480
La Tribuna Emilia Pardo Bazán

La tribuna - One More Library

  • Upload
    others

  • View
    9

  • Download
    0

Embed Size (px)

Citation preview

Page 1: La tribuna - One More Library

La Tribuna

Emilia Pardo Bazán

Page 2: La tribuna - One More Library

Prólogo

Lector indulgente: No quiero perder la buenacostumbre de empezar mis novelas hablandocontigo breves palabras. Más que nunca debomantenerla hoy, porque acerca de La Tribunatengo varias advertencias que hacerte, y asícaminarán juntos en este prólogo el gusto y lanecesidad.

Si bien La Tribuna es en el fondo un estudiode costumbres locales, el andar injeridos en sutrama sucesos políticos tan recientes como laRevolución de Setiembre de 1868, me impulsó asituarla en lugares que pertenecen a aquellageografía moral de que habla el autor de lasEscenas montañesas, y que todo novelista, chicoo grande, tiene el indiscutible derecho de for-jarse para su uso particular. Quien desee cono-cer el plano de Marineda, búsquelo en el atlas demapas y planos privados, donde se colecciona,

Page 3: La tribuna - One More Library

no sólo el de Orbajosa, Villabermeja y Coteru-co, sino el de las ciudades de R***, de L*** y deX***, que abundan en las novelas románticas.Este privilegio concedido al novelista de crear-se un mundo suyo propio, permite más libreinventiva y no se opone a que los elementostodos del microcosmos estén tomados, como esdebido, de la realidad. Tal fue el procedimientoque empleé en La Tribuna, y lo considero sufi-ciente—si el ingenio me ayudase—para alcan-zar la verosimilitud artística, el vigor analíticoque infunde vida a una obra.

Al escribir La Tribuna no quise hacer sátirapolítica; la sátira es género que admito sin po-derlo cultivar; sirvo poco o nada para el caso.Pero así como niego la intención satírica, no séencubrir que en este libro, casi a pesar mío, en-tra un propósito que puede llamarse docente.Baste a disculparlo el declarar que nació delespectáculo mismo de las cosas, y vino a mí, sinser llamado, por su propio impulso. Al artista

Page 4: La tribuna - One More Library

que sólo aspiraba retratar el aspecto pintorescoy característico de una capa social, se le presentópor añadidura la moraleja, y sería tan sistemá-tico rechazarla como haberla buscado. Porqueno necesité agrupar sucesos, ni violentar susconsecuencias, ni desviarme de la realidad con-creta y positiva, para tropezar con pruebas deque es absurdo el que un pueblo cifre sus espe-ranzas de redención y ventura en formas degobierno que desconoce, y a las cuales por lomismo atribuye prodigiosas virtudes y maravi-llosos efectos. Como la raza latina practica mu-cho este género de culto fetichista e idolátrico,opino que si escritores de más talento que yo locombatiesen, prestarían señalado servicio a lapatria.

Y vamos a otra cosa. Tal vez no falte quienme acuse de haber pintado al pueblo con cru-deza naturalista. Responderé que si nuestropueblo fuese igual al que describiesen Gon-court y Zola, yo podría meditar profundamente

Page 5: La tribuna - One More Library

en la conveniencia o inconveniencia de retratar-lo; pero resuelta a ello, nunca seguiría la escue-la idealista de Trueba y de la insigne Fernán,que riñe con mis principios artísticos. Lícito escallar, pero no fingir. Afortunadamente, elpueblo que copiamos los que vivimos del ladoacá del Pirene no se parece todavía, en buenhora lo digamos, al del lado allá. Sin adolecerde optimista, puedo afirmar que la parte delpueblo que vi de cerca cuando tracé estos estu-dios, me sorprendió gratamente con las cuali-dades y virtudes que, a manera de agrestesrenuevos de inculta planta, brotaban de él antemis ojos. El método de análisis implacable quenos impone el arte moderno me ayudó a com-probar el calor de corazón, la generosidad viva,la caridad inagotable y fácil, la religiosidadsincera, el recto sentir que abunda en nuestropueblo, mezclado con mil flaquezas, miserias ypreocupaciones que a primera vista lo oscure-cen. Ojalá pudiese yo, sin caer en falso idealis-mo, patentizar esta belleza recóndita.

Page 6: La tribuna - One More Library

No, los tipos del pueblo español en general,y de la costa cantábrica en particular, no sonaún—salvas fenomenales excepciones—los quese describen con terrible verdad enL’Assommoir, Germinie Lacerteux y otras obras,donde parece que el novelista nos descubre lasabominaciones monstruosas de la Roma paga-na, que unidas a la barbarie más grosera, reto-ñan en el corazón de la Europa cristiana y civi-lizada. Y ya que por dicha nuestra las faltas delpueblo que conocemos no rebasan de aquellímite a que raras veces deja de llegar la flacadecaída condición del hombre, pintémosle, sipodemos, tal cual es, huyendo del patriarcalismode Trueba como del socialismo humanitario deSue, y del método de cuantos, trocando los fre-nos, atribuyen a Calibán las seductoras graciasde Ariel.

En abono de La Tribuna quiero añadir que losmaestros Galdós y Pereda abrieron camino a lalicencia que me tomo de hacer hablar a mis

Page 7: La tribuna - One More Library

personajes como realmente se habla en la re-gión de donde los saqué. Pérez Galdós, admi-tiendo en su Desheredada el lenguaje de los ba-rrios bajos; Pereda, sentenciando a muerte a laszagalejas de porcelana y a los pastorcillos deégloga, señalaron rumbos de los cuales no espermitido apartarse ya. Y si yo debiese a Dioslas facultades de alguno de los ilustres narrado-res cuyo ejemplo invoco, ¡cuánto gozarías, ohlector discreto, al dejar los trillados caminos dela retórica novelesca diaria para beber en elvivo manantial de las expresiones populares,incorrectas y desaliñadas, pero frescas, enérgi-cas y donosas!

Queda adiós, lector, y ojalá te merezca estelibro la misma acogida que Un viaje de novios.Tu aplauso me sostendrá en la difícil vía de laobservación, donde no todo son flores para unalma compasiva.

Page 8: La tribuna - One More Library

EMILIA PARDO BAZÁN

Granja de Meirás, octubre de 1882.

-I-

Barquillos

Comenzaba a amanecer, pero las primeras yvagas luces del alba a duras penas lograbancolarse por las tortuosas curvas de la calle delos Gastros, cuando el señor Rosendo, el bar-quillero que disfrutaba de más parroquia y po-pularidad en Marineda, se asomó, abriendo abostezos, a la puerta de su mezquino cuartobajo. Vestía el madrugador un desteñido panta-lón grancé, reliquia bélica, y estaba en mangasde camisa. Miró al poco cielo que blanqueabapor entre los tejados, y se volvió a su cocinilla,encendiendo un candil y colgándolo del estri-

Page 9: La tribuna - One More Library

badero de la chimenea. Trajo del portal un bra-zado de astillas de pino, y sobre la piedra delfogón las dispuso artísticamente en pirámide,cebada por su base con virutas, a fin de conse-guir una hoguera intensa y flameante. Tomódel vasar un tarterón, en el cual vació cucuru-chos de harina y azúcar, derramó agua, cascóhuevos y espolvoreó canela. Terminadas estasoperaciones preliminares, estremeciose defrío—porque la puerta había quedado de par enpar, sin que en cerrarla pensase y descargó enel tabique dos formidables puñadas.

Al punto salió rápidamente del dormitorio ocuchitril contiguo una mozuela de hasta treceaños, desgreñada, con el cierto andar de quienacaba de despertarse bruscamente, sin más ata-víos que una enagua de lienzo y un justillo dedril, que adhería a su busto, anguloso aún, lacamisa de estopa. Ni miró la muchacha al señorRosendo, ni le dio los buenos días; atontada conel sueño y herida por el fresco matinal que le

Page 10: La tribuna - One More Library

mordía la epidermis, fue a dejarse caer en unasilleta, y mientras el barquillero encendía estre-pitosamente fósforos y los aplicaba a las viru-tas, la chiquilla se puso a frotar con una piel degamuza el enorme cañuto de hojalata donde sealmacenaban los barquillos.

Instalose el señor Rosendo en su alto trípodede madera ante la llama chisporroteadora ycrepitante ya, y metiendo en el fuego las mag-nas tenazas, dio principio a la operación. Teníaa su derecha el barreño del amohado, en el cualmojaba el cargador, especie de palillo grueso; yextendiendo una leve capa de líquido sobre lacara interior de los candentes hierros, apresu-rábase a envolverla en el molde con su dedopulgar, que a fuerza de repetir este acto sehabía convertido en una callosidad tostada, sinuña, sin yema y sin forma casi. Los barquillos,dorados y tibios, caían en el regazo de la mu-chacha, que los iba introduciendo unos en otrosa guisa de tubos de catalejo, y colocándolos

Page 11: La tribuna - One More Library

simétricamente en el fondo del cañuto; laborque se ejecutaba en silencio, sin que se oyesemás rumor que el crujir de la leña, el rítmicochirrido de las tenazas al abrir y cerrar sus fau-ces de hierro, el seco choque de los crocantesbarquillos al tropezarse, y el silbo del amohadoal evaporar su humedad sobre la ardiente pla-ca. La luz del candil y los reflejos de la lumbrearrancaban destellos a la hojalata limpia, al ba-rro vidriado de las cazuelas del vasar, y la tem-peratura se suavizaba, se elevaba, hasta el ex-tremo de que el señor Rosendo se quitase lagorra con visera de hule, descubriendo la calvasudorosa, y la niña echase atrás con el dorso dela mano sus indómitas guedejas que la sofoca-ban.

Entre tanto, el sol, campante ya en los cielos,se empeñaba en cernir alguna claridad al travésde los vidrios verdosos y puercos del ventanilloque tenía obligación de alumbrar la cocina. Sa-cudía el sueño la calle de los Castros, y mujeres

Page 12: La tribuna - One More Library

en trenza y en cabello, cuando no en refajo ychancletas, pasaban apresuradas, cuál en buscade agua, cuál a comprar provisiones a los veci-nos mercados; oíanse llantos de chiquillos, la-dridos de perros; una gallina cloqueó; el cana-rio de la barbería de enfrente redobló trinandocomo un loco. De tiempo en tiempo la niña delbarquillero lanzaba codiciosas ojeadas a la ca-lle. ¡Cuándo sería Dios servido de disponer queella abandonase la dura silla, y pudiese aso-marse a la puerta, que no es mucho pedir!Pronto darían las nueve, y de los seis mil bar-quillos que admitía la caja sólo estaban hechoscuatro mil y pico. Y la muchacha se desperezómaquinalmente. Es que desde algunos mesesacá bien poco le lucía el trabajo a su padre. An-tes despachaba más.

El que viese aquellos cañutos dorados, lige-ros y deleznables como las ilusiones de la ni-ñez, no podía figurarse el trabajo ímprobo querepresentaba su elaboración. Mejor fuera mane-

Page 13: La tribuna - One More Library

jar la azada o el pico que abrir y cerrar sin tre-gua las tenazas abrasadoras, que además dequemar los dedos, la mano y el brazo, cansabandolorosamente los músculos del hombro y delcuello. La mirada, siempre fija en la llama, sefatigaba; la vista disminuía; el espinazo, encor-vado de continuo, llevaba, a puros esguinces, lacuenta de los barquillos que salían del molde.¡Y ningún día de descanso! No pueden los bar-quillos hacerse de víspera; si han de gustar a lagente menuda y golosa, conviene que seanfresquitos. Un nada de humedad los reblande-ce. Es preciso pasarse la mañana, y a veces lanoche, en fabricarlos, la tarde en vocearlos yvenderlos. En verano, si la estación es buena yse despacha mucho y se saca pingüe jornal,también hay que estarse las horas caniculares,las horas perezosas, derritiendo el alma sobreaquel fuego, sudando el quilo, preparandoprovisión doble de barquillos para la venta pú-blica y para los cafés. Y no era que el señor Ro-sendo estuviese mal con su oficio; nada de eso;

Page 14: La tribuna - One More Library

artistas habría orgullosos de su destreza, perotanto como él, ninguno. Por más que los años leiban venciendo, aún se jactaba de llenar en me-nos tiempo que nadie el tubo de hojalata. Noignoraba primor alguno de los concernientes asu profesión; barquillos anchos y finos comoseda para rellenar de huevos hilados, barquillosrecios y estrechos para el agua de limón y elsorbete, hostias para las confiterías—y no lashacía para las iglesias por falta de molde quetuviese una cruz—, flores, hojuelas y orejas defraile en Carnaval, buñuelos en todo tiempo....Pero nunca lo tenía de lucir estas habilidadesaccesorias, porque los barquillos de diario eranabsorbentes. ¡Bah!, en consiguiendo vivir ymantener la familia....

A las nueve muy largas, cuando cerca de cin-co mil barquillos reposaban en el tubo, todavíael padre y la hija no habían cruzado palabra.Montones de brasa y ceniza rodeaban la hogue-ra, renovada dos o tres veces. La niña suspiraba

Page 15: La tribuna - One More Library

de calor, el viejo sacudía frecuentemente la ma-no derecha, medio asada ya. Por fin, la mucha-cha profirió:

—Tengo hambre.

Volvió el padre la cabeza, y con expresivoarqueamiento de cejas indicó un anaquel delvasar. Encaramose la chiquilla trepando sobrela artesa, y bajó un mediano trozo de pan demixtura, en el cual hincó el diente con buenánimo. Aún rebuscaba en su falda las migajassobrantes para aprovecharlas, cuando se oye-ron crujidos de catre, carraspeos, los ruidoscaracterísticos del despertar de una persona, yuna voz entre quejumbrosa y despótica llamódesde la alcoba cercana al portal:

—¡Amparo!

Page 16: La tribuna - One More Library

Se levantó la niña y acudió al llamamiento,resonando de allí a poco rato su hablar.

—Afiáncese, señora... así... cárguese más...aguarde que le voy a batir este jergón... (Y aquíse escuchó una gran sinfonía de hojas de maíz,un sirrisssch... prolongado y armonioso.)

La voz mandona dijo opacamente algo, y lainfantil contestó:

—Ya la voy a poner a la lumbre, ahora mis-mito.... ¿Tendrá por ahí el azúcar?

Y respondiendo a una interpelación altamen-te ofensiva para su dignidad, gritó la chiquilla:

—Y piensa que.... ¡Aunque fuera oro puro!Lo escondería usted misma.... Ahí está, detrásde la funda... ¿lo ve?

Page 17: La tribuna - One More Library

Salió con una escudilla desportillada en lamano, llena de morena melaza, y arrimando alfuego un pucherito donde estaba ya la cascari-lla, le añadió en debidas proporciones azúcar yleche, y volviose al cuarto del portal con unataza humeante y colmada a reverter. En el fon-do del cacharro quedaba como cosa de otrataza. El barquillero se enderezó llevándose lasmanos a la región lumbar, y sobriamente, sinconcupiscencia, se desayunó bebiendo las so-bras por el puchero mismo. Enjugó después sufrente regada de sudor con la manga de la ca-misa, entró a su vez en el cuarto próximo; y alvolver a presentarse, vestido con pantalón ychaqueta de paño pardo, se terció a las espaldasla caja de hoja de lata y se echó a la calle. Am-paro, cubriendo la brasa con ceniza, juntaba enuna cazuela berzas, patatas, una corteza de to-cino, un hueso rancio de cerdo, cumpliendo eldeber de condimentar el caldo del humildemenaje. Así que todo estuvo arreglado, metioseen el cuchitril, donde consagró a su aliño per-

Page 18: La tribuna - One More Library

sonal seis minutos y medio, repartidos comosigue: un minuto para calzarse los zapatos debecerro, pues todavía estaba descalza; dos paraecharse un refajo de bayeta y un vestido detartán; un minuto para pasarse la punta de unpaño húmedo por ojos y boca (más allá no al-canzó el aseo); dos minutos para escardar conun peine desdentado la revuelta y rizosa cren-cha, y medio para tocarse al cuello un pañolitode indiana. Hecho lo cual, se presentó másoronda que una princesa a la persona encama-da a quien había llevado el desayuno. Era estauna mujer de edad madura, agujereada comouna espumadera por las viruelas, chata de fren-te, de ojos chicos. Viendo a la chiquilla vestidase escandalizó: ¿a dónde iría ahora semejantevagabunda?

—A misa, señora, que es domingo.... ¿Quévolver con noche ni con noche? Siempre vinecon día, siempre.... ¡Una vez de cada mil! Que-da el caldo preparadito al fuego.... Vaya, abur.

Page 19: La tribuna - One More Library

Y se lanzó a la calle con la impetuosidad ybrío de un cohete bien disparado.

-II-

Padre y madre

Tres años antes, la imposibilitada estaba sanay robusta y ganaba su vida en la Fábrica deTabacos. Una noche de invierno fue a jabonarropa blanca al lavadero público, sudó, volviódesabrigada y despertó tullida de las caderas.—Un aire, señor—decía ella al médico.

Quedose reducida la familia a lo que trabaja-se el señor Rosendo: el real diario que del fondode Hermandad de la Fábrica recibía la enfermano llegaba a medio diente. Y la chiquilla crecía,y comía pan y rompía zapatos, y no había quienla sujetase a coser ni a otro género de tareas.

Page 20: La tribuna - One More Library

Mientras su padre no se marchaba, el miedo aun pasagonzalo sacudido con el cargador latenía quieta ensartando y colocando barquillos;pero apenas el viejo se terciaba la correa deltubo, sentía Amparo en las piernas un hormi-gueo, un bullir de la sangre, una impacienciacomo si le naciesen alas a miles en los talones.La calle era su paraíso. El gentío la enamoraba,los codazos y enviones la halagaban cual si fue-sen caricias, la música militar penetraba en to-do su ser produciéndole escalofríos de entu-siasmo. Pasábase horas y horas correteando sinobjeto al través de la ciudad, y volvía a casa conlos pies descalzos y manchados de lodo, la sayaen jirones, hecha una sopa, mocosa, despeina-da, perdida, y rebosando dicha y salud por losporos de su cuerpo. A fuerza de filípicas ma-ternales corría una escoba por el piso, sazonabael caldo, traía una herrada de agua; en seguida,con rapidez de ave, se evadía de la jaula y tor-naba a su libre vagancia por calles y callejones.

Page 21: La tribuna - One More Library

De tales instintos erráticos tendría no pocaculpa la vida que forzosamente hizo la chiquillamientras su madre asistió a la Fábrica. Sola encasa con su padre, apenas este salía, ella le imi-taba por no quedarse metida entre cuatro pare-des: vaya, y que no eran tan alegres para quenadie se embelesase mirándolas. La cocina,oscura y angosta, parecía una espelunca, y en-cima del fogón relucían siniestramente las úl-timas brasas de la moribunda hoguera. En elpatín, si es verdad que se veía claro, no conso-laba mucho los ojos el aspecto de un montón decal y residuos de albañilería, mezclados concascos de loza, tarteras rotas, un molinillo in-servible, dos o tres guiñapos viejos y un innoblezapato que se reía a carcajadas. Casi más lasti-moso era el espectáculo de la alcoba matrimo-nial: la cama en desorden, porque la salida pre-cipitada a la Fábrica no permitía hacerla; loscobertores color de hospital, que no bastaba aencubrir una colcha rabicorta; la vela de sebo,goteando tristemente a lo largo de la palmato-

Page 22: La tribuna - One More Library

ria de latón veteada de cardenillo; la palanganapuesta en una silla y henchida de agua jabono-sa y grasienta; en resumen, la historia de la po-breza y de la incuria narrada en prosa por unamultitud de objetos feos, y que la chiquillacomprendía intuitivamente; pues hay quien sinhaber nacido entre sedas y holandas, presumey adivina todas aquellas comodidades y delei-tes que jamas gozó. Así es que Amparo huía,huía de sus lares camino de la Fábrica, llevandoa su madre, en una fiambrera, el bazuqueantecaldo; pero, soltando a lo mejor la carga, ponía-se a jugar al corro, a San Severín, a la viudita, acualquier cosa, con las damiselas de su edad ypelaje.

Cuando la madre se vio encamada quiso im-poner a la hija el trabajo sedentario: era tarde.La planta rústica no se sujetaba ya al espaller.Amparo había ido a la escuela en sus primerosaños, años de relativa prosperidad para la fami-lia, sucediéndole lo que a la mayor parte de las

Page 23: La tribuna - One More Library

niñas pobres, que al poco tiempo se cansan suspadres de enviarlas y ellas de asistir, y se que-dan sin más habilidad que la lectura, cuandoson listas, y unos rudimentos de escritura. Deaguja apenas sabía Amparo nada. La madre seresignó con la esperanza de colocarla en la Fá-brica. —«Que trabaje—decía—como yo traba-jé». Y al murmurar esta sentencia suspiraba,recordando treinta años de incesante afán.Ahora su carne y sus molidos huesos se tendíangustosamente en la cama, donde reposabatumbada panza arriba ínterin sudaban otrospara mantenerla. ¡Que sudasen! Dominada porel terrible egoísmo que suele atacar a los viejoscuya mocedad fue laboriosa, la impedida hizodel potro de dolor quinta de recreo. Lo que esallí ya podían venir penas; lo que es allí a buenseguro que la molestase el calor ni el frío. ¿Queera preciso lavar la ropa? Bueno, ella no teníaque levantarse a jabonarla, le había costadobien caro una vez. ¿Que estaba sucio el piso? Yalo barrerían, y si no, por ella, aunque en todo el

Page 24: La tribuna - One More Library

año no se barriese.... ¿De qué le había servidotanto romper el cuerpo cuando era joven? Deverse ahora tullida —«¡Ay, no se sabe lo que esla salud hasta después de que se pierde!» —exclamaba sentenciosamente, sobre todo losdías en que el dolor artrítico le atarazaba lasjunturas. Otras veces, jactanciosa como todoinválido, decía a su hija:—«Sácateme de delan-te, que irrita el verte; de tu edad era yo una lobaque daba en un cuarto de hora vuelta a unacasa».

Sólo echaba de menos la animación de suFábrica, las compañeras. A bien que las vecinasde la calle solían acercarse a ofrecerle un ratode palique: una sobre todo, Pepa la comadrona,por mal nombre señora Porreta. Era esta mujercolosal, a lo ancho más aún que a lo alto; pare-cíase a tosca estatua labrada para ser vista delejos. Su cara enorme, circuida por colgantepapada, tenía palidez serosa. Calzaba zapatillasde hombre y usaba una sortija, de tamaño mas-

Page 25: La tribuna - One More Library

culino también, en el dedo meñique. Acercába-se a la cama de la impedida, le sometía las ro-pas, le abofeteaba la almohada apoyando fuer-temente ambas manos en los muslos, a fin desostener la mole de su vientre, y con voz sorday apagada empezaba a referir chismes del ba-rrio, escabrosos pormenores de su profesión, olas maravillosas curas que pueden obtenersecon un cocimiento de ruda, huevo y aceite, conla hoja de la malva bien machacadita, con ro-mero hervido en vino, con unturas de enjundiade gallina. Susurraban los maldicientes queentre parleta y parleta solía la matrona entre-abrir el pañuelo que le cubría los hombros ysacar una botellica que fácilmente se ocultabaen cualquier rincón de su corpiño gigantesco; yya corroboraba con un trago de anís el exhaustogaznate, ya ofrecía la botella a su interlocutora«para ir pasando las penas de este mundo». Aoídos del señor Rosendo llegó un día esta espe-cie, y se alarmó; porque mientras estuvo en laFábrica no bebía nunca su mujer más que agua

Page 26: La tribuna - One More Library

pura; pero por mucho que entró impensada-mente algunas tardes, no cogió infraganti a lasdelincuentes. Sólo vio que estaban muy amigo-tas y compinches. Para la ex-cigarrera valía unPerú la comadrona; al menos esa hablaba, por-que lo que es su marido.... Cuando este regre-saba de la diaria correría por paseos y sitiospúblicos, y bajando el hombro soltaba con es-trépito el tubo en la esquina de la habitación, eldiálogo del matrimonio era siempre el mismo:

—¿Qué tal?—preguntaba la tullida.

Y el señor Rosendo pronunciaba una de estastres frases:

—Menos mal.—Un regular.—Condenadamente.

Aludía a la venta, y jamás se dio caso de queagregase género alguno de amplificación o es-

Page 27: La tribuna - One More Library

colio a sus oraciones clásicas. Poseía el inque-brantable laconismo popular, que vence al do-lor, al hambre, a la muerte y hasta a la dicha.Soldado reenganchado, uncido en sus mejoresaños al férreo yugo de la disciplina militar, seconvenció de la ociosidad de la palabra y nece-sidad del silencio. Calló primero por obedien-cia, luego por fatalismo, después por costum-bre. En silencio elaboraba los barquillos, ensilencio los vendía, y casi puede decirse que losvoceaba en silencio, pues nada tenía de análogoa la afectuosa comunicación que establece ellenguaje entre seres racionales y humanos,aquel grito gutural en que, tal vez para ahorrarun fragmento de palabra, el viejo suprimía laúltima sílaba, reemplazádola por doliente pro-longación de la vocal penúltima:

—Barquilleeeeé....

Page 28: La tribuna - One More Library

-III-

Pueblo de su nacimiento

Al sentar el pie en la calle, Amparo respiróanchamente. El sol, llegado al zenit, lo alegrabatodo. En los umbrales de las puertas los gatos,acurrucados, presentaban el lomo al benéficocalorcillo, guiñando sus pupilas de tigre y ron-cando de gusto. Las gallinas iban y venían es-carbando. La bacía del barbero, colgada sobrela muestra y rodeada de una sarta de muelasrancias ya, brillaba como plata. Reinaba la sole-dad, los vecinos se habían ido a misa o de bu-reo, y media docena de párvulos, confiados alÁngel de la Guarda, se solazaban entre el polvoy las inmundicias del arroyo, con la chola des-cubierta y expuestos a un tabardillo. Amparo searrimó a una de las ventanas bajas, y tocó en loscristales con el puño cerrado. Abriéronse lasvidrieras, y se vio la cara de una muchacha pe-

Page 29: La tribuna - One More Library

linegra y descolorida, que tenía en la mano unaalmohadilla de labrar donde había clavadosinfinidad de menudos alfileres.

—¡Hola!

—¿Hola, Carmela, andas con la labor a vuel-tas?—pues es día de misa.

—Por eso me da rabia... contestó la mucha-cha pálida, que hablaba con cierto ceceo, propiode los puertecitos de mar en la provincia deMarineda.

—Sal un poco, mujer... vente conmigo.

—Hoy... ¡quién puede! Hay un encargo...diez y seis varas de puntilla para una señoradel barrio de Arriba.... El martes se han de en-tregar sin falta.

Page 30: La tribuna - One More Library

Carmela se sentó otra vez con su almohadillaen el regazo, mientras los hombros de Amparose alzaban entre compasivos e indiferentes,como si murmurasen—«Lo de costumbre»—.Apartose de allí, y sus pies descendieron consuma agilidad la escalinata de la plaza de Abas-tos, llena a la sazón de cocineras y vendedoras,y enhebrándose por entre cestas de gallinas, dehuevos, de quesos, salió a la calle de San Efrén,y luego al atrio de la iglesia, donde se detuvodeslumbrada.

Cuanto lujo ostenta un domingo en una capi-tal de provincia se veía reunido ante el pórtico,que las gentes cruzaban con el paso majestuosode personas bien trajeadas y compuestas, gus-tosas en ser vistas y mutuamente resueltas arespetarse y a no promover empujones. Hacíancola las señoras aguardando su turno, empave-sadas y solemnes, con mucha mantilla de blon-da, mucho devocionario de canto dorado, mu-cho rosario de oro y nácar, las madres vestidas

Page 31: La tribuna - One More Library

de seda negra, las niñas casaderas, de colorinesvistosos. Al llegar a los postigos que más alládel pórtico daban entrada a la nave, había cru-jidos de enaguas almidonadas, blandos empe-llones, codazos suaves, respiración agitada dedamas obesas, cruces de rosarios que se engan-chaban en un encaje o en un fleco, frases demiel con su poco de vinagre, como—ay, usteddispense.... A mí me empujan, señora, por esoyo.... No tire usted así, que se romperá el ador-no.... Perdone usted.

Deslizose Amparo entre el grupo de la buenasociedad marinedina, y se introdujo en el tem-plo. Hacia el presbiterio se colocaban las señori-tas, arrodilladas con estudio, a fin de no arru-garse los trapos de cristianar, y como tenían lacabeza baja, veíanse blanquear sus nucas, yalguna estrecha suela de elegante botita reman-gaba los pliegues de las faldas de seda. El cen-tro de la nave lo ocupaba el piquete y la bandade música militar, en correcta formación. A

Page 32: La tribuna - One More Library

ambos lados, filas de hombres, que miraban altecho o a las capillas laterales, como si no su-piesen qué hacer de los ojos. De pronto lució enel altar mayor la vislumbre de oro y colores deuna casulla de tisú; quedó el concurso en ma-yor silencio; las damas abrieron sus libros conlas enguantadas manos, y a un tiempo murmu-ró el sacerdote Introito y rompió en sonoroacorde la charanga, haciendo oír las profanasnotas de Traviatta, cabalmente los compasesardientes y febriles del dúo erótico del primeracto. El son vibrante de los metales añadía in-tensidad al canto, que, elevándose amplio ynutrido hasta la bóveda, bajaba después a ex-tenderse, contenido, pero brioso, por la nave yel crucero, para cesar, de repente, al alzarse lahostia; cuando esto sucedió, la marcha real,poderosa y magnífica, brotó de los marcialesinstrumentos, sin que a intervalos dejase deescucharse en el altar el misterioso repiqueteode la campanilla del acólito.

Page 33: La tribuna - One More Library

A la salida, repetición del desfile: junto a lapila se situaron tres o cuatro de los que ya no sellamaban dandys ni todavía gomosos, sino pollosy gallos, haciendo ademán de humedecer losdedos en agua bendita, y tendiéndolos bienenjutos a las damiselas para conseguir un fugazcontacto de guantes vigilado por el ojo avizorde las mamás. Una vez en el pórtico, era lícitolevantar la cabeza, mirar a todos lados, sonreír,componerse furtivamente la mantilla, buscarun rostro conocido y devolver un saludo. Trasel deber, el placer; ahora la selecta multitud sedirigía al paseo, convidada de la música y de laalegría de un benigno domingo de marzo, enque el sol sembraba la regocijada atmósfera deátomos de oro y tibios efluvios primaverales.Amparo se dejó llevar por la corriente y prestovino a encontrarse en el paseo.

No tenía entonces Marineda el parque inglésque, andando el tiempo, hermoseó su recinto: ylas Filas, donde se daban vueltas durante las

Page 34: La tribuna - One More Library

mañanas de invierno y las tardes de verano,eran una estrecha avenida, pavimentada depiedra, de una parte guarnecida por alta hilerade casas, de otra por una serie de bancos quecoronaban toscas estatuas alegóricas de las Es-taciones, de las Virtudes, mutiladas y privadasde manos y narices por la travesura de los mu-chachos. Sombreaban los asientos acacias detronco enteco, de clorótico follaje (cuando Diosse lo daba); sepultadas entre piedras por todoslados, como prisionero en torre feudal. A lasazón carecían de hojas, pero la caricia abrasa-dora del sol impelía a la savia a subir, a las ye-mas a hincharse. Las desnudas ramas se recor-taban sobre el limpio matiz del firmamento, y alo lejos el mar, de un azul metálico, como pa-vonado, reposaba, viéndose inmóviles las jar-cias y arboladura de los buques surtos en labahía, y quietos hasta los impacientes gallarde-tes de los mástiles. Ni un soplo de brisa, ni na-da que desdijese de la apacibilidad profunda ysoñolienta del ambiente.

Page 35: La tribuna - One More Library

Caído el pañuelo y recibiendo a plomo el solen la mollera, miraba Amparo con gran interésel espectáculo que el paseo presentaba. Señorasy caballeros giraban en el corto trecho de lasFilas, a paso lento y acompasado, guardandoescrupulosamente la derecha. La implacableclaridad solar azuleaba el paño negro de lasrelucientes levitas, suavizaba los fuertes coloresde las sedas, descubría las menores imperfec-ciones de los cutis, el salseo de los guantes, elsitio de las antiguas puntadas en la ropa refor-mada ya. No era difícil conocer al primer golpede vista a las notabilidades de la ciudad: unafila de altos sombreros de felpa, de bastones deroten o concha con puño de oro, de gabanes decastor, todo puesto en caballeros provectos yseriotes, revelaba claramente a las autoridades,regente, magistrados, segundo cabo, goberna-dor civil; seis o siete pantalones gris perla, pa-res de guantes claros y flamantes corbatas de-nunciaban a la dorada juventud; unas cuantassombrillas de raso, un ramillete de vestidos que

Page 36: La tribuna - One More Library

trascendían de mil leguas a importación madri-leña, indicaban a las dueñas del cetro de la mo-da. Las gentes pasaban, y volvían a pasar, yestaban pasando continuamente, y a cada vuel-ta se renovaba la misma profesión por el mismoorden.

Un grupo de oficiales de Infantería y Caba-llería ocupaba un banco entero, y el sol parecíaconcentrarse allí, atraído por el resplandor delos galones y estrellas de oro, por los pantalo-nes rojo vivo, por el relampagueo de las vainasde sable y el hule reluciente del casco de losroses. Los oficiales, gente de buen humor y jó-venes casi todos, reían, charlaban y hasta juga-ban con un enjambre de elegantes niñas, que nila mayor sumaría doce años, ni la menor bajabade tres. Tenían a las más pequeñas sentadas enlas rodillas, mientras las otras, de pie y conunos atisbos de timidez y pudor femenil, noosaban acercarse mucho al banco, haciendocomo que platicaban entre sí, cuando realmente

Page 37: La tribuna - One More Library

sólo atendían a la conversación de los militares.Al otro extremo del paseo se oyó entonces ungrito conocidísimo de la chiquillería.

—Barquilleeeeé....

—Batilos... a mí batilos, chilló al oírlo unarubilla carrilluda, que cabalgaba en la piernaizquierda de un capitán de infantería portadorde formidables mostachos.

—Nisita, no seas fastidiosa: te llevo a ma-má—amonestó una de las mayores, con grave-dad imponente.

—Pué teo batilos, batiiilos—berreó descom-pasadamente la rubia, colorada como un pavoy apretando sus puñitos.

Page 38: La tribuna - One More Library

—Tiene usted razón, señorita, díjole risueñoun alférez de linda y adamada figura, al verque el angelito pateaba y hacía pucheros pararomper a llorar. Espérese usted, que habrá bar-quillos. Llamaremos a ese digno funcionario....Ya viene hacia acá. Usted, Borrén—añadió diri-giéndose al capitán...—, ¿quiere usted darle unavoz?

—¡Eh... chss! ¡Barquilleeeeró!—gritó el capi-tán mostachudo, sin notar que el círculo de lasgrandecitas se reía de su ronquera crónica. Noobstante la cual, el señor Rosendo le oyó, y seacercaba, derrengado con el peso de la caja, quedepositó en el suelo delante del grupo. Se oye-ron como píos y aleteos, el ruido de una cana-riera cuando le ponen alpiste, y las chiquillascorrieron a rodear el tubo, mientras las grandesse hacían las desdeñosas, cual si las humillasela idea de que a su edad las convidaran a bar-quillos. Inclinada la rubia pedigüeña sobre laespecie de ruleta que coronaba la caja de hojala-

Page 39: La tribuna - One More Library

ta, impulsaba con su dedito la aguja, chillandode regocijo cuando se detenía en un número, yaganase, ya perdiese. Su júbilo rayó en paroxis-mo al momento que, tendiendo la mano abier-ta, encima de cada dedo fue el señor Rosendocalzándole una torre de barquillos: quedoseextasiada mirándolos, sin atreverse a abrir laboca para comérselos.

Estando en esto, el alférez volvió casualmen-te la cabeza y divisó del otro lado de los bancosun rostro de niña pobre que devoraba con losojos la reunión. Figurose que sería por apetitode barquillos, y le hizo una seña, con ánimo deregalarle algunos. La muchacha se acercó, fas-cinada por el brillo de la sociedad alegre y ju-venil; pero al entender que la brindaban contomar parte en el banquete, encogiose de hom-bros y movió negativamente la cabeza.

Page 40: La tribuna - One More Library

—Bien harta estoy de ellos—pronunció condesdén.

—Es la hija—explicó sin manifestar sorpresael barquillero, que embolsaba la calderilla ybajaba el hombro para ceñirse otra vez la co-rrea.

—Por lo visto, eres la señorita de Rosendez—murmuró el alférez en son de broma—. Vamos,Borrén, usted que es animado, dígale algo aesta pollita.

El de los mostachos consideraba a la reciénvenida atentamente, como un arqueólogo mira-ría un ánfora acabada de encontrar en una ex-cavación. A las palabras del alférez contestócon ronco acento:

—Pues vaya si le diré, hombre. Si estoy repa-rando esta chica, y es de lo mejorcito que pasea

Page 41: La tribuna - One More Library

por Marineda. Es decir, por ahora está sin for-mar, ¿eh?—y el capitán abría y cerraba las dosmanos como dibujando en el aire unos contor-nos mujeriles—. Pero yo no necesito verlascuando se completan, hombre; yo las hueloantes, amigo Baltasar. Soy perro viejo, ¿eh? De-ntro de un par de años...—y Borrén hizo otrogesto expresivo cual si se relamiese.

Miraba el alférez a la muchacha, y admirába-se de las predicciones de Borrén: es verdad quehabía ojos grandes, pobladas pestañas, dientescomo gotas de leche; pero la tez era cetrina, elpelo embrollado semejaba un felpudo, y elcuerpo y traje competían en desaliño y pocagracia. Con todo, por seguir la broma, hizo elalférez que asentía a la opinión del capitán, ypronunció:

—Digo lo que el amigo Borrén: esta pollitanos va a dar muchos disgustos.... Los oficiales

Page 42: La tribuna - One More Library

se echaron a reír, y Amparo a su vez se fijó enel que hablaba, sin comprender al pronto susfrases.

—Cosas de Borrén.... Ese Borrén es célebre—exclamaron con algazara los militares, a quie-nes no parecía ningún prodigio la chiquilla.

—Reparen ustedes, señores—siguió el alfé-rez—; la chica es una perla; dentro de dos añosnos mareará a todos. ¿Qué dices tú a eso, seño-rita de Rosendez? Por de pronto, a mí me hadesairado no aceptando mis barquillos.... Mira,te convido a lo que quieras, a dulces, a jerez...pero con una condición.

Amparo enrollaba las puntas del pañuelo sindejar de mirar de reojo a su interlocutor. No eralerda, y recelaba que se estuviesen burlando;sin embargo, le agradaba oír aquella voz y mi-rar aquel uniforme refulgente.

Page 43: La tribuna - One More Library

—¿Aceptas la condición? Lo dicho, te convi-do... pero tienes que darme algo tú también: medarás un beso.

Soltaron la carcajada los oficiales, ni más nimenos que si el alférez hubiese proferido algu-na notable agudeza; las niñas grandecitas sevolvieron haciendo que no oían, y Amparo, quetenía sus pupilas oscuras clavadas en el rostrodel mancebo, las bajó de pronto, quiso dispararuna callejera fresca, sintió que la voz se le atas-caba en la laringe, se encendió en rubor desdela frente hasta la barba, y echó a correr comoalma que lleva el diablo.

Page 44: La tribuna - One More Library

-IV-

Que los tenga muy felices

Se ha mudado la decoración; ha pasado casiun año; corre el mes de enero. No llueve; elcielo está aborregado de nubes lívidas que pre-sagian tormenta, y el viento costeño, redondo,giratorio como los ciclones, arremolina el pol-vo, los fragmentos de papel, los residuos detoda especie que deja la vida diaria en las callesde una ciudad. Parece como si se hubiesen aso-ciado vendaval y cierzo: aquel para aullar, so-plar, mugir; este para herir los semblantes confinísimos picotazos de aguja, colgar gotitas defluxión en las fosas nasales, azulear las mejillasy enrojecer los párpados. En verdad que consemejante tiempo los Santos Reyes, que caballe-ros en sus dromedarios venían desde el miste-rioso país de la luz, atravesando la Palestina, asaludar al Niño, debieron notar que se les hela-

Page 45: La tribuna - One More Library

ban las manos, llenas de incienso y mirra, ysubir más que a paso la esclavina de aquellasdulletas de armiño y púrpura con que los re-presentan los pintores. A falta de esclavina, losmarinedinos alzaban cuanto podían el cuellodel gabán o el embozo de la capa. Es que elviento era frío de veras, y sobre todo, incómo-do; costaba un triunfo pelear con él. Entrábasepor las bocacalles, impetuoso y arrollador, bu-fando y barriendo a las gentes, a manera defuelle gigantesco. En el páramo de Solares, quesepara el barrio de Arriba del de Abajo, pasa-ban lances cómicos: capas que se enrollaban enlas piernas y no dejaban andar a sus dueños;enaguas almidonadas que se volvían haciaarriba con fieros estallidos; aguadores que nopodían con la cuba, curiales a quienes una ráfa-ga arrebataba y dispersaba el protocolo, señori-tos que corrían diez minutos tras de una chiste-ra fugitiva, que, al fin, franqueando de un brin-co el parapeto del muelle, desaparecía entre lasagitadas olas.... Hasta los edificios tomaban

Page 46: La tribuna - One More Library

parte en la batalla: aullaban los canalones, lasfallebas de las ventanas temblequeaban, retem-blaban los cristales de las galerías, coreando eldúo de bajos, profundo, amenazador y temero-so, entonado por los dos mares, el de la bahía yel del Varadero. Tampoco estaban ellos parabromas.

En cambio, celebrábase gran fiesta en una ca-sa de ricos comerciantes del barrio de Abajo, lade Sobrado Hermanos. Era el santo de Baltasar,único vástago masculino del tronco de los So-brados, y cuando más diabluras hacía fuera elviento, circulaban en el comedor los postres deuna pesada comida de provincia, en que el gus-to no había enmendado la abundancia. Suce-diéranse, plato tras plato, los cebados capones,manidos y con amarilla grasa; el pavo relleno;el jamón en dulce con costra de azúcar tostado;las natillas, con arabescos de canela, y la tarta,el indispensable ramillete de los días de días,con sus cimientos de almendra, sus torres de

Page 47: La tribuna - One More Library

piñonate, sus cresterías de caramelo y su ange-lote de almidón ejecutando una pirueta con lasalas tendidas. Ya se aburrían los grandes deestar en la mesa; no así los niños. Ni a tres tiro-nes se levantarían ellos, cabalmente en el felizinstante en que era lícito tirarse confites, comercon los dedos, hacer, de puro ahítos, mil por-querías y comistrajos con su ración. Todo elmundo les dejaba alborotar; era el momento dela desbandada; se habían pronunciado brindisy contado anécdotas con mayor o menor donai-re; pero ya nadie tenía ánimos para sostener laconversación, y el Sobrado tío, que era grueso yabotargado, se abanicaba con la servilleta. Le-vantó la sesión el ama de casa, doña Dolores,diciendo que el café estaba prevenido en la salade recibir.

En esta se habían prodigado las luces: dosbujías a los lados del piano vertical; sobre laconsola, en los candelabros de zinc, otras cuatrode estearina rosa, acanaladas; en el velador cen-

Page 48: La tribuna - One More Library

tral, entre los albums y estereóscopos, un granquinqué con pantalla de papel picado. Ilumina-ción completa. ¡Es que por Baltasar echabangustosos los Sobrados la casa por la ventana, ymás ahora que lo veían de uniforme, tan lindoy galán mozo! A la fiesta habían sido convida-dos todos los íntimos: Borrén, otro alférez lla-mado Palacios, la viuda de García y sus niñas,de las cuales la menor era Nisita, la rubia de losbarquillos, y por último, la maestra de piano delas hermanas de Baltasar. La velada se organi-zó, mejor dicho, se desordenó gratamente en lasala: cada cual tomó el café donde mejor le plu-go: doña Dolores y su cuñado, que resoplabacomo una foca, se apoderaron del sofá paraentablar una conferencia sobre negocios. So-brado el padre fumaba un puro del estanco,obsequio de Borrén, y saboreaba su café, apro-vechando hasta el del platillo. La niña mayorde García, Josefina, se sentó al piano, despuésde muy rogada, y tras mil repulgos dio princi-pio a una fantasía sobre motivos de Bellini; Bal-

Page 49: La tribuna - One More Library

tasar se colocó a su lado para volver las hojas,mientras sus hermanas gozaban con las graciasde Nisita, que roía un trozo de piñonate: ma-nos, hocico y narices, todo lo tenía empegunta-do de almíbar moreno.

—¡Estás bonita!—exclamaba Lola, la mayorde Sobrado—. ¡Puerca, babada, te quedarás sindientes!

—No me impies—chillaba el angelito—; nome impies... voy a chucharme ota ves.—Y saca-ba de la faltriquera un adarve del castillo de latarta.

—¿Ha visto usted qué día?—preguntaba Bo-rrén a la viuda de García, que bien quisieradejar de serlo—. Una garita ha derribado elviento; por más señas que cayó sobre el centine-la, ¿eh?, y a poco le mata. Y usted, ¿cómo sevino desde su casa?

Page 50: La tribuna - One More Library

—¡Jesús... puede usted figurarse! Con milapuros.... Yo no sé cómo me arreglé para sujetarla ropa... y así todo....

—¡Quién estuviera allí! Ya conozco yo algu-no....

—¡Jesús... no sé para qué!

—Para admirar un pie tan lindo... y para dar-le el brazo, ¡hombre!, a fin de que el viento nose la llevase.

Juzgó la viuda que aquí convenía fingirsedistraída, y cogió el estereóscopo, mirando porél la fachada de las Tullerías. Del piano saltóentonces un allegro vivace, con muchas octavas,y el tecleo cubrió las voces... sólo se oyeronfragmentos del diálogo que sostenían la agriavoz de doña Dolores y la voz becerril de sucuñado.

Page 51: La tribuna - One More Library

—La fábrica, bien... de capa caída... las hipo-tecas... al ocho.... Liquidaron con el socio... lacompetencia....

—Josefina—gritó la viuda a la pianista—¿qué haces, niña? ¿No te encargó doña Hermi-tas que pusieses el pedal en ese pasaje?

—Y lo pone—intervino la maestra de pia-no—; pero debía ser desde el compás anterior....A ver, quiere usted repetir desde ahí... sol-la-do, la-do....

—¡Lo hace hoy.... Jesús, qué mal! ¡Por lomismo que hay gente!—murmuró la madre—.Cuando está sola, aunque embrolle....

—Pues yo bien vuelvo las hojas; en mí noconsiste—dijo risueño Baltasar—. Y debe ustedesmerarse, pollita, que estoy de días, y Palaciosla oye a usted boquiabierto y entusiasmado.

Page 52: La tribuna - One More Library

—¡Bueno!—gritó la mujercita de trece años,suspendiendo de golpe su fantasía—. Me estánustedes cortando... ea, ya no sé poner los dedos.Como no aprendí la pieza de memoria, y estepapel no es el mío.... Voy a tocar otra cosa.

Y echando atrás la cabeza y a Baltasar unamirada fugaz, arrancó del teclado los primeroscompases de mimosa habanera. La melodíacomenzaba soñolienta, perezosa, yámbica; des-pués, de pronto, tenía un impulso de pasión, unnervioso salto; luego tornaba a desmayarse, acaer en la languidez criolla de su ritmo des-igual. Y volvía monótona, repitiendo el tema, yla mujercita, que no sabía interpretar la páginaclásica del maestro italiano, traducía en cambioa maravilla la enervante molicie amorosa, lospoemas incendiarios que en la habanera se en-cerraban. Josefina, al tocar, se cimbreaba leve-mente, cual si bailase, y Baltasar estudiaba concuriosidad aquellos tempranos coqueteos, in-

Page 53: La tribuna - One More Library

conscientes casi, todavía candorosos, mientrastarareaba a media voz la letra:

Cuando en la noche la blanca luna...

Diríase que fuera había aplacado la ventoli-na, pues los goznes de las ventanas ya no ge-mían, ni temblaban los vidrios. Mas de impro-viso se escuchó un derrumbamiento, un fragorcomo si el cielo se desfondase y sus cataratas seabriesen de golpe. Lluvia torrencial, que azotólas paredes, que inundó las tejas, que se preci-pitó por los canalones abajo, estrellándose enlas losas de la calle. En la sala hubo un instantede sorpresa; Josefina interrumpió su habanera;Baltasar se aproximó a la ventana; la viuda sol-tó el estereóscopo, y a Nisita se le cayó de lasmanos el piñonate. Casi al mismo tiempo otroruido, que subía del portal, vino a dominar elya formidable del aguacero; una algarabía, unchascarrás desapacible, unas voces cantando

Page 54: La tribuna - One More Library

destempladamente con acompañamiento depanderos y castañuelas. Saltaron alborotadaslas chiquillas, con Nisita a la cabeza.

—Ya están ahí esas holgazanas—dijo áspe-ramente doña Dolores—. Anda, Lola—añadiódirigiéndose a su hija mayor—: dile a Juana quelas eche del portal, que lo ensuciarán.

—Mamá... ¡lloviendo tanto!—suplicó Lola—.¡Parece no sé qué decirles que se vayan! ¡Sepondrán como sopas! ¿No oye usted que elcielo se hunde?

—¡Es que eres tonta!—pronunció con rabia lamadre—. Si las dejas tocar ahí, después no hayremedio sino darles algo a esas perdidas....

—¿Qué importa, mamá?—intervino Balta-sar—. Hoy es mi santo.

Page 55: La tribuna - One More Library

—Que suban, que suban a cantar los Reyes—gritó unánime la concurrencia menor de treslustros.

—Te uban.... Batasal, te uban, te uban—berreó Nisita cruzando sus manos pringosas.

—Que suban, hombre, veremos si son gua-pas—confirmó Borrén.

Lola de esta vez no necesitó que le reiterasenla orden. Ya estaba bajando las escaleras dos ados.

Page 56: La tribuna - One More Library

-V-

Villancico de Reyes

No tardaron en resonar pisadas en el corre-dor; pisadas tímidas y brutales a la vez, de piesdescalzos o calzados con zapatos rudos. Almismo tiempo las panderetas repicaban débil-mente y las castañuelas se entrechocaban bajitocomo los dientes del que tiene miedo.... DoñaDolores se incorporó con el entrecejo desapaci-blemente fruncido.

—Esa Lola.... ¡Pues no las trae aquí mismo!¿Por qué no las habrá dejado en la antesala?¡Bonita me van a poner la alfombra! ¡A ver si oslimpiáis las suelas antes de entrar!

Hizo irrupción en la sala la orquesta calleje-ra; pero al ver las niñas pobres la claridad del

Page 57: La tribuna - One More Library

alumbrado, se detuvieron azoradas sin osaradelantarse. Lola, cogiendo de la mano a la queparecía capitanear el grupo, la trajo casi a lafuerza al centro de la estancia.

—Entra, mujer... que pasen las otras.... A versi nos cantáis los mejores villancicos que sepáis.

Lo cierto es que la viva luz de las bujías, tanpropicia a la hermosura, patentizaba y descu-bría cruelmente las fealdades de aquella tropa,mostrando los cutis cárdenos, fustigados por elcierzo; las ropas ajadas y humildes, de coloresdesteñidos; la descalcez y flacura de pies ypiernas, todo el mísero pergenio de las canto-ras. Entre estas las había de muy diversas eda-des, desde la directora, una ágil morenilla decatorce, hasta un rapaz de dos años y medio,todo muerto de vergüenza y temor, y un ma-món de cinco meses, que por supuesto venía enbrazos.

Page 58: La tribuna - One More Library

—¡Hombre!—exclamó Borrén al ver a la mo-rena.

—¡Pues si es la chiquilla del barquillero! So-mos conocidos antiguos, ¿eh?

—Sí, señor...—contestó ella intrépidamente—. La misma. Y yo le conocí a usted también. Esusted el que estaba en las Filas el año pasado undía de fiesta.

Como para los pobres suele no haber esta-ciones, Amparo tenía el mismo traje de tartán,pero muy deteriorado, y una toquilla de estam-bre rojo era la única prenda que indicaba eltránsito de la primavera al invierno. A despe-cho de tan mezquino atavío, no sé qué flor deadolescencia empezaba a lucir en su persona; elmoreno de su piel era más claro y fino, sus ojosnegros resplandecían.

Page 59: La tribuna - One More Library

—¿Qué tal, eh?—murmuró Borrén volvién-dose hacía Baltasar y Palacios—. Esto empiezaa picar como las guindillas.... Miren ustedespara aquí.

Y tomado un candelero lo acercó al rostro dela muchacha. Como Baltasar se había aproxi-mado, sus pupilas se encontraron con las deAmparo, y esta vio una fisonomía delicada, casifemenil, de efebo; un bigotillo blondo incipien-te, unos ojos entre verdosos y garzos que laregistraban con indiferencia. Acordose, y sintióque se le arrebataba la sangre a las mejillas.

—El señorito del paseo—balbució—. Tam-bién me acuerdo de usted.

—Y yo de ti, niña bonita—respondió él, pordecir algo.

Page 60: La tribuna - One More Library

—¿Quiere usted poner el candelero en su si-tio, Borrén?—interpeló Josefina con voz agu-da—. Me ha manchado usted todo el traje.

—¡Mire usted qué graciosilla es esta, hom-bre!—advirtió Borrén señalando a Carmela laencajera, que tenía los ojos bajos—. Algo desco-lorida... pero graciosa.

—¡Calle!—dijo la viuda de García...—. ¿Túpor aquí? Me llevarás mañana un pañuelo imi-tando Cluny....

—¡La de las puntillas!—exclamó doña Dolo-res—. ¡Buena pieza! Ahora las hacéis muy mal,tú y tu tía.... Ponéis hilo muy gordo.

—¡Se ve tan poco... los días son tan cortos! Ytiene una las manos frías; en hacer una cuartade puntilla se va una mañana. Casi, descontan-

Page 61: La tribuna - One More Library

do lo que nos cuesta el hilo, no sacamos paraarrimar el puchero a la lumbre....

Entre tanto Nisita se iba abriendo camino altravés de piernas y sillas, hasta acercarse a laniña de ocho años que llevaba en brazos al ro-rro.

—Un tiquito... un tiquito—gritaba la rubillamirándole compadecida y embelesada—. Áme-lo.

—No podrás con él—respondía desdeñosa-mente la niñera.

—Le oy teta—argüía Nisita haciendo el ade-mán correspondiente al ofrecimiento.

—¿Quién os enseñó a cantar?—preguntó a laencajera la viuda de García.

Page 62: La tribuna - One More Library

—Enseñar, nadie.... Nos reunimos nosotras.Tenemos un libro de versos.

—¿Y andáis por ahí divirtiéndoos?

—Divertir, no nos divertimos... hace frío—contestó Carmela con su voz cansada y dulce—.Es por llevar unos cuantos reales a la casa.

—¡Mamá, Osepina, Loló!—vociferaba la ru-billa—. Un tiquito, un nino Quetús. Mía, mía.

Todos se volvieron y divisaron a la infelizoruga humana, envuelta en un mantón viejísi-mo, con una gorra de lana morada, que aumen-taba el tono de cera de su menuda faz, arruga-da y marchita como la de un anciano por culpade la mala alimentación y del desaseo. Sus ojue-los negros, muy abiertos, miraban en derredorcon vago asombro, y de sus labios fluía un hilode baba. La viuda de García, que era bonacho-

Page 63: La tribuna - One More Library

na, lanzó una exclamación que corearon lasniñas de Sobrado.

—¡Jesús... angelito de Dios... tan pequeño,por esas calles y con este día! ¿Pero qué hace sumadre?

—Mi madre tiene tienda en la calle del Casti-llo.... Somos siete con este, y yo soy la ma-yor...—alegó a guisa de disculpa la que llevabala criatura.

—¡Jesús!... ¿Pero cómo hacéis para que nollore? ¿Y si tiene hambre?

—Le meto la punta del pañuelo en la bocapara que chupe.... Es muy listito, ya se entretie-ne mucho.

Page 64: La tribuna - One More Library

Riéronse las niñas, y Lola tomó al nene enbrazos.

—¡Qué ligero!—pronunció—. ¡Si pesa más lamuñeca grande de Nisita!

Pasó de mano en mano el leve fardo, hastallegar a Josefina, que lo devolvió a la portadoramuy deprisa, declarando que olía mal.

—No ven el agua ni una vez en el año—decíaconfidencialmente a su cuñado doña Dolores—y salen más fuertes que los nuestros. Yo, ma-tándome, y sin poder conseguir que esa Lola serobustezca. Amparo observaba la sala, el pianode reluciente barniz, el menguado espejo, lasconchas de Filipinas y aves disecadas que ador-naban la consola, el juego de café con filete do-rado, los trajes de las de García, el grupo impo-nente del sofá, y todo le parecía bello, ostentoso

Page 65: La tribuna - One More Library

y distinguido, y sentíase como en su elemento,sin pizca ya de cortedad ni extrañeza.

—¿Y tú, qué haces, señorita de Rosendez?—interrogó Baltasar—. ¿Andar de calle en callecanturreando? Bonito oficio, chica; me parece amí que tú....

—¿Y qué quiere que haga?—replicó ella.

—Encajes, como tu amiguita.

—¡Ay!, no me aprendieron.

—¿Pues qué te aprendieron, hija? ¿Coser?

—¡Bah! Tampoco. Así, unas puntaditas....

—¿Pues qué sabes tú? ¿Robar los corazones?

Page 66: La tribuna - One More Library

—Sé leer muy bien y escribir regular. Fui a laescuela, y decía el maestro que no había otracomo yo. Le leo todos los días La Soberanía Na-cional al barbero de enfrente.

—Pusiste una pica en Flandes. ¿No sabesmás?

—Liar puros.

—¡Hola! ¿Eres cigarrera?

—Fue mi madre.

—Y tú, ¿por qué no?

—No tengo quien me meta en la Fábrica....Hacen falta empeños.

Page 67: La tribuna - One More Library

—Pues mira este señor puede recomendartecasualmente.... Oiga usted. Borrén, ¿no es ustedprimo del contador de la Fábrica? Diga usted.

—¡Hombre! es cierto. Del contador no, perode su señora.... Es murciana, somos hijos deprimos hermanos.

—¡Magnífico! Dile tu nombre y tus señas,chica.

—Sí, hija... se hará lo posible, ¿eh? Por servira una morena tan sandunguera.... Vas a valermás pesetas con el tiempo.... Hombre, ¿no repa-ra usted Baltasar, lo que ganó desde el año pa-sado?

—Mucho más guapa está—declaró Baltasar.

Page 68: La tribuna - One More Library

—¿Pero estas chiquillas no cantan?—interrumpió con dureza Josefina García—.¿Han venido aquí a hacernos tertulia? Para eso,que se larguen. No se ganan los cuartos char-lando.

—¡A cantar!—contestaron resignadamentetodas; y al punto redoblaron las castañuelas,repiquetearon los panderos, rechinaron las con-chas, exhaló su estridente nota el triángulo dehierro, y diez voces mal concertadas entonaronun villancico:

Los pastores en BelénTodos a juntar en leñaPara calentar al NiñoQue nació en la Noche-Buena...

Y al llegar al estribillo:

Page 69: La tribuna - One More Library

Toquen, toquen rabeles y gaitas,Panderetas, tambores y flautas...

se armó un estrépito de dos mil diablos: chi-llaban y tocaban a la vez, con ambas manos, yaun hiriendo con los pies el suelo. Hasta el ro-rro, asustado por la bulla o desentumecido porel calor y vuelto a la conciencia de su hambre,se resolvió a tomar parte en el concierto. Lasniñas de Sobrado y García, locas de regocijo, seasieron de las manos, y empezaron a bailar enrueda, con las trenzas flotantes y volanderas lasenaguas. Nisita, igualitaria como nadie, cogió elparvulillo de dos años y lo metió en el corro,donde la pobre criatura hubo de danzar mal desu grado, soltando a cada paso sus holgadasbabuchas. Borrén, por hacer algo, jaleó a lasbailadoras. Aprovechando un momento deconfusión, Lola se escurrió y volvió trayendoen la falda del vestido una mescolanza de na-ranjas, trozos de piñonate, almendras, bizco-chos, pasas, galletas, relieves de la mesa amon-

Page 70: La tribuna - One More Library

tonados a escape, que comenzó a distribuir conlargueza y garbo. Doña Dolores saltó hecha unafuria.

—Esta chiquilla está loca..., me desperdiciatodo... cosas finas... ¡y para quién, vean uste-des!... ¡Con una taza de caldo que les diesen!...¡Y el vestido... el vestido azul estropeado!

Diciendo lo cual, se aproximó disimulada-mente a Lola y le apretó con ira el brazo. Balta-sar intercedió una vez más: era su santo, un díaen el año. Sobrado padre tartamudeó tambiéndisculpas de su hija, a quien quería entraña-blemente; y Borrén, siempre obsequioso, acabóde repartir las golosinas. Carmela la encajera yAmparo rehusaron con dignidad su parte; perola chiquillería despachó su ración atragantán-dose, en las mismas barbas de doña Dolores,que consumó la venganza dando por termina-

Page 71: La tribuna - One More Library

dos los villancicos y poniendo en la escalera amúsicos y danzantes.

-VI-

Cigarros puros

Hizo Borrén, la recomendación a su prima,que se la hizo al contador, que se la hizo al jefe,y Amparo fue admitida en la Fábrica de ciga-rros. El día en que recogió el nombramientohubo en casa del barquillero la fiesta acostum-brada en casos semejantes, fiesta no inferior a laque celebrarían si se casase la muchacha. Hizola madre decir una misa a Nuestra Señora delAmparo, patrona de las cigarreras; y por la tar-de fueron convidados a un asiático festín elbarbero de enfrente, Carmela, su tía, y la señoraPorreta la comadrona: hubo empanada de sar-dina, bacalao, vino de Castilla, anís y caña a

Page 72: La tribuna - One More Library

discreción, rosoli, una enorme fuente de papasde arroz con leche.

Privado de la ayuda de Amparo, el barqui-llero había tomado un aprendiz, hijo de unalavandera de las cercanías. Jacinto, o Chinto,tenía facciones abultadas e irregulares, piel deun moreno terroso, ojos pequeños y a flor decara: en resumen, la fealdad tosca de un villanofeudal. Sirvió a la mesa, escanció, y fue la di-versión de los comensales, por sus largas mele-nas, semejantes a un ruedo, que le comían lafrente; por su faja de lana, que le embastecía laya no muy quebrada cintura; por su andar tor-pe y desmañado, análogo al de un moscardóncuando tiene las patas untadas de almíbar; porsu puro dialecto de las Rías Saladas, que provo-caba la hilaridad de aquella urbana reunión. Elbarbero, que era leído, escribido y muy redicho;la encajera, que la daba de fina, y la comadrona,que gastaba unos chistes del tamaño de su pan-za, compitieron en donaire burlándose de la

Page 73: La tribuna - One More Library

rusticidad del mozo. Amparo ni lo miró, tanridículo le había parecido la víspera cuandoentró llorando, trayéndolo medio arrastro sumadre: Carmela fue la única que le hablóhumanamente, y le dijo el nombre de dos o trescosas, que él preguntaba sin lograr más res-puesta que bromas y embustes. Así que todosmanducaron a su sabor, echaron las sobras re-vueltas en un plato, como para un perro, y selas dieron al paisanillo, que se acostó ahíto,roncando formidablemente hasta el otro día.

Amparo madrugó para asistir a la Fábrica.Caminaba a buen paso, ligera y contenta comoel que va a tomar posesión del solar paterno. Alsubir la cuesta de San Hilario, sus ojos se fija-ban en el mar, sereno y franjeado de tintas deópalo, mientras pensaba en que iba a ganarbastante desde el primer día, en que casi notendría aprendizaje, porque al fin los puros laconocían, su madre le había enseñado a envol-verlos, poseía los heredados chismes del oficio,

Page 74: La tribuna - One More Library

y no le arredraba la tarea. Discurriendo así,cruzó la calzada y se halló en el patio de la Fá-brica, la vieja Granera. Embargó a la muchachaun sentimiento de respeto. La magnitud deledificio compensaba su vetustez y lo poco airo-so de su traza; y para Amparo, acostumbrada avenerar la Fábrica desde sus tiernos años, po-seían aquellas murallas una aureola de majes-tad, y habitaba en su recinto un poder misterio-so, el Estado, con el cual sin duda era ociosoluchar, un poder que exigía obediencia ciega,que a todas partes alcanzaba y dominaba a to-dos. El adolescente que por vez primera huellalas aulas experimenta algo parecido a lo quesentía Amparo.

Pudo tanto en ella este temor religioso, queapenas vio quién la recibía, ni quién la llevaba asu puesto en el taller. Casi temblaba al sentarseen la silla que le adjudicaron. En derredor suyo,las operarias alzaban la cabeza, ojos curiosos ybenévolos se fijaban en la novicia. La maestra

Page 75: La tribuna - One More Library

del partido estaba ya a su lado, entregándolecon solicitud el tabaco, acomodando los chis-mes, explicándole detenidamente cómo habíade arreglarse para empezar. Y Amparo, en unarranque de orgullo, atajaba a las explicacionescon un «ya sé cómo» que la hizo blanco de mi-radas. Sonriose la maestra y le dejó liar un pu-ro, lo cual ejecutó con bastante soltura; pero alpresentarlo acabado, la maestra lo tomó yoprimió entre el pulgar y el índice, desfigurán-dose el cigarro al punto.

—Lo que es saber, como lo material de saber,sabrás...—dijo alzando las cejas—. Pero si nodespabilas más los dedos... y si no le das máshechurita.... Que así, parece un espanta-pájaros.

—Bueno—murmuró la novicia confusa—:nadie nace aprendido.

Page 76: La tribuna - One More Library

—Con la práctica...—declaró la maestra sen-tenciosamente, mientras se preparaba a unir elejemplo a la enseñanza—. Mira, así... a modi-to....

No valía apresurarse. Primero era preciso ex-tender con sumo cuidado, encima de la tabla deliar, la envoltura exterior, la epidermis del ciga-rro, y cortarla con el cuchillo trazando una cur-va de quince milímetros de inclinación sobre elcentro de la hoja para que ciñese exactamente elcigarro; y esta capa requería una hoja seca, an-cha y fina, de lo más selecto: así como la dermisdel cigarro, el capillo, ya la admitía de inferiorcalidad, lo propio que la tripa o cañizo. Pero lomás esencial y difícil era rematar el puro, hacer-le la punta con un hábil giro de la yema delpulgar y una espátula mojada en líquida goma,cercenándole después el rabo de un tijeretazoveloz. La punta aguda, el cuerpo algo oblongo,la capa liada en elegante espiral, la tripa no tanapretada que no deje respirar el humo ni tan

Page 77: La tribuna - One More Library

floja que el cigarro se arrugue al secarse, talesson las condiciones de una buena tagarnina.Amparo se obstinó todo el día en fabricarla,tardando muchísimo en elaborar algunas, cadavez más contrahechas, y estropeando malamen-te la hoja. Sus vecinas de mesa le daban conse-jos oficiosos: había discordia de pareceres: lasviejas le encomendaban que cortase la capa másancha, porque sale el cigarro mejor formado yporque «así lo habían hecho ellas toda la vida»;y las jóvenes, que más estrecha, que se enrollamás pronto. Al salir de la Fábrica, le dolía aAmparo la nuca, el espinazo, el pulpejo de losdedos.

Poco a poco fue habituándose y adquiriendodestreza. Lo peor era que la afligía la nostalgiade la calle, no acertando a hacerse a la prolijajornada de trabajo sedentario. Para Amparo lacalle era la patria, el paraíso terrenal. La calle lebrindaba mil distracciones, de balde todas. Na-die le vedaba creer que eran suyos los lujosos

Page 78: La tribuna - One More Library

escaparates de las tiendas, los tentadores de lasconfiterías, las redomas de color de las boticas,los pintorescos tinglados de la plaza; que paraella tocaban las murgas, los organillos, la músi-ca militar en los paseos, misas y serenatas; quepor ella se revistaba la tropa y salía precedidode sus maceros con blancas pelucas el Excelen-tísimo Ayuntamiento. ¿Quién mejor que ellagozaba del aparato de las procesiones, del suelosembrado de espadaña, del palio majestuoso,de los santos que se tambalean en las andas, dela Custodia cubierta de flores, de la hermosaVirgen con manto azul sembrado de lentejue-las? ¿Quién lograba ver más de cerca al capitángeneral portador del estandarte, a los señoresque alumbraban, a los oficiales que marcaban elpaso en cadencia? Pues, ¿y en Carnaval? Lasmascaradas caprichosas, los confites arrojadosde la calle a los balcones, y viceversa, el entierrode la sardina, los cucuruchos de dulce de lapiñata, todo lo disfrutaba la hija de la calle. Siun personaje ilustre pasaba por Marineda, a

Page 79: La tribuna - One More Library

Amparo pertenecía durante el tiempo de suresidencia: a fuerza de empellones la chiquillase colocaba al lado del infante, del ministro, delhombre célebre; se arrimaba al estribo de sucoche, respiraba su aliento, inventariaba susdichos y hechos.

¡La calle! ¡Espectáculo siempre variado ynuevo, siempre concurrido, siempre abierto yfranco! No había cosa más adecuada al tempe-ramento de Amparo, tan amiga del ruido, de laconcurrencia, tan bullanguera, meridional yextremosa, tan amante de lo que relumbraba.Además, como sus pulmones estaban educadosen la gimnasia del aire libre, se deja entender laopresión que experimentarían en los primerostiempos de cautiverio en los talleres, donde laatmósfera estaba saturada del olor ingrato yherbáceo del Virginia humedecido y de la hojamedio verde, mezclado con las emanaciones detanto cuerpo humano y con el fétido vaho delas letrinas próximas. Por otra parte, el aspecto

Page 80: La tribuna - One More Library

de aquellas grandes salas de cigarros comunesera para entristecer el ánimo. Vastas estanteríasde madera ennegrecida por el uso, colocadas enel centro de la estancia, parecían hileras de ni-chos. Entre las operarias, alineadas a un lado ya otro, había sin duda algunos rostros jóvenes ylindos; pero así como en una menestra se desta-ca la legumbre que más abunda, en tan enormeensalada femenina no se distinguían al prontosino greñas incultas, rostros arados por la vejezo curtidos por el trabajo, manos nudosas comoramas de árbol seco.

El colorido de los semblantes, el de las ropasy el de la decoración se armonizaba y fundía enun tono general de madera y tierra, tono a lavez crudo y apagado, combinación del castañomate de la hoja, del amarillo sucio de la vena,del dudoso matiz de los serones de esparto, dela problemática blancura de las enyesadas pa-redes, y de los tintes sordos, mortecinos al parque discordantes, de los pañuelos de cotonía,

Page 81: La tribuna - One More Library

las sayas de percal, los casacos de paño, losmantones de lana y los paraguas de algodón.Amparo se perecía por los colores vivos y fuer-tes, hasta el extremo de pasarse a veces unahora delante de algún escaparate contemplan-do una pieza de seda roja: así es que los prime-ros días, el taller con su colorido bajo le infun-día ganas de morirse. Pero no tardó en encari-ñarse con la Fábrica, en sentir ese orgullo yapego inexplicables que infunde la colectividady la asociación, la fraternidad del trabajo. Fueconociendo los semblantes que la rodeaban,tomándose interés por algunas operarias, seña-ladamente por una madre y una hija que sesentaban a su lado. Medio ciega ya y muy tem-blona de manos, la madre no podía hacer másque niños, o sea la envoltura del cigarro; la hijase encargaba de las puntas y del corte, y entrelas dos mujeres despachaban bastante, siendomuy de notar la solicitud de la hija y el afectoque se manifestaban las dos, sin hablarse, enmil pormenores, en el modo de pasarse la go-

Page 82: La tribuna - One More Library

ma, de enseñarse el mazo terminado y sujeto yacon su faja de papel, de partir la moza la comi-da con su navaja, y de acercarla a los labios dela vieja.

Otra causa para que Amparo se reconciliasedel todo con la Fábrica, fue el hallarse en ciertomodo emancipada y fuera de la patria potestaddesde su ingreso. Es verdad que daba a suspadres algo de las ganancias, pero reservándo-se buena parte; y como la labor era a destajo, enlas yemas de los dedos tenía el medio de acre-centar sus rentas, sin que nadie pudiese averi-guar si cobraba ocho o cobraba diez. Desde eldía de su entrada vestía el traje clásico de lascigarreras: el mantón, el pañuelo de seda parasolemnidades, la falda de percal planchada ycon cola.

Page 83: La tribuna - One More Library

-VII-

Preludios

Tardó Chinto en aclimatarse: mucho tiempopasó echando de menos la aldea. Dos cosasayudaron a distraer su morriña: un amolador,que se situaba bajo los soportales de la calle deEmbarcaderos, y el mar. Cuantos momentostenía libres el paisanillo, dedicábalos a la con-templación de alguno de sus dos amores. No secansaba jamás de ver los altibajos de la piernadel amolador, el girar sin fin de la rueda, elrápido saltar de las chispas y arenitas al contac-to del metal, ni de oír el ¡rsss! del hierro cuandoel asperón lo mordía. Tampoco se hartaba demirar al mar, encontrándolo siempre distinto:unas veces ataviado con traje azul claro, otras,al amanecer, semejante a estaño en fusión; porla tarde, al ocaso, parecido a oro líquido, y denoche, envuelto en túnica verde oscura listada

Page 84: La tribuna - One More Library

de plata. ¡Y cuando entraban y salían las em-barcaciones! Ya era un gallardo bergantín, al-zando sus dos palos y su cuadrado velamen; yauna graciosa goleta, con su cangreja desplega-da, rozando las olas como una gaviota; ya unpaquete, con sus alas de espuma en los talonesy su corona de humo en la frente; ya un finolaúd; ya un elegante esquife; sin nombrar laslanchas pescadoras, los pesados lanchones, losgaleones panzudos, los botes que volaban algolpe acompasado de los remos.... Si Chinto nofuese un animal, podría alegar en su abono queel Océano y el voltear de una rueda son imáge-nes apropiadas de lo infinito; pero Chinto noentendía de metafísicas.

Más adelante, al reparar en Amparo, se hallómejor en el pueblo. Si algo se burlaba de él ladespabilada chiquilla, al fin era una muchacha,un rostro juvenil, una voz fresca y sonora. Entreel señor Rosendo y su triste laconismo; la tulli-da y su tiranía doméstica; Pepa la comadrona,

Page 85: La tribuna - One More Library

que lo asustaba de puro gorda, y lo crucificabaa chistes, o Amparo, desde luego se declararonpor esta sus simpatías. Todas las tardes, con elcilindro de hojalata terciado al hombro, iba abuscarla a la salida de la Fábrica. Esperaba ro-deado de madres que aguardaban a sus hijas,de niños que llevaban la comida a sus madres,de gente pobre, que rara vez hacía gasto debarquillos, como no fuese por la exorbitantecantidad de un octavo o un cuarto. No obstan-te, Chinto no faltaba un solo día a su puesto.

Algo variado en su exterior estaba el apren-diz. Patizambo como siempre, era en sus mo-vimientos menos brutal. La vida ciudadana lehabía enseñado que un cuerpo humano nopuede tomarse todo el espacio por suyo, antesnecesita ceñirse a que otros cuerpos transitenpor los mismos lugares que él. Chinto dejaba,pues, más hueco, se recogía, no se balanceabatanto. La blusa de cutí azul dibujaba sus reciasespaldas, descubriendo cuello y manos more-

Page 86: La tribuna - One More Library

nas; ancho sombrerón de detestable fieltro grishonraba su cabeza, monda y lironda ya porobra y gracia del barbero.

Una hermosa tarde estival aguardaba a Am-paro muy ufano, porque en los bolsillos de lablusa le traía melocotones, adquiridos en laplaza con sus ahorros. Como un cuarto de horallevaban de ir saliendo las operarias ya, y la hijadel barquillero sin aparecer. Gran animación ala puerta, donde se estableciera un mercadillo;no faltaba el puesto de cintas, dedales, hilos,alfileres y agujas; pero lo dominante era el ma-risco, cestas llenas de mejillones cocidos ya,esmaltados de negro y naranja; de erizos ver-dosos y cubiertos de púas, de percebes arraci-mados y correosos, de argentadas sardinas, yde mil menudos frutos de mar, bocinas, lapas,almejas, calamares que dejaban pender sus es-parcidos tentáculos como patas de arañasmuertas. Semejante cuadro, cuyo fondo era untrozo de mar sereno, un muelle de piedras des-

Page 87: La tribuna - One More Library

iguales, una ribera peñascosa, tenía mucho depaisaje napolitano, completando la analogía lostrajes y actitudes de los pescadores que no muylejos tendían al sol redes para secarlas. De pie,en el umbral del patio, un ciego se manteníainmóvil, muerta la cara, mal afeitadas las bar-bas que le azuleaban las mejillas, lacio y en tro-va el grasiento pelo, tendiendo un sombreroabollado, donde llovían cuartos y mendrugosen abundancia.

Miraba Chinto a la bahía con la boca abierta,y cuando al fin salió Amparo, no pudo verla:ella en cambio le divisó desde lejos, y velozcomo una saeta, varió de rumbo, tomando porla insigne calle del Sol, que componen mediadocena de casas gibosas y dos tapias coronadasde hierba y alelíes silvestres. Corrió hasta al-canzar el camino del Crucero, y dejándolo a unlado, atravesó a la carretera y a la cuesta de SanHilario, donde refrenó el paso creyéndose ensalvo ya. ¡También era manía la del zopenco

Page 88: La tribuna - One More Library

aquel, de no dejarla a sol ni a sombra, y darleescolta todas las tardes! ¡Y como su compañíaera tan divertida, y como él hablaba tan gracio-samente, que no parece sino que tenía la bocallena de engrudo, según se le pegaban las pala-bras a la lengua! Así discurría Amparo, mien-tras bajaba hacia la Puerta del Castillo, defen-dida todavía, como in illo tempore, por su puen-te levadizo y sus cadenas rechinantes.

Al propio tiempo subían unas señoras, conlas cuales se cruzó la cigarrera. Iban casi enorden hierático; delante las niñas de corto, en-tre quienes descollaba Nisita, ya espigada, pro-vista de una gran pelota; luego el grupo de lascasaderas, Josefina García, Lola Sobrado, lu-ciendo sus mantillas y sus colas recientes; losflancos de este pelotón los reforzaban Baltasar yBorrén, y como Baltasar no se había de poner alladito de su hermana, tocábale ir cerca de Jose-fina. Cerraban la marcha la viuda de García ydoña Dolores, ésta carilarga y erisipelatosa de

Page 89: La tribuna - One More Library

cutis, la viuda sin tocas ni lutos, antes muy em-pavesada de colores alegres.

Los destellos del sol poniente, muriendo enlas aguas de la bahía, alumbraron a un tiempo aBaltasar y a Amparo, haciendo que mutuamen-te se viesen y se mirasen. El mancebo, con subigote blondo, su pelo rubio, su tez delicada ysanguínea, el brillo de sus galones que deteníanlos últimos fulgores del astro, parecía de oro; yla muchacha, morena, de rojos labios, con supañuelo de seda carmesí, y las olas encendidasque servían de marco a su figura, semejabahecha de fuego. Ambos se miraron en un ins-tante, instante muy largo, durante el cual secreyeron envueltos en la irradiación de unaatmósfera de luz, calor y vida. Al dejar de con-templarse, fuese que el esplendor del ocaso esbreve y se extingue luego, fuese por otras cau-sas íntimas y psicológicas, imaginaron que sen-tían un hálito frío y que empezaba a anochecer.

Page 90: La tribuna - One More Library

Oyose la palabra ronca de Borrén el inaguanta-ble.

—¿La has visto?

—¿A quién?—balbució el teniente Baltasar,que fingía considerar con suma atención lapunta de sus botas, por no encontrarse con laojeada investigadora de Josefina.

—¿A la chiquilla del barquillero... a la ciga-rrera?

—¿Cuál? ¿Era esa que pasaba?—contestó alfin aceptando la situación.

—Sí, hombre, ésa.... ¿Qué tal? ¿Tengo buenojo?

Page 91: La tribuna - One More Library

—Yo también la conocí—pronunció Josefina,cuya voz de tiple ascendía al tono sobreagudo.

—A mí no me ha saludado...—añadió Bo-rrén—. No me conoció tal vez... y eso que yo lametí en la Granera... yo la recomendé. ¡Bien dijesiempre que había de ser una chica preciosa! Loque es de otra cosa no entenderé, hombre; perode ese género.... ¿Qué les pareció a ustedes?

—¿A mí?—murmuró Josefina entre dientes ycon agresivo silbido de vocales—. No me pre-gunte usted, Borrén.... Esas mujeres ordinariasme parecen todas iguales, cortadas por el mis-mo patrón. Morena... muy basta.

—¡Ave María, Josefina!—dijo escandalizadaLola Sobrado—. No tuviste tiempo de verla: eshermosa y reúne mucha gracia. Fíjate otra vezen ella... si vuelve a pasar, te daré al codo.

Page 92: La tribuna - One More Library

—No te molestes... no merece la pena; es eltipo de una cocinera como todas las de su espe-cie.

Baltasar hallaba incómoda la conversación ybuscaba un pretexto para cambiarla. Atravesa-ban por delante de un campo cubierto de hier-ba marchita, especie de landa estéril cercadapor lienzos de muralla de las fortificaciones.Había allí una parada de borricos de alquiler,que aguardaban pacíficamente, con las orejasgachas, a sus acostumbrados parroquianos,mientras los burreros y espoliques, sentados enel malecón, jugaban con sus varas, departíanamigablemente, y picando con la uña un ciga-rro de a cuarto, abrumaban a ofrecimientos alos transeúntes.

—¿Un burro, señorito? ¿Un burro precioso?¿Un burro mejor que los caballos? ¿Vamos aAldeaparda? ¿Vamos a la Erbeda?

Page 93: La tribuna - One More Library

Acercose Baltasar a las niñas de corto, y dijoa Nisita:

—¿Una vuelta por el campo?

A la chiquilla se la encandilaron los ojos, ysoltando la pelota, echó los brazos al tenientecon sonrisa zalamera. Baltasar la aupó, colo-cándola sobre los lomos de un asnillo, que aúntenía puestas jamugas de dorados clavos. Ytomando la vara de manos del alquilador, co-menzó a arrear... «¡Arre, burro!, ¡arre!, ¡arre!,¡arre!, ¡arre!».

Amparo, al llegar a la entrada de las Filas,sintió detrás de sí una respiración anhelosa ycomo el trotar de una acosada alimaña montés,y casi al mismo tiempo emparejó con ella Chin-to, sudoroso y jadeante. La perseguida se vol-vió desdeñosamente, fulminando al persegui-dor una mirada de despide-huéspedes.

Page 94: La tribuna - One More Library

—¿Para qué corres así, majadero?—díjole endesabrido tono—. ¿Si creerás que me escapo?Cuidado que....

—Allí...—contestó él echando los bofes, talera su sobrealiento...—allí... porque no te vinie-ses sin compaña... allí... ¡yo me entretuve con elvapor de la Habana, que salía... más bonito,conchas!, ¡humo que echaba! ¿Por dónde vinis-te que no te vi?

—Por donde me dio la gana, ¡repelo! Y ya teaviso que no me vuelvas a pudrir la sangre contus compañías.... ¿Soy yo aquí alguna niña pe-queña? Anda a vender barquillos, que ahí en elpaseo hay quien compre, y en la Fábrica maldi-to si sacas un real en toda la tarde....

Page 95: La tribuna - One More Library

-VIII-

La chica vale un Perú

Mal que le pese a Josefina y a todas las seño-ritas de Marineda, las profecías de Borrén sehan cumplido. No se equivoca un inteligentecomo él al calificar una obra maestra. Sucedecon la mujer lo que con las plantas. Mientrasdura el invierno, todas nos parecen iguales; sontroncos inertes; viene la savia de la primavera,las cubre de botones, de hojas, de flores, y en-tonces las admiramos. Pocos meses bastan paratrasformar al arbusto y a la mujer. Hay un ins-tante crítico en que la belleza femenina tomaconsistencia, adquiere su carácter, cristaliza pordecirlo así. La metamorfosis es más impensaday pronta en el pueblo que en las demás clasessociales. Cuando llega la edad en que invenci-blemente desea agradar la mujer, rompe su feo

Page 96: La tribuna - One More Library

capullo, arroja la librea de la miseria y del tra-bajo, y se adorna y aliña por instinto.

El día en que «unos señores» dijeron a Am-paro que era bonita, tuvo la andariega chiquillaconciencia de su sexo: hasta entonces había sidoun muchacho con sayas. Ni nadie la considera-ba de otro modo: si algún granuja de la calle lerecordó que formaba parte de la mitad másbella del género humano, hízolo medio a cache-tes, y ella rechazó a puñadas, cuando no a cocesy mordiscos, el bárbaro requiebro. Cosas todasque no le quitaban el sueño ni el apetito. Hacíasu tocado en la forma sumaria que conocemosya; correteaba por plazas, caminos y callejuelas;se metía con las señoritas que llevaban algunamoda desusada, remiraba escaparates, curio-seaba ventaneros amoríos, y se acostaba rendi-da y sin un pensamiento malo.

Page 97: La tribuna - One More Library

Ahora... ¿quién le dijo a ella que el aseo ycompostura que gastaba no eran suficientes?¡Vaya usted a saber! El espejo no, porque nin-guno tenían en su casa. Sería un espejo interior,clarísimo, en que ven las mujeres su imagenpropia y que jamás las engaña. Lo cierto es queAmparo, que seguía leyéndole al barbero pe-riódicos progresistas, pidió el sueldo de la lec-tura en objetos de tocador. Y reunió un ajuardigno de la reina, a saber: un escarpidor decuerno y una lendrera de boj; dos paquetes dehorquillas, tomadas de orín; un bote de poma-da de rosa; medio jabón aux amandes amères, conpelitos de la barba de los parroquianos, corta-dos y adheridos todavía; un frasco, casi vacío,de esencia de heno, y otras baratijas del mismojaez. Amalgamando tales elementos logró Am-paro desbastar su figura y sacarla a luz, descu-briendo su verdadero color y forma, como sedescubre la de la legumbre enterrada al arran-carla y lavarla. Su piel trabó amistosas relacio-nes con el agua, y libre de la capa del polvo que

Page 98: La tribuna - One More Library

atascaba sus poros finos, fue el cutis morenomás suave, sano y terso que imaginarse pueda.No era tostado, ni descolorido, ni encendidotampoco; de todo tenía, pero con su cuenta yrazón, y allí donde convenía que lo tuviese. Lamocedad, la sangre rica, el aire libre, las amoro-sas caricias del sol, habíanse dado la mano paracrear la coloración magnífica de aquella tezplebeya. La lisura de ágata de la frente; el ber-mellón de los carnosos labios; el ámbar de lanuca, el rosa trasparente del tabique de la nariz;el terciopelo castaño del lunar que travesea enla comisura de la boca; el vello áureo que des-ciende entre la mejilla y la oreja y vuelve a apa-recer, más apretado y oscuro, en el labio supe-rior, como leve sombra al difumino cosas eranpara tentar a un colorista a que cogiese el pincele intentase copiarlas. Gracias sin duda a la po-mada, el pelo no se quedó atrás y también semostró cual Dios lo hizo, negro, crespo, brillan-te. Sólo dos accesorios del rostro no mejoraron,tal vez porque eran inmejorables: ojos y dien-

Page 99: La tribuna - One More Library

tes, el complemento indispensable de lo que sellama un tipo moreno. Tenía Amparo por ojosdos globos, en que el azulado de la córnea, ba-ñado siempre en un líquido puro, hacía resaltarel negror de la ancha pupila, mal velada porcortas y espesas pestañas. En cuanto a los dien-tes, servidos por un estómago que no conocía lagastralgia, parecían treinta y dos grumos decuajada leche, graciosísimamente desiguales yalgo puntiagudos, como los de un perro cacho-rro.

Observándose, no obstante, en tan gallardoejemplar femenino rasgos reveladores de suextracción: la frente era corta, un tanto arre-mangada la nariz, largos los colmillos, el cabe-llo recio al tacto, la mirada directa, los tobillos ymuñecas no muy delicados. Su mismo hermosocutis estaba predestinado a inyectarse, como eldel señor Rosendo, que allá en la fuerza de laedad había sido, al decir de las vecinas y de sumujer, guapo mozo. Pero, ¿quién piensa en el

Page 100: La tribuna - One More Library

invierno al ver el arbusto florido? Si Baltasar norondó desde luego las inmediaciones de la Fá-brica, fue que destinaron a Borrén por algúntiempo a Ciudad Real, y temió aburrirse yendosolo.

-IX-

La Gloriosa

Ocurrió poco después en España un sucesoque entretuvo a la nación siete años cabales, yaún la está entreteniendo de rechazo y en susconsecuencias, a saber: que en vez de los pro-nunciamientos chicos acostumbrados, se realizóotro muy grande, llamado Revolución de Se-tiembre de 1868.

Quedose España al pronto sin saber lo que lepasaba y como quien ve visiones. No era para

Page 101: La tribuna - One More Library

menos. ¡Un pronunciamiento de veras, quederrocaba la dinastía! Por fin el país habíahecho una hombrada, o se la daban hecha: me-jor que mejor para un pueblo meridional. Detodo se encargaban marina, ejército, progresis-tas y unionistas. González Bravo y la Reinaestaban ya en Francia cuando aún ignoraba lainmensa mayoría de los españoles si era el Mi-nisterio o los Borbones quienes caían «parasiempre», según rezaban los famosos letrerosde Madrid. No obstante, en breve se persuadióla nación de que el caso era serio, de que nosólo la raza Real, sino la monarquía misma,iban a andar en tela de juicio, y entonces cadaquisque se dio a alborotar por su lado. Sóloguardaron reserva y silencio relativo aquellosque al cabo de los siete años habían de llevarseel gato al agua.

Durante la deshecha borrasca de ideas políti-cas que se alzó de pronto, observose que elcampo y las ciudades situadas tierra adentro se

Page 102: La tribuna - One More Library

inclinaron a la tradición monárquica, mientraslas poblaciones fabriles y comerciales, y lospuertos de mar, aclamaron la república. En lacosta cantábrica, el Malecón y Marineda se dis-tinguieron por la abundancia de comités, jun-tas, clubs, proclamas, periódicos y manifesta-ciones. Y es de notar que desde el primer ins-tante la forma republicana invocada fue la fe-deral. Nada, la unitaria no servía: tan sólo lafederal brindaba al pueblo la beatitud perfecta.¿Y por qué así? ¡Vaya a saber! Un escritor inge-nioso dijo más adelante que la república federalno se le hubiera ocurrido a nadie para España siProudhon no escribe un libro sobre el principiofederativo y si Pi no le traduce y le comenta.Sea como sea, y valga la explicación lo que va-liere, es evidente que el federalismo se impro-visó allí y doquiera en menos que canta un ga-llo.

La Fábrica de Tabacos de Marineda fue cen-tro simpatizador (como ahora se dice) para la

Page 103: La tribuna - One More Library

federal. De la colectividad fabril nació la confra-ternidad política; a las cigarreras se les abrió elhorizonte republicano de varias maneras: pormedio de la propaganda oral, a la sazón tanactiva, y también, muy principalmente, de losperiódicos que pululaban. Hubo en cada talleruna o dos lectoras; les abonaban sus compañe-ras el tiempo perdido, y adelante. Amparo fuede las más apreciadas, por el sentido que dabaa la lectura; tenía ya adquirido hábito de leer,habiéndolo practicado en la barbería tantasveces. Su lengua era suelta, incansable su larin-ge, robusto su acento. Declamaba, más bien queleía, con fuego y expresión, subrayando lospasajes que merecían subrayarse, realzando laspalabras de letra bastardilla, añadiendo la mí-mica necesaria cuando lo requería el caso, ycomenzando con lentitud y misterio, y en vozcontenida, los párrafos importantes, para subirla ansiedad al grado eminente y arrancar invo-luntarios estremecimientos de entusiasmo alauditorio, cuando adoptaba entonación más

Page 104: La tribuna - One More Library

rápida y vibrante a cada paso. Su alma impre-sionable, combustible, móvil y superficial, seteñía fácilmente del color del periódico queandaba en sus manos, y lo reflejaba con vivezay fidelidad extraordinarias. Nadie más a pro-pósito para un oficio que requiere gran fogosi-dad, pero externa; caudal de energía incesan-temente renovado y disponible para gastarlo enexclamaciones, en escenas de indignación y defanática esperanza. La figura de la muchacha, elbrillo de sus ojos, las inflexiones cálidas y pas-tosas de su timbrada voz de contralto, contri-buían al sorprendente efecto de la lectura.

Al comunicar la chispa eléctrica, Amparo seelectrizaba también. Era a la vez sujeto agente ypaciente. A fuerza de leer todos los días unosmismos periódicos, de seguir el flujo y reflujode la controversia política, iba penetrando en lalectora la convicción hasta los tuétanos. La fevirgen con que creía en la prensa era inque-brantable, porque le sucedía con el periódico lo

Page 105: La tribuna - One More Library

que a los aldeanos con los aparatos telegráficos:jamás intentó saber cómo sería por de dentro;sufría sus efectos, sin analizar sus causas. ¡Ycuánto se sorprendería la fogosa lectora si pu-diese entrar en una redacción de diario político,ver de qué modo un artículo trascendental yfuribundo se escribe cabeceando de sueño, enla esquina de la mugrienta mesa, despachandouna chuleta o una ración de merluza frita! Lalectora, que tomaba al pie de la letra aquello de«Cogemos la pluma trémulos de indignación»,y lo otro de «La emoción ahoga nuestra voz, lavergüenza enrojece nuestra faz», y hasta lo de«Y si no bastan las palabras, ¡corramos a lasarmas y derramemos la última gota de nuestrasangre!».

Lo que en el periódico faltaba de sinceridadsobraba en Amparo de crédulo asentimiento.Acostumbrábase a pensar en estilo de artículode fondo y a hablar lo mismo: acudían a suslabios los giros trillados, los lugares comunes

Page 106: La tribuna - One More Library

de la prensa diaria, y con ellos aderezaba ycomponía su lenguaje. Iba adquiriendo gransoltura en el hablar; es verdad que empleaba aveces palabras y hasta frases enteras cuyo sen-tido exacto no le era patente, y otras las trabu-caba; pero hasta en eso se parecía a la desaliña-da y antiliteraria prensa de entonces. ¡Dabatanto que hacer la revuelta y absorbente políti-ca, que no había tiempo para escribir en caste-llano! Ello es que Amparo iba teniendo un picode oro; se la estaría uno escuchando sin sentircuando trataba de ciertas cuestiones. El tallerentero se embelesaba oyéndola, y compartíasus afectos y sus odios. De común acuerdo, lasoperarias detestaban a Olózaga, llamándole «elviejo del borrego» porque andaba el muy indi-no buscando un rey que no nos hacía maldita lafalta... sólo por cogerse él para sí embajadas yotras prebendas; hablar de González Bravo erapromover un motín; con Prim estaban a mal,porque se inclinaba a la forma monárquica; aSerrano había que darle de codo; era un ambi-

Page 107: La tribuna - One More Library

cioso hipócrita, muy capaz, si pudiese, dehacerse rey o emperador, cuando menos.

Creció la efervescencia republicana mientrasque trascurría el primer invierno revoluciona-rio; al acercarse el verano subió más grados aúnel termómetro político en la Fábrica. En el cursode horas de sol, sin embargo, decaía la conver-sación, y entre tanto la atmósfera se cargaba deasfixiantes vapores y espesaba hasta parecerque podía cortarse con cuchillo. Penetrantesefluvios de nicotina subían de los serones llenosde seca y prensada hoja. Las manos se movían aimpulsos de la necesidad, liando tagarninas;pero los cerebros rehuían el trabajo, abrumadordel pensamiento; a veces una cabeza caía inertesobre la tabla de liar, y una mujer, rendida decalor, se quedaba sepultada en sueño profundo.Más felices que las demás, las que espurriabanla hoja, sentadas a la turca en el suelo, con unmontón de tabaco delante, tenían el puchero deagua en la diestra, y al rociar, muy hinchadas

Page 108: La tribuna - One More Library

de carrillos, el Virginia, las consolaba un aurade frescura. Tendidas las barrenderas al ladodel montón de polvo que acababan de reunir,roncaban con la boca abierta y se estremecíande gusto cuando la suave llovizna les salpicabael rostro. Revoloteaban las moscas con porfiadozumbido, y ya se unían en el aire y caían rápi-damente sobre la labor o las manos de las ope-rarias, ya se prendían las patas en la goma deltarrillo, pugnando en balde por alzar el vuelo.Andaban esparcidos por las mesas, y mezcla-dos con el tabaco, pedazos de borona, tajadasde bacalao crudo, cebollas, sardinas arenques.Con semejante temperatura, ¿quién había detener ganas de comerse la pitanza?

Por fin, a eso de las cuatro de la tarde, la re-frigerante brisa marina comenzaba a correr,dilatábanse los oprimidos pechos, los dientesfuncionaban despachando los humildes manja-res, y le tocaba su turno a la lectura política.

Page 109: La tribuna - One More Library

Leíanse publicaciones de Madrid y periódi-cos locales. En la prensa de la Corte se llevabanla palma los discursos de Castelar, por entoncesmuy distante de haberse gastado. ¡Cuánta pa-labra linda, y qué bien que enganchaban unasen otras! Parecían versos. Es verdad que la ma-yor parte no se entendían, y que danzaban porallí nombres tan raros, que sólo el demonio deAmparo podía leerlos de corrido; mas no lehace: lo que es bonito, era muy bonito aquello.Y bien se colegía que la sustancia del discursoera a favor del pueblo y contra los tiranos, desuerte que lo demás se tomaba por adorno ydelicado floreo.

Cuando en vez de discursos cuadraba leerartículos de fondo, de estos kilométricos y so-poríferos, que hablan de justicia social, reden-ción de las clases obreras, instrucción difundi-da, generalizada y gratis, fraternidad universal,todo en estilo de homilía y con oraciones largasy enmarañadas como fideos cocidos, alterábase

Page 110: La tribuna - One More Library

la voz de Amparo y se humedecían los ojos desus oyentes. Leve escalofrío recorría las filas demujeres, las cuales se miraban como diciéndo-se: «¿Eh?, ¿qué tal? ¡Este sí que lo parla!». Yleído el último párrafo, que terminaba anun-ciando el próximo advenimiento de una era deperfecta libertad y bienestar absoluto, solíancruzar las manos, sonriendo y sintiéndose tanrelajadas en sus fibras, tan blandas y dulcescomo un plato de huevos moles. Trabajo lescostaba reprimir los impulsos de abrazarse quese les iban y venían.

En cambio, si el escrito pertenecía al génerobélico y tocaba a somatén, parecía que les da-ban a beber una mistura de pólvora y alcohol.Montaban en cólera tan aína como se encrespanlas olas del mar. Sordas exclamaciones acom-pañaban y cubrían a veces la voz de la lectora.Era contagiosa la ira, y mujer había allí de cora-zón más suave que la seda, incapaz de mataruna mosca, y capaz a la sazón de pedir cien mil

Page 111: La tribuna - One More Library

cabezas de los pícaros que viven chupando lasangre del pueblo.

-X-

Estudios históricos y políticos

Más partido tenían en la Fábrica los periódi-cos locales que los de la Corte. Naturalmente,los locales exageraban la nota, recargaban elcuadro; sus títulos acostumbraban ser por esteestilo: El Vigilante Federal, órgano de la democraciarepublicana federal-unionista; El Representante dela Juventud Democrática; El Faro Salvador del Pue-blo Libre. Y como, aparte de algunas huecas ge-neralidades del artículo de fondo, discurríanacerca de asuntos conocidos, era mucho mayorel interés que despertaban.

Page 112: La tribuna - One More Library

No es fácil imaginar cuán honda sensaciónproducía en el concurso alguna gacetilla rotu-lada, por ejemplo: «Acontecimiento incalifica-ble».

—A ver, a ver. Oír. Callar. Silencio, charlata-nas.

Y reinaba un mutismo palpitante, escuchán-dose tan sólo el retintín de los tijeretazos quecercenaban el rabo de las tagarninas.

—«Acontecimiento incalificable»—repetíaAmparo—. «Se nos asegura que hará dos díasentraron tres guardias civiles francos de servi-cio en el café de la Aurora, y un oficial que allíhabía los arrestó...»

—Arrestaría, arrestaría....

Page 113: La tribuna - One More Library

—Callar, bocas....

—«... los arrestó por tan enorme delito...»

—¿Por entrar en un café?

—¡Y dicen que hay libertá!

—¡Qué ha de haberla, mujer!

—«Y preguntándoles la causa de su entradaen el local, le respondieron que su objeto eratomar café. No obstante tan naturales explica-ciones, fueron arrestados por tres días, y hastano faltan personas bien informadas que asegu-ren se ha dado orden para que los individuosdel benemérito cuerpo no puedan entrar en loscafés de la Aurora ni del Norte. De ser esto cier-to, sobre constituir un ataque infundado a lossagrados derechos individuales, lo es también a

Page 114: La tribuna - One More Library

la industria libre y honrosa de los cafeteros,y...»

—¡Y le resobra la razón, así Dios me salve!¿Y de qué come el pobre del cafetero si le es-pantan la parroquia?

—El pillo del oficial, como tiene su paga....

—«... y no encontramos frases suficientes pa-ra anatematizar estos atropellos, hoy que labandera de la libertad nos da sombra con suspliegues...»

—¡Eso, eso!

—¡De ahí, de ahí!

—Habiendo libertá no hay injusticias. ¡Olépor ella!

Page 115: La tribuna - One More Library

—«¿Qué piensan los que así resucitan arran-ques del agonizante despotismo militar, pro-pios de épocas terroríficas que pasaron a la his-toria? ¿Se les ha figurado que estamos en aque-llos siglos, cuando un señor tenía poder paraabrir el vientre a sus vasallos?...»

Aquí se salió de madre el río. Exclamaciones,interjecciones, gritos y risas se cruzaron de unlado a otro; pero las risueñas estaban en mino-ría: dominaban las espantadas. Una vieja mediosorda se hizo una trompetilla con ambas ma-nos, creyendo que sus oídos la engañaban.

—¡Ave María de gracia!

—¡En mi vida tal oí!

—¡Abrir la barriga!

Page 116: La tribuna - One More Library

—No sería en tierra de cristianos, mujer.

—¿Y eso fue a los pobrecitos civiles?—interrogó la sorda.

—¡Chss!—gritó Amparo—. Aquí viene lobueno, señores: «... abrir el vientre a sus vasa-llos para calentarse los pies con su sangre...»

—¡Señor y Dios de los cielos!

—Parece que todo el estómago se me revol-vió.

—¡Pobre del pobre!

—¡Cuándo vendrá la federal para que se aca-ben esas infamias!

Page 117: La tribuna - One More Library

Otra cuerda que siempre resonaba en aquelcentro político femenino era la del misterio.Cualquier periodiquillo, el más atrasado denoticias, contenía un suelto que, hábilmenteleído, despertaba temores y esperanzas en eltaller. Amparo empezaba por hacer señas alconcurso para que estuviese prevenido a im-portantes revelaciones. Después comenzaba,con reposada voz:

—«Atravesamos momentos solemnes. De undía a otro deben cambiar de rumbo los aconte-cimientos...»

—Lo que yo digo. Esta situación, de porfuerza se la tienen que llevar los demonios.

—Hasta que llegue la nuestra....

—No, pues cuando este lo huele.... Por Ma-drid andará buena la cosa.

Page 118: La tribuna - One More Library

—Así los parta a todos un rayo, comilones,tiránigos, chupadores.

—A ver si calláis.

—«La situación está próxima a entrar en elcamino que desde el primer día de la revolu-ción debió emprender. Hay que vencer grandesobstáculos...» (Movimiento general.) «Los ene-migos encubiertos de la revolución...»

—¿Quién será? ¿Lo dirá por el alcalde?

—No, mujer.... Por ese maldito de cuñado dela Reina....

—Y por el Napoleón de allá de Francia, boba,que no nos puede ver.

Page 119: La tribuna - One More Library

—¡Chsss! «... de la revolución, están ace-chando el instante en que poder descargar so-bre la situación un golpe decisivo y liberticida.No desmayemos, sin embargo. La revoluciónpasará triunfante por cima de tanto reacciona-rio como aparenta servirla con fines siniestros.En donde menos se piensa se esconde la reac-ción fijando su ojo de tigre...»

—Tiene razón, tiene razón. Está muy biencomparado.

—«... ojo de tigre... en la libertad, para es-trangularla. Los más temibles son los que, lle-gados a la cima del poder, hacen traición a susantiguos ideales que les sirvieron de pedestalpara escalar las grandezas...»

—Si es lo que yo os predico siempre—exclamaba al llegar aquí la lectora, tomando laampolleta—. Los peorcitos están arriba, arriba.

Page 120: La tribuna - One More Library

Quien no lo ve, ciego es. Ínterin no agarre elpueblo soberano una escoba de silbarda, comoesa que tenemos ahí... (y señaló a la que mane-jaba la barrendera del taller) y barra sin miseri-cordia las altas esferas... ¡ya me entendéis! Elmismo día en que se proclamó la libertad y sele dio el puntapié a los Borbones, había yo depublicar un decreto... ¿sabéis cómo? (la oradoraabrió la mano izquierda, haciendo ademán deescribir en ella con una tagarnina:) «Decreto yo,el Pueblo soberano, en uso de mis derechosindividuales, que todos los generales, goberna-dores, ministros y gente gorda salga del sitioque ocupan, y se lo dejen a otros que nombraréyo del modo que me dé la realísima gana. Hedicho».

—¡Bien, bien!

—¡Venga de ahí!

Page 121: La tribuna - One More Library

—¡Esa es la fija! Y a mí que no me digan....

—¿Pues no estamos viendo, mujer, que hayempleados de los tiempos del espotismo? ¿Semudó, por si acaso, la oficialidá de los regi-mientos? Si a hablar fuésemos....

Y la arenga bajó de tono y se hizo cuchicheo.

—¡Si a hablar va uno... aquí mismo... repelo!¡Mudaron el jefe, por plataforma... sólo faltaba!Pero los subalternos....

Aquí, la maestra del partido, mujer alta ymorena, de pocas y dificultosas palabras, quesolía oír a las operarias con seria indiferencia,intervino.

—A tratar cada uno de lo que importa... y aliar cigarritos....

Page 122: La tribuna - One More Library

—No decimos cosa mala...—alegó Amparo.

—Decir no dirás, pero hablar hablas sin saberlo que hablas.... Pensáis que no hay más quemudar y mudar y meter pillos.... Aquí se re-quiere honradez.

—Eso ya se sabe.

—Por de contado que sí... Demasiado.

—Pues el que os oiga.... Y vamos acá. Si vie-rais, como yo vi, el último del mes que se haceel arqueo, la caja abierta, con sacos de lienzo abarullo, a barullo, así de oro y plata...—Y lamaestra adelantó los brazos en arco, indicandoun vientre hidrópico—. ¿Pues se os figura quesi el contador y el depositario-pagador, y losoficiales, y los ayudantes, fuesen, digo yo, fue-sen, quiero decir...?

Page 123: La tribuna - One More Library

—¿Fuesen... de la uña?

—¡Pues! Ya veis que aquí no puede venircualesquiera. Hay responsabilidá.

-XI-

Pitillos

Quiso Amparo mudarse de taller, y solicitópasar al de cigarrillos, donde le agradaba másel trabajo y la compañía.

Entre el taller de cigarros comunes y el de ci-garrillos, que estaba un piso más arriba, media-ba gran diferencia: podía decirse que este era aaquel lo que el Paraíso de Dante al Purgatorio.Desde las ventanas del taller de cigarrillos seregistraba hermosa vista de mar y país monta-ñoso, y entraba sin tasa por ellas luz y aire. A

Page 124: La tribuna - One More Library

pesar de su abuhardillado techo, las estanciaseran desahogadas y capaces, y la infinidad depontones y vigas de oscura madera que sopor-tan la armazón del tejado le daban cierto miste-rioso recogimiento de iglesia, formando comocolumnatas y rincones sombríos en que puededescansar la fatigada vista. Si bien en los des-vanes se siente mucho el calor, la cantidad rela-tivamente escasa de operarias reunidas allí evi-taba que la atmósfera se viciase, como en lassalas de abajo. Asimismo la labor es más deli-cada y limpia, los colores más gratos, y hastaparece que la claridad del sol entra más alegre abañar los muros. La limpia blancura de los li-brillos, el amarillo bajo de las fajas, el gris deestraza de las cajetillas, componían una escalade tonos simpáticos a la pupila. Y los persona-jes armonizaban con la decoración.

Preponderaban en el taller de pitillos las mu-chachas de Marineda: apenas se veían aldeanas;así es que abundaban los lindos palmitos, los

Page 125: La tribuna - One More Library

rostros juveniles. Abajo, la mayor parte de lasoperarias eran madres de familia, que acuden aganar el pan de sus hijos, agobiadas de trabajo,rebujadas en un mantón, indiferentes a la com-postura, pensando en las criaturitas, que que-daron confiadas al cuidado de una vecina; en elrecién, que llorará por mamar, mientras a lamadre la revientan los pechos de leche.... Arri-ba florecen todavía las ilusiones de los prime-ros años y las inocentes coqueterías que cuestanpoco dinero y revelan la sangre moza y la natu-ral pretensión de hermosearse. La que tienebuen pelo lo peina con esmero y gracia, quepara eso se lo dio Dios; la que presume de talleairoso se pone chaqueta ajustada; la que sabeque es blanca se adorna con una toquilla celes-te.

Por derecho propio, Amparo pertenecía aaquel taller privilegiado.

Page 126: La tribuna - One More Library

Encontró en él muy buena acogida y dosamigas: a la una se aficionó de suyo, movida deun instinto protector; llamábanle Guardiana,era nacida al pie del santuario de Nuestra Se-ñora de Guardia, tan caro a Marineda; y segúnella misma decía, la Virgen le había de dar lagloria en el otro mundo, porque en este no lemandaba más que penitas y trabajos. Guardia-na era huérfana; su padre y madre murierondel pecho, con diferencia de días, quedando acargo de una muchacha de dos lustros de edad,cuatro hermanitos, todos marcados con la ma-no de hierro de la enfermedad hereditaria: epi-léptico el uno, escrofulosos y raquíticos dos, yla última, niña de tres años, sordo-muda.Guardiana mendigó, esperó a los devotos queiban al santuario, rondó a los que llevaban me-rienda, pidiéndoles las sobras, y tanto hizo, quenunca les faltó a sus chiquillos de comer, aun-que ella ayunase a pan y agua. Al raquítico dioen abultársele la cabeza, poniéndosele como unodre: fue preciso traerle médico y medicinas,

Page 127: La tribuna - One More Library

todo para salir al cabo con que era una bolsa deagua, y que la bolsa se lo llevaba al otro mun-do. A bien que el médico no sólo se negó a co-brar nada, sino que, compadecido de Guardia-na, tuvo la caridad de meterla en la Fábrica,que fue como abrirle el cielo, decía ella. Des-pués de la Virgen de la Guardia, la Fábrica erasu madre. Nunca le había faltado nada a suspequeños desde que era cigarrera, y aún le so-braban siempre golosinas que llevarles; fruta enverano, castañas y dulces en invierno. Amparosaqueaba la caja de los barquillos de Chinto conobjeto de enviar finezas a la sordo-mudita. Eltaller entero tenía entrañas maternales paraaquellos niños y su valerosa hermana, afirman-do que sólo la Virgen era capaz de infundirlelos ánimos con que trabajaba, sostenía las cria-turas, y vivía alegre y contenta como un cuco.

Del casco mismo de Marineda procedía laotra amiga de Amparo: aunque frisaba en lostreinta, su menudo cuerpo la hacía parecer mu-

Page 128: La tribuna - One More Library

cho más joven. Pelirroja y pecosa, descarnada ypuntiaguda de hocico, llamábanle en el taller laComadreja, mote felicísimo que da exacta ideade su figura y ademanes. Bien sabía ella lo delapodo; pero ya se guardarían de repetírselo ensu cara, o si no.... Ana tenía por verdaderonombre, y a pesar de su delgadez y pequeñez,era una fierecilla a quien nadie osaba irritar.Sus manos, tan flacas que se veía en ellas paten-te el juego de los huesos del metacarpo, llena-ban el tablero de pitillos en un decir Jesús; asíes que el día le salía por mucho, y alcanzábalesu jornal para vivir y vestirse, y, añadía ella,para lo que le daba la gana. Conversaba concausticidad y cinismo; estaba muy desasnada,cogíanla de susto pocas cosas, y tenía no sé quésingular y picante atractivo en medio de sufealdad indudable. Presumía de bien emparen-tada y relacionada; un primo suyo desempeña-ba la secretaría del Casino de Industriales; unatía ricachona vendía percales, franelas y paño-lería en la calle estrecha de San Efrén; la mayor

Page 129: La tribuna - One More Library

parte de sus amigas cosían por las casas, o eranoficialas de la mejor modista. Además, conocíamucho señorío, del cual hablaba con desenfado.¡Buenas cosas sabía ella de personas principa-les!

Sentábanse las tres amigas juntas, no lejos dela ventana que daba al puerto. Al través de lossucios vidrios, barnizados de polvo de rapé,que se había ido depositando lentamente, y encuyos ángulos trabajaban muy a su sabor lasarañas, se divisaba la concha de la bahía, el cie-lo y la lejana costa. La zona luminosa de unrayo de sol, bullendo en átomos dorados, cor-taba el ambiente, y el molino de la picaduraacompañaba las conversaciones del taller consu acompasado y continuo tacatá, tacatá. Agitá-banse las manos de las muchachas con vertigi-nosa rapidez: se veía un segundo revolotear elpapel como blanca mariposa, luego aparecíaenrollado y cilíndrico, brillaba la uña de hojala-ta rematando el bonete, y caía el pitillo en el

Page 130: La tribuna - One More Library

tablero, sobre la pirámide de los hechos ya,como otro copo de nieve encima de una nevera.No se sabía ciertamente cuál de las amigas des-pachaba más: en cambio, a su lado, encaramadasobre un almohadón, había una aprendiza, niñade ocho años, que con sus deditos amorcilladosy torpes apenas lograba en una hora liar mediadocena de papeles. Guardiana le enseñaba ydaba consejos, porque la chiquilla, silenciosa ytriste, le recordaba su sordo-mudita, inspirán-dole lástima; mientras Ana contaba noticias dela ciudad, que sabían al dedillo. Un día quehablaron de lo que suelen hablar las muchachascuando se reúnen, la Comadreja confesó queella «tenía» un capitán mercante, que le traía desus viajes mil monadas y regalos, y proyectabacasarse con ella, andando el tiempo, cuandopudiese. En cuanto a Guardiana, declaró queno soñaba con tener novio, pues era imposible:¿qué marido había de cargar con sus pequeños?Y ella no los dejaba ni por el mismo generalSerrano que la pretendiese. Muchos le decían

Page 131: La tribuna - One More Library

cosas; pero si se tratase de boda, ¡quién los ve-ría echando a sus niños al Hospicio! ¡Ángelesde Dios! Y pensar que ella se metiese en malostratos, era excusado: así es que nada, nada; laVirgen es mejor compañera que los hombrones.Animada por las confidencias, Amparo insinuóque a ella un señorito, un militar, la seguía al-guna vez por las calles.

—Ya sé quién es—chilló la Comadreja—. Esel de Sobrado.

—¿Quién te lo dijo, mujer?—exclamó Ampa-ro maravillada.

—Todo se sabe—afirmó magistralmenteAna—. Pero estás fresca, hija. Ese lo que quierees pasar el tiempo, y a vivir. ¡Buena gente sonlos Sobrados! Los conozco lo mismo que si vi-viese con ellos, porque justamente la que lescose es hermana de una amiga mía íntima. Ava-

Page 132: La tribuna - One More Library

ros, miserables como la sarna. La madre y el tíoson capaces de llorarle a uno el agua que bebe;el padre no es tan cutre, pero es un infeliz; lotienen dominado, y pide permiso a su mujercuando corta pan del mollete. Para hacerles alas hijas un vestido echan cuentas seis mes s, ya la chica que llaman a coserlo la hacen ir tem-pranísimo para sacarle bien el jugo. Un día deconvite parece que echan la casa por la ventana;pero todo se recoge, y no va a la cocina ni tantoasí. Y están achinados de dinero.

Amparo oía atónita. Nada más ajeno a su ca-rácter rumboso, imprevisor, que la estrechezvoluntaria.

—La madre... ¿ves aquella risita falsa?, pueses terrible. No puede entrar en su casa una mu-chacha regular; en seguida abrasa al marido acelos. Esta chica que les cosía no pudo aguan-

Page 133: La tribuna - One More Library

tar.... Allí no hay nadie bueno sino la chiquillamayor.

—Nos dio dulces una vez... es bien natural—respondió Amparo, que sintió cruzar por suespíritu la visión de la noche de Reyes.

—¿Esa? Una santa... y no le hacen caso nin-guno. La segunda, idéntica a su madre: le pre-guntaron un día con quién se había de casar, ydijo: «Con el tío Isidoro, que es rico». ¡El her-mano de su padre, aquel viejo gordo, que pare-ce una tinaja!

Guardiana soltó el trapo a reír con la mejorvoluntad del mundo: Amparo, acordándose deuna frase leída en un periódico, exclamó:

—¡Pero ha de poder tanto el vil interés!—Ymeneando la cabeza, añadió—: Lo diría debroma, mujer.

Page 134: La tribuna - One More Library

—¡Sí, sí... buena broma te dé Dios! En esafamilia todos son iguales, mujer; cortados poruna tijera. Pues no digo nada del señorito, de tuadorador. Hace la rosca a la chiquilla de García,una empalagosa que no piensa más que encomponerse y no sabe dar una puntada; pero elasunto es que se la hace por lunas, porque esasde García.... ¿No te gusta el cuento?

—Sí, mujer—gritó la oradora amostazada—.¿Piensas tú que estoy muerta por semejantemuñeco? Vaya, que me das gana de reír. Cuen-ta, mujer, que también se pasa el tiempo.

—Digo que le hace la rosca por lunas, porqueesas de García tienen allá un pleito en Madrid,de no sé qué intereses del marido, que era co-rredor y se metió en una sociedad por accio-nes... en fin, no será así, pero es lo mismo. Siganan, quedarán millonarias o poco menos, ycuando hay esperanzas de eso, la madre del de

Page 135: La tribuna - One More Library

Sobrado le manda que se arrime a la doña Me-lindritos, y cuando viene de Madrid una malanoticia, que se desaparte.... ¡Uy, qué tipos!

Amparo, con la cabeza baja, enrollaba a másy mejor, febrilmente. Guardiana se hacía cruces.

—Es una una pobre...—murmuraba—. Esuna una pobre, y no lo haría aunque le die-sen....

—¿Y el otro?—siguió la implacable Coma-dreja que estaba ya resuelta a vaciar el saco—.¿Y el amigote, el de los bigotazos, que pareceque habla dentro de una olla?

—¿El que le llaman Borrén?

—Ese, ese.... Un baboso con todas; a todasnos dice algo, y el caso es que con ninguna,

Page 136: La tribuna - One More Library

chicas. Podéis creerme: ni esto. Tan aficionado ajarabe de pico, y tiene más miedo a una mujerque a los truenos.

Detúvose la Comadreja, y mirando fijamentea Amparo, añadió:

—Tú aún tienes otro obsequiante, pero te ca-llas.

—¿Quién, mujer?

—El barquillero. ¡Sí, que no está derretidopor ti!

—¡Aquel animal!—exclamó Amparo—. Pa-rece una patata cruda... mujer, hazme más fa-vor.

Page 137: La tribuna - One More Library

-XII-

Aquel animal

Aquel animal trabajaba entre tanto a más ymejor. Si faltase él, ¿quién había de encargarsede toda la labor casera? Muy cascado iba estan-do el señor Rosendo, y la tullida a cada paso sehallaba mejor en su cama, y se extendía entresábanas más voluptuosamente al ver el ademánde fatiga con que soltaba su marido el cilindropor las noches. Y cuenta que de algún tiempoacá, el señor Rosendo no fabricaba barquillossino en casos de gran necesidad, porque el fue-go le inyectaba la tez, le arrebataba y sofocabatodo. Pero allí estaba Chinto para dar vueltas ala noria, y ser panacea universal de los malesdomésticos y comodín servible y aplicable acuanto se ofreciese. No sólo se levantaba conestrellas, a fin de emprender la labor de Sísifode llenar el tubo-labor que desempeñaba con

Page 138: La tribuna - One More Library

mecánica destreza y rapidez—, sino que antesde salir a la venta, quedábale tiempo de barrerel portal y la cocina, de limpiar los chismes deloficio, de ir por agua a la fuente, por sardinas almuelle o al mercado, y freírlas luego; de arri-mar el caldo a la lumbre, de partir leña; decumplir, en suma, todas las tareas de la casa,incluso las propiamente femeniles, porque traíaen la faltriquera un dedal perforado y un ovillode hilo, y en la solapa, clavada, una aguja gor-da; y así pegaba un botón en los calzones de suprincipal, como echaba un gentil remiendo deestopa en su propia morena camisa. Y si no seofrecía a coser las sayas de Amparo y no lehacía la cama, era por unos asomos de natural yrústico pudor que no faltan al más zafio aldea-no. A la tullida le daba vueltas, le sacudía losjergones, y la sacaba en vilo del lecho, tendién-dola en un mal sofá comprado de lance, mien-tras se arreglaba su cuarto.

Page 139: La tribuna - One More Library

Lo gracioso del caso está en que, siendo elpaisanillo tan útil, por mejor decir, tan indis-pensable, no hubo criatura más maltratada,insultada y reñida que él. Sus más leves faltasse volvían horribles crímenes, y por ellos se leformaba una especie de consejo de guerra. Llo-vían sobre él a todas horas improperios, burlasy vejaciones. La explotación del hombre por elhombre tomaba carácter despiadado y feroz,según suele acontecer cuando se ejerce de po-bre a pobre, y Chinto se veía estrujado, prensa-do, zarandeado y pisoteado al mismo tiempo.Le habían calificado y definido ya: era un mulo.

Acertó un día Chinto a volver unas miajasmás tarde de lo acostumbrado, y acercose a lacama de la tullida para vaciar sus faltriqueras,donde danzaban los cuartos de la colecta diaria.Encontrábase allí Amparo, y le dio al punto enla nariz un desusado tufillo. Por sorprendenteque parezca la noticia, la acuidad del sentidodel olfato es notable en las cigarreras: diríase

Page 140: La tribuna - One More Library

que la nicotina, lejos de embotarles la pituitaria,les aguza los nervios olfativos, hasta el extremode que si entra alguien en la fábrica fumando,se digan unas a otras con repugnancia: «¡Puf,huele a hombre!». Así es que Amparo solíaapartarse de Chinto —aunque sea inverosí-mil—repelida por el olor de las malas colillasque chupaba en secreto; pero lo que a la sazónpercibía era peor que el tabaco; así es que pegóun salto.

—¡Vete de ahí—le gritó—; vete, maldito, quenos apestas! Anda, pellejo, despabílate.

Chinto la consideraba atónito, con los brazoscolgantes, abriendo cuanto podía los ojos, cualsi por ellos oyese.

—Que te largues; ¡repelo contigo!, que no seaguanta ese olor: confundes a la gente.

Page 141: La tribuna - One More Library

—¿A qué apestas, demontre?—preguntó latullida—. Serán esos puros del estanquillo.

—¡No, señora, que es a vino!—exclamó Am-paro.

—¡A vino!—clamó la impedida alzando losbrazos tan escandalizada como si ella sólo cata-se el agua, porque en el pueblo los viejos, consinceridad completa, se otorgan a sí propios elderecho de «echar un trago» que niegan a losmozos—. ¡A vino! ¡Tú quiéreste perder, conde-nado!

—Yo... pero yo... quiérese decir que yo...—balbució Chinto abrumado por el peso de suculpa.

—¡Aún tendrás valor para contar mentira!—chilló la enferma—. ¡Llégate acá, bruto! (Chintose llegó compungido.) Echa el aliento. (Chinto

Page 142: La tribuna - One More Library

lo echó.) Más fuerte, más fuerte... (Y la tullidaasió de los indómitos pelos al paisano y le obli-gó, mal de su grado, a carearse con ella.) ¡Puf!,¡pues es verdá y muy verdá! ¿Dónde te metiste?¿Andas ya arrastrado por las tabernas, bribón?

—Yo... no, no fue cosa mala ninguna... no fueperrita, ni licor.... Fue....

—Cuenta la verdá, borrachón de los infier-nos, como si estuvieses difunto en el tribunaldel devino Señor....

—No fue nada más sino que encontré unamigo de allí... de la Erbeda, que cayó solda-do... y allí... me convidó, me dijo así:—¿Quieresuna chiquita?—. Y yo... allí, le dije:—Bueno—.Y él me llevó allí... a casa de....

—¡Calla, calla y recalla ya, que siquiera sabeslo que dices, con la mona que traes a cuestas!...

Page 143: La tribuna - One More Library

¡Como otra vez te vea yo así perdido de vino,he de decirle a Rosendo que te arree una tundacon la correa de la caja, que te has de chupar losdedos; chiquilicuatro, mocoso, viciosón! Con-vidarte, ¿eh? Me convides. ¡Quien te da vino,no te da pan; mulo! ¡Anda afuera, que me ma-reas la cabeza toda!

Amparo ejecutó el decreto materno empu-jando a Chinto por los hombros a las tinieblasexteriores del portal, y Chinto resignado optópor acostarse. Lo único que sentía confusamen-te era no poder ver a la muchacha un rato.Ahora le entretenía casi tanto mirar a Amparo,como antes contemplar la rueda del amolador yla bahía. Admirábale a él, rudo y tardío de elo-quio como suele serlo el aldeano, la facilidad yrapidez con que la pitillera se expresaba, la co-pia de palabras que sin esfuerzo salían de suboca. Si lo que experimentaba Chinto era ena-moramiento, podía llamarse el enamoramientopor pasmo. Ello es que se le venían con fre-

Page 144: La tribuna - One More Library

cuencia suma impulsos de tratar a Amparocomo a las chiquillas de su aldea, las tardes degaita; de pellizcarla, de soltarle un pescozóncariñoso, de echarle la zancadilla, de darle unvarazo suave con la recién cortada vara demimbre. Pero tan osados pensamientos no lle-gaban a realizarse nunca. Amparo sí que solíaempujar a Chinto, y no por vía de halago, bienlo sabe Dios, sino de pura rabia que le tuvosiempre. Si pudiese leer en el alma del paisano,adivinar cómo le hervía la sangre al acercarse aella, le hubiera cobrado asco amén del odioinveterado ya.

Para Amparo, hija de las calles de Marineda,ciudadana hasta la médula de los huesos, Chin-to era un ilota. Alguna duquesa confinada enoscuro pueblo, después de adornar los saraosde la corte, debe sentir por los señoritos delpoblachón lo que la pitillera por Chinto. Enfa-dábale todo en él: la necia abertura de su boca,la pequeñez de sus ojos, lo sinuoso y desgarba-

Page 145: La tribuna - One More Library

do de su andar, su glotona manera de comer elcaldo. Le entraban irritaciones sordas a la vistade objetos dejados por él, un par de zapatosviejos y torcidos, una faja de lana roja pendien-te de una percha, una colilla negra y pegajosa,caída en el suelo. Y fortificaba su antipatía elque Chinto, con la desconfianza socarrona pro-pia del paisano, lejos de resolverse a aceptar losideales políticos de Amparo, a su modo, daba aentender que le parecía huero y vano todo elbullicio federal. Con risa entre idiota y malicio-sa, solía decir a veces a la muchacha:

—Andas metiéndote en cuentos.... Aún hande venir a buscarte los civiles, para te llevar a lacárcel....

Page 146: La tribuna - One More Library

-XIII-

Tirias y troyanas

También en la Fábrica observaba Amparoque las paisanas eran las menos federales, lasmenos calientes, llenas de escepticismo y depicardía, decían, meneando la cabeza, que aellas la república «no las había de sacar de po-bres». Alguna tenía sus puntas y ribetes de re-accionaria; y en conjunto, todas profesaban elpesimismo fatalista del labrador, agobiadosiempre por la suerte, persuadido de que si lascosas se mudan, será para empeorarse. No searrancaba de ellas la más leve chispa de fuegopatriótico; empeñábanse en no exaltarse sinocuando viesen que iban a menos las contribu-ciones y a más los frutos de la tierra. Así es queen la Fábrica gozaban de detestable reputación,y eran tachadas de ávidas, tacañas y apegadasal dinero, y acusadas de cebarse en la ganancia

Page 147: La tribuna - One More Library

abandonando su casa por un ochavo, al par quelas de Marineda se jactaban de rumbosas, y sepreciaban de mejores madres. No obstante,pronunció la revolución tres palabras áureasque a todas sacaron de quicio: «¡No más quin-tas!». Hasta las mismas aldeanas abrieron an-siosamente el corazón y el alma para beberse ladulce promesa.

¡Si la república fuese, como decían diaria-mente los periódicos favoritos del taller, la su-presión del impuesto de sangre, vamos, mere-cía bien que una mujer se dejase hacer pedazospor ella! En el taller de cigarrillos, aunque do-minaban las mocitas solteras, bastaba hablar dequintas para que se moviese una tempestad defederalismo.

—Miren ustedes—decía Amparo—que esode que arranquen a una de sus brazos al hijo desus entrañas y lo lleven a que los cañones lo

Page 148: La tribuna - One More Library

despedacen por un rey, ¡clama al cielo, señores!Por lo mismo queremos la república republica-na, la santa república democrática federativa.Con ella Marineda será capital, y Vilamortatambién, y hasta Aldeaparda será capital hechay derecha. Sólo Madrí, que a ese se le acaba laganga, ya no nos chupará la sustancia; se va ahacer una cosa magnífica, que se llama descen-tralizar; y veremos cómo después se le baja elorgullo a la Corte. ¡Si es inicuo y absolutista loque está pasando! Aquí no nos mandan, voy aponer por caso, sino tabaco de segunda, filipinopara eso, espérelo usted un mes o dos. Las re-galías y las conchas se hacen en Madrid... ¡co-mo si nuestros dedos no fuesen de carnehumana! ¿Somos aquí esclavas, o algunas tor-ponas que no sabemos perficionar la labor? Yluego allí, paguita siempre corriente, consignasa barullo.... ¡Ciudadanas, es preciso sacudir elyugo tiránico con nobleza y energía cuandovenga lo que se aguarda!, ¿eh chicas?

Page 149: La tribuna - One More Library

A las dos formas de gobierno que por enton-ces contendían en España, se las representaba elauditorio de Amparo tal como las veía en lascaricaturas de los periódicos satíricos: la Mo-narquía era una vieja carrancuda, arrugadacomo una pasa, con nariz de pico de loro, man-to de púrpura muy estropeado, cetro teñido ensangre, y rodeada de bayonetas, cadenas, mor-dazas e instrumentos de suplicio; la República,una moza sana y fornida, con túnica blanca,flamante gorro frigio, y al brazo izquierdo elclásico cuerno de la abundancia, del cual seescapaba una cascada de ferro-carriles, vapores,atributos de las artes y las ciencias, todo grata-mente revuelto con monedas y flores. Cuandola fogosa oradora soltaba la sin hueso, pronun-ciando una de sus improvisaciones, terciándoseel mantón y echando atrás su pañuelo de sedaroja, parecíase a la República misma, la bellaRepública de las grandes láminas cromolitográ-ficas; cualquier dibujante, al verla así, la toma-ría por modelo.

Page 150: La tribuna - One More Library

Y la muchacha iba ascendiendo a personajepolítico. En la ciudad comenzaban a conocerla,y hasta oyó una vez, al pasar por la calle Ma-yor, que murmuraban en un corrillo de hom-bres: «Esa es la cigarrera guapa que amotina alas otras». En su barrio todos la embromaban:el mancebo de la barbería pronunciaba un fes-tivo «¡Viva la República!» siempre que Amparocruzaba ante su puerta; y la señora Porretamurmuraba con voz cascajosa y opaca: «Salú yliquidación sosial». Si alguien cree que fue rá-pida la metamorfosis de la niña callejera enagitadora y oradora demagógica, tenga encuenta que más prontamente aún que la Fábri-ca de tabacos de Marineda, se gaseó la naciónhispana. Ni visto ni oído. Contaba la Gloriosamenos de un año, y ya nadie sabía a qué santoencomendarse, ni a dónde íbamos a parar, nidónde dar de cabeza. Abundaban las manifes-taciones pacíficas, acabando siempre como elrosario de la aurora. En la frontera, agitacióncarlista; el Gobierno interna que te internarás, y

Page 151: La tribuna - One More Library

los internados acá, volviendo a meterse en Es-paña media legua más allá, mientras en Madridse fabricaban activamente, y sin gran reserva,fornituras, arneses y mantillas, que en los ángu-los lucían una corona y las iniciales C. VII, y enVitoria recorrían las calles grupos de jóvenescon boina blanca y garrote en mano, victorean-do a las mismas iniciales. A bien que en PuertoRico la guarnición aclamaba otras cosas, y enÉcija mil republicanos protestaban contra «lapresencia en España del intruso Antonio deBorbón», y en las cercanías de Barcelona lospayeses, armados de azadas y bieldos, perse-guían a un alcalde y le obligaban a encastillarseen las Casas Consistoriales. A todo esto, el po-der, representado por el regente Serrano, alcual se tributaban honores casi regios, estabarealmente en las vigorosas manos de Prim, queolfateando la ruina de la Gloriosa, como el ma-rino vislumbra en el remoto horizonte el hura-cán, sin entretenerse en fruslerías demagógicas,sólo pensaba en traer un monarca, llamado a

Page 152: La tribuna - One More Library

sosegar el país. España estaba próxima a lagran lucha de la tradición contra el liberalismo,del campo contra las ciudades; magna lid quetenía en la Fábrica de Marineda su representa-ción microscópica.

Todas las mañanas, en efecto, al entrar lasoperarias en los talleres, al encontrarse en elcamino, solían, urbanas y rurales, invectivarseásperamente y dirigirse homéricos insultos, nimás ni menos que si fuesen las avanzadillas delos dos partidos enemigos que presto iban aencender la guerra civil. El pretexto de las riñasera que las de Marineda mostraban asombrarsede que las campesinas, viniendo quizá de tresleguas de distancia, estuviesen ya allí cuandoapenas asomaba el día, y hacían rechifla de taldiligencia.

—¡Vaya, que es buen madrugar de Dios,hijas!

Page 153: La tribuna - One More Library

—¿Venides a caballo del Sol?

—¡Andar, lamponas! ¡Dejáis la cama porhacer y el chiquillo por mamar! ¡Madrastras!

—¡Ni os peinades tan siquiera!... ¡Andáisarañando en el pelo con los dedos por llegarseis minutos antes, ansiosas de judas!

—¡Tú dormiste en el camino, avariciosa! Im-posible que a tu casa llegases. Tanto madrugar,y tanto madrugar, y luego no hacedes ni mediocigarro, en tó el día, que mismo no sabedesmenear los dedos, que mismo los tenedes queparecen chorizos, que mismo Dios os hizo tor-ponas, que mismo....

Aquí ya la sorna y flema de las interpeladastocaba a su fin, y respondían coléricas, peroentre dientes:

Page 154: La tribuna - One More Library

—¿Y luego? Cada uno se vale como puede, yvusté tendrá otras rentas, y más otros señorí-os... y ganaralo de otra manera diferente, y Diossabe cómo será... que yo no lo sé ganar sinotrabajando, hija.

—Yo lo gano con tanta honra como usté... yno injuriar a nadie.

—Calle usté, que empezó. Yo no le dijen cosamala.

—¡Avarientas, rañas, ahorcádevos por unochavo!

—¡Sinvergüenzas!—replicaban furiosas lascampesinas.

—¡Servilonas, carlistas!—contestaban lasciudadanas, ya en actitud agresiva.

Page 155: La tribuna - One More Library

—¡Malvadas, que echades contra Dios!—rugían las insultadas. Y en medio del tumultose oía el agudísimo ¡ayyy!, de una mujer, a lacual manos furibundas intentaban arrancar deun solo tirón la trenza entera de sus cabellos.Por espacio de diez segundos imperaban laconfusión y el desorden, y había empujones,pellizcos convulsivos, arañazos, violentos repe-lones; pero apenas iban aproximándose a lascercanías de la Fábrica, donde el severo regla-mento prohibía los escándalos, cesaba el grite-río, comenzaba el torrente femenil a precipitar-se dentro del patio, y restablecíase la paz, yaque no la serenidad interior, en la fiel imagenabreviada de la nación española.

Page 156: La tribuna - One More Library

-XIV-

Sorbete

Josefina García estaba aquella noche muycompuesta y emperejilada en el paseo de lasFilas, y la acompañaban las de Sobrado. Cuantose ponía Josefina ajustábase siempre a los últi-mos decretos de la moda, no sin cierta exagera-ción y nimiedad, que olía a figurín casero. Eraesa la condición del cuerpo de Josefina seme-jante a la de la cola que los escultores usan paravaciar sus estatuas, que recibe toda forma quese le quiera imprimir. Josefina entraba dócil enlos moldes impuestos por la moda, sin rebelar-se ni protestar jamás. Tenía su físico algo deimpersonal, una neutralidad que le permitíavariar de peinado y de adorno sin mudar detipo. Mediana de estatura, su rostro prolongadoy sus agradables facciones no ofrecían rasgoscaracterísticos. Sus ojos, ni chicos ni grandes, ni

Page 157: La tribuna - One More Library

eran feos, pero sí dominantes y escudriñadoresmás de lo que a su edad y doncellez convenía;su sonrisa, entre reservada y cándida, dema-siado permanente en los labios, para que notuviese visos de fingida y afectada; su talle,modelado por el corsé, sería pobre de formas sihábiles artificios del traje, como un volante so-bre los hombros, o en la cadera, no reforzasensus diámetros. Sin aliño y despeinada, Josefinadebía parecer poca cosa; ayudada por el tocado,adquiría cierta postiza morbidez. En realidad,era un fruto prematuramente caído del árbol,una doncella núbil antes de tiempo; a los trece,cuando tocaba habaneras, tenía ya las coquete-rías, los celos, los caprichos de la mujer, y ahoraaquella flor rápida y precoz se había deshojado,y en vez de la lozanía seductora de la juventud,notábase en Josefina la tiesura y empaque deuna señora formal y los remilgos de una luga-reña. Figurábase que la distinción, el buen tono,consistían en contrahacer los menores movi-mientos, ajustándolos a una pauta preestable-

Page 158: La tribuna - One More Library

cida; que había un modo elegante y otro curside reír, de estornudar, de abanicarse; que hastaexistían opiniones distinguidas y bien vistas, yopiniones que ya no se llevaban; y que en todo,lo más selecto y fino eran las medias tintas, lainsustancialidad, lo insípido, inodoro e incolo-ro. Hablando de cosas superficiales, no le falta-ba cierta charla vivaz, semejante al trinar deljilguero; pero apenas se tocaban asuntos serios,creíase obligada, por su papel de niña elegantey casadera, a encogerse de hombros, hacer cua-tro dengues y mudar de conversación. Tal cualera Josefina, muchas señoritas la imitaban, por-que, según se decía, «sacaba las novedades»; yaunque tachándola de exagerada y rara, a ve-ces, con el rabillo del ojo observaban las inno-vaciones de indumentaria que lucía, para re-producirlas al punto.

Aquel año comenzaba a imperar el traje cor-to, revolución tan importante para el atavíofemenino, como la de Setiembre para España;

Page 159: La tribuna - One More Library

las avanzadas en ideas se habían apresurado acercenar sus faldas, mientras las conservadorasno se resolvían a suprimir la cuarta de tela conque barrían las inmundicias del piso. Josefina,que en materia de vestir era radical, llevaba lamoda nueva en todo su rigor, con túnica deseda negra adornada de bellotas de pasamane-ría, cayendo sobre redonda falda de glasé azul.Un velo de rejilla formaba a su rostro la miste-riosa aureola de un confesionario, y los cuernosde su peinado bajaban con gracia y simetríahacia la nariz. Por la espalda y en la cintura, unlazo negro muy pronunciado servía para abul-tar lo que entonces quería la voluble diosa queabultase. Echaba la señorita los codos atrás conobjeto de destacar el busto, actitud que escru-pulosamente copiaba la segunda de Sobrado,Clara. Lola, que iba en medio, era la única aponer el cuerpo como Dios se lo dio. La luz dela luna, que se alzaba iluminando el paseo delas Filas y el mar, la hora y la temperatura envi-diable de una noche de verano, incitaban a

Page 160: La tribuna - One More Library

amantes efusiones, o siquiera a galanteos, yhasta el ruido de la concurrencia se brindaba aser cómplice de tiernas palabras pronunciadasa media voz; así lo comprendía Baltasar, queacompañaba a las muchachas, inamovible allado de Josefina, y haciendo, sin escrúpulo, quesus hermanas llevasen la cesta. A lo lejos, elblando murmullo de las olas, que parecían unlago de plata, decía cosas embriagadoras y poé-ticas; cantaba un idilio intraducible al humanolenguaje. La conversación del grupo era, noobstante, por todo extremo, vulgar.

—Está desanimado el paseo. ¿Verdad, So-brado?

—Animadísimo lo encuentro yo. ¿Por quédice usted eso?...—Y los ojos de Baltasar busca-ron los de Josefina, y una mirada se cruzó entreambos.

Page 161: La tribuna - One More Library

—¡Qué cosas tiene usted! Vaya, falta gente:usted no lo notará, pero sí falta.

—Yo, intervino Lola, me aburro con tantodar y dar vueltas.... En cualquier sitio me diver-tiría más. No hubiera salido hoy, si no fuese porla Octava de San Hilario.... Pero ni aun la Octa-va estuvo a mi gusto; faltó muchísima gente dela que acostumbra alumbrar.... ¿Sabéis porqué?

—No—dijo maquinalmente Josefina.

—Sí—declaró Baltasar—, porque fueron aesperar al muelle a los delegados de Cantabria.

—Los delegados... ¿de qué?—preguntó Jose-fina jugando con el abanico.

—De Cantabria.... Vienen a firmar la unióndel Norte...—explicó Lola—. ¡A mí me gustaría

Page 162: La tribuna - One More Library

ver el desembarque! Si hubiese tenido conquien ir.

—Yo fui.... ¡Qué lástima!—dijo Baltasar.

—Chica.... ¡Vaya una idea!—exclamó Josefinasoltando menudas carcajaditas—. Yo huyo deesas confusiones.... Me aterra pensar que pue-den gentes sin educación apachucarme, pisar-me.... ¡Qué fastidio! Y al fin poco tendrá quever.... Diga usted, Sobrado, ¿se ha divertidousted mucho?

—No por cierto.... ¡Diversión! ¿Qué diversiónha de ser? Pero es curioso.... ¡Hubo vivas, ymueras, y un silbido vergonzante, y abrazos, yapretones de manos!

—¡Bien por el que silbó!—dijo Lola batiendopalmas—. ¡A eso quería yo ir, a silbar con lallave de la puerta!

Page 163: La tribuna - One More Library

—Dice el tío Isidoro—intervino Clara—quesi esto sigue así van a tener que cerrarse loscomercios y se concluirá la industria.

—¡Y también se cerrarán las iglesias!—recalcó Lola con más calor aún—. ¡Malditosrevoltosos! ¡A silbar, a silbar debió ir todo elmundo!

—¡Psss! ¡Por Dios!—suplicó Josefina—. Es-tamos llamando la atención.... Luego dirán quenos metemos en política.

—Pues yo me meto... ¿y qué? Ahora todo elmundo se mete—afirmó Lola.

—¡Ay... yo no! Qué ridiculez, ¿eh, Sobrado?Yo no entiendo de eso.

—¿No tiene usted opiniones, polla?

Page 164: La tribuna - One More Library

—No... es decir, no me gustan los alborotos;¡cuando hay trifulca el teatro está tan soso!... Niqueda humor para vestirse y salir.

—Vamos, usted debe tener sus preferen-cias.... ¿Será usted carlista?

—¡Ay, no!... ¡La Inquisición me da un mie-do!...—dijo riendo.

—¿Republicana?

—¡Qué horror! ¡Cosa más cursi...!

—Moderada, ea. Es usted moderada, de fijo.

—Tal vez, tal vez, algo moderada.... La pobreReina me da mucha lástima.

Page 165: La tribuna - One More Library

—Bueno, ahora ya sé que es usted moderaday lo voy a divulgar por ahí para que la prendana usted por conspiradora.

—No, por Dios, que no sueñen que hablamosde estas cosas.... Se reirían de mí y dirían queparecemos un club. ¿No sabe usted alguna no-ticia? ¿Qué me cuenta usted del prestidigitadorque trabaja en el teatro?

—¿El húngaro? ¡Bah! Como todas esas fun-ciones.... Muy pesado, mucho cubilete y lospistoletazos de cajón....

—¡Pistoletazos! Los odio: me asustan atroz-mente. En viendo que preparan la pistola, yaestoy tapándome los oídos: las chicas se ríen ymamá me dice siempre: «Niña, que te miran...».Pero yo no puedo....

Page 166: La tribuna - One More Library

—¡Mejor! Si la miran a usted, ¿qué más quie-ren los espectadores? —declaró Baltasar ce-diendo a la destreza con que Josefina traía eldiálogo al terreno personal.

Mientras pasaba este coloquio, las madres,que venían detrás, se sentaron en un banco, sinque su plática, por versar sobre asuntos de muyotra especie cediese en animación a la de lagente joven. Un momento, al pasar por delantede ellas, Lola se volvió a preguntarles no séqué; al mismo tiempo Josefina tocó levementeen el codo a Baltasar, el cual se inclinó, y pormovimiento simultáneo cayeron los brazos deambos y sus manos se unieron el espacio de unsegundo, depositando la mano varonil en lafemenina un papelito blanco, tamaño como unamariposa. Susurraban las acacias, llenaba el aireel misterioso silabeo de las conversaciones deúltima hora, y el amoroso gemido del mar, be-sando el parapeto, completaba la sinfonía.

Page 167: La tribuna - One More Library

Ni se escapó el detalle del papel al ojo avizorde la viuda ni a la vigilante atención de doñaDolores, quien puso torcido y avinagrado ges-to, levantándose al punto y anunciando que erahora de retirarse. Al tiempo que regresaban lasdos familias, desde las Filas a la calle Mayor, laseñora de Sobrado meditaba una épica peque-ñez, una tontería trascendental y feroz que lesirviese para dar despachaderas a las de Garcíay quedarse sola con sus hijas. Y como llegasencerca de las puertas del café de la Aurora, quedejaban pasar la luz amarilla y cruda del gas,ocurriósele, por fin, la liliputiense estratagema,y con felina amabilidad dijo la viuda:

—Y ahora, ¿qué se hacen? Nosotros pensá-bamos entrar a tomar un refresco.... ¿Nos acom-pañarán ustedes? Un sorbetito, cualquier co-sa....

Page 168: La tribuna - One More Library

—¡Jesús... pues no faltaba más!—contestó laviuda, abochornada como persona a quien ofre-cen de mala gana y por fórmula un obsequioque cuesta dinero—. Nosotras tenemos quehacer, y nos retiramos.

—¡Baltasar!—gritó doña Dolores a su hijo,que iba delante con las muchachas—. ¡Baltasa-rito, entra aquí, que vamos a tomar sorbete!...

—Vengan ustedes, señoritas—murmuró elteniente, creyendo que se trataba de convidar ala familia García.

—No, estas señoras no quieren nada—seapresuró a advertir la madre, clavando a su hijoa la puerta del café con una mirada elocuentí-sima.

A pesar del aplomo de buen género que creíaJosefinita poseer, se vieron a la claridad del gas

Page 169: La tribuna - One More Library

sus ojos preñados de lágrimas de orgullo y sutez encendida, como si la abofeteasen. Dijo unseco «adiós» a Clara y Lola; a Baltasar y a doñaDolores ni palabra. Cogiose del brazo de la viu-da y pronto se confundieron en la oscuridaddel fin de la calle sus espaldas, erguidas condignidad propia de espaldas de destronadasreinas. Baltasar se volvió hacia su madre.

—Pero, mamá...—pronunció.

—¡Chsss!—murmuró ella en voz baja, casi aloído del mancebo...—. Eres un bolo, que tecomprometes en público con ellas, y tienenmedio perdido su asunto. Van a quedar en lacalle, chiquillo.... He confesado a la infeliz de lamadre y no pudo negármelo.... Yo ya lo sabíapor un abogado. Va muy mal todo eso.... Niñas,sentaos—añadió dirigiéndose a Lola y Clara—.Mozo, cuatro medios de leche y barquillos....

Page 170: La tribuna - One More Library

—Yo no tomo...—dijo Baltasar.

—Mozo, tres medios no más.... Pues miracomo andas, porque esa mocosa con su gestode todo me fastidia, te va a envolver.... La ten-drás que mantener, y a las cuñaditas, y a laviuda....

—Pero si no pienso... usted todo lo abulta.Sólo que las cosas hechas así de este modo secomentan y dan que hablar.... ¿No se empeñóusted misma en que las acompañase?

—Con permiso de ustedes—dijo el mozo co-locando en la mesa tres vasos de leche ameren-gada coronados de canela, y un cestito de pajalleno de barquillos. Clara y Lola se pusieron achupar su refresco, comprendiendo que no de-bían oír el diálogo de su madre y hermano.

Page 171: La tribuna - One More Library

—Que las acompañases, sí... porque no mefiguraba yo que iba a resultar tal compromiso....Si pierden el pleito, ni sé cómo pagarán las cos-tas.... Han de acudir al bolsillo del prójimo;acuérdate de lo que te digo; como si todo elmundo tuviese ahí el dinero a disposición....

—Pues yo—declaró Baltasar—no vuelvo ameterme en otra.... Mire usted bien las cosasantes, porque esto de andar así, hoy tomo ymañana dejo, es ridículo y le pone a uno enevidencia. Dirá la gente que cazamos... que ca-zo un dote.... ¡Ya ve usted!

—¡Dios quiera que los cazados no seamosnosotros!—tartamudeó doña Dolores con lasmejillas horriblemente sumidas por los esfuer-zos de absorción que practicaba, a fin de con-vertir su barquillo en bomba ascendente de laleche garrapiñada.

Page 172: La tribuna - One More Library

-XV-

Himno de Riego, de Garibaldi. Marsellesa

Era Baltasar un hijo, no de este siglo, sino desu último tercio, lo cual es más característico ypeculiar. Calificábanle las señoras de atento;sus compañeros, de muchacho corriente yagradable; su tío, de chico listo y con el cual sepodía departir acerca de asuntos de comercio.Su temperatura moral no subía ni bajaba a dospor tres; no se le conocía ardor ni entusiasmopor ninguna cosa; la fiebre de la mocedad no lehabía causado una hora de franca y declaradacalentura. Ni juego, ni bebida, ni mujeres lesacaban de quicio. En política era naturalmentedoctrinario. Su madre le juzgaba mozo de granporvenir y altos destinos, porque dejándole lapaga para gastos menudos y diversiones, Balta-sar ahorraba y nunca se halló sin blanca en elbolsillo del chaleco. Destinado a la carrera mili-

Page 173: La tribuna - One More Library

tar, más por vanidad de su familia que por vo-cación, no era, sin embargo, cobarde, pero síyerto; prefería los ascensos a la gloria, y a lagloria y a los ascensos reunidos anteponía unabuena renta que disfrutar sin moverse de sucasa ni estar a merced del ministro de la Gue-rra. Secretamente, con cautela suma (porqueBaltasar respetaba la opinión pública y todo loque hay que respetar para vivir con sosiego), laley y norte de su vida era el placer, siempre queno riñese con el bienestar. Tenía vanidad, perovanidad encubierta y en cierto modo solitaria.A sus creencias, vacilantes y endebles, no que-ría tocar, como si fuesen un diente próximo acaerse y con el cual evitase morder cortezasduras. Vivía a su gusto y talante, sin meterse enmás libros de caballerías. Físicamente tenía Bal-tasar mediana estatura, la tez fina y blanca, y deun rubio apagado el ralo cabello; pero la parteinferior de su fisonomía era corta y poco noble;la barbilla chica y sin energía, la boca delgadade labios, como la de doña Dolores. En conjun-

Page 174: La tribuna - One More Library

to, su rostro pareciera afeminado a no acentuar-lo la aguda nariz, diseñada correctamente, y lafrente espaciosa, predestinada a la calvicie.

Al huir del café, como si huyese de sí mismo,dejando a su madre y a sus hermanas ocupadasen agotar los sorbetes, sintió que le daban unapalmadica en la espalda, y volviéndose conocióa Borrén, que ya hacía días estaba de retorno deCiudad Real, contando que allí había unas chi-cas... hombre, ¡cosa notable! Se cogieron delbrazo y se dieron a vagar por las calles, que noaconsejaba otra cosa la serenidad y hermosurade la noche de estío. Baltasar desahogó sus cui-tas en aquel amigo pecho. Él no estaba ciegopor Josefina, ni cosa que lo valga; pero ahorarecelaba que sería mal visto plantarla de golpey porrazo.

—Entreténgala usted—aconsejó maquiavéli-camente Borrén—y distráigase por otro lado.

Page 175: La tribuna - One More Library

¿Va usted a vivir así a su edad? ¡Pues no faltabamás, hombre!

—Es una diablura: en este pueblo todo se sa-be, y después, líos, historias, lances que moles-tan.... Se me figura que voy a pedir que me des-tinen a Andalucía o a Cataluña.... Si me quedoaquí, hay una muchacha que me da, a veces, enque pensar... ¿y para qué se ha de meter uno enun atolladero?

—Una muchacha.... No es la de García, ¿eh?

—No, hombre.... Esos son solaces a la alta es-cuela y por todo lo fino, que no le quitan a unoel sueño.... Es... una cigarrera.

—¡Hola... picarón! ¿Esas tenemos, y tan ca-lladito?

Page 176: La tribuna - One More Library

—Usted mismo me la enseñó y me habló deella.... La chica del barquillero.

Borrén chasqueó la lengua contra el paladar.

—¡Yaaaá lo creo! ¡Toma, toma! ¡Pues si esuna joyita, hombre! ¡Caramba con usted y cómolo gasta! ¿No se lo decía yo a usted, eh?

—Debo advertir que por ahora no hay nada.No se eche usted a maliciar ya.

—Principio quieren las cosas, hombre.

Hablaban así al atravesar una calle principal,cuando de pronto les llamó la atención el corrode gente parada a la puerta de una sociedad derecreo. Dentro del marco de las iluminadasventanas se veían agitarse figuras negras quegesticulaban animadamente, y detrás de ellas

Page 177: La tribuna - One More Library

medio se columbraba una mesa servida concopas, botellas y dulces. A veces se dibujabasobre el fondo de luz la silueta de una manoque alzaba una copa, y el clamor que seguía albrindis era delatado por el retemblido de loscristales.

—El Círculo Rojo—dijo Borrén—. Están ob-sequiando a los delegados de Cantabria.

—¡Llegar por mar ahora mismo y tenerhumor para correrla!—exclamó el teniente—.¡Lástima de naufragio!

—¿A usted qué le parece de estas algaradas,Sobrado?

—¿Qué me ha de parecer? Que antes de dosmeses nos embromarán allá por Navarra los delTerso....

Page 178: La tribuna - One More Library

—¡Quia! Eso nunca, hombre. Eso murió, ylos muertos no resucitan.

—Usted entiende más de chicas guapas quede política, amigo Borrén. Nos van a divertir,créame usted. Ya anda en danza Elío, un militarsi los hay.... Eso se va a organizar; verá ustedcómo salen de la tierra igual que los hongoscuando llueve, pero equipaditos y con arma-mento. Y estos otros también van a sacar lasuñas por Barcelona y donde haya blusas y fá-bricas. Lo peor de todo es que harán de Españamangas y capirotes....

Un golpe de gente que desembocaba en lacalle cortó la réplica de Borrén. A la luz del as-tro nocturno se veía blanquear los instrumentosde metal y los papeles de música. Al llegar anteel Círculo Rojo instaló la banda sus atriles, en elcentro del corro que aumentaba; y previas al-gunas palabras en voz baja y un golpe de batu-

Page 179: La tribuna - One More Library

ta, rasgó los aires el bullanguero himno quetodo español conoce y ama o detesta. Del con-curso partieron gritos.

—¡Himno de Garibaldi!

—¡Marsellesa, Marsellesa!—contestó un gru-po más compacto.

Y enmudecieron los metales, y presto volvióa alzarse su formidable acento, entonando latrágica Marsellesa. Impensadamente se abrie-ron las ventanas del Círculo, y fue como si lasala llena de claridad, de gente y de tumulto, seviniese a meter entre los espectadores.

En primer término asomaron las cabezas losrecién venidos, y al punto calló la música y seoyeron vivas a los delegados, a Cantabria, do-minando el clamoreo una voz aguardentosaque desde la esquina repetía incansable «¡Viva

Page 180: La tribuna - One More Library

la honradez!». Una mujer se adelantó, y en-trando en el círculo de luces, gritó con voz fres-ca y potente:

—¡Que brinden a la salud del pueblo!... ¡Quebrinden!...

Volviose uno de los delegados, y al punto letrajeron una copa rebosando Champaña, queelevó a los cielos al pronunciar el brindis. Lasluces de los atriles alumbraron su barba de nie-ve, sus mejillas sonrosadas como las de los vie-jos de la pintura arcádica. Baltasar sacudió elbrazo de su confidente.

—¿La ve usted?

—La veo. ¡Olé y qué guapa se pone todos losdías, hombre!

Page 181: La tribuna - One More Library

—Pero se me hace muy cargante con estascosas políticas. Las mujeres no tienen más ofi-cio que uno.

—Sí, hombre... quién la mete a ella... tienechiste.

—Es una epidemia. Almorzamos política ycomemos ídem. Se va volviendo España unmanicomio. ¡Bah! Si no estuviese aquí, dondetodo el mundo me conoce, las extravaganciasde esa muchacha no dejarían de divertirme....¿La ve usted aplaudiendo a rabiar al del brin-dis? ¿Cómo se llamará ese ciudadano? Parece elOroveso de Norma.

—Psh... mañana lo sabremos.

Page 182: La tribuna - One More Library

-XVI-

Revolución y reacción mano a mano

En la calle de los Castros estaba Carmela, laencajerita, descolorida como siempre y ocupa-da en oír de boca de Amparo el relato de lossucesos de la víspera. Asomada Carmela altablero, disimulaba su talle encorvado ya por lahabitual labor; pero no sus ojos ribeteados ycansados de fijarse en la blancura del hilo. Noobstante su atareado vivir, la encajera gastabahumor apacible e inalterable y poseía la dulzu-ra de las personas melancólicas, una benevo-lencia claustral. Amparo narraba animadamen-te; los delegados de Cantabria habían desem-barcado entre inmenso gentío que llenaba elmuelle y la ribera: ella pensó por la mañanaalumbrar en la octava de San Hilario; pero ¡quéoctava ni octava!, en cuanto supo la venida delbuque, allá se plantó, en el desembarcadero,

Page 183: La tribuna - One More Library

abriéndose calle a codazos.... Los delegados sonunos señores..., ¡vaya!, de mucho trato y demucho mundo: ¡saludan a todos y se ríen paratodos!, ¡republicanos de corazón, ea! (y aquíAmparo se descargó una puñalada en el pe-cho). A la señora María, la Rinchona, mira tú,porque dijo que les quería dar la mano, la abra-zaron a vista de todo Dios... luego los habíaacompañado al Círculo Rojo, y oído la serenata,y el discurso que echó uno de ellos... ¡un viejoque parece un santo!, y otro... un señor serio, demal color....

—¿Y qué tal, predican bien?

—¡Dicen cosas... que se le hace a uno agua laboca de oírlas! Quisiera yo que estuviesen allílos que creen que la federal trae desgracias ybelenes. El viejo no habló sino de que ya nohabía tiranía... de que todo se iba a arreglar conmoralidad y atención... de que nos quisiésemos

Page 184: La tribuna - One More Library

mucho los republicanos, porque ya todo ha deser concordia entre los hombres.

—Tú tienes un memorión.... A mí se me iríael santo al cielo. Mi memoria es de gallo. Y elotro, ¿qué dijo?

—El otro, el otro... el otro habla despacio, pe-ro echa unos términos, que a veces cuesta caroentenderlo.... Predicó mucho de nuestros dere-chos y del trabajo, y de lo que representa estaUnión del Norte... y de que las clases trabajado-ras, si se unen, pueden con las demás.... Habíande venir allí arrastrados de las orejas los quepiensan que los republicanos dicen cosas malas.No señor, allí se cantaba clarito lo que somos,paz, libertad, trabajo, honradez y la cara y lasmanos muy limpias.

—Dime una cosa, mujer.

Page 185: La tribuna - One More Library

—Más que sean dos.

—¿Y qué significa eso de república federal?

—Significa... ¿qué ha de significar, repelo? Loque predicaron esos.

—Pero no me hice bien de cargo.... ¿Qué mástiene eso que el gobierno que hay ahora?

—Tiene, tiene, tiene... tiene que Madrí no senos monte encima, y que haya honradez, paz,libertá, trabajo....

—Pero... vamos, una pregunta, por pregun-tar, mujer. ¿No decían cuando vino el barullode la revolución el año pasado, que nos iban adar todo eso? Conforme aquellos no lo dierontambién podrá cuadrar que no lo den estotros.

Page 186: La tribuna - One More Library

—No puede ser, y no, y no, porque estos sonotros hombres de otra manera, que miran por elbien del pueblo.... No digas tontadas.

La encajerita se rió con su risa tenue.

—No, si lo que vienen a dar es trabajo, poracá no falta.... Y digo yo y preguntando otravez, si es verdá que quitan la estancación deltabaco, vamos a ver, ¿cómo os valéis las ciga-rreras? Pidiendo limosna.

—¡Esa es una burrada de las gordas!—exclamó Amparo, fuerte ya en la controversiadel punto concreto—. Oye y atiende, mujer, telo voy a poner claro como el sol. Ahora el Go-bierno nos tiene allí sujetas, ¿no es eso? Gana-mos lo que a él se le antoja; si vienen, un supo-ner, buenas consignas, porque vienen, y si no,fastidiarse. Él chupa y engorda y se hace deoro, y nosotras, infelices, lo sudamos. Que se

Page 187: La tribuna - One More Library

desestanca, que se desestancó: ¡ala con ella!, lasreinas somos nosotras, las que tenemos nuestrahabilidad en los dedos; con nosotras han devenir a batir el consumidor y el estanquero, y sia mano viene, el ministro del ramo.... ¿Aún noentendiste, tercona?

Meneaba suavemente la cabeza la encajerita,mientras los hilos de la labor se deslizaban, secruzaban, se entretejían a través de sus dedos, ylos palillos de boj, chocando unos contra otros,hacían una musiquilla flauteada.

—Es que... tú pintas las cosas.... Pero dime.

—¡Qué porfiosa del dianche!

—Dime con verdad.... ¿Falta ahora gente quepretenda entrar en la Fábrica?

Page 188: La tribuna - One More Library

—¡Faltar! ¡Más empeños andan danzando!

—Pues, catá... El día que quiten la estanca-ción se echa medio mundo a trabajar en ciga-rros, y habiendo mucho quien trabaje, el trabajoanda por los suelos de barato. ¿Qué me estápasando a mí? Empezó la tía a hacer encajes, yle salieron dos o tres de Portomar a poner lacompetencia... porque ahora son mucha modaestas puntillas, hasta para pañuelos; lo que es-toy rematando es un pañuelo.

Descubrió ufana su almohadilla alzando unpañizuelo que velaba parte de labor terminadaya, y viose una afiligranada crestería, un alica-tado de hilo, donde el menudo dibujo se des-plegaba en estrellitas microscópicas, en finosrombos, en exquisitos rectángulos, todo ellounido con arte y gracia formando primorosaorla. Amparo aprobó.

Page 189: La tribuna - One More Library

—Está muy bonito—dijo.

—Pues con todo y que se lleva tanto, comoya somos muchas a menear los palitroques, hayque arreglar los precios.... Yo—murmuró suspi-rando levemente—no puedo hacer más; a vecestrabajo con luz, pero no me lo resisten los ojos,y así me arrimo cuando más puedo al tablerohasta que no se ve el día.... La tía también sequedó medio ciega; ya ni puntillas gordas hace:sólo sirve para ir por las casas a vender lo queyo trabajo....

Batida en el terreno crematístico, Amparo to-có otra cuerda para seguir hablando de lo quela gustaba; que no se le cocía el pan en el cuer-po hasta desembuchar cuanto había visto yesperaba ver.

Page 190: La tribuna - One More Library

—¡El día que lleguen por tierra los delegadosde Cantabrialta... se prepara una buena! ¿Nosabes?

—¿Mucha fiesta?

—Los han de esperar con coches.... Y...—Amparo se detuvo, bajando la voz para acre-centar el efecto de la estupenda noticia—lesiremos a alumbrar con hachas.

—¡Ave María de gracia! ¿Qué me dices, mu-jer? ¿Alumbrarles como a los santos?

—Andando.

—¿Y quién? ¿Las de la Fábrica?

—Ajá. Una ristra de ellas. Ya estamos habla-das.

Page 191: La tribuna - One More Library

—¿Van tus amigas?... ¿Aquellas dos?...

—¡Espera por ellas! No, mujer, no. Ana, co-mo trata con un capitán mercante, no se quiererebajar a que la vean alumbrando; dice quecuando llegue la Bella Luisa la avergonzaría sumarino.... ¡Y aquella tonta de Guardiana tuvovalor a decirme que ella sólo cogería un hachapara ir en la procesión de Nuestra Señora de laGuardia!

—Pues yo digo otro tanto... más que te enfa-des, mujer. ¡Vaya unos dioses y unas imágenesque vais a llevar en procesión! Eso parece cosade idólatras. Alumbrar solamente a las cosas dela iglesia, el veático, las octavas....

—Calla, que eres más nea que los neos.

—¡Y para el favor que me están haciendo amí esos señores que predican la libertá! ¡Dicen

Page 192: La tribuna - One More Library

que van a echar a todas las monjas a la calle y ano dejar convento con convento!

Amparo retrocedió tres pasos, se puso en ja-rras, enarcó las cejas, y después se persignómedia docena de veces, con extraña prontitud.

—Me valga San.... ¿Pero tú hablas formal,mujer? ¿Te quieres meter en aquella prisión portoda, toda, toda la vida? Arreniégote.

—Querer, quiero.... ¡Ay! Quise desde que fuiasí pequeñita.... Pero ¡bah!, ¡no puedo! ¿Dóndeme van a recibir ahora sin el dote? ¡Buenas es-tán las monjas para meterse en despilfarros! ¿Yyo, cómo he de juntar el dote, dime tú? Si pido,nadie me dará... A no ser que Dios me mandeuna sorpresa....

Page 193: La tribuna - One More Library

—Mujer, rica no soy; pero un par de durosaún no me hacen falta para comer mañana—dijo espontáneamente Amparo.

La pálida sonrisa de la encajerita alumbró surostro.

—Se estima la voluntá... Necesito una atroci-dá de dinero para el caso, y ya sé que juntar, nolo he de juntar nunca.... En fin, paciencia nos déDios.

—¿Y tú estarías a gusto presa entre cuatroparedes?

—Bien presa vivo yo desde que acuerdo....Siquiera los conventos tienen huerta, y veríauno árboles y verduras que le alegrasen el co-razón.

Page 194: La tribuna - One More Library

-XVII-

Altos impulsos de la heroína

Eran las horas meridianas, las horas de calor,cuando salieron desempedrando las calles deMarineda carruajes en que iban las comisionesdel partido a esperar a los delegados de Canta-brialta. Las dos leguas de camino real que vande la ciudad al ex-portazo (como se decía en-tonces) hallábanse cuajadas de gente en expec-tativa, asaz empolvada y sudorosa. Poca levita,mucha tuina y chaqueta, de higos a brevas ununiforme; buen número de mujeres, roncas ya,con los labios secos, los ojos inyectados, arreba-tadas las mejillas, más o menos descompuestoel peinado y el traje. Engalanadas con colgadu-ras ostentaba sus casas el pobre suburbio de laRiberilla: quién había destinado a manifestar sucivismo la colcha de la cama, quién las cortinasde la humilde alcoba, quién una sábana o man-

Page 195: La tribuna - One More Library

tel. Al ingreso de la barriada se alzaban arcosde triunfo, entretejidos con ramaje.

Cuando regresaron los coches trayendo ya alos esperados viajeros, el contraste que ofrecíael espectáculo convidaba a parar la considera-ción en él. Acercábase el sol a su ocaso y lascolinas que limitaban el horizonte pasaban delsuave azul ceniciento al lila más delicado. Lasplayas de la Barquera y el mar alternaban enzonas de nítida blancura y de limpio color dezafiro; a los últimos destellos del Poniente, elarenal brillaba como si estuviese salpicado deplata, y vaporosas franjas de espuma, tan pron-to formadas como deshechas, corrían un instan-te por el borde de las olas. Soberana y majes-tuosa paz, unida al recogimiento de la horavespertina, se elevaba de aquellas diáfanas le-janías al cielo puro, donde apenas de trecho entrecho leves nubecillas, semejantes a copos dealgodón, se esparcían tiñéndose de oro. Así sepreparaba al sueño la Naturaleza, mientras en

Page 196: La tribuna - One More Library

la carretera una multitud abigarrada y polvoro-sa se desojaba mirando al punto por dondeasomaría muy luego la comitiva, y recreaba lavista en contemplar los guiñapos y telas de co-lorines pendientes de los balcones, y el marchi-to verdor de los arcos de triunfo; y se recibían ydaban pisotones recios, y metidos feroces, y al-gún furtivo pellizco, y se tragaba y se mascabael árido polvo del camino, oyendo a poca dis-tancia, como irónica burla, el blando gemir delas ondas de la ría.

De tiempo en tiempo, las bombas de palen-que trataban de armar un escándalo en la at-mósfera, pero en balde: diríase que era la deto-nación de algún vergonzante petardo, que asíalteraba la amplia serenidad del ambiente, co-mo el zumbido de un mosquito turbaría el re-poso de un gigante. Las tocatas de la banda demúsica, hecha pedazos de puro soplar himnosy más himnos patrióticos, se empequeñecían enel libre y anchuroso espacio, hasta asemejarse al

Page 197: La tribuna - One More Library

estallido de una docena de buñuelos al caer enel aceite hirviendo donde se fríen. Y visto desdela playa, el mismo numeroso gentío podía com-pararse a un avispero, y la bandera roja a untrapo de los que los chicos cuelgan de una cañaa fin de pescar ranas en las ciénagas.

Para que la comitiva adquiriese unos asomosde solemnidad, fue preciso que entrase en losmezquinos arrabales del pueblo. Con la frescu-ra de la noche que caía todo el mundo se hallómás a gusto, los de los coches respiraron, sindejar de saludar a diestro y siniestro, y comen-zaron a abrir en las tinieblas sus pupilas defuego los reverberos de la ciudad, la Farola, ylas hachas de cera que encendían algunas muje-res para alumbrar a los carruajes. Así que brillóel cordón de luces, las portadoras de las hachasse alinearon en buen orden, bajando los ojosmodestamente porque aquello olía a procesión.Entonces algunos curiosos de Marineda, que nohabían querido molestarse en ir más lejos para

Page 198: La tribuna - One More Library

ver la función, se abrieron paso y situaron con-venientemente con propósito de estudiar lossemblantes de las que en otra ocasión se llama-rían devotas. Si las encontraban mozas y lindas,decíanles cosas almibaradas; si viejas y feas,barbaridades capaces de enojar y abochornar aun santo de leño. Cuando pasaba Amparo, queiba una de las primeras, al lado del rojo estan-darte, era un fuego graneado de piropos, unadescarga cerrada de ternezas, a quemarropa. Esque la muchacha se lo merecía todo: la luz delblandón descubría su rostro animado, encendíasus ojos rechispeantes, y mostraba la crespamelena, desanudada por la agitación de la ca-minata, y flotando en caprichosas roscas por sufrente, hombros y cuello. Baltasar y Borrén, deamericana y hongo, se colocaron entre la api-ñada muchedumbre y quizá le murmuraron aloído cien mil dislates; pero no estaba el alcacerpara gaitas, es decir, no estaba Amparo dehumor de requiebros, hallándose exclusiva-mente poseída del fervor político.

Page 199: La tribuna - One More Library

Sentíase sobreexcitada, febril, en días tanmemorables. Por todas partes fingía su calentu-rienta imaginación peligros, luchas, negras tra-mas urdidas para ahogar la libertad. De fijo defijo el Gobierno de Madrid sabía ya a tal horaque una heroica pitillera marinedina realizabainauditos esfuerzos para apresurar el triunfo dela federal: y con tales pensamientos latíale aAmparo su corazoncillo y se le hinchaba el senoagitado. En medio de la vulgaridad e insulsezde su vida diaria y de la monotonía del trabajosiempre idéntico a sí mismo, tales azares revo-lucionarios eran poesía, novela, aventura, espa-cio azul por donde volar con alas de oro. Sufantasía inculta y briosa se apacentaba en ellos.Las enfáticas frases de los artículos de fondo,los redundantes períodos de los discursos reso-naban en sus oídos como el ritornelo del vals enlos de la niña bailadora. Aquella llegada de losindividuos de la Asamblea de la Unión fue paraAmparo lo que sería la de los Apóstoles paraun pueblo que oyese hablar del Evangelio y de

Page 200: La tribuna - One More Library

pronto viese arribar a sus costas a los encarga-dos de anunciarlo.

Tenía Amparo por cosa cierta que se acerca-ba la hora de señalarse con algún hecho dignode memoria: ansiaba, sin declarárselo a sí mis-ma, emplear las fuerzas de abnegación y sacri-ficio que existen latentes en el alma de la mujerdel pueblo. ¡Sacrificarse por cualquiera deaquellos hombres, venidos de Cantabria a vati-cinar la redención; inmolarse por el más viejo,por el más feo, prestándole algún extraordina-rio y capital servicio! Llamar a su puerta a lasaltas horas de la noche; decirle con voz entre-cortada que «ahí viene la policía» y que se ocul-te; acompañarle por recónditas callejuelas a unescondrijo seguro; meterle en la mano unoscuantos pesos ahorrados a fuerza de liar piti-llos; recibir, en cambio, un haz de proclamaspara repartir al día siguiente, con la advertenciade que «si se las cogen, puede contarse ánimadel Purgatorio»; distribuirlas con sigilo y celo; y

Page 201: La tribuna - One More Library

por recompensa de tantas fatigas, de riesgossemejantes, ganar un expresivo apretón de ma-nos, una mirada de gratitud del proscrito.... Siel heroísmo es cuestión de temperatura moral,Amparo, que se hallaba a cien grados, tal vez sedejara fusilar por la causa sin decir esta boca esmía; y quién sabe si andando los tiempos nofiguraría su retrato al lado del de Mariana Pi-neda en los cuadros que representan a los már-tires de la libertad.... Feliz o desgraciadamente,lo que ustedes quieran, que por eso no reñire-mos, los tiempos eran más cómicos que trági-cos, y los loables esfuerzos de Amparo no leobtuvieron otra corona de martirio sino el queen la Fábrica se prohibiese la lectura de diarios,manifiestos, proclamas y hojas sueltas, y que aella y a otras cuantas que pronunciaron vivassubversivos y cantaron canciones alusivas a laUnión del Norte las suspendieran, como sueledecirse, de empleo y sueldo.

Page 202: La tribuna - One More Library

-XVIII-

Tribuna del pueblo

El Círculo Rojo echa el resto; no se habla enMarineda sino del banquete que ofrece a losdelegados de Cantrabria y Cantabrialta. Notiene el Círculo Rojo socios tan opulentos comoel Casino de Industriales y la Sociedad de Ami-gos; pero sóbrale alma y desprendimiento,cuando la ocasión lo requiere, para sangrarselos bolsillos, empeñarse, si es preciso, hasta losojos y salir con color y presentar una mesa queno le avergüence.

Llamada a conferenciar con el presidente delCírculo la «persona de buen gusto», que nuncafalta en los pueblos para dirigir las solemnida-des, entró al punto en el desempeño de sus fun-ciones, y se dio tal maña, que en breve pudonegociar un empréstito de candeleros de plata,

Page 203: La tribuna - One More Library

centros de mesa, vajilla fina, mantelería ada-mascada y nueva, palilleros caprichosos y pu-reras sorprendentes. Obtenido lo cual, el corre-veidile se frotó las manos asegurando al presi-dente que la mesa estaría regiamente exornada.

—Regiamente, no señor—contestó el presi-dente algo fosco—. Republicanamente, diráusted.

No quiso el organizador de la fiesta discutirel adverbio, y satisfecho de haber encontradolos accesorios, se dio a buscar lo principal, o seala comida. Bregando con fondistas y cafeteros,consiguió combinar platos, vinos y helados delmodo que le parecía más ortodoxo y elegante;pero quiso su desdicha que a última hora elentusiasmo político lo echase todo a perder,instigando a este bodegonero federal a enviar«la prueba» de sus vinos y a aquel hornero aremitir media docena de robustas empanadas,

Page 204: La tribuna - One More Library

que cayeron en el banquete como barbarismosen selecto trozo de latinidad clásica. Menuden-cias que la Historia no registrará seguramente.

De propósito se empezó tarde la comida, ycirculaban aún las dos sopas de hierbas y depuré, cuando los camareros cerraron las made-ras de las ventanas y encendieron las bujías delos candelabros y los aparatos de gas. Vioseentonces salir de las vaguedades del crepúsculola mesa, la larga mesa de sesenta cubiertos, consus brillantes objetos de plata, sus ramos deflores simétricamente colocados, sus altos rami-lletes de dulce, sus temblorosas gelatinas, don-de la luz rielaba como en un lago. El presidentedel Círculo tendió en derredor una mirada deorgullo. En verdad que el aspecto del banqueteera majestuoso. Imperaba en él todavía la re-serva de los primeros momentos: la gente co-mía con moderación y delicadeza, los camare-ros y mozos de servicio andaban discretamentesin taconear, las cucharas producían leve músi-

Page 205: La tribuna - One More Library

ca al tropezar con los platos, la virginidad delmantel alegraba los ojos, y el vaho aperitivo dela sopa no desterraba del todo las fragantesemanaciones de las rosas y claveles de los flore-ros. No obstante, al servirse la primer entradacomenzaron a dialogar los vecinos de mesa, yel rumor creciente de las conversaciones enva-lentonó a los mozos, que pisaron ya más recio.

Presidía la mesa el viejo de blanca barba, y lateatral nobleza de su figura completaba la de-coración. A su derecha tenía al presidente delCírculo y a su izquierda al orador de tenebrosafaz, el que, según Amparo, «echaba términos»difíciles de entender. Seguían los demás dele-gados por orden de respetabilidad, alternandocon individuos de la Junta, de la Prensa, delpartido.

Fue poco a poco acrecentándose el ruido dela charla y desatándose las lenguas, por donde

Page 206: La tribuna - One More Library

rebosaba ya la abundancia del corazón. El que,merced a su ancianidad venerable, podía serllamado patriarca, sonreía, aprobaba, estaba deacuerdo con todo el mundo, mientras el dele-gado tétrico y ceñudo se las componía lo mejorposible para disputar. Al tercer plato disparócon bala rasa contra la propiedad, el capital y laclase media, y el presidente del Círculo, patróny dueño del establecimiento, hubo de amoscar-se; poco después fue el patriarca mismo el eno-jado, a causa de no sé qué frases sobre el dere-cho de insurrección y el empleo de medios vio-lentos y coercitivos. Ninguno le parecía al pa-triarca lícito; en su concepto, el amor, la paz, lafraternidad, eran las mejores bases para fundarla unión federativa, no sólo de Cantabria y deEspaña, sino del mundo. Cada cual alegaba susrazones, tratando de quimera el ajeno parecer;la discusión se hacía general; intervenían enella periodistas y delegados desde los más re-motos extremos de la mesa; alguien brindabasin ser oído; personas de voz escasa exclama-

Page 207: La tribuna - One More Library

ban en tono suplicante: «Pero oigan ustedes,señores... si ustedes oyesen una palabra...». Eraen balde. El grupo central se lo hablaba todo;de su confuso vocerío sólo se destacaban frasessueltas, airadas, empeñadas en descollar. «Esoson utopías, utopías fatales.... No, es que leconvenzo a usted con la historia en la mano....Sí, sí, hagámonos de miel.... La RevoluciónFrancesa.... Era otro régimen, señores.... Noconfundamos los tiempos.... Está usted en unerror.... Un hecho no es ley general.... Eso lo hadicho Pi.... Cantú es un reaccionario.... El bau-tismo de la sangre.... Horrores infecundos...».Mientras duraba la polémica, los mozos no seentendían para pasar las fuentes del asado ypara escanciar el Champaña.... Uno de ellos seinclinó hacia el presidente y le dijo al oído no séqué... El presidente se levantó al punto y salióde la sala, volviendo a entrar presto seguido deun grupo de mujeres.

Page 208: La tribuna - One More Library

Amparo lo capitaneaba. Penetró airosa, ves-tida con bata de percal claro y pañolón de Ma-nila de un rojo vivo que atraía la luz del gas, elrojo del trapo de los toreros. Su pañuelito deseda era del mismo color, y en la diestra soste-nía un enorme ramo de flores artificiales, rosasde Bengala de sangriento matiz, sujetas conlargas cintas lacre, donde se leía en letras de orola dedicatoria. Diríase que era el genio protec-tor de aquel lugar, el duende del Círculo Rojo;las notas del mantón, del pañuelo, de las floresy cintas se reunían en un vibrante acorde escar-lata, a manera de sinfonía de fuego.

Adelantose intrépida la muchacha levantan-do en alto el ramo y recogiendo, con el brazolibre, el pañolón, cuyos flecos le llovían sobrelas caderas. Y como el conspicuo disputador,dejando su asiento, mostrase querer tomar elex-voto que la muchacha ofrecía en aras de ladiosa Libertad, Amparo se desvió y fuese dere-

Page 209: La tribuna - One More Library

cha al patriarca. El corro se abrió para dejarlapaso.

La muchacha, sin soltar el ramo, miraba alviejo. Este, de pie, con su barba plateada y le-vemente ondulosa como la de los ermitaños detragedia, con su calva central guarnecida deabundantes mechones canos, con su alta estatu-ra, un tanto encorvada ya, se le figuraba la an-cianidad clásica, adornada de sus atributos,coronando la cima de los tiempos. Y el patriar-ca, a su vez, creía ver en aquella buena moza elviviente símbolo del pueblo joven. Ambos for-mularon en sus adentros el pensamiento desimpatía que les asaltaba.

—Este señor mete respeto lo mismo que unobispo—se dijo Amparo.

—Esta chica parece la Libertad—murmuró elpatriarca.

Page 210: La tribuna - One More Library

Entre tanto la muchacha comenzaba su pero-ración. Temblábale la voz al principio; dos otres veces tuvo que pasarse la mano, yerta, porla frente húmeda, y sin saber lo que hacía ac-cionó con el ramo, cuyas cintas culebrearoncomo serpientes de llama, y carraspeó paradeshacer un nudo que le apretaba el galillo.Poco a poco, el rumor de la mesa, el cuchicheode los convidados más distantes, la luz de losmecheros de gas que le calentaba los sesos, elaroma de los vinos y la espuma del Champaña,que aún parecía bullir en la iluminada atmósfe-ra, la embriagaron, y sintió fluir de sus labioslas palabras y habló con afluencia, con despar-pajo, sin cortarse ni tropezar. Los convidados sedaban al codo sonriendo, pronunciando entredientes algún «¡bravo!, ¡muy bien!», al oír quelas operarias republicanas de la Fábrica ofrecí-an aquel ramo a la Asamblea de la Unión delNorte y al Círculo Rojo en prueba de que... ypara manifestar cuanto... y como testimonio deque los corazones que latían..., etc. El patriarca

Page 211: La tribuna - One More Library

se colocaba la mano sobre el pecho, se la lleva-ba a la boca con sincerísima complacencia,mientras el disputador, tieso y serio, inclinabade vez en cuando lentamente la cabeza en señalde aprobación. Por fin, la oradora acabó su dis-curso entregando el ramo al patriarca y gritan-do: «¡Ciudadanos delegados, salud y fraterni-dad!».

Tomó el viejo la ofrenda y la pasó al presi-dente, que se quedó con ella muy empuñada ysin saber qué hacer. Confusas las compañerasde Amparo por el silencio repentino, mirabande reojo hacia todas partes, maravillándose delesplendor de la mesa y algo sorprendidas deque el banquete republicano fuese cosa de tantoorden y de que los delegados comiesen en vezde salvar la patria. El patriarca se acercó a Am-paro; sus mejillas arrugadas y marchitas teníana la sazón sonrosados los pómulos.

Page 212: La tribuna - One More Library

—Gracias, hijas...—tartamudeó cabeceandosenilmente—. Gracias, ciudadanas.... Acércate,tribuna del pueblo... que nos una un santo abra-zo de fraternidad.... ¡Viva la tribuna del pueblo!¡Viva la Unión del Norte!

—¡Viva!—balbució Amparo toda enterneci-da, ahogándose—. ¡Viva usted... muchosaños!—Y el viejo y la niña estaban a dos dedosde romper a llorar, y algunos de los convidadosse reían a socapa viendo aquel brazo paternalque rodeaba aquel cuello juvenil.

-XIX-

La Unión del Norte

Sobre el duro azul de un celaje no empañadopor la más leve bruma, ondean las flámulas,colocadas en mástiles a la veneciana alrededor

Page 213: La tribuna - One More Library

del baluarte de la Puerta del Castillo, y sus ga-yos colores no desdicen del júbilo radiante delcielo y de la estrepitosa y alegre multitud. Ar-cos y ondas de follaje verde corren de mástil amástil, disonando y contrastando con el tonocerúleo del firmamento. En mitad del anfiteatrose alzaba el palco destinado a la Asamblea de laUnión, con su tribuna al centro, y flanqueadode otros dos más bajos, pero mayores, destina-dos a las comisiones del partido. Bien podía laAsamblea constitutiva de la Unión del Norte dela costa ibérica—que así se nombraba en susdocumentos oficiales—ocupar oronda y satisfe-cha el palco presidencial: pocas sesiones y bre-ves horas le habían bastado para sentar las ba-ses del gran contrato unionista federativo; acti-vidad gloriosa, sobre todo comparándola con laflema y machaconería de aquellas holgazanasde Cortes Constituyentes, que tardaban mesesen redactar un código fundamental y definitivopara la nación.

Page 214: La tribuna - One More Library

Caminaba impetuosa hacia el anfiteatro lacomitiva, compuesta del partido y juventudrepublicana, de mucha chiquillería, de los co-mités rurales, de los delegados y de todo fielcristiano que movido de curiosidad quiso inje-rirse en la procesión. Apresuradamente, comosi fuese un ser único animado por un solo soplovital, y tuviese por voz la banda de música queaturdía el ambiente con himnos y más himnos,adelantábase la palpitante masa humana; yempujadas por la compacta muchedumbre, lasbanderas, coronadas de flores, vacilaban cual siestuviesen ebrias, y tan pronto daban traspiés yse inclinaban acá o acullá, como tornaban aerguirse rectas y altivas. Y las casas del tránsitoparecían contemplar el cuadro y entender suasunto, y de unas llovían flores, ramos, coro-nas, y otras, en menor número, cerradas a pie-dra y lodo, dijérase que fruncían el ceño y seponían hurañas y serias al sentir el roce de lasolas revolucionarias.

Page 215: La tribuna - One More Library

Cuando estas llegaron a estrellarse en el ba-luarte, se esparcieron y derramaron por do-quiera. El gentío trepó a las escaleras, cabalgóen el caballete de los bastiones, invadió los pal-cos de los comisionados, y se extendió coro-nando las alturas vecinas; por los troncos de losmástiles se encaramó más de un granuja, re-suelto a dominar la situación. Penetró majes-tuosamente en su palco la Asamblea, y así quelos delegados ocuparon sus asientos, el tumultose apaciguó como por magia, y cerca de veintemil personas guardaron silencio religioso. Sólose oyó salir de algún rincón del anchuroso es-cenario, el melancólico grito que pregonaba:«¡Agua de limón fría, barquillos, agua, azucari-llos, agua!». Dos fotógrafos, situados en el lugaroportuno para tomar la vista, enfocaban cu-briéndose la cabeza con el paño de bayeta ver-de, y sus máquinas parecían los ojos de la His-toria contemplando la escena. Casi se oiría elvolar de una mosca, sobre todo en las cercaníasdel palco presidencial.

Page 216: La tribuna - One More Library

Procediose a la firma y lectura del contratode Unión. Desde lejos se veía en el palco unaagrupación de cabezas, entre las cuales se des-tacaba la negra cabellera melodramática deldisputador y sus quevedos de oro, y la barbanívea del Patriarca, resplandeciente al sol comola de Jehová en los cuadros bíblicos. EstabanBaltasar y Borrén apoyados en un lienzo deparapeto, de pie sobre un sillar de piedra, locual les permitía ver cuanto ocurriese. Ambosprestaban atención suma, comprendiendo quepresenciaban un episodio interesante del dra-ma político español.

—Aquí se incuba algo, hombre—exclamóBorrén inclinándose hacia su amigo.

—¡Claro que se incuba! ¡El desbarajuste uni-versal... y el picadillo que van a hacer de Espa-ña esos señores!

Page 217: La tribuna - One More Library

—Hombre, dice que no.... Dice que lo quedesean es confederarnos, para que estemos másuniditos que antes... ¿no ve usted que esto sellama la Unión?

—¡Sí, sí, corte usted un dedo y péguelo des-pués con saliva!

—A bien que una nación no es ninguna na-ranja para hacerse cuarterones tan fácilmente....¿Sabe usted lo que me contaron de ese viejeci-to... del Patriarca? Mire usted, yo me explicoque sea republicano... ¡había cosas en aquellostiempos antiguos! ¡Era el segundo de una casarica... poderosa, hombre! El mayorazgo arram-pló con todo, ¿eh?, mimos y hacienda, y a él lequedó un palomar viejo y la memoria de lasazotainas.... Otro se hubiera hecho misántro-po... Él se hizo filántropo y luego progresista, yluego federal... y es un bienaventurado queabraza a todo el mundo, y oye misa, y es inca-

Page 218: La tribuna - One More Library

paz de hacer daño a nadie... acá inter nos le ten-go por algo chocho....

—¿Y aquel moreno... el de los quevedos?

—¡Ah! ese... ese dicen que es de los que quie-ren perder las colonias y salvar los principios:hombre de línea recta, de geometría.... SegúnPalacios, que lo conoce, la ecuación entre lalógica y el absurdo: no en balde es ingeniero. Sipara lograr sus ideales tuviese que desollar-nos... ¡pobre pellejo!

—¿Y si tuviese que desollarse a sí mismo?

—¡Cáspita!, de la epidermis ajena a la pro-pia.... Con todo, no seamos escépticos, hombre.Allí tiene usted a aquel otro... al del bigote ne-gro... el que está a la izquierda del Patriarca.Pues mire usted, hombre, que le ha costado yadinero y disgustos esta mojiganga política...

Page 219: La tribuna - One More Library

emigrado, encausado, maltratado... y se libróde ir a las Marianas... no sé cómo.... Hay humorpara todo en este mundo sublunar.... ¡Y decirque cuando Dios produce chicas como esa seocupen en politiquear los muchachos!

Al pronunciar estas palabras señalaba Borréna Amparo, cuyos rojos atavíos la distinguíandel círculo femenino que la rodeaba.

—Pues esa chica aún politiquea más que losbarbudos... ¿no sabe usted...?

Y el incidente del banquete fue comentado,desmenuzado, acribillado por las dos bocasmasculinas, que lo adornaron con festones satí-ricos. Entre tanto se leía el contrato de la Unión,y a pesar de que el sol no estaba en el zenit nimucho menos, la gente arracimada y prensadaproducía una temperatura insufrible, y se oíanexclamaciones de este jaez: «Nos morimos.—

Page 220: La tribuna - One More Library

Nos asfixiamos.—¡Cuándo vendrá un poco defresco!—Pero, hombre, no nos estruje usté.—Ave María, qué bárbaro.—Estese usté quieto.—Pues si no ve, fastidiarse: ¿sa figurao que ve-mos los demás? —¡Tan siquiera puede uno me-ter la mano en el bolsillo para sacar un tristepañuelo!—Cuidado con el reloj, palpa si lo tie-nes». Y la voz del lector del Contrato volabapor cima del mar de cabezas, y las palabras«garantías sacrosantas... dogmas de libertad...derechos invulnerables... ideales benditos...pueblo honrado y libre...» se dilataban en elcálido y sereno ambiente. Una lluvia de floresvino, de improviso, a oscurecerlo, y multitudde blancas palomas fueron lanzadas a él, aba-tiendo al punto el vuelo con aletear trabajoso, ycayendo sobre la muchedumbre, entorpecidasde tener tanto tiempo ligadas las patas. Un es-truendoso cubo de cohetes de lucería salió bu-fando en todas direcciones; retumbó la música;hubo un minuto de gritos, vivas, estruendo yconfusión, y nadie reparó en que un pobre vie-

Page 221: La tribuna - One More Library

jo, un barquillero, salía del recinto mitad arras-trado y mitad en brazos de dos hombres. «Ledio un accidente», decían al verlo pasar, sinañadir otro comentario.

-XX-

Zagal y zagala

Y del accidente se murió aquella noche mis-ma, sin confesión, sin recobrar los sentidos.¿Fue el sol abrasador? Mil veces le cayó verti-calmente sobre el cráneo al señor Rosendo ensus épocas de vida militar, y vamos, que el dela isla de Cuba pica en regla.... ¿Fue el habervuelto a manejar las tenazas y a elaborar bar-quillos para el extraordinario consumo deaquellos días solemnes? ¿Fue, como dijeronalgunas comadres, el orgullo de ver a su hijatan elocuente y bizarra, y tan agasajada por los

Page 222: La tribuna - One More Library

señores de la Asamblea? Quédese para la pos-teridad el arduo fallo, si bien parece infundadala última suposición, por cuanto el señor Ro-sendo, lejos de manifestar complacencia cuan-do la chica se metía en semejantes trifulcas,rompiera pocos días antes su mutismo paradecirle cosas muy al alma sobre eso de buscartres pies al gato y perder su colocación por lo-curas. El servicio militar había formado de talsuerte el carácter del viejo, que la insubordina-ción era para él el más feo delito, y su divisa,obediencia pasiva, automática; así es que ame-nazó a Amparo, poniendo los ojos fieros y lavoz tartajosa, con romperle una costilla si vol-vía a leer periódicos en la Fábrica. Algunosaños antes no hubiera amenazado sino ejecuta-do; pero la cigarrera, desde que lo es, sale encierto modo de la patria potestad, y por eso secreyó el señor Rosendo en el caso de guardarconsideraciones a su progenitura. Sabiendocuánto influyen en los sacudimientos cerebralesy en las hemorragias internas los accesos de

Page 223: La tribuna - One More Library

furor, puede creerse que, tal vez, la rabia y no elorgullo de ver a su hija elevada al rango deTribuna del pueblo determinaron en la pletóricaconstitución del viejo la apoplejía fulminante.

En fin, a él lo enterraron y quedáronse lasdos mujeres cual es de suponer en los primerosmomentos: aturdidas, maravilladas de ver có-mo «se va uno al otro mundo». Desequilibrioeconómico no lo hubo, porque Amparo, indul-tada, había vuelto a la Fábrica, y Chinto, traba-jando como un mulo porfiado que era, ganabalo mismo que antes y traía fielmente la colectatodas las noches según costumbre, con la dife-rencia de que ni recogía ni reclamaba su mez-quino sueldo. Pareció el nuevo sistema muyventajoso y cómodo a la tullida, que venía aestar como si tuviese dos hijos y ambos ganasenpara sustentarla. Pero Amparo vivía inquietahabiendo advertido cierto peregrino cambio enla actitud y modales de Chinto. Mostrábase estemandón y muy interesado por las cosas de la

Page 224: La tribuna - One More Library

humilde casa, que indicaba considerar comosuya; se tomaba otra vez la libertad de esperara la muchacha a la salida de la Fábrica, y aunde acompañarla a la ida, si lo consentía la laborde los barquillos; gastaba con ella chanzas finascomo tafetán de albarda, y en suma, desde lamuerte del viejo, le daba de protector y cabezade casa, sin que en modo alguno procediesecomo criado, único papel que Amparo le seña-laba siempre, mortificada de ver que el toscopaisano le prestaba servicios. Indignada yofendida, tratole con más despego que nunca, ypara colmo de disgusto, vio que Chinto corres-pondía a sus desaires con rústicas ternezas y asus muestras de desvío con pruebas de con-fianza y afición. Una vez le trajo un pliego dealeluyas, y otra, como le oyese alabar ciertospendientes de cristal negro, fue y se los presen-tó a la noche muy orondo.

Ella se negó a estrenarlos.

Page 225: La tribuna - One More Library

Hallábase una mañana Amparo en su cuartovistiéndose para salir a la Fábrica, cuando sin-tió que una mano indiscreta alzaba el pestillo, ycon gran sorpresa encontró delante de sí aChinto, de un talante como nunca lo había vistola muchacha, pues traía el sombrerón ladeadosobre la oreja, los carrillos sofocados, el aireresuelto y un cigarro de a cuarto en la boca:preparativos todos que había juzgado indis-pensables el paisanillo para realizar la proezade «cantar claro». La muchacha cruzó presta-mente su bata que aún tenía sin abrochar, yarrojó al osado una mirada olímpica; peroChinto venía tal, que ni las ojeadas de un basi-lisco le hicieran mella.

—¿A qué entras aquí, a ver?—gritó la ciga-rrera—. ¿Qué se te ofrece?

—Se me ofrecía... dos palabritas.

Page 226: La tribuna - One More Library

—¿Palabritas? Tengo que hacer más que oírtus tontadas.

—No, pues yo te quería decir de que... allí...como ya tengo aprendido el oficio... es decir,vamos, que quedándome las herramientas porlo que me debía tu padre de soldada... allí, yo,como ya en la quinta del mes pasado libré... ycomo vamos....

—¿Acabarás hoy o mañana? Habla expedito,que parece que estás comiendo sopas.

—Mujer, quiérese decir... que si tú admites elarriendo del trato, puedes, es decir, podemos...casarnos los dos.

La risa homérica que soltó la insigne Tribunaal verse requerida de amores por aquella mon-tés alimaña, se cambió presto en cólera al ad-vertir que Chinto continuaba brindándole su

Page 227: La tribuna - One More Library

mano y corazón con las discretas razones yareferidas.

—Porque yo, lo que es tenerte voluntá... tetengo muchísima, ya desde mismo que te vi... yme gustas que no sé, que parece que mismo nopienso sino en tus quereres... así me veo yo tandestruido, que cuasimente no como y propia-mente no me quiere dormir el cuerpo.... Portrabajar, ya sabes que trabajaré hasta que mereviente el alma... y por mantenerte....

—¡Mira... si no te sacas de delante, repelo,hago contigo una desgracia!—gritó furiosa yaAmparo dando al mozo, que estaba próximo ala puerta, un soberano empellón para arrojarledel cuarto. Pero el movimiento brusco y fami-liar despertó la sangre aldeana de Chinto, y conlos brazos abiertos se fue hacia Amparo. Esta asu vez sintió que renacía la chiquilla callejerade antaño, y bajándose prontamente, alzó del

Page 228: La tribuna - One More Library

suelo una botita y estampó el tacón de plano enla inflamada mejilla que vio próxima a las su-yas: y con tanto brío menudeó los golpes, que auno que le alcanzó entre los ojos, el bárbarogalán hubo de exhalar imprecaciones sofoca-das, retrocediendo y dejando el campo libre.Mal segura aún la muchacha, agarró una silla;mas sobraban ya los aprestos bélicos, porque elmozo, restituido a la razón por el vapuleo, sehabía arrojado de bruces sobre la cama, y es-condiendo y revolcando el rostro en la ropatibia aún del cuerpo de Amparo, lloraba comoun becerro, alzando en su dialecto el grito pri-mitivo, el grito de los grandes dolores de lainfancia que reaparece en las siguientes crisisde la existencia.

—¡Madre mía, madre mía!

Encogiose Amparo de hombros y fuese a suFábrica, que urgía el tiempo y era preciso ganar

Page 229: La tribuna - One More Library

el pan, porque el entierro del viejo había con-sumido sus menguados ahorros. Al regresarcontó a su madre lo ocurrido, y con no pequeñaadmiración oyó que la impedida la reprendíapor no haber aceptado la propuesta matrimo-nial; y es el caso que la lógica de la tullida pare-cía contundente.

—¿Tú qué eres, mujer?—le decía—. Cigarre-ra como yo. ¿Y él qué es, mujer? Barquillerocomo tu padre que en paz descanse. Que tedicen por ahí si eres graciosa, si eres tal ycual.... Conversación y más conversación. ¿Éltrabaja, eh? Pues a eso vamos, que lo otro...patarata.

Sin querer oír más, la muchacha declaró queno sólo repugnaba casarse con semejante bestia,sino que iba a echarlo de casa volando: no eracosa de tener que atrancar la puerta cada vezque se vistiese. No y no: antes prefería que la

Page 230: La tribuna - One More Library

aspasen viva que sufrirlo allí a todas horas.Lamentose la tullida, recordó que el jornal deChinto las ayudaba a vivir; todo se estrelló co-ntra la firmeza de la Tribuna. Y cuando volvióde fuera Chinto a soltar el tubo vacío y a entre-gar, cabizbajo y humilde como un borrego, susganancias del día, Amparo le intimó la ordende no dormir ya aquella noche en casa. El mozola oyó con rostro entre abatido y atónito; y asíque se convenció de que se le condenaba alostracismo, salió de la estancia a paso redobla-do. La tullida se inclinó hacia su hija cuantopudo para decirle:

—Mira que le debemos cuartos.

—Se los restregaré por la cara—respondióAmparo con magnífico desdén.

A los dos minutos se presentó otra vez Chin-to, cargado con los chismes de la barquillería,

Page 231: La tribuna - One More Library

tenazas, cargador, lebrillo, y hasta un haz deleña; Amparo se puso en actitud defensivacuando le vio blandir en el aire los hierros; masno fue sino para desunirlos con fuerza bovina ytirarlos a un rincón desdeñosamente; y en se-guida, juntando las tarteras, la leña y el cañutode hojalata, lo pateó todo hasta reducir a añicoslos cacharros y a un bollo informe el relucientetubo. Ejecutada la hazaña, a puntapiés mandólos tristes restos a las esquinas de la habitación,de la cual se retiró sin volver atrás el rostro.

-XXI-

Tabaco picado

A los pocos días supo Amparo en la Granera,convento laico donde nada se ignora, que Chin-to andaba pretendiendo ingresar en el taller dela picadura. Empezó a correr y comentarse en

Page 232: La tribuna - One More Library

la Fábrica la leyenda del mozo transido deamor que por estar cerca de su adorado tor-mento se metía en los infiernos del picado, en ellugar doliente a cuya puerta hay que dejar todaesperanza. De qué manera se las compusoChinto para lograr su deseo, no hace al caso: locierto es que obtuvo la plaza, y que Amparo selo encontró frecuentemente a la entrada y a lasalida, triste como can apaleado por su amo, ysin que le dijese nunca más palabras que«Adiós, mujer... vayas muy dichosa». No cabíaque Amparo, generosa de suyo, dejase de ser laprimera en trabar otra vez conversación con él:hablaron de cosas indiferentes, de sus respecti-vas labores, y Amparo prometió visitar el tallerde Chinto: que con venir diariamente a la Gra-nera, no lo conocía aún. La Comadreja laacompañó en la visita. Descendieron juntas alpiso inferior, con propósito de aprovechar laocasión y verlo todo. Si los pitillos eran el Pa-raíso y los cigarros comunes el Purgatorio, laanalogía continuaba en los talleres bajos, que

Page 233: La tribuna - One More Library

merecían el nombre de Infierno. Es verdad queabajo estaban las largas salas del oreo, y sussimétricos y pulcros estantes; el despacho deljefe, y el cuadro de las armas de España traba-jadas con cigarros, orgullo de la Fábrica; losalmacenes; las oficinas; pero también el lóbregotaller del desvenado y el espantoso taller de lapicadura.

En el taller del desvenado daba frío ver, aga-zapadas sobre las negras baldosas y bajo som-bría bóveda sostenida por arcos de mamposte-ría y algo semejante a una cripta sepulcral, mu-chas mujeres, viejas la mayor parte, hundidashasta la cintura en montones de hoja de tabaco,que revolvían con sus manos trémulas, sepa-rando la vena de la hoja. Otras empujabanenormes panes de prensado, del tamaño y for-ma de una rueda de molino, arrimándolos a lapared para que esperasen el turno de ser esco-gidos y desvenados. La atmósfera era a la vezespesa y glacial. La Comadreja andaba a saltos

Page 234: La tribuna - One More Library

por no pisar el tabaco, y a veces llamaba por sunombre a una de las desvenadoras.

—¡Hola... señora Porcona!—exclamó diri-giéndose a una que parecía tener los párpadosen carne viva y los labios blancos y colgantes,con lo cual hacía la más extraña y espantablefigura del mundo—. ¿Hola... cómo le va? ¿Có-mo están esos parientes? Tú no sabes—añadióvolviéndose a Amparo—que la señora Porconaes parienta, muy parienta, del señor de lasGuinderas, aquel tan rico que tiene dos hijas yvive en el Malecón y viene aquí a veces: y él seempeña en negarlo y en no darle un ochavo;pero ella se lo ha de ir a cantar a las hijas el díaque vayan más majas por el paseo. ¿Verdá, se-ñora Porcona?

—Yyyy... y es como el Evangelio, hiiigas...—contestó una voz temblona como el balido de lacabra, y aguardentosa además.

Page 235: La tribuna - One More Library

—Explíquenos el parentesco, ande—sugirióAmparo prestándose a la broma de su amiga.

La vieja alzó sus manos sarmentosas, se laspasó por los sangrientos ojos, y con muchasoscilaciones del labio inferior:

—Aunque.... Diiios en persona estuvieseallí—pronunció señalando a uno de los gigan-tescos panes de tabaco—, yo no he de contarmentira. Oíd, espectadores del caso. Es de saberque el padre del padre de mi madre, o quiéresedecir mi bisabuelo, digo, el abuelo de mis pa-dres, era cuñado carnal, o quiérese decir, mediohermano de la abuela de la madre política delseñor de las Guinderas.... De modo y maneraes, que yo vengo a ser parienta de muy cerqui-ta, por la infinidá de la sangre....

Page 236: La tribuna - One More Library

—Y es mucha picardía que no le den siquieraun realito diario para aguardiente—sugiriómalignamente la Comadreja.

—¡Aaaa... guardiente!—clamó la vieja acen-tuando el trémolo—. ¡Diera Diiiios pan!

—Vamos, que un sorbito ya entró.

—Ni maldiito olor dél me llegó tan siquiera:y eso que a mis añitos, hiiigas... ya os gustarácalentar el estómago que se pone como la puranieve.

—¿Qué años tendrá, señora Porcona? Sinmentir.

—¡Busssss!—pronunció la desvenadora. AsíDios me salve, ni sé de verdad el año que nací.Pero...—y bajó la temblona voz—sepades que

Page 237: La tribuna - One More Library

cuando se puso aquí la fábrica, de las diez yseis primeritas fui yo que aquí trabajaron....

—¡Dónde irá la fecha!—murmuró la Coma-dreja. Amparo le tiró del brazo horrorizada deaquella imagen de la decrepitud que se le apa-recía como vaga visión del porvenir. Recorrie-ron la sala de oreos, donde miles de mazos decigarros se hallaban colocados en fila, y los al-macenes, henchidos de bocoyes, que, amonto-nados en la sombra, parecen sillares de algúnciclópeo edificio, y de altas maniguetas de taba-co filipino envueltas en sus finos miriñaques detela vegetal; atravesaron los corredores atesta-dos de cajones de blanco pino, dispuestos parael envase, y el patio interior lleno de duelas yaros sueltos de destrozadas pipas; y por último,pararon en los talleres de la picadura.

Dentro de una habitación caleada, pero ne-gruzca ya por todas partes, y donde apenas se

Page 238: La tribuna - One More Library

filtraba luz al través de los vidrios sucios dealta ventana, vieron las dos muchachas hastaveinte hombres vestidos con zaragüelles delienzo muy remangados y camisa de estopamuy abierta, y saltando sin cesar. El tabaco losrodeaba: habíalos metidos en él hasta mediapierna: a todos les volaba por hombros, cuello ymanos, y en la atmósfera flotaban remolinos deél. Los trabajadores estribaban en la punta delos pies y lo que se movía para brincar era elresto del cuerpo, merced a repetido y automáti-co esfuerzo de los músculos; el punto de apoyopermanecía fijo. Cada dos hombres tenían antesí una mesa o tablero, y mientras el uno, sal-tando con rapidez, subía y bajaba la cuchillapicando la hoja, el otro, con los brazos enterra-dos en el tabaco, lo revolvía para que el ya pi-cado fuese deslizándose y quedase sólo en lamesa el entero, operación que requería granagilidad y tino, porque era fácil que al caer lacuchilla segase los dedos o la mano que encon-trara a su alcance. Como se trabajaba a destajo,

Page 239: La tribuna - One More Library

los picadores no se daban punto de reposo:corría el sudor de todos los poros de su misera-ble cuerpo, y la ligereza del traje y violencia delas actitudes patentizaba la delgadez de susmiembros, el hundimiento del jadeante ester-nón, la pobreza de las Barrosas canillas, el té-rreo color de las consumidas carnes. Desde lapuerta, el primer golpe de vista era singular:aquellos hombres, medio desnudos, color detabaco, y rebotando como pelotas, semejabanindios cumpliendo alguna ceremonia o rito desus extraños cultos. A Amparo no se le ocurrióeste símil, pero gritó:

—Jesús.... Parecen monos.

Chinto, al ver a las muchachas, se paró depronto, y soltando el mango de la cuchilla, ysacudiéndose el tabaco, como un perro cuandosale de bañarse sacude el agua, se les acercótodo sudoroso, y con un sobrealiento terrible:

Page 240: La tribuna - One More Library

—Aquí se trabaja firme... dijo con ronca vozy aire de taco. Se trabaja... prosiguió jactancio-samente, y se gana el pan con los puños.... ¡Setrabaja de Dios, conchas!

—Estás bonito; parece que te chuparon—exclamó la Comadreja, mientras Amparo lomiraba entre compadecida y asquillosa, admi-rándose de los estragos que en tan poco tiempohabía hecho en él su perruno oficio. Le sobresa-lía la nuez, y bajo la grosera camisa se pronun-ciaban los omóplatos y el cúbito. Su tez teníamatices de cera, y a trechos manchas hepáticas;sus ojos parecían pálidos y grandes respecto desu cara enflaquecida.

—Pero, bruto—exclamó la Tribuna con bon-dadoso acento—, estás sudando como un toro yte plantas aquí entre puertas, en este pasillo tanventilado... para coger la muerte.

Page 241: La tribuna - One More Library

—Boh...—y el mozo se encogió de hom-bros—. Si reparásemos a eso.... Todo el día deDios estamos aquí saliendo y entrando y laspuertas abiertas, y frío de aquí y frío de allí...Mira onde afilamos la cuchilla.

Y señaló una rueda de amolar colocada en elmismo patio.

—La calor y el abrigo, por dentro.... Ya se sa-be que no teniendo aquí una gota... (y se diouna palmada en el diafragma).

—Así apestas, maldito—observó Ana—. An-da, que no sé qué sustancia le sacáis al conde-nado vinazo.

—Antes—pronunció sentenciosamente Am-paro—sólo probabas vino algún día de fiestaque otro.... Pues aquí no tienes por qué tomar

Page 242: La tribuna - One More Library

vicios, que gracias a Dios la borrachera pocodaño nos hace....

—Las de arriba bien habláis, bien habláis....Si os metieran en estos trabajitos.... Para lo quehacéis, que es labor de señoritas, con agua bas-ta.... Quiérese decir, vamos... que un hombre noha de ponerse chispo; pero un rifigelio... untentacá... ¿Queréis ver cómo bailo?

Volvió a manejar la cuchilla, mostrando suagilidad y fuerza en el duro ejercicio. De estaentrevista quedaron reconciliados la pitillera yel picador, que la acompañó algunas veces porla cuesta de San Hilario abajo, sin renovar suspretensiones amorosas.

Page 243: La tribuna - One More Library

-XXII-

El Carnaval de las cigarreras

Unos días antes de Carnavales se anuncia enla Fábrica la llegada del tiempo loco por bromasde buen género que se dan entre sí las opera-rias. Infeliz de la que, fiada en un engañosorecado, se aparta de su taller un minuto; a lavuelta le falta su silla, y vaya usted a encontrar-la en aquel vasto océano de sillas y de mujeresque gritan a coro: «Atrás te queda. Delante tequeda». A las víctimas de estos alegres depor-tes les resta el recurso de llevar bien escondidodebajo del mantón un puntiagudo cuerno, yenseñarlo por vía de desquite a quien se divier-te con ellas. También se puede, por medio deuna tira estrecha de papel y un alfiler doblado amanera de gancho, aplicar una lárgala en la cin-tura, o estampar con cartón recortado y untadode tiza, la figura de un borrico en la espalda.

Page 244: La tribuna - One More Library

Otro chasco favorito de la Fábrica es, averigua-do el número del billete de lotería que tomóalguna bobalicona, hacerle creer que está pre-miado. Todos los años se repiten las mismasgracias, con igual éxito y causando idénticaalgazara y regocijo.

Pero el jueves de Comadres es el día señala-do entre todos para divertirse y echar abajo lostalleres. Desde por la mañana llegan las cestascon los disfraces; y obtenido el permiso parabailar y formar comparsas, las oscuras y tristessalas se trasforman. El Carnaval que siguió alverano en que ocurrieron los sucesos de laUnión del Norte se distinguió por su animacióny bullicio; hubo nada menos que cinco compar-sas, todas extremadas y lucidas. Dos eran demozas y mozos del país, vestidos con ricos tra-jes que traían prestados de las aldeas cercanas;otra, de grumetes; otra, de señoritos y señoras, yla última comparsa era una estudiantina. Lasdos de labradores se diferenciaban harto. En la

Page 245: La tribuna - One More Library

primera se había buscado, ante todo, el lujo delatavío y la gallardía del cuerpo; las cigarrerasmás altas y bien formadas vestían con sumagracia el calzón de rizo, la chaqueta de paño,las polainas pespunteadas y la montera ornadacon su refulgente pluma de pavo real; y paralas mozas se habían elegido las muchachas másfrescas y lindas, que lo parecían doblementecon el dengue de escarlata y la cofia ceñida concinta de seda. La segunda comparsa aspiraba,más que a la bizarría del traje, a representarfielmente ciertos tipos de la comarca. Enrolladala saya en torno de la cintura, tocada la cabezacon un pañuelo de lana, cuyos flecos le forma-ban caprichosa aureola; asido el ramo de tejo,de cuyas ramas pendían rosquillas, estaba laperegrina que va a la romería famosa a que nose eximen de concurrir, según el dicho popular,ni los muertos; a su lado, con largo redingotenegro, gruesa cadena de similor, barba corriday hongo de anchas alas, el indiano, acompañá-banle dos mozos de las Rías Saladas, luciendo

Page 246: La tribuna - One More Library

su traje híbrido, pantalón azul con cuchilloscastaños, chaleco de paño con enorme sacramen-to de bayeta en la espalda, faja morada, som-brero de paja con cinta de lana roja. Los estu-diantes habían improvisado manteos con sayasnegras, y tricornios de cartón con cuchara ytenedor de palo cruzados, completaban el avío;los grumetes tenían sencillos trajes de lienzoblanco y cuellos azules; en cuanto a la compar-sa de señores, había en ella un poco de todo;guantes sucios, sombreros ajados, vestidos debaile ya marchitos, mucho abanico, y antifacesde terciopelo.

En mitad del taller de cigarros comunes seformó un corro y se alzó gran vocerío alrededorde la Mincha, barrendera vieja, pequeña, re-donda como una tinaja, que bailaba vestida demoharracho, con dos enormes jorobas postizas,un serón por corona, una escoba por cetro, unruedo por manto real, la cara tiznada de hollín,y un letrero en la espalda que decía en letras

Page 247: La tribuna - One More Library

gordas: «Viva la broma». Incansable, pegababrincos y más brincos, llevando el compás conel cuento de la escoba, sobre las carcomidastablas del piso. Pero bien pronto le robó laatención de sus admiradoras la estudiantina,que estaba toda encaramada en una mesa demetro y medio de largo por un metro escaso deancho. Cómo danzaban allí unas doce chicas, esdifícil decirlo; ellas danzaban, acompañándosecon panderetas y castañuelas y coreando almismo tiempo habaneras y polcas. En aquellacomparsa, la más alborotadora y risueña, figu-raba Guardiana. Nunca el júbilo y la feliz im-previsión de los pocos años brillaron como enel rostro de la pobre chica, que a tan poca costay con tan poca cosa divertía sus penas. Era lavalerosa pitillera chiquita y delgada; tenía a lasazón el rostro encendido, ladeado el tricornio,y con picaresco ademán repicaba un panderoroto ya, y muy engalanado de cintas.

Page 248: La tribuna - One More Library

Ana y Amparo figuraban entre los grumetes.La Comadreja hacía un grumete chusco, travie-so y cínico; Amparo, el más hermoso muchachoque imaginarse pueda. Todo lo que su figuratenía de plebeyo lo disimulaba el traje masculi-no; ni las gruesas muñecas, ni el recio pelo da-ñaban a su gentileza, que era de cierto notable yextraordinaria. La comparsa recorrió los talle-res, bailando y cantando, recibiendo bromas delas señoras, y alegrando la oscuridad de las salascon la nota blanca y azul de sus trajes. Sin em-bargo, no se podía dudar que la victoria que-daba por los labradores. A la cabeza de estosestaba una mujer, casada ya, celebrada por bue-na moza, Rosa, la que llenaba con mayor pres-teza los faroles de picadura. Con el traje propiode su sexo, Rosa era un tanto corpulenta endemasía; con el de labrador no había que pedir-le. La camisa de lienzo labrado dibujaba su an-cho pecho; el calzón se ajustaba a maravilla asus bien proporcionadas caderas; pendiente delcuello llevaba un ancho escapulario de raso

Page 249: La tribuna - One More Library

bordado de lentejuelas y sedas de colores. De-bajo de la montera, un pañuelo de fular azul,atado como lo hacen los paisanos, le encubría elpelo. Apoyábase en la moca o porra claveteadade clavos de plata, y con acento melancólico yprolongado, cantaba una copla del país, y con-testábale desde enfrente una morenita vestidade ribereño, con su chaleco muy guarnecido debotones de filigrana y su faja recamada de pája-ros y flores extravagantes, echando la firma, con-sistente en tres versos irregulares, improvisa-dos siempre, con sujeción al asunto de la copla;al concluir la firma, salían del corro de especta-dores varios ¡ju... jurujú! agudísimos. Lo quehacía maravilloso efecto era oír, en los interva-los en que callaban las cantoras, unas malague-ñas resonando en el otro extremo de la sala,mientras por su parte la estudiantina se consa-graba a las habaneras, cual si la anarquía de lostrajes se comunicase a las canciones. En la com-parsa de las señoras había una chica poseedorade bien timbrada voz y de muchísimo donaire

Page 250: La tribuna - One More Library

para las coplas propias de la ciudad, tan distin-tas de las rurales, que al paso que en éstas lasvocales se alargan como un gemido, en las otrasse pronuncian brevemente, produciendo al fi-nal de algunos versos una inflexión burlesca:

En el medio de la marSuspiraba una ballenaúY entre suspiros deciaúMuchachas de Cartagenaú.

¿Y quién tenía valor para trabajar en mediode la bulliciosa carnavalada? Algunas operariashubo que al principio se encarnizaron en lalabor, bajando la cabeza por no ver las másca-ras; pero a eso de las tres de la tarde, cuando lainocente saturnal llegaba a su apogeo, las ma-nos cruzadas descansaban sobre la tabla de liar,y los ojos no sabían apartarse de los corros debaile y canto. Ocurrió un incidente cómico: eltaller del desvenado quiso echar su cuarto aespadas, y organizó una comparsa numerosa;

Page 251: La tribuna - One More Library

empeñáronse en formar parte de ella las másancianas, las más infelices, y la mascarada seimprovisó de la manera siguiente: envolvién-dose todas por la cabeza los mantones, sin dejarasomar más que la nariz o una horrible caretade cartón, y colocándose en doble fila, haciendode batidores cuatro que llevaban cogida por lasesquinas una estera, en la cual reposaba, con losojos cerrados, muy propia en su papel de difun-ta, la decana del taller, la respetable señora Por-cona. Así colocadas y con extraño silencio reco-rrieron los talleres, dando no sé qué aspecto deaquelarre a la bulliciosa fiesta. Al punto recibiótítulo aquella nueva y lúgubre comparsa; lla-máronle la Estadea, nombre que da la supersti-ción popular a una procesión de espectros.

Diríase que el mago Carnaval, con poderosoconjuro, había desencantado la Fábrica, y vuel-to a sus habitantes la verdadera figura en aqueldía. Muchachas en las cuales a diario nadiehubiera reparado quizá, confundidas como

Page 252: La tribuna - One More Library

estaban entre las restantes, resplandecían,alumbradas por una ráfaga de hermosura, y untraje caprichoso, una flor en el pelo, revelabangracias hasta entonces recónditas. Y no porquela coquetería desplegada en los disfraces llega-se al grado que alcanza entre la gente de altocoturno que asiste a bailes de trajes y suele re-flexionar y discurrir días y días antes de adop-tar un disfraz—habiendo señorita que se vistede Africana por lucir una buena mata de pelo, ode Pierrette por mostrar un piececito menudo—;no por cierto. Semejantes refinamientos se ig-noraban en la Fábrica. Ni a las viejas se les dabaun comino de enseñar en la fuga del baile laseca anatomía de sus huesos, ni a las mozas unrábano de desfigurarse, verbigracia, pintándosebigotes con carbón. El caso era representar bieny fielmente tipos dados; un mozo, un quinto,un estudiante, un grumete. Habíalas con tanrara propiedad vestidas, que cualquiera lastomaría por varones; las feas y hombrunas sebrindaban sin repulgos a encajarse el traje mas-

Page 253: La tribuna - One More Library

culino, y lo llevaban con singular desenfado. Yde un extremo a otro de los talleres, entre elcalor creciente y la broma y bullicio que au-mentaban, corría una oleada de regocijo, defranca risa, de diversión natural, de juego librey sano; una afirmación enérgica de la femeni-dad de la Fábrica. No cohibidas por la presen-cia del hombre, gozaban cuatro mil mujeresaquel breve rayo de luz, aquel minuto de júbiloexpansivo colocado entre dos eternidades demonótona labor.

Hacia las cuatro de la tarde no cabía ya la al-gazara y bulla en las salas; todo el mundo pere-cía de calor; a las disfrazadas de paisanos lasahogaba su traje de paño, y se apoyaban, des-coyuntadas de tanto reír, molidas de tanto bai-lar, roncas de tanto canticio, en los estantes,abanicándose con la montera. La Comadreja,que ya no sabía cómo procurarse un poco defresco, tuvo una idea.

Page 254: La tribuna - One More Library

—Si nos dejasen armar un corro en el patio,chicas, ¿eh?

Pareció de perlas la ocurrencia, y salieron alpatio de entrada, y de allí al magro campillocolindante, y perteneciente también a la Fábri-ca. Estaba el día sereno y apacible; el sol dorabalas hierbas quemadas por la escarcha, y se cola-ba en tibios rayos oblicuos al través de los des-nudos árboles. El ambiente era más templadoque otra cosa, como suele suceder en el climade Marineda durante los meses de febrero ymarzo. Al desembocar en el campo la alegremultitud, huyeron espantadas unas cuantasgallinas y algunos borregos sucios y torpes pa-tos, que correteaban por allí, y eran los únicospobladores del mezquino oasis, limitado deuna parte por la vetusta tapia, de otra por co-bertizos atestados de fardos de vena, y de otrapor el taller de cigarros peninsulares, aisladodel edificio de la Granera. Al punto se forma-ron dos corros con más espacio que arriba, y la

Page 255: La tribuna - One More Library

frescura de la tardecita restituyó las ganas debailar a las exhaustas máscaras.

¡Oh, si ellas hubiesen sabido que desde laspróximas alturas de Colinar las miraban dospares de ojos curiosos, indiscretos y osados! Dela cima de un cerrillo que permitía otear todo elpatio de la Fábrica, dos hombres apacentaban lavista en aquel curioso cuanto inesperado espec-táculo. Uno de ellos rondaba muchas veces lascercanías de la Granera, pero nunca en aquelpredio había visto más seres vivientes que can-teros picando sillares de granito, y aves de co-rral escarbando la tierra. Baltasar ignoraba losdetalles del Carnaval de las cigarreras, y apenasentendería lo que estaba viendo, si Borrén, me-jor informado, no se tomase el trabajo de expli-cárselo.

—Generalmente estas mascaradas son depuertas adentro; pero hoy, como hace calor y el

Page 256: La tribuna - One More Library

día está bueno, salen al fresco a bailar.... ¡Quécasualidad, hombre!

—Casualidad es, tiene usted razón. En todaspartes he de encontrármela.

Y al decir así, señalaba el teniente al corro delos grumetes. Mientras los paisanos punteabany repicaban un paso de baile regional, los gru-metillos habían elegido el zapateado, donde laviveza del meridional bolero se une al vigormuscular que requieren las danzas del Norte.Bien ajena que la viese ningún profano, puestala mano en la cadera, echada atrás la cabeza,alzando de tiempo en tiempo el brazo para reti-rar la gorrilla que se le venía a la frente, Ampa-ro bailaba. Bailaba con la ingenuidad, con eldesinterés, con la casta desenvoltura que dis-tingue a las mujeres cuando saben que no las vevarón alguno, ni hay quien pueda interpretarmalignamente sus pasos y movimientos. Nin-

Page 257: La tribuna - One More Library

guna valla de pudor verdadero o falso se opo-nía a que se balancease su cuerpo siguiendo elritmo de la danza, dibujando una línea serpen-tina desde el talón hasta el cuello. Su boca,abierta para respirar ansiosamente, dejaba verla limpia y firme dentadura, la rosada sombradel paladar y de la lengua; su impaciente y re-belde cabello se salía a mechones de la gorra,como revelación traidora del sexo a que perte-necía el lindo grumete, si ya la suave comba delalto seno y las fugitivas curvas del elegantetorso no lo denunciasen asaz. Tan pronto, des-cribiendo un círculo, hería con el pie la tierra,como, sin moverse de un sitio, zapateaba de pla-no, mientras sus brazos, armados de castañue-las, se agitaban en el aire, bajaban y subían amodo de alas de ave cautiva que prueba a le-vantar el vuelo.

Page 258: La tribuna - One More Library

-XXIII-

El tentador

Al descender de su observatorio, echadospor las sombras de la noche, que envolvían elpatio de la Fábrica y cubrían la estruendosaretirada de las cigarreras vestidas ya con sustrajes usuales, Baltasar iba silencioso y concen-trado. Borrén muy locuaz. El bueno del capitánno cabía en sí de gozo, ni más ni menos que sila aventura de ver bailar a la Tribuna le aconte-ciese a él directamente. Hay en el mundo afi-ciones y gustos muy diversos; este chochea pormonedas roñosas, aquel por libracos viejos, elde más acá por caballos y el de más allá porsellos y cajas de fósforos.... Borrén había cho-cheado, chocheaba y chochearía toda su arras-trada vida por la hermosura, encantos y perfec-ciones de la mujer. Había adquirido para cono-cer la belleza, y sobre todo el atractivo, ese gol-

Page 259: La tribuna - One More Library

pe de vista, ese tino especial que permite a losexpertos, sin ejercer ni dominar las artes, apre-ciar con exactitud el mérito de un cuadro, elestilo de un mueble, la época de un monumen-to. Nadie como Borrén para descubrir beldadesinéditas, para predecir si una muchacha valdríao no «muchas pesetas» andando el tiempo, yfallar si poseía la quisicosa llamada gracia, sale-ro, gancho, ángel, chic, buena sombra, y de otrosmil modos—lo cual prueba que es indefinible.

La originalidad del caso está en que con todasu afición a las faldas, y sus profundos conoci-mientos de estética aplicada, no se refería deBorrén la más insignificante historieta. Vivien-do siempre en una atmósfera fuertemente car-gada de electricidad amorosa, nunca le hirió lachispa. Practicaba, en materia de amoríos, elmás puro y desinteresado otroísmo. Si no podíaandar entre las muchachas asegurándoles queFulanito se alampaba por ellas, o que Zutanitose moría por sus pedazos, se arrimaba a los

Page 260: La tribuna - One More Library

jóvenes, calentándoles los cascos, encendiéndo-les la sangre, hablándoles del pie de tal chica:—hombre, un pie que me cabe en la palma de lamano—o del color de cuál otra—hombre, siparece que se da agua de Barcelona, y no, meconsta que aquello es natural—. Borrén sabíade las criadas que llevan y traen cartitas, de lospaseos retirados donde es fácil tropezarse cuan-do hay buena voluntad, de los peladeros depava, de las butacas que en el teatro ofrecenmás comodidad para hacer el oso; era el primeroa olfatear los trapicheos, las bodas, los escanda-lillos y los truenos incipientes. No era Borrén uncasamentero, porque, generalmente hablando,el casamentero se propone un fin moral, y aBorrén la moral-hombre, con franqueza—letenía sin cuidado. Si el cuento acababa en nup-cias, bien, y si no, lo propio; Borrén hacía artepor el arte; el amor le parecía objeto suficiente desí mismo.

Page 261: La tribuna - One More Library

Para todo enamorado de Marineda, espe-cialmente si pertenecía a la guarnición, el com-plemento de la dicha era esta idea:—Voy a con-társelo a Borrén—. Y Borrén, como un espejocomplaciente, de los que hacen favor, le devolvíala imagen de su felicidad, no exacta, sino au-mentada, embellecida, multiplicada, radian-te.—Vamos a pasearle la calle a la novia—ledecían sus amigos cogiéndole del brazo—. YBorrén giraba tardes enteras delante de unamanzana de casas, parafraseando las observa-ciones de algún amador novel que exclama-ba:—«Ya alzó el visillo... se asoma... no, es lahermana... ahora sí... cómo me mira... ¡hola!,tiene la mantilla puesta...»—. Jamás mostróBorrén cansarse de su papel de reflector y perrofaldero; y cuenta que las chicas, guiadas porinfalible instinto, le trataban como se trata a losinofensivos y a los mandrias; aunque él se de-rretía, acaramelaba y amerengaba todo, jamásle tomaron en parte alguna por lo serio.

Page 262: La tribuna - One More Library

Baltasar no le había buscado para confidente;Borrén se ofreció, y es más, atizó el incendio,echó leña a la hoguera con sus frases de pólvo-ra y dinamita. Aquella tarde, cuando juntosbajaban hacia la ciudad, el más animado, el másexaltado era Mefistófeles: Fausto callaba, medi-tando en lo comprometidos y engorrosos queson ciertos enredos en poblaciones de provin-cia, donde uno tiene madre y hermanas. Mefis-tófeles, ¡pobre diablo!, no se cansaba, entre tan-to, de ponderar los primores del grumete. Cadavez que el confidente y el enamorado pasabancerca de un farol, la luz se proyectaba en la fi-sonomía de Borrén, siempre movida, agitada ydescompuesta, cómica a pesar del exageradocarácter viril que a primera vista le imprimíanlos cerdosos mostachos, las pobladas cejas y laprominente nuez. En su aspecto Borrén era se-mejante a los guardias civiles de madera quesuelen colocarse en el frontispicio de loshórreos y molinos del país: a despecho de sus

Page 263: La tribuna - One More Library

bigotazos formidables, bien se les conoce queson muñecos.

—Dígole a usted, Borrén—exclamó Baltasarresolviéndose por fin a formular en alta voz supensamiento—, que no comprende usted lo quees Marineda... ni lo que es mi madre. Me resul-tarían mil disgustos, mil complicaciones....Aborrezco los escándalos.

—¡Hombre, qué juventud tan sosa son uste-des! Parece mentira que habiendo visto lo quevimos....

—No me conviene, lo dicho; me alegraré deque me destinen a cualquiera parte. Si me que-do aquí, es fácil.... Y después, ¿sabe usted loque es esa Fábrica? Una masonería de mujeres,que aunque hoy se arranquen el moño, mañanase ayudan todas las unas a las otras. Me des-acreditarían, me crearían un conflicto.

Page 264: La tribuna - One More Library

—No le hacía a usted tan medroso.

—La verdad, Borrén; tengo más miedo a lashablillas, si cuadra, que a un balazo. Será unatontería, pero me fastidia infinito ser el héroede la temporada.

—Vamos, hombre, franqueza. Usted tambiénrecela verse envuelto en las redes de esa chica,y tener que casarse.... Baltasar sonrió sin afecta-ción, pero con tal señorío de sí mismo, que Bo-rrén se encogió de hombros.

—Pues entonces....

—Por un lado, sí, lo acierta usted; soy un ma-jadero en abrigar tales escrúpulos. Pasa uno asílos mejores años de su vida, y ¿qué?, llega unoa viejo sin haber vivido....

Page 265: La tribuna - One More Library

Aquí el teniente se detuvo; una idea burlescale impulsaba a sonreírse otra vez, pensandoque el capitán se hallaba justamente en el casode declinar hacia la edad madura sin tener queofrecer a Dios ni qué contar al diablo. Borrén,entre tanto, aprobaba calurosamente las últimaspalabras de Baltasar, las desenvolvía, las consi-deraba desde nuevos aspectos; en suma, sopla-ba para que la llama prendiese mejor. Tan biendesempeñó su oficio mefistofélico, que Baltasarconvino en reunirse al día siguiente con él parameditar un plan de ataque que debelase la re-publicana virtud de la oradora. Pero al acudir ala entrevista, que era, por más señas, en el te-rreno neutral del café, Borrén conoció que Bal-tasar traía alguna extraordinaria nueva.

—Ya no hay necesidad de concertar planes—declaró el teniente con forzada risa—. ¿No se lodecía yo a usted? Me destinan allá... a Navarra.La cosa anda mal.

Page 266: La tribuna - One More Library

—¡Bah!... cuatro bandidos que salen de aquíy de acullá; hombre, partidillas sueltas.

—Partidillas sueltas... ya, ya me lo contaráusted dentro de unos meses. El cariz del asuntose pone cada vez más feo. Entre esos bárbarosque quieren entrar en burro en las iglesias yfusilan por chiste las imágenes, y los otros sal-vajes que cortan el telégrafo y queman las esta-ciones... verá usted, verá usted qué tortilla senos prepara. Aquí nadie se entiende. Mire us-ted que hasta Montpensier, que parecía formal,meterse en ese desafío estúpido. Él quería serrey; pero el haber matado al perdis de su primole cuesta la corona y a nosotros un ojo de lacara, porque como no venga Satanás en perso-na a arreglarnos, no sé lo que sucederá... Demeusted un cigarro... si lo tiene usted ahí.

Borrén le alargó la petaca, y Baltasar encen-dió nerviosamente un pitillo.

Page 267: La tribuna - One More Library

—Vamos, ¿cuántos candidatos dirá ustedque hay al trono?—prosiguió echando leve bo-canada de humo al techo—. Vaya usted con-tando por los dedos, si la paciencia le alcanza.Espartero... uno. Dirá usted que es un estafer-mo, bien; pero los restos del partido progresis-ta, todo cuanto gastó morrión, y algunos chi-flados de buena fe, le aclaman. ¿No ha vistousted en las tiendas el retrato de Baldomero Icon manto real? El hijo de Isabel II, dos; su ma-dre abdicó o abdicará. Ese, al menos, representaalgo; pero es un rapaz; para jugar a la pelotaserviría. El Pretendiente, tres... y mire usted, loque es ese dará mucho juego; ya empieza todoel mundo a llamarle Carlos VII. Reúne él solomás partidarios que todos los demás juntos, ygente cruda, de trabuco y pelo en pecho. Elduque de Aosta, un italiano... cuatro. Un ale-mán que se llama Ho... ho... en fin, un nombredifícil; los periódicos satíricos lo convirtieron enOle, ole, si me eligen... cinco. La regencia trina...seis, o por mejor decir, ocho. Y Ángel I... nueve.

Page 268: La tribuna - One More Library

¡Ah!, se me olvidaba el de Portugal que andaremiso... y Montpensier. Once. ¿Qué tal?

—Pero... así, candidatos formales.... ¡Mozo,café y cognac!

—No, gracias, lo tomé en casa.... Claro: can-didatos serios, por hoy, don Carlos y la repú-blica. El caso es que entre todos no nos dejaránhueso sano.... Por de pronto, yo me las guillo.¿Quiere usted algo para aquellos vericuetos?

—Hombre... ¡qué lástima! ¡Ahora que íbamosa emprenderla con la pitillera, que es de otro!

—¡Pch!... Si algún trabucazo no lo impide... ala vuelta.

Page 269: La tribuna - One More Library

-XXIV-

El conflicto religioso

Desde que las Cortes Constituyentes votaronla monarquía, Amparo y sus correligionariasandaban furiosas. Corría el tiempo, y las espe-ranzas de la Unión del Norte no se realizaban,ni se cumplían los pronósticos de los diarios.¡Que hoy!... ¡que mañana!... ¡que nunca, por lovisto! ¡En vez de la suspirada federal, un rey,un tirano de fijo, y tal vez un extranjero! Porestas razones en la Fábrica se hacía política pe-simista y se anunciaba y deseaba que al Go-bierno «se lo llevase Judas». Dos cosas sobretodo alteraban la bilis de las cigarreras: el in-cremento del partido carlista y los ataques a laVirgen y a los Santos. A despecho de la acusa-ción de «echar contra Dios» lanzada por lascampesinas a las ciudadanas, la verdad es que,con contadísimas excepciones, todas las ciga-

Page 270: La tribuna - One More Library

rreras se manifestaban acordes y unánimes enachaques de devoción. Ella sería más o menosilustrada; pero allí había mucha y fervorosapiedad. Es cierto que sobre el altar de pésimogusto dórico existente en cada taller deposita-ban las operarias sus mantones, sus paraguas,el atillo de la comida; mas este género de fami-liaridad no revelaba falta de respeto, sino lamisma costumbre de ver allí el ara santa, antela cual nadie pasaba sin persignarse y haceruna genuflexión. Y es lo curioso que a medidaque la revolución se desencadenaba y el repu-blicanismo de la Fábrica crecía, aumentáronsetambién las prácticas religiosas. El cepillo colo-cado al lado del altar, donde los días de co-branza cada operaria echaba alguna limosna,nunca se vio tan lleno de monedas de cobre; elcajón que contenía la cera de alumbrar, estabaatestado de blandones y velas; más de sesentacirios iluminaban los días de novena el retablo;primero les faltaría a las cigarreras agua parabeber, que aceite a la lámpara encendida di-

Page 271: La tribuna - One More Library

ariamente ante sus imágenes predilectas, unaNuestra Señora de la Merced de doble tamañoque los cautivos arrodillados a sus plantas, unSan Antón con el sayal muy adornado de esteri-lla de oro, un Niño-Dios con faldellines huecosy un mundito azul en las manos. Nunca se rea-lizó con más lucimiento la novena de San José,que todas rezaron mientras trabajaban, vol-viéndose de cara al altar para decir los actos defe y la letanía, y berreando el último día losgozos con mucha unción, aunque sin afinaciónbastante. Jamás produjo tanto la colecta para laprocesión del Santo Entierro y novena de losDolores; y por último, en ocasión alguna tuvoel numen protector de la Fábrica, la Virgen delAmparo, tantas ofertas, culto y limosnas, sinque por eso quedase olvidada su rival NuestraSeñora de la Guardia, estrella de los mares,patrona de los navegantes por la bravía costa.

Bien habría en la Granera media docena deespíritus fuertes, capaces de blasfemar y de

Page 272: La tribuna - One More Library

hablar sin recato de cosas religiosas; pero do-minados por la mayoría, no osaban soltar lalengua. A lo sumo se permitían maldecir de loscuras, acusarles de inmorales y codiciosos, orenegar de que se «metiesen en política» y to-masen las armas para traer el «escurantismo yla Inquisición»: cuestiones más trascendentalesy profundas no se agitaban, y si a tanto se atre-viese alguien, es seguro que le caería encima undiluvio de cuchufletas y de injurias.

—¡Está el mundo perdido!—decía la maestradel partido de Amparo, mujer de edad madura,de tristes ojos, vestida de luto siempre desdeque había visto morir de viruelas a dos gallar-dos hijos que eran su orgullo—. ¡Está el mundorevuelto, muchachas! ¿No sabéis lo que pasaallá por las Cortes?

—¿Qué pasará?

Page 273: La tribuna - One More Library

—Que un diputado por Cataluña dice quedijo que ya no había Dios, y que la Virgen eraesto y lo otro.... Dios me perdone, Jesús milveces.

—¿Y no lo mataron allí mismo? ¡Pícaro, in-fame!

—¡Mal hablado, lengua de escorpión! ¡Nohabrá Dios para él, no; que él no lo tendrá!

—No, pues otro aún dijo otros horrores debarbaridá, que ya no me acuerdan.

—¡Empecatao! ¡Pimiento picante le debíanechar en la boca!

—¡Ay!, ¡y una cosa que mete miedo! Diceque por esas capitales toda la gente anda asus-

Page 274: La tribuna - One More Library

tadísima, porque se ha descubierto que hay unacompañía que roba niños.

—¡Ángeles de mi alma! ¿Y para qué?, ¿paradegollarlos?

—No, mujer, que son los protestantes parallevarlos a educar allá a su modo en tierra deingleses.

—¡Señor de la justicia! ¡Mucha maldad haypor el mundo adelante!

Conocido este estado de la opinión pública,puede comprenderse el efecto que produjo enla Fábrica un rumor que comenzó a esparcirsequedito, muy quedo, y como en el aria famosade la Calumnia, fue convirtiéndose de cefirilloen huracán. Para comprender lo grave de lanoticia, basta oír la conversación de Guardianacon una vecina de mesa.

Page 275: La tribuna - One More Library

—¿Tú no sabes, Guardia? La Píntiga se metióprotestanta.

—¿Y eso qué es?

—Una religión de allá de los inglis manglis.

—No sé por qué se consienten por acá esasreligiones. Maldito sea quien trae por acá seme-jantes demoniuras. ¡Y la bribona de la Píntiga,mire usted! ¡Nunca me gustó su cara de intiri-cia!...

—Le dieron cuartos, mujer, le dieron cuartos:sí que tú piensas....

—A mí... ¡más y que me diesen mil pesos du-ros en oro! Y soy una pobre, repobre, que sólopara tener bien vestiditos a mis pequeños mevenían... ¡juy!

Page 276: La tribuna - One More Library

—¡Condenar el alma por mil pesos! Yo tam-poco, chicas—intervenía la maestra.

—Saque allá, maestra, saque allá... Comeráuno brona toda la vida, gracias a Dios que lada, pero no andará en trapisondas.

—Y diga... ¿qué le hacen hacer los protestan-tes a la Píntiga? ¿Mil indecencias?

—Le mandan que vaya todas las tardes a unacuadra, que dice que pusieron allí la capilla deellos... y le hacen que cante unas cosas en unalengua, que... no las entiende.

—Serán palabrotas y pecados. ¿Y ellos, quié-nes son?

—Unos clérigos que se casan....

Page 277: La tribuna - One More Library

—¡En el nombre del Padre! ¿Pero se casan...como nosotros?

—Como yo me casé... vamos al caso, delantede la gente... y llevan los chiquillos de la mano,con la desvergüenza del mundo.

—¡Anda, salero! ¿Y el arcebispo no los meteen la cárcel?

—¡Si ellos son contra el arcebispo, y contralos canónigos, y contra el Papa de Roma de acá!¡Y contra Dios, y los Santos, y la Virgen de laGuardia!

—Pero esa lavada de esa Píntiga... ¡malos pe-rros la coman! No, si se arrima de esta banda,yo le diré cuántas son cinco.

—Y yo.

Page 278: La tribuna - One More Library

—Y yo.

Así crecía la hostilidad y se amontonabandensas nubes sobre la cabeza de la apóstata, aquien por el color de su tez biliosa y de su laciopelo, por lo sombrío y zaíno del mirar, llama-ban Píntiga, nombre que dan en el país a ciertasalamandra manchada de amarillo y negro. Eraesta mujer capaz de comer suela de zapato atrueque de ahorrar un maravedí, y no ajena asu conversión una libra esterlina, o doblón de acinco, que para el caso es igual. Si lo cobró ypudo coserlo en una media con otras economí-as anteriores, amargolo aquellos días en forma.Acercábase a una compañera, y esta le volvía laespalda; su mesa quedó desierta, porque nadiequiso trabajar a su lado; ponía su mantón en elestante, y al punto se lo empujaban disimula-damente desde la otra parte de la sala, para quecayese y se manchase; dejaba su lío de comidaen el altar, y lo veía retirado de allí con horrorpor diez manos a un tiempo; la maestra exami-

Page 279: La tribuna - One More Library

naba sus mazos de puros, antes de darlos porbuenos y cabales, con ofensiva minuciosidad yademán desconfiado. Un día de gran calor pi-dió a la operaria que halló más próxima que leprestase un poco de agua, y esta, que acababade destapar un colmado frasco de cristal parabeber por él, le contestó secamente: «No tengomeaja». Señaló la protestanta al frasco, con irasilenciosa, y la operaria, levantándose, lo tomóy derramó por el suelo su contenido sin pro-nunciar una palabra. Púsose verde la Píntiga, yllevó la mano, sin saber lo que hacía, al cuchillosemicircular: pero de todos los rincones deltaller se alzaron risas provocativas, y hubo dedevorar el ultraje, so pena de ser despedazadapor un millar de furiosas uñas. En mucho tiem-po no se atrevió a volver a la Fábrica, donde lacorrían.

Page 280: La tribuna - One More Library

-XXV-

Primera hazaña de la Tribuna

Extramuros, al pie de las fortificaciones deMarineda, celébrase todos los años una fiestaconocida por las Comiditas, fiesta peculiar y ca-racterística de las cigarreras, que aquel día sa-can el fondo del cofre a relucir y disponen unacolación más o menos suculenta para despa-charla en el campo; campo mezquino, árido,donde sólo vegetan cardos borriqueros y orti-gas. Desde el lavadero público hasta el alto deAgua santa, ameno y risueño, se había esparci-do la gente, sentándose, si podía, a la sombrade un vallado o en la pendiente de un ribazo, ysi no, donde Dios quería, al raso, sin paraguasni quitasol. Y cuenta que ambos chismes podrí-an ser igualmente necesarios, porque el astrodiurno, encapotado por nubarrones que ame-nazaban chubasquina, despedía claridad lívida

Page 281: La tribuna - One More Library

y sorda, y a veces por la ahogada calma de laatmósfera atravesaban soplos de aire encendi-do, bocanadas de solano que amagaban tem-pestad.

No por eso había menos corros de baile ycanto, menos puestos de rosquillas y jinetes,menos meriendas y comilonas. Aquí se escu-chaba el rasgueo de guitarras y bandurrias, másadelante retumbaba el bombo, y la gaita ex-halaba su aguda y penetrante queja. Un ciegodaba vueltas a una zanfona que sonaba como elobstinado zumbido del moscardón, y al mismotiempo vendía romances de guapezas y críme-nes. A pocos pasos de la gente que comía, men-digos asquerosos imploraban la caridad; unelefancíaco enseñaba su rostro bulboso, un her-pético descubría el cráneo pelado y lleno depústulas, este tendía una mano seca, aquel se-ñalaba a un muslo ulcerado, invocando a SantaMargarita para que nos libre de «males extra-ños». En un carretoncillo, un fenómeno sin

Page 282: La tribuna - One More Library

piernas, sin brazos, con enorme cabezón en-vuelto en trapos viejos, y gafas verdes, exhala-ba un grito ronco y suplicante, mientras unamocetona, de pie al lado del vehículo, recogíalas limosnas. En el aire flotaban los efluvios dedos toneles de vino que ya iban quedandoexangües, y el vaho del estofado, y el olor delas viandas frías. Oíanse canciones entonadascon voz vinosa, y llantos de niños, de los cualesnadie se cuidaba.

Componíase el círculo en que figuraba Am-paro de muchachas alegres, que habían esgri-mido briosamente los dientes contra una razo-nable merienda. Allí estaba la Comadreja, aquien no era posible aguantar de puro satisfe-cha y vana, porque tenía en Marineda al capi-tán de la Bella Luisa, y si él no había queridoconvidarse a merendar «por el aquel del bienparecer», contaba con que la acompañaría alfinal de la función. Allí también Guardiana,penetrada de alegría por otra causa diversa:

Page 283: La tribuna - One More Library

porque había traído consigo a dos de sus pe-queños, el escrofuloso y la sordo-mudita; encuanto al mayor, ni se podía soñar en llevarlo asitio alguno donde hubiese gente, porque leentraba enseguida la «aflición». La niña sordo-muda miraba alrededor, con ojos reflexivos,aquel mundo del cual sólo le llegaban las imá-genes visibles; por su parte el niño, que ya ten-dría sus trece años, y que hubiera sido graciosoa no desfigurarlo los lamparones y la hipertro-fia de los labios, gozaba mucho de la fiesta, y sesonreía con la sonrisa inocente, semi-bestial, delos bobos de Velázquez. Guardiana no se mostrómuy comedora: los mejores bocados los reservópara sus hermanos, y ella manifestó poco apeti-to.

—¿Qué tienes, Guardia?—le preguntó la ra-diante Ana.

Page 284: La tribuna - One More Library

—Mujer, algunos días parece que estoy así...cansada. He de ir a que me levanten la paletilla,porque imposible que no se me cayese.

—Aprensiones, aprensiones. Canta el JovenTelémaco, Amparo.

Amparo, y otras dos o tres del taller de ciga-rrillos, rendidas de calor y ahítas de comida, sehabían tendido en una pequeña explanada, queformaba el glacis de la fortificación, adoptandodiversas posturas, más o menos cómodas.Unas, desabrochándose el corpiño, se hacíanaire con el pañuelo de seda doblado; otras,tumbadas boca abajo, sostenían el cuerpo en loscodos y la barba en las palmas de las manos;otras, sentadas a la turca, alzaban cuándo lapierna izquierda, cuándo la derecha, para evi-tar los calambres. Por la seca hierba andabanesparcidos tapones de botellas, papeles engra-

Page 285: La tribuna - One More Library

sados, espinas de merluza, cascos de vaso roto,un pañuelo de seda, una servilleta gorda.

Fuese efecto de la comida y del vinillo delpaís, ligero y alegre como unas pascuas, o delaire solano, que tiene especial virtud excitantede los nervios, hallábanse las muchachas albo-rotadas, deseosas de meterse con alguien, degritar, de hacer ruido. Estaban ebrias, no delescaso mosto, sino del vaivén y mareo de laromería, de los colores chillones, de los sonidosdiscordantes: sólo la sordo-muda permanecíaindiferente, con su límpida mirada infantil. Lacasualidad proporcionó a las briosas mozas undesahogo que tuvo mucho de cómico y pudotener algo de dramático.

Es el caso que vieron adelantarse y dirigirsehacia ellas un individuo de extraña catadura,alto y delgado, vestido con larga hopalandanegra, y acompañado de otro que formaba con

Page 286: La tribuna - One More Library

él perfecto contraste, pues era rechoncho, pe-queño y sanguíneo, y llevaba americana grisrabicorta. Al aspecto de la donosa pareja llovie-ron los comentarios.

—El del gabanón parece un cura—dijo Guar-diana.

—No es cura—afirmó la Comadreja—. ¿Nole ves unas patillitas como las de un padronés?

—Pero, mujer, si lleva alzacuello.

—¡Qué alzacuello! Corbata negra.

—El gordo es un inguilis.

—¡Ay Jesús; parece que le pintaron la barbacon azafrán!

Page 287: La tribuna - One More Library

—¿Y aquello qué es? ¡Madre mía de la Guar-dia!; un anteojo en un ojo solo, y colgado en elaire; ¡mira, mira!

—Callar, que vienen para acá.

—Vienen aquí en derechura.

—No, mujer.

—¡Dale! Vienen y vienen. ¿Te convences,porfiosa?

—Es que les gustaste tú.

—No, tú. El del azafrán viene a casarse con-tigo.

—Pues a ti te mira mucho el clérigo malcomparado.

Page 288: La tribuna - One More Library

—¡Chssss! Callar, que están cerca, alborota-doras de Judas.

—¡Callaban! Que callen ellos si les da la ga-na.

Y Amparo y Ana cantaron a dúo:

Me gusta el gallo,Me gusta el gallo,Me gusta el galloCon azafrán...

No obstante estos primeros indicios de hosti-lidad, los dos graves personajes se aproxima-ban al corro, con mucha prosopopeya. El de lahopalanda, no bien se acercó lo suficiente, pro-nunció un «a los pies de ustedes, zeñoras», quehubiera provocado una explosión de carcaja-das, si al pronto no pudiese más la curiosidadque la risa. ¡Tenía el bueno del hombre una voz

Page 289: La tribuna - One More Library

tan rara, ceceosa a la andaluza, y una pronun-ciación tan recalcada!

—Tengo el honor—prosiguió, metiendo lasmanos en los bolsillos de su inmenso tabardo—de ofrecer a ustedes un librito de lectura muyprovechoza para el espíritu, y espero me dis-penzarán el obsequio de repazarlo con aten-ción. Yo le ruego reflezionen sobre el conteníode estos imprezo, zeñoras mías.

Diciendo y haciendo, les presentaba tres ocuatro volúmenes empastados, y un haz dehojas volantes. Nadie estiró la mano para reco-ger los imprezo, y él fue depositando suavemen-te en los regazos de las muchachas el alijo. Elinglés tripudo observaba el reparto con su ful-gurante monóculo.

—¡Así Dios me salve (Ana fue la primera enhablar), yo conozco a estos pajarracos! Oyes tú,

Page 290: La tribuna - One More Library

Bárbara, ¿este no es el que puso la capilla en lacuadra?

—El mismo... es el que berrea allí por las tar-des.

—¿El que le dio los cuartos a la Píntiga?

—Sí, mujer.

—Y este, ¿no dice que fue cura?

—Dice que sí, allá en su país, y que ahora escura de ellos, y está casado....

—¡Casado!!!

—Bueno, está... con una viuda. Ya tienen...—y la muchacha remedó burlescamente el llantode un recién nacido.

Page 291: La tribuna - One More Library

—¿Y el otro bazuncho?

—Es el que...—y frotó el índice con el pulgar,ademán expresivo que significa en todas partessoltar dinero.

Mientras duraban estas explicaciones en vozbaja, Amparo había leído el título de algunosfolletos: «La verdadera Iglesia de Jesús.... La reden-ción del alma.... Cristo y Babilonia.... La fe del cris-tiano purificada de errores.... Roma a la luz de larazón...». Entre los retazos del diálogo que lle-gaban a sus oídos y los fragmentos de hoja im-presa en que fijaba la vista, penetró el misterio.Levantose grave, determinada, como el día queperoró en el banquete del Círculo Rojo.

—Oiga usté—pronunció con tono desprecia-tivo—, esto que nos ha dado usté no nos hacefalta, ni para nada lo queremos. Vaya usté aengañar con ello a donde haya bobos.

Page 292: La tribuna - One More Library

—Zeñora, no ha zío mi ánimo....

—Pensará usté que somos como otras, infeli-ces, que las compran ustés por una triste pese-ta; pues sepa usté, repelo, que acá ni por lasminas del Potosí renegamos como San Judas.

—Zeñora... hermanas mía... tómense uzté lamolestia de reflezionar, y verán la puresa de miintencionez, que zon darle a conosé la doctrinade Jezú nuetro Zalvaor....

Pronta como un rayo, y con fuerzas que du-plicaba la cólera, Amparo desbarató la encua-dernada Biblia, hizo añicos las hojas volantes, ylo disparó todo a la cara afilada del catequista ya la rubicunda del silencioso inglés, los cuales,habituados, sin duda, a tal género de escenas,volvieron grupas y trataron de escurrirse lomás pronto posible entre el concurso. Por sumal, era éste tan apretado y numeroso en aquel

Page 293: La tribuna - One More Library

sitio, que o tenían que retroceder, dar un rodeoy volver a cruzar ante el grupo de muchachas,o aguardar una ocasión de enhebrarse por me-dio de la gente. Optaron por lo primero, y aví-noles mal, porque Amparo, como el corcel debatalla que ha olido la sangre, dilatadas las fo-sas nasales, brillantes los ojos, se preparaba arenovar la lid, animando a sus compañeras.

—Son los protestantes. A correrlos.

—A correrlos: ¡viva!

—Van a pasar otra vez por aquí... ánimo... aver quién les acierta mejor.

—¡Que vengan, que vengan! ¡Ahora entra lobueno! Recelosos, arrimados el uno al otro,probaron a deslizarse los dos apóstoles sin serobservados de las mozas, que ya los aguarda-ban haldas en cinta. Así que los vieron a tiro,

Page 294: La tribuna - One More Library

enarbolaron cuál medio pan, cuál un trozo deempanada, cuál una pera, y Ana, rabiosa, noencontrando proyectil a mano, cogió a puñadosla tierra para arrojársela. Cayó la granizadasobre los protestantes cuando menos se perca-taban de ello; un queso se aplanó sobre la fazdel inglés, rompiéndole el monóculo; un gajode cerezas despedido por el hermano de Guar-diana se estrelló en la nuca del ministro, emba-durnándosela lastimosamente. Al par quebombardeaban, denostaban las intrépidas mu-chachas al enemigo.—Tomar, a ver si reven-táis—chillaba la Comadreja.—De parte deNuestra Señora—gritaba Guardiana.—Para quevolváis a dar dinero por hacer maldades—vociferaba Amparo lanzando con notable acier-to un tenedor de palo al cura. Cerrados los pu-ños como para boxear, inyectado el rostro, fie-ros los azules ojos, vínose sobre el grupo el hijode la Gran Bretaña, resuelto, sin duda, a hacerdestrozos en las heroínas; amenazadora actitudque redobló el coraje de estas.

Page 295: La tribuna - One More Library

—Venga usté, venga usté, que aquí estamos,le decía Amparo con voz vibrante, bella en suindignación como irritada leona, asiendo con ladiestra una botella; mientras Ana, pálida de ira,se apoderaba de la cazuela en que había venidoel guisado, y las restantes amazonas buscabanarmamento análogo. Pero ya, al ruido de laescaramuza, se arremolinaba gente, y genteadversa a los catequistas, a quienes conocíanbastantes de los espectadores; y el ministro,verde de miedo, con turbada lengua aconsejabaa su acompañante una prudente retirada.

—Éjelas, míter Ezmite... (Smith). Éjelas, queno zaben lo que jazen... Éjelas, que aquí nadienoz efenderá, de eguro.... Yo debo ar ejemplode manzedumbre....

No hizo caso míter Ezmite, por demás mohí-no y amostazado con el bombardeo de comes-tibles; pero antes de que llegase al grupo cum-

Page 296: La tribuna - One More Library

pliose la profecía del ministro, interponiéndosemás de treinta personas, que rodearon a losmalaventurados apóstoles apretándolos entérminos que no les dejaban respirar. A pocadistancia un agente de policía presenciaba unarifa, y aunque harto veía con el rabo del ojo elmotín, no dio el más leve indicio de querer in-tervenir en él, y basta que vio a los dos cate-quistas abrirse paso trabajosamente y huir co-mo perro con maza, perseguidos por la rechiflageneral, no volvió la cabeza ni se acercó, pre-guntando al descuido: «¿Qué pasa aquí, seño-res?».

-XXVI-

Lados flacos

Para la Comadreja el desenlace de la romeríafue delicioso: comenzaron a llover gotas anchas

Page 297: La tribuna - One More Library

cuando ya se aproximaba la noche, y vino elcapitán mercante a ofrecerle el brazo y un pa-raguas. A la luz de los faroles de la calle, querielaba en el mojado pavimento, Amparo vioalejarse a la pareja y quedose poseída de unaespecie de tristeza interior que rara vez dominaa los temperamentos sanguíneos, alegres desuyo. Aquella melancolía atacaba a la Tribunadesde que no alimentaba su viva imaginacióncon espectáculos políticos y desde que al bulli-cio de la Unión del Norte sucedió la habitual yuniforme vida obrera de antes, sin asomo deconspiración ni de otros romancescos inciden-tes. Por distraerse, habló más con Ana de amo-ríos y menos de política. Ana se prestaba gusto-sa a semejantes coloquios. Llegó la Tribuna asaber de memoria al capitán de la Bella Luisa,sus hábitos, sus viajes, sus caprichos, y el eternoproyecto de matrimonio, diferido siempre poraltas razones de conveniencia, que explicabaAna con sumo juicio y cordura. Si ella se qui-siese casar con algún artista de esos ordinarios,

Page 298: La tribuna - One More Library

un zapatero, verbigracia, cansada estaría detener marido; pero ¿para qué? Para cargarse defamilia, para vivir esclava, para sufrir a unhombre sin educación. No en sus días.

—¿Y si te deja plantada Raimundo?—preguntaba Amparo nombrando al galán de suamiga, como lo hacía esta, por el nombre depila.

—¡Qué ha de dejar, mujer... qué ha de dejar!¡Diez años de relaciones! Y luego, aquel señoríode estar tanto tiempo con un chico fino, eso nome lo quita nadie.

Amparo protestó: ella no entraba por cosasde ese jaez; quería poder enseñar la cara encualquier parte; quería, como dijeron los seño-res de la Unión, moral y honradez ante todo.

Page 299: La tribuna - One More Library

—¿Si pensarás tú—replicó Ana viperinamen-te—que el de Sobrado venía a casarse contigo?

—¿El de Sobrado? ¿Y qué tengo yo que vercon el de Sobrado?

—Anduvo tras de ti, y si no estuviese fuera,sabe Dios.... No digas, mujer, no digas, que bas-tantes veces lo encontré yo por los alrededoresde la Fábrica.

—Bueno, bueno, ¿y qué? ¿Por qué, un supo-ner, no se había de casar conmigo? Yo seré deigual madera que otras que pertenecían a miclase, y ahora.... Tú bien conoces a la de Negre-ro... aquella tan guapa que lleva abrigo de ter-ciopelo y capota de tul blanco.... Pues, hija mía,sardinera del muelle primero, cigarrera des-pués, y luego la vino Dios a ver con ese maridotan rico.... ¿Y la de Álvarez? A esa la acuerdanaquí liando puros, y en el día tiene una casa de

Page 300: La tribuna - One More Library

tres pisos y un buen comercio en la calle de SanEfrén.... ¿Y la que casó con aquel coronel delregimiento de Zaragoza?... Una chiquilla, quetambién hacía pitillos.... En la actualidad, paramás, hay el aquel de que las clases son iguales;ese rey que trajeron dice que da la mano a todoel mundo, y la mujer abrazó en Madrí a unalavandera; y si viene la federal, entonces....

—Sí, sí, vele con eso a doña Dolores, la deSobrado.

—¡Pues.... Jesús, Ave María! ¡No se allegueusted, que mancho! Me parece a mí que los deSobrado no son de allá de la aristocracia, ni delbarrio de Arriba. Aún hay quien los vio car-gando fardos en el almacén de Freixé, el cata-lán; que por ahí empezaron, ¡repelo! Hijos deltrabajo, como tú y como yo.

Page 301: La tribuna - One More Library

—Pero, mujer, si ya se sabe que son así; naday nada, y vanidá que les parte el alma. Como elhijo es de tropa piensan que sólo la Princesa deAsturias sirve para él.... Mira tú como ahoraque las de García pierden el pleito están medioreñidas con ellas.... Y eso que la mayor de So-brado, la Lolita, no quiso apartarse de la amigay sigue yendo allá....

—Bien; pues ellos no nos querrán a los de-más, pero los demás bien nos valemos sinellos.... Para comer yo no les he de pedir. Y elhijo, si me quiere decir algo, ha de ser con elcura de la mano, que si no....

Echose a reír la Comadreja y le citó ejemplosdentro de la misma Fábrica: ¿qué les había su-cedido a Antonia, a Pepita, a Leocadia?, y eranlas que más hablaban y más cosas decían. Laque se conformaba con los de su clase, aún me-nos mal; pero la que andaba con señores.... Esas

Page 302: La tribuna - One More Library

cosas—añadía la Comadreja—no tienen reme-dio; nos hacen ver lo negro blanco....

—Si me quisiera perder—exclamó ofendidaAmparo—no me faltaría por dónde, como atodas.

—¡Bueno! No cuadró, mujer, que lo demás....También no te gustarían los que se te pusierondelante, porque hay hombres que se tiraría unoa la bahía por ellos, y otros que ni forrados deonzas.... Y a veces los que le chistan a uno no sedan por entendidos.... Y al fin y al cabo, hija,¿qué se gana con vivir mártir? Nadie cree en ladinidá de una pobre.

—¿Y por qué ha de ser así? ¡Esa no es ley deDios!

—No, pero... ¿qué quieres tú?

Page 303: La tribuna - One More Library

Quedábase Amparo pensativa. Cuantas su-gestiones de inmoralidad trae consigo la vidafabril, el contacto forzoso de las miserias huma-nas; cuantas reflexiones de enervante fatalismodicta el convencimiento de hallarse indefensoante el mal, de verse empujado por circunstan-cias invencibles al precipicio, pesaban entoncessobre la cabeza gallarda de la Tribuna. Acaso,acaso tenía sobrada razón la Comadreja. ¿Dequé sirve ser un santo si al fin la gente no locree ni lo estima; si por más que uno se empe-ñe, no saldrá en toda la vida de ganar un jornalmiserable; si no le ha de reportar el sacrificiohonra ni provecho? ¿Qué han de hacer las po-bres, despreciadas de todo el mundo, sin tenerquien mire por ellas, más que perderse? ¡Cuán-tas chicas bonitas, y buenas al principio, habíavisto ella sucumbir en la batalla, desde que en-tró en su taller! Pero... vamos a cuentas—añadía para su sayo la oradora—: diga lo quequiera Ana, ¿no conozco yo muchachas de bienaquí? ¡Está esa Guardiana, que es más pobre

Page 304: La tribuna - One More Library

que las arañas y más limpia que el sol! Y de feano tiene nada; es así delgadita.... Ella se confie-sa a menudo... dice que el confesor le aconsejabien....

Amparo se quedó cada vez más pensativadespués de esta observación.

—Yo, confesar, me confesaría.... Pero luego...si el cura sabe que me meto en política.... ¡Bah!Bien basta en Semana Santa.... Tampoco yo,gracias a Dios, no soy ninguna perdida... ¡meparece!

-XXVII-

Bodas de los pajaritos

Regresó Baltasar de Navarra y las Provinciasfirmemente resuelto a estrujar la vida, como si

Page 305: La tribuna - One More Library

fuese un limón, para exprimirle bien el zumo.Habiendo visto de cerca la guerra civil, com-prendió que no hacía sino empezar y que pro-metía ser encarnizada y duradera, a pesar deque la Gaceta anunciaba diariamente la disper-sión de las últimas partidas y la presentacióndel postrer cabecilla. Desde luego Baltasar traíaun grado más, y ganas de precipitarse en algúnabismo cubierto de flores, ya que las balas car-listas se lo toleraban. Vista de lejos, la opiniónpública de su ciudad natal le pareció muchomenos temible, y resolviose a arrostrarla, encaso de necesidad, si bien con maña y no pro-vocándola de frente.

Más de una vez, en la ligera tienda de cam-paña o en algún caserío vascongado, se acordóde la Tribuna y creyó verla con el rojo mantónde Manila o con el traje blanco y azul de gru-mete. Las mujeres que encontraba por aquellospaíses no le distrajeron, porque eran la mayorparte toscas aldeanas curtidas del sol, y si tro-

Page 306: La tribuna - One More Library

pezó con alguna beldad éuskara, esta, en vez desonreír al oficial amadeísta, le echó mil maldi-ciones. Además, Baltasar, frío y concentrado,no era de los que toman por asalto un corazónen un par de horas. De suerte que al volver aMarineda, en vez de rondar la Fábrica, comoantes, se resolvió, desde el primer día, a acom-pañar a Amparo cuando la viese salir; y ejecutóel propósito con su serenidad habitual. Muchole favoreció para estos acompañamientos elcambio de domicilio de la muchacha, que vivíacerca del alto de la cuesta de San Hilario, enuna casita que daba a la Olmeda, desde quefaltando el señor Rosendo y Chinto, el bajo dela calle de los Castros se hizo muy caro y muylujoso para dos mujeres solas. Como la Olmedapuede decirse que es un rincón campestre,prestose al naciente idilio con el género decomplacencia que hace de la naturaleza amigaperenne de todos los enamorados, hasta de losmenos poéticos y soñadores.

Page 307: La tribuna - One More Library

Febrero vio la aurora de aquel amor en undía clásico, el de la Candelaria, en que, según eldicho popular, celebran los pajaritos sus bodassobre las ramas todavía desnudas de los árbo-les, para que con la llegada de la primaveracoincida la fabricación del nido. Las vísperas dela fiesta eran muy señaladas en la Fábrica: an-daban esparcidos por las estanterías, sobre losaltares, ocultos en los justillos de las mujeres,mezclados con la hoja, haces de rama de rome-ro, y su perfume tónico y penetrante vencía aldel tabaco mojado. En el centro de los haces sehincaban candelicas de blanca cera, y había deotras candelas largas y amarillas, compradaspor varas y que se cortaban en trozos parahacer cuantas luces se quisiese; siendo el origende traer estas candelas la creencia de que losniños muertos antes del bautismo y sepultadosen las tinieblas del limbo sólo el día de la Can-delaria ven un rayo de claridad, la de la luz queencienden, pensando en ellos, sus madres. Aldía siguiente, en la iglesia, envueltas en el ro-

Page 308: La tribuna - One More Library

mero bendito, habían de arder todas las velitasmicroscópicas.

Ya se comprende que entre las cigarrerasmarinedinas—cuatro mil mujeres al fin y alcabo—había muchas que querían enviar a sushijos difuntos aquella caricia de ultratumba,fundir el hielo de la muerte al calor de la pobrecandelilla; por otra parte, aun las que no teníanniños vivos ni difuntos habían comprado rome-ro gustándoles su olor, y propuestas a llevarlo ala misa de la Candelaria, que al fin, como decíala señora Porcona con tono sentencioso, era «undía de los más grandes, hiiiigas... porque fuecuando la Virgen sintió el primer dolorito, porrazón de que un cura que le llamaban Simeónle anunció lo que tenía que pasar Cristo en elmundo». La tarde de la Candelaria, Amparo,llevando el romero bendito oculto en el pecho,despedía un aroma balsámico, que pudieratomarse por suyo propio; tal era la lozanía yvigor de su organismo, cuya robustez, vence-

Page 309: La tribuna - One More Library

dora en la lucha con el medio ambiente, habíacrecido en razón directa de los mismos peligrosy combates. Si la labor sedentaria, la viciadaatmósfera, el alimento frío, pobre y escaso, eranparte a que en la Fábrica hiciesen estragosanemia y clorosis, el individuo que lograbatriunfar de estas malas condiciones ostentabadoble fuerza y salud. Así le acontecía a la Tri-buna.

Como era día festivo, Baltasar no la esperó ala salida de la Fábrica, sino en la Olmeda, acorta distancia de su casita. Había llegado Bal-tasar al mayor número de pulsaciones que de-terminaba en él la calentura amorosa. Su pa-sión, ni tierna, ni delicada, ni comedida, peroimperiosa y dominante, podía definirse gráficay simbólicamente llamándola apetito de fuma-dor que a toda costa aspira a fumar el más co-diciadero cigarro que jamás se produjo, no yaen la Fábrica de Marineda, sino en todas las dela Península. Amparo, con su garganta tornátil

Page 310: La tribuna - One More Library

gallardamente puesta sobre los redondos hom-bros, con los tonos de ámbar de su satinada,morena y suave tez, parecíale a Baltasar unpuro aromático y exquisito, elaborado con sin-gular esmero, que estaba diciendo: «Fumad-me». Era imposible que desechase esta idea alcontemplar de cerca el rostro lozano, los bri-llantes ojos, los mil pormenores que acrecenta-ban el mérito de tan preciosa regalía. Y para quela similitud fuese más completa, el olor del ci-garro había impregnado toda la ropa de la Tri-buna, y exhalábase de ella un perfume fuerte,poderoso y embriagador, semejante al que sepercibe al levantar el papel de seda que cubre alos habanos en el cajón donde se guardan.Cuando por las tardes Baltasar lograba acercar-se algún tanto a Amparo e inclinaba la cabezapara hablarle, sentíase envuelto en la penetran-te ráfaga que se desprendía de ella, causándoleen el paladar la grata titilación del humo de unrico veguero y el delicioso mareo de las prime-ras chupadas. Eran dos tentaciones que suelen

Page 311: La tribuna - One More Library

andar aisladas y que se habían unido, dos vi-cios que formaban alianza ofensiva, la mujer yel cigarro íntimamente enlazados y comuni-cándose encanto y prestigio para trastornar unacabeza masculina.

El día espiraba tranquilamente en aquellaalameda, que en hora y estación semejante eracasi un desierto. Sentáronse un rato Baltasar yla Tribuna en el parapeto del camino, protegi-dos por el silencio que reinaba en torno, y ani-mados por la complicidad tácita del ocaso, delpaisaje, de la serenidad universal de las cosas,que los sepultaba en profundo caimiento deánimo, que relajaba sus fibras infundiéndolesblanda pereza muy semejante a la indiferenciamoral. El sol languidecía como ellos; la natura-leza meditaba. Hasta la bahía se hallaba aletar-gada; un gallardo queche blanco se manteníainmóvil; dos paquetes de vapor, con la negra yroja chimenea desprovista de su penacho dehumo, dormitaban, y solamente un frágil bote,

Page 312: La tribuna - One More Library

una cascarita de nuez, venía como una saetadesde la fronteriza playa de San Cosme, impul-sado por dos remeros, y el brillo del agua, acada palada, le formaba movible melena dechispas. Por donde no alcanzaban el últimoresplandor solar, las olas estaban verdinegras ysombrías; al Poniente, dorada red de moviblesmallas parecía envolverlas.

A medida que avanzaba la sombra, levantá-base del mar una brisa fresca, que agitaba porinstantes los picos del pañuelo de Amparo y loscabellos rubios de Baltasar, en los cuales se de-tenían las postreras luces del sol, haciendo desu cabeza una testa de oro. Presto la abandona-ron sin embargo, y asimismo las montañas delhorizonte empezaron a confundirse con elagua, mientras la concha blanca del caserío ma-rinedino se destacaba aún, pero perdiéndosemás cada vez, como si al ausentarse la claridadse llevase consigo el rosario de edificios y elencendido fulgor de los cristales en las galerías.

Page 313: La tribuna - One More Library

Marineda, la Nautilia de los romanos, se envol-vía en una clámide de tinieblas. En breve co-menzaron a distinguirse algunas luces que osci-laban sobre la masa oscura de la población, ypresto se cubrió toda ella de puntos lucientescomo estrellas de oro en un celaje sombrío. Lanoche, que ya mostraba el cuerpo entero, era deesas lácteas, pero frías, en que el equinoccio deprimavera se anuncia por no sé qué vaga tras-parencia del cielo y del aire, y en modo algunopor la temperatura, que más bien parece recru-decerse. Baltasar y la muchacha, obligados qui-zá por el helado ambiente, se aproximaban eluno al otro, hablando no obstante de cosas indi-ferentes y poco importantes.

—No, Bilbao no es más bonito... ni tampocoSantander, digan lo que quieran los santande-rinos, que son muy patriotas. ¿Sabe usted loque ha mejorado Marineda? ¿Y lo que está lla-mada a mejorar todavía? Esto crece a cada pa-so; vamos a tener barrios nuevos, magníficos, a

Page 314: La tribuna - One More Library

la americana, ahí donde usted ve aquella luceci-ta... todo por ahí, a lo largo del baluarte.

—¿Y Madrí? ¿Es mucho mejor que Marine-da?—interrogó Amparo por decir algo, enro-llando un cabo de su pañuelo.

—¡Ah! Madrid, ya ve usted... al fin y al cabo,es la corte.... Sólo la calle de Alcalá....

Este apacible diálogo encubría en Baltasartempestuosos pensamientos; pero como no ca-recía de penetración y sabía que la muchachaera honrada, y orgullosa, y vivía de su trabajo,comprendió que no debía tratarla como a cual-quier criatura abyecta, sino empezar mostrán-dole cierta deferencia y aun respeto, género deadulación a que es más sensible todavía la mu-jer del pueblo que la dama de alto copete, habi-tuada ya a que todos le manifiesten cortesía ymiramientos. Lisonjeó mucho a la Tribuna el

Page 315: La tribuna - One More Library

ver que se habían con ella lo mismo que con lasseñoritas, y auguró bien del rendido galán. Mastan luego como la noche cauta señoreó absolu-tamente el escenario, Baltasar creyó poder apo-derarse a hurto de una mano morena, hoyosa ysuave al tacto como la seda. Amparo pegó unrespingo.

—Estese usted quieto.... Y va de dos vecesque se lo digo, caramba.

—¿Por qué me trata usted así?—preguntócon pena fingida Baltasar, que en sus adentrosrenegaba de la virtud plebeya ¿Qué mal hayen...?

—¿Por qué?—repitió Amparo con sumobrío—. Porque no me conviene a mí perdermepor usted ni por nadie. ¡Sí que es uno tan boboque no conozca cuando quieren hacer burla deuno! Esas libertades se las toman ustedes con

Page 316: La tribuna - One More Library

las chicas de la Fábrica, que son tan buenascomo cualquiera para conservar la conducta.¿A que no hace usted esto con la de García, nicon las señoritas de la clase de usted?

—¡Diantre!—pensó Baltasar—: no es boba.

Y al punto, mudando de táctica, habló congran rapidez, diciendo que estaba enamorado,pero de veras; que para él no había categorías,distinciones ni vallas sociales, encontrándose elamor de por medio; que Amparo era tanto co-mo la más encopetada señorita, y que su deslizno provenía de falta de respeto, sino de sobrade cariño: todo lo cual acompañó con mil dul-ces e insinuantes inflexiones de voz. Amparorespondió estableciendo su credo y sus princi-pios: ella no quería ser como otras chicas cono-cidas suyas, que por fiarse de un pícaro allíestaban perdidas: ella bien sabía lo que pasabapor el mundo, y cómo los hombres pensaban

Page 317: La tribuna - One More Library

que las hijas del pueblo las daba Dios para ser-virles de juguete: lo que es ella, bien se había delibrar de eso; bueno que se hablase un rato, enlo cual no hay malicia; pero ciertas libertades,no; ya podía saberlo el que se arrimase a ella.Baltasar juró y perjuró que su amor era de lamás probada y acendrada pureza, y que sólolimpios e hidalgos propósitos cabían en él; y enel calor de la discusión, los dos interlocutores sevolvieron a hallar sentados en el parapeto, y lamano antes esquiva se mostró más tratable,consintiendo que la prendiesen dos manos aje-nas.

—Hoy se casan los pajaritos—murmuró Bal-tasar después de un breve instante de silencio.

—Día de la Candelaria.... Hoy se casan—repitió ella con turbada voz, sintiendo en lapalma de la mano el calor de la diestra de Bal-tasar, que amorosamente la oprimía. Pero él fue

Page 318: La tribuna - One More Library

discreto y no quiso abusar de la victoria, portemor de perder las ventajas adquiridas, y tam-bién porque empezaba a correr agudo frío en lasolitaria alameda, y Amparo se levantó queján-dose del relente y del aire, que cortaba como uncuchillo. Cruzáronse dos protestas de ternura,en voz baja, envueltas en el último apretón demanos, delante de la casa de la pitillera.

-XXVIII-

Consejera y amiga

Alguna que otra vez volvía Amparo a visitarsu antigua calle, por ver a los amigos que allíhabía dejado. Pocos días después del de la Can-delaria sintió deseos de realizar una expediciónhacia aquella parte. Halló todo en el mismoestado; el barbero, muy ocupado en descañonara un sargento, la saludó jovialmente; a la puerta

Page 319: La tribuna - One More Library

de su casa divisó a la señora Porreta tomandoel fresco, o el sol, que ambas cosas faltaban de-ntro del tugurio de la comadrona, la cual hacíaextraña y risible figura sentada en una silletabaja, y muy esparrancada; sus pies, calzadoscon zapatillas de orillo, miraban uno a Ponientey otro a Levante; tenía caídas las medias, pordeficiencia de ligas sin duda; en el formidablehueco del regazo descansaban sus manos, ymientras una chiquilla encanijada, nieta suya, lepeinaba las canas greñas y le hacía dos chichostamaños como bellotas, la insigne matrona noperdía el tiempo, y calcetaba con diligenciamanejando las metálicas agujas, que despedíanvivos fulgores. Al ver a la Tribuna, se echó areír con opaca risa.

—Hola, chica... salú y fraternidá. ¿Cómo estátu madre? ¿Y la revolusión, cuándo la hase-mos? ¿Cuándo me preclamas a mí reina de Es-paña?

Page 320: La tribuna - One More Library

Y como Amparo procurase escabullirse, lavieja subió el tono de sus carcajadas, semejantesal chirrido de una polea, y que hacían retemblarsu vientre de ídolo chino.

—Sí, escápate, escápate...—murmuró—.Ahora bien te escapas.... Ya bajarás la soberbiacuando yo te haga falta... ¿oyes, Amparo?Cuando necesitáis a la señora Pepa, venís comocorderitos.... ¡Quién te verá aquel día!, ¿eh?

—Dios delante, señora Pepa—contestó altivay picada Amparo—, otras la llamarán máspronto, señora.

—¡Sí, sí... echar por la boca! El tiempo todo lovense—afirmó con profético acento la comadre,cogiendo una hilera de puntos que se le habíasoltado al reír.

Page 321: La tribuna - One More Library

Siguió Amparo calle adelante, y llamó al ta-blero de Carmela la encajera; pero con gransorpresa suya, en vez de abrirse este, se entre-abrió la puerta interior que comunicaba con elportal, y se asomó Carmela animada, encendi-da la tez y con un júbilo nunca visto en ella.

—Entra, entra—dijo a la pitillera.

Esta entró. El cuartito estaba en desorden; re-cogida la almohadilla de los encajes; había unbaúl abierto y ya casi colmado, y los cuadros delentejuela y estampas devotas, que solían ador-nar las paredes, faltaban de ellas.

—Hola... ¿parece que vamos de viaje?—preguntó Amparo.

La respuesta de la encajera fue echarle al cue-llo los brazos, y pronunciar, con voz entrecor-tada de alegría:

Page 322: La tribuna - One More Library

—¿Luego tú no sabes, no sabes que Dios medio la sorpresa? Ya tengo el dote, chica... mevoy a Portomar a ver si me reciben allá en elconvento....

—¡Ahora que dicen que se acaban las mon-jas!

—Las de Portomar no, mujer... esas no... hayun señorón liberal, allá en Madrí, que pidió porellas....

—Pero... ¿y cómo, quién te dio el dote?

—Verás.... Yo echaba todos los meses un dé-cimo a la lotería... todos los meses. Tú ya sabesque la tía me hacía trabajar los domingos por lamañana; pero por las tardes, decía: «Anda, dis-tráete... vete un poco a rezar a la iglesia». Bien.Pues, señor, yo en vez de rezar, iba, ¿y quéhacía? Trabajaba unas puntillitas estrechas, sin

Page 323: La tribuna - One More Library

que la tía lo supiese, y se las vendía a una mujerdel mercado, diciéndole a Nuestra Señora: «Noes pecado esto que hago, porque es para sacar ala lotería, y si saco es para entrar monja...».Pues etaquí que cada mes me tomaba mi déci-mo, y para que saliese bien, siempre echaba conalgún santo. Unas veces llevaba de compañeroa San Juan Bautista; otras, a San Antonio; otras,a Santa Bárbara... y nada: ni tristes cinco duros.Entonces dije yo para mí: hay que ir a la fuentelimpia; estos compañeros no valen. ¿Y qué seme ocurrió? Tomé un decimito con un númeromuy lindo, mil ciento veintidós, y se lo fui allevar al Niño Dios de las Madres Descalzas... yle dije: mira, Jesusito, si sale premiado, la metápara ti.... Tenía una carita tan alegre cuando selo dije, lo mismo que si me entendiese. Pues¿quién te dice, mujer...?

Pausa de gran efecto.

Page 324: La tribuna - One More Library

—¿Quién te dice a ti... que al sorteo voy ymiro la lista, y me veo un mil ciento veintidóscomo un sol? Me quedé aturdida; y muchomás, porque el premio era de los grandes: cercade mil pesos. Sólo que, como la metá es delNiño, a mí me queda el dote limpio y pelado....

—¿Y tu tía?—preguntó Amparo, como sicensurase el regocijo de Carmela.

—¿Y sabes, mujer, que yo quise depositar eldote para cuando ella muriese y quedarme ensu compañía, y no quiso? Dice que no, que bienclaro está que Dios me llama para sí... Ella tienebuscada colocación en casa de un cura... comoestá así, medio ciega, sólo en un sitio de pocotrabajo puede servir. ¡Ay, Niño Jesús de mialma! ¡Cuántas lagrimitas tengo llorado aquísin que nadie me viese! ¡Qué días! Es mejorhacer pitillos que encajes, chica. ¡Fumar, siem-

Page 325: La tribuna - One More Library

pre fuma la gente; pero los encajes en invier-no... es como vivir de coser telarañas!

Y levantándose, cogió un tiesto que estaba enla ventana y lo entregó a Amparo.

—Toma, me alegro de que vinieses... cuída-me mucho la malva de olor, que por el caminotengo miedo de que se rompa el tarro.

Amparo cogió el tiesto y respiró el perfumede la planta, hundiendo la faz entre las atercio-peladas hojas. La encajera la miraba con suspupilas siempre melancólicas y serenas.

—Amparo—dijo de pronto....

—¿Eh?...—respondió la Tribuna, sorprendidacomo si la despertasen de golpe.

Page 326: La tribuna - One More Library

—¿Te enfadas si te digo una cosa?

—No, mujer... ¿y por qué me he de enfa-dar?—contestó fijando sus ojos gruesos y bri-llantes en la futura concepcionista.

—Pues quería decirte... que por ahí te pusie-ron un mote.

—¿Un mote?, ¿y es cosa mala?

—Mala... ¡qué sé yo! Te llaman la Tribuna.

—¿Y quién me lo llama?

—Los señoritos... los hombres. Dicen que fueporque el día del convite... no te parezca mal,que a mí me lo contaron así, inocentemente... tedio un abrazo uno de aquellos señores de laSamblea... y que te dijo....

Page 327: La tribuna - One More Library

—¡Me llamó Tribuna del pueblo!—exclamóorgullosamente la muchacha—. ¡Ya se ve queme lo llamó!

—¿Yeso qué es, mujer?

—¿Lo qué?

—¿Eso de Tribuna del pueblo?

—Es... ya se sabe, mujer, lo que es. Como túno lees nunca un periódico....

—Ni falta que me hace... pero dímelo tú, an-da.

—Pues es... así a modo de una... de una quehabla con todos, supongamos....

Page 328: La tribuna - One More Library

—¿Que habla con todos?... ¿y te lo dijo en tucara?... ¡El Dulce nombre de María!

—Pero no hablar por mal, tonta; si no eseso.... Es hablar de los deberes del pueblo, de loque ha de hacerse; es istruir a las masas públi-cas....

—Vamos, como una maestra de escuela.... Je-sús, si pensé que... ya decía yo: ¿había de sertan descarado que se lo encajase allí, sin más nimás? Pero como por ahí se ríen cuando mentaneso....

—¡Bah!... no tienen que hacer, y velay.

—Y... mira, ¿te digo otro cuento?

—Tú dirás....

Page 329: La tribuna - One More Library

—Me contaron... no tomes pesadumbre, queson dichos... que andaba tras de ti un señorito...de la oficialidá.

—¿Y si anda?

—Y si anda, haces muy mal en hacer caso deun oficial, mujer.... A las chicas pobres no lasbuscan ellos para cosa buena, no y no.... Ya lasque son pobres y formales no se arriman por-que ven que no sacan raja....

—¡Eh!, a modo... no la armemos, Carmela. Amí nadie se arrima por la raja que saque, sinopor el aquel de que le gustaré, y vamos andan-do, que cada uno tiene sus gustos.... Hoy endía, más que digan los reacionarios, la istrucióniguala las clases, y no es como algún tiempo....No hay oficial ni señorito que valga....

Page 330: La tribuna - One More Library

—Mujer, yo no hablé por mal.... Te quise avi-sar porque siempre te tuve ley, que eres así...una infeliz, un pedazo de pan en tus interiori-dades.... Déjate de políticas, no seas tonta, y deseñoritos.... Fuera de eso, ¿a mí qué se me im-porta? Es por tu bien....

Se dispuso Amparo a marcharse, cogiendodebajo del brazo su tarro; pero la afectuosa en-cajera la quiso abrazar antes.

—No quiero que quedemos reñidas.... ¿Vasenfadada? Bien sabe Dios mi intención.... Escrí-beme a Portomar.... Ya te contaré todo, todo.

Y se asomó a la puerta para ver alejarse a lagarbosa muchacha, cuyo vestido de percal pro-yectó, por espacio de algunos segundos, unamancha clara sobre las oscuras paredes de lascasas de enfrente.

Page 331: La tribuna - One More Library

-XXIX-

Un delito

Desde la venida de Amadeo I tenían las ciga-rreras de Marineda a quien echar la culpa detodos los males que afligían a la Fábrica. Cuan-do caminaba hacia España el nuevo Rey, leían-se en los talleres, con pasión vehementísima,todos los periódicos que decían: «No vendrá».Y el caso es que vino, con gran asombro de lasoperarias, a quienes la prensa roja había vatici-nado que la monarquía era «un yerto cadáver,sentenciado por la civilización a no abandonarsu tumba». Alguna cigarrera abogó por el hijode Víctor Manuel, rey liberal al cabo, que dabala mano a todos y no tenía maldita la soberbia;pero la inmensa mayoría convino en que, al fin,un rey siempre era un rey, y en que la monar-quía no era la república federal, verdades tan

Page 332: La tribuna - One More Library

palmarias que, por último, los disidentes hubie-ron de reconocerlas.

Otros motivos de irritación ayudaban a soli-viantar los ánimos. Escaseaban las consignas yla hoja tan pronto era quebradiza y seca, comopodrida y húmeda. No, trabajo habían de pasarlos que fumasen semejante veneno; pero lasque lo manejaban también estaban servidas. Alir a estirar la hoja para hacer las capas, en vezde extenderse, se rompía, y en fabricar un ciga-rro se tardaba el tiempo que antes en concluirdos; y para mayor ignominia, había que echarleremiendos a la capa por el revés lo mismo que auna camisa vieja, lo cual era gran vergüenzapara una cigarrera honrada y que sabe su obli-gación al dedillo. Las operarias alzaban los bra-zos ejecutando la desesperada pantomima po-pular, llevándose ambas manos a la cabeza, a lafrente, al pecho, señalando con enérgicos ade-manes el tabaco averiado e inútil, de imposibleelaboración. Tan alteradas estaban, que al pasar

Page 333: La tribuna - One More Library

las maestras les metían puñados de hoja en lasnarices, gritando que «olía a berzas»; y, enva-lentonándose, lo hicieron también con los ins-pectores, y si el jefe se hubiera presentado enlos talleres, apostaban que con el jefe repetiríanla escena. En vano algunas maestras intentaroncalmar el oleaje prometiendo, para el entrantemes, nuevas consignas: seguían las turbulenciasporque aquel Gobierno maldito, no contentocon enviarles hoja de desperdicio, para más,daba en la flor de no pagarles. Pasaban días ydías sin que la cobranza se abriese, y las pobresmujeres, tímidamente al principio, después envoz alta y angustiosa, preguntaban a las maes-tras: «Y luego, ¿cuándo nos darán los cuartos?».Fue en crescendo el run run y se convirtió enformidable marejada. El instinto que impele alos amotinados a ponerse a las órdenes de al-guien, aconsejó a las operarias del taller de ci-garrillos arrimarse a Amparo buscando el calorde su tribunicia frase. Halláronse chasqueadas:Amparo no dio fuego. Oyó a todas y convino

Page 334: La tribuna - One More Library

con ellas en que, efectivamente, era una picar-día no pagarles lo suyo; y, ventilado este punto,siguió liando pitillos, sin añadir arenga, excita-ción, sermón político ni cosa que lo valiese.Admiradas se quedaron las turbas de semejantefrialdad. ¡Si pudiesen penetrar en lo íntimo delalma de Amparo, en aquellos inexplorados rin-cones donde quizá ella misma no sabía contotal exactitud lo que guardaba! ¡Si hubiesenvisto brotar una figurita chica, chica y remotí-sima, como las que se ven con los anteojos deteatro cogidos a la inversa, pero que iba cre-ciendo con rapidez asombrosa, y que en la no-menclatura interior de las ilusiones se llamabaseñora de Sobrado! ¡Si advirtiesen cómo esa seño-ra, microscópica, aun vestida del color del de-seo, iba avanzando, avanzando, hasta colocarseen el eminente puesto que antes ocupaba laTribuna, que se retiraba al fondo envuelta en sumanto de un rojo más pálido cada vez!

Page 335: La tribuna - One More Library

Atribuyose a otras causas la indiferencia dela oradora. Amparo tenía los dedos listos y unaboca no más que mantener; la crisis económicano podía importarle tanto como a las que re-unían seis hijos, tres o cuatro hermanos, familiadilatada, sin más recursos que el trabajo de unamujer. El tiempo corría, y en la tienda se cansa-ban de fiarles; se veían perdidas, ¿cómo salirdel apuro? ¡A los angelitos no era cosa de dar-les a comer las piedras de la calle! Guardiana,hablando de su sordo-muda, partía el corazón;ella primero consentía morir, que privar a laniña de su cascarillita con azúcar y de su panfresco de trigo; si era preciso, pediría una li-mosna: no sería la primera vez; y al oír estotodas sus amigas la atajaron: ¡pedir limosna!,¡qué humillación para la Fábrica! No; se ayuda-rían mutuamente, como siempre; las que esta-ban mejor se rascarían el bolsillo para atender alas más necesitadas; y en efecto, así se hizo,verificándose numerosas cuestaciones, siemprecon fruto abundante.

Page 336: La tribuna - One More Library

Cierto día se difundió por la Fábrica siniestrorumor: Rita de la Riberilla, una operaria, habíasido cogida con tabaco. ¡Con tabaco! ¡Jesús, siparecía una santa aquella mujer chiquita, flaca,con los ojos ribeteados de llorar, que solía atar-se a la cara un pañuelo negro a causa, quizá, deldolor de muelas! Pero algunas cigarreras, mejorinformadas, se echaron a reír: ¿dolor de mue-las?, ¡ya baja! Era que su marido la solfeabatodas las noches, y ella, por tapar los tolondro-nes y cardenales, se empañicaba así; tambiénuna vez se presentó arrastrando la pierna dere-cha y diciendo que tenía reúma, y la reúma eraun lapo atroz sacudido por él. Cuando llevarona la culpable al despacho del jefe, lo primeroque hizo fue llorar sin responder; y al cabo,hostigada ya, asaeteada a preguntas, se resolvíaa confesar que «el marido» la abría a golpes sino le llevaba todos los días tres cigarros de acuarto.... La Comadreja, con su carilla acutan-gular, cómicamente fruncida, remedaba a la

Page 337: La tribuna - One More Library

perfección los entrecortados sollozos, el hipo ylas súplicas de la delincuente.

—Tres cig...aaaarros, señor menis-trad...ooooor, tres cig...aaaarros sólo, que aunyo de aquí viva no saaaal...ga si otra triste hila-cha de taaaaab...aco apañé... que yo no lo hiiiicepor cudicia, tan cierto como que Dios benditoestá en los diiiivinos sielos, sino que el maridome da con el formón, que, perdonando la carade usté, en una pierna me cortó la carne, quepuedo enseñar la llaga, que aún no curó... Y élsólo quería el tabaco para fuuumar, que no erapara vender ni hacer negocio.... Y ahora yopierdo el pan, y mis hijos también.... Porqueescuche, y perdone: él me decía: «Ya que notraes cuartos hace un mes a la casa, tan siquieratrae cigarros...».

El taller entero, a vueltas de la risa que lecausaba la graciosa mímica de Ana, rompió en

Page 338: La tribuna - One More Library

exclamaciones de lástima: robar no estaba bienhecho, claro que no; pero también hay que po-nerse en la situación de cada uno; ¿cómo sehabía de gobernar la infeliz, si su marido lapartía y hacía picadillo con ella? ¡Ay! ¡Dios noslibre de un mal hombre, de un vicioso! En fin,no era razón dejar morir de hambre a los chi-quillos de la Rita; la Fábrica daba limosna abastantes pobres de fuera: con más motivo a losde dentro; y la maestra recorrió el taller con eldelantal hecho bolsa, y llovieron en él cuartos,perros y monedas de diferentes calibres en granabundancia. Al llegar frente a Amparo estatuvo un rasgo que fue aplaudidísimo y le con-quistó otra vez gran popularidad. Hacía ya unasemana que la pitillera vivía del crédito, porquesus gastos de vestir la traían siempre atrasada;y cuando la cuestora se acercó a pedirle, notenía la futura señora de Sobrado ni un ochavoroñoso en el bolsillo. Pero, cosa de un mes an-tes, había realizado uno de sus caprichos, com-prando con las economías, en otro tiempo des-

Page 339: La tribuna - One More Library

tinadas a salvar a la Asamblea, un par de pen-dientes largos de oro bajo, que eran su orgullo:quitóselos sin vacilar, y los echó en el delantalde la maestra. Alzose un clamoreo, una aproba-ción ruidosa y vehemente, gritos agudos, voceshumedecidas por el llanto, bendiciones casiinarticuladas; y al punto, dos o tres objetos másde escaso valor, una sortija de plata, un dedalde lo mismo, vinieron despedidos desde lasmesas próximas, cayeron en el delantal y semezclaron con la calderilla.

Aquella tarde, al salir de los talleres, vieronlas operarias, colgado cerca del quicio de lapuerta, el cartel de rigor: «Habiendo sido cogi-da con tabaco en el acto del registro la operariadel taller de cigarros comunes, Rita Méndez,del partido núm. 3, rancho 11, queda expulsadapara siempre de la Fábrica.—El AdministradorJefe, FULANO DE TAL».

Page 340: La tribuna - One More Library

Colocadas a ambos lados de la escalera, lascuadrilleras vigilaban para que el despejo sehiciese con orden; y sentadas ya en sus sillas,esperaban las maestras, más serias que de cos-tumbre, a fin de proceder al registro. Acercá-banse las operarias como abochornadas, y alza-ban de prisa sus ropas, empeñándose en que seviese que no había gatuperio ni contrabando....Y las manos de las maestras palpaban y recorrí-an con inusitada severidad la cintura, el sobaco,el seno, y sus dedos rígidos, endurecidos por lasospecha, penetraban en las faltriqueras, sepa-raban los pliegues de las sayas.... Mientras losbandos de mujeres iban saliendo con la cabezacaída—humilladas todas por el ajeno delito—,el reloj antiguo de pesas, de tosca madera, pin-tado de color de ocre con churriguerescos ador-nos dorados, que dominaba el zaguán grave yaustero como un juez, dio las seis.

Page 341: La tribuna - One More Library

-XXX-

Dónde vivía la protagonista

El barrio de Amparo era de gente pobre;abundaban en él cigarreras, pescadores y pes-cantinas. Las diligencias y los carruajes, al cru-zarlo por la parte de la Olmeda, lo llenaban depolvo y ruido un instante; pero presto volvía asu mortecina paz de aldea. Sobre el parapetodel camino real que cae al mar estaban siemprede codos algunos marineros, con gruesos zue-cos de palo, faja de lana roja, gorro catalán; susrostros curtidos, su sotabarba poblada y recia,su mirar franco, decían a las claras la libertad yrudeza de la existencia marítima; a pocos pasosde este grupo, que rara vez faltaba de allí, seinstalaba, en la confluencia de la alameda y lacuesta, el mercadillo: cestas de marchitas ver-duras, pescados, mariscos; pero nunca aves nifrutas de mérito.

Page 342: La tribuna - One More Library

Lo más característico del barrio eran los chi-quillos. De cada casucha baja y roma, al lucir elsol en el horizonte, salía una tribu, una pollada,un hormiguero de ángeles, entre uno y doceaños, que daba gloria. De ellos los había pati-zambos, que corrían como asustados palmípe-dos; de ellos, derechitos de piernas y ágiles co-mo micos o ardillas; de ellos, bonitos como que-rubines, y de ellos, horribles y encogidos comolos fetos que se conservan en aguardiente. Unosdaban indicios de no sonarse los mocos en todasu vida, y otros se oreaban sin reparo, teniendofrescas aún las pústulas de la viruela o las ron-chas del sarampión; a algunos, al través de lacapa de suciedad y polvo que les afeaba el sem-blante, se les traslucía el carmín de la manzanay el brillo de la salud; otros ostentaban desgre-ñadas cabelleras, que si ahora eran zaleas oruedos, hubieran sido suaves bucles cuando lospeinaran las cariñosas manos de una madre.No era menos curiosa la indumentaria de estapillería que sus figuras. Veíanse allí gabanes

Page 343: La tribuna - One More Library

aprovechados de un hermano mayor, y tandesmesuradamente largos, que el talle besabalas corvas y los faldones barrían el piso, si yaun tijeretazo oportuno no los había suprimido;en cambio, no faltaba pantalón tan corto, que,no logrando encubrir la rodilla, arregazaba im-púdicamente descubriendo medio muslo. Za-patos, pocos, y esos muy estropeados y risue-ños, abiertos de boca y endeblillos de suela;ropa blanca, reducida a un jirón, porque,¿quién les pone cosa sana para que luego serevuelquen en la carretera, y se den de mojico-nes todo el santo día, y se cojan a la zaga detodos los carruajes, gritando: «¡Tralla, tralla!»?

De lo que ninguno carecía era de coberterapara el cráneo: cuál lucía hirsuta gorra de pelo,que le daba semejanza con un oso; cuál un agu-jereado fieltro sin forma ni color; cuál un canas-to de paja tejido en el presidio, y cuál un enor-me pañuelo de algodón, atado con tal arte, quelas puntas simulaban orejas de liebre. ¡Oh, y

Page 344: La tribuna - One More Library

qué cariño profesaban los benditos pilluelos aaquella parte de su vestido! Antes se dejaríancortar el dedo meñique, que arrancar la gorra oel sombrero; nada les importaba volver a casade noche sin una pierna del calzón o sin unbrazo de la chaqueta; pero tornar con la cabezadescubierta sería para ellos el más grave dis-gusto.

Vivía el barrio entero en la calle, por pocoque el tiempo estuviese apacible y la tempera-tura benigna. Ventanas y puertas se abrían depar en par, como diciendo que donde no hay,no importa que entren ladrones; y en el marcode los agujeros por donde respiraban trabajo-samente los ahogados edificios, se asomaba yauna mujer peinándose las guedejas, y de la cualsólo distinguía el transeúnte la rápida aparicióndel brazo blanco y la oscura aureola del cabellosuelto; ya otra, remendando una saya vieja; yalactando a un niño, cuyas carnes rollizas dorabael sol; ya mondando patatas y echándolas, una

Page 345: La tribuna - One More Library

a una, en grosera cazuela.... Esta vecina atrave-saba con la sella de relucientes aros camino dela fuente; aquella se acomodaba a sacudir unrefajo o a desocupar, mirando hacia todos ladoscon recelo, una jofaina; la de más acá salía conímpetu a administrar una mano de azotes alchico que se tendía en el polvo; la de más allávolvía con una pescada, cogida por las agallas,que se balanceaba y le flagelaba el vestido. To-das las excrecencias de la vida, los prosaicosmenesteres que en los barrios opulentos secumplen a sombra de tejado, salían allí a luz y avista del público. Pañales pobres se secaban enlas cancillas de las puertas; la cuna del reciénnacido, colocada en el umbral, se exhibía tansin reparo como las enaguas de la madre.... Yno obstante, el barrio no era triste; lejos de eso,los árboles vecinos, el campo y mar colindantes,lo hacían por todo extremo saludable; el pasode los coches lo alborotaba; los chiquillos,piando como gorriones, le prestaban por mo-mentos singular animación; apenas había casa

Page 346: La tribuna - One More Library

sin jaula de codorniz o jilguero, sin alelíes oalbahaca en el antepecho de las ventanas; y nobien lucía el sol, las barricas de sardinas aren-ques, arrimadas a la pared y descubiertas, bri-llaban como gigantesca rueda de plata.

Tampoco faltaban allí comercios que, aca-tando la ley que obliga a los organismos aadaptarse al medio ambiente, se acomodaban ala pobreza de la barriada. Tiendecillas angostas,donde se vendían zarazas catalanas y pañuelos;abacerías de sucio escaparate, tras de cuyosvidrios un galán y una dama de pastaflora semiraban tristemente viéndose tan mosqueadosy tan añejos, y las cajas tremendas de fósforos semezclaban con garbanzos, fideos amarillos,aleluyas y naipes; figones que brindaban alapetito sardinas fritas y callos; almacenes enque se feriaban cucharas de palo, cestería, cri-bas y zuecos: tal era la industria de la cuesta deSan Hilario. Allí se tuvo por notable caso el queun objeto adquirido se pagase de presente, y el

Page 347: La tribuna - One More Library

crédito, palanca del moderno comercio, funcio-naba con extraordinaria actividad. Todo secompraba al fiado: cigarrera había que tardabaun año en poder abonar los chismes del oficio.Reinaba en el barrio cierta confianza, una espe-cie de comadrazgo perpetuo, un comunismoamigable: de casa a casa se pedían prestados,no solamente enseres y utensilios, sino «unased» de agua, «una nuez» de manteca, «unchisquito» de aceite, «una lágrima» de leche,«un nadita» de petróleo. Avisábanse mutua-mente las madres cuando un niño se escapaba,se descalabraba o hacía cualquier diablura aná-loga; y como el derecho de azotar era recíproco,las infelices criaturas venían a estar en potenciapropincua de ser vapuleadas por el barrio ente-ro.

Pronto se acostumbró la madre de Amparo asu nueva vecindad: tenía la cama próxima a laventana, y nadie pasaba por allí sin detenerse aconversar un rato.... Las pescaderas le referían

Page 348: La tribuna - One More Library

sus lances, y la tullida compraba desde su lechosardinas, pedía agua, oía chismes sin número,forjándose en cierto modo la ilusión de quetomaba el aire libre.... Por lo que hace a Ampa-ro, fue presto la reina del barrio: reíanse losmarineros, abierta la boca de oreja a oreja, dila-tando sus anchos semblantes de tritones, cuan-do la veían pasar; los carabineros del Resguar-do le echaban flores.... Casi todos manifestaronsentimiento al saber que «andaba» con un ofi-cial, un señorito de allá del barrio de Abajo.

-XXXI-

Palabra de casamiento

Desde que tuvo secretos que confiar, por na-tural instinto Amparo se arrimó a la Comadrejamás que a Guardiana. Esta andaba no sé cómo,medio enferma, con la paletilla caída, según

Page 349: La tribuna - One More Library

decía; y por más que se la levantó una saluda-dora con los rezos y ensalmos de costumbre, lapaletilla seguía en sus trece, y la muchacha tris-tona, pensando en cómo quedarían sus peque-ños si se muriese ella. Hallaba Amparo en elsemblante de Guardiana no sé qué limpidez,qué tranquilidad honesta, que le helaban en loslabios el cuento de amores cuando iba a empe-zarlo; al paso que Ana, con su nervioso buenhumor, su cara puntiaguda rebosando curiosi-dad, convidaba a hablar. Amparo la tomó porconfidente, y hasta por compañera. Ana, viudaa la sazón de su capitán mercante, que andabaallá por Ribadeo, se prestó gustosa a ser, encierto modo, la dueña guardadora de la Tribu-na. Por su parte Baltasar se apoderó de Borrén.Estaban aún los dos enamorados en el períodocomunicativo.

—¿Te dio palabra de casarse contigo?—preguntaba Ana a su amiga.

Page 350: La tribuna - One More Library

—No cuadró que yo se la pidiese.... Una vez,con disimulo, le indiqué algo.... ¡Si no fuese porla familia! ¡La madre, sobre todo, que es así!

Y Amparo cerraba el puño.

—¡Bah! Ve tomando paciencia once añitos,como yo.... ¡Y si después lo consigues!...

—No, pues si no quiere casarse... me pareceque le doy despachaderas.

Ana notó en estas bravatas que se tambalea-ba el alcázar de la firmeza tribunicia. Desdeentonces su curiosidad perversa la espoleó, yen cierto modo le halagó la idea de que todas,por muy soberbias que fuesen, paraban en caercomo ella había caído. Organizose una especiede sociedad compuesta de cuatro personas,Amparo, Ana, Borrén y Baltasar; cada vez quecelebraba sesión este círculo, ya se sabía que la

Page 351: La tribuna - One More Library

Comadreja «cargaba» con el ronco y galantea-dor Borrén. Entreteníale con pesadas bromas,con todo género de indirectas y burletas, sub-rayadas por la risa de sus labios flacos, por elfruncimiento de su hocico de roedor. Ana sabía,como acostumbraba saberlo todo, la historia deBorrén, o por mejor decir, su carencia de histo-ria; y este carácter inofensivo del incansablefaldero daba asunto a la Comadreja para cruci-ficarlo a puras chanzas, para clavarle mil alfile-res, para abrasarlo. La travesura de pilluelovicioso que distinguía a Ana le sirvió para olfa-tear la horrible timidez, el pánico extraño queafligía a aquel hombre tan pródigo de requie-bros, tan aficionado al aroma del amor, y tanincapaz, por carácter, de gustarlo, como lossoñadores que contemplan la luna de descol-garla del firmamento. ¡Pobre Borrén! Desde elsarcasmo hasta la mal rebozada injuria, todo lodevoró con resignación que podría llamarseangelical, si virtudes de este linaje negativo nofuesen más dignas del limbo que del cielo.

Page 352: La tribuna - One More Library

Vestía la primavera de verdor y hermosuracuanto tocaba, y convidados por la amable es-tación, los cuatro socios acostumbraban apro-vechar las tardes de los días festivos, solazán-dose en los huertos que abundan en la vegamarinedina, dominada por el camino real. Pesea su temperamento calculador y enemigo delescándalo, Baltasar cedía a la vehemente codi-cia del aromático veguero, hasta el punto deacompañar en público a la muchacha, si bienconcretándose a aquel rincón apartado de laciudad. Hacíalo, sin embargo, con tales restric-ciones, que Amparo se figuraba que lo com-prometía dejándose ver a su lado.

En la vega se cultivaban legumbres y algúnmaíz; pero la prosa de este género de plantíosla encubría la estación primaveral, adornándo-los con una apretada red de floración: la collucía un velo de oro pálido; la patata estabasalpicada de blancas estrellas; el cebollino pare-cía llovido de granizo copioso; las flores de co-

Page 353: La tribuna - One More Library

ral del haba relucían como bocas incitantes, yen los linderos temblaban las sangrientas ama-polas, y abría sus delicadas flores color lila elerizado cardo. Los sembrados de maíz, cuyoscotiledones comenzaban a salir de la tierra,hacían de trecho en trecho cuadrados de rasoverdegay. Sobre todo, un rincón había en lavega, donde la naturaleza, empeñada en vencercon su espontaneidad los artificios de la horti-cultura, logró reunir alrededor de un rústicopozo que suministraba muy fresca agua, dos otres olmos más anchos que copudos, un grupogracioso de mimbres, helechos y escolopendras,un rosal silvestre, algo, en fin, que rompía launiformidad de la hortaliza. Aquel paraje era elfavorito de Amparo y Baltasar; sobre todo des-de que al lado, en los fresales, cuajados de florblanca, empezaba a madurar la roja fruta. El díade San José, Baltasar consiguió ya recoger parala muchacha media docena de fresas en unahoja de col. Hasta mediados de abril aumentóla cosecha de fresilla; a principios de mayo co-

Page 354: La tribuna - One More Library

menzaba a disminuir, y escasearon los fresonesde pulpa azucarosa, que tan suavementehumedecían la lengua. Un domingo del hermo-so mes, hallándose reunida la partie carrée en lahuerta a pretexto de fresas, ya a duras penas serastreaba alguna escondida entre las hojas ygulusmeada de babosas y caracoles.

—Don Enrique—exclamaba Ana dirigiéndo-se a Borrén—, ¿cuántas ha cogido usted ya?¿Una y media? A ese paso, dentro de quincedías las probaremos. No sirve usted... ni paracoger fresas.

—¿Cómo que no? Mire usted una preciosaque pillé ahora mismo.... Le digo a usted, Anita,que sirvo para el caso.

—¿A ver? ¡Eso es lo que usted encuentra!Comida de bicharracos.... ¡Uuuuy!

Page 355: La tribuna - One More Library

—¿Qué pasa?—exclamó solícito Borrén.

—¡Un babosón!—chilló ratonilmente Ana,sacudiendo los dedos y disparando el glutinosoanimalucho al rostro de Borrén, que se pasóapaciblemente el pañuelo por las mejillas, ame-nazando a la Comadreja con la mano.

Amparo y Baltasar se hallaban un poco másapartados, y cerca del pozo que sombreaban losárboles. Picaban por turno las pocas fresas quetenía Amparo en el regazo sobre una hoja deberza. Las habían recogido juntos, y al hacerlosus manos trémulas y ávidas se encontraronentre el follaje.

—¡Eh... dejar algunas!—les gritaba inútil-mente Ana.

Amparo comía sin saber qué, por refrescarsela boca, donde notaba sequedad y amargor.

Page 356: La tribuna - One More Library

Borrén miraba el grupo paternalmente, con ojoslánguidos de carnero a medio morir. La Tribu-na pedía cuentas; Baltasar estaba por todo ex-tremo obediente y cortés.

—¿Conque no fue usted a las Flores de María?

—No, mujer... por quien soy que no fui. ¿Noves?, hoy es domingo; estarán llenas de genteslas Flores, y el paseo brillante, con música ytodo; y yo no pienso poner los pies en él.

—Los días de fiesta... ¡vaya que! Sólo falta-ba... es el único día que uno tiene libre; ¡y sehabía usted de ir al paseo! ¿Pero ayer? ¿No en-tró usted ayer en San Efrén? ¿No cantaba la deGarcía?

—¡Para lo bien que canta, hija! Parece un gri-llo.

Page 357: La tribuna - One More Library

—Pues ella dice que se alaba de que va allítoda la oficialidad por oírla.

—Alabará... ¿qué sé yo? Si no la veo hace milaños.... Esa fresa es mía —exclamó arrebatandouna que Amparo llevaba a sus labios. Ella se ladejó robar, confusa, ruborizada y satisfecha.

—¿Y a su casa... tampoco va usted?

—Tampoco... no seas celosa, chica. ¿Por quéhemos de hablar siempre de la de García, y node ti? ¡De nosotros!—añadió con expresión decontenida vehemencia. Sintió la muchacha co-mo una ola de fuego que la envolvía desde laplanta de los pies hasta la raíz del cabello, ydespués un leve frío que le agolpó la sangre alcorazón. Borrén se aproximó a la amante pare-ja, abriendo las manos llenas de tierra y de fre-sas despachurradas.

Page 358: La tribuna - One More Library

—Ya me duelen los riñones de andar a ga-tas—dijo—. Podíamos merendar... si a ustedesno les molesta, pollos.

—Por mí...—murmuró Amparo. Ana se acer-caba también, trayendo una servilleta anudada,que desató y tendió sobre el brocal del pozo.Reducíase la merienda a unos pastelillos dedulce y una botella de moscatel, regalo de Bal-tasar. Fueles preciso beber por un mismo vaso,único que había, y Ana, que era asquillosa yaprensiva, prefirió echar tragos por la botella,sin recelo de cortarse con los agudos cristalesdel roto gollete. Sus carrillos chupados se colo-rearon, su lengua se desató más que de cos-tumbre; y por vía de diversión empezó a cogertierra a puñados y a esparcirla por la cabeza deBorrén. Después, levantándose, le propuso que«hiciesen el remolino». Borrén no quería, ni atres tirones; pero la Comadreja le asió de lasmanos, estribó en las puntas de los pies, muyjuntas y arrimadas a las de su pareja, y echando

Page 359: La tribuna - One More Library

el cuerpo atrás y dejando caer la cabeza hacia laespalda, empezó a girar, con gran lentitud alprincipio; poco a poco fue acelerando el volteo,hasta imprimirle vertiginosa rapidez. Cuandopasaba se veían un punto sus pómulos encen-didos, sus ojos vagos y extraviados, su bocapálida, abierta para respirar mejor, su gargantaespasmodizada, rígida; mas no tardaba ni me-dio segundo en presentarse la asustada faz deBorrén, que se dejaba arrastrar sin que acertasea decir más palabra que «por Dios... por Dios...»con no fingida congoja. De repente se detuvo lapeonza humana, con brusco movimiento, y seoyó un grito gutural. Ana se aplanó en el suelo.

Al ir a socorrerla, notó Amparo que ya no es-taba sonrosada, sino del color de la cera, y quese le veía el blanco de los ojos. Baltasar subióprecipitadamente el cubo del pozo, y casi col-mado se lo volcó encima a la mareada Coma-dreja. Frotáronle mucho los pulsos, las sienes,con el fresco líquido, y al fin la pupila fue ba-

Page 360: La tribuna - One More Library

jando al globo de la córnea, mientras el pelo sedilataba con ruidoso suspiro. Dos minutos des-pués estaba Ana en pie; pero quejándose de lacabeza, del corazón, declarando que tenía loshuesos rotos, que se moría de frío; todo en voztan baja y quejumbrosa, que nadie la tendríapor la petulante moza de antes del desmayo.

—Mujer, vente a mi casa, te daré ropa seca—dijo Amparo.—No, a la mía, a la mía.... El cuer-po me pide cama.

—Duermes conmigo.

—No, a mi casita—insistió la abatida Coma-dreja—. Si va conmigo una fiebre, quiero estaren mi cuarto. Ea, adiós.

—Toma mi mantón siquiera—porfió la Tri-buna.

Page 361: La tribuna - One More Library

—Bueno, venga.... ¡Brr!, estoy hecha una so-pa.

Y Ana, saludando con su esqueletada mano,ademán que indicaba un resto de intenciónfestiva que aún retoñaba en ella, tomó el sende-ro que conducía al camino real. Entonces Balta-sar miró a Borrén fijamente con ojos expresivos,más claros y categóricos que palabra alguna.Hay que decir en abono del confidente univer-sal, que titubeó. Sin alardear de moralista, bienpuede un hombre blanco que viste uniforme ypeina barbas, encontrar que ciertos papeles sondesairados y tontos. Una cosa es hablar, acom-pañar, animar, y otra.... Por lo menos así pen-saba Borrén, que más tenía de sandio rematadoque de perverso. Y no obstante su flaqueza, nosupo resistir a la segunda ojeada, coercitiva alpar que suplicante, de su amigo. Bebió la hielhasta las heces, y echó tras la Comadreja pisan-do aturdidamente coles y maíz tierno.

Page 362: La tribuna - One More Library

—Espere usted, Anita, que la acompaño—murmuraba—. Espere usted... puede ocurrírse-le a usted algo.

Encogiose de hombros Ana, y acortó el pasopara dejar que se uniese Borrén. Emparejaron ycaminaron en silencio por la carretera; Ana conlos labios apretados y algo escalofriada y tem-blorosa, a pesar de ir muy arropada en el man-tón. Al llegar a la entrada de la ciudad, la ciga-rrera se volvió y midió a Borrén con desprecia-tiva ojeada de pies a cabeza.

—¿Se le ocurre a usted alguna cosa?—preguntó él medio desvanecido aún, con ron-quera que rayaba en afonía.

—Nada—respondió ella bruscamente. Y des-pués, fijando en los de Borrén sus ojuelos ver-des—: Don Enrique—añadió—, ¿sabe usted loque venía pensando?

Page 363: La tribuna - One More Library

—Diga usted....

—Que es usted una alhaja.

—¿Por qué me dice usted eso, bella Anita?—pronunció ya afablemente Borrén, que al verseentre gentes y en calles transitadas había reco-brado su aplomo.

—Porque... que uno se marche cuando en-ferma.... ¡Pero usted! ¡Pero qué hombres!—articuló con ira—. ¡Si aunque se acabase la cas-ta... no se perdía tanto así! Vaya, abur... queestoy medio trastornada y me da poco gustover gente.

—Iré con usted por si....

Page 364: La tribuna - One More Library

—¿Usted?—murmuró ella entre irónica ydesdeñosa—. ¿Para qué? Abur, abur; ¡que si loven con una muchacha de mi clase! Abur.

Y la Comadreja se escurrió por una callejue-la, dejando a Borrén sin saber lo que le pasaba.

Cuando Baltasar y la oradora se quedaronsolos, la tarde caía, no apacible y glacial comoaquella de febrero, sino cálida, perezosa en des-pedirse del sol; nubes grises, pesados cirros seamontonaban en el cielo; el mar, picado y ver-doso, mugía a lo lejos, y una franja de topacioorlaba el horizonte por la parte del Poniente.Amparo tuvo un instante de temor.

—Me voy a mi casa—dijo levantándose.

—¡Amparo... ahora no!—pronunció con su-plicantes inflexiones en la voz Baltasar—. No temarches, que estamos en el paraíso.

Page 365: La tribuna - One More Library

La Tribuna, paralizada, miró en derredor.Mezquino era el paraíso en verdad. Un cuadrode coles, otro de cebollas, el fresal polvoroso,hollado por los pies de todo el mundo; los ol-mos bajos y achaparrados, los acirates llenos deblanquecinas ortigas, el pozo triste con su re-chinante polea; mas estaban allí la juventud y elamor para hermosear tan pobre edén. Sonrió lamuchacha posando blandamente en Baltasarsus abultados ojos negros.

—¿Por qué quieres escaparte, vamos?—interrogó él con dulce autoridad—. Si te esca-pas siempre de mí; si parece que te doy miedo,no tiene nada de particular que yo me vayatambién al paseo, o a donde se me ocurra. Ya losabes.—Y acercándose más a ella, abrasándoleel rostro con su anhelosa respiración—: ¿Mevoy al paseo?—preguntó.

Page 366: La tribuna - One More Library

Amparo hizo un movimiento de cabeza quebien podía traducirse así:—No se vaya usted deningún modo.

—Me tratas tan mal....

—¿Usted qué quiere que haga?

—Que te portes mejor....

—Pues hablemos claros—exclamó ella sacu-diendo su marasmo y apoyándose en el brocaldel pozo.

La roja luz del ocaso la envolvió entonces; surostro se encendió como un ascua, y por se-gunda vez le pareció a Baltasar hecha de fuego.

—Di, hermosa....

Page 367: La tribuna - One More Library

—Usted... quiere comprometerme... quiereconducirse como se conducen los demás con lasmuchachas de mi esfera.

—No por cierto, hija; ¿de dónde lo infieres?No pienses tan mal de mí.

—Mire usted que yo bien sé lo que pasa porel mundo... mucho de hablar, y de hablar, perodespués....

Baltasar cogió una mano que trascendía afresas.

—Mi honor, don Baltasar, es como el decualquiera, ¿sabe usted? Soy una hija del pue-blo; pero tengo mi altivez... por lo mismo....Conque... ya puede usted comprenderme. Lasociedá se opone a que usted me dé la mano deesposo.

Page 368: La tribuna - One More Library

—¿Y por qué?—preguntó con soberano des-parpajo el oficial.

—¿Y por qué?—repitió la vanidad en el fon-do del alma de la Tribuna.

—No sería yo el primero, ni el segundo, quese casase con.... Hoy no hay clases....

—¿Y su familia... su familia... piensa ustedque no se desdeñarían de una hija del pueblo?

—¡Bah!... ¿qué nos importa eso? Mi familia esuna cosa, yo soy otra —repuso Baltasar impa-ciente.

—¿Me promete usted casarse conmigo?—murmuró la inocentona de la oradora política.

Page 369: La tribuna - One More Library

—¡Sí, vida mía!—exclamó él sin fijarse casien lo que le preguntaban, pues estaba resuelto adecir amén a todo.

Pero Amparo retrocedió.

—¡No, no!—balbució trémula y espantada—.No basta hablar así... ¿me lo jura usted?

Baltasar era joven aún y no tenía temple deseductor de oficio. Vaciló; pero fue obra de uninstante: carraspeó para afianzar la voz y ex-haló un:

—Lo juro.

Hubo un momento de silencio en que sólo seescuchó el delgado silbo del aire cruzando lascopas de los olmos del camino y el lejano queji-do del mar.

Page 370: La tribuna - One More Library

—¿Por el alma de su madre?, ¿por su conde-nación eterna? Baltasar, con ahogada voz, arti-culó el perjurio.

—¿Delante de la cara de Dios?—prosiguióAmparo ansiosa.

De nuevo vaciló Baltasar un minuto. No eracreyente macizo y fervoroso como Amparo,pero tampoco ateo persuadido; y sacudió suslabios ligero temblor al proferir la horrible blas-femia. Una cabeza pesada, cubierta de pelocopioso y rizo, descansaba ya sobre su pecho, yel balsámico olor de tabaco que impregnaba ala Tribuna le envolvía. Disipáronse sus escrú-pulos y reiteró los juramentos y las promesasmás solemnes.

Iba acabando de cerrar la noche, y un cuartode amorosa luna hendía como un alfanje de

Page 371: La tribuna - One More Library

plata los acumulados nubarrones. Por el cami-no real, mudo y sombrío, no pasaba nadie.

-XXXII-

La Tribuna se forja ilusiones

En los primeros tiempos, Baltasar, embria-gado por el aroma del cigarro, se mostró asi-duo, olvidó su habitual reserva y obró como sino temiese la opinión del mundo ni de su fami-lia. Es cierto que en el barrio apartado dondeAmparo moraba no era fácil que le viesen lasgentes de su trato; no obstante, alguna vez tro-pezó con conocidos, en ocasión de ir acompa-ñando a la muchacha. Fuese por esta razón opor otras, no tardó en buscar lugares más re-cónditos para las entrevistas, a donde cada cualiba por su lado, no reuniéndose hasta estar alabrigo de ojos indiscretos. Uno de estos sitios

Page 372: La tribuna - One More Library

era una especie de merendero unido a una fá-brica de gaseosa, bebida muy favorita de lascigarreras. Ante la mesa de tosca piedra, roídapor la intemperie, se sentaban Baltasar y Am-paro, y allí les traían las botellas de cerveza, degaseosa, cuyo alegre taponazo animaba detiempo en tiempo el diálogo. Una parra tupidales prestaba sombra; algunas gallinas picotea-ban los cuadros de un mezquino jardín; el lugarera silencioso, parecido a un gabinete muy so-leado, pero oculto. Por entre las hojas de vid sefiltraban los rayos del sol, y caían a veces, enmovibles gotas de luz, sobre el rostro de Ampa-ro, mientras Baltasar la contemplaba, admiran-do involuntariamente ciertas gracias y perfec-ciones de su rostro hechas para ser vistas decerca, como la delicada red de venas que oscu-recía sus párpados, las sinuosidades de su di-minuta oreja, la nitidez del moreno cutis, don-de la luz se perdía en medias tintas de miel; lacaliente riqueza del color juvenil, la blancura delos dientes, la abundancia del cabello. Duró este

Page 373: La tribuna - One More Library

inventario minucioso algún tiempo, al cabo delcual, Baltasar, habiendo aprendido de memoriaestas y otras particularidades, y hablado con laTribuna de todo lo que se podía hablar con ella,empezó a encontrar más largas las horas. Res-tringió las visitas al merendero, limitándolas alos días festivos; y mientras Amparo le elabo-raba a mano los cigarrillos que acostumbraba aconsumir, él leía, arrancando al pitillo reciénacabado nubes de humo. No sabiendo quéhacer, quiso enseñar a Amparo cómo se fuma-ba, a lo cual ella se prestó con repugnancia,alegando que las cigarreras no fuman, que ca-sualmente están «hartas de ver tabaco», y queeste sólo era bueno para ponerse parches en lassienes cuando duele la cabeza. Discurriendomedios de entretenerse, Baltasar trajo a Ampa-ro alguna novela para que se la leyese en vozalta; pero era tan fácil en llorar la pitillera asíque los héroes se morían de amor o de otra en-fermedad por el estilo, que convencido el man-cebo de que se ponía tonta, suprimió los libros.

Page 374: La tribuna - One More Library

En suma, Baltasar y Amparo se hallaron comodos cuerpos unidos un instante por la afinidadamorosa, separados después por repulsionesinvencibles, y que tendían incesantemente airse cada cual por su lado.

Para colmo de aburrimiento, reparó Baltasarque, al paso que él aspiraba a ocultar diestra-mente su aventura, Amparo, que ya tenía pues-ta toda su esperanza en las falaces palabras y enel compromiso creado por el mancebo, se des-vivía porque los viesen juntos, porque la publi-cidad remachase el clavo con que imaginabahaberle fijado para siempre. Quería ostentarlo,como Ana ostentaba su capitán mercante; que-ría que la familia de Sobrado supiese lo quesucedía y rabiase, y que la de García, la orgu-llosa damisela, se enterase también de que Bal-tasar la dejaba por la Tribuna; así como suena.Quemadas ya las naves, a Amparo le conveníahacer ruido, tanto como a Baltasar guardar si-lencio. De esta diversa disposición de ánimo

Page 375: La tribuna - One More Library

nacieron las primeras disputas, leves y cortasaún, de los dos amantes, reyertas que al princi-pio sirvieron de diversión a Baltasar, porque, aveces, hasta la contrariedad distrae. Al menos,mientras duraban, no venía el importuno bos-tezo a descoyuntar las mandíbulas. Peor seríahablar de política, conversación que Baltasarhabía prohibido y a la cual la Tribuna se mani-festaba más aficionada de algún tiempo a estaparte.

No era del todo sistemática la conducta deAmparo al buscar publicidad en sus amoríos;su carácter la impulsaba a ello. Superficial yvehemente, gustábanle las apariencias y exte-rioridades; la lisonjeaba andar en lenguas y serenvidiada, nunca compadecida. El día que diosus pendientes de oro para la Rita, no le queda-ba en casa un ochavo, y por pueril orgullo dijoa todas que tenía dinero, amenguando así elvalor de su noble rasgo. Ahora, durante susrelaciones con Baltasar, trabajaba más que nun-

Page 376: La tribuna - One More Library

ca y se vestía lo mejor posible, para hacer creerque el señorito de Sobrado era con ella dadivo-so. Se regocijaba interiormente de que la sostu-viesen sus ágiles dedos, mientras el barrio leenvidiaba larguezas que no recibía: es más, querechazaría con desdén si se las ofrecieran. Suvanidad era doble: quería que el público tuvie-se a Baltasar por liberal, y que Baltasar no latuviese a ella por mercenaria. Y Baltasar, si pa-gaba la gaseosa, los pastelillos, alguna vez lasentradas del teatro, en lo demás se mostrabadigno heredero y sucesor de doña Dolores An-deza de Sobrado. Nunca pensó o nunca quisopensar (que hasta a esto del pensar sobre unacosa suele determinarse la voluntad libremen-te) en lo que comería aquella buena moza, sisería caldo o borona, si bebería agua clara, ycómo se las compondría para presentárselesiempre con enagua almidonada y crujiente,bata de percal saltando de limpia, botitas finasde rusel, pañuelo nuevo de seda. El cigarro era

Page 377: La tribuna - One More Library

aromático y selecto: ¿qué le importaba al fuma-dor el modo de elaborarlo?

Entre tanto, Amparo disfrutaba viendo la ra-bia de sus rivales en la Fábrica, la sonrisilla deAna, las indirectas, los codazos, la atmósfera decuriosidad que se condensaba en torno de supersona, llegando a tanto su desvanecimiento,que se hacía a sí propia regalos misteriosos pa-ra que creyese la gente que procedían de So-brado; se prendía en el pecho ramilletes de flo-res, y hasta llegó a adquirir una sortija de platacon un corazón de esmalte azul, por el retegus-tazo de que pensasen ser fineza de Baltasar.Cuando le preguntaban si era cierto que se ca-saba con un señorito, sonreía, se hacía la enoja-da como de chanza, y fingía mirar disimulada-mente la sortija.... ¡Casarse! ¿Y por qué no? ¿Noéramos todos iguales desde la revolución acá?¿No era soberano el pueblo? Y las ideas iguali-tarias volvían en tropel a dominarla y a lison-jear sus deseos. Pues si se había hecho la revo-

Page 378: La tribuna - One More Library

lución y la Unión del Norte, y todo, sería paraque tuviésemos igualdad, que si no, bien pu-dieron las cosas quedarse como estaban.... Lomalo era que nos mandase ese rey italiano, eseMacarronini, que daba al traste con la liber-tad.... Pero iba a caer, y ya no cabía duda, llega-ba la república.

Con estos pensamientos entretenía las horasde trabajo en la Fábrica. A cada pitillo que enro-llaba, al suave crujido del papel, una cándidaesperanza surgía en su corazón. Cuando ellafuese señora, no había de portarse como otrasaltaneras, que estuvieron allí liando cigarros lomismo que ella, y ahora, porque arrastrabanseda, miraban por cima del hombro a sus ami-gas de ayer. ¡Quia! Ella las saludaría en la calle,cuando las viese, con afabilidad suma. Por loque hace a recibirlas de visita... eso, según yconforme dispusiese su marido; pero, ¿qué tra-bajo cuesta un saludo? A Ana le había de ense-ñar su casa. ¡Su casa! ¡Una casa como la de So-

Page 379: La tribuna - One More Library

brado, con sillería de damasco carmesí, consolade caoba, espejo de marco dorado, piano, relojde sobremesa y tantas bujías encendidas! YAmparo, cerrando los ojos, creía sentir en elrostro el frío cierzo de la noche de Reyes....Cuando entraba descalza en el portal de Sobra-do a cantar villancicos, ¿pensó que se enamora-se nunca de ella Baltasar? Pues así como habíasucedido esto, lo otro....

No obstante, dentro de la Fábrica mismahubo escépticas que auguraron mal de los en-redos en que se metía Amparo. ¡Casarse, casar-se! Pronto se dice; pero del dicho al hecho....¿Regalos? ¡Vaya unos regalos para un hijo deSobrado! ¡Sortijas de plata, ramos de a doscuartos! ¡Bah, bah! Ya se sabía en lo que para-ban ciertas cosas. Aunque sordos, estos rumo-res no fueron tan disimulados que no llegasen ala interesada, y unidos a otras pequeñeces queella observaba también, empezaron a clavarleen el alma el dardo de los más crueles recelos.

Page 380: La tribuna - One More Library

Baltasar enfriaba a ojos vistas: a cada paso mos-traba más cautela, adoptaba mayores precau-ciones, descubría más su carácter previsor y elinterés de esconder su trato con la muchachacomo se oculta una enfermedad humillante.Mostrábase aún tierno y apasionado en las en-trevistas; pero se negaba obstinadamente aacompañar a Amparo dos pasos más allá de lapuerta.

Todo lo referido, notó desde su cama la para-lítica, y hallábase sumamente inquieta y quejo-sa, por varias razones, entre otras, porque des-de que Amparo gastaba cuanto ganaba en botasnuevas y enaguas bordadas, ella se veía priva-da de algunas comodidades y golosinas que nole escatimaban antes. Malo era que su hija seperdiese y malo también que, tratando con se-ñores, en vez de traer dinero a casa, se empeña-se, y tuviese que pasarse las noches haciendopitillos de encargo para poder comer. ¡Y mucho

Page 381: La tribuna - One More Library

de flores! ¡Y mucho de chambras con puntillas!¡Qué necesidad!

Confidente de estas lamentaciones era Chin-to, que solía venir a pasarse con la tullida largashoras al salir del trabajo, desde que supo cuánpropicia se mostrara un tiempo a su pretensiónmatrimonial. Aún volvía la vieja a la carga detiempo en tiempo, y hablaba de Chinto a suhija; él no sería fino ni buen mozo, pero era unburro de carga, un lobo para el trabajo y uninfeliz. Autorizada, sin duda, por tan buenasintenciones, la paralítica disponía de Chintocual de un yerno. Una vez, cuando empezó aescasear el dinero, rogole «que fuese por seiscuartos de azúcar para la cascarilla a la tiendade la esquina, que ya le pagaría». El mozo salióy volvió con un cucurucho de papel de estrazahenchido de azúcar moreno; del pago no sehabló más. Otro día se encargó de tomar undécimo para el próximo sorteo; la vieja, portranquilizar su conciencia de empedernida ju-

Page 382: La tribuna - One More Library

gadora, le dijo que si «le caía» partirían comobuenos amigos. Poco a poco, y ayudando a ellolo muy distraída que Amparo andaba, volvióChinto a amarrarse al antiguo yugo, a obedecerciegamente a la despótica voz de la tullida;hízole los recados, le arregló el cuarto, le trajoremedios, le dio unturas. Y no quiere decir estoque la pobre mujer se propusiese deliberada-mente explotar al mozo, sino que, a su edad yen su estado, ciertos cuidados y mimos son tannecesarios como el aire respirable.

Curioso espectáculo en verdad el que ofrecíaChinto, descolorido, flaco, casi harapiento, cui-dando de aquella mujer que no era su madre,que siempre le había tratado con dureza; ymientras él mondaba las patatas para el caldodel día siguiente, o mullía el jergón de la impe-dida, Amparo regresaba, a la plateada luz de laluna de verano, que prolongaba sobre la carre-tera de la Olmeda la sombra de los majestuososárboles, de alguna cita en lugares escondidos,

Page 383: La tribuna - One More Library

en los solitarios huertos, o en el desierto caminodel cerro de Aguasanta.

-XXXIII-

Las hojas caen

Aconteció que, cuando ya se aproximaba elotoño, la paralítica llamó a Amparo a la cabece-ra de su lecho, con tono y ademanes desusados,murmurando sordamente:

—Acércate aquí, anda.

Amparo se acercó con la cabeza baja. La ma-dre extendió la mano, le cogió violentamente labarbilla para que alzase el rostro, y con vozaguda y terrible gritó:

Page 384: La tribuna - One More Library

—¿Y ahora?

Calló la hija. Constábale que la persona quela interrogaba así había vivido largos años or-gullosa de su matrimonio legítimo, de suhonestidad plebeya, de su marido trabajador,de que en la Fábrica los citasen a entrambos pormodelo de familia unida, de que en cierta oca-sión el jefe hubiese proferido palabras honrosaspara ella, llamándole mujer «formal y de bien».Sí, Amparo lo sabía, y por eso callaba. Repeti-das veces la paralítica le diera consejos, hacien-do funestos vaticinios, que se cumplían al fin.Incorporada a medias sobre la cama, concen-trando en los ojos la vida furiosa de su cuerpo,repitió la madre, con desprecio y con ira:

—¿Y ahora?

Amparo permaneció pálida e inmóvil. La tu-llida sintió un hormigueo en la palma de la

Page 385: La tribuna - One More Library

mano, y la estampó ruidosamente en la mejillade su hija, que se tambaleó, retrocedió escon-diendo el rostro, y se fue a sentar en la silla máspróxima.

—¡Sinvergüenza, raída, eso de mí no loaprendistes!—vociferó la enferma, algo des-ahogada ya después del bofetón. No respondiónada la oradora, que diera entonces de buengrado su popularidad, y hasta el advenimientode la ideal república, por hallarse siete estadosdebajo de tierra. No obstante, se sorbió estoi-camente las lágrimas abrasadoras que asoma-ban a sus ojos, y, abatida, reconociendo y aca-tando la autoridad maternal, balbució:

—Me ha dado palabra de casamiento.

—¡Y te lo creíste!

Page 386: La tribuna - One More Library

—No sé por qué no...—exclamó la muchachacon acento más firme ya—. Yo soy como otras,tan buena como la que más... hoy en día noestamos en tiempos de ser los hombres des-iguales... hoy todos somos unos, señora... seacabaron esas tiranías.

Meneó la cabeza la paralítica, con la tenazdesconfianza de los viejos indigentes que nuncavieron llover del cielo torreznos asados.

—El pobre, pobre es—pronunció melancóli-camente...—. Tú te quedarás pobre, y el señori-to se irá riendo...—Y a esta idea, sintiendo rena-cer su furor chilló—: Sácateme de delante, indi-na, que te mato: si te dieron palabras, que te lascumplan.

Amparo se agachó, y salió temblando. A so-las, recobró energía, y calculó que tal vez hacíamal en desesperarse; acaso su mala ventura

Page 387: La tribuna - One More Library

sería un lazo más que acabase de unir a Balta-sar con ella para siempre. Sí, no podía sucederde otro modo, a menos que tuviese entrañas detigre.

Esperó con afán el domingo, día de cita en elmerendero de la gaseosa. Madrugó, llegó mu-cho antes que Baltasar. El otoño iba despojandoa la parra de su pomposo follaje recortado, y losnudosos sarmientos parecían brazos de esque-leto mal envueltos en los jirones de púrpura delas pocas hojas restantes. Algún racimo negrea-ba en lo alto. En unas tinas viejas arrimadas albanco de piedra, había botellas vacías que se-mejaban embarcaciones náufragas varadas enun arenal. Amparo sentía mucho frío cuandoBaltasar llegó.

Sentose este al lado de la muchacha, que lepresentó un paquete de sus cigarrillos predilec-tos, emboquillados, bastante largos, liados con

Page 388: La tribuna - One More Library

gran esmero. Baltasar tomó uno y lo encendió,chupándolo nerviosamente con rápidas aspira-ciones. Toda mujer prendada de un hombrellega a conocer por sus movimientos más leves,por los actos que distraída y casi mecánicamen-te ejecuta, el talante de que está. Amparo sabíaque cuando Baltasar fumaba así, no se distin-guía por lo jocoso y afable. Como la luz del solno hallaba obstáculos para filtrarse al través dela deshojada parra, el rostro del mancebo, ba-ñado de claridad, parecía duro y anguloso; subigote, blondo a la sombra, tenía ahora un do-rado metálico; sus ojos zarcos miraban con gla-cial limpidez. La pobre Tribuna, tan intrépidacuando peroraba, se halló del todo cortada yrecelosa, y creyó sentir que le anudaban la gar-ganta con un dogal. Esperó en vano una expan-sión, una caricia dulce y apasionada, que novino. Baltasar se callaba cosas muy buenas, yseguía taciturno. De cuando en cuando el soplode las ráfagas otoñales desprendía una de laspostreras hojas de vid, que caía arrugada y

Page 389: La tribuna - One More Library

amarillenta sobre la mesa de granito, entre losdos amantes, produciendo un ruidito seco. ¡Pin!En los oídos de Baltasar resonaba la voz de do-ña Dolores, exclamando: «¿Chico, no sabes quelas de García... ¡pásmate!, ganan el pleito en elSupremo? Lo sé de fijo por el mismo abogadode aquí». ¡Pin, pin! Y Amparo, a su vez, escu-chaba frases coléricas: «Si te dieron palabras,que te las cumplan». ¡Pinnn!... Una hoja purpú-rea descendía con lentitud.... «Baltasarito, hijo,van a cogerse ciento y no sé cuántos miles deduros, si ganan».

Al fin, Baltasar fue el primero que rompió elsilencio.... Habló del trabajo que le costaba ve-nir, de lo necesario que era el recato, de quetendrían que verse menos.... Decía todo estocon acento duro, como si Amparo fuese culpa-ble respecto de él en algo. La cigarrera le escu-chaba muda, con los labios blancos, mirandofijamente al rostro de Baltasar, que tenía la ex-presión distraída del mal pagador que no quie-

Page 390: La tribuna - One More Library

re recordar su deuda. Y era lo peor del casoque, por más que la Tribuna quería echar manode su oratoria, que le hubiera venido de perlasa la sazón, no encontraba frases con que empe-zar a tratar del asunto más importante. Al fin,como viese con asombro levantarse a Baltasardiciendo que le esperaba el coronel para asun-tos del servicio, ella también se alzó resuelta, yle dio la noticia clara y brutalmente, sin amba-ges ni rodeos, sintiendo hervir dentro del pechouna cólera que centuplicaba su natural valor.

Un relámpago de sorpresa cruzó por las pu-pilas trasparentes y yertas de Sobrado; mas alpunto se plegó su delgada boca, y diríase que lehabían cerrado el semblante con llave doble yselládolo con siete sellos. Era otro Baltasar dis-tinto del mancebo gracioso, halagüeño y felinode las horas veraniegas. Amparo notó que re-presentaba diez años más.

Page 391: La tribuna - One More Library

—Ahora—dijo, plantándose delante de él—es justo que me cumplas la palabra.

—Ahora...—repitió él con voz lenta—. La pa-labra....

—¡De casarte conmigo! Me parece que mesobra derecho para pedir....

—Mujer...—contestó Baltasar reposadamen-te, sacudiendo la ceniza del pitillo—, no todaslas cosas salen a medida del deseo. Las circuns-tancias le obligan a uno a mil transacciones,que.... Yo quisiera, lo mismo que tú, que fuesemañana, pero ponte en mi caso.... Mi madre...mi padre... mi familia....

—¡Tu familia, tu familia! ¿Pues no dijiste queella era una cosa y tú otra? ¿Le echo yo algunamancha a tu familia, por si acaso? ¿Soy hija dealgún ajusticiado, o de algún capitán de gavi-

Page 392: La tribuna - One More Library

lla? ¿No estamos en tiempos de igualdá? ¿No esmi madre tan honrada como la tuya, repelo?

—No es eso... yo no te digo que....

—¿Pues qué dices entonces, que te quedasahí callado? ¿Tienes algo que echarme en cara?¿No me gano yo la vida trabajando honrada-mente, sin pedírtelo a ti ni a nadie? ¿Te he pe-dido algo, te he pedido algo? ¿Ando yo conotros?

—¿Quién te dice semejante cosa? Pero suce-de que hoy por hoy lo que tú deseas, es decir, loque deseamos, es imposible.

—¡Imposible!

—Por algún tiempo no más.... No me hallotodavía en situación de prescindir de mi fami-

Page 393: La tribuna - One More Library

lia... cuando alcance una graduación superior ypueda vivir con el sueldo....

—¿No eres ya capitán?

—Graduado, pero la efectividad.... En fin, telo repito, hazte cargo; en las circunstancias porque atravieso no cabe una determinación seme-jante. Sería menester estar loco. Y digo más,créeme, hija; tenemos que ser muy prudentespara no comprometernos.

—¡No comprometernos!—gimió con amar-gura la muchacha—. ¡No comprometernos!¿Pero tú te has figurado—pronunció, repo-niéndose y recobrando su impetuoso carácter—que yo soy tonta? ¿Piensas que me puedes me-ter el dedo en la boca? ¿Qué compromiso niqué... repelo, te viene a ti de todo esto? ¡Lacomprometida, la engañada y la perdida soyyo!

Page 394: La tribuna - One More Library

Y dejose caer en el banco de piedras, y apo-yando la frente en la fría mesa de granito, rom-pió en convulsivos sollozos.

—No grites, hija—murmuró Baltasar,aproximándose—. No llores... que pueden oírtey es un escándalo. Amparo, mujer, vamos, nohay motivo para esos gritos.

La crisis fue corta. Levantose la oradora conlos ojos encendidos, pero sin que una lágrimaescaldase su mejilla morena. Indignada, miró aBaltasar y lo encontró sereno, inconmovible,con su fina y sonrosada tez y sus ojos garzos ytrasparentes, en los cuales se reflejaba la luz delcielo sin comunicarles calor. Él quiso hacer doso tres zalamerías a la muchacha para conjurarla tormenta; pero su ademán era violento, susmovimientos automáticos. Amparo lo rechazó,y se colocó por segunda vez delante de él enactitud agresiva.

Page 395: La tribuna - One More Library

—Habla claro... ¿nos casamos o no?

—Ahora no puede ser, ya te lo he dicho—contestó él sin perder su continente flemático.

—¿Y cuándo?

—¡Qué sé yo! El tiempo, el tiempo dirá. Perohas de tener calma, hija... un poco de calma.

—Pues abur, hasta que me pagues lo que medebes—exclamó ella en voz vibrante, sin cui-darse de que la oyesen desde la casa o desde elcamino los transeúntes—. Yo no soy más tujuguete, para que lo sepas: no me da la gana deandarme escondiendo, de ir con estas nochesde frío a Aguasanta y a mil sitios así por dartegusto.

Page 396: La tribuna - One More Library

Avanzó tres pasos más, y poniendo la manoen el hombro del oficial:

—El día menos pensado...—pronunció—,cuando te vea en las Filas o en la calle Mayor...me cojo de tu brazo delante de las señoritas,¿oyes?, y canto allí mismo, allí... todo lo quepasa. Y cuando venga la nuestra... o te hacemospedazos, o cumples con Dios y conmigo. ¿En-tiendes, falsario?

Y en voz queda, con acento de religioso te-rror:

—¿Tú no tienes miedo a condenarte? Pues simueres así... más fijo que la luz, te condenas. Ysi viene la federal... que Dios la traiga y la Vir-gen Santísima... te mato, ¿oyes?, para que vayasmás pronto al infierno.

Page 397: La tribuna - One More Library

Diciendo así, diole un empujón, y le volvió laespalda, saliendo con paso rápido, la frentealta, la mirada llameante, a pesar del peregrinodesfallecimiento, de la desusada conmocióninterior que le avisaba de que ahorrase talesescenas. Al salir la Tribuna, una ráfaga másfuerte desparramó por la mesa muchas hojas devid, que danzaron un instante sobre la superfi-cie de granito, y cayeron al húmedo suelo.

—¿Lo hará?—meditó Baltasar a sus solas—.¿Me vendrá a marear en público? Tengo paramí que no.... Estos genios vivos y prontos sondel primer momento: pasado ese, se quedancomo malvas. Quia... no lo hace. Sin embargo,me convendría salir de Marineda una tempora-da....

Al pensar esto, miraba maquinalmente a lashojas secas, que valsaban con lánguido y des-mayado ritmo.

Page 398: La tribuna - One More Library

—Pero ¿y Josefina? Si las noticias de mamáson ciertas, no va a ser posible abandonar unaproporción que tal vez no vuelva a encontraren mi vida. ¡Qué mil diablos! Y esa chica eraguapa.... ¡Lo que es guapa! ¡Qué tonterías! ¿Porqué se buscará uno estos conflictos? ¡Yo quetengo juicio para diez!

Impaciente, tiró el cigarro que estaba conclu-yendo. Un átomo de fuego brilló entre las hojas,que crujieron encogiéndose, y a poco la colillase apagó.

-XXXIV-

Segunda hazaña de la Tribuna

Frío es el invierno que llega; pero las noticiasde Madrid vienen calentitas, abrasando. Lacosa está abocada, el italiano va a abdicar por-

Page 399: La tribuna - One More Library

que ya no es posible que resista más la atmósfe-ra de hostilidad, de inquina, que le rodea. Élmismo se declara aburrido y harto de tantocontratiempo, de la grosería de sus áulicos, dela guerra carlista, del vocerío cantonal, del uni-versal desbarajuste. No hay remedio, las dis-tancias se estrechan, el horizonte se tiñe de rojo,la federal avanza.

La Fábrica ha recobrado su Tribuna. Es ver-dad que esta vuelve herida y maltrecha de suprimer salida en busca de aventuras; mas nopor eso se ha desprestigiado. Sin embargo, losmomentos en que empezó a conocerse su des-dicha fueron para Amparo de una vergüenzaquemante. Sus pocos años, su falta de experien-cia, su vanidad fogosa, contribuyeron a hacer laprueba más terrible. Pero en tan crítica ocasiónno se desmintió la solidaridad de la Fábrica. Sialguna envidia excitaba antaño la hermosura,garbo y labia irrestañable de la chica, ahora sevolvió lástima, y las imprecaciones fueron co-

Page 400: La tribuna - One More Library

ntra el eterno enemigo, el hombre. ¡Estos maldi-tos de Dios, recondenados, que sólo están paraechar a perder a las muchachas buenas! ¡Estosseñores, que se divierten en hacer daño! ¡Ay, sialguien se portase así con sus hermanas, consus hijitas, quién los oiría y quién los veríaechársele como perros! ¿Por qué no se estable-cía una ley para eso, caramba? ¡Si al que debeuna peseta se la hacen pagar más que de prisa,me parece a mí que estas deudas aún son másimportantes, demontre! ¡Sólo que ya se ve: lajusticia la hay de dos maneras: una a rajatablapara los pobres, y otra de manga ancha, muycomplaciente, para los ricos!

Algunas cigarreras optimistas se atrevieron aindicar que acaso Sobrado se casaría, o por lomenos reconocería lo que viniese.

Page 401: La tribuna - One More Library

—Sí, sí... ¡esperar por eso, papalanatas! ¡Aho-ra se estará sacudiendo la levita y burlándosebien!

—No sabes... yo no quiero que ella lo oiga, nilo entienda—decía la Comadreja a Guardiana—, pero ese descarado ya vuelve a andar tras dela de García.

—¡Bribón!—exclamaba Guardiana—. ¡Yquién lo ve, tan juicioso como parece!

—Pues conforme te lo digo.

—Amparo tampoco debió hacerle caso.

—Mujer, uno es de carne, que no es de pie-dra.

Page 402: La tribuna - One More Library

—¿Se te figura a ti que a cada uno le faltanocasiones?—replicó la muchacha—. Pues si nohubiese más que.... ¡Madre querida de la Guar-dia! No, Ana; la mujer se ha de defender ella.Civiles y carabineros no se los pone nadie. Y laschicas pobres, que no heredamos más mayo-razgo que la honradez.... Hasta te digo que laculpa mayor la tiene quien se deja embobar.

—Pues a mí me da lástima ella, que es la quepierde.

—A mí también. Lástima, sí.

Ya todo el mundo se la daba. ¡Quién hubierareconocido a la brillante oradora del banquetedel Círculo Rojo en aquella mujer que pasabacon el mantón cruzado, vestida de oscuro, oje-rosa, deshecha! Sin embargo, sus facultadesoratorias no habían disminuido; sólo sí cam-biado algún tanto de estilo y carácter. Tenían

Page 403: La tribuna - One More Library

ahora sus palabras, en vez del impetuoso bríode antes, un dejo amargo, una sombría y patéti-ca elocuencia. No era su tono el enfático de laprensa, sino otro más sincero, que brotaba delcorazón ulcerado y del alma dolorida. En suslabios, la República federal no fue tan sólo lamejor forma de gobierno, época ideal de liber-tad, paz y fraternidad humana, sino período devindicta, plazo señalado por la justicia del cielo,reivindicación largo tiempo esperada por elpueblo oprimido, vejado, trasquilado comomansa oveja. Un aura socialista palpitó en suspalabras, que estremecieron la Fábrica toda,máxime cuando el desconcierto de la Haciendadio lugar a que se retrasase nuevamente la pagaen aquella dependencia del Estado. Entoncespudo hablar a su sabor la Tribuna, despacharsea su gusto. ¡Ay de Dios! ¿Qué les importaba alos señorones de Madrid... a los pícaros de losministros, de los empleados, que ellas fallecie-sen de hambre? ¡Los sueldos de ellos estaríanbien pagados, de fijo! No, no se descuidarían en

Page 404: La tribuna - One More Library

cobrar, y en comer, y en llenar la bolsa. ¡Y sifuesen los ministros los únicos a reírse del queestá debajo! ¡Pero a todos los ricos del mundose les daba una higa de que cuatro mil mujerescareciesen de pan que llevar a la boca!

Y al decir esto, Amparo se incorporaba, casise ponía de pie en la silla, a pesar de los enérgi-cos y apremiantes ¡sttt!, de la maestra, a pesardel inspector de labores, que no hacía un mo-mento estaba asomado a la entrada del taller,silencioso y grave.

—¡Qué cuenta tan larga...—proseguía la ora-dora, animándose al ver el mágico y terribleefecto de sus palabras...—, qué cuenta tan largadarán a Dios algún día esas sanguijuelas, quenos chupan la sangre toda! Digo yo, y quieroque me digan, por qué nadie me contesta a es-to, ni puede contestarme: ¿hizo Dios dos castasde hombres, por si acaso, una de pobres y otra

Page 405: La tribuna - One More Library

de ricos?, ¿hizo a unos para que se paseasen,durmiesen, anduviesen majos, y hartos, y con-tentos, y a otros para sudar siempre y arrimarel hombro a todas las labores, y morir comoperros sin que nadie se acuerde de que vinieronal mundo? ¿Qué justicia es esta, retepelo? Unostrabajan la tierra, otros comen el trigo; unossiembran y otros recogen; tú, un suponer, plan-taste la viña, pues yo vengo con mis manoslavadas y me bebo el vino....

—Pero el que lo tiene, lo tiene—interrumpíala conservadora Comadreja.

—Ya se sabe que el que lo tiene, lo tiene; pe-ro ahora vamos al caso de que es preciso que atodos les llegue su día, y que cuantos nacemosiguales gocemos de lo mismo, ¡tan siquiera unpar de horas! ¡Siempre unos holgando y otrosreventando! Pues no ha de durar hasta la fin de

Page 406: La tribuna - One More Library

los siglos, que alguna vez se ha de volver latortilla.

—El que está debajo, mujer, debajito se que-da.

—¡Conversación! Mira tú, en París de Fran-cia, el cuento ese de la Comun... ¡Anda si pusie-ron lo de arriba para abajo! ¡Anda si se sacudie-ron! No quedó cosa con cosa... así, así debemosde hacer aquí, si no nos pagan.

—¿Y allá, qué hicieron?

Amparo bajó la voz.

—Prender fuego... a todos los edificios públi-cos....

Page 407: La tribuna - One More Library

Un murmullo de indignación y horror salióde la mayor parte de las bocas.

—Y a las casas de los ricos... y....

—¡Asús!, ¡fuego, mujer!

—Y afusil... y afusil... ar....

—¿Afusilar... a quién, mujer, a quién?

—A... a los prisioneros, y al arzobispo, y a loscur....

—¡Infames!

—¡Tigres!

Page 408: La tribuna - One More Library

—¡Calla, calla, que parece que la sangre seme cuajó toda!... ¿Y quién hizo eso? ¡Pues vayaunas barbaridás que cuentas!

—Si yo no las cuento para decir que... que es-té bien hecho eso de... de prender fuego y afusi-lar.... ¡No, caramba!, ¡no me entendéis, no os dala gana de entenderme! Lo que digo es que...hay que tener hígados, y no dejarse sobar nique le echen a uno el yugo al cuello sin defen-derse.... Lo que digo es, que cuando no le dan auno por bien lo suyo, lo muy suyo, lo que tieneganado y reganado.... Cuando no se lo dan, siuno no es tonto... lo pide... y si se lo niegan... locoge.

—Eso, clarito.

—Tienes razón. Nosotras hacemos cigarros,¿eh?, pues bien regular es que nos abonen lonuestro.

Page 409: La tribuna - One More Library

—No, y apuradamente no es ley de Dios esadesigualdá y esa diferiencia de unos zampar yayunar otros.

—Lo que es yo, mañana, o me pagan, o noentro al trabajo.

—Ni yo.

—Ni yo.

—Si todas hiciésemos otro tanto... y si ade-más nos viesen bien determinadas a armar elgran cristo....

—¡Mañana... lo que es mañana! ¿Habéis dehacer lo que yo os diga?

—Bueno.

Page 410: La tribuna - One More Library

—Pues venir temprano... tempranito.

A la madrugada siguiente los alrededores dela Fábrica, la calle del Sol, la calzada que con-duce al mar, se fueron llenando de mujeres que,más silenciosas de lo que suelen mostrarse lashembras reunidas, tenían vuelto el rostro haciala puerta de entrada del patio principal. Cuan-do esta se abrió, por unánime impulso se preci-pitaron dentro, e invadieron el zaguán en tro-pel, sin hacer caso de los esfuerzos del porteropara conservar el orden; pero en vez de subir alos talleres, se estacionaron allí, apretadas,amenazadoras, cerrando el paso a las que, lle-gando tarde, o ajenas a la conjuración, intenta-ban atravesar más allá de la portería. Sordosrumores, voces ahogadas, imprecaciones quepresto hallaban eco, corrían por el concurso,que se iba animando, y comunicándose ardi-miento y firmeza. En primera fila, al extremodel zaguán, estaba Amparo, pálida y con losojos encendidos, la voz ya algo tomada de pe-

Page 411: La tribuna - One More Library

rorar, y, sin embargo, llena de energía, incitan-do y conteniendo a la vez la humana marea.

—Calma—decíales con hondo acento—,calma y serenidá... Tiempo habrá para todo:aguardar.

Pero algunos gritos, los empellones, y dos otres disputas que se promovieron entre el gen-tío, iban empujando, mal de su grado, a la Tri-buna hacia la vetusta escalera del taller, cuandoen este se sintieron pasos que conmovían elpiso, y un inspector de labores, con la fisono-mía inquieta del que olfatea graves trastornos,apareció en el descanso. Empezaba a preguntar,más bien con el ademán que con la boca: «¿Quées esto?», a tiempo que Amparo, sacando delbolsillo un pito de barro, arrimolo a los labios yarrancó de él agudo silbido. Diez o doce silbi-dos más, partiendo de diferentes puntos, core-aron aquella romanza de pito, y el inspector se

Page 412: La tribuna - One More Library

detuvo, sin atreverse a bajar los escalones quefaltaban. Dos o tres viejas desvenadoras se ade-lantaron hacia él, profiriendo chillidos temero-sos, y tocándole casi, y se oyó un sordo «¡mue-ra!». Sin embargo, el funcionario se rehízo, ycruzándose de brazos, se adelantó, algo muda-da la color, pero resuelto.

—¿Qué sucede?, ¿qué significa este escánda-lo?—preguntó a Amparo, a quien halló máspróxima—. ¿Qué modo es este de entrar en lostalleres?

—Es que no entramos hoy—respondió laTribuna. Y cien voces confirmaron la frase—:No se entra, no se entra.

—No entran... ¿pues qué pasa?

—Que se hacen con nosotras iniquidás, y noaguantamos.

Page 413: La tribuna - One More Library

—No, no aguantamos. ¡Mueran las iniqui-dás! ¡Viva la libertá! ¡Justicia seca!—clamarondesde todas partes. Y dos o tres maestras, cogi-das en el remolino, alzaban las manos desespe-radamente, haciendo señas al inspector.

—¿Pero qué piden ustedes?

—¿No oyes, hijo? Jos-ti-cia-berreó una des-venadora al oído mismo del empleado.

—Que nos paguen, que nos paguen, y quenos paguen—exclamó enérgicamente Amparo,mientras el rumor de la muchedumbre se hacíatempestuoso.

—Vuelvan ustedes, por de pronto, al orden ya la compostura que....

—No nos da la gana.

Page 414: La tribuna - One More Library

—¡Que baile el can-can!

—¡Muera!

Y otra vez la sinfonía de pitos rasgó el aire.

—No pedimos nada que no sea nuestro—explicó Amparo con gran sosiego—. Es imposi-ble que por más tiempo la Fábrica se esté así,sin cobrar un cuarto.... Nuestro dinero, y abur.

—Voy a consultar con mis superiores—respondió el inspector, retirándose entre vocife-raciones y risotadas.

Apenas le vieron desaparecer, se calmó laefervescencia un tanto. «Va a consultar» se de-cían las unas a las otras... «¿nos pagarán?».

Page 415: La tribuna - One More Library

—Si nos pagan—declaró la Tribuna, belicosay resuelta como nunca—, es que nos tienenmiedo. ¡Alante! Lo que es hoy, la hacemos, ybuena.

—Debimos cogerlo y rustrirlo en aceite—gruñó la voz oscura de la vieja—. ¡Fretirlo comosi fuera un pancho... que vea lo que es la nece-sidá y los trabajitos que uno pasa!

—Orden y unión, ciudadanas...—repetíaAmparo con los brazos extendidos.

Trascurridos diez minutos volvió el inspec-tor acompañado de un viejecillo enjuto y secocomo un pedazo de yesca, que era el mismocontador en persona. El jefe no juzgaba oportu-no por entonces comprometer su dignidad pre-sentándose ante las amotinadas, y por medidade precaución había reunido en la oficina a losempleados y consultaba con ellos, conviniendo

Page 416: La tribuna - One More Library

en que la sublevación no era tan temible en laGranera como lo sería en otras Fábricas de Es-paña, atendido el pacífico carácter del país. Noquisiera él estar ahora en Sevilla.

—¿Qué recado nos trae?—gritaron al inspec-tor las sublevadas.

—Oíganme ustedes.

—Cuartos, cuartos, y no tanta parolería.

—Tengo chiquillos que aguardan que lescompre mollete... ¿oyusté?, y no puedo perderel tiempo.

—Se pagará... hoy mismo... un mes de losque se adeudan.

Page 417: La tribuna - One More Library

Hondo murmullo atravesó por la multitudllegando a las últimas filas. «¿Él pagan, sí o no?pagan.... ¡Un mes...! ¡Un mes, para poca salú...no consentir... todo, todo junto!». Amparo tomóla palabra.

—Como usted conoce, ciudadano inspector...un mes no es lo que se nos debe, y lo que noscorresponde, y a lo que tenemos derechos in-alienables e individuales.... Estamos resueltas,pero resueltas de verdá, a conseguir que nosabonen nuestro jornal, ganado honrosamentecon el sudor de nuestras frentes, y del que sólola injusticia y la opresión más impía se nos pue-den incautar....

—Todo eso es muy cierto, pero ¿qué quierenustedes que hagamos? Si la Dirección noshubiese remitido fondos, ya estarían satisfechoslos dos meses.... Por de pronto se les ofrece austedes uno, y se les advierte que despejen el

Page 418: La tribuna - One More Library

local en buen orden y sin ocasionar distur-bios.... De lo contrario, la guardia va a procederal despejo....

—¡La guardia!, ¡que nos la echen!, ¡que ven-ga! ¡Acá la guardia!

Cuatro soldados al mando de un cabo, totalcinco hombres, bregaban ya en la puerta deentrada con las más reacias y temibles. No tení-an, dijeron ellos después, corazón para haceruso de sus armas; aparte de que no se les habíamandado tampoco semejante cosa. Limitábansea coger del brazo a las mujeres y a irlas sacandoal patio: era una lucha parcial, en que había detodo: chillidos, pellizcos, risas, palabras indeco-rosas, amenazas sordas y feroces.

Pero sucedió que un soldado, al cual una ci-garrera clavó las uñas en la nuca, echó a correr,trajo de la garita el fusil y apuntó al grupo: al

Page 419: La tribuna - One More Library

instante mismo un pánico indecible se apoderóde las más cercanas, y se oyeron gritos convul-sivos, imprecaciones, súplicas desgarradoras,ayes de dolor que partían el alma, y las muje-res, en revuelto tropel, se precipitaron fuera delzaguán, y corrieron buscando la salida del pa-tio, empujándose, cayendo, pisoteándose en suciego terror, arracimadas como locas en la puer-ta, impidiéndose mutuamente salir, y chillandolo mismo que si todas las ametralladoras delmundo es tuviesen apuntadas y prontas a dis-parar contra ellas.

Quedose en medio del zaguán la insigne Tri-buna, sola, rezagada, vencida, llena de cóleraante tan vergonzosa dispersión de sus ejércitos.Para mostrar que ella no temía ni se fugaba, fuesaliendo a pasos lentos y llegó al patio en oca-sión que la guardia, aprovechándose de la ven-taja fácilmente adquirida, expulsaba a las últi-mas revolucionarias, sin mostrar gran enojo.Por galantería, el soldado del fusil administró a

Page 420: La tribuna - One More Library

Amparo un blando culatazo, diciéndole «Ea...afuera...». La Tribuna se volvió, mirole con re-gia dignidad ofendida, y sacando el pito, silbóal soldado. Después cruzó la puerta que se lecerró en las mismas espaldas con gran estrépitode gonces y cerrojos.

Al verse fuera ya, miró asombrada en tornosuyo y halló que una gran multitud rodeaba eledificio por todos lados. No sólo las que esta-ban dentro, sino otras muchas que habían idollegando, formaban un cordón amenazador entorno de los viejos muros de la Granera. La Tri-buna, viendo y oyendo que sus dispersas hues-tes se rehacían, comenzó a animarlas y a exhor-tarlas, a fin de que no sufriesen otra vez tanhumillante derrota. Ya las que habían sido arro-jadas por los soldados, al contacto de la resueltamuchedumbre, recobraron los ánimos decaí-dos, y enseñaban el puño a la muralla profi-riendo invectivas.

Page 421: La tribuna - One More Library

Hicieron ruidosa ovación a su capitana queempezó a recorrer las filas calentando a las queaún tenían recelo o no estaban dispuestas agritar. Y eligiendo dos o tres de las más animo-sas, mandoles que arrancasen una de las des-iguales y vacilantes piedras de la calzada, quese movían como dientes de viejo en sus alveo-los, y, alzándola lo mejor posible, la condujesenante la puerta que les acababan de cerrar en susmismas narices. Brotó de entre los espectadoresun clamoreo al ver ejecutar esta operación contino y rapidez y oír retemblar las hojas de lapuerta cuando la lápida cayó contra el quicio.

—Hacen barricadas—exclamó una cigarreraque recordaba los tiempos de la Milicia Nacio-nal.

—Borricadas, borricadas—exclamaba unamaestra—, nos van a dar por cara todo estebarullo.

Page 422: La tribuna - One More Library

El propósito de las desempedradoras no eraciertamente hacer barricadas, sino otra cosamás sencilla: o bien echar abajo la puerta a pu-ros cantazos, o bien elevar delante un montónde piedras por el cual se pudiese practicar elescalamiento. En su imprevisión estratégicaolvidaban que del otro lado, al extremo delcallejón del Sol, existía un portillo, un lado dé-bil, sobre el cual debería cargar el empuje delataque. No estaba la generala en jefe para talescálculos: cegada por la rabia, Amparo no pen-saba sino en atravesar otra vez la misma puertapor donde la habían expulsado—¡oh rubor!—cuatro soldados y un cabo. Así es que arranca-da ya, casi con las uñas, la primer baldosa, seprocedió a desencajar la segunda.

Apoyadas en el muro de una casita de pes-cadores, donde había redes colgadas a secar,Guardiana y la Comadreja miraban el motín sintomar parte en él. Ana era remilgada, endeblecomo un junco, y jamás podrían sus descarna-

Page 423: La tribuna - One More Library

das manos, forzudas sólo en los momentos deexcitación nerviosa, levantar ni una peladilla dearroyo algo grande; en cuanto a Guardiana, secreía obligada a permanecer allí, puesto que alfin el tumulto era «cosa de la Fábrica»; perodesaprobándolo, porque indudablemente, detodo aquello iban a resultar «desgracias».

—¡Mira Amparo, tan adelantada en meses, ycómo ella trajina!

—Es el demonche. Ella sola levanta la pie-dra—contestó Ana, con la reverencia de losdébiles hacia la fuerza física.

Mas la primera piedra era enorme: una losade un metro de longitud y gruesa y ancha aproporción, y constituía un problema de diná-mica al trasportarla sin auxilio de máquina al-guna. Para echada a hombros de una sola per-sona era enorme y la aplastaría; para llevada en

Page 424: La tribuna - One More Library

vilo entre varias, no se sabía cómo subirla. Am-paro discurrió irla enderezando y rodando has-ta la puerta, y en efecto, el sistema dio buenresultado y la piedra llegó a su sitio. Al puntoque la vio colocada, tornó con infatigable ardora intentar descuajar un nuevo proyectil. En estafaena y brega estaban entretenidas las pronun-ciadas, sin reparar que el sol calentaba más delo justo y que ya eran casi las once de la maña-na, cuando un rumor contenido, temeroso, leveal principio, se propagó entre el concurso ca-yendo como lluvia helada sobre el entusiasmogeneral, y causando notable descenso en losgritos y vociferaciones que coreaban el arran-que de las piedras.

¿Quién dio la noticia? Un pilluelo, que, conlos calzones remangados, venía al trote largodesde la plaza de la Fruta, allá en el barrio deArriba. Oídos sus informes, las miradas se vol-vieron ansiosamente hacia los cuatro puntoscardinales, y cada boca murmuró pegándose a

Page 425: La tribuna - One More Library

cada oído ajeno dos palabras preñadas de es-panto: «Viene tropa».

Al notar la oleada del creciente rumor, aban-donó la Tribuna la piedra que traía entre ma-nos, y volviose iracunda, con la mirada rechis-peante, a la inerme multitud. Su rostro, suademán, decían claramente: «Ahora vuelvenestas cobardonas a dejarme aquí plantada». Enefecto, el nombrar tropa bastó para que toma-sen el portante algunas de las más animosasbarricaderas. ¡Pero qué fue cuando, en el puntomás lejano del horizonte, se vio aparecer unanube de polvo, y cuando se oyó como el trotede muchos caballos reunidos!

Amparo anima a sus huestes. Con la narizdilatada, los brazos extendidos, diríase que laaparición de las brigadas de caballería y fuerzasde la Guardia Civil que desembocan, unas porel camino real, otras por San Hilario, redobla su

Page 426: La tribuna - One More Library

guerrero ardor, acrecienta su cólera. «No noscomerán, grita.... Vamos a tirarles piedras, a lomenos tengamos ese gusto...». Nadie quieretenerlo. La losa enorme es abandonada; las quemás gritaban se escurren por donde pueden;cuando las brigadas llegan a las puertas de laGranera, el motín se ha disuelto, sin dejar másseñales de su existencia que dos medianas bal-dosas, arrimadas al portón, y algunas mujeresdispersas, inofensivas, en medrosa actitud.

-XXXV-

La Tribuna se porta como quien es

Cada vez más fría la estación invernal y máscalientes las noticias que de allá fuera vienen aconmover la Fábrica. Por de pronto, no queda-ron estériles las disposiciones marciales demos-tradas el día del motín, y al siguiente cobraron

Page 427: La tribuna - One More Library

las operarias sus haberes a tocateja. No era cosade provocar el enojo del pueblo en el estadoactual de España, que parecía ya la casa de Tó-came Roque. Nadie se entendía; al ejército se leconocía por la «tropa amadeísta»; la artilleríapresentaba dimisión en masa; el Maestrazgoardía, Saballs llamaba «cabecilla» a Gaminde yGaminde le devolvía el calificativo; los Hierrosordenaban a una compañía entera de ferro-carriles suspender la circulación de trenes; co-rría en Cataluña moneda con el busto de CarlosVII, y la reina de más tristes destinos, la mujerde Amadeo I, a la cual tirios y troyanos nom-braban desdeñosamente «la Cisterna», daba almundo con terror y lágrimas un mísero infante,y ningún obispo se prestaba a bautizar el vás-tago regio. Así andaba la patria. Más adelantese ha visto que podía encontrarse mucho peor.

Amparo quedó algo abatida desde el memo-rable día del pronunciamiento. Había hecho talgasto de energía y de fuerza muscular remo-

Page 428: La tribuna - One More Library

viendo los pedruscos de la calzada, y tal dis-pendio de laringe, espoleando a las remisas yvacilantes, que por algún tiempo no quedó deprovecho para cosa alguna. Entre el frío, la llu-via que, al ir a la Fábrica la acribillaba a alfile-razos en la piel o la bañaba con gruesos y an-chos goterones que se deshacían aplastándoseen su mantón, y la fatiga inherente a su estado,viose sumida en marasmo constante, que a ve-ces iluminaba, a manera de relámpago que di-vide un cielo oscuro, aquella última y robustaesperanza en el advenimiento de la federal.¡Cuán triste veía el cielo, y el aire, y todo enderredor! Parecíale a Amparo que los lugarestestigos de sus dichas y sus yerros habían sidodevastados, arrasados por mano aleve. La tierradel huerto que Baltasar había llamado paraíso,desnuda, en barbecho, aguardaba la vegeta-ción. De los verdes y gayos maizales sólo que-daban rastrojos. Los árboles de la carretera al-zaban sus ramas peladas y escuetas al brumosocielo. El piso, lleno de charcos formados por la

Page 429: La tribuna - One More Library

lluvia, se hallaba intransitable, y delante de lamisma casa de la Tribuna una gran poza obs-truía el paso; para entrar, Amparo tenía quesaltarla, y como no calculase bien el brinco,sucedíale meter el pie en el agua helada y cena-gosa, y haber de mudarse después las medias yel calzado. Algunas veces encontraba a Chinto,que se ofrecía a darle la mano para pasar el malpaso, y su ademán compasivo la encendía enira. ¡Ser compadecida por semejante bestia! ¡Aesto llegábamos después de tanto sueño, detanta aspiración hacia la vida fácil y brillante,hacia la dicha!

Así iba desgranándose el racimo de los díasde invierno, lentos aunque breves, sin que Am-paro viese brillar un rayo de claridad en el fir-mamento ni en su destino. Aplanose su espíri-tu, y cometió un acto de flaqueza. No veía aBaltasar desde la disputa en el merendero, yentrole, de pronto, deseo invencible de hablarcon él, para suplicar o para increpar, ella misma

Page 430: La tribuna - One More Library

no sabía para qué; pero, en suma, para desfo-gar, para romper aquella horrible monotoníadel tiempo que pasaba inalterable. Enviole elmensaje por Ana. Baltasar respondió: «Ya iré».

—¿Piensa usted ir?—le preguntaba Borrénaquella tarde.—¿A qué? ¿A oír lástimas que nopuedo remediar? ¡Algo bueno daría por estarahora en Guipúzcoa!

—¡Hombre... pobre chica!

Baltasar tomó su café a sorbos, muy pensati-vo. Calculaba que la avaricia de su madre leexponía, tal vez, a un grave compromiso. Erafalta de habilidad no remitir a Amparo siquieramil reales para tenerla contenta mientras él noaseguraba a Josefina, que engreída ahora con laperspectiva del caudal, le había acogido conhartos remilgos y escrúpulos, dificultando rea-nudar sus antiguos amorcillos. ¡Bah! El caso era

Page 431: La tribuna - One More Library

ganar tiempo, porque apenas pusiese tierra enmedio el peligro cesaba.... No obstante, el pru-dente Baltasar temía, temía una campanadainoportuna, que diese al traste con sus nuevosplanes.

—¿Qué te dijo?—interrogó ansiosamenteAmparo.

—Que vendría—repuso la Comadreja.

—Pero... ¿cuándo?

—No quiso explicar cuándo.

—¿Piensa él que estoy yo para esas calmas?

—Lo que él no tiene es gana de verte el pelo.

Page 432: La tribuna - One More Library

Amparo dejó caer la cabeza sobre el pecho, ysu rostro se anubló con expresión tal de des-consuelo y enojo, que Ana la miró compadeci-da.

—Si algún día... si pronto... viene la repúbli-ca... la santa federal... ¡así Dios me salve, Ana...lo arrastro!

Ana se echó a reír con su delgada risa estri-dente.

—No seas tonta, mujer... no seas tonta... ¡pa-ra divertirlo y darle un mal rato no tienes queaguardar por república ni repúblico!

—¿Que no?

Page 433: La tribuna - One More Library

—¿Sabes lo que yo había de hacer? Pues estomismo. Coger papel y pluma.... ¿Conoce tuletra?

—Nunca le escribí.

—Mejor. Pues escribirle a la de García unacarta bien explicada, para que no se deje enga-ñar por él.

—¿Un anónimo? ¡Quita allá!

—Un avisito... contándole lo que hizo conti-go. No seas boba, anda, más merece.

Pasaba esta conversación a la salida de la Fá-brica; Ana llevó a Amparo a su casa, en la callede la Sastrería. Subieron a un cuartuco; la Co-madreja dio a su amiga recado de escribir, yentre las dos compusieron la siguiente epístola,

Page 434: La tribuna - One More Library

que fielmente se traslada a la estampa: «Esti-mada Srta.: halguien que la estima le abisa quequien se guiere casar con Usté tiene comporme-tida huna Chica onrada, y lea dado palbra decasarse con ella. Es el de Sobrado, parque Usténo dude, y Usté se iformará y veraque es verdá.Q. b. s. m. Un afetísimo amigo». La Comadrejacerró, dictó sobre y señas, puso lacre fino delque ella usaba para escribir a su capitán, pegóun sello, y dijo a la Tribuna:

—Ahora, de paso que vuelves a tu casa, laechas en el correo con disimulo.

Al bajar la escalera, estrecha y oscura comoboca de lobo, zumbábanle a Amparo los oídosy apretaba convulsivamente la carta, llevándolaoculta bajo el mantón. La oprimía como oprimi-ría un puñal, con vengativo empeño y no sincierto interior escalofrío. Se representaba a laorgullosa señorita de García rompiendo el so-

Page 435: La tribuna - One More Library

bre, leyendo, palideciendo, llorando...—¡Quepene!—decíase a sí propia la oradora—. ¡Quesufra como yo!... ¿Y qué tiene que ver? Si ellapierde un pretendiente, yo he perdido la con-ducta y cuanto perder cabe...—Después pensa-ba en Baltasar... y en los Sobrados todos...—.¡Ah!, ¡buen chasco esperaba a la avarienta de lamadre, que contaba con establecer brillante-mente a su hijo! No la habían querido a ella...pues ahora iban a verse desairados a su turno....¡Ya probarían lo bien que sabe!

Se le presentaban estas ideas a medida queadelantaba por la calle de la Sastrería, calle tor-cida, mal empedrada, en cuyos adoquines tro-pezaba de vez en cuando, mientras la luz vagade los faroles del alumbrado público, proyec-tándose un momento, arrojaba a las paredesblanqueadas de las casas su silueta furtiva, delíneas desfiguradas, fantasmagóricas, prolon-gadas por la funda del pañuelo. En la oscuranoche invernal, caminando con paso atentado

Page 436: La tribuna - One More Library

para salvar los charcos que dejó la lluvia de latarde, parecíale a Amparo ir a cometer un deli-to, y, herida, sintiendo el dolor de su agravio,este pensamiento la embriagaba. Maquinal-mente, al llegar a la entrada de la calle estrechade San Efrén bajó una mano para recoger elvestido que se iba manchando de barro, y alhacerlo aflojáronse sus dedos y dejó de apretarla carta, cuyo satinado papel le acariciaba lasfalanges.... Al cruzar la travesía del Puerto, sucabeza pareció despejarse, y vio el escaparatede la tercena y el buzón, con las fauces abiertas,como voceando «aquí estoy yo». Amparo soltóel vestido y sacó de debajo del mantón la manoderecha y la misiva.... Detúvose antes de alzarel brazo.

—¡Un anónimo!—pensaba.

Page 437: La tribuna - One More Library

Su indómita generosidad popular se desper-tó. La pequeñez de la villana acción se le hacíamuy patente al ir a perpetrarla.

—Debí decirle a Ana que la echase ella.... Yono tengo cara a esto —murmuró entre sí—. Y sino la echo me llamará boba.... Pues mejor. ¡Estoes indecente!—balbució adelantando la cartahasta tocar con el buzón—. No, repelo—exclamó casi en voz alta bajando la mano—.Esto es una cochinada.... ¡Más vale ahogarlosdonde los encuentre!

Dio precipitadamente la vuelta y se metiópor un callejón que lindaba con la travesía delPuerto, desembocando en el muelle. Ofreciosede pronto a sus ojos el agua negra de la bahía,que no alumbraban la luna ni las estrellas, ydonde los barcos inmóviles parecían más ne-gros aún. Arrimose al parapeto. Una brisa sali-trosa, picante, le envolvió la faz. Despejósele

Page 438: La tribuna - One More Library

completamente el cerebro, y con viveza sumahizo pedazos la epístola anónima. Los blancosfragmentos revolotearon un instante, comovoladoras falenas, y cayeron sordamente en elagua, que chapoteaba contra el muro del em-barcadero.

-XXXVI-

Ensayo sobre la literatura dramática revo-lucionaria

No hay remedio, esto se va y lo otro avanza agalope. ¿Cuándo se retira Amadeo? ¿Hoy?¿Mañana? Y si el italiano no perdió de vistatodavía la tierra española, ya es como si vivié-semos en plena república; no estará proclama-da, pero ¿qué más da? Todo el mundo cuentacon ella de un instante a otro. Sólo bajo la mo-narquía de merengue que se va derritiendo y

Page 439: La tribuna - One More Library

consumiendo al calor de la revolución podía serrepresentable el drama que anunciaban los car-teles del coliseo marinedino, Valencianos conhonra. Aunque Amparo no iba a parte alguna,tanto oyó hablar de lo intencionado y subversi-vo que era el drama famoso, y de cómo pintabaa los republicanos tal cual son y no según losennegrece el pincel reaccionario, que resolvióasistir. Instalose con Ana en el paraíso, dondese amontonaba inmensa concurrencia, que lesmetía los pies por la cintura, los codos por lasingles; a duras penas lograron las dos mucha-chas apoderarse de su sitio; al fin consiguieronembutirse de medio lado en delanteras, y allí semantuvieron prensadas, comprimidas, sin serdueñas ni de enjugarse el sudor de la frente. Elcalor era espeso, asfixiante. Al alzarse el telónvino una bocanada de aire más respirable aaquel horno; poco duró, pero al menos dio áni-mos para atender a las primeras escenas deldrama.

Page 440: La tribuna - One More Library

El cual merecía bien que se sufriese la asfixiay otros géneros de tortura, a trueque de verlorepresentar. Desde la exposición tuvo conmo-vidos y suspensos a los espectadores. No podíaser de más actualidad el argumento, basado enlos sucesos políticos de Valencia de 1869. Juga-ba en el enredo un espía, un vil espía, perse-guidor y delator de una familia republicana amachamartillo. Perdonado este pícaro en elprimer acto por los magnánimos conspiradoresa quienes vendió, claro está que no había deenmendarse, y que en los actos siguientes vol-vería a hacer de las suyas; no lo creyeron así losprotagonistas del drama, pero en cambio laconcurrencia de la cazuela lo presintió, y enmedio del calor sofocante se oían voces ahoga-das de emoción exclamando: «¡Ay! ¿Para quéperdonarán a ese tunante?... ¡Ya verás cómo losha de vender otra vez!... ¡Como yo le atrapaseno le soltaba, no!». Verdad es que si el bellacodel espía era tan malo que no tenía el diablopor donde cogerlo, en cambio los personajes

Page 441: La tribuna - One More Library

republicanos ofrecían modelos de lealtad y de-chados de virtudes. Cuando en el mismo actoprimero una esposa se abraza a su marido, queparte al combate, declarando con noble resolu-ción que quiere seguirle y compartir los riesgosde la lid, Amparo sintió como un nudo, comouna bola que se le formaba en la garganta, yhaciendo un supremo esfuerzo, se agarró a labarandilla de la cazuela y gritó «¡bien!... ¡muybien!» dos o tres veces, luciendo su voz de con-tralto. Era aquel drama el mismo que ella habíasoñado en otro tiempo, cuando llegaron a Ma-rineda los delegados de Cantabria, de cuyosriesgos y aventuras tanto deseara ser partícipe.La escena final del acto, donde todos los volun-tarios republicanos, entre el fragor de la lidempeñada, doblan la rodilla al aparecer el Se-ñor acompañado de las monjas de San Grego-rio, aflojó suavemente los tirantes nervios de laconcurrencia. Una especie de rocío refrigerantede honradez, dulzura y religiosidad se derramósobre el público; las gentes experimentaban

Page 442: La tribuna - One More Library

impulsos de abrazarse, de rezar y de charlar.¡Después dirán que los oscurantistas se levan-tan por la religión! ¡Sí, sí! ¡Por cobrar las contri-buciones y destruir ferroscarriles! ¡Que vengan aoír esto! ¿Quién duda que los mejores cristianosson los federales?

Pasose el entreacto en vivos comentariosacerca del drama, que causaba favorabilísimaimpresión. Personas grandes se limpiaban losojos con el dorso de la mano haciendo tiernosmomos de llanto. ¡Cuidado que se necesitabatalento y sabiduría para escribir piezas así! Sóloera irritante lo de dejar al espía con vida, por-que de fijo, en el acto próximo, iba a salir conalguna barrabasada gorda. De tal suerte impe-raba el entusiasmo, que nadie se ocupaba enmirar a la gente de abajo, a pesar de hallarse debote en bote el coliseo; y como tardase en subirel telón, hubo pateos y aplausos impacientes yfuriosos. Al fin dio principio el ansiado actosegundo.

Page 443: La tribuna - One More Library

Graduaba el autor hábilmente los efectosdramáticos, manejando con destreza los resor-tes del terror y la piedad. Ahora presentaba unmancebito que volvía de la lucha callejera a sucasa, herido mortalmente, y consternando a sufamilia del modo que cualquiera puede figurar-se. La actriz encargada de este interesante papelse había puesto sobre su cabello natural unapeluca de ricitos cortos que la hacía semejante aun perro de aguas; circundaban sus ojos ro-mánticas ojeras marcadas al difumino; espesacapa de polvos de arroz imitaba la palidez de laagonía; llevaba americana muy floja para disi-mular la amplitud de las caderas, y entró tam-baleándose y dando traspiés, con la mano apo-yada en la región del pecho donde se suponíaestar la herida. Por el paraíso circuló un rumormisterioso y profundo, el rugido opaco de laemoción que se comprime y refrena para mejorestallar después. Comenzó la escena de la des-pedida del moribundo y su familia. Cuando elpadre, comandante de los voluntarios republi-

Page 444: La tribuna - One More Library

canos, dijo adiós al hijo confiándole la bandera,en unos versos que terminan así:

Lleva la palma en la manoMientras la patria en ofrendaTe da este sudario en prenda...

y corriendo hacia la concha del apuntador ymudando la voz llorona en un vocejón estentó-reo, gritó cerrando de puños:

¡Viva el pueblo soberano!

Los llantos histéricos de las mujeres fueroncubiertos, devorados por el clamor que se alzócompacto y fortísimo, repitiendo frenéticamen-te el ¡viva!, a la vez que un huracán de palma-das asordó el coliseo. Contagiados, electrizadospor la exaltación del público, los actores se es-meraban, bordaban su papel, y, poseyéndose,se abrazaban en realidad y se daban verdaderas

Page 445: La tribuna - One More Library

puñadas en el tórax. Amparo, con medio cuer-po fuera de la barandilla, palmoteaba a más ymejor.

Durante el segundo entreacto, las gentesprensadas en la cazuela se hallaron unas miajasmás anchas y cómodas, ya sea porque su volu-men se había ido sentando y acomodándose alespacio, ya porque algunas, indispuestas contan alta temperatura, mal de su grado hubieronde retirarse. Ana logró, pues, revolverse y es-cudriñar con sus perspicaces ojos de gato losámbitos del teatro todo. Dio un expresivo co-dazo a la Tribuna, que miró hacia donde le se-ñalaba su amiga, y divisó a las de García en unpalco platea.

Fijose especialmente en Josefina, que estabaelegante y sencilla, con traje de alpaca blancaadornado de terciopelo negro. A toda su fami-lia, desde la madre hasta Nisita, les rebosaba el

Page 446: La tribuna - One More Library

contento visiblemente; pero Josefina, en parti-cular, no parece sino que se había esponjadocon las buenas nuevas del pleito. La proximi-dad de la fortuna animaba, como un reflejodorado, su tez, y hacía fulgecer en sus ojoschispas áureas. Recostada en la silla, gozababeatíficamente del triunfo, exponiendo a laadmiración de los inquilinos de las lunetas elcuerpecillo ajustado, púdico, la línea fugitivaque se elevaba desde la cintura al hombro, elgracioso manejo de abanico, el movimientodelicado con que subía los gemelos a la alturade las cejas. No acertaba Amparo a apartar losojos de su vencedora rival, y a duras penas ladistrajo de aquella contemplación acerba elprincipio del tercer acto.

Aparecía en éste un oficial del ejército, que,agradecido a la hospitalidad que le habían otor-gado en la casa republicana, salvaba a su vez alos dueños de ella: patético rasgo, corona detodos los excelentes sentimientos que abunda-

Page 447: La tribuna - One More Library

ban en el drama. Cuando más moqueaba lagente y se oían más jipíos y sollozos, Amparosintió que su mirada, atraída por irresistibleimán, se clavaba otra vez en el palco de García.Abriose la puerta de este, y entró Baltasar, ce-ñido el fino talle por un uniforme intachable; ydespués de saludar cortésmente a la madre y alas niñas, se sentó al lado de la mayor, arre-glándose el pelo con la enguantada mano, yestirando levemente, con notable desembarazo,la tirilla. Dirigió a Josefina en voz baja dos otres palabras que, según el movimiento con quelas acompañó, debían ser: «¿Qué tal esto?». Y lade García alzó los hombros de un modo imper-ceptible, que claramente significaba: «Psh.... Undramón muy cursi y muy populachero». Defi-nida así la situación, Baltasar tomó familiar-mente el abanico de la joven, y mientras lo ce-rraba y abría y le daba vueltas como para in-formarse bien del paisaje, se entabló una deesas conversaciones íntimas, salpicadas de co-queterías, de reticencias, de miradas intensas y

Page 448: La tribuna - One More Library

cortas, de ahogadas risas, diálogos en que reinadulce abandono, que no serían posibles mano amano y en la soledad, y nunca se producenmejor que entre el tumulto de un sitio público,ante miles de testigos, en el desierto de las mul-titudes.

—Pero no ves, mujer... ¡qué poca vergüen-za!—exclamaba Ana señalando al grupo, delcual no se separaban las pupilas de Amparo—.Después del... del aviso, ¿no sabes?—añadióhablándole al oído.

La Tribuna no contestó. Ana ignoraba la des-trucción del anónimo: Amparo, avergonzándo-se de su noble impulso, no quería confesarlo,temerosa de que la Comadreja la tratase de ba-biona y de pápara, y aun de que repitiese la cartapor cuenta propia. Ahora... ahora, clavando lasuñas en la franela roja del barandal, sentía queel corazón se le inundaba de hiel y veneno: na-

Page 449: La tribuna - One More Library

da, estaba visto que era tonta; ¿por qué no echóla carta en el correo? Pero no; esa miserable yartera venganza no la satisfacía; cara a cara, sinmiedo ni engaño, con la misma generosidad delos personajes del drama, debía ella pedir cuen-ta de sus agravios. Y mientras se le hinchaba elpecho, hirviendo en colérica indignación, elgrupo de abajo era cada vez más íntimo, y Bal-tasar y Josefina conversaban con mayor con-fianza, aprovechándose de que el público, im-presionado por la muerte del espía infame que,al fin, hallaba condigno castigo a sus fechorías,no curaba de lo que pudiese suceder por lospalcos. De Josefina, que tenía la cabeza vuelta,sólo se alcanzaban a ver los bucles del artísticopeinado, la mancha roja de una camelia pren-dida entre la oreja y el arranque del blanco cue-llo, y la bola de coral del pendiente, que oscila-ba a cada movimiento de su dueña.

Bien quisiera la Tribuna salir, librarse de lasensación lancinante que le producía tal vista;

Page 450: La tribuna - One More Library

pero la gente que la rodeaba por todas partes,como las sardinas a las sardinas en la banasta,no le consentía moverse mientras el telón no sebajase. Un poco antes de terminarse el dramahubo de ver a las de García que se levantaban,y a Baltasar que les ponía los abrigos a todascon suma deferencia, empezando por la madre;después se cerró la puerta del palco, y quedoseAmparo con las pupilas fijas maquinalmente enaquel espacio vacío. Aún tardó algunos minu-tos en comenzar el desagüe de la cazuela, y elestrepitoso descenso por las escaleras abajo.Cogiéronse Amparo y Ana de bracero, y empu-jadas por todos lados arribaron al vestíbulo yde allí salieron a la calle, donde el frío cortantede la noche liquidó al punto el sudor en queestaban ensopadas sus frentes. Sintió la Coma-dreja que el brazo de Amparo temblaba, y lamiró, y le halló desencajada la faz.

—Tú no estás bien, chica... ¿qué tienes? ¿Teda algo por la cabeza?

Page 451: La tribuna - One More Library

—Suéltame—contestó con voz opaca la Tri-buna—. A donde voy no me hace falta compa-ñía.

—¡María Santísima!, ¿a dónde vas, mujer?,¿qué es esto?

—¡Que a dónde voy! Pues a apedrearles lacasa, para que lo sepas.

Y recogió el mantón, como para quedarsecon los brazos libres.

—Tú loqueas.... Anda a dormir.

—O me dejas o me tiro al mar—respondiócon tal acento de desesperación la muchacha,que Ana la soltó, y echó a andar a su lado, mi-diendo el paso por el de la terrible y coléricaTribuna.

Page 452: La tribuna - One More Library

—Te digo que se la apedreo, mujer; tan ciertocomo que ahora es de noche y Dios nos ve. ¡Re-pelo!,¡no hay sino hacer irrisión de las gentes...de las infelices mujeres... de los pobres! ¿Perotú has visto qué descaro, qué descaro tan atroz?En mi cara... en mi cara misma... ¡me valga sanDios!, ¡que esto no pasa entre los negros de alláde Guinea!

—Bueno... y ahora ¿qué se hace con perder-se... con ir a la cárcel, mujer?

—Desahogarme, Ana... porque me ahogo,que toda la noche pensé que con un cordel meestaban apretando la nuez.... ¡Romperles losvidrios, retepelo!, ¡armar un belén, avergonzar-los, canario!, ¡y que no me piquen las manos yque duerma yo a gusto hoy!, ¡que tengo lasasaduras aquí (señaló a la garganta) y el cora-zón apretao, apretao!

Page 453: La tribuna - One More Library

—Pero mujer... mira, considera....

—No considero, no miro nada....

Este diálogo duraba mientras cruzaron lasdos amigas el páramo de Solares en dirección albarrio de Arriba, por donde suponía Amparoque iba Baltasar acompañando a las de Garcíahasta su casa. El aire frío y el silencio de lascalles del barrio templaron, no obstante, la san-gre enardecida de la Tribuna. Pareciole entraren algún claustro donde todo fuese quietud ymelancolía. No hollaba un transeúnte el pavi-mento, que resonaba con solemnidad, y cuandomenos lo pensaban las dos expedicionarias, lescerró el paso una iglesia, la de Santa MaríaMagdalena, alta, muda, con pórtico de ojiva,donde la luz de los faroles dibujaba los vagoscontornos de los santos de piedra que se mira-ban inmóviles. Involuntariamente la Tribunabajó la voz, y al cruzar por delante del pórtico

Page 454: La tribuna - One More Library

se santiguó, sin darse cuenta de lo que hacía, yreportó y contuvo el paso. Ana iba a aprove-char la coyuntura para hacer a la determinadaTribuna mil reflexiones, a tiempo que un ofi-cial, que volvía de la plaza de la Fruta, cruzócasi rozándose con ellas y sin verlas, cantandoentre dientes no sé qué polca o pasodoble. Re-conoció Amparo a Baltasar y echó tras él comoel lebrel tras la res que persigue. ¿Oyó Baltasarlas pisadas de la Tribuna y pudo reconocerlas?¿O era solamente que iba deprisa? Lo cierto esque se perdió de vista al revolver de la esquina,y que, por muy diligentes que anduvieron lasque lo seguían, no lograron darle alcance.

—Voy a llamarle a la puerta—exclamó Am-paro.

—Mujer, ¿estás loca?... ¡una casa de la calleMayor!—murmuró Ana con respetuoso mie-do—. ¿Tú sabes la que se armaría?

Page 455: La tribuna - One More Library

En horas semejantes la calle Mayor ofrecíaimponente aspecto. Las altas casas, defendidaspor la brillante coraza de sus galerías refulgen-tes, en cuyos vidrios centelleaba la luz de losfaroles, estaban cerradas, silenciosas y serias.Algún lejano aldabonazo retumbaba allá... en lomás remoto, y sobre las losas el golpe del chuzodel sereno repercutía majestuoso. Amparo sedetuvo ante la casa de los Sobrados. Era ésta detres pisos, con dos galerías blancas muy encris-taladas, y puerta barnizada, en la cual se desta-caba la mano de bronce del aldabón. Y entre elsilencio y la calma nocturna, se alzaba tan seve-ra, tan penetrada de su importante papel co-mercial, tan cerrada a los extraños, tan protec-tora del sueño de sus respetables inquilinos,que la Tribuna sintió repentino hervor en lasangre, y tembló nuevamente de estéril rabia,viendo que por más que se deshiciese allí, al piedel impasible edificio, no sería escuchada niatendida. Accesos de furor sacudieron un ins-tante sus miembros al hallarse impotente contra

Page 456: La tribuna - One More Library

los muros blancos, que parecían mirarla conapacible indiferencia; y de pronto, bajándose,recogió un trozo de ladrillo que la casualidad lemostró, a la luz de un farol, caído en el suelo, ycon airada mano trazó una cruz roja sobre laoscura puerta reluciente de barniz, cruz rojaque dio mucho que pensar los días siguientes adoña Dolores y al tío Isidoro, que recelaban unsaqueo a mano armada.

-XXXVII-

Lucina plebeya

Vestíase Amparo, antes de salir a la Fábrica,reflexionando que diluviaba, que de noche sehabían oído varios truenos, que se quedaríagustosa en casa, y aún entre cobertores, si nonecesitase saber noticias, excitarse, oír vocesanhelosas que decían: «Ahora sí que llegó la

Page 457: La tribuna - One More Library

nuestra.... Macarroni se va de esta vez... hay unparte de Madrí, que viene la república... maña-na se proclama».

Al salir de su fementido lecho, la transicióndel calor al frío le hizo sentir en las entrañasdolorcillos como si se las royese poquito a pocoun ratón. Púsose pálida, y le ocurrió la terribleidea de que llegaba la hora. Volviose al lecho,creyendo que allí se calentaría: cerró los ojos yno quiso pensar. Un deseo profundo de anona-damiento y de quietud se unía en ella a tal ver-güenza y aflicción, que se tapó la cara con lasábana, prometiéndose no pedir socorro, nollamar a nadie. Mas como quiera que el tiempopasaba y los dolorcillos no volvían, se resolvióa levantarse, y al atar la enagua, de nuevo lepareció que le mordían los intestinos agudosdientes. Vistiose no obstante, y se dio a pasearpor la estancia, a tiempo que una mano llamó ala puerta del cuartuco, y antes que Amparo seresolviese a decir «adelante», Ana entró.

Page 458: La tribuna - One More Library

—¿Vienes?

—No puedo.

—¿Pasa algo, hay novedá?

—Creo... que sí.

—¿Qué sientes, mujer?

—Frío, mucho frío... y sueño, un sueño queme dormiría de pie... pero al mismo tiemporabio por andar... ¡qué rareza!

—¿Aviso a la señora Pepa?

—No... qué vergüenza.... Jesús, mi Dios....Ana querida, no la avises.

—¡Qué remedio, mujer! ¿Sigue eso?

Page 459: La tribuna - One More Library

—Sigue... ¡infeliz de mí, que nunca yo nacie-se!

—Acuéstate sobre la cama....

Con su viveza ratonil, Ana arropó a la pa-ciente, y ya se dirigía a la puerta, cuando unaquebrantada voz la llamó.

—Llévale la cascarilla a mi madre... dile queme duele la cabeza... no le digas la verdá, por elalma de quien más quieras....

—Sí que no se hará ella de cargo....

Amparo se quedó algo tranquila: sólo a vecesun dolor lento y sordo la obligaba a incorporar-se apoyándose sobre el codo, exhalando repri-midos ayes. Ana corría, corría, sin cuidarse dela lluvia, hacia la ciudad. Cerca de dos horas

Page 460: La tribuna - One More Library

tardó, a pesar de su ligereza, en volver acom-pañada de un bulto enorme, del cual sólo seveían desde lejos dos magnos chanclos queembarcaban el agua llovediza, y un paraguazode algodón azul con cuento y varillas de latóndorado. Bufaba la insigne comadrona y reso-plaba, ahogándose a pesar del ningún calor yde la mucha y glacial humedad de la atmósfera;cuando penetró en la casucha, revolviose enella como un monstruo marino en la angostatinaja en que el domador lo enseña. Fuese dere-cha a la cama de la paralítica, y le dijo dos o tresfrases entre lástima y chunga, que a esta le su-pieron a acíbar; cabalmente estaba deshacién-dose de ver que ni podía ayudar a su hija en eltrance, ni acompañarla siquiera; aquella habita-ción era tan próxima a la calle, que ni soñaba entraer allí a la paciente.

Consumíase la pobre mujer presa en su jer-gón, penetrada súbitamente de la ternura quesienten las madres por sus hijas mientras estas

Page 461: La tribuna - One More Library

sufren la terrible crisis que ellas ya vencieron....Chinto se encontraba allí, semejante a un palo-mino atontado.... Entró la comadrona donde lallamaba su deber, y el mozo y la vieja se queda-ron tabique por medio, ayudándose a sobrelle-var la angustia de la tragedia que para ellos serepresentaba a telón corrido.... La tullida mal-decía de su hija que en tal ocasión se habíapuesto, y al mismo tiempo lloriqueaba por nopoder asistirla. Y a cada cinco minutos la seño-ra Pepa entraba en el cuartuco llenándolo consu corpulencia descomunal, y ordenando mili-tarmente a Chinto que corriese a desempeñaralgún recado indispensable.

—Aceite, rapaz... ¡un poco de aceite!

—¿Qué tal?—interrogaba la madre.

—Bien, mujer, bien.... ¡Aceite, porreta!

Page 462: La tribuna - One More Library

Lo que no se encontraba en la casa, Chintosalía disparado a pedirlo fuera, prestado en lade un vecino, o fiado en las tiendas. General-mente, al recoger una cosa, la comadrona exigíaya otra.

—Un gotito de anís....

—¿Anís? ¿Para qué?—preguntaba la tullida.

—Para mí, porreta, que soy de Dios y tengocuerpo y también se me abre como si me locortasen con un cuchillo....

Y Chinto se echaba dócilmente a la calle enbusca de anís.... Volvía a presentarse la terriblecomadre, toda fatigosa y sofocada.

—Vino... ¿hay vino?

Page 463: La tribuna - One More Library

—¿Para ti?—murmuraba sin poder contener-se la impedida.

—Para ti, para ti.... ¡Para ella, demonche, quebien necesita ánimos la pobre!... ¿Piensas tú queyo le doy desas jaropías de los médicos, desoscalmantes y durmientes? ¡Calmantes! Fuersa,fuersa es lo que hace falta, y vino, que alegra alhombre las pajarillas, ¡porreta!

Quince minutos después:

—Tres onsas de chocolate, del mejor.... Y mi-ra, de camino a ver si encuentras una gallinitabien gorda, y le vas retorciendo el pescuezo....Pide también un cabito de cera... las planchado-ras que haya por aquí han de tener....

—¿De cera?

Page 464: La tribuna - One More Library

—De cera, ¡porreta! ¿Si sabré yo lo que mepido? Y pon agua a la lumbre.

Y Chinto entraba, salía, dando zancajadas através del lodo, trayendo a la exigente faculta-tiva cera, espliego, romero, vino blanco y tinto,anís, aceite, ruda, todas las drogas y comesti-bles que reclamaba.... En los breves intervalosque tenía de descanso el solícito mozo, se sen-taba en una silla baja, al lado del lecho de latullida, quejándose de que le faltaban las pier-nas de algún tiempo acá, él mismo no sabíacómo, y parece que la respiración se le acababaenteramente: el médico le afirmaba que se lehabía metido polvillo de tabaco en los broncos yen los plumones... Boh, boh... ¿qué saben losmédicos lo que uno tiene dentro del cuerpo?Hablaba así en voz baja, para no dejar de pres-tar oído a los lamentos de la paciente, que reco-rrían variada escala de tonos: primero habíansido gemidos sofocados; luego quejidos hondosy rápidos, como los que arranca el reiterado

Page 465: La tribuna - One More Library

golpe de un instrumento cortante; en pos vinie-ron ayes articulados, violentos, anhelosos, cualsi la laringe quisiese beberse todo el aire am-biente para enviarlo a las conturbadas entrañas;y trascurrido algún tiempo, la voz se alteró, sehizo ronca, oscura, como si naciese más abajodel pulmón, en las profundidades, en lo íntimodel organismo. A todo esto llovía, llovía, y latarde de invierno caía prontamente, y el celajegris ceniza parecía muy bajo, muy próximo a latierra. Chinto encendió el candil de petróleo, ytrajo caldo a la paralítica, y permaneció senta-do, sin chistar, con las rodillas altas, los piesapoyados en el travesaño de la silla, la barbaentre las palmas de las manos. Hacía un ratoque el tabique no comunicaba queja alguna.Dos o tres amigas de la Fábrica, entre ellasGuardiana, que ya no se quejaba de la paletilla,entraban un momento, se ofrecían, se retirabancon ademanes compasivos, con resignados mo-vimientos de hombros, con reflexiones pesimis-tas acerca de la fatalidad y de la ingratitud de

Page 466: La tribuna - One More Library

los hombres. De improviso se renovaron losgritos, que en el nocturno abandono parecíanmás lúgubres: durante aquella hora de angustiasuprema, la mujer moribunda retrocedía al len-guaje inarticulado de la infancia, a la emisiónprolongada, plañidera, terrible, de una solavocal. Y cada vez era más frecuente, más des-esperada, la queja.

Serían las once cuando la señora Pepa se pre-sentó en el cuarto de la tullida, enjugándose elrostro con el reverso de la mano. Sobre su fren-te baja y achatada, y en su grosera faz de Cibe-les de granito, se advertía una preocupación,una sombra.

—¿Cómo va?

—Tarda, porreta.... Estas primerizas, comono saben bien el camino...—Y la comadre hizoque se reía para manifestar tranquilidad; pero

Page 467: La tribuna - One More Library

un segundo después añadió—: Puede ser que...porque uno no quiere embrollos ni dolores decabesa, ¿oyes? Yo soy clara como el agua, va-mos... y no se me murieron en las manos, ¡po-rreta!, sino dos, en la edá que tengo.... Despuéslos médicos hablan.... Y yo cuanto puedo hago,y unturas y friegas de Dios llevo dado en ella....

Al afirmar esto, la comadre se limpiaba a lascaderas sus gigantescas manos pringosas.

—¿Habrá que avisar al médico?—gimoteó latullida.

—Porreta, a mi edá no gusta verse envueltaen cuentos... luego después, que si hizo así, quesi pudo haser asá... que si la señora Pepa sabe ono sabe el oficio.... Menéate ya, dormilón—añadió despóticamente volviéndose a Chin-to...—. Ya estás corriendo por el médico, ¡gan-so!

Page 468: La tribuna - One More Library

Chinto salió sin cuidarse del agua que conti-nuaba cayendo tercamente del negro cielo, ycorrió, perseguido por aquella voz cada vezmás dolorida, más agonizante, que atravesabael tabique, mientras la impedida se lamentabade que además de morírsele la hija, iba a tenerque abonar—¿y con qué, Jesús del alma?—loshonorarios de un facultativo. El silencio eratétrico, el tiempo pasaba con lentitud, medidopor el chisporroteo del candil y por un clamorya exhausto, que más se parecía al aullido delanimal espirante que a la queja humana. Medianoche era por filo cuando Chinto entró acom-pañado del médico. Acostumbrado debía estareste a tan críticas situaciones, porque lo prime-ro que hizo fue dejar el chorreante impermea-ble en una silla, remangarse tranquilamente lasmangas del gabán y los puños de la camisa, ytomar de manos de Chinto una caja cuadrilon-ga que arrimó a un rincón. Después entró en elcuarto de la paciente, y se oyó la voz gruñona

Page 469: La tribuna - One More Library

de la comadre, empeñada en darle explicacio-nes....

A eso de un cuarto de hora más tarde volvióel soldado de la ciencia a presentarse y pidióagua para lavarse las manos.... Mientras Chintobuscaba torpemente una jofaina, la madre, llo-rosa, temblando, preguntaba nuevas.

—Bah... no tenga usted cuidado... ese chicome dijo que se trataba de un lance muy peligro-so, y me traje los chismes... no sé para qué: unamuchacha como un castillo, con formación ad-mirable, una versión que se hizo en un decirJesús.... Estamos concluyendo. Ahora la coma-dre basta, pero yo seré testigo.

Lavose las manos mientras esto decía, y tor-nó a su puesto. La mecha de petróleo, consu-mida, carbonizada, atufaba la habitación, de-jándola casi en tinieblas, cuando dos o tres gri-

Page 470: La tribuna - One More Library

tos, no ya desfallecidos, sino, al contrario,grandes, potentes, victoriosos, conmovieron lahabitación, y tras de ellos se oyó, perceptible yclaro, un vagido.

-XXXVIII-

¡Por fin llegó!

Amparo descansa abismada en el reposo in-efable de las primeras horas. Sin embargo, amedida que la luz de la pálida mañana entrapor el ventanillo, vuélvele la memoria y la con-ciencia de sí misma. Llama a Chinto ceceándo-lo.

—¿Qué quieres, mujer?

Page 471: La tribuna - One More Library

—Vas a ir corriendo al cuartel de infantería....Parece que ahora no sale la tropa de los cuarte-les.

—Bueno.

—Si no está allí don Baltasar, a su casa.... ¿Lasabes?

—La sé. ¿Qué le digo?

—Le dirás... ¡veremos cómo sabes dar el re-cado! Le dirás que tengo un niño... ¿oyes? Novayas a equivocarte....

—Bueno, un niño....

—Un niño... no sea que digas una niña, ton-to; un niño, un niño.

Page 472: La tribuna - One More Library

—¿No le digo más?

—Y que ya sabe lo que me ofreció... y que siquiere ponerse por padre de la criatura... y quemañana se bautiza.

—¿Nada más?

—Nada más.... Esto... bien clarito.

Chinto salía cuando entraba Ana, que sehabía ido a su casa a dormir. Venía muy miste-riosa, como el que trae nuevas estupendas.

—¿Y ese valor, y el pequeño?—preguntó al-zando la sábana y la manta y sacando del tibiorincón donde yacía, un bulto, un paquete, unpañuelo de lana, entre cuyos dobleces se co-lumbraba una carita microscópica amoratada,unos ojuelos cerrados, unas faccioncillas pere-

Page 473: La tribuna - One More Library

grinamente serias, con la seriedad cómica delos recién nacidos. Ana empezó a hablarle, adecirle mil zalamerías a aquel bollo que delmundo exterior sólo conocía las sensaciones decalor y frío; buscó una cucharilla y le paladeócon agua azucarada; arregló la gorra protectoradel cráneo, blando y colorado como una beren-jena, y después se sentó a la cabecera del lecho,depositando en el regazo el fajado muñeco.

—¿No sabes?—exclamó abriendo por fin laesclusa de sus noticias—. Encontré a la que lescose a las de García.... No te alteres, mujer, alé-grate; se largan esta tarde para Madrí, porquetuvieron parte de que ganaron el pleito y van aarreglarlo allá todo.

Volvió Amparo el rostro con lánguido mo-vimiento, murmurando:

—Dios vaya con ellas.

Page 474: La tribuna - One More Library

—No sé que no les pase algo en el camino,porque anda todo revuelto.... Me dijo esa mis-ma chica que hoy sin falta venía la República....

—Hace... ocho días que la están anuncian-do....

—Calla, no hables, que te puede venir el de-lirio....

Y la Comadreja se dedicó a arrullar al infantemientras Amparo se sepultaba otra vez en unsopor que le dejaba el cerebro hueco, la cabezavacía, anonadando su pensamiento y haciéndo-la insensible a lo que pasaba en torno suyo. Lospasos de Chinto la llamaron a la vida otra vez.Abrió los ojos, que, en la palidez amarillosa desu morena cara, parecían mayores y azulados.Chinto se acercó andando de puntillas, torpóny zambo como siempre. Además parecía hallar-se muy turbado.

Page 475: La tribuna - One More Library

—Caro me costó que me dejasen pasar alcuartel—murmuró con su estropajosa habla depaisano, que salía a relucir de nuevo en los lan-ces difíciles—. No se puede andar.... Todo estárevuelto.... La gente corre como loca por lascalles.... Allí... dice que se marchó el Rey.... Queen Madrí hay República....

Medio se incorporó Amparo, apartando de lafrente los negros cabellos lacios con el sudorque los empapaba....

—¿Qué me dices?—balbució.

—Lo que te digo, mujer.... El alcalde y el go-bernador ya echaron muchos bandos, que los vien las esquinas.... Y están poniendo trapos decolor en los balcones....

—¡Será la cierta!—clamó alzando las ma-nos—. Sigue, sigue.

Page 476: La tribuna - One More Library

—Pues fui al cuartel... y allí no estaba....

—¿Irías a su casa volando?—interrogó Am-paro temblona.

—Fui... y dice que....

—Acaba, maldito.

—Y dice que...—Chinto se devanó los sesosbuscando una fórmula diplomática—. Dice queno está en el pueblo, porque... porque ayer semarchó a Madrí.

Quiso abrir la boca Amparo y articular algo,pero su dolorida laringe no alcanzó a emitir unsonido. Echose ambos puños a los cabellos y selos mesó con tan repentina furia, que algunos,arrancados, cayeron retorciéndose como negrosviboreznos sobre el emboce de la cama.... Las

Page 477: La tribuna - One More Library

uñas, desatentadas, recorrieron el contraídosemblante y lo arañaron y ofendieron....

—Lárgate, que me voy a levantar—dijo porfin a Chinto—, a ver si reúno gente y quemoaquella maldita madriguera de los de Sobrado.

—Sí, lárgate—añadió Ana—. ¡Para las bue-nas noticias que traes!

En vez de obedecer, acercose Chinto a la ca-ma, donde jadeaba Amparo partida, hecha rajaspor el horrible esfuerzo de su cólera.

—Mujer, oyes, mujer...—pronunció con vozque quería suavizar y que sólo lograba ensor-decer—no te aflijas, no te mates.... Allí... yo... yome pondré por padre y nos casaremos si quie-res... y si no, no... lo que digas.

Page 478: La tribuna - One More Library

Como generosa yegua de pura sangre a lacual pretendiesen enganchar haciendo troncocon un individuo de la raza asinina, la Tribunase irguió, y saltándosele los ojos de las órbitas,los carrillos inflamados por la fiebre, gritó:

—Sal, sal de ahí, bruto.... ¡Quieres conde-narme!

Fuese el emisario de malas nuevas con lamúsica a otra parte, cabizbajo, convencido deque era un criminal, y la oradora permaneciósentada en la cama, arrugando las ropas en lacontorsión desesperada de sus miembros ycuerpo.

—¡Justicia—clamaba—, justicia! ¡Justicia alpueblo... favor, madre mía del Amparo! ¡Virgende la Guardia!, ¿pero cómo consientes esto? ¡Lapalabra, la palabra, la palaaaabra... los derechosque... matar a los oficiales, a los oficia!...

Page 479: La tribuna - One More Library

Un principio de fiebre y delirio se traslucíaen la incoherencia de sus palabras. Su cabeza setrastornaba y aguda jaqueca le atarazaba lassienes. Dejose caer aletargada sobre las fundas,respirando trabajosamente, casi convulsa. Anase sintió iluminada por una idea feliz. Tomó elmuñeco vivo, y sin decir palabra, lo acostó consu madre, arrimándolo al seno, que el angelitobuscó a tientas, a hocicadas, con su boca deseda, desdentada, húmeda y suave. Dos lágri-mas refrigerantes asomaron a los párpados dela Tribuna, rezumaron al través de las pestañasespesas, humedecieron la escaldada mejilla, yen pos vinieron otras, que se apresuraban des-ahogando el corazón y aliviando la calenturaincipiente....

Al exterior, las ráfagas de la triste brisa defebrero silbaban en los deshojados árboles delcamino y se estrellaban en las paredes de lacasita. Oíase el paso de las cigarreras que regre-saban de la Fábrica; no pisadas iguales, elásti-

Page 480: La tribuna - One More Library

cas y cadenciosas como las que solían dar alretirarse a sus hogares diariamente, sino unandar caprichoso, apresurado, turbulento. Delgrupo más compacto, del pelotón más resueltoy numeroso, que tal vez se componía de veinteo treinta mujeres juntas, salieron algunas vocesgritando:

—¡Viva la República federal!