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Historia Crítica No. 6

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Universidad de los Andes, Colombia Facultad de Ciencias Sociales Departamento de Historia Revista de libre acceso Consúltela y descárguela http://historiacritica.uniandes.edu.co/

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CONTENIDO

PRESENTACIÓN HUGO FAZIO

ADIÓS A TODO AQUELLO ERIC HOBSBAWM

REVOLUCIONES INDUSTRIALES, MODERNIZACIÓN Y DESARROLLO JEAN-PHILIPPE PEEMANS

REPENSANDO LA HISTORIA DE LA UNION SOVIÉTICA HUGO FAZIO

SOBRE LAS MOTIVACIONES ECONÓMICAS Y ESPIRITUALES DE LA EXPANSIÓN EUROPEA (SIGLO XV) ABEL LÓPEZ

EXPLOTACIÓN Y ECONOMÍA MORAL EN LOS ANDES DEL SUR: HACIA UNA RECONSIDERACIÓN CRITICA BROOKE LARSON

ENTRE BAMBALINAS BUROCRÁTICAS DE LA REVOLUCIÓN COMUNERA DE 1781 JAIME JARAMILLO

NOTICIAS

RESEÑAS EDUARDO SAENZ

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PRESENTACIÓN

El equipo que trabaja en Historia Crítica desea excusarse ante sus lec-tores por la demora en la publicación de este número, correspondiente al segundo semestre de 1991. Razones de fuerza mayor, totalmente aje-nas a nuestra voluntad, nos impidieron editarlo oportunamente. No obstante estas dificultades, asumimos el compromiso contraído con us-tedes y redoblaremos los esfuerzos para sacar adelante los números de este año.

Historia Crítica es una empresa editorial consolidada. Por eso pensa-mos que ya se encuentra en condiciones de inaugurar una nueva etapa, la cual podemos definir como de permanencia y ampliación de su cober-tura. En esta fase, nuestro objetivo es abrirnos hacia América Latina y hacer de Historia Crítica la primera revista de historia con un radio de difusión para todo el mundo de habla castellana. Estamos adelantando algunos contactos necesarios en ese sentido y creemos que alcanzare-mos pronto esos objetivos, sobre todo porque contamos con la buena acogida que ustedes nos han dispensado.

Este número cuenta con el apoyo financiero del Comité Interdisciplina-rio que tuvo a bien cedernos una partida financiera correspondiente a la revista Texto y Contexto de la Universidad de los Andes. Por esta razón deseamos agradecer especialmente a todas aquellas personas que nos han ayudado a mantener y consolidar nuestra revista.

Los artículos que aparecen en esta edición expresan una amplia diver-sidad temática, pero al mismo tiempo tienen en común el ser trabajos exploratorios que aportan ideas nuevas sobre la realidad presente y el oficio de historiar. Esperamos que ello sea de su pleno agrado. Segui-mos como siempre abiertos a sus comentarios y sugerencias para que Historia Crítica siga mejorando y consolidándose-

HUGO FAZIO V.

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ADIÓS A TODO AQUELLO

Eric Hobsbawm Profesor emérito de Birkbeck College, Universidad de Londres

¿Cuál es el significado histórico de 1989, año en el cual el comu-nismo en Europa del Este se de-rrumbó en forma repentina y presumiblemente irrevocable, anticipando el colapso del régi-men existente en la Unión So-

Es mucho más fácil ver el año de 1989 como un

desenlace que como un comienzo. Fue el fin de

una era en la que la historia mundial giró

alrededor de la Revolución de Octubre.

viética y la disolución de su es-tructura multinacional? Hacer diagnósticos instantáneos es un juego peligroso, casi tan peligro-so como una profecía instantá-nea. Las únicas personas que se sumergen en ello sin vacilación son quienes esperan que sus diagnósticos y profecías sean ol-vidados inmediatamente (como los periodistas y los comentaris-tas) o no sean recordados más allá de las elecciones siguientes (como los políticos). No obstante, hay momentos en que sucesos concentrados en un corto espa-

cio de tiempo, cualesquiera sean sus implicaciones, son clara-mente históricos y aparecen in-mediatamente como tales. El año de la Revolución Francesa y 1917 fueron ese tipo de momen-tos y 1989 fue otro igualmente claro. ¿Qué conclusiones pode-mos obtener de este último? .

Es mucho más fácil ver el año de 1989 como un desenlace que co-mo un comienzo. Fue el fin de una era en la que la historia mundial giró alrededor de la Re-volución de Octubre. Durante cerca de 70 años todos los gobier-nos occidentales y las clases do-minantes estuvieron obsesiona-dos por el espectro de la revolu-ción social y el comunismo, transmutado eventualmente en el miedo al poderío militar de la Unión Soviética y sus potencia-les repercusiones internaciona-les. Los gobiernos occidentales aún aceptan el colapso de una política internacional entera-mente diseñada para enfrentar la amenaza política y militar so-viética. Sin una creencia tal el Tratado del Atlántico Norte no tendría sentido alguno. Que no hubo ninguna base real en esta imagen occidental de una Unión Soviética contrarrestada en su intento de invadir el "mundo li-bre", solamente prueba cuan

profundo era el miedo al comu-nismo. Por más de 70 años la po-lítica internacional ha sido sos-tenida, por una parte, como una cruzada una guerra fría religio-sa, con una breve tregua para confrontar el peligro más real del eje Berlín-Tokio.

Por otra parte, es claro que no fue así. Es cierto que Lenin y los bolcheviques vieron a octubre como la primera fase de la revo-lución mundial que podría des-truir todo el capitalismo. Las primeras generaciones de comu-

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nistas (incluyendo a quien esto escribe) permanecimos unidas a lo que pensamos como un ejército disciplinado para pelear y lograr la revolución mundial. Niki-ta Kruschev, el único campesino que gobernó a Rusia (o, para este caso, cualquier Estado importante) aún creía sinceramente que el comunismo sepultaría al capita-lismo pero no a través de una revolución. La dramática extensión de la revolución antimperialista y comunista después de la Segunda Guerra Mundial parecía, a primera vista, confirmar la expectativa.

Sin embargo, es claro que de 1920 en adelante la política de la Unión Soviética no fue nunca más diseñada para lograr la revolución mundial, aunque Moscú ciertamente la hubiera deseado. En la época de Stalin — quien desestimuló activamente las presiones por el poder de cualquiera de los partidos comunistas y desconfió de aquellos partidos que hicieron la revolución sin su consentimiento— la política soviética fue cautelosa y esencialmente defensiva, inclusive después de las apabullantes victorias obtenidas por el Ejército Rojo en la Segunda Guerra Mundial. Kruschev, a diferencia de Stalin, asumió riesgos y por ello perdió su empleo. Independientemente de lo que Brezhnev quisiera hacer, la expansión del comunismo por todo el mundo y la invasión de Occidente no estaban en sus manos ni entre sus planes.

Después de 1956, cuando el movi-miento comunista internacional comenzó a desintegrarse visible-mente, varios grupos por fuera de la órbita de Moscú reivindicaron el marxismo-leninismo original o al menos la herencia revolucionaria

internacional. A escala mundial, ninguno de los 57 grupos dis-tintos de trotskistas, maoístas, marxistas revolucionarios, neo-anarquistas y otros, como tampo-co los Estados comprometidos no-minalmente con su apoyo, tuvie-ron mayor importancia. Inclusive en algunos países particulares, su impacto, excepto en momentos cortos, fue generalmente marginal. El intento más sistemático por esparcir la revolución dentro de estos lineamientos, la exporta-ción revolucionaria cubana de los años 60, no parecía ir hacia nin-guna parte. A diferencia de la pri-mera ola revolucionaria mundial de 1917-1919 y la que siguió a la Segunda Guerra Mundial, la ter-cera ola, que coincidió con la crisis mundial de 1970, careció de una tradición ideológica unificada o de un polo de atracción. Más aún, el levantamiento social más im-portante de este período, la Revolución Iraní, miró hacia Mahoma y no hacia Marx. Los comunistas, aunque desempeñaron un rol central en la eliminación de los

Es claro que de 1920 en adelante la política de la

Unión Soviética no fue nunca más diseñada para

lograr la revolución mundial, aunque Moscú ciertamente la hubiera

deseado.

últimos sobrevivientes de la épo-ca fascista europea, fueron pronto desplazados, en el Portugal post-salazarista y en la España pos-franquista, por los que se reclamaban como socialdemócratas.

Pero si no había un movimiento significativo para derribar el ca-pitalismo mundial, los revolu-cionarios aún esperaban que sus contradicciones y las de su sistema internacional lo hicieran vulnerable —quizás un día fatalmente vulnerable—

y que ellos, marxistas o al menos socialistas, proporcionarían la alternativa. Si bien es cierto que el poder comunista no parecía estar expandiéndose mucho, con excepción de pequeños países latinoamericanos y nominalmente en algunos Estados africanos de escasa significación internacional, el mundo aún estaba dividido en los "dos campos" y cualquier país que rompía con el capitalismo y el imperialismo tendía a gravitar y a ser imaginariamente absorbido por la esfera socialista. Aquellas excolonias que no se rei-vindicaran en algún sentido co-mo socialistas y que de alguna manera no miraran hacia el mo-delo de desarrollo económico del Este, fueron verdaderamente "bichos raros" en la primera o se-gunda generación después de 1945. En resumen, la política mundial aún podía ser vista, in-clusive en la izquierda, como la

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realización de las consecuencias de la Revolución de Octubre. Todo esto está ahora terminado. El comunismo en Europa Orien-tal se ha disuelto o se está disol-viendo, al igual que la URSS tal como nosotros la conocimos. Lo que China sea en el futuro, cuando el último de la genera-ción de La Ultima Marcha esté muerto, tendrá poco en común con Lenin y menos aún con Marx. Por fuera de las antiguas regiones del "socialismo real" no hay, proba-blemente, más de tres partidos comunistas con un apoyo de masas genuino (Italia, Suráfrica y el CP-Marxista de la India concentrado regionalmen-te) y uno de ellos quiere afiliarse a la Internacional Socialista tan pronto como pueda. Lo que estamos viviendo no es la crisis de un tipo de movimiento, régimen y economía, sino su fin. Aquellos de nosotros que creímos que la Revolución de Octubre era la puerta al futuro de la historia mundial, como ha sido mostrado, estábamos equivocados. Lo erróneo de la afirmación de Lin-coln Steffens: "Yo he visto el futuro y funciona", no fue que no funcionara. Funcionó, pero de una manera bulliciosa y tiene a su favor grandes y en algunos casos sorprendentes logros. Pero resultó no ser el futuro. Cuando llegó su fin, al menos en Europa del Este, todos, incluso sus dirigentes, lo supieron. Y se derrumbó como un castillo de naipes.

¿Qué ocurrió para que el miedo o la esperanza o el mero hecho de Octubre de 1917 dominara la historia mundial por tanto tiempo y tan profundamente que ni siquiera el más frío de los ideólogos de la "guerra fría" esperara la desintegración re-pentina y sin resistencia de 1989? Es imposible entender toda la historia de nuestro siglo, a no ser que recordemos que el viejo mundo del capitalismo global y la sociedad burguesa en su versión liberal se

derrumbaron en 1914, y que en los 40 años siguientes el capita-lismo pasó de una catástrofe a otra. Ni los conservadores más inteligentes habrían apostado por su sobrevivencia. Una lista simple de los terremo-tos que estremecieron al mundo en este período es suficiente para demostrarlo: dos guerras mundiales, seguidas por dos intentos de revolución total, llevaron al colapso total a los viejos regímenes políticos y a la im-plantación del poder comunista, primero en una sexta parte de la superficie del mundo y más tarde en una tercera parte de la población mundial; además, la disolución de los vastos imperios coloniales creados antes y du-rante la época imperialista. Una crisis económica mundial que puso de rodillas aun a las economías capitalistas más fuertes, mientras que la Unión Soviética parecía inmune a ella. Excepto en una franja de Europa, las instituciones de la democracia liberal desaparecieron virtualmente en todas partes entre 1922 y 1942, en la medida en que sur-gían el fascismo y sus movimientos autoritarios satélites. Sin el sacrificio de la Unión Soviética y sus pueblos, el capitalismo liberal occidental probablemente

Lo que estamos la crisis de un tipo de

movimiento, régimen y economía, sino

su fin. Aquellos de nosotros que creímos que la Revolución de

Octubre era la puerta al futuro

de la historia mundial, como

ha sido mostrado, estábamos equivocados.

habría sucumbido a esta amenaza y el mundo contemporáneo occidental (por fuera de una Norteamérica aislada) hoy día podría consistir en un conjunto de variantes de regímenes auto-ritarios y fascistas, antes que en uno de regímenes liberales. Sin el Ejército Rojo las probabilidades de derrotar los poderes del Eje eran inexistentes. Quizá la historia en su ironía decida que el logro más duradero de la Revolución de Octubre fue haber asegurado al mundo desarrollado, una vez más, para la "democracia burguesa". Pero esto es, por supuesto, asumiendo que permanecerá a salvo...

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Durante 40 años el capitalismo vivió una época de catástrofe, vul-nerabilidad y constante inestabi-lidad, con un futuro que parecía completamente incierto. Más aún, durante esta época se en-frentó por primera vez con un sis-tema que declaraba ser la alter-nativa futura: el socialismo. En los momentos más traumáticos de esta época, el comienzo de los años 30, cuando el verdadero me-canismo de la economía capitalis-ta, hasta ahora conocido, aparen-temente dejó de funcionar y el triunfo de Hitler en Alemania golpeó duramente a las institu-ciones liberales, la URSS apare-cía haciendo sus más dramáticos avances. Retrospectivamente pa-rece sorprendente que políticos li-berales y conservadores (para no mencionar los de izquierda) fue-ran a Moscú a aprender lecciones (la palabra "plan" se convirtió en una palabra incómoda en el es-pectro político occidental), o que los socialistas hubieran creído sinceramente que sus economías podrían producir por fuera del sistema occidental. En los días de la Gran Crisis, ello no parecía ab-surdo en absoluto.

Por el contrario, lo que fue total-mente inesperado, hasta para los gobiernos y los hombres de negocios ansiosos por la ruina de la posguerra y las posibles depresiones, fue el extraordina-rio crecimiento de la economía en su conjunto después de la Se-gunda Guerra Mundial. Ello convirtió la tercera cuarta parte

En algún momento de los años sesenta se hizo

patente que el capitalismo había superado su época

catastrófica, aunque todavía no era evidente

que las economías socialistas estuvieran cayendo en una seria

perturbación. de este siglo en la época de oro del desarrollo capitalista: "Los treinta años gloriosos", en la ex-presión francesa. Esta época fue tan inesperada que la existen-cia de este superboom sólo fue

reconocida lentamente, aun por quienes se beneficiaron. "Usted nunca estuvo tan bien" se con-virtió en eslogan político britá-nico hasta 1959, y fue plena-mente reconocido sólo retros-pectivamente, después de que el boom había comenzado a termi-nar a comienzos de los años 70. Inicialmente no pareció ser un triunfo capitalista puesto que los dos "campos" —al menos en Europa y Asia— estaban ocupa-dos recuperándose de las devas-taciones de la guerra y se con-sideraba que el crecimiento de las economías socialistas du-rante este período era más rápi-do, si no el más rápido, que el del resto.

Sin embargo, en algún momento de los años sesenta se hizo pa-tente que el capitalismo había superado su época catastrófica, aunque todavía no era evidente que las economías socialistas es-tuvieran cayendo en una seria perturbación. No obstante, en términos materiales y tecnológi-cos, el campo socialista eviden-temente ya no estaría más en competencia.

En cierto modo la herencia de la época de catástrofe estaba supe-rada o por lo menos enterrada. El fascismo y sus formas asocia-das de autoritarismo fueron des-truidos y liquidados en Europa, y las variantes de la democracia liberal una vez más se convirtie-ron en el régimen político nor-mal de los países metropolitanos (evidentemente éste no fue el ca-so en lo que ahora se llama el Tercer Mundo). Los imperios co-loniales de la época imperialista, que eran el "talón de Aquiles" de sus metrópolis, fueron política-mente descolonizados. Ambos procesos, iniciados de manera decisiva en 1945-1948, fueron

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culminados esencialmente en los años setenta.

La guerra, que había barrido dos veces al mundo desarrollado, y especialmente a Europa, fue eliminada de esa región, y en parte fue trasladada al Tercer Mundo. En esta región los años compren-didos entre 1945 y 1990 proba-blemente han mostrado más de-rramamientos de sangre y des-trucción que en cualquier otro pe-ríodo de duración comparable en la historia moderna. La paz en el mundo desarrollado fue tal vez mantenida no simplemente por el miedo a la guerra nuclear sino por mutua disuasión, es decir, por el efecto disuasivo de las armas nucleares soviéticas en los Estados Unidos después del período, de corta duración y en extremo peligroso, del monopolio nuclear de Estados Unidos1.

Ello también fue debido a tres fac-tores: la política mundial se redujo a un juego para dos protagonistas: el Acuerdo de Yalta que en la práctica demarcó cada zona de las su-perpotencias en Europa, de las que nadie intentó salirse; y, eventual-mente, la incuestionable prosperidad y estabilidad de los países ca-pitalistas desarrollados que eli-minaron la posibilidad, por no ha-blar de la probabilidad, de la revolución social en esta región. Por fuera de Europa la posibili-dad de guerras más grandes (sin armas nucleares) no fue, por supuesto, eliminada. Lo más importante de todo fue que el capitalismo aprendió las lecciones domésticas de sus épocas de crisis, tanto en economía como en política. Se abandonó el tipo de liberalismo de libre mer-cado que la América "reaganista" y la Gran Bretaña "thatcherista" han tratado de restaurar en los años ochenta. (Ambas, no coinci-dencialmente, son

economías en declive). El estímulo original para este cambio fue casi seguramente político. El mismo Keynes no hizo alarde sobre el hecho de que su propósito fuera salvar el capitalismo liberal. Después de 1945 la enorme expansión del "campo" socialista y la amenaza potencial que presentaba, así como la importancia de la seguridad social, concentró maravillosamente las mentes de los gobiernos occidentales. El propósito de esta ruptura deliberada con el capitalismo de libre mercado fue no solamen-te la eliminación del desempleo masivo (entonces considerado como un factor que automática-mente podría radicalizar a sus víctimas), sino también estimular la demanda. Desde la mitad de los años cincuenta, fue claro que estos dos propósitos estaban sien-do alcanzados. La expansión y la prosperidad hicieron posible el capitalismo benefactor. Este alcanzó su pico en los años sesenta, e incluso en los setenta, antes de que una nueva crisis mundial provocara un "culatazo" fiscal. Económicamente, el cambio a una economía keynesiana mixta tuvo por tanto un costo dramáti-co. Políticamente se apoyó en una asociación deliberada entre el capital y la organización labo-ral bajo los auspicios benevolen-tes del gobierno, que ahora es conocido y comúnmente despreciado como "corporativismo". Para la época de la catástrofe se habían revelado tres cosas:

Primero, que el movimiento sin-dical era una fuerza indispensa-ble e importante en las socieda-des liberales. En algunas ocasiones, como en Europa Central después del golpe de 1918, emergió brevemente como la única fuerza de sostenimiento del Es-

1 El período más peligroso desde la guerra fue sin duda 1946-1953, durante el cual Attiee viajó especialmente a Washington para disuadir a Traman de usar bombas nucleares en Corea. Probablemente el único momento en que la Unión Soviética pareció estar seriamente convencida de que la guerra era inminente fue en 1947-1950.

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tado para sobrevivir al colapso de los imperios.

Segundo, no era bolchevique. (El exclusivismo del Komintern forzó, en realidad, a la mayoría de los simpatizantes socialistas de la Revolución de Octubre a regresar al campo reformista, y mantuvo a los comunistas en minoría en los países de la vieja Segunda Internacional hasta el período de la resistencia antifascista).

Tercero, que la única alternativa para comprar la lealtad de la clase obrera con (costosas) concesiones económicas era poner en riesgo la democracia. Por esta razón, inclusive el fanático neoliberalis-mo económico del tipo Thatcher no ha sido capaz en realidad de desmantelar el Estado benefactor, o de reducir sus gastos.

Las consecuencias políticas de dejar a los pueblos sin protección para ganarse la vida por sí mis-mos en las tempestades del ge-nuino capitalismo neoliberal son demasiado impredecibles para arriesgarse —excepto los expertos de las escuelas de finanzas (business schools)— asesorando al Tercer Mundo y anteriormente a los países socialistas, desde los hoteles Hilton locales (hasta el Fondo Monetario Internacional ha descubierto que existen límites para los sacrificios que pueden ser impuestos a pueblos remotos).

No obstante, el keynesianismo social, las políticas del "Nuevo Trato" y el "corporativismo" llevaron las marcas de nacimiento de la época de las perturbaciones ca-pitalistas. El capitalismo mundial que surgió de los "30 años gloriosos" y (en el mundo desarrollado) que navegó en medio de los ventarrones económicos de los años setenta y ochenta con sor-prendente poca dificultad, no fue

perturbado por más tiempo. Había introducido una nueva fase tecnológica. Había reestructura-

El keynesianismo social, las políticas del "Nuevo

Trato" y el "corporativismo" llevaron las marcas de

nacimiento de la época de las perturbaciones

capitalistas.

do sustancialmente al mundo dentro de una economía transna-cional con una nueva división in-ternacional de la producción.

Los dos pilares principales de la época social-keynesiana, el manejo económico por parte de los Estados-nación y una clase obrera industrial masiva, espe-cialmente aquella organizada por los movimientos laborales tradicionales, no se derrumbaron sino que se debilitaron. Nadie fue capaz de soportar por más tiempo las pesadas cargas como antes. Las políticas key-

nesianas y los partidos (princi-palmente los socialdemócratas) identificados más firmemente con ellas, estuvieron claramente en dificultades, aunque la base esencial de cualquier capitalismo floreciente permaneció como antes: una "economía social de mercado" de carácter mixto público-privado (es decir, ganancias más Estado benefactor y derechos sociales), un en-trelazamiento de empresas pri-vadas y empresas públicas, y bastante control público. Los últimos 15 años han presenciado hasta este grado el desvane-cimiento de otra de las partes de la herencia de la época com-prendida entre 1914 y los co-mienzos de 1950.

Sin embargo, el principal síntoma y producto de aquella época se mantuvo: la tercera parte del mundo bajo el "socialismo real-mente existente". Este no "fracasó" en ningún sentido, a pesar de la percepción cada vez mayor de que esas economías requerían reformas fundamentales, y del derrumbe de varios intentos por lograrlas. Probablemente la gente en la Unión Soviética y en la

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mayor parte de Europa del Este estaba en mejor situación en los años setenta que en cualquier otro momento. Pero tres cosas se hacían cada vez más claras.

Primero, el socialismo era incapaz de moverse plenamente, menos aún de producir, en la nueva economía de alta tecnología, y es-taba destinado, por consiguiente, a caer incluso más atrás.

Haber construido la economía de Andrew Carnegie no era bueno, al menos que uno pudiera también avanzar más allá hacia la economía de IBM —o de Henry Ford—, puesto que el socialismo falló en el logro de la producción masiva de bienes de consumo.

Segundo, en la sociedad de comu-nicaciones globales, medios masivos de comunicación, tráfico y economía transnacionales, ya no era posible aislar a la población socialista de la información sobre el mundo no socialista, es decir, del conocimiento de que eran los peores en términos materiales y en la libertad de escoger.

Tercero, con la lenta caída de su tasa de crecimiento y el aumento relativo de su atraso, la Unión Soviética se volvió muy débil económicamente para sostener su rol como superpotencia y, por ende, su control sobre Europa del Este. En síntesis, el socialismo de tipo soviético se volvió cada vez más incompetente y pagó su precio por ello. Peor aún, se mostró incapaz para adaptarse y reformarse. El socialismo soviético difiere en esto del socialismo chino, cuyas reformas económicas fueron espectacular-

mente exitosas —al menos en el sector rural— aunque con el costo de un serio empeoramiento de las condiciones sociales; también en que se ha podido defender del malestar político en las ciudades puesto que el campo es todavía predominante. Estas debilidades tampoco son propias de las economías mixtas de países socialdemócratas.

Es innegable que el capitalismo, tal y como

fue reformado y reestructurado durante sus

décadas de crisis, ha demostrado una vez más que permanece como la fuerza más dinámica en el

desarrollo mundial.

Los países escandinavos y Austria han permanecido en la vanguardia del desarrollo económico y técnico, a la par que su desempleo es bajo y mantienen en buen estado su ambicioso sistema de bienestar.

¿Quién ha ganado?, ¿quién ha perdido? y ¿cuáles son las pers-pectivas? El ganador no es el capitalismo como tal, pero sí el viejo "mundo desarrollado" de los países de la OECD2 que forman una minoría decreciente de la población mundial: digamos que el 15% contra el 33% en 1900. (Los llamados países de reciente industrialización, "Newly Industrializing Coun-tries" "NIC", a pesar de sus sorprendentes avances todavía presentan promedios per cápi-

ta entre 1/4 y 1/3 del promedio per cápita del Producto Interno Bruto de la OECD). El volumen de la población mundial cuyos gobiernos han sostenido el desarrollo económico desde 1917, si no antes, sin regímenes comunistas, difícilmente provocaría exclamaciones de triunfo del Instituto Adam Smith.

A diferencia del antiguo "campo socialista", el mundo no socialista cobija regiones que en realidad han regresado a economías locales de subsistencia y de hambre. Además, dentro del capitalismo "desarrollado" no es propiamente la utopía thatche-rista del mercado libre la que ha triunfado. Incluso su atractivo intelectual ha estado limitado a los "ultras" en el Occidente y a los intelectuales desesperados en el Este, quienes confían en que el Polo Sur sea más cálido que el Polo Norte porque es su opuesto polar.

Sin embargo, es innegable que el capitalismo, tal y como fue reformado y reestructurado durante sus décadas de crisis, ha demostrado una vez más que permanece como la fuerza más dinámica en el desarrollo mundial. Ciertamente continuará desarrollándo-se, como Marx predijo que podría desarrollarse, mediante contra-dicciones internas seguidas de épocas periódicas de crisis y reestructuración. Estas pueden llevarlo, una vez más, muy cerca del derrumbe, como ocurrió a comienzos de este siglo. No obstante, el período actual de crisis y reestructuración ha traído desastres a algunas partes del Tercer Mundo, y del Segundo Mundo, pero no al Primero.

2 Si dejamos de lado a Turquía, Grecia, España y Portugal, que sólo están incluidos en el campo político, la OECD está constituida por Austria, Bélgica, Canadá, Dinamarca, Finlandia, Francia, Islandia, Irlanda, Italia, Japón, Luxemburgo, los Países Bajos, Noruega, Suecia, Suiza, el Reino Unido, Estados Unidos y Alemania Occidental. Australia está asociada parcialmente.

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¿Quién o qué se ha perdido, ade-más de los regímenes del "socia-lismo realmente existente", que sencillamente no tienen futuro? El principal efecto de 1989 es que por ahora el capitalismo y los ricos han dejado de estar asustados. Todo lo que hizo la democracia occidental algo digno de ser vivido para su gente —la seguridad social, el Estado benefactor, un ingreso alto y creciente para sus asalariados, y su consecuencia natural: la disminución de la desigualdad social y de la desigualdad de oportunidades de vida— fue el resultado del miedo. Miedo a los pobres y al bloque más grande y mejor organizado de ciudadanos de los Estados industrializados: los trabajadores; miedo a una alternativa que existió realmente y que pudo extenderse de manera significativa en la forma del comunismo soviético. Miedo a la propia inestabilidad del sistema.

Esto concentró las mentes de los capitalistas occidentales en los años treinta. El miedo al campo socialista, muy dramáti-camente extendido después de

1945 y representado por una de las dos superpotencias, los mantuvo concentrados después de la guerra. Sin importar lo que Stalin hiciera a los rusos, él era bueno para el común de la gente de Occidente. No es accidental que la vía Keynes-Roo-sevelt para salvar al capitalismo se concentrara en el bienestar y la seguridad social, en darle a la gente pobre más dinero para gastar, y en el principio central de las políticas occidentales de posguerra —uno específicamente dirigido a los trabajadores: "pleno empleo". Tal como van las cosas, este sesgo contra la extrema des-igualdad le sirvió bien al desa-rrollo capitalista. Los países "vitrina" del crecimiento económico de posguerra, Japón, Corea del Sur y Taiwán, disfrutaron hasta hace poco una inusual distribución igualitaria del ingreso, asegurada en parte por las reformas agrarias del período de posguerra, que las potencias de ocupación decidieron para contrarrestar la revolución.

Hoy en día este miedo, reducido por la disminución de la clase obrera industrial, la declinación de sus movimientos y la recuperación de la confianza en el capitalismo floreciente, ha desaparecido. No hay, por ahora, alguna parte del mundo que represente creíblemente una alternativa al capitalismo, si bien debería ser claro que el capitalismo occidental no ofrece soluciones a los pro-blemas de la mayoría del antiguo Segundo Mundo, el cual prob-ablemente está ampliamente asimilado a la condición del Tercer Mundo. ¿Por qué los ricos, es-pecialmente en países como los nuestros donde ahora se enorgu-llecen en medio de la injusticia y la desigualdad, tendrían que

preocuparse por alguien diferente de ellos? ¿A qué sanciones po-líticas temerían si permiten que se erosione el bienestar y se atrofie la protección de quienes la ne-cesitan? Este es el principal efecto de la desaparición de una muy ineficaz región socialista del mundo.

Es demasiado pronto para dis-cutir las perspectivas de largo plazo. Lo que un historiador húngaro ha llamado "el corto siglo XX" (1914-1990) ha termi-nado, pero todo lo que podemos decir del siglo XXI es que tendrá que enfrentar al menos tres problemas que están empeo-rando: el crecimiento de la brecha entre el mundo rico y el pobre (y probablemente dentro del mundo rico, entre sus ricos y sus pobres); el aumento del racismo y de la xenofobia, y la crisis ecológica del planeta, que nos afectará a todos. Los medios a través de los cuales podrán ser resueltos esos problemas no son claros, pero la privatización y el mercado libre no están entre ellos.

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De los problemas a corto plazo, se destacan tres. Primero, Eu-ropa ha vuelto a un estado de inestabilidad similar al de en-treguerras. El triunfo de Hitler produjo brevemente un "orden germano". Yalta y el duopolio de las superpotencias produjeron 45 años de estabilidad europea, que ahora están finalizando. Desde cuando Rusia y Estados Unidos conjuntamente han dejado de ser capaces de imponer su orden como antes, la única fuerza hegemónica al-ternativa en ese continente, igual que entre las guerras, es Alemania. De eso es de lo que todo el mundo está temeroso, no porque "los alemanes sean alemanes" —ciertamente no habrá retorno a Hitler—, sino porque el nacionalismo alemán tiene peligrosos negocios incon-clusos: la recuperación de am-plias franjas de territorio apro-piado en 1945 por Polonia y la URSS.

La nueva inestabilidad, como lo prueba la crisis del Medio Oriente, no es sólo europea sino global. Ya no se contuvo por el miedo a que un movimiento re-pentino de una de las superpo-tencias o de sus Estados asocia-dos en otra de las zonas de in-fluencia pudiera provocar una confrontación directa entre el Oriente y el Occidente. El aventurerismo es, una vez más, el pan de cada día. Lo que mantuvo el orden desde 1945, incluyendo a la mayoría de los 60 miniestados soberanos con poblaciones inferiores a los dos millones de habitantes (el Golfo está lleno de esos artificios políticos), fue realmente el mie-

do a una guerra global. Pero si el holocausto nuclear mundial ya no es un peligro inmediato, un mundo en el que gangsters de mediana estatura no vacilan en tomarse pequeños territorios vecinos, no está más a salvo de la guerra que antes. Tampoco es un mundo en que una superpotencia irrumpa alegre-mente en el depósito de explosivos del Medio Oriente, listos para explotar, sabiendo que aquéllos cuyos misiles pueden llegar a Nueva York ya no harían lo mismo. ¿Es acaso un accidente que a menos de medio año del colapso del Pacto de Varsovia hubiéramos enfrentado una gran crisis de guerra?

La nueva inestabilidad, como lo prueba la crisis del Medio Oriente, no es sólo europea sino global. Ya no se contuvo por el

miedo a que un movimiento repentino de una de las

superpotencias o de sus estados

asociados en otra de las zonas de influencia

pudiera provocar una confrontación directa

entre el Oriente y el Occidente.

El segundo desarrollo refuerza ésta inestabilidad mundial puesto que Europa Central y Europa Oriental están reinci-

diendo en algo similar a la zona de rivalidades nacionalistas y de conflictos del período posterior a la Primera Guerra Mundial. De hecho todos los problemas candentes de este tipo datan de los años de entreguerra. Esos problemas no plantearon mayores dolores de cabeza an-tes de 19143. Lo que hace más explosiva la situación es que actualmente el último de los imperios multinacionales ante-riores a 1914 está en desinte-gración, puesto que fue la Re-volución de Octubre la que salvó los dominios del zar, del destino de los imperios de los Habsburgo y de los otomanos, y les dio 70 años más de vida bajo la forma de la URSS.

Los peligros de guerra en esta si-tuación son serios. Ahora los de-magogos del gran nacionalismo ruso están hablando en forma li-gera sobre una posible "guerra civil que en nuestra situación podría ser una guerra nuclear"4. Algún día, acaso no lejano, mira-remos con melancolía los tiempos en que los gatillos nucleares estaban bajo el control de las dos superpotencias.

Está, por último, la inestabilidad del sistema político al que se han arrojado los Estados ex co-munistas: la democracia liberal. Eso mismo hicieron los nuevos Estados en 1918. Veinte años más tarde sólo Checoslovaquia era todavía una democracia. Las perspectivas para la democracia liberal en la región deben ser po-bres, o al menos inciertas. Y la alternativa, dada la improbabi-lidad del retorno al socialismo,

3 Entre los problemas que no existían o que tuvieron muy poco significado político antes de 1914, están: croatas vs. serbios; serbios vs.albaneses; eslovacos vs. checos; el lío de Transilvania; los tres nacionalismos bálticos; Bielorrusia, Moldavia y el nacionalismo de Azerbaiyán. Para no mencionar los antiguos territorios germanos al este de la línea Oder-Neisse.

4 Edward Mortimer, "Bolshevism at the Mercy of the Republics", Financial Times, julio 31 1990.

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muy posiblemente será militar o de derecha, o ambas. Permítasenos desearle suerte a Europa Oriental y al mundo, puesto que finaliza una vieja época y está próximo el ingreso al siglo XXI. Nosotros podre-mos necesitar suerte. Y permí-tasenos conmiseración con mis-ter Francis Fukuyama, quien declaró que 1989 significó "el fin de la historia", y que de ahora en adelante todo sería liberalismo raso, navegación en el mercado libre. Pocas profecías parecen ser de más corta vida que ésta.

Traducción: Rocío Londoño B., profesora del Departamento de Sociología, Universidad Nacional de Colombia.

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REVOLUCIONES INDUSTRIALES, MODERNIZACIÓN Y DESARROLLO

Jean-Philippe Peemans Profesor de la Universidad Católica de Lovaina

I. MODERNIZACIÓN NACIONAL

Y REVOLUCIÓN INDUSTRIAL

La teoría de la modernización fue el paradigma dominante del de-sarrollo en la década de los años cincuenta y sesenta. Esta escuela de pensamiento, fundamentalmente norteamericana, se trazaba como objetivo la construcción de un cuadro normativo para vencer las situaciones de "subdesa-rrollo" que, de acuerdo con ella, caracterizaban a la mayoría de las naciones del mundo. La ur-gencia de esta reflexión estuvo determinada por la acelerada descolonización y por el conflicto Este-Oeste.

La conceptualización del desa-rrollo se hizo con referencia a la experiencia de las naciones hoy en día desarrolladas1. El desarrollo era definido como la emergencia de un sector moderno en el seno de la sociedad tradicio-

nal, la que, por su parte, se caracterizaba por el estancamiento y la reproducción de un equi-

La industrialización es el vector de la

modernización exitosa ya que la importancia creciente del sector

industrial en el producto económico es lo que permite el aumento

durable de la productividad del trabajo y del ingreso per cápita,

indicador central del desarrollo.

librio de bajo nivel debido al in-suficiente dominio técnico del medio natural2. La irrupción de un núcleo de modernidad debía destruir este círculo vicioso. Se

trataba entonces de identificar todos los factores económicos, culturales e institucionales que fueran favorables para crear las "precondiciones" de la modern-iza-ción3. Esta era catalogada como exitosa cuando el crecimiento del sector moderno permitía reestructurar toda la sociedad de acuerdo con las características de la modernización y cuando la sociedad tradicional desaparecía. Salir del subdesa-rrollo era, pues, construir un sector moderno que lograra imponerse progresivamente sobre el sector tradicional y movilizara los recursos subutilizados para acelerar el crecimiento.

El modelo de la modernización era uno dualista que comportaba también una vocación univer-salista: el desarrollo de los pri-meros mostraba el camino a los segundos y salir del subdesarrollo era un proceso de recuperación (rattrapage) ofrecido a todos los países atrasados4.

1 Higgins, B., Economic Development: Principies Problems and Policies, W. W. Norton, Nueva York, 1959; Apter, D., The Politics ofModemization, Chicago University Press, 1965. 2 Lewis, W. A., The Theory of Economic Growth, London, Alien & Ouwin, 1955. 3 Lerner, D., The Passing of Traditional Society, Glencos, Illinois, 1958 4 Bernstein, H., "Modernization Theory and the Sociological Study of Development”, en Lehman, D., editor, en Development Theory,Frank Cass, London, 1979.

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El modelo industrial constituye el núcleo de la moderniza-ción. La industrialización es el vector de la modernización exitosa ya que la importancia creciente del sector industrial en el producto económico es lo que permite el aumento durable de la productividad del trabajo y del ingreso per cápita, indicador central del desarrollo5. La modernización exitosa requiere también de la desaparición del desempleo disfrazado, peculiaridad de la economía tradicional, gracias a la canalización del trabajo hacia actividades del sector moderno6.

ción agrícola es un prerrequisito para la industrialización. Según Bairoch, éste sería el caso de Inglaterra en el siglo XVIII7. Para otros, la transformación del sector agrícola puede acompañar la industrialización. Esta habría sido la situación de Japón en la época Meiji8.

La industrialización requiere también un aumento sustancial de la tasa de inversión en la eco-nomía. Puede manifestarse en parte por el aumento del ahorro posibilitado por la elevación del excedente agrícola, lo que supone una transferencia de recursos de

Para la modernización, la revolución industrial es el corazón mismo del

modelo industrial ya que traduce la concordancia de los componentes de la industrialización en un

lapso corto —alrededor de una generación—, con

lo que se traspasa el umbral del

estancamiento.

La industrialización necesita la concordancia de varias condiciones. El nivel de la productividad debe elevarse en la agricultura ya que es el aumento del excedente agrícola lo que va a permitir una transferencia de la población y de los recursos hacia el sector indus-trial. Para algunos, una revolu-

la agricultura a la industria. De cualquier manera, es el aumento de la tasa de inversión lo que in-crementa la formación de capital y realiza el despegue (big push, big spurt o take off) .

Por último, la industrialización se apoya en una transformación

rápida de la tecnología que ma-terializa el aumento de la tasa de inversión en equipos productivos10. Es precisamente la revolución tecnológica la que permite el aumento constante de la productividad, de la inversión y la elevación de la tasa de creci-miento. Sin ella se corre el riesgo de retroceder más o menos rápi-damente a la situación de partida. La revolución técnica requiere el paso a la producción masiva por medio de la puesta en marcha de grandes unidades de producción capitalistas, equipadas con máquinas especiales dotadas de nuevas fuentes de energía. Esta sustitución por máquinas especializadas con funciones específicas constituye el eje de la revolución industrial11.

Para la modernización, la revolución industrial es el corazón mis-

5 Kuznets, S., Economic Growth and Structure, London, 1966. Singer, H., "Problems of Industrialization of Underdeveloped Countries", International Social Science Bulletin, 1954. . 6 Kelley, A., Williamson, J. G., and Cheetman, R., "Dualistic Economic Development", en Theory and History, University of Chicago Press, 1972 7 Bairoch, P., Agriculture and the Industrial Revolution, London, 1969. 8 Fei, J. & Ranis, G., Development of the Labour Surplus Economy, Theory and Policy, Homewood, Illinois, 1964. 9 Leibenstein, H., Economic Backwardness and Economic Growth, Wiley, Nueva York, 1957; Gallenston, W., and Leibenstein, H., "Investment Criteria, Productivity and Economic Development", Quarterly Journal of Economics, August, 1955; Agarwala, A. N. and Singh, S. O., Accelerating Investment in Developing Economics, Oxford University Press, 1969. 10 Sen, A. K., Choice of Techniques, Blackwell, Oxford, 1960. 11 Solo, R. A., "Creative Technology and Economic Growth", International Development Review, February, 1961; Strassmann, W.

P.,Technological Change and Economic Development, Ithaca, 1968.

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Page 16: Historia Crítica No. 6

otorgada al determinismo tecnológico que es precisamente el que legitima un modelo global de adaptación de la sociedad, las instituciones y la cultura a las exigencias del modelo industrial.

mo del modelo industrial ya que traduce la concordancia de los componentes de la industrializa-ción en un lapso corto —alrededor de una generación—, con lo que se traspasa definitivamente el umbral del estancamiento. Es tanto más "revolucionaria" cuanto en un país, en un breve período histórico, se puede contar con un gran número de sectores portadores de altos niveles de productividad12. La teoría de la modernización in-siste mucho en esta noción de ruptura. El desarrollo es un pro-ceso de cambio brutal. De aquí la importancia central del determi-nismo tecnológico en el interior del modelo industrial. Es la irrupción masiva de nuevas tecnologías lo que destruye el círculo vicioso del subdesarrollo. Lo que diferencia a las sociedades es su capacidad —mayor o menor— para preparar y absorber este choque convirtiéndolo en un factor de transformación radical. El éxito de las experiencias piloto —la de In-glaterra o la de Japón— viene determinado por la capacidad de adaptación de todo el espa-cio social, de la cultura y las

instituciones a las exigencias de la revolución industrial13. El éxito o el fracaso de los "recién llegados" (late-comers) está de-terminado por la capacidad pa-ra reproducir de manera más o menos completa este modelo ideal en un tiempo relativamente breve14. De esta premisa nace el insistente intento de determinar con precisión los períodos de take-off de los países desarrollados por los efectos de demostración pedagógica del concepto. El take-off es el símbolo del éxito, pero también indica la imperiosa necesidad de subordinarlo todo a la conse-cución de la industrialización rápida, según las vías indica-das por los pioneros más representativos. El carácter dogmático de la mo-dernización nacional es la consecuencia de la prioridad

Es la irrupción masiva de nuevas tecnologías lo que

destruye el círculo vicioso del subdesarrollo

II. Hacia una revisión

del concepto de revolución industrial: el caso inglés

Desde los años setenta se observa un escepticismo muy grande por parte de numerosos investigadores en relación con los conceptos de revolución industrial, despegue, ruptura, rattrapage e imitación de modelos privilegiados aplicados a los problemas de la in-dustrialización. Ese escepticismo se ha manifestado progresivamente en lo que se refiere a la industrialización europea, incluida la experiencia inglesa. Esto ha sido obra de historiadores de diversas tendencias a quienes, desde

12 Rostow, W. W., "The Take-off into Self-sustained Growth", Economic Journal, Vol. 66, March, 1956. 13 Hoselitz., B. F., Sociological Aspects of Economic Growth, Frée Press, Glencoe, Illinois, 1960. 14 Gerschenkron, A., Economic Backwardness in Historical Perspective, Harvard University Press, 1962

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hace algunos años, se han sumado economistas interesados en los problemas históricos.

Paralelamente, los análisis de la industrialización en Asia (en es-pecial Japón, Corea y Taiwan) han puesto paulatinamente en duda las premisas de los primeros modelos dualistas. Ambos enfo-ques, independientes el uno del otro, son interesantes de destacar porque concuerdan en minimizar el papel de los cambios radicales fundamentados en un factor de-terminante, sea éste económico o técnico, sustituido por una visión en términos de procesos lentos y complejos en los cuales los ele-mentos institucionales y las op-ciones políticas han desempeñado un papel relevante.

de inspiración tanto marxista como no marxista. Para los pri-meros, las innumerables relec-turas críticas de Marx, realizadas a finales de la década de los años sesenta, abrieron nuevas pistas hacia la reflexión15.

El que los enfoques en términos de big industrial spurt o industrial take-offhayan tenido funda-mentalmente una visión tecnicis-ta de la revolución industrial, cercana a un determinismo tecnológico atribuido hasta entonces al marxismo, pudo favorecer esta evolución. La visión rosto-viana vinculaba estrechamente la revolución técnica, el aumento de la productividad del trabajo y del consumo de masas dentro de los marcos del capitalismo, y des-conocía completamente la evolu-

revolución técnica y transfor-mación de las relaciones sociales. Estos autores abandonaron

La revolución industrial, concebida como un

período corto y crítico, definida por la irrupción de un paquete de nuevas

tecnologías que transformaría velozmente

las condiciones tradicionales de

producción, ha sido cuestionada por historiadores de

inspiración tanto marxista como no marxista.

La revolución industrial, concebida como un período corto y crítico, definida por la irrupción de un paquete de nuevas tecnologías que transformaría velozmente las condiciones tradicionales de producción, ha sido cuestionada por historiadores

ción de las relaciones de produc-ción entre el capital y el trabajo16. Este hecho incitó a los autores de inspiración marxista a reconstituir de manera más atenta la importancia de este último aspecto en Marx, estableciendo un vínculo menos unívoco entre

la visión que se focalizaba casi exclusivamente en las transfor-maciones ocurridas en el interior de las grandes empresas, para preocuparse mayormente por las relaciones entre estas unidades y el resto de las actividades productivas, así como también por la naturaleza de estas últimas17.

Es cierto que el pensamiento de Marx sobre estas relaciones apa-rece como mucho más complejo que el del primado absoluto del determinismo económico. En nu-merosos pasajes de El Capit Marx habla de "la industria derna" en términos en los cuales la técnica y la máquina son las que modifican las condiciones de producción y las relaciones de producción: "no es el trabajado quien emplea los instrumentos,

15 Horowitz, D., editor, Marx and Modern Economics, M. R. Press, Nueva York, 1968; Fay, V., editor, En partant du Capital. Marxismo d'hier et d'aujourd'hui, Aritrophos, París, 1968.

16 Rostow, W. W. The Stages of Economic Growth: A Non-Communist Manifestó, Cambridge University Press, 1960. 17 Seccombe, W., The Housewife and her Labour under Capitalism", New Left Review, 83, 1974.

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son los instrumentos los que emplean al trabajador"18.

Pero, de otra parte, Marx afirma igualmente que la mecanización no es la causa de las transformaciones de las relaciones entre los capitalistas y los trabajadores; más bien son las luchas que los oponen en el aspecto salarial y de la organización del trabajo, las que han incitado a los patrones a la mecanización para destruir las resistencias de los obreros.

El cambio técnico se traduce, pues, en un arma en las manos de algunos actores del cambio social, y no como un factor exó-geno a este último.

Asimismo, en Marx, la gran fá-brica moderna constituye un lu-gar privilegiado para la trans-formación de las relaciones de explotación del trabajo, las cua-

les, en su conjunto, incluyen también las otras formas de pro-ducción (industria doméstica y manufacturas "modernas") que permanecen vinculadas a la fábrica o coexisten con ella, pero no son eliminadas por ésta1 .

La aversión por el triunfalismo determinista de Rostow instigó a algunos autores marxistas y radicales anglosajones a una relectura menos determinista y menos mecanicista de Marx. Unos han destacado que inclusive en Inglaterra, en algunos casos, ha sido principalmente la concentración de los trabajadores en las fábri-cas, con el fin de mejorar la disci-plina, lo que preparó el tránsito a la mecanización, y no lo contrario, mientras las resistencias de los trabajadores han podido, a la in-versa, retardar durante largo tiempo la generalización —en condiciones rentables— de una producción mecanizada en la que la técnica ya existía

El ludismo, por ejemplo, no fue ajeno al hecho de que la fábrica de tejidos mecánica no pudiera desarrollarse masivamente an-

tes de 1830-1835, mientras la mecanización de la hilandería se realizó entre los años 1770-1795. Si la transformación del sector textil tomó más de sesenta años, el concepto de revolución industrial se diluye en el tiempo.

Los otros investigadores han mostrado interés, en la misma experiencia inglesa, en demos-trar cuánto trabajo no mecani-zado se conservaba aún como predominante hacia 1850-1860. En la mayoría de los sectores, la gran fábrica constituía la excepción y, en algunos sectores en los que predominaba, una buena parte de las operaciones se realizaba sobre la base del trabajo de artesanos reclutados de oficios tradicionales21.

Si el deterioro de las condiciones de trabajo y la agravación de la explotación estaban generalizados e inducidos como resultado de la extensión del modelo industrial, éstos no deben, sin embargo, ser confundidos con el único mundo de la gran fábrica al que desbordaban ampliamente.

18 Marx, K., Le Capital, Editions Sociales, Paris, 1960, Vol. I, C. XV. 19 Ibid., Vol. I, C. XI y XV. 20 Marglin, S., "What Do Bosses Do? The Origins and Functions of Hierarchy in Capitalist Productions", en Reuiew of Radical

Political Economics, Summer, 1974; Braverman, H., Travail et capitalisme monopoliste; Maspero, Economie et socialisme, 1976.

21 Samuel, R., "The Workshop of the World: Steam Power and Hand Technology in Mid-Victorian Britain", en History Workshop, No. 3,Spring, 1977.

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Estas diversas relecturas de Marx en los años setenta consti-tuyeron una de las vías que contribuyeron a socavar el concepto de revolución industrial, aflojando el torno del determinismo tecnológico y la sujeción a las indicaciones cronológicas.

De manera general se manifiesta una fuerte

tendencia en los estudios recientes a cuestionar el concepto de revolución

industrial basada casi exclusivamente en el

factor tecnológico o en la extrapolación aventurada de tasas de crecimientos correspondientes a uno u otro sector de la industria,

al conjunto de la economía.

La discusión de estos postulados constituyó una segunda vía de cuestionamiento del concepto de revolución industrial por parte de numerosos historiadores de di-versas tendencias. Sin duda esto fue facilitado por el exceso de precisión del que intentó librarse Rostow en la datación de la revolución industrial en Inglaterra (1783-1803), con el fin de asegurar a la vez de manera decisiva la anterioridad de la experiencia inglesa y su carácter ejemplar en materia de take-off fulminante.

Numerosas discusiones pusieron en entredicho el carácter restrictivo de esta datación que no correspondió a las evoluciones sig-

nificativas ni para sectores aisla-dos ni para conjuntos de sectores. Los estudios de caso se multiplicaron durante los años setenta. Estos pusieron de relieve tanto el exceso de importancia atribuido anteriormente a aquellos sectores que conocieron una determinada transformación tecnológica, como la exageración de lo que ha sido esta transformación, que ha in-fravalorado el peso de las técnicas antiguas a través de un sesgo sistemático en favor del recuento exclusivo de las "novedades".

Por ejemplo, la industria del al-godón no solamente conoció una evolución técnica lenta, más que una revolución técnica, sino además hacia 1840-1845 representaba apenas algo más del 5% de la fuerza de trabajo no agrícola y el 10% de la produción industrial inglesa22. Por otra parte, el que haya concentrado alrededor del 40% de los caballos a vapor no es suficiente para confundir la transformación técnica de un sector con el conjunto de las estructuras industriales.

Numerosos estudios recientes han demostrado cómo el acento unilateral del enfoque tecnologis-ta en el poder milagroso de la máquina a vapor introdujo una distorsión total de la realidad, la cual, por el contrario, hasta mucho después siguió caracterizada por una débil difusión de la máquina a vapor y por la persistencia de las técnicas tradicionales. Así por ejemplo, en 1870, si apro-ximadamente 3.000 estableci-mientos industriales de la side-rurgia y del algodón utilizaban en conjunto 480.000 caballos de fuerza, alrededor de 20.000 esta-

blecimientos industriales de la rama alimentaria de la confec-ción y del calzado empleaban en conjunto menos de 1.200 caballos de fuerza.

Hasta los años 1860-1870, la mayor parte de la industria seguía utilizando la energía hidráulica, cuya técnica conoció perfeccionamientos continuos, totalmente subestimados por los observadores que han gravitado en torno de la "nueva tecnología" del vapor. No fue sino en 1870 y 1890 que esta última realizó un avance decisivo en Inglaterra, o sea... un siglo después de su introducción23.

De manera general se manifiesta una fuerte tendencia en los estudios recientes a cuestionar el concepto de revolución industrial basada casi exclusivamente en el factor tecnológico o en la extrapolación aventurada de tasas de crecimiento correspondientes a

22 Knick, Harley C, "British Industrialization before 1841: Evidence of Slower Growth During the Industrial Revolution", Journal of Economic History, LXII, 1982, p. 283.

23 Von Tunzelman, G. N., Steam Power and British Industrialization to 1860, Oxford, 1978; Kanefsky, J. W., "Motive Power in British Industry and the Accuracy of the 1870 Factory Retum", Economic History Review, 1979.

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uno u otro sector de la industria, al conjunto de la economía.

Los cambios aparecen mucho más graduales y heterogéneos que co-mo era corriente en las concepcio-nes que estuvieron de moda en los años 1950-1960. La industrializa-ción de Inglaterra es vista como un proceso lento y complejo con acele-raciones en algunos períodos y en determinados sectores. Se trata más de un movimiento acumulati-vo en el que las fronteras tempora-les son ampliamente extendidas hacia abajo (1870-1880), que de una ruptura extraordinaria en tér-minos de take-off4.

Por lo demás, se puede subrayar que el análisis en términos de proceso renueva simplemente la sobria concepción de la indus-trialización inglesa, de J. Clap-ham, quien en una obra escrita en 193225 se rehusaba a hablar de revolución industrial.

El determinismo técnico-econo-micista de la concepción rosto-viana y de sus émulos no sola-mente ha oscurecido el conoci-miento de la dinámica de la in-dustrialización inglesa, sino que también ha contribuido a esteri-lizar durante largo tiempo el análisis de los cambios socioeco-nómicos en el continente euro-peo entre los años 1750 y 1914.

Dentro de esta óptica, en efecto, el proceso de desarrollo no sólo ha sido confundido completamente con las incertidumbres de la gé-

nesis y de la evolución del sistema industrial, sino que además se ha considerado que debe reproducir, con mayor o menor retraso, el lla-mado modelo inglés26.

De aquí que el estudio de la in-dustrialización haya consistido en recontar los cambios técnicos, rápidos y totales, ocurridos en algunos sectores motores defini-dos por la experiencia británica, es decir el algodón, el acero, la utilización del carbón y del co-que como fuentes de energía. De no encontrarse estos elementos de manera simultánea, se con-cluía inevitablemente la ausen-cia del take-off o el retraso más o menos significativo en relación con Inglaterra. Este enfoque ha caracterizado a numerosos tra-bajos concernientes a muchos

27 países europeos .

La ausencia de take-off condujo a la aparición de interpretaciones so-bre las causas del retraso, que cen-traron la atención en los más va-riados factores, desde la insuficien-cia de recursos naturales hasta los obstáculos institucionales28.

Estos esquemas, en síntesis, han desempeñado un papel em-pobrecedor al reducir la historia del desarrollo a un inencontra-ble take-off industrial, ausencia que enseguida fue racionalizada a través de la descalificación del conjunto de los componentes de la identidad histórica en la des-dicha del atraso29.

III. Modelo industrial y desarrollo en la Francia

del siglo XIX

El caso francés es sin duda un buen ejemplo en este sentido. En los años sesenta las discusiones sobre la aplicación del modelo rostoviano al caso francés se centraron en la datación del ta-ke-off industrial francés, más que en la pertinencia misma del concepto para analizar el desa-rrollo del país en el siglo XLX30. En la Francia gaullista este con-senso paradojal en el interés de pensar el desarrollo nacional con referencia a un modelo ex-tranjero, se explica de modo par-cial por la preocupación de algu-nos en desplazar radicalmente el eje de la historia francesa de la política hacia la economía, es-forzándose en demostrar que el primado excesivo del primero causó el retraso del segundo.

Desde este punto de vista, un enfo-que en términos de take-off fallido o retrasado, permitió atribuir esta derrota a las secuelas desastrosas de la Revolución Francesa, hasta ese momento centro indiscutible de la periodización de la historia francesa. La revolución se vio así relegada ipso facto al rango de pe-ripecia lamentable, causa mayor del retraso de la revolución indus-trial en Francia31.

Junto a este argumento de fon-do, revelador en sumo grado del rol ideológico asignado al modelo industrial de la modernización,

24 Lindert, P., "Remodeling British Economic History: A Review Article", Journal ofEconomic History, XLIII, 1983. 25 Clapham, J. H., An Economic History ofModern Britain, Cambridge, 1932. 26 Landes, D. S., The Unbound Promeneus: Technological Change and Industrial Development in Western Europe from 1750 to the Present,

Cambridge University Press, 1969. 27 Henderson, W. D., The Industrial Revolution on the Continent, Germany, Frunce, Russian 1800-1814, London, F. Cass, 1961; Rioux, J.

P., La revolution industrielle, 1780-1880, le Seuil, París, 1971; Cipolla, C. P., editor, The Fontana Economic History of Europe, Vol. 4, "The Emergence of Industrial Societies", Fontana Books, 1973.

28 Rostow, W. W., The Economic of Take-off into Sustained Growth, London, Mac Millan, 1973. 29 Cameron, R., "A New View of European Industrializaron", en The Economic History Review, February 1985. 30 Cameron, R. & Freeman, C. E., "Frenen Economic Growth: A Radical Revisión", en Social Science History, 1983. 31 Levy-Leboyer, M., "La Croissance Francaise au XKéme Siécle. Resultáis Préliminaires", en Annales, No. 4, 1968.

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otras razones más sectoriales también fueron expuestas. En este catálogo de desventajas se encuentran: el arcaísmo de las estructuras agrícolas, la falta de apertura hacia el exterior, el in-tervencionismo centralizador del Estado, el predominio del espíritu rentista por sobre el gusto al riesgo y a la innovación industrial, la persistencia de las pequeñas empresas familiares inadaptadas a las nuevas técnicas capitalistas, etcétera32.

La particularidad de esta pers-pectiva fue reinterpretar todo el conjunto de variables culturales, de comportamientos sociales y de estructuras económicas en términos de funcionalidad potencial con relación al éxito del despegue industrial. Por tanto, la ausencia de este último no podía menos que resultar de la disfuncionali-dad de estos elementos, y el fantasma del abortado take-off transformó toda la Francia de Louis-Philippe a Jules Ferry en una caverna de tinieblas.

Sin embargo, esta empresa de desconstrucción histórica fue rá-pidamente cuestionada por su incapacidad para proponer una estructura de reconstrucción en sus propios términos. Además de la datación inicial de Rostow (1830-1860), el despegue industrial ha sido determinado por algunos entre 1840 y 1870 (F. Carón, F. Creuzet y T. Markovitch) y por otros entre 1890 y 1910 (A. Rowley), mientras terceros autores prefieren hablar de acele-

ración entre 1855-1884 y 1895-1913 (J. Marczewski)33.

Esta fluidez terminó por diluir el concepto de take-off industrial y se ha reconocido progresivamente que la industrialización francesa debe concebirse como un proceso continuo, sui generis, que se extendió por oleadas desiguales desde el Primer Imperio a la Primera Guerra Mundial, y que, sin ser inferior a su homologa inglesa, fue diferente34.

El debilitamiento de la idea de una "revolución industrial" a la francesa no ha sido suficiente para abandonar la visión industrialista del desarrollo, aun cuando ha contribuido a comple-jizar la imagen de una "buena" industrialización. Esta visión industrialista convencional ha impedido restituir su plena di-mensión a factores muy originales que podrían ayudar a disten-sionar la relación unívoca entre industrialización y desarrollo.

Por ejemplo, en la actualidad se ha podido establecer que la inversión en las construcciones residenciales y en los trabajos urbanos desempeñó un papel central en la formación del capital, ya que entre 1820 y 1910 el stock de capital de estos dos sectores creció cinco veces más rápido que el de la construcción y el de los equipos industriales35. Como antes de la Primera Guerra Mundial representaban el 10% del stock total contra el 30% en Alemania, algunos autores con-

cluyeron que el despilfarro y la utilización no productiva de la inversión fueron orientados más por las penosas seguridades de la renta territorial urbana que por la aventura industrial.

En realidad estas cifras traducen una preferencia por los bienes no industriales y por el crecimiento de los valores de uso individuales y colectivos inscritos parcialmente en el modelo industrial. La importancia de la producción de la edificación urbana, cuadro de un nuevo modo de vida, portador de una simbólica monumental que iba más allá de las exigencias funcionales de una gran metrópoli, llamó la atención de los contemporáneos. El París del período haus-smano y de la belle époque fascinó tanto como Manchester, aun cuando fuera por razones evidentemente diferentes.

Fuertemente centralizado, a se-mejanza de la naturaleza específica del Estado francés, que traducía en la edificación el compromiso típico francés entre las fracciones rentista, burocrática e industrial de la burguesía, el urbanismo de esta época era una expresión concentrada de la originalidad del desarrollo de la Francia del siglo XIX36. Reducirlo a una cuestión de asignación insuficiente de los recursos sería esconder el problema fundamental: otros bienes que aquéllos producidos según las normas y las técnicas industriales pueden aportar una contribución decisiva al desa-

32 Crouzet, F., "Encore la croissance économique francaise au XlXéme siécle", Reuue du Nord, juillet-septembre 1972. 33 Markovitch, T. J., "L'évolution industrielle de la France", Revue d'Histoire Économique et Sociale, 1975; Crouzet F.,

"Quelques problémes de l´e histoire de l'industrialisation au XlXéme siécle", en Revue d'Histoire Economique et Sociale, 1975; Rowley, A., Evolution économique de la France du milieu du XlXéme siécle á 1914, Sedes, Paris, 1982; Matczewski, J., "Le produit physique de l'économie francaise de 1789 á 1913", Cahiers de L' Isea, No. 163,1965.

34 Gillet, M., "Au XlXéme siécle: Industrialisation linéaire ou industrialisation par bonds?", Revue Economique No. 5, septembre 1972; O' brien, P., et Keyder, G., "Les voies de passage vers la société industrielle en Grande Bretagne et en France (1780-1914)", en Annales, 11-12,1979.

35 Levy-Leboyer et Bourguingnon, F., L'économie frangaise au XlXéme siécle. Analyse macro-économique, Económica, Paris, 1985.

36 Agulhon, M. et al., Histoire de la France urbaine, Vol. 4, "La ville de l'áge industriel", Le Seuil, París, 1980.

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rrollo, el cual no puede reducirse a una contabilidad del crecimien-to del valor agregado industrial o de sus factores.

Por lo demás, este último punto concierne al conjunto de los bie-nes. Es sorprendente constatar que la progresión del ingreso per cápita en Francia fue durante to-do el siglo XLX mucho mayor que el aumento del capital per cápita, si lo comparamos con la situación inglesa y alemana. Este fenóme-no fue el resultado, entre otras, de la importancia persistente de los productos del artesanado y de su capacidad para enfrentarse a las nuevas necesidades engendradas por las mutaciones socioeconómi-cas. Gracias a esa inflexibilidad de las formas no industriales, es-tas producciones resistieron bien las transformaciones provocadas por la extensión de la red ferro-viaria. Contribuyeron a la diver-

sificación del consumo y al incre-mento del producto material mu-cho más de lo que dejan entrever las series estadísticas preocupa-das exclusivamente por el regis-tro de los "verdaderos" bienes in-dustriales37.

El papel desempeñado por los productos no industriales en el aumento del ingreso y del consu-mo aparece de manera particu-larmente clara en lo que se refie-re a los productos alimentarios. Su consumo aumentó un 60% entre 1860 y 1913 y representó todavía en ese momento el 58%

Es sorprendente constatar que la progresión del ingreso per cápita en

Francia fue durante todo el siglo XIX mucho mayor

que el aumento del capital per cápita, si lo

comparamos con la situación inglesa y

alemana.

de todo el consumo. Como es di-fícil aceptar la hipótesis de que Francia sufrió subalimentación durante el Segundo Imperio, se debe admitir que hubo una di-versificación extraordinaria del consumo alimentario de las cla-ses populares, basada en el nue-vo acceso a productos de los di-versos terruños y en una trans-formación no industrial de pro-ductos en la fase de servicio. Esto se manifestó claramente en

París y en las grandes ciudades por la abundancia, en cada ba-rrio, de pequeños comerciantes de alimentos específicos38. La re-ciente valorización de este fenó-meno debería incitar a verlo co-mo un elemento suplementario de la originalidad del desarrollo francés. A la diversificación del consumo de salarios urbanos co-rresponde la creación de una amplia gama de empleos en el comercio detallista y de mercado para la producción agrícola39.

Se puede encontrar en este caso la manifestación de una deter-minada sociedad de abundancia, disociada de las presiones del modelo industrial, que coexis-tiendo con este último contribu-yó a densificar el espacio pro-ductivo de acuerdo con otros cri-terios de satisfacción de las ne-cesidades.

37 Miller, M. B., The Bon Marché: Bourgeois Culture and the Department Store, 1869-1920, London, 1981. 38 Toutain , J . C, "La consommation al imentaire en France". Cahiers de L' Isea, No. 11, 1971; Dauphin, C. et Pelerat , P ., "Les

consommations populaires dans la seconde moitié du XlXéme siécle á travers les monographies de l'école de le Pía", Aúnales Nos. 2-3, 1975.

39 Levy Leboyer, M., "Les inégalités interrégionales de revenu dans l'agriculture: leur révolution au XKéme siécle, Economie Rurale, nov-dec. 1982

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Page 23: Historia Crítica No. 6

Sin embargo, los prejuicios inte-lectuales del modelo industrial son tan poderosos que algunos analistas interpretan estos ele-mentos en términos de disfuncio-nalidad con relación al modelo. El desvío francés respecto ala ley de Engel, materializado en los puestos pantagruélicos de los carniceros, los panaderos y los lecheros parisinos, sería responsable de la insuficiencia del mercado interior en tanto que mercado para los productos industriales, y de la de-bilidad de la tasa de crecimiento de estas industrias en Francia antes de 1914. El aumento del salario real se traduce, en efecto, por un crecimiento muy fuerte del consumo alimentario y éste no ha disminuido en los presupuestos familiares40.

Las asociaciones de pequeños productores independientes, que

reagrupaban a artesanos y trabajadores calificados,

relevaron las formas tradicionales de

organización del trabajo, integrando una tecnología

apropiada.

El economicismo estrecho de esta interpretación que lamenta la desconexión parcial entre au-mento del salario real y del con-sumo de productos industriales evidencia, de otra parte, una re-lación muy sólida entre la diver-sificación de las necesidades y la

elasticidad de la producción no industrial francesa en el siglo XIX. Detrás del prisma defor-mante de la ideología industria-lista, que no puede ver más que una causa suplementaria del "retraso" del modelo industrial francés, se descubre la realidad extraordinariamente diversa de un espacio social que no está so-metido a las normas de la repro-ducción ampliada de la acumu-lación industrial.

A la variedad de formas de au-mento del consumo corresponde la diversidad de tipos de bienes producidos, que reflejan la va-riedad de recursos industriales y la diversidad de técnicas puestas en acción. Esta realidad, lejos de ser marginal, desborda completamente el sector industrial y exige que se la asuma como tal, más allá de que se la reduzca a una sobrevivencia arcaica o se la perciba como un freno.

No ha sido sino hasta una época reciente que se ha tomado con-ciencia de su riqueza. Como re-sultado de los innumerables he-chos que no cuadran con el es-quema del take-off o del creci-miento industrial, que se hubiera querido verificar o ex-plorar en este u otro sector, al-gunos investigadores finalmente se dieron cuenta de que evi-dentemente era necesario cam-biar de perspectiva.

La vitalidad del sistema productivo francés no es reducible al dina-mismo más o menos fuerte del sistema industrial. Al lado de este último, de su lógica de acumulación fundamentada en la técnica capitalista, el productivismo, la

organización autoritaria y jerár-quica de trabajo en la empresa, la producción en masa, existe otro sistema de producción que no so-lamente sobrevive sino que real-mente se desarrolla de acuerdo con otras vías y otra lógica41.

En muchas ramas de la textile-ría, de la metalurgia y de la cons-trucción mecánica, una producción de calidad conoció un crecimiento notable a través de la puesta en acción de un modo original de organización del trabajo. Las asociaciones de pequeños productores independientes, que reagrupaban a artesanos y tra-bajadores calificados, relevaron las formas tradicionales de orga-nización del trabajo, integrando una tecnología apropiada. Esta tecnología estuvo centrada en la máquina universal, que a la vez requería de trabajo calificado y permitía una limitada producción en serie, contrariamente a la tecnología introducida por el patrón capitalista en las grandes empresas. En efecto, aquí predo-minó la máquina especializada servida por un trabajo no califi-cado, que exigía una producción masiva para ser rentable42.

En el primer caso los costos fijos podían ser amortizados con dife-rentes tipos de productos, mientras en el segundo sólo una gran serie permitía realizar las economías de escala para un producción especializada. En el primer caso, la flexibilidad de la tecnología, dominada y controlada por los productores asociados, les permitía preservar las condiciones de su trabajo y de su valorización a través de un nivel eleva-

40 Bourguignon, F. et Levy-Leboyer, M., "An Econometric Model of France During the 19th Century", en European Economic Review, 25, June, 1984.

41 Sabel, C. & Zeitlin, J., "Historical Alternatives to Mass Production: Politics, Markets and Technology in Nineteenth Century Industrializatión", en Past and Present, No. 108, 1985.

42 Cayez, P., Métiers Jacquard et hauts fourneaux: aux origines de l'industrie lyonnaise, Lyon, 1978.

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Page 24: Historia Crítica No. 6

do de formación profesional y de una preferencia otorgada a los productos de calidad de alto valor agregado y orientados según la evolución de las necesidades.

En el segundo caso, la rigidez de la tecnología era un arma en manos de los propietarios del capital para imponer la flexibilidad del empleo de los trabajadores no calificados y de los sustitui-bles en función de las vicisitudes de la competencia en los mercados donde se realizaba la pro-ducción masiva.

La experiencia de la industrialización francesa no se reduce de ninguna manera a la problemática del take-off ni tampoco a un crecimiento industrial lento pero sostenido. El proceso de desarrollo desborda básicamente este úl-timo y muestra la coexistencia inestable de una lógica industrial productivista y de una lógica de producción no productivista.

Si bien no hay que sobreestimar el peso de este último aspecto, es menester restituirle su importancia, sistemáticamente infra-valorada por la óptica industrialista dominante que por miopía dogmática relega las otras formas de producción al rango de vestigios folclóricos. Ahora bien, estas formas alternativas de producción, testificadas por numerosas monografías antiguas, pero desdeñadas por los arqueó-logos de la máquina a vapor, son importantes por el simple hecho de su existencia43. Ellas demuestran que un modelo no industrial de

producción no solamente pudo sobrevivir, sino desarrollarse vigorosamen-te hasta la Segunda Guerra Mundial e incluso más allá, integrando producción de calidad en pequeña escala, organización cooperativa del trabajo y flexibilidad tecnológica sofisticada. Por ejemplo le métier Jacquard (que prefigura de alguna manera el principio de la máquina con control numérico) facilitó múltiples innovaciones en materia de transformación de las fibras artificiales, perfectamente dominadas por microempresas en forma asociativa44. Lo que estas experiencias demuestran es ante todo la importancia del medio institucional y de la innovación institucional.

IV. El impacto de los

elementos institucionales en el lugar del modelo

industrial en el caso francés

En Francia, las formas originales de producción pudieron prosperar gracias a la voluntad y a la capacidad de organización de algunas capas de pequeños productores que por todos los medios se esforzaron por impedir la invasión de la pequeña producción mercantil —soporte de la valorización de su compe-tencia técnica y de su estatus social— por la lógica de la acumulación industrial. Para este fin crearon una red de instituciones que organizaba colectivamente una infraestructura técnica

que sobrepasaba las capa-cidades de cada empresa indivi-dual (los talleres de servicio de Saint-Etienne, por ejemplo), instalaron estructuras cooperativas de comercialización y garantizaron la seguridad de las ganancias sobre la base mutua-lista. Estas organizaciones profesionales fueron particular-mente eficaces cuando estuvie-

Un modelo no industrial de producción no solamente

pudo sobrevivir, sino desarrollarse

vigorosamente hasta la Segunda Guerra Mundial e

incluso más allá, integrando producción de

calidad en pequeña escala, organización

cooperativa del trabajo y flexibilidad tecnológica

sofisticada.

ron secundadas por la acción de las municipalidades en materia de reglamentación del trabajo, de la enseñanza y de la formación técnica, fenómeno que ha fortalecido el argumento de la importancia del medio institu-cional45, el cual, a su vez, estuvo acompañado por un medio cul-tural favorable, que se basaba en la herencia de fuertes tradi-ciones de oficios y de luchas por mantener la perennidad de estos valores después de que fueron abolidos oficialmente por la Asamblea Constituyente en el momento de la revolución. Una amplia mayoría de los ar-tesanos y de los hombres de oficio no aceptó la desregulación salvaje introducida en ese en-

43 Lequin, Y., "La formation du proletariat industriel dans la región lyonnaise au XIXeme siécle: approches méthodologiques et premiers resultáis", en Le Mouvement Social, 1976.

44 Hafter, D. M., The Programmed Brocade Looem", en M. M. Trescott , ed i tor , Dynamos and Vi rg ins Revis i ted: Women and Technological Change in History, Metuchn, Nueva York, 1979.

45 Sewell, D. M., Work and Revolution: The Langage of Labor from the Oíd Regime to 1848, Cambridge, 1980.

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Page 25: Historia Crítica No. 6

tonces en nombre de los principios del liberalismo económico. En razón de la visibilidad de esta ofensiva jurídica, los pequeños productores partidarios de una economía de mercado reglamentada, que aseguraba su subsistencia, la seguridad del trabajo y la reproducción de su estatus social, tomaron conciencia de las amenazas que pesaban sobre su futuro. Más que una situación de erosión lenta de la economía corporativista por los efectos del mercado, estos sectores se dieron cuenta de manera más aguda de las contradicciones existentes entre el liberalismo económico y las libertades políticas fundamentadas con base en la igualdad de los pequeños productores46. »?

La fuerza de resistencia de la pequeña producción

urbana y el temor del resurgimiento siempre amenazante de su ala radical obligaron a los

gobiernos de Napoleón a Luis Felipe a matizar en la

práctica reglamentaria los principios de liberalismo

de 1791.

Por estos motivos el desarrollo de nuevas formas de solidaridad aseguró, desde la primera mitad del siglo XIX, una expansión de las formas cooperativas, asociativas, de producción y un espíritu mutualista arraigado en una práctica popular

diversificada y menos dependiente de las iniciativas puntuales utopistas como ocurrió en otros países europeos47

A través de este fenómeno con-

La revolución favoreció, generalmente por vías

diferentes, la emergencia de un contexto

institucional que permitió la diversificación de una

economía popular.

verge la problemática de las re-laciones entre la Revolución Francesa y la revolución industrial en Francia. Si la primera fue un freno para la segunda, no fue el resultado, como lo sustenta el punto de vista industrialista, de que el caos y la violencia política hicieron perder diez preciosos años a Francia en relación con su rival inglés. Ocurrió más bien lo contrario, porque la coyuntura revolucionaria tuvo consecuencias estructurales durables y reforzó —por vías diversas y a veces contra-dictorias— el mundo de los pequeños productores de la ciudad y del campo.

El campesinado pequeño fue consolidado por algunos de los efectos de la reforma agraria es-pecífica de la revolución y condujo a una larga resistencia ante los intentos por dividir los bienes comunales tal como lo querían imponer los intereses

orientados hacia el capitalismo agrario48.

La fuerza de resistencia de la pequeña producción urbana y el temor del resurgimiento siempre amenazante de su ala radical, simbolizada en los sans-culottes parisinos en el momento de la revolución, obligaron a los gobiernos de Napoleón a Luis Felipe a matizar en la práctica re-glamentaria los principios de li-beralismo de 179149.

Estos elementos permitieron que la pequeña producción se mantuviera, se desarrollara, ocupara un espacio socioeconómico muy vasto y ofreciera una resistencia obstinada a la vocación hegemónica del modelo industrial de acumulación capitalista.

La revolución favoreció, gene-ralmente por vías diferentes, la emergencia de un contexto insti-tucional que permitió la diversi-

46 Soboul, A., Les sans-culottes parisiens de l'an II, Paris, 1958", PUF, París, 1976. 47 Histoire économique et sociale de la France, T. III, "L'avénement de í'ére industrielle, 1789-1880" 48 Gauthier, F., La voie paysanne dans la Révolution Francaise, Maspero, 1977; Heywood, C, The Role of the Peasantry in

French Industrializaron, 1815-1880", en Economic History Review, 1981. 49 Pontiel, F., Les classes bourgeoises et l'avénement de la démocratie, 1815-1914, A. Michel

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Page 26: Historia Crítica No. 6

ficación de una economía popular. Junto al sistema industrial, este contexto contribuyó a dar su perfil original al desarrollo de Francia a través de una diversidad y de una calidad de productos mucho más ricas que las de aquellos países donde la pequeña producción fue precozmente marginada o destruida.

Por añadidura, la revolución es-timuló por largo tiempo una fuerte resistencia cultural al li-beralismo, lo que preparó el te-rreno para una desconfianza po-pular con relación al industria-lismo, en ambos casos debido a la percepción de sus efectos des-tructores sobre la pequeña pro-ducción50.

El conjunto de estos elementos contribuye a explicar la agresi-vidad particular de la variante francesa de la ideología de la modernización y su relativo fracaso hasta hace poco.

En razón de la fuerte resistencia cultural del mundo de los pequeños productores, encaminada al mantenimiento y mejoramiento de las condiciones de reproducción simple, el proyecto industrial en Francia debió dotarse de una visión legitimadora de las virtudes de la máquina y de la organización productivista del trabajo. El modelo va a transformarse explícitamente en un modelo social con connotaciones elitistas y antipopulares: la gran tecnología debe permitir recomponer el espacio social por sus presiones y destruir definitivamente las supervivencias de la pequeña producción y las resistencias populares.

Las múltiples versiones de la ideología tecnocrática saintsi-

moniana del Segundo Imperio liberal a la Quinta República gaullista han intentado realizar esta tarea, generalmente al precio de convulsiones que la han obligado a retroceder.

La explosión de la Comuna de París no fue ajena a las presio-

Se puede argumentar que el caso francés ejemplifica una relación problemática y no lineal entre determinismo

tecnológico y modelo industrial, por una parte, y entre industrialización y desarrollo,

por la otra.

nes ejercidas, durante el Segundo Imperio, sobre la pequeña producción por los intereses industriales. La larga estabilización de la Tercera República tampoco fue extraña al compromiso "solidario" que quería realizar explícitamente la política del partido Radical, que incluía la defensa de la pequeña producción urbana y rural51.

Esta pequeña producción no será desestabilizada hasta después de 1960 cuando, blandiéndose el arma de la integración europea, se desplace definitivamente el eje de los equilibrios anteriores. Es en este momento cuando los últimos "distritos industriales" serán forzados, bajo presión de la política del Estado, a la reconversión y a la absorción por los grandes grupos industriales. También en este período amplios sectores del cam-

pesinado pequeño serán sacrifi cados bajo la égida del modelo de modernización productivista, vehiculizado por la política agrí cola común.

En el contexto de esta época, las discusiones sobre el retraso del take-off industrial en Francia debieron ser modificadas y ahora contribuyen a una nueva ofensiva virulenta de la ideología de la modernización. Se es-peraba cerrar el debate descalificando completamente todo lo que se haya verificado como disfuncional en relación con la emergencia y avance de la gran industria producida por la irrupción masiva de la tecnología capitalista. Pero en realidad no han podido liquidar ni la discusión ni el problema.

La historia del desarrollo francés de la revolución a la Primera Guerra Mundial no se deja enmarcar en el esquema de la hegemonía más o menos exitosa del modelo industrial. La riqueza de esta historia proviene precisamente de la coexistencia ex-cepcional de numerosos sistemas de producción que han asegurado un equilibrio profundo de las estructuras socioeconómicas en términos de diversificación del empleo, del consumo y de la naturaleza de las técnicas y bienes producidos.

La originalidad del perfil del de-sarrollo francés está catalizada por la imbricación de estos diversos componentes, en la que las combinaciones institucionales ocupan un lugar tan importante como el del progreso técnico. En alguna medida, esto tiende a demostrar que el determinismo tecnológico no puede convertirse

50 Soboul, A., La civilisation et la Révolution Francaise, T. II, Arthand, 1982. 51 Rihs, C, La commune de Paris, sa structure, ses doctrines, Le Seuil, París, 1973.

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Page 27: Historia Crítica No. 6

en una realidad si el medio insti-tucional y cultural le oponen re-sistencia. Ahora bien, precisa-mente esta situación fue el caso en la Francia del siglo XIX por las razones sociológicas e históricas anteriormente señaladas.

V. Determinismo tecnológico y desarrollo: la

importancia del "resto"

Se puede argumentar que el caso francés ejemplifica una relación problemática y no lineal entre determinismo tecnológico y modelo industrial, por una parte, y entre industrialización y desarrollo, por la otra. Numerosas pistas apuntan en este sentido.

El modelo de desarrollo concebido y logrado por un proceso de mo-dernización nacional era finalmente un procedimiento extremo de selección y exclusión. Quedaron excluidos todos los elementos de la estructura económica y social que no eran pertinentes ni funcionales con relación a los bienes, técnicas, comportamientos, formas de sociabilidad, valores, selectivamente definidos como vectores de la modernidad.

El modelo industrial de moder-nización aseguró una coherencia particular a este conjunto y el concepto de "revolución industrial", en el interior de este modelo, agregó un elemento suplementario de selectividad. Al lado de este núcleo portador del cambio y del progreso, todo el resto fue rechazado en la nebulosa hacia contornos imprecisos de pre-

moderno, prerracional, prein-dustrial, sinónimos de estanca-miento, miseria, en síntesis, de subdesarrollo.

Diversas orientaciones del análisis histórico del desarrollo, desde hace una veintena de años, tienden a indicar que es precisamente este "resto" el que construye la historicidad de los procesos concretos de desarrollo. Progresivamente a este "resto" se le ha ido restituyendo un rostro y una identidad y por su in-termedio se han podido redescubrir sectores enteros de la realidad que dan espesor y nueva riqueza al desarrollo.

Es necesario limitarse a recordar algunas de estas dimensiones. La renovación de los análisis sobre la transición y los estudios sobre la protoindustrialización permitieron matizar la imagen de una sociedad agraria preindustrial es-

tancada52. No se puede seguir pensando esta sociedad única-mente en función de su contribución potencial al despegue de la industrialización por medio de una revolución agrícola, sea pre-cediéndola (el enfoque de Bai-roch, para Inglaterra), o acompañándola (análisis de Fei y Ranis, para el Japón), a través de la liberación de un excedente. Las sociedades agrarias conocieron entre los siglos XVI y XVIII numerosas mutaciones entre las cuales la di-versificación de producciones no agrícolas para un mercado extra-rregional fue muy importante53.

Lejos de ser una ruptura, el paso al sistema industrial ha sido ge-neralmente inscrito en esta di-námica. Además, el perfil parti-cular de este tránsito en cada país ha estado marcado profun-damente por la manera como se ha producido la articulación entre actividades protoindustriales rurales y la industria como tal. Esto comporta naturalmente la idea de un proceso de industria-lización fuertemente estirado en el tiempo, más que una "revolución industrial". El famoso resto ha desempeñado un papel esencial en este tránsito, igual o superior al de la irrupción de la innovación tecnológica.

Esto concierne tanto a Europa como a Asia. En algunos casos el sector protoindustrial contribuyó al advenimiento del sistema industrial (Bélgica)54; en otras partes ha proseguido una evolu-ción autónoma en coexistencia con el sector industrial (Italia)55, mientras en otras situaciones la pequeña industria rural ha sos-

52 Brenner, R., "Agrarian Classe Structure and Economic Development in Pre-industrial Eurupe", en Past and Present, 70, 1976; Kriedte,

P., Medick, H. and Schlulmbohm, Induslnaluation before liulustriahzatinn. Cambridge University Press, 1981.

53 Mendels, F-, Des industries rurales á la protoindustnalisation Histonque d'un changement de perspective", en Anales Sept Oct., 1884. 54 Mokyr, J., Industrialization in the Lowcuun tries, 1795-1850, Yale University Press, 1976. 55 Dewerpe, A., "Genése proto-industrielle d'une región développée: l'Italie septentrionale, 1800-1880", en Annales, Sept -Oct., 1984.

.

28

Page 28: Historia Crítica No. 6

tenido el crecimiento del sector industrial por medio de formas particulares de subcontratación y subordinación (Japón, Taiwan, Corea)56.

En numerosos casos se observa que las formas de producción no-industriales han desempeñado durante largo tiempo un papel mucho más importante en el cre-cimiento y la diversificación de bienes materiales, lo cual no se puede deducir de los modelos hipnotizados por los resultados de la "gran" industria como criterio de desarrollo.

Al respecto, el ejemplo del Japón es quizá mucho más repre-sentativo que el de Francia. Las formas de consumo no industriales fueron predominantes hasta después de la Segunda Guerra Mundial. En el campo de los ali-mentos estas formas han resistido hasta mediados de los años setenta, generando a la vez un peso anormalmente débil de la industria agroalimentaria en la estructura industrial, y una extraordinaria densidad de la pequeña producción artesanal en la trans-formación de los productos alimenticios frescos57.

La situación japonesa es parado-jal. De un lado, el peso excepcional de las formas de consumo no industriales influyó en el perfil del sistema industrial, facilitando su extraversión y su ritmo elevado de acumulación. De otra parte, la persistencia de la identidad cultural apareció como un elemento esencial de resistencia a la invasión de todo el espacio del consumo por el modelo industrial.

A través de esto se puede ver que el tipo de equilibrio que se esta-blece en una sociedad entre el sis-tema industrial y el "resto" afecta a la vez las modalidades de creci-miento del sistema industrial y la originalidad más o menos grande del desarrollo global.

En numerosos casos se observa que las formas de producción no-industriales han desempeñado

durante largo tiempo un papel mucho más importante en el crecimiento y la

diversificación de bienes materiales.

En la realidad histórica este equi-librio no es simplemente un dato, el resultado del desplazamiento de la frontera del progreso técnico, que definiría el campo más o menos extenso del sistema industrial y correlativamente el nivel de performance en términos de desarrollo. Este equilibrio es también el resultado de la construcción de un medio institucional que proviene directa o indirectamente de las estrategias políticas y del papel del Estado. Por ejemplo, la abolición de las Corn Laws en Inglaterra en 1846, sometió deliberadamente la producción agrícola a los imperativos del modelo industrial y precipitó la in-dustrialización del consumo ali-mentario y su estandarización de

Una vez impuesta esta opción po-lítica, la industria agroalimentaria tomó naturalmente el control de una franja esencial del modo de vida inglés, determinado de ahora en adelante por las vicisitudes de la innovación tecnológica, de las economías a escala y de las presiones de rentabilidad propias de este sector. Sería, sin embargo, difícil demostrar que el modelo alimentario de las clases populares en Inglaterra era superior en 1914 al que existía en el siglo XVIII, inclusive al que había en el siglo XV y sobre todo al francés de 1914. Un ejemplo más cercano a noso-tros, la evolución de la China Po-pular, es muy revelador de la importancia de los aspectos ins-titucionales y de sus impactos en las relaciones entre modelo industrial y desarrollo. Hasta 1975, durante 15 años, una construcción institucional original, la de las comunas populares, estimuló la promoción de pequeñas industrias rurales orientadas al mantenimiento de una agricultura anclada priori-tariamente en la satisfacción de las necesidades locales59.

En lo que podríamos denominar un "modelo territorial" de desarrollo, se encontró integrada una organización cooperativa de trabajo basada en la alternancia de las labores agrícolas y no agrícolas, la búsqueda de una valorización óptima de los recursos del ecosistema local y la definición de un equilibrio local entre au-

56 Takafusa, N., The Modern Industries and the Traditional Industries at the Early Stage of the Economy", en The Developing Economies, December 1966; Ho, S., "Economic Development and Rural Industry in South Korea and Taiwan", World Development, No. 11,1982.

57 Ono, Y., Evolution du systéme alimentaire du Japón pendant les années 80, OCDE, París, 1982. 58 Orwin, C. & Whetham, E., History ofBritish Agriculture, 1846-1914, Longmans, London, 1964. 59 "Special Issue on Chínese Rural Institutions and Questions of Transferability", en World Development, 1978.

manera muy diferente de lo que ocurrió en Franciar 58

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mentó de consumo colectivo e in-dividual60

Un conjunto de parámetros so-ciopolíticos orientaban así los objetivos de la innovación técnica y definían los contornos de una vasta esfera de la pequeña producción junto al sistema in-dustrial propiamente dicho61.

Después de 1978 es evidente que el cambio de los parámetros ins-titucionales transformó este equilibrio particular entre mode-lo industrial y el "resto" del sistema productivo. Este último ha quedado sometido brutal y com-pletamente a los imperativos del modelo industrial, y la lógica de este último pudo invadir progre-sivamente todo el espacio social gracias a la ruptura de los diques institucionales. Las pequeñas industrias rurales fueron des-viadas de las necesidades locales hacia la subcontratación por el mercado internacional.

Cualesquiera que sean las insufi-ciencias atribuibles al sistema anterior a 1978, no fue el fracaso de este último el que parecería justificar el cambio radical de orientación. Los protagonistas de esta reorientación se opusieron desde el comienzo a una política de "andar sobre ambos pies", es decir, combinar explícitamente el modelo industrial y el modelo te-rritorial de desarrollo62.

En realidad la experiencia china lanzó un rayo de luz particular-mente vivo sobre los problemas sociales y políticos de una estrategia de desarrollo fundamentada,

exclusivamente o no, en la hege-monía del modelo industrial.

Este último modelo desplazó el eje del poder en favor de grandes grupos de interés y de capas so-ciales que van a asegurar la ges-tión, confiriéndoles una posición hegemónica en la definición de los criterios de acceso a los recursos y de su utilización. El "modelo te-rritorial", en cuanto mantenía una pluralidad de criterios de utilización de los recursos a favor de diversas categorías de actores sociales, frenaba el desarrollo de la acumulación e impedía que se di-seminara su acción exclusiva sobre el conjunto de la sociedad.

En la medida en que la acumu-lación es simultáneamente una lógica de reproducción ampliada de los medios de producción y de la desigualdad social, mientras el modelo industrial concede un fundamento técnico a la necesidad de la acumulación, la opción exclusiva en favor del modelo in-dustrial crea las condiciones para el aumento de la desigualdad a través de la aceleración de la acumulación.

Esta opción exclusiva fundamenta el crecimiento del consumo sobre la base de la extensión de la organización productivista del trabajo y de la producción, y renueva el primado absoluto de la tecnología.

No es una casualidad que se asista desde hace más de 10 años a una reactivación explícita de la ideología de la modernización63. La exaltación del determinismo tecnológico a través del primado

acordado a la revolución científico-técnica como vector del desarrollo es tanto más virulenta cuanto debe descalificar como factor supuesto del retraso del take-off, según el modelo chino, no solamente la so-ciedad agraria, tradicional, sino un conjunto de instituciones posrevo-lucionarias que se presentaron como una alternativa voluntarista a la hegemonía de la lógica de la acu-mulación.

La modernización se esfuerza por realizar un consenso alrededor de la superioridad del modelo pro-ductivista para aumentar el con-sumo material, e ignora los cues-tionamientos, con el fin de señalar que no hay más que una forma de hacer un pastel y una forma de comerlo. Como el "modelo territorial" insistía en la importancia de la pluralidad de pasteles y de recetas para inventar un modelo de desarrollo original basado en una relativa autonomía del "resto", es decir de las formas locales de pro-ducción, consumo y organización del trabajo, versión china de la modernización, se insiste en la ne-cesidad de conformar de ahora en adelante el "modelo industrial" de acuerdo con las normas internacio-nales. En este sentido, una variante de la modernización transnacional es la que ha tomado el relevo de la modernización nacional.

VI. Modernización transnacional, tercera revolución industrial y

estilo de desarrollo

El ejemplo chino nos ha permitido evocar el deslizamiento desde

60 Griffin, K., "Efficiency, Equality and Accumulation in Rural China: Notes on the Chinese System of Incentives", en World Development, Vol. 6, N9 5, 1978.

61 Wheelwrigth, E. L. & Mac Farlane, B., The Chinese Road to Socialism. Economic of the Cultural Revolution, M. R., Nueva York, 1971.

62 Riskin, G., "Political Conflict and Rural Industrialization in China", en World Development, Vol. 6, N9 5, 1978. 63 Para una apreciación positiva de esta evolución, véase, entre otros, Aubert, C. et al., La societé chinoise aprés Mao,

entre autorité et modernité, Fayard, 1986, y Aubert, C, et al., "Les reformes en Chine", en Revue Tiers-Monde, No 108, octobre-decembre 1986.

30

Page 30: Historia Crítica No. 6

los años setenta hacia una visión transnacional de la moder-niza-ción que refleja a la vez una inter-nacionalización creciente de la economía y del modelo industrial, con las consecuencias desestabili-zadoras de esta internacionaliza-ción en la reconstrucción de modelos industriales nacionales en el Sur y en la regulación de estos modelos en el Norte.

Entre 1950 y 1970 estos modelos nacionales se habían basado en la idea de que el modelo industrial era el núcleo del éxito del desarrollo. En el Sur y en el Norte el sistema institucional se centró más y más en los medios de movilización de todos los recursos materiales y humanos para acelerar el crecimiento del sistema industrial.

La modernización ha legitimado la transformación de

los modos de vida, la destrucción de los valores de

uso colectivos, creados y mantenidos por el trabajo de generaciones pasadas, bajo la promesa de un crecimiento

indefinido del nivel de vida y del aumento del valor agregado

industrial.

De alguna manera, el período 1950-1970 fue ante todo el de una sumisión creciente del conjunto del espacio social a las exigencias funcionales de la acumulación industrial. Las políticas estatales desempeñaron un papel esencial en este campo.

Para unos, este proceso se reali-zaba en aras de la construcción de la independencia económica, y del progreso social para otros, bajo diversas etiquetas que iban desde las nacionalistas, populistas, hasta las socialdemócratas o liberales.

Todas las políticas han considerado el "resto" en función de las exigencias del sistema industrial y lo han visto como un soporte de las economías externas a este último. De la agricultura al sistema de transporte, de la educación a las estructuras urbanas, todo ha sido percibido desde el punto de vista de su contribución a la acumulación realizada principalmente por la expansión industrial.

En todas partes, la modernización ha legitimado la transformación de los modos de vida, la destrucción de los valores de uso colectivos, creados y mantenidos por el trabajo de generaciones pasadas, bajo la promesa de un crecimiento indefinido del nivel de vida y del aumento del valor agregado industrial. Por ejemplo, la ciudad, el paisaje rural, el medio, de lugares privilegiados de sociabilidad, de patrimonios históricos y naturales con un valor de uso inestimable, han descendido al rango de infraestructura de la circulación automovilística, el cual desempeña desde ahora un papel central en el crecimiento y la regulación del sis-tema industrial 4.

Por el contrario, los valores de uso específico de los recursos naturales o culturales figuran entre los elementos deducidos del crecimiento, que no guardan

compatibilidad con la macroeco-nomía del mismo.

La internacionalización creciente del sistema

industrial simultáneamente liberó las potencialidades

de aquel en términos de acumulación

acelerada y debilitó considerablemente las

posibilidades de realizar en las fronteras nacionales

la construcción y la regulación de un sistema

industrial.

En general, la formidable apertura del modelo industrial será saldada por un desmantela-miento sistemático del "resto" como soporte de modos de vida diversificados y por la dependencia extrema del nivel de vida en relación con la incertidumbre del modelo de crecimiento pro-ductivista.

En la medida en que la creación institucional estuvo puesta al servicio de la promoción de un estilo único de desarrollo, se hizo acompañar de una fuerte ofensiva ideológica del determinismo tecnológico ya que en lo sucesivo todo debería depender necesariamente de las realizaciones del modelo productivista.

Este período de triunfo de la modernización nacional indica, sobre todo en el Norte, una relación estrecha entre el papel del vector del desarrollo, asig-

64 Germani, G., Modernization, Urbanization and the Urban Crisis, Boston, Little Town, 1973; Remy, J., et Voye, L., Ville, ordre et violence, PUF, París, 1981.

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Page 31: Historia Crítica No. 6

nado a la innovación tecnológica, y las condiciones institucionales que merman el desempeño posible de los otros componentes del desarrollo.

La internacionalización creciente del sistema industrial simultáneamente liberó las potencialidades de aquel en términos de acumulación acelerada y debilitó considerablemente las posibilidades de realizar en las fronteras nacionales la construcción y la regulación de un sistema industrial6 .

La internacionalización movió la frontera tecnológica, lo cual se refleja en el pensamiento de la mod-ernización transnacional que des-plaza el eje del determinismo. De acuerdo con este proceso, la cons-trucción progresiva de un sistema industrial mundial contribuye a orientar el progreso técnico en función de las potencialidades de un sistema de producción mun-dializado, a borrar las fronteras entre los sectores y entre las tec-nologías sectoriales y a acelerar de manera radical el ritmo de la innovación v de la obsolescencia tecnológica .

Por tanto, cualquier tentativa de realizar o mantener un sistema industrial coherente o completo en el interior de las fronteras na-cionales deja de tener sentido. La única estrategia posible en el Norte y en el Sur será la de canalizar todos los recursos materiales e in-materiales hacia la mayor flexibilidad en la adaptación de las evoluciones del sistema industrial mundial, con el fin de captar la "esfera portadora", mantener la competiti-

vidad, y dispuesto a desplazarse sin cesar de acuerdo con el eje de las nuevas tecnologías67

La modernización transnacional conserva totalmente la relación única entre desarrollo y modelo industrial, reforzando considerablemente el determi-nismo tecnológico y las presiones impuestas por éste al conjunto de la sociedad.

Es verdad que las políticas ten-dientes a construir o mantener sistemas industriales nacionales completos son mucho menos rea-lizables, o ineficaces, en términos de acumulación industrial. La debilidad de muchas concepciones del desarrollo autocentra-do es la de haberlo confundido con el crecimiento de un sistema industrial autocentrado68.

Pero la modernización transna-cional es de hecho una forma exacerbada de confusión entre desarrollo y éxito del modelo industrial, sea en sus versiones europeas, asiáticas o latinoa-mericanas. De una parte, so-breestima fuertemente la inde-pendencia del vector tecnológico. En tales casos su fuerza es función directa de la opción institucional que lo convierte en un instrumento privilegiado de una dura política de acumulación y de restructuración de los espacios sociales y nacionales, en el sentido en que acentúa las desigualdades.

Otros contextos institucionales no solamente permitirían atenuar los efectos sociales perversos de las nuevas tecnologías;

también ayudarían a impulsar en otras direcciones el vector tecnológico, tanto en el ejercicio del tratamiento de la información de las comunicaciones, de los sistemas de transporte, como en el de las biotécnicas. De otra parte, la modernización transnacional subestima grose-ramente el aumento de los valores deducidos, vinculados a la internacionalización del sistema industrial.

La modernización transnacional conserva totalmente la relación

única entre desarrollo y modelo industrial,

reforzando considerablemente el

determinismo tecnológico y las presiones impuestas por éste al conjunto de

la sociedad.

La flexibilidad creciente de las tec-nologías no puede disimular bien todas las rigideces que emanan de la internacionalización. Por ejemplo, las unidades de producción del sistema industrial son sometidas a presiones de economía de escala que pesan gravemente en su me-dio, requiriendo infraestructuras gigantescas para todo el circuito industrial que afectan muy negati-vamente las condiciones de vida de la población en términos de peli-grosidad, polución y degradación del tipo de vida.

65 Liepete, A., "La mondialisation de la crise genérale du fordisme: 1967-1984", en Les Temps Modernes, novembre 1984; Greec, "Crise et régulation". Recueil de textes 1979-1983, Université de Grenoble, 1983.

66 Humbert, H., "La socio-dynamique industrialisante. Une approche de l'industrialisation fondee sur le concept de systéme industriel mondial", en Revue Tiers-Monde, juillet-septembre 1986.

67 Bressand, A. et Distler, C, Le prochain monde, Le Seuil, Paris, 1985. 68 Ikonikoff, M., "L'industrialisation du Tiers-Monde á l'épreuve des mutations", en Revue Tiers-Monde, juillet-september 1986.

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Page 32: Historia Crítica No. 6

Las exigencias que se desprenden de la competitividad internacional requieren una externaliza-ción creciente de los costos sociales y ecológicos. En estas condiciones, el vínculo supuestamente unívoco en el tiempo de la modernización nacional, entre el triunfo del modelo industrial producti-vista y el desarrollo, se distensio-na de manera evidente.

Es la dinámica misma del modelo industrial desplegado con ayuda de un contexto institucional sometido a su lógica, lo que revela sus límites en tanto que modelo hegemónico de desarrollo69.

Las características conjuntas de la internacionalización y de lo que llaman la "tercera revolución industrial" conducen simul-táneamente al fortalecimiento de la dinámica interna del sistema industrial, como núcleo de la acumulación a escala mundial, y al debilitamiento de su contribución al desarrollo.

Las acentuadas presiones del elevado nivel de realización que se ejercen sobre las sociedades, hacen más frágiles las condiciones de funcionamiento social y ecológico y tienden a exigir formas de encuadramiento político y cultural más autoritarias. En estas condiciones el sistema in-dustrial no puede seguirse atri-buyendo el monopolio de la solución del subdesarrollo para unos y el futuro del desarrollo continuo para otros, sobre todo cuando el mismo desempeña un pa-

pel nada despreciable en el mal-desarrollo generalizado70.

Si el desacoplamiento radical del desarrollo y el modelo industrial depende más de la metafísica que de la prospección, no es inoportuno considerar la separación parcial entre la pro-ducción del modo de vida y el productivismo del modelo in-dustrial.

Es la dinámica misma del modelo industrial

desplegado con ayuda de un contexto institucional sometido a su lógica, lo que revela sus límites en

tanto que modelo hegemónico de desarrollo.

El verdadero problema del desarrollo es el de concebir formas de un nuevo equilibrio entre modelo industrial y modelo territorial, tanto en el Norte como en el Sur. La hegemonía absoluta de la lógica de reproducción ampliada de la acumulación vehi-culizada por el modelo industrial, no puede conducir más que a un atolladero a través de desequilibrios ecosocietales cada vez más graves.

Junto a la acumulación se plantea el problema de la construcción o reconstrucción de una esfera de desarrollo. Su importan-

cia no puede ser más que variable según los países, ya que la parte del espacio social que ella pueda reconquistar dependerá naturalmente de las relaciones de fuerza entre grupos sociales y clases inherentes a cada sociedad. En el sector del "resto" invocado anteriormente, la construcción o reconstrucción de una esfera del desarrollo descansará en una lógica de producción y de relaciones de pro-ducción diferentes de las de la producción industrial. No debe, sin embargo, ser confundida con una esfera de redistribución o de transferencia a partir del sistema industrial.

La racional sería una reconquista progresiva de los derechos de uso colectivos en el acceso a los recursos naturales y al patrimonio histórico, con el fin de ampliar la producción de valores de uso. Estos valores materializarían las potencialidades de los ecosistemas locales para converger con las necesidades de la población por medio de la expresión de su identidad cultural.

La multiplicidad de estos territorios y la densidad de sus relaciones son las que en el futuro constituirán la riqueza humana del proceso de desarrollo. En esta perspectiva la innovación institucional ocupa natu-ralmente un lugar tan importante como la innovación técnica para trazar un camino original de desarrollo.

69 Comeliau, C, editor, Interdépendance et styles de développement, OCDE, 1985. 70 "Affluence, Re-thinking a Deception", en Development Seeds of Change, 2, 1985.

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Page 33: Historia Crítica No. 6

REPENSANDO LA HISTORIA DE LA UNION SOVIÉTICA

Hugo Fazio V. Profesor de la Universidad de los Andes

LA HISTORIA SOVIÉTICA: ENTRE

LA INTERPRETACIÓN Y LA IDEOLOGÍA

Pocos son, sin duda, los tópicos de interés por parte de los investiga-dores sociales que han dado lugar a tantas desavenencias o inter-pretaciones encontradas como los acontecimientos que han particu-larizado y modelado los procesos históricos en la URSS. Si solamente nos atenemos a la forma como los dentistas sociales han abordado el fenómeno Gorbachov podemos dar buena cuenta de esto: para unos la actual ola reformista es la repetición eterna de la contradicción entre reformistas y conservadores1; para otros, representantes de la extrema derecha, el gorbachovismo no sería más que una nueva artimaña para engañar a Occidente y dominar el

mundo; para los terceros, justifi-cadores del sistema soviético, las transformaciones serían una con-firmación del dinamismo de la so-ciedad soviética y de las nuevas atracciones que está despertando el socialismo; para otros no es más que la voluntad del sector tecnocrático de la clase dirigente para proseguir en la senda del so-cialismo burocrático2. Los apolo-getas del actual sistema ven en el gorbachovismo una nueva forma de síntesis entre sociedad civil y Estado, lo que permitiría augurar que se está construyendo un ver-dadero socialismo3; y los últimos ven en el nuevo curso la demostración del fin del socialismo y los inicios del tránsito hacia el capitalismo.

Además de las múltiples inter-pretaciones de fondo sobre el al-cance y contenido de los cambios, otros problemas también emergen. Pocos son los temas de interés académico y político

que hayan estado tan vinculados a prerrogativas de Estado, como lo ha sido la problemática soviética, aseveración válida para Occidente y para la URSS. El uso político de la experiencia soviética se ubica en el trasfondo

1 Cohén, S. F., "Friends and Foes of Change: Reformism and Conservatism in the Soviet Union", en Cohén, S. F., Rabinowitch, A. y Sharlet, R., editores, The Soviet Union since Stalin, Indiana University Press, 1980.

2 Mandel, E., Oú va l'URSS de Gorbatchev?, La Breche, Montreuil, 1989. 3 Kurashvili, B. P., "Towards a New Model of Socialism", en Brumberg, A., editor, Chronicle of a Revolution, Pantheon Books, Nueva

York, 1990, pp. 163-168, y Guerra, A., "La Perestroika comme retraite et comme offensive", en Actuel Marx, No. 6, 1989, pp. 15-26.

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Page 34: Historia Crítica No. 6

de la ideologización de las inter-pretaciones. Más que un interés por la comprensión de los hechos, de los acontecimientos y de los procesos, lo que ha primado en ambas partes ha sido la defensa de una actitud favorable u hostil con respecto a la URSS. Esto se refleja claramente en las principales corrientes interpre-tativas del acontecer soviético.

La mayor parte de los investigadores de la Unión

Soviética, bajo las orientaciones del discurso oficial, trataron siempre de compatibilizar el modelo soviético y sus formas de reproducción con una

determinada interpretación del

marxismo.

Con ello no sólo la realidad fue vaciada de contenido, sino que el marxismo fue despojado de sus atributos críticos, y se lo convirtió en una amalgama de citas que debían ajustarse a las directrices y usos del discurso oficial.

Sin embargo, no se debe pensar, como es común encontrarlo en la opinión de muchos analistas ex-tranjeros, que siempre los inves-tigadores soviéticos de una forma esquemática y vulgar han interpretado la experiencia de la URSS. Las constantes variaciones y contradicciones del marxismo soviético los han obligado a practicar una gimnasia intelectual para poner a tono sus in-vestigaciones con las líneas ge-nerales de la doctrina, fenómeno que ha abierto espacios para la investigación y comprensión del pasado nacional4.

aun mayor y más dogmática que la referencia cotidiana de los in-vestigadores soviéticos a su doc-trina. Desde la década de los años cincuenta, cuando germinaron por doquier los centros especializados en el estudio de la realidad soviética, principalmente en los países anglosajones, el estudio de la URSS obedeció a necesidades políticas de los Estados que de-bían, en condiciones de guerra fría, justificar sus acciones y sus posiciones hostiles en relación con la Unión Soviética.

De un lado, la mayor parte de los investigadores de la Unión So-viética, bajo las orientaciones del discurso oficial, trataron siempre de compatibilizar el modelo soviético y sus formas de repro-ducción con una determinada in-terpretación del marxismo. Para ellos, la experiencia soviética constituía la puesta en práctica y la validez del referente doctrinario del que se hacían sus voceros. Esta adecuación llevó fácilmente a que la comprensión de la realidad fuera sustituida por referencias a los clásicos del pensamiento marxista. De más está decir que ni siquiera este marxismo soviético fue contextualizado en su propia historicidad.

En Occidente, desde la década de los años cincuenta,

el estudio de la URSS obedeció a necesidades

políticas de los Estados que debían, en

condiciones de guerra fría, justificar sus acciones y sus

posiciones hostiles en relación con la Unión

Soviética.

De otra parte, en Occidente no se avanzó mucho más en la com-prensión de la realidad soviética. En estos países, la ideologización de la experiencia de desarrollo de la URSS ha sido, podríamos decir,

Fue, entonces, cuando se acuñó el término de totalitarismo para conceptualizar el desarrollo his-tórico de la URSS5. Esta noción, de por sí totalitaria, por su auto-suficiencia vacía de contenido6, reducía a unas cuantas variables fundamentales de tipo político toda la experiencia soviética. Con esta noción no se pretendía explicar el desenvolvimiento de la URSS, sino simplemente descali-

4 Véase Ferro, M., Histoires de Russie et d'ailleurs, Balland, Paris, 1990, p. 156. 5 Véase Cohén, S. F., Rethinking the Soviet Experience, Oxford University Press, 1985, C. I. 6 Lewin, M., La grande mutation soviétique, La Découverte, Paris, 1989, p. 20.

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Page 35: Historia Crítica No. 6

ficarlo con este fuerte calificativo. A través de este proceder y esta conceptualización, los sostenedores de la "escuela totalitaria" se trazaban también otro objetivo: justificar la experiencia occidental, su supremacía sobre cualquier intento de construir un desarrollo alternativo al capitalismo, y constituía también un llamado a luchar en todos los frentes contra el enemigo totalitario que pretendía destruir los cimientos de la "civilización occidental".

Vemos como una primera aproximación válida al

repensar la interpretación de los procesos en su propia

historicidad, en la cual la sociedad rusa noha sido una instancia atomizada por la política, sino que ha sido un

poderoso factor que ha marcado y definido el

curso de los acontecimientos y en

particular la evolución a largo plazo del sistema

político y social.

cias que no podemos soslayar: al igual que la corriente totalitaria, concebía el desarrollo soviético a la luz de la experiencia occidental y las opciones que ha desarrollado se han orientado a descubrir aquellos elementos y situaciones que podrían acercar a la URSS a lo que sería el desarrollo "normal" catalizado por el curso emprendido por Occidente.

Por último, las interpretaciones que las diversas izquierdas han realizado tampoco han escapado de este tipo de valoraciones subje-tivas. El pensar que la experiencia soviética no habría tenido sus promesas, que habría traicionado los proyectos de la izquierda, las condujo a remplazar el culto in-condicional de antaño por el re-chazo categórico, con lo cual el único resultado obtenido fue que con este procedimiento se enga-ñaron a sí mismas y se alejaron aún más de la posibilidad de for-mular nuevas propuestas sobre la base de la comprensión de los fe-nómenos históricos8.

mente diferente de lo que ha sido común hasta ahora. En primer lugar, vemos como una primera aproximación válida al repensar la interpretación de los procesos en su propia historicidad, en la cual la sociedad rusa no ha sido una instancia atomizada por la política, sino que ha sido un poderoso factor que ha marcado y definido el curso de los acontecimientos y en particular la evolución a largo plazo del sistema político y social.

En este sentido pensamos que una de las mayores dificultades a las cuales debe enfrentarse cual-quier investigador que desee ahondar en la comprensión de la URSS, es que hasta la fecha se ha desarrollado un aparato conceptual y un marco de interpretación de los procesos globales sobre la base de lo que ha sido o, mejor dicho, lo que hemos creído que ha sido la experiencia occidental. En lo que a esto respecta, Rusia y la Unión Soviética han sido sociedades con una morfología social, tra-

Desde los años sesenta, un buen número de especialistas occiden-tales empezaron a abandonar la estrecha visión de la "escuela to-talitaria" y comenzaron a intere-sarse principalmente por los as-pectos económicos y sociales de la historia soviética. Esta vertiente, que podríamos denominar revi-sionista1, ha sido sin duda la que ha proyectado más luces sobre la experiencia soviética. Sin embargo, también adolece de insuficien-

Por nuestra parte, consideramos que la historia soviética en parti-cular debe abordarse desde un ángulo de interpretación total-

diciones, culturas, formas de soli-daridad, tipos de organización de la política diferentes de la experiencia occidental. Un buen testi-

7 Pertenecen a esta corriente investigadores tales como Moshé Lewin, Stephen Cohén, Marc Ferro, M. Reiman, A. Rabinowitch, entre otros.

8 Lewin, M, La formation du systéme soviétique, Gallimard, Paris, 1987, p. 9.

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Page 36: Historia Crítica No. 6

monio de esto fueron las dificultades que tuvo Marx para responder la carta de Vera Zasúlich sobre la aplicabilidad del marxismo a la realidad rusa.

La historia rusa y soviética en los últimos cien años debe interpretarse desde una óptica de análisis que tenga en cuenta los elementos

propios de esta sociedad y su posición frente a la modernización

occidental.

Reivindicar la historicidad, es decir, el análisis del desarrollo soviético a la luz de las caracte-rísticas propias de esta sociedad, comporta una doble función académica. La primera consiste en que nos permite una aproxi-mación mayor y más profunda de cómo se tejió el sistema soviético y nos facilita la aprehensión de esta experiencia en relación con lo que pueden ser los sistemas de desarrollo alternativos al capitalismo. La segunda, por su parte, radica en el hecho de que un análisis en esta proyección nos acerca a la comprensión de cuáles son los elementos propios, particulares de la URSS, de los generales en relación con los desarrollos alternativos, y nos concede elementos de juicio importantes para superar la visión "unilineal" y metahistórica del desarrollo de la humanidad.

En segundo lugar, la historia rusa y soviética en los últimos cien años debe interpretarse desde una óptica de análisis que tenga en cuenta los elementos propios de esta sociedad y su posición

frente a la modernización occi-dental. La experiencia soviética solamente puede ser aprehendida en esta contextualización mayor. Tanto las revoluciones como las otras grandes transformaciones que han sacudido la historia de este país han sido respuestas contrarias a la introducción de esta nueva racionalidad, y siempre ha estado presente la idea de cómo encontrar una adecuación so-cietal de la URSS a los requerimientos del mundo moderno.

Por último, y por paradójico que pueda parecer, sólo un análisis en términos manástas puede servir de marco interpretativo para la comprensión de la historia de la URSS. En este sentido, nuestro trabajo toma como fundamento explicativo para el análisis de la evolución histórica de la URSS, la categoría marxista de contradic-ciones de clase. Los sucesivos giros y reorientaciones de la política soviética son la expresión, no de deseos individualizados en personas específicas que se encuentran en las altas esferas del poder en la Unión Soviética, como lo ha pre-tendido ver la escuela totalitaria, sino de procesos mayores en los cuales se enfrentan propuestas alternativas de desarrollo de clases y grupos sociales diversos. Es precisamente el juego que se esta-blece entre determinados actores sociales lo que define cuáles son la orientación del desarrollo eco-nómico y la calidad de los proyectos sociales, políticos, culturales e ideológicos que dicho modelo de desarrollo implique.

A primera vista, reivindicar una interpretación marxista basada en la correlación y conflictos entre clases podría parecer un ana-cronismo con el tiempo presente. Pero, a nuestro modo de ver, Marx, en su calidad de gran crítico del ideal del progreso, de las

formas de la acumulación capita-lista, y en su calidad de teórico de la interrelación entre proyecto político e intereses y necesidades de las clases sociales, nos ayuda a formular un marco interpretativo de la evolución, los objetivos y las limitantes de los cambios operados en la URSS en las últimas décadas.

Sólo un análisis en términos marxistas puede servir de

marco interpretativo para la comprensión de la historia de la

URSS.

En la actualidad, asistimos a una aceptación implícita de los patrones de desarrollo capitalista, sin que medie un proceso de reflexión sobre sus posibles consecuencias. Es más, los cambios vertiginosos que sacuden actualmente a la hu-manidad entera, obligan a pensar nuevamente en cuáles son las condiciones que han posibilitado dicha transformación y cuáles

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Page 37: Historia Crítica No. 6

son los paradigmas sobre los que se construye nuestro entorno. Para el análisis de estos diferentes problemas, los interrogantes que Marx planteara hace más de cien años conservan plena vigencia.

El liberalismo más que una doctrina es una cultura

que Occidente ha querido y podido unlversalizar, a la cual no han escapado ni los mismos críticos del

capitalismo.

Un proceder tal nos viene sugeri-do también por algunos investi-gadores que, desde posiciones di-ferentes, han introducido nue-vas perspectivas de análisis en el campo de las ciencias sociales. Tengo en mente concretamente a Robert Brenner9, quien ha puesto en duda la explicación smitheniana del crecimiento eco-nómico, concepción de la cual en alto grado todos nosotros somos herederos, y ha reivindicado la tesis de que la transición de un sistema social a otro, en el caso por él estudiado del feudalismo al capitalismo, fue el resultado directo de una serie de conflictos sociales entre actores, que final-mente sellaron el destino del tipo y las formas de transición. Como acertadamente demuestra este investigador, el establecimiento de un nuevo modo de producción íue la resultante de la correlación de fuerzas entre los agentes económicos y sociales del siste-ma señorial, y no, como se ha

pretendido, la consecuencia de la gestación de un mecanismo exó-geno a dicho sistema. El modelo de Brenner nos ilustra, para el caso de la URSS, que la racionalidad de los agentes ha normati-vizado la implantación de propuestas de desarrollo. O sea, el actual curso en la URSS no debe ser visualizado como una propuesta de superación de los aspectos "aberrantes" del sistema soviético, sino como un proyecto del cual determinados agentes se han hecho portadores.

También se encaminan en este mismo sentido los sugestivos tra-bajos de Pierre Rosanvallon10, quien ha demostrado de manera brillante que el problema del mercado no es simplemente un proceso técnico de la economía, sino que ha formado el núcleo para la constitución de un pacto social que ha despersonificado las relaciones sociales, ha establecido un mecanismo de regulación y ha otorgado una presunta normati-vidad a las relaciones interpersonales. En tal sentido, el liberalismo más que una doctrina es una cultura que Occidente ha querido y podido unlversalizar, a la cual no han escapado ni los mismos críticos del capitalismo. Marx, al proponer la reabsorción de la po-lítica por la sociedad civil, la pos-terior desaparición de la política y de la economía, no hizo más que retomar los presupuestos del proyecto liberal.

En lo que respecta al análisis de la realidad soviética, una visión tal nos permite comprender el alcance y la dirección de los actuales cambios, pues, con el libe-

ralismo, en el capitalismo se ha enmascarado la realidad bajo una profunda idealidad. El pro-yecto gorbachoviano no es otra cosa que el deseo de objetivizar esa idealidad reproduciendo la realidad del capitalismo.

Por último, en el centro de mi re-flexión se hallan las ideas de J. Ph. Peemans11, para quien la con-ceptualización de modernización y totalitarismo son el alfa y ome-ga de los procesos políticos, sociales y económicos del tiempo presente. La modernización occidental es el rasero con el cual se estudian y se miden las otras formas de desarrollo. Tal proceder ha conducido a concebir el proceso occidental como un horizonte me-tahistórico al cual las restantes naciones deben acercarse para alcanzar el verdadero desarrollo. Si la experiencia de Occidente se ha convertido en el referente obliga-

9 El Debate Brenner, Crítica, Grijalbo, Barcelona, 1989, y "La base sociale du développement économique", en Actual Marx, No 7, 1990,

Presses Universitaires de France, Paris, pp. 65-93. 10 Le libéralisme économique, Editions du Seuil, Paris, 1989, L'áge de l'autogestión, Editions du Seuil, París, 1976, y La crise de

l'Etat-providence, Seuil, Paris, 1981. 11 "Revoluciones industriales, modernización y desarrollo" (véase en este volumen de Historia Crítica) y Marx, "Les révolutions du XXéme

siécle et la modernisation", Contradictions, N9 62, 1990, partie I, "L'avenir du socialisme réel", Bruxelles, pp. 21-51.

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do para los países de Europa del Este y sobre todo para la URSS, dado que ha sido prácticamente el único país que ha alcanzado un proceso rápido de industrialización siguiendo pautas de acumulación y desarrollo que le han sido propias y diferentes de las occidentales. Este conjunto de ideas nos proporciona un referente de interpretación que define en su movimiento evolutivo la historia soviética y muestra las articulaciones de los proyectos en el período de posguerra y nos sugiere la crítica a la historiografía tradicional.

Estos tres autores tienen mucho en común. Han sometido a una dura crítica y han desmistificado los presupuestos sobre los cuales se construyó Occidente, demostrando que si bien se les ha pretendido universalizar en tanto que objetivos-meta del de-sarrollo, son unos medios y me-canismos de realización del de-sarrollo con base en una acumu-lación articulada y generadora de desigualdad económica, social y política.

Partiendo de este esquema ge-neral de interpretación, en las páginas que siguen trataremos de demostrar que la historia so-viética ha sido un proceso en el cual se han enfrentado dos pro-yectos alternativos de desarrollo: el primero enraizado en los elementos populares propios del desarrollo ruso, principalmente las tradiciones campesinas, y el segundo sustentado por los sec-tores que se han beneficiado de la modernización capitalista iniciada a finales del siglo XIX.

Esta división social y política, que reproduce en una versión remo-zada la oposición entre occidenta-listas y eslavófilos12, ha penetrado incluso al marxismo soviético. Valga señalar que el pensamiento mismo de Marx fue atravesado por una "contradicción nuclear", que A. Gouldner dividió en marxismo crítico y marxismo científico. Los partidarios de este último "están más dispuestos a afirmar que la ciencia y la tecnología —las fuerzas productivas— son fundamentales para definir el carácter esencial del mundo moderno, es-t ;m vinculados con los esfuerzos de 'modernización', y consideran a ésta como centrada en la ciencia"13, mientras que "el marxismo crítico compensa con su énfasis en el voluntarismo la deficiencia de las condiciones económicas y tecnológicas, antaño juzgadas (por los marxistas científicos) como un requisito para el socialis-

mo y, por lo tanto, en un marxismo apropiado para los esfuerzos revolucionarios en las naciones subdesarrolladas"14.

Esta "contradicción nuclear" po-demos percibirla con sus matices propios en las opciones políticas sostenidas por los líderes rusos y soviéticos. Sin ahondar en mayores detalles, podemos decir que serían partidarios del marxismo científico hombres tales como Ple-janov, el Lenin constructor de la Nep, Bujarin, Trotski de los años veinte y del exilio, Jruschov, Kos-siguin y Gorbachov. Serían marxistas críticos, por el contrario, el Lenin de la revolución y del comunismo de guerra, Stalin, Sus-lov, Brezhnev y Ligachov.

La historia soviética ha sido un proceso en

el cual se han enfrentado dos

proyectos alternativos de desarrollo: el primero

enraizado en los elementos

populares propios del desarrollo ruso, principalmente las tradiciones campesinas, y

el segundo sustentado por los sectores

que se han beneficiado de la modernización capitalista iniciada a finales del siglo XIX.

12 "Es tiempo de acabar con el mito de una ruptura brutal y definitiva que dataria de octubre de 1917 Recordemos que los intelectuales que pertenecen a la capa dirigente del proceso revolucionario ruso entre 1H70 y 1917, después se formaron principalmente en la escuela de los debates ideológicos y políticos que tuvieron lugar en Rusia más que en la escuela de la socialdemocracia como so afirma generalmente". Zapata, R., La philosophie soviétique, Presses Universitaires de France, 1989, p. 5,

13 Los dos marxismos, Alianza, Madrid, 1983, p. 56. 14 Ibid., p. 61.

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Page 39: Historia Crítica No. 6

MODERNIZACIÓN Y REVOLUCIONES

EN RUSIA

Tomando como esbozo explicativo los elementos anteriormente se-ñalados, pasaremos a abordar los procesos que han caracterizado la historia soviética. Como los acon-tecimientos no son discernibles en su momento inmediato, sino en una longue durée, y puesto que nuestro interés no consiste en describir la situación actual, sino desarrollar un modelo de análisis, pasaremos revista previamente a las postrimerías de la Rusia imperial, ya que el estado general de la sociedad en ese entonces nos entrega elementos sustanciales de cómo y por qué se instaló el sistema soviético.

Al despuntar el siglo XX la Rusia imperial constituía una sociedad en plena mutación. Desde la década de los ochenta del

siglo pasado se inició un acelerado proceso de modernización ca-pitalista, principalmente indus-trial, suscitado directamente por la intervención del Estado, contando para esto con una ele-vada participación del capital extranjeroo que se orientó a de-sarrollar las ramas más impor-tantes de la economía rusa.

Rusia, en vísperas de la Primera Guerra Mundial, era un país que se encontraba en pleno cre-cimiento económico. Entre sus logros podrían citarse el aumento de las reservas de oro, la creación de modernos ferrocarriles y de una tecnología bastante avanzada en la rama textil. Entre sus debilidades cabe mencionar la mediocridad de algunas industrias tales como la química y la de construcción mecánica. Desde el punto de vista de las instituciones, Rusia se había convertido en un país moderno: los bancos y el comercio minorista se acercaban a los estándares franceses e ingleses. El ingreso per cápita era inferior al de los países más avanzados, pero era equivalente al de España o al del imperio austro-húngaro. En cuanto a la capacidad productiva, hacia 1913 Rusia ocupaba el tercer lugar entre las potencias económicas del mundo .

Un análisis tal, constantemente destacado por la historiografía so-viética y la occidental en términos de "progreso" de la industrialización y de modernización, para demostrar que el socialismo no se creó en un país atrasado (interés de los primeros) o para evidenciar que el crecimiento económico pudo haber sido mayor de seguirse en la senda de la "modernización" (objetivo de los segundos), no

plantea en toda su dimensión la magnitud de los problemas que el país debía resolver. Tampoco nos muestra el grado de permeabilidad del capitalismo en la sociedad rusa ni la cantidad de tensiones que generó.

Al despuntar el siglo XX la Rusia imperial constituía una

sociedad en plena mutación. Desde la década de los

ochenta del siglo pasado se inició un acelerado proceso de modernización capitalista,

principalmente industrial, suscitado directamente por la

intervención del Estado, contando para esto con una elevada participación del

capital extranjero.

Para llevarse a cabo esta política de industrialización, se requería abordar principalmente el pro-blema social que afectaba direc-tamente a la población campesina, cuestión nada fácil de solucionar si tenemos en cuenta que, de acuerdo con el censo de 1897, en Rusia había 96.9 millones de campesinos, o sea aproximada-mente el 77% de la población total del país. Cifra que podría haber sido mucho mayor si se hubieran incluido algunos grupos tales como los cosacos y los agricultores no rusos.

Para realizar la industrialización era necesario, en primer lugar, producir una disolución, al menos parcial, de la estructura social típica campesina y una

15 Seurot, François, Le systéme économique de l'URSS, Presses Universitaires de France, París, 1989, pp. 30-31.

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creciente integración de sus miembros en la vida del país. En segundo lugar, una política de industrialización se vería obligada a reducir, al menos en forma parcial, la importancia de la agricultura por medio de la in-versión de los excedentes agrícolas en la formación de capital in-dustrial. En tercer lugar, llevar esto a cabo significaría la supre-sión política y el control, o al menos la neutralización, del cam-pesinado, lo cual sumiría a éste en su crisis más aguda16.

Para alcanzar la mentada "mo-dernización", las autoridades rea-lizaron grandes esfuerzos que modificaron el panorama social, debilitando a la nobleza rusa que, al no poder mantener el desafío planteado por la producción capi-talista moderna, debió vender la mayor parte de sus tierras. Pero lo más importante fue la abolición de los derechos de redención que debían pagar los campesinos por

el rescate de sus tierras. De acuerdo con una serie de reformas iniciadas en 1906, los campesinos eran ahora libres de abandonar sus comunidades (obschi-nas), adquirir la propiedad de las tierras que cultivaban, comprar y vender tierras, trasladarse a la ciudad o emigrar. La finalidad que se proponía el primer ministro Stolipin era fomentar la aparición de una clase de campesinos propietarios que fuese próspera, eficiente y políticamente leal. Esta fue la llamada "apuesta por el fuerte". Hacia 1916, cerca de dos millones de familias habían abandonado sus aldeas y explotaban fincas privadas. Esto representaba aproximadamente el 24% de las familias de 40 provincias afectadas en la Rusia europea.

A pesar de las garantías econó-micas y jurídicas del gobierno por "modernizar" el agro ruso, la obschina siguió siendo la insti-tución principal, pues para enero de 1917 sólo el 10.5% de los hogares campesinos se habían separado constituyendo propie-dades privadas diferentes de las comunales1'. Aun cuando la re-forma no dio los dividendos es-perados en el corto plazo, consti-tuyó un cambio radical en la composición social del campesi-nado en la medida en que se ace-leró el proceso de diferenciación del campesinado y se distorsio-naron los vínculos de solidaridad y de organización anteriormente existentes. A pesar del acelerado crecimiento del capitalismo, éste no logró permear toda la sociedad ni constituirse en un sistema universalizador. Se reprodujo en forma de enclave principalmente urbano, fenó-

meno que facilitó la erradicación posterior del mismo.

Como resultado de la industrialización, la

sociedad rusa fue objeto de grandes transformaciones que aceleraron la diferenciación

social del grueso de la población, ya que ésta era una condición

imprescindible para desarrollar el proceso de acumulación de

tipo capitalista.

Sin embargo, como resultado de la industrialización, la sociedad rusa fue objeto de grandes transformaciones que aceleraron la diferenciación social del grueso de la población, ya que ésta era una condición imprescindible para desarrollar el proceso de acumulación de tipo capitalista. Por esta razón, en vísperas de la Primera Guerra Mundial en la sociedad rusa ya habían madurado las condiciones para eventuales estallidos sociales, como lo testimonió la profundidad y radicalidad de la revolución de 1905-1907. La guerra no hizo más que agudizar estas tensiones.

Las sucesivas derrotas militares restaron legitimidad al Estado autocrático; las dificultades pro-ductivas, agravadas por las nece-sidades que exigía el frente y por la suspensión de las inversiones extranjeras, empeoraron la de

16 17

Shanin, Teodor, La clase incómoda, Alianza, Madrid, 1983, p. 53. Male, D. J., Russian Peasant Organization befare Collectivisation, a Study of Commune & Gathering, 1925-1930, Cambridge University Press, Great Britain, 1971, p. 19.

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por sí difícil situación económica, que se tradujo en un aumento de la carestía; la incapacidad del Es-tado para hacer frente a las serias amenazas económicas, militares y políticas aumentaron el males-tar social e indispusieron a vastas clases respecto de la política gu-bernamental; por último, los vi-cios políticos de la clase dirigente (en los cuales el problema Raspu-tín fue sólo la parte visible del asunto) disociaron completamente la sociedad del Estado, lo cual redundó en una toma de posición política por parte del elemento burgués que hasta entonces ha-bía vivido bajo el amparo de las políticas estatales.

El primer estallido social en fe-brero de 1917, revolución espon-tánea y anónima, fue la explosión de todas estas contradicciones y desavenencias. Con la caída de la autocracia y la constitución de nuevos bastiones del poder, el proceso rápidamente pasó a una segunda fase en la cual los diver-

sos sectores sociales y políticos se radicalizaron. En términos gene-rales, la característica principal que particularizó el período com-prendido entre febrero y octubre de 1917 fue que hubo una insatis-facción social y una inadecuación política entre las amplias masas y las órdenes y políticas emanadas del Gobierno Provisional, cuyos dirigentes y líderes pensaban an-te todo que el objetivo primordial era fortalecer las instituciones pa-ra acelerar el proceso moderniza-dor, cuando en realidad la revolu-ción se había producido precisa-mente como una respuesta social a la desigualdad generada por la acumulación y modernización ca-pitalistas y como un intento de re-vertir la situación y desarticular los bastiones del "progreso".

Como resultado de estas incom-patibilidades y desavenencias de percepciones y objetivos en-tre amplias capas de la sociedad y la nueva clase política, el di-vorcio entre ambos sectores cre-ció a medida que transcurrieron los meses, y se crearon las pre-misas para la segunda ola revo-lucionaria. En este punto con-vergieron varios procesos revo-lucionarios que crearon el clima, debilitaron el proyecto moder-nizador y desarticularon total-mente la capacidad de acción de las clases dirigentes.

Desde los meses de marzo-abril los campesinos iniciaron su revo-lución agraria. Se emparentaron de la tierra de los nobles, golpea-ron duramente a los kulaks (clase de campesinos enriquecidos, bas-tión de las reformas de Stolipin), a los que obligaron a volver a las obschinas. En estos meses se asistió a un renacimiento de las obschinas que solidificaron el po-

der popular en el campo y destru-yeron los resortes sobre los cuales se estaba construyendo el capita-lismo agrario. Puede decirse que la revolución agraria fue una re-volución "conservadora", arcaica, en la medida en que, más que pro-poner nuevas brechas para la modernización del campo ruso, destruyó los cimientos del modelo de desarrollo seguido desde fina-les del siglo XLX y restableció las formas tradicionales e igualita-rias del campesinado ruso.

La revolución agraria fue una revolución

"conservadora", arcaica, en la medida en que, más

que proponer nuevas brechas para la

modernización del campo ruso, destruyó los

cimientos del modelo de desarrollo seguido desde

finales del siglo XIX y restableció las formas

tradicionales e igualitarias del campesinado ruso.

Un segundo proceso revolucio-nario lo conformaron las accio-nes de los soldados, quienes exi-gían el cese inmediato de las hostilidades y su licénciamiento para retornar a sus lugares de origen y engrosar las filas de aquellos que estaban desencade-nando la revolución agraria. La radicalidad de los soldados arre-bató a la clase política el control de los aparatos represivos que desde ese momento quedaron en manos de los sectores revolucio-narios18.

18 Anweiler, O., Les soviets en Russie, 1905-1921, Gallimard, París, 1972.

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El tercer proceso fue una revolu-ción urbana, liderada por los obreros, los cuales ante el masi-vo cierre de las empresas por parte de los patrones, respondie-ron creando sus comités de fá-brica, órganos de representación que si bien no cuestionaron la propiedad de las empresas, cum-plieron un importante papel que consistió en velar por la conti-nuidad laboral, la mejoría en las condiciones de vida para sus representados y desarticular el capitalismo fabril.

Por último, se produjo un cuarto movimiento representado por las minorías nacionales que an-siaban hacer valer el derecho a la autodeterminación de los pueblos. Tras la caída del zar, la autoridad y el poder quedaron profundamente debilitados en la periferia del imperio, situa-ción que fue aprovechada por los alógenos para crear sus pro-pias instituciones de repre-sentación y control19.

La revolución de octubre, o bol-chevique, fue la cristalización po-lítica de la convergencia de estas explosiones revolucionarias con un radicalismo intelectual, repre-sentado por el partido bolchevi-que, cuyos líderes, y sobre todo Lenin, supieron comprender cuál era el estado de ánimo de las ma-sas y la orientación de sus reivin-dicaciones, para incorporarlas en su programa político. Esta con-vergencia, sin embargo, duraría poco. Las demandas de la pobla-ción no se compatibilizaban con los anhelos de transformación de los líderes revolucionarios que llegaron al poder en la cresta de la ola revolucionaria.

Si la revolución fue, en otras pa-labras, un levantamiento contra las desigualdades generadas por la modernización y contra la in-troducción de formas de direc-ción y gestión foráneas, que no tenían en cuenta las caracterís-ticas societales de la población rusa, las acciones de los años in-mediatamente posteriores —el famoso comunismo de guerra— no fueron más que un conjunto de medidas tendientes a garan-tizar la seguridad del Estado so-viético en condiciones de guerra e intervención externa, y a erra-dicar completamente los bastio-nes de la modernización y de la acumulación capitalista.

En el agro, el restablecimiento de la obschina con mayores po-deres y facultades, la destruc-ción de la clase de los kulaks, la eliminación del tráfico comer-cial, la orientación de la produc-ción hacia la autosubsistencia, pusieron fin al capitalismo agra-rio en Rusia. De otra parte, la nacionalización de las empresas industriales —grandes y peque-

ñas— de los bancos, el estableci-miento del monopolio del comer-cio exterior, la eliminación de la moneda y del mercado, destru-yeron los elementos capitalistas que perduraban en las ciudades. Todo esto nos permite estipular que en la Rusia soviética lo que se produjo en esos momentos fue una arcaización de la sociedad en tanto que todos los elementos capitalistas fueron violenta-mente suprimidos. En esto esta-ban interesados tanto los secto-res marginados por el proceso de modernización, como los líderes bolcheviques que veían en estas transformaciones la creación de las condiciones para la forma-ción de la nueva sociedad.

Las acciones de los años inmediatamente

posteriores no fueron más que un conjunto de

medidas tendientes a garantizar la seguridad del

Estado soviético en condiciones de guerra e intervención externa, y a erradicar completamente

los bastiones de la modernización y de la

acumulación capitalista.

Socialmente, los años del comu-nismo de guerra trajeron consi-go cambios sustanciales. La an-terior configuración clasista de la sociedad se modificó radical-mente. La burguesía y la noble-za fueron privadas de sus pro-piedades y privilegios, con lo cual perdieron los atributos que las habían mantenido como cla-ses dominantes. Los obreros y

19 Para las reivindicaciones y profundidad del movimiento revolucionario en esos meses de 1917, véase Ferro, M., La revolución rusa de 1917, colección Zimmerwald, Editorial Villalar, Madrid, 1977, y del mismo autor, La revolución de 1917, Laia, Barcelona, 1975.

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otros grupos urbanos quedaron seriamente debilitados.

En 1920 —escribe M. Lewin— los citadinos no representaban más que el 15% de la población contra el 19% en 1917. Moscú había perdido la mitad de sus habitantes y Petrogrado los dos tercios... Las ciudades cambiaron la estructura social. Las es-tadísticas... de 1920 indican que las clases medias y los pequeños productores —miembros de las profesiones liberales, comer-ciantes, artesanos y obreros cua-lificados— estaban completamente agotados20.

Los campesinos —grueso de la población—, por el contrario, fueron la única clase que sobre-vivió a las guerras, las epide-mias, al hambre y a las revolu-ciones, afirmándose como la única fuerza capaz de contribuir a la reestructuración de la sociedad. Como resultado de esto se asistió a un proceso de ruraliza-ción, de arcaización de las estructuras sociales en Rusia.

Dada la disociación en los objetivos, el apoyo social que garantizó la consolidación bolchevique no fue completo ni podía durar eternamente. Los campesinos, los obreros, las minorías nacio-nales apoyaron el poder soviético, no porque se identificaran con sus posiciones, ni porque se compatibilizaran con los ideales socialistas, sino porque repre-sentaban el mal menor. El regreso del antiguo orden, tal como se demostró en las regiones que cayeron en manos de los blancos, habría equivalido a la privación de la posesión de la tierra campesina, el retorno de las empresas a sus antiguos dueños y la política centralista y

colonialista frente a las minorías nacionales.

Los campesinos —grueso de la población—, por el contrario,

fueron la única clase que sobrevivió a las guerras, las epidemias, al hambre y a las revoluciones, afirmándose

como la única fuerza capaz de contribuir a la

reestructuración de la sociedad.

Una vez alcanzada la normali-zación, tras la derrota de la opo-sición armada, los dirigentes se vieron en la necesidad de encontrar una solución al agudo problema de la reconstrucción. Hacia finales del comunismo de guerra, las clases de apoyo a los bolcheviques, una vez que se había disipado la amenaza blanca, se levantaron en contra del poder soviético pues estaban inte-resadas en poner fin a los exce-sos y a la violencia sistemática ejercida durante el comunismo

Los campesinos, los obreros, las minorías

nacionales apoyaron el poder soviético, no porque

se identificaran con sus posiciones, ni porque se compatibilizaran con los

ideales sociales, sino porque representaban el mal menor.

de guerra. En la provincia de Tambov, enarbolando las banderas de la revolución verde, una poderosa insurrección dirigida por el eserista Antonov, se rebeló en contra de la política bolchevique de requisas (prodrazviort-ka). En 1919 en varias ciudades hubo huelgas de los obreros y en marzo de 1921 los marinos de Kronstadt, artífices de la insurrección armada de 1917, se sublevaron contra el poder soviético21. Todo esto evidenciaba que de no introducirse cambios inmediatos el poder soviético se hallaría seriamente debilitado.

LA NEP: ¿MODERNIZACIÓN y O

SOCIALISMO?

Los dirigentes soviéticos se en-contraron ante la imperiosa nece-sidad de tener que normalizar y restablecer los vínculos con las clases de apoyo. Para alcanzar este proceso era menester un cambio radical, principalmente en relación con los campesinos. Se dio inicio a la NEP ("Nueva política económica"), la cual despuntó con la sustitución de las requisas forzosas por un impuesto en especies y posteriormente en dinero, el cual fue fijado muy por debajo de los niveles de requisa de los años anteriores. Junto a este cambio de actitud se adoptaron otras me-didas no menos radicales. En mayo de 1921 se revocó el decreto na-cionalizador de la pequeña industria; el Estado dispuso el arriendo de empresas estatales a particulares; a algunos antiguos propietarios se les restablecieron sus antiguas propiedades, y se procedió al arriendo de empresas a in-versionistas extranjeros. Todo

20 Lewin, M., La formation du systéme soviétique, op. cit., pp. 302-303. • 21 Hosking, G., A History of the Soviet Union, Fontana Press, London, 1985.

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ello significó la recomposición de una economía privada que fue es-timulada por medio del restable-cimiento del mercado como prin-cipio reguladory normativizador de la economía .

La NEP significó la puesta en marcha de un nuevo plan de construcción social. La impor-tancia asignada a la tecnología, al mercado, a la empresa priva-da, a las formas tayloristas y for-distas de trabajo, al capitalismo de Estado (en su versión alema-na) determinó que esta política fuera una variante particular de • la modernización. A través de la descentralización administrativa y el estímulo a las fuerzas del mercado, se optó por una línea de desarrollo que debía reconsti-tuir la diferenciación social y fijar normas "económicas" de acu-mulación con base en la acorda-da prioridad del desarrollo de la ciudad sobre el del campo, de los campesinos emprendedores so-bre los pobres, de la industria sobre la agricultura (la famosa "crisis de las tijeras").

En 1924 un alto representante del Comisariado Popular para la Agri-cultura se expresaba en los si-guientes términos sobre la necesi-dad de la diferenciación social:

El papel del campesino acomo-dado en el aumento de la produc-ción de grano y ganado adquiere un significado exclusivo en la economía nacional. En estos es-tratos del campesinado, lo mis-mo que en los agentes que trans-portan las mercaderías a los mercados exteriores o inte-riores, descansa la tarea de re-construir la economía. Todas las medidas que se tomen con vista

a la recuperación económica han de estar impuestas, por tanto, por las consideraciones objetivas de promover las condiciones en las que la recuperación sea posible; estas medidas fomentarán el desarrollo de las granjas aco-modadas y ayudarán a convertir a los campesinos medios en cam-pesinos acomodados. El otro factor de la economía doméstica (la industria) también empuja a la agricultura campesina por el ca-mino de la diferenciación en el próximo futuro. A medida que la industria se desarrolla, las casas campesinas débiles y pequeñas abandonarán la agricultura para dedicarse a la industria, dejando que se acentúen las diferencias de clase en el campo23.

Este proceso de desigualdad, que debía crear las condiciones para una acelerada industriali-zación, requisito principal para la construcción de la sociedad socialista, a juicio de los líderes soviéticos, no fue un error en la política de precios, como lo han pretendido ver algunos analis-tas24, que habría favorecido a la industria, sino que era un deter-minado proyecto de sociedad, anclado en la lógica occidental.

Los años 1925-1926 marcan el apogeo de la NEP. Se alcanzaron los índices de producción de pre-guerra, se recompuso la inserción de Rusia en la economía mundial y se diseminó la libre empresa en la economía soviética. La participación del sector privado en el ingreso nacional era del 54.1%. En 5 años, de 1921 a 1926, el índice de la producción industrial aumentó más de tres veces y de hecho alcanzó el nivel de 1913; la producción agrícola aumentó dos

veces y sobrepasó en un 18% la de 1913. Inclusive después de alcan-zar el período de reconstrucción, el crecimiento de la economía au-mentó rápidamente: en 1927 y 1928 el crecimiento de la produc-ción fue del 13 y del 19%, respec-tivamente, y la producción global de la agricultura aumentó en un 2.5% anual25. Esta rápida reconstrucción económica, fundamentada en un modelo dual de economía —privada y estatal—, generó nuevamente elementos de dife-renciación de todo tipo que sellaron finalmente el destino de la NEP. Por una parte, la reaparición y el crecimiento de capas de la población que conocían la pros-peridad despertaron el descon-tento de los ciudadanos soviéticos más pobres, si bien las nuevas cir-cunstancias mejoraban también la situación de éstos26.

La NEP significó la puesta en marcha de un nuevo plan de construcción social. La importancia

asignada a la tecnología, al mercado, a la empresa

privada, a las formas tayloristas y fordistas de

trabajo, al capitalismo de Estado determinó que esta política fuera una variante

particular de la modernización.

De otra parte, la paz civil con-quistada con la introducción de la NEP garantizó la neutralidad

22 Véase Nove, A-, Historia económica de la URSS, Alianza, Madrid, 1973. 23 Citado en Carr, E. H., El socialismo en un solo país, 1924-1926, T. I, Alianza, Madrid, 1973, p. 231. 24 Medvedev, R., El stalinismo al tribunal de la historia, Albert Knopf, Nueva York, 1971 (en ruso). 25 Shmeliov, N. y Popov, V., En el viraje: la Perestroika económica en la URSS, Agencia de Prensa Novosti, Moscú, 1989, p. 22 (en ruso). 26 Reiman, M., El nacimiento del stalinismo, Crítica, Barcelona, 1982, pp. 13-14.

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de las capas campesinas. La obs-china conoció una resurrección general. El 95% de las tierras estaba en manos del régimen comunal. Esta obschina —aproximadamente había 319.000 en todo el territorio soviético— se convirtió en una instancia totalmente libre, pues se había liberado de las presiones administrativas y las funciones fiscales pasaron a los soviet rurales. En las aldeas, los instrumentos de poder estatales eran instituciones débiles y poco influyentes, mientras las obschinas gozaban de gran autoridad y sus asambleas eran las administradoras de la tierra y de todos los aspectos de la vida rural27.

La NEP, en tanto que estrategia global de desarrollo, estaba

condenada al fracaso. El resurgir de la acumulación privada, con

los problemas sociales que acarreaba, la desmovilización de la clase obrera y del campesinado

pobre y los conflictos en el interior delas élites, cada vez más alejadas de las preocupaciones

de las clases populares, polarizaron nuevamente la

sociedad.

En general, la masa campesina pesaba más durante la NEP que durante el antiguo régimen. Además de restablecer todas sus pre-

rrogativas e instituciones, el cam-pesinado seguía siendo el grupo social más importante, con más de un 80% de la población.

La NEP, en tanto que estrategia global de desarrollo, estaba con-denada al fracaso. El resurgir de la acumulación privada, con los problemas sociales que acarreaba, la desmovilización de la clase obrera y del campesinado pobre y los conflictos en el interior de las élites, cada vez más alejadas de las preocupaciones de las clases populares, polarizaron nuevamente la sociedad28.

Esta contradicción global fue aumentada por el hecho de que el Estado intentaba ejercer un control cada vez mayor sobre la campiña, coartando libertades y derechos de los campesinos, en aras de garantizar las condiciones de la modernización. Pero como los campesinos producían fundamentalmente para el au-toconsumo, ellos no generaban las riquezas necesarias para la industrialización. La suerte de la NEP estaba echada: o bien se seguía con la lógica de Bujarin, que había hecho un llamado a los campesinos a enriquecerse, con la idea de que sus dineros podrían servir para continuar con la política de la NEP, o bien el Estado tomaba medidas enca-minadas a generar las condiciones sociales de reproducción de la NEP, de manera administrativa. Cualquiera de estas dos opciones iba en contravía de las consignas que hicieron posible la Revolución de Octubre. En otras palabras, este tipo de políticas hubiera significado, en condiciones particulares, la re-constitución plena y abierta de los principios modernizadores

occidentales, aunque estuvie ran encubiertos bajo un ropaje marxista.

La implantación del modelo estálinista fue la consecuencia lógica de las dificultades que encontró y generó la NEP; fue el regreso á las consignas por las

cuales se había realizado la revolución de octubre. Los

fundamentos del sistemasoviético fueron instaladosen estos años; la colectivización de laagricultura,

la industrialización y la planificación.

LOS FUNDAMENTOS DEL SISTEMA SOVIÉTICO

La implantación del modelo es-talinista fue la consecuencia lógica de las dificultades que encontró y generó la NEP; fue el regreso a las consignas por las cuales se había realizado la Revolución de Octubre. Los fundamentos del sistema soviético fueron instalados en estos años: la colectivización de la agricul-tura, la industrialización y la planificación.

A pesar de todas las distorsiones con que se interpreta la colectivización, puede argumentarse que la violencia ejercida contra los campesinos ricos fue el resultado de la convergencia de intereses y objetivos de los campesi-

27 Male, D. J., op. cit. 28 Véase Peemans, J. Ph., Marx, les révolutions du XXéme siécle et la modernisation, op. cit, p. 39.

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nos pobres con un ala radical en el interior del Partido Comunista. A los campesinos pobres se les prometió el 25% de los cereales que con su ayuda fueran confiscados a los campesinos ricos . A través de estas medidas, y con la organización de expediciones punitivas contra los acaparadores de cereales en el campo soviético, se desató una verdadera lucha de clases. Los campesinos pobres participaron masivamente junto a las autoridades en el desmantelamiento de los sectores enriquecidos. El estalinis-mo no fue, como generalmente se pretende demostrar en la literatura especializada, la obra de un hombre. Sin un vasto apoyo social estas medidas nunca hubieran podido ser aplicadas.

Sabido es que el país no disponía de factores productivos que agilizaran la acumulación

para la industrialización. La colectivización fue la solución

encontrada a esta disyuntiva.

La colectivización, además de destruir a los sectores enriquecidos por la política de diferenciación de la NEP, tuvo otro objetivo: la conformación de los koljoses dentro de los marcos de una economía colectivizada. El restablecimiento de las antiguas obschi-nas, agrarias, con sus formas tra-dicionales de solidaridad, no podía en las nuevas condiciones asegurar la creación de la nueva

sociedad. Por eso era necesaria su rápida transformación.

Los koljoses, que conservaron nu-merosos atributos de las antiguas obschinas —la tenencia y explo-tación colectiva de la tierra, por ejemplo—, fueron una institución que pudo adaptarse a los cambios que deseaba establecer el nuevo poder. La obschina no podía servir de garantía para la industrialización, en la medida en que la explotación de la tierra se realizaba de una manera que no podía adecuarse con los imperativos del desarrollo industrial.

El funcionamiento de la obschina era el siguiente: la asamblea de la obschina (sjod) dividía la tierra en franjas iguales (en la región central de Rusia el promedio de las franjas oscilaba entre 2.1 y 4 metros de ancho y 21 y 30 metros de largo) que eran entregadas a cada familia perteneciente a la comunidad, con el fin de que las explotara. El hecho de que un campesino dispusiera de estrechas franjas que no estaban unidas entre sí, impedía la utilización de maquinaria moderna en la explotación de la tierra. Dada su baja productividad las formas de tenencia comunal dificultaban además cualquier intento estatal por capitalizar recursos que pudieran ser orientados a la industrialización.

Por el contrario, el optar por los koljoses facilitó esa tarea. Estas cooperativas de producción se di-ferencian de la obschina básica-mente en los siguientes puntos: en primer lugar, la explotación de la mayor parte de la tierra se re-alizaba en conjunto por todos los campesinos integrantes de la co-lectividad. Esto permitió que se dispusiera de grandes superficies

de terreno para su cultivo, lo que agilizaba la introducción de má-quinas y el desarrollo de cultivos en gran escala. En segundo lugar, a los campesinos koljosianos se les asignaron pequeñas parcelas de tierras de uso personal y desde 1932 se crearon los mercados koljosianos en las ciudades para que los campesinos vendieran la producción de sus parcelas. En tercer lugar, dado el control que ejercía el Estado, los koljoses debieron vender sus productos a los órganos estatales, con normas estipuladas por las autoridades competentes, es decir, su producción estaba orientada hacia el mercado.

El estalinismo no fue, como generalmente se pretende demostrar en la literatura especializada, la obra de un hombre. Sin un vasto

apoyo social estas medidas nunca hubieran

podido se aplicadas.

La creación de los koljoses permitió superar uno de los mayores problemas que debía enfrentar la URSS en esos años: la indus-trialización. Sabido es que el país no disponía de factores pro-ductivos que agilizaran la acu-mulación para la industrialización. La colectivización fue la solución encontrada a esta disyuntiva. A través de la compra a bajos precios de los productos agropecuarios y su venta a precio mayor en los puntos de distribución nacional o en las exportaciones, el Estado pudo acumular parte del capital necesario para la industrialización. Si bien la

29 Lewin, M., La formation du systéme soviétique, op. cit., p. 138.

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acumulación se realizó a expensas de la población rural, el Estado dispuso la creación de condiciones e instituciones nuevas para que el campesinado no desapareciera con el proceso industrializa-dor. Este fue el papel desempeñado, por ejemplo, por las parcelas que aseguraban aproximadamente el 45% de la producción agrícola total hacia el año de 1938. Las parcelas y los mercados koljosianos fueron la segunda economía de los campesinos, a través de los cuales pudieron paliar parcialmente los rigores de la acelerada acumulación.

A diferencia de procesos similares ocurridos en los países occidentales, en la

URSS la acelerada acumulación no significó la destrucción del campesinado, ni tampoco su

pauperización, sino, por el contrario, su conservación.

Es decir, a diferencia de procesos similares ocurridos en los países occidentales, en la URSS la acelerada acumulación no significó la destrucción del campesinado, ni tampoco su pauperización, sino, por el contrario, su conservación. La colectivización, podemos decir, fue uno de los engranajes principales de la acumulación, pero, a diferencia de las otras experiencias, tuvo siempre en cuenta las necesidades sociales de los sectores más pobres de la población.De otra parte, la colectivización mantuvo —he aquí su elemento

revolucionario— las tradiciones, culturas, formas de solidaridad y de gestión del campesinado. El koljós era un estadio superior de desarrollo de la obschina y en ni-gún caso la negación de ésta, como sí lo hubiera sido la implementa-ción total del proyecto de la NEP.

La industrialización, segundo pilar del sistema soviético, transformó radicalmente el panorama económico y social del país, sin re-querir de procesos negativos como los acontecidos en Occidente durante su industrialización. No sólo desapareció completamente el desempleo de los años de la NEP, sino que, además, se buscó crear instituciones y condiciones nuevas que frenaran las tendencias hacia la diferenciación social entre la población citadina. Un resultado de esto fue que los 17 millones de campesinos que se instalaron en las ciudades entre 1928 y 1939 no conformaron "cin-turones de miseria", pues fueron absorbidos por la acelerada industrialización. Aquí encontramos una segunda peculiaridad del sistema soviético: en lugar de fortalecer el ejército de reserva, tal como había sido característico en las otras experiencias industrializado-ras, en la URSS se trató de homo-geneizar la sociedad, garantizando a los obreros las condiciones mínimas de subsistencia.

Por último, la planificación, uno de los aspectos más revolucionarios e innovadores del modelo soviético30, fue la institución coordinadora que permitió el es-tablecimiento y desarrollo de proporciones en el crecimiento, con lo cual se pudieron evitar los desequilibrios y satisfacer las necesidades sociales.

A nivel político el estalinismo generó una gran violencia, y éste es el aspecto más conocido del modelo. Sin embargo, la represión y la concentración del poder político deben entenderse dentro de

La violencia se empleó no contra el pueblo en

general sino contra aquellos sectores

partidarios del modelo anterior o que se

beneficiaban de la diferenciación social introducida por la NEP: intelectuales, nepmen,

campesinos ricos.

las tendencias generales que particularizaban el desarrollo de la URSS en esos años. La violencia, una especie de lucha de clases, se empleó no contra el pueblo en general, como lo ha pretendido demostrar toda una literatura especializada, sino contra aquellos sectores partidarios del modelo anterior o que se beneficiaban de la diferenciación social introducida por la NEP: intelectuales, nepmen, campesinos ricos. Esta violencia fue una reacción de las clases pobres de la ciudad y del campo. Las purgas y la represión fueron la cristalización de una promoción masiva de nuevos funcionarios de origen popular que aceleraron la movilidad social, fenómeno que Marc Ferro denomina la plebeyización del poder31. Fue la llegada al poder del proletariado urbano y de los campesinos identificados con las nuevas orientaciones de la política estatal.

30 Roland.G.. Economiepoli l ique du systéme soviétique, L'Harmatan, París, 1989. 31 Ferro, M., Leu origines de la Perestroika, Ramsay, París, 1990

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En el plano de la cultura también se observa la afirmación de nuevos principios acordes con las transformaciones sociales y políticas de los años 30. El realismo socialista "realizó, en el plano de lo imaginario, una valorización del pueblo, como nin-guna sociedad lo había hecho anteriormente". Esta reacción, que golpeó duramente la intelli-gentsia, fue de hecho el ascenso de los valores y tradiciones populares y el descrédito de los valores heredados de la ilustración y de la burguesía32. El realismo socialista constituía una nueva forma de arte que debía destacar y valorar a los nuevos sectores que deseaban la digni-ficación de su trabajo.

El culto a la figura de Stalin tampoco fue, como lo han pretendido ver la historiografía occidental33 y la soviética posterior al XX Congreso del PCUS, una deformación del socialismo y una justificación para la concentración del poder. Más bien consideramos que se recuperó la figura del "venerable zar bueno", muy presente en la conciencia popular, y pensamos, como Peemans, que este problema se debe visualizar en términos de la dinámica so-ciopolítica, en la que un nuevo vector —"líder carismático-ma-sas populares"— se introduce en las relaciones intraélites, modificando la relación de fuerzas en el interior de esta dinámica y haciendo partícipes a los sectores populares de la toma de decisiones en la alta política.

Tratando de sintetizar las orien-taciones de los cambios iniciados en la década de los años treinta, podemos decir que el estalinis-mo, más que la aplicación con-

creta de la doctrina de la cual dicho líder se hacía portador, fue una convergencia de un radicalismo popular y uno intelectual, en la cual se desarrolló la necesidad de dar curso a un rápido proceso de modernización, pero sobre la base de los elementos propios de la cultura popular rusa: igualitarismo, espíritu colectivista, simbología política en el vector líder carismático-masas, denuncia de la desigualdad y de las tradiciones y culturas ajenas a los valores populares. En este proceso el papel del marxismo no fue más que el de un marco justificador y legitimador de las acciones implementadas. Por esta razón, en lugar de socialismo preferimos hablar de sistema soviético, porque el modelo fue ante todo el irrumpir de las tradiciones populares en la definición del proceso de desarrollo que iba a seguirse.

EL JRUSCHOVISMO: RESPUESTA DESCENTRALIZADA AL

MODELO ESTALINISTA

Un cambio radical de orientación se consumó hacia mediados de la década de los años cincuenta. La debilidad de la forma de organización sociopolítica en los años de Stalin en el poder, es decir, el que la ecuación política de las décadas de los treinta y cuarenta reposara principalmente en la figura de un líder carismá-tico, selló el destino de este proceso en la medida en que la desaparición del líder debilitó la articulación política anterior y, de otra parte, la crítica al culto de la personalidad permeó en sus cimientos el modelo social,

político y económico anteriormente existente. Esta erosión fue aún más rápida debido a las dificultades que afrontó el régimen estalinista en las postrimerías del mandato del líder georgiano. La reconstrucción posbé-lica, la conformación del glacis en el Este europeo, la lucha in-tersistémica, el temor a que re-naciera un enfrentamiento social y político como producto de la emergencia de un nuevo sector modernizador, la avanzada edad de Stalin, etc., concentraron la atención del equipo dirigente en nuevos aspectos, y se relegaron a segundo plano los problemas ligados a la reproducción del sistema que ya evidenciaba síntomas de debilidad.

La gestión dirigente de Nikita Jruschov ha sido definida tradi-cionalmente como reformista. Es indudable que, aunque no siempre fuera muy exitosa, Jruschov durante su mandato se dio a la tarea de realizar significativos cambios en lo económico y lo político. En general sus años en el poder han sido vistos con muy buenos ojos por los estudiosos de la Unión Soviética. Podríamos preguntarnos cuál es la razón de ser de esta simpatía. La respuesta la podemos formular de manera relativamente simple: Jruschov inició el desmonte del sistema creado por Stalin y en este sentido ha sido percibido como el introductor de la "modernidad", ya que intentó afanosamente que la URSS se ciñera a una nueva racionalidad en la gestión del país.

Una de las primeras medidas del nuevo equipo dirigente fue erradicar los aspectos más represivos del modelo anterior,

32 Ferro, M., Histoires de Russie et d'ailleurs, op. cit, p. 122. 33 Ulam, A., Stalin, Noguer, Barcelona, 1975.

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creando nuevos mecanismos de legitimación de la clase política en el poder. En un compromiso sellado entre los sectores moder-nizadores y "ortodoxos" se resta-bleció la autoridad del partido, se fijaron normas para estabilizar la clase política y crear nuevos mecanismos de legitimación a través del desarrollo del con-sumismo, la libertad de gestión, la descentralización, etc. Esta estabilización política engendraría posteriormente la célebre nomenclatura en la medida en que se destruyeron los vasos co-municantes entre la población y la élite política y se le pondría freno a la movilidad social de los sectores populares.

La política populista propugnada por Jruschov

consistió en crear condiciones para que los sectores que

emergieron con el proceso de industrialización pudieran satisfacer sus intereses y

necesidades.

De Jruschov se ha destacado so-bre todo el hecho de haber iniciado la crítica a Stalin (el famoso informe secreto durante el XX Congreso del PCUS) y de haber creado los mecanismos necesarios para el ascenso de las clases medias y para la conformación de una opinión pública en torno a los intelectuales34. Dicho de otro modo, la política populista propugnada por Jruschov consistió en crear condiciones para que los sectores que emergieron con el proceso de industrialización —in-

telectuales, clase obrera calificada, técnicos, etc.— pudieran satisfacer sus intereses y necesidades. El gran quiebre con respecto a la fase inmediatamente anterior fue que con los cambios operados en los años cincuenta, en

La dirección reformista, en lugar de buscar los

correctivos en el mismo modelo, prefirió optar por

copiar el sistema occidental. Con ello el

modelo soviético se anquilosó y, dada la

incompatibilidad con las recetas que se han

querido aplicar, todas las políticas de reformas fracasaron. Esta es la

raison d'étre del estancamiento.

lugar de buscarse nuevos meca-nismos que posibilitaran el de-senvolvimiento ulterior del modelo de acumulación iniciado por Stalin en los años treinta, que preveía generar las condiciones para el desarrollo teniendo en cuenta el conjunto de las necesidades de la población, se empezó a establecer un nuevo patrón en el cual el desarrollo se articularía sobre la base de la desigualdad creciente de la sociedad.

Es un hecho que no necesita de-mostración el que la economía soviética hacia mediados de la década de los cincuenta necesi-taba correctivos. La planificación tal como fue concebida sólo podía satisfacer las necesidades mediante unos cuantos valores

de uso. Eso no fue un problema mayor cuando las demandas so-ciales y las necesidades produc-tivas eran bastante escasas. Pero con el proceso de industrialización se complejizó la sociedad, aparecieron nuevos segmentos sociales, con nuevas necesidades y demandas. Debido a las defi-ciencias en el circuito de la infor-mación, la planificación no podía complejizar la producción para satisfacer esas demandas socia-les. Por ello era menester realizar reformas. Pero la dirección reformista, en lugar de buscar los correctivos en el mismo modelo, prefirió optar por copiar el sistema occidental. Con ello el modelo soviético se anquilosó y, dada la incompatibilidad con las recetas que se han querido aplicar, todas las políticas de reformas fracasaron. Esta es la raison d'étre del estancamiento.

Jruschov inició el desmonte del sistema

creado por Stalin y en este sentido ha sido percibido como el introductor de la

"modernidad", ya que intentó afanosamente que

la URSS se ciñera a una nueva racionalidad en la

gestión del país.

Por estas razones consideramos que el verdadero trasfondo de las transformaciones iniciadas por Jruschov no debe concebirse como una liberalización de la sociedad que poco a poco se habría ido desgarrando de los tentáculos del Estado, sino en el hecho de que con él se comienzan a

34 Breslauer, G., Krushcheu Reconsidered, en Cohén, S. F., Rabinowitch, A. y Sharlet, R., editores, The Soviet Union since Stalin, op. cit, pp. 50-70.

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yuxtaponer los elementos de apoyo al modelo occidental en la realidad soviética, subvirtiendo los condicionantes básicos del sistema soviético de desarrollo, iniciado por Stalin.

Jruschov no sólo internacionalizó económica y políticamente a la URSS, es decir, la insertó en la dinámica política y económica mundial; también creó el medio para que en la propia URSS se difundiera la utilización de algunos elementos consustanciales de la modernización occidental.

Jruschov no fue el artífice de una apertura social y política general, sino particular para que los emergentes sectores medios accedieran a los puestos de man-do. En tal sentido la gran obra de Jruschov fue haber destruido el consenso general en torno al modelo popular anterior.

El nuevo proyecto por él sostenido facilitó el aumento de la influencia ejercida sobre la URSS por los países desarrollados de Occidente. En la Unión Soviética empezaron a arraigarse algunos principios, tales como el consumismo, la importancia asignada al desarrollo de la técnica, siguiendo los patrones occidentales, la descentralización de la economía, que no fue más que un intento de remplazar la planificación por la libre competencia capitalista en la realidad soviética, la introducción del sistema estadounidense de gestión de la agricultura, etc.35. Es decir, se incorporó un conjunto de prácticas que empezaron a echar raíces y constituyeron un nuevo paradigma de lo que debería ser la acumulación, la gestión y el desarrollo en la sociedad socialista. Todas estas medidas en-

contraron coherencia en la famosa consigna jruschoviana de que al cabo de algunos años la URSS alcanzaría y superaría a los Esta-dos Unidos en los índices básicos. Esto significaba empezar a competir con los mismos medios que Occidente y alcanzar un nivel de desarrollo tal que permitiera mo-dificar la brecha existente.

En otras palabras, el jruschovis-mo, en vez de adecuar el modelo de desarrollo generado años antes a las nuevas necesidades del tiempo presente en la URSS, fa-voreció la modernización a la oc-cidental y de esa manera enquis-tó en el interior mismo de la realidad soviética un doble proceso contradictorio: la lucha entre las fuerzas que propugnaban por el mantenimiento del modelo anterior y las partidarias del desarrollo de uno nuevo. En ese entonces, cuando dichos procesos no se identificaban concretamente con fuerzas sociales específicas, la necesidad de encontrar solución a dicha disyuntiva no se planteó. Pero se introdujo la semilla de lo que sería el posterior desarrollo de la URSS: la lucha entre fuerzas sociales que deseaban imponer una u otra de dichas tendencias.

Jruschov reeditó, a su manera, el vector político entre masas y líder. Pero, a diferencia de Stalin, este vector no se apoyaba en los sectores populares, sino en las emergentes clases medias. Du-rante su mandato intentó afano-samente fortalecer esta vincula-ción para eliminar a los sectores que seguían siendo partidarios del modelo anterior. La expulsión del "grupo antipartido" en 1957, la destitución de Zhukov, la libe-ralización de la vida intelectual

fueron algunas de las primeras medidas con las que Jruschov in-tentó modificar la correlación de fuerzas en el plano social y político en la URSS. El momento más álgido de este esfuerzo fue cuando planteó la necesidad de establecer un sistema de rotación de los funcionarios, para acelerar la cooptación de los especialistas, y cuando propuso la división del partido y de las jerarquías estatales en las ramas industrial y agrícola. Estas reformas generalmente han sido percibidas de una manera mecánica, instrumental, como si su objetivo fuera solucionar los candentes problemas admi-nistrativos y económicos. En re-alidad, Jruschov estaba apostando a la solución de los problemas económicos a través de la expansión de las fronteras de la toma de decisiones, mediante la incorpo-ración de nuevas fuerzas prove-nientes de los especialistas y la disminución del poder político de las autoridades . Frente a estos cambios la clase política reaccionó en octubre de 1964 y destronó al líder reformista.

A pesar de haber sido eliminado del poder, Jruschov dejó tras de sí una gran herencia: en primer lugar, la división de la clase política y de la sociedad en torno a los dos proyectos antes mencionados; en segundo lugar, el anquilosamien-to y la incapacidad de reproducción del sistema soviético, y, tercero, el fortalecimiento de las tendencias diferenciadoras: en aras de alcanzar un mayor desarrollo económico se favoreció la deseen- tralización de las empresas, la es-pecialización de las regiones y la diferenciación de la población con base en el ingreso. La aplicación de esta estrategia produjo la des-

35 Medvedev, R-, et, Khrouchtchev, J., Les années de pouvoir, Maspero, París, 1977, pp. 132-146. 36 Breslauer, op. cit., p. 58.

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igualdad entre las empresas, entre las unidades productivas agrícolas, entre las regiones (verdadero trasfondo del actual problema nacional en la URSS) y entre los individuos, pues la actividad expansiva de las empresas se ca-nalizaba principalmente hacia aquellos sectores que disponían de mayores recursos. En este sen-tido, el jruschovismo representó un cambio radical en relación con el estalinismo. Mientras en el modelo instaurado en las décadas de los años treinta y cuarenta los recursos se dirigían de las regiones más desarrolladas a las menos desarrolladas37 en un intento de conformar una sociedad homogé-nea, el jruschovismo apostó preci-samente a la tendencia contraria.

DIRECCIÓN COLECTIVA Y LUCHA DE TENDENCIAS

La concentración del poder en manos del secretario general, el voluntarismo de su mandato y los deseos de modificar la correlación de fuerzas en el interior de la clase dirigente llevaron a que

Mientras en el modelo instaurado en las décadas

de los años treinta y cuarenta los recursos se dirigían de las regiones más desarrolladas a las

menos desarrolladas en un intento de conformar una sociedad homogénea, el

jruschovismo apostó precisamente a la

tendencia contraria.

los nuevos gobernantes iniciaran una práctica de dirección política diferente, para evitar posibles desavenencias en la cúpula di-rectiva y también para poder representar en el alto poder a las diversas fuerzas políticas en cuestión. Así fue como se introdujo el sistema colegiado38. Desde mediados de los años sesenta tres hombres, representantes de tres tendencias, tomaron las riendas del poder: Suslov, Brezh-nev y Kossiguin.

Este último asumió como propios los elementos modernizadores in-troducidos por Jruschov en su plan de reformas. Kossiguin re-presentaba en las altas instan-cias a un nuevo sector modern-izador que pretendía fortalecer el sistema soviético acentuando las premisas descentralizadoras en la vida económica soviética. Su principal caballo de batalla fue el plan de reformas de 1965, que tuvo como puntos principales los siguientes aspectos: una reforma administrativa que daba mayor cobertura de acción independiente a las empresas, la disminución de los índices ejecutados a partir de normas impuestas por el plan, la reforma de los precios y la aplicación de nuevos criterios de performance en la realización de la producción. En términos generales, podemos decir que esta reforma preveía afianzar aún más los elementos de autogestión y autofinanciamiento de las unidades productivas, es decir, crear una especie de libre comercio y libre competencia en la URSS.

El segundo grupo, representado en el alto poder por Suslov, se trazó como objetivo el mantenimiento de las formas de dirección y de-

sarrollo iniciadas en la década de los treinta; fue un crítico acérrimo de la propuesta descentralizado-ra y deseó conservar la integridad del sistema soviético. Si el equipo anterior concentró esfuerzos y personal en el ámbito económico, los "ortodoxos" le prestaron mayor atención a los aspectos político-ideológicos. Suslov, el "ideólogo en jefe", supervisaba un conjunto de sectores compuestos por los departamentos del comité central relativos a la propaganda, la cultura, la ciencia, la educación y dos departamentos internacionales. Controlaba además la dirección política del ejército y la marina, el Komsomol, los medios de comunicación y la censura, las agencias de información Tass y Novosti, el ministerio de la Cultura, la radio y la televisión, los sindicatos artísticos, los comités de la paz, la Academia de Ciencias, las instituciones de enseñanza primaria, secundaria y superior y las relaciones del Estado con las diferentes organizaciones religio-sas39. Es decir, todo el espectro de instituciones relacionadas con la cultura, la política y la ideología estaban directamente en sus ma-nos y constituían la plataforma de acción de este sector político.

Por último, el secretario general, Brezhnev, representaba un sector de centro que debía unir y compatibilizar los principios dife-rentes de los otros dos grupos. La posición de este sector no venía dada por una propuesta propia, sino más bien de organización dentro de la cúpula dirigente, con el fin de evitar que las contradicciones y oposiciones entre los dos grupos principales pudieran desgarrar la vida política nacional.

37 Fejtó, F., Histoire des démocraties populaires, T. I, "L'ére de Stalin", Seuil, París, 1984, p. 169. 38 Duhamel, L., Le systéme politique de l'Union Soviétique, Editions Quebec/Amérique, Montreal, 1988, pp. 38-45. 39 Medvedev, J., Andropov au pouvoir, Paris, 1983, pp. 14-15.

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Brezhnev fue, ante todo, el hombre de la tolerancia.

En la segunda mitad de la década de los sesenta, el sector mo-dernizador tuvo a su cargo la conducción de la política soviética. Fueron los años en los cuales la reforma económica fue aplicada, se favoreció el ascenso de los sectores medios y se pretendió racionalizar la vida interna y las relaciones exteriores de la URSS. Fueron también los años en que se limitó fuertemente la censura y se posibilitó el desa-rrollo de la libre discusión sobre temas de gran interés. En estos años fue muy apasionante, sobre todo, la discusión sobre el contenido y la pertinencia de las reformas propuestas.

Si los aspectos políticos y militares en

la conducción de la política interna y

exterior quedaron en manos de los sectores

"ortodoxos", el aspecto económico siguió

conducido directamente por los sectores modernizadores.

El hecho de que la reforma no pudiera dar los dividendos de-seados desarmó a los sectores modernizadores, que se vieron parcialmente relegados a segundo plano. La conducción recayó en manos de los sectores llamados comúnmente "ortodoxos", los cuales mostraron mayor celo en garantizar la conservación de

la integridad del sistema soviético y en su afirmación mundial tanto cualitativa como cuantita-tivamente.

Si los aspectos políticos y militares en la conducción de la política interna y exterior quedaron en manos de los sectores "ortodoxos", el aspecto económico siguió con-ducido directamente por los sec-tores modernizadores. La intro-ducción de dicha racionalidad, apoyada fundamentalmente por sectores de la intelligentsia, ya era un hecho bien real en la sociedad soviética. Valga señalar que los sectores "ortodoxos" mostraron una real incapacidad en la búsqueda de propuestas de modernización que dinamizaran el modelo soviético. Esta fue la causa por la cual sus acciones se orientaron principalmente hacia el ámbito político y militar como un último intento de mantener la integridad del sistema.

Los años setenta, bajo el impulso de los sectores que privilegiaban el mantenimiento de la integridad del sistema, fueron un período en el cual la Unión Soviética se volcó hacia el mundo exterior (la internacionalización de la URSS era un hecho real), fomentando mayormente la identificación con las fuerzas revolucionarias en el Tercer Mundo40, mostrando mayor sensibilidad a las demandas de los sectores radicales y siendo un real partidario de la consolidación cuantitativa del socialismo a escala mundial41. Este sector "ortodoxo" se preocupó mayormente por el estado de las relaciones entre las dos grandes potencias y fomentó la lucha por la hegemonía en los nuevos espacios, principalmente en África, continente que se prestaba fácilmente para deve-

nir arena de competición intersis-témica en la medida en que cons-tituía una zona en la cual zero sum game no afectaba la seguri-dad de las grandes potencias.

Los años setenta, bajo el impulso de los sectores

que privilegiaban el mantenimiento de la

integridad del sistema, fueron un período en el

cual la Unión Soviética se volcó hacia el mundo

exterior.

Sin embargo, a partir de mediados de los años 70, los sectores modern izadores, fortalecidos por haber lo grado buenos términos de negocia ción, intercambio y cooperación con Occidente (los acuerdos entre Brezhnev y Nixon y la Conferencia de Helsinki), relanzaron propues tas para una mayor integración de la URSS en la vida económica y política mundial. Dos fueron los campos en los cuales ejercieron mayor presión: en los tipos de competición con Occidente (im portación de tecnología, revolu ción científico-técnica, mayor ra cionalidad en las relaciones eco nómicas exteriores) y en las nue vas valoraciones de lo que debía ser la política internacional de la URSS.

No menos importante que el ejer-cicio de la estrategia anterior fue la visualización de los problemas internacionales desde un nuevo ángulo. Si la tesis predominante de interpretación de la política mundial se basaba tradicional mente, desde Lenin, en un enfo_

40 Laidi, Z., Les superpuissances et l'Afrique. Les contraintes d'une rivalité, La Découverte, París, 1987. 41 Lévesque, J., L'URSS et sapolitique internationale de Lénine á Gorbatchev, Armand Colin, París, 1988, p. 308.

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que clasista, que consideraba que al igual que los grupos sociales fundamentales, los Estados, en tanto que aparatos políticos de las clases dominantes, eran la repre-sentación y el instrumento de de-terminada clase en el poder y en ese sentido podían ser divididos siguiendo el mismo rasero clasista, la nueva interpretación de la política mundial empezó a ver la vida internacional con la mirada puesta en los procesos globales, generales y únicos para todos los países. En este sentido, las reinterpretaciones giraron en torno de la economía mundial, de la cual la URSS y los restantes países socialistas también hacían parte. Ya no se trataba más de una economía capitalista y otra socialista.

Dentro de esta nueva visión de lo que era la vida económica y política mundial, se revisaba lo que debería ser la posición asumida por la URSS. El acento ya no se ponía en la construcción de un nuevo tipo de relaciones internacionales, sino en cómo incorporar mejor a la URSS en la división internacional del trabajo y en la economía mundial. Esta reinterpretación no era un simple maquillaje sino que tocaba proble-mas de fondo. Era una relectura de la política internacional de la »; URSS, la cual poco a poco empegó a ser avalada por importantes : centros investigativos: el Insti-Stuto de la Economía Mundial y ¡de Relaciones Internacionales, el ¡Instituto de los Países Socialis-jtas, el Instituto de Historia Uni-Iversal, etcétera42.

EL GORBACHOVISMO

La consolidación y mayor difusión de esta propuesta facilitó

nuevamente el ascenso y la con-solidación de los sectores parti-darios de la modernización, fe-nómeno que se ubica en el tras-fondo de las grandes transfor-maciones operadas en los años ochenta. El advenimiento del gorbachovismo al poder no fue una simple casualidad. No ha sido un hombre que desde el alto poder ha intentado reconstituir y reacondicionar a la URSS. Es un proceso en el cual un gran número de factores crearon las condiciones internas e interna-cionales para que se optara por las transformaciones actuales.

El advenimiento del gorbachovismo al poder

no fue una simple casualidad. Es un proceso en el cual un gran número

de factores crearon las condiciones internas e

internacionales para que se optara por las

transformaciones actuales.

Poco a poco los cambios realizados bajo el mandato de Nikita Jruschov han ido concretándose hasta convertirse en un proyecto político bien definido. La interna-cionalización de la economía so-viética, la incapacidad de convertir al CAME en un subsistema económico, la imposibilidad de ar-ticular un tipo de organización política de los países socialistas y la influencia creciente de la economía mundial como resultado de la introducción de factores capitalistas en las formas internas de dirección y también de interac-

ción de la URSS con el medio ex-terior, favorecieron el adveni-miento y la difusión de las pro-puestas modernizadoras.

De otra parte, la industrializa-ción, la urbanización y el au-mento del peso político de los in-telectuales ampliaron la base so-cial de apoyo de las propuestas modernizadoras. El antiguo equilibrio social y político estaba totalmente destruido. Desde el poder, los nuevos sectores políti-cos favorecieron el nuevo estado de cosas y a través de la demo-cratización (glasnost, creación del estado de derecho) arraiga-ron fuertemente a las nuevas fuerzas, con lo cual se destruyó el anterior consenso. Como se-ñala un estudioso francés de la realidad soviética, "son las cla_ ses cultas las que impusieron los términos del debate actual: li-bertad, multipartidismo, estado de derecho. El equipo de Gorba-chov, con todo el dinamismo que debe reconocérsele, ha sido el guía, pero también la expresión de esta opinión pública. El lla-mado carácter culto no es más que la sustitución conceptual del marxismo y de las referen-cias al modelo soviético por la fraseología liberal-democrática y el culto por el capitalismo.

Las reformas económicas intro-ducidas, que prevén la instaura-ción de la política de mercado, de la propiedad privada, etc., han destruido los cimientos sobre los cuales reposaba el modelo ante-rior. Con ello, los sectores sociales opuestos a las reformas se en-cuentran sin piso firme y sus crí-ticas al presente son nostálgicas e ideológicas.

42 Valkenier, Kridl E., The Soviet Union and the Third World, an Economic Bind, Praeger, New York, 1983. 43 43 Ferro, M., Histoires de Russie et d'ailleurs, op. cit.

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En otras palabras, el gorbacho-vismo en la práctica no ha sido una tentativa de reforma del sistema soviético, sino que, como bien lo demuestran los acontecimientos presentes, ha optado por afianzar como única alternativa de desarrollo el modelo y la experiencia occidentales. Si an-teriormente las tendencias igua-litarias dominaban e impedían el surgimiento de un sector dirigente, las reformas gorbachovia-nas han destruido la armonía social, han favorecido el aumento de la desigualdad social y han creado las condiciones para que los nuevos sectores emergentes alcancen su modernidad a expensas de los grupos marginados. Las perspectivas de un descomunal desempleo con una frágil seguridad social deben ser interpretadas en este sentido. De aquí que el futuro próximo de la URSS haya de estar signado por el auge y consolidación de la clase media que tenderá a rechazar las demandas reivindicativas de los sectores populares, los cuales actualmente han perdido sus puntos de apoyo y sus referentes ideológicos.

Hoy en día se asiste a un apoyo de vastos sectores populares a la política de reformas. Los obreros

—incluido el caso más concreto que ha revolucionado la URSS: el de los mineros —se han mostrado partidarios de los cambios en la medida en que a través de esta nueva política se afirman las posiciones de resistencia a las órdenes burocráticas. Pero seguramente, una vez que las reformas económicas avancen, los partidarios del verdadero mercado verán en los derechos de los obreros y en el conserva-tismo de los mismos el obstáculo principal a las reformas radicales. El escenario político será más diáfano y la polarización tanto más grande.

Con Gorbachov se han reunido todos los componentes de la exi-tosa modernización occidental: para vencer el atraso y alcanzar el progreso se favorece el desarrollo del individuo sobre la colectividad, se favorecen las tendencias liberales, se opta por el mercado como sustituto del plan, se pretende la cientifici-dad que es encontrada en las nuevas leyes de la economía, se descubre la importancia de la técnica como elemento fundamental del bienestar social y se favorece la democracia política pluralista. Difícil resulta entender, cuando se aplican estos pro-

cedimientos, qué es el socialismo democrático de que nos habla Gorbachov.

En resumen, la actual crisis por la que atraviesa la URSS no es más que la polarización y radi-calización social y política entie dos proyectos de sociedad. Las reformas políticas realizadas entre los años 1987 y 1989 (estado de derecho, separación del partido del Estado, pluralismo, revitalización de los soviets, li-bertades políticas, etc.) crearon las condiciones para iniciar el desmonte del sistema anterior. Se conformaron válvulas de es-cape para que las contradicciones y explosiones sociales fueran canalizadas a través de las instituciones, sin que se consti-tuyeran en una amenaza que desbordara la capacidad de ac-ción del Estado.

El gorbachovismo en la práctica no ha sido una tentativa de reforma del sistema soviético, sino

que, ha optado por afianzar como única

alternativa de desarrollo el modelo y la experiencia

occidentales.

Acerca de las reformas económicas, pilar fundamental del nuevo proyecto, mucho se ha hablado. Ha habido intentos tibios de modificar algunos aspectos a través de la descentralización administrativa, la autogestión y el autofinanciamiento de las empresas, la creación de cooperativas, las reformas de los precios, la interacción directa de los agentes económicos internos con la economía mundial, la propiedad familiar en

Shevardnadze, Baker y Gorbachov en el Kremlin.

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la esfera de los servicios y del campo, etc., pero todas estas medidas de una u otra manera han fracasado. Uno podrá preguntarse: ¿por qué se dilatan las reformas económicas?, ¿por qué no se pasa directamente a una economía de mercado?

La respuesta la podemos formular en términos bastante simples: para introducir la economía de mercado se necesita desarticular y desmontar completamente el modelo soviético, y para ello se requiere de tiempo y de reformas parciales como las que efectivamente se han realizado. Pero eso no es todo. Es menester también aca-

bar con el igualitarismo y la ho-mogeneidad social existentes. En otras palabras, las reformas se dilatan porque se necesita crear las condiciones económicas, sociales, políticas y culturales que permitan introducir una nueva lógica de acumulación basada en la diferenciación y la desigualdad sociales, pilar de la modernización occidental. La actual crisis econó-mica en la Unión Soviética y la apatía de los dirigentes por sacar al país del atolladero en que se encuentra consisten en que esta crisis está generando diferencias económicas y sociales y en ese sentido está creando las

condiciones para transitar del sistema soviético hacia el capi talismo occidental.

Las reformas se dilatan porque se necesita crear las

condiciones económicas, sociales, políticas y culturales que permitan introducir una

nueva lógica de acumulación basada en la diferenciación y la desigualdad sociales, pilar

de la modernización occidental.

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SOBRE LAS MOTIVACIONES ECONÓMICAS

Y ESPIRITUALES DE LA EXPANSIÓN

EUROPEA (SIGLO XV)

Abel Ignacio López Forero Profesor del Departamento de Historia de la Universidad Nacional

1. MOTIVACIONES ECONÓMICAS

El descubrimiento de América y la expansión portuguesa por las costas de África fueron, en primer lugar, el resultado de la búsqueda de nuevas rutas para viejos productos: los de la especiería y los objetos de lujo.

a. Especias

Hubo en el siglo XV un aumento de la demanda de mercancías asiáticas. Las especias eran ne-cesarias para la conservación de la carne. Hubo un aumento del consumo de carne, sobre todo en el norte de Europa.

Del siglo XV —escribe Kristoff Glamman— tenemos muchas pruebas de que se la consumía no sólo en la mesa del rico sino también de las enormes raciones con que solían atracarse los tra-bajadores del campo, los em-

pleados, los criados y otros. Eso es lo que está probado respecto del norte de Europa; en el sur, en cambio, parece que el consumo de carne fue a escala más modesta1.

La sal, proveniente de Portugal, era el preservador más común. La otras especias se producían en los países tropicales. Las es-pecias eran también necesarias en la farmacopea y utilizadas como estimulantes y afrodisíacos.

Entre los productos asiáticos se pueden mencionar: la pimienta, especia más común, se obtenía en la India (en la costa de Malabar) y era usada como condimento y en las cataplasmas; el jengibre de China, de Arabia y de la India, empleado como aromática; la canela de China y Cei-lán, usada como tónico, estimulante y astringente; la nuez moscada, de Célebes y de las Molu-cas (que comprende las islas Tidore, Ternate, Amboima y

Banda), empleada en la prepa-ración de salsas y para los dolores de estómago; el clavo se obtenía en las Molucas y era usado en los manjares y en las bebidas aromáticas. Asimiladas a las es-pecias estaban las purgas, base

1 Glamann. Kristoff, "El comercio europeo (1500-1750)", en Cario Cipolla, ed., Historia económica de Europa. Siglos XVI y XVII, Barcelona, Editorial Ariel. 1979, p. 365.

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de la medicina galénica: pulpa de cañafístula de Egipto, maná de Persia, scamonea de Siria. Hay que mencionar otras plantas con propiedades diversas: el alcanfor de Sumatra y China, un antiespasmódico y estimulante; costo del Valle del Indo, que era un tónico; raíz de galanga de China, antiescorbútica. Para completar la lista de mercancías de Oriente hay que referirse a la seda de China, la tela de algodón hindú, las piedras preciosas de varias clases: esmeraldas y diamantes de la India, rubíes de Ceilán y perlas del Golfo Pérsico. Por último, los tintes para los tejidos, escarlata o cochinilla de Armenia, rubia de Arabia, palo brasil de la India y Ceilán; el azul, índigo de Bagdad; los amarillos, azafrán del Levante o de la India; los perfumes, almizcle del Tibet o de China, ámbar gris de Omán2.

El avance de los turcos estaba dificultando a los europeos el

acceso a los lugares de producción y distribución de la especiería.

El avance de los turcos estaba dificultando a los europeos el acceso a los lugares de producción y distribución de la especiería. Así que uno de los objetivos de expansión a ultramar fue el de llegar a las islas situadas al sur de China y a las costas de la India, para no tener que recurrir al intermediario musulmán en procura de las mercancías del Lejano Oriente.

El emir Osma u Otmán, perteneciente a las tribus turcas que en el siglo XIII ante el empuje mongol, se habían establecido entre Siria y el Asia Menor, fundó a principios del siglo XIV el imperio otomano y dirigió la primera expansión que para la fecha de su muerte, 1326, había llegado a toda la península de Anatolia. Los otomanos, animados por un espíritu de guerra santa, favorecidos por la debilidad militar del imperio bizantino, fueron ocupando una tras otra las mayores plazas bizantinas (Brussa en 1326; en 1327 Nicomedia, a orillas del mar Mármara; en 1354 construyeron una plaza en Galli-poli) y fueron extendiendo su influencia a Europa suroriental. Las dificultades espirituales y políticas que vivía Europa en el siglo XIV impidieron una respuesta unificada y rápida al Islam turco otomano. El papado, en otros tiempos promotor de la cruzada, vivía su mayor crisis de

credibilidad: entre 1378 y 1417 hubo primero dos papas y después tres papas a la vez. Francia e Inglaterra enfrentaban un prolongado conflicto, la Guerra de los Cien Años, la cual además involucraba directamente a los reinos de Aragón y Castilla. El imperio germánico acentuaba su fragmentación política al quedar establecido mediante la Bula de Oro (1356) el carácter electivo del cargo imperial.

En el siglo XV los turcos otoma-yos ya habían ocupado la península balcánica, el Peloponeso, el Epiro, Albania, Valaquia (en Rumania), Vosnia (en Yugoslavia), islas del Egeo y del Mediterráneo oriental. El mayor éxito lo obtuvieron en 1453 al apode-rarse de Constantinopla, dando fin al imperio bizantino. En 1480 llegaron hasta Otranto (sur del mar Adriático) y estuvieron a punto de ocupar Rodas. Por esos mismos años sus incursiones y saqueos llegaban a Car-niola, Carintia y Estiria, pose-siones territoriales de los Habs-burgo en el imperio alemán.

De los italianos, los comerciantes genoveses fueron los más perjudicados con la expansión turca y la caída de Constantinopla puesto que aquéllos tenían su centro de intercambio en las islas del mar Egeo y en el mar Negro. Allí obtenían el alumbre (valiosa materia prima utilizada para desgrasar la lana y fijar el color de los paños), las materias primas colorantes y la madera. Para compensar las pérdidas, los genoveses buscaron otros mercados y se dedicaron a acti-vidades financieras, lo que lograron hacer con éxito en las

2 Esta lista sobre uso y procedencia de la especiería ha sido tomada de Mousnier, Roland. Siglos XVI y XVII, Vol. IV de la Historia General de las Civilizaciones, dirigida por M. Crouzet, Barcelona, Editorial Destino, 1967, pp. 59-60, y Parry, John, Europa y la expansión del mundo, México, Breviarios del Fondo de Cultura Económica, 1975, pp. 47-48.

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plazas de Sevilla y Cádiz. Las rutas que comunicaban la cuenca del Mediterráneo con el oriente asiático se redujeron prácticamente a la del mar Rojo y a la de la zona controlada por el sultán de Egipto. Cabe agregar que la caída de Constantinopla perjudicó menos el comercio de la pi-mienta, en poder de los venecianos, cuyos intereses estaban bien al sur de la capital del imperio bizantino, en Siria, en Chipre y en Alejandría.

b. Metales preciosos

La búsqueda de metales precio-sos fue otro motivo de la expan-sión europea de finales del siglo XV.

La economía europea recurría en forma creciente a la moneda me-tálica. "Desde la compra de pan y ropa hasta el pago de impuestos y pensiones reales, la moneda era necesaria en cantidades cada vez mayores3. Además, los metales preciosos se buscaban para ex-I portarlos al Oriente a cambio de especias, joyas y tintes; allí se destinaban a la decoración de re-

sidencias y palacios de la aristo-cracia asiática.

No es una exageración afirmar que para la época de los descubrimientos, el oro era estimado como

una de las máximas expresiones de prestigio y

riqueza material.

La mayor demanda tuvo que ver con el oro. Mientras la plata se utilizaba sobre todo en transacciones locales, el oro, el valor del cual era de ordinario diez veces mayor que el de la plata, era la base de los intercambios a larga distancia. En Europa existían fuentes de aprovisionamiento de plata de fácil acceso; en cambio las minas de oro eran prácticamente inexistentes; sólo había unos cuantos yacimientos de placeres, poco rentables, dispersos y de los cuales se obtenían sólo pequeñas cantidades. Por otra parte, el oro era utilizado no sólo como instrumento monetario; también era un objeto de lujo en la casa de los nobles y nece-sario en la fabricación de vasos sagrados para los servicios litúrgicos. El usar joyas de oro era un distintivo de rango y de nobleza. Los grupos más ricos de la sociedad disponían de las más variadas joyas: sortijas, collares, medallones que se enganchaban a los vestidos y a los peinados. También los artesanos y los campesinos adornaban sus vestidos con objetos de oro. Algunos campesinos solían llevar placas de oro adheridas a cinturones

hechos de lienzo o de seda. En Milán, en Genova, en Venecia, los hilanderos del oro trabajaban alrededor de las catedrales y de los palacios para los grandes mercados de Occidente; sus productos se vendían en las ferias de Augsburgo, en las de París y en Colonia. En los momentos de escasez y de dificultades, los príncipes y los abades hacían fundir sus vajillas y los artesanos y los campesinos cambiaban las placas de los cinturones por monedas o por semillas para la cosecha. El lujo era, pues, una forma de atesorar y por su alto precio el oro se convertía en una reserva de valor. Este espíritu de suntuosidad inmovilizaba algunas cantidades de metal precioso, a menudo consideradas escandalosas4.

No es una exageración afirmar que para la época de los descu-brimientos, el oro era estimado como una de las máximas expresiones de prestigio y riqueza material.

Otros hechos, además de los mencionados, contribuyen a explicar el porqué de la búsqueda de oro.

La coyuntura económica. Como lo ha explicado Pierre Vilar, la recuperación económica que vivía Europa después de la segunda mitad del XV hizo disminuir el conjunto de precios con respecto al oro, de ahí que la búsqueda de este último resultase ventajosa. La investigación sobre el movimiento de los precios permite concluir que éstos bajaron entre 1450 y 1500, es decir que en la segunda mitad del siglo XV los hombres que disponían de oro compraban cada vez más mercancías. En estas cir-

3 Parker, Geoffrey, "El surgimiento de las fínanzas modernas en Europa", en Cario Cipolla, op. cit., p. 410. 4 Heers, Jacques, Christophe Colomb, París, Hachette, 1981, pp. 117 y siguientes.

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cunstancias era natural que existiese afán por encontrar oro5.

Las manipulaciones monetarias por parte de los monarcas pueden interpretarse como un testimonio de la escasez de oro. Se acuñaban monedas menos pesadas, con menos metal, pero con el mismo valor, o se mantenían las mismas piezas (el mismo peso y la misma ley) pero aumentando su valor nominal. Las pro-hibiciones que buscaban evitar las exportaciones de los metales preciosos de reinos y ciudades y las normas antisuntuarias son también evidencias del afán de los monarcas y de los gobiernos de las ciudades por controlar el mercado del oro y la plata. Las reglamentaciones que controlaban el lujo en el vestir respondían no sólo al deseo de respetar una cierta modestia cristiana, no obedecían únicamente a un cuidado de segregación social, sino que buscaban que el oro y la plata llegaran preferentemente a los talleres de acuñación más que a los orfebres y sastres tejedores de hermosos vestidos. En ocasiones se llegó a prohibir la fabricación de objetos de oro diferentes de cálices y copones6.

Desde el siglo VIII d. C. hasta el descubrimiento

de América, el oro del que se servía Europa provenía

de una región africana que se extendía desde el

Senegal hasta el Sudán.

El desarrollo de nuevos instru-mentos monetarios, letras de

cambio, moneda escritura, puede explicarse, en buena parte, como compensación de la escasez de oro.

Pero el oro había que buscarlo en tierras lejanas, en lugares a los cuales era difícil llegar.

Desde el siglo VIII d. C. hasta el descubrimiento de América, el oro del que se servía Europa provenía de una región africana que se extendía desde el Senegal hasta el Sudán. Llegar allá era una obsesión para los aventureros cristianos de finales de la Edad Media, excitados por la leyenda acerca de las inmensas riquezas que allí se encontraban. A mediados del siglo XV el portugués Diego Gomes se encargó de difundir en Europa la leyenda que hablaba del rey de Malí, conocido por los viajeros con el nombre de Mansa, Melí o Bous, príncipe fabuloso de quien se decía que poseía todas la minas y que delante de la puerta de su casa había una piedra de oro, nacida de la tierra, de un tamaño tal que veinte hombres no bastaban para moverla y a la cual el rey ataba su caballo. Esta versión contradice lo que se sabe de la producción de oro en aquel lugar: sólo se obtenía oro en polvo. La leyenda se conocía desde cuatro siglos antes en las narraciones y tratados históricos de los sabios árabes. La El Bekri en 1068 e Idrisi en 1154 hablaron de un gran bloque de oro de treinta libras de peso, al que se le había hecho un agujero que servía para atar el caballo del rey. Ibn Kal-dum, en 1400, lamentaba no haber visto la piedra porque el sultán de Malí, quien reinó entre 1359 y 1374, la había vendido a un egipcio. La tradición oral fue difundiendo la leyenda entre los cristianos. Los viajeros y descubridores prefirieron seguir la fábula que rendirse a la verdad de los hechos.

El oro africano, que los árabes de-nominaban tiber, de donde viene el nombre en Europa de auri tibe-ri, era conducido por los mercaderes y las caravanas musulmanas hacia el norte de África, a Marruecos, Tlemecén, Túnez, El Cairo y un poco más al sur hacia Ta-rudante y Sidjümesa. En estos lugares se entraba en contacto con las mercancías europeas. A cambio de oro, los musulmanes ofrecían a las poblaciones mineras africanas sal de las minas de Tagaza y Tafilate (en el Sahara), lingotes de cobre de las minas de Thakadaen en el Sáhara central, vajillas de cobre fa-bricadas en Valencia y Mallorca con el mineral producido en Cartagena, en Génova y en Turquía; telas de Europa; perlas de vidrio de Tiro, de Sidón y de Venecia.

5 Pierre, Vilar, Oro y moneda en la historia, Barcelona, Editorial Ariel, 1981, pp. 49 y 59-60. 6 Heers, Jacques, op. cit, pp. 121-122.

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De los hombres de negocios, los portugueses, los castellanos y los genoveses eran los que estaban en mayor contacto con el norte de África y por tanto los más interesados en llegar directamente al oro tiberi.

Se ha llegado a plantear que la agricultura fue la

motivación fundamental de la colonización protuguesa

en las islas del Atlántico.

Fueron precisamente los genoveses los primeros en organizar ex-pediciones en búsqueda de las tie-rras del oro en polvo. Se trataba de operaciones comerciales, lo que no excluía las de corso y las aventuras militares. En 1291 los hermanos Vivaldi, dos siglos antes del viaje de Vasco de Gama, intentaron el periplo de África, pasaron el estrecho de Gibraltar, siguieron por la costa occidental de África y se perdieron más allá del cabo Juby. Los navegantes enviados a buscarlos por el capi-talista que había financiado el viaje, Tedisio D'Oria, descubrieron las islas Canarias.

Hacia la segunda mitad del siglo XV se reiniciaron las expediciones, después de una larga interrupción, debida, según Pierre Vilar, a que el oro había adquirido valores más normales en relación con la plata y también a que la actividad expansionista europea había disminuido a raíz de la crisis del siglo XIV7. En 1447 el ge-novés Antonio Malfante llegó a

Tlemecén; de ahí partió a Sidjil-mesa y a Tualt, lugar éste de encuentro de las caravanas musulmanas. Desde Tualt, Malfante envió una carta a sus socios comerciales en Génova, en la que confesaba que no había encontrado ni el oro ni los países de los negros; afirmaba, sin embargo, su determinación de avanzar, seguro de encontrarse en la ruta correcta. Se desconoce cuál fue el resultado final de la aventura de Malfante.

El humanista, diplomático y via jero Bennedeto Dei afirmó haber llegado a Tomboctou (capital de Malí) en 1470. Los genoveses emprendieron travesías alrede dor de las costas de África. En 1455 Antonio UsoJimari llegó a Gambia; en 1460 Antonio di Noli visitó Cabo Verde.

c. Trigo, azúcar. La esclavitud

La historia de las expediciones a las islas atlánticas y a las costas de África tuvo que ver con el trigo, el azúcar y el pescado. Se ha llegado a plantear que la agricultura fue la motivación fundamental de la colonización portuguesa en las islas del Atlántico8. La obtención de trigo impulsó a los portugueses en sus avances en el norte de África. "Portugal —escribe Pierre Chaunu— estaba falto de trigo: un año de cada tres, por término medio. Dependía cada vez más de los aportes de los trigos de Marruecos .

Desde el siglo XII, los cristianos europeos cultivaban azúcar en Chipre, Sicilia y en otras colo-

nias italianas del Mediterráneo Oriental. El azúcar era un producto que agotaba rápidamente el suelo, lo que hacía necesarias nuevas tierras para la expansión del cultivo. En los comienzos del siglo XV un genovés, Gio-vani de la Padua, obtuvo del rey de Portugal una licencia para plantar caña en el Algarve. El cultivo se extendió a las recién descubiertas islas Azores y Madera, con el apoyo técnico y financiero de los portugueses; de ahí el azúcar se exportaba a lugares tan lejanos como Flandes y Constantinopla.

Con el azúcar vino la esclavitud. El capturar esclavos llegó a ser una obsesión para los viajeros al África.

La esclavitud no había desaparecido del todo durante la Edad Media. Especialmente en el sur de Europa, Italia, Provenza, Cataluña, las islas Baleares, Portugal, e incluso Andalucía, los esclavos eran empleados en las casas aristocráticas. Aun los clérigos, los hombres de iglesia y los conventos poseían para su servicio por lo menos dos o tres esclavos. Se tra-ta de una esclavitud básicamente doméstica. Los esclavos servían en las faenas de la casa, en el cuidado de los niños, en la compañía de las mujeres que a menudo aportaban una esclava como dote. Una proporción alta de esclavos eran mujeres. En su mayor parte eran jóvenes y de raza blanca, tártaras, caucasianas, búlgaras, serbias. Las fuentes de aprovisio-namiento eran varias: las guerras de reconquista y de cruzada cristiana, la piratería a lo largo del Mediterráneo, y después de 1400

7 Vilar, Pierre, op. cit., pp. 63-64. 8 Godhino, V. M., "Création et dynamisme économique du monde atlantique (1420-1670)", en Annales, Economies, Societés, Civilisations, enero-marzo, 1950.

9 Chaunu, Pierre, La expansión europea, Barcelona, Editorial Labor, colección Nueva Clío, 1972, p. 56.

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en mayor escala el comercio pro-cedente de las plazas italianas del mar Negro y del Egeo. La isla de Kíos (en el Egeo) y Cnadía (en Creta) eran los más conocidos mercados de esclavos. Los musul-manes participaban en el tráfico. Ellos traían al Maghreb, además de oro, esclavos que capturaban o compraban a los jefes de los reinos y tribus africanos, para venderlos luego a los europeos. En 1324 el rey de Malí, convertido al Islam, se dirigía en peregrinaje a la Meca y pasó por El Cairo, acompañado de 500 esclavos, cada uno de los cuales llevaba una caña con un pomo de oro puro de tres kilos de peso; la caravana llevaba además 80 sacos de oro en polvo, es decir, cerca de tres toneladas en total.

En el momento de los descubri-mientos ya existía un tráfico de esclavos que llevaba por lo menos cuatro siglos de duración.

Después de la segunda mitad del siglo XV aumentó la demanda de mano de obra esclava, debido, en primer lugar, a que el avance turco cerró a los genove-ses sus fuentes de aprovisionamiento, y en segundo lugar al aumento del cultivo de caña. Los portugueses y los castellanos se encontraron entonces en una situación ventajosa con respecto a los italianos, aquéllos podían obtener esclavos en las islas del Atlántico y en el África.

Ahora bien, esta esclavitud, por su origen y por su función económica, era diferente de la italiana medieval. Los esclavos vivían ahora lejos de la ciudad y apartados de las familias de sus amos; las mujeres eran menos numero-

sas. Eran en su mayoría africanos y se dedicaban al cultivo de la caña. Los esclavos capturados se in-tercambiaban por oro en polvo o por productos llevados de Europa: baratijas, tejidos, caballos. Antonio di Noli aceptó haber recibido seis esclavos por un caballo; los portugueses acostumbraban recibir quince esclavos por un caballo. Era un comercio que se resolvía en una especie de trueque, sin intervención monetaria y en el cual el hombre adulto, la cabeza, se convirtió en la unidad de valor de los productos ofrecidos a cambio. El mismo Di Noli, quien llevó a Guinea la caña de azúcar, obtuvo del rey de Portugal una autorización para practicar a gran escala la trata de negros. A Lisboa y a otras ciudades portuguesas llegaban numerosos esclavos que eran vendidos y destinados a los grandes dominios territoriales y algunos de ellos al servicio doméstico. La cantidad de esclavos que llegaba a Portugal preocupó a algunos moralistas de

la época. Veían con asombro que se pudieran alterar las costum-bres por obra de quienes criaban esclavos como criar palomas, sin preocuparse por el desenfreno de las esclavas jóvenes. Para algunos de esos moralistas la presencia de negros en Portugal era una amenaza contra la moral pública.

En conclusión, el Portugal de los años ochenta del siglo XV era ya un país con una fuerte tradición esclavista10.

La actividad pesquera en las costas de Portugal y Andalucía estimuló las travesías lejos de las costas. Existen indicios que hacen pensar que los pescadores andaluces visitaron las islas Canarias desde finales del siglo XIV. Una de las razones de los viajes a las costas de África era la de ampliar las bases de pesca. En 1449 el rey Juan de Castilla otorgó una concesión pesquera en el Cabo Boja-dor al duque de Medinasidonia. Desde aquellos años las carabelas andaluzas visitaban las costas de Guinea en competencia con las naves portuguesas. Los marinos fueron aprendiendo que las rutas del Atlántico ofrecían rendimientos más preciados que la pesca. Sobresalían los marinos de Palos, quienes eran buenos conocedores del mar de Guinea y lo habían na-vegado por más tiempo. No debe resultar extraño, por tanto, que Cristóbal Colón se dirigiese preci-samente a Palos en busca de tri-pulación y de buques para su viaje de descubrimiento11.

Otra necesidad europea era la madera. Esta fue escaseando de-bido a la tala de bosques para proveer las minas y las fundiciones. La escasez era notoria en el

10 Estas consideraciones sobre la esclavitud en el siglo XV provienen de Heers, Jacques, op. cit, pp. 108 y siguientes. 11 Céspedes del Castillo, G., "Las Indias en tiempos de los Reyes Católicos", en Historia Social y Económica de España y

América, T. II, Barcelona, Editorial Vicens Vives, 1974, pp. 434-435.

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caso del roble y de la encina, in-dispensable ésta para la cons-trucción de la quilla de las naves. Refiriéndose a la región italiana, Fernand Braudel habla de "sede de madera"; los marinos mediterráneos, agrega, habían adquirido gradualmente el hábito de ir a buscar lejos lo que no podían encontrar en sus propios bosques12. El primer comer-cio importante en la isla de Ma-deira fue la exportación a Portugal de madera de buena calidad para muebles y vigas de casas13.

d. Expansión, burguesía, nobleza y Estado

absolutista

Los viajes del descubrimiento respondían a los intereses de la burguesía puesto que era la oportunidad de ampliar sus

mercados y de encontrar rutas y centros de aprovisionamiento. Las clases nobles, por su parte, estaban también interesadas en la expansión. Se trataba de una oportunidad de aumentar sus tierras y con ello sus ingresos. Mientras los nobles de otros países podían realizar la expansión en territorios cercanos a su origen, utilizando caballos en vez de barcos, en Portugal, debido a su geografía, no había otra opción que la de ultramar. La escasez de tierras era apremiante en el caso de los hijos menores de la nobleza, los segundones que sufrían la "amenaza de des-clasamiento"14.

Los viajes del descubrimiento

respondían a los intereses de la burguesía puesto

que era la oportunidad de ampliar sus mercados y de encontrar rutas y centros

de aprovisionamiento.

La conquista de América fue para algunos de los que en ella participaron una continuación de la reconquista medieval, en el sentido de una aventura militar que proveía el enriquecimiento mediante el botín y la ocupación de tierras. Los primeros conquistadores encontraron en América la oportunidad de llegar a ser nobles; buscaban obtener al menos un título de hidalguía. El hidal-

go pertenecía a la parte inferior de la pirámide social noble, pero, así no fuese muy rico, disfrutaba de los privilegios de la nobleza.

El hidalgo era un hombre que vivía para la guerra, que podía realizar lo imposible gracias a un gran valor físico, que regía sus relaciones con los demás de acuerdo con un estricto código de honor y que reservaba sus respetos para el hombre que había ganado riquezas por la fuerza de las armas y no con el ejercicio de un trabajo manual15.

Hablando de Portugal, Pierre Chaunu distingue dos tipos de expansión: una fundamentalmente terrestre, realizada por la nobleza y de la cual son ejemplos la captura de Ceuta en 1415 y la ocupación de Marruecos que tuvo como móvil la búsqueda de tierras como prolongación de conquista. La otra, esencialmente mercantil, fue obra de la burguesía, a lo largo de la costa de África16 .

La conquista de América fue para algunos de los que en ella participaron una continuación de la

reconquista medieval, en el sentido de una aventura

militar que proveía el enriquecimiento mediante el botín y la ocupación de

tierras.

Los portugueses primero y luego los castellanos abrieron el camino hacia la conquista de ultra-

12 Braudel, Fernand, El Mediterráneo, y el mundo mediterráneo en la época de Felipe II, México, Fondo de Cultura Económica, 1976, Vol. I, p. 187.

13 Parry, John, Europa y la expansión del mundo, p. 60. 14 Wallerstein, Immanuel, El moderno sistema mundial. La agricultura capitalista y los orígenes de la economía mundial

europea, Madrid, Siglo XXI Editores, 1979, p. 67. 15 EUiot, John, Imperial Spain, Londres, Penguin Books, 1963, p. 32. 16 Chaunu,Pierre,op. cit., p. 61

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mar que los llevó a las islas de las especias en el Indico y al des-cubrimiento de un nuevo continente. Unos y otros disponían de una ventajosa situación geográ-

La aparente contradicción del estado absolutista consistía en que era un

aparato para la protección de la

propiedad terrateniente y de sus privilegios y al

mismo tiempo los medios de que se valía para

ejercer esa protección podían asegurar los intereses de la clase

mercantil.

fica como era el estar situados en la encrucijada entre el Mediterráneo y el Atlántico, en las cercanías de África. En las costas del sur de Portugal y de Castilla las corrientes oceánicas eran las más favorables como para emprender una travesía por el Atlántico en las condiciones técnicas de aquella época. A este propósito, escribe Pierre Chaunu:

No existe en todo el Atlántico norte un lugar más idealmente adecuado para la navegación ha-cia las aguas cálidas que la línea costera que va desde el norte de Lisboa a Gibraltar o posiblemente desde Lisboa al extremo de Marruecos. Solamente allí se pueden encontrar alternativa-mente un viento seguro para salir de la costa al mar, en pleno corazón del océano, en el punto más bajo de los vientos alisios, en el momento del solsticio de verano, y un viento para volver,

al contraflujo de las latitudes medias desde el otoño hasta principios de la primavera 17

Los dos reinos ibéricos eran, junto con las ciudades italianas, las regiones de Europa en las que se había alcanzado un mayor desarrollo de la economía monetaria, debido en buena medida a la cercanía con la región islámica y a que su población estaba relativamente más urbani-zada. De ahí que en el sur se sintiese con mayor presión la escasez de oro y plata.

La ventaja de Portugal y Castilla sobre las ciudades italianas era de carácter político. En Italia no hubo la consolidación de la monarquía absolutista. Y fueron precisamente los monarcas los encargados de liderar la expansión descubridora, de otorgar los privilegios y las facilidades para tal empresa; de la monarquía provenía la legitimidad de la ocupación de los nuevos territorios.

En el Estado absolutista el monarca reclama y busca ejercer la soberanía

en un amplio territorio. Forman parte de las atribuciones de la soberanía: la potestad de hacer leyes, la administración de la justicia, el nombramiento de funcionarios, un

ejército propio y permanente, la facultad de declarar la guerra a otros Estados y establecer pactos con ellos, el poder percibir impuestos y emitir moneda, el control sobre aquellos poderes que reclaman autonomía: las ciudades y la iglesia. La existencia de una cierta entidad territorial fue circunstancia que acompañó la formación del Estado absolutista y que resultó de la ampliación del mercado interno y de la configuración de algunos hechos propios de una cultura nacional, lengua, religión, tradición histórica común. En este sentido, la monarquía absolutista representó un primer paso hacia la constitución del Estado-nación. Las monarquías absolutistas re-presentaban fundamentalmente los intereses de la clase noble. La aboli-ción generalizada de la servidumbre y la conmutación de las rentas en trabajo y en especie por rentas en dinero, hechos ocurridos a finales de la Edad

Media, amenazaban el control que los señores ejercían sobre sus campesinos dependientes. Ante

esta situación, la nobleza reorganizó su aparato de coerción reforzando el poder del rey. Frente a su otro antagonista, la clase mercantil, la monarquía la

17 Chaunu, Pierre, Séville et l'Atlantique, Paris, I, p. 52.

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utilizó para sus fines, aprove-chándose del crecimiento co-mercial. La aparente contradic-ción del Estado absolutista con-sistía en que era un aparato pa-ra la protección de la propiedad terrateniente y de sus privile-gios y al mismo tiempo los me-dios de que se valía para ejercer esa protección podían asegurar los intereses de la clase mercantil. Hubo una coincidencia temporal entre los intereses de la nobleza y los de la burguesía18.

Las monarquías facilitaron y apo-yaron las empresas de conquista. La coincidencia de intereses se debía a que buena parte de las actividades de la burguesía mer-cantil no implicaba una ruptura radical con el orden agrario feu-dal. Tal era el caso de la especula-ción comercial a partir de produc-tos valiosos que ponían "en rela-ción puntos del globo en los que las condiciones de producción eran completamente distintas"19. Se trataba del "comercio interme-diario" (carrying trade), en el cual la principal ganancia no se obtiene mediante la exportación de productos del propio país, sino sirviendo de vehículo al cambio de productos de comunidades po-co desarrolladas comercialmen-te"20. Por otra parte, como lo ha explicado Maurice Dobb, la bur-guesía mercantil de la temprana edad moderna, cuyas ganancias no provenían ni del trabajo de los siervos ni de la explotación de un proletariado dependiente, debió su éxito en buena parte a la explo-tación de una ventaja política, al pillaje disimulado y a la adquisi-

ción de derechos monopólicos que "la protegieran de la competencia y contribuyeran a volcar en su fa-vor los términos de intercam-bio"21. Precisamente en esto con-sistía la función de la monarquía: otorgar la necesaria protección a los comerciantes y exploradores a su servicio y defenderlos de los competidores al servicio de otros monarcas.

2. MOTIVACIONES ESPIRITUALES

Los intereses materiales de que se ha venido hablando para ex-plicar la expansión europea del siglo XV estuvieron acompaña-dos de preocupaciones espiritua-les expresadas en un afán evan-gelizador y en la intención de atacar al infiel musulmán. Du-

rante la Edad Media en la pe-nínsula ibérica las luchas de avance territorial habían sido llevadas a cabo contra los mu-sulmanes, esto es, se habían definido en términos religiosos. En el siglo XV el avance de los turcos otomanos venía amenazando a la cristiandad, de tal manera que la expansión atlántica bien puede ser considerada como una reacción contra este hecho. "Sin duda —concluye Immanuel We-llerstein— las pasiones de la cristiandad explican muchas de las decisiones particulares to-madas por los portugueses y los españoles, tal vez en parte la in-tensidad del compromiso o el ex-ceso de compromiso"22.

a. El miedo al infiel. La amenaza turca

Las comunidades cristianas es-tablecidas por los franciscanos y dominicos en la lejana China, en las tierras del gran Khan, ve-nían en decadencia. Desde la se-gunda mitad del siglo XV, una tras otra fueron desapareciendo.

Después de 1404, el arzobispado de Khanbalik (fundado a co-mienzos del XIV) no dio signo alguno de vida. Se perdió la pista de las fraternidades que un viajero había encontrado en el país calmuco hacia 1400. Las montañas del Cáucaso protegieron durante más tiempo a los grupos cherkeses cristianos, a los que se refiere todavía un documento de 1486: último resplandor de una llama vacilante23

18 Esta interpretación del signifícado del estado absolutista con respecto al capital mercantil es de Anderson, Perry, The Lineages of the Absolute State, London, Verso Edition, 1979, pp. 40 y siguientes.

19 Vilar, Pierre, La transición del feudalismo al capitalismo, El feudalismo, Madrid, Editorial Ayuso, 1975, p. 64. 20 Marx, Carlos, El Capital, México, Fondo de Cultura Económica, Vol. II, p. 318. 21 Dobb, Maurice, Estudios sobre el desarrollo del capitalismo, Madrid, Siglo XXI Editores, 1974, p. 115. 22 Wallerstein, Immanuel, El moderno sistema mundial, p. 69. 23 Rapp, Francis, La Iglesia y la vida religiosa en Occidente a fines de la Edad Media, Barcelona, Editorial Labor, colección Nueva

Clío, 1973, p. 120.

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No es extraño, pues, que entre los propósitos de los expedicionarios estuviese el llevar apoyo a esos grupos y difundir el mensaje cristiano. La leyenda del preste Juan, de la que se va a hablar más adelante, era una manera de expresar el afán misio-nero, presente en las concesiones que los papas hacían a los monarcas. El papa Nicolás V (1447-1455) concedió a Portugal las adquisiciones territoriales en las regiones que explorase con el cometido de difundir la fe. Era la prefiguración del patronato que más tarde, a partir del siglo XVI, "debía poner en manos de los reinos ibéricos la tarea de implantar y organizar la Iglesia en sus imperios"24.

La caída de Constantinopla (1453) acrecentó el temor de los dirigentes de la Iglesia que veían en estos avances turcos una seria amenaza contra la cristiandad. El humanista Ae-neas Sylvius Piccolomini, futuro papa Pío II, se expresó en los si-guientes términos:

En el pasado habíamos sido heridos en Asia y en África, es decir en unos países extranjeros. Pero ahora hemos sido golpeados en Europa, en nuestra propia patria. Se podrá objetar que en otras ocasiones los turcos pasaron de Asia a Grecia, y los mongoles se establecieron en Europa, y los árabes ocuparon una parte de España después de haber pasado el estrecho de Gibraltar. Pero nunca antes habíamos perdido una ciudad o un lugar comparable a Constantinopla25.

Hay que reconocer que este temor no era sentido ni compartido por

toda la cristiandad europea. Son numerosos los ejemplos de inasistencia a las naciones amenazadas. La idea de que la guerra no era la única forma de relación con

La caída de Constantinopla acrecentó el temor de los dirigentes de la Iglesia que veían en estos avances turcos una

seria amenaza contra la cristiandad.

el infiel ya se había planteado desde el siglo XIII. En 1219 Francisco de Asís intentó negociar un acuerdo entre los cristianos que asediaban Amietta y el sultán musulmán. En 1220 un grupo de frailes partió hacia Marruecos en labor misionera y el dominico Jordán de Sajonia organizó misiones en Oriente. Uno de los objetivos de la Summa contra gentiles de Tomás de Aquino era refutar los argumentos de los filósofos árabes, llamón Lull, eminente intelectual mallorquí, sugirió a varios obispos la conveniencia de crear en las universidades cursos de siríaco, árabe y hebreo, propuesta que finalmente quedó en letra muerta. En el siglo XV la idea de guerra santa fue perdiendo prestigio en algunos círculos de inte-lectuales. Wladimiro, un profesor polaco, planteó en el concilio de Constanza que para defender una causa justa un gobernante cristiano podía solicitar el apoyo de un príncipe musulmán. Nicolás de Cusa reconocía que a Ma-

homa lo había animado una noble vocación, cual era la de lograr el tránsito del politeísmo al mono-teísmo26. La expansión turca en los Balcanes, advierte Fernand Braudel, fue facilitada por el des-contento social allí existente. "Una sociedad señorial, inexorable para el campesino, viose sor-prendida por el choque y acabó derrumbándose por sí sola. La conquista que marca el fin de los grandes terratenientes, señores absolutos en sus tierras, es tam-bién, desde ciertos puntos de vista, la liberación de los pobres27. Numerosos campesinos europeos migraron a tierras de los turcos, allí encontraron mejores cond'-ciones como lo fueron las muta-ciones de rentas en trabajo por rentas en dinero.

Fueron infructuosos los esfuer-zos de los papas Calixto III (1455-1458), Pío II (1458-1464) y Sixto IV (1471-1474) para lograr una cruzada. El papa Pío II manifestó su preocupación:

Dormimos un sueño profundo. Hacemos la guerra entre nosotros y dejamos libres a los turcos para que hagan lo que quieren. Por los motivos más vanos, los cristianos recurren a las armas y libran entre ellos sangrientas batallas; mas cuando se trata de combatir a los turcos que lanzan blasfemias a la faz de nuestro Dios, que destruyen nuestras iglesias, que desean nada menos que aniquilar el nombre cristiano, entonces sólo quieren lavarse las manos. En verdad los cristianos se han dividido y se han convertido en servidores inútiles28

Los llamados papales a una cruzada se hicieron más vehementes

24 Ibid., p. 122. 25 Citado por Delumeau, Jean, op. cit., p. 346. 26 Citado por Delumeau, Jean, La peur en Occident, París, Pluriel, 1978, p. 343. 27 Rapp, Francis, op. cit, p. 126. 28 Braudel, Fernand, El Mediterráneo, Vol. II, p. 15.

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ante la inercia de los reyes cristia-nos. La idea de cruzada ya no alentaba a las multitudes como había ocurrido en otras épocas. Pero la iglesia no desmayaba. A mediados del siglo XV el papa Ca-lixto ordenó a todos los cristianos que recitasen todos los días el an-

El debilitamiento del poder papal es uno de los hechos

sobresalientes de finales de la Edad Media.

gelus para implorar al cielo contra la amenaza turca. En 1463 Pío II despachó predicadores a toda Europa con el fin de remover el ánimo de las multitudes.

En España sí hubo respuesta a las exhortaciones papales. En 1455 el rey Enrique IV de Castilla reanudó la reconquista, empresa felizmente culminada en 1492 con la rendición de Granada, último reducto musulmán en la península ibérica. En febrero de 1502 una pragmática real ordenaba la expulsión de todos los moros adultos no convertidos al cristianismo. La reina Isabel y el cardenal Jiménez de Cisneros fueron los campeones de este nuevo espíritu de cruzada. John Elliot escribe refiriéndose a los Reyes Católicos:

Gobernaban un país cuya sensi-bilidad religiosa se había visto agudizada casi hasta un estado febril por las milagrosas realiza-ciones de los últimos años. Al ver cómo se derrumbaba ante ellos

el reino de Granada y se cum-plían finalmente las esperanzas de tantos siglos, era natural que los castellanos se creyesen depositarios de la santa misión de salvar y redimir al mundo, amenazado por el nuevo avance del Islam por el Este.29

b. Intolerancia religiosa. Apoyo monárquico

Europa en la época de la expansión vivía un clima de intolerancia contra las manifestaciones religiosas no cristianas, propiciado por teólogos y escritores católicos. Las amenazas que la Iglesia venía enfrentando y su propia crisis fueron interpretadas como parte de un vasto complot de Satanás con la finalidad de hacer triunfar el mal sobre el bien.

El debilitamiento del poder papal es uno de los hechos sobresalientes de finales de la Edad Media. Los antecedentes hay que buscarlos en el llamado Cautiverio de Avignon (1317-1318), cuando la sede se trasladó a Avignon y el papa se convirtió en una especie de funcionario al servicio de los intereses políticos y personales de la monarquía francesa. La crisis de prestigio se prolongó con el Cisma de Occidente de 1378 a 1417, cuando la cristiandad soportó varios papas a la vez. A pesar de que el concilio de Constanza (1414-1417) logró la reunificación formal de la Iglesia, "ya era demasiado tarde para rescatar la autoridad universal que antaño había ejercido la Iglesia30. En el siglo XV el papado se estaba

transformando en un principado temporal que trataba con las otras potencias católicas como soberano italiano y subordinaba así lo que podrían ser las exigencias de la Iglesia a la afirmación de su propio poder secular.

El poder monárquico de la corte romana, anota un historiador ita-liano, es de un carácter un tanto singular. No se transmite de pa-dre a hijo, pero se acumula en los miembros de la familia —sobre todo en los sobrinos— cuyo jefe es elevado al solio de Pedro. Esta tendencia es evidente a partir de Calixto III (Alfonso Borgia 1455-1458), de modo que en un período de no muchos decenios se suceden en la máxima jerarquía por dos veces, los miembros del mismo grupo familiar: Borgia, Della Rovere, Piccolomini y Médici; en seguida vendrán los Farnese y losCaraffa31.

El poder universal que reclamaban los papas, en realidad, no pasó de ser nominal. Se estaba reduciendo a un principado italiano más. La reputación de corruptos32 hacía que se fuera perdiendo la confianza en los papas. Se plantearon dudas acerca del origen divino de la autoridad papal y acerca de los medios que la Iglesia proponía para obtener la salvación. John Wicleff (1324-1384), en Inglaterra, al no admitir los sacramentos negaba la iglesia jerárquica. Para él los sa-cerdotes sólo son los dispensado-res de la palabra; la Biblia debe remplazar al derecho canónico. Juan Huss (1370-1414), en Bo-hemia, negaba que el papado fuese una institución de origen divino. Huss murió en la hogue-

29 Elliot, John, Imperial Spain, pp. 105-106. 30 Kahler, Eric, Los alemanes, México, Fondo de Cultura Económica, 1977, p. 166. 31 Ruggiero, Romano, Fundamentos del mundo moderno. 32 Aunque exagerada, hay algo de verdad en la siguiente afirmación de Eric Kahler: "No hubo crimen, no hubo abuso, no hubo

libertinaje que no practicaran los brillantes pero inescrupulosos papas de esa época. Inocencio VIII se ganó el mote de 'padre de Roma' por la cantidad de hijos que engendró.

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ra; sus seguidores, después de una tenaz lucha contra las cruzadas encabezadas por el Papa y el emperador alemán, lograron que el concilio de Basilea (1436) otorgase la comunión bajo las dos especies, lo que era "una victoria limitada, pero auténtica del sacerdocio universal"33. Un tamborilero, Juan Böhm, en Niklahaussen, Franconia, amotinó a los campesinos contra los clérigos (1476). Como concluye Francis Rapp, "la paz de que gozaba la Iglesia a finales de la Edad Media era precaria y su autoridad frágil. Incluso desarticulada, la revolución de Bohe-mia —hussita— había mostrado cuan potente podía resultar un movimiento herético"34.

A lo dicho sobre la crisis de la Iglesia, se puede agregar el creciente espíritu de angustia religiosa que se había formado como consecuencia de las calamidades que hubo en Europa en los dos últimos siglos de la Edad Media: la peste de 1348, que diezmó en un tercio la población; la Guerra de los Cien Años que enfrentó, entre 1337 y 1453, a las monarquías francesa e inglesa; las frecuentes hambrunas; la continua rebelión en campos y ciudades. Los teólogos y predicadores se encargaron de presentar la situación como resultado del pecado, obra del anticristo, de anunciar la inminencia del fin del mundo, de suscitar un pavoroso temor a la muerte, de intensifi-

car el culto a la Virgen, a la pasión de Cristo y a los santos. El viernes santo, escribe Pierre Chaunu, era entonces de lejos la fiesta más importante del calendario cristiano35. Jerónimo Sa-vonarola anunciaba en sus vehementes prédicas la llegada del anticristo. En el siglo XIV apareció la palabra macabro y en el XV se multiplicaron las danzas macabras. "Nunca antes como en el siglo XV se divulgó tanto el culto a los santos: sus reliquias eran objeto de disputas; fueron los protectores de innumerables cofradías y se multiplicaron sus imágenes consideradas casi como talismanes"36.

Fue en este contexto religioso en el que se elaboró una nueva imagen de Satanás. Era representado como el maestro de la maldad, el príncipe de este mundo, dispuesto a triunfar sobre la cristiandad descarriada.

El surgimiento de la modernidad estuvo acompañado de un increíble temor al demonio. El Renacimiento heredó segura-mente conceptos e imágenes de-moníacas que se habían formado y multiplicado a lo largo de la Edad Media. Pero le dio una coherencia y una difusión no al-canzadas hasta entonces .

Satanás dejó de ser un tentador rebelde para transformarse en la manifestación del espíritu del mal: inmanente, poderoso, abordable y deseoso de ayudar a la humanidad para servir a sus

propios fines. La tolerancia que la iglesia primitiva mostrara para con el diablo desapareció. Ahora era el enemigo y no el alborotador temporal38

La imprenta, inventada a me-diados del siglo XV, contribuyó a la difusión de la nueva imagen de Satanás. A los libros especia-lizados en el tema hay que agregar los folletos, las hojas volantes repartidas por buhoneros, magos y exorcistas ambulantes. Los relatos de crímenes y atrocidades que en ellos se escribían tenían como finalidad poner en guardia a las personas contra las trampas del demonio39.

Hubo una representación más severa de las penas del infierno, como lo ha mostrado Jerome Baschet en un estudio sobre Francia del siglo XIV. Lo imaginario penal retrocedió ante la necesidad de manifestar el in-menso poder de la justicia divina. En las representaciones re-trocedieron los castigos que te-nían lugar en paisajes imagina-rios, en valles inmensamente fríos, en abismos, en puentes an-gostos; se dio mayor importancia a los suplicios realizados con cuchillos, horcas, ruedas, a las mutilaciones, a las torturas en estufas, en sartenes, en forjas, en ollas, lugares y objetos ligados con la vida cotidiana. Había que dejar en claro que no bastaba saber sobre los castigos; había que verlos, tenerlos cerca e

33 Delumeau, Jean, La Reforma Protestante, Barcelona, Editorial Labor, colección Nueva Clío, 1973, p. 17. 34 Rapp, Francis, La Iglesia y la vida religiosa, p. 157. 35 Chaunu, Pierre, Le temps des reformes, Bruselas, 1984, p. 205. 36 Delumeau, Jean, op. cit, p. 8. 37 Delumeau, Jean, La peur en Occident, p. 304. 38 Quife, G. R-, Magia y maleficio. Las brujas y el fanatismo religioso, Barcelona, Editorial Crítica, 1989, p. 68. 39 De los escritos en la época de los descubrimientos, sobresalen: El Martillo de las Brujas, del cual se hicieron al menos 34

ediciones entre 1486 y 1669, lo que significa 30.000 a 50.000 ejemplares puestos en circulación en Europa por los editores de Franckfurt y de las ciudades renanas (14 ediciones), de Lyon (11 ediciones), de Venecia y París (2 ediciones), de Nuremberg (4 ediciones); La nave de los locos (1494), obra en la cual el autor, de apellido Brant, hace una enérgica condena de la imprenta, a la cual califica de máquina satánica; El tratado de las penas del infierno (1492); El calendario de los pastores (1491), con un capítulo dedicado a los suplicios del infierno. Véase Delumeau, Jean, La peur..., op. cit, pp. 314-315.

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imaginar mejor lo que se habría de sufrir en el infierno40.

Las prácticas mágicas y los rituales campesinos fueron satanizados. Para los campesinos el demonio no tenía el carácter tan trágico como el de la élite eclesiástica. El demonio campesino era una divinidad entre otras, que inclusive podía ser bienhechor. El diablo popular era me-nos temible de lo que aseguraba la Iglesia. Lo que ésta se proponía era precisamente hacer conocer a las clases populares que, como había afirmado San Agustín, no existen demonios buenos. Desenmascarar al demonio fue una de las empresas de la cultura dominante del siglo XV.

Los turcos, las brujas, los judíos, los herejes y los idólatras constituían los agentes de Satanás. A

ellos había que derrotarlos o incorporarlos a las filas del cristianismo, aun por la

fuerza.

Tal tarea se extendió a los territorios de ultramar. El descubrimiento de América permitió constatar que el imperio del demonio era mucho más vasto de lo que los occidentales se habían imaginado. Los misioneros y la mayoría de la élite católica adhirieron a la opinión del padre Acosta según la cual, después de la venida de Cristo y de la ex-

pansión de la verdadera religión por el viejo continente, Satanás se refugió en América donde tenía uno de sus bastiones. Las religiones indígenas eran, pues, obra del demonio. La idolatría, pecado contra la naturaleza, era calificada de diabólica. Sus creencias y prácticas rituales constituían desviaciones que por sí solas, según pensaba Sarmiento de Gamboa, eran razón suficiente para justificar la intervención y la soberanía de los reyes de España. En suma los misioneros cristianos habrán de trasladar a América su infierno de llamas en donde ellos colocaban a todos los indígenas que habían vivido en América antes de la llegada del cristianismo, tal como lo declaró en 1551 un concilio en Lima41.

De manera que los turcos, las brujas, los judíos, los herejes y los idólatras constituían, como los ha denominado Jean Delu-meau, los agentes de Satanás. A ellos había que derrotarlos o incorporarlos a las filas del cristianismo, aun por la fuerza. Una enumeración de las medidas adoptadas por los monarcas, la Iglesia y los inquisidores en las postrimerías del siglo XV, sirve para ilustrar el clima de intolerancia en el momento del descubrimiento de América. En 1478 los Reyes Católicos obtuvieron del papa Sixto IV el permiso para fundar en el territorio español un tribunal de la inquisición con la finalidad de perseguir a los cristianos nuevos y que eran sospechosos de continuar con sus prácticas judías; el 5 de di-

ciembre de 1484 el papa Inocencio VIII, por medio de la bula Summis desiderantes afectibus, autorizó la persecución contra las brujas y exigió que se apoyase a los inquisidores; en 1486 dos dominicos, Heinrich Kramer y Jacob Sprenger, escribieron el más famoso y difundido manual de inquisidores: El martillo de las brujas; el 30 de marzo de 1492, menos de tres meses después de la toma de Granada y unas semanas antes de la firma de los acuerdos con Cristóbal Colón, los reyes firmaron el edicto de expulsión de los judíos.

La Iglesia contó, en el caso español, con el apoyo de los monarcas, stos encontraron en los programas de unidad religiosa un instrumento útil de consolidación de su poder. Los privilegios que tenía la Iglesia como poder universal eran un serio obstáculo a la afirmación de la soberanía territorial del absolutismo. Los reyes buscaron controlar el nombramiento de funcionarios eclesiásticos y hacer que la religión sirviera a sus intereses dinásticos. La inquisición dejó de ser un tribunal controlado por el papa, como en la Edad Media, para serlo por los soberanos, quienes nombraban a los inquisidores y les pagaban con dinero del fisco real. Los reyes exigían que las disposiciones emanadas de las cortes pontificias y de los concilios provinciales obtuviesen el pase regio antes de ser publicadas en sus dominios; lograron de los papas privilegios con los cuales extendieron el control religioso a las tierras recién con-

40 Baschet, Jerome, "Les conceptions de l'enfer en France au XTV siécle: imaginaire et pouvoir", en Anales, économies, sociétés, civilisations, enero-febrero, 1985, No. 1, pp. 185-207.

41 Las consideraciones acá expuestas sobre la actitud de la élite católica acerca del demonio popular y de las religiones indígenas, provienen de Delumeau, Jean, La peur en Occident, pp. 317-318, 332-333 y 336. Para lo referente a la relación entre prácticas mágicas campesinas y demonización, véase Muchembeld, Robert, "L'autre cote du miroir: mythes sataniques et realités culturelles aux XVI et XVII siécles", Annales, économies, sociétés, civilisations, marzo-abril, 1985, pp. 288-303.

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quistadas. Por una bula del 13 de diciembre de 1486, Inocencio VIII concedió a la Corona española el derecho de patronato y de presentación de todos los beneficios en el recién ocupado reino de Granada. Alejandro VI por la bula ínter Caetera de 1493 les otorgó derechos exclusivos de evangelización en las tierras descubiertas por Colón. La Igle-sia brindó también apoyo fiscal. Una bula de 1508 concedió a perpetuidad a la Corona todos los diezmos recaudados en las Indias. Las tercias reales, una de las fuentes de ingresos de la Corona, eran de origen eclesiástico y consistían en la tercera parte de todos los diezmos pagados a la Iglesia en Castilla. En 1494 Alejandro VI determinó que las tercias revirtieran para siempre a la Corona.

Colón, ambicioso, era a la vez un hombre religioso

que se creía el mensajero de Dios, escogido por El para colaborar en la

conversión de los infieles.

Los descubridores y aventureros del siglo XV solían mezclar sus argumentos materiales con los espirituales. El espíritu religioso y evangelizador no lo separaban de las otras esperanzas materiales; para ellos, "la distinción entre lo espiritual y lo material no era sentida de la misma manera que por nosotros, así como tampoco distinguían entre la observación científica y los rumores más fantásticos42

Un buen ejemplo de esta combi-nación de intereses es el caso de Cristóbal Colón. De él se ha dicho que estaba obsesionado por el oro. Pierre Vilar observa que las páginas del diario "entre el 12 de octubre de 1492, en que abordó las primeras islas, y el 17 de enero de 1493, en que emprendió el regreso, contienen por lo menos 65 pasajes relativos al oro"43. Jacques Heers dice que Colón, como hombre de su tiempo y formado en una ciudad de financistas, padecía una fascinación por el oro, una pasión obsesiva que se manifestaba en todos sus actos, sus proyectos, sus iniciativas. Esta curiosidad se puede ver en las citas bíblicas que se encuentran en sus propios escritos y en las múltiples anotaciones sobre el margen de los libros. En la Biblia él retiene sobre todo aquellos pasajes en los que se describen los viajes del rey de Judá y aquellos viajes ordenados por Salomón en busca de oro.

Colón sabía, agrega Heers, de la fabulosa comarca de Ophir, país de minas que el mismo Colón, su hermano y sus amigos cartógrafos habían representado en el pla-nisferio. Colón sabía de los viajes y las riquezas legendarias de la reina Saba. Colón cubrió de notas las páginas de su ejemplar del libro Imago mundi, escrito por Pierre D'Ailly, en el cual subrayó y comentó las líneas que hablaban de oro, plata y piedras preciosas44.

Colón, ambicioso, era a la vez un hombre religioso que se creía el mensajero de Dios, escogido por El para colaborar en la conversión de los infieles. Creía que la conquista de las Indias occidentales y la conversión de los indígenas debían preparar la reconquista de Jerusalén y que el oro que iba a encontrar debía servir a ese fin. Así lo revela su diario cuando dice que espera encontrar oro y "en tanta cantidad, que los reyes antes de tres años emprendiesen y aderesasen para ir a conquistar la Casa Sancta que así dize él a Vuestras Altezas que toda la ga-nancia desta mi empresa se gas-tase en la conquista de Hierusa-lem, y Vuestras Altezas se rieron y dixeron que les plazía, y que sin esto tenían aquella gana"45. Es difícil pensar, concluye Heers, que a Colón lo animase un total desinterés material y que el deseo de recuperación de Jerusalén estu-viese presente desde el comienzo mismo de la maduración de sus proyectos o desde la llegada a Castilla. Pero sus ideas religiosas no eran simple artificio. Colón se creía de verdad misionero. Si hay que atenerse a los hechos, justo es reconocer que el oro de América, si bien no sirvió para la recupera-

42 Vilar, Pierre, Oro y moneda en la historia, p. 85. 43 Ibid. 44 Heers, Jacques, Christophe Colomb, p. 127. 45 Colón, Cristóbal, Textos y documentos completos, Madrid, Editorial Alianza, 1982, p. 101.

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ción de los lugares santos, sí fue útil en la financiación de la lucha armada contra los turcos y berbe-riscos del norte de África 46.

El caso de las primeras expedi-ciones portuguesas sirve también para ilustrar la combinación de los intereses materiales con las justificaciones de orden espiritual. El cronista Gomes Eanes de Azurara menciona las" siguientes razones que motivaron a Enrique el Navegante a apoyar las expediciones marítimas: el deseo de establecer lucrativos comercios nuevos e investigar la extensión del poder de los moros, convertir paganos al cristianismo y buscar alianzas con todo gobernante cristiano que pueda encontrarse47. Se pretendía "saber si había en aquellos lugares otros príncipes cristianos en quienes la caridad y el amor a Cristo estuvieran tan arraigados que quisieran ayudarle contra el enemigo de la fe"48. Seguramente el cronista se refería a las tierras en las que gobernaba el preste Juan.

La leyenda de los reinos del preste Juan había surgido en Europa hacia mediados del siglo XII. Se creía que un rey clérigo de nombre Juan residía en un reino en Oriente, más allá de Persia, pero que luego se había dirigido más al norte. Una crónica hablaba del preste como descendiente de los tres reyes magos. En su reino él ya había logrado victorias contra los infieles musulmanes. Hacia 1165 apareció el texto de una carta supuestamente escrita por el preste Juan, dirigida al empera-dor bizantino y al rey de Francia con la promesa de colaborarles

en la recuperación del santo sepulcro. No se ha llegado a saber quién escribió la carta; de ella han aparecido más de cien versiones en diferentes idiomas.

El caso de las primeras expediciones portuguesas

sirve para ilustrar la combinación de los

intereses materiales con las justificaciones de

orden espiritual.

En la época del príncipe Enrique el Navegante, primera mitad del siglo XV, los dominios del legendario rey-sacerdote se habían trasladado del oriente a Etiopía. Los portugueses creyeron que se encontraban cerca de las tierras del preste Juan al arribar a la costa suroccidental de África. Esto fue lo que concluyeron al enterarse de que en los presentes que el rey de Benin solía enviar a otro rey llamado Oganin había grabadas pequeñas cruces. En 1493 Pero Covilha llegó a Etiopía, cum-pliendo instrucciones del rey Juan para promover una alianza con el preste Juan.

Existían otros lugares construidos por la fantasía medieval, de los cuales se venía hablando durante varios siglos. Encontrarlos era uno de los objetivos de los viajeros y aventureros del siglo XV. El paraíso terrenal era uno de esos sitios. Cristóbal Colón creyó haberlo encontrado en su tercer viaje, a lo largo de las costas del golfo

de Paria, en la bahía formada por el río Orinoco.

Otro lugar era la isla de San Brendan. Brendan fue un monje irlandés muerto hacia el 580, evangelizador de una parte del norte de Inglaterra. De él se decía que había emprendido un viaje hacia Escocia y de ahí más allá del océano en peregrinación a tierras desconocidas. Finalmente habría llegado a una misteriosa isla que a lo largo de la Edad Media se llamó isla de Brendan. Esta fue una leyenda que se mantuvo viva en los países occidentales con vínculos oceánicos, islas británicas, Bretaña, norte de la península ibérica. La misma tradición fue adoptada y cultivada por los portugueses y por los colonos de las islas Canarias, Azores y Madera. Para ellos, Brendan fue una especie de viajero precursor. Más aún, la idea de que existía una isla previamente descubierta y situada en el Atlántico era un punto de apoyo a los planes de Colón, consistentes en llegar por vía occidental a los centros donde se conseguían las especias. En Portugal se creía que esta isla había sido redescubierta (entre el 600 y el 700) y colonizada por siete obispos, para luego caer en poder de grupos bárbaros. De ahí que el volver a encontrarla suponía una labor de reconquista cristiana. La existencia de una isla, y según otras versiones con siete ciudades, era algo en lo que creían no sólo los viajeros y marinos sino también los hombres de ciencia y los gobernantes.

En 1462 el rey Alfonso V de Portugal concedió a un caballero de

46 Heers, Jacques, op. cit., pp. 570 y siguientes. 47 Citado por Parry, John, Europa y la expansión del mundo, p. 38. 48 Citado por Boorstin, Daniel, Los descubridores, Barcelona, Editorial Crítica, 1986, p. 174.

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su corte, llamado Joham Vogua-do, los derechos de justicia y de percepción de impuestos sobre las islas que él pudiera encontrar. El 12 de enero de 1473 el mismo soberano cedió la "isla de las siete ciudades" a su hija Brit-tes. El 12 de julio de 1486 Juan II de Portugal otorgó al flamenco Fernando van Olmen un pri-

vilegio para ir con dos caballeros a esclarecer el misterio de la isla de que tanto hablaban las leyendas. Van Olmen se asoció con un portugués, Joao Estreito, rico colono de Madera. Como concluye Jacques Heers, nada demuestra mejor la percepción del mito como una realidad que estas

concesiones de los monarcas portugueses.

Entre los castellanos la idea de la isla de Brendan suscitó interés, especialmente después de los viajes de Colón. En 1526 Fernando de Troya y Francisco Al-varez emprendieron una expedición para encontrar la "isla de las siete ciudades". En 1570 varios testigos afirmaron bajo ju-ramento haberla visitado. En 1590 Juan Abreu, en su obra Historia de las siete islas de la Gran Canaria, identificó la isla más lejana como la de San Bren-dan. El último viaje oficial para descubrirla se remonta a 1752. Ralph Morison, el gran biógrafo de Colón, anota cómo todavía en el siglo XIX las cartas marinas y los globos terrestres presentaban un océano Atlántico salpicado de islotes imaginarios49.

49 Lo acá dicho sobre la isla perdida ha sido tomado de Heers, Jacques, op. cit., pp. 136 y siguientes

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EXPLOTACION Y ECONOMIA MORAL

EN LOS ANDES DEL SUR: HACIA UNA RECONSIDERACIÓN CRITICA*

Brooke Larson Departamento de Historia, Universidad del Estado de Nueva York, en Stony Brook

I. INTRODUCCIÓN

La idea de escribir este trabajo se sembró en mi subconsciente hace cerca de un año, cuando un antro-pólogo andino comentó, casual-mente, que el repartimiento de mercancías pudo haber sido una institución más benévola de lo

El sentimiento andino hacia la costumbre de pagar tributo

reflejaba la visión del tradicional "pacto de

reciprocidad" que había gobernado las relaciones entre el

Estado y el campesinado durante el período colonial.

que generalmente han supuesto ios historiadores. En ese enton-comentario me pareció impetuoso e irreflexivo: una puñala-

da a la historiografía andina que ha entendido la insurrección andina en el siglo XVIII como una respuesta (por lo menos en parte) a la creciente explotación frente a esta institución.

No obstante, al reflexionar un poco más, este provocativo comentario me pareció menos impulsivo. Aquel antropólogo tema en mente, sin duda, el reciente estudio de Tristan Platt sobre los campesinos de Chayanta, quienes en el siglo XIX aceptaron gustosos la reinstitucionalización del tributo bajo el Estado republicano1.

Platt demostró cómo el senti-miento andino hacia la costumbre de pagar tributo reflejaba la visión del tradicional "pacto de reciprocidad" que había gober-nado las relaciones entre el Es-tado y el campesinado durante el período colonial.

Lógicamente puede argumentarse que el repartimiento de mer-cancías —otra forma de extraer

tributo— no fue sino una carga más para ser asumida colectiva-mente por los indios del ayllu en el siglo XVIII, a cambio de la sanción estatal de los derechos de propiedad colectiva de la tierra.

* Trabajo presentado en el simposio sobre "Keproducción y transformación social en las sociedades andinas", julio 28-30, 1986, Quito, Ecuador (versión corregida, 1988). Traducción de la autora, editada por Frank Salomón y Alberto Flórez M.

1 Platt, Tristan, Estado boliviano y ayllu andino, Lima, I E.P., 1982.

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Page 73: Historia Crítica No. 6

Aparentemente, mi colega an-tropólogo estaba sugiriendo que, como el tributo, los repartos no fueron necesariamente percibidos como explotadores, a pesar de lo rígida y dura que esta institución colonial aparece ante los historiadores que viven en economías de mercado modernas y que se sitúan en la tradición de la "leyenda negra".

Si queremos superar las Aproximaciones mecanicistas hacia la

economía campesina y hacia el comportamiento político de las

comunidades andinas en coyunturas históricas determinadas, los

historiadores debemos examinar el delicado tejido de las normas

sociales y de las reciprocidades que regulaban la vida material y formaban

la base ideológica del orden hegemónico.

Desde mi punto de vista, la anotación del antropólogo referido es un ejemplo de relativismo radical, el cual reduce el concepto de "explotación" a uno puramente subjetivo. Y aun así se plantea un punto importante: lo que aparece como explotación ante un grupo puede no ser necesariamente percibido como tal por otra colectividad. Lo mismo puede decirse para un mismo grupo, por ejemplo ayllu en particular, refiriéndose a diversos momentos a través del tiempo. Los historiadores que asumen una aproximación estrictamente materialista al problema de la explotación no son capa-

ces de explicar convenientemente las variadas reacciones de grupos campesinos ante fuerzas estruc-turales de cambio similares. Si queremos superar las aproxima-ciones mecanicistas hacia la eco-nomía campesina y hacia el com-portamiento político de las comu-nidades andinas en coyunturas históricas determinadas, los his-toriadores debemos examinar el delicado tejido de las normas so-ciales y de las reciprocidades que regulaban la vida material y for-maban la base ideológica del orden hegemónico. Sólo entonces podemos comenzar a explicar por qué los pueblos toleraban o no las instituciones del colonialismo ex-plotador.

El estudio de la "economía moral" provee un marco conceptual para el estudio de la economía campesina y las insurrecciones en las sociedades preindustria-les en proceso de cambio. Elabo-rado en los años setenta como un modelo de la economía campesina y su comportamiento político, la "economía moral" integra el estudio de las normas sociales y los patrones económicos en las sociedades tradicionales asalta-das por fuerzas globales de cambio que amenazan con su extinción. A diferencia de los analistas del "sistema capitalista mundial", los "economistas morales" fundamentan sus estudios en la base de la agricultura de subsis-tencia para dar una mejor expli-cación de las normas, costumbres y creencias campesinas. Además, buscan explicaciones históricas del comportamiento pasivo, de la resistencia o de las rebeliones campesinas, en las estrategias variables mediante las cuales los campesinos buscan afianzar la seguridad de su nivel de subsistencia y defender su modo de vida de amenazas externas e impersonales. De esta for-

ma los "economistas morales" lo-calizan sus análisis de la rebelión (o la no rebelión) campesina, en el eje de la estructura y la ideología. Estudian el cambio estructural y la transición a la economía capitalista de mercado desde una perspectiva fenome-nológica: se preguntan cómo los campesinos percibieron e interpretaron aquel cambio. Más específicamente, la economía moral es el estudio de las nociones campesinas de justicia e injusticia que legitiman (o deslegitiman) las relaciones de poder entre las élites y los campesinos. En efecto, la perspectiva de la economía moral ha vuelto a introducir la cultura, la política y la ideología (en su definición amplia) en el estudio de las sociedades agrarias tradicionales después de un largo estancamiento dominado por interpretaciones exclusivamente materialistas.

La economía moral es el estudio de las nociones

campesinas de justicia e injusticia que legitiman (o

deslegitiman) las relaciones de poder entre las élites y los

campesinos.

En este trabajo considero de manera crítica la relevancia del modelo de la economía moral para el estudio de la reproducción social o la transformación de la sociedad rural andina en el período colonial y en el siglo XIX. Sostengo que, utilizado con cuidado, este modelo provee un marco de refer-encia para el análisis de las relaciones Estado-campesinos e, inclusive, para las relaciones terrateniente-arrendatario en contextos culturales y temporales

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específicos. Pero allí está la difi-cultad. Muy fácilmente la economía moral puede destacar las normas y las relaciones sociales "tradicionales", en la medida en que éstas chocaron con las fuerzas económicas, políticas e ideológicas europeas. O puede ser empleada para estudiar con demasiada generalidad las condiciones universales bajo las cuales brota la insurrección campesina en los contextos preindustriales. Pienso

Polanyi trató de refutar las preconcepciones del liberalismo

económico; es decir, que la motivación hacia la ganancia es "natural" en el hombre y que la

economía de mercado destruiría inexorablemente las economías

"primitivas naturales".

que una aplicación crítica es par-ticularmente importante en el contexto andino donde una tradición atemporal ("lo andino") es algunas veces invocada para mistificar procesos complejos y contradictorios de formación de clase y para oscurecer relaciones conflic-tivas. Sin embargo, si tenemos cuidado en respetar las culturas e historias particulares, los historiadores tenemos mucho que ganar utilizando esta perspectiva de estudio acerca de la conciencia y las acciones campesinas. Inclusive los historiadores económicos que estudian las instituciones coloniales y el cambio estructural

pueden beneficiarse, prestando más atención a las perspectivas morales y a la ideología popular para comprender la dinámica del cambio en la sociedad rural andina, así como el funcionamiento y la crisis del sistema colonial como un todo.

Antes de remitirnos al caso an-dino, revisemos brevemente una muestra de la literatura existente acerca de la perspectiva de la economía moral.

II. LA ECONOMÍA MORAL MAS ALLÁ DE

LA DICOTOMÍA CULTURALISTA

MATERIALISTA

Las preguntas teóricas acerca de la interrelación entre estruc-turas e ideología han interesado a los científicos sociales, espe-cialmente desde que Marx y He-gel cristalizaron el debate sobre la determinación histórica. Pero fue Karl Polanyi quien inició el debate sobre el problema histórico de la transición de una sociedad preindustrial tradicional a una economía de mercado madura y autorregulada2. Polanyi forzó a los historiadores sociales y económicos, que habían estu-diado por mucho tiempo los pro-cesos de industrialización, for-mación del Estado, del imperia-lismo y la ideología del libre co-mercio, a prestar atención al "destacado descubrimiento" de la investigación antropológica de que "... la economía del hombre por lo regular está enmarcada dentro de sus relaciones sociales"3. En forma magistral, Polanyi argumentó que antes del

advenimiento de la economía po lítica, la mayoría de las socieda des organizaban la producción y la distribución en torno a moti vos no económicos que salva guardaban el tejido de las redes sociales. La ganancia individual tenía poca importancia motiva- cional en las sociedades tradicio nales y, ciertamente, en la ma yoría de las sociedades el com portamiento económico estaba gobernado por normas sociales (simbólicamente expresadas a través de la religión y el ritual) que recompensaban la contribu ción al bienestar colectivo del grupo y a su reproducción social a través del tiempo.

Polanyi trató de refutar las pre-concepciones del liberalismo económico; es decir, que la moti-vación hacia la ganancia es "na-tural" en el hombre y que la eco-nomía de mercado destruiría inexorablemente las economías "primitivas naturales".

2 Polany, Karl, The Great Transformation, Boston, Beacon, 1944, Polanyi, K., Arensberg, C, y Pearson, H., Trade and Marketin the Early Transformations, NY, Free Press, 1957; especialmente Polanyi, "The Economy as Instituted Process". 3 Polanyi, The Great Transformation, p. 46.

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El alcance y la fuerza del argu-mento de Polanyi definió muchos de los problemas que nutrieron el conocimiento académico y los trabajos posteriores sobre las so-ciedades campesinas y la transi-ción histórica al capitalismo4. De una parte, introdujo la cultura en el discurso sobre la transición capitalista y la explotación eco-nómica. Polanyi estaba preocu-pado por las consecuencias de la mercantilización de las culturas tradicionales. Estableció compa-raciones entre el impacto, cultural devastador de la industrialización temprana en los obreros de Inglaterra, a comienzos del siglo XIX y la amenaza de descul-turización que enfrentaban ciertas tribus nativas de África en la época en que él escribió (a comienzos de la década de 1940). Pero su preocupación principal se basaba en las heridas mortales infligidas a los sistemas de vida y a la integridad de las sociedades nativas de muchas partes del Tercer Mundo. El argumentó que la mercantilización de la tierra y del trabajo conducía a la degeneración cultural de aquellas sociedades cuyos patrones normativos obedecían a una lógica no mercantil. En el plano teórico, el estudio de Polanyi sobre “la gran transformación”5 hacia la economía de mercado, no redujo a los obreros a la categoría de víc-timas pasivas del cambio global, pero de hecho su discusión del impacto del mercado sobre los te-rritorios coloniales de ultramar fue tan lúgubre que olvidó la respuesta histórica de la resistencia y la rebelión nativas. Polanyi consideraba que la significación más profunda del mercado era el

impacto "devastador" y "desinte-grador del choque cultural", que condujo a un virtual etnocidio. No obstante, él mostró poca preocupación por la capacidad intrínseca de las comunidades tradicionales para defenderse a sí mismas contra el aniquilamiento cultural a través de la resistencia, la rebelión o la adaptación selectiva. Ya sea porque él se concentró en la experiencia histórica de algunas tribus afri-canas en las últimas décadas del siglo XIX, cuando el equilibrio del poder estaba desbalanceado a favor de las fuerzas imperialistas modernas, o quizás porque él asumió la inherente fragilidad de los sistemas sociales comunitarios no competitivos frente a la expansión del mercado, Polanyi dejó de estudiar el impacto histórico de la acción política campesina en áreas del Tercer Mundo.

El desafío por entender este último aspecto fue respondido por Barrington Moore Jr. en su estudio clásico, Los orígenes sociales de la dictadura y la democracia6. Al igual que la de Polanyi, la aproximación de Moore a los problemas y procesos de las transformaciones agrarias fue de alcance global. Pero el trabajo de Moore, un estudio comparativo más sistemático, se centraba primeramente en las cuestiones políticas; esto es, la definición de las condiciones históricas bajo las cuales las élites agrarias y los campesinos daban forma a los sistemas políticos modernos. Moore esperaba descubrir las circunstancias estructurales que daban origen a las variantes europeas de la democracia, por una parte, y a los regíme-

nes autoritarios (tanto de derecha como de izquierda), por otra.

La médula del análisis de Moore consistió en el estudio de las clases sociales, aun en aquellos casos (como la India) donde el conflicto cultural y el gobierno imperial fediseñaron y dieron nuevas formas a la configuración de las fuerzas sociales internas de la sociedad. A pesar de esto, el estudio de este autor no puede ser clasificado como un simple ejercicio de análisis de clase. Moore concluyó sus estudios descriptivos de caso con una reflexión generalizante sobre la interacción entre la cultura y las fuerzas materiales, de suerte que, implícitamente, tomó algunos de los argumentos de Polanyi y definió muchas de las cuestiones que más tarde fueron reformuladas como "la economía moral de las sociedades agrarias tradicionales".

4 Acerca de la influencia de Polanyi en el método sustantivista y sus aplicaciones al estudio de la economía campesina, véase Halperin, Rhoda, y Dow, James, eds., Pessant Lwelihood Studies ín Economía Anthropology and Cultural Ecology, NY, St. Martin, 1977.

5 Polanyi, The Great Transformation, pp. 158-161. 6 Moore, Barrington, Jr. Social Origins of Dictaroship and Demucracy. Lord and Peasant in the Making of Modern World, V

Beacon, 1966.

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El punto de partida metodológico de Moore fue diferente del de Polanyi. Mientras éste montó una crítica del determinismo material en las ciencias sociales, Moore de manera explícita rechazó las preconcepciones de los culturistas, tan influyentes en aquel entonces dentro de ciertas subdisciplmas sociológicas. De otra parte, Moore tampoco era un conductista en el sentido estricto. El creía que la "cultura" (ampliamente definida como las preferencias de la gente, las expectativas y las ideas derivadas del pasado) tenía que ser introducida en el análisis histórico Ícomo "una variable interventora" acuñada entre las condiciones objetivas y el comportamiento individual o colectivo. Asimismo, consideraba los valores culturales como los "filtros" a través de los cuales la gente daba sentido, evaluaba y asignaba significados a los eventos o a los cambios estructurales.

Moore arraigó su explicación histórica en procesos históricos concretos —la incursión de la economía de mercado y del Estado fuerte y centralizante;— para determinar cómo las clases agrarias experimentaban, interpretaban y reaccionaban ante aque-I Uas fuerzas. Moore estudió cómo I las fuerzas globales alteraban la calidad y las cantidades tradicionales de los servicios y obligaciones contraídos por los campesinos y las élites. Y, asumiendo que las percepciones campesinas se basaban en la realidad obser-

vable, Moore sondeó la conciencia de los grupos campesinos para saber si ellos redefinían, y cuándo, las relaciones de clase (o relaciones coloniales) como relaciones de explotación7.

No obstante, el mismo Moore confesó disponer de poca evidencia histórica o etnográfica para explorar estas experiencias y mucho menos las percepciones de los campesinos, cuyo mundo era atacado en la era moderna. Más bien, Moore enrumbó una aproximación deductiva de los valores campesinos: "Esta expe-riencia (de compartir los riesgos dentro de la comunidad) forma la base desde la cual crecen los hábitos campesinos y los perjuicios morales por medio de los cuales juzgan su propio comportamiento y el de los otros"8.

De esta forma, para deducir el orden normativo de los campesinos (presumiblemente en el mundo entero), Moore construyó un modelo de "vida aldeana" que se basó en el trabajo de Polanyi, Chayanov y otros teóricos de la economía campesina. De acuerdo con este modelo ideal, las características normales de la vida aldeana (comunitaria) eran: un sistema de tenencias de tierras tendiente a compartir los recursos escasos entre muchos productores; un sistema de controles y equilibrios que asignaba derechos y obligaciones a todos los miembros de la comunidad, y mecanismos sociales por medio de los cuales ciertos miembros de la élite no campesina correspon-

La idea de la reciprocidad era el vínculo ideológico que permitía a las élites

apropiarse del excedente sin desplegar el poder

militar abierto. El peligro de la insurrección surgió

cuando hubo "una nueva y repentina imposición de la demanda que golpeaba simultáneamente a mucha gente y rompía las reglas y costumbres aceptadas".

dían por los servicios obligatorios que les ofrecían ciertos cam-pesinos. La piedra angular del

7 Un articulo importante que adelantó la discusión de Moore sobre la interrelación entre estructura e ideología es el de Silvennan, Sydel, " 'Exploitation' in Rural Central Italy: Structure and Ideology in Stratification Study", Comparative Study in Society and History, 12 (1970), pp. 327-339. Véase, también, el importante volumen: Stern, Steve, ed., Resístance, Rebellion and Consciousness in the Andean Peasant World, 18th to 20th Centuries, Madison, Univcrsity of Wisconsin Press, 1987, pp. 3-25, una versión en castellano fue publicada por el Instituto de Estudios Peruanos, 1990, con el título Resistencia, rebelión y conciencia campesina en los Andes, siglos XVIII al XX. Véase también: Roseberry, William, Anthropologies and Histories. Essay in Culture, History and Political Economy, New Brunswick, Rutgers University Press, 1989, y Gerald M., Sider, Culture and Class in Anthropology and History, Cambridge, Cambridge University Press, 1986.

8 Moore, SÍKIOI Origins, p. 497.

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orden normativo de la vida de aldea era una vaga idea de igualdad para todos los miembros de la comunidad que realizaban sus obligaciones sociales. La igualdad significaba, esencialmente, el acceso mínimo a la tierra y a otros recursos comunales. También resultó común a todas las culturas que Moore estudió, la idea axiomática de que las élites dominantes estaban obligadas a contribuir a la comunidad. Su contribución podía ser de carácter ceremonial, material, judicial o protectivo. Fuera el aporte simbólico o real, la idea de la reciprocidad era el vínculo ideológico que permitía a las élites apropiarse del excedente sin desplegar el poder militar abierto. El peligro de la insurrección surgió cuando hubo "una nueva y repentina imposición de la demanda que golpeaba simultáneamente a mucha gente y rompía las reglas y costumbres aceptadas"9. Tales rupturas del orden normativo producían el descontento explosivo, detonado o no según la decisión de los mismos campesinos. La búsqueda de Moore por las determinantes históricas de la rebelión y la revolución dirigió la atención de muchos científicos sociales hacia las formas de la acción política campesina. En parte, el vigor renovado de la in-vestigación sobre movimientos sociales fue inspirado por el tra

bajo de Moore. Pero los eventos (y los eventos potenciales) durante la mitad de la década de 1960, desempeñaron un papeligualmente decisivo al colocar a los movimientos campesinos del Tercer Mundo en la agenda académica. Al mismo tiempo, la "nueva historia social" de las clases populares en Europa y Norteamérica atrajo un creciente número de eruditos hacia las cuestiones culturales, ideológicas y políticas implícitas en el estudio de "los de abajo". Específicamente, convergieron dos corrientes de investigación para abrir nuevas perspectivas sobre el descontento campesino-artesano y la acción política en las sociedades que estaban experimentando el choque entre él tradicionalismo y la nueva economía política de mercado. Aunque estas corrientes investigativas fluyeron de diferentes disciplinas, ambas desafiaron directamente las teoría economicistas de la ac-ción política campesina y la visión del hombre "pre-político", percibido tradicionalmente como homo economicus, cuya reacción al estímulo material era visceral y automática. La primera corriente tuvo su origen en la "nueva historia social" de Europa preindustrial, tendencia basada en el estudio de las "mentalidades" y ejemplificada por la revista Annales. A finales de los años setenta, este movimiento sintió la influencia de Clifford Geertz y sus ideas sobre la cultura10.

El estudio modelo que reexaminó la interrelación entre estructura e ideología en los grupos sociales "tradicionales" fue el famoso artículo "La economía moral de las masas inglesas en el siglo XVIII, de E. P. Thompson, publicado en 197111. El estudio de Thompson demostró que las huelgas y "motines de hambre" no eran estallidos caóticos sino que obedecían a una lógica y una disciplina moral destinada a go-bernar la resistencia comunitaria. Thompson captó la visión histórica y política de la muchedumbre que actuaba según su propio sentido heredado de derechos y costumbres. La gente pobre incursionaba en los graneros o destruía imágenes, argumentaba Thompson, no tanto porque tuviera hambre, sino porque percibía que sus derechos y costumbres tradicionales eran violados cada vez más, porque el orden paternalista se derrumbaba y la revolución industrial empezaba a alterar el entorno rural inglés. Con este estudio de caso, Thomp-

9 Ibid, p. 474. 10 La influencia de Geertz en los historiadores creció considerablemente después de la publicación en 1973 de su colección de ensayos. The

Interpretation of Cultures, NY, Basic Books, 1973. Su ensayo sobre metodología etnográfica, Thick Description", subrayó la aproximación simbólica de Geertz al estudio de la cultura. Geertz está interesado en descubrir los niveles profundos del significado en la interacción humana, las "estructuras de significación" que están encuadradas en el ritual, en la religión, en los episodios diarios y en las instituciones.

11 Thompson, E. P., The Moral Economy of the English Crowd in the Eighteenth Century", Past and Present, No. 50, febrero 1971, pp. 76-136.

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son convenció al mundo acadé-mico de que la "ingobernable masa preindustrial", en realidad poseía una integridad cultural y política merecedora de la atención de los académicos. No menos importante fue el efecto de cristalizar el concepto de la eco-nomía moral: un complejo cultural, con su propia lógica e integridad, la misma que mediaba la respuesta de los campesinos tra-dicionales y los trabajadores frente a las amenazantes fuer-zas del mercado y del Estado.

La segunda corriente de investi-gación sobre la economía moral encontró su origen en la ciencia política. En su libro La economía moral del campesinado (1976), James Scott estudió la economía moral de las sociedades campe-sinas en Vietnam y Birmania a comienzos del siglo XX12. Scott,

más que Moore o Polanyi, elaboró el concepto de economía moral como un marco de referencia en el cual se puede estudiar la rebelión o la no rebelión campesina. Es una teoría rica y elegante sobre la sociedad campesina, que explora la dialéctica de la economía campesina y de los va-" lores, para explicar los patrones de descontento político.

Concretamente, Scott analizó el impacto devastador de la economía de mercado mundial y la formación del Estado en el orden agrario tradicional en Asia Sur-oriental. Al igual que Polanyi, Scott consideró que la incursión del mercado y del Estado burocrático fue más destructora en el Tercer Mundo que en la Inglaterra o la Francia preindustriales. Debido a la aceleración del proceso y a la dominación extranjera en su conducta, el advenimiento de las fuerzas del mercado dejó pocas posibilidades a los campesinos para preservar o reestructurar su cultura tradicional. Para sobrevivir había que contemplar nuevas estrategias que violaban las normas tradicionales y descomponían los lazos de la sociedad aldeana, y aun donde existían opciones alternativas por algún tiempo, los campesinos que cedieron al nuevo orden económico, rara vez encontraban para sí mismos un nicho seguro de subsistencia. Por el contrario, ellos enfrentaron los riesgos de un mundo de mercados fluctuantes que no ofrecían ninguna de las válvulas de seguridad inherentes a la sociedad tradicional. Los campesinos del sur de Vietnam y

Birmania vieron que su vieja forma de vida se desintegraba durante las primeras décadas del siglo XX, poco antes de que sintieran los choques económicos de la Gran Depresión.

Para sobrevivir había que contemplar nuevas estrategias

que violaban las normas tradicionales y

descomponían los lazos de la sociedad aldeana, y aun donde

existían opciones alternativas por algún tiempo, los campesinos que cedieron al nuevo orden

económico, rara vez encontraban para sí

mismos un nicho seguro . de subsistencia.

Según Scott, estos procesos his-tóricos crearon una coyuntura favorable para la insurrección campesina. Aunque su trabajo se fundamenta en estudios de casos específicos, Scott se propuso aclarar universalmente las condiciones bajo las cuales los campesinos tienden a rebelarse, aun cuando la amenaza de insu-rrección en realidad nunca se re-alice. Scott rechazó explícita-mente las interpretaciones ma-terialistas de la movilización campesina. En cambio, buscó las raíces causales del descontento en la experiencia y en los valores de los campesinos, los mismos

12 Véase Scott, James, The Moral Economy of the Peasant. Rebelion and Subsistence in Southeast Asia, New Haven, Yale University, 1976; Miogal, Joel, Peasant, Politics and Revolution Pressures Toward Political and Social Change in the Third World, Princeton, University Press, 1974; Popkin, Samuel, The Rational Peasant. The Political Economy of Rural Society in Vietnam, Berkeley, University of California, 1979. Este último es una crítica total a la economía moral; mientras sostiene algunos puntos excelentes, no son tan convincentes las premisas básicas de los economistas morales. Desde mi punto de vista, reduce la significación motivacional del comportamiento del campesinado hacia los cálculos económicos, y nos lleva de regreso a una teoría formalista del comportamiento campesino basada en una concepción absoluta de racionalidad.

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que matizaban las percepciones campesinas de las relaciones de explotación.

Scott examinó cómo la "ética de subsistencia"

priorizaba la obligación de todos los miembros de la

aldea para proveer un seguro de subsistencia a la colectividad y a cada uno de sus miembros. Los campesinos que violaban aquellas normas en busca de la ganancia individual

corrían el riesgo del ostracismo social.

Más allá de lo que hiciera Moo-re, Scott clarificó el concepto de economía moral elaborando una teoría de las limitaciones y opor-tunidades económicas campesinas y de los patrones normativos que gobernaban y legitimaban el comportamiento campesino. La suposición subyacente de Scott era que los patrones económicos campesinos reflejaban una "ética de subsistencia". El argumentó que, en las sociedades campesinas, el orden normativo funcionaba según el "dilema exis-tencial" de los campesinos hacia la búsqueda de una subsistencia estable y segura en un ambiente de alto riesgo. Para mantener un grado mínimo de seguridad social para todos los miembros de la comunidad, los campesinos naturalmente tendían a subordinar sus metas personales a los ideales de la solidaridad comu-nal, la autosuficiencia en la esfera comunal, y la redistribución. Históricamente, las prioridades comunales nunca impidieron a los campesinos comprometerse en una variedad de estrategias

de subsistencia, tanto de reci-procidad como mercantiles. Pero Scott sostenía que esas estrategias se estructuraban alrededor de las necesidades y bienestar comunales, en contra vía al ideal social del racionalismo individualista. Basándose en los trabajos de Polanyi y Moore, Scott examinó cómo la "ética de subsistencia" priorizaba la obligación de todos los miembros de la aldea para proveer un seguro de subsistencia a la colectividad y a cada uno de sus miembros. Los campesinos que violaban aquellas normas en busca de la ganancia individual corrían el riesgo del ostracismo social.

James Scott también se concentró en analizar el contenido moral de las relaciones interclase en sociedades preindustriales. Desarrollando el análisis de Ba-rrington Moore Jr. argumentó que la economía moral de los campesinos descansaba sobre la suposición colectiva de que los pobres tenían el derecho social a la subsistencia, aun en épocas de fracaso de las cosechas y hambruna. Los campesinos y los obreros pobres tenían expectativas de que los terratenientes y las autoridades políticas y/o religiosas, les concedieran la acostumbrada protección contra las crisis de subsistencia, así como garantizan los derechos sociales mínimos en caso de ausencia de derechos civiles o políticos. Además, las obligaciones de las élites hacia el campesinado forma-ban la base normativa de las re-laciones de dominación y subor-dinación. Los campesinos cumplirían sus obligaciones con sus señores mientras se les ofreciera alguna protección contra el hambre y la pobreza en momentos de crisis. Las relaciones económicas podrían deteriorarse en coyunturas particulares, en la

medida en que el equilibrio del intercambio se volviera en contra de los campesinos. El porcentaje de extracción de excedente aumentaría a través del tiempo, en la medida en que los campesinos pudieran soportar la carga laboral por medio del mecanismo de "autoexplotación". Sin embargo, estas condiciones en sí mismas no llevaban a que los campesinos se rebelaran. Scott argumentó que únicamente cuando las demandas de los campesinos por un seguro de subsistencia módico eran violadas por las élites, aquéllos resultaban propensos a levantarse en contra de sus señores y a poner en peligro el sistema paternalista entero.

LA ECONOMÍA MORAL EN EL CONTEXTO ANDINO

A. Periodización histórica

En términos generales el modelo de Scott de la economía moral campesina es relevante respecto a las cuestiones críticas de las cuales se han ocupado los historiadores andinos que estudian el impacto de la penetración del mercado y la política librecambista del Estado oligárquico en la sociedad indígena. Scott des-cribió en términos abstractos los procesos de cambio estructural que ya eran universales hacia comienzos del siglo XX: la rápida comercialización de la agricultura, el crecimiento de las economías de exportación, y la consolidación del poder estatal alrededor de los ideales del liberalismo económico. En Asia sur-oriental, como en los Andes, la nueva economía política planteó

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una amenaza masiva para las comunidades campesinas.

El gobierno colonial funcionaba de acuerdo con los intereses de la

agricultura comercial, los que, a su vez, dependían de la destrucción de las bases de la agricultura campesina tradicional.

Sin embargo, un análisis más pormenorizado de "los eventos en el terreno" revela importantes diferencias entre estas dos regiones del mundo, y estas diferencias afectan la relevancia del modelo para el contexto andino. Scott examinó las consecuencias sociales de un fuerte y abrupto choque de culturas, a medida que Asia Suroriental fue incorporada en una economía de mer-cado durante una etapa relati-vamente tardía de la expansión europea. Al igual que Polanyi, él estudió el impacto del imperialismo alimentado por el capitalismo industrial expansivo y por un gobierno explícitamente colonial. El campesinado de Birma-nia Baja y Vietnam experimentó el colonialismo en función de la agricultura capitalista. Esto es, el crecimiento del Estado colonial —la dominación política formal— no dependía de la preservación del orden agrario tra-dicional con el objeto de extraer excedentes a través de los meca-nismos del gobierno indirecto. Más bien, el gobierno colonial funcionaba de acuerdo con los intereses de la agricultura comercial, los que, a su vez, dependían de la destrucción de las bases de la agricultura campesina

tradicional. Los campesinos de Asia Suroriental que vivían en comunidades libres y en Estados tradicionales resultaron doblemente explotados. Por un lado, enfrentaban un Estado burocrático centralizado que "racionalizaba" el sistema de imposiciones e implacablemente cobraba impuestos al campesinado. Por otro lado, enfrentaban presiones intensificadas que emanaban del mercado de exportación. El crecimiento del colonialismo formal en función de la transformación agraria capitalista añadía un tinte de violencia al choque de culturas, y dio lugar a la violación de la economía moral que había gobernado las relaciones sociales en aquellas sociedades desde "tiempos inmemoriales".

La ruptura histórica radical descrita por Scott para Asia Suroriental infunde a su análisis un sentido rígido (probablemente distorsionado) del tiempo histórico. Como sucede con muchas perspectivas estrechas sobre la transición capitalista, el tiempo histórico se bifurca en períodos que anteceden y suceden "la expulsión del Edén". Desde la perspectiva de la "gran transfor-mación", es fácil retroceder al uso de las polaridades conceptuales convencionales que dividen las sociedades entre tradicionales y modernas o, más bien, entre las de una economía moral y las del mercado. Tal polarización sería un lamentable paso hacia atrás.

El marco de referencia temporal creado por Scott obviamente presenta problemas conceptuales para los historiadores andinos al explorar las dimensiones históricas y culturales de la economía moral. Es absurdo suponer que las modalidades andinas de la economía moral caye-

ron bajo ataque general sólo a finales del siglo XIX, con el surgimiento de la política y la ideología liberales entre las clases dominantes. Por más que el Estado colonial haya intentado proteger la base de subsistencia de las comunidades andinas, por mucho que haya insistido en legitimar la relación colonial en términos de las "obligaciones" jurídicas y protectoras que se debían a aquellas comunidades, las consecuencias sociales concretas de la política estatal tuvieron más bien el efecto de erosionar el "seguro de subsisten-cia" y de exponer a los campesinos a riesgos crecientes en varios momentos a lo largo del período colonial.

La mirada retrospectiva revela distintos ciclos de expansión y contracción del mercado, no siempre

en sincronía con la centralización y

descentralización del Estado. Cada ciclo

involucra su complejo de presiones y oportunidades,

que afectaron la vida de los pueblos andinos que habitaban en los Andes

australes.

Por tales razones la experiencia histórica de las sociedades andi-nas, sujetas al gobierno colonial y a los impulsos poderosos del mer-cado desde el siglo XVI, requiere un marco conceptual diferente. Para apreciar la economía moral y las reacciones andinas ante las variables corrientes de cambio económicas y políticas, debemos aminorar el enfoque de una dislo-cación radical en algún momento

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a fines del siglo XIX. Tampoco de-bemos centrarnos exclusivamente en el espectáculo de la conquista, como lo han hecho muchas in-vestigaciones históricas. Más útil sería conceptualizar el problema en términos de "grandes ondas", o ciclos históricos de mayor o menor penetración por parte del Estado y del mercado, frente a los fundamentos materiales e ideoló-gicos del campesinado andino y de las colectividades étnicas. La mirada retrospectiva revela dis-tintos ciclos de expansión y con-tracción del mercado, no siempre en sincronía con la centralización y descentralización del Estado. Cada ciclo involucra su complejo de presiones y oportunidades, que afectaron la vida de los pueblos andinos que habitaban en los Andes australes.

Un primer ciclo coincidió con el rápido crecimiento de la econo-

mía dominante en Potosí y la consolidación del poder del Estado bajo la administración toledana. Este período de formación del mercado y del Estado colonial, analizado por Sempat As-sadourian13, terminó en una de-cadencia secular acompañada por la difusión y debilitamiento de las influencias políticas y mercantiles españolas durante la última parte del siglo XVII y comienzos del siglo XVIII.

Un segundo ciclo de expansión y contracción del mercado, y de centralización y descentralización, abarcó el período 1750-1850. Los Borbones tuvieron sólo un éxito parcial al resucitar las políticas toledanas de imposición y de conscripción laboral para las minas de plata de Potosí. Después de las guerras de independencia, a pesar de los ideales liberales adoptados por muchos líderes criollos, los nuevos Estados nacionales resultaron incipientes y débiles. Retrocedieron hacia los vestigios del orden colonial para compensar los mercados de exportación inactivos y la escasez de dinero circulante.

Un tercer ciclo, por supuesto, es el "clásico" que ha atraído la mayor atención de los historiadores: la reintegración de las regiones andinas en la economía mundial de mercado y la consolidación del poder nacional bajo las oligarquías exportadoras en alianza con el capital foráneo, a fines del siglo XIX.

Con seguridad, el asalto liberal a la tenencia comunal planteaba una grave amenaza a las comu-

nidades andinas en muchas re-giones. Pero, repitámoslo, sería una simplificación de la historia social, demasiado drástica, sos-tener, como se argumenta para el caso de Asia Suroriental, que el Estado "tradicional" (precedente al moderno Estado oligárquico) no rompió radicalmente los patrones étnico-sociales y las normas en ciertos lugares y tiempos. Sólo hace falta recordar las políticas toledanas y una de sus consecuencias, la creación de "comunidades indias" que destruyeron muchos asen-tamientos "verticales" disconti-nuos, mediante cuyo uso muchos grupos habían coordinado los recursos complementarios para proveerse seguridad social a sí mismos y excedentes para el Estado inca 14. La disparidad entre los ideales del gobierno indirecto (basado en el mantenimiento de las normas sociales de la reciprocidad y la comunidad) y la política colonial concreta, se ve con claridad en la institución del tributo. La política toledana de conmutación del tributo (vale decir, la conversión de la prestación de servicios en impuesto monetario cobrado dos veces al año sobre la base de censos de población) representaba un asalto masivo a la seguridad de la subsistencia de muchas comunidades campesinas15. Durante el "segundo ciclo" de centralización estatal, bajo los Borbones, nuevamente se agudizó la contradicción entre el ideal del tributo, descrito como parte del orden patrimonial destinado a asegurar la reproducción social de las comunidades andi-

13 Véase Sempat Assadourian, Carlos, El sistema de la economía colonial. Mercado interno, regiones y espacio económico, Lima, IEP, 1982.

14 Murra, John V., La organización económica del Estado inca, México, Siglo XXI, 1980; Formaciones económicas y políticas del mundo andino, Lima, IEP, 1975.

15 Véase Wahctel, Nathan, The Vision of the Vanquished. The Spanish Conquest of Perú Through Indian Eyes, NY, Harper and Row, 1977; Saignes, Thierre, Los Andes orientales: historia de un olvido, La Paz, Ceres, 1981.

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nas, y la realidad del cobro del tributo, que se volvió más rígido e implacable en los últimos años de gobierno colonial. Para muchos pueblos andinos (como ve-

En vez de limitar nuestro análisis a las normas

andinas y a la ideología de aquellos pueblos que

participaron en levantamientos violentos,

debemos buscar las percepciones y normas sociales de los indígenas que experimentaron las incursiones de fuerzas

económicas y políticas, las mismas que

representaban una amenaza potencial a sus costumbres y tradiciones.

remos más adelante), esta co-yuntura histórica fue como un momento de agudo sufrimiento. Por ejemplo, los registros de la corte sobre las quejas campesinas en los años de hambruna de 1804-1805, están cargados de rabia moral contra la administración de los Borbones por insistir en el cobro de tributos en aquellos años catastróficos16. Numerosos ejemplos demuestran cómo la intrusión del Estado borbónico amenazaba el equilibrio social de muchas comunidades y grupos domésticos campesinos. De ninguna manera, entonces, podemos comprender la globalidad de la crisis de la

economía moral en un corto pe-ríodo de varias décadas a finales del siglo XIX y principios del siglo XX. Las amenazas planteadas a la subsistencia étnica y al "dilema existencial" de los grupos andinos no comenzaron (ni terminaron) con el advenimiento del Estado oligárquico y la penetración del capital extranjero.

Por tanto, como un punto de par-tida, los historiadores andinos tienen que redefinir el marco de referencia coyuntural en el cual estudiamos la decadencia o la crisis de las economías morales. Recién empezamos a definir las coyunturas de la insurrección andina o de la insurrección po-tencial a parte de los momentos históricos obvios e infrecuentes de completa rebelión. En vez de limitar nuestro análisis a las normas andinas y a la ideología de aquellos pueblos que participaron en levantamientos violentos, debemos buscar las percepciones y normas sociales de los indígenas (particularmente, los campesinos) que experimentaron las incursiones de fuerzas económicas y políticas, las mis-mas que representaban una amenaza potencial a sus cos-tumbres y tradiciones17. ¿Bajo qué circunstancias definían los pueblos andinos su relación con el Estado colonial o con las élites locales como una relación de in-tercambio "justo" (aunque fuera desigual)? ¿Bajo qué circunstan-cias redefinieron aquella relación como una relación de explotación? Y, en un nivel más abstracto, ¿cómo las colectividades andinas concretas conceptuali-

zaron el cambio y la continuidad histórica, no simplemente en términos de la experiencia de la conquista, sino más general-mente, en cuanto a su posición cambiante en relación con el mundo colonial más amplio?

B. La reproducción social

Los antropólogos y los etnohisto-riadores han revelado la notable vitalidad y la resistencia de los grupos andinos a través de cuatro siglos de dominación política y económica18. La evidencia etno-gráfica sobre la sobrevivencia cultural ha obligado a los historiadores a explicar la dialéctica de la

La evidencia histórica es rica en ejemplos de

pueblos, andinos que elaboraron estrategias

comerciales complejas y que, colectivamente

controlaron el flujo de una gran porción de las

mercancías coloniales (tanto europeas como

indígenas).

transformación y la reproducción social de los grupos étnicos espe-cíficos o economías campesinas (definidos según diversos marcos culturales y temporales). Al hacer esto, se ha obligado a los historia-dores y los antropólogos a repen-

16 Archivo General de la Nación (Buenos Aires), IX, Intendencia 5.. 8, 7, feb. 15, 1804; ibid.; febrero marzo, 1806. Archivo Nacional de Boliuia, Tierras e Indios, año 1805, Exp. 198.

17 Para un ejemplo de cómo los historiadores y los antropólogos están pensando las interpretaciones y periodizaciones de la insurrección andina, Stern, ed., Resistance, Rebellion and Consciousness in the Andean Penrant World, especialmente los capítulos 1, 2, 5, 6.

18 Dos importantes volúmenes, coleccionados recientemente, estudian la vitalidad y resistencia de las formas e instituciones culturales andinas. Véase Lehmann, David, ed. Ecology and Exchange in the Andes, Cambridge, Cambridge University Press, 1982, y Masuda, Shimada y Morris, eds. Andean Ecology and Civilization, Tokyo, Tokyo University Press, 1985.

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sar la sabiduría convencional de las reacciones andinas a las fuerzas del mercado en regiones y períodos temporales específicos. Ya no puede asumirse a priori que los pueblos andinos evitaron o re-sistieron la participación en el mercado, ni que la aceptaron úni-camente bajo compulsión. La evi-dencia histórica es rica en ejem-plos de pueblos andinos que ela-boraron estrategias comerciales complejas y que, colectivamente, controlaron el flujo de una gran porción de las mercancías colo-niales (tanto europeas como indí-genas)19. Además, ha salido a la luz nueva y abundante evidencia para mostrar cómo las estrategias comerciales fueron con frecuencia dirigidas hacia el bienestar colectivo de un ayllu20. Ciertos casos, que en los documentos parecían ser transacciones motivadas por el interés individual, en realidad muchas veces obedecían a una lógica de empresa colectiva en una lucha por sobrevivir bajo condiciones políticas, demográficas y ecológicas cada vez más de-terioradas.

La tarea de explicar las continui-dades andinas en medio del cambio estructural bajo el gobierno colonial implica, por tanto, un esfuerzo para dirigir la atención de los historiadores a preguntas más precisas y cuantificadas en rela-ción con los datos microrregiona-les. Si rechazamos la suposición de que las comunidades andinas

se fortificaron a sí mismas contra las fuerzas usurpadoras del mercado, y escogieron abstenerse de participar en los mercados locales o más distantes, excepto bajo coerción, resulta entonces necesario que nosotros mismos nos hagamos las siguientes preguntas 21: ¿Bajo qué circunstancias históricas y bajo qué términos participaban los pueblos andinos en el intercambio de mercado? ¿Cómo equilibraban ellos las transacciones comerciales y sus derechos y obligaciones tradicionales con las exigencias de la et-nicidad? ¿Cuáles fueron las consecuencias de largo alcance surgidas de sus estrategias comerciales? y, finalmente, ¿cuáles eran los sentimientos populares hacia las transacciones mercantiles? ¿Cuándo y bajo qué condiciones la participación andina en el mercado se convirtió en una norma social aceptada, y cuándo no? Ninguna de estas preguntas quiere implicar que la participación de los propios pueblos andinos en las transacciones del mercado fuese siempre voluntaria. En períodos de creciente presión estatal por impuestos y para estimular la minería, y asimismo en períodos durante los cuales el Estado perdía su capacidad para detener las actividades mercantiles de burócratas menores (como a mediados del siglo XVIII, cuando floreció el repartimiento), la coerción desempeñó un papel importante en la determinación del volumen y de

los términos del intercambio mer-cantil. Pero tampoco podemos asumir que los indios comerciali-zaban su producción sólo bajo la amenaza de la fuerza o la necesi-dad. El panorama histórico es más complicado.

De esta forma, la dicotomía analítica que Scott establece entre eco-nomías de subsistencia y econo-mías orientadas al mercado es tan reduccionista que oscurece la compleja dinámica mediante la cual algunos grupos étnicos pu-dieron reproducirse por sí mismos a lo largo de extensos períodos. Peor aún, si dejamos que esta idea nos lleve hacia una vieja h is-toriografía andina: la leyenda blanca de Garcilaso, que idealizó la organización económica basada en principios no mercantiles de reciprocidad y redistribución. La ciega adhesión a las ideas de Scott nos haría olvidar que el Estado inca, en su última fase, fue capaz de extraer cantidades masivas de excedentes de los grupos étnicos subordinados, lo cual creó profundas tensiones en muchas partes del Tawantinsuyu22. La nueva etnohistoria, que se dirige hacia las provincias, distanciándose de la perspectiva Cuzcocén-trica, desafía la vieja suposición de que el colonialismo mercanti-lista destrozó un sistema patrimonial armonioso basado en los ideales redistributivos. En las provincias vecinas, entre los subditos de los incas, los sentimien-

19 Las complejas estrategias, los significados sociales y las consecuencias de la participación andina en el mercado en coyunturas específicas son explorados en los trabajos presentados en la reunión auspiciada por el Social Science Research Council. Un volumen que colecciona estos trabajos ha sido publicado; véase La participación indígena en los mercados surandinos. Estrategias de reproducción social, siglos XVI-XX, editado por Harris, Olivia, Larson, Brooke y Tandeter, Enrique, La Paz, Editorial Ceres, 1987.

20 Véanse los siguientes: Murra, John, "Aymara Lords and the European Agents at Potosi", Nova Americana, 1, 1978, pp. 231-244; y Rivera, Silvia, "El mallku y la sociedad colonial en el siglo XVIII", Avances, 1 (1978), pp. 7-27; Choque, Roberto, "Pedro Chipanu: cacique comerciante de Calamarca", Ibid., pp. 28-32; y Harris et al, La participación indígena en los mercados surandinos.

21 Véase la introducción en Harris, et al., La participación indígena en los mercados surandinos; también varios artículos en ese volumen. 22 Véase Pease, Franklin, "The Formation of Tawantinsuyu: Mechanism of Colonization and Relationship with Ethnic Groups", in The

Inca and Aztec States, 1400-1800, editado por G. Collier, R. Rosaldo y J. Wirth, NY, Academic Press, 1982; también, Espinosa Soriano, Waldemar, "Los señores étnicos de Chachapoyas y la Alianza hispano Chacha", Revista Histórica, 30 (1966), pp. 224-283; Stern Steve, Peru's Indian Peoples and the Challenge of Conquest, Madison, University of Wisconsin Press, 1983, capítulo 2; y Spalding, Karen, Huarochirí. An Andean Society, Stanford University Press, 1984; Undes Inca and Spanish Rule, Stanford.

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tos populares hacia el Estado inca podrían haber sido mucho más ambivalentes de lo que supusieron algunos historiadores.

Sea como fuere, la imagen de una comunidad orientada hacia una economía de subsistencia no al-canza a captar el grado de diver-sidad económica y cultural entre los grupos étnicos andinos después de tres siglos de gobierno colonial23. Tan tardíamente como en los siglos XVIII y XIX algunos ayllus, como muchas de las regiones de Chayanta y el lago Titicaca, todavía tenían control sobre ambientes ecológicos múltiples con los cuales lograron protegerse de las fluctuaciones de las cosechas y las extracciones coloniales. Otros ayllus, por ejemplo aquellos situados en el Altiplano Cen-

tral cerca del lago Poopo, habían perdido la mayoría de sus colonias extraterritoriales y eran ex-tremadamente vulnerables a la pérdida de las cosechas hacia fi-nales del período colonial. Además, como es bien sabido, muchas comunidades andinas estaban in-ternamente diferenciadas entre ricos y pobres, y entre nativos y fo-rasteros24. El grado de estratificación, por sí solo, no determinaba el nivel ni la causa de la tensión social dentro de una comunidad india determinada. No hubo vinculación mecánica entre las condiciones económicas y el descontento popular, en un momento dado.

Más bien, la pregunta interesante es cómo, bajo las tensiones potenciales de la diferenciación de clase, algunos curacas y otros miembros de la jerarquía étnica manipulaban las instituciones y normas comunales tradicionales para moderar el efecto cortante de la diferenciación de las clases sociales. O, por el contrario, po-demos explorar cómo, en la me-dida en que los curacas se alejaron de las normas de la comunidad a través de medios mercantiles, redefinían los términos morales de su propia posición social en la comunidad. Esto es más difícil de determinar, puesto que las fuentes están llenas de quejas campesinas que señalan el fracaso de los curacas para reestablecer su propia posición sobre la base de criterios europeos. A través de fuentes jurídicas, podemos acceder princi-

palmente a los momentos de crisis en la autoridad andina (cfr. infra). No obstante, el drama actuado entre los curacas y los miembros ordinarios de las comunidades, es quizás el eje cen-

La imagen de una comunidado

rientada hacia una economía de

subsistencia no alcanza a captar el grado de

diversidad económica y cultural entre los grupos

étnicos andinos después de tres siglos

de gobierno colonial.

tral en torno al cual giraban las economías morales en el contexto andino. Es esta relación la que provee al etnohistoriador del acceso a la dinámica interna de la sociedad rural andina, en la medida en que la gente luchaba dentro de sus colectividades por el equilibrio y el significado del intercambio (sus derechos mutuos y obligaciones) y, simul-táneamente, confrontaba las fuerzas contradictorias de clase y etnicidad que pusieron en cuestión la delimitación social de la comunidad. Las relaciones entre el Estado y los campesinos, y las percepciones campesinas del Estado como demandante en contextos históricos específicos,

23 La diversidad andina es el tema principal de un ensayo de recesión de la etnología andina: Salomón, Frank, "Andean Etnology in the 1970's", Latín American Research Review, 17 (1982), pp. 75-128.

24 Unos pocos estudios históricos sobre la dinámica de las clases en sociales en la sociedad andina rural incluyen: Spalding, Karen, De indio acampesino: cambios en la estructura del Peni colonial, Lima, IEP, 1974; Stern, Steve, Ptru't Indians and Challenge of Conquest, y,especialmente, "The Strug^le for Solidaritv, Class, and Community in Highland Indian America", Radical History Review, 27 (1983), pp. 21-48; Santamaría, Dantal, "La propiedad de la tierra y la condición social del Indio en el alto Perú", 1780-1810", Desarrollo económico, 1977), pp. 253-271; y Larson, Brooke, "Caciques, Clas.s StructUTC and the C'olomal State", Nova Americana, 2 (1979), pp. 197-235;"Rural Rhythms of Class Conflict in Kighteenth Century Cochabamba" Hispanic American Historical Review, 60 (August (1980); pp. 407-430; y Cninnialism and Agravian Transfbrmation in Bolivia, Cochabamba, 7.550-/900, Princeton, Princeton University Press, 1988.

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no pueden ser completamente comprendidas sin referencia a las relaciones intracomunita-rias entre la jerarquía étnica y los campesinos.

C. La costumbre y la tradición

James Scott escribió que el estudio de la economía moral "...comienza en el dominio de la economía [pero] debe terminar en el estudio de la cultura campesina y la religión"25. Como comentamos, Scott dedujo la lógica de la primacía de la seguridad desde la base material de la vida cam-pesina, y luego estudió cómo aquella lógica se refleja en los valores y en la experiencia de los campesinos. Su principal centro de interés fue el "ethos" de los campesinos, sus actitudes sub-yacentes hacia sí mismos, su mundo, y la red circundante de relaciones sociales. La vitalidad moral del grupo fue expresada colectivamente en actos simbólicos y en rituales que enfatizaban el calendario agrícola.

Sin embargo, mientras Scott destacó la importancia de las ex-presiones culturales que definían la membrecía grupal, legitimaban las instituciones y las relaciones de autoridad, y socializaban a los recién llegados, su análisis sufre una curiosa pobreza de contenido cultural. La prueba está en su análisis empí-

rico de los campesinos de Birma-nia y Vietnam. En realidad, Scott no realizó trabajo de campo allí. Las descripciones etnográficas utilizadas en su análisis las tomó prestadas de los trabajos publicados por varios antropólogos. A lo largo de su libro no hizo más que prestar un respeto superficial a la "pequeña tradición" de los pueblos del Sudeste asiático26. No es sorprendente, entonces, que Scott limitara el concepto de cultura a aquellos patrones normativos que funcionaban de acuerdo con la "ética de subsistencia".

A este nivel de abstracción, los economistas morales no ofrecen a los historiadores ninguna aprehensión firme de términos tan escurridizos como son "cos-tumbre" y "tradición". Concep-tualmente ligadas a la "ética de subsistencia", la misma que se asume como invariante, la cos-tumbre y la tradición aparecen estáticas y frágiles. Se reserva únicamente para la fuerza global del capitalismo la capacidad para alterar el complejo de costumbres de subsistencia y los derechos sociales tradicionales.

Paradójicamente, suposiciones similares han influido en muchos trabajos realizados por antropólo-gos27. Estudios sobre rituales, mitos y objetos sagrados se cuentan entre los textos más fascinantes de las sociedades andinas, los mismos que pueden ser leídos

desde sus significados sociales28. Es esta una ruta, quizá la mejor, hacia una comprensión inductiva de la visión del mundo, las actitudes y los axiomas morales de los pueblos. Y, no obstante, esta metodología y esta literatura han tenido relativamente poco impacto en la historiografía andina, lo cual resulta bien curioso, puesto que la historiografía de la Europa temprana moderna (y la metodología de la economía moral misma como se aplicaba en dicho contexto) está ricamente dotada de ejemplos de análisis simbólico y semiótico de las costumbres y tradiciones en las sociedades prein-dustriales29. El problema, creo yo, nace de la tendencia de muchos antropólogos simbólicos a seguir

25 Scott, The Moral Economy ofthe Peasants, p. vii. 26 Scott dice lo mismo e indica que intenta enfocar más directamente los aspectos culturales de la economía moral en un libro subsiguiente

(p. viii). De hecho, su recientemente publicado libro Weapons ofthe Weak, Everyday Forrns of Peasant Hesistance, New Haven, Yale University Press, 1985, está basado en trabajo de campo etnográfico en una comunidad (Sedaka) en Malasia.

27 Un ejemplo es Hastien, Joseph W., Mountain of the Cóndor; Metaphor and Ritual in an Andean Ayllu, St. Paul, West Publishing Co., 1978. Una excelente monografía que sí integra el análisis simbólico y sociohistórico es la de Jean Isbell, Bille, To Defend Ourselves. Ecology and Ritual in an Andean Village, Austin, University of Texas, 1978.

28 Véase Salomon, "Andean Ethnology", para reseña de los trabajos realizados en esta área. En cuanto a su trabajo germinal de análisis semiótico de los artefactos culturales, rituales, episodios, etc., véase Geertz, The Interpretation of Cultures.

29 Véase, por ejemplo Ladurie, Le Roy, Carnival in Romans, NY, George Brazillier, 1979; Ginzburg, Cario, The Cheese and the Worms: The Cosmos of a Sixteenth Century Miller, NY, Penguin, 1980; y Burke, Peter, Popular Culture in Early Modern Europe, NY, Nueva York University Press, 1978.

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una metodología estática, textual frente a las formas culturales an-dinas. Además, gran parte del trabajo en antropología simbólica basado en trabajo de campo en so-ciedades contemporáneas, pierde de vista los procesos estructurales y su efecto sobre las formas de expresión cultural.

El problema, nace de la tendencia de muchos

antropólogos simbólicos a seguir una metodología estática, textual frente a

las formas culturales andinas. Además, gran

parte del trabajo en antropología simbólica

basado en trabajo de campo en sociedades

contemporáneas, pierde de vista los procesos

estructurales y su efecto sobre las formas de expresión cultural.

En otros campos, sin embargo, los historiadores sociales comienzan a explorar más profundamente la temporalidad y los determinantes históricos de la costumbre y la tradición en sociedades preindus-triales. En un libro reciente, La invención de la tradición, editado por Eric Hobsbawm y Terence Ranger, se recuerda a los antropólogos e historiadores que las "costumbres no pueden ser invariantes, puesto que aun en las sociedades 'tradicionales' la vida no es así"30. Sus estudios muestran

que, a medida que las prácticas sociales cambiaron o fueron ma-nipuladas hacia nuevos fines, asi-mismo cambiaron o se inventaron nuevas tradiciones. La evolución del ritual y el mito, a su vez, reflejaba la visión cambiante de las co-lectividades sobre las contingencias históricas, y los cambiantes conceptos de la legitimidad política. Esta es un área que los inves-tigadores andinos aún no han ex-plorado adecuadamente. Ya sa-bemos, por ejemplo, que aquello que llegó a llamarse ley consuetu-dinaria andina con respecto a los derechos territoriales y reciproci-dades fue modificado, inclusive reinventado, por las autoridades coloniales.

Los reclamos de tierras poseídas por los ayllus desde "tiempos in memoriales", con frecuencia tu vieron sus orígenes en el período toledano, e inclusive después. Aun cuando la ley colonial y la práctica respetaron ciertos pa trones y normas sociales preco- loniales, tuvieron el efecto de convertir a las costumbres andi nas en reglamentos más rígidos y precisos por efecto de la codifi cación colonial31.

Por tanto, los historiadores andinos que estudian la economía moral tienen poco que ganar utilizando las definiciones abstractas y estáticas de una "lógica de sub-sistencia" estrechamente concep-tuada. La experiencia andina y las estrategias de sobrevivencia colectiva durante cuatro siglos de colonialismo mercantil, crearon un cambiante horizonte cultural rico y variado. La diversidad étni-

ca andina al final de la era colo nial fue el legado más visible de aquel horizonte. Por otro lado, la mayoría de los historiadores so ciales tampoco deben ceñirse a un análisis simbólico, exclusivamen te enfocado en lo subjetivo, que ig nora o camufla las condiciones so ciales o el cambio estructural. Lo andino con demasiada frecuencia se convierte en un concepto reifi- cado. No obstante, por intrinca dos y fascinantes que sean por de recho propio los textos y dramas cargados de simbolismo, también deben ser estudiados teniendo en cuenta sus funciones en el refor- zamiento del poder, en la domina ción, en la explotación y en la re sistencia32.

No obstante, por intrincados y fascinantes

que sean por derecho propio los textos y dramas cargados de simbolismo,

también deben ser estudiados teniendo en

cuenta sus funciones en el reforzamiento del poder, en la dominación, en la

explotación y en la resistencia.

D. La economía moral como metodología

La economía moral, según se ha elaborado en la literatura antes reseñada, tiene limitaciones in-

30 Hobsbawm, Eric, y Terence, Ranger, eds. The Invention of Tradition, Cambridge, Cambridge University Press, 1983. Aun cuando la cita se refiere a las sociedades preindustriales, el libro enfoca principalmente cómo se crean las tradiciones, para establecer alguna relación ficticia con el pasado en las sociedades industriales que cambian rápidamente.

31 En cuanto a los paralelos con el África colonial, véase Ranger, Terence, "The Invention of Tradition in Colonial África", ibid., pp. 211-262.

32 Para una crítica histórica del estudio de los significados simbólicos divorciados de los problemas sociales y políticos más amplios, véase Walters, Ronald, "Signs of the Times: Clifford Geertz and the Historians", Social Research, 47, (?), pp. 537-556.

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trínsecas como teoría del com-portamiento económico campe-sino y de los patrones culturales en el contexto andino. Tampoco provee un marco de referencia temporal para el estudio de la insurrección campesina.

Sin embargo, como aproximación metodológica a las complejas interacciones entre estructura e ideología, la economía moral tiene mucha utilidad.

Primero, recaptura las perspec-tivas de los actores andinos en momentos de crisis políticas y de ausencia de rebeliones. Como en la mejor tradición de la nueva historia social, da integridad a la visión del mundo, las actitudes y los sentimientos de las personas consideradas alguna vez como "masas inarticuladas".

Segundo, rompe con los viejos estereotipos sobre los campesi-nos, cuyas lealtades primordiales supuestamente limitaban sus horizontes ideológicos y eco-nómicos a las dimensiones locales de la comunidad. También supera la antigua suposición de que los rebeldes andinos eran turbas "prepolíticas", que reaccionaban visceralmente a la privación material o a la demagogia de agitadores externos33.

Tercero, esta perspectiva aporta una dimensión fenomenológica al estudio de la explotación colonial y neocolonial.

Una aproximación de la economía moral a la explotación bien podría ser la vía para liberarnos de la maraña metodológica, que ha caracterizado a las recientes discusiones sobre la explotación en México y en el Perú. No hay consenso, pero este debate ha avanzado y retrocedido entre aquellos que argumentan que el concertaje ataba a los campesi-nos mexicanos al peonaje por deuda, y aquellos que argumentan que rara vez restringía la movilidad laboral y que los anti-cipos en dinero podían haber for-talecido la posición de los peones y amortiguado su sufrimiento34.

Un debate incipiente también comienza a suscitarse en la his-

toriografía andina, relativo a la publicación del reciente libro de Tristan Platt sobre Chayanta. Este debate se enfoca en la ins-titución del tributo. A diferencia de la mayoría de los historiadores, Platt busca interpretar los acontecimientos a través de la visión de los pueblos andinos cuyas vidas y comunidades fueron afectadas por las exigencias y las políticas estatales. Al igual que los economistas morales, Platt ha indagado en los documentos sobre las percepciones andinas de justicia e injusticia, y sobre aquello que constituye intercambio justo e injusto. Sin embargo, Platt no se ha restringido al estudio del sentimiento popular y del consenso moral entre los ayII us de Chayanta para conformarse con una "ética de subsistencia". Su propio trabajo de campo le ha permitido explorar las complejidades y ramificaciones de una "creación cultural dotada de su propia lógica y leyes..." que dieron forma a las interpretaciones y reacciones colectivas, ante los eventos y fuerzas provenientes tanto de dentro como de fuera del ayllu35.

Son pocos los historiadores que han seguido el ejemplo de Platt, comhinando el trabajo de campo con investigaciones de fuentes documentales. Pero los historia-dores que enmarcan sus investi-gaciones sobre la explotación en términos fenomenológicos, se

33 La economía moral adelanta el análisis de la protesta campesina mucho más allá de los primeros argumentos acerca las luchas "prepolíticas" o "preideológicas", que eran locales, defensivas, conservadoras y desventajosas. En relación con el argumento anterior véase, por ejemplo, Hobsbawn, Eric, Primitive Rebels, NY, Norton, 1959. Una crítica y reconsideración excelente de las suposiciones anteriores es la de Alavi, Hamza, "Peasant Classes and Primordial Loyalties", Journal of Peasant Studies, (1973), pp. 23-62. Los análisis recientes sobre sublevaciones y luchas andinas están abriendo nuevos campos de estudio sobre la conciencia política y la acción. Dos ejemplos son Stern, Steve, "The Age of Andean Insurrection, 1742-1782", en Resistance Rebellion, and Consciousness in the Andean Peasant World; Rivera, Silvia, Oprimidos pero no vencidos. Luchas del campesinado qheschwa y aymara, 1890-1980, La Paz, Hisbol, 1984.

34 En cuanto a una reseña de la controversia que rodea a la institución del peonaje y el trabajo en la hacienda en general, véase Kaen, Benjamín, "Main Currents in United States Writings on Colonial Spanish America, 1884-1984", en Híspame American Histoncal Review, 65 (1985), pp. 657-682, especialmente pp. 675-676; y Bauer, Arnold, "Rural Workers in Spanish America: Problems of Peonage and Oppression", en Hispanic American Historical Review, 59 (February 1979), pp. 34-63.

35 Platt, Tristan, "The Andean Experience of Bolivian Liberalism, 1825-19O0", en Stern, ed., Resistance Rebellion, and Consciousn ess in the Andean Peasant World, pp. 280-326

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verán cada vez más obligados a utilizar los métodos antropológicos para lograr sus metas. En el momento de utilizarlos (si la suerte los favorece), los historiadores ya no tendrán que valerse de la intuición para deducir los sentimientos e ideologías popu-lares que motivaron los compor-tamientos históricamente obser-vados. Ni tampoco se verán en la necesidad de abstraerlos de las interpretaciones escritas por las élites, en cuyos testimonios se imponen opiniones sobre la mentalidad y la idiosincrasia innata de "sus" obreros.

Al mismo tiempo, la interdisci-plinariedad fomentará entre historiadores y antropólogos una conciencia de la diversidad entre regiones y etnias andinas en cuanto a las percepciones po-pulares de la política estatal y, asimismo, de la diversidad en las reacciones populares por las circunstancias económicas expe-rimentadas durante determina-das coyunturas históricas. Para utilizarlo correctamente, el mo-delo "economía moral" tiene que estar ligado a contextos concre-tos en cuanto a región, etnia y período histórico. En palabras de Platt, "ciertos nexos institu-cionales y ciertas formas de con-ciencia con frecuencia varían marcadamente entre grupos ét-nicos vecinos"36. Las diferencias intraandinas con respecto a la orientación moral, las actitudes y los comportamientos frente al cambio estructural, resultarán aún más destacadas cuando se haga la comparación entre unidades regionales. En efecto, el estudio comparativo e histórico

de la economía moral, en un pla-no étnico o regional, promete abrir nuevas perspectivas sobre la dialéctica entre la estructura y la ideología tal como se mani-fiesta en las sociedades andinas en determinados momentos.

La interdiscíplinariedad fomentará entre historiadores y

antropólogos una conciencia de la

diversidad entre regiones y etnias andinas en cuanto

a las percepciones populares de la política

estatal y, asimismo, de la diversidad en las

reacciones populares por las circunstancias

económicas experimentadas durante determinadas coyunturas

históricas.

Para finalidades ilustrativas, este ensayo examinará breve-mente dos regiones contiguas, altamente contrastantes en cuanto al funcionamiento y con-tenido de la economía moral. El contraste se nota tanto en el fun-cionamiento y contenido de la economía moral dentro de la co-munidad (o ayllu), como en su papel relativo a las relaciones regionales entre campesinado y Estado. Basado en extensas in-vestigaciones sobre Chayanta, y en mi propio estudio sobre Co-chabamba, este panorama si-

nóptico solamente pretende de-linear algunas de las diferencias más importantes entre las dos regiones durante la última parte del siglo XVIII y el siglo XIX. Toma en cuenta la importancia y relevancia de la economía moral para una región como Cocha-bamba, donde la clase social, más que la casta colonial, defi-nió y estructuró las relaciones de explotación.

IV. CASOS CONTRASTANTES:

CHAYANTA Y COCHABAMBA

La obra de Platt, Estado boliviano y ayllu andino (1982), narra la creciente confrontación entre los ayllus de Chayanta y el gobierno republicano. Este conflicto llegó a agravarse hacia fines del siglo XLX, cuando el Estado oligárquico montó finalmente su programa li-beral y trató de incorporar a los indios como "ciudadanos" dentro de una cultura "europea". Platt examina la amenaza planteada por las políticas de la reforma li-beral al orden material y norma-tivo sostenido por los grupos étni-cos de Chayanta, una amenaza que a fin de cuentas constituyó un intento de etnocidio, justificado por la supuesta construcción de una "nueva nación" basada en el modelo europeo37. Este asalto masivo tenía tres cabezas. Prime-ro, abolía la tenencia comunal de tierras, base material de la auto-suficiencia e identidad colectivas. En segundo lugar, derribaba el viejo sistema de tributo y lo rem-plazaba con el impuesto indivi-dualizado sobre la producción.

36 Platt, "The Andean Experience of Bolivian Liberalism", p. 283. 37 Mi síntesis del argumento de Platt es tomado de las siguientes fuentes: Platt, Estado boliviano y ayllu andino,

"Liberalism and Ethnocide in the Southern Andes" en History Workshop, 17 (Spring, 1984), pp. 3-18; "The Andean Experience of Bolivian Liberalism. The Role of the Andean Ayllu in the Reproduction of the Petty Commodity Regime in Northern Potosí", en Lebmann, ed., Ecology and Exchange in the Andes, pp. 27-69.

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Tercero, la abolición del tributo destituyó a las autoridades étni-cas, que habían manipulado el pago del tributo para repartir las cargas y que eran sujetas a algún grado de control por parte de las "comunidades" étnicas. Entonces se ponía en peligro todo un orden social e ideológico, que había demostrado su vitalidad adaptativa y su creatividad durante cuatro siglos de dominación colonial y neocolonial. Los indios confrontaban un Estado modernizante dispuesto a destruir la base moral y existencia! de las colectividades étnicas de Chayanta. Pero, a diferencia de los anteriores estudios de Polanyi y muchos estudios de caso de la Europa moderna, el estudio de Platt no hace crónica de una "gran transformación" en microcosmos. En Chayanta, hacia finales del siglo XIX, el resultado no fue de manera alguna predeterminado a favor de las fuerzas globales del capitalismo. Por el contrario, Platt se concentra en las expresiones de conciencia que generaron una identidad étnica resurgente y una ideología activa. Estas guiaron la protesta andina en defensa de su economía moral tradicional. La eficacia de la protesta de Chayanta fue suficiente para bloquear efectivamente el desarrollo de un "capitalismo boliviano nativo" armado sobre el modelo eurocéntrico de acuerdo con el programa de los reformadores criollos38.

Pero ¿en qué consistió, precisa-mente, esta "economía moral" en Chayanta, generadora de la soli-daridad étnica y de la visión po-lítica necesarias para confrontar al Estado criollo? Mediante la in-vestigación de campo y de archi-

vo, Platt explora la complejidad de la sociedad regional con el objeto de entender la "racionalidad de la resistencia indígena". Al igual que Thompson en su estudio de la lógica moral de la movilización de masas inglesas en el siglo XVIII, Platt explora la naturaleza de la organización social andina y el consenso moral en los ayllus de Chayanta para entender los patrones de consenso político y de protesta en diferentes momentos históricos.

Platt se concentra en las expresiones de conciencia

que generaron una identidad étnica

resurgente y una ideología activa. Éstas guiaron la

profesía andina de defensa de su economía

moral tradicional.

En el período anterior a la agre-sión liberal, los ayllus de Cha-yanta revelaron una notable fle-xibilidad y vitalidad. Entre los seis ayllus de la provincia —una vez territorio de grupos étnicos poderosos que sirvieron al inca como "guerreros privilegia-dos"39— la tradición comunal y la organización segmentaria continuó floreciendo. A pesar de la incursión de las reformas bor-bónicas, los ayllus habían pre-servado el patrón tradicional de la "tenencia vertical". Controlaban tierra en la puna y los valles, separados por distancias de hasta cien kilómetros. Su organización social giraba alrededor

de la necesidad de distribuir las actividades productivas entre estas dos zonas ecológicas. Estas colectividades étnicas organizaban su calendario agrícola en torno a las cosechas sucesivas de la puna y del valle, las cuales imponían a los grupos domésticos de la puna, la necesidad de migrar durante los meses de invierno (mayo a agosto) para asegurar la redistribución de las cosechas del valle (maíz, ají, etcétera).

La investigación de Platt de-muestra cómo la jerarquía étnica coordinaba cuidadosamente los calendarios agrícola, ceremonial y de cobro de tributos. Esto fue importante para el bienestar colectivo. Porque aunque el tributo se vencía dos veces al año (en los solsticios de invierno y verano), cada grupo étnico en Chayanta ajustaba el ritmo del pago de tributo a su propio calendario agrícola. Además los pagos del tributo eran ritualiza-dos y sancionados por ceremonias (cabildos) semianuales, implicados en el calendario específico de cada grupo étnico40.

De esta manera, el estudio de Platt ilumina dos características entretejidas entre sí y comunes a todos los ayllus de Cha-yanta. Primero, los ayllus desarrollaron un orden normativo flexible que preservaba la unidad de sus colectividades étnicas. A través de una variedad de estrategias reproductivas —tanto recíprocas como mercantiles-los ayllus mantenían un considerable grado de seguridad en su subsistencia. Los ayllus de Chayanta no sólo controlaban tierras en zonas ecológicas múl-

38 Platt, "Liberalism and Ethnocide", op. cit., pp. 15-16. 39 Espinosa Soriano, Waldemar, ed., "El Memorial de Charcas: crónica inédita de 1582", Cantuta, Revista de la Universidad

Nacional Educación, Chosica, 1969, pp. 1-35 40 Platt, "Liberalism and Ethnocide", op. cit, p. 12.

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.

tiples; también comerciaban trigo en Potosí y en otros pueblos mineros en grandes cantidades a finales del período colonial. Y, no obstante, los ayllus no experi-mentaron la mercantilización de las relaciones sociales como resultado de su participación en el mercado. Es cierto que Platt menciona el desarrollo de conflictos y tensiones en los ayllus a finales del siglo XVIII. Pero el punto es que el orden normativo de los ayllus era suficientemente robusto como para contener las fuerzas potencialmente dife-renciadoras entre clases, y para asegurar algún grado de control colectivo sobre la distribución de recursos, todavía a finales del siglo XVIII y comienzos del XIX.

Los indios de Chayanta conceptualizaban sus relaciones

con el estado colonial en términos de derecho y obligaciones

mutuas, las mismas que consituían un "pacto moral de

reciprocidad".

La otra característica singular que gobernaba la economía moral de los ayllus de Chayanta, es el factor más acentuado por Platt: las normas tradicionales que definían y legitimaban las relaciones Estado-campesinos. Platt argumenta que los indios de Chayanta conceptualizaban sus relaciones con el Estado co-lonial en términos de derecho y obligaciones mutuas, las mismas que constituían un "pacto moral de reciprocidad". La institución del tributo, principal me-

canismo del "gobierno indirecto", concedía sanción y protección estatal a los derechos de los grupos étnicos: a cambio de su papel de tributarios, se les otor-gaba autoridad para ejercer el control colectivo sobre la tierra. La visión chayanteña del tributo, como parte del pacto recíproco que gobernaba las relaciones Estado-campesinos, era compartida por muchas comunidades, a lo largo de Bolivia, como lo demuestra la protesta andina ampliamente extendida en cuanto a las amenazas de abolición del tributo que siguieron a la Independencia41.

Pero el análisis de Platt va más allá. Explica que los indios de Chayanta subordinaron las obli-gaciones formales tributarias a los imperativos de sus propios ritmos agrícolas y ceremoniales. La flexibilidad del Estado colonial, junto con la posición relativamente privilegiada de los ayllus de Chayanta, en el comercio suran-dino del trigo hacia finales del siglo XVIII, permitió a dichos ayllus distribuir la carga del tributo y cumplir con sus obligaciones fiscales hacia el Estado, sin esfuerzo excesivo. En realidad, las deudas del tributo aparentemente no se contabilizaron a cargo de los ho-gares campesinos individuales. Los señores de la etnia satisfacían las obligaciones del tributo a través de la movilización de recursos colectivos. Los campesinos aceptaron como algo acostumbrado, la obligación de prestar servicios laborales en las tierras comunes de sus ayllus. Sus señores respondían por medio de usuales actos de generosidad. En un nivel más existencial, las prestaciones de los campesinos aseguraban

tanto su propia seguridad de sub-sistencia en el ayllu, como el man-tenimiento del pacto recíproco con el Estado. Una vez que el Estado liberal rompió este pacto moral, tratando de crear una base al-ternativa de legitimidad, el Estado tuvo que afrontar la violenta protesta colectiva de los indios de Chayanta.

Las "comunidades" andinas de la región de Cochabamba constituyen un ejemplo contrastante42. A diferencia de los ayllus de Cha-yanta, las cinco comunidades (pueblos reales) de la región co-chabambina controlaban única-mente una minoría de la pobla-ción nativa de la provincia. En términos espaciales, controlaban pequeñas porciones del valle bajo y de los dos valles occidentales ribereños. El equilibrio entre comunidad y hacienda se había inclinado a favor de esta última hacia comienzos del siglo XVII. Lo más importante es que los pueblos reales de indios se origi-naron como instrumentos del

41 Sánchez-Albornoz, Nicolás, Indios y tributos en el Alto Perú, Lima, IEP, 1978, capítulo 42 Véase mi estudio Colonialism and Agrarian Transformation, capítulo 4.

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Estado toledano. Había poca in-tegridad étnica en aquellas co-munidades originales, aun antes de que fueran absorbidas por los forasteros de los distantes ayllus

La protesta campesina y el desafío a las autoridades externas era un pálido reflejo de los profundos

cismas que fragmentaban internamente a la sociedad

tapacareña. Estas realidades contradecían

totalmente la falsa fachada de solidaridad e identidad

colectivas.

de la sierra. Por supuesto, la fuerte presencia incaica en el valle bajo alteró radicalmente el equilibrio original entre los grupos étnicos indígenas y las colo-nias mitimaes no-incas que habían extendido el poderío de los grandes reinos aymarás del altiplano a los fértiles valles del maíz de Cochabamba43. El régimen toledano construyó arbitrariamente los pueblos de indios juntando fragmentos de las "islas" mitimaes, los vestigios del régimen agrario inca, y grupos étnicos fraccionados que vivían aún en las márgenes de los valles centrales. Tapacarí y Capinota pudieron retener o recuperar los patrones de tenencia vertical. Pero los tres pueblos de los valles centrales se conformaban más

estrechamente con el modelo tipo congregación mesoamericana que fueron comunidades campesinas nucleadas, rodeadas de sementeras de maíz. Y aun así, la reorganización territorial toledana no pudo frenar la protesta y la rivalidad entre ayllus andinos serranos distantes, que toda-vía esperaban recuperar el acceso directo a la tierra maicera del Valle44.

En el siglo XVIII las comunidades de Cochabamba fueron acosadas por la diferenciación social interna y, por lo menos en el valle bajo, también por la erosión territorial. Desde el exterior, las haciendas se incrustaban en las tierras comunales. Desde el interior, los pequeños terratenientes mestizos e indios poseían control de facto sobre lotes de tierra. En el pueblo real de Tapacarí todavía seguía sus-tentándose una lucha sobre los derechos y obligaciones legítimas entre miembros de aquella comunidad. Pero (como he analizado en otro lugar)45 la lucha sobre la naturaleza y equilibrio del intercambio era principalmente un conflicto interno. En las décadas centrales del siglo XVIII, los tapacareños protestaron contra el repartimiento de mercancías y, más generalmente, en contra de las demandas "excesivas" de las autoridades coloniales. El tributo iba incluido entre las cargas, de las cuales se quejaban los campesinos de Tapacarí. Sin embargo, la protesta campesina y el desafío a las autoridades externas era un pálido reflejo de

los profundos cismas que frag-mentaban internamente a la so-ciedad tapacareña. Estas realidades contradecían totalmente la falsa fachada de solidaridad e identidad colectivas.

Para iluminar el contraste con Chayanta, dos asuntos son per-tinentes:

El primer problema se desenvuelve en torno al cobro del tributo y a la crisis de la autoridad política en la comunidad de Tapacarí a finales del siglo XVIII. A diferencia de los ayllus de Chayanta, donde de manera efectiva los curacas aliviaban de la carga del tributo a los hogares campesinos, en Tapacarí la carga de la recolección del tributo tendía a recaer sobre los hombros individuales de los comuneros. Cada uno de los caciques (como ellos eran llamados) nombraba trece cobradores para re-coger los tributos dos veces al año en los distritos asignados. Y mientras la producción de las tierras comunales, supuestamente, debía proveer el excedente para cubrir los déficit del tributo, parecen, en realidad, no haber servido a dicho propósito. El testimonio de los campesinos, corroborado por las mutuas acusaciones de los caciques rivales y confirmado por informes de los criollos, sugiere que los caciques transferían la carga del cobro de impuestos directamente a los in-dividuos asignados para la recolección del tributo 46 . Ellos, a su vez, se endeudaron con los caciques, algunas veces por varios

43 Wachtel, Nathan, The Mitimas of the Cochabamba Valley: The Colonization Policy of Huayna Capac", en collier etac, co, The Inca and Aztec States, 1400-1800, pp. 199-239.

44 Saignes, Therry, Los Andes orientales, y Brooke, Larson, Colonialism and Agrarian Transformation, capítulo 2. 45 Larson, B., y León, R., "Dos visiones históricas de las influencias mercantiles en Tapacarí", en Harris/Larson/Tandeter, eds.,

Participación indígena en los mercados surandinos y Larson, B., Caciques, Class Structure and the Colonial State, op. cit. 46 ANB.TI No. 46, "Juicio en grado de apelación sobre los capítulos que se lee a don Juan Guillermo Liro de Córdova, por el indio Blass

Condori, sobre las tierras... de Tapacarí", 1753. Algunas copias del litigio están también en el Archivo de Indias, Charcas, Leg. 367, 1752-1756.

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cientos o aun miles de pesos. Los caciques cubrieron algunos de los déficit del tributo, pero lo hacían en calidad de patrones privados "fiando" al deudor-cobrador. De esta manera, la mecánica del cobro de tributos creaba un sistema de clientelismo, que parecía redefinir las relaciones entre los caciques y los cobradores de tributo, en términos de deuda y crédito mercantiles.

Esta corrupción de las relaciones recíprocas se refleja en las opiniones de los campesinos con relación a las prestaciones de trabajo. En contraste con lo que pasaba en Chayanta, aquí se produjo una amplia resistencia y protesta contra los "turnos de trabajo" convocados por los caciques. Obviamente, los campesinos descontentos no se quejaban de las "prestaciones habituales" en tierras comunales para ayudar a la comunidad a cumplir con su cuota de tributo. Ellos protestaban por la injusticia de tener que ofrecer "servicio personal" en las tierras que, efectivamente, pertenecían a la familia del cacique. En la medida en que las comunas eran convertidas en terrenos privados cuya producción ya no contribuía a garantizar las obligaciones de la comunidad, los campesinos cuestionaron cada vez más el derecho de sus propios caciques a reclutar su trabajo. Los caciques, en síntesis, enfrentaban los dilemas de una crisis de au-toridad. La persistente mercan-tilización de las relaciones sociales en las comunidades había logrado destruir su legitimidad como gobernantes. Ellos se veían obligados a buscar fuera de la comunidad, en las instituciones coloniales y en la ley, un

reforzamiento de su posición. Pero aquella estrategia los colocaba en una situación ambigua. Para ganarse la sanción de la corte (contra los caciques rivales y contra los campesinos desafiantes) tuvieron que justificar y

En la medida en que las comunas eran convertidas en

terrenos privados cuya producción ya no

contribuía a garantizar las obligaciones de la

comunidad, los campesinos cuestionaron cada vez más el

derecho de sus propios caciques a

reclutar su trabajo.

legitimar su control sobre el trabajo comunal. Se justificaron ante la justicia española diciendo haber cumplido con sus obligaciones hacia la comunidad (prestando dinero a los cobradores endeudados, vendiendo las cosechas de sus tierras particu-lares para cubrir el tributo, dando regalos de aguardiente a los trabajadores comunales). Pero está claro que a los caciques les hacía falta el poder del Estado para apuntalar su posición política, ya erosionada dentro de la comunidad.

De esta forma, el Estado colonial maduro desempeñó papeles diferentes en Chayanta y en Co-chabamba. En Chayanta, la je-rarquía mediaba entre el Estado y los campesinos del ayllu. El Estado, por su parte, legitimaba las colectividades étnicas y concedió suficiente flexibilidad en sus demandas de tributo para

que éstas pudieran ser coordinadas con los ciclos productivos, migratorios y ceremoniales. En la comunidad de Tapacarí, por otro lado, la sanción del Estado a la tenencia comunal era más bien insignificante. La frag-mentación y la diferenciación social ya rompían el equilibrio social y producían un gran grupo de forasteros sin tierras. El Estado era el que, cada vez más, mediatizaba en las relaciones entre los caciques y los campesinos. Mientras tanto, se iba profundizando la crisis en los años que antecedieron a las sublevaciones de 1781. Después de las sublevaciones, el Estado intervino más directamente en la vida de la comunidad. Pero a diferencia de Chayanta, donde los Borbones trataron de desplazar a los señores étnicos hereditarios en Tapacarí el empuje de la reforma fue bastante diferente. Los Borbones trataron de controlar los excesos de los caciques hereditarios y, al mismo tiempo, de imponer y "racionalizar" la redistribución de la tierra y el cobro de los tributos. Sus propósitos eran convertir a los forasteros en residentes originarios, extender la carga del tributo y aumentar los ingresos. Pero; fundamentalmente, los reformadores Borbones querían restablecer las bases de la legitimidad de los caciques, de suerte que los jefes hereditarios leales, en los cuales confiaban los españoles, pudieran continuar gobernando47.

La segunda cuestión en la economía moral comparada tiene que ver con las percepciones y expectativas de los campesinos de Cochabamba en cuanto a sus relaciones con el Estado colo-

47 Véase mi libro Colonialism..., op. cit., capítulo 8.

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Page 93: Historia Crítica No. 6

nial. En términos muy generales, las diferentes experiencias históricas de los campesinos de Chayanta y de Cochabamba en los siglos XVIII y XIX dieron origen a distintas percepciones sobre las relaciones entre los cam-pesinos y el Estado. En la región de Cochabamba, donde habían predominado los modos de pro-ducción privados desde los primeros tiempos coloniales, el patrimonio del Estado colonial o neocolonial había revestido poca significación para la mayoría de los campesinos. El Estado no tenía autoridad moral para sancionar la tenencia de tierra entre los tributarios forasteros quienes habitaban tierras de las haciendas. Cuando más, las instituciones jurídicas podrían desempeñar una función de mediación en las disputas entre los campesinos y los terratenientes sobre los términos de la renta. Y, como vimos, en las comunidades campesinas el Estado podía tratar de mediar las relaciones conflicti-vas entre caciques y campesinos pero en general el tributo representaba, sin más, la extracción sobre los pequeños terratenientes campesinos. Históricamente, la incursión del Estado había amenazado el equilibrio social en los valles, donde ya habían decaído hacía tiempo las castas, y los forasteros eran apenas distinguibles de los campesinos cholos y mestizos.

La primacía de las relaciones agrarias de clase habían marginado por largo tiempo el patrón-Estado y socavado su legitimidad para extraer tributo. Después de todo, el "Estado tributario" no tenía nada que "ofrecer" a la familia campesina que apenas lograba una subsistencia precaria fuera del contexto ayllu.

VIII. CONCLUSIÓN

Las regiones de Chayanta y Co-chabamba constituyen contextos radicalmente diferentes para el estudio de la economía moral en la historia andina. Las raíces históricas de esta diferencia se encuentran en el período incaico. En Chayanta, la persistencia y vitalidad del ayllu y de la identidad étnica dieron forma y contenido a una economía moral típica de cada grupo étnico. En Cochabamba, los determinantes culturales y las expresiones de la economía étnica y moral fueron históricamente mucho más débiles. Pero en ciertas coyunturas históricas, la fuerza de la conciencia moral entre los campesinos de Cochabamba podía galvanizar la acción contra la injusticia de los tributos y las presiones del Estado colonial o neocolonial. No faltan ejemplos históricos de campesinos y artesanos que se levantaron contra los reclamos "ilegítimos" del Estado colonial en varios momentos durante el período colonial tardío. Menos visibles e históricamente significativos son los ejemplos de campesinos que enfrentaban a sus terratenientes para protestar los términos injustos de intercambio. Sería fácil caer en la trampa de algunos economistas morales que suponen el funcionamiento incues-tionado de las relaciones patrón-cliente en la mayoría de las haciendas, hasta finales del siglo XIX o comienzos del siglo XX, cuando los terratenientes emprendedores decidieron tomar la "vía junker" hacia la modernización agraria y con ello alteraron el equilibrio tradicional de intercambio que gobernaba la relación terrateniente-arrendatario. Sin embargo los documentos coloniales están llenos de ejemplos de campesinos que de-

safiaron el poder de los terrate-nientes que violaban las costumbres para promover su propia riqueza. Obviamente, fuera del contexto del ayllu, las expresiones de la indignación moral de los campesinos hacia los terratenientes individuales tenían, por lo general, poco impacto político más allá de los linderos de la ha-

Las diferentes experiencias históricas de los

campesinos de Chayanta y de Cochabamba en los

siglos XVIII y XIX dieron origen a distintas

percepciones sobre las relaciones entre los

campesinos y el estado.

cienda.

Pero si los historiadores desean avanzar más allá de las concep-tualizaciones materialistas de la explotación y las "explicaciones" convencionales de las protestas campesinas, deberían encontrar las fibras morales de las relaciones dominantes tanto entre los campesinos andinos y el Estado, como entre los campesinos y los terratenientes. En aquellas regiones o microrregiones donde la solidaridad étnica era históricamente débil y la etnicidad no era el lenguaje fundamental de la autoexpresión colectiva, y donde aún no se había desarrollado la conciencia de clase campesina con una ideología formal, los historiadores tienen la tarea aún más dura de detectar las suposi-ciones morales y las expectativas que guiaban y legitimaban el comportamiento económico y político campesino. Esas normas no pueden deducirse de la "ética

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de subsistencia", aunque ésta es quizá un buen punto de partida conceptual. La tarea de explorar las percepciones campesinas aún en un contexto de clase alta-mente estratificado, requiere que los historiadores describan el carácter tanto de los valores como de la estructura de la co-munidad entre los campesinos andinos, no solamente en mo-mentos de tensión social, sino en sus actividades económicas diarias en el mercado, en la hacienda, en las ceremonias ocasionales. También reclama mayor análisis de las formas culturales de autoidentidad y expresión entre los campesinos que vivían fuera del contexto del ayllu48.

Finalmente, en el estudio del con-tenido moral de las relaciones de poder, es conceptualmente im-portante no dicotomizar el orden normativo entre un sistema de dominación basado en clases, y otro en castas. En regiones como Cochabamba, donde clase y casta se combinan en distintas formas para jerarquizar las relaciones sociales, tiene poco sentido anali-

zar una relación de explotación aisladamente de la otra. Obvia-mente, el Estado colonial y la clase hacendada interactuaban en varias formas, frecuentemente contradictorias, para reproducir el orden hegemónico en este contexto colonial. Lo más importante es que los campesinos tenían que encontrar las formas de enfrentar una autoridad contra la otra, como medida para mejorar su posición de negociación. Hay innumerables ejemplos de campesinos de Cochabamba que manipulaban el paternalismo del régimen hacen-datario para defenderse de las exigencias tributarias durante los períodos de centralización estatal (por ejemplo, a finales del siglo XVIII). En otras épocas, cuando se deterioraban las relaciones de clase, los campesinos se volvían con igual facilidad hacia las autoridades coloniales para que éstas mediatizaran su lucha sobre los términos de intercambio, con sus propios terratenientes. En la medida en que las estrategias campesinas de subsistencia o sus estrategias políticas variaban en respuesta a nuevas presiones,

de igual forma cambiaban también sus expectativas morales sobre lo apropiado de los roles de las élites dominantes. En fin, en la historia como en la vida real la economía moral nunca fue rígida o muy estática.

La tarea de explorar las percepciones

campesinas aún en un contexto de clase

altamente estratificado, requiere que los

historiadores describan el carácter tanto de los valores como de la

estructura de la comunidad entre los

campesinos andinos, no solamente en momentos de tensión social, sino en

sus actividades económicas diarias en el mercado, en la hacienda,

en las ceremonias ocasionales.

48 Véase el libro de Scott, The Weapons of the Weak, para un análisis fascinante de las formas y expresiones cotidianas

de "resistencia ideológica" en una situación dinámica de clases agrarias.

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ENTRE BAMBALINAS BUROCRÁTICAS DE LA REVOLUCIÓN COMUNERA DE 1781

Jaime Jaramillo Uribe Director del Departamento de Historia de la Universidad de los Andes

En 1778, tres años antes de la Revolución de los Comuneros, designado por la Corona como regente del Virreinato de Nueva Granada, llegaba a Santa Fe Juan Gutiérrez de Piñeres. Traía la misión de aplicar en el Virreinato de Nueva Granada la política borbónica encaminada a reorganizar la administración colonial, con el fin de hacerla más eficiente, más racional y moderna; en una palabra, más capaz de producir mayores ren-dimientos fiscales para la real hacienda de la monarquía y de insertar la economía de las colonias americanas en el proyecto general que permitiría a España desarrollar una economía industrial y capitalista que la hiciera competidora posible y émula de la economía inglesa que por entonces arrancaba hacia la revo-lución industrial. Dentro de este proyecto, la reorganización ad-ministrativa y el mejoramiento de la burocracia colonial, particularmente en el campo de la organización fiscal, desempeñaban un papel decisivo, que con respecto a la Nueva Granada fue

la tarea a la cual se enfrentó Gutiérrez de Piñeres.

Gutiérrez de Piñeres era un hombre de sólida

formación jurídica, representante auténtico de la mentalidad borbónica

basada en los conceptos de eficiencia y racionalidad

burocrática.

Desde su llegada a Santa Fe se notaron sus diferencias con el virrey Flórez, diferencias que muy pronto llegarían a un franco en-frentamiento y a un áspero conflicto de jurisdicciones. Flórez, un militar que a través de su gestión virreinal había mostrado un temperamento benévolo y transaccionista, era en realidad muy poco representativo de la buro-cracia borbónica. Gutiérrez de Piñeres, en contraste, era un hombre de sólida formación jurí-

dica, representante auténtico de la mentalidad borbónica basada en los conceptos de eficiencia y racionalidad burocrática. El conflicto entre las dos maneras y los dos temperamentos estalló cuando Gutiérrez de Piñeres objetó unos nombramientos y unos traslados de funcionarios en el ramo de la administración de la renta de tabaco y aguardiente y el contenido de unas ordenanzas que sobre los mismos ramos había preparado el asesor del virrey, Francisco Robledo1. Ante las objeciones de Gutiérrez de Pi-ñeres, el virrey ordenó remitir a Gutiérrez toda la documentación de los casos y le comunicó que de ahí en adelante todo correría por cuenta del regente y que él se abstendría de intervenir en los cambios que debieran introducirse en la administración. Gutiérrez interpretó el gesto como una manera habilidosa del virrey para evadir sus deberes y responsabilidades y como una forma de hacer recaer sobre su nombre las resistencias y malquerencias que podrían despertar sus gestiones. En su respues-

1 Según Gutiérrez, el proyecto había sido escrito por García Olano, quien era el candidato para el cargo de administrador de rentas del Socorro.

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ta, recordaba al virrey que el reino tenía una constitución y un ordenamiento jurídico que delimitaba muy bien su jurisdicción y que las funciones que el Rey le había encomendado como regente no podrían sustituir las suyas como virrey. En carta al ministro de las Indias, José de Gálvez, aludía Gutiérrez a la situación presentada, en estos términos:

Por más que se intente paliar este procedimiento, incluye en sí muchas irregularidades. Se equivocan lastimosamente el virrey y los que le aconsejan, si creen que está en su mano des-prenderse de la autoridad y fa-cultades que Su Majestad ha de-positado en su persona y empleo. Si todos los que sirven al Rey tuviesen esta libertad, les fuera lícito abandonar el puesto cuando las cosas no salen según su gus-

tado deplorable en que se halla, se quiere lanzar sobre mí para atribuirme luego el daño y tener esta disculpa2.

El trasfondo de la querella, que no involucraba sólo al virrey sino a todos los altos funcionarios de la administración virreinal, fue descrito por Gutiérrez de Piñeres en una larga correspondencia con el ministro de las Indias, José de Gálvez. La situación encontrada por el regente en la administración fiscal del virreinato es denominada, muy gráficamente, como "el régimen de los cinco cuñados". "En el Tribunal de Cuentas —escribe a Gálvez— se hallan tres cuñados, el contador don Vicente Nariño y los ordenadores don José López Duro y don Manuel Al-varez. Es también cuñado de los tres el oficial real don Manuel de Revilla, e igual parentesco tiene con los cuatro cuñados el oidor don Benito Casal. Considérese, pues, qué seguridad puede haber en que asuntos que corren por las manos y dirección de estos empleados se manejen con la impar-

Me consta que la idea es aparentar con este desprendimiento que no se ambiciona el mando y que todo se deja al arbitrio del Visitador General. Así me lo manifestó el virrey en las primeras conferencias, resentido de que se le hubiesen desaprobado sus re-glamentos. Por entonces pude disuadirlo, haciéndole ver que mal podría desprenderse de la autoridad y facultades anexas al carácter de su dignidad, ni yo ejercer más que las que Su Ma-jestad me había confiado.

Y más adelante agrega, refirién-dose a la posición del virrey:

to, presto se transtornaría el or-den político y sucedería una gran confusión. El verdadero servicio de Su Majestad está en que cada uno mantenga y de-fienda las funciones a que se le ha destinado y no volver el rostro cuando o se encuentra en di-ficultades o no convienen las ór-denes del Soberano con las ideas del súbdito. No se me oculta que la idea es sofocarme con tanto cúmulo de negocios, pues el nú-mero de los que están pendientes excede la imaginación por las alteraciones que se han hecho en todos los ramos. Que después de haber puesto este erario en el es-

La situación encontrada por el regente en la

administración fiscal del virreinato es denominada, muy gráficamente, como "el régimen de los cinco

cuñados".

cialidad que recomiendan las leyes, el servicio del Rey y del público. ¿No es preciso que éste desconfíe y murmure, como lo hace, de unas operaciones que se prepa-

2 La correspondencia entre Gutiérrez de Piñeres y Gálvez está contenida en el legajo No. 659 del Archivo General de Indias de Sevilla, que en adelante será citado con la Sigla AGÍ. Esta y las referencias que siguen han sido tomadas del mencionado legajo, que infortunadamente no está foliado.

Casa de los virreyes

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Para señalar la anomalía e ile-galidad que tal situación impli-caba, Gutiérrez recuerda reite-radas y antiguas disposiciones legales que prohibían los enlaces familiares entre funcionarios de la administración colonial, como las de padre e hijo, tío y sobrino, hermanos y cuñados, o parentescos en el cuarto grado de consanguinidad, y cómo, cuando el virrey Guirior, 1775, en desarrollo de reales cédulas sobre tales prohibiciones, ordenó una pesquisa en las altas esferas de la administración, había encontrado una maraña de relaciones de parentesco. Don Juan Francisco Vergara, regente del Tribunal de Cuentas, era suegro de don Antonio Ayala y cuñado de don Manuel Alvarez y suegro de don José López Duro, contadores y ordenadores. Es decir, las mismas relaciones que

existían en 1778, aumentadas con otras de compadrazgo entre éstos y otros funcionarios.

En ese entonces, recuerda Gutié-rrez, Guirior se declaró impotente para cumplir las prescripciones de Madrid, arguyendo la inexistencia en el virreinato de cargos semejantes para trasladarlos. Ar-gumentos similares daría más tarde el virrey Flórez, comple-mentándolos con la idea de que, dada la categoría noble de las fa-milias favorecidas y su imposibilidad de vivir de otras fuentes, era un acto contrario a la benevolencia real retirarlos de sus cargos. Sin embargo, Gutiérrez de Piñe-res, hombre contumaz y con un rígido concepto de la ley, insistía en resolver el caso de los cinco cuña-dos. ¿Quiénes eran éstos y cómo habían formado su red de influencias sociales hasta llegar al control de los mecanismos de la Real Hacienda? El núcleo familiar venía de don Manuel Bernardo Alvarez, quien había llegado a Santa Fe en 1720 con el nombramiento del fiscal de la Real Audiencia. Una vez instalado en la capital del virreinato, contrajo nupcias con doña Josefa del Casal y Frey-re y de su matrimonio nacieron diez hijos, entre ellos las cinco esposas de los funcionarios que formaban el grupo que Gutiérrez describía como el "régimen de los cinco cuñados"4. En larga carta del 30 de marzo de 1788 al ministro Gálvez, se refería ampliamente a la influencia que en las altas esferas del virreinato ejercía la familia Alvarez. Tras insistir en detalles resumía la situación:

De aquí resulta que si los referidos empleados se pusieren de acuerdo para promover sus parti-

culares intereses o los de cual-quiera otro a quien quisiesen pro-teger con perjuicio de la real ha-cienda o de tercero, difícil mente se podría impedir ni aun averi-guar el daño. He procurado ente-rarme, como se me manda, de la conducta de cada uno y aunque nada he descubierto que aluda a confabulación ni concusión dolosa, todos los informes convienen en que esta familia es aquí la de más influjo y prepotencia en todos los asuntos y que como es tan dilatada apenas hay negocio alguno de importancia en que directa o indirectamente no tome parte y que cuando lo hace nadie se atreve a contrarrestarle por recelo de sus consecuencias'.

Falto quizás de ejemplos más con-cretos que pudieran dar respaldo a los peligros que denunciaba, Gutiérrez se refiere a un caso que, aunque hace parte de la picaresca social, a él le parecía un ejemplo de favoritismo, abuso del poder y violación de las leyes. Se trató del caso del escribano de la audien-

3 AGI, Santa Fe, 659. 4 Ibid. 5 Ibid.

ran, disponen y examinan y sen-tencian por cinco cuñados?3

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Page 98: Historia Crítica No. 6

cia, Joaquín Sánchez, acusado por la familia Alvarez de falsedad en el juicio de separación por adulterio, seguido por Manuel de la Revilla contra su esposa Bárbara Alvarez. Según se desprende del relato hecho por Gutiérrez de Piñeres, los hechos ocurrieron así: De la Revilla invitó a su casa a un grupo de amigos para conseguir información sobre las andanzas de su esposa, y el escribano Sánchez, situado detrás de unas cortinas, oyó los testimonios que luego certificó en su carácter de escribano público. Para vengarse del entuerto, don Manuel Alvarez, cuñado de doña Bárbara, acusó de falsedad al escribano ante el virrey. Este encomendó el adelantamiento de la sumaria a su asesor Francisco Robledo, también cuñado de los otros altos funcionarios y quien, según Gutiérrez, era incondicional de los Alvarez y el poder detrás del trono del virrey. La causa fue para perfeccionamiento y sentencia a la audiencia, que por aquel entonces sólo tenía dos oidores, don Juan Pey y Ruiz y don Benito Casal. Este último, cuñado de las Alvarez, se inhabilitó, pero nombró como sustituto a un abogado de la misma institución. La sentencia condenó a Sánchez a pérdida del empleo y a dos años de prisión, pero vuelto el asunto ante el virrey, éste —en realidad su asesor Robledo, según Gutiérrez— encontró muy benigna la pena y aumentó los años de prisión a cuatro y a trabajos forzados en Cartagena.

Según Gutiérrez de Piñeres, en el caso hubo toda clase de violaciones de la ley. En primer lugar, dijo en comunicaciones a Madrid que quien puso el denuncio contra Sánchez, don Juan Alvarez, no era el sujeto de la acción penal,

sino doña Bárbara, esposa de la Revilla. Segundo, el denuncio se puso ante el virrey y ha debido po-nerse ante el alcalde ordinario del crimen, quien debía conocer en primera instancia de estos delitos. Tercero, el virrey cometió otras dos violaciones de las leyes al aceptar la jurisdicción del caso y al enviarlo en consulta a la audiencia, eliminando así la posibilidad de que el acusado acudiera con el recurso de apelación ante este tribunal. Cuarto, la pena impuesta a Sánchez, quien según el visitador sólo habría merecido una sanción pecunaria, fue excesiva e inspirada por un sentimiento de venganza.

De la Revilla invitó a su casa a un grupo de

amigos para conseguir información sobre las

andanzas de su esposa, y el escribano Sánchez, situado detrás de unas

cortinas, oyó los testimonios que luego

certificó en su carácter de escribano público.

Cerrada para Sánchez la posibi-lidad de apelar ante la audiencia, tuvo que hacerlo ante el Consejo de Indias de Madrid, en largo y costosísimo trámite tras el cual se ordenó al visitador regente revisar la causa. Revisada por Gutiérrez de Piñeres, éste recomendó a Madrid eliminar la pena impuesta a Sánchez y remplazaría por una sanción pecuniaria que él consideraba adecuada para el caso, y aprovechó la ocasión para referirse una vez

más a la influencia del grupo de los cinco cuñados, a la debilidad del virrey y, sobre todo, a la ab-sorbente influencia que el asesor Robledo ejercía sobre aquél. Pidió también condenar al asesor a costas y a pagar una multa por los perjuicios causados a Sán-chez6.

En torno a las influencias y poderes de la familia Alvarez se desarrolló otro episodio. En este caso la víctima propiciatoria fue Francisco Antonio Moreno y Escan-dón. Como fiscal de la Real Audiencia, Moreno tuvo que investigar la conducta de Manuel García Olano, otro de los cuñados, en su calidad de administrador de la renta de aguardiente de Mompox. Como consecuencia de la investigación resultó un alcance contra García Olano, quien fue condenado a restituir al tesoro real el valor de 1.500 botijas de miel. García Olano nunca cumplió lo ordenado por el fiscal y ésta fue una de las razones para que Gutiérrez de Piñeres objetara su nombramiento como director de la renta de tabaco del Socorro, cargo que le había otorgado el virrey antes de la llegada de Gutiérrez a Santa Fe.

La actuación de Moreno y Es-candón tuvo como resultado que contra él se desatara una siste-mática persecución por parte del clan de los Alvarez, de la cual el fiscal se quejaba amargamente ante el regente visitador en carta del 13 de mayo de 1778.

Pero ¿cómo es posible —decía refiriéndose a la estricta aplica-ción de las leyes— que todo pue-da verificarlo un ministro, por autorizado que sea, si en vez de apoyo, protección y defensa tropieza en cada tribunal con otros empleados que, interesados por

6 Ibid.

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necesidad y vínculos de sangre, sostienen el partido opuesto; apadrinan las solicitudes y abrigan la insolencia con que a falta de la justicia se valen de las armas vedadas de la maledicencia y otros reprobados arbitrios de que no puede estar libre la más acrisolada inocencia? Si aun los más indiferentes en el público y Tribunales temerosos de incurrir en desagrado de los muchos comprendidos en la alianza recelan descubrir la verdad, trayén-dola siempre oculta en el pecho7.

Pero ¿cómo es posible que todo pueda verificarlo un ministro, por autorizado

que sea, si en vez de apoyo, protección y

defensa tropieza en cada tribunal con otros empleados que,

interesados por necesidad y vínculos de sangre,

sostienen el partido opuesto; apadrinan las solicitudes y abrigan la

insolencia con que a falta de la justicia se valen de las armas vedadas de la

maledicencia y otros reprobados arbitrios de

que no puede estar libre la más acrisolada inocencia?

No debe olvidarse que Moreno y Escandón fue uno de los funcio-narios más odiados en el medio de los comuneros y más directamente atacados en la famosa Cédula en verso8, atribuida al diácono dominico fray Gregorio Ar-cila, por haber sido Moreno el

autor de un plan de fundación de una universidad pública y de re-forma de los estudios, iniciativas que vulneraban los intereses de la orden de los dominicos; tam-poco debe olvidarse que García Olano figuraba como uno de los informantes y agentes de los co-muneros en Santa Fe.

Para romper la red de relaciones de parentesco que encontró en los altos tribunales de Santa Fe, Gu-tiérrez había propuesto a Gálvez trasladar a otros cargos a los fun-cionarios señalados por él, prefe-rencialmente a otras audiencias de América. El movimiento co-munero puso fin a estos propósitos. Lo que vendría después quedó en manos del flexible y sutil político que demostró ser Caballero y Góngora en el manejo conjunto de la situación y particularmente de las relaciones con el grupo de los criollos influyentes, que trató de apaciguar de modo preferencial. Del grupo de los cuñados denunciado por Gutiérrez de Piñeres, sólo Manuel García Olano fue retirado de su cargo de administrador de Correos del So-corro, y además enviado en des-tierro a Cartagena. Pero en su caso probablemente obró más la sospecha de que había colaborado activamente con los sublevados del Socorro que el hecho de sus cuentas pendientes con los tribu-nales fiscales.

La situación presentada por Gu-tiérrez en el caso de las altas esfe-ras de la audiencia de Santa Fe podría parecer un episodio sin im-portancia que haría parte de lo que, con cierta subestimación, suele llamarse la historia anecdó-tica. Pero si se mira el caso dentro

del amplio contexto, es decir dentro de la totalidad de la situación política de la época, se verá toda su trascendencia y la influencia que episodios como éstos pudieron tener en el descontento criollo y en la atmósfera general que rodeó el movimiento de los comuneros y más tarde el propio movimiento de independencia.

Del grupo de los cuñados denunciado por Gutiérrez

de Piñeres, sólo Manuel García Olano fue retirado

de su cargo de administrador de Correos

del Socorro, y además enviado en destierro a

Cartagena.

En nuestra historiografía sobre ambos acontecimientos, sólo el historiador norteamericano John Pheland se ha referido a él para ejemplificar su tesis de la ruptura entre la política centra-lizadora de los Borbones, espe-cialmente bajo el reinado de Carlos III, con la política tradi-cional, casuística y flexible que había caracterizado los reinados de los Austrias anteriores al siglo XVIII9. Para Pheland la figura del visitador-regente Gutiérrez de Piñeres, que califica de "tecnócrata sin imaginación", empeñado en restringir la parti-cipación de los criollos en la bu-rocracia colonial y en romper la tradición jurídica y política esta-blecida por la corona en los dos primeros siglos de la dominación española, fue el agente de esa

7 Ibid. 8 El texto de la Cédula puede leerse en Cárdenas Acosta, Pablo E., La Revolución Comunal de 1781, Editorial Kelly, Bogotá, 1960. 9 Pheland, John, El pueblo y el rey. La Revolución Comunera en el Nuevo Reino de Granada, Carlos Valencia Editores, Bogotá, 1980, C. 6, pp. 103

y siguientes.

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ruptura en el Nuevo Reino de Granada. Pero a esta aprecia-ción del agudo historiador nor-teamericano hay que hacer dos observaciones. Primero, que Gu-tiérrez en realidad trataba de poner en práctica un principio de gobierno y administración que se había establecido desde comienzos de la colonización, a saber, que debía evitarse la for-mación de nexos familiares en el seno de la administración, por una parte, para garantizar la recta administración de justicia y, por otra, para cerrarle el paso a la fortificación de los criollos en los gobiernos de Indias, con la convicción de que era de allí de donde podría surgir cualquier movimiento contra la soberanía de la metrópoli en los territorios americanos. Por eso Gutiérrez de Piñeres no tuvo sino que citar antiguas prohibiciones y viejas cédulas reales para justificar su petición de separar algunos altos funcionarios de la audiencia que tenían vínculos familiares y de trasladarlos a otros cargos y a otras provincias o virreinatos. Eso al menos es lo que se deduce de su correspondencia con el virrey Flórez y con el Ministerio de las Indias de Madrid, y no el propósito de que fueran sustituidos por funcionarios españoles10.

En general, la idea de la ruptura radical de las dos políticas, idea sostenida también por Indalecio Liévano Aguirre, es muy discutible11. Si se examina la política seguida por las autoridades españolas ante ciertos problemas neurálgicos de la segunda mitad del siglo XVIII, precisamente los que ambos autores toman como tales

para poner en evidencia la tesis de la ruptura, como la cuestión de las tierras de resguardo, las con-centraciones y eliminaciones de pueblos de indios, se observa que las causas y características de es-

Gutiérrez trataba de poner en práctica un principio del gobierno y la

administración que se había establecido desde

comienzos de la colonización, a saber, que

debía evitarse la formación de nexos

familiares en el seno de la administración, con la

convicción de que era de allí de donde podría surgir

cualquier movimiento contra la soberanía de la metrópoli en los territorios americanos.

tos problemas venían de muy atrás, por lo menos desde la se-gunda mitad del siglo XVIII, y

que al madurar o llegar a su cli-max en el XVIII debieron ser abo-cados con soluciones administra-tivas y políticas más radicales, di-ferentes de las tradicionales, pero no basadas en principios jurídicos y políticos diferentes de los tradi-cionales. Los problemas creados por el aumento de población blan-ca y mestiza sin tierras, asentada en los resguardos, habían comen-zado a presentarse desde comien-zo del siglo XVII. La solución que empezaron a darle las autorida-des virreinales a partir de 1750 consistió en restringir las tierras de resguardo para sacarlas a re-mate y en trasladar indígenas de unos pueblos a otros, medida que, según Gutiérrez de Piñeres, se debió a una equivocada interpre-tación de las instrucciones llega-das de Madrid. Esta política no se llevó a cabo sin la oposición de al-gunos funcionarios de la audien-cia. Tal fue el caso del fiscal Vas-co, quien sostenía que las leyes estaban hechas para proteger a los indígenas y que cualquier me-dida que se tomase sobre sus tie-rras debía verse dentro de ese es-píritu. Que la política paternalista y cristiana de protección de los indígenas, aludida por Liévano,

10 AGI, Santa Fe, 659. A través de su copiosa correspondencia con Gálvez, Gutiérrez aconseja trasladar los funcionarios en cuestión a otros cargos, pero en ninguna parte aparece su recomendación de remplazados por españoles.

11 Liévano Aguirre, Indalecio, Los grandes conflictos económicos de nuestra historia, Editorial La Nueva Prensa, Bogotá, sin fecha, Vol. II, pp. 199 y siguientes.

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no se abandonó, se puede comprobar también por el curso que siguió el proceso de reagrupamien-to de los pueblos de indios y el remate de parte de sus tierras de resguardo. Precisamente al procedimiento que habían adoptado las autoridades del virreinato se opuso Gutiérrez de Piñeres invocando las antiguas leyes de Indias12. Aun en los aspectos fiscales la política borbónica fue menos in-novadora de lo que se ha sostenido. En realidad Gutiérrez de Piñeres no creó nuevos gravámenes ni estableció nuevas instituciones hacendarías. En lo que innovó fue en la organización, control y forma de recaudo de las rentas virreinales y este aspecto de su gestión fue quizás el que mayores resistencias generó y lo que en las capitulaciones de Zi-paquirá se calificaba como su "manera de aterrar la población

Que la política paternalista y cristiana de protección de los

indígenas, aludida por Liévano, no se abandonó,

se puede comprobar también por el curso que

siguió el proceso de reagrupamiento de los pueblos de indios y el

remate de parte de sus tierras de resguardo.

con su despótica autoridad". Ni siquiera los estancos eran una

institución nueva, si bien es verdad que los de tabaco y aguardiente fueron establecidos después de 1750. Pero estancos de azogue, naipes y papel sellado habían existido desde 1560.

El principio de "obedecer, pero no cumplir", que

permitía a las autoridades americanas aplazar la aplicación de ciertas

medidas antes de examinar las

consecuencias reales, no parece haberse abandonado en

los años finales del régimen colonial.

Tampoco parece haberse abando-nado la "tradicional Constitución del reino", de que habla Pheland, para remplazaría por decisiones centralistas, autoritarias e inape-lables. El principio de "obedecer, pero no cumplir", que Pheland y otros autores han tenido como una actitud de realismo y sabiduría política, principio que permitía a las autoridades americanas aplazar la aplicación de ciertas medidas antes de examinar las consecuencias reales, no parece haberse abandonado en los años finales del régimen colonial13. Nunca como durante las últimas décadas del virreinato, criollos, mestizos e indígenas, cabildos, parroquias, cofradías, comerciantes, terratenientes, mineros pre-sentaron más memoriales, más

peticiones y más objeciones a las medidas de la monarquía, ni nunca éstas se tuvieron más en cuenta para equilibrar intereses o para disminuir tensiones entre au-toridades y colonos o entre los di-ferentes grupos de éstos.

Precisamente los temores crea-dos por el movimiento comunero dieron mayor vigor a esta estra-tegia y quien mejor entendió esas circunstancias fue el arzo-bispo virrey Caballero y Góngo-ra, contestando a ellas con lo que Pheland, tomando un símil de la vida circense, denomina la política de la "zanahoria y el garrote". En todo caso, fuera por convicción doctrinaria o por oportunismo, lo cierto es que esa fue la política seguida por la monarquía y sus funcionarios coloniales hasta las postrimerías del imperio.

12 La comunicación al virrey, en que es criticada la política adelantada por Moreno y Escandón, y por el corregidor de Tunja Campusano y Pérez, puede verse en González, Margarita, El resguardo en el Nuevo Reino de Granada, Editorial Universidad Nacional, Bogotá, 1970, pp. 154 y siguientes. Una visión general del problema puede verse en Fals Borda, Orlando, El hombre y la tierra en Boyacá, Editorial Punta de Lanza, Bogotá, 1973, pp. 79 y ss. El concepto de Pascal Vasco en Archivo Nacional de Colombia, "Visitas de Santander", Vol. 2. pp. 914 y siguientes.

13 Pheland, op. cit, C. 1, pp. 103 y ss.

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NOTICIAS

En el transcurso del presente año el Departamento de Historia organizará los siguientes cursos de Educación Continuada.

En el ciclo que se realizará entre el 30 de marzo y el 2 de abril se analizarán los condicionantes que erosionaron la URSS y las tendencias que dieron origen a la CEI. Un lugar especial se dedicará a las relaciones soviético-latinoamericanas y en especial a las orientaciones que empiezan a cristalizar un nuevo tipo de vinculación entre América Latina y la CEI.

La disolución de la URSS y su impacto en América Latina: una perspectiva histórica

Este curso, programado para realizarse entre el 11 y el 28 de marzo, se propone dar un marco global de los procesos que han sacudido el mundo en los últimos años. Además se analizarán de manera especial los efectos que generan estas situaciones en la definición de la política colombiana y su inserción en el mundo de posguerra.

Historia reciente y crisis de fin de siglo. Colombia y el mundo en los albores del siglo XXI

Entre el 27 y el 31 de julio se realizará un taller sobre uso y metodología de las fuentes orales en la historia. El taller contará con la participación de profesores extranjeros y nacionales.

Con la participación de un profesor norteamericano, experto en la política exterior latinoamericana, se organizará este curso entre el 31 de agosto y el 5 de septiembre.

Del 26 al 30 de octubre se realizará este curso que tiene por objeto recuperar la historia cotidiana, la historia de las mujeres, la historia de la sexualidad y sus relaciones con las estructuras del poder.

El uso de fuentes orales en el trabajo historiográfi-co: experiencias y métodos de trabajo

Política exterior latino-americana. Objetivos e iniciativas. Desde 1948 a la actualidad Relaciones de género y rela¬ciones de poder en la historia colombiana. Métodos y fuen¬tes historiográficas

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Para mayor información sobre estos cursos comunicarse con el Departamento de Historia y Oficina de Educación Continuada de la Universidad de los Andes.

Mestizaje y cultura en la Colonia

El Comité para la celebración del Nuevo Mundo de la Facultad de Humanidades y Ciencias Sociales de la Universidad de los Andes realizará, los días 10,11,12,17,18 y 19 de marzo, un ciclo de conferencias sobre mestizaje y cultura en la Colonia. Las conferencias tendrán lugar a las 12 m. durante los días señalados en el Museo de Arte Colonial.

Congreso de Antropología

Lerner Librería Colombiana

El Departamento de Antropología de la Universidad de los Andes está organizando el VI Congreso de Antropología en Colombia, que se llevará a cabo en la sede de la Universidad entre los días 22 y 25 de julio del presente año. El tema central del congreso es la Construcción de las Américas. Librería Lerner inauguró en septiembre del año pasado una librería especializada en temáticas colombianas, la cual se ha propuesto reunir las publicaciones periódicas y los libros sobre Colombia.

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RESEÑAS

A PROPOSITO DE LA HISTORIOGRAFÍA SOBRE MARIANO OSPINA PÉREZ ( 1 8 9 1 - 1 9 7 6 ) *

Eduardo Sáenz Rovner, Ph. D. Profesor de la Universidad de los Andes

Profesor visitante de la Universidad de California, Los Angeles (UCLA)

Mucho se publicita en Colombia a la "nueva historia", desarrollada por una generación de historiadores profesionales (la primera quizás en el país) que se formó aca-démicamente en las décadas de los años sesenta y setenta. Ade-más de los trabajos individuales, esta "nueva historia" encontró puntos de unión, por ejemplo, en

los ensayos de Colombia hoy, en los tres volúmenes publicados por Colcultura, y en los tomos recientes editados bajo el persuasivo título Nueva historia de Colombia.

También es común en los medios académicos colombianos el tratar de resaltar las diferencias entre la "nueva historia"... y los demás. Casi podrían sugerir que hay un rompimiento total en aspectos metodológicos y políticos. Obviamente, no es mi intención tratar de minimizar los aportes de la así llamada "nueva historia" en Colombia en los últimos años. Simplemente, y a través de los estudios sobre Mariano Ospina Pérez, rico empresario y presidente de la República entre 1946 y 1950, se pueden notar continuidades en la historiografía colombiana.

Al diferenciar la "nueva historia" de "la anterior", esta última es usualmente criticada por su visión heroica y apologética sobre figuras importantes en la historia política del país. Pero si estu-

diamos la historia política del siglo XX, es probable que las diferencias entre el grueso de la "nueva historia" y los que los antecedieron no sean tan grandes. Además, los trabajos biográficos son muy escasos, en parte debido a la dificultad de acceso a los archivos privados, pero también como resultado del autoderrotis-mo por parte de los historiadores y de la comunidad de escribir con base en periódicos.

De todas formas, si bien la consigna en la profesión es ser "crítico", especialmente si se trabaja la his-toria del siglo XIX, los historiadores colombianos se vuelven deferentes y timoratos al estudiar las figuras políticas y empresariales del siglo XX. Se le puede faltar al "respeto" a Bolívar, a Nariño o a Santander, pero nunca a Alfonso López Pumarejo, a Ospina Pérez, a Carlos Lleras Restrepo, a los Echavarría o a los Eder.

***

* Este ensayo es una versión revisada de la ponencia "The 20th Century Ospinas", presentada en el Panel "Colombia's Durable Oligarchs: The Ospinas, c. 1530-1990". American Historical Association Conference, Nueva York, diciembre 27-30, 1990.

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Los estudios biográficos sobre Mariano Ospina Pérez han sido generalmente escritos por per-sonas cercanas a él. Uno de ellos fue publicado por Juan Antonio Pardo Ospina en 1948. Aunque el libro es apologético, al menos nos ilustra sobre las actividades económicas y políticas, y las alianzas matrimoniales del clan familiar.

En 1978 apareció el libro de Jaime Sanín Echeverri que cubre la vida de Ospina Pérez hasta su elección como Presidente en 1946. Esta obra tenía la inten-ción inicial de ser una autobio-grafía de Ospina Pérez, pero al morir éste en 1976, Sanín Eche-verri completó el estudio. El libro, aunque de lectura ágil, es bastante anecdótico. Tanto, que hay una sección en la que el viejo Mariano Ospina Rodríguez abandona el marco de su retrato para dialogar con su nieto. Ade-más, es un libro donde todos los personajes son ilustres y de muy buena familia, esto último típico de muchos, todavía obsesionados por el linaje familiar y por la pureza de la sangre.

En 1953, en medio del calor de la violencia partidista, Hugo Ve-lasco publicó una biografía de Ospina Pérez (también publicaría otra sobre Laureano Gómez). El ambiente político de la época coloreó su visión maniquea. De Lleras Restrepo dice Velasco: "El prepotente genio... un dios tonante, iracundo y frenético, insulta a diestra y siniestra...". Velasco describe varias supuestas facetas de la personalidad de Ospina Pérez en los siguientes términos:

El niño: "...era un niño serio y mo-delo... ejemplo para sus amigos y compañeros, que miraban en él, el modelo viviente de lo que querían en realidad llegar a ser".

El estudiante universitario: "... su tesis... causó la sensación de la época... Sus compañeros de estudio comenzaron a ver en él a un hombre distinto a ellos mismos y en todo sentido superior... (Como estudiante de posgrado no hizo sino) estudiar, estudiar y estudiar".

El empresario: "... invencible por el sueño o por la fatiga... moderno titán del trabajo... A base de fiera constancia y labo-riosidad al cabo de los años el doctor Ospina Pérez ha logrado amasar un crecido capital... Y es preciso hacer notar que este capital no tiene la menor mancha oscura... Nada de felices oportunismos, nada de ganan-cias ilícitas, que vengan a em-pañar la honra y la fama de una de las familias más presti-giosas del continente americano. A ese precio los Ospina prefieren mil veces sucumbir de hambre. Son todos incapaces de ir sentando las futuras bases de sus hijos con capitales mal adquiridos o que vayan a servir años después para enojosos y ultrajantes comentarios populares".

El político: "Salta a la vista... su honradez cristiana, su siempre cristiano proceder y su patriotismo innegable... Aun cuando no hable, no pronuncie una sola palabra, o no diga nada en absoluto, impone su presencia. Y cuando habla lo hace con gran mesura... al estilo británico".

Dentro de esa línea de argumen-tación está el escrito del político conservador Fernando Gómez Martínez, quien afirmó que el gobierno de Ospina Pérez "dejó estela de progreso económico y social", mientras que los liberales eran una "oposición desmelenada y rabiosa".

***

La calificación de Ospina Pérez como un estadista "moderado" ha sido alimentada por políticos que trabajaron con él. Por ejemplo, para Misael Pastrana Bo-rrero, presidente honorario de la Academia Colombiana de Historia, Ospina Pérez era "el timón de la concordia". Puntos de vista similares se encuentran en los escritos de Antonio Alvarez Res-trepo y Hernán Jaramillo Ocam-po. Este último, quien fuera secretario económico y ministro de Hacienda de Ospina Pérez, formula una comparación entre (el antiguo simpatizante fascista y también presidente de Colombia) Laureano Gómez y Ospina Pérez: "Se trataba de dos temperamentos con características muy opuestas y en cierta forma incompatibles. El primero era un hombre de dura personalidad, adiestrado en los combates parlamentarios... En cambio el doctor Ospina Pérez era un ciudadano tranquilo, prudente, amistoso y enemigo de las posi-ciones extremas".

La interpretación de Ospina Pérez como "moderado" ha sido, en mi opinión, exagerada. No sobra anotar que Ospina Pérez y el de-rechista Gilberto Álzate Aven-daño fueron políticos muy cercanos. De hecho, en 1937, Ospina Pérez fue lanzado a la precandi-datura de la Presidencia por grupos francamente fascistas como el Haz Godo y la Alianza Nacionalista. Como presidente, Ospina Pérez cerró el Congreso, estableció la censura de prensa y fue uno de los artífices de la Violencia. También apoyó hasta finales de 1956 la dictadura militar de Gustavo Rojas Pinilla.

Sin embargo, la idea de Ospina Pérez "el moderado" ha sido re-petida por escritores nacionales

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y extranjeros: desde Catalina Reyes en uno de los capítulos de la Nueva historia de Colombia y Javier Ocampo López en su ma-nual Qué es el conservatismo co-lombiano, hasta el politólogo Alexander Wilde, pasando por Daniel Pécaut y Christopher Abel, quienes creen ver órbitas de poder diferentes y en conflicto entre políticos y empresarios, en las cuales Gómez representaría supuestamente a los políticos, y Ospina Pérez a los empresarios.

Mgunos autores escapan de esta idealización sobre Ospina Pérez. Estos han militado políticamente en la izquierda o fueron testigos críticos de sus actuaciones políticas. Para Diego Montaña Cuéllar, Ospina Pérez "inauguró el período negro del régimen falangista en Colombia". Vernon L. Fluharty, antiguo diplomático norteamericano en Colombia, calificó el gobierno del líder con-servador como "la contrarrevo-lución en marcha". Rafael Ba-quero Herrera, historiador co-munista, estudió la caída de los salarios reales paralela a las exorbitantes ganancias de los capitalistas durante la adminis-tración Ospina Pérez.

* * *

Las apologías sobre Ospina Pé-rez y su clase social pretenden adquirir un cariz "científico" en los escritos de Alberto Mayor Mora. Para Mayor Mora, Ospina Pérez tenía una "visión tec-nocrática y planificadora", re-

presentaba "la quintaesencia de los ideales tecnocráticos \— es decir, la creencia en la capacidad de la tecnología para resolver los problemas sociales sin necesidad de recurrir a con-sideraciones de valor". Según Mayor Mora, la planeación na-cional surgió durante el gobierno de Ospina Pérez y afirma: "Decir que la planeación nacional surgió de los planes del imperialismo norteamericano es ignorar cuánta madurez técnica habían alcanzado los líderes y los voceros de la clase burguesa para integrar todos los aspectos de la esfera económica, para centralizar la información estadística y para construir un aparato y unos cuadros admi-nistrativos capaces de impulsar con eficacia la orientación de dicha economía". La inter-pretación de Mayor Mora se deja deslumhrar por la supuesta magia del tecnócrata que tras-cendería los intereses políticos y de clase. Además, pretender descubrir la implementación de una "planeación nacional" (término que después de todo se puso de moda en las postri-merías de la república liberal) en esa época sencillamente no tiene mayor lógica.

La tesis de grado de Ernesto Ra-mírez representa un esfuerzo muy importante en demostrar las conexiones entre el poder económico y la tremenda in-fluencia política del clan de los Ospina en la historia colombiana. Ramírez muestra el apoyo del Estado a la familia Ospina para desalojar colonos en zonas

de conflicto; ilustra sus actividades como empresarios del agro, intermediarios de compañías mineras extranjeras, y especu-ladores. Todo esto puede haber sido muy chocante para los inte-lectuales orgánicos de profesión y para los metodólogos weberianos de vocación.

***

Con excepciones, aquellos que en Colombia se consideran historia-dores (incluida parte de la "nueva historia") son profundamente conservadores, continuistas y clientelistas cuando se trata de escribir la historia contemporá-nea de Colombia. Para muchos, el climax de su éxito profesional consiste en lograr que sean los políticos quienes escriban los prólogos de sus libros, los presenten en sociedad, y los consagren con las gabelas del poder. La "historia oficial" se "enriquece" así a medida que la profesión no logra consolidar una autonomía académica y política.

Este ensayo no pretende ser exa-hustivo sobre todas las menciones que se hacen a Ospina Pérez en la literatura historiográfica. Más bien, podríamos invitar a los historiadores colombianos a revisar la historia contemporá-nea del país, y tal vez, por qué no, a escribir ensayos sobre la historia de las ideas en el siglo XX. Quizás así podríamos dar-nos cuenta como una "oligar-quía" durable recibe el apoyo muy entusiasta de una ideología académica durable.

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