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DOSSIER 37 DREYFUS Víctima del antisemitismo 38. La gran idiotez Luis Reyes 45. Judeofobia Pedro Tomé 50. El sionismo David Solar 57. En lucha Javier Redondo El capitán Alfred Dreyfus ante el consejo de guerra de Rennes, que revisó su caso en 1899 y, en el colmo del disparate, volvió a condenarle. En julio de 1906, el capitán Dreyfus fue rehabilitado, cerrándose el caso judicial abierto doce años antes cuando el militar, acusado de espionaje, fue condenado sin prueba alguna, sólo porque era de origen judío. Su degradación, deportación y condena dividieron a la Francia de finales del siglo XIX, movilizaron a la intelectualidad y fueron el origen del sionismo LA AVENTURA DE LA HISTORIA ON-LINE

La Aventura de La Historia - Dossier093 Dreyfus - Victima Del Antisemitismo

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DOSSIER

37

DREYFUSVíctima del antisemitismo

38. La gran idiotez

Luis Reyes45. Judeofobia

Pedro Tomé50. El sionismo

David Solar57. En lucha

Javier Redondo

El capitán Alfred Dreyfus ante el consejo de guerra de Rennes, que revisó su caso en 1899 y, en el colmo del disparate, volvió a condenarle.

En julio de 1906, el capitán Dreyfus fue rehabilitado, cerrándoseel caso judicial abierto doce años antes cuando el militar,acusado de espionaje, fue condenado sin prueba alguna, sóloporque era de origen judío. Su degradación, deportación ycondena dividieron a la Francia de finales del siglo XIX,movilizaron a la intelectualidad y fueron el origen del sionismo

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Franciapartidaen dos

LA GRANIDIOTEZ

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DREYFUS. VÍCTIMA DEL ANTISEMITISMO

Hay un traidor en el Ministeriode la Guerra! El rumor, o másbien el grito de alarma, se ex-tiende por París como una

epidemia de gripe en aquel otoño de 1894.El contraespionaje ha interceptado, en lapapelera del agregado militar alemán, unanota en la que le ofrecen varios docu-mentos secretos, incluido el Manual detiro de campaña de la Artillería francesay el freno de retroceso de un cañón.

Francia vive entre la frustración y el afánde revancha desde 1870, cuando Prusia lahumilló, la ocupó y le amputó Alsacia y Lo-rena. Muchos franceses –los nacionalistas,los conservadores, aunque no sólo ellos–tienen puestas sus esperanzas en que elEjército les devuelva la dignidad nacionalvenciendo a los alemanes en la próximaguerra. Ésa es la misión sagrada de los mi-litares. Por eso, que un oficial francés leofrezca secretos a Alemania es algo másque un delito, es un sacrilegio.

El Estado Mayor aborda el caso comoun asunto de familia. Hay que arreglarloen casa, como un delito de honor. La no-ta traidora, en francés denominada siem-pre como le bordereau, el albarán, hapartido de un oficial destinado en el Mi-nisterio de la Guerra, eso es una deduc-ción lógica siguiendo los indicios.

Y puesto que se refiere al tiro de Arti-llería, ha tenido que escribirla un oficialde Artillería. Eso es una simplificaciónidiota. Idiotez que va a presidir el CasoDreyfus, formando una diabólica trinidadcon el antisemitismo y el esprit de corps.

La idiotez inicia su campaña a primerosde octubre de 1894 y es de una gran efec-tividad. Se examinan los oficiales de Arti-llería destinados en el Ministerio y se des-cubre a un judío, el capitán AlfredDreyfus. ¿Para qué buscar más? Un caba-llero cristiano, como debe ser un oficial

francés, no puede cometer un sacrilegio,pero un judío no es caballero –es bur-gués, movido por el afán de lucro en vezde por el honor–. ¡Caso resuelto!

Por si la simple condición de judío nofuese suficiente cargo, las circunstanciaspersonales del capitán Dreyfus perjudi-can su causa. En el Ejército francés, la Ar-tillería se consideraba Arme savante, li-teralmente Arma sabia, por eso había pa-sado desapercibido el capitán Dreyfus,con sus lentes, su calvicie prematura y suaire intelectual. Además hablaba alemán,la lengua del enemigo y ¡visitaba regular-mente a su familia en Alemania! LosDreyfus eran gente acomodada de Mul-house, la industrial ciudad alsaciana, queera francesa en 1859, cuando Alfred na-ció, y alemana a partir de 1870.

Un inquisidor ridículoLas circunstancias parecieron pruebasaplastantes. Sólo faltaba la confesión deltraidor. Para esta misión de limpiezadel honor fue designado “un auténticocaballero”, comenzando por su nombre:Armand, Auguste, Charles, Ferdinad Mer-LUIS REYES BLANC es periodista.

N Hace cien años se cerró el Caso Dreyfus, quedurante una década dividió a la sociedad francesa,originando una gravísima crisis social y política.Luis Reyes reconstruye el caso y el proceso,originado por la estupidez, los prejuicios y elconservadurismo del Estado Mayor francés

Izquierda, lectura de la sentencia

contra el capitán Dreyfus en larevisión del juicio, celebrada en

Rennes, en el verano de 1899 (LaIlustración Española y Americana,

por Comba, grabado coloreado).

Alfred Dreyfus, el capitán deArtillería condenado en un proceso

de espionaje por el hecho de ser deorigen judío.

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cier du Paty de Clam, cuya estirpe decíaremontarse al tiempo de los Capetos...Era el mayor idiota del Ministerio de laGuerra y quizá de todo el Ejército fran-cés. Jean Jaurès, el gran dirigente socia-lista, dijo de él: “Tiene la imaginación dePonson du Terrail”, el creador de las no-veluchas de Rocambole, mientras que Zo-la le calificó de “espíritu borroso, com-plicado, lleno de intrigas novelescas, com-placiéndose con recursos de folletín”.

Le bordereau era una nota manuscritay Paty de Clam, fingiendo una herida enla mano, le pidió a Dreyfus que le escri-biera una carta; así obtuvo una muestracaligráfica espontánea. Paty, aficionadoa la grafología –luego se demostraría queno era un experto– dictaminó que era lamisma de le bordereau en cuanto la tu-vo bajo los ojos.

– ¡Está usted pillado! Sólo tiene una sa-lida digna... –le dijo exultante a Dreyfus,a la vez que le entregaba un revólver pa-ra que se quitara de en medio.

Pero el capitán, en vez de aceptar la so-lución caballerosa que se le ofrecía, re-chazó la acusación y se proclamó ino-cente. No quedaba, pues, más remedioque encerrarlo en la prisión militar deCherche-Midi y preparar el consejode guerra. Du Paty fue el encargado debuscar las evidencias y lo hizo como “uninvestigador de melodrama convertidoen inquisidor de tragedia”, en definiciónde Jaurès. Colocó espejos por la celda delreo para escudriñar cualquier aspecto desu culpable fisonomía; le despertaba en

mitad del sueño deslumbrándole con unalinterna para sorprender una expresiónde terror y remordimiento que consti-tuiría una prueba de cargo.

El perito calígrafo no respaldó la con-vicción de que Dreyfus era el autor de lebordereau. Para Du Paty era evidente queel muy zorro había disimulado su escri-tura, pero él se encargaría de ponerle aldescubierto. Obligó a Dreyfus a realizarpruebas manuscritas con la mano iz-quierda, de pie, acostado... Al fin se en-contró a otro experto en grafología dis-puesto a sumarse al delirio fantasioso: se-gún el perito Bertillon, Dreyfus había es-crito le bordereau con su propia letra, pe-

ro introduciendo equivocaciones pre-meditadas, para que pareciera que otrohabía querido imitar su escritura. ¡Era su-ficiente para inculparlo!

El malo del dramaOtro protagonista de este “melodramaconvertido en tragedia”, fue el coman-dante Hubert Joseph Henry, el hombreque descubrió le bordereau. Destinadoen el Servicio de Estadística del Ministe-rio –tras cuyo anodino nombre se ocul-taba el contraespionaje militar– se ocu-paba de confeccionar falsos informes ydocumentos amañados con los que en-gañar y despistar al espionaje alemán.

Henry no era un idiota como Paty deClam, pero tacharle de intrigante y de fal-sario supone reconocerle méritos, puesése era su trabajo, el que se le enco-mienda en el Servicio de Estadística. Hen-ry fue, realmente, el espíritu maléfico queconvirtió lo que tenía que ser un asuntode familia del Estado Mayor en el gran de-bate que partió Francia en dos, el incen-diario que echó petróleo al fuego.

El comandante Henry filtró informa-ción desde el comienzo a La Libre Paro-le, un periódico de ultraderecha y anti-semita que, desde su aparición dos añosantes, mantenía una campaña contra losmilitares judíos, a los que acusaba de des-lealtad, aplicando los tópicos racistas mássoeces. Para ese panfleto, el Caso Dreyfusera, por tanto, la justificación de su exis-tencia. ¡Por fin se demostraba lo que ve-nían advirtiendo!

Tras llevar el asunto al campo mediáti-co, sin adivinar ni por asomo hasta dón-de llegaría la batalla de la opinión en Fran-cia, Henry protagonizó, también, el con-sejo de guerra abierto en Cherche-Midiel 19 de diciembre. En nombre del ser-vicio de inteligencia militar, fue el prin-cipal testigo de cargo y, a falta de prue-bas, desplegó una gran actuación teatral.

– ¡He ahí el traidor! –truena desde elestrado señalando a Dreyfus.

El tribunal le pide que concrete, queexplique de dónde sale su convicción, pe-ro Henry se escuda en la seguridad na-cional. “Hay secretos en la cabeza de unoficial que su gorra debe ignorar”, dice

superándose en su melodramatismo. Pe-ro jura sobre un crucifijo que tiene prue-bas de que el acusado es culpable.

Añádase a esto que el general Mercier,ministro de la Guerra, presenta un in-forme secreto inculpatorio, que la de-fensa no pudo refutar porque no se lepermitió verlo y el juicio quedó visto pa-ra sentencia en cuatro días: cadena per-petua y deportación, por unanimidad.

La víspera de Reyes de 1895 tuvo lu-gar el auto de fe. El Estado Mayor, aban-

Glosario

Le bordereau: El albarán. Lista de se-cretos que se ofrecían al agregado mili-tar alemán, origen del Caso Dreyfus.Le petit bleu: El pequeño azul. Tele-grama del agregado alemán a Esterhazyque puso en evidencia que el espía eraéste y no Dreyfus.Le faux Henry: La falsificación Hen-ry. Supuesta carta del agregado mili-tar alemán en la que éste se refería aDreyfus como su agente, falsificada porel comandante Henry.La lettre du Uhian: La carta del Ula-no. Carta de Esterhazy a su amante, enla que revelaba expresivamente su odioa Francia.La femme voilée: La mujer velada.Misteriosa dama que advirtió a Esterhazyde que le estaban investigando. En rea-lidad, era Paty de Clam travestido.

Comandante Hubert Joseph Henry, el hombredel contraespionaje militar que amañó laspruebas y filtró informaciones a la prensa

La acusación se escudó en el secretomilitar para que la defensa no pudieraexaminar las inexistentes pruebas

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donada la idea de “lavar la ropa sucia encasa”, muestra a toda Francia su justicia yla eficacia de su vigilancia. En el patio dearmas de la Escuela Militar, el capitán Al-fred Dreyfus fue públicamente degrada-do, sus insignias arrancadas del unifor-me, su sable roto, como recoge la por-tada de Le Petit Journal, popular perió-dico ilustrado del campo nacionalista.

Esa tarde, la prensa completa la faenapublicando una inventada confesión deDreyfus. Pocos llorarán cuando un par desemanas después sea enviado a la Isla delDiablo, la infame penitenciaría de la Gua-yana Francesa. Caso cerrado.

Antisemita e íntegroHa pasado año y medio desde que esta-lló el Caso Dreyfus y todo sigue igual, sal-vo por un cambio de personal en el Es-tado Mayor. El jefe del servicio de inteli-gencia militar, coronel Sandherr, para-

lítico a causa de una extraña enfermedadque le llevará enseguida a la muerte, fuesustituido por el teniente coronel Geor-ges Picquart, ajeno al famoso asunto.

Picquart era, según Zola, “un apasio-nado antisemita”, nada extraordinario,pues el antisemitismo proliferaba entrelos oficiales de carrera franceses, perotambién un hombre íntegro e inteligen-te, dos características que habían brilla-do por su ausencia en los militares pro-motores del Caso.

A primeros de marzo de 1896, Picquartinterceptó un telegrama del ya citadoagregado militar alemán, el coronel Ma-ximilian von Schwartzkoppen, dirigido alcapitán Esterhazy, un oficial del serviciode inteligencia francés. Le petit bleu, co-mo será bautizado este nuevo documen-to –otra muestra de la chapuza que era elespionaje militar– le induce a investigaral oficial a sus órdenes.

Marie, Charles, Ferdinand Walsin Es-terhazy, que se hace llamar conde sin ser-lo, es en realidad un chisgarabís, un fan-tasma megalómano y derrochador, vás-tago podrido de una rancia familia mili-tar de origen húngaro, hijo de un gene-ral de la Guerra de Crimea. Lleno de deu-das por su mala cabeza, se ha vendido alenemigo y proporciona informes al agre-gado alemán, aunque son tan poco inte-resantes que éste llega a dudar que Es-terhazy sea de verdad un oficial y se re-fiere a él apodándole “el sinvergüenza”.

En cuanto Picquart examina a Es-terhazy, cae en la cuenta de que el autorde Le petit bleu es la misma persona queredactó el famoso bordereau por el quese había condenado a Dreyfus.

Picquart comunica sus sospechas al ge-neral Boisdeffre, jefe del Estado Mayor,que le conmina a actuar con prudencia.Con prudencia lleva a cabo su encuesta,

FRANCIA PARTIDA EN DOS. LA GRAN IDIOTEZDREYFUS. VÍCTIMA DEL ANTISEMITISMO

Félix Faure. El pecado del presidente francésfue la cobardía: prefirió sacrificar a uninocente que desafiar al Ejército.

Dreyfus, durante su estancia en la prisión de La Santé, donde estuvo recluido antes del juicio ydespués de su condena, antes del traslado a la Isla del Diablo, en la Guayana Francesa.

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que le conduce a la convicción de la cul-pabilidad de Esterhazy, e informa de elloa sus superiores. El general Gonse, nú-mero dos del Estado Mayor, tomará lasriendas de este desagradable asunto quepone en evidencia la gran idiotez del Es-tado Mayor, la falsedad y prejuicio conque se ha instruido el Caso Dreyfus.

Hay que evitar el ridículo, decide Gon-se, por encima de todo, incluso de la se-guridad nacional. La primera medida esneutralizar a Picquart, que se ha conver-

tido en depositario de un secreto peli-groso. Se le envía a Túnez, al último con-fín de la colonia, la desértica frontera conTripolitania, con el oculto deseo de queencuentre allí la muerte.

Conspiración en el Estado MayorParalelamente, el comandante Henry ha-ce una de las suyas. Puesto que su espe-cialidad en el Servicio de Estadística escrear falsos documentos para despistar alespionaje alemán, imitó una carta de

Schwartzkoppen al agregado militar ita-liano, Panizzardi, en la que se refería aDreyfus como su agente. Este documen-to, conocido como Le faux Henry, tra-taba de reforzar la tesis oficial de que nohabía más traidor que el militar judío, yque cualquier argumento en contra res-pondía a una conspiración organizada opagada por el judaísmo internacional.

Porque ya había gente en Francia queponía públicamente en duda la culpabi-lidad de Dreyfus. Un periodista anarquista

El destino de los protagonistas

Qué fue del resto de los protagonistasdel Caso Dreyfus?

Paty de Clam, dado de baja del Ejérci-to, fue reincorporado al estallar la GranGuerra. Murió en 1916, uno más del mi-llón y medio de franceses que cayeron en lastrincheras.

Esterhazy, huido a Inglaterra hasta el finde sus días, malvivió haciendo traduccio-nes, escribiendo relatos bajo el pseudónimode conde de Voylemont y trabajando comoviajante de comercio.

El agregado militar alemán, VonSchwartzkoppen, tras dejar su puesto en laEmbajada en París, fue comandante del2° Regimiento de Granaderos de la Guar-dia Kaiser Franz, uno de los cuerpos másprestigiosos del Ejército alemán, y mandóuna División de Infantería en la Gran Gue-rra.

El senador Scheurer-Kestner no pudo dis-frutar de la victoria dreyfussard por la quetanto había hecho: murió el mismo día enque el presidente de la República amnis-tió a Dreyfus, el 19 de abril de 1899.

Jean Jaurés, enfrentado a la reticencia delos socialistas a implicarse en el CasoDreyfus, perdió su escaño de diputado pre-cisamente por ello. Pero volvió a la políti-ca para convertirse en la primera figura delsocialismo francés. Un ultranacionalista leasesinó en 1914 por su postura pacifista.

Zola, que además de sufrir el exilio so-portó que le rechazasen por dos veces en laAcademia Francesa y le expulsasen de la Le-gión de Honor, murió en 1902, antes de vercompleta la rehabilitación de Dreyfus. Pe-ro cuando la Cámara de Diputados votó és-ta, decidió a la vez que las cenizas de Zoladescansasen en el Panteón, el máximo ho-

nor post mórtem que concede Francia.Picquart fue rehabilitado y, readmitido enel Ejército como general, fue ministro de laGuerra con Clemenceau.

En cuanto a Dreyfus, fue herido en unatentado precisamente durante el trasladode los restos de Zola al Panteón. Fue hon-rado con la Legión de Honor y combatió enla Gran Guerra como teniente coronel deArtillería. Se jubiló como general y viviódiscretamente hasta 1935.

Si se hubiera prolongado su ancianidadhabría padecido otra vez por ser judío, cuan-do Francia fue ocupada y el Gobierno de Vi-chy colaboró en la política nazi de exter-minio. Pero en su caso, habría tenido un re-gusto aún más amargo, pues habría encon-trado como comisario de Asuntos Judíos delrégimen de Pétain a... ¡Charles du Paty deClam, el hijo del Gran Idiota!

Ferdinad W. Esterhazy, falso conde, jugadorempedernido y agente del agregado militaralemán, al que vendía información.

Proceso Esterhazy, en enero de 1898. Un simulacro a puerta cerrada que duró una jornada yterminó con la absolución del culpable, cuya responsabilidad era conocida por el Estado Mayor.

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y judío, Bernard Lazare, editó en Bruse-las, el 6 de noviembre de 1896, un folle-to titulado “Un error judicial, la verdadsobre el Caso Dreyfus”.

Saltaba al ruedo el primer dreyfussard,como se llamarían los defensores de lainocencia del capitán. Enseguida fueronla mitad de Francia, mientras que la otramedia sería antidreyfussard.

Ambos campos maniobraron durante1897 como ejércitos adversarios que bus-caran posiciones para la batalla. A prin-cipios del verano, Picquart, que temía conrazón ser convertido en chivo expiatorio,aprovechó un permiso para viajar a Pa-rís y y comunicarle sus averiguaciones ysospechas a un amigo abogado, Louis Le-blois. Éste acudió a un prestigioso polí-tico republicano, Auguste Scheurer-Kestner, vicepresidente del Senado, quetomó partido por la revisión del CasoDreyfus. El bando dreyfussard ganaba aun auténtico peso pesado.

En el otro campo se celebró una reu-nión en el Ministerio de la Guerra en laque el general Gonse, el comandanteHenry y Paty de Clam adoptaron una de-cisión insólita y constitutiva de alta trai-ción: advirtieron al espía Esterhazy queestaba siendo investigado, para que pre-parase su coartada.

Scheurer-Kestner se entrevistó con eljefe del Gobierno e incluso con el presi-dente de la República, para reclamar larevisión del Caso Dreyfus. Por el otro la-do, Paty de Clam, fiel a su extravagancia,se disfrazó de mujer, se cubrió la cara con

una tupida gasa y, travestido en la miste-riosa Femme voilée, mantuvo varias citascon Esterhazy, en las que le advirtió de la“conspiración judía” que le acechaba.

La amante despechada¿Qué faltaba en este “melodrama”, qué ele-mento imprescindible en el folletín? Unaamante despechada: Madame de Boulancyno sólo había sido abandonada por Es-terhazy, sino que no quería devolverle eldinero que le había prestado... ¡Ah, perocomo todas las amantes, tiene cartas!

El periódico Le Figaro, que acababa depublicar el primer artículo dreyfussardde Zola el 25 de noviembre de 1897, sa-ca tres días después varios fragmentos sa-brosos de las cartas amorosas de Es-terhazy, incluida la que se denominó Lalettre du Uhian, la carta del Ulano: “Si me

dijeran que iba a morir mañana como ca-pitán de Ulanos (la más característica ca-ballería alemana) acuchillando franceses,sería completamente feliz (...) Yo no le ha-ría daño a un perrito, pero mataría100.000 franceses con placer”, escribía Es-terhazy. La presión de la opinión públi-ca obligó a llevar a este estúpido ante unconsejo de guerra. Los dreyfussards secreyeron vencedores: establecido que elcapitán Esterhazy era el topo del espio-naje alemán en el Ministerio de la Gue-rra, sería evidente la inocencia deDreyfus.

Para impedir que su imbecilidad que-dara al descubierto, el Estado Mayor lo-gró que el consejo de guerra contra Es-terhazy se celebrara a puerta cerrada. Elfallo no revestiría ninguna duda: ¡ino-cente por unanimidad!

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Coronel Schwartzkoppen, agregado militar enParís en los años del caso Dreyfus. Combatiócomo general en la Gran Guerra.

Alfred Dreyfus soportó cuatro años largos de cautiverio en la Isla del Diablo, hasta que se revisóel juicio, en el que fue nuevamente condenado (portada de Le Petit Journal).

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Estalló el escándalo. Dos días después,el 13 de enero de 1898, se produjo el he-cho más famoso del affaire: en la primerapágina de L’Aurore, un periódico en cu-ya redacción figuraba Clemenceau, apa-reció “Yo acuso”, el apasionado artículode Zola, publicado en forma de cartaabierta al presidente de la República.

Con pelos y señalesZola no se mordió la lengua: todo el es-cándalo del Caso Dreyfus, con los nom-bres de sus muñidores y las complicida-des del poder, quedaba al descubierto.

Como consecuencia, Zola fue proce-sado y condenado a un año de cárcel pordifamación, por lo que se exilió en Lon-dres. El teniente coronel Picquart, culpa-ble de haber detectado al espía Esterhazy,fue arrestado. Pero, al tiempo, los inte-lectuales dreyfussards se movilizaban fir-mando manifiestos en L’Aurore.

Es la guerra civil, no armada –aunquehubo tiros y estocadas en los numerososduelos que se suscitaron– pero sí ideo-lógica. Por un lado, estaba la Francia re-publicana, laica, progresista, con sucohorte de intelectuales como fuerza dechoque. Por el otro la caverna, los mo-nárquicos, los clericales, los ultranacio-nalistas xenófobos, en fin, cuantos re-chazaban la democracia de la III Repú-blica, sosteniendo y sosteniéndose en unestablishment militar de extrema dere-cha. Únicamente los diputados socialis-tas pretendieron mantenerse al margen

de lo que consideraban un conflicto de laburguesía, pero su líder más notable, JeanJaurès, rechazó esa actitud oportunista yse hizo activo dreyfussard.

No todo el Ejército francés estaba co-rrompido por la gran idiotez del EstadoMayor. De la misma forma que Picquarthabía detectado al traidor Esterhazy, untal capitán Cuignet, miembro del gabinetedel nuevo ministro de la Guerra, Cavaig-nac, descubrió el fraude del faux Henryy puso en evidencia sus maquinaciones.

Acorralado, Henry confesó ante el mi-nistro y fue arrestado. Oportunamente sele permitió conservar la navaja de afeitar,con la que se suicidó. Esterhazy, asusta-do, se refugió en Inglaterra, que así aco-gió, a la vez, al más famoso dreyfussard,Émile Zola, y al culpable del affaire.

Entre conmociones políticas que de-rribaban ministerios, un suceso al mar-gen de la voluntad humana supuso un gi-ro cerrado en el Caso Dreyfus. El 16 defebrero de 1899 murió el presidente dela República, Félix Faure. El pecado de es-te republicano moderado fue el miedo;falto de valor para enfrentarse al Ejército,consideró que la espantosa injusticia delCaso Dreyfus era el mal menor e impidióque se revisara su proceso.

Las Cámaras eligieron como nuevo pre-sidente a Émile Loubet, un republicanoradical dispuesto a restablecer la justiciaa cualquier precio. Para impedirlo, los an-tidreyfussards intentaron un golpe de Es-tado que fracasó. Mientras la justicia civil

tomaba cartas en el asunto y perseguíaa los conspiradores, el Tribunal Supremoanuló el consejo de guerra que conde-nó a Dreyfus y ordenó que se repitiera eljuicio. Se formó un Gobierno “de defen-sa republicana” presidido por Waldeck-Rousseau, que encargó la cartera de Gue-rra al general Gallifet, comprometido aimponer al Ejército la revisión del Caso.

El colmo de la contumaciaEn vísperas del nuevo juicio castrense aDreyfus, el estrambótico Esterhazy, in-capaz de mantenerse discretamente fue-ra de cuadro, publicó un largo artículo enLe Matin reconociéndose autor del bor-dereau, aunque actuando al dictado deljefe del servicio de inteligencia, el coro-nel Sandherr, ya fallecido. Su vileza, cul-pando a alguien que ya no podía defen-derse, no restaba valor a la confesión. Alasumir la autoría del bordereau, Es-terhazy exculpaba al militar judío.

El nuevo consejo de guerra de Dreyfuscomenzó el 7 de agosto de 1899 y, al con-trario de la brevedad de los anteriores,duró más de un mes. Todo parecía a pun-to de concluir bien, pero el 9 de sep-tiembre, el tribunal militar volvió a con-denar al capitán Dreyfus.

Francia y el mundo entero se quedanatónitos, pues la inocencia de Dreyfus eranotoria para todos. La obstinación del Es-tado Mayor en sostenerla y no enmen-darla era suicida, el descrédito de la ins-titución militar fue mayor que si hubierareconocido su error. La ultraderecha que-dó tan desprestigiada que el republica-nismo radical pudo consumar la separa-ción de la Iglesia y el Estado e introdu-cir importantes reformas. En cuanto aDreyfus, no tuvo que regresar a su cau-tiverio, pues el presidente Loubet le con-cedió el indulto.

Sin embargo, la historia no terminó ahí.El protagonista inició una larga batalla le-gal para que fuera una sentencia judicialla que le devolviera el honor y su posiciónmilitar. Por fin, el 12 de julio de 1906 –ha-ce un siglo– el Tribunal Supremo, con sussalas reunidas en plenario, falló que lacondena del consejo de guerra contra elcapitán había sido injusta. Al día siguien-te, la Cámara legislativa votó una ley re-integrando a Alfred Dreyfus al Ejércitocon el grado de comandante.

El Caso Dreyfus, finalmente, quedabacerrado, pero alguna de sus movilizacio-nes continuaría su curso. �

Madame Dreyfus. La esposa del capitán,convencida de su inocencia, utilizó todos susrecursos para que se repitiera el juicio.

Presidente Émile Loubet. Promovió que serepitiera el juicio y, ante la contumazcondena militar, indultó a Dreyfus.

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Sólo un decenio antes de que par-te de la bienpensante sociedadparisina se cimbrara ante las acu-saciones que Émile Zola lanzara

en la prensa para justificar lo que deno-minó “un grito de mi alma”, habían apa-recido en la capital francesa tres traduc-ciones diferentes de El judío del Talmud.Esta obra había sido escrita en alemán porAugust Rohling, canónigo católico que ba-saba su respetabilidad en la cátedra deTeología que mantenía en la UniversidadImperial de Praga. Publicada en 1871, suargumento –tan falaz como antiguo, tansofisticado como vacuo– se reducía a re-petir viejas consignas que acusaban a lacomunidad judía de cometer terribles sa-crificios rituales con sangre de impúbe-res, utilizando como prueba más deter-minante los procesos habidos en la Es-paña de 1491 a propósito del martirio delSanto Niño de La Guardia.

Posiblemente la obra hubiera pasadototalmente desapercibida de no ser por-que la exhibición de ignorancia y el com-pendio de falsedades fueron denuncia-dos por el pensador judío Joseph Blochcon tal vehemencia que August Rohlingterminó acudiendo a los tribunales. Elproceso pronto viró en contra de los de-seos del canónigo, por lo que éste reti-ró su demanda, pero el juicio –que entredimes y diretes se prolongó durante más

DREYFUS. VÍCTIMA DEL ANTISEMITISMO

Chivos expiatorios

JUDEOFOBIAEn el último tercio del siglo XIX proliferaron en Europa las publicacionesantijudías y se acuñó el antisemitismo como término. Pedro Toméanaliza los orígenes y el desarrollo del fenómeno, válvula de escape de lasfrustraciones sociopolíticas y de las contradicciones del nacionalismo

PEDRO TOMÉ es antropólogo y científicotitular del CSIC.

Dreyfus, asistido en la cruz

por el general Mercier,

quién testificó que disponía

de documentos secretos

que culpaban al capitán

(Ibels H. Gabriel, 1894).

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de una década– otorgó a la obra deRohling una desmesurada publicidad, lo-grando que su mensaje trascendiera lasaulas y los campus académicos para lle-gar a una gran parte de la población. Esmás, los sucesivos procesos, que termi-naron con el canónigo fuera de la uni-versidad –una vez probada la suma de ig-norancia, falsedad y perfidia–, lograronque muchos de sus adeptos pudieranpresentarlo como un mártir, incremen-tándose aún más su publicidad.

Mientras tales procesos judiciales sesustanciaban en Austria, la unificación delos estados germanos en el II Reich per-mitía el surgimiento de una sociedad mo-derna en la que el progreso económicoera patente. Ahora bien, éste estaba las-trado por la posguerra franco-prusiana,unida a los efectos derivados de las gue-rras de las décadas precedentes, princi-palmente la de Dinamarca (1864) y la delImperio austro-húngaro (1865). Parte dela población creyó descubrir que los ju-díos resultaban, en muy buena medida,los principales beneficiarios del trabadoprogreso, razón por la que el procesomismo y quienes parecían liderarlo en loeconómico se identificaron como si fue-ran las dos caras de una misma moneda.

Las vacas flacas judíasEn este contexto, el creciente capitalismofue reconocido como la causa de la de-presión económica y los judíos, como losprincipales impulsores del mismo. Y así,aunque de las vacas gordas se hubieranbeneficiado tanto judíos como cristianos,

las flacas fueron atribuidas exclusiva-mente a los primeros.

En este marco, el movimiento antiju-dío, de honda raigambre, sólo necesita-ba ser convenientemente encauzado. Dehecho, el libro Zwanglose AnitsemitischeHefte, junto al panfleto La victoria del ju-daísmo sobre el germanismo, escritosambos por el periodista Wilhelm Marr,permitiría que aflorara con toda su cru-deza. En estos escritos, Wilhelm Marr pro-ponía desconectar “el problema judío” dela controversia religiosa y centrarlo enlo que él consideraba más importante: las“cualidades raciales”.

Con ello, podía entroncar con una plé-yade de pensadores, desde Schopen-

hauer hasta Hartman, pasando por Bauery un Marx de origen judío, que, de una uotra forma, so pretexto de construir pie-zas teóricas más o menos sólidas, no de-saprovecharon la ocasión para identifi-car a los judíos con diverso grado de ne-gatividad. A la vez, esto le permitía in-sertarse en una discusión filosófica a laque su periodismo populista no podíaaspirar.

Obviamente, dicha controversia filosó-fica incluía igualmente ideas favorableshacia los judíos de las que, tal vez, el másnotorio ejemplo sea la obra de Nietzsche.Aunque no ha faltado quien haya defen-dido que Nietzsche es un precursor delnazismo del siglo XX, lo cierto es que elfilosofo dejaba escrito allá por 1886, ensu obra Más allá del bien y del mal, queno estaría de más expulsar de Alemania alos “antisemitas vocingleros” que impi-den el gran anhelo de los judíos: “Lo quequieren y ansían, y hasta con cierta in-sistencia, es dejarse absorber y disolveren Europa y por Europa”.

Ahora bien, su defensa tuvo efectosparadójicos cuando no directamentecontrarios a los intereses de las comu-nidades judías, porque Nietzsche utilizóla integración de los judíos en la culturaeuropea dominante como arma paracombatir al cristianismo: “Mientras elcristianismo ha hecho todo lo posiblepor orientalizar a Occidente, el judaís-mo en cambio ha contribuido sobre to-do a que se occidentalizara de nuevo;y esto significa en cierto modo que ha lo-grado que la misión y la historia de Eu-

Friedrich W. Nietzsche (por E. O.) escribió en1886: “Lo que quieren los judíos es dejarseabsorber y disolverse en Europa y por Europa”.

Los judíos y el éxito

El primer estrato del antisemitismofrancés fue pseudocientífico. La envi-

dia creó el segundo. Si los judíos eran ra-cialmente inferiores, ¿por qué tenían tan-to éxito? La respuesta antisemita era in-mediata: porque engañaban y conspiraban.Julien Benda, el famoso filósofo que vivióen su juventud el caso Dreyfus, escribiría res-pecto a su propio caso: “El triunfo de loshermanos Benda en el concours général me pa-reció una de las fuentes esenciales del an-tisemitismo que tuvieron que afrontar quin-ce años más tarde. Lo advirtiesen o no losjudíos, para otros franceses tal éxito cons-tituía un acto de violencia”.

Los hermanos Reinach, de enorme inte-

ligencia –el abogado y político Joseph(1856-1921), el arqueólogo Salomón(1856-1932) y el latinista y helenistaThéodore (1860-1928), formaron otro ter-ceto de prodigios que conquistaron pre-mios. Derrotaban siempre a los francesesen su propio juego académico-cultural. En1892, estalló el Escándalo de Panamá, unlaberinto de manipulación y fraude finan-cieros, y el tío de estos hombres, el barónJacques de Reinach, estaba implicado enel asunto. Su muerte misteriosa o su sui-cidio agravaron el escándalo y provocaronla irritada satisfacción de los antijudíos:¡era evidente que siempre estafaban¡

El escándalo de la Unión General y el

del Comptoir d’Escompte –con judíoscomprometidos en ambos casos– eran sim-plemente el comienzo en la representaciónde este crimen, que parecía confirmar lasteorías de la conspiración financiera deli-neadas en el libro de Drumont y ofrecía alos “periodistas investigadores” de La Li-bre Parole la oportunidad de publicar casia diario un nuevo artículo antijudío. Des-pués de Londres, París era el centro de ape-llidos judíos: Deutsch, Bamberger, Heine,Lippmann, Pereire, Ephrussi, Stern, Bis-choffsheim, Hirsch y, por supuesto, Rei-nach. ¡Para empezar era suficiente!

(Citado por Paul Johnson, La historia delos judíos).

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ropa fueran una continuación de la his-toria griega”, dice en Humano, dema-siado humano.

Antisemitismo y judeofobiaSea como fuere, el nacimiento del equí-voco término “antisemita” tuvo en 1879a Wilhelm Marr como desafortunado pa-dre. Y equívoco es porque dicho térmi-no hace referencia a Sem, quien segúnlos escritos bíblicos habría sido el pri-mogénito de Noé. De considerar la Bibliacomo fuente, habría que deducir que se-mitas son no sólo los hebreos o habitan-tes de Canaán, sino también los habitan-tes de Asiria, Babilonia, Etiopía y, por su-puesto, los árabes y otras comunidadesde Oriente Próximo y Medio.

Pero, más allá de la equívoca referencia,el logro de Wilhelm Marr fue identificar len-gua, raza y cultura como si fueran una mis-ma cosa. Cierto que hay una lengua fran-ca que, hablada por los mencionados pue-blos, permitiría hallar ciertas semejanzasculturales. Ahora bien, resulta de todo pun-to imposible identificar el orden lingüísti-co, o el más amplio lingüístico-cultural, con

uniformidades raciales que sólo puedenser mantenidas desde abstractos paráme-tros previos, imposibles de verificar empí-ricamente, que hacen ostentación del des-crédito de la heterogeneidad constituyentede todo orden social.

En ese sentido, el término antisemitamás que denotar un odio a los judíos, co-mo quería su creador, haría referencia aldesprecio a la mayor parte de las hete-rogéneas expresiones culturales desa-rrolladas en los últimos milenios enOriente Medio y Próximo. No extraña, portanto, que algunos pensadores hayanprescindido de dicho término que pre-tende crear una realidad inexistente –nihay ni ha habido semitas– para sustituir-lo por el de “judeofobia”.

Nombres al margen, el incipiente mo-vimiento antisemita alcanzó en el II Reichgran popularidad en un tiempo muy bre-ve. Tan es así que en fecha tan tempranacomo 1879 un capellán de la corte, AdolfStocker, ya había organizado una fuerzapolítica, el Partido Social Cristiano, cuyoideario se limitaba a exaltar la nobleza dela raza aria, a la que incluso habría per-

tenecido Jesucristo, frente a los corrup-tos semitas. Por cierto que rápidamenteen el Imperio austro-húngaro se forjó unmovimiento de semejantes característi-cas que alcanzó representación parla-mentaria, demandando el fin de los de-rechos civiles de los judíos. En este con-texto, no ha de causar asombro que va-rios judíos fueran detenidos en Hungríaacusados de asesinar a una joven con fi-nes rituales.

Si los estados germánicos se recom-ponían, la situación de Francia, tras la de-rrota en la guerra fanco-prusiana, no eraparticularmente optimista, máxime cuan-do dos días después de la firma de la paz,Napoleón III fue depuesto por los parti-darios de la Tercera República. La situa-ción de incertidumbre sería terreno abo-nado para el desarrollo de una prensa an-tisemita, entre la que destacaría la figurade Édouard Drumond.

A favor de corrienteAutor de Francia judía (1886), dondeacusaba a los judíos de subyugar a losfranceses, Drumond fundó en 1892 La Li-

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Manifestaciones de mujeres durante una huelga de la minería del carbón, una de las muchas que afectaron a Francia en en último tercio del XIX.

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bre Parole, periódico cuyas campañas es-tarían en la base del posterior CasoDreyfus, para llegar, finalmente, a ser ele-gido diputado por Argel tras una virulentacampaña contra el otorgamiento de la na-cionalidad francesa a los judíos de Arge-lia y tras fundar pocos años antes (1890)la Liga Nacional Antisemita.

Así pues, antes de que estallara el Caso

Dreyfus, el terreno estaba sembrado porlos herederos de los enemigos de una re-volución frustrada. Porque, efectivamen-te, parte del antisemitismo francés pro-cede de los que identificaron la Revolu-ción francesa con el Mal Absoluto, que,cómo no, equiparaban con los judíos.Con ello se concibe a los judíos no sólocomo principales enemigos de la Cris-

tiandad, sino sobre todo como los cau-santes de todos los males que les acon-tecen por su nefasta costumbre de pro-vocar revoluciones para lograr su propó-sito de gobernar sobre todo el orbe.

En este marco aparecen panfletos co-mo el Anti-Masón (1896), medio de di-fusión de las ideas de la Liga del LabarumAntimasónico, u obras como La Franc-masonería desenmascarada (1884), enla que se establece la asociación de ju-daísmo y masonería, por mucho que losjudíos tuvieran prohibido el acceso a laslogias parisinas dedicadas a san Juan Bau-tista, a quien no reconocían.

El espectacular éxito de las ideas deDrumond –consideradas por León Polia-kov como un “sincretismo teológico ra-cista”– se basó en la pronta acogida quetuvieron entre los sacerdotes católicosquienes disponían, además, de La Croix,otra revista antisemita. Éstos aprovecha-ron una situación de pesimismo genera-lizado para intentar demostrar que la Re-pública solo había traído males al país.

El escándalo del CanalLa crisis política y social se enturbió aúnmás tras las elecciones legislativas de 1893,celebradas poco tiempo después de quese conociera de manera detallada la formaen que los ahorros de miles de francesesse habían dilapidado en la construcción

La solución rusa

E l propósito del Gobierno ruso era re-ducir la población del modo más rá-

pido posible. Una imagen elocuente deaquella mentalidad se halla en los diarios deTheodor Herzl, que en 1903 entrevistó avarios ministros en San Petersburgo soli-citando ayuda para el sionismo. El minis-tro de Finanzas, conde Serguei Witte, un li-beral según los parámetros zaristas, le dijo:

– Hay que reconocer que los judíos danmuchas razones para justificar la hostilidadque suscitan. Tienen una arrogancia carac-terística. Sin embargo, la mayoría de los ju-díos son pobres, y como son pobres, tam-bién son sucios y provocan repugnancia.Además, se dedican a toda clase de activi-dades desagradables, como la prostitucióno la usura. Admitirá usted, por tanto, quea los amigos de los judíos les resulte difí-cil defenderlos. Y sin embargo, yo soy ami-go de los judíos.

Herzl pensó: “Si es así, ciertamente nonecesitamos enemigos”.

Luego, Witte se quejó del gran númerode judíos que militaban en el movimientorevolucionario.

Herzl: “¿A qué causa atribuye tal efer-vescencia política?”.

Witte: “Creo que es culpa de nuestro go-bierno. Se oprime excesivamente a los ju-díos. Yo solía decirle al difunto zar Ale-jandro III: “Majestad, si fuera posible aho-gar a los seis o siete millones de judíos enel mar Negro, yo apoyaría absolutamentela medida, pero como no es posible, hay quedejarlos vivir. Y bien, ¿qué deseáis del go-bierno ruso?”.

Herzl: “Cierto aliento.”.Witte: “Pero si se alienta a los judíos…

se los alienta a emigrar. Por ejemplo, conpuntapiés en el trasero”.

(Amos Elon, Herzl)

Theodor Herzl, el periodista austriaco, deorigen judío, que escribió Der Judenstaaty puso en marcha el sionismo (por E. O.)

Judíos de Kiev concentrados para su expulsión de la ciudad, a finales del siglo XIX, donde lessería prohibida la entrada bajo severísimas penas (La Ilustración Española y Americana).

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del canal de Panamá en un turbio escán-dalo que implicó en cohechos a algunosjudíos. Tras las elecciones, tanto La Croixcomo La Libre Parole iniciaron una fuer-te campaña para espolear el miedo a losrojos, reforzado por varios atentados anar-quistas y por la sucesión de huelgas, atri-buidas a intereses títeres de los judíos.

La crisis de la República permitió ali-mentar bajo un paraguas común un anti-semitismo de procedencias diversas. Así,al fanático catolicismo que veía en los ju-díos a los descendientes de los asesinosde Cristo se uniría un antisemitismo eco-nómico, semejante al desarrollado en Ale-mania, que consideraba a los judíos, biencomo parásitos que no contribuían en na-da al progreso social, bien como usurerosque crecían hurtando el capital que otrosproducían. Esta convergencia produjo, nosólo en Francia, un antisemitismo nacio-nalista que consideraba a los judíos comoextranjeros.

Ahora bien, no fue fácil desarrollar unaconcepción xenófoba en torno a los ju-díos, porque éstos estaban presentes entoda Europa desde hacía varios siglos. ¿Có-mo considerar extranjero a aquel que lle-va viviendo más tiempo que tú en el mis-mo lugar? El sutil proceso incluye factoresdiferentes asentados en la confusión de-liberada de elementos científicos, cultu-rales y políticos. Aprovechando el racismo

que de forma virulenta se desarrollaba enla época y que asumía la creencia de quetodos los seres humanos pueden ser ca-talogados de acuerdo con ciertas jerar-quías a partir de determinadas caracterís-ticas biológicas inmutables, el antisemitis-mo europeo de los últimos treinta añosdel siglo XIX mezclaba lo biológico, lo cul-tural y lo religioso desde la convicción, tanbien explicada para el caso español por Ju-lio Caro Baroja, de que las creencias e ideo-logías se transmitían genéticamente.

Dicha opinión se desarrollaba, además,en un momento de expansión de los na-cionalismos que, en buena medida, pro-movieron la identificación de raza (deter-minada por la sangre) con otros aspectosculturales que en condiciones diferenteshubieran sido rechazados.

En medio de este auge nacionalista, apa-

recían los judíos subvirtiendo el funda-mento mismo de la armonía entre nacio-nes cual es que a cada pueblo le corres-ponde una nación. Pero los judíos se man-tenían dentro de cada una de las existentesy de las que se estaban creando o disol-viendo, sin aparente disposición para ge-nerar un Estado. Eran, por tanto, una ame-naza al orden que se pretendía construircual era la Europa de las naciones.

Es decir, el antisemitismo de finales delsiglo XIX, y del que el Caso Dreyfus es só-lo la punta del iceberg, no puede enten-derse al margen de la pugna entre nacio-nalismos. No deja de ser significativo queen los mismos días en que Dreyfus fuecondenado (diciembre de 1894), La LibreParole proclamara sin rubor “¡Fuera deFrancia, los judíos! ¡Francia para los fran-ceses!”.

Chivo expiatorioLa consideración de los judíos como pue-blo apátrida, es decir, extranjeros en to-das partes por ser ajenos a cualquier na-ción, es la base de este antisemitismo mo-derno porque permite aniquilar la incer-tidumbre de la crisis mediante la atribu-ción de una causa indudable.

La crisis no sólo azotó a la Francia re-publicana o los nuevos estados alemán eitaliano. Recién salida de una guerra con-tra los turcos, la decadente Rusia zaris-

ta, en la que las mejores plumas compe-tían por exaltar a la patria herida medianteel desprecio a los judíos, va a promoveruna autocracia nacionalista asentada enuna ortodoxia religiosa firmemente diri-gida por Konstantin Pobedonostsev, pro-curador general del Santo Sínodo de laIglesia Ortodoxa desde 1880, durante elreinado del nuevo zar Alejandro III.

Pobedonostsev había hallado una fácilsolución a los problemas de Rusia: ex-pulsión de un tercio de los judíos, con-versión de un segundo tercio y aniquila-ción de los restantes. Con ello, el na-cionalismo rusificante estaba legitimadopara iniciar los pogromos que se genera-lizaron desde 1881 por todas las comu-nidades judías. A imagen de este nacio-nalismo excluyente, crecieron otros en eloriente de Europa. No se puede olvidar

al respecto la liga antisemita fundada porel panrumanismo que llevó al exilio a losjudíos de este país o el fanatismo católi-co polaco de efectos semejantes.

En suma, la crisis sociopolítica de la Eu-ropa de fines del XIX permitió que nu-merosos grupos sociales, al margen decual fuera su auténtica posición dentrodel orden social, pudieran autoconcebir-se como víctimas del sistema. El meca-nismo puesto en marcha para solventardicha crisis, la formación de naciones, en-contró un escollo en la existencia de múl-tiples minorías judías a las que no era po-sible atribuir ninguna.

Estas minorías tenían la ventaja de noconstituir grupos etéreos, pues eran fá-cilmente identificables, y además incluíanminorías relativamente poderosas en suseno. Este elemento resultó fundamen-tal para poder acudir a una memoria his-tórica de supuestos agravios, pues elimi-nó la posibilidad de compadecerse dequien sufría el ataque. A su vez, los ata-ques pasaron a ser autoconcebidos comodefensa en un proceso de racionalizaciónen el que simultáneamente se diluía laculpabilidad y se atribuía la ignominia alatacado. Así, las causas de la propia in-capacidad, y sus negativas consecuencias,se proyectaron hacia un colectivo consi-derado históricamente perturbador delorden. El Caso Dreyfus fue la pantalla enla que ese orden, tan idealizado como ca-duco, pretendió exhibirse. �

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Alejandro III de Rusia. Durante su reinadohubo diversos proyectos para terminar con losjudíos (La Ilustración Española y Americana).

Un problema para la xenofobia: ¿cómollamar extranjero a aquel que vive desdehace más tiempo que tú en el mismo lugar?

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Degradación pública de Dreyfus en el

patio de la Escuela Militar de París,

el 5 de enero de 1895 (portada de Le

Petit Journal, 13-1-1895).

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Había asistido en ca-lidad de corres-ponsal a la degra-dación pública de

Alfred Dreyfus, había vistoarrancar las charreteras a unhombre pálido que exclamaba‘¡Soy inocente!’. Y en aquelmismo instante se había con-vencido en lo más hondo de suconciencia, de que Dreyfus erainocente y que sólo era acusa-do de esta abominable sospe-cha por el hecho de ser judío”,escribía Stefan Zweig refirién-dose a Theodor Herzl y a lapercepción que tuvo del pro-ceso del capitán Dreyfus. La injusticia pre-senciada cambió la vida de Herzl y le im-pulsó a escribir Der Judenstaat, El Esta-do judío, un pequeño libro de 86 pági-nas, que fue editado en Viena a finales defebrero de 1896.

Theodor Herzl era un periodista aus-tro-húngaro, de origen judío, que asistió,como corresponsal del diario vienés NeueFreie Presse, al proceso del capitánDreyfus. Herzl quedó conmocionado porla injusticia, la brutal degradación y las pa-siones antijudías que se palpaban tantoen las sesiones del juicio como en granparte de la sociedad francesa. En París es-cucharía al escritor Maurice Barrès: “De-duzco de su propia raza que Dreyfus escapaz de traicionar”.

Theodor Herzl había nacido en 1860 enBudapest, capital de la Hungría que for-maba parte del Imperio austro-húngaro.A los 18 años se trasladó a Viena, la capitalpolítica y cultural de Francisco José, don-de estudió la carrera de Derecho. Segúnhagiógrafos, aprendió, también, lo que sig-nificaba ser judío cuando trató de ejercercomo abogado. Sufrió tantos rechazosque, para ganarse la vida, recurrió a la li-teratura popular, escribiendo obrillas tea-trales lacrimógenas y novelitas sensibleras,que le producían magros ingresos...

Un antisemita de salónAunque el Imperio –donde vivían cercade dos millones de judíos y especial-mente Viena, donde eran más de cienmil– estaba siendo sacudido por una olade antisemitismo, ese ambiente no trau-matizó a Herzl. Pertenecía a una familiamillonaria venida a menos, pero lo que

les quedaba y las viejas in-fluencias le permitían una vidadesahogada. “Siempre andabasoberbiamente vestido. Exhi-bía una barba abundante y ne-grísima, de tipo asirio y susojos negros relucían románti-camente” (escribe el historia-dor Paul Johnson). Por enton-ces, Herzl anhelaba la asimila-ción total de los judíos y su ma-yor deseo era triunfar en elBurgtheatre de Viena. Comorevancha a su origen y apa-riencia, presumía de lo contra-rio y solía hacer chistes antise-mitas; desde Ostende escribía

a sus padres: “Muchos judíos vieneses yde Budapest. El resto de los veraneantes,muy agradables”. Desde Berlín: “Ayer,gran velada en casa de los Treitel. Treintao cuarenta feos y pequeños judíos y ju-días. Ningún espectáculo que me con-suele” (Paul Johnson, La historia de losjudíos).

Casado en 1889, asegura la leyenda quepasó graves estrecheces. La realidad esque se unió a una rica heredera y queconsiguió un trabajo distinguido graciasa las relaciones de su suegro: la corres-ponsalía en París del diario Neue FreiePresse. “En París tuve ocasión de apren-der lo que el mundo entiende por polí-tica y al respecto he expuesto mis ideasen mi libro Le Palais Bourbon”.

En esa primera época de París, aúnpracticaba un llamativo asimilacionismo.No sólo frecuentaba círculos literarios an-tisemitas, sino que era partidario de la

DREYFUS. VÍCTIMA DEL ANTISEMITISMO

Un hogar para los judíos

EL SIONISMOConmovido por la injusticia cometida con Dreyfus y por la judeofobia queadvertía en Francia y en el resto de Europa, Herzl escribió Der Judenstaat.David Solar recorre las formidables repercusiones de la obra quepusieron en marcha el sionismo y la creación del Estado de Israel

DAVID SOLAR es autor de Sin piedad, sinesperanza, palestinos e israelíes, latragedia que no cesa.

Theodor Herzl, liberando de sus cadenas al pueblo judío, en unaalegoría de la época en que escribía Der Judenstaat (postal, 1911).

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conversión de los judíos al cristianismo.Refiriéndose a su hijo Hans, escribe: “Mepregunto si tengo derecho a amargar yensombrecer su vida como se ha vistoamargada y ensombrecida la mía (...) Poreso es imprescindible bautizar a los niñosjudíos antes de que puedan oponerse ya que su conversión llegue a ser inter-pretada como un acto de debilidad porsu parte. Debe desaparecer en la multi-tud” (citado por Paul Johnson).

Un converso iluminadoSería, también, en París donde abandona-ría el asimilacionismo y se convertiría al ju-daísmo militante. La ocasión se la pro-porcionó el proceso del capitán Dreyfus,el acontecimiento judicial, político y socialde mayor resonancia y calado de la época.El escandaloso juicio le inspiró una obrade extraordinaria trascendencia y a travésde ella se reveló como profeta del retornoa Sión. “El Mesías ha llegado. Es un hom-bre alto y apuesto, un hombre culto deViena, nada menos que doctor”, escuchócomentar a su familia David Ben Gurion.

El propio Herzl se sentía como trans-portado: “Durante los dos últimos mesesde estancia en la capital francesa escribími libro, Der Judenstaat. No recuerdo ha-ber escrito jamás en un estado de exal-tación semejante al que conocí cuandocompuse esta obra. Heine decía que éloía el batir de alas de águilas cuando es-cribía ciertos versos. También yo lo oí es-cribiendo este libro”.

Der Judenstaat se nutría del naciona-lismo en boga y era original, aunque uti-lizaba ideas anteriores sobre el retorno ala “Tierra Prometida”. Varias de las consi-deraciones y recetas de Herzl podían en-contrarse en La autoemancipación; lla-mamiento de un judío a sus hermanos,publicada quince años antes por el médi-co ruso Leo Pinsker, que durante muchotiempo había luchado por la plena inte-gración de los judíos en los países dondeestuvieran afincados. Pinsker cambió deideas tras las persecuciones sufridas porlos judíos en Rusia durante la segunda mi-tad del siglo XIX y en su obra proclama-ba la necesidad de tener un Estado propioporque “los judíos desempeñan el papelde invitados en los pueblos extranjeros;invitados que carecen de medios para de-volver la invitación, puesto que no tienenun territorio propio... por lo que terminansiendo molestos y, al final, perseguidos”.

Herzl hacía un llamamiento directo yTheodor Herzl, el nuevo Moisés. Así le vieron alguno de sus contemporáneos. El filósofoRosenzweig dijo: “Su cara demostraba que Moisés era una persona real” (por Enrique Ortega).

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sencillo a los judíos: “Somos un pueblo;repito, un pueblo. En todos los lugareshemos luchado honradamente por inte-grarnos en las comunidades que nos ro-dean conservando tan sólo nuestra fe. Nose nos ha permitido. Inútilmente nos em-peñamos por incrementar la grandeza denuestras patrias mediante distinguidasaportaciones al arte y la ciencia; o de au-mentar su riqueza con nuestras contri-buciones al mundo del comercio. (De na-da ha servido, pues) se nos señala comoextranjeros”.

Der Judenstaat abordaba la situacióndel pueblo judío, el antisemitismo, la ne-cesidad de la emancipación y la fundaciónde un Estado judío, donde los hijos de Is-rael se sintieran seguros y no sufrieran lasdiscriminaciones y persecuciones tan fre-

cuentes aún en la Europa de las postri-merías del siglo XIX, como proclamabanno sólo los pogromos del atrasado Impe-rio ruso, sino casos como el de Dreyfus,que conmovían al mundo más avanzado.Y ese Estado debía hallarse en Palestina,“donde la vegetación es tan pobre hoy,han brotado ideas que han dado vueltaa la Humanidad y por ello nadie puede ne-gar la existencia de lazos imprescriptiblesentre esa tierra y nuestro pueblo”.

La idea de este retorno no era espiri-tual, como otras anteriores, sino política,ya que proponía la creación de un Esta-do erigido sobre bases políticas, “de in-terés no sólo para los judíos, sino tam-bién para la comunidad internacional”.

Los congresos de BasileaPero quizás lo más notable de la obra erasu entusiasmo, pasión y capacidad de con-vicción. Eso suscitó que sus repercusiones

fueran fulminantes –“cayeron como un ra-yo en cielo sereno”, escribiría Caín Weiz-mann, uno de los adalidades del sionismo–y, que muchas de ellas resultaran contra-producentes para las esperanzas de Herzl.En Rusia Der Judenstaat fue acogido conhostilidad, pues se creyó que trataba deoponerse a Pinsker. Los judíos bávaros re-chazaron la celebración del primer Con-greso sionista en Munich pues “eran bue-nos alemanes y querían seguir siéndolo”.El dinero judío tampoco fue receptivo: losRothschild, Montefiore, Visotski o Hirsch,con los que contaba para financiar su pro-yecto, le cerraron sus caudales, tanto por-que habían puesto en marcha sus propiasideas para establecer colonias judías en zo-nas más ricas que Palestina, como porqueel sionismo tenía una pasión revoluciona-

ria que chocaba con sus esquemas con-servadores.

Por fin, el 29 de agosto de 1897 se re-unió en Basilea el I Congreso Sionista,con la asistencia de un centenar de de-legados de comunidades judías. La limi-tada representación fue compensada porla recepción de millares de telegramas,cartas y firmas de apoyo de jóvenes quehabían leído Der Judenstaat y estaban en-tusiasmados con sus propuestas.

Lo aprobado en Basilea fue el corolariodel libro: “El sionismo aspira a crear enPalestina un hogar garantizado por el De-recho Público para el pueblo judío”. Herzlanotó: “En Basilea he fundado el Estadojudío. Si hoy dijera esto en voz alta, merespondería una carcajada universal. Pe-ro en cinco años y, con seguridad, en cin-cuenta, todo el mundo lo conocerá”.

El sionismo despertó tantas ilusionesque, dos meses después, Herzl dispuso

de fondos para editar un modesto perió-dico, Die Welt (El Mundo), y del apoyosuficiente para convocar el II CongresoSionista, en agosto de 1898, que reuniódoble número de delegados. Allí se deci-dió la creación de un banco sionista, quedebía ser la entidad que financiara el sio-nismo y sus proyectos. El capital que losdelegados decidieron reunir fue de dosmillones de libras, pero sólo se consi-guieron 250.000, por suscripción popu-lar entre los sionistas, pues los judíos ri-cos rehusaron participar en la aventura.

Pero el sionismo avanzaba. El V Con-greso (1901) decidió ampliar los recursoseconómicos del sionismo con la creacióndel Fondo Nacional Judío, destinado es-pecíficamente a la compra de tierras enPalestina. Una solución transitoria, puessólo se contemplaba para establecer lascolonias pioneras. Herzl, en 1895, escri-bía: “Debemos expropiarles amistosa-mente. La expropiación y expulsión delos pobres debe realizarse con prudenciay secreto”.

Aunque más rápido que los preceden-tes movimientos del retorno, el sionismoavanzaba a costa de graves controversias.Como el movimiento no podía permitir-se marginar o abandonar a nadie, Herzlhubo de hacer malabarismos para con-seguir y conjugar las simpatías de los or-todoxos, que reprochaban a los sionistassu falta de mesianismo; y de los socialis-

UN HOGAR PARA LOS JUDÍOS. EL SIONISMODREYFUS. VÍCTIMA DEL ANTISEMITISMO

Nadie puede negar la existencia delazos imprescriptibles entre esa tierra–Palestina– y nuestro pueblo

Portada de la primera edición de Der

Judenstaat, editado en Viena, en 1896, porTheodor Herzl, doctor en Derecho.

Cabecera del diario Die Welt, fundado por Herzl tras el primer Congreso Sionista de Basilea,en el verano de 1897.

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tas del Bund (rusos, polacos y lituanos)hostiles a la tradición, al mantenimientoa ultranza de la lengua hebraica y reli-giosamente indiferentes. Herzl contabacon los primeros para atraerse a la ma-yoría de las comunidades y necesitaba alos segundos como fuerza de choque, pe-ro no podía ceder a las pretensiones deéstos para no romper con aquellos, pueseran imprescindibles para construir el he-breo moderno, un aglutinante del pue-blo judío en Palestina.

Estas luchas no solamente consumie-

ron las energías, el tiempo y la salud deHerzl – cardiópata crónico–, sino que di-ficultaron sus negociaciones políticas: laimportancia de los socialistas dentro delsionismo y los fuertes debates internosprivaron al movimiento del apoyo de mu-chos gobiernos, que veían en él un nidode peligrosos revolucionarios.

El hogar judíoPara instalar el hogar judío en Palestinase precisaba el apoyo del emperador oto-mano, Abdul Hamid. Herzl logró intere-

sar en la cuestión al káiser Guillermo II,quien le consiguió una entrevista. AbdulHamid mostró simpatías por la coloni-zación agrícola de Palestina y se mostróinteresado en la cooperación económica,pero, intuyendo los problemas que sus-citaría, se negó a conceder el permiso pa-ra que se fundara allí un hogar judío.

Después abrió negociaciones en Lon-dres, tratando que el Imperio británicoles permitiera establecer una colonia enWadi el Arish, en el Sinaí, con el propó-sito de iniciar desde allí un “segundo Éxo-

Una polémica de altura

En una polémica entablada en la prima-vera de 2002 a propósito de la compa-

ración de José Saramago de lo que está ocu-rriendo en Palestina con el campo de ex-terminio nazi de Auschwitz, intervinieronnumerosos intelectuales con aportaciones,a veces poco precisas, que vienen a cuentoal exponer el nacimiento del sionismo. Elprofesor Reyes Mate, en su artículo La sin-gularidad de Auschwitz (El País, 22-5-2002)comete una inexactitud cuando escribe: “Nisiquiera el sionismo nace pensando en Pa-lestina, sino como defensa del antisemitis-mo europeo”. El sionismo nació pensandoen Palestina, así aparece en la obra de Herzly en los congresos fundacionales del sionis-mo, y de ahí su nombre. Los intentos debuscar otros lugares fueron mayoritaria-mente rechazados y, a partir del SéptimoCongreso sionista, los Sionistas de Sión se

impusieron definitivamente. El filósofo aña-de: “El Estado de Israel es, como bien re-conoce Amos Oz, la solución extrema al de-recho de un pueblo a vivir...”. La frase noparece muy afortunada porque la supervi-vencia de un pueblo no debe hacerse a cos-ta de otro. Si el único propósito hubiese si-do la supervivencia, el Estado de Israel sehubiera podido fundar en Kenia, propues-ta rechazada por VI Congreso Sionista.

Terciaba también en la polémica la es-critora norteamericana Barbara Probs So-lomon con su Réplica a Saramago (El País,1-5-2002). En ella recogía un párrafo delescritor judío Joseph Roth, su lejano pa-riente: “El judío tiene derecho sobre Pales-tina, no porque en otro tiempo procedierade allí, sino porque ningún otro país estádispuesto a acogerle...”. Roth no parece bieninformado pues sí hubo otras tierras que es-

tuvieron dispuestas a “acogerle”. BarbaraProbst justificaba, con un pensamiento co-lonialista, la invitación británica y se equi-vocaba al hablar de “acogida” voluntaria. Elinforme de la comisión norteamericanaKing-Crane, enviada a Palestina por el pre-sidente Wilson en 1919, fue concluyente: el72% de los encuestados era contrario al es-tablecimiento allí de un hogar judío. Dosrepresentantes británicos en Palestina a co-mienzos de los años veinte, los generalesClayton y Bols, emitieron sendos informesal respecto: según el primero “el antisemi-tismo que hay en la zona va en aumento ypor mucha propaganda que se haga solici-tando tranquilidad a los árabes, los esfuer-zos están condenados al fracaso”; el segun-do concretaba: “El 90% de los habitantes dePalestina es rotundamente antisionista”. Nohubo acogida, sino imposición.

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do”. Pero lord Cromer, gobernador deEgipto, se opuso, considerándolo políti-camente negativo para los intereses bri-tánicos y estratégicamente perjudicial pa-ra la protección del canal de Suez.

La desesperanza comenzaba a apode-rarse de Theodor Herzl, que en el VI Con-greso (Basilea, 28 de agosto de 1903) pro-puso el establecimiento del hogar judíoen Kenia (por error, se habló de Uganda),una tierra poco poblada, fértil y hermosaque el Imperio británico estaba dispues-to a ceder al pueblo judío. Herzl defen-dió su propuesta como solución provi-sional –el sionista Max Nordau la calificóde “una casita para pasar la noche”– queofrecía un refugio a los perseguidos enRusia y el primer reconocimiento inter-nacional de la existencia política de unanación judía.

La propuesta produjo una enormeconsternación. Muchos, desesperados,abandonaron la sala. Un delegado escri-bió: “Era conmovedor ver el abatimientode aquellas gentes que acababan de es-capar a los sangrientos pogromos de Ru-sia y que ahora lloraban sobre las ruinasde un lejano ideal, Sión”.

Algunos pensaron que aquél era el finaldel sionismo. La propuesta fue rechazaday el Congreso se salvó gracias a un com-promiso: la creación de una Comisión In-vestigadora, aprobada por 295 delegados,contra 178 y 100 abstenciones.

A raíz de esta propuesta nació el mo-vimiento de los Zionei Zion (Sionistas deSión), cuyo objetivo era rechazar el pro-yecto Kenia y cualquier otro que propu-

siera un hogar judío diferente a Palestina,la Tierra Prometida. Pero Herzl jamás vol-vió a hablar del asunto y Londres, por sulado, retiró la oferta.

Un Papa cachazudoEl postrer intento de lograr la aceptacióninternacional para el hogar judío lo hizoHerzl ante Pío X, al que solicitó la publi-cación de una encíclica que resaltara laspenalidades infligidas al pueblo judío, suderecho a tener un Estado y el apoyo delVaticano al sionismo. De aquella visita, del25 de enero de 1904, festividad de la con-versión de san Pablo, quedan algunos re-

cuerdos. Comenzó mal, porque Herzl sesalió del protocolo y en vez de besarleel anillo al Papa, le estrechó la mano; esole intranquilizó, hasta que observó la sen-cillez del pontífice, que le ofreció su ca-jita de rape, de la que tomaba pizcas pa-ra estornudar ruidosamente sobre ungran pañuelo de algodón rojo. Herzl re-flejó en sus Diarios que Pío X le pareció“un honrado y tosco cura de pueblo. Susdetalles campesinos son lo que más meha agradado de él y lo que mayor respe-to me inspira”.

Por lo demás, salió del Vaticano con lasmanos vacías. Pío X sentía mayor simpa-

UN HOGAR PARA LOS JUDÍOS. EL SIONISMODREYFUS. VÍCTIMA DEL ANTISEMITISMO

Izquierda, revisión del juicio de Dreyfus en

1899. Aunque era pública su inocencia, eltribunal militar volvió a declararle culpable(La Ilustración Española y Americana).

Abajo, el sultán otomano Abdul Hamid y el

káiser alemán Guillermo II. Ambos trataronamablemente a Herzl, pero no solucionaron elasentamiento de los judíos en Palestina.

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tía hacia los judíos que sus predecesores,pero por encima de ella estaba la polí-tica oficial de la Iglesia: “No podemos im-pedir que los judíos vayan a Jerusalén, pe-ro nunca los apoyaremos (...). Los judíosno han reconocido a nuestro señor, demodo que nosotros no podemos reco-nocer al pueblo judío (...). La fe judía fuela base de nuestra fe, pero las enseñan-zas de Cristo la han sustituido y no po-demos aceptar que todavía goce de vali-dez”.

Ante la pregunta de Herzl sobre si co-nocía la situación de los judíos, Pío X re-plicó que había tenido relaciones con lacomunidad judía de Mantua y manteníacontactos frecuentes con amigos judíos.“Además de la religión existen otros vín-culos. Por ejemplo, las relaciones socialesy la filantropía. Y también oramos porellos para que su espíritu vea la luz. Hoycelebramos la festividad de la conversiónde un descreído que, de forma milagrosahalló la fe en el camino de Damasco. Por

tanto, si va a Palestina y establece allí a sugente, les estaremos esperando con igle-sias y sacerdotes para bautizarles a todos”(citado, David Kertzer).

Medio año después de esa entrevista,

el 3 de julio de 1904, Theodor Herzl fa-llecía cuando sólo contaba 44 años. En suentierro se leyó el juramento pronuncia-do por él en el último Congreso Sionis-ta que presidió: “¡Si te olvido, Jerusalén,que mi diestra me olvide!”. Pero ya ma-duraban los primeros frutos de su obra:unos 70.000 colonos judíos se habían afin-cado y trabajaban en Palestina y antes deque terminara la primera década del si-glo sobrepasarían los cien mil.

Israel venera la figura de fundador delsionismo: el 14 de mayo de 1948, DavidBen Gurion leyó la Declaración de Inde-pendencia bajo un retrato de Herzl. Alaño siguiente, sus restos fueron sepul-tados en una colina de Jerusalén Oeste,bautizada Monte Herzl. En los años cin-cuenta, junto a su mausoleo, se instalóun cementerio para sepultar a los padresde la patria y a los soldados que cayeranen combate. También se dio su nombrea una de las nuevas ciudades de Israel,Herzliya, hoy un suburbio de Tel Aviv.

Un programa colonial

Herzl escribía a Cecil Rhodes: “Miprograma es un programa colonial”.

Estaba claro: pretendía que Turquía le hi-ciera una concesión en Palestina; solicitó lomismo a Gran Bretaña en el Sinaí y consi-deró la posibilidad de asentarse en Kenia.Tras su muerte, el Movimiento Territoria-lista estudió la posibilidad de establecer elhogar judío en Cirenaica e, incluso, en An-gola.

Aún en el apogeo del colonialismo, hu-bo judíos que rechazaron el sionismo por-que originaría problemas, pues Palestina noera un territorio vacío. En 1897, la comu-nidad judía de Viena envió a Palestina unacomisión investigadora para que compro-bara la viabilidad de los proyectos de Herzly, poco después, les llegó este telegrama:“La novia es hermosa, pero ya está casada”.

El escritor ruso Asher Ginzberg (oGuinzburg), considerado líder del sionismoespiritual, visitó Palestina en 1891 y escri-bió: “En el extranjero solemos creer que latierra de Israel es hoy casi totalmente de-sértica, árida e inculta y que quien quieracomprar terrenos en ella puede hacerlo sintrabas. Pero (...) es difícil encontrar camposcultivables que no estén ya cultivados. Pen-samos que los árabes son unos salvajes deldesierto, un pueblo que se asemeja a los as-

nos, pero eso es un gran error. El árabe, co-mo todos los hijos de Sem, tiene una inte-ligencia aguda y astuta. Si un día la vida denuestro pueblo se desarrollara en el país deIsrael hasta el punto de desplazar, aunquesólo fuese un poco, al pueblo del país, ésteno cederá su lugar fácilmente”.

Según el historiador israelí Avi Shlaim “elmovimiento sionista desarrolló dos caracte-rísticas fundamentales en su historia: no re-conocer la identidad Palestina y buscar unaalianza con alguna potencia exterior a Orien-te Próximo. Ignorar a los palestinos fue la tó-nica de la política sionista desde el primercongreso. La intención implícita de Herzly sus sucesores era que el movimiento sio-nista alcanzara su objetivo a través de unaalianza con la potencia dominante del mo-mento y no mediante un entendimiento conlos palestinos” (El muro de hierro).

El éxito del sionismo se explica dentrodel contexto colonialista: lo mismo que hoysería impensable la pretensión de Herzl,también sería imposible la concesión de te-rritorios. El Acuerdo Sykes-Picot, de 1916,que repartía entre Gran Bretaña y Franciaregiones del Imperio Otomano, Palestinaentre ellas, era un hecho colonial. La cartadel ministro Balfour al banquero Roths-child, 1917, en la que se le prometía un ho-

gar para el pueblo judío en Palestina, erauna concesión colonial.

Y el sionismo revistió, también, formasde imperialismo. Herzl escribía en Der Ju-denstaat: “Si el Sultán otomano nos conce-diera Palestina, podríamos ofrecerle comocontrapartida el reordenamiento de todo elsistema financiero turco. Construiríamos allíun centro de civilización frente a la barba-rie”. Más explícito aún, Max Nordau decíaen el séptimo Congreso Sionista: “... Tur-quía estará interesada en contar en Palesti-na y en Siria con un pueblo fuerte y bien or-ganizado que (...) se oponga a todos los ata-ques contra la autoridad del Sultán y de-fienda con todas sus energías esta autoridad”.

En ese sentido incide el historiador AviShlaim: “Herzl al sultán le prometió capitaljudío; al káiser le insinuó que el territoriojudío podía ser una avanzadilla de Berlín ya Chamberlain le ofreció la posibilidad deconvertirse en una colonia del Imperio bri-tánico” (El muro de hierro).

Chaim Weizmann escribía al director delManchester Guardian: “... Podríamos esta-blecer allí, en un período de veinte a trein-ta años, un millón de judíos o más; desa-rrollarían el país, lo llevarían a la civiliza-ción y constituirían una eficaz salvaguardiadel canal de Suez”.

Pío X. Herzl acudió a él en busca de apoyo,pero el Papa le mostró su desacuerdo con elestablecimiento judío en Palestina.

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DREYFUS. VÍCTIMA DEL ANTISEMITISMO

El nacimiento de los intelectuales

EN LUCHAEl caso Dreyfus marca un hito en la historia social e intelectual de Europa,pues originó la primera revolución incruenta. Javier Redondo describe laslíneas maestras que configuraron los dos bandos, dreyfusistas yantidreyfusistas, y la creación del concepto de intelectual, acuñado entonces

El efecto del manifiesto de Zola “Yo acuso”: la pluma manejada como una lanza hace sangre en el estamento militar, responsable de la injusticia.

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El Caso Dreyfus enfrenta a Fran-cia contra todos sus demonios,los que hereda del siglo XIX ylos que engendraría el XX. En

torno a esta intriga novelesca que se pro-longaría varios años se forja la políticafrancesa del pasado inmediato y del fu-turo inminente. Nada sería igual despuésde que el affaire partiera en dos mitadestransversales a la sociedad francesa. Prin-cipalmente porque marca un hito en lahistoria social e intelectual de Europa, yaque tiene lugar la primera revolución in-cruenta. El Estado pierde, la opinión delpueblo gana.

Sin embargo, la verdad pública no hu-biera tenido ni la más mínima posibili-dad de imponerse sobre la verdad oficialde no haber sido por la intervención de-cidida de aquellos hombres de letras,esos ilustrados que por entonces em-pezaron a ser llamados intelectuales. Yestos, a su vez, tuvieron la oportunidadde librar la batalla dialéctica y echarle unpulso al poder establecido gracias a lasgarantías constitucionales que ofreció laIII República: las libertades de prensa,opinión, manifestación y reunión per-mitieron que la opinión pública salierade los salones de palacio y de los clubesselectos y se extendiese a gran parte dela sociedad. El Caso Dreyfus alumbrapues el nacimiento del cuarto poder. La

prensa es capaz de poner al Estado con-tra las cuerdas.

Los periódicos, que habían comenza-do a distribuirse masivamente (hablamosde tiradas astronómicas para la época,que oscilan entre los 50.000 y los 500.000ejemplares) pusieron a los escritores ypensadores al cabo de la calle, sirvieroncomo altavoz para despertar la concien-cia de la gente. Todos los conflictos la-tentes que azotaban a una sociedad su-mida en el pesimismo desde que nacieradébil y amenazada la III República –tan-to por la traumática derrota frente a lashuestes del canciller Bismarck al poco deinstaurarse, como por la Comuna de Pa-rís– se aglutinaron en torno a la defensao repudio del capitán judío acusado dealta traición, de espionaje y de servir ala pérfida Prusia. En aquel ambiente dedecadencia existencial no podía conce-birse delito mayor que ponerse del ladodel principal enemigo.

Por tal motivo, los antidreyfusistas con-vierten el asunto en una cuestión de Es-tado. Anhelan la reconstrucción de la mal-trecha patria. Y no hay tal grandeza sin unEjército vigoroso, cancerbero de las esen-cias de la nación.

Nacionalismo y regeneraciónCuando los defensores del oficial Dreyfusse empeñan en poner en entredicho alestamento militar, lo que realmente es-tán haciendo es embestir contra Francia,algo inadmisible en pleno auge del na-cionalismo en toda Europa, precisamen-te en el momento en que la nación tratade recuperar el honor que se fue con Al-sacia y Lorena tras la guerra franco-pru-siana. Por su parte, los dreyfusistas bus-can la regeneración nacional a través dela justicia frente a un Estado obsoleto o,al menos, enclenque. Anteponen la ver-dad a la maquiavélica razón de Estado.Y, sobre todo, consiguen sacar de loscuarteles el juicio para someter el casoa veredicto público.

Ese es exactamente el papel de los in-telectuales. Cuando el 13 de enero de1898 Émile Zola –que ya se había mani-festado públicamente en las páginas deLe Figaro en defensa del oficial judío– pu-blica en L’Aurore su famoso “Yo acuso”,el Estado se muestra ya incapaz de mo-nopolizar el proceso. No puede perma-necer ajeno a la influencia de los escri-tores ni contener la presión de la calle.Estos se vuelven agitadores en cuanto in-

Alfred Dreyfus saluda a sus abogados Demange y Labori, cuya defensa puso al descubierto en elproceso de Rennes, verano de 1899, la conspiración militar contra el capitán judío.

JAVIER REDONDO es profesor de CienciaPolítica, U. Carlos III, Madrid

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conformistas y contribuyen y, generandoun clima de opinión, propician el cambiode rumbo político.

Tras el maremoto Zola, los intelectua-les se sitúan en la vanguardia de la so-ciedad. Toman partido no para interpre-tar la realidad política de manera gené-rica, sino para transformarla enfrentán-dose a situaciones concretas. Pero no só-lo desde las tribunas parlamentarias sinoprincipalmente y en primer término des-de las tribunas de prensa. Los intelectua-

les se agrupan y comparten una deter-minada visión del mundo basada en lajusticia, en la equidad, en la solidaridad.La firma del Manifiesto de los intelec-tuales en 1898 constituye la presentaciónen sociedad del concepto “intelectual”.

No obstante, intelectuales los hubo aambos lados del capitán Dreyfus. Si bienno sería exacto explicar la división de lasociedad francesa a partir de un reduc-cionismo plano que ubicaría a un lado alos católicos, conservadores, nacionalis-tas y antisemitas, y al otro a la izquierda,

socialistas, radicales y judíos, lo cierto esque los bandos se perfilaron en torno, bá-sicamente, a estos parámetros. Cada unode ellos tenía como referencia unas de-terminadas publicaciones.

Le Journal y La Petite Republique –co-mo Le Figaro (conservador) o L’Aurore–constituyen los órganos de agitación deldreyfusismo. Los socialistas Léon Blum,el marxista Jules Guesde o los mismísi-mos Clemenceau y Zola son sus nombresmás destacados. Sin embargo, el primer

texto que alzó la voz por la inocencia deDreyfus fue publicado en Bélgica el 6 denoviembre de 1896 (aunque había sidoescrito un año antes). Su título, “Un errorjudicial: la verdad sobre el asuntoDreyfus”. Y su autor, claro está, no fueni un político ni un letrado, sino un bri-llante crítico literario: Bernard Lazare.Luego vinieron más artículos, ensayos, li-belos, novelas, poemas –los de Péguy, re-publicano católico– conferencias –comolas de Jean Jaurès, uno de los más activosdreyfusistas- y hasta exposiciones pictó-

ricas, como la de Édouard Debat-Ponsan,titulada Verdad.

Por último, el historiador Anatole Fran-ce dedicaría el último de los cuatro tomosde su Historia Contemporánea, el quelleva por título “Monsieur Bergeret en Pa-rís”, íntegramente al Caso Dreyfus. Todauna artillería de palabras puestas al ser-vicio de una causa justa. Porque para to-dos ellos estaba más que probado quela conspiración estaba urdida para con-denar a un inocente sólo por el hecho deser judío. Así lo entendió también algúnanarquista, como Sébastien Faure, y el an-timilitarista Urbain Gohier.

Ansia patrióticaFrente a esta gran ofensiva, los anti-dreyfusistas, que pierden argumentospor arrobas a medida que se van cono-ciendo nuevos hechos del proceso, se si-túan en el terreno de los sentimientospatrióticos, de la defensa de la estabili-dad institucional y de la salvaguardia delas tradiciones. No faltan socialistas quecreen en la culpabilidad del capitán. Esel caso de Lucien Herr. Tampoco libera-les, como Ludovic Trarieux, lo cual de-muestra que este bando, al menos en susorígenes, es mucho más heterogéneo.Encontramos a monárquicos que firman

EL NACIMIENTO DE LOS INTELECTUALES. EN LUCHADREYFUS. VÍCTIMA DEL ANTISEMITISMO

La firma del Manifiesto de los intelectuales, en1898, constituye la presentación ensociedad del concepto “intelectual”

Émile Zola, el gran escritor naturalista, fue lapluma más decidida entre los defensores deDreyfus. El “Yo acuso” le costó el exilio.

Georges Clemenceau, periodista, polemista,político, diputado... fue un distinguidodreyfusista desde su tribuna de L’Aurore.

Anatole France, dedicó al affaire el últimotomo de su Historia Contemporánea, “MonsieurBergueret en París” (por Cueto, La Esfera).

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Ecos del AFFAIRE: Hannah Arendt y Raymond Aron

Todo se resolvió a favor del capitán Al-fred Dreyfus en julio de 1906. Fue

readmitido en el Ejército y llegó a ocuparla cartera de Defensa en el Gobierno de Cle-menceau. Pero los ecos del caso no se apa-garon entonces. Se prolongaron durante bas-tante tiempo. Los intelectuales del siglo XXseguían recurriendo a él para explicar las pa-tologías de una sociedad que hubo de pur-gar con dos guerras mundiales sus desati-nos crecientes. Para Kafka, el precipicio es-taba tan cerca en 1914 que resumió así elcomienzo de la contienda: “Hoy ha empe-zado la guerra, luego me he ido a nadar”.

Por eso resulta interesante acudir a doseminentes pensadores de la segunda mitaddel siglo pasado para comprobar hasta quépunto tiene trascendencia un caso sólo enapariencia particular. Los dos, tanto el fran-cés Raymond Aron como la alemana HannahArendt, nacieron justo cuando el suceso seresolvía (él, en 1905; ella, en 1906). Arendt

trata el asunto en su obra Los orígenes del to-talitarismo (1951), y Aron critica la actitudde los intelectuales en El opio de los intelectuales(1955). La filósofa alemana cree que la caídade la III República obedece, en gran parte, aque no quedaban dreyfusistas, es decir, pro-hombres comprometidos con la justicia, lademocracia y la libertad. De este modo, elfascismo y el antisemitismo avanzaron sinmayor resistencia. Sobre todo el antisemi-tismo, sentimiento fuertemente arraigado enla sociedad francesa de ese tiempo. El odioa los judíos lo impregna todo y subsume alconflicto de clase o al fervor patriótico. Elaffaire Dreyfus es, por tanto, la primera y másevidente prueba de que la sociedad cen-troeuropea estaba enferma, de que lo peor es-taba por llegar.

Por su parte, Aron cree que todos los con-flictos adquieren un carácter ideológico, yel Caso Dreyfus no iba a ser menos. Por tan-to, la alineación de los intelectuales en tor-

no a las concepciones clásicas, derecha e iz-quierda (orden y progreso), impide quecumplan con la función que realmente de-berían asumir: la observancia independien-te, que les inhabilitaría para ejercer comoforjadores de opinión, dado que el “inte-lectual comprometido” acaba sirviendo a lacausa de la dictadura. Al final todos los con-flictos se polarizan y cada bloque se tornaimpermeable, no transpira. La razón dejapaso a la ideología y la división sobreviveen el tiempo, dado que los casos de con-troversia se suceden. Así, la izquierda se re-clama heredera de la revolución y la dere-cha, de la tradición desde 1789. Es decir,puede que si no hubiera existido un CasoDreyfus habría que haberlo inventado, opuesto cualquier otro en su lugar para quesirviera, en ese determinado momento, co-mo eje de fragmentación social, como cau-sa de enfrentamiento.

Javier Redondo

Raymond Aron critica la polarización de los intelectuales respecto al Caso Dreyfus en El opio de los intelectuales, 1955.

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en Gaulois, católicos en La Croix, viejosconservadores en L’Intransigeant y re-publicanos del Gobierno en La Presse. Aninguno de ellos les mueve el afán jus-ticiero, sino el ansia patriótica. Pero cuan-do su razón se debilita progresivamente,los antidreyfusistas toman tres caminos–que pueden confluir–. O bien renunciana su posición de partida, o recalcan quelo que está en juego, revisando la cosajuzgada, es el orden social o arremetencontra los intelectuales partidarios delcapitán. El término “intelectual” es usa-do de forma peyorativa y los intelectua-les son ridiculizados.

¿Dónde están los intelectuales?Los críticos e historiadores literarios Fer-dinand Brunetière o René Doumic re-toman los argumentos de uno de losmás populares antidreyfusistas, MauriceBarrés, al subrayar la incompetencia delos intelectuales. El pensador naciona-lista definiría así al intelectual: “Indivi-duo que se convence de que la sociedaddebe fundarse sobre la lógica y desco-noce que ésta reposa sobre sus necesi-dades anteriores, que pueden ser extra-ñas a la razón individual”. Traducido alromán paladino: los defensores deDreyfus son enemigos del Ejército, anar-

quistas, socialistas anticlericales. No lesmueve su deseo de hacer justicia, sinosu propia ideología. En este sentido,Doumic publicaría en un artículo en laRevista de los Dos Mundos: “¿Dónde es-tán los intelectuales?”, en el que apelaa una inteligencia sana, no contaminadapor las ideas.

En definitiva, en el marco de una so-ciedad rota, totalmente dividida, las cau-sas de cada cual se transforman en au-ténticos movimientos políticos, en parti-dos. Por un lado, La Liga para la Defensade los Derechos del Hombre y del Ciu-dadano; por otro, La Liga de la Defensade la Patria Francesa, liderada por Barrés.Todavía Charles Maurras, auténtica figu-ra del nacionalismo conservador, era jo-ven, lo que no le impidió desmarcarse delproyecto de Barrés para fundar AcciónFrancesa, partido de marcado carácter an-tiparlamentario y monárquico.

Se abre así el siglo XX. Con todas sustensiones intrínsecas que propiciarían lacrisis del parlamentarismo, amenazadodesde la izquierda –por los socialistas–, yla derecha –por los ultranacionalistas–. ElCaso Dreyfus, que traspasa fronteras (noen vano, algunos intelectuales españolestampoco permanecerían ajenos al proce-so, entre ellos, Azaña), muestra también

todas las llagas abiertas en una sociedaden la que late un sustrato antisemita y quetrata, por un lado, de liberarse del yugo ca-tólico y, por otro, de mantener las cons-tantes vitales de la patria. �

EL NACIMIENTO DE LOS INTELECTUALES. EN LUCHADREYFUS. VÍCTIMA DEL ANTISEMITISMO

ARENDT, H., Los orígenes del totalitarismo,Madrid, Sequitur, 1997.

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PARA SABER MÁS

Dreyfus, ya rehabilitado, conversa feliz condos de los militares que le habían defendido,el general Guillain y el comandante Targe.

El 21 de julio de 1906, Alfred Dreyfus, ya rehabilitado y con el grado de comandante, abandonala Escuela Militar de París, en la que, once años antes había sido degradado públicamente.

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