Claudio (No. 43)

Thomas, Hernán (No. 44)

Historia CritiCa No. 45, Bogotá, septiemBre-diCiemBre 2011, 244 pp. ISSN 0121-1617 pp 218-224

Índices

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Vespucci, Guido (No. 43)

Zambrano, Camilo Alexander (No. 44)

índice temático

Abolición (Garrido, Lalouf y Thomas, No. 44)

Académicos (Llano Reyes, No. 45)

Acceso a la tierra (Sánchez Mejía, No. 43)

América Latina (Calvo Isaza, No. 45)

Annales (Bosa, No. 45)

Anticuarios (Podgorny, No. 44)

Archivos (Pons, No. 43)

Argentina (Vespucci, No. 43; Podgorny, No. 44)

Arte Afrocubano (Pavez Ojeda, No. 45)

Barcos esclavistas (Garrido, Lalouf y Thomas, No. 44)

Biblioteca (Murillo Sandoval, No.45)

Blogs (Quiroga, No. 43)

Cali (Murillo Sandoval, No.45)

Calidad (Hering Torres, No. 45)

Capital (Lux, No. 44)

Caribe colombiano (Sánchez Mejía, No. 43)

Chile (Tapia Figueroa, No. 43)

Ciencias sociales (Bosa, No. 45)

Ciudadanía (Lux, No. 44)

Clase (Lux, No. 44)

Colombia (Polo Acuña, No. 44; Cruz Rodríguez, No. 44; Gallo Vélez y Márquez Valderrama, No. 45)

Color (Hering Torres, No. 45)

Comunidades interpretativas (Quiroga, No. 43)

Congreso Científico Latinoamericano (1898-1909) (Calvo Isaza, No. 45)

Congreso Científico Panamericano (1915-1916) (Calvo Isaza, No. 45)

Conquistadores (Montoya Guzmán, No. 45)

Conspiración de Aponte (Pavez Ojeda, No. 45)

Consumo literario (Murillo Sandoval, No.45)

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Índices

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Cooperación científica (Calvo Isaza, No. 45)

Democracia (Lux, No. 44)

Digitalización (Pons, No. 43)

Diplomacia (Tapia Figueroa, No. 43)

Documento digital (Bresciano Lacava, No. 43)

Dominación (Lux, No. 44)

Economía moral (Lux, No. 44)

Economías campesinas (Sánchez Mejía, No. 43)

Ecuador (Tapia Figueroa, No. 43)

Encomenderas (Zambrano, No. 44)

Encomienda (Zambrano, No. 44)

Enfermedades profesionales (Gallo Vélez y Márquez Valderrama, No. 45)

Entreguerras (Llano Reyes, No. 45)

Epistemología (Bosa, No. 45)

España (Hering Torres, No. 45)

Estado (Polo Acuña, No. 44)

Estudios de límites (Podgorny, No. 44)

Etiopismo (Pavez Ojeda, No. 45)

Europa (Llanos Reyes, No. 45)

Evangelización (Montoya Guzmán, No. 45)

Familia (Vespucci, No. 43)

Federalismo (Cruz Rodríguez, No. 44)

Fuentes (Pons, No. 43)

Género (Lux, No. 44)

Globalización (Bresciano Lacava, No. 43)

Guajira (Polo Acuña, No. 44)

Guerra (Montoya Guzmán, No. 45)

Hegemonía (Lux, No. 44)

Higiene industrial (Gallo Vélez y Márquez Valderrama, No. 45)

Historia (Pons, No. 43; Bosa, No. 45)

Historia agraria (Cuvi, No. 44)

Historia de archivos (Podgorny, No. 44)

Historia CritiCa No. 45, Bogotá, septiemBre-diCiemBre 2011, 244 pp. ISSN 0121-1617 pp 218-224

Índices

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Historia de la medicina del trabajo (Gallo Vélez y Márquez Valderrama, No. 45)

Historia de las ciencias (Calvo Isaza, No. 45)

Historia digital (Quiroga, No. 43; Melo Flórez, No. 43)

Historia latinoamericana (Cuvi, No. 44)

Historia negra (Pavez Ojeda, No. 45)

Historia oral (Melo Flórez, No. 43)

Historiografía (Cruz Rodríguez, No. 44)

Homosexualidad (Vespucci, No. 43)

Humanidades digitales (Quiroga, No. 43)

Imperialismo (Cuvi, No. 44)

Indígenas (Polo Acuña, No. 44)

Indios (Montoya Guzmán, No. 45)

Interdisciplinaridad (Bosa, No. 45)

Intertextualidad (Pavez Ojeda, No. 45)

Investigación histórica (Bresciano Lacava, No. 43)

Liberación (Vespucci, No. 43)

Libres de todos los colores (Sánchez Mejía, No. 43)

Libros (Murillo Sandoval, No.45)

Marco interpretativo (Vespucci, No. 43)

Matrimonio (Zambrano, No. 44)

Memoria (Melo Flórez, No. 43)

Mercados comarcanos (Sánchez Mejía, No. 43)

Método histórico (Melo Flórez, No. 43)

Metodología (Bosa, No. 45)

Minería de datos (Melo Flórez, No. 43)

Movimiento social (Vespucci, No. 43)

Navegación marítima (Garrido, Lalouf y Thomas, No. 44)

Neumoconiosis (Gallo Vélez y Márquez Valderrama, No. 45)

Nueva Granada (Lux, No. 44)

Nuevo Reino de Granada (Hering Torres, No. 45)

Orden social (Lux, No. 44)

Organismos científicos (Calvo Isaza, No. 45)

Hist. Crit. No. 45, Bogotá, septiemBre-diCiemBre 2011, 244 pp. ISSN 0121-1617 pp 218-224

Índices

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Patriarcalismo (Zambrano, No. 44)

Períodos de titulación (Zambrano, No. 44)

Perú (Tapia Figueroa, No. 43)

Poblamiento (Montoya Guzmán, No. 45)

Poder (Lux, No. 44)

Política (Polo Acuña, No. 44)

Radicalismo (Cruz Rodríguez, No. 44)

Raza (Hering Torres, No. 45; Lux, No. 44)

Regeneración (Murillo Sandoval, No.45)

Relaciones internacionales (Tapia Figueroa, No. 43)

Representaciones (Llanos Reyes, No. 45)

Sangre (Hering Torres, No. 45)

Segunda Guerra Mundial (Cuvi, No. 44)

Siglo XIX (Podgorny, No. 44)

Siglos XV – XVIII (Hering Torres, No. 45)

Silicosis (Gallo Vélez y Márquez Valderrama, No. 45)

Sociedades (Murillo Sandoval, No.45)

Tecnología de la información (Melo Flórez, No. 43)

Tecnologías (Garrido, Lalouf y Thomas, No. 44)

Tierras bajas del pacífico (Montoya Guzmán, No. 45)

Trata de esclavos (Garrido, Lalouf y Thomas, No. 44)

Tuberculosis (Gallo Vélez y Márquez Valderrama, No. 45)

Uso de la tierra (Sánchez Mejía, No. 43)

Historia CritiCa No. 45, Bogotá, septiemBre-diCiemBre 2011, 244 pp. ISSN 0121-1617 pp 218-224

Índices

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Acerca de la revista

Historia Crítica es la revista del Departamento de

Historia de la Universidad de los Andes (Bogotá, Colombia).

Cumple con sus lectores desde su creación en 1989.

La revista Historia Crítica tiene como objetivo

publicar artículos inéditos de autores nacionales

y extranjeros, que presenten resultados de inves-

tigación histórica o balances historiográficos, así

como reflexiones académicas relacionadas con

los estudios históricos. La calidad de los artículos

se asegura mediante un proceso de evaluación

interno y externo, el cual es realizado por pares

académicos nacionales e internacionales.

La revista cuenta con la siguiente estructura:

un director, un editor, dos asistentes editoriales,

un comité editorial y un comité científico, que

garantizan la calidad y pertinencia de los conte-

nidos de la revista, son evaluados anualmente en

función de sus publicaciones en otras revistas na-

cionales e internacionales.

Historia Crítica contribuye al desarrollo de la dis-

ciplina histórica en un país que necesita fortalecer

el estudio de la Historia y el de todas las Ciencias

Sociales para la mejor comprensión de su entorno

social, político, económico y cultural. En este sentido,

se ha afianzado como un punto de encuentro para la

comunidad académica nacional e internacional, lo-

grando el fortalecimiento de la investigación.

El público de la revista Historia Crítica está com-

puesto por estudiantes de pregrado y postgrado y

por profesionales nacionales y extranjeros, como

insumo para sus estudios y sus investigaciones en

Historia y en Ciencias Sociales, así como por per-

sonas interesadas en los estudios históricos.

Las secciones de la revista son las siguientes:

Ï La Carta a los leCtores o preseNtaCióN del dossier

informa sobre el contenido del número y la perti-

nencia del tema que se está tratando.

Ï La seCCióN de artÍCulos divulga resultados de inves-

tigación y balances historiográficos. Esta sección

se divide en tres partes:

El dossier reúne artículos que giran alrededor de

una temática específica, convocada previamente

por el Comité Editorial.

En tema aBierto se incluyen artículos sobre variados

intereses historiográficos, distintos a los que re-

úne el dossier.

El espaCio estudiaNtil publica artículos escritos por

estudiantes de pregrado o maestría adscritos a

diversas universidades. Si el tema del artículo co-

rresponde con el del dossier, se ubica como último

artículo del mismo; si no es el caso, se ubica al final

del Tema abierto.

Ï Las reseñas y los eNsayos BiBliográfiCos ponen

en perspectiva publicaciones historiográficas

recientes.

Ï Los NotiliBros y los Notired ofrecen una breve des-

cripción de publicaciones recientes y de páginas

Web de interés para el historiador.

Adicionalmente, la revista puede evaluar la

pertinencia de publicar traducciones de artículos

publicados en el extranjero en idiomas distintos

del español, así como transcripciones de fuentes

de archivo con introducción explicativa.

Hist. Crit. No. 45, Bogotá, septiemBre-diCiemBre 2011, 244 pp. ISSN 0121-1617 pp 225

Acerca de la revista

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Normas para los autoresversióN oCtuBre de 2011

tipo de artÍCulos, feChas y modalidad de reCepCióN

— Historia Crítica publica artículos inéditos que presenten resultados de investigación histórica, innovaciones teóricas sobre debates en interpretación histórica o balances historiográficos completos.

— Se publican textos en español y portugués, pero se acepta recibir la versión inicial de los textos en otros idiomas (inglés, francés e italiano). En caso de ser aprobado, el autor se encargará de entregar la versión definitiva traducida al español, ya que Historia Crítica no ofrece ayuda para este efecto.

— Las fechas de recepción de artículos de tema libre y para los Dossiers se informan en las respectivas convocatorias.

— Los artículos deben ser remitidos por medio del enlace previsto para este efecto en el sitio web de la revista http://historiacritica.uniandes.edu.co o enviados al correo electrónico [email protected]

— Los demás textos (reseñas, ensayos bibliográficos, entrevistas, etc.) deben ser enviados al correo electrónico [email protected]

— Los artículos enviados a Historia Crítica para ser evaluados no pueden estar simultáneamente en proceso de evaluación en otra publicación.

evaluaCióN de los artÍCulos y proCeso editorial

A la recepción de un artículo, el Comité editorial evalúa si cumple con los requisitos básicos exigidos por la revista, así como su pertinencia para figurar en una publicación de carácter histórico. Posteriormente, toda contribución es sometida a la evaluación de dos árbitros anónimos y al concepto del Comité Editorial. El resultado de las evaluaciones será comunicado al autor en un período inferior a seis meses a partir de la recepción del artículo.

Las observaciones de los evaluadores, así como las del Comité editorial, deberán ser tomadas en cuenta por el autor, quien hará los ajustes solicitados. Estas modificaciones y correcciones al manuscrito deberán ser realizadas por el autor en el plazo que le será indicado por el editor de la revista (aprox. 15 días). Luego de recibir el artículo modificado, se le informará al autor acerca de su aprobación.

El Comité editorial se reserva la última palabra sobre la publicación de los artículos y el número en el cual se publicarán. Esa fecha se cumplirá siempre y cuando el autor haga llegar toda la documentación que le es solicitada en el plazo indicado. La revista se reserva el derecho de hacer correcciones menores de estilo.

Durante el proceso de edición, los autores podrán ser consultados por los editores para resolver las inquietudes existentes. Tanto en el proceso de evaluación como en el proceso de edición, el correo electrónico constituye el medio de comunicación privilegiado con los autores.

proCedimieNto CoN las reseñas y los eNsayos BiBliográfiCos Historia Crítica procede de dos formas para conseguir

reseñas. Por un lado, los autores pueden remitir sus reseñas al correo electrónico de la revista. Lo mismo se aplica a los ensayos bibliográficos. Por otro lado, la revista recibe libros a su dirección postal (Calle 18 A n° 0 – 33E, Bogotá, Colombia) previo aviso por correo electrónico, ojala indicando nombres de posibles reseñadores. En este caso, la revista buscará conseguir una reseña del libro remitido.

Las reseñas deben ser críticas y versar sobre libros pertinentes para la disciplina histórica que hayan sido publicados en los cinco últimos años. Los ensayos bibliográficos deben discutir críticamente una, dos o más obras. Las reseñas y los ensayos bibliográficos son sometidos a revisión y, de ser aprobados, a eventuales modificaciones.

iNdiCaCioNes para los autores de textos aCeptados para puBliCaCióN (artÍCulos, reseñas, eNsayos BiBliográfiCos y eNtrevistas)

— Los autores recibirán dos ejemplares del número en el que participaron.

— Los autores de los textos aceptados autorizan, mediante la firma del ‘Documento de autorización de uso de derechos de propiedad intelectual’, la utilización de los derechos patrimoniales de autor (reproducción, comunicación pública, transformación y distribución) a la Universidad

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Normas para los autores

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de los Andes Departamento de Historia, para incluir el texto en la Revista Historia Crítica (versión impresa y versión electrónica). En este mismo documento los autores confirman que el texto es de su autoría y que en el mismo se respetan los derechos de propiedad intelectual de terceros.

— En caso de que un artículo quisiera incluirse posteriormente en otra publicación, deberán señalarse claramente los datos de la publicación original en Historia Crítica, previa autorización solicitada a la dirección de la revista.

preseNtaCióN geNeral de los artÍCulos y reseñas

Los artículos no deben tener más de 18 páginas con notas de pie de página, respetando las siguientes especificaciones:

— Letra Times New Roman tamaño 12, a espacio sencillo, con márgenes de 3 x 3 x 3 x 3 cm, paginado y en papel tamaño carta.

— Las notas irán a pie de página, en letra Times New Roman tamaño 10 y a espacio sencillo.

— La bibliografía, los cuadros, gráficas, ilustraciones, fotografías y mapas se cuentan aparte.

— En la primera página, debe figurar un resumen en español de máximo 100 palabras. El resumen debe ser analítico (presentar los objetivos del artículo, su contenido y sus resultados).

— Luego del resumen, se debe adjuntar un listado de tres a seis palabras clave, que se eligen preferiblemente en el Thesaurus de la Unesco (http://databases.unesco.org/thessp/) o, en su defecto, en otro thesaurus reconocido cuyo nombre informará a la revista.

— El resumen, las palabras clave y el título deben presentarse también en inglés.

— El nombre del autor no debe figurar en el artículo. — Los datos del autor deben entregarse en un documento

adjunto e incluir nombre, dirección, teléfono, dirección electrónica, títulos académicos, afiliación institucional, cargos actuales, estudios en curso y publicaciones en libros y revistas.

— En esta hoja, también es necesario indicar de qué investigaciones resultado el artículo y cómo se financió.

preseNtaCióN geNeral de las reseñas y de los eNsayos BiBliográfiCos

Las reseñas y los ensayos bibliográficos deben presentarse a espacio sencillo, en letra Times New Roman tamaño 12, con márgenes de 3 cm y en papel tamaño carta. Las obras citadas en el texto deberán ser referenciadas a pie de página. Las reseñas deben constar de máximo tres páginas y los ensayos bibliográficos tendrán entre 8 y 12 páginas.

reglas de ediCióN

— Las subdivisiones en el cuerpo del texto (capítulos, subcapítulos, etc.) deben ir numeradas en números arábigos, excepto la introducción y la conclusión que no se numeran.

— Los términos en latín y las palabras extranjeras deberán figurar en letra itálica.

— La primera vez que se use una abreviatura, esta deberá ir entre paréntesis después de la fórmula completa; las siguientes veces se usará únicamente la abreviatura.

— Las citas textuales que sobrepasen cuatro renglones deben colocarse en formato de cita larga, entre comillas, a espacio sencillo, tamaño de letra 11 y márgenes reducidos.

— Debe haber un espacio entre cada uno de los párrafos; estos irán sin sangrado.

— Los cuadros, gráficas, ilustraciones, fotografías y mapas deben aparecer referenciados y explicados en el texto. Deben estar, así mismo, titulados, numerados secuencialmente y acompañados por sus respectivos pies de imagen y fuente(s). Se ubican enseguida del párrafo donde se anuncian. Las imágenes se entregarán en formato digital (JPG o TIFF 300 dpi y 240 pixeles). Es responsabilidad del autor conseguir y entregar a la revista el permiso para la publicación de las imágenes que lo requieran.

— Las notas de pie de página deberán aparecer en números arábigos.

— Al final del artículo deberá ubicarse la bibliografía, escrita en letra Times New Roman tamaño 11, a espacio sencillo y con sangría francesa. Se organizará en fuentes primarias y secundarias, presentando en las primeras las siguientes partes: archivo, publicaciones periódicas, libros. En la

Hist. Crit. No. 45, Bogotá, septiemBre-diCiemBre 2011, 244 pp. ISSN 0121-1617 pp 226-228

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bibliografía deben presentarse en orden alfabético las referencias completas de todas las obras utilizadas en el artículo, sin incluir títulos que no estén referenciados en los pies de página.

refereNCias

Historia Crítica utiliza una adaptación del Chicago Manual of Style, en su edición número 15, versión Humanities Style. A continuación se utilizaran dos abreviaturas que permiten ver las diferencias entre la forma de citar en las notas a pie de página (N) y en la bibliografía (B):

liBro:De un solo autor:N- Nombre Apellido(s), Título completo (Ciudad: Editorial, año), 45. B- Apellido(s), Nombre. Título completo. Ciudad: Editorial, año.

Dos autores:N- Nombre Apellido(s) y Nombre Apellido(s), Título completo

(Ciudad: Editorial, año), 45-90. B- Apellido(s), Nombre, y Nombre Apellido(s). Título completo.

Ciudad: Editorial, año.

Cuatro o más autores:N- Nombre Apellido(s) et al., Título completo (Ciudad:

Editorial, año), 45-90. B- Apellido(s), Nombre, Nombre Apellido(s), Nombre

Apellido(s) y Nombre Apellido(s). Título completo. Ciudad: Editorial, año.

artÍCulo eN liBro:N- Nombre Apellido(s), “Título artículo”, en Título completo,

eds. Nombre Apellido(s) y Nombre Apellido(s) (Ciudad: Editorial, año), 45-50.

B- Apellido(s), Nombre. “Título artículo”. En Título completo, editado por Nombre Apellido(s) y Nombre Apellido(s). Ciudad: Editorial, año, 45-90.

artÍCulo eN revista:N- Nombre Apellido(s), “Título artículo”, Título revista Vol:

No (año): 45. B- Apellido(s), Nombre. “Título artículo”. Título revista Vol:

No (año): 45-90.

artÍCulo de preNsa:N- Nombre Apellido(s), “Título artículo”, Título periódico,

Ciudad, día y mes, año, 45. B- Apellido(s), Nombre. “Título artículo”. Título periódico,

Ciudad, día y mes, año.

tesis:N- Nombre Apellido(s), “Título tesis” (tesis pregrado/

Maestría/Doctorado en, Universidad, año), 45-50, 90. B- Apellido(s), Nombre. “Título tesis”. Tesis pregrado/

Maestría/Doctorado en. Universidad, año.

fueNtes de arChivo:N- “Título del documento” (lugar y fecha, si aplica), en

Siglas del archivo, Sección, Fondo, vol./leg./t., f. o ff. La primera vez se cita el nombre completo del archivo y la abreviatura entre paréntesis.

B- Nombre completo del archivo (sigla), Ciudad-País. Sección(es), Fondo(s).

eNtrevistas:Entrevista a Apellido(s), Nombre, Ciudad, fecha completa.

puBliCaCioNes eN iNterNet:N- Nombre Apellido(s) y Nombre Apellido(s), eds., Título

completo (Ciudad: Editorial, año), http:// press-pubsuchicago.edu/founders (fecha de consulta). B- Apellido(s), Nombre, y Nombre Apellido(s), eds. Título

completo. Ciudad: Editorial, año. http:// press-pubsuchicago.edu/founders.

Nota:Luego de la primera citación se procede así: Nombre

Apellido, dos o tres palabras del título, 45-90.No se utiliza Ibid., ibidem, cfr. ni op. cit.

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