Knut Hamsun - Pan

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    Ttulo del original noruego: Pan

    Traduccin, A. HernndezCat

    Cubierta, Izquierdo

    Edicin ntegra

    Licencia editorial para el Crculo de Lectores

    por cortesa de Editorial Vergara. SA.

    Queda prohibida su venta a toda persona que no pertenezca al Crculo

    Editorial Vergara, SA , 1962

    Depsito legal B. 1128566

    Compuesto por Printer en Times 10

    Impreso y encuadernado por Printer

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    Desde hace algn tiempo acuden persistentemente a mi memoria los dasestivales pasados cerca de Sirilund, en la costa septentrional, y me parece veran la cabaa en donde viv y el intrincado bosque que se expanda a su

    espalda. Me decido a escribir alguna de aquellas remembranzas para combatirel tedio; los das se me antojan interminables, aun cuando vivo la vida alegredel clibe y ninguna sombra la empaa; estoy contento y llevo con agilidad elfardo de mis treinta aos. Hace poco, alguien me envi unas plumas verdesde pjaro nrdico, que llegaron inesperadamente en un paquete lacrado yornado con una corona, producindome alegra y avivando recuerdosantiguos. En resumen, mi nico engorro actual se reduce a vagos dolores enel pie izquierdo, de resultas de una herida de bala; pero aun este dolor esintermitente, y slo se aviva cuando el tiempo amenaza lluvia, convirtindomeen una especie de barmetro vivo.

    Recuerdo que hace dos aos el tiempo no se me antojaba tan lento comoahora, y el comienzo del otoo siempre me sorprenda cual si se anticipase.Fue en 1855 voy a darme el placer de rememorar cuando me sucedi laaventura que a veces me parece un sueo. Como no he vuelto a pensar enella, muchos detalles menudos se han desvanecido en mi mente; masrecuerdo de modo preciso que por aquella poca todo se me apareca conesplendor extrao: las noches, iguales en claridad a los das, sin una solaestrella en el cielo; las gentes, que adquiran un encanto particular, cual sifueran seres de otra naturaleza abierta de sbito para m, a manera deinmensa flor, a una vida ms fragante y lozana... Oh!, yo no niego quehubiese algn sortilegio en esta visin que as mejoraba hombres, luces y

    paisajes; pero como jams lo haba experimentado hasta entonces, viva unosdas venturosos, en pleno milagro.En una casa blanca situada junto al mar conoc a cierta persona que

    durante algn tiempo, poco, por fortuna, haba de llenar todas mis ideas.Ahora slo pienso en ella de raro en raro, y la mayor parte del tiempo suimagen desaparece por completo de mi memoria, mientras otros detalles queentonces cre no observar los gritos de los pjaros marinos, mis peripeciasde cazador, las claras noches profundas, las clidas horas canicularesacuden al primer plano de la evocacin. Conoc a esa persona porcircunstancias fortuitas, merced a lo cual adquiri para m el singular atractivo

    que de otro modo no habra tenido nunca.Desde mi cabaa vea los islotes, los arrecifes costeros, un pedazo demar y las cimas tenuemente luminosas y azules de las montaas. Detrs yahe dicho que se expanda la inmensa selva. Una alegra, una especie degratitud hacia la belleza del paisaje, me penetraba el alma con slo mirar lossenderos olorosos de races y de hojas; el aroma acre de la resina, pesadocomo olor de medula, me excitaba a veces, y entonces iba a tranquilizar missentidos bajo los rboles inmensos, donde, poco a poco, todo se transformabadentro de m en armona y serena pujanza. Diariamente recorra las frondosascolinas; y en mi espritu no haba otro anhelo que el de que aquellos paseospor entre el barro y la nieve se prolongasen indefinidamente. Mi nico

    compaero en ellas era Esopo; hoy es Cora quien templa mis desvelos desolitario; pero en aquel tiempo iba slo con Esopo, mi perro, al que matdespus.

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    Nada importa para estar contento que el viento ruja fuera y la lluviagolpee en los cristales. Cuanto ms densa es la cortina de agua y ms la agitael huracn, ms pueril y pura es, a veces, la alegra que mece el espritu; y

    nos aislamos en ella, y quisiramos guardar, como algo muy ntimo, la dichade sentir el alma tibia y confortada en media del desamparo de la naturaleza.Sin motivo aparente, la risa nos sube entonces a los labios, y por elpensamiento, estimulndole hacia perspectivas de jbilo, pasan luminosasimgenes sugeridas por los menores detalles reales o ilusorios: un cristalclaro, un rayo de sol quebrndose en la ventana, un pedacito de cielo azul: nohace falta ms. En otras ocasiones, en cambio, los ms bulliciosos festines nologran arrancarnos de nuestro xtasis taciturno, y en pleno bailepermanecemos fros, indiferentes. Esto se debe a que la fuente de nuestrasalegras y de nuestras tristezas est en lo ms profundo de cada ser.

    Me acuerdo ahora de un da que fui hasta la playa, y sorprendido all porla lluvia, me refugi bajo el cobertizo donde se guardaban las lanchas, y mepuse a tararear, en espera de que terminase el chubasco. De pronto, Esopoirgui la cabeza, y muy poco despus o voces aproximarse... Dos hombres yuna muchacha, tambin en demanda de refugio, entraron con gritos y risas.

    De prisa... Aqu tenemos sitio!Yo ces de tararear y me levant. Uno de los hombres llevaba una camisa

    floja, arrugada por la lluvia, sobre cuya pechera fulga un grueso alfiler dediamantes. Este detalle y los finos zapatos que calzaba le daban un imprevistoaspecto de elegancia. Era el seor Mack, el primer comerciante de Sirilund, ylo salud por haberlo visto varias veces en el establecimiento donde solasurtirme de pan. Ms de una vez me haba instado a ir a visitarlo, sin quehubiese deferido an a su invitacin. A1 verme, me dijo:

    Hombre, llegamos a territorio amigo... Pensbamos ir hasta el molino;pero la lluvia nos oblig a retroceder. ,Vaya un tiempo...! Cundo tendremosel gusto de verle por Sirilund, seor teniente?

    Me present al hombrecito de barba negra que lo acompaaba unmdico de los alrededores, y mientras tanto, la seorita que vena con ellosse alz a medias el velo y se puso a hablarle en voz baja a Esopo. Casi sinquerer observ, por los ojales y los dobleces de su corpio, que llevaba untraje viejo y ceido. El seor Mack me present poco despus a ella: era su

    hija y se llamaba Eduarda. Tras de dirigirme una mirada casi furtiva al travsdel velo que an nublaba sus ojos, volvi a dedicarse otra vez al perro, y sepuso a leer la inscripcin grabada en el collar.

    De modo que te llamas Esopo... ? Dganos quin era Esopo, queridodoctor. Yo slo me acuerdo de que era frigio y de que escriba fbulas.

    No caba duda; tena ante m una muchachuela, una nia casi; ymirndola bien pude convencerme de que, a pesar de su estatura, no pasarade los diecisis aos. Sus facciones eran vivaces, sus ojos llenos de reflejos ysus manos morenas deban de ignorar la prisin de los guantes. AI orla nopude menos de sonrer a la idea suspicaz de que saba de antemano el

    nombre de mi perro, y haba consultado un diccionario para lucirse cuandollegara la ocasin. El seor Mack inquiri amablemente acerca de mis gustosde cazador, y puso a mi disposicin una de sus lanchas, dicindome que el da

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    que quisiese utilizarla poda hacerlo sin nueva oferta. El doctor no pronuncini una sola frase, y cuando nos separamos vi que cojeaba ligeramente, aunapoyndose en su bastn. Regres a casa de humor melanclico, y mientraspreparaba la cena volv a tararear la tonada que acuda tenaz a mis labios.Aquel encuentro no haba dejado la menor huella interesante en m, y lo msvivo en el recuerdo era la camisa arrugada del seor Mack y el alfiler dediamantes, al que arrancaba el da lvido luces amarillentas.

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    Ante mi cabaa, a pocos pasos del sendero, erguase una piedra gris, quelleg a adquirir para m fisonoma amical. Dijrase un camarada que al vermevenir me saludase complacidamente. Cada maana, al salir, pasaba junto a

    ella, y a veces senta la emocin de separarme de un amigo fiel, que esperarapaciente, afectuoso e inmvil, mi regreso.La caza me ocupaba casi todo el da, y me embriagaba con ella en la

    soledad rumorosa del bosque. A veces tena suerte, otras no lograba matar niun solo pjaro; pero todos los das era feliz. Ms all de las islas, el marexplanbase en inmenso y pesado reposo; y desde las cimas, yo locontemplaba con arrobamiento. En las pocas de calma chicha, las barcas noavanzaban nada, y durante tres o cuatro das apareca ante mi vista el mismopaisaje inmvil: las mismas velas, blancas como gaviotas, posadas sobre elagua a iguales distancias; mas en cuanto corra la brisa, las montaas

    distantes se ennegrecan de sbito, y densas nubes que parecandesprenderse de ellas cubran el cielo. A veces sobrevena la tempestad,dndome un espectculo grandioso. La tierra y el cielo parecan juntarse coniracundia; el mar se agitaba convulso, dibujando fugitivas siluetas dehombres, de caballos, de monstruos gigantescos. A1 abrigo de una roca, conlas cuerdas del espritu tensas por el terrible drama de las cosas sin alma ypor la electricidad del aire, permaneca saturado de pensamientos confusos,dicindome: "Slo Dios sabe lo que en este instante pasa ante mis ojosimposibilitados para ver el fondo verdadero de las cosas... Por qu ahonda elmar ante m tan terribles abismos? Si pudiera penetrar hasta lo hondo quizpercibiese el gneo centro del planeta donde bulle el formidable caudal que

    nutre los volcanes." Esopo, inquieto de su propia intranquilidad y acaso de lama, alzaba las narices con visible malestar, husmeando, trmulos losmsculos; y como yo no le diriga la palabra, se acostaba al cabo entre mispies, y segua con sus claros ojos la mirada de los mos, atentos al vaivngigantesco del oleaje. Ni un grito, ni una palabra humana turbaba aquelembate de las fuerzas primordiales del mundo. Muy lejos, hacia el puerto,apareca aislado un arrecife, y cuando una ola se quebraba contra l, en elreflujo, ahondaba una depresin, que permita a la roca erguirse semejante auna deidad marina que saliera chorreando para contemplar el universo y,despus de alzar su espumeante barba agitada por el vendaval, volviese asumergirse en sus misteriosos dominios.

    Una tarde, en lo ms recio del huracn, un vaporcito se aproximafanosamente a la drsena A medioda pude divisarlo junto al muelle, dondese apiaba la gente para verlo de cerca. Era la primera vez durante miveraneo que vea tanta gente reunida, y not que todos tenan los ojos azules.Cerca del grupo distingu a una muchacha tocada con gorro de lana blanca,que realzaba vigorosamente su cara pura y apetitosa, como un fruto,coronada por oscuros cabellos. A1 acercarme, me examin con curiosidad,fijndose en mi traje de piel, en mi escopeta, y se turb cuando dije: "Debasde llevar siempre ese gorro, porque te sienta a maravilla." En el mismoinstante, un hombre hercleo, vestido con pelliza irlandesa, se acerc y la

    cogi autoritariamente por un brazo. "Tal vez sea su padre", pens. Yo sabaque aquel hombre era el herrero del pueblo, porque pocos das antes le haba

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    llevado a componer una de mis armas, y no volv a acordarme ni de l ni de1a sumisa muchachuela del gorro blanco.

    La lluvia y el tiempo realizaron en poco tiempo su tarea de fundir lanieve, y soplos hostiles y glidos recorrieron la comarca, las ramas podridascrujieron, los caminos se llenaron de hojas amarillas; las cornejas, con agrios

    graznidos, abandonaron sus nidales en bandadas; y despus, una maanamilagrosa, volvi a aparecer el sol, nuevo y esplendente, tras los montes. Unaonda inefable de alegra me penetr al verlo trasponer los picachos; cog miescopeta y me lanc al bosque posedo por una alegra tan profunda, que nocaba ni en gestos ni en palabra.

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    muy despacio, con maravillosa timidez, las estrellas comenzaron a vivir... Yahora el firmamento esplenda de lucecitas de azulosa plata... Eran millares,millones... Y haba algo tan grande y tan bueno en la repeticin eterna de eseespectculo, que mis ojos se comunicaron estrechamente con mi alma,dndole la sensacin de estar contemplando el fondo de la obra de Dios. Elcorazn aceler su ritmo, cual si la inmensidad vaca fuera su morada familiar;y otra vez las ingenuas ideas acudieron a flor de labio con esta preguntainfantil: Por qu se adorn esta tarde el horizonte de lilas y oro? Ser estanoche fiesta all arriba, y mis odos imperfectos no podrn percibir la msicade maravillosas orquestas, ni mis ojos alcanzar los ros siderales, sobre losque, en suavsima procesin, irn miradas de barcas con las velas henchidas?Tal vez, tal vez... Y con los ojos entornados miro dentro de m el supuestodesfile, que sigue el hilo de mi ensoacin, despertando ideas, imgenes,luces..., hasta que llegan la fatiga y el sueo.

    As pasaron muchos das. Otros me pasaba observando los accidentes deldeshielo, sin ocuparme, a pocas provisiones que tuviera, de cazar; atento a

    los cien secretos de la Naturaleza que se me iban revelando, a modo depremios a un anhelo puro y tenaz. Cada da perciba transformaciones entorno, cual si rboles, animales y piedras se aprestaran a recibir el esto, yacercano. El molino estaba prisionero en las nieves; mas, en derredor, la tierrapareca aprisionada por los pasos de cuantos hombres, durante aos y aos,haban pasado por all cargados de repletos costales; y en las paredes leanseletras enlazadas y fechas que a veces me daban la impresin de rostrosconocidos esforzndose en gesticular contra el olvido y en eternizar lo queslo dura un minuto y pasa despus para siempre..., para siempre!

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    Voy a continuar indefinidamente este diario? No; seguir slo un poco,para contar el maravilloso triunfo de la primavera, y cmo los campos serevistieron de un esplendor cuya contemplacin me abrevi tantas horas. Se

    anunci el renuevo por el olor de azufre exhalado por la tierra y el mar: hlitode las hojas muertas al descomponerse. Los pjaros comenzaron a transportarramitas para mullir sus nidos, y dos das despus de esta observacin, losarroyuelos, exhaustos, engrosaron y se cubrieron de espumoso murmullo. Lasprimeras mariposas fueron, como flores locas, de un sitio a otro; y en elpuerto comenzaron a aparejar las lanchas de pesca para salir al encuentro delos bancos de peces que venan de los mares clidos. Una semana ms tardelos dos bergantines del seor Mack llegaron y descargaron frente a los islotessus plateados cargamentos, sobre los que el sol haca brillar la sal. El puerto,antes silencioso e inactivo, se anim de sbito; desde mi ventana vea eltumulto alegre de los secaderos, sin sentir, sin embargo, turbada mi soledad.Apenas si de tarde en tarde algn paseante cruzaba mis dominios: un da fueEva, la hija del herrero, y repar que tambin la primavera causbale unefecto parecido al de los rboles, pues rojos granitos manchaban su tez.

    Qu vienes a hacer por aqu? le dije.Voy al bosque respondi dulcemente, mostrndome la cuerda con

    que sola atar los leos.Como la vez anterior, llevaba puesto el gorrito blanco, que tanto la

    agraciaba, y cuando se apart de m la segu largo trecho con la vanaesperanza de verla volver la cabeza. Su recuerdo se desvaneci poco a poco,y as transcurrieron varios das, sin que nadie volviera a cruzarse conmigo.

    La primavera avanzaba esplendorosa, y todo el bosque se vesta de claro.Constitua un goce pursimo el ver algunos pjaros escalar las ms altasramas de los rboles para saludar desde all al sol con jubiloso piar. Era comosi el mundo renaciese. Muy a menudo me levantaba a las dos de la maanapara tomar parte en la alegra de aquel despertar; pero mi sangre, con lacaminata, avivaba su ritmo; y la escopeta haca de las suyas. De regreso,proyectaba siempre sacar y arreglar mis utensilios de pesca, mas la moliciecontemplativa me captaba y todo se quedaba para el otro da. Unpresentimiento alegre y confuso me haca esperar algo; y una tarde Esopo seirgui de repente y comenz a ladrar hacia la puerta. "Ya est ah", me dije sin

    saber a quin me refera, y me apresur a quitarme la gorra para recibirlomejor. La voz de la hija del seor Mack sonaba ya cerca de la puerta, y notard en aparecer; segn me dijo, vena con el doctor a cumplir la promesa devisitarme.

    Lo he dejado un poco atrs, pero ya est ah.Y entr, tendindome con naturalidad de nia su mano morena. En

    seguida me dijo:Vinimos ayer, pero usted no estaba.Se sent en el borde de mi cama y empez a examinar mi casita. El

    mdico lleg entretanto y ocup sitio en el banco, junto a m. La conversacin

    no tard en animarse. Yo les habl de la mucha caza que se hallaba en elbosque y de la reciente prohibicin de matar especies diezmadas. El doctorapenas hablaba, y como Eduarda se lo reprochase, tom pretexto de que

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    Cual si mis evocaciones pudieran atraerla, me levant de pronto, abr lapuerta y me puse a escuchar, mas nada o. Qu haba de or en mi soledadobstinada? Volv a cerrar, y pase a largos trancos, seguido de Esopo, quehaba dejado su refugio al ver mi agitacin. De repente, tuve la idea de corrertras Eduarda y de pedirle un poco de hilo para remendar mis redes... Parademostrarle que no era un subterfugio, poda ensearle ms de una mallarota... Ya estaba casi en camino, cuando record tener en una caja muchoms hilo del necesario para remendar mis redes cien veces. Y lentamente,desconcertado por la verdad, renunci.

    Cerr las puertas, pero un efluvio desconocido penetraba no s por dndeen mi cabaa, hacindome estremecer, suspirar... Toda la noche la pasintranquilo..., como si no estuviera solo.

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    Una tarde que estaba a la puerta de mi cabaa pas un hombre y medijo:

    No va usted ya de caza? Hace tres das que pesco por aqu cerca, y no

    le he odo disparar ni una vez.No, no haba vuelto de caza. Desde la visita de Eduarda no haba salido, y

    slo tres das ms tarde, obligado por la falta total de vveres, me decid aabandonar aquel ambiente denso de ensueos. El bosque me pareci msnuevo, ms verde; por doquiera ola a tierra hmeda y a rboles retoantes.Hasta de las cinagas surgan ramas y flores de suaves matices. Algo aturdidopor aquel esplendor, anduve largo rato, me sent a descansar con unmosconeo leve en las sienes, y volv a emprender la caminata. Sin querer medeca a m mismo: "Quiz de regreso, en el lindero del bosque, me laencuentre hoy como aquella vez que la vi con el doctor... Se pasearn todas

    las tardes...? Qu tiene que ver con ella ese mdico viejo y desgarbado...?Pero qu me importa a m todo esto? Ea, hay que pensar en otra cosa..."Mat dos grandes pjaros y amarr a Esopo, disponindome a encender leapara preparar el almuerzo, y com tendido en tierra, bajo la calma inmensaapenas interrumpida por el temblor suave de la brisa o por el paso de algnpjaro. De tiempo en tiempo las ramas oscilaban con balanceo tenue: era queel viento cumpla su trascendental misin de transportar el polen paraengendrar floraciones nuevas; y dijrase que el bosque entero languideca enfecundo xtasis. Un gusanillo verde escalaba, infatigable, un rbol; sus ojos,casi ciegos, apenas le servan y a veces erguase y palpaba en el vaco,temeroso de nuevos obstculos, semejante a un hilo verde que cosiera por s

    solo, misteriosamente. Tal vez hasta muy avanzada la noche, cuando yo ni meacordase ya de su perseverancia humilde, lograra llegar al trmino de suviaje... Resonaban mis pasos en el imperturbable silencio de la Naturaleza.Deben de ser cerca de las cuatro, y a las seis emprender el retorno hacia micabaa, con la esperanza inconfesada de cruzarme con "alguien". An mequedan dos horas para andar y reposar, y este lapso, a veces tan breve, meintranquiliza. Sacudo mi ropa salpicada de briznas de hierba y me aventuro enun sendero, donde todo me parece amical, acogedor: las ramas, los recodos,las piedras, han estado durante mi ausencia como yo los dej: las hojas crujenbajo mis pasos. Y la envolvente calma, el mismo susurro suave que en vez de

    turbarla la realza, los detalles no observados hasta hoy del paisaje, mehalagan el alma cual una caricia, y una gratitud pura me penetra, cual si todoquisiera darme una bienvenida de hecho, mezclarse a m, decirme en ellenguaje mudo de las cosas algo muy afectuoso y profundo. Movido por estaternura que impele mi amor hacia las cosas ms menudas, me inclino y recojouna ramilla seca: est casi podrida, su endeble corteza no ha podidopreservarla de la muerte... A1 proseguir, no la tiro lejos, sino que vuelvo ainclinarme para dejarla en el mismo sitio, sin violencia, como si fuera un sersensible; y aun antes de alejarme, me vuelvo a mirarla con los ojos nublados;sin darme plena cuenta de que hay una fuerza ingenua, grande y nueva enm, que me dicta esta ternura y este adis.

    Ya son las cinco; no s si el sol o el deseo me han engaado; durantetodo el da march en direccin Oeste, y debo de estar con media hora dediferencia respecto al reloj de sol colocado a la entrada de mi cabaa. An

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    puedo caminar un poco antes de dirigirme a la entrada del bosque, en dondela encontr aquella vez... Voy a pasos perezosos. complacindome en or elmurmullo casi vivo de las hojas de los rboles y el muerto murmullo queproducen bajo mis pies. El tiempo pasa lentamente, lentamente.

    Al llegar a una quiebra del terreno, veo en la hondonada el riachuelo y el

    molino, que durante todo el invierno estuvieron sepultados por la nieve. Lamuela ha empezado a girar, y su ruido me arranca del sueo. Me paro en secoy digo en voz alta: "Ya debe de ser tarde, acaso demasiado tarde." Y unsufrimiento agudo me entristece. A largos pasos emprendo el regreso, y auncuando s con sbita clarividencia que ser vanamente, llego al fin al caminoprecedido de Esopo, que, cual si supiera cunto me importa no perder tiempo,me estimula sobrepasndome jadeante y volviendo sobre sus pasos con lalengua fuera. Cuando llegamos al lindero del bosque est desierto; no haynadie... Nadie. Y, sin embargo, yo esperaba encontrar...

    Sin pensar bien lo que hago, impulsado por una fuerza irrazonada, pasoante mi cabaa y, sin dejar siquiera mis trebejos de cazador, me encamino

    hacia el poblado seguido del perro. El seor Mack me recibe con galantefineza y me invita a cenar.

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    Acaso sea presuncin ma creer que poseo el don de leer en las almas delos otros, mas a veces sin que esto quiera decir que me crea unainteligencia excepcional percibo los pensamientos ajenos con clara

    exactitud. Me ha pasado muchas veces, igual con mujeres que con hombres,adivinar por los movimientos de sus ojos y aun por su quietud misma, lasecreta actividad de su meditacin. A veces, al sentirse observados, un rubortenue les sube a las mejillas y, sin lograr apartar de m furtivas miradasinquietas, figuran poner la vista en otra parte. Tal juego me es ya conocido, yla intranquilidad de los observados sera mayor si pudieran saber que ni unasola de sus ideas, ni siquiera de esas que son a manera de estrellas fugacesde la mente, dejan de reflejar su conocimiento en mi mente. Tal vez elfenmeno no se realice con cabal intensidad y exactitud, pero el caso es quedesde hace tiempo noto en m la facultad de juzgar a los otros por algo msque por sus palabras.

    Pas la velada en el saln del seor Mack; aun cuando nada meinteresaba particularmente en la reunin y se me haca tarde para el regreso,dijrase que un oscuro designio me forzaba a permanecer all. Despus de lacena nos pusimos a jugar al whist y a beber licores. Yo senta detrs de miasiento el ir y venir de Eduarda.

    Cuando el doctor se despidi, el seor Mack se dispuso a mostrarmetodas las maravillas de su casa, desde las lmparas de petrleo las primerasde este sistema llegadas all, y que l encenda personalmente para evitarriesgos hasta su alfiler de diamantes, que me dijo, con nfasis, haberheredado de su abuelo, "el Cnsul", quien lo haba recibido nada menos que

    de las propias manos de Carlos Juan. Para mostrarme el retrato de su esposa,muerta haca ya aos, me pas a una habitacin contigua donde pude ver,sobre la biblioteca llena de libros franceses heredados tal vez y de modernoslibros de ciencia que acreditaban su erudicin, la dulce fisonoma de la muertasonrernos suavemente entre los encajes de su cofia... Los dos empleados delalmacn fueron invitados a tomar parte en la partida de naipes, y como lotomaron con demasiado empeo, cometieron divertidas equivocaciones.Eduarda, compadecida de uno, se puso a su favor, dndole cuantas bazaspoda. Yo tuve la mala suerte de volcar un vaso, y al levantarme brusco parano mojarme, comet la ingenuidad de exclamar:

    Oh, he tirado mi vaso!Eduarda rompi a rer, y dijo con mortificante irona:No es preciso que lo diga; ya se ve.Todos me aseguraron que el dao no vala la pena de interrumpir el

    juego, y lo reanudamos despus que una criada cambi mi servilleta. Sonaronlas doce.

    Un descontento vago y creciente me incomodaba desde que haba odo larisa burlona de Eduarda. Mirndola con atencin hallaba; de pronto, que sucara careca de la gracia percibida en un principio y que en toda ella habaalgo de insignificante. Poco despus, alegando que sus empleados deban

    levantarse temprano, el seor Mack puso fin a la partida, y, retrepado en elsof, me anunci su propsito de inscribir el nombre de su casa comercial en

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    la fachada, consultndome acerca del color que sera ms a propsito paraello. Yo empezaba a aburrirme, y contest por decir algo:

    En negro estar bien.Negro s; eso es lo que yo haba pensado... "Depsito de sal y toneles

    vacos", en gruesas letras negras; resultara muy serio... Eduarda, no es hora

    ya de que te vayas a dormir?La muchacha se levant, y despus de darnos la mano se fue. Ya solos,nos pusimos a hablar del ferrocarril, recientemente construido, y de la primeralnea telegrfica an en proyecto. "Cunto tiempo tardara en beneficiar eltelgrafo aquella regin extrema del mundo?" Largos silencios espaciarondurante algn rato nuestras frases y, de sbito, el seor Mack dijoconfidencial:

    Ya ve usted. Tengo cerca de cuarenta y siete aos, y la nieve queempieza a cubrirme la cabeza me penetra un poco en el cuerpo y hasta en elalma... S, s. De da se me toma an por un hombre joven; pero por la noche,

    cuando estoy solo, mis resortes de energa flaquean... Slo sirvo para hacersolitarios, y la mayora de los que me salen es porque hago trampas.De modo que se hace usted trampas a s mismo?Qu remedio!En ese momento me pareci que sus ojos se hacan transparentes y que

    poda leer en el fondo de su corazn.Se levant, fue hasta la ventana y se puso a mirar el campo. Desde mi

    sitio vea yo su espalda curvada y, por el descote de la camisa, el cuello y elpecho velludos. Al cabo de unos segundos vino lentamente hacia m con lospulgares en los bolsillos del chaleco, batiendo los codos a manera de alas

    incompletas, la sonrisa en los labios y los ojos, disimuladores, fijos en laspuntas de sus zapatos. Ya a mi lado, renov su ofrecimiento de prestarme unabarca y me tendi la mano amicalmente:

    Si espera que apague las lmparas, tendr el gusto de acompaarle;an no es tarde, y un paseto me sentar bien.

    Salimos, e indicndome la vereda que pasaba frente a la casa delherrero, me dijo:

    Por aqu es ms corto.No, ms corto es por otro atajo.Sostuvimos nuestras opiniones y, seguro de tener razn, no quise ceder a

    sus testarudeces. Para convencerme me propuso que cada cual fuese por sulado, para ver quin llegaba antes a la puerta de mi cabaa. Partimos, y notard en or sus pasos extinguirse en el bosque. Yo segu sin apresurarme,seguro de ganarle una ventaja por lo menos de cinco minutos. A1 llegar vi consorpresa que l me esperaba ya, y desde lejos me grit triunfal:

    Lo ve usted? Supongo que desde hoy mi camino ser tambin el suyo.Cada vez ms sorprendido, me puse a observarle; no estaba sofocado y,

    por tanto, no debi de correr... Despus de darme las gracias por haberleacompaado en la velada, se despidi, alejndose por el mismo sendero,mientras yo me quedaba pensando: "Ser posible que me haya equivocado

    de modo tan estpido ...? He recorrido los dos caminos varias veces y..., ah,la trampa debe de ser fina, pero hay trampa...! Cmo confiar en quien se lashace a s mismo? A1 menos que todo esto no sea un pretexto para..."

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    Sin incidentes memorables, pasaron algunos das y nunca como en ellossent la soledad y la indiferencia del vasto silencio que me rodeaba. Laprimavera esplenda ya con plenitud de ardor, e innumerables hojas tiernas

    verdecan los prados, engalanados con las ms tempranas floreciIlas. Laquietud era tan profunda que, a veces, sacaba del bolsillo algunas monedas yme pona a entrechocarlas para interrumpir el silencio. Un efluvio terrenal yantiguo emanaba de todas las cosas, y sin saber por qu, imgeneslegendarias venan a mi recuerdo, hacindome pensar: "Si Diderico e Iselinase me apareciesen de pronto marchando juntos por cualquiera de estasveredas!"

    Las noches haban ido acortando hasta extinguirse; el sol, despus dehundir su disco de fuego en el mar, reapareca inmediatamente, dorado y rojo,cual si el bao lo hubiese restaurado. Al llegar a este momento solemne en

    que, tras la sideral ablucin, la Naturaleza revestase de un esplendor nuevo,las sienes me bordoneaban y multitud de ideas quimricas pasaban por mimente en tropel... Antojbaseme que el dios Pan, cabalgando en una de lasramas ms gruesas del bosque, observaba con irnica complacencia misgestos. Por qu tomaba grotescas posturas, aparecindoseme tan prontofelinamente replegado, como en la actitud imposible de tener el vientreabierto y de ir a beber en la fuente extraa de su ombligo? Me espiabasonriendo, callado, y cuando mi meditacin degeneraba en una quietud sinpensamiento alguno, bamboleaba el rbol que le serva de cabalgadura paratraerme a la realidad. El bosque entero estremecase en una vibracin pnica;relinchos de brutos, sensuales llamadas de pjaros, indudables e

    incomprensibles signos de seres y cosas... El susurro torpe de los patosmezclbase al zumbar de las falenas, y algo como un balbuceo deresurreccin corra de hoja en hoja... Cuntas voces misteriosas, profundas ydignas de ser escuchadas! Estuve ms de cincuenta horas sin dormir, y amodo de ritornelo tenaz, las imgenes de Diderico e Iselina volvan de tiempoen tiempo por mi mente.

    Posible es que se me aparezca, me deca... Iselina llevar a Diderico juntoa un rbol y le dir en voz baja: "Qudate aqu de centinela mientras voy agastarle una broma a ese cazador alucinado, rogndole que me anude loscordones de mis zapatitos."

    Y el cazador sera yo. Con una mirada de sus ojos flgidos y lentos me lohara comprender... Mi corazn lo comprendera rpido y acelerara su latircuando se acercase maravillosamente desnuda bajo la translcida batista y,ponindome su mano cargada de electricidad sobre el hombro, dijera:

    Los cordones de mis zapatos se me han desatado, quieres atrmelos,cazador?

    Sucedera un silencio trmulo, y, acercndoseme hasta dejarme respirarsu aliento, murmurara primero insinuadora y en seguida franca, encendida:

    Oh, no importa que no atines a hacerme los lazos como estaban, amormo...! Levntate y ven an ms cerca de m.

    El sol, rodando fatigado y turbio hacia Poniente, bajara sediento hasta elmar para reaparecer en seguida satisfecho, lavado. La atmsfera vibrara

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    He tenido una larga conversacin con Eduarda.Hela aqu.Pronto tendremos lluvia le dije para empezar.Qu hora es? me responde.Despus de consultar el sol, contesto:Cerca de las cinco.Y ve usted eso claramente en e1 sol?S, como en un reloj.Y cuando no hay sol, cmo se las arregla?Nunca faltan indicios: las mareas, la hierba, que casi se acuesta sobre

    el suelo a ciertas horas; el canto de los pjaros, las flores que se abren ycierran, el verde de las hojas, una veces brillante y otras mate... Adems,tengo el sentido de la duracin del tiempo y...

    Ah! ,De veras? me dice de un modo que no s si es ingenuo omalintencionado.

    Temeroso de la lluvia, y no queriendo retenerla por ms tiempo en plenobosque, lejos de su casa, esbozo un signo de despedida; pero ella, sincuidarse de las nubes, me acosa con un alud de preguntas, acometida de unacuriosidad sbita sobre las causas de mi aficin a la caza, de mi retiro a lacabaa y de cien particularidades, en las que ni sospechaba se hubiese fijado.La respondo que me limito a matar los bichos necesarios para sustentarme, yque mi perro no se podr quejar de un trabajo excesivo. Entonces sonre y se

    turba, lo que me revela que sus preguntas le han sido dictadas por alguien yque la franqueza de mi respuesta la desorienta. Esta sumisin a una voluntadajena reanima en m la primera simpata que me inspir su carita de niamedio hurfana, y al ver sus brazos cados a lo largo del cuerpo, sincoquetera alguna, pienso en que no tiene madre que la gue, y meenternezco sin querer.

    No le digo ya en otro tono. No me mueve el placer del exterminio,sino la necesidad de vivir, crame. Si me basta para comer hoy un pjaro,tenga la certeza de que no tirar el segundo tiro. Para qu? Cuando oigausted sonar mi escopeta, est segura de que me ha sido imposible dejar de

    disparar.Le explico el placer puro de vivir en el bosque, hacindome la ilusin deser hijo de la Naturaleza. A partir del primero de junio, la caza de conejos yliebres y la caza con liga estn prohibidas, y para no infringir la ley niencarnizarme en pjaros baldos, me alimento de pesca.

    Ahora mismo le digo estoy esperando que su padre me cumpla lapromesa de prestarme una barca... Ya ve que mi aficin de cazador es casipretexto para pasar el da entero en el bosque. Ah, usted ignora el bienestarprstino de encontrarse rodeado por la Naturaleza, de comer no rgidamentesentado en una silla, sino tendido en tierra, sin mesa, sin miedo a pasar por

    chiflado, cuanto el corazn dicta a la boca...! Y a todo este placer de lasoledad, unir el de no estar solo en absoluto; el de sentir el alma del bosque

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    manifestarse en una flor, en un susurro, en una brisa... Me comprendesiquiera?

    S, s.Y sintiendo su mirada penetrar en la ma, como si quisiese ir a espolear

    mi imaginacin, contino:

    Si usted supiera cuntas cosas descubro en mis paseos solitarios! Eninvierno distingo en la nieve las huellas de los pajarillos, siguindolos hastadonde batieron las alas, no sin dejarme, por la direccin fcilmente descifrabledel vuelo, indicaciones del mejor camino para hallar madrigueras de conejos yliebres. Con ser tan nimio esto que acabo de decirle, ofrece un inters nuevocada vez... En otoo, el cielo es de noche ms flgido y se desprenden de lestrellas que ponen en el espacio momentneas rayas de plata; y al verlas,me digo: "Ser algn mundo en convulsin, a cuyo despedazamiento asisto,pobre hombre solitario, perdido en otro mundo que acaso se despedacetambin algn da?" En verano veo hasta en las hojas ms chicas agitarseanimales minsculos; unos carecen de alas y permanecen largas horasinmviles; viven y mueren sobre la misma hoja en que nacen. Se da cuentade esta ejemplar maravilla? Infinidad de bichejos, prodigiosamente activos,surgen de todos lados: insectos desconocidos, moscas azules... Pero no laaburro? Dgamelo con franqueza.

    No, no; siga. Lo comprendo muy bien.A veces me divierto en contemplar durante mucho rato alguna planta,

    con el temor recndito de que ella me est tambin mirando. Qu sabemosde la extensin de su vida indudable! No le parece? Y cuando cualquierhierbecilla tiembla, me digo: "He aqu que palpita..." Ah, el bosque! En cadarbol hay por lo menos una rama capaz de hacer ensoar durante muchas

    horas... Y, adems, cuando creo estar ms solo y feliz en ese aislamiento, meencuentro con alguien en el recodo de cualquier camino.

    Eduarda, inclinada hacia m, escucha con vivo inters. De pronto, no meparece la misma: est casi fea; el labio inferior, algo cado, da a su rostro algode estupidez. En ese instante una gota de lluvia la arranca de su estupor, casipudiera decir de su xtasis.

    Ya llueve le digo.S, s... Adis.La dejo alejarse, y me encamino despacio hacia mi cabaa, sin apresurar

    la marcha porque la lluvia aumente De sbito oigo pasos precipitados tras dem; me vuelvo y la veo de nuevo; pero ahora tan ruborosa y sonriente, que mevuelve a parecer otra..., la de la vez primera.

    Haba olvidado lo principal me dice jadeante. Maana vamos deexcursin a la Isla con el doctor... Puede usted venir?

    Maana? S, s, puedo.Pues contamos con usted... No falte.Y cuando se aleja sonriente, feliz, ya no vuelvo la cara hasta ver perderse

    entre los rboles su figurilla rpida y grcil, su busto exiguo, sus piernascarnosas y finas que el viento y la lluvia moldean...

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    Nunca olvidar aquel da de fiesta en que e1 esto empezverdaderamente para m. El sol, que brillaba durante veinticuatro horasseguidas, haba secado el suelo, y, despus de la lluvia, el aire qued lmpido,

    fluido. Antes de medioda llegue al embarcadero: era un medioda luminoso,jubiloso. El agua estaba en calma, y conversaciones y risotadas de los jvenesempleados en la preparacin del pescado llegaban desde la Isla. Poco despusestbamos reunidos los compaeros de excursin. Dos grandes cestas deprovisiones prometan la merienda. Yo me senta contento, tan contento queno poda dejar de cantar a media voz, y miraba tan pronto el mar como lasblusas claras de las muchachas.

    De dnde podan venir todas aquellas muchachas? Estaban la hija delgobernador del distrito y las del mdico, con sus institutrices; estabantambin la seora del pastor y su hermana. A todas las vea por primera vez

    y, sin embargo, me trataron amablemente, como a un viejo amigo. Mi olvidode las costumbres ciudadanas me hizo faltar ms de una vez a lasconveniencias; tute a las muchachas, y dije a una "querida" y a otra "queridama"; pero todo me fue perdonado, y hasta tuvieron la delicadeza de fingir nodarse cuenta.

    El seor Mack, que. segn costumbre, llevaba prendido sobre la camisafloja el alfiler de diamantes, pareca de humor excelente, y grit a los de laotra barca:

    Cuidado con las botellas, loca juventud...! Doctor, usted me respondede los licores!

    Desde luego! grit el doctor.Y las palabras, cruzndose de una a otra barca, vibraban con acentosalegres, festivos.

    Eduarda llevaba el mismo traje que la vspera, no s si por capricho o porcarecer de otro. Sus zapatos tenan an el barro de la caminata hasta micabaa, y sus manos me parecieron de dudosa limpieza; en cambio, elsombrero era nuevo, adornado con plumas, y bajo la chaqueta teida, que sequit para sentarse sobre ella, vesta la misma blusa que le viera la noche dela reunin. Para complacer al seor Mack, dispar al atracar en la Isla los dostiros de mi escopeta, y la salva fue acogida con un "Hurra!" contestado porlos trabajadores. Mientras el seor Mack hablaba con ellos, nosotros nosesparcimos en busca de margaritas y de campanillas azules. El sol esplenda,los pjaros graznaban sobre la playa, festoneada de espuma y rubia de sol.

    Nos acomodamos sobre el csped, cerca de un macizo esmaltado de esosfrutos leves y de dbil corteza que los hace parecer casi flores. El padre deEduarda descorch las botellas solemnemente, y hubo alegre tumulto: rebullirde ropas claras, de ojos azules, vasos entrechocando, una voz que entona unacancin, oleadas de prpura tierna en todas las mejillas...

    Mi espritu participa por completo de la fiesta, y hasta los menoresincidentes me parecen interesantes. Una gasa flota detrs de un sombrero,cual si fuese la estela de la muchacha que lo lleva; algunas trenzas se

    desatan; hay prpados entornados por la suave molicie y por la risa... Oh,qu da tan delicioso, tan inolvidable!

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    Me han dicho que vive usted en una cabaa digna de Robinson, seorteniente.

    S, un verdadero cubil, que no cambiara por los ms suntuososalczares. Venga un da a verlo, seorita, vale la pena... Est en la mismaentrada del bosque, como un centinela avanzado.

    Otra muchacha me dice amablemente:Y es la primera vez que viene a septentrionales?S, pero ya conozco la comarca como si hubiera nacdo aqu. Por las

    noches me encuentro frente a frente con las montaas, con la tierra, con elsol, sin amedrentarme de su grandeza y de su belleza... Oh!, no tema usted,no voy a pronunciarle un discurso; lo nico que se me ocurre decir es esto:Qu maravilloso esto tienen ustedes! Llega una noche, mientras todo elmundo est dormido, y a la maana siguiente se da uno cuenta de que yaest aqu. Ayer mismo me asom a una de las ventanas (mi cabaa tiene dos,a pesar de ser tan pequea), y vi que haba llegado.

    Otra muchacha, de rostro tierno y adorables manos inquietas, se acercal grupo y me propuso:Vamos a cambiar nuestras flores? Dicen que trae suerte. Atrado por

    su gracia primordial, le tend las dos manos, dicindole:Slo con que usted me lo haya propuesto me considero afortunado. Es

    usted tan bonita! Cuando venamos en la barca, su voz me pareci como unamsica.

    Sorprendida, contrariada sin duda, sin que me explique por qu,retrocede y me replica en tono seco:

    Pero qu le pasa? No era con usted con quien quera cambiar las

    flores.Ah, qu desilusin! Avergonzado de mi ligereza, me acomete el deseo de

    desaparecer, de sentirme solo en mi cabaa, donde nicamente el viento mehabla con su voz siempre spera, no tan pronto atractiva comodesengaadora. Todo trmulo, apenas si acierto a decir:

    Disclpeme, perdneme usted... He sido un torpe.Las otras muchachas se apartan, hacindose las distradas para no

    agravar mi vergenza; y en el mismo instante una se precipita hacia el grupocon extrao mpetu: es Eduarda. En cuanto est a mi lado, me abraza, meenvuelve en un torbellino de palabras dulces y me besa una y otra vez en 1a

    boca. Sin explicarme su actitud, en vano trato de debatirme. Su mirarardoroso me fascina, me quema, y cuando al fin se aparta de m, veo que algoviolenta pasa por bajo la tersura de su garganta. Ante el corro atnito, enactitud de reto, permanece unos instantes, y su delgadez, su aire mitad demujer, mitad de nia, contrasta con el llamear de sus ojos. Por segunda vez, elhechizo de las cejas perfectas me penetra hondamente.

    Qu ha hecho usted, Eduarda? le digo.Mi voz, velada por la emocin, contrasta con la suya, firme y entera a1

    responder:He hecho lo que he querido, lo que me dictaba mi alma; ya lo oyen

    todos. Le importa a alguien?

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    He dormido mal, sobresaltado por sueos en los que predominanperipecias de caza; y en uno de esos momentos en que el alma est en ellmite misterioso entre la vigilia y la inconsciencia, me pareci sentir a Esopo

    removerse en su rincn y gruir. Como el perro entraba en las imgenes demi sueo, no me desvel, y al levantarme vi con sorpresa huellas desde mipuerta hasta e1 camino. Sal, y a los pocos pasos Eduarda vino a miencuentro, ruborosa y embellecida por la alegra.

    Me oy usted anoche? Tuve miedo de que me oyera.Tard un instante en relacionar su pregunta con lo ocurrido, y en vez de

    responderle, la interrogu:No ha dormido usted bien?No, nada... No he podido dormir.Y me cont que haba pasado parte de la noche en una silla, con los ojos

    cerrados, atenta slo a las imgenes interiores, y que ya muy tarde no pudoresistir la tentacin de dar un paseo.

    Esta ha sido noche de duendes le dije entonces. Por cierto que unoha venido hasta la puerta de mi cabaa.

    A1 verla cambiar de color le tom las manos, y mirndolaprofundamente:

    No habr sido usted ese duendecillo? le dije.S... confes entonces apretndose contra m en un ademn de

    humilde y amoroso abandono. Verdad que no le despert...? Andaba muy

    despacio, muy despacio..., como si pisara su sueo... Quin iba a ser sinoyo...! Verdad? Necesitaba estar cerca de usted... Ah, si viera cunto,cunto, cunto le quiero...!

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    A partir de ese da, nos veamos todos; y antes de gozar de la dulzura deverla, mi deseo le sala al encuentro. Ya hace de eso dos aos, y el recuerdoocupa a menudo mi imaginacin, pues todo en esta aventura me complaci y

    distrajo. Nos citbamos en lugares distintos: junto al molino, en cualquiervereda, en mi misma cabaa. Eduarda, dcil, a nada se opona. Llegabasiempre antes de la hora, y a su jubiloso "Buenos das" responda el mo,jubiloso y trmulo tambin.

    Ests alegre hoy; desde lejos he odo tu canto me dijo una vez, conel fondo de los ojos lleno de chispas.

    S; hoy estoy contento, y siento crecer en el pecho un amor infinitohacia todas las cosas... Aqu mismo, en tu falda, hay una manchita de polvo,de barro quiz; pues bien, siento anhelos de besarla... Djame que la bese;todo lo que es tuyo despierta mi ternura. A veces temo haber perdido por ti

    la facultad de razonar... Ya no puedo dormir como antes.Y era verdad: muchas noches los sueos del amor no dejaban llegar al

    reparador sueo del cuerpo y del espritu... Muy juntos, recorramoslentamente las veredas. De vez en cuando me preguntaba:

    Por qu no me dices lo que te parezco? Soy como t creas yqueras? No me encuentras demasiado charlatana? Dime la verdad..., todala verdad. Si vieras...! A veces me parece que esto no ha de acabar bien.

    Por qu no?No acabar bien; ya vers. Y el mal ser precisamente para nosotros.

    Aunque creas que es supersticin, a veces siento un fro glacial correrme por

    la espalda, sobre todo cuando te toco... Debe de ser la dicha.A m me basta con mirarte para sentirlo... Pero ten la seguridad de que

    hemos de acabar muy bien. Quieres que te friccione la espalda paraahuyentar ese escalofro de mal augurio?

    Aunque se esquiva, la aprisiono y golpeo su espalda con breves y secosgolpecitos, preguntndole entre risas si le gusta.

    Oh no responde. A quin le va a gustar ese gnero de caricias?Pareces un oso masajista..., ten la amabilidad de...

    Ah, el encanto mimoso, sensual y a la vez infantil de esa fraseincompleta! "Ten la amabilidad de..." Hace ya dos aos, y an me parecesentir la vibracin suavsima penetrarme por los odos hasta el alma...

    Continuamos el paseo y, temeroso de haberla contrariado, me pongo abuscar en la memoria alguna ancdota con qu distraerla. Como estoy llenode su amor, slo imgenes de amor acuden al recuerdo.

    Hace tiempo, en una excursin, una muchacha, al verme temblar defro, se quit la bufanda y me la puso. No pude evitarlo, y le dije: "Maana sela devolver lavada." "Tiene fro todava?", me contest, "No; pas ya." "Puesentonces devulvame la bufanda ahora mismo; quiero conservarla comousted la ha llevado.. Tres aos despus la encontr, y le pregunt burln"Guarda usted la bufanda an? " Ella, muy seria, me llev ante su armario y

    me la mostr envuelta en un papel de seda... Ya ves.

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    repuso, mi madre era una mujer admirable de belleza, mi padre era tambinun hombre sano; se amaron apasionadamente, y... yo soy coja denacimiento!"

    Sentmonos me dice Eduarda.Nos sentamos sobre el csped y, de sbito, exclama:

    Sabes lo que me ha dicho una de mis amigas de ti? Que tienes pupilasde fiera y que con slo mirarla 1a haces ruborizar... Que tu mirada le pareceun contacto.

    Una onda de alegra recorre mi ser, y no por vanidad propia, sino por lacomplacencia que veo en Eduarda al contrmelo. Qu me importan lasdems mujeres? Slo me importa una, y esa no me dice el efecto que leproduce mi mirar... Durante un minuto lo espero en vano, y pregunto al fin:

    Se puede saber quin es esa amiga?No. Confrmate con saber que es una de las que fueron con nosotros a

    la Isla.

    Su cara se nubla y cambia de conversacin.Papa piensa marchar dentro de poco a Rusia, y proyecto organizar una

    excursin durante su ausencia. Has ido alguna vez a los islotes? Llevaremos,como la otra vez, dos cestas de merienda, y las seoras del presbterovendrn tambin. Pero me has de prometer no mirar a mi amiga, a la que legustas; si no, no te invito.

    Sin aadir nada, me abraza de nuevo, y separndose poco a poco, fija sumirar en mis ojos, respirando con ansia. Su insistencia me turba, me inquieta,y me levanto; afectando tono indiferente, le digo:

    De modo que tu padre va a Rusia?

    Por qu te has levantado tan pronto?Porque es tarde, Eduarda... Mira, las flores blancas se empiezan a

    cerrar; el sol va a salir.La acompao hasta el camino, y cuando me separo, prolongo an la

    compaa con la mirada. Antes de desaparecer se vuelve y me grita con vozcontenida:

    Buenas noches...!Poco despus la puerta de la casa del herrero se abre y un hombre con

    camisa blanca floja, sobre la cual relampaguean diamantes, sale cauteloso.

    mira en derredor y se echa el sombrero sobre la frente y toma e1 camino deSirilund.El grito de adis de Eduarda vibra todava en mis odos.

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    La alegra embriaga; sin ms ni ms, a modo de salvas en honor de mmismo, disparo los dos tiros de mi escopeta, y ecos simultneos, casiindivisibles, van de monte en monte, se extienden sobre el mar y llegan a

    sacar de su marasmo a un pescador extenuado por la larga e infructuosaespera. Por qu estoy contento? Ha bastado para ello un pensamiento, unrecuerdo, la imagen de un ser humano... Pienso en ella con los ojos cerradospara verla mejor, contando los minutos que me faltan para tenerla junto am... Me inclino a beber de un arroyo; para hacer tiempo, cuento cien pasos deun lado y cien de otro... "Ya es tarde", me digo; y de nuevo me abandono aideas que la envuelven, la tocan, y si se apartan de ella es para volver enseguida a ceirla... Ha transcurrido un mes, y a pesar de sus temores, ni elms pequeo obstculo surge en nuestro camino. Bien corto es, en verdad,un mes, sobre todo un mes tan delicioso; pero mucho ms corto es un minuto,un segundo, y en ellos podemos tropezar con la piedra fatal que determine lacada...! Por qu no viene an? Para abreviar la espera, se me ocurre mojarmi gorro y ponerlo a secar en una rama alta... Ya est hecho... Mi medida declculo son las noches; ha habido algunas en que no he podido venir albosque; mas nunca, como esta vez, dos noches seguidas. Las otras vecesnada 1e haba ocurrido. Por qu esta inquietud? No tendr, al recobrarla, lasensacin de que mi dicha alcanza su apogeo? En este momento, unos pasosresuenan y mi busto se inclina, mis brazos se abren ansiosos... Ya est aqu.

    Y hablamos, hablamos como siempre, asimilando todas las imgenes anuestro amor, cual si fuera un ro, y las cosas del mundo entero arroyuelosque viniesen a aumentar su caudal.

    Te has fijado, Eduarda, en cun agitado est el bosque esta noche?Rumores vagos recorren los rboles; el csped se comba, se riza, seestremece; las hojas grandes tiemblan con temblor torpe; dirase que algunacosa oculta se elabora en la selva... Un pjaro canta, y la brisa lleva sumensaje de amor. Hace ya dos noches que viene a cantar al mismo sitio,insistente, fiel... No te complace escuchar su gorjeo?

    S. Por qu me lo preguntas?Por nada. Es la segunda noche que canta de este modo... Comprendo

    que me empeo en dar a todas las rosas un sentido; pero no te preocupes; noes de nada de eso de lo que quiero hablarte... Gracias por haber venido hoy,

    Eduarda ma! Te hubiera esperado toda la noche y maana tambin, feliz casidel todo, slo con la esperanza de verte.

    Tambin a m me hace largo esperar, y para que veas que pienso en tia todas horas, mira los pedacitos del vaso que rompiste la primera noche queviniste a casa. Te acuerdas...? Anoche se fue pap, y por eso no pude venir;ya ves que tuve motivo. Mientras le arreglaba las maletas pensaba queestaras esperando, y casi lloraba, y estaba a la vez contenta por saber queestabas aqu solo, pensando en m.

    Sus excusas se acomodaban perfectamente a la ltima noche; pero y laanterior? De sa no me deca nada, y un instinto secreto me haca buscar la

    verdad, no en sus palabras, sino en sus ojos, que estaban sombros, sin elbrillo gozoso de antes.

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    Las dos embarcaciones esperan intranquilas en el puerto, y parten encuanto las llenamos. Durante el viaje se canta y charlotea; los islotes estnfrente a la costa, ms all de la Isla, y el viaje es largo. El doctor, que viste de

    claro como las damas, est hablador como nunca y se mezcla en lasconversaciones de las mujeres, en lugar de orlas en silencio, a ejemplo de losdems. Su hablar es tan incesante que tengo la sospecha de que no hayaesperado la hora de la merienda para beber. Cuando desembarcamospronuncia una especie de discurso, y al verle consultar a Eduarda con los ojos,me digo: "Sin duda ella lo ha designado para que sustituya a su padre en lasfunciones de anfitrin."

    Amable en extremo con las damas, afectuoso y casi paternal conEduarda, sin desprenderse del tonillo de pedantera que ya haba observadoen l, fue el verdadero protagonista de la fiesta. Su mana directiva se

    muestra a veces en detalles pueriles; por ejemplo; Eduarda dice:

    Yo nac enel ao 38." Y l corrige muy serio: "En el 1838." Las pocas veces que yo hablo,me escucha atentamente, sin manifestar el menor desvo.

    Una muchacha de las que han venido en la otra barca se acerca asaludarme, y no la conozco al punto. Es una de las hijas del superintendente,la que yo haba invitado a visitar mi cabaa en la excursin anterior; y nuestrapltica esta vez es ms larga y cordial. Mas, en general, no me divierto.Bebiendo con cautela, yendo de un grupo a otro, sin cometer esta vez faltasgraves, echo de menos algo, y, acaso ms para evocarlo que por ignoranciadel arte de responder a las amabilidades, empiezo a hablar con laincoherencia selvtica de aquella tarde; al ver que no me lo toman en cuenta,

    me pongo malhumorado y callo.Ante la inmensa piedra que nos sirve de mesa, el doctor habla con

    elocuencia presuntuosa, abriendo los brazos en ademanes ridculos, que anadie hacen rer.

    Ah, el alma! Y qu es el alma? dice.La hija del superintendente lo ha acusado de librepensador, y esto desata

    su elocuencia: "Acaso todo el mundo no tiene derecho a pensar libremente?Nos representamos el infierno como una mansin subterrnea, y al diablocomo una especie de jefe de Negociado; y, sin embargo, el diablo es tambinuna majestad." Hablando del retablo que hay sobre el altar de la iglesia, dice:

    "Representa a Cristo, algunos hebreos de ambos sexos, una fuentemetamorfoseada en fuente de vino... Bien; y el Cristo se distingue de losdems por la aureola. Saben ustedes la verdadera significacin de la palabraaureola? Supongo que no creern que es un simple disco amarillento."

    Y como dos seoras juntan las manos en un aspaviento mstico, sale delatolladero as:

    Lo que acabo de decir es horrible, verdad? Lo reconozco; pero bastadecirlo siete u ocho veces seguidas pensando bien en ello, para que parezcamenos espantoso. En fin..., permtanme, seoras y seores, que beba a susalud.

    Arrodillado sobre el csped, frente a las dos devotas, alz su sombrerocon la mano izquierda y vaci el vaso de un sorbo. A pesar mo, su aplomo me

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    cautiva, y hasta pienso en proponerle que choquemos los vasos; mas en elsuyo no queda nada ya.

    Eduarda no le pierde de vista. Despechado y esperanzado an, me acercoa ella y le digo muy quedamente:

    No jugaremos hoy a la viudita que elige marido?

    Se estremece y, levantndose, susurra:Ten cuidado de no tutearme aqu.Esta advertencia es injusta, pues no la he tuteado; as que me separo del

    grupo, y empiezo a notar que el tiempo no pasa de prisa. De tener otra barcaa mi disposicin, regresara solo... Quizs Esopo est en ese instantepensando en el abandono de su dueo... En cuanto a Eduarda, de seguro nopiensa en m porque habla del placer que tendra en viajar, en conocer otrospases. El color de sus mejillas dice bien claro su entusiasmo, y hasta su vozadquiere un tono rpido, el tono del que est impaciente por partir.

    Nadie ser ms dichoso que yo el da que...

    Dichosa rectifica el doctor.Qu dice?Que, tratndose de una mujer, se dice dichosa.S...? No comprendo!Que ha dicho usted "ms dichoso que yo".Bueno; el caso es que por nadie me cambiar el da que salga para un

    viaje largo. A veces siento la nostalgia de no s qu paisajes!Ah, quiere viajar, no se acuerda de m; leo en su cara la huella indudable

    del olvido...! Nada puedo hacer; mas qupame el menguado consuelo de

    decir que jams le pgina tan triste! Los minutos pasan con lentitud deangustia, y al fin propongo el retorno, so pretexto de que dej a Esopo atado ysin comida; pero mi proposicin se pierde; nadie piensa an en regresar.

    Por tercera vez me dirijo a la hija del superintendente, seguro ya de quees ella la que encontr fiero y turbador mi mirar, y chocamos los vasos. Susojos, inquietos, fascinados, no pueden apartarse de m.

    No cree usted, seorita, que los individuos de aqu son comparables aestos veranos tan fugaces como embrujadores?

    Hablo en alta voz y a propsito, y a propsito tambin la insto a quevisite mi cabaa.

    Dios la bendecir por esa buena obra y yo procurar acogerla comomerece y darle en recuerdo un presente que le sea grato.

    Y no acabo de decrselo cuando pienso que si viene nada le podrregalar, a no ser que quiera llevarse mi calabaza llena de plvora... Eduarda,sin volver siquiera la cabeza, me deja hablar; pero aun cuando parece atentaa la conversacin general, en la cual toma parte, estoy seguro de que me oye.

    El doctor se ha erigido en augur y lee la buenaventura a las muchachas,una de las cuales le coge al fin una de sus manos, tambin femeniles yadornada con sortijas, para predecirle a su vez no s qu confusos sucesos.Sintindome abandonado, me aparto y me dejo caer, abatido, sobre una

    piedra. El da va menguando ya.La nica que podra apartarme de este aislamiento me digo en nada

    se preocupa de m... Bah...! Despus de todo, qu me importa...? Este "qu35

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    verla con sus postreras luces volverme de sbito la espalda y ponerse ahablar con el doctor, que va de timonel. Durante un inmenso cuarto de horano existo para ella, y el injusto abandono me impulsa a cometer una accinabsurda; uno de sus botines se le cae, e inclinndome rpido, lo cojo y lo tiroal agua... Que se ocupe siquiera un momento de m, no importa por qu! Escosa de un segundo, en el cual para nada entra la reflexin. A1 verme lasmujeres gritan, y yo mismo quedo estupefacto, cual si la insensatez fueserealizada por otro; mas ya es tarde: el zapatito flota lejos, y el doctor grita:

    Remad ms fuerte, ms fuerte...Y dirige el bote con tal destreza, que uno de los remeros puede rescatar

    la prenda en el instante en que va a hundirse. A1 levantarla con el brazomojado, de las dos barcas sale un "Hurra!" que me da la sensacin de miderrota, de mi ridculo. Sin dejarme limpiar el botn con mi pauelo, Eduardame lo arrebata; luego dice:

    En mi vida vi nada igual.

    Verdad que no? le respondo, tratando en vano de adoptar un airezumbn, como si alguna intencin profunda hubiese determinado el actoincomprensible.

    Pero cmo convencer a nadie de ello? Por primera vez el doctor memira con desvo, con desdn, y no puedo sostener su mirada... Cuando losbotes se acercan al puerto, el malestar general se disipa. Algunos cantos seelevan sobre la plata del mar. Eduarda dice entonces:

    Puesto que no hemos bebido todo el vino, y hay que terminarlo,organizaremos pronto una fiesta, un baile, en casa, por ejemplo...Aprobado?

    Aprobado!A1 desembarcar intento disculparme.Tengo impaciencia por llegar; perdneme que me vaya en seguida...,

    el da ha sido para m demasiado cruel.Est seguro, seor teniente, de que ha sido demasiado?De todos modos, puedo asegurarle que le he quitado parte de su

    alegra sin encontrarla yo...S que fue una idea.Menos mal que le llama usted idea... Perdneme!

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    Despus de esto, qu poda sucederme ya de malo? Puesto que elprincipio del dao no fue causa ma, resolv no desesperarme. Acaso viniesetoda mi incapacidad de comprender a esas gentes norteas, tan poco claras

    como brumosas; gentes de enigma, pensamientos oscuros, sobre todo cuandoel sol las alumbra da y noche...Qu visiones persiguen sus ojos azules y lejanos? Qu quimeras crecen

    tras de sus frentes? Bah! Una sola persona me importaba. y en ella parecanconcentrarse los enigmas de todos. Mecnicamente, sin que el espritutomase parte alguna, continu mi vida; prepar mis redes, engras miescopeta para colgarla, ya que los pjaros grandes haban cesado de volar, ydurante largas horas permanec en mi cabaa despierto, atento por si seacercaban unos pasos... que llegaron al fin.

    Oh, Eduarda; hace cuatro das que no la veo!

    Cuenta usted muy bien; pero he tenido tanto que hacer... ! Venga acasa y ver.

    Ya en su casa, me lleva a la sala principal, de cuyo centro hadesaparecido la mesa; las sillas, alineadas junto a las paredes, indican eldeseo de dejar el mayor espacio posible; todo ha cambiado de lugar, y laslmparas y las puertas aparecen adornadas con guirnaldas de telas decolores. El piano ocupa un rincn... Sin duda son los preparativos para el baile.

    Cmo lo encuentra todo? me pregunta.Extrao, claro...; pero bien.Salimos de la sala, y en el pasillo, con voz enternecida, le pregunto:

    Me has olvidado del todo, Eduarda?No le entiendo... Puesto que ha visto lo que he tenido que hacer en

    cuatro das, cmo poda ir a verle?Es verdad, no le quedaba tiempo para ir.Fatigado por la falta de sueo y enervado por la inconformidad

    intranquila de tantos das de espera, no pude contenerme y slo tuve palabrasinoportunas.

    No discuto que no haya podido venir; lo que s afirmo es que hay entrenosotros algo, un cambio, una causa... Ah, si yo pudiera leer tras de esa

    frente de cuyo misterio slo ahora me doy cuenta... !Pero si le digo que no lo he olvidado! dice, ruborosa, cogindose a mibrazo para convencerme.

    Puede ser que no me haya olvidado... Acaso ni sepa lo que me digo.Maana recibir la invitacin y bailaremos juntos... No se ponga as...

    Ya ver qu bien vamos a bailar.Bueno... Quiere acompaarme siquiera hasta el cruce de las veredas?Ahora? No, no puede ser. Dentro de un minuto va a venir el doctor

    para ayudarme a dar la ltima mano a la sala... Verdad que no resulta mal?Un coche se detiene en la puerta y no puedo contener la irnica

    pregunta:Es que viene el doctor en coche?

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    S, le he mandado un caballo para...Para que no se resienta de su cojera con tanto ir y venir... Est muy

    bien. Djeme salir... Cmo est usted, doctor? Siempre el mismo gusto enverlo. Su salud buena, eh? Con su permiso, tengo que irme...

    Ya fuera, me vuelvo y observo que Eduarda separa las cortinas para

    verme y que su cara tiene una sombra pensativa; esto me comunica de prontouna alegra ridcula enorme. Toda mi laxitud desaparece y me alejo a pasosrpidos, entornados los prpados, manejando mi escopeta en el transcurso delsoliloquio cual si fuera un junquillo: "Ah, que sea ma, y volver a ser elhombre de antes...! Que sea ma, y aunque tenga los ms extravagantescaprichos, har lo posible y lo imposible por satisfacrselos...! Besar suvestido, como aquella noche, y sus piececitos, y el suelo que pise!" Y,dejndome caer, beso la hierba hmeda cual si ya fuera ma y para probarmeme hubiese dicho: "Bsala!"

    En ese instante estaba casi seguro de ella y atribu a particularidadesdesconocidas de su carcter las mudanzas que tanto efecto me causaron.Puesto que haba salido a la ventana para verme, no estaba todo claro?Poda, acaso, hacer otra cosa? Y la alegra satisfacame hasta el punto dehacerme olvidar que un momento antes tena un hambre atroz. Esopo ladrde sbito, y junto a mi cabaa vi a una mujer cubierta con un pauelo blanco.Era Eva, la hija del herrero.

    Buenos das, Eva le grit desde lejos.Con la cara enrojecida, algo inclinada, se chupa uno de los dedos con

    gesto dolorido.Qu te pasa...? Te has hecho dao?

    Me ha mordido Esopo respondi bajando los ojos pdicamente.No puede ser cierto, pues el perro no se apart de m. A1 ver la mordidacompruebo que es de ella misma, y una sospecha aventa por primera vez mispensamientos.

    Hace mucho tiempo que me esperabas?No mucho... Ayer esper ms... y usted no lleg.Sin aadir una palabra la cojo de la mano, la empujo hacia dentro y cierro

    la puerta.

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    Tena pensado no asistir al baile, pero al regresar de caza me acometi eldeseo imperativo de ir, y al ver que me haba puesto desde por la maana mimejor traje de piel, comprend que el designio estaba latente en mi voluntad.

    Desde antes de llegar a Sirilund o el estrpito de la fiesta. A1 verme,resonaron gritos de "Aqu est el cazador!", "Ya tenemos aqu al teniente!",y muchachos y muchachas me rodearon deseosos de ver, cual si fuera unespectculo nuevo, los dos pjaros marinos que haba cazado y el montn depeces que brillaban plateados en la red. Eduarda se acerc tambin sonrientey me dio la bienvenida. En seguida not que estaba sofocada de tanto bailar.

    Yo tambin vengo a bailar dije.Pues sea conmigo la primera pieza.Y bailamos rpidos, con una especie de doloroso placer cual si se tratara

    de un combate. La cabeza me daba vueltas, y a la preocupacin de no caer ni

    tropezar con nada, se uni la de mis botas, que rayaban el piso recinencerado. A1 cesar la msica, resolv no volver a bailar, felicitndome de nohaber tenido en mi primer intento ms que tropiezos leves.

    Los dos dependientes del seor Mack y el doctor bailaban sin tregua.Haba tambin cuatro o cinco muchachos: el hijo del Pastor, el delsuperintendente y un viajante de paso en Sirilund, que de tiempo en tiempotarareaba, con hermosa voz de bartono, melodas populares y reemplazabaen el piano a las muchachas. Apenas si recuerdo estos detalles del principiode la fiesta, mas las ltimas horas estn fijas en mi memoria. La luz rojiza delsol nocturno entraba por las ventanas, desde una de las cuales pude ver los

    pjaros martimos dormir sobre el roquedo. Varias veces nos sirvieron vinos ydulces. En la sala haba tumulto de voces, dominado de tiempo en tiempo porla risa clara de Eduarda, que ni me diriga la palabra siquiera. Deseoso defelicitarla por el xito de la reunin, me acerqu a ella y vi que llevaba untraje negro sin duda su traje de confirmacin que se le haba quedado cortoy que, sin embargo, le sentaba a maravilla.

    Cuando estuve a su lado se lo dije:Qu bien le sienta ese traje, Eduarda!Fingiendo no orme se levant, y cogiendo de la cintura a una de sus

    amigas, alejse. Lo mismo hizo otras veces que intent aproximarme; y yo

    pensaba: "Si le sale del corazn hacer esto, a qu poner el otro da cara tristecuando me fui? En fin, ella sabr."Una muchacha me invita a bailar y, como Eduarda est cerca, le

    respondo en alta voz:No, muchas gracias, ya me voy.Que se va usted? Se lo prohbo! interrumpe ella, despus de

    clavarme su mirada inquisitiva.Me muerdo los labios antes de contestar, y con cara hosca me dirijo hacia

    la puerta.Lo que acaba usted de decir es demasiado, seorita...

    Hay personas a quienes basta prohibirles algo para que lo hagan.

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    El doctor se interpone entre la puerta y yo, y Eduarda aclara y dulcificaentonces su frase:

    No tome mis palabras al pie de la letra: quise expresarle simplementemi deseo de verle marchar el ltimo de todos; y como no es ms que la una...Ah! aade con los ojos chispeantes. Tengo que reirle por su excesiva

    esplendidez. Sepan que le ha dado un billete de cinco escudos al remero quepesc mi zapato la otra tarde... Me parece una recompensa excesiva.Y desata su risa luminosa, mientras yo me quedo confuso, con la boca

    abierta, casi ms desconcertada que colrico.Seores digo cuando logro reponerme, Eduarda se burla. Bien sabe

    que no le di cinco escudos al marinero.De veras?Va a la puerta de la cocina y llama al marinero, que no tarda en aparecer.Jacobo! Te acuerdas de nuestra excursin a los islotes la tarde en que

    pescaste mi botina?

    S responde l.Recibiste o no cinco escudos en premio'?S, usted me los dio.Est bien, vete.Qu significa esta nueva farsa? Es que quiere humillarme? Pues no ha

    de lograrlo de este modo... Y recogiendo toda m serenidad le digo en alta voz,muy despacio:

    Se trata de un error o de una mentira, pues ni siquiera he tenido la ideade dar una propina de cinco escudos por servicio tan insignificante. Acaso

    deb pensar en ello, pero no me gusta engalanarme con plumas ajenas.No se ponga as. Vamos a bailar.... a bailar.Obstinado en exigirle una explicacin, me puse a espiarla hasta que pas

    a una de las habitaciones contiguas, en la que estaba instalada la mesa condulces y licores. Para hacerme presente le dije:

    A su salud, Eduarda. Choquemos.Mi vaso est vaco respondi en tono spero.Y tena el vaso lleno hasta los bordes frente a ella.No es se el suyo?

    No; no s de quin es.Perdone entonces... Esperar a su duea para as brindar.Intent rehuirme y ponerse a hablar con otro; pero la cog del brazo y le

    dije en voz baja y colrica:Me debe usted una explicacin.Entonces, juntando las dos manos y adquiriendo un aire inesperado de

    humildad, repuso:Se la debo, s; pero no me la pida hoy... Estoy tan triste...! Por qu me

    mira de ese modo...? Antes ramos buenos amigos.Por completo desconcertado, doy media vuelta y vuelvo a la sala. Poco

    despus Eduarda viene a colocarse junto al piano con el rostro demudado,cual si tuviese sobre l un velo de angustia; y mientras la danza que toca el

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    viajante llena melanclicamente el saln, me susurra, fijos en mis ojos lossuyos:

    Cmo me gustara tocar el piano...! Feliz quien puede expresar lo quesiente con la msica!

    Mi corazn no necesita ms; y como si la viese cada y herida, mis

    ademanes se hacen tiernos y mi voz dulce:Verla as es para m el mayor sufrimiento... Dgame qu tiene. Por quesa repentina tristeza, Eduarda?

    Lo peor es que no puedo decir por qu: por nada y por todo. Quisieraque el mundo acabara, que todos me dejasen...! Usted no...! No olvide quedebe de ser el ltimo en marcharse esta noche.

    Estas palabras hacen renacer algo en m; y por vez primera desde millegada, comparto la alegra del sol que lo enrojece todo. La hija delsuperintendente se acerca y apenas obtiene de m respuestas lacnicas; elrecuerdo de lo que le dijo a Eduarda de mis ojos me lleva a no mirarla cara a

    cara. Acaso para disimular mi esquivez se pone a contar que una vez duranteun viaje, en Riga, un hombre la sigui mucho rato de calle en calle. Yo meencojo de hombros, y creyendo halagar a Eduarda, murmuro lo bastante altopara ser odo:

    Estaba ciego?Lastimada por mi grosera, la muchacha replica:Sin duda, puesto que segua a una mujer tan vieja y fea.Eduarda no parece agradecer mi conducta, y en prueba de ello llama a mi

    vctima y despus de decirle algo al odo se alejan las dos, sonrientes. A partirde esto, todos me dejan solo, rumiando mis impresiones contradictorias... Una

    hora pasa as; los pjaros marinos despiertan en el roquedo y su algarabaentra por las ventanas trayndome la nostalgia de la soledad franca de laNaturaleza, libre de la hipcrita y hostil compaa de mis semejantes. Eldoctor ha recobrado aquel buen humor de la excursin y se ha erguido en elcentro de un numeroso grupo que lo estimula y aplaude. Por primera vezpienso, mirando con complacencia su pierna torcida y su cuerpecillo enteco:"Ser mi rival?"; y me acerco a orle. Ha descubierto una especie deinterjeccin, correcta: "Muerte y condenacin!", que cree de lo msdistinguido, y cada vez que la dice, un rumor alegre, al que yo contribuyo, lerodea. En mi desesperacin, no se me ocurre nada mejor que esforzarme enrealzar su xito, y a cada frase suya aplaudo y digo sin irona alguna:

    Silencio, escuchemos al doctor.Adoro este valle de lgrimas perora l, y no partir sino cuando me

    arranquen a viva fuerza. Todava despus de muerto espero que las potenciasdivinas me den un lugarcito en el limbo situado precisamente encima de Parso de Londres, para que llegue hasta m el murmullo de las grandes urbes.

    Lanzo un formidable "Bravo!" y rompo en una carcajada tan estridenteque todos me miran sorprendidos. Sin embargo, no he bebido nada; laborrachera no es de alcohol, y la risa se corta brusca cuando veo que nisiquiera ha podido sacar de su abstraccin a Eduarda, que escucha al oradorarrobada, en xtasis.

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    Se inician los adioses y me escondo en la habitacin de al lado hasta quelos oigo partir; el doctor es el ltimo que se despide; poco despus apareceEduarda, que, al verme, disimula su sorpresa y me dice sonriente:

    Ah, es usted...! Gracias por haberse quedado el ltimo... Tengo uncansancio horrible!

    Viendo que no se sienta, me levanto.Le hace falta reposo. Ya ver cmo su melancola se disipa. Si supieraqu pena me da verla sufrir!

    En cuanto duerma se me pasar.No teniendo ya nada que decirle me encamino a la salida y le tiendo la

    mano.Gracias por haber venido me dice.No me acompae hasta la puerta, no vale la pena.Pacientemente espera en el vestbulo a que busque mi gorro, mi escopeta

    y mi morral. A1 buscarlos observo que el bastn del doctor est todava all, ymiro a Eduarda, que se ruboriza; su turbacin demuestra que ignoraba e1hecho.

    A1 cabo, tras un minuto de silencio, dice con voz colrica:No vaya a dejar su bastn... Vamos, que es tarde.Y me lo alarga como si no supiera a quin pertenece. Resuelto a no

    consentir la nueva burla, cojo el bastn y, volviendo a colocarlo donde estaba,aado:

    Ya le he dicho que no me gusta adornarme con lo que no es mo; esemagnfico bastn es del doctor, y no me explico cmo con su cojera ha podido

    prescindir de l.Sin duda he dado en el blanco, porque enrojece y casi me grita:Quiere no hablar ms de su cojera...? Usted no ser cojo nunca, claro;

    pero cojo o no, no podr jams compararse con l... Lo oye?Como no encuentro apropiada respuesta, retrocedo, gano la salida, y,

    casi sin darme cuenta, me encuentro en la calle. Ya en el camino milpensamientos me torturan: "De modo que l haba dejado su bastn?" Conslo esperarlo podra verlo volver contento, convencido de que bastaba unaestratagema tan burda "para que yo no fuera el ltimo en verla aquellanoche". Avanzo a pasos lentos hasta el lindero del bosque, mirando a todos

    lados, y media hora despus mi esperanza se justifica: el doctor viene por unade las veredas, y al verme se dirige a m. Deseoso de saber en qu tono ha deentablarse el dilogo, me quito el gorro y l corresponde quitndose elsombrero. Entonces con brusca ira le digo:

    Me he descubierto porque hace calor, no para saludarle.Retrocede un paso y me pregunta:De modo que no me saluda?No.Sigue un silencio en el que le veo palidecer; encogindose al cabo de

    hombros, dice:

    Poco me importa su saludo... Voy a buscar mi bastn que dej olvidado.Buenas noches.

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    Nada puedo objetarle y acaso por esto mi clera es ms seca, ms fiera yme dicta una venganza absurda. Tendiendo la escopeta en tierra como hacenlos domadores de los circos, le digo, cual si fuera un perro:

    Ea, a saltar!Y chasqueo la lengua para incitarlo. Sin duda lucha consigo mismo, pues

    su rostro cambia varias veces de expresin, y acaba por morderse los labiosy mirar al suelo. De pronto, los alza hasta fijarlos en los mos y me preguntacon sonrisa equvoca:

    Me quiere explicar a qu viene esta farsa?No respondo; pero su mirada y su pregunta me turban. E1 debe de darse

    cuenta, porque tornndose por completo bonachn, me tiende la mano ensigno de paz.

    Ea, qu le pasa a usted? Mas le valiera contarme sus penas, y talvez...

    Esta sola rendija abierta a la esperanza me vence, me domina, e

    impulsado por el deseo de reparar mis yerros, lo cojo del brazo y murmuro,casi conmovido:

    Perdneme, no tengo nada..., nada! Pero le agradezco su buenaintencin... Me figuro que vuelve usted a casa de Eduarda, no? Puesapresrese, porque cuando yo sal se iba a acostar. Estaba la pobre tancansada...! Vaya, vaya pronto.

    Y sin despedirme echo a correr y me hundo en el bosque. Cuando entroen mi cabaa me siento en la cama sin dejar mi morral ni mi escopeta,enloquecido por mil pensamientos de lucha... "Por qu he cometido casi laestupidez de confiarme al doctor?" "Por qu he sido tan cobarde de cogerlo

    del brazo y de mirarlo enternecidamente?" "Sin duda en este momento seestar riendo con Eduarda a costa ma." "Lo del bastn fue cosa convenidaentre ambos." "Ni aun cuando fuera cojo poda compararme con l." Ah!Estas palabras, estas palabras...! Una decisin sombra se fragua en m, yheme aqu en medio de la habitacin. Es cosa de un segundo: cargo laescopeta, apoyo los caones sobre un pie y tiro del gatillo... Los perdigonesdesgarran la bota, la piel y taladran el piso. Esopo expresa su miedo con unaullido breve y se excita en la atmsfera spera de humo. El dolor me obligaa sentarme; casi no me doy cuenta de lo que he hecho. Poco despus llamana la puerta y el doctor entra.

    Perdone que le venga a molestar, pero se separ de m tanbruscamente que he pensado que un rato de conversacin ha de ser til anuestras relaciones futuras... No huele usted a plvora?

    No hay nada de titubeo ni de fingimiento en su voz. Despus decomprobarlo, le pregunto:

    Pudo usted hablarle? Ya veo que rescat usted su bastn.S; pero Eduarda estaba acostada ya... Qu es eso, Dios mo? Se

    desangra usted.Oh, no es nada..., casi nada! Fui a colocar la escopeta y se me

    dispar. No se preocupe. Por qu he de explicarle a usted nada...? Lo

    importante es que ya tiene su bastn.Sin hacer caso de mi excitacin creciente, contempla la botadestrozada, la sangre que gotea, y con ese ademn diestro y noble del

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    mdico que va a curar, se quita los guantes y se me acerca en el mismomomento en que voy a caer extenuado.

    No se mueva y djeme. Ver cmo le quito la bota sin que lo sienta...Quieto...! As...! Ya me haba parecido or un tiro...!

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    seduccin. Si la cree usted fra, se hallar con todo lo contrario; si la juzgaapasionada, est seguro de ir a estrellarse contra el hielo... "Qu es en suma?",me dir usted... Pues, en concreto, una muchacha menuda donde cabeninmensas y misteriosas contradicciones... Sonre? Est bien: trate de ejercerun influjo dominador sobre ella y ya ver usted lo que es sagacidad y energapara desasirse. Su mismo padre, que cree mandarla, no hace sino obedecerhasta sus menores veleidades... Por cierto que dice que tiene usted pupilasde fiera.

    Conozco la opinin; pero no es de Eduarda, sino de otra muchacha.De cul?No s, de una de sus amigas: al menos ella me lo dijo.Pues a m me ha asegurado varias veces que cuando usted la mira le

    parece tener frente a frente los ojos de un tigre o de un leopardo... No sonrausted creyendo tener por eso ventaja... Mrela bien, fije en las suyas laspupilas fascinadoras, y en cuanto note el deseo de dominio se dir: "He aqu

    un hombre que porque los ojos le brillan piensa tenerme a merced suya." Yde una mirada o de una palabra fra y cortante lo rechazar, para volver aatraerlo cuando se le antoje. Crame a m que la conozco... Qu edad sefigura que tiene?

    Si naci en 1838...No es verdad. Tiene ya veinte aos, aunque slo represente quince... Y

    no crea que es feliz: una marejada de ideas opuestas combate en su cerebro;a veces, cuando contempla las montaas y el mar, su boca se contrae de talmodo que se ve que se siente desgraciada, inferior a cualquiera; si no fueratan orgullosa, llorara entonces... Su imaginacin novelesca y sudesenfrenada fantasa son sus enemigos peores... Tal vez espera la llegadade un prncipe...

    "Qu le pareci la invencin del billete de cinco escudos dado depropina al marinero?

    Una farsa, una burla.Pero una farsa significativa. A m tambin me hizo algo semejante,

    hace ya un ao; estbamos a bordo de un vapor donde bamos a despedir ano s quin. Haca fro, llova, y una pobre mujer tiritaba con su nio enbrazos. Eduarda se acerc a preguntarle: "No tiene fro ni teme que se leenferme el nene? Por que no baja al saln, que est tan templado?" Lamujer le respondi que su billete de tercera no le daba derecho a bajar, yentonces, volvindose a m me dijo: "No tiene ms que para un billete detercera. Qu le parece?" "Qu se le va a hacer!", le dije yo, comprendiendobien su intencin, pero recordando al mismo tiempo que soy pobre y nopuedo permitirme tan dispendiosas caridades... "Que pague ella, si su padrese lo autoriza!", me dije... Efectivamente, pag, y cuando la mujer,deshacindose en palabras de gratitud la bendeca, le dijo naturalmente,sealndome a m, que me haba alejado algunos pasos, con el mismoacento de verdad que a usted la otra noche: "No me d usted las gracias am, sino al seor." Y no tuve ms remedio que soportar las alabanzas de lapobre... Qu le parece a usted? Podra contarle muchas ancdotas ms de

    esa ndole, pero creo que las dos que conoce le bastarn. No dude que le diolos cinco escudos al marinero, y que, de habrselos dado usted, se habracolgado a su cuello en un transporte de pasin. Ah, si hubiera usted sido un

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    gran seor capaz de pagar a ese precio un zapatito nufrago...! Sugenerosidad disparatada habra hecho concordar la imagen real con la queella se ha forjado de usted... Por eso dio los cinco escudos en su nombre, y sise fija, ver que hay en ste, como en todos sus actos, una maravillosamezcla de clculo y de alocamiento.

    Entonces es imposible conquistarla?Quin sabe...! dijo evasivamente. Necesita una leccin severa, yaque slo obedece a su fantasa y est acostumbrada a triunfar siempre y aencontrar de continuo seres a quienes tiranizar. Se ha fijado en cmo yo latrato? Como si fuera una colegiala. La rio, corrijo hasta su manera de hablar yaprovecho todas las ocasiones para humillarla. Esto la mortifica en extremo,pero su soberbia le impide dejarlo traslucir. Desde hace un ao la castigo delmismo modo, y me pareca ya que empezaba a recoger los frutos de mi pacientesiembra, hasta el extremo de haberla hecho incluso llorar; cuando usted llegempez a admirarla sin reservas, y lo ech todo a perder. Si uno la abandona,ella encuentra en seguida otro adorador ms incondicional y fervoroso; cuando

    usted se vaya pasar lo mismo.Mientras le oa hablar me preguntaba: "Podra obrar as este hombre si no

    tuviese contra ella un resentimiento?"; y como el silencio que sigui a suspalabras pesaba entre nosotros, le dije sin poder contenerme, en tono brusco:

    Por qu me cuenta todo esto? Pretende tal vez que yo le ayude acastigarla?

    Mas sin molestarse por mi impertinencia, prosigui:De lo que s estoy seguro es de que arde como un volcn. No me

    preguntaba si crea imposible conquistarla? No, no lo creo. Espera a su prncipe,que tarda ya y que le ha causado ms de una decepcin; durante unos das sefigur que era usted: se lo figur por sus pupilas de fiera, por el misterio de suvida... El prncipe que llegaba de incgnito...! Ah, si usted hubiese trado suuniforme, seor teniente, cunto camino a su favor! Yo la he visto retorcerse lasmanos, febril de esperar al que ha de venir a raptarla de esta vida pobre, triste,fra, para ser dueo de su alma y de su cuerpo y dar vida a sus sueos... Sercondicin indispensable que ese prncipe sea extranjero, que surja mientras msextraamente mejor... Su padre lo sabe tambin, y por eso se ausenta de vez encuando, aunque no siempre logre el objeto de su viaje... Una vez volviacompaado de un seor.

    De un seor?

    S; pero no era el galn esperado dijo sonriendo amargamente. Era unindividuo de mi edad, cojo... Ya ve que no se le poda confundir con un prncipe.

    Y dnde vive ese seor ahora?Que dnde vive? respondi turbndose. No lo s ni importa saberlo...

    Ya hemos charlado bastante de este asunto... Dentro de ocho das podr andarcomo si nada. Adis...

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    Su voz penetra como un rayo de sol por la puerta de mi cabaa, y misangre dormida acelera su curso y me sube al rostro.

    Glahn...! Cmo est Glahn?

    Y oigo que mi planchadora responde:Casi curado.El acento con que ha sido mi nombre dicho me llega al corazn, y

    ninguna ddiva poda conmoverme ni regocijarme tanto como este nombrerepetido as por la voz estremecida y luminosa.

    Sin inquirir si se puede pasar, entra y se me aparece de sbito con todoel atractivo, con toda la autoridad sobre mis pensamientos y deseos queantes. Me parece que no ha pasado el tiempo; est junto a m con suchaquetilla teida, con su delantal bajo para aventajar el talle, con sus ojosprofundos, su piel casi cetrina, sus cejas perfectamente dibujadas; y siento denuevo cerca el revolotear tierno de sus manos mariposas inteligentes queparecen ir a posarse en m. Esta especie de resurreccin me conmueve, meaturde, y no puedo menos de decirme, mientras ella me sonra antes dehablar: "Yo he besado esa cara, esos ojos"; y su voz canta en mis odoscontinuando la sensacin feliz de que algo muy bueno, muy bueno, acaba derenacer:

    Ah! Ya se levanta usted? Menos mal! Sintese, que todava el piedebe de estar delicado. Cmo se hiri, Dios mo? Y cmo no me he enteradoyo hasta hoy? Muchos das me preguntaba: "Qu le pasar a Glahn? No se leve"; y pensaba todo menos que pudiera estar herido, sin que el

    presentimiento me lo advirtiera. Se encuentra usted mejor? Est plido,desconocido casi... Le hace dao el pie? No se quedar cojo, verdad? Eldoctor asegura que no, y yo pido a Dios que no se equivoque. Perdone quehaya venido as, sin avisarle... ; pero saberlo y echar a correr fue todo uno.

    Se inclina hacia m con gesto delicioso de solicitud que me hace sentir sualiento como otras veces. Mis manos se anticipan a la voluntad y se anticipanpara atraerla del todo; pero entonces se aparta y veo que sus ojos estnhmedos y que es preciso hablar, hablar no importa de qu, para