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Feyerabend, La conquista de la abundancia FEYERABEND, Paul. La conquista de la abundancia. Barcelona: Paidós, 2001. p. 177-178. 182-184. 186-191. Capítulo 2 ¿LA VISIÓN CIENTÍFICA DEL MUNDO TIENE UN ESTATUS ESPECIAL EN COMPARACIÓN CON OTRAS OPINIONES?(1) Dennis Dieks(2) esboza un marco de referencia que, según él, ha orientado la labor de muchos físicos. Presupone que los restantes conflictos son sólo un problema filosófico. Amigos de los debates, los filósofos se han escindido en escuelas. Ahora existen empiristas, positivistas, racionalistas, anarquistas, realistas, aprioristas, pragmáticos, y todos ellos tienen visiones distintas sobre la naturaleza de la ciencia. Los científicos, por otra parte, colaboran. La colaboración crea uniformidad y, con ella, un modo simple de ver las cosas: tiene sentido preguntarse sobre el estatus de la visión 1

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Feyerabend, La conquista de la abundancia

FEYERABEND, Paul. La conquista de la abundancia. Barcelona: Paidós, 2001. p. 177-178. 182-184. 186-191.

Capítulo 2

¿LA VISIÓN CIENTÍFICA DEL MUNDO TIENE UN ESTATUS ESPECIAL EN COMPARACIÓN CON OTRAS OPINIONES?(1)

Dennis Dieks(2) esboza un marco de referencia que, según él, ha orientado la labor de muchos físicos. Presupone que los restantes conflictos son sólo un problema filosófico. Amigos de los debates, los filósofos se han escindido en escuelas. Ahora existen empiristas, positivistas, racionalistas, anarquistas, realistas, aprioristas, pragmáticos, y todos ellos tienen visiones distintas sobre la naturaleza de la ciencia. Los científicos, por otra parte, colaboran. La colaboración crea uniformidad y, con ella, un modo simple de ver las cosas: tiene sentido preguntarse sobre el estatus de la visión científica del mundo.En contraste, quiero argumentar que los científicos son tan contenciosos como los filósofos. Pero mientras que los filósofos sólo hablan, los científicos actúan de acuerdo con sus convicciones. Los científicos pertenecientes a áreas distintas emplean diferentes métodos y construyen sus teorías de diversas maneras. Además, con frecuencia, logran sus propósitos: las visiones del mundo que encontramos en la ciencia tienen una base empírica. Es un hecho, no una posición filosófica. Lo explicaré con una reflexión sobre las cuatro preguntas siguientes:

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1. ¿Cuál es la visión científica del mundo y existe una única visión de ese tipo? 2. Si se asume que hay una única visión científica -¿para quién se supone que sea algo especial? 3. ¿A qué tipo de estatus nos referimos?, ¿a la popularidad?, ¿a las ventajas prácticas?, ¿a la verdad? 4. ¿Qué “otras visiones” se toman en consideración?

Mi respuesta a la primera pregunta es que la gran disparidad de individuos, escuelas, períodos históricos y ciencias hace difícil sentar principios generales, ya sean de método o de hecho. […] En la ciencia se dan diferentes tendencias con diversas filosofías de investigación. Una tendencia exige que los científicos no se despeguen de los hechos, diseña experimentos que confirmen con claridad una u otra de dos alternativas en conflicto, y elude las especulaciones de largo alcance. Se le puede llamar la tendencia aristotélica. Otra tendencia estimula la especulación y se muestra dispuesta a aceptar teorías cuya relación con los hechos es indirecta y compleja. Llamémosle la tendencia platónica. No es sorprendente la existencia de diversas direcciones dentro de una empresa global. Por el contrario, sería extraño que grandes grupos de gentes apasionadas e imaginativas, que desdeñan la autoridad y hacen de la crítica una guía para la investigación, se suscribieran a un único punto de vista. Lo que sorprende es que casi todas las tendencias que se desarrollan dentro de las ciencias, incluyendo al aristotelismo y el platonismo extremos, produjeran resultados no sólo en campos particulares, sino en todas partes. Existen ramas altamente teóricas en la biología y partes muy empíricas en la astrofísica. El mundo es algo complejo y tiene muchas aristas. […] Hay muchos resultados, especulaciones y tentativas de especulación fascinantes, y ciertamente vale la pena conocerlos. Pero mezclarlos todos juntos en una única visión del mundo “científica” coherente (procedimiento éste que cuenta incluso con la bendición del papa)(3) es ir demasiado lejos. Después de todo, ¿quién puede decir que el mundo que se resiste tan vigorosamente a

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la unificación es en realidad como los educadores y los metafísicos quieren que sea: ordenado, uniforme, idéntico en todas partes? Además, un apaño como éste elimina aquellos conflictos que hicieron avanzar la ciencia en el pasado y que si se perpetúan seguirán inspirando a sus practicantes.

Llego ahora a la segunda pregunta, un estatus especial, ¿para quién? No quiero decir que las consideraciones de estatus (verdad, realidad) hayan de ser necesariamente relativistas. Pero las consideraciones sociales tienen importancia y a veces han hecho avanzar la causa de la ciencia. Considérese el siguiente ejemplo (que implica consideraciones de largo alcance que parten de datos limitados). Al igual que los científicos modernos, los filósofos jonios de la naturaleza (Tales, Anaximandro, Anaxímenes) buscaron principios simples detrás de la diversidad de fenómenos. Hoy los principios buscados son teorías o leyes. En la Grecia antigua eran sustancias. De acuerdo con Tales el agua era la base de todas las cosas. Esto no es tan inverosímil como parece. Los griegos, que vivían “alrededor del Mediterráneo como ranas alrededor de un charco”, podían ver cómo el agua se transformaba primero, en niebla, luego en aire y tal vez incluso en fuego (el rayo). El agua congelada era sólida (tierra) y además, en todas partes el agua era necesaria para que hubiese vida. Empleando un principio de simetría, Anaximandro objetó que el fuego, la tierra y el aire parecían ser tan importantes como el agua, lo que significa que la sustancia básica debe ser diferente a todos los elementos, aunque capaz de convertirse en ellos dentro de circunstancias específicas. Anaximandro lo denominó apeiron: lo ilimitado. Parménides señaló luego que el ser era aún más fundamental (el agua es, el fuego es, el apeiron es, todos ellos son formas del ser) ¿qué puede decirse del ser? Que es y que el no ser no es. Nótese que la afirmación EL SER ES (estein en el griego de Parménides) fue el primer principio de conservación de occidente: afirmaba la conservación del ser. Aceptando este argumento podemos inferir que el cambio no existe: el único cambio posible es el que va del ser al no-ser; el no-ser no existe, por lo que no hay

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cambio. ¿Qué pasa con las diferencias? La única diferencia posible es entre el ser y el no-ser: el no-ser no existe, por lo que el ser en cualquier parte es el mismo. Pero ¿no percibimos nosotros el cambio y la diferencia? Sí, lo hacemos, lo que muestra que el cambio y la diferencia son apariencias, quimeras. La realidad no cambia. Ésta fue la primera y más radical teoría del conocimiento (occidental). No es del todo ridícula: la ciencia del siglo XIX hasta, e incluyendo a, Einstein también desvalorizó el cambio: Hermann Weil escribe:

El mundo de la relatividad simplemente es, no sucede. Sólo para la contemplación de la conciencia que trepa por el alma de mi cuerpo, una sección de este mundo cobra vida como una imagen fugaz en el espacio que cambia continuamente en el tiempo.(4)

El atomismo antiguo se puede ver como un intento de acortar la distancia entre la física básica (el ser es) y el sentido común. Leucipo y Demócrito retuvieron una parte de la teoría de Parménides (los átomos son minúsculos fragmentos del ser parmenidiano) y rechazaron otra (el no-ser existe y es idéntico al espacio). No hubo refutación. Después de todo, Parménides había probado que el cambio era aparente y no se puede refutar una teoría sobre las cosas reales confrontándola con las apariencias. El propósito era más bien adaptar la física a ciertas tendencias sociales (como la tendencia a considerar el cambio como algo muy importante). En Aristóteles este propósito se declara en forma explícita: lo real es lo que tiene un papel básico en la vida que queremos llevar. La segunda pregunta equivale ahora a lo siguiente: ¿estamos preparados para contemplarnos a nosotros de la manera que sugieren los científicos o preferimos hacer del contacto personal, la amistad, etc., la medida de nuestra naturaleza? Nótese que lo que aquí se requiere es una decisión personal (social), no un argumento científico. Los instrumentalistas explican cómo es que podemos tener la tarta, es decir, cómo podemos seguir manteniendo las ideas comunes (las ideas religiosas, por ejemplo), y comérnosla al mismo tiempo (es decir, sacar provecho de los resultados

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prácticos de la ciencia).

Tercera pregunta: ¿Qué queremos decir cuando hablamos de estatus? La normal popularidad, es decir, el conocimiento de los resultados principales y la admisión de que son importantes, sería una medida. Ahora bien, es verdad que a pesar de movimientos periódicos de atracción y de rechazo de las ciencias, éstas mantienen su elevada reputación entre el público general. O, para ser más precisos, no son las ciencias, sino el monstruo mítico “ciencia” (en singular, en alemán parece todavía más impresionante: Wissenschaft). Pues la llamada “gente culta” parece asumir que los logros sobre los que leen en las instructivas páginas de sus periódicos y las amenazas que parecen percibir provienen de una única fuente y se producen mediante un procedimiento uniforme. He intentado explicar que la práctica científica es muy distinta. Tomando además en consideración que el 10% de los alemanes promedio aún creen en una tierra inmóvil, que un tercio de todos los adultos creen que todo en la Biblia es cierto en sentido literal,(5) que una página publicitaria de una nueva revista, Public Understanding of Science, contiene el siguiente pasaje:

Las encuestas anuales muestran una y otra vez un abismo muy grande entre las actitudes públicas y los avances científicos. De una encuesta Gallup encargada este verano [1991] surge el cuadro de una población que no sólo confiesa su ignorancia sino también una falta sustancial de preocupación por los grandes descubrimientos que transforman la vida cotidiana.

y que la población a la que se refiere es la clase media de occidente, no campesinos bolivianos (por ejemplo), llego a la conclusión de que la popularidad difícilmente se puede considerar como una medida de excelencia. ¿Qué hay de las ventajas prácticas? La respuesta es que la “ciencia” a veces funciona y otras no, pero que todavía tiene la suficiente movilidad para transformar el desastre en triunfo. Puede hacer esto porque no está atada a métodos o visiones del mundo concreto. El

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hecho de que un enfoque o una materia (la economía, por ejemplo) sea “científico” en conformidad con algún criterio abstracto no es, en consecuencia, una garantía de que vaya a alcanzar su objetivo. Cada caso debe ser juzgado por separado, en particular hoy, cuando la inflación de las ciencias ha añadido algunas actividades más bien dudosas a lo que solía ser una empresa sobria.(6) Por último, el problema de la verdad permanece irresuelto. El amor a la verdad no es uno de los motivos más fuertes que llevan a sustituir lo que verdaderamente ha sucedido tras un relato racionalizado, o para expresarlo de manera menos cortés, el amor a la verdad es una de las motivaciones más fuertes que llevan a que uno se engañe a sí mismo y a los demás. Además, la teoría cuántica parece mostrar, de la manera precisa, qué les gusta a los admiradores de la ciencia, que la realidad o bien es una, lo cual quiere decir que no existen observadores y cosas observadas, o es plural, incluyendo a los teóricos, los experimentadores y las cosas que ellos descubren, en cuyo caso lo que se encuentra no existe en sí mismo sino que depende del procedimiento seleccionado.

Llego a la última pregunta: ¿cuáles son las otras visiones que se están tomando en consideración? En mi charla pública cité un pasaje de E. O. Wilson.(7) Dice lo siguiente:

[…] la religión […] resistirá durante mucho tiempo como una fuerza vital en la sociedad. Como el gigante mítico Anteo, que recibía la energía de su madre, la tierra, la religión no puede ser derrotada por aquellos que pueden derribarla. La debilidad espiritual del naturalismo científico se debe al hecho de que no posee esa fuente primaria de poder […] Por lo que ha llegado el momento de preguntar: ¿existe alguna manera de poner el poder de la religión al servicio de la nueva gran empresa?

Para Wilson la característica principal de las alternativas es que tienen poder. Considero esto como una característica algo estrecha. Las visiones del mundo también responden a preguntas que más tarde o más temprano surgen en todo ser humano sobre los orígenes

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y los fines. Las respuestas a estas preguntas estuvieron al alcance de Newton y Kepler y fueron utilizadas por ellos en su investigación. Hoy ya no están al alcance, al menos no dentro de las ciencias. Forman parte de las visiones del mundo no científicas que por lo tanto tienen mucho que ofrecer, también a los científicos. Cuando la civilización occidental invadió el Oriente, el Próximo y el Lejano, y lo que hoy se denomina Tercer Mundo, impuso sus propias ideas de un medio conveniente y de una vida provechosa. Al hacer esto, dio al traste con modelos delicados de adaptación y creó problemas que no existían antes. La decencia humana y una apreciación de las muchas formas en que los seres humanos pueden vivir con la naturaleza han forzado a los agentes del desarrollo y de la salud pública a pensar de una manera más compleja o, como algunos dirían, relativista. Algo que concuerda plenamente con el pluralismo de la propia ciencia. Para resumir: no existe la “visión científica del mundo”, del mismo modo que la “ciencia” no es una empresa uniforme, excepto en las mentes de los metafísicos, maestros de escuela y científicos cegados por los éxitos de su propio gremio particular. Con todo, hay muchas cosas que podemos aprender de las ciencias. Pero también podemos aprender de las humanidades, de la religión y de los remanentes de tradiciones antiguas que han sobrevivido a la embestida de la civilización occidental. Ningún campo es unificado y perfecto, y pocos campos resultan repulsivos y absolutamente carentes de méritos. No hay un principio objetivo capaz de hacer que nos dirijamos del supermercado “religión” o del supermercado “arte” hacia el más moderno, y mucho más caro supermercado de la “ciencia”. Además la búsqueda de una guía como esa estaría en conflicto con la idea de la responsabilidad individual que, según se dice, es un ingrediente importante de la época “racional” o científica. Muestra miedo, indecisión, un anhelo de autoridad y un desprecio hacia las nuevas oportunidades que ahora existen. Podemos construir visiones del mundo sobre la base de la elección personal y de este modo unir, para nosotros mismos y nuestros amigos, lo que separó el chovinismo de grupos concretos.

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Por otra parte, podemos estar de acuerdo en que a un mundo lleno de productos científicos se le puede conceder un rango especial del mismo modo que lo tuvieron los generales y los secuaces en época de desórdenes sociales o los curas cuando ser ciudadano coincidía con ser miembro de una iglesia. También podemos estar de acuerdo en que apelar a una quimera puede tener consecuencias políticas importantes. En 1854 el comandante Perry acudió a la fuerza para abrir, con fines comerciales y de aprovisionamiento, los puertos de Hakodate y Shimoda a los barcos estadounidenses. Estos acontecimientos demostraron la inferioridad militar de Japón. Los miembros de la ilustración japonesa de comienzo de la década de 1870, Fukuzawa entre ellos, pensaron entonces lo siguiente: Japón sólo puede mantener su independencia si se hace más fuerte. Sólo se puede hacer más fuerte con la ayuda de la ciencia. Hará un uso efectivo de la ciencia no sólo si la practica, sino también si cree en la ideología que subyace a ella. Para muchos japoneses tradicionales esta ideología –“la visión del mundo científica”– era bárbara. Pero, como argumentaban los seguidores de Fukuzawa, era necesario adoptar métodos bárbaros, considerarlos como avanzados, para introducir toda la civilización occidental con el fin de sobrevivir.(8) Instruidos de este modo, los científicos japoneses se ramificaron tal y como sus colegas occidentales ya habían hecho antes que ellos y falsearon la ideología uniforme que había dado comienzo al proceso. La lección que extraigo de esta secuencia de acontecimientos es que una “visión científica del mundo” uniforme puede ser útil para la gente que se dedica a la ciencia: les da una motivación sin comprometerlos en absoluto. Es como una bandera. Aunque presenta un único diseño lleva a las personas a hacer cosas muy diferentes. No obstante, es un desastre para los forasteros (filósofos, místicos frívolos, profetas de una nueva era, el “público culto”), quienes, sin perturbarse por las complejidades de la investigación, tienden a dejarse engañar por el cuento más soso e ingenuo.

(1) Publicado en Jan Hilgevoord (comp.), Physics and View of the World, Cambridge,

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Cambridge University Press, 1994, págs. 135-148. […]

(2) Dennis Dieks, “The Scientific View of the World: Introduction”, en Physics and Our View of the World, Jan Hilgevoord (comp.), Cambridge, Cambridge University Press, 1994, págs. 61-78.

(3) Véase el mensaje del papa Juan Pablo II en ocasión del tercer centenario de los Principios de Newton, publicados en John Paul II on Science and Religión, R. J. Russell, W. R. Stoeger S.J. y G. V. Coyne (comps.), Vaticano, Vatican Observatory Publications, 1990, en part. M6 y sigs.

(4) Hermann Weil, Philosophy of Mathematics and Natural Science, Princeton, Princeton University Press, 1949, p. 116.

(5) International Herald Tribune, 21-25 de diciembre de 1991, p. 4.

(6) Los consejeros gubernamentales comprendieron esto cuando desapareció la euforia de la posguerra. “La idea de una ciencia política global fue abandonada gradualmente. Se comprendió que la ciencia no era una empresa única sino muchas y que no podía haber una única política para el apoyo de todas ellas” (Joseph bin-David, Scientific growth, Berkeley y Los Ángeles, University of California Press, 1991, p. 525).

(7) E. O. Wilson, On Human Nature, Cambridge, Harvard University Press, 1978, 192 y sig.

(8) Más información en Carmen Blacker, The Japanese Enlightenment, Cambridge, Cambridge University Press, 1969. Para el trasfondo político véase Richard Storry, A History of Modern Japan, Harmonsworth, Penguin, 1982, caps. 3 y 4.

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