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1 TENUE ES LA MARGEN DEL OLVIDO El agua habita la cultura humana, elemento excepcional y cotidiano, por las ideas que sugiere simbolizó el movimiento y la vida. Hoy día nos es tan accesible y habitual que fácilmente olvidamos su importancia y su pasado. ¿Qué puede significar para nuestros ciudadanos la que sale del grifo más allá del confort y de la higiene, qué valor otorgan a lo que trae o a lo que arrastra más allá de la facilidad de tomar, limpiar y evacuar?. El agua «a domicilio» es hoy una realidad tan arraigada que nos es difícil pensar en una aglomeración sin esta comodidad, pero esto no fue la regla de nuestros pueblos y ciuda- des hasta hace pocas décadas. Es este siglo, y en particular el último cuarto, que ha visto la generalización de su suministro en nuestros hogares, trivializando la relación del hom- bre con el agua. Hoy día es difícil concebir su compleja dimensión que, lejos de limitar- se a sus funciones utilitarias, también jugaba un papel capital en la sociabilidad ciu- dadana, así como un rol ornamental y simbólico “fundamental”. Las transformaciones de lugares de agua han sido tan radicales que inducen al visitante y al lugareño a la con- fusión, imaginando formas de vida que nunca fueron y descargando otras en el olvido. La memoria de funciones y valores no ha sobrevivido a dos generaciones: cauces ente- rrados, cañas obstruidas, manantiales contaminados, pozos cegados, hontanares y albuheras convertidos en vacies, turnos de riego despreciados, fuentes sin otro papel que el del ornato banal -sin otra connotación espacial que la de la rotonda que aligera la vista del automovilista apresurado-. Las representaciones mismas del agua se han desplazado. La memoria del agua es efímera. No pueden despertarla solamente las rehabilitaciones aisladas de fuentes y lava- deros, acequias y presas, norias, molinos y albercas, la mayor parte de las veces recons- trucciones yertas. No son tanto los edificios como los valores por los que existieron. Qué significaron, qué pueden aún significar. El vacío, tanto más que la ruina, manifiesta una presencia dolida, apremia darle sentido, no reconstruir la ausencia. Más vale la desapa- rición que la refección deshabitada. 1 1 LA MEMORIA DEL AGUA (Valores, usos y representaciones del agua en las ciudades del Sur) Pedro A. CANTERO Antropólogo. G.I.S.A.P. Universidad de Sevilla A Mar y Marina en la esperanza del agua

La Memoria del Agua

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Nuestro amigo y paisano, Pedro A. Cantero, ha sido uno de los etnólogos que más profundamente ha estudiado el agua en la sierra. En este escrito, publicado en 1998, pertenecía al GISAP de la Universidad de Sevilla. Sea este el primero de los textos de Pedro que difundamos desde la Asociación Lieva en esta página

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1 TENUE ES LA MARGEN DEL OLVIDO

El agua habita la cultura humana, elemento excepcional y cotidiano, por las ideas quesugiere simbolizó el movimiento y la vida. Hoy día nos es tan accesible y habitual quefácilmente olvidamos su importancia y su pasado. ¿Qué puede significar para nuestrosciudadanos la que sale del grifo más allá del confort y de la higiene, qué valor otorgan alo que trae o a lo que arrastra más allá de la facilidad de tomar, limpiar y evacuar?. Elagua «a domicilio» es hoy una realidad tan arraigada que nos es difícil pensar en unaaglomeración sin esta comodidad, pero esto no fue la regla de nuestros pueblos y ciuda-des hasta hace pocas décadas. Es este siglo, y en particular el último cuarto, que ha vistola generalización de su suministro en nuestros hogares, trivializando la relación del hom-bre con el agua. Hoy día es difícil concebir su compleja dimensión que, lejos de limitar-se a sus funciones utilitarias, también jugaba un papel capital en la sociabilidad ciu-dadana, así como un rol ornamental y simbólico “fundamental”. Las transformacionesde lugares de agua han sido tan radicales que inducen al visitante y al lugareño a la con-fusión, imaginando formas de vida que nunca fueron y descargando otras en el olvido.La memoria de funciones y valores no ha sobrevivido a dos generaciones: cauces ente-rrados, cañas obstruidas, manantiales contaminados, pozos cegados, hontanares yalbuheras convertidos en vacies, turnos de riego despreciados, fuentes sin otro papel queel del ornato banal -sin otra connotación espacial que la de la rotonda que aligera la vistadel automovilista apresurado-.

Las representaciones mismas del agua se han desplazado. La memoria del agua esefímera. No pueden despertarla solamente las rehabilitaciones aisladas de fuentes y lava-deros, acequias y presas, norias, molinos y albercas, la mayor parte de las veces recons-trucciones yertas. No son tanto los edificios como los valores por los que existieron. Quésignificaron, qué pueden aún significar. El vacío, tanto más que la ruina, manifiesta unapresencia dolida, apremia darle sentido, no reconstruir la ausencia. Más vale la desapa-rición que la refección deshabitada.1

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LA MEMORIA DEL AGUA(Valores, usos y representaciones del agua en las ciudades del Sur)

Pedro A. CANTERO

Antropólogo. G.I.S.A.P.Universidad de Sevilla

A Mar y Marinaen la esperanza del agua

Toda aglomeración hizo del agua una de sus peculiaridades, los modos de suminis-tro imprimieron formas diferenciadas de las que algunas se convirtieron en la imagenmisma de la ciudad. Desde tiempos remotos y con el fin de abastecer a los grandes asen-tamientos, se ingeniaron sistemas complejos, para los que fueron necesarios artefactosde elaborada técnica. Desde la antigüedad, se construyeron pantanos, ruedas, canales yacueductos de tamaño colosal. Tres sistemas abastecieron la ciudad romana de Mérida,la presa de Cornalbo, la de Proserpina y las captaciones subterráneas del paraje de LasTomas. Conducciones atrevidas procuraban lo necesario para las necesidades domésti-cas, así como para alimentar jardines, baños, batanes y otros ingenios necesarios a laindustria emeritense. Funcionaron ruedas elevadoras de varios tipos, como aquella de LaAlbolafia de Córdoba, construida en el siglo XII por el emir Tasufín, cuyo tamaño impre-sionante (15 metros) hizo que fuera escogida en el siglo XV como emblema de la ciu-dad. En Serpa, pequeña ciudad del Alentejo, se halla un hermoso ejemplar de triple ruedacon rosario de arcaduces. Movida por fuerza animal, levantaba el agua hasta un acue-ducto que apoyado en la muralla suministraba al palacio de los Melos. Para mí esas solasimágenes encierran a cada una de sus ciudades, cuando las sueño, en ellas las reconduz-co, mientras que pocos ingenios actuales esposan la ciudad hasta identificarse con ellos.Ocurre algo parejo en lo que concierne a las construcciones más inmediatas que amue-blan sin dar cobijo, hoy nos han desposeído de las fuentes hasta hacerlas inhabitables,nos han arrebatado el agua. Como bien dice Ivan Illich se trata de otra agua, no del H2O,sino “la necesaria para soñar una ciudad como un lugar para morar”.(1989, p.29)

2 POZAS, ALGIBES Y FUENTES

En el pasado, de todas las construcciones hidráulicas el pozo, el aljibe y la fuente fue-ron las más próximas al ciudadano, los dos primeros confundidos en un mismo sentir elagua tranquila, la segunda como triunfo manifiesto del agua viva2 representó a menudoel orgullo de toda una sociedad, organizó su espacio, se erigió en su símbolo. El uso lejosde amainarlo reforzó su valor, uno y otro la conformaban como partes de un ser indivi-sible. El pozo y la fuente habitaron entre los hombres, elemento fundamental para susvidas, se los cuidó como a seres entre todos querido; al construir sobre ellos no se per-dió de vista su función primera, su carga alegórica, ni su vinculación con la comunidad.

En el sur, el aljibe y el pozo representaron la forma más corriente de captación urba-na. La mayor parte de ellos fueron privados; medianeros y sencillos en las casas modes-tas, centrados en el patio y con formas elaboradas, en las casas acomodadas. Protegidospor brocales de piedra, cerámica, hierro o fábrica de ladrillo y argamasa, a veces se lesañadía una pileta para que el ganado pudiese abrevar, o un lavadero, cuando no los dos.No sólo permitían que las tareas domésticas fueran más llevaderas, sus alrededores eranlugares de frescor donde macetas y recipientes recreaban el oasis. Existieron pozos yalgibes públicos que surtían un barrio y de los que el vecindario cuidaba. Eran, como lasfuentes, lugar de reunión y palabreo.

Pero fue sobre todo el pozo a quien se le dotó de vida, fue un habitante más de lacasa, su estado preocupaba como podía hacerlo el de un ser vivo. Se hablaba de su del-gadez o de su gordura, de su vida profunda que el galápago a veces encarnaba. En cier-to modo el animal era el garante de la pureza de sus aguas, el guardián de aquellas pro-

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fundidades. En lo hondo se abandonaban objetos, como forma de continuar su existen-cia entre los hombres. Cercanos y olvidados, allí quedaban medallones, llaves, bolin-ches, monedas, desencantos...

Su omnipresencia le hacía ser cuidado y temido como si se tratase de una criaturaambigua. Todo pozo estaba habitado. Con el fin de alejar a los niños del peligro se lesasustaba con seres ocultos, o pequeños monstruos. Pero el temor era de todos comparti-do, María del Valle (1987), poeta de Chucena, resume en pocos versos la relación de lamujer y el pozo, como en un encantamiento, ese latir de vida y amenaza de muerte, esesaberlo vecino, vivo y ávido:

“Alguien lo sembró allí,/ tan vertical y fiero,

como hundido mar acorralado,/ donde la muerte fluye

y se avecina/ para invitar al fondo.

Niños sedientos, manos de todos los galápagos,/ monedas

con la inscripción del miedo,/ enajenan el agua.

Basta mirar/ para sentir el eco de las sombras,

el imán que proponen sus espejos

y el vértigo feroz que la mente recorre.

Ampárame brocal de tu soberbia.

De tu estrecho/ bajar/ definitivo”.

Manos negras, garras, o seres ambiguos que inquietaban por su insaciable deseo deatraernos, el pozo no dejaba a nadie indiferente. A la manera de las entrañas dormidasdel hogar se hacía tan doméstico que era necesario recordar su acecho... Mirarse en susadentros era el hondo peligro del que había que librarse, aquel espejo profundo cautiva-ba hasta el punto de sentirlo como un hechizo irreversible3, atracción que la poeta expre-sa con veracidad.

En cuanto a la fuente, y hasta bien mediado este siglo, jugó en la ciudad una triplefunción, punto de abastecimiento, lugar de sociabilidad, y ornamento cívico; de las trestan sólo esta última sigue teniendo ese papel en el urbanismo actual, más como elemen-to de un decorado teatral lejano que como ánima vecinal ordenadora del espacio. Sevillailustra bien este caso. Écija4 sin embargo ha sabido preservar ese aderezo conjugando eladorno y la sociabilidad, aun hoy día, sus fuentes están al alcance de todos, no ya por lanecesidad del suministro sino por la inmediatez del goce.

Como punto de abastecimiento las fuentes abundaron en los descansaderos de lasveredas o a la entrada y salida de los núcleos urbanos, como surtidores de agua para faci-litar el viaje. Todas ellas contaban con un elemento para el suministro humano dondeafloraban los caños, y de abrevaderos para el ganado. Algunas, cercanas a los núcleos dehabitación, solían estar dotadas de un tercer elemento, el lavadero. A menudo las aguasterminaban en una charca, o una alberca, que permitían el riego de alguna huerta, elsuministro energético para molinos y manufacturas, sin contar que las hubo adaptadaspara servir también de baña al ganado chico, especialmente el de cerda. Era frecuenteencontrar en la fuente principal de un pueblo una referencia conmemorativa o una alu-

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sión a lo sagrado (cuando no las dos a la vez). Algunas organizaron el espacio atrayen-do hacia ellas la ciudad toda o ajustando desde el inicio la perspectiva urbana.

La estructura del conjunto asume comúnmente el buen funcionamiento de los distin-tos usos. Con la nueva construcción se pretende representar dignamente la comunidad,como dice Lemeunier (1995, p. 14) : “Tan pronto como la comunidad se lo puede per-mitir, el esquema se complica : la pared de distribución se hace frontispicio, el aguabrota por la boca de unas máscaras, el pilar se vuelve columna u obelisco, algún bulboo estatua remata el conjunto... Y esta decoración transmite un mensaje... Implícita o for-malmente, celebra el evergetismo de algún notable, de las autoridades municipales, delgobierno o del régimen”.

El edificio reviste entonces una importancia simbólica excepcional, a la bondad de lasaguas y a la sociabilidad que genera se une el aspecto monumental y conmemorativo quecon la iglesia y la alcaldía son los monumentos de la comunidad que la simbolizan y repre-sentan. A menudo, termina viéndose englobada en el casco urbano ordenando el espaciohasta formar una plaza. La idea de plaza asociada a la fuente acaba por ser un tópico de orde-namiento urbanístico, para entonces la fuente ya no es un mero edificio funcional.

Durante el Renacimiento, y sobre todo en el Siglo de las Luces, las obras hidráulicasse privilegiaron como uno de los factores de progreso, pero hasta finales del siglo XIXno hubo en los pueblos del antiguo Reino de Sevilla una política municipal que consi-derara el agua pública como elemento esencial para el desarrollo y la higiene. Si hastafinales del siglo XIX gozar de agua corriente era un bien raro que se limitaba a las casasnobiliarias y grandes conventos, es también tardía la aparición de la fuente en la plazaprincipal, cuando no estuvo desde el origen de la población. Captar y canalizar el aguahasta el mismo corazón del pueblo se puede considerar una gracia de cabildos ricos eilustrados o fruto de una conquista.

En la provincia de Córdoba, Priego es un caso particularmente significativo por haberhecho de su espacio de agua una fuente inmensa, mezclando estilos de diferentes épocashasta convertirse en un ejemplo peculiar, pues aúna en un mismo conjunto una fuente santay saludable, un fontanar utilitario y una rivera suntuaria. Configurada esta última por tresestanques de formas y dimensiones diversas. Además de sus ciento treinta y nueve caños,nos sorprenden las cascadas y las numerosas alegorías que hacen del recinto un breviariomitológico. El caso de Priego no deja de sorprender, como obra pública hecha para el delei-te, el ornato, el suministro doméstico y el riego de sus huertas. Verdadera agua soñada queda vida y la evoca en un incesante fluir como una matriz inagotable5.

3 SOCIABILIDAD DE LA FUENTE

En la mayor parte de los pueblos y ciudades, pese al posible aguador, el transportedel agua fue tarea de mujer, la faena del agua incumbía a la población femenina humil-de, hubo aguadoras en gran número que no sólo abastecían penosamente sus propiascasas sino la de los pudientes. Paradójicamente esta faena hizo de la fuente un lugar cen-tral de sociabilidad.

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Su profunda ambigüedad permitió reunirse a un público diverso, en una misma área.Si esto ya no es hoy día algo obvio, debemos tener en cuenta que, en una sociedad en laque la separación de géneros se inscribía en el espacio, este lugar facilitaba el encuentroentre hombres y mujeres. Los usos múltiples y bien repartidos hacen de la fuente uno delos elementos urbanos más dinámicos. En los caminos como en los pueblos, en los abre-vaderos, así como en las albercas de riego, espacios masculinos por excelencia, se cru-zaban gañanes, arrieros, molineros, hortelanos, buhoneros, aguadores, tratantes, (...) locual daba lugar a encuentros ordinarios o insólitos, a fricciones, tratos, arreglos o sim-ples saludos e intercambios sobre el estado del ganado, del cielo, o de la tierra. La fuen-te y los lavaderos sirvieron de ágora a las mujeres, allí se enconaban o solucionaban con-flictos, se daba libre curso a la palabra. Ambos se hallaban a menudo dentro de recintosbien marcados, la fuente podía resultar un “salón” con gradas y bancos que permitían elacceso y la espera, en cuanto a los lavaderos, se fueron enriqueciendo con elementosfuncionales que facilitaban la estancia y las tareas de lavado. Si en ciertos momentos lafaena primaba sobre el resto, había otros en los que ir a la fuente servía de pretexto paraencontrarse. La sociabilidad que generaban preocupó a las autoridades hasta el punto deconsiderarla uno de los posibles focos de desorden: “se trata (...) de defender en torno ala fuente la moral pública que amenaza con perturbar la concurrencia de los dos sexoso, mejor dicho, el espectáculo del trabajo femenino en los transeúntes. Las ordenanzaslocales reflejan esta doble preocupación y dedican numerosas disposiciones al mante-nimiento de la pureza física de la fuente y de las reglas morales para su frecuentación”.(Lemeunier 1995, p. 13)Esta concurrencia dio a algunas una importancia capital en elordenamiento urbanístico y, como ya se ha dicho, ocurrió con frecuencia que de hallar-se en los arrabales pasaron a encontrarse, con el paso de los años, en el centro de lapoblación y se convirtieran en uno de los mejores ornatos del pueblo.

El caso de Galaroza es una muestra de esta evolución. La Fuente de los Doce Cañosfue antiguamente un amplio manantial a las afueras del pueblo, bordeado de lanchas, dedonde las mujeres sacaban el agua. Con el remanente abrevaba el ganado, se proveíanunos lavaderos, se regaba un extenso pago de huertas y se accionaban varios molinos. Afinales del XIX se remodela el conjunto procediendo a la construcción de tres espaciosbien diferenciados: fuente, abrevadero y lavadero, de los que la fuente adquirió un aspec-to privilegiado. Recinto asalonado en forma de lira, con dos amplios bancos y solería demármol blanco, rematado por un frontón monumental, coronado por dos damas recosta-das sobre un blasón romántico. Un escudo borbónico preside el frontispicio y por deba-jo una lápida recuerda al edil y a la patrona: “Fuente de Ntra. Sra. del Carmen./Costeada por el pueblo en 1889, siendo/ alcalde D. Rafael Martínez Chaparro”. Peronadie la llamó con ese nombre, la gente la conoce por sus doce magníficos caños debronce de los que brota un considerable caudal.

Se realzó su perspectiva con una alameda enalteciendo así el edificio. Aquel lugarllamado Los Álamos, se convirtió en pocas décadas en el verdadero núcleo de la pobla-ción. Allí se cumple, probablemente desde entonces, una fiesta peculiar de exaltación delagua, los Jarritos, que reúne año tras año hombres y mujeres en un combate metafóricoy lúdico como celebración de un caudal que no acaban de consentir urbanizado, año trasaño se libran al goce del agua, se desnudan en un baño de ordinario imposible. Lo queantes fue un desafío a la moral cristiana hoy sigue siéndolo a las reglas urbanas.6

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4 LA LUCHA POR EL AGUA

Galaroza, Priego, Alicún, Pegalajar, Castril, Alcalá de Guadaira, (...) son numerososlos pueblos andaluces que vivieron por y para el agua. El agua les hizo, a ella le debensu cultura, su manera de sentir y pensar la vida, su antigua fortuna, sus formas de creery de relacionarse, su goce y su trajín. Todos ellos tienen su espacio marcado por lahidráulica, las lievas ajustadas al terreno, presas, saltos, molinos, fábricas y un paisaje dehuerta pueden leerse a pesar del abandono. Mas la mayoría han renunciado a ser con elagua. Es también cierto que pocos han conocido el sufrimiento de ver partir para siem-pre lo que fue su razón de existir, y aún menos los que hicieron de esta ausencia objetode lucha y esperanza. Pegalajar es en esto ejemplar por no haber perdido ánimo y hacerde la ausencia la conciencia colectiva de un pueblo. La lucha por el acuífero se convir-tió en un proceso de aprendizaje, que dinamizó proyectos de rehabitación de un lugarque los técnicos consideraban irremediablemente perdido.

Un manantial en la falda de una ladera árida dio lugar a una forma de cultivo heroi-ca, donde el hombre llevó la tierra al agua, creo bancales de tosca, los llenó de tierra,canalizó y distribuyó sabiamente, cultivó y colectó. Con el remanente alimentó almaza-ras y fábricas, movió molinos, en definitiva creó riqueza entre riscos que sólo servían derefugio.

La Fuente de la Reja o Fuente Vieja organiza un espacio complejo. Desde su cabe-cera una imagen sagrada preside el nacimiento, allí se construyó una ermita que le diocobijo. Al manantial se descendía por unas gradas, hoy desaparecidas, para sacar lonecesario al uso doméstico. El caudal se acopia en un estanque de regulación, laguna quesobrecoge a quién sube por primera vez. La charca fue lugar de almacenamiento y dedeleite. Además de alimentar el sistema, también servía como balneario para lugareñosy forasteros, ir a tomar baños fue una de las actividades del estío; alrededor de la char-ca se faenaba y se gozaba.

Hacia abajo las acequias distribuían otras hijuelas para regar la huerta; una de las ace-quias madre surtía un lavadero, alimentaba una fábrica de jabón, proveía alguna alma-zara, y servía caudal a varios molinos.

Esta perfección de medios, esta ajustada economía del agua creó fecundidad y forjóla cultura de todo un pueblo.

Con la sobreexplotación del acuífero en tiempos de sequía, la fuente dejó de manar,la charca se secó, las acequias dejaron de funcionar y el sistema entero quedó como unesqueleto inútil sobre el que varios vertederos de alpechín ya presagiaban un futurodegradado y estéril.

A principios de los 90, un movimiento ciudadano hizo de la lucha por el manantialun proyecto colectivo con miras a reanudar tradición y cambió en un proceso de lentaconcienciación. El lema: Fuente, Charca y Huerta resumía la “consciencia” de unapoblación que no se resignaba a verse desposeída de su cultura.

Hoy rehabilitar no es otra cosa que rehabitar, crear de nuevo un lugar de vida. Fuente,Charca y Huerta, como un todo indisociable. Con el agua recobrada, se concreta un pro-

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yecto global de ecomuseo, que reúna instituciones, habitantes y agentes de la economíalocal. Su principal misión salvaguardar el acuífero, mostrar como se puede regular suraudal sin agotarlo, devolver al pueblo su razón de existir. Su principal idea, hacer de lafuente el foco que sirva de morada a lo divino y a lo humano, hacer de la charca un lugarde encuentro y recreo, verdadero espejo existencial de la comunidad. Su primer proyec-to: crear un elemento central en los antiguos lavaderos que no sólo acoja el caudal yreúna los objetos dispersos de la cultura del agua, sino también ofrezca salas de reunióny trabajo, una mediateca-biblioteca que apiñe documentos relacionados con aquella, unespacio de exposición polivalente,... en definitiva un lugar de acción e investigación soli-daria, un lugar para aprender y crear, para pensar, guardar, y tramar. El ecomuseo com-prenderá así mismo molinos recobrados y parte de la huerta, donde no sólo pondrán enfuncionamiento un sistema de molienda y producción de harina agrobiológica, sino quese cultivarán frutos con los que elaborar productos de calidad. Un sistema inteligente departicipación —la creación de pequeños núcleos de producción, escuelas talleres para larestauración y aprendizaje de técnicas artesanas—, empiezan a tomar cuerpo haciendode esta rehabilitación un ejemplo de como se puede habitar un espacio, de como se pue-den crear lugares en un mundo rural para el que sólo se pensó una muerte tranquila.

5 POR LA ENSOÑACIÓN DEL AGUA

El agua reaviva mi infancia, la memoria del agua da sentido a lo que fui, la esperan-za del agua ampara mi futuro. Entre las muchas cosas recuerdo ir a la fuente de mi pue-blo junto a mi abuela, el rumor de los caños la anunciaba sin verla. En los veranos, acom-pañarle en aquella faena era, más que un juego, la mejor manera de ser niño. A otros lesengaitaban los aparejos o los utensilios de labor, a mí, más que los recipientes, me atra-ía la ceremonia del agua. Aquellos chorros anchos, poderosos y blandos, el mar dondelas caballerías abrevaban, el sumidero siempre lleno de avispas, el lodo entre las piedras,los ruidos y el espectáculo de la fuente.

De los ruidos recuerdo el del agua cayendo en el pilar y el de su acelerado creci-miento en los cántaros, como un lamento que adivina la huida, el fluido silbar de losgañanes invitando a beber al «ganao», el de los morros de las bestias aflorando el agua,la frágil algarabía de las mujeres, o las breves palabras de galanteo.

Aquel espectáculo me ofrecía más variedad que todo lo que por otra parte conocía.El interés que le prestaba no podía comparársele a nada otro. El ser del agua forjó miaprendizaje, formas y continentes se trascendían. Qué mejor imagen del alma que unabotija llena, qué mejor guarida para el pensamiento que la panza de un jarro, qué mejormanera que el cantero, qué mejor susurro que el fluir. En las cosas del agua aprendí lohumano y lo divino.

Ya adulto fui desposeído del caudal, ninguna de las ciudades donde me fue dado vivirme permitió el ensueño del agua.

Roma me devolvió durante unos meses la familiaridad con las fuentes, aunque, cuan-do yo la conocí, ya no existieran la pluralidad de funciones que les daban vida. Entre loselementos esenciales de la ciudad barroca las fuentes, más que ningún otro, conseguían

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crear una mayor ilusión de Naturaleza, no ya por la diversidad que introducían sino porla presencia familiar del agua. Su presencia ablanda la dureza de la piedra, deshace losángulos afilados, habita los rincones, rompe la monotonía del muro.

Si Roma me fascinó, como ninguna otra ciudad, no fue tanto por sus monumentos,sino por el constante manar. Y si las grandes fuentes me asombraron fueron las más sen-cillas, que animaban las plazuelas o que rompían las fachadas ennegrecidas las que mealegraban el ánimo.

Desde mi primer viaje a Sevilla, dos cosas me atrajeron: la presencia obsesiva de losnaranjos y el decorado de sus fuentes. Fuentes y árboles se ofrecen fuera del tiempo,parecen estar ahí desde siempre. Por un momento creí haber encontrado la ciudad soña-da.

El primer encuentro fue con la de la rotonda que culmina la avenida de Cádiz, su grancandelabro de forja sobre chorros luminosos me pareció, en aquella noche de mayo, másque una farola, un insecto ufano. Esa misma noche entreví otras fuentes iluminadas,como figuras de escena. En mis primeros viajes ignoré que Sevilla escaseara en fuentespúblicas, tanto mis paseos de turista se tramaban entre ellas: El Callejón del Agua, Losjardines de Murillo, el Parque de María Luisa, Puerta Jerez, la Pasarela, Plaza de Cuba...

Sólo mucho más tarde me percaté del espejismo. Salvo unas pocas de construcciónantigua, como la Pila el Pato, hoy sin agua, o la de la Encarnación, que dicen llegó amanar leche, mistela y aguardiente, no están al alcance del transeúnte, viven lejanas einaccesibles como en un inmenso decorado virtual.

Al venir más detenidamente a la ciudad, fui sabiendo que el agua se encerraba en elinterior de ciertos edificios; allí vibraba con peculiar antojo. Disfruté de algunas fuente-cillas como se disfrutan los objetos en la intimidad, pero siempre fueron breves aquelloscontactos, al amparo de una visita, o de un olvido. Entonces hice míos los pasajes deOcnos en los que Cernuda evoca su densa presencia, y sin haberlas gozado habitual-mente, supe al entreverlas desde una puerta abierta, que allí esperaban como imposiblesamantes.

Pero, si exceptúo a Roma, Priego, Écija y alguna que otra villa o pueblo chico, quéotra ciudad me ofrece algo mejor, la ciudad ha perdido su relación con la fuente porqueal domesticar el agua ha considerado innecesarias sus otras funciones, ni símbolo mayor,ni lugar de sociabilidad y placer, ni punto de abastecimiento -aunque tan solo sirvierapara amainar la sed del paseante-, el agua al entrar en las casas se aleja paradójica e irre-mediablemente del ciudadano.

“El H 2O es una creación social de los tiempos modernos, un recurso que es escasoy que requiere un manejo técnico. Es un fluido manipulado que ha perdido la capacidadde reflejar el agua de los sueños. El niño de la ciudad no tiene oportunidades paraentrar en contacto con el agua viviente. El agua ya no puede ser observada: solo puedeser imaginada, reflexionando sobre una gota ocasional o un humilde charco”. (Illich,1989, pp. 125-126)

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Qué miedo profundo quiere alejar el agua del ciudadano en el espacio público, puedeque no sean tanto las razones de mantenimiento como la perversión radical que aquellaproduce, desviste, desnuda, y libera hasta hacernos otra vez silvestres, cuerpos libres, sinataduras, provoca un desorden de índole antiurbana. El miedo al borbollón caótico, aldeseo y a la burla. Nada resiste a la mojadura, todo el artificio se descoyunta. Los cuer-pos no pertenecen a la mascara, retoman las formas ocultadas por la ropa. No hay ciu-dadano desnudo, volvemos a la orilla primigenia del goce y del olvido. No somos ya loque parecemos, parecemos simplemente lo que somos.

Sin embargo, frente al rigor tecnicista que tiende a arrebatarnos el placer gratuitocreo necesario hacer vivo aquel lema del 68 francés “sous les pavés la plage”7, comoforma metafórica de reincorporar la totalidad compleja del agua para la ciudad y los ciu-dadanos. Creo necesario reivindicar el derecho de que habite la cultura humana, que sigasimbolizando el movimiento y la vida, que pueda procurar alegría y facilitar el encuen-tro, que sea la fiel compañera del gozo y de la melancolía.

Barr eduela del Valle, primer día de verano de 1998.

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NOTAS:

1 Siguiendo a Heidegger (1994. p.135) reconozco que“ nuestro pensar está habituado a estimarmuy pobremente el ser de la cosa”. La construcción se toma, de ordinario, al pie de la Técnica,sin tener en cuenta lo fundamental: construir implica habitar. Toda construcción debe tener comofin ser habitada, aun no siendo alojamiento, sí debe ser morada. El hombre la ocupaaunque nohabite,“si habitar significa únicamente tener alojamiento.”Hago mía la idea del filósofo queconcibe el habitar como“el fin que preside el construir” . (Ibídem, p. 128)

2 El agua viva fue el eslabón que unía al hombre con la esencia original y paradójicamente servíapara reanudar el lazo con la cultura. Se utilizaba tanto para facilitar el paso de la vida a la muer-te, o para integrar al recién nacido al mundo de los hombres, como para cumplir los rituales depurificación que desligaban del estadio anterior y de nuevo vírgenes entrar en los nuevos már-genes del tiempo o del espacio. El agua viva era tan necesaria a la comunidad por su fuerza sim-bólica como por su valor nutriente. Nos sacaba del limbo y nos disponía al regreso, nos salvabade la salvajía y nos reconducía una y otra vez a la humanidad.

3 Ese temor innomable, junto a las normas de higiene, han dado al traste con muchos de ellos,cegar el ojo del cíclope fue la manera de sacrificarlo. Saldo que sin mayor imaginación se gene-ralizó al urbanizar. Pero la sima sigue ahí, pozo ciego que guarda nuestra amnesia en la esperade librarnos un día la historia silenciada de numerosos hogares.

4 Écija representa una excepción en el reino de Sevilla, desde el Renacimiento y hasta nuestrosdías, supo dotar sus plazas con fuentes de bellas proporciones, facilitando el abastecimiento detodos los barrios y multiplicando los lugares de ornato y recreo. Prueba de gobiernos municipa-les esclarecidos, algo poco común en el resto del territorio sevillano.

5 Qué suerte para sus vecinos habitar con el agua, compartirla en sus quehaceres y en su ocio, dis-frutarla como uno de esos lujos preciados, de ordinario disponible para el uso exclusivo de lospoderosos.

6 Ni tan siquiera en época de sequía el despilfarro cesó, era la forma de hacer suyo el caudal, dedarle un sentido. El juego erótico refuerza esa apropiación fuera de toda norma, aun de las queordenan habitualmente el deseo. Puede que este jolgorio haya contribuido a dar un peso a la fuen-te de Doce Caños en la colectividad y que en cierto modo haya originado discusiones ediliciassobre el estado de las otras fuentes del municipio, recuperándose todas ellas hace pocos años allibre uso del vecindario.

7 “Bajo los adoquines la playa”, es algo más que un eslogan: la encarnación metafórica de la ciu-dad gozada. Cuando se construye la isla de la Cartuja para un evento de seis meses en el más crí-tico de los momentos de aquella sequía feroz que azotó el Sur durante largos años, entonces síse pensó en el agua como elemento central de aquella ciudad falsa. Bajo los adoquines debemosidear la playa, horadar las albuheras que se anegaron en muchos lugares para urbanizar a ciegas,descubrir los canales enterrados, abrir las fuentes, reinventar los espacios del agua antes de quelos aparcamientos y autovías esterilicen la ciudad. Sólo la utopía nos permitirá la esperanza.

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REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS:

BACHELARD, G. 1942, L’Eau et les rêves. Paris.

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LA MEMORIA DEL AGUA