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Javier Jofré rodríguez

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J a v i e r J o f r é r o d r í g u e z

AntologíA DE CUEntoS Y

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© Javier Jofré Rodríguez, 2015

Registro de Propiedad Intelectual Nº 257.094ISBN: 978-956-17-0641-5

Derechos ReservadosTirada: 500 ejemplares

Ediciones Universitarias de ValparaísoPontificia Universidad Católica de ValparaísoCalle 12 de Febrero 187, ValparaísoE–mail: [email protected]

Dirección de Arte: Guido Olivares S.Diseño: Mauricio Guerra P. - Alejandra Larraín R.Corrección de Pruebas: Osvaldo Oliva P.

Impreso en Salesianos S. A.

HECHO EN CHILE

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Índice

7 Presentación

9 Prólogo

17 Agradecimientos

21 El Taita de la Oficina.

Carlos Pezoa Véliz

25 Juan Fariña.

Baldomero Lillo

35 Cobre.

Gonzalo Drago Gac

63 Mineral de Chañarcillo.

José Joaquín Vallejo

67 Con Luna y Cerveza.

Enrique Aravena Ramírez

73 El Pueblo Muerto.

Pedro Prado

95 El Difícil Camino a Springhill.

Javier Jofré Rodríguez

101 Rosita La Catinera.

Héctor Maldonado Campillay

117 Copiapó Misterio de la Ciudad Vieja.

Salvador Reyes

145 La Compuerta N°12.

Baldomero Lillo

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151 Oro en el Sur.

Manuel Rojas

163 Soledad.

Jorge Espicel

173 Sandoval.

Gonzalo Drago Gac

179 Amor en el Valle de Copiapó.

Alberto Salas Paredes

187 Recuerdos de un Pampino.

Jorge Schrader Hess

199 Challa en Kori Kollo.

Juan Luis Bouso

203 El Adiós de los Años.

Pedro Serazzi

215 Una Inquietud Memorable.

Hernán Briceño Verdugo

219 Historia de una Piedrita.

Eugenio Rodríguez

223 Prospecciones Petrolíferas en el Norte Grande.

Javier Jofré Rodríguez

235 Reseñas Biográficas

243 Glosario

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Presentación

Hoy me siento privilegiado de realizar esta breve presentación del libro “Anto-logía de Cuentos y Relatos Mineros de Chile”, porque con el paso del tiempo observo cuán fructíferas fueron las conversaciones que sostuvimos hace mu-chos años entre colegas mineros sobre temas, obviamente mineros, pero no de la problemática del trabajo en sí, sino que mirando desde lejos el ambiente de los mineros y su realidad, donde se confunden las historias y anécdotas vividas, reales o imaginarias por hombres y mujeres que compartían soledad, trabajo, amores y sueños en entornos a veces oscuros, sobrecogedores y solitarios, lejos de la familia.

Este contexto permitió que como Pontificia Universidad Católica de Valparaíso, resolviéramos apoyar la idea de nuestro colega y amigo Javier Jofré Rodríguez, de la creación de una antología de relatos y cuentos mineros de Chile.

El trabajo realizado por excelentes escritores, que en muchos casos solo plas-maron sus vivencias en una mina, o vislumbraron con su imaginación, los mitos y realidades que ocurren, producto de la soledad y cercanía con las riquezas que nos ofrece la Pacha Mama.

Que hermoso sería que los jóvenes de hoy y siempre leyeran este bello libro, para que puedan valorar los sacrificios que realizan los hombres y sus familias mineras, para que nuestro país entero pueda conocer y amar la minería.

Vayan para aquellos escritores mi reconocimiento, quienes entregaron sus vi-siones acerca del hombre minero que en su soledad está en unión sólo con Dios y con la tierra, para arrancarle nuestro pan de cada día.

Marco Antonio Alfaro Sironvalle Jefe de Carrera Ingeniería Civil de Minas

Pontificia Universidad Católica de Valparaíso

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Prólogo

La “Antología de Cuentos y Relatos Mineros de Chile”, nace producto de una conversación con mi querida colega y amiga Amelia Dondero, quien después de leer la “Antología del Cuento Minero Chileno” publicada por el suscrito en el año 1991, con el auspicio del Instituto de Ingenieros de Minas de Chile, planteó la inquietud de hacer una nueva publicación del texto; sin embargo, también existía la idea –patrocinada por otro querido colega y amigo, el doctor Marco Antonio Alfaro– de hacer un libro más breve, que estuviera en sintonía con los tiempos actuales, que corren desenfrenadamente hacia un futuro incierto.

Finalmente, la propuesta de Marco prosperó, porque un libro de 40 cuentos, como el del año 1991, es demasiado largo y su volumen asusta a los eventuales lectores, especialmente a los más jóvenes. Por esa razón, se decidió hacer un libro con 20 textos, que incluyen cuentos y relatos, para ganar lectores entre los estudiantes.

La recopilación incluye textos ambientados en la actividad petrolera y otros tes-timoniales, de profesionales vinculados al sector, que hablan en general en pri-mera persona de vivencias que experimentaron en carne propia, además de los clásicos que recogen textos relacionados a las actividades mineras en el cobre, salitre, carbón, oro y plata.

La recopilación comienza con “El Taita de la Oficina”, de Carlos Pezoa Véliz, pro-lífero escritor de fines del siglo XIX, fallecido tempranamente a los 29 años. El taita de la oficina es el más viejo, el más espoleado, el más pobre, que se fue para el norte por algunos años para juntar algunos pesos para llevar ante el cura de Nancagua a la “morena colorá” que conoció en la trilla de don Bacho Re-yes, pero que quedó atrapado en las salitreras y nunca regresó, como le ocurrió a muchos otros que llegaron en los enganches desde el sur.

Luego viene la leyenda de “Juan Fariña”, de Baldomero Lillo, con la que se dio a conocer como narrador en 1903 –a los 36 años– al ganar el concurso organizado por la Revista Católica de Santiago, y que habla de este hombre que es ciego, cuyos compañeros de trabajo creen que tiene pacto con el diablo por su forma

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de trabajar y que provocaba sentimientos de profundo rechazo y temor entre los mineros, como si fuese la encarnación del maligno.

“Cobre”, de Gonzalo Drago, cuenta la historia de Mauricio Gana, muchacho joven de refinados modales y sin experiencia en minería que se emplea en El Teniente empujado por circunstancias adversas de la vida. Llegó de traje y corbata, pero muy pronto la mina lo transformó en un hombre tempranamente endurecido por el trabajo en el socavón; no obstante, al mismo tiempo, lo sensibilizó ante el sufrimiento humano.

Jotabeche se refiere sucintamente a lo acontecido en el yacimiento de plata de Chañarcillo, descubierto en mayo de 1832 por Juan Godoy, quien era un simple cazador de guanacos. En este lugar encontraron algunos una gran fortuna, otros aumentaron la que tenían; otros perdieron –estimulados por la codicia– los cau-dales de los que antes disfrutaban, y no pocos, después de enriquecerse asom-brosamente –arrancando a Chañarcillo sus tesoros– volvieron a caer en la mise-ria debido al derroche, a la imprudencia y la locura producto de una fortuna que llegó en gran medida sin esfuerzo. Lo interesante es que José Joaquín Vallejo logra reflejar en esta crónica –en pocas palabras– y con maestría, la naturaleza contradictoria que define al ser humano.

“Con Luna y Cerveza”, de Enrique Aravena, cuenta la historia de Juancho –resi-dente del valle de Elqui– que al igual que el taita de la oficina se fue al norte en un enganche –organizado por el “chueco” con la promesa de que en las salitre-ras ganarían plata– para juntar unos pesos para casarse con la Maruca. En este caso él logra su cometido; sin embargo, la vida en la pampa es dura y cuando los niños crecen debe permanecer solo en el campamento, para que ellos puedan estudiar en la ciudad junto a su querida Maruca. La soledad es la “patria de los fuertes” y, en general, mala consejera, convirtiendo a Juancho en una sombra que sobrevive dolorosamente la ausencia de los suyos.

“El Pueblo Muerto”, de Pedro Prado, cuenta la historia de Juan Otamendi, in-geniero de minas, que el autor define de manera brutal: “falto de empuje, de ambición y de optimismo, había llevado la vida de un profesional que se siente vegetar entre las vidrieras de su oficina, como una planta oprimida en un con-servatorio de atmósfera pesada. Un mes, y el sueldo; otro mes, y otro sueldo; el tiempo no adquiría relieve suficiente para tener clara conciencia del paso de los años. Había envejecido en plena juventud. El cuerpo era recio de apariencias, pero su cansancio mental, en exceso prematuro, habíale ido dando una irritabi-lidad endemoniada”.

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Pedro Prado continúa en su lapidaria definición: “Sólo dos grandes accidentes contaba su vida: su matrimonio y su expulsión de la oficina después de una dis-puta absurda con sus superiores”.

Luego expone el calvario del ingeniero: “Sin ocupación, vagando de oficina en oficina en busca de un empleo que no deseaba obtener, tuvo la suerte de que un amigo, antiguo condiscípulo, le encargase un informe sobre las minas de cobre, en el interior de Chañaral, ofrecidas en venta a la sociedad de la cual él era ge-rente. Otamendi, en un instante de clarividencia, aceptó. Sí, un viaje por mar, un poco de la soledad verdadera del desierto, un mes de vida ruda y distinta de la que él llevara, tierras y hombres desconocidos, y luego, tal vez, algunos miles de pesos, no vendrían mal”.

Arrastrado por una existencia sin sentido, Otamendi llega a Chañaral de Ánima, para escribir una nueva página en la historia de su vida.

“El Difícil Camino a Springhill”, escrito por el suscrito, reúne cuatro textos bre-ves que se basan en el excelente libro “Historia del Petróleo en Magallanes”, de Mateo Martinic Boric. Relata el primer encuentro con la presencia de petróleo en Magallanes a fines del siglo XIX, el descubrimiento fraudulento de petróleo ocurrido en el Pozo de Leñadura en 1917, el descubrimiento de petróleo en el Pozo R–2 en el Sector de Tres Puentes a mediados de 1931 que no logró satisfa-cer las expectativas cifradas en él, para finalizar con el descubrimiento aconte-cido en la madrugada del 29 de diciembre de 1945.

“Rosita la Cantinera” de Héctor Maldonado Campillay, deja en evidencia la vida en el campamento minero de Potrerillos, en una época en que los trabajadores aún vivían en éste con sus familias. Rosita era la hija de don Pedro dueño de la pensión o cantina. El autor la describe como una mujer muy hermosa, poseedo-ra de una gracia singular, una verdadera flor del desierto. Rosita era fiel repre-sentante de aquellos seres que iluminan con su presencia los ambientes donde la vida se presenta en condiciones que a veces pueden llegar a ser brutales.

Los trabajadores que vivían en la pensión se peleaban a Rosita, todos querían conquistar su corazón, pero ella sabiéndose hermosa les decía que sí con los ojos y que no con las palabras. De pronto uno de ellos se sentía alentado un día y al siguiente totalmente decepcionado; era un juego maravilloso, donde los hombres recurrían a las estrategias más peregrinas para lograr su objetivo; sin embargo, Rosita permanecía inalterable, nada la conmovía.

Su indiferencia se derrumbó un día, cuando llegó un nuevo pensionista, conquis-tador consumado, experto en mujeres cándidas, irreverente y capaz de esperar

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el momento preciso para atacar el punto débil del corazón de aquella mujer, que poco sabía de la vida y de los hombres.

“Copiapó el Misterio de la Vieja Ciudad”, de Salvador Reyes, cuenta la historia del niño Tristán Linares, que crece en una ambiente donde se habla permanen-temente de aquel desierto inmenso, de donde vienen “todas esas historias y leyendas de minas, de cateadores, de derroteros, de riquezas, de dramas, que espesaban aún más –en su mente infantil– la atmósfera de lo incierto”. Dice el autor que “el oro y la plata eran metales misteriosos que tenían estrecha rela-ción con las ánimas”.

Entre aquellas historias, estaba la del “derrotero de Los Candelabros: un mi-nero, cuyo nombre todos ignoraban, se había presentado a la Iglesia Matriz de Copiapó y había ofrecido a la Virgen dos enormes candelabros de plata maciza, diciendo que ese metal provenía de su mina. ¿Qué mina? ¿Dónde se hallaba el pozo de esa fabulosa riqueza? Nadie lo sabía”.

Sin embargo, Leandro era el gran héroe de Tristán, sólo a él podía contarle el encuentro que había sostenido con el gran jefe Pluma Blanca, a quien había dado muerte después de una lucha feroz, o revelarle su temor al colo–colo, el ratoncillo blanco que sonaba como un reloj en la cabecera de la cama para en-loquecer a sus víctimas, pero Leandro le había enseñado una palabra secreta con la cual el colo–colo perdía todos sus poderes. El autor describe a Leandro como “nortino, minero puro. Cuando volvía de sus exploraciones traía piedras claveteadas de oro, de plata, de cobre, o saquitos que contenían un polvo rojizo”, para reunirse con su patrón, el padre de Tristán.

Para Tristán, Leandro era una especie de ser mitológico, inmortal, cuyos pode-res le permitían recorrer el mundo, para traerle a él grandes historias de todos los sitios que visitaba.

“La Compuerta Número 12”, de Baldomero Lillo, cuenta la triste realidad que se manifestó en la minería del carbón que –en una época lejana en el tiempo– permitió que los niños bajaran a trabajar en las minas, no sólo en Chile, esto ocurrió también en otras latitudes, porque no había una ley que protegiera la infancia. No obstante existir una ley que protege a los niños del trabajo infantil, aún sigue siendo una realidad en distintas partes del mundo, como ha quedado en evidencia en los últimos años, donde se ha sabido de pequeños niños y niñas explotados por personas inescrupulosas que ven en ellos mano de obra barata para maximizar sus ruines utilidades.

“Oro en el Sur”, de Manuel Rojas, relata la historia de Manuel y Julio, los hijos

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artistas –pintor y escultor, respectivamente– de un hombre que era músico y compositor de unos valses desgarradores que le permitían vivir sin grandes an-gustias.

El padre compuso uno de esos valses terribles –para llorar a gritos– lo vendió y les pasó el dinero a sus hijos para que fueran a buscar oro en el sur, cerca del río Maule, donde se había descubierto la “abundante” presencia del precioso metal.

El único problema era que los jóvenes eran artistas y no mineros, por lo tanto, nada sabían de minería y el único contacto que habían tenido con el oro y la plata se reducía a las joyas que habían tenido la ocasión de observar en su aún breve existencia.

La mejor manera de perder dinero es involucrarse en una empresa que se des-conoce, dice una máxima, así les ocurrió a estos improvisados mineros que fue-ron de desastre en desastre a medida que su bautizo minero se concretaba.

“Soledad”, de Jorge Espicel, cuenta la historia de un trabajador petrolífero en el extremo sur del país, que tiene un contacto del tercer tipo con dos seres venidos del espacio. Ella es una mujer muy bella con la que el trabajador logra tener una especial sintonía. Resulta interesante observar que éste a pesar de sentirse deslumbrado por la belleza de la joven, logra “visualizar” su belleza interior; es decir, a pesar de la atracción que ella ejercía sobre él, logra ver más allá de las apariencias.

“Soledad” da cuenta de la mágica presencia de la vida en otros sectores del uni-verso y su contacto con el hombre de los confines de la tierra. En la zona es una creencia muy difundida –donde abundan los avistamientos de ovnis– de la exis-tencia de otras civilizaciones que nos visitan con objetivos aún desconocidos.

“Sandoval”, de Gonzalo Drago, cuenta la historia de Juan Sandoval que se fue para el norte –a diferencia del taita de la oficina y de Juancho– porque la mujer que él amaba lo despreció por su labio leporino, ella se casó con otro y él no pudo soportar el inmenso dolor que este hecho le produjo. Se fue a las salitre-ras a rumiar su soledad, a perderse en el abismo del alcohol para olvidarla. Sin embargo, cuando las oficinas comenzaron a cerrar –después de más de 20 años de trabajo en la pampa– producto de la caída en el precio del salitre, él debió enfrentar la disyuntiva de volver al sur o convertirse en un pampino extraviado en aquel mundo delirante del desierto.

“Amor en el Valle de Copiapó”, de Alberto Salas Paredes, cuenta la historia de

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Juan Guerra, quien debe enfrentar la acérrima oposición de doña Lastenia viuda de Alarcón para casarse con su hija Rosa –el gran amor de Juan– porque consi-deraba que no estaba a la altura de ella; en otras palabras, como suele decirse, lo miraba en menos.

Juan Guerra no solo era minero, sino también peón, agricultor, ganadero o lo que fuese, porque cada vez que huía con Rosa, debía trabajar en lo que viniese para esconderse de doña Lastenia, que lo denunciaba ante el juez de Copiapó para recuperar a su hija. Los carabineros se demoraban en encontrarlo, pero siempre daban con el paradero de él y de Rosita Alarcón, para devolverla a la casa materna.

La historia no tuvo un final feliz, no porque Juan no hiciese todo el esfuerzo por lograr hacerse digno ante los ojos de la madre de su amada, sino porque doña Lastenia tenía el corazón endurecido por el desierto y sus convicciones sociales eran sagradas para ella.

“Recuerdos de un Pampino” constituye un resumen de las memorias de Jorge W. Schrader Hesse, copiadas –in extenso– por su quinto hijo Carlos Edgardo Schrader Jara.

Es la pampa vista por los ojos de un niño, es un texto de gran pulcritud, donde el autor logra comunicar sus emociones al lector. En sus páginas se puede experi-mentar la solitaria vida del autor que muestra la simpleza de la vida cuando ésta es observada por un niño. Al igual que en “Sandoval”, está presente el cierre de las oficinas salitreras y el consiguiente cambio en la vida de quienes habitaban en aquellas latitudes.

Es una bella historia real, que contiene toda la ternura de un niño no contami-nado con los actuales medios de comunicación, donde la vida transcurre con una lentitud a veces exasperante, donde la familia juega un rol fundamental en la educación del futuro adulto. El niño también es influido por la lectura, por ejemplo, Salgari, Julio Verne, la Iliada y la Odisea, entre otras obras que se en-cuentran en las bibliotecas de sus padres y de su tía Inés.

“Challa en Kori Kollo”, de Juan Luis Bouso, es un relato basado en un hecho real vivido por su autor. A pesar de ser ésta una Antología de Cuento y Relatos Mineros de Chile, se ha dado lugar a este interesante relato que acontece en las cercanía de Oruro en la hermana República de Bolivia, porque refleja con gran acierto la costumbre de los mineros del altiplano –nuestros hermanos bolivia-nos– por rendir homenajes a sus dioses, Inti y Wiracocha, en reconocimiento a

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que existen fuerzas celestiales que gobiernan el Universo que se deben tener siempre presente y no sólo en los momento de aflicción.

Ellos también agradecen a la Pachamama –la madre tierra– por todos los dones con que nos regala cada día. Todo lo mencionado ocurre en una ceremonia má-gica precedida por el brujo o chamán de la comunidad.

“El Adiós de los Años de Pedro Serazzi” cuenta la historia de amor entre Patricia y Peter, quienes crecieron en la mina “La Soledad”, cerca de Inca de Oro. Su amor nació a muy temprana edad, desde que eran compañeros de curso en la escuela de la mina, aunque aquél no estuvo exento de problemas por diferentes causas, siendo la más seria la muerte del hermano de Patricia en un accidente en la mina, por el cual ella culpó injustamente a Peter. Sin embargo, a diferencia de “Amor en el Valle de Copiapó”, en este caso la situación tuvo un final feliz, porque los padres de ambos bendecían el sincero amor que los unía.

“Una Inquietud Memorable”, de Hernán Briceño V., cuenta la situación real que él debió enfrentar junto a su colega y jefe Jorge Pacheco, cuando en 72 horas debieron habilitar una pista de aterrizaje en la isla grande de Tierra del Fuego, para que pudiera aterrizar el “Canela”, que era el avión presidencial que trans-portaría al presidente Gabriel González Videla y comitiva, en visita a la Antártida y que quería conocer el pozo Springhill –también conocido como cerro Manan-tiales–, que fue el primer pozo comercial de petróleo descubierto en la zona.

“Historia de una Piedrita”, de Eugenio Rodríguez, es un relato basado en hechos reales, que cuenta la historia de Eugenio con su colega y “hermano” Rodrigo Segovia, que partió de este mundo dejándole un gran dolor en el corazón que no podía disipar, a pesar de que racionalmente sentía la necesidad de hacerlo.

Fue en una solitaria excursión por el norte, cuando por fin pudo llorar a sus anchas la partida del amigo y, al mismo tiempo, encontrar una piedra de 260 millones de años que le permite recordar a aquel colega que se convirtió en su hermano producto de las circunstancias de la vida.

“Prospecciones Petrolíferas en el Norte” constituyen un conjunto de relatos ba-sados en vivencias del Geólogo Floreal García durante las prospecciones petro-líferas en el Norte grande, recopiladas y escritas por el suscrito.

“Los Hombres del Altiplano” reúne varios textos donde se cuenta, por ejem-plo, cómo se logró que los lugareños de los diferentes pueblos del altiplano no los castigaran con la “ley del hielo” debido a su desconfianza con los afuerinos, cómo reaccionaron los habitantes de Talabre cuando Floreal llevó la primera

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radio a pilas, o la vista privilegiada de uno de los ayudantes contratados en uno de los pueblos altiplánicos, o la magistral interpretación del himno nacional de un conjunto de músicos conformado por aborígenes bolivianos que venían a una fiesta religiosa con sus hermanos de fe en Chile.

“Las Vinchucas de los Geólogos”, es una divertida historia que relata el enfren-tamiento de un grupo de geólogos con las vinchucas que los atacaban en la no-che mientras dormían. Ellos se encontraban en un campamento donde podían disfrutar de una ducha diaria, algo que la comisión geológica no tenía ninguna posibilidad de hacer, porque debían permanecer en terreno 21 días y siete en Iquique junto a sus familias.

Lo interesante de la historia es que al final de un turno la comisión se dejó caer en el campamento; como ya era de noche y estaban cansados, decidieron bañar-se al otro día. Todos los integrantes de la comisión geológica apestaban, pero a pesar de esto, los habitantes del campamento los recibieron con alegría porque sabían que al menos por esa noche las vinchucas no los molestarían porque se guían por el olor para atacar a su presa. Efectivamente, aquella noche las vin-chucas se dieron un gran festín con la comisión y los geólogos del campamento pudieron disfrutar de un merecido descanso de estos molestos insectos.

“Una Explosión en Agua Santa” cierra estos relatos de la vida real, dejando en-trever los peligros a los cuales se exponían los integrantes de la comisión geoló-gica y en general todos los profesionales y trabajadores que debían realizar gran parte de su actividad especializada en terreno, en un mundo desconocido para la gran mayoría que venía desde el extremo sur de Chile.

Esta “Antología de Cuentos y Relatos Mineros de Chile” tiene como propósito entregar una pequeña muestra de la historia minera a través de la literatura, pero también pretende rendir un homenaje a todos los trabajadores del sector, independientemente de donde ejerzan su labor. A todos los mineros de Chile y a través de ellos a los mineros del mundo, que día a día se enfrentan a las podero-sas fuerzas de la naturaleza para arrancar el mineral que acompaña silencioso el progreso de los pueblos.

Javier Jofré Rodríguez

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Agradecimientos

Agradezco a la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso, en la persona del jefe de carrera de Ingeniería Civil de Minas, doctor Marco Antonio Alfaro S., y de la profesora titular de la Escuela de Ingeniería Química y directora del Centro de Minería-PUCV, Amelia Dondero C., por todo el apoyo brindado a esta iniciativa.

A Ediciones Universitarias de Valparaíso por creer en este proyecto.

A Moly-Cop Chile S.A., en la persona de su gerente general, Gustavo Alcázar M., y del gerente comercial, Héctor Toro Ch., y a todos los colegas y amigos de esta gran empresa, que me ha dado las facilidades para desarrollar actividades aca-démicas en las Universidades Católicas de Valparaíso y del Norte, Antofagasta.

A la Corporación Minería y Cultura del Instituto de Ingenieros de Minas de Chile, en la persona de su Presidente, ingeniero Miguel Zauschquevich D., y a todos los miembros del Directorio de la Corporación por el apoyo y patrocinio brindado a este proyecto.

A quienes forman parte del mundo minero, en especial a mis alumnos de la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso y Universidad Católica del Norte, Antofagasta, a mis ex-alumnos de ambas universidades y de la Universidad de Santiago de Chile.

A todos los colegas y amigos que se desempeñan profesionalmente en el mundo minero en Chile y otras latitudes, que me han animado a sacar adelante este proyecto.

A mi hijo Nicolás Jofré L., quien digitalizó los textos y logró vibrar con los cuentos y relatos mineros, descubriendo una realidad muy cercana y, al mismo tiempo, desconocida.

A mi familia por el apoyo incondicional que siempre me ha entregado.

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El “Taita” de la OficinaCarlos Pezoa Véliz

Llegó a la pampa hace muchos años, creo que cuando guerreaba don Peiro León Gallo con el presidente Montt.

¡Tanto tiempo…! Él estaba guaina entonces y tenía unos brazos como naide, una cartera bien colmáa pa los amigos y unos puños agarrotados, que eran lo mes-mo q’icir: “el que me la hace, la paga”

Le llamaban El Guapo por mal nombre; más tarde le decían el ¡Ves que niño! Después el Mala Cara y hoy El Taita de la Oficina. El verdadero nombre suyo no lo recuerda, ni hace falta…

“Las había echado” al norte por unos cuantos meses no más: quería juntar unos cobrecitos, comprar un peazo e tierra “pa tener en que caerse muerto” y llevar donde el cura de Nancagua a la morena colorá que palabrió en la trilla de don Bacho Reyes…

–Por unos cuantos meses no más.

Anduvo corto en el cálculo, porque hace ya cuarenta años que no ve a la morena colorá ni al rancho de Nancagua, donde vio transcurrir plácidamente los olvida-dos días de su infancia.

Las greñas de sus bigotes hirsutos parecen agriar su formidable mirada de ba-rretero bravío, cuando con los ojos amoratados se pone a recordar su pérdida de felicidad.

–¡Güen dar que hei sío desgraciao!

Cien veces ha tenío el dinero para volver al sur. Una vez fue el tacuaco Juan Mella que lo llevó a los “salones de niñas” en Taltal: remolieron una semana con arpa y guitarra, “se cayeron” los 1.500 pesos de ahorro al cajón del burdel y se acabó too…

–La copa, patroncito: esa es mi perdición de siempre… Mire; una vez bajé en la expedición a Caracoles con don Pedro Díaz Gana, trayendo no menos que 3.000