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LAS RELACIONAS AD UMINA DE LOS OBISPOS DE LA NUEVA ESPAÑA SIGLOS XVI Y XVII RELACIONES 71, VERANO 19 9 7, VOL. XVIII Jean-Pierre Berthe ECOLE DES HAUTES ETUDES EN SCIENCES SOCIALES, PARÎS

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LAS RELACIONAS AD UMINA

DE LOS OBISPOS DE LA NUEVA ESPAÑASIGLOS XV I Y XV I I

R E L A C I O N E S 7 1 , V E R A N O 1 9 9 7 , V O L . X V I I I

J e a n - P i e r r e B e r t h eECOLE DES H A U T E S E T U D E S EN S C I E N C E S S OC I A L E S , PARÎ S

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os historiadores de la Iglesia mexicana no parecen ha­ber mostrado curiosidad por las relaciones de las visi­tas ad limina de las cuales, sin embargo, podrían espe­rar valiosa información. Hasta donde sabemos, aún no existe un inventario sistemático de las relaciones de las

diócesis novohispanas o de la república mexicana que se conservan en el archivo vaticano. No obstante, desde 1924 el padre Mariano Cuevas había efectuado investigaciones en el archivo de la Congregación del Consistorio. En él descubrió cierto número de esos textos que los obis­pos de la Nueva España, a falta de poder hacer en persona las visitas ad limina prescritas por Sixto v en 1585, hacían llegar al papa por conduc­to de sus procuradores ante la Santa Sede. El padre Cuevas declara ha­ber tomado de dichos documentos una copia integral, aunque no pare­ce haber proveído una lista completa. Sin embargo, tradujo del latín y editó seis relaciones, una de las cuales data del siglo xvn (Antequera- Oaxaca, 1688) y otras cinco del siglo xvm: México, 1767; Chiapas, 1752 (?); Guadalajara, 1757; Yucatán, 1759; Durango, 1765. Las publicó en un capítulo de su gran obra, Historia de la Iglesia en M éxico-1

Una segunda búsqueda, efectuada en Roma en 1992-1993 por las jóvenes historiadoras Pascale Girard y Aliocha Maldavsky, ha permiti­do encontrar y fotografiar, en el fondo Sacra Congregatio Concilii, un im­portante conjunto de 33 relaciones hasta ahora desconocidas. Finalmen­te, acabamos de enterarnos de que una relación de la diócesis de Michoacán fechada en 1616, ha sido recientemente localizada en ese mismo fondo.2

Disponemos así hasta ahora de un corpus de 40 textos. De ese total, 21 se refieren sólo al siglo xix, los más numerosos. Son asimismo los más detallados, pues algunos comprenden hasta 60 páginas. Para esa cen­turia la diócesis más frecuentemente descrita es la de Guadalajara, con nueve relaciones. Vienen en seguida la de México y la de Michoacán con cuatro relaciones para cada una. Estos documentos, redactados en latín,

1 P. Mariano Cuevas, Historia de la Iglesia en México. Utilizamos la 5ta. edición, Méxi­

co, Editorial Patria, 1946-1947. La primera edición apareció en Tlalpan, 1921-1926, en 4

volúmenes.

2 Archivo Vaticano, Sacra Congregatio Concilii.

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a veces con algún anexo en italiano, merecen un análisis detallado que podría aclarar la historia de los conflictos entre el Estado mexicano y la Iglesia en el siglo xix.

Las otras 19 relaciones se refieren a la era novohispana. A reserva de nuevos hallazgos se puede pensar que no es mucho para los dos siglos y medio, o casi, comprendidos entre las instrucciones pontificias (1585) y el final de la soberanía española sobre México (1821). Este estado de cosas no se atiene solamente a la casualidad en la conservación de los archivos. La Iglesia de las Indias occidentales, del siglo xvi al xvm, estu­vo estrechamente controlada por la administración real que ejercía mi­nuciosamente el derecho de patronato y se interponía para obstaculizar los contactos con el papado. Un texto pontificio no podía circular legal­mente en América si no estaba provisto de la autorización, del pase del Consejo de Indias.

De esas relaciones de las diócesis de Nueva España, una sola data del siglo xvi, la de la diócesis de Puebla-Tlaxcala en 1593-1594. Otras siete fueron redactadas en el siglo xvn para las diócesis de México (1615 y 1695), de Michoacán (1616), de Puebla (1647 y 1660), de Guadalajara (1690) y de Antequera-Oaxaca, ya citada, de 1688. Finalmente, las dos series reunidas proporcionan once relaciones para el siglo xvm: tres para México (1720, 1761, 1767), otro tanto para Guadalajara (1735, 1757, 1758), dos para Puebla (1731 y 1749-1750). Tres diócesis están represen­tadas cada una por una sola relación: Chiapas (1752), Yucatán (1759), Durango (1765).

Para dar una idea de este tipo de documento, hemos decidido ana­lizar someramente algunas de las relaciones más antiguas. Las dos que se refieren a la diócesis de Puebla -con frecuencia también designada en esa época según el nombre de su primera sede, Tlaxcala- datan respec­tivamente de 1593-1594 y de 1647, y fueron dirigidas a Roma en nombre de los obispos por entonces reinantes, don Diego Romano y don Juan de Palafox y Mendoza. Ellas presentan un interés particular, pues se las puede comparar con descripciones de la misma diócesis redactadas en fechas muy próximas, 1582 y 1648, bajo la administración de los mismos prelados, aunque dirigidas esta vez al Consejo de Indias, órgano supre­mo de gobierno y justicia para los reinos americanos de la monarquía española.

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Se podrá hacer una comparación del mismo orden una vez que la relación ad limina de Michoacán sea publicada, pues existe de la misma diócesis una descripción detallada, redactada y firmada por el mismo obispo, fray Baltasar de Covarrubias, en 1619.

Las otras relaciones encontradas para el siglo xvn no se prestan para los mismos estudios comparativos, pero un examen aun rápido nos per­mitirá estimar la evolución de este género de informe durante algunas décadas de la segunda mitad del siglo xvn.

I

No es inútil, antes de todo análisis de textos, recordar algunas particu­laridades que singularizan las diócesis de Nueva España, así como todas las de Indias. En primer lugar sus dimensiones: son mucho más extensas que las de Europa. La España peninsular contaba a fines del siglo xvi con unas 50 diócesis cuya superficie promedio era inferior a los10 000 km2. En la misma época las cinco principales diócesis de Nueva España cubrían ellas solas un territorio más vasto que el del conjunto de las diócesis españolas. Hemos intentado calcular sus superficies. Las dimensiones son de 90 000 a 95 000 km2 para la arquidiócesis de México, poco menos para la de Puebla -80 000 a 85 000—; 120 000 para la de An- tequera-Oaxaca. Las tres se extendían de mar a mar, del golfo de México al litoral del océano Pacífico. Sus límites habían sido trazados antes de 1535, época en que la geografía de la Nueva España no se conocía sino muy aproximativamente. Todas presentaban un relieve muy accidenta­do así como zonas de poblamiento escalonadas entre el nivel del mar y altitudes considerables -hasta los 2 700 m-, con fuertes contrastes climá­ticos. Por lo que toca a las dos grandes diócesis de Michoacán y de Guadalajara -más de 120 000 km2 cada una en el siglo xvi-, que abarca­ban-toda la región oeste y noroeste de la Nueva España y la Nueva Ga­licia, carecían de límites fijos en dirección al norte y no cesaron de ex­tenderse con el avance de la colonización minera y agrícola.

Se comprende que esos inmensos territorios, por lo demás poco po­blados y desprovistos de caminos, no fuesen controlados sino de una manera bastante incompleta por una administración diocesana a la cual tomó tiempo establecerse y funcionar. No obstante, la mayoría de los

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obispos de la Nueva España parecen haber respetado, a partir de 1560, la obligación de visitar sus diócesis, ya sea en persona o por conducto de visitadores. A ese respecto contamos con numerosos y bien fundados testimonios y en ocasiones con detalladas relaciones de visitas pastora­les que podían durar varios meses y que rayaban en lo heroico.1 Éstas daban a los prelados la oportunidad de controlar al clero parroquial y de encontrarse personalmente con sus súbditos. Los contactos con los núcleos de población española, establecimientos agrícolas, ciudades mineras y centros administrativos eran bastante fáciles. Era más difícil para los obispos llegar a los indígenas. El hábitat de éstos seguía siendo disperso, a pesar de las tentativas de congregarlos en pueblos. Con ex­cepción de una pequeña minoría, los indios ignoraron el castellano du­rante mucho tiempo, mientras que raros fueron aquellos prelados capa­ces de predicar y de confesar en una o varias lenguas indígenas.4

Por lo demás los misioneros de las órdenes mendicantes, actores exclusivos de las primeras etapas de la evangelización, conservaron mucho tiempo la administración de numerosas parroquias de indios o doctrinas. Sumamente celosos de sus privilegios, de los cuales daban una interpretación extensiva, llegaron con frecuencia a eximirse de la jurisdicción episcopal. Los obispos se rehusaban a aceptar una situación que juzgaban canónicamente ilegítima y se esforzaban por reemplazar a los religiosos por clérigos que, cada vez en mayor número, reclama­ban para sí buenos curatos. De ahí las incesantes tensiones que duraron dos siglos y que algunas veces provocaron violentas crisis, como la que

3 Se puede citar una visita del arzobispo don Pedro Moya de Contreras en 1576 con

una duración de cuatro meses. Están las del obispo Medina Rincón en Michoacán hacia

1575-1580 y del obispo Covarrubias entre 1609-1622 en la misma diócesis. Palafox realizó

tres visitas en 1643,1644 y 1646, de las cuales contamos con el diario, así como de aque­

llas, muy frecuentes, de Mota y Escobar entre 1609 a 1622.

4 Fray Juan de Medina Rincón, religioso misionero de San Agustín, había aprendido

el náhuatl y el otomí, sin embargo no sabía el tarasco, lengua predominante en su dióce­

sis de Michoacán. De ello haría una asunto de conciencia y aun intentó renunciar a su

prelacia por ese motivo. Véase J.P Berthe, "Fray Juan de Medina Rincón, OSA, évêque du

Michoacan et défenseur des Indiens: essai de biographie", en: Berthe, Breton, Lecoin,

Vingt études sur le M exique et le Guatemala, Toulouse, Presses Universitaires du Mirail,

1991, p. 222.

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estallara en la diócesis de Puebla en 1640 poco después de la llegada del obispo Palafox, quien impuso su voluntad a los franciscanos. La autori­dad de los obispos de Indias estaba, pues, limitada por numerosos obstáculos.

Hay que añadir que la lentitud de los procedimientos de nombra­miento y de los trayectos marítimos provocaban frecuentes y largas va­cantes de sede, fuente de conflictos internos y de relajamiento de la dis­ciplina y de la acción pastoral. Fueron necesarios seis años para que el primer obispo y arzobispo de México, fray Juan de Zumárraga fallecido en 1548, fuese efectivamente reemplazado. En el siglo xvn la sede me­tropolitana de México permaneció vacante durante cerca de 46 años, la de Michoacán 35. Puebla, más favorecida, no conoció durante ese perío­do sino 13 años de sede vacante.5

II

La primera relación para la visita ad limina de la diócesis de Puebla fue presentada a la Santa Sede en febrero de 1594 en nombre de don Diego Romano, quien fue obispo de Puebla de 1578 a 1606. No conocemos bien su biografía; nació en Valladolid, fue clérigo secular. Hizo sus estu­dios en Salamanca y fue canónigo de Granada e inquisidor. Impulsó el establecimiento de los frailes carmelitas en su diócesis (Puebla, 1586; Atlixco, 1589) y fue durante su gestión que tuvo lugar en Puebla la fun­dación de un convento de monjas carmelitas descalzas en 1604, el pri­mero establecido en América.

Como a la mayoría de los obispos de Indias, le fueron confiadas por la Corona tareas administrativas y políticas. Fue así que se le encargó instruir el juicio de residencia del virrey Villamanrique en 1590, contra el cual no retuvo menos de 341 cargos.6

s Para los períodos de sede vacante, Cuevas, op. cit. III, p. 104.

‘ Resumimos aquí la noticia de Gil González Dávila, Teatro Eclesiástico de la primitiva Iglesia de las Indias Occidentales. Tomo primero. Madrid, 1649, pp. 91-92 que sirve de fuente

a Cuevas y a los cronistas locales. No obstante, la información de González Dávila no es

siempre segura. Es imposible, por ejemplo, que don Diego Romano haya podido ser con­

sagrado obispo en 1578 por el cardenal Diego de Espinosa, quien murió en 1572. ¿Se trata

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El pequeño expediente conservado en el archivo del Vaticano7 es un buen ejemplo de visita ad limina por procurador..., con sus bemoles. El primer documento es el poder, fechado el 14 de mayo de 1592 en México, y otorgado por el obispo a dos eclesiásticos para efectuar en su nombre la visita ad limina al estar él mismo impedido por la distancia y por sus ocupaciones al servicio del rey. Estos dos agentes y procurado­res eran el licenciado Diego López de Montoya, canónigo de Ávila y agente de la inquisición española en Roma, y el doctor Francisco Beteta, maestrescuela de Puebla y por entonces en camino hacia España. Pero la relación misma, muy breve, -poco más de dos páginas, ni siquiera 60 líneas- no fue presentada en Roma sino hasta veinte meses más tarde, el 11 de enero de 1594 por un tercer enviado, el P. Pedro Morales. Los dos primeros habían muerto entretanto; el primero en la misma Roma, el otro en altamar cerca de Lisboa. El P. Morales residía en México desde 1576 y había vivido diez años en la diócesis de Puebla, por lo cual pudo haberla conocido bien. Era rector del colegio de jesuitas fundado por él mismo en la ciudad episcopal. Fue a Roma a representar a la provincia mexicana en la quinta congregación general de la Compañía de Jesús. Los jesuitas, cuya comunicación con Roma era constante, sirvieron más de una vez como representantes de los obispos. El P. Morales es muy probablemente el redactor del texto que presentó ante la curia.8

A decir verdad, los informes que la relación aportaba al papa son de lo más sucinto. Una buena cuarta parte del texto está dedicada a las cir­cunstancias de esta visita por procurador: impedimentos del prelado, deceso de los primeros enviados, designación del P. Morales. La rela­ción precisa la sede del obispado in civitate Angelopolitana o "ciudad de los Angeles"9 y detalla en seguida la composición del cabildo. Otra indi­

de un lapsus calami por el cardenal Quiroga? Por otra parte, don Diego murió el 12 de

abril de 1606 y no en 1607, según lo escribió González Dávila.

7 Archivo Vaticano, Sacra Congregatio Concila, 48, ff.335-338.

8 Sobre el P. Morales, véase P. Francisco Zambrano, Diccionario Bio-bibliográfico de la Compañía de Jesús en México, México, Editorial Jus, 1970, X, pp. 291-365. II. Llegó a Roma

en noviembre de 1613 (p. 315).

9 Es el nombre más frecuentemente dado a la ciudad de Puebla en los siglos xvi y xvn.

Los franceses la llamaban generalmente "Angelópolis".

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cación numérica -hay muy pocas- el monto de los diezmos estimado en 40 000 pesos: la parte del obispo, un cuarto del total, se considera como suficiente.10 Esta relativa riqueza permite celebrar el culto divino con algún decoro; se menciona una capilla de músicos.

La información geográfica y estadística es extremadamente pobre. La relación indica que la ciudad de Puebla cuenta con 1200 familias o casas de españoles y un gran número de indios, sin más precisión. En cambio se enumeran en seguida "siete monasterios" en el sentido am­plio del término, pues los colegios se cuentan como tales, y dos conven­tos de mujeres. También se mencionan en términos generales cuatro hospitales y varias cofradías.

La diócesis comprende numerosas y ricas ciudades (m ultae civitates copiosae) -entiéndase de españoles- y un gran número de pueblos de indios (plurima indorum oppida) de los cuales la mayor y mejor parte está administrada por los franciscanos de la observancia, sin que el obispo tenga más que un derecho limitado de visita. La relación alude, sin in­sistir particularmente en ello, al problema de las relaciones entre el obis­po y los religiosos de las órdenes mendicantes encargados de las doc­trinas.11

Según el texto, esa sería la única originalidad de esta diócesis de Indias en comparación con las de la Europa católica. En efecto, el resto de la relación esboza un retrato absolutamente conformista del obispo: éste aplica en su diócesis los decretos del concilio de Trento; desde hace 16 años que está en funciones, ha procedido con mucha exactitud a la visita de la catedral y de las iglesias parroquiales de su distrito y ha ad­ministrado el sacramento de la confirmación.12 Participó en el concilio provincial mexicano. Nunca dejó de impartir frecuentes ordenaciones ni

Se conoce el monto neto de los diezmos, sin costos de recaudación, para los años

1578-1583. El promedio anual sí corresponde a la cifra dada por la relación.

" Si interpretamos correctamente el pasaje "in quibns ep(iscopus) nudam habet cjiiam- dam visita tionem". Al margen y de otra mano, una inscripción poco legible: "C. XI con

XXV de regul." parece remitir a las disposiciones del concilio de Trento relativas a las

órdenes religiosas.

12 El sentido del térmioo districtus es poco claro; puede tratarse del conjunto de la

diócesis o bien de la región central en torno a Puebla.

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de consagrar los santos óleos, de predicar, de celebrar misas pontifi­cales... en breve, de cumplir con todas las obligaciones de un prelado.

¿Quiere decir que ejerció sus funciones como si fuera obispo de Cuenca o de Oviedo? Los cardenales romanos podían creerlo, dada la extrema pobreza de la relación en indicaciones geográficas: ni una pala­bra acerca de las dimensiones excepcionales de la diócesis ni de la difi­cultad de circular por ella de otra manera que a pie o a lomo de muía. Fuera del de Puebla, sede del obispado, ningún otro nombre de ciudad es citado, mientras que algunas ciudades, Veracruz, Atlixco, están habi­tadas por españoles -con sus esclavos africanos- otras son ciudades de indios, Tlaxcala, Cholula, Huejotzingo, gobernadas por sus municipali­dades indígenas bajo la autoridad de facto de los grandes monasterios franciscanos. El texto distingue bien a los españoles de los indios, pero sin dar a estas denominaciones un contenido diferenciado. Nada sobre la evangelización ni sobre el problema de las lenguas indígenas en el ministerio parroquial que debía plantearse tanto a los curas seculares sometidos al ordinario como a los religiosos exentos. Ni una palabra tampoco sobre eventuales resistencias de los indios o sobre la persis­tencia de la idolatría.

La relación se cierra con algunas líneas dedicadas a las instituciones de enseñanza. Tal es el plato fuerte del redactor jesuita, el cual se mues­tra preciso en su concisión y destaca la ausencia de un seminario tri- dentino.

En suma, un cuadro somero sin color ni relieve que no parece haber incitado a los cardenales a reflexionar en torno a la cristiandad de las Indias occidentales y sus problemas. Para qué, efectivamente, supuesto que la política eclesiástica y la evangelización eran competencia del rey de España en virtud del derecho de patronato ejercido por el monarca y sus funcionarios. Es el rey quien financiaba directa o indirectamente la Iglesia de las Indias, nombraba de hecho a los obispos y a los canónigos y disponía del poder de crear, delimitar o modificar las diócesis. La in­formación recibida por el papado no tenía ninguna finalidad práctica y aquellos que la dirigían evidentemente estaban lejos de ignorarlo.

Así se explica que los informes dirigidos al Consejo de Indias sean de una muy otra calidad. La relación que acabamos de analizar palidece si la comparamos a la descripción de la misma diócesis preparada por

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el mismo obispo don Diego Romano -o sus colaboradores- y enviada al Consejo de Indias doce años antes. Es cierto que se trataba de la res­puesta a la instrucción formal del rey Felipe II, firmada el 5 de marzo de1581 en la ciudad portuguesa de Portalegre. Esta real cédula, que fue expedida a 28 diócesis de las Indias, es un documento muy significati­vo que muestra bien a las claras a quién pertenecía realmente el poder de controlar y administrar la Iglesia de las Indias.13

Primeramente, el rey recuerda su propia obligación de proveer al buen gobierno espiritual y temporal de sus reinos de ultramar. En vista de la lejanía, no lo puede hacer sino a partir de los reportes e informes que recibe "por relación y noticia". Para lograr el éxito en el asunto más importante para la conciencia real, es decir el anuncio del Evangelio y la administración de los sacramentos, el monarca "ruega y encarga" al obispo hacer preparar un informe detallado del estado de su diócesis. Los diversos artículos son minuciosamente enumerados: lista de las dignidades, canonjías y prebendas con los nombres de sus titulares, res­peto de la bula de erección, disciplina de los prebendados, rentas del ca­bildo y diversos oficios; lista de las ciudades y pueblos de españoles e indios y su situación religiosa; lista de las parroquias administradas por los clérigos seculares o los religiosos mendicantes; reglas de provisión de los beneficios, rentas; estado de las capellanías, hospitales y obras pías, sus fundadores, obligaciones y rentas.... en una palabra, una des­cripción completa y con cifras. No parece haberse intentado hasta ahora el inventario y análisis de las respuestas de los obispos a la real cédula de 1581. Las tres que conocemos -Puebla, Michoacán y Quito- son do­cumentos de una riqueza excepcional.14 La descripción enviada al Con­sejo de Indias por don Diego Romano no tiene menos de 78 páginas. Es un estado general de lugares, personas y finanzas de la diócesis. Hay

1:1 Texto de la real cédula de Felipe II, Portalegre, 5 de marzo de 1581, en: Solano

Francisco de, Cuestionarios para la formación de las relaciones geográficas de las Indias, siglos xvi/x ix ,. Madrid, CSIC, 1988, pp. 93-94.

M Las respuestas de don Diego Romano y de fray Juan de Medina Rincón están aún

inéditas. Esperamos publicarlas próximamente. La descripción de la diócesis de Quito,

en: Marcos Jiménez de la Espada, Relaciones geográficas de Indias, Perú, Madrid, Biblioteca

de Autores Españoles, 1965, II, pp. 191-200.

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ahí más de un ciento de "fichas descriptivas" de los miembros del clero secular (nombres, origen, nivel universitario, competencias lingüísti­cas), la lista completa de los beneficios conforme a las instrucciones reales. Aun cuando las cuestiones de pastoral no se abordan directa­mente, no están del todo ausentes. Se pueden extraer las precisiones necesarias tocante a la imbricación de la doble red parroquial y del grado de conocimiento de las lenguas indígenas por parte del clero.

No es, pues, por falta de documentos que las relaciones ad limina son tan esquemáticas. La pobreza de su contenido, aún más manifiesta por contraste con la abundante información dirigida al Consejo de Indias, refleja directamente el desequilibrio de poderes respectivos del papado y de la burocracia real en el gobierno de la Iglesia indiana.

Un segundo ejemplo de "relaciones paralelas" es el de los docu­mentos que conciernen a la diócesis de Puebla en 1647-1648. Desafortu­nadamente se presta menos al análisis. En efecto, cuando don Juan de Palafox, obispo de Puebla desde 1640, envió a Roma dos procuradores provistos de una carta de presentación en italiano fechada el 22 de mayo de 1647, se hallaba empeñado en un conflicto ya muy serio con los jesuitas de la provincia mexicana. Sabemos que este conflicto alcanzó rápidamente un grado nunca igualado de violencia.15

Los agentes de Palafox llegaron a Roma al principio de enero de 1648. Tenían evidentemente por cometido esencial sostener los intereses del obispo contra la muy influyente Compañía de Jesús. Llevaron a tér­mino en nombre de Palafox la visita ad limina y presentaron a la Santa Sede una relación que no está exenta de problemas. Si el texto del que disponemos está realmente completo -y aun en ese caso no se trataría sino de un elemento de un expediente mucho más voluminoso-, está compuesto de dos partes. La primera, sólo de dos páginas, es una corta descripción de la diócesis de tendencia apologética: "es la más antigua

,s La bibliografía relativa a don Juan de Palafox es casi siempre de carácter polémi­

co. Entre las obras recientes hay que señalar: Sor Cristina de la Cruz Arteaga y Falguera,

Una mitra sobre dos mundos, Sevilla, 1985, y Francisco Sánchez Castaner, Don Juan de Pala- fox, virrey de N ueva España, Madrid, Fundación Universitaria Española, 1988. Ninguna de

las dos es satisfactoria. El personaje histórico de Palafox, sin duda uno de los más fasci­

nantes de la España del siglo xvn, espera todavía a su biógrafo.

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de las Indias, poblada de fieles de ejemplar piedad [...] la catedral, que será próximamente terminada gracias al celo del prelado, es la más magnífica iglesia de la Nueva España y ha costado al rey un millón de pesos". Siguen breves indicaciones sobre el cabildo, las cuatro parro­quias de Puebla, las de toda la diócesis -104 del clero secular; 40 de ellas recientemente erigidas; 19 sólo del clero regular-, los monasterios, las visitas pastorales. La relación no menciona el conflicto con los francis­canos a propósito de las doctrinas, sino que aparece indirectamente en la estadística de las parroquias: las 40 recién creadas son precisamente aquellas que fueron quitadas a los frailes menores en 1640 y 1641.

La relación enfatiza la creación de nuevos establecimientos de ense­ñanza, entre ellos un seminario tridentino en el que se da el aprendiza­je de lenguas indígenas, tanto como la formación y la disciplina del clero. Tras un párrafo corto dedicado a las rentas y a las finanzas sin in­formación en cifras -aunque se precisa que los indios están exentos del diezmo-, la relación se interrumpe sin conclusión ni fecha.

La segunda parte comprende tres páginas y media y forma un con­junto completamente distinto al de la descripción de la diócesis. Por me­dio de sus agentes, el obispo se dirige a los cardenales de la congre­gación de regulares y les plantea 15 preguntas sobre la aplicación de los decretos del concilio de Trento, lo cual es enteramente ajeno a la relación misma. Se da prioridad a lo contencioso en relación a los jesuítas, a quienes para el caso apoyaban los dominicos. La presentación de la visi­ta ad limina no es, manifiestamente, sino una mera formalidad, aunque se reconocen claramente en su texto las principales preocupaciones de Palafox. Es sin embargo en otros escritos del obispo, donde éstas se expresaron y desarrollaron.

Por lo que hace al historiador curioso de precisiones sobre la Nueva España de mediados del siglo xvn, más le valdrá consultar la muy bella descripción de la diócesis de Puebla, redactada en 1648 por orden de Palafox -y manifiestamente bajo su control-, la cual fue enviada bajo sus auspicios a Madrid a Juan Diez de la Calle. Este último, que traba­jó por unos 35 años en el Consejo de Indias desde 1624, acumuló con pasión toda clase de documentos procedentes de las Indias: descrip­ciones, censos, estadísticas, listas de circunscripciones o de venta de ofi­cios, etc., de los cuales dejó innumerables copias, extractos y resúme­

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nes.1h Transcribió aquella descripción que abarca en sus manuscritos unos 15 folios. No es exactamente comparable al informe redactado en1582 por don Diego Romano, quien siguió el orden temático que le imponían las instrucciones reales. La descripción de 1648, cuyo autor desconocemos, -sin duda próximo al obispo- está construida sobre un corte geográfico de origen administrativo que corresponde a una divi­sión territorial en 13 prefecturas organizada por Palafox. En cada una de estas circunscripciones la cabecera distribuía las instrucciones del obis­po hasta las parroquias, de poblado en poblado, -llamábase a este sis­tema una cordillera- y supervisaba su ejecución. Así se tiene un cuadro muy completo -¡con el que no se cuenta en la relación enviada a Roma!- de la organización eclesiástica de la diócesis, en adelante toda ella bajo la jurisdicción episcopal desde la secularización de las parroquias administradas hasta 1640 por los regulares, o bien la sumisión a la autoridad del obispo de aquéllas que estos últimos habían podido con­servar. •

La descripción no es menos rica en información tocante a la po­blación, las actividades económicas, las lenguas habladas en las diver­sas regiones, así como en datos sobre la fauna y la flora locales. El uso que hace el autor de numerosos mexicanismos permite suponer que se trata de un hombre del país, de un criollo. Se entiende por qué Juan Diez de la Calle reprodujo esta descripción en la gran obra sobre las Indias que estaba preparando en 1655.17

III

Las relaciones de visitas ad limina anteriores a 1650 ofrecen, pues, poca materia a la curiosidad del historiador, a no ser su misma insignifican­cia. Las que corresponden a la segunda mitad del siglo xvn son incon­testablemente más consistentes, más detalladas y más significativas.

C. García Gallo, "La información administrativa en el Consejo de Indias", III Con­greso del Institu to Internacional de Historia del Derecho Indiano. Actas y Estudios, Madrid,

1973, pp. 361-376.17 Manuscrito de la Biblioteca Nacional de Madrid. Edición en preparación. Palafox

se escribía directamente con Juan Diez de la Calle.

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La relación que el obispo de Puebla, don Diego Osorio de Escobar, -quien gobernó la diócesis de 1656 a 1673- firmó de su puño y letra pro­bablemente en 1660 o 1661 a la intención del papa Alejandro vm, es mu­cho más extensa que las de sus predecesores. Comprende siete páginas grandes de escritura cerrada a lo largo de unos 215 renglones. Es ade­más infinitamente más detallada. Primero por lo que toca a las institu­ciones eclesiásticas, catedral, cabildo, parroquias, monasterios, hospita­les... esta enumeración se halla presente en todos los textos. Sin embargo también precisa los rasgos geográficos de la diócesis y no escatima la in­formación estadística: monto de los diezmos, número de parroquias y de conventos, etc., y mejor aún, las indicaciones etnográficas. Enumera las siete lenguas indígenas practicadas en la diócesis, menciona la per­sistencia de supersticiones y no intenta ocultar la querella de las doctri­nas con las órdenes religiosas. Este informe dirigido directamente al papa contiene, pues, verdadera información. Sería interesante conocer el origen de este cambio de tono: ¿se debe a la personalidad del obispo? -del cual no sabemos sino pocas cosas, era originario de la Coruña y fue canónigo de Toledo e inquisidor-, ¿o más bien a la época que parece haber favorecido las iniciativas de los obispos en relación a sus súbditos aun cuando nada indica un relajamiento de la tutela del Estado sobre la Iglesia?

Creemos poder observar una evolución análoga al comparar las dos únicas relaciones para las visitas ad limina de los arzobispos de México en el siglo xvn, en 1615 y 1695. La primera fue dirigida al papado por el arzobispo don Juan Pérez de la Serna, quien ocupó la sede metropoli­tana de 1613 a 1625. La hizo presentar por el padre Arnaya, un jesuita que viajó a Roma para participar, en nombre de la provincia mexicana, a la séptima congregación general de la Compañía (noviembre 1615- febrero 1616). Es él quien firma la relación en nombre del arzobispo y también es probablemente su redactor. Se trata de un texto breve, de poco más de cinco páginas, por lo tanto poco más extenso que el de la relación de Puebla de 1594. Pero la relación de México es sobre todo más rica en detalles concretos, geográficos en particular: posición de la ciu­dad, una población estimada en 24 000 habitantes españoles e indios, presencia de lagos en los alrededores y, en consecuencia, peligro de inundaciones contra las cuales la ciudad se puso bajo la protección

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de san Gregorio Taumaturgo (no se dice nada de temblores de tierra cuando el del 26 de agosto de 1611, de una extrema violencia, había mo­vido a la municipalidad a invocar otro protector "especializado", san Nicolás de Tolentino).

La relación subraya asimismo la extensión de la diócesis (150 leguas de un océano al otro) y enumera las siete ciudades principales. También da la lista de los obispados sufragáneos de México y explica que su lejanía de la sede metropolitana, 200 y 300 leguas para algunos, hace muy difícil la reunión de concilios provinciales. Y de hecho transcur­rieron cerca de dos siglos entre el m provincial mexicano, en 1585, y el iv, en 1771.

En el terreno propiamente eclesiástico la relación enumera de mane­ra muy clásica, aunque precisa, las principales instituciones. Destaca asimismo la importancia de los santuarios de Guadalupe y de Los Remedios, así como el papel de las cofradías del Santísimo Sacramento y del Rosario.

No sorprende que el pleito de jurisdicción entre el arzobispo y los regulares se evoque aquí en un tono muy vivo que denota una influen­cia directa del prelado en la redacción del texto. Don Juan Pérez de la Serna, él mismo del clero secular, estaba con seguridad fuertemente im­buido de su autoridad, como lo prueba el conflicto que le opuso en 1624 al virrey marqués de Gelves y que se convirtió en crisis política. El vir­rey perdió el cargo en condiciones humillantes, pero el prelado, vence­dor aparente de la batalla, fue llamado a España y se le transfirió al obis­pado de Zamora.

Esta relación es sin duda la primera en dar un cuadro bastante pre­ciso aunque muy incompleto de una diócesis novohispana, ya que los indios brillan por su ausencia, así como los problemas específicos que planteaban al clero hispano-criollo esos "nuevos católicos" de tradición reciente. Tal omisión sorprende tanto más, cuanto que el padre Arnaya había aprendido el náhuatl y el otomí y había actuado como misionero en la frontera septentrional de la Nueva España.

Esos indios olvidados en la relación de 1615 son explícitamente mencionados en las relaciones de finales del siglo xvn (México, 1695 y Antequera, 1688), tal y como lo habían sido en la de Puebla de 1660.

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El arzobispo don Francisco de Aguiar y Seijas ocupaba desde hacía 13 años la sede de México, tras haber sido obispo de Michoacán durante tres años, cuando firmó de su puño y letra, el 28 de agosto de 1695, la relación de su diócesis destinada al papa. Debió haberla dictado él mismo, pero no indica a quién confió la misión de llevarla a Roma y de cumplir en su nombre con la visita ad lim ina . La fuerte personalidad de ese prelado ameritaría que se le dedicase una biografía detallada. Ella se refleja en todo caso en esta relación a pesar de su brevedad. Insiste sobre algunos aspectos de su actividad episcopal: en 13 años, ha efectuado en persona cinco visitas pastorales de su diócesis -contamos con una carta referente a la de 1683-1684 que duró más de siete meses-18 a lo largo de las cuales confirmó a más de 800 000 fieles. Describe con precisión la doble red de parroquias, según que se administrara en ellas a españoles o a indios. Relata más al detalle uno de los éxitos de la acción misione­ra: la reducción de los indios idólatras de Cerro Gordo (o Sierra Gorda) que seguían viviendo de caza y recolección "como bestias salvajes" en el centro de la diócesis. Se les ha convencido pacíficamente de dejar sus montañas y de establecerse en una región de colinas en donde se les han construido siete iglesias parroquiales confiadas a los dominicos, quie­nes les enseñan a vestirse. El arzobispo ha participado en los gastos de la operación y ha distribuido rosarios a fin de difundir el culto mariano ya tan extendido. El prelado insiste también en su afán de formación del clero y en el gran progreso que significaba la fundación, por tanto tiem­po proyectada y al fin realizada, de un seminario tridentino en México. Recuerda finalmente las instituciones de caridad que él ha hecho multi­plicar durante un tiempo marcado efectivamente por las hambrunas, las epidemias y los tumultos populares. Parece sobre todo haberle preocu­pado proteger a las mujeres y cuidar y corregir eventualmente su con­ducta mediante la fundación de orfanatos, casas de recogidas y del establecimiento de una casa de mujeres arrepentidas. No es menos cui­dadoso de la práctica religiosa, hace distribuir rosarios y libros de espi­ritualidad, en particular el catecismo del cardenal Belarmino. En suma, una relación densa y precisa que testimonia una dinámica acción pas­

18 Publicada por Cuevas, op. cit. III, pp. 116-117.

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toral. Se la apreció sin duda en Roma, pues lleva alabanzas en sus már­genes.

Casi contemporánea de la precedente, la relación que el obispo de Antequera 'Valle de Oaxaca" don Isidro Sariñana y Cuenca confía en 1688 al padre Francisco de Reina (¿acaso un dominico?) para el papa Inocencio xi, es un documento precioso para la historia de una diócesis mal estudiada.19 El prelado expone con precisión y sencillez los proble­mas de su diócesis: es inmensa (170 leguas por 100), un ciento de parro­quias de las cuales 44 están administradas por los dominicos; caminos "arduos y escarpados" en un relieve accidentado y de climas extremo­sos, con rentas modestas. El monto total de diezmos no alcanza los 30 000 pesos en un año normal... En cambio una sobreabundancia de lenguas indígenas, no menos de 24, de las que algunas tienen una pro­nunciación tan penosa que resultan "imposibles de escribir". De ahí la extrema dificultad de dotar las parroquias con curas bien preparados, a pesar de la existencia de un seminario conciliar y de varios colegios antiguos que dispensaban a los clérigos una enseñanza de calidad.

El obispo visitó personalmente 45 parroquias -casi la mitad del to­tal- que administran 441 pueblos y aldeas, lo cual da una idea de la dis­persión de la población. El prelado se felicita de que los indios sepan bien su catecismo y de que los fieles celebren durante la Semana Santa procesiones "de sangre" en que los flagelantes, mujeres incluidas, se disciplinan. ¡Tal espectáculo le edifica y enternece! Sin embargo, recono­ce honestamente, con dolor, que las prácticas idolátricas persisten en al­gunos pueblos. Hay que hacer notar que la represión de tales delitos depende de la jurisdicción episcopal -y no del Santo Oficio-, y que se ejerce con firmeza: pena de látigo a los indios "maestros y dogmatistas", quema de "libros de ese diabólico magisterio". No obstante se acom­paña de un esfuerzo de reeducación: una vez absueltos de excomunión, los responsables son enviados a los monasterios para ser allí introduci­dos a la fe cristiana, mientras se multiplican las misiones, confiadas a los jesuitas y a los franciscanos, para remediar la insuficiencia numérica del clero parroquial.

19 Publicada por Cuevas, op. cit. IV, pp. 127-131. En la página 127 hay que leer "siete

mil" y no "siete" para la parte de los diezmos que tocaba al obispo o "cuarta episcopal".

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Límites diocesanos en Nueva España

Tomado de: Peter Gerhard, A Guide to the H istorical

Geography o f N m Spain, Cambridge, University Press, 1972

IV

La brevedad de nuestro estudio, del cual queremos destacar su carácter exploratorio, y los límites de nuestra muestra -seis textos solamente para tres diócesis durante un siglo- no permite llegar a conclusiones muy claras. No obstante, nos ha parecido que las relaciones de visitas ad limina de los obispos de la Nueva España fueron durante el siglo xvn cada vez más detalladas y más significativas. Dirigidas al papa, quien no ejerce sobre la Iglesia de las Indias los poderes institucionales y ad­ministrativos que fueron concedidos a la Corona y que ésta se reserva exclusivamente, las relaciones tienden a privilegiar los aspectos propia­mente religiosos de la acción de los obispos: formación del clero, fun­daciones piadosas y de caridad, conquista o reconquista de las almas, difusión y profundización de prácticas de devoción, visitas pastorales,

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predicación y misiones, métodos de integración de los indios al univer­so cristiano. Estas preocupaciones, que son las de los obispos en tanto que pastores de sus diócesis, no están ausentes en las relaciones de Mé­xico de 1615 y de Puebla de 1647, que sin embargo son incompletas y decepcionantes en esta materia. Están mucho más claramente expre­sadas en los textos que se suceden de 1660 a 1695, según creemos haber­lo mostrado. Ellas completan así la correspondencia de tipo administra­tivo que los obispos dirigen por lo demás al rey y al Consejo de Indias. Ahí radica su verdadero interés, lo cual justifica que su estudio sea sis­temáticamente proseguido y desarrollado.

Traducción: Óscar Mazín