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LOS HIJOS DEL DRAGÓN BLANCA NIEVES FERNÁNDEZ- CANIVELL http://www.granavenida.com/formenos [email protected] LA CAÍDA DEL DRAGÓN NEGRO Segunda parte de Los Hijos del Dragón CAPÍTULO 1: LOS ENIGMAS DEL OCASO El sol brillaba pero hacía frío. Estaban cansados, no habían dormido desde que dejaron Lothlórien, muy a su pesar. Sabían que no avanzarían mucho ese día pero querían dejar ese lugar cuanto antes. Montaron sus caballos con lentitud. Esperaban la señal de Gandalf que les indicase la dirección a seguir. Laislen miró por última vez la colina en la que vio por última vez a su hermano. Legolas la llamó despertándola de su sueño. Gandalf encabezó la marcha con un suave galope hacia el este. La corriente se llenaba de ramas a su paso, probablemente derribadas la noche anterior por la tormenta. Gimli se recuperaba prontamente, la inflamación iba bajando y el dolor disminuía. El Enano demostraba una vez más la fuerza y resistencia que caracteriza a su raza. Barahir caminaba a su lado llevando las bridas del caballo. Legolas se ofreció varias veces a cederle su corcel, a pesar de que él suyo era ligero y de menor tamaño que Noiró. Barahir era un hombre alto y fuerte, posiblemente demasiado pesado para el brioso caballo del Elfo, rehusó al menos por el momento: -Aun no estoy cansado, mis pies aguantarán todavía muchas millas. Por suerte para mí, mis Padres tenían la costumbre de llevarme durante largos paseos por los bosques de Ithilien. Gracias de todos modos amigo mío. Pararon para comer un ligero tentempié. A pesar de todo lo ocurrido hasta aquel momento los hobbits no habían perdido el apetito. Faramir se sentía algo desorientado, no estaba seguro de conocer la zona pasada Lothlórien más que por los relatos de su padre. El joven Hobbit, abierto a aprender nuevas cosas y siempre tan impaciente, rompió el silencio que reinaba en el almuerzo de la Compañía: -¿Hacia dónde nos dirigimos? -Caminamos a los Saltos de Rauros. –dijo Barahir-. Llegaremos mañana seguramente, eso si avanzamos más rápido que hoy. -Estamos todos cansados. –dijo Gimli que sorprendió a todos por que casi parecía dormido-. Pero el Enemigo no está dispuesto a darnos una sola pausa. Estoy de acuerdo con Barahir, tendremos que ser veloces si queremos evitar cualquier ataque en esta orilla del río. Todos asintieron y aceptaron que su breve descanso había finalizaría en breve. -¿No es ese el lugar custodiado por unas estatuas tan altas que casi no permiten ver la luz del sol? – preguntó Frodo como despertando de un sueño -. 1

Los Hijos Del Dragón - Parte II

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LOS HIJOS DEL DRAGÓN

BLANCA NIEVES FERNÁNDEZ- CANIVELLhttp://www.granavenida.com/[email protected]

LA CAÍDA DEL DRAGÓN NEGROSegunda parte de Los Hijos del Dragón

CAPÍTULO 1:

LOS ENIGMAS DEL OCASO

El sol brillaba pero hacía frío. Estaban cansados, no habían dormido desde que dejaron Lothlórien, muy a su pesar. Sabían que no avanzarían mucho ese día pero querían dejar ese lugar cuanto antes. Montaron sus caballos con lentitud. Esperaban la señal de Gandalf que les indicase la dirección a seguir. Laislen miró por última vez la colina en la que vio por última vez a su hermano. Legolas la llamó despertándola de su sueño.

Gandalf encabezó la marcha con un suave galope hacia el este. La corriente se llenaba de ramas a su paso, probablemente derribadas la noche anterior por la tormenta. Gimli se recuperaba prontamente, la inflamación iba bajando y el dolor disminuía. El Enano demostraba una vez más la fuerza y resistencia que caracteriza a su raza. Barahir caminaba a su lado llevando las bridas del caballo. Legolas se ofreció varias veces a cederle su corcel, a pesar de que él suyo era ligero y de menor tamaño que Noiró. Barahir era un hombre alto y fuerte, posiblemente demasiado pesado para el brioso caballo del Elfo, rehusó al menos por el momento:-Aun no estoy cansado, mis pies aguantarán todavía muchas millas. Por suerte para mí, mis Padres tenían la costumbre de llevarme durante largos paseos por los bosques de Ithilien. Gracias de todos modos amigo mío.

Pararon para comer un ligero tentempié. A pesar de todo lo ocurrido hasta aquel momento los hobbits no habían perdido el apetito. Faramir se sentía algo desorientado, no estaba seguro de conocer la zona pasada Lothlórien más que por los relatos de su padre. El joven Hobbit, abierto a aprender nuevas cosas y siempre tan impaciente, rompió el silencio que reinaba en el almuerzo de la Compañía:

-¿Hacia dónde nos dirigimos?-Caminamos a los Saltos de Rauros. –dijo Barahir-. Llegaremos mañana seguramente, eso si avanzamos más rápido que hoy. -Estamos todos cansados. –dijo Gimli que sorprendió a todos por que casi parecía dormido-. Pero el Enemigo no está dispuesto a darnos una sola pausa. Estoy de acuerdo con Barahir, tendremos que ser veloces si queremos evitar cualquier ataque en esta orilla del río.

Todos asintieron y aceptaron que su breve descanso había finalizaría en breve.

-¿No es ese el lugar custodiado por unas estatuas tan altas que casi no permiten ver la luz del sol? – preguntó Frodo como despertando de un sueño -.-No, ese es Sarn Gebir, haremos primero una pasada allí. –dijo Gandalf-. Ese es el lugar donde se yerguen Isildur y Anarion, vuestros antepasados- dijo solemnemente mirando a Laislen y olvidando por un instante la ausencia del mayor de los herederos de Gondor-. Recuerdo cuando cruzamos Legolas y yo aquel lugar, junto a tu padre.-Fueron días tristes los que acontecieron más tarde. –sollozó Legolas dirigiendo su mirada hacia el Sur, como si su vista élfica tuviese las estatuas frente a frente -.-¿ Fue en los Saltos de Rauros dónde se disolvió la Compañía verdad? –preguntó Faramir volviendo a saciar su curiosidad-.-Si, Frodo y Sam se dirigieron a Mordor mientras Aragorn, Gimli y Legolas buscaban a Merry y Pippin. –respondió Gandalf-. No estuve allí pero conocí más tarde los acontecimientos.-Y Boromir moría defendiendo a los Hobbits –murmuró Gimli-. Conozco la historia.

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-Cierto. –dijo Legolas -. Pero sus palabras de arrepentimiento aun resuenan en mis oídos, por querer arrebatarle el anillo a Frodo. Era un hombre valiente, como cualquiera de los Hombres de Gondor, pero en exceso codicioso.

Frodo miró con cierto temor a Barahir. Después de todo él era el sobrino de Boromir. Pero él parecía diferente, más noble, más sabio, un capitán de hombres. La partida de Eldarion no lo desconcertó tanto al mirar a Barahir. El joven miraba como el viento transportaba las briznas de hojas marchitas.-Hará frío esta noche- dijo-.

Sus ojos verdes se confundían con la superficie del mar cuando el crepúsculo se acerca. El almuerzo no duró mucho más. Siguieron caminando hasta bien entrada la noche. Estaban agotados por la caminata y su prioridad ahora era dormir aunque sólo fueran unas horas. Se prepararon para dormir. Legolas insistió en empezar él las guardias. Merry estaba sentado, observando como el fuego devoraba las ramitas secas. Gandalf notó su inquietud y le preguntó sonriendo:

-¿Qué es lo que perturba el sueño de Merry Gamyi?-He estado meditando sobre algo que dijiste en Rivendel. Hablabas de nuestra misión, que no consiste en otra cosa que enfrentarnos al Enemigo, nuestra misión. Aun suponiendo que lleguemos a Mordor con vida, ¿cómo nos vamos a enfrentar a él?. Tiene ejércitos de miles de soldados y practica la magia negra. Es cierto que nos acompañan grandes guerreros... –sus ojos casi se rompían en lágrimas-. Yo soy sólo un jardinero, no sé luchar y mucho menos sabré enfrentarme al Señor Oscuro. No sé sí realmente serviré de algo, o seré un estorbo como durante todo el viaje.

El Mago pasó la mano sobre los cabellos ensortijados de Merry, lo acarició y dijo sonriendo:

-Merry, ¿Qué era tu padre?-Jardinero, un gran jardinero. – dijo esto casi avergonzándose de estar ante príncipes y él no era más que le hijo de alguien que se dedicaba a podar flores-. -Frodo y Sam no eran más que Hobbits como vosotros. Cruzaron todo Mordor, Sam mató a la terrible Ella-La-Araña, escaparon de una fortaleza de orcos, llegaron al Monte del Destino y pudieron salir de ahí con vida después de arrojar el anillo. A todos nos sobrecogió el miedo. Pero la amenaza de Sauron nos hizo fuertes. Y ese fue el error del Enemigo, basó su victoria en la fuerza de sus ejércitos y no advirtió los cautelosos pasos de nuestra Compañía. Tenía demasiados problemas fuera de sus fronteras como para percatarse de lo que pasaba en su propio país. La Comunidad del Anillo también se dividió al igual que nuestra hermandad. Y sólo cuando cada uno hubo desempeñado su papel la Comunidad del Anillo se volvió a unir. Es cierto que ahora estoy más viejo, - Legolas iba a intervenir pero Gandalf lo detuvo -. pero todavía puedo resistir esta última batalla. Mi poder no ha menguado todavía.

Tras el discurso de Gandalf nada más se dijo. Las palabras del Mago siempre solían tener un doble sentido. Faramir las recordó largo tiempo en su cabeza e intentó desentrañar el mensaje pero quedó tan sumiso en sus pensamientos que cayó en un sueño profundo, como el resto de la Compañía, excepto Legolas. La poderosa noche fue invadida de un imponente silencio, ni grillo, ni arrollo osaban quebrantarlo, sólo lo hicieron hasta más entrada la mañana.

Aquella mañana se levantó más clara y brillante; sin duda un extraño presente del invierno. La Compañía madrugó tanto como el sol y emprendieron la marcha más animados que los días anteriores. La marcha les pareció lenta a todos pues nada se habló hasta entrada la tarde cuando el sol era tragado por el horizonte. Gandalf preveía llegar a Sarn Gebir aquella tarde, por que ese era el sitio más seguro de esos parajes. Allí se alzaban como guardianes dos enormes estatuas pétreas, Isildur y Anarion, los primeros reyes de Gondor y Arnor. De ellos descendía toda la estirpe de los Númenoreanos, los reyes de Más Allá del Mar así como la de Aragorn. En esa tarde se habló mucho, pero más se habló luego de la noche que la sucedería.

Frodo, como buen Hobbit aunque no muy al estilo de su padre, meditaba sobre un asunto de gran importancia desde hacía largo rato. Por mucho que lo intentase no hallaba sosiego a sus preguntas, aunque temía demasiado la respuesta, casi tanto como proponerle su consulta a Gandalf. Reunió valor y se acercó a él con un suave trote, y Gandalf enseguida notó la inquietud de Frodo. Tras algún que otro titubeo habló:- Hace tiempo que nuestro padre se marchó a tierras desconocidas, y no dejo ninguna nota o carta. Sé que tenía gran amistad contigo y quizás te dijo hacia dónde pensaba marcharse. No pretendo ir a buscarle ahora, papá vivió una larga vida y aún con una familia le agradaban los viajes. Sólo quiero saber dónde está, sí volverá, y sí se encuentra sano y salvo.

Merry se acercó porque presintió que la conversación le concernía. Pero escuchó a Gandalf en silencio, y como su hermano, esperaba hallar semejante respuesta del Mago.

-Así es, el buen Sam apreció los viajes con el tiempo, aunque el último que realizó era más bien un cambio de residencia. Sam marchó a los Puertos Grises, allí se embarcó en un navío élfico y marchó a las Tierras Imperecederas, como lo hizo Frodo antaño. Posiblemente se encontraba sólo al morir vuestra madre, la mayoría de vosotros ya estabais crecidos. Aunque más se sentía cansado de este mundo, al viejo Sam le apetecía un último paseo, uno muy largo.-¿Pero por qué no nos dijo nada? –preguntó Merry -.- Supongo que prefiere que esta clase de cosas se mantenga en el anonimato, o por no alarmaros. Sabía que con el tiempo estas cosas se olvidan. Nadie en Hobbiton debe recordar ahora dónde anda Sam. Así era él, prefirió siempre el silencio al bullicio. ¿Por qué armar

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un escándalo con su partida cuando lo puede hacer en silencio? Sam optó por eso y ni siquiera os lo mencionó a vosotros. De todos modos ya no hay vuelta atrás, ese es el destino del que marcha a las Tierras Imperecederas. -¿Entonces, no volveremos a verlo? –preguntó Merry -.-Temo que no Merry, temo que no. Vuestro padre ha tomado una decisión irrevocable. A menos que seáis vosotros los que os reunáis con él. Todos los riachuelos, por pequeños e impetuosos que sean acaban uniéndose al gran río. Pero no os entristezcáis, vuestro padre está bien, que mejor lugar que las Tierras Imperecederas para vivir, o simplemente descansar.

El sol caía lentamente en el olvido de la tarde, y todo se teñía de naranja. Dos enormes gigantes custodiaban la entrada al interior de unas paredes de piedra entre las cuales corría el agua con furia, el tronar del agua sobre la roca les recordó a la tormenta de hace algunas noches.

CAPÍTULO 2.

UN PEDAZO DE CRISTAL AZUL

Así se les aparecieron a la Compañía los Argonath, las estatuas de Isildur y Anarion. A pesar de estar emparentados con Estel, Faramir no encontró ningún parecido entre la tosca piedra tallada y el bello rostro de la princesa. Sobre unos grandes pedestales apoyados en el fondo de las aguas se levantaban dos grandes reyes de piedra: los ojos velados bajo unas cejas hendidas aún miraban ceñudamente al norte. Los dos adelantaban la mano izquierda, mostrando la palma en un ademán de advertencia; en la mano derecha tenían un hacha, y sobre la cabeza llevaban un casco y una corona desmoronados. Aun daban impresión de poder y majestad, guardianes silenciosos de un reino desaparecido hace tiempo.

La Compañía acampó junto a ellos, a los pies de Isildur. Mientras Gimli observaba exhaustivamente la talla de las estatuas, los hobbits intentaban evadir la mirada de las rocas lo más posible. Tenían un mal presentimiento acerca de ellas. Los hobbits, según Gimli, nunca han apreciado lo suficiente la piedra tallada y de ahí provenía su miedo. Ellos por su parte no supieron responderle, pero seguían temiendo la vigilancia de los guardianes de piedra. La noche cayó fríamente sobre el lugar, y la oscuridad lo cubrió todo con su manto de estrellas, que eran unas de las pocas cosas que reconfortaban a Legolas, sin embargo penetraba los alrededores con la mirada por que sospechaba de los orcos que los seguían desde Moria, o incluso que las huestes del Enemigo hubiesen llegado tan lejos. Durante la cena se hicieron muchas preguntas aquella noche:

-Gandalf, ¿has pensado ya que camino tomaremos hacia Mordor? –preguntó Barahir-.-No lo sé, aún no lo he meditado, -dijo Gandalf-. Han ocurrido tantos acontecimientos inesperados.-He estado pensando que podríamos seguir el camino hacia Ithilien, mi patria; Legolas y yo la conocemos bien.-Pero ahora es un lugar tan peligroso como cruzar Dol Guldur. –repuso el Elfo-.-No lo creo así. –dijo Barahir-. Creo que tanto mis Hombres como tus Elfos están preparados para repeler las huestes enemigas. Aún así, ¿qué camino propones entonces?-Realmente no sé que camino es más peligroso, –dijo Gimli-. aunque tenemos más posibilidades de encontrar aliados en las tierras de Barahir.-Y también más enemigos. –dijo Laislen-. Vayamos por dónde vayamos será un peligro constante, hagamos lo que hagamos el Enemigo lo sabrá.-Cierto Cachorro. –intervino el Mago sopesando las proposiciones de todos-. Yo también me he estado haciendo muchas preguntas, como si los orcos habrán llegado tan lejos como para aventurarse por estas tierras. No creo que debamos decidir inmediatamente nuestro camino, nuestra senda se hará a medida que la andemos, nunca estuvo predeterminada y sigue sin estarlo. -Si los orcos están cerca, junto a ellos caminarán los Jinetes Negros. – dijo Gimli -.-¿Cómo podemos combatirlos? –preguntó Laislen-. No son humanos, no se les puede atravesar con una espada.-Si dejaste tuerto a uno de ellos, podrás atravesarlos con la espada. – dijo Legolas -. -Es verdad. –dijo Barahir reconfortado -. Podremos acabar con ellos, si bien no es una empresa fácil. ¿Cuántos hay?-Hay once, uno por cada uno de nosotros. –dijo Gandalf-. Antes de poder enfrentarnos al Enemigo hemos de destruir a sus sirvientes, entonces estaremos preparados para la última batalla. Desgraciadamente ellos no están unidos a ningún vínculo, como lo estuvieron antes al Anillo. Pero no le concedáis la desesperación al Enemigo, eso es lo que él desea de nosotros; incluso es posible que intente corrompernos. -Mientras nos mantengamos unidos no pasará. –dijo Gimli-. La Compañía cumplirá su misión, el destino de las razas está en nuestras manos. Ni los trucos de ese brujo de Mordor, ni la fuerza de los Jinetes acabarán con nosotros.

Todos asintieron y las palabras de valor de Gimli les reconfortaron. Habían pasado mucho tiempo hablando de su destino final que se hallaba próximo. Pero ya era tarde y tiempo de sosiego. Ciertamente las mohosas paredes de Isildur les proporcionaban un lugar más cómodo para el descanso, aunque ya estaban acostumbrados a dormir en cualquier parte. Como de costumbre se hicieron guardias. Legolas no podía conciliar el sueño y decidió empezar él. Mientras tanto los demás intentaban dormir, aunque aquel presagio de Legolas los había alterado. Pero en la mayoría de ellos el cansancio fue más fuerte y cayeron profundamente dormidos.

Estrella estaba de espaldas a las estatuas, pensó que así no tendría que observarlas y podría dormir tranquila. Durmió un poco pero sentía aun mirada que la perturbaba y se despertó. Osó mirar al rey de piedra a los ojos. Su rostro estaba apenas iluminado por la luna, y su semblante era sombrío. Estrella se sintió más tranquila cuando comprobó por si misma que sus compañeros eventuales no

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daban señal de vida. Se volvió a recostar sobre la piedra y tiró de una cuerda de cuero que colgaba de su cuello. De la cuerda pendía un pequeño espejo azulado. Se puso a juguetear con el espejo. En el cristal se reflejó el rostro imponente del monarca tan tétrico como antes, pero en esta ocasión desprendía vida por que en sus ojos brillaba una pequeña luz. Estrella miraba absorta la pequeña luz amarillenta moverse de un lado hacia otro, y pararse de vez en cuando; pero siempre iba de un lado hacia otro recorriendo los ojos del rey. Junto a Estrella dormía Faramir, que había vuelto a dormirse intentando descifrar los acertijos de Gandalf. La hobbit lo agarró enérgicamente del brazo y susurraba su nombre sin dejar de mirar con escalofríos a la estatua. Todo su cuerpo tiritaba, pero sus ojos no dejaban de observar aquellos puntos brillantes en lo alto de la cara del monarca. Faramir se levantó exaltado volviendo en sí. Estrella le señaló con el dedo tembloroso lo alto de la piedra. Faramir miró, y por más que lo hizo sólo vio oscuridad. Volvió a poner su brazo bajo sus cabellos negros a forma de almohada y cayó en poco tiempo en sueños profundos.

Estrella pensó que debía ser el miedo por el lugar lo que le producía esas alucinaciones, sin embargo vio claramente aquellos dos puntos dorados. Se dijo a si misma que lo mejor era intentar dormir, pero antes quiso volver a mirar de cerca la estatua. Aunque fuera para asegurarse de la ausencia de luz en los mórbidos ojos de la piedra. Estrella giró lentamente la cabeza hacia atrás y escudriñó la negrura de la piedra. Volvió a mirar, pero en esta ocasión el rey le sostuvo la mirada, sus ojos volvieron a desprender vida. Giraron de un lado a otro barriendo todo el paisaje. Estrella volvió a despertar a Faramir entre susurros sin sentido. El Hobbit miró y vio los puntos brillantes pasear sobre los ojos de la estatua. Pero igual que aparecieron, el rey miró hacia el oeste y las luces desaparecieron como llevadas por el viento.

Faramir quiso avisar a Laislen o a Legolas pero sólo encontró sus mantas abandonadas, y ni si quiera Norte dormitaba junto a ellos. Junto a Faramir dormía Barahir. El hobbit apretaba con fuerza la mano del joven. En ese instante sonó un aullido, pero no era Norte, por que aquel llanto era tétrico y no muy lejano. Barahir se levantó sobresaltado. Miró los oscuros ojos de Faramir, normalmente centelleantes, ahora llenos de terror. Faramir señaló el bosque circundante sin soltar la mano de Barahir. Los árboles se llenaron de lucecillas brillantes como si una colonia de luciérnagas habitara entre ellos; y un murmullo lo invadió todo, un murmullo de silbidos, gruñidos y aullidos lúgubres y los caballos empezaron a sentir el miedo. Los demás se despertaron alertados por el murmullo constante. Barahir desenvainó su espada que relució con un fuego azul en la negrura de la noche. Y pronunció aquella palabra que todos temían tanto:- ¡Orcos!

CAPÍTULO 3.

LA ELECCIÓN

Laislen estaba sentada cerca de la orilla, Norte dormitaba a su lado mirando el agua correr. El Anduin era ahora tan liso y resplandeciente como la hoja de una espada. La luna paseaba sus oscuros cabellos trenzados con hilos de plata que iban formando cadenas de estrellas. Norte movió las orejas hacia atrás recogiendo el sonido de unos pies ligeros que se acercaban al lugar. Olfateó el viento y reconoció aquel aroma. Volvió a dejarse caer en la vigilia. Laislen se giró y Legolas surgió de las sombras como los rayos de sol de la oscuridad. Pero Laislen no fue sorprendida por el Elfo, por que esperaba que la siguiese.

Es imposible engañarte. –dijo ella-. Aún me sigo preguntando si duermes en realidad.-Sólo a veces. –respondió él sentándose a su lado-. ¿Qué haces rondando las orillas del Anduin en solitario?-Supongo que eso es lo que necesitaba, ordenar mis pensamientos y pedir consejo a las Estrellas.-Debes estar muy sumida en tus preocupaciones para seguir despierta tan tarde y después de no haber dormido mucho en estos últimos días. Yo también empiezo a sentir el peso del cansancio, y aún nos queda mucho por batallar.-Cierto. –dijo Laislen-. Espero que Eldarion esté bien, y que podamos encontrarnos en Mordor.-No debes preocuparte por ellos, Eldarion es un guerrero valeroso, y ni cien batallas le impedirán llegar a su destino. -Legolas, ¿crees sinceramente que estamos preparados para enfrentarnos al Enemigo?-Nadie está preparado para combatirle. –dijo mirando al horizonte y después penetrando en los brillantes ojos de la joven-. Pero eso no significa que no pueda ser destruido.-¿Tienes miedo a enfrentarte a él?-Tengo más miedo a perderte que ha luchar sólo contra el mismísimo Señor Oscuro hasta la muerte.

Laislen notó la mirada de Legolas llegando hasta lo más profundo de su mente. Tuvo miedo, por que quizás Legolas pudiese adivinar en manos de quién estaba ahora el corazón de la princesa. En una ocasión dudó, pero tomó una decisión. En el recuerdo de la princesa se removieron viejos sentimientos de antaño. Recordó Minas Tirith, la Torre Blanca y la radiante figura de un Elfo al que amó con la más ardiente pasión. Pero nunca supo si este la amaba; y cuando el fuego no es alimentado se va extinguiendo poco a poco. Y el amor que le profesaba fue llevado por el viento del olvido. Y durante largo tiempo le provocó una profunda melancolía. Pero Gades apareció en su camino como un rayo de esperanza, una mano que la ayudaba a no caer en el abismo. Pero aquel sentimiento no había desaparecido por completo, seguí amando a Legolas, sí, pero ahora tan sólo como un buen amigo, tanto como se puede querer a un hermano. Estuvo tan sumisa en esos pensamientos que no vio el rostro de Legolas aproximándose al suyo. Cuando se percató todo su espíritu luchaba en su interior. “Mi amor ahora pertenece a otro, entregué todo mi corazón en Lorien. Y no amaré a nadie más que no sea Gades Señor de Lorien.” Se dijo Laislen cuando los labios de Legolas y los suyos casi formaban los pétalos de una misma flor.

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Laislen sentía la respiración acelerada de Legolas sobre su piel. Pero antes de que él pudiera consumir aquel beso Laislen giró la cabeza y con las lágrimas invadiendo sus pupilas grises dijo:-He esperado tanto que este momento pasase, pero la demora ha sido demasiado larga. Aunque el amor que en un día llegué a otorgarte fue tan grande que después me produjo la mayor pena. Sin embargo este dolor desapareció cuando la esperanza volvió a renacer en mi corazón. Volví a amar de nuevo, y fue correspondido con otro tanto. No me pidas que te diga más, me causaría tanto dolor decírtelo como tú saberlo, a menos que no lo sepas ya.

Legolas pasó suavemente la mano por el rostro de Laislen recogiendo entre sus dedos una lágrima.-He cometido el error de amar lo que me rodea cuando ya lo he pedido.

Entonces los ojos de la princesa le parecieron lo más hermoso que jamás había contemplado. Pero aquella quietud fue interrumpida por el aullido de un lobo que provenía del lugar donde descansaba la Compañía. Ambos corrieron hacia el lugar, con Norte a la cabeza, esperando que no fuese demasiado tarde para ayudar a sus amigos.

Mientras tanto, orcos y lobos iban rodeando a la Compañía, encerrándolos cada vez más en un círculo mortal. Lo que más preocupaba a Barahir eran las flechas que pudieran surgir de la oscuridad por que estaban indefensos ante ellas. Pero él no notó la ausencia de Legolas y Laislen hasta algo después. Gimli esperaba ansioso el comienzo del combate, entre tanto que los hobbits permanecían junto a Gandalf. El aullido tenebroso volvió a producirse y esa fue la señal que desencadenó la lucha. Lobos y orcos surgían de todas partes. Barahir y Gimli comenzaron a arremeter contra ellos; incluso Gandalf desenvainó su espada, la poderosa Orcrist. Los hobbits permanecían alerta y Estrella tensaba su pequeño arco con la llegada de cualquier enemigo. La altura que les proporcionaban los caballos, así como sus coces les eran de gran ayuda. Los orcos intentaban dividir a la Compañía y llevarse al mayor número de prisioneros. Pero romper el cerco no era tarea fácil para los sirvientes del Enemigo, ni para los enormes lobos que acompañaban con aullidos el choque de las espadas. Los orcos dejaban que los lobos atacasen en primer lugar, mientras tanto ellos esperaban el instante para apresar a la Compañía. La unión de esta no permitía a ninguna bestia cruzar el círculo que habían formado. Estrella estaba en su interior custodiando el caballo de Laislen, Barahir había montado sobre el de Legolas; a la vez que tensaba su arco.

Los capitanes orcos estaban sumisos en la desesperación y mandaron un segundo grupo de lobos, más numeroso que el primero, al menos una docena. Las enormes bestias corrieron hacia ellos como una cascada de agua negra, como un pedazo de noche repleta de brillantes estrellas que dirigían su mirada insaciable de sangre hacia sus próximas víctimas. Los caballos habían comenzaron a girar en torno a si mismos, nerviosos y con miedo, mientras los lobos arremetían sus fauces contra ellos intentando morderles las patas. Pero aquel segundo ataque los tomó por sorpresa y fueron sorprendidos. Así fue que un lobo tiró a Gimli de su caballo. El impacto contra el suelo le hizo perder el conocimiento, y quedó sumergido en el sueño tanto que el enorme animal preparaba su segunda dentellada. Irguió su cabeza y abrió sus fauces repletas de espuma. Sin embargo Barahir fue más rápido y atravesó el costado del lobo con la brillante hoja de Nisiën. La bestia rompió el murmullo con un aullido tan agudo que infundó un tremendo miedo en los oscuros corazones de la manada. Gimli abrió los ojos y vio el cuerpo quebrado de la fiera. Pero junto al animal yacía otro cuerpo tendido en el suelo. Era un joven muchacho de cabellos resplandecientes como el fuego con un hacha entre sus manos. Gimli reconoció en aquel rostro el suyo propio. Sus ojos contemplaban la escena de batalla, e incluso contemplaba su propio cuerpo tendido en el suelo. “¿Estaré muerto?” pensó, sin poder explicar como es que su espíritu era capaz de alzarse sobre los vivos mientras que su cuerpo estaba dormido. Los orcos y sus bestias asediaban a la Compañía y volvió a su recuerdo la faz del siniestro lobo. Hizo memoria y lo que había ocurrido se dibujó en su mente una vez más. Los orcos se unieron al ataque. Mientras Barahir descargaba su furia sobre los enemigos un orco quiso acabar con su vida abalanzándose por detrás. La fuerza se amparó de Gimli, lo que hizo volver a su espíritu a su envoltura mortal. Gimli se levantó sobresaltado de un golpe gritando:- ¡Barahir, a tu espalda!

El joven se giró y hendió su espada en el cuerpo del orco traidor. Gandalf estaba inquieto, Laislen y Legolas seguían sin aparecer. Gimli se levantó y apretando con fuerza la empuñadura de su hacha. Su caballo había huido, presa del pánico. Barahir se acercó a él y tendiéndole la mano lo montó sobre el corcel.

Otro lobo intentó abalanzarse sobre Frodo, pero fue atravesado en un fugaz soplo de tiempo por dos flechas. Esas flechas eran élficas y la destreza era la de Legolas. Laislen silbó agudamente para hacer llamar a Duath, su caballo que era tan negro como un pedazo de oscuridad. El caballo se abrió paso furiosamente entre los lobos. Los orcos, que a su vez rodeaban a los lobos esperando la caída de la Compañía, se percataron de la llegada de dos más de sus miembros así como del enorme animal que les acompañaba. Los orcos, presos del terror que Norte les infundía, creyeron ver en su mirada la muerte próxima y huyeron maldiciendo a los Elfos, sus amos. Muchos intentaron apresar a Laislen y a Legolas pero sus manos se movían más rápido que la vista, y hacían brotar las flechas de sus arcos como lo hacen las gotas de lluvia de las nubes. Los orcos se dispersaron y dejaron vía libre a Duath que llegó hasta su dueña. Legolas montó y Laislen montó detrás de él. Por fin pudieron unirse a la Compañía y se alegraron mucho de verlos.

Uno de los capitanes orco arremetió con su cimitarra contra Norte. El lobo le saltó al cuello y comenzó a agitarlo de un lado a otro hasta que su cuello se partió en pedazos y la sangre negra brotaba del pescuezo del soldado manchando el morro blanco de Norte. Soltó a su presa muerta y aulló aumentando el miedo del enemigo. Pero en esta ocasión su aullido fue respondido por otro enorme lobo, Sargon. Así llamaban los Elfos al lobo, EL Bebedor de Sangre. Ningún lobo tenía un pelaje más negro o unos ojos que infundiesen más miedo. Aguardaba entre los arbustos. Sus ojos brillaban repletos por una cruenta ambición. El ansiado combate entre las dos fieras comenzó mientras la batalla entre los orcos y la Compañía continuaba.

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Parecía que los orcos menguaban, pero todos estaban cansados aunque la intervención de Legolas y Laislen ayudó en gran medida. A pesar de que no eran demasiados orcos, y tan solo una manada de lobos la Compañía no era muy numerosa. Frodo y Merry permanecían junto a Gandalf. Dardo, la espada de Frodo brillaba con la llegada de orcos, los lobos detestaban aquélla luz y esquivaban su hoja lo más posible. Siempre vigilaba que su hermano estuviese bien y que las bestias no se le acercasen demasiado. Cuando los lobos empezaron a retirarse Frodo se sintió más tranquilo, pero al ver que los orcos se aproximaban creció su temor en un instante. Así fue que un descomunal orco arremetió contra su poney. La fuerza del impacto lo hizo caer. Este mismo orco quiso apresarlo pero Merry llegó galopando sobre su pequeño corcel y se tiró sobre el orco clavándole su espada. El orco murió al instante. Merry ayudó a Frodo a levantarse con una sonrisa por la heroica intervención de su hermano. Pero cuando Merry cometió el error de darle la espalda al enemigo. Entonces una soga apresó su cuello. Los orcos comenzaron a tirar y Merry se mezcló entre las oscuras ropas de los atacantes. Frodo quiso seguirle pero Gandalf se lo impidió. Frodo oyó los gritos desesperados de su hermano y su ira lo llevó a su perdición. Frodo también cayó prisionero y la siguiente en caer fue Estrella cuando no tuvo más flechas que disparar y tuvo que utilizar su arco como única arma a modo de bastón. Gandalf se apeó de Barahir, Gimli y Faramir. Gandalf les gritó:

-¡Huid! ¡Huid cuando todavía hay tiempo para escapar! -¿Qué pasará con los demás? No podemos abandonarlos. –le gritó Faramir-.-Yo me ocuparé de ellos, me dejaré atrapar y mientras estén conmigo no les ocurrirá nada. –respondió-.- No podemos dejaros. –dijo Gimli-. Faramir tiene razón. -De menos servirá que nos atrapen a todos, sí queréis ayudarme escapad ahora.

Diciendo esto el mago rozó suavemente con la hoja de su espada al caballo de Gimli y Barahir para encabritarlo y que echara a correr. El resultado fue el deseado y por orden tajante y enérgica de Gandalf Faramir tuvo que seguirlos porque prefirió enfrentarse a los orcos que sufrir la ira del mago. El caballo galopó rompiendo la fina hilera que cerraba el ataque, secundado por Faramir. Gandalf alzó su bastón en alto produciendo un destello que cegó a los orcos por un instante para que no pudiesen ver hacia dónde escapaban. Legolas y Laislen los siguieron pero cuando avanzaron durante unos segundos Laislen contempló la batalla entre Norte y el jefe de la manada. Legolas intentó detenerla pero ella saltó del caballo. El Elfo se dispuso a perseguirla pero Barahir le dijo que debía continuar sino quería caer también prisionero. Legolas vaciló un instante en desobedecer las órdenes de su compañero pero este le grito enérgicamente. Legolas sólo pudo murmurar en el silencio:- Cuídate Estel, volveré a por ti, te lo prometo.

Cuando Laislen cayó al suelo dio algunas vueltas y después echó a correr hacia la pelea. Sin embargo Barahir no había visto a Faramir dar media vuelta cuando vio a Laislen corriendo en dirección contraria. En el instante en que llegó Laislen Norte sostenía el cuello de Sargon ahogándolo. Laislen lo llamó frenéticamente y el animal dejó de forzar sus mandíbulas contra el cuerpo inerte de su oponente. Cuando Faramir estaba llegando al lugar Laislen y Norte, algo cojeando, se dirigían a su encuentro. Pero Laislen sintió un enorme peso sobre su espalda que la empujó hacia abajo. Cuando se volvió pudo sentir sobre su cara el fétido aliento del gigantesco lobo. Iba a procurarle una dentellada a la joven pero Norte se lo impidió abalanzándose sobre él. La pelea entre las dos vigorosas bestias continuó. En esta ocasión fue Sargon el que lo apresó por el cuello. Laislen vio que los orcos se hallaban muy cerca y que no podrían escapar, al menos no todos:-Vete Faramir, vete. -No puedo dejarte a ti también. –le respondió él con una mirada tan tierna que conmovió a la princesa.--No puedes ayudarme, vete, te lo pido por favor, márchate. Los otros te necesitarán más que yo. Por favor.

Pero la mirada llena de lágrimas de Laislen fue más fuerte y emprendió a galope la huida. En cuanto se hubo marchado Laislen desenvainó su espada y se abalanzó con toda su furia sobre Sargon. Lo empujó y lo alejó de Norte. Su espada se clavó en su pecho con tal fuerza que se hundió en el suelo y la empuñadura se apoyaba sobre su negro pelo. Sacó la espada del cuerpo del animal bañada en sangre, muerto por fin y se acercó a Norte. Sostuvo su cabeza sobre sus rodillas, y la luz de la mirada de Norte se iba extinguiendo poco a poco mientras Laislen le susurraba entre sollozos:-No me dejes amigo mío, no te vayas ahora.

Norte fue cerrando los párpados lentamente, como cuando un rey comprende que su hora a llegado y que el final se acerca. No sintió el frío de la muerte por que el calor de su princesa era más fuerte. Sus ojos se cerraron por completo y una lágrima cayó recorriendo el pelo plateado del lobo hasta que llegó hasta las manos de Laislen. Ella se aferró a su cuerpo llorando sobre él, cerró los puños tan fuertemente que se hizo sangre sobre las palmas de las manos y la rabia le helaba los labios y entrecortaba su respiración. Estaba sentada en el suelo con la enorme cabeza de Norte sobre sus piernas, y con los puños sangrantes. Sus ojos se convirtieron en el reflejo de las estrellas sobre el mar, refulgiendo la más profunda pena y congoja. Cuando los orcos la contemplaron casi sintieron ellos también la pena y no quisieron acercarse por miedo a ser agredidos por la que había acabado con el más fiero y terrible de los lobos de los aquellos días. Norte irradiaba nobleza, y temor en los orcos. Laislen vio a un hombre encapuchado que ceñía una espada en su cinturón, acercarse. La joven tapó su rostro con la capa élfica mientras esperaba la llegada del encapuchado. Cuando estuvo realmente cerca se extrañó al ver a los orcos montando guardia tan lejos de la víctima. Sólo él osó encadenarla. La princesa no opuso resistencia, su espíritu seguía llorando junto al cuerpo del lobo su muerte con lágrimas de plata bajo la blanca luz de la luna; en una noche repleta de decisiones, despedidas y muerte.

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CAPÍTULO 4.

PROMESAS INCUMPLIDAS

Si en aquel momento Eldarion hubiese sabido en cuan grandes problemas se encontraba su hermana hubiese ido en su ayuda sin perder tiempo, a pesar de que no valdría de nada por que estaban muy lejos el uno del otro. Eldarion, Elfwine y Tásel habían avanzado muchas millas desde que habían abandonado a la Compañía, de eso ya hacían dos días. Se dirigían hacia Minas Tirith en una carrera en la que era vital el tiempo. Así lo es para cualquier mensajero. Dormían poco, aventajando al sol en su despertar, y cabalgaban mucho. Además estaban intranquilos por que veían, o creían ver, alzarse en cielo una sombra muy en lo alto. Quizás fuese tan sólo un águila, pero temían que los espías del enemigo los seguían muy de cerca. Aquel segundo día Eldarion estaba meditabundo. Elfwine, por su parte, hablaba frecuentemente con Tásel de Rohan y todas los acontecimientos que habían ocurrido tras su partida. Probablemente aquellas conversaciones interesasen a Eldarion, sino fuese por que los recuerdos asediaban su pensamiento. Eldarion se ofreció voluntario para hacer la primera ronda de guardias la noche del segundo día. Parecía más cansado que Elfwine o Tásel, pero no era por falta de sueño.

Para evitar quedarse dormido, Eldarion miraba el fuego devorar la madera seca. Las llamas rojas y naranjas parecían bailar para él, sumisas por la melancólica mirada del príncipe. El resplandor amarillento del crepitante fuego y su danza le hicieron recordar unos cabellos más resplandecientes que bosques colmados de elanors agitados por la suave brisa, como largas cascadas bañadas por el sol del crepúsculo tiñéndolas de dorado. Las chispas de la fogata volvieron a hacer sonar en sus oídos la dulce risa de la joven de dorados cabellos, y entrever su encantadora sonrisa entre hilos de oro. Bajo aquellos rayos de sol se ocultaban dos zafiros que encerraban en su profundidad la belleza del mar del que surgen destellos de plata entre ola y ola. Eldarion se remontó a cuando no era más que un jovenzuelo de dieciséis años. Y aquel viaje a Rivendel se fue dibujando en su pensamiento, así como sus hermosos jardines. Nunca olvidó aquel ocaso en que su figura se le apareció más hermosa que nunca, aquella primera vez. Él paseaba por los jardines como lo había hecho cualquier otra tarde. Le gustaba sentarse a escuchar a las aves cantar hasta que la noche lo callaba todo. Como las olas sobre la arena, se levantó un canto solitario y algo triste, que entristecía también al que lo escuchase. Eldarion se acercó con sigilo al lugar de donde provenía la voz y pudo contemplar cayado a una joven de largos cabellos rubios y tímida mirada que aún no había notado la presencia del joven. Cuando lo atisbó tras unos arbustos la joven cesó el canto y se marchó corriendo. Eldarion la siguió, pero ella desapareció tras unos árboles con el viento, como si se tratase de un espectro. Eldarion volvió al día siguiente, y los muchos tantos que siguieron a este, pero la chica no volvió a aparecer. Para el príncipe los jardines habían perdido parte de su belleza.

Eldarion volvió como cualquier otro atardecer a buscar a la joven de cabellos de oro que hechizaba sus sueños. Ya hacía tiempo que había perdido cualquier esperanza de volverla a ver. Sin embargo la dulce voz volvió a sonar transportada por el viento. Eldarion se acercó con más cautela que días anteriores pero en esta ocasión la muchacha no huyó. El príncipe de Gondor se arrodilló ante la desconocida y le besó la mano. Los dos jóvenes hablaron hasta muy entrada la noche y Eldarion se entristeció mucho cuando tuvo que separarse de ella. Entonces recordó la primera promesa que le hizo a la joven: cada tarde volvería a acompañarla en su soledad al oír su voz, si alguna vez el jardín quedaba mudo no debía buscarla. El primer juramento que le hizo, y no sería el último. Tras cada puesta de sol Eldarion volvía a los jardines, y su pasión iba creciendo más y más. Un día osó preguntarle a la muchacha:-¿Por qué, mi Señora, no os veo durante el día y sólo me permitís acompañaros durante la noche?-Ni si quiera a vuestros ojos mortales, heredero de Aragorn, les está permitido verme. –le respondió ella-. Pero debéis saber que el afecto que os profeso es lo bastante fuerte como para traicionar la obediencia a mi padre. Nuestros encuentros no deben tener más testigos que los árboles.

Los encuentros se siguieron mantubiendo y nunca se supo. El amor que se profesaban creció hasta el momento en que no temían en ocultárselo el uno al otro. Eldarion trenzaba diademas de flores mientras ella entonaba cantos alegres. Pasaron dos primaveras, un tiempo efímero para la joven Elfa pero no tanto para Eldarion. Una tarde el heredero de Gondor fue al jardín pero no encontró a su amada ni oyó su voz. La encontró oculta y llorando. Una triste noticia había llegado a sus oídos: Eldarion era casi un hombre y debía volver a Gondor. Supuso que su amado no volvería y que aquel momento significaba la despedida final. Al verla romper en lágrimas Eldarion también sintió congoja en su interior porque él tampoco deseaba separarse de la mujer a la que amaba con tanta fuerza. Sin embargo debía partir, y para atestiguar su unión Eldarion no sólo le hizo una promesa de amor eterno sino que también juró volver a por ella en menos de un año desde su ida. Ella le recordó el doble filo de los juramentos, pues si bien dan prueba de amor, también pueden condenar al que los conjura y los que le rodean. Su promesa fue sellada con un dulce beso de amor, a la vez amargo por la despedida. Los dos jóvenes tuvieron que separarse finalmente y desde aquel día no se volvieron a oír más cantos tras el ocaso en Rivendel.

Habían pasado dos años desde aquella tarde en los jardines de Rivendel. Aquellos viejos árboles, aquellas flores, que habían sido testigos de una desgarradora pasión, no volvieron a escuchar ninguna melodía. Eldarion odiaba ese silencio que le recordaba tanto aquella promesa incumplida y la ausencia de la muchacha de cabellos dorados. Parecía que el destino se había conjurado para impedir su vuelta a Rivendel. Siempre pensó que ni todos los males de la tierra podrían impedirle cumplir su juramento. Pero no hizo falta que toda la Tierra Media entrara en guerra para que Eldarion no volviera a Rivendel. Los motivos por los que no regresó aún permanecían frescos en su recuerdo. Fue en esta ocasión el poder de la lluvia lo que lo detuvo. Aquel año, después de su marcha de Rivendel, ocurrieron grandes catástrofes: lluvias torrenciales, inundaciones, cosechas perdidas, el hambre y sufrimiento de su pueblo. Confiaba en la paciencia de su amada y que las noticias de las lluvias habrían llegado hasta ella. Volvió a intentar partir en primavera pero tubo que viajar al reino vecino de Rohan esperando que el rey Éomer les ofreciese provisiones para el invierno a los habitantes de Gondor.

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Tras Rohan fue Ithilien, pero nunca Rivendel. Tiempo después comenzaron los ataques a Gondor y Arnor por parte de las hordas de orcos. Eldarion había sido nombrado capitán de una de las tropas en la frontera Este de Gondor. Las noches en el frente se hacían interminables. Las horas se convertían en días y su soledad era insondable. Muchas veces la vio en sueños: los jardines de Rivendel, el dulce aroma de las flores y su melodiosa voz acompañando al viento. Pero siempre acababa despertándose como si de una pesadilla se tratase. El doble filo del juramento lo perseguía y temía por la vida de la joven. Le fue imposible ausentarse un solo instante para viajar a Rivendel. Intentó convencer a su padre con excusas banales pero nunca funcionó. Y tal y como pasó el primer año, pasó el segundo. Pensó en escribirle cartas pero poner el nombre en la correspondencia sería levantar sospechas sobre su romance. Sin embargo cada día tenía un pensamiento para ella. Cualquier cosa, cualquier evento, cualquier murmullo le recordaba algún momento pasado junto a la muchacha Elfa.

Hasta que por fin a Eldarion se le presentó aquella oportunidad de viajar a Rivendel junto con su hermana. Aquella carta que envió Gandalf a Aragorn requiriendo la presencia de los tres en Rivendel alegró sobremanera al joven que no tardó en estar listo al amanecer siguiente para partir cuanto antes. Guardaba junto a su corazón un sobre que contenía un papel en el que Eldarion supo pintar con la palabra paisajes de amor con extrema dulzura que escribió en la guerra cuando estuvo en la frontera.

“Amada mía:

Dieciséis veces ya, desde mi nacimiento, el cielo de la luz había vuelto a un mismo punto, cuando ante mi vista apareció por vez primera la gloriosa dueña de mi intelecto, a la que llamé Estrella del Ocaso queriendo ocultar su nombre prohibido a los oídos mortales. Surgió de la oscuridad en la que yo vagaba, perseguido por el espectro de la desesperación entre lamentos de penumbra. En el decimosexto de mis años de oscuridad comenzó mi vida. Convertisteis en hermosura cada objeto de vuestro alrededor, y me ennoblecisteis con vuestra mirada. Os hallé en una naturaleza sumisa a vuestra belleza, y así me encontré yo en aquel atardecer. Me perdí en la profundidad de vuestros ojos y el espíritu de la vida, que habita en la secretísima bóveda del corazón comenzó latir tan fuertemente, que se advertía de forma violenta en las menores pulsaciones, y temblando dijo estas palabras: “ He aquí a la que de ahora en adelante será mi única dueña.” Vuestra voz convirtió en poesía el habla, y en la más exquisita sensibilidad el movimiento. Mi hermosa dama, cuanto extraño dar la bienvenida a la luna con vuestra sublime visión, la profundidad de vuestra mirada y la belleza de vuestros cantos, y anhelo aún más vuestra compañía. Quisiera que el viento me llevara a vuestro lado y quedar dormido en vuestro regazo como pájaro herido. Si supierais cuan grande es el dolor que vuestra lejanía me provoca. Cuantas veces he querido escapar de toda esta guerra que no hace más que aumentar el número de viudas y huérfanos. Una ambición siniestra de poder renace en Mordor, y el tiempo de paz pasa al olvido mientras que el de la guerra vuelve a abrir viejas cicatrices. Que triste es vivir entre tanta desolación y muerte, y seguir luchando sólo para que estas aumenten. Pero este es mi sino, y este me aparta de vos para desgracia de mi corazón. Espero que pronto todo acabe y volver cuanto antes a vuestro lado. Si perecer aquí es la suerte que me espera, sabed que os amaré siempre y vuestro recuerdo no desaparecerá jamás de las profundidades de mi ser. Os querré siempre amor mío.

Siempre vuestro, Eldarion.” La esperanza de volverla a encontrar, poder oír de nuevo su voz entre los árboles se convirtió en polvo al llegar a la casa de

Glorfindel. Volvió a los jardines, y se sintió como cuando era un joven de corta edad ocultando un secreto. Pero la esencia de ese secreto se había roto. No encontró nada, salvo aquellos mismos árboles y aquellos lugares que le devolvían tantos recuerdos, salvo una cosa: su amada. Aquel juramento roto tampoco se la podía traer de nuevo. Sólo ahora comprendía la importancia de su error. No sabía dónde buscarla y ni si quiera si lo seguía amando. Su amor lo empujaba a marcharse de Rivendel y buscarla en cualquier lugar, pero Eldarion no olvidaba lo que le había llevado a aquel lugar, su misión. Confiaba en que lo siguiese amando y que algún día volverían a encontrarse y poder pedirle perdón. Hasta que ese día llegase la seguiría amando como lo había hecho hasta ahora. Eldarion todavía guardaba su carta junto al corazón, resignado y cada día la llorando en silencio.

CAPÍTULO 5

LA LUZ DE LA ESPERANZA

El alba surgía lentamente posando sus destellos sobre las cimitarras y armaduras de los orcos que escapaban prestos de la luz y se apresuraban en llegar al campamento oculto en el bosque. Estas criaturas criadas en la oscuridad y la pena detestaban la luz del día y gritaban de agonía cuando veían al sol asomar sus rojos cabellos por la llanura.

Los orcos se adelantaron raudos en la oscuridad de los árboles mientras que el encapuchado que conducía a Laislen encadenada los seguía a corta distancia, satisfecho por sus nuevas presas. Laislen miraba al suelo, su capa tapándole la cara, como una sumisa prisionera que seguía a su amo sin esperanza alguna de poder escapar. El campamento estaba bien oculto de los rayos del sol, teniendo

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como paredes altos árboles y piedras. Eran algunas tiendas y cuevas maltrechamente esculpidas por el viento y la lluvia que servían como guarida a los orcos. Las jaurías de lobos permanecían atadas, mordiéndose entre ellos por pedazos de carne putrefacta. Era un pequeño ejército en su mayoría compuesto de orcos, sólo los hombres ocupaban los cargos superiores, el enemigo también los había corrompido a ellos y sabía hacer buen uso de sus habilidades. De un lado dormían los orcos, del lado opuesto los hombres, y entre ambos los lobos y armas de gran envergadura como algunas catapultas. A un lado, próximos a los hombres, en una tienda apartada los Hobbits y Gandalf aguardaban callados, encadenados a unos palos. Con ademanes rudos se presentó en la tienda un hombre adulto, de pelo oscuro así como la barba que le cubría el rostro. Era el capitán de aquel pequeño ejército de Mordor y su nombre era Vazgan. Miró a los prisioneros atentamente pero sin mediar palabra con ellos. Esto no era lo que ellos esperaban, pensaban que en breve serían interrogados.

-Así que estos son nuestros nuevos huéspedes.-dijo con una voz que casi hacía retumbar el suelo-. Parece que venís de muy lejos, ¿y qué extrañas criaturas son estas, niños?-dijo dirigiéndose a los Hobbits y clavando en ellos sus ojos oscuros como el carbón-. Permanecéis callados por ahora, os será provechoso, pero pronto llegará vuestro amigo y tened claro que entonces hablaréis gustosos.

El hombre salió de la tienda de la misma manera que entró y volvió de nuevo con una jaula de gran tamaño que debían utilizar para los lobos, cuando la hubo dejado en el suelo volvió a marcharse. Los Hobbits levantaron las cabezas y dirigieron sus miradas a Gandalf:-¿A quién más habrán atrapado Gandalf?- preguntó Merry-.- No lo sé, -repuso el mago-. pero pronto lo descubriremos. Cuando me atraparon no tuve tiempo de mirar hacia atrás, estoy tan sorprendido como vosotros y sé lo mismo que vosotros.

Un breve momento después de aquella corta conversación entró en la tienda el guía de Laislen con su prisionera y la introdujo en la jaula. El joven se descubrió y resultó ser un hombre muy parecido al anterior, pero más joven. Salió de la tienda con una sonrisa de satisfacción. Cuando se hubo marchado Laislen se descubrió. Los Hobbits no negaron su sorpresa al verla y la inundaron de preguntas.-¿Atraparon a alguien más?- preguntó Gandalf-.-No.-dijo ella-. Vi a los demás escapar, y me extrañaría que les fuera fácil encontrarlos.-¿Y Faramir? –preguntó Frodo-.-Escapó también, nos os preocupéis por él.-No tardarán en preguntarnos por nuestro destino.- dijo Gandalf-. No digáis nada, permaneced callados, yo hablaré si hiciera falta.

Como el mago predijo entraron dos hombres, el joven y Vazgan. Laislen volvió a cubrirse el rostro. -Ahora que estáis todos juntos, -dijo Vazgan-. quizás queráis contarnos algo del viaje que al parecer estabais realizando. –la Compañía respondió con silencio-. Un viejo, cuatro niños extraños y un guerrero. Estas son extrañas compañías, quizás a los enanos sea más fácil sacarles algo.-El guerrero viene de lejos y quizás sea elfo, padre –dijo el más joven observando la espada de Laislen-. -Ciertamente sólo un elfo lleva consigo semejantes armas: un arco y una espada tan magnífica. ¿Dime elfo, hacia dónde os dirigíais?

Laislen permaneció callada y de espaldas a ellos sentada en su enorme jaula.-Quizás sea mudo.-dijo el joven riendo-. O no entienda nuestra lengua.-¿Y Drazan?- preguntó el padre pensativo-. -Aún no ha vuelto de su expedición. ¿Por qué?-Dichoso muchacho... Dile cuando llegue que le quiero ver enseguida. Si alguien puede hablar con el elfo es él, y también nos dirá que son estas criaturas. -Bien padre.

El padre se marchó pero el hijo aún permaneció en la tienda y se acercó a la jaula y susurró:-¿Dónde la habrás robado? Es un buen metal, de forjas élficas o quizás de Gondor. Sea como sea, pretendas hablar o no, o me comprendas; tu espada es ahora mía.

El hombre salió de la tienda fulminando con su mirada a los prisioneros. Laislen cerraba los puños con fuerza, las heridas de las manos volvieron a abrirse. -¿Qué haremos ahora Gandalf?-preguntó Estrella-. Nuestra misión está parada y la Compañía dividida.-Tranquilos, preveo una luz en el camino, pero debemos ser pacientes.-Espero que tu luz sepa abrir jaulas y romper cadenas, -dijo Laislen-. por que entonces difícilmente vamos a salir de aquí.-Tranquila Cachorro. –dijo el mago-. Aún no has adquirido la paciencia de la vejez, hay que saber esperar.

Como el mago aconsejó la Compañía esperó paciente y silenciosa hasta mediodía. Durante ese tiempo ninguno de los dos hombres volvieron a visitarlos y sólo algunos orcos asomaron tímidamente la cabeza. Así pues cuando el sol se encontraba en su cenit se escuchó la voz del padre retumbar por las paredes de las rocas y entre los troncos de los árboles:-¡Drazan! ¿Dónde has estado todo este tiempo mientras tu padre te necesitaba? Ven aquí holgazán, tengo una importante tarea para ti.

El muchacho no dijo palabra ante los gritos de su padre y permaneció callado mientras lo seguía hacia la tienda. El murmullo se fue haciendo más audible a medida que se acercaban la entrada, allí les esperaba el mayor de los dos hermanos. Cuando cruzaron el umbral el joven no cabía en ni su asombro, ni en su gozo. Él era bien parecido al padre pero sus facciones no eran tan rudas y sus ojos eran claros y azules, su mirada era dulce, no ruda y desgarradora como la de su hermano, rondaba algo menos la edad de Laislen. El padre relató toda la historia al menor de sus hijos y cuanto le intrigaba saber quiénes eran esas criaturas y poder hablar con el elfo.

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-¿Son enanos? –preguntó el padre-.-No. –respondió el joven observándolos agachado junto a los Hobbits-. Los enanos son más altos y no caminan descalzos ni mucho menos. –quedó pensativo un instante-. Creo que son Medianos, si, debe ser.-¿Medianos? –repitió el mayor-.-Viven al oeste, muy lejos y escondidos en agujeros. No son muy conocidos por que nunca han intervenido en ninguna guerra. Nunca pensé que llegara a verlos por aquí, tan al este.-¿Y que me dices del elfo? –volvió a preguntar el padre-.- Desde hace un tiempo son poco visibles, quizás provenga de Lothlórien, es el reino élfico más cercano que hay.-¿Crees que podrías hablar con él? – inquirió de nuevo-.-Dame algo de tiempo, tengo algo olvidado el poco élfico que aprendí. Quizás esta noche después de la cena estén más dispuestos a hablar.-Muy bien. –dijo el padre-. Hazlo como quieras pero lo antes posible.

Los tres salieron de la tienda y volvieron a dejar a los prisioneros a solas. Al poco de irse dos soldados orcos se apostaron en la entrada. -¿Esa es tu luz? –preguntó Laislen-.-Creo que sí, él puede ayudarnos.-respondió el mago-.-Al menos sabe diferenciar entre un enano y un Hobbit. –dijo Merry-.-Y seguro que sabrá abrir jaulas y romper cadenas. –dijo Frodo mientras reían-.

Las horas pasaron y el sol se fue ocultando poco a poco para regocijo de los orcos. A medida que la luz desaparecía los lobos aumentaban sus aullidos. Por lo que pudieron oír había algunos hombres más en el campamento. La hora de la cena se acercaba y Gandalf dijo que no temieran al muchacho cuando viniese y que comieran sin miedo, por que no deseaban matarlos por el momento, y sería inútil matarse ellos mismos de hambre. Del lado de los hombres había una gran fogata, y del lado de los orcos había otra que desprendía un olor a podrido por que estaban asando carne. Los Hobbits esperaban que de aquel fuego no fuese a salir su cena. Algo después vislumbraron una sombra que se acercaba. Drazan entró con una bandeja dónde reposaban sus raciones de comida. A su lado un lobo blanco bastante gordo sujetaba una lámpara en la boca. Drazan colgó la lámpara de palo central que sujetaba la tela y se sentó de los Hobbits mientras les iba sirviendo los platos de comida, el lobo permanecía tranquilo y quieto a su lado. No olía especialmente agradable, pero al menos tenían un techo y comida.

CAPÍTULO 6.

LA LUZ COMIENZA A BRILLAR

Los Hobbits y Gandalf estaban sentados en el suelo junto al muchacho mientras comían trozos de carne y bebían algo de agua. Gandalf apartó su plato de carne y sólo bebía agua de un cuenco de barro algo agrietado. Al principio los Hobbits comían con timidez pero pasados unos minutos se sentían más seguros. Laislen permanecía en la sombra de su jaula, con el rostro oculto y en silencio. Su mutismo inquietaba a Drazan así que decidió entablar conversación con el mago que parecía más dispuesto a ello:-¿No queréis la carne? –preguntó el joven-.-No gracias, sólo un poco de agua. –respondió el mago-.-No creí apropiado después de vuestro largo viaje las bebidas fuertes que toman los hombres. Siento el estado de la carne pero no nos distinguimos por nuestra habilidad en la cocina, “comida de soldado” dice mi padre; cuanto peor es la comida más poderoso es el ejército. ¿Vuestro amigo elfo no come? Le he traído algunas frutas, pensé que un elfo preferiría eso a carne quemada, por eso del paladar más exquisito. Espero que no esté disgustado.-Tranquilo. – dijo el mago-. Comerá a su debido tiempo. Pero te puedo asegurar que está agradecido. -¿Es siempre así de callado?-Sólo cuando está triste, ha pasado momentos difíciles, todos nosotros. Así es el espíritu de los elfos, la pena puede hacerles más daño que la peor de las heridas.-Es triste esta situación, y muy desafortunada para todos: por fin conozco a un elfo y a unos medianos y son prisioneros por lo que no creo que estén muy dispuestos al diálogo. Me gustaría preguntarles tantas cosas. -Los Hobbits también están dotados de lengua y de capacidad de hablar. Y te aseguro que estarán muy complacidos en contarte toda su historia. Pero no les des demasiada conversación o te relatarán la historia de la Comarca hasta pasado el amanecer. -¿Hobbits?¿Es el nombre que les dan los elfos?-No.-dijo Merry-. Es el nombre que nos damos nosotros mismos y ni si quiera proviene de la lengua de los elfos, sino de la lengua de los Rohirrim.-¿Con qué los Jinetes de la Marca? –dijo Drazan-. Sólo ellos os podían haber dado semejante nombre. Había oído hablar de criaturas que viven en agujeros y que no miden más de cuatro o cinco pies. Pero por lo que sé sois originarios del oeste y diría que estáis muy lejos de vuestro hogar.-Todos lo estamos.-dijo Gandalf-. ¿Y de dónde provienes tú jovencito?-De las tierras que circundan con Mordor e Ithilien. Somos un pequeño pueblo de nómadas, pero durante un tiempo vivimos en esas tierras, al menos yo nací allí. Nadie nos quiere, ni en Rohan, ni en Gondor y ni en ninguna otra parte. Vagamos de aquí a allá, sin

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rumbo ni pretensiones, sólo la fertilidad perecedera de la tierra rige nuestro camino. Aunque una fama negra nos precede, desconozco cuál y no me extraña que nadie quiera acogernos. -Parece ser que las pretensiones de tu pueblo tienen ahora mayor estima si estáis con Mordor.-dijo Gandalf.- -Así parece. Muchos no entendemos esta alianza, pero mientras al pueblo lo alimenten con buena comida así como de esperanzas y sueños están contentos y no les importa al servicio de quién estén. Algunos ni si quiera desean estar aquí, una guerra contra Rohan, que locura... Yo soy uno de ellos, pero si se entera mi padre se llevaría un gran disgusto. Quiere verme convertido en un gran caballero como mi hermano.-¿No eres muy joven para estar en el ejército? –preguntó Frodo-.-Sí, pero ¿qué iba a hacer en casa sólo? Mi padre y mi hermano se marchan a combatir y mi madre hace tiempo que murió. Mi padre dice que así maduraré antes y que viendo a los maestros aprenderé pronto. No sé si será cierto pero no tengo más remedio que asentir. Finalmente no se está tan mal aquí, hago mis tareas y me queda algo de tiempo para pensar en mis planes futuros, aunque me gustaría haberme traído más libros.-¿Y siendo tú un chico tan despierto y lleno de curiosidad, cómo es que tienes semejante bruto por padre? –preguntó Gandalf-.- Se lo debo a mi madre. De niño, mientras mi padre enseñaba a mi hermano a utilizar la espada, mi madre me relataba cuentos sobre los elfos y oía a los comerciantes hablar de los medianos, quiero decir Hobbits, y empezó a despertarse en mí el deseo de aprender cosas sobre ellos. Me parecían gentes interesantes. Aprendí antes a leer y a escribir que a montar a caballo. Y mi padre le saca provecho a ello. No muchos saben leer o escribir y a veces le soy útil por eso. -¿Y tú deseas seguir su mismo camino? –preguntó Gandalf-.-La verdad es que no, nunca le he encontrado divertimento alguno a la profesión de guerrero. Me gustaría viajar y conocer sitios distintos a los que he visto. No me importaría ganarme la vida como sirviente de algún elfo o mago. Junto a ellos se deben aprender muchas cosas y ver mucho mundo. Más que con un grupo de soldados toscos. Pero mi padre no ve eso digno y Denian se echa a reír cuando lo menciono. -¿Denian? –preguntó Frodo-. ¿Es tu hermano? - Si, no se caracteriza por su extrema simpatía pero ha trabajado muy duro para llegar a lograr sus sueños y lo ha conseguido: se ha convertido en la mano derecha de mi padre. Es una de las pocas cosas que admiro de él, sino la única.-Y no creo que tú seas su brazo izquierdo.- dijo Gandalf-.-Ciertamente no lo soy, pero no es algo que me incomode. Mientras padre no gruña demasiado todo irá bien.

Drazan dirigió su mirada hacia la jaula de Laislen y vio que el plato de comida estaba vacío. Suspiró aliviado y reunió los platos y cuencos.-Vuestro amigo es silencioso incluso para comer. Pero parece que ha quedado satisfecho y me alegro por ello. -Lo está y quizás quiera incluso intervenir en nuestra conversación en breve tiempo. ¿Y qué me dices de los magos? –preguntó Gandalf-.-Gente extraordinaria. Me gustaría poder acumular algún día tanto saber como ellos. Aunque ellos viajan mucho; más bien a dónde desean, van por libre y tienen enormes bibliotecas, todos los respetan, utilicen su magia para bien o para mal. Pueden valer más que mil soldados y lo demuestran sin necesidad de utilizar la fuerza bruta. Yo sólo soy un muchacho metido en esta guerra que lleva a cuestas sus libros.- ¿Has pensado alguna vez en seguir sus pasos? - No hay nada que desee más en el mundo, pero no tengo ni los métodos y aún menos la aprobación de mi padre. Tengo un camino marcado del que no me puedo apear y lo quiera o no el clamor de la guerra me perseguirá a dónde sea.- Los magos no tienen una vida tan pacífica. –dijo Gandalf-. Es cierto que son poderosos y que su vida es larga pero deben saber soportar el cansancio de los años, un cansancio que un simple mortal nunca entendería. Y tener un gran dominio de si mismo, sí el miedo te controla en una situación complicada y pierdes el timón de tu embarcación entonces el terror será la más enorme tempestad que imagines y ten por seguro que te hundirán. La capacidad de concentración lo es todo: controlar tu miedo, tu mente y lo que te rodea. Esa es la clave.-Parecéis conocer muy bien a los magos e intuyo que sois alguien más poderoso de lo que aparentáis. Pero creo que nos reserváis más de una sorpresa para el final. - Es posible. Y pronto todo acabará y hallaré paz y reposo durante largo tiempo al fin.

Laislen se inquietó un poco al oír estas palabras y se agitó en su jaula, siempre en silencio. -¿Y si sois mago por qué no escapan de aquí sin más?

Gandalf rió a estas palabras, hacía tiempo que los hobbits no le veían tan feliz.-Un mago no es un ser invencible: sufren de hambre o de sed, de pena, también aman y también se cansan. Y ahora lo estoy. Pero tienen un sexto sentido y el mío me dice que no me corresponde a mí en esta ocasión mostrar mis armas. Serán ellos, –dijo mirando a los Hobbits-. otros, y entonces una nueva luz de esperanza se abrirá ante nosotros.-Así que un mago, un elfo y cuatro Hobbits. Esto empieza a tener más sentido. Aunque sigo sin comprender qué es lo que les lleva hacia el este, dónde se encuentra Mordor y su nuevo Señor Oscuro que se alza tan terrible como el anterior. No me atrevería a decir que algo tiene que ver con las nuevas sombras que allí se están forjando.-Tú instinto te guía bien. -¿Pero por qué me contáis todo esto? Yo soy vuestro enemigo y el hijo del que os ha atrapado.- Vas vestido como un soldado de Mordor, ¿pero acaso piensas como ellos?, ¿Es acaso el lobo un cordero por vestirse con su piel? La confianza no depende del bando al que pertenezcas.

Drazan pensó largo tiempo en estas palabras. Sopló algo de viento y la luz de la lámpara se apagó. -Observa muchacho -dijo el mago-.

Gandalf juntó las manos a modo de cuenco y comenzó a nacer una pequeña luz azulada. Gandalf separó las manos y dejó suspendida en el aire una pequeña burbuja azul resplandeciente que empezó a ascender hasta introducirse en la lamparilla. Drazan la observaba asombrado y acercó las manos. Era una luz templada y agradable.

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-Confiar no es fácil, pero creed que estaría dispuesto a seguiros con tal de acabar con esta guerra y todo lo que se avecina. Pero sería oponerme a mi padre y no creo que fuese capaz de llegar tan lejos.

Laislen silbó llamando al lobo. Este se acercó sumiso y asomó la cabeza por entre los barrotes. Laislen acarició su hocico y luego le pasó la mano por la cabeza. El animal se dejaba acariciar amedrentado por el susurro de la joven.

-Talta se Nalta –dijo el joven en élfico con el mejor acento que pudo-.Laislen rió y Gandalf negó con la cabeza. El joven no comprendía el porqué, quizás hubiese pronunciado mal algo y hubiese

ofendido a alguien.-Has dicho “el resplandor se derrumba”-dijo Laislen con una voz tan suave que asombró al muchacho-. Aunque no se aleja mucho de la realidad.-Quería decir que se llama Nalta. Pero me habéis sorprendido, ¿habláis la lengua común?-Así es. –dijo Laislen con tono tranquilo-. Y tu élfico no es demasiado malo.-Gracias, viniendo de un elfo es el mayor cumplido que me podíais otorgar. He podido comprobar con mis propios ojos que los elfos tienen un poder especial sobre todas las bestias. Normalmente no deja que nadie la acaricie, aun más si está encinta.-Es una loba muy hermosa, y también lo serán sus cachorros. –dijo Laislen-.-Los orcos esperan impacientes su nacimiento, sobre todo desde que supieron que el padre había muerto. -¿Qué enorme bestia lo era? –preguntó Merry-.-Sargon, el Bebedor de Sangre, uno de los más grandes lobos criados por los orcos. Dicen que uno de los que intentaron atrapar lo mató. Nada podía hacerlo: ni lobo, ni orco, ni hombre, ni elfo, así lo cantaban los orcos en sus canciones.-Ni orco, ni hombre, ni elfo, ni lobo. –repitió Laislen-. Pero si lo pudo un semielfo ayudado por un fiel amigo. A costa de la vida de uno de ellos. -Entonces vos sois su asesino supongo. –dijo Drazan y quedó pensativo un instante-. Y creo que también ocultáis un secreto sobre vuestra verdadera identidad.-Es cierto que sea elfo, pero sólo en parte. El hecho de que fuese un elfo fue idea de tu hermano y no mía. Y los demás secretos que me conciernen no serán revelados ahora, aún no.-¿Y quién era el que os ayudó en tan ardua empresa? –preguntó el joven-.-Dices bien que Sargon era el orgullo de los orcos y de los de su propia raza. –dijo Laislen-. Él que a mí me acompañaba era el orgullo de los elfos y también de los lobos pues él era el único de su misma condición que podía medirse a él. -Había oído decir que sólo en Minas Tirith podía verse criatura igual, pues custodia a la hija del rey de Gondor, y leyendas de su belleza y la fortaleza del animal han llegado hasta nosotros. Si hablamos de la misma criatura la princesa debe amaros mucho para separarse de él y dejarlo a vuestro cargo. Y también lo llorará sobremanera cuando estas tristes noticias le lleguen. - Hace tiempo que lo llora. –dijo Laislen-.

Por primera vez desde que habían vuelto a ver a Laislen después de la batalla los Hobbits y Gandalf se percataron de la ausencia de Norte, todo comenzó a dibujarse claramente en sus mentes. Drazan permaneció en silencio y gracias a su astucia ahora comprendía al igual que los demás por que habían atrapado a Laislen.

Poco a poco las fogatas se iban apagando y las risas se las iba llevando el viento, pero no los lamentos y penas de los prisioneros. Drazan tuvo que marcharse pero les prometió a todos volver al alba el día siguiente con el desayuno y toda la ayuda que les pudiese prestar. Los Hobbits cayeron dormidos poco después de su marcha y Gandalf y Laislen se quedaron hablando algo más de la estrategia próxima para ganarse la confianza del muchacho que había sido bien recibido por todos. Poco a poco la luz emanaba leves destellos de esperanza.

CAPÍTULO 7.

RELATOS DE UN VIEJO MAGO

Pasó un día en el que la Compañía prácticamente no vio a Drazan salvo en las horas de las comidas. El muchacho empezaba a ganarse la confianza de todos. A la mañana del cuarto día, si contamos la noche en la que fueron atrapados, no hizo falta que Nalta despertará a Drazan, a pesar de que ella estaba más inquieta que de costumbre. Teniendo la oportunidad de conversar con semejantes personajes como sus prisioneros no quiso perder ni un instante más durmiendo. Se calzó las botas y se acercó a la parte nordeste del campamento donde estaban los orcos y las jaurías de lobos aguardaban el desayuno. Buscaba entre las fogatas muertas de la noche anterior algún pedazo de carne que ofrecerle a su loba. Cuando encontró lo que buscaba se dispuso a marcharse a su tienda pero se quedó un instante pensativo delante de la manada. Un orco, con el que hablaba a veces de los lobos y le ayudaba, se le acercó:-Tus lobos parecen más inquietos que de costumbre. –dijo Drazan-.-Y lo están. –replicó el orco con una voz estridente-. Huelen la batalla, está cerca; así como el final de los prisioneros.

Drazan contuvo su inquietud pero supuso que había algo que el orco sabía y que él desconocía.-¿Por qué dices eso? –preguntó con cautela-.-La noche en la que atraparon a los prisioneros tu padre envió un mensajero al gran ejército que sitia la Montaña Solitaria para avisarles de las nuevas sucedidas en estos últimos días. Parece que les son muy valiosos, probablemente los envíen a Mordor en breve con una escolta.

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Drazan guardó silencio y al ver que no respondía el orco preguntó:-¿Crees que esta noche nacerán los cachorros?

El joven tardó en responder por que sus pensamientos estaban centrados en otros asuntos y sólo pudo decir mientras se marchaba corriendo:-¡Quizás!

Drazan corrió a la tienda de su padre donde también estaba su hermano hablando con él. Entró casi sin aliento y olvidando el respeto que debía mostrar al entrar en la tienda de un superior.-¡Qué modales son esos muchacho! –replicó su padre mientras su hermano sonreía-.-Lo siento padre –dijo Drazan con la cabeza baja-.-¿Te has ocupado ya de los prisioneros? –preguntó su padre-.-No aún, iba a hacerlo ahora.-¿A qué esperas entonces? –dijo Denian-.-Pero... –dijo Drazan-.-¿Qué más quieres? –volvió a preguntar el viejo capitán de hombres-.-¿Has enviado un mensajero con noticias sobre los prisioneros? –preguntó ansioso-.-Así es. Partió hace tres noches noches, cuando llegaron los prisioneros; algunas horas antes del alba. En dos o tres días nos desharemos de los prisioneros enviándolos a Mordor. ¿Pudiste sacarles algo anoche?

Pero Vazgan fue demasiado lento al hacer la pregunta por que en cuanto Drazan supo el destino que les esperaba a sus amigos se fue corriendo.

Mientras tanto la Compañía esperaba la visita de su amigo y algo de comer. Discutían sobre le paradero del resto de sus amigos y qué es lo que harían en los próximos días. Poco después llegó Drazan con algo de pan y agua, con una mirada lúgubre y en el más completo silencio. Gandalf supo entonces que algo pasaba y preguntó al muchacho mientras partía el duro pan en pedazos y esto fue lo que el joven respondió:-En dos o tres días os enviarán a Mordor. Un mensajero partió la noche en que llegasteis. Me he enterado esta mañana. Si lo hubiese sabido antes...-Eso complica nuestros planes. –murmuró Gandalf-. Tenemos menos tiempo del que imaginaba. - Sí nosotros nos marchamos a Mordor, ¿qué será de los demás? –preguntó Merry-.-¿Los demás? –repitió Drazan-. ¿Acaso os acompañaban más?-Cuatro más nos acompañaban.-dijo Gandalf-. Un Hombre, un Enano, un Hobbit y un Elfo. -Sin embargo vuestro destino es Mordor a menos que me hayáis mentido. - dijo Drazan-. De un modo u otro vais a llegar.-Pero para la misión que allí debemos cumplir debemos estar todos. –dijo Gandalf-. Si no todo el camino que hemos recorrido hasta ahora habrá sido en vano.-Ojalá pudiese hacer algo para ayudaros, pero temo que eso está muy lejos de mis posibilidades.-Nos has ayudado más de lo que imaginas, Drazan. –dijo el mago-. Lo que sigue depende de nosotros mismos, pero no te desanimes por que más tarde nos puedes ser de gran ayuda si en verdad deseas ayudarnos.-Durante mucho he aguardado gentes que no temiesen luchar por lo que creían, supongo por que yo si lo temía. Parecer ser que por fin se han presentado ante mi bajo formas extrañas. Pero me alegra haberos encontrado. Estoy dispuesto a luchar de vuestro lado no sin conocer antes cuál es vuestro cometido. No quiero ser como esos soldados que luchan sin saber lo que defienden. Sé que puedo confiar en vosotros y que la causa por la que lucháis es más justa que la de mi padre. Me habéis devuelto la esperanza por que no creía que muchos fueran capaces de enfrentarse ya al poder oscuro de Mordor.-Lo que pides es justo. –dijo Laislen-. Nuestra historia te será relatada.

Gandalf le relató a Drazan la historia de la Compañía, cómo se había formado, y cual era la misión que les aguardaba en Mordor, también le reveló los nombres de los que los acompañaban así como los de ellos mismos pero en ningún momento cuáles eran las verdaderas identidades de algunos de ellos y sus linajes. Así Laislen siguió siendo Laislen el semielfo, y Barahir, Legolas, Eldarion y Elfwine sólo buenos amigos y gentes de valor. -Es un duro viaje lleno de peligros y enemigos. –dijo Gandalf-. La luz contra la oscuridad, la batalla aguardada desde la noche de los tiempos.-No temo lo que pueda encontrar en Mordor. –dijo Drazan y un relámpago cruzó su mirada de zafiro-.-Lo tendrás. –dijo Laislen entre las penumbras de su jaula y llegó a sobrecoger al joven-.-¿Qué hay de nuestros caballos? –preguntó Merry que echaba de menos a su pequeño corcel-.-Están bien, los hombres los guardan en su parte del campamento. –dijo Drazan-. Nunca vi corceles más hermosos. Sobre todo el que tiene el pelaje gris como el mar, es orgulloso.-Ese es Sombragrís. –dijo Gandalf-. Mi buen corcel. Desciende de los Padres de los Caballos, esos que los Rohirrim llaman Mearas. Me lo ofreció el mismísimo Rey de Rohan, Théoden, hace ya muchos años. No encontrarás un caballo más hermoso y más rápido que el mío.

Drazan tenía muchas tareas que cumplir antes del almuerzo y se marchó pronto de la tienda. Cuando el sol casi se encontraba en su cenit Denian entró en la tienda con una tétrica sonrisa en su rostro. Comenzó a caminar alrededor de la jaula de Laislen y tan alta creía que era su estima que no se dignaba a mirar a los ojos a los prisioneros.

-He hablado con los orcos que intervinieron en la pequeña incursión de hace dos noches y me han contado un hermoso relato que seguro te gustará oír Elfo, pues la parte más sorprendente es en la que tú intervienes. Me hablaron acerca de un combate singular entre el lobo negro de los orcos, Sargon y otro de igual tamaño pero de piel más clara que les hizo temblar de igual manera. Cuando ya

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daban a Sargon por muerto el otro lobo huyó tras un extraño elfo. Pero para sorpresa de todos el Bebedor de Sangre aun no había muerto y el combate contra el otro animal volvió a reanudarse. Pero en esta ocasión también intervino el elfo que con valor y destreza, he de admitirlo, acabó con la bestia, no sin haber sacrificado también a la otra. Cuando los orcos se acercaron al elfo para llevárselo como prisionero no osaron y he aquí mi sorpresa: cuando se aproximaron a él descubrieron con estupor que se trataba de una mujer que lloraba junto al cadáver del lobo. La mirada de la joven era penetrante y aún les cuesta conciliar el sueño por que dicen verla en extraños espejismos y su belleza les sobrecoge. Sin embargo cuando yo me acerqué al cadáver sólo te encontré a ti Elfo, ninguna hermosa dama en un baño de lágrimas. Comienzo a sospechar que se trata de la misma persona y puede que tu mutismo sea por que estás de luto por la muerte de tu lobo. Tienes valor mujer, y guardas más de una sorpresa. Yo he oído hablar de semejante animal, también de una dama élfica que su belleza sobrecoge los corazones más oscuros como los de los orcos, y una espada como la tuya, que ahora es mía, sólo es forjada por los hombres de las herrerías de Gondor. La dama de la que te hablo es la princesa de ese país y creo comprender ahora por qué les eres tan valiosa a Mordor, el rey Aragorn pagaría un buen precio por su hija, quizás el precio de la derrota. Sigue callado Elfo, aunque en tu interior ardas en deseos de muerte por que sólo yo conozco tu secreto y ni tu silencio y entereza te salvarán cuando se sepa.

Denian salió de la tienda tranquilo y con una sonrisa en los labios. Laislen suspiró y golpeó con los pies los barrotes de su jaula llena de rabia. El mediodía pasaba lentamente para los prisioneros. Los Hobbits la contemplaban desolados mientras Gandalf estaba tranquilo y el enfado de Laislen casi le hacía reír. Desde hacía un tiempo estaba más contento y feliz, incluso despreocupado por el posible porvenir que les esperaba.

-Tranquilízate Cachorro, confía en Drazan. –le dijo-.-Confío en él, pero no en que lo que nos depara el destino será bueno. –respondió Laislen-. Últimamente todo es, o al menos a ti te parece, más fácil. Concretamente desde que nos atraparon, cuando deberías estar inquieto. Y pienso que tiene que ver con ese muchacho, hay algo que no nos has contado. -El muchacho me trae recuerdos, muchos recuerdos. –dijo Gandalf-.-¿Malos o buenos recuerdos? –preguntó Estrella-.-Ambos, Estrella, buenos y malos. Fue hace tanto... –suspiró-. Me pregunto qué habrá sido de él. -¿De quién? –preguntó Merry-.-En una ocasión cuando el mundo aún era joven tuve un aprendiz. Era un elfo del alto linaje de los Noldor. Eran muy dotados para el aprendizaje y siempre deseaban adquirir más sabiduría. Hicieron buena amistad con los Enanos pues ese pueblo les enseñó todo lo que saben ahora los elfos sobre la herrería. Cuando lo tomé bajo mi tutela era tan sólo un crío, no mucho mayor que lo es Drazan ahora. Su padre partió en el exilio de los Noldor de Valinor y murió en la Matanza de los Hermanos, la primera batalla de Elfos por Elfos. Y su madre lo dejó a mi cargo pues el recuerdo de su esposo la atormentaba sobremanera y marchó lejos. Corría el rumor de que se había arrojado al mar. Era un muchacho sumamente inteligente y astuto y aprendía muy deprisa. Le di conocimientos y un nuevo nombre: Sairondil, el Amigo del Mago. Fue adquiriendo poder con los años y sus capacidades parecían ilimitadas y acrecentarse. Pensé que sería bueno tener un aprendiz que se encargara de los asuntos de este mundo cuando yo ya hubiese desaparecido. Para ese momento él ya habría adquirido toda la sabiduría necesaria y el poder para ocupar mi lugar. Aquel muchacho tenía algo especial, que le distinguía del resto de los suyos y era un poder con el que ya había nacido. Pero temo muy a mi pesar que no fui un buen maestro.-¿No llegó a convertirse en un gran mago como tú? –preguntó Frodo-.-No, todo lo contrario, a veces llegaba incluso a temerlo. Pero lo quería como a un hijo y confiaba en que la maldad nunca nacería en él. Sin embargo me equivoqué. -No entiendo por qué tomaste a tu cargo un aprendiz. –dijo Laislen-. Tu vida es lo bastante larga como para cuidar de este mundo y de cien más.-No fue solamente algo que yo desease. Los Valar también lo quisieron así, pero me advirtieron que no debía desesperar con el muchacho, que llegaría a convertirse en un gran hechicero; pero que sólo comprendería la verdadera esencia de la magia tras haber vivido en la más profunda oscuridad y que en ese momento él volvería a mí y yo a él y sólo entonces su aprendizaje se habría completado. Sin embargo nuestros destinos se separaron. Él se enamoró de una joven, pero había otro pretendiente. Él le pidió la mano a la muchacha en matrimonio pero el padre se la negó. -¿Por qué era mago? –preguntó Frodo-.-No, por lo que había hecho su padre. La madre de la muchacha tenía parientes entre los Teleri, que fueron muertos por los Noldor. Por el hecho de que su padre hubiese participado en aquella matanza se le denegó la mano de la mujer a la que amaba. La joven le fue concedida al otro pretendiente Mi aprendiz entró en cólera y quiso utilizar un hechizo que obligara al padre a concederle la mano de su hija y también matar al otro pretendiente. Yo no se lo permití. Conseguí que no lo hiciese pero tal era el dolor por la pérdida de su amada y la injusticia sufrida que maldijo mis enseñanzas que no podía utilizar cuando le hacían falta. No quiso seguir aprendiendo bajo mi cargo y se dio a sí mismo un nuevo nombre: Niendil, el Amante de las Lágrimas. Se marchó lejos, llegué a oír que se instaló en la Tierra Media. Todo por algo que él no hizo. Oí que la joven a la que amaba optó por arrojarse al mar. Y la luz que veía en sus ojos la veo ahora en los de Drazan. Tan solo espero no equivocarme con él como lo hice con Niendil. Preveo grandes hazañas en el futuro de ese chico y también que sus habilidades os serán de gran ayuda cuando yo me haya marchado.

Pasadas algunas horas después del mediodía Drazan entró en la tienda para servirles la comida como lo había hecho los días anteriores y esa misma mañana. Intercambió algunas palabras con sus amigos que fueron efímeras, otras tareas le llamaban y no debía demorarse si no quería recibir después las reprimendas de su padre. Les preguntó acerca de su plan de huida del campamento y si había algo que pudiese hacer. Ellos respondieron que aún estaban puliendo su plan en ciertos detalles importantes pero que pronto le informarían.

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Tiempo después las estrellas comenzaban a brotar en el cielo como flores azules en un enorme prado. La Compañía no estaba falta de ideas para escapar del campamento pero siempre contaban con sus otros compañeros, nunca recordaban que por el momento tan sólo eran cuatro, o más bien cinco. -Creo que antes de planear cualquier cosa deberíamos intentar contactar con los demás. –dijo Frodo.--Estoy de acuerdo con Frodo. –dijo Laislen-. Intentándolo nosotros cuatro sólo conseguiremos que nos vuelvan a atrapar y que aumenten la guardia.-Olvidáis sin embargo que no sabemos nada de los otros. –dijo Merry-. Ni si quiera sí siguen por los alrededores. -Es imprescindible contactar con ellos. –dijo Gandalf-. De algún modo, ahí está la clave.

Estrella permanecía callada pero atenta a la conversación, observando los matices su cristal azulado. Asociaba aquel colgante a gran cantidad de recuerdos de su niñez. Como la vez que se perdió en los brezales cercanos a su casa y no supo muy bien como volver hasta que su padre la encontró. Estuvo desde la tarde hasta el amanecer del día siguiente llorando junto a un enorme tronco de árbol. De pronto una idea comenzó a nacer en su mente. Ella era la que estaba encadenada junto a Laislen así que empezó a comentarle su plan. Mientras lo hacía los demás empezaban a notar la tardanza de Drazan en venir.-¡Eso es! –exclamó Laislen-. Creo que es una fantástica idea y que si estás en lo cierto puede servir.

En ese instante un orco entró en la tienda y les tiró al suelo algunos pedazos de pan. Lo único que les dijo fue que esta noche Drazan no vendría, Nalta estaba de parto.

CAPÍTULO 8.

LOS HIJOS DEL RESPLANDOR

La Compañía tuvo que aceptar que esa noche cenarían solos. Laislen le dijo a Estrella que relatase su plan a los demás. Ambas pensaban que con un poco de suerte el plan podría funcionar aunque dependía quizás en exceso de la atención de Faramir. Cuando Estrella iba a hablar se escuchó un aullido de tal dolor que hizo que los hobbits sintieran escalofríos. Tras aquel grito hubo un gran alboroto entre los orcos y no precisamente de alegría. Entre los gritos oyeron la voz de Drazan que se alzaba sobre las de los orcos aunque no alcanzaban a descifrar con exactitud lo que decía. Cuando terminó de hablar hubo un gran murmullo entre las criaturas que debatían las palabras del joven. El murmullo calló y la voz de un orco resonó sobre las demás hablando en la horrible lengua de ellos. Cuando este terminó de hablar se oyeron pasos que se aproximaban a la Compañía que guardó silencio hasta que un orco acompañado de alguien más entraron en la tienda. Esa otra persona era Drazan que se inclinó junto a Gandalf y le habló en susurros tan débiles que ni el orco ni los hobbits ni Laislen consiguieron a oír con el alboroto de fuera.-Nada puedo hacer por ti. –dijo Gandalf-. Yo no, pero sé de alguien que si podría.

Su mirada se dirigía hacia Laislen. Drazan puso su mano sobre el hombro del mago y fue a hablar con Laislen del asunto que tanto inquietaba a los orcos y que era sujeto de debate entre ellos.-Nalta está de parto. –dijo-.-Lo sé. –respondió ella-.-Tiene todos los síntomas, no es al primer parto al que asisto. Pero tiene problemas, los cachorros no nacen, es como si hubiese algo que les impidiese salir del vientre de su madre. Ayudadme, vos que habéis sentido el dolor que yo ahora siento.-Sólo podré ayudarte si me sacas de aquí. Lo poco que me has dicho no me es de gran ayuda. Puedo ayudarte a que esos cachorros nazcan, pero no desde esta jaula.

Por primera vez Drazan notó algo extraño en Laislen, no por el hecho de que fuese un elfo, que ya le resultaba bastante sorprendente, pero había en su voz algo misterioso pero a la vez encantador. Drazan miró la llave de la jaula que colgaban de su cinturón. La cogió y abrió la jaula. Laislen salió de la jaula y una maravillosa sensación de libertad recorrió su cuerpo aunque sabía que tendría que volver a ella en breve tiempo. Laislen salió de la tienda siguiendo a Drazan hacia la zona del campamento donde residían los orcos. A medida que se acercaban a Nalta los orcos los dejaban pasar formando un pasillo, todos sorprendidos por la presencia del elfo. Allí encontró en una cueva y sobre algunas mantas empapadas de sangre a la loba con la respiración entrecortada. Laislen se sentó de cuclillas junto a ella y le palpó el vientre. Apretó suavemente con los dedos en varias zonas y suspiró. Drazan se acercó, el elfo ya tenía un veredicto. -Los cachorros se han dilatado. –dijo-.-¿Eso que significa? –preguntó el jefe de los orcos que estaba junto a ellos observando cada movimiento de Laislen-.-Los cachorros no pueden nacer porque la vía de salida está cerrada. –respondió Laislen de modo que pudiesen entenderla-. Es una hembra demasiado mayor. -¿Nalta corre peligro? –preguntó Drazan-.- Ella y los cachorros.-¿Entonces podéis ayudarnos? –volvió a preguntar-.-Se salvarán, te lo prometo. –dijo Laislen de tal forma que Drazan se sintió más seguro.--¿Qué necesitáis? –preguntó Drazan-.-Cenizas ardientes, una cuerda corta y que permanezcas cerca. Y que los orcos se alejen un poco, necesita aire.

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Los orcos se alejaron un poco pero siempre atentos a lo que ocurría en la pequeña cueva. Sólo el jefe de ellos permaneció cerca. Laislen le cantaba a la loba para tranquilizarla y esta estuvo más callada durante algunos instantes. Cuando Drazan volvió poco después con los utensilios requeridos Nalta casi parecía dormida. Laislen cogió la cuerda y la cortó en tres pedazos con un puñal que le dejó Drazan y clavó la daga en suelo cerca de sí por si tenía que volver a utilizarla. Con uno de los pedazos le ató las patas traseras al animal, con otro las delanteras y el tercero le sirvió para atárselo alrededor del morro por sí a causa del dolor intentaba morder. Drazan puso la cabeza de Nalta sobre sus rodillas y esperó las órdenes de Laislen.-¿Habéis hecho esto alguna vez? –preguntó el joven-.-No. –respondió Laislen con tranquilidad.- Pero lo he visto hacer muchas veces, con yeguas. –el jefe orco se echó las manos a la cabeza-. Mi hermano siempre me pedía que le ayudase. Tranquilo, todo irá bien. Tranquilízala y no te apartes de ella.

No relataremos el parto pues en un principio no es importante, sólo lo que pasó al final. Pero los que quieran saber que es lo que hizo Laislen aquella noche pueden preguntar a algunas gentes pues en algunos sitios se siguen realizando estas prácticas.

Mientras tanto la Compañía continuaba trazando un plan para escapar antes de dos días. Estrella reanudó su relato y lo convirtió más en una historia de familia que en una idea. Como es sabido, si los Hobbits tienen ocasión de contar alguna aventura familiar no dudan en hacerlo aunque realmente no tenga nada que ver con lo que se trataba en ese momento.

-Cuando era niña mi padre solía organizar grandes fiestas en Gamoburgo cada solsticio de verano y acudía gran cantidad de gente. Colgábamos de las ramas de los árboles farolillos de muchos colores que los convertían en estrellas. Había uno especialmente hermoso con los cristales azules y que con una fuerte luz emanaba unos brillantes destellos azules como el cielo. Pero una noche de viento cayó y se rompió en pedazos. Mi padre cogió uno de los pedazos y lo talló y me lo ofreció a modo de colgante. Una noche de fiesta los niños jugábamos al escondite entre los matorrales y arbolitos cerca de nuestra casa. Entre ellos estaba Faramir. Pero una de las veces que me escondí lo hice tan bien que no me encontraron pero ni si quiera yo sabía dónde estaba. Cuando todos salieron de sus escondites comenzaron a llamarme, pero yo estaba demasiado lejos para oírlos. Los niños avisaron a los mayores que comenzaron a buscarme asustados. Mientras tanto yo buscaba el camino de vuelta, pero a cada paso que daba me alejaba más de casa. Pasaron las horas y me cansé de caminar, así que me senté junto a un árbol y lo único que pude hacer fue llorar. Se pasaron toda la noche buscándome e incluso cuando el sol empezó a levantarse. Entonces tuve la idea de emitir señales de luz con el colgante. Estas dieron muy buen resultado, por suerte Faramir las vio y pudieron encontrarme. “Cuando a veces íbamos a visitar a los Tuk solía alzar mi colgante algo antes de llegar y nos veían. Podría dejarle mañana mi colgante a Drazan y que comenzara a emitir señales. Si están cerca las verán, Faramir sabrá reconocerlas, estoy segura. Además con la luz del amanecer son especialmente visibles. Tan sólo esperemos que los orcos no las vean, pero si las sabe orientar no tendremos que preocuparnos.”

El resto de la Compañía aprobó a idea. En su situación no podían hacer nada mejor. Cuando Drazan volviese con Laislen le explicarían el plan previsto, así que Estrella le cedió el colgante a Gandalf. Durante el largo relato de Estrella seis cachorros habían visto la luz de las estrellas por vez primera, pero parecía ser que el parto aún no había finalizado. Tres hembras y tres machos y los orcos bebían a su salud. Ahora los herederos de Sargon estaban asegurados y podrían volver a criar lobos con oscuros corazones que les ayudarían a acabar con vidas inocentes. El último cachorro nació por fin, un macho. Drazan desató a Nalta y se alegró profundamente que todo hubiera ido bien. Pero Laislen no compartía su alegría. El último cachorro permanecía callado, muerto. Laislen lo cogió entre sus manos y comenzó a frotar su lomo suavemente produciendo calor. Drazan observaba callado al elfo con cierta preocupación por el último de los cachorros. Laislen paró de frotar y apartó la mano. El cachorro comenzó a mover la nariz tímidamente y a respirar sus primeros soplos de aire. Drazan sonrió y puso la mano sobre el hombro de Laislen.-Gracias amigo mío, gracias.

El jefe de los orcos se limitó a sonreír. Laislen soltó el cachorro junto con sus hermanos y hermanas y se limpió las manos de sangre con una pequeña sábana. Mientras lo hacía se quedó mirando el puñal.. Su respiración se aceleró y sus manos comenzaron a temblar. Drazan lo cogió antes de que ella pudiera mediar palabra. Los dos alzaron la cabeza y vieron a Denian que se acercaba al lugar, el alboroto de los orcos lo había alertado. -Tengo que devolverte pronto a la jaula o tendré que darle muchas explicaciones a Denian.

Fue inevitable que los parase a ambos en el camino. Drazan iba a darle una corta explicación pero su hermano le interrumpió y sólo dijo:-Ven después a mi tienda. Hay algo que debes saber.

Laislen sabía bien de que se trataba pero no dijo nada hasta que volvió a estar encerrada en su jaula. Allí pudo preguntarle a Drazan sobre la procedencia del puñal. -Me lo dio mi hermano. No sé muy bien de dónde lo ha sacado. Me dijo que no hiciera preguntas y que me contentara con el regalo. Pero he de decir que realmente es precioso, quizás élfico. ¿Qué piensas?- Sí, es élfico, te lo aseguro. ¿Me creerías sí te dijese que sé de dónde lo ha sacado? –preguntó Laislen-.-Ahora confío más en vosotros que en mi hermano.-Me lo regaló un buen amigo elfo y tu hermano me lo quitó cuando me desarmó, también tiene mi arco, mi carcaj y la espada que ahora ciñe no es otra que la mía.

Drazan comprendía que la daga adornada de gemas significaba mucho para su amigo elfo, cogió el puñal y se lo ofreció. Pero Laislen negó con la cabeza.-Aun no me lo devuelvas, si me encuentran con él te crearé más problemas, por el momento es mejor que lo tengas tú. Te lo pediré cuando llegue el momento. Sólo te pido que lo cuides bien, lo aprecio mucho.-Así lo haré. –respondió-.

Drazan se levantó del suelo y cuando estaba a punto de cruzar el umbral de la tienda Laislen dijo:

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-Confía en la palabra de tu hermano, habrá cosas que no sean más que mentiras pero hay una parte verdad. Antes de marcharse Gandalf le pidió que se acercase. El mago le explicó el plan que habían ideado y Drazan estuvo de

acuerdo en llevarlo a cabo. Gandalf también le dijo que les explicase a sus amigos la situación en la que se encontraban.-No te pongas nervioso en su presencia, o también los pondrás a ellos nerviosos. –dijo Gandalf-. Son un grupo extraño pero hombres leales y de buen corazón. Quizás ellos puedan idearte a idear un plan.

Drazan asintió y salió de la tienda en dirección a la de su hermano con el colgante de Estrella al cuello escondido entre sus ropas. La esperaza brillaba con toda su luz.

CAPÍTULO 9.

EL CAPITÁN DE LOS ERRANTES

Drazan se dirigió con paso firme a la tienda de su hermano, aunque le hubiese gustado ir a ver a Nalta un momento. Junto a la tienda de su padre estaba la de su hermano, no tan grande pero sí más hermosa que la del resto de los hombres del campamento. En ella ardía una pequeña lámpara que proporcionaba luz. Drazan entró en silencio y esperó a que su hermano se diese la vuelta, pues estaba de espaldas a él y sostenía algo en sus manos. Cuando se giró tenía en sus manos la espada que le había mencionado Laislen y la limpiaba meticulosamente con un paño. En efecto no era la espada de Denian, y Drazan se dio cuenta. Denian parecía contento, una mezquina sonrisa se dibujaba en su rostro, una inmensa satisfacción. Se apoyó sobre una mesa que estaba llena de mapas y pergaminos. Vio su reflejo en la brillante hoja de la espada y comenzó a hablar.

-Dime Drazan, ¿qué hacías con ese prisionero fuera de la jaula?. –preguntó-.-Le pedí que me ayudará. Nalta estaba de parto y tenía dificultades. Yo no sabía muy bien qué hacer. Si no nos hubiese ayudado ella habría muerto y los cachorros también. Pero lo devolví enseguida a su jaula.-Ya veo. Últimamente pasas mucho con los prisioneros.

Drazan sintió un nudo en el estómago.-Intento saber de dónde provienen y...-Es extraño. –interrumpió Denian-. Dijiste que sabías poco del idioma de los Elfos, sin embargo pareces entenderte bien con el Elfo.- A veces uno de ellos hace de intérprete. -Pero antes no te acompañaba ningún intérprete.-También habla la lengua común, desde hace un tiempo es la que utilizamos para comunicarnos.-¿Sabes algo de los medianos?-Tan sólo que provienen del Oeste, y que son los sirvientes del Elfo y el otro hombre.-Y ese otro hombre, ¿quién es?-Es tan sólo un viejo que se dirige hacia el Este, tiene tierras allí. Y el Elfo lo acompaña. No he podido averiguar nada más.-¿Así que esos son sus planes?-Eso parece.-¿Y qué me dices de los otros?-¿Los otros? –preguntó Drazan intentando parecer sorprendido-. -Había más que los acompañaban pero escaparon a nuestra emboscada.-Ellos forman parte del séquito del hombre. –Drazan veía como su mentira crecía cada vez más y temía el momento en que su hermano pudiese descubrirle-.-¿Te costó mucho averiguar todo eso?-Un poco. –Drazan no entendía el porqué de esta pregunta.--Es extraño que te revelen sus planes tan fácilmente, o que estén tan dispuestos a ayudarte, ¿no crees?. Son unos prisioneros muy tranquilos y callados. La verdad que no nos están creando complicaciones. Parecen demasiado buenos para ser reales. -Tampoco creo que puedan hacer mucho más. No tienen más salidas.-Últimamente andan gentes extrañas encaminándose hacia el este, pretendiendo ser cosas que no son. Quién sabe, quizás ese viejo sea un gran mago. –dijo en tono burlón-. Y el Elfo un valiente guerrero, o quizás no. También puede que ese hombre sólo sea un viejo en harapos y respecto al Elfo podrías llevarte más de una sorpresa, créeme. Los orcos me han contado cosas que es posible que te interesase saber.-¿Por qué habrían de interesarme las invenciones de esas bestias?- Por que sospecho que confías en exceso en los prisioneros. Creo que se aprovechan de tu inocencia, y no me gustaría que cayeses en una trampa. ¿No has pensado en la posibilidad de que te estuvieran mintiendo? -¿Qué ganarían con eso?-Tu confianza, y por lo tanto una llave segura para escapar. No sé a qué diantres juegas con ellos hermano pero te aconsejo que te alejes de ellos. Son extraños, no lo olvides, y es probable que todo lo que hayan podido contarte no sea más que una mentira, que te estén contando cuentos para niños, y tú estás cayendo como un crío.-¿Y a qué juegas tú hermano? –replicó Drazan-. Yo diría que escondes alguna intención y que esos prisioneros te son particularmente valiosos por alguna razón.

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-Si, puede ser, y puede que no me sean a mí exclusivamente valiosos. Sí mi plan tiene éxito todos ganaremos una fortuna, saldremos más beneficiados que combatiendo con Mordor. Tendremos tierras y quizás una corona sobre la noble tez. No tendremos que seguir mendigando en este ejército.-¿Y qué me dices del ejército de Mordor? La represalia puede ser terrible.-Nada podrán hacer con nosotros, todos los orcos de este lado del río estarán de nuestro lado así como los hombres de las tierras salvajes, pronto abandonarán al Señor Oscuro. Seguirán a uno de los suyos, alguien que sabe lo que han sufrido y no a un hechicero que nadie conoce y que descansa placidamente en su castillo mientras nosotros nos jugamos el cuello por él, y él piensa que esto es un juego y que somos figuras.- Hay algo con lo que no cuentas.-¡Ja! Dime pues de qué se trata.-El Señor Oscuro posee una magia más poderosa de lo que puedas imaginar, y por muy numeroso que sea tu ejército nada podrás hacer contra eso.-Puede que tu mago se preste a ayudarnos gustoso. –se mofó-. Los medianos nos serían de gran ayuda. Te confío este secreto por que eres mi hermano, después de todo. Y aunque no lo creas Drazan, te aprecio más que a cualquiera de mis hombres, somos de la misma sangre. ¿Estás dispuesto a seguir mi plan?-Eso no cambia mucho las cosas. Cualquiera de ellos sabe que huirías del campo de batalla dejándolos solos si con eso salvases la vida. Puede que la misma sangre corra por nuestras venas, pero tus ambiciones son bien distintas a las mías.-¿Entonces no has creído nada de lo que te he dicho con respecto a los prisioneros?-Sólo creo en la codicia que veo a través de tus ojos.-Muy bien, por lo que observo confías más en esos extranjeros que en mí, tu propio hermano que te ha criado. -Son gentes de honor, no hombres traicioneros y que te acuchillan por la espalda si tienen oportunidad, como los tuyos.-Eso crees, de acuerdo. Si tanto confías en ellos preguntarle al Elfo quién es realmente. Y ya que ves a través de la mirada la realidad de las personas, si bajo su capucha ves la suya, ya me dirás lo que deduces, te llevarás más de una sorpresa, te lo aseguro. Una sarta de mentiras e ilusiones que se destruirán al alba, como un cuento.-No te creo. –dijo tajante.--Eres libre de pensar así, sigue viviendo de esa ilusión. Pero mientras tú sigues escuchando cuentos de hadas un ejército se está formando, nuestro ejército... Mi ejército ahora. Mañana celebraremos una gran cena y habrá vino en cantidad. Celebraremos el nacimiento del pueblo de los Errantes y de su ejército. Estás invitado si deseas acudir.-Eres libre de conducir tu destino como te plazca, sí enfrentarte a los que te han convertido en lo que eres ahora es lo que deseas, hazlo. Pero yo elegiré luchar por una causa justa y morir si es preciso, antes que convertirme en un rey de esclavos con las manos manchadas de sangre.-Que la suerte no deje que te vuelvas a cruzar en mi camino, hermano. –dijo con desprecio.- Aunque tú hayas elegido dejar de serlo. Sí nos volvemos a ver no tendré clemencia de ti. Ya eres para mí tan sólo un extranjero, como esos prisioneros. Realmente te has convertido en uno de ellos.-Sin vergüenza alguna te diré que me es más honroso pertenecer a ellos que ser de tu misma calaña. -Retírate Drazan. Ya no tengo más que decirte, pero creo que tú si tienes muchas preguntas que hacer, no a mí, sino a tus amigos. Aunque olvidaba que confías ciegamente en ellos, como el cordero en el carnicero. Hasta que te guíen frente al precipicio, cuándo ya no les seas útil, pero te será demasiado tarde para dar marcha atrás.

Drazan salió de la tienda con la mirada triste pero su corazón ardía en rabia. Sin embargo nada podía hacer ya para cambiar a su hermano y por su parte ya tenía tomada una decisión: ahora no abandonaría a la Compañía, cuando más lo necesitaban. Y tampoco después de lo que había hecho Laislen por él. El recuerdo del guerrero trastornó un poco a Drazan y al pasar frente a la tienda de los prisioneros se detuvo un instante. Entonces también recordó las palabras que Laislen le había dicho antes de hablar con su hermano. Estaba confuso a cerca de gran cantidad de cosas con respecto a Laislen, como el porqué de esconderle la verdad sobre quién realmente es, o simplemente por qué lo hacía y si en realidad era aquella princesa de la que hablaba su hermano. Quiso dejar esas preguntas para más tarde e intentar conciliar el sueño pues mañana tenía algo muy importante que hacer: localizar al resto de la Compañía.

Estuvo toda la noche preguntándose cómo serían y la clase de aventuras que habrían corrido. Mientras soñaba con batallas legendarias reposaba junto a Nalta que amamantaba a sus cachorros y observaba el fuego azul de las estrellas. También imaginó a Laislen observando esas estrellas, pues conocía el amor que de los elfos por estas, en un bosque con hojas de oro y troncos de plata y frutos tan brillantes como las piedras preciosas de los enanos. Pero no supo si imaginarla como guerrero o como una dama con un largo vestido y danzando a luz de la luna. Se dejó caer en estos pensamientos hasta que un profundo sueño lo invadió y quedó dormido sobre la fría pared de la cueva.

La mañana siguiente llegó silenciosa, pero cuando Drazan despertó pensó que aún era de noche por que el cielo estaba cargado de nubes oscuras, las lluvias de principios del invierno se acercaban. Ningún pájaro cantaba y el único sonido era el de los orcos removiendo trozos putrefactos de carne en un viejo y oxidado caldero. Drazan salió de la cueva y miró al cielo buscando en vano al sol. Pero aquellas nubes parecían venidas de Mordor y por mucho que se intentase era imposible encontrar algún rayo de sol. Drazan quedó muy desanimado, era inútil si quiera sacar el colgante de Estrella para poder proyectar alguna señal. Cogió algunos pedazos de pan y odres de agua y los llevo a la tienda de los prisioneros que aún nada sabían de las incidencias del tiempo, estaban algo adormilados. Drazan entró inquieto y les contó enseguida el problema que había surgido inesperadamente. Fue un mal despertar para la Compañía y quedó muy desanimada. Tras tomar un pedazo de pan Laislen habló desde su jaula:-Drazan, ¿sabes utilizar un arco? –preguntó-.-Sí, ¿pero qué importa eso ahora?. No podré encontrar a vuestros amigos aunque esté todo el día buscando en los alrededores.

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-Por suerte para todos nosotros estuve pensando anoche en un plan de emergencia en el caso de que nos encontráramos un imprevisto de esta naturaleza.-¿De qué se trata? –preguntó Merry impaciente-.-En nuestra visita a Lothlórien los Galadrim me regalaron flechas nuevas, tras nuestro paso por Moria mi carcaj quedó casi vacío. Entre las hermosas flechas había unas de pluma blanca y con una talla muy especial. Me dijeron que ese es el modo en que se comunican sin ser descubiertos. Cuando estas flechas son disparadas producen un sonido fácilmente audible en varias millas y semejante a un pájaro que trina de manera aguda. A Legolas también le ofrecieron algunas de estas flechas y reconocerá el sonido enseguida. -¡Benditos sean los Elfos de Lorien! –exclamó Gandalf-. ¿Dónde están nuestras armas? Junto a ellas estarán el arco y las flechas.-Están en la tienda de mi hermano. –dijo Drazan-. Pero podré recuperarlas sin que se despierte. -Recuerda lo que debes hacer cuando los encuentres, sobre todo no temas o desconfiarán de tu palabra. –dijo Gandalf-.-En un tal caso muéstrales mi arco. –dijo Laislen-. Y cuida de que no le pase nada. -Así lo haré. –respondió Drazan-. Volveré lo antes posible.

Drazan salió de la tienda y se dirigió a la de su hermano. Antes de entrar prestó oído a lo que ocurría en su interior: silencio, salvo por los ronquidos y murmullos de Denian. Asomó la cabeza y tras localizar el paradero del arco y el carcaj entró silenciosamente. Estaban junto a la mesa, entre algunas espadas y lanzas. Se acercó con sigilo, apartó algunas espadas y cogió las armas. Se colgó el carcaj al hombro derecho y el arco al izquierdo. Se apartó y se fue aproximando a la salida. Pero una lanza apoyada sobre la tela de la tienda comenzó a inclinarse hacia las otras armas con el peligro de tirarlas. Drazan fue más rápido y consiguió detener la catástrofe a tiempo. Denian se revolvió en sueños y giró la cabeza sobre la almohada. El corazón de Drazan se detuvo un instante pero cuando su hermano no dio señales de querer dejar la cama volvió a latir apresurado. Drazan salió de la tienda y en cuanto estuvo lejos se internó en los bosques contiguos sin ser visto.

CAPÍTULO 10.

PREMONICIONES BAJO LA TEMPESTAD

Durante largo tiempo hemos dejado al resto de la Compañía de lado. Durante aquellos cinco días no habían estado ociosos en absoluto y su vida a la intemperie había sido más dura que la del resto de la Compañía. Se alimentaron de las pocas provisiones que aún tenían desde su partida de Lothlórien, de algunas frutas o hierbas del lugar, o de una liebre o conejo ocasionales. Habían acampado al abrigo de algunos árboles de gran tamaño, algo raro por aquella zona. Aquel bosquecillo, que había empezado a crecer hacía alguna decena de años, estaba compuestos por pequeños arbustos y árboles bajos. Era húmedo durante la noche pero agradable durante el día si hacía sol. En varias ocasiones se habían acercado al campamento esperando encontrar a sus compañeros pero estaban bien ocultos a sus ojos. Además temían que los lobos pudiesen detectarlos si el viento soplaba repentinamente en contra. Legolas y Faramir se habían aproximado en aquellas ocasiones y las noticias que habían traído a los demás no eran buenas. Estaban algo desorientados sin el consejo del mago y preocupados por la suerte de sus amigos. La noche después de la emboscada establecieron un lugar donde dormir a salvo de nuevos ataques. No creyeron de todas maneras que el enemigo iniciase una partida en su búsqueda hasta el día siguiente. Al llegar la mañana hicieron un balance de las provisiones y los daños sufridos. Nadie había sido herido y el bosque les proporcionaría algo de comer. Tenían todos sus caballos y habían encontrado al de Gimli. A mediodía Faramir y Legolas hicieron un primer acercamiento al campamento y volvieron algo entrada la tarde. Durante la noche de aquel primer día no encendieron ningún fuego temiendo ser descubiertos por los lobos. Pero tenían muchas preguntas que hacerse los unos a los otros y el primero en hacerlas fue Barahir:

-Recordando la batalla he estado pensando en un hecho que incluso me ha dado dolor de cabeza, sin embargo sigo sin encontrar ninguna explicación. Recuerdo que Gimli cayó al suelo tras el enfrentamiento con un lobo y que parecía haber perdido el conocimiento. Pero cuando un orco intentó atacarme por la espalda Gimli despertó de pronto y me avisó. Pero estaba inconsciente, y sí lo estaba ¿cómo pudo prever aquello puesto que no lo veía? y si no lo estaba, ¿por qué seguía tirado en el suelo? Viniendo de un enano dudo que se hiciese el muerto voluntariamente.

Todos dirigieron sus miradas a Gimli esperando una respuesta. Pero el enano tampoco estaba más seguro que Barahir de lo que había pasado en aquel instante y lo que recordaba le parecía poco creíble.-Ni si quiera yo sabría decir con exactitud lo que pasó en aquel momento y el recuerdo aún está borroso en mi cabeza. Pero sí queréis una respuesta esto es lo que os diré, lo creáis o no: como Barahir dijo caí al suelo y estuve sin sentido poco tiempo pero durante aquellos momentos tuve un sueño muy extraño. Veía la batalla desde lo alto, os veía a todos peleando pero lo más sorprendente es que también podía ver mi propio cuerpo tirado en el suelo. Era como si mi espíritu hubiese escapado de mi cuerpo y lo viese todo. Cuando vi aquel orco tuve el deseo de gritar para avisarte y súbitamente sentí como mi espíritu volvía en mí y despertaba. Al despertar no tenía otra cosa en mente que avisarte y hasta algún tiempo después no me di cuenta de lo que realmente había pasado. Os confesaré incluso que esta noche he tenido sueños confusos a cerca de una batalla y fuego por todas partes. Y temo pensar en lo que soñaré esta noche.-Parecen ser fuertes presentimientos. –dijo Legolas-. Había oído hablar de ese extraño poder que muchos sabios han intentado dominar con la ayuda de antiguos conjuros. Consiste en sueños premonitorios y visiones de lo que pasará. Pero no del lejano futuro, sino de uno más próximo. Pero lo que no puedo entender es cómo ha podido surgir ese poder en ti. Solo algunos magos y elfos de los días de antaño lo poseen. Pero seguramente Gandalf podrás decirte más que yo.

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Faramir reflexionó sobre las últimas palabras de Legolas y tuvo una idea algo alocada pero al pensarla lo hizo en alta.-Gandalf podría ser la causa de ese poder. –todos lo miraron asombrados-. He estad pensando en que Gandalf podría haber despertado en ti ese poder cuando aquella sombra extraña te invadió.

Quedaron en silencio un tiempo pensando que la idea del Hobbit no era tan improbable al fin y al cabo, y tampoco tenían ninguna otra explicación.-Quizás sea así. –dijo Gimli al cabo de un rato-. Sea como sea espero que estos nuevos poderes nos puedan ser de ayuda en el futuro.-Sí los utilizas para bien es muy posible que nos sean de gran ayuda, -dijo Barahir-. y que incluso lleguen a salvarnos la vida. -Que así sea. –dijo Gimli-.

Barahir habló después de aquellos bosques y recordó su patria, Ithilien. Mientras Legolas y Gimli hablaban sobre el Bosque Negro y Valle, Barahir le relataba historias a Faramir a cerca de viejas leyendas de los bosques. Después Faramir habló sobre la Comarca y sus gentes y el lugar donde él vivía: los Grandes Smials. Contó algunas anécdotas divertidas que hicieron sonreír al joven. En realidad no sabía que contar, en la tierra de los Hobbits nunca habían tenido grandes batallas que librar excepto en el Cruel Invierno de 1301 según el computo de la Comarca y por supuesto cuando Saruman regresó a la Comarca.-Tienes suerte. –dijo Barahir-. Vives en un lugar realmente tranquilo sin ningún otra preocupación que recoger las verduras del jardín. Mi pueblo en cambio siempre está inquieto cada vez que alguna sombra se remueve en el este.-A veces demasiado tranquilo diría yo. –dijo el Hobbit-. Pero alguna aventura de vez en cuando no está mal siempre que acabe bien. Aunque con nuestra pequeña empresa tengo aventuras para varios años.-Ojalá fuese tan pequeña como dices. –dijo Gimli-.-Al comienza de este viaje tenía mucho miedo. –dijo Faramir-. Pero finalmente no nos está yendo tan mal: sé que liberaremos a los demás de alguna manera, la encontraremos de alguna forma. Si nos desanimamos nos será más difícil, hay que tener esperanza.-¡Bien dicho! –dijo Gimli-. Unidos hasta el final. No les abandonaremos.-Claro que no. –dijo Barahir. –Sólo tendremos que esperar a que Gimli tenga una buena premonición y nos dé alguna idea.

Aquella noche todos estaban más animados y aquellas palabras de esperanza les alegraron los corazones. Pero también se dieron cuenta de lo mucho que echaban de menos sus hogares y cuanto ansiaban volver. Aunque sabían que ya no podían dar marcha atrás pero confiaban ante todo en que la Compañía volvería a unirse tarde o temprano y combatirían al enemigo. Aquella noche Gimli soñó con un joven de ojos claros apostado en una roca, pero no reconoció al joven y pronto cayó en sueños que a la mañana siguiente no recordó. Mientras Gimli dormía intranquilo Legolas atravesaba los árboles con la mirada. Barahir despertó y vio al Elfo intranquilo observando la quietud de la noche. Se acercó a él y le habló en susurros:-¿No puedes o no quieres dormir, mi buen Legolas? –preguntó Barahir-.-No puedo responderte a una pregunta de la que no conozco la respuesta. –dijo Legolas-.-Había algo más que deseaba preguntarte. –dijo Barahir-. Pero no quise hacerlo durante la cena.-¿De qué se trata? –preguntó Legolas-.-La noche que nos atacaron, cuando Faramir me despertó ni Laislen ni tú estabais donde los demás dormíamos. Yo diría que veníais de la orilla del río.-Laislen marchó a medianoche a la orilla del río. Yo la seguí, temía por ella. –dijo Legolas-. Estuvimos hablando hasta que oímos un aullido y ruido de batalla. Entonces volvimos al lugar donde estaba la Compañía.

Barahir calló durante un tiempo. Legolas continuó mirando al cielo y suspiró pesadamente, como quien recuerda algo alegre y triste a la vez.-¿Piensas en Laislen? –preguntó Barahir-.-Todos los días. –dijo el Elfo tristemente-. Está tan lejos, y a la vez tan cerca. Y ya por siempre estará demasiado lejos de mi lado.-Desciende de Lúthien la Bella, la más hermosa de las Criaturas que jamás hubo en los días antiguos. Y en ella está su belleza y gracia. Pero también desciende de los Reyes de Más Allá del Mar, de los que yo también desciendo, y de ahí viene su majestad y su valor. Y todo el que la conoce llega a amarla en cierto modo, con mayor o menor intensidad pues es noble y altiva, temida y amada por muchos. Y eso la hace casi inalcanzable, y ese debe ser su encanto. Tanto hombres como elfos nos empeñamos en alcanzar cosas que están más allá de nuestras posibilidades. Como cuando el hombre desea ser imperecedero como el elfo, pero este desea deshacerse de la carga de la inmortalidad.-Hay mucha sabiduría y verdad en tus palabras, Señor de Hombres. –dijo Legolas-. Y tanto hombres como elfos, cuando no alcanzamos lo deseado, nos invade una profunda tristeza que no nos dejará nunca. Y más dolorosa es en los Elfos, pues este dolor nos puede causar la muerte más que una herida. Pero la decisión está tomada, y yo nada puedo hacer. Su destino está unido al del Señor del Bosque de Oro, él la guardará bien.

Legolas no dijo nada más. Barahir lo observó y le pareció que Legolas había recobrado cierta paz y tranquilidad de su espíritu. Barahir se recostó sobre un tronco y volvió a quedarse dormido. La mañana del quinto día llegó al fin y decidieron que ya era tiempo de hablar sobre cómo liberar a sus compañeros.

Drazan por su parte subió a un pequeño montículo en el que una enorme piedra se alzaba hacia arriba lo mismo que un árbol en busca de sol. Conocía bien ese sitio, no era la primera vez que subía aunque en las anteriores ocasiones había sido simplemente para observar el paisaje y olvidar sus problemas. Le hubiese gustado sentarse un rato y pensar pero sabía que no tenía tiempo por que era muy seguro que el ejército de Mordor estuviese mañana en el campamento. Tomó el arco observando la fina talla y los grabados, buscó en el carcaj una flecha con la pluma blanca y cuando la encontró la puso entre sus dedos y tensó el arco. Soltó la cuerda y la flecha voló rápida como un águila silbando agudamente. Al abrir los ojos no esperaba encontrar a la Compañía así que decidió esperar. No hubo ninguna respuesta y el bosque siguió en su quietud en la espera de la tormenta que se avecinaba. Volvió a tensar el arco con

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una segunda flecha y la dejó ir. Se sentó a esperar. Mientras tanto en el pequeño campamento del resto de la Compañía, Barahir y Gimli discutían sobre lo que debían hacer, discrepaban sobre el modo de salvar a los demás. Faramir no decía nada y sólo escuchaba con atención a sus compañeros, mientras que Legolas se había apartado de ellos un poco y escuchaba el viento. Había oído algo pero no estaba seguro de lo que se trataba. Cuando Drazan disparó la segunda flecha Legolas calló a los demás y se quedó muy quieto y atento después, esperando oír algo más.-Debes estar oyendo la tormenta que se aproxima. –dijo Barahir-.-No es la tormenta. –respondió-. Ni si quiera el viento produce ese sonido. ¿Percibes algo Gimli?-Siento la presencia de alguien, alguien que nos busca y que está sentado en una enorme roca cercana. Pero no sé nada más.

Mientras tanto Drazan preparó la tercera y última flecha y si con esta no escuchaban la llamada tendría que buscar las otras flechas lo cual resultaría difícil, intentar buscarlos o volver junto a los demás con las manos vacías. Tensó el arco por tercera vez mientras oía el trueno tras de sí clamando entre las montañas. Soltó la flecha que silbó durante unos instantes hasta clavarse en alguna parte en el suelo. Legolas oyó claramente la llamada y comprendió lo que era aunque los demás aun no lo sabían.-¿Qué es eso? –preguntó Faramir-. ¿Un pájaro?-Ningún pájaro que yo conozca tiene un trinar parecido. –dijo Barahir que había vivido gran parte de su vida en los bosques-.-No es un pájaro. –dijo Legolas-. Es una flecha de llamada que sólo los Galadrim utilizan, conozco el sonido. Alguien nos está llamando y nos busca.-¿Cómo podemos estar seguros de que no es una trampa? –preguntó Faramir-.-Por que ningún otro pueblo a excepción de los Elfos de Lorien utilizan ese reclamo. –dijo el Elfo-.- No noto peligro. –dijo Gimli-.-De acuerdo. –dijo Barahir que se sentía más seguro por la predicción de Gimli que por las explicaciones de Legolas.- Nos acercaremos pero con mucha cautela.

La Compañía siguió a Legolas con sigilo, excepto Faramir que se quedó junto con los caballos, hasta que llegaron al claro donde estaba la roca, como Gimli había predicho. Vieron una sombra que aguardaba en la cima pero que después bajó de ella cuando la tormenta comenzó a descargar su furia sobre la tierra reseca. Barahir rodeó el claro hasta estar frente al muchacho y lo suficientemente cerca como para reconocer el arco de Laislen. Salió al claro y Drazan se lo encontró frente a frente y no mentiría si dijese que se asustó al ver el imponente pero hermoso rostro de Barahir. -Tranquilo muchacho. –dijo-. Solo deseo saber qué haces con este arco robado. -No es robado Señor. –respondió Drazan-. Sino prestado.-¿Y quién te lo prestó entonces? –volvió a preguntar-.-Un guerrero elfo llamado Laislen amigo vuestro según tengo entendido. Me envía Gandalf.-Gandalf. –repitió Barahir y la esperanza le volvió a nacer en el corazón-. Entonces has encontrado lo que andabas buscando.-Eso parece y empezaba a pensar que no apareceríais nunca, ¿pero dónde está el resto de la Compañía?

Barahir silbó y entre los árboles salieron Legolas y Gimli y se acercaron al joven.-Podemos confiar en él. –dijo Barahir-. Lo envía Gandalf.

Lo condujeron al pequeño campamento dónde se sentó con los demás al resguardo de la lluvia bajó unos árboles. Se presentó y les relató su historia a partir del día en que conoció a la Compañía y todo lo que había pasado hasta ahora, pero omitió la conversación con su hermano excepto la parte de la fiesta, o el secreto que guardaba Laislen. También habló de Gandalf y los demás así como que se encontraban bien pero avisó de la proximidad de un ejército que deseaba llevarlos prisioneros a Mordor. Gimli no parecía inquieto por el muchacho así que los demás olvidaron enseguida la posibilidad de que fuese un espía. -Así que el viejo mago no tiene aún ningún plan ingenioso para sacarlos del problema en que están metidos. –dijo Gimli con una sonrisa-.-No me extraña. –dijo Legolas.- Liberarlos no va a ser tarea fácil, no es un gran campamento pero lo suficiente para acabar con nosotros con sólo un pequeño error. -Tiene que haber un momento de descuido en que podamos introducirnos en el campamento sin ser vistos. –dijo Barahir-.-Será difícil si la tienda tiene escolta. –dijo Faramir-.-Ahora que recuerdo hay cambio de guardias todas las noches. –dijo Drazan-. Podríamos aprovechar ese momento para entrar en la tienda y liberarlos. -Sí, podría ser un buen comienzo. –dijo Barahir pensativo-.

Drazan les habló del campamento y de la situación de la tienda de los prisioneros. Conseguir entrar en la tienda sin ser vistos sería un logro considerable pero sólo una parte del plan. Después tendrían que liberar a los demás de sus cadenas y para ello conseguir las llaves que custodiaban celosamente los guardianes. Eso implicaba matarlos sin que el resto del campamento se diese cuenta. Sí seguidamente conseguían escapar con vida tendrían que correr mucho para dejarlos atrás, Drazan recordó los lobos de los orcos que podrían seguirles el rastro, sin olvidar al ejército de Mordor que podrían encontrar en el camino. Hablaron mucho sobre el plan a seguir y cómo podrían recuperar los caballos y conseguir provisiones. Por suerte Drazan ya tenía esa parte del asunto bajo control. La Compañía comprendió por que Gandalf lo había enviado a él y también que estaba dispuestos a seguirlos hasta Mordor. Dieron unos últimos retoques a su estrategia y la repasaron varias veces hasta que todo estuvo claro en el pensamiento de todos. Cuando la lluvia cesó marcando el mediodía Drazan se marchó apresurado de vuelta al campamento, la Compañía y él tenían mucho que hacer.

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CAPÍTULO 11.

FUEGO Y AGUA

Barahir y Gimli se acercaron sigilosos al lugar donde habían sido atacados hacía tres noches. Los numerosos cadáveres de orcos y lobos permanecían allí. Los orcos no tenían por costumbre rendir honores a sus congéneres después de muertos, francamente les importaba bien poco. El lugar ya empezaba a apestar y los cuerpos olían a podrido. Buscaron entre los cadáveres los que estaban en mejor estado. Encontraron los cuatro que necesitaban para llevar a cabo su plan: dos orcos grandes y dos del tamaño de Gimli. Les quitaron las armaduras y los cascos y se los llevaron consigo, no sin antes lavarlos un poco en el río. Sólo habían apaciguado levemente el hediento olor. También llevaron consigo varios cadáveres de lobos negros. Despellejaron los cuerpos y guardaron la sangre en cantimploras vacías, las pieles así como la carne que cortaron en pedazos. Continuaron despellejando lobos hasta que no quedó prácticamente ninguno, excepto los que Gandalf había quemando.

Legolas buscaba en la espesura del bosque ciertas hierbas de aromas muy fuertes y cuando tuvo todas las que creyó necesarias las hizo polvo en un pequeño cuenco y las disolvió con algo de agua. Aquel brebaje tenía un olor que haría dormir a un oso enfurecido. Cuando hubo terminado su tarea fue a ayudar a Barahir.

Barahir por su parte cavaba un enorme foso rectangular que medía cuatro pies de largo por siete pies de ancho y una profundidad que incluso a cualquiera de los dos le daría más de un problema si caían. Después de despellejar lobos Faramir estuvo buscando frambuesas y vayas salvajes. Introdujeron en cada pedazo de carne dos vayas o frambuesas. Cuando todos los pedazos estuvieron listos echaron muchos en el foso y otros tantos por los alrededores y algo de sangre. Eso les llevó casi todo el día, terminaron tres horas antes de que le sol se hubiese ido, en el tiempo justo. Ahora tenían que esperar a Drazan que estaría a punto de llegar y cuando el sol se hubiese escondido por completo pondrían en marcha su plan.

Durante esas preciadas horas Drazan estuvo también muy atareado en el campamento. Al llegar a su tienda preparó clandestinamente un pequeño carro con provisiones que permanecía escondido en su tienda y recostó en él a Nalta y a los cachorros, así como las armas de la Compañía: las espadas de los Hobbits, la de Gandalf y el arco de Laislen. Los orcos ya no les prestaban tanta atención a la camada como en el primer día y asumían que Drazan se ocupaba de ella. Sólo le comenzarían a hacer preguntas sobre ella cuando los cachorros estuviesen algo más crecidos. Cuando el carro estuvo listo la hora de comer estaba algo pasada. Era tiempo de hacer una visita a la Compañía y relatarles las nuevas ocurridas en la mañana.

Entró apresuradamente en la tienda sirviendo algo de carne y agua, como los días anteriores. La Compañía lo inundó de preguntas pero no quiso explicarles nada acerca del plan por que principalmente no tenía tiempo ahora. Sólo les dijo que había encontrado al resto de la Compañía y que llevarían a cabo una estrategia esta noche. El mago entendía la agitación del joven y detuvo a los demás en sus interrogativas. Sin embargo Drazan le preguntó algo al mago que le era de vital importancia. Pero los hobbits no pudieron oír la pregunta y Laislen la oyó apenas. El mago le respondió haciendo muchos gestos con las manos, indicando un lugar. Después se ocupó de los caballos de la Compañía, que también era tarea suya. En esta ocasión los alimentó más que de costumbre y aseguró bien las monturas. Cuando se acercó al caballo de Gandalf, Sombragrís se agitó intranquilo y pataleó el suelo furioso hasta que Drazan lo calmó, rebuscó entre los bolsillos de la montura hasta que encontró un pequeño saco de cuero marrón que desprendía un olor muy particular. Lo abrió e introdujo la mano en su interior. Cuando la sacó un extraño polvo negro la cubría. Eso era lo que buscaba. Lo guardó en el bolsillo y se marchó con prisas cuando hubo terminado con los caballos y poneys. Alrededor de cada una de las tiendas del campamento esparció un poco de aquel polvo negro.

Luego volvió a introducirse en la espesura, entre los arbolillos hasta perderse entre ellos cuando aún faltaban unas dos horas para el anochecer. Encontró fácilmente a la Compañía en el pequeño e improvisado campamento. Intercambiaron escasas palabras, aunque aquellas pocas fueron de esperanza y valor. Pero no sólo intercambiaron esperanzas, también partes esenciales para la consagración de su estrategia. Legolas le entregó el brebaje que había preparado aquella mañana y él en cambio el pequeño saco de cuero. Cuando Legolas lo tuvo en sus manos marchó deprisa hacia el foso y esparció el polvo negro alrededor del foso y en el suelo del interior. El resto lo guardó. Cuando volvió Drazan ya se había marchado, al igual que Gimli y Barahir con los cubos llenos de sangre. Ellos por su parte comenzaron a prepararse así como a sus caballos.

Cuando Drazan llegó al campamento ya comenzaban a preparar la cena. Enormes barriles de vino rodaban de aquí para allá, guiados tanto por hombres como por orcos. Drazan sabía que no comenzarían a beber hasta que el sol se ocultase por completo tras el horizonte. Esa era su costumbre. Pensaban que el vino sabía distinto al refugio de la oscuridad. Cuando nadie lo veía Drazan se acercaba a los toneles, los abría con el mayor cuidado y vertía algo del líquido que le había dado Legolas. Tuvo que correr bastante de un lado a otro. Cada vez que abría un tonel marcaba una pequeña cruz con su puñal, más bien el de Laislen. Finalmente todos los toneles estuvieron marcados con una cruz y ya no quedaba nada de la poción de Legolas, por suerte tampoco faltó. Poco después de terminar con los barriles el sol comenzó a ocultarse, los soldados a tomar asiento en las mesas y los lobos a sentirse inquietos. El viento traía extraños olores del bosque

Al bajar el sol por completo empezaron a abrir toneles por todas partes y a beber en abundancia en ambos bandos. Sólo los dos orcos que permanecían de guardia en la tienda de los prisioneros estaban sobrios, por el momento. Aún no había pasado una hora desde que el sol hizo su desaparición que comenzaron las canciones y bailes. El vino tenía un extraño sabor que lo hacía aun más deseable de lo que ya era, pero lo que no sabían era que ese sabor y aquel aroma estaban asociados a unas terribles consecuencias para ellos, aunque propicias para la Compañía. Drazan se acercó a los orcos de la guardia con una copa de vino en cada mano ofreciéndoles un trago. Los orcos aceptaron gustosos y enseguida estuvieron tan alegres como sus congéneres a pesar de que no se apartaron de la tienda.-¡Nosotros aquí y a ellos les ofrece vino! –exclamó Merry-.-Si ese vino es lo que creo que es, te aseguro que por la mañana te arrepentirías mucho de haberlo tomado. –dijo Gandalf-.

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Pasada algo más de una hora del anochecer todo el campamento estaba ya borracho y según los cálculos de Legolas en breve placidamente dormidos. Pero Drazan sabía que una de las partes más arriesgadas del plan se acercaba y estaba toda a su cargo. Se acercó a los caballos y cortó sus cuerdas dejándolos escapar, aunque nadie se dio cuenta con el ruido de la fugaz estampida. Cuando se internaron en la oscuridad Drazan se precipitó sobre el orco que guardaba los lobos, y él no estaba menos borracho que los demás. Drazan le suplicó que le dejase salir con algunos lobos para buscar a los caballos. El orco rechistó en un principio pero cuando Drazan le dijo que su hermano se enfadaría si se negaba accedió de mala gana. El orco siguió bebiendo sin preocuparse de Drazan. El muchacho no soltó “algunos lobos”, más bien los dejó escapar a todos de cacería.

En un principio las bestias siguieron el rastro de los caballos pero pronto fueron atraídos por un olor más suculento: el de la sangre fresca. Ninguno de ellos pudo resistirse a esa fragancia y siguió el olor como era esperado. El rastro de sangre los guió hasta un claro donde había esparcidos trozos de carne. Los orcos los alimentaban tan escasamente que esto les pareció un banquete. Pero más fuerte fue su locura cuando descubrieron el foso repleto de carne ensangrentada. No pudieron resistirlo y la mayoría se lanzó al foso como devorados por una gula mayor que ellos mismos. Ciertamente olieron la sangre y la carne pero no pudieron detectar a Legolas que permanecía apostado en un árbol y en completo silencio. Cuando una veintena de lobos estuvo dentro cogió una flecha y la prendió. Apuntó la llama a uno de los bordes del agujero y disparo un tiro certero que fue el final de los lobos negros. Cuando el fuego tomó contacto con el suelo unas columnas rojas y naranjas comenzaron a alzarse espantosas y amenazadoras alrededor de todo el foso impidiendo cualquier salida. Los lobos se dieron cuenta pero ya era demasiado tarde. Legolas volvió a tensar el arco con una segunda flecha en llamas que tenía como destino el suelo de aquella cárcel de paredes de fuego. Con igual rapidez el suelo se incendió y el pelo negro de los lobos empezó a arder. Lloraban y gemían saltando de dolor y cuando se acercaban los unos a los otros se quemaban entre ellos y ninguno podía salvarse de las llamas. Cuando alguno intentaba escapar Legolas se encargaba de que siguiese alimentando el fuego cayendo abajo de nuevo con una flecha en la espalda. Poco después bajó del árbol y se aseguró que todos estuviesen muertos. Los que no habían entrado en el foso y habían huido no le preocupaban. Morirían igualmente en muy poco tiempo, quizás antes de que pudieran volver junto a sus amos. De pronto un enorme lobo en llamas saltó del foso y estuvo a punto de saltarle encima cuando una certera piedra le atravesó la cabeza. Era Faramir que esperaba a Legolas al borde del claro con un tirachinas en mano. Cuando Legolas lo vio se alegró de veras y se inclinó en una reverencia. Después partieron corriendo hacia el lugar donde de los demás aguardaban. A Faramir le costaba correr con la armadura de orco que llevaba y tenía que sujetarse el casco, a Legolas tampoco le parecía mucho más cómoda.

Llegaron al lado sur del campamento. Desde su posición veían la tienda de los prisioneros y a los guardias. Gran parte del campamento comenzaba a dormitar aunque todavía había una pequeña parte despierta que seguía entonando canciones sin sentido. También veían a Drazan cerca de la tienda. Él también los veía a ellos. Drazan levantó la mano: era la señal. Legolas tensó el arco y Faramir su tirachinas. Aunque no muchos lo sabían el Hobbit era un tirador temible desde su infancia pero no era algo que comentase muy a menudo. No estaba bien visto entre los hobbits que el hijo de Peregrin Tuk fuese diciendo de él mismo aquellas cosas propias de un chiquillo. Durante los días en que los cuatro compañeros estaban solos talló aquel pequeño tirachinas que enganchaba al cinturón al lado de la espada. A la señal de Barahir ambos dispararon y el blanco fue rotundo: los orcos cayeron de bruces al instante. Cuando Merry los vio caer se arrepintió de veras de haber querido probar aquel vino.

Sin ser vistos la Compañía se acercó hasta la tienda e introdujeron los cadáveres en el interior y Gimli y Faramir se quedaron fuera a modo de dobles en el caso de que alguien notase la falta de los guardias. Legolas y Barahir entraron y cuando los vieron se asustaron un poco pero al quitarse los yelmos se sintieron muy aliviados. Gimli les pasó las llaves y los soltaron.

Cuando iban a salir un par de orcos se acercaron con jarras a Gimli y Faramir y comenzaron a ofrecerles bebida. Hablaban en la inteligible lengua de los orcos pero sus propósitos eran evidentes: invitarlos a una ronda de aquel maravilloso vino a sus amigos. Gimli rechazó la jarra pues sabía lo que contenía pero el orco insistió una y otra vez. Finalmente la cogió y Faramir hizo del mismo modo mirando preocupado a su amigo que no sabía lo que planeaba. Tomó un trago e incluso brindó con los otros orcos e hizo risas forzadas e hizo que su voz pareciese más grave e incomprensible intentando imitar la lengua de los orcos. Pero en realidad ni Faramir sabía lo que decía, ni los orcos lo sabían, pensaron que la bebida empezaba a hacer efecto, ni él mismo podría decirlo. Pero los orcos miraron en esta ocasión a Faramir para ver si él también bebía. El pobre Hobbit sudaba bajo el enorme yelmo que le cubría el rostro así que no tuvo más remedio que echar un trago al igual que Gimli. Contuvo el vino en la boca pero los orcos le obligaron a beber más hasta que su buche no pudo resistir y tragó. Cuando Faramir aún estaba terminándose el vaso, los orcos se asombraron pues el vino aquel ya era bastante fuerte para un orco tan bajito, Gimli les golpeó en la cabeza con la lanza y cayeron al suelo. Al verlos tirados en el suelo Gimli escupió el vino y miró a Faramir esperando que él hiciese del mismo modo pero fue en vano.-¡Tuve que tragarlo! –exclamó sofocado-.

El enano sólo pudo negar con la cabeza y se lamentó de la suerte que correría el Hobbit a la mañana siguiente, más bien de su dolor de cabeza.

Faramir asomó la cabeza y avisó a los demás para que fueran saliendo mientras Gimli metía a los otros dos orcos en la tienda y los ataba a los postes de madera como a los otros dos. Frodo y Merry contuvieron una risa al verlo y Faramir sólo pudo fruncir el entrecejo. Fueron saliendo poco a poco: primero Gandalf y Merry con Barahir. Se dirigieron a los límites del campamento y para sorpresa del mago y del Hobbit vieron sus caballos cubiertos con pieles de lobo. Después Barahir se volvió a acercar a la tienda y llevó consigo a Frodo, Estrella y Gimli. El enano murmuró entre dientes:-Tengo un mal presentimiento, algo ocurre. Siento una sombra que se acerca.

Esto preocupó de verás a Barahir que desde hacía un tiempo confiaba plenamente en los presentimientos del enano. Sólo faltaban Legolas, Laislen, Drazan y Faramir que aguardaban en la tienda. Laislen y Legolas intercambiaron algunas palabras en élfico que Drazan no pudo distinguir. Salieron en silencio y escabulléndose, ocultándose entre las sombras como habían hecho los demás. Pero a mitad de camino Laislen se detuvo en seco y murmuró:-¡Mi espada! –dijo-.

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Drazan no se había acordado que estaba en poder de Denian y sintió que aquel pequeño error había hecho fracasar la misión. Pensó que aún le debía un favor a Laislen por haberle ayudado en el parto de Nalta y que este era el momento de devolvérselo. Hizo un acopio de valor y mientras se escabullía hacia el banquete dijo:- ¡Seguid! Yo iré a por ella.

No pudieron hacer otra cosa que seguir. El muchacho fue con sigilo a la gran mesa central del campamento colmada de hombres que ahora roncaban, sobre ella tanto como debajo, o sino tirados por el suelo pero sin soltar las jarras de vino. Como supuso su hermano estaba en la cabecera de mesa con su padre al la derecha y uno de sus amigos íntimos a la izquierda, o más bien en a parte izquierda del suelo. Denian tenía la cabeza recostada sobre los brazos y parecía dormir placidamente. Drazan se acercó poco a poco notando como a cada paso el corazón se le aceleraba. Por fin estuvo suficientemente cerca como para prender la empuñadura de la hermosa espada. La cogió con la mano sudorosa por el temor y comenzó a tirar de la espada para sacarla de la vaina. Temía cualquier ruido: cuando el filo de la espada rozaba el metal de la vaina o su propia respiración. Pero empezó a tomar confianza pues la mitad de la espada ya estaba fuera. Siguió tirando un poco más y de pronto sintió que el miedo le recorría todo el cuerpo en escalofríos por que oyó a Denian revolverse en sueños como aquella mañana. Volvió a dormirse y Drazan siguió tirando suavemente hasta que la espada estuvo fuera y pudo respirar más relajadamente.

Se dio la vuelta y tuvo cuidado de no pisar a nadie en el camino de vuelta pero de pronto comenzó a sentir que la respiración le faltaba y que algo le apretaba con fuerza la garganta y se la cerraba cada vez más. Los brazos de Denian prensaban fuertemente su cuello y notaba como sus dedos se clavaban en la piel. Denian deslizó un único brazo alrededor de su cuello y con el otro prendió la espada y la alejó de ambos. Volvió a enrollar el otro brazo alrededor del cuello de su hermano que no podía defenderse.

-Ha llegado tu fin traidor. –dijo Denian apretando cada vez más-.

Drazan deslizó la mano por sus bolsillos y encontró lo que, como fue predicho, le salvaría la vida. Cogió el puñal con fuerza y lo clavó en la pierna de su hermano con todas sus fuerzas y volvió a sacarlo. El grito de dolor de Denian alertó a gran parte de sus hombres que vieron sus hermosos sueños alterados. Empujó a Drazan al suelo y el muchacho quedó ahí tendido lleno de miedo al mirar el rostro de su hermano. Denian volvió a coger la espada de Laislen y corrió cojeando, aunque la herida no era muy grave, hacia Drazan con los ojos llenos de furia y dolor. Alzó el brazo derecho y Drazan sólo pudo cerrar los ojos y esperar la muerte. Pero una rápida flecha en el hombro impidió el triste destino que esperaba a Drazan. El muchacho giró la cabeza sintiendo una sombra que se aproximaba. Era Laislen que había vuelto en su ayuda pero al verla los dos hermanos se quedaron quietos y creyeron estar viendo una maravillosa visión de un espectro. En esta ocasión no llevaba el rostro cubierto y todos los allí presentes pudieron ver la hermosa faz de la más bella de las princesas de aquellos días, en todo su esplendor y con los ojos llenos de luz. Una luz que hacía dar un paso atrás a los más valientes. Denian cayó al suelo y Laislen se acercó con paso firme. Recogió al espada y apoyó la afilada punta sobre el pecho de Denian. Drazan ahogó un grito pero Laislen le interrumpió antes de que pudiera decir nada:-No lo haré Drazan, no ahora. –y luego se dirigió a Denian-. Ya has visto mi rostro y también has sentido mi ira hijo Vazgan, pero recuerda bien esto: no serás muerto ahora, ni por tu suerte ni por tus habilidades sino por voluntad de tu hermano. Recuérdalo.

Denian miró un momento los ojos de Laislen y casi sintió miedo al verlos refulgir como el trueno. Pero enseguida bajó la cabeza. Drazan y él salieron corriéndola lugar donde les esperaba el resto de la Compañía. Denian tomó la espada de uno de los pocos que se habían despertado y la lanzó contra su hermano lleno de rabia en un último y desesperado intento de matarlo, pero hubo algo que impidió que llegara a su destino. Algunos instantes antes, cuando Drazan y Laislen dieron la espalda y marcharon corriendo Vazgan adivinó los pensamientos de su hijo mayor y se adelantó a ellos recibiendo en lugar de su hijo menor la muerte. Un alarido puso en pie a todo el campamento y el viejo capitán de hombres cayó al suelo quebrando la espada. Drazan vio a su padre caer al suelo y quiso ir en su ayuda pero Laislen lo prendió del brazo y le obligó a seguir hacia delante. Denian cayó al suelo lleno de ira sujetando entre sus brazos la cabeza de su padre muerto y llorando sobre su frente. Se irguió con el hombro derecho empapado de sangre y gritó a sus hombres:-¡Despertad Errantes! Vuestro capitán ha caído a manos de un traidor. Que su cabeza sea el pago de su traición.

Muchos gritos de hombres enfurecidos siguieron estas palabras pero también un gran número de caballos cabalgando que se acercaban al claro. Era el ejército de Mordor sin duda y nadie en el campamento, ni si quiera Drazan, los recordaba ahora. Laislen apresuró más aún a Drazan pero los hombres de Denian no se movieron al oír el relinchar de caballos furiosos. Súbitamente las tiendas prendieron fuego una tras otra y el campamento se convirtió en un bosque de árboles de hojas rojas y naranjas. Denian supo que tendría que tomar una elección y para suerte de la Compañía decidió que había llegado el momento de enfrentarse a Mordor y puesto que la venganza es un plato que se sirve frío, podría esperar a acabar con su hermano más tarde.

Laislen y Drazan desaparecieron entre los matorrales y encontraron a los demás listos sobre los caballos y poneys. Laislen montó junto con Legolas en su caballo, en el caballo de Legolas iba Barahir, y Drazan en el ligero corcel que llevaba la pequeña carreta. Emprendieron la marcha con rapidez mientras oían como una numerosa compañía de unos cincuenta caballos irrumpía en el claro. Pudieron oír los gritos de Denian empujando a sus hombres a la batalla:-¡A mí los orcos y los hombres! –gritó alzando en alto una espada-. Que la sangre de los opresores corra y que los valerosos obtengan la gloria.

Pero también oyeron con temor una voz que les hizo sentir escalofríos de nuevo. Era un Jinete Negro el que hablaba y antes de iniciar el combate dio una última oportunidad de rendición a los rebeldes pero al ver la negativa y como tanto orcos como hombres estaban dispuestos al combate, dio orden a sus hombres de atacar y acabar con ellos al grito de guerra de “¡Sin piedad!”. El entrechocar de las espadas se produjo y los gritos ahogaron el trueno de la tormenta que se reanudaba.

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CAPÍTULO 12.

VIEJAS Y NUEVAS LEYENDAS

Las tormentas aún no habían alcanzado a Eldarion, Elfwine y Tásel. Las oían y veían como los oscuros nubarrones iban invadiendo el cielo y cada día eran más negros y les oprimían el corazón a los viajeros. Las praderas se extendían interminablemente a lo largo de muchas millas: vastas e inquietas con la brisa de un viento frío. A veces encontraban algún árbol seco del que podían aprovechar sus viejas ramas para un buen fuego, pero en aquellas tierras era raro encontrarlos. Habían pasado tres días desde la separación de la Compañía y para ellos el viaje estaba siendo bastante monótono y el camino no parecía tener fin, sino fuera por el hecho de una sombra lejana en el cielo que parecía seguirlos, semejante a un águila o a un halcón. El viento les traía muchos olores adormecidos en el pensamiento, olores y recuerdos olvidados por muchos días en la intemperie. Minas Tirith estaba más cerca de lo que creían, en cinco o seis estarían a las puertas de la ciudad. Deseaban llegar y encontrar algo de reposo y descanso por muy breve tiempo, la batalla era inminente. A cada paso que daban Eldarion sabía que estaban más cerca de casa y eso le animaba el corazón, aunque los viejos recuerdos de días pasados aún le entristecía levemente.

La noche del tercer día, mientras Laislen asistía al parto de Nalta y las estrellas contemplaban el nacimiento de los cachorros, Eldarion y Tásel hablaban cerca de un viejo árbol sobre lo que encontrarían en el campo de batalla, por su parte Elfwine alimentaba a los caballos con algunas raíces que había encontrado.-Esos Jinetes Negros de los que habláis son temibles. –dijo Tásel al oír algunas descripciones de Eldarion-.-Los hemos encontrado en dos ocasiones durante nuestro viaje, demasiado breves si pienso en el interés que tienen en nosotros. –dijo Eldarion-.-¿Crees que los encontraremos en la batalla? –preguntó Elfwine-.-Es muy probable. –respondió Eldarion-. Conocen cada uno de nuestros movimientos y aunque no los veamos nos siguen desde lejos, aunque sólo sea con el pensamiento. No me extrañaría encontrarnos a varios en las tropas que se dirigen hacia Minas Tirith. Aunque en cierto modo eso ayudará a la Compañía, les dará tiempo para llegar a Mordor sin demasiados problemas. Nos afanaremos en tener a los Jinetes Negros ocupados.-Tan sólo espero que podamos volver a unirnos a ellos a tiempo. –dijo Elfwine-.-Así lo espero yo también. –dijo Eldarion recordando a su hermana y las muchas explicaciones que tendría que dar cuando llegase a casa-. En cuanto la batalla termine dirigiremos nuestras tropas a Mordor y nos reuniremos con ellos como sea.-Es muy posible que el ejército al que nos enfrentaremos ahora sea mucho más numeroso que el que atacó Rohan. –dijo Tásel-. Mordor concentrará todas sus fuerzas en hacer caer a Minas Tirith y con ella todo Gondor, entonces Rohan estará perdido.-Y no sólo Rohan. –dijo Eldarion-. Toda la Tierra Media. La batalla que nos enfrentará será decisiva y de ella dependerá buena parte de nuestra victoria final contra el Enemigo. Cuando caiga su ejército haremos caer la Torre Oscura y al Señor Oscuro que la gobierna. Pero si la batalla que acontece no la ganamos entonces no tendremos salvación.-Ojalá las leyendas sean ciertas y cuando la Oscuridad se cierna sobre nosotros Therion aparezca. –dijo Tásel-.-¿Therion? –preguntó Eldarion-. ¿Se trata acaso de un gran Jinete de la Marca? -Es una vieja leyenda de los Rohirrim, versos de antiguos cuentos. –dijo Elfwine-. Tan vieja como nosotros. Dicen que el espíritu de un gran caballo alado nos protege en la batalla y que a veces se alza como un gran viento helado, o como una fría tormenta de truenos contra el enemigo. Muchas canciones lo nombran.

Elfwine comenzó a entonar una canción sin alzar la voz demasiado temiendo que alguien pudiese oírlo:

Al alzarse la nocheSin estrellas ni luna

La Oscuridad de la MuerteSe cernirá sobre Rohan.

El trueno bramará a lo lejosEl relámpago lo seguirá,

Malditos nuestros pellejosLa niebla del Mal todo lo cubrirá.

Las más oscuras sombrasDel Este tenebroso

Cubrirán como negras alfombrasEl suelo pedregoso.

Se marchitarán los camposSe secarán los ríos

Caminaremos en el eterno llantoOlvidando los felices estíos.

Oscura será la hora

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Pero feliz el encuentroAl alba sin demora

Surgirá la luz del viejo cuento.

Como espuma del mar Son sus crines refulgentes,

De plumas de cisne son sus alasSu cola blanca cae cual torrente.

Así se alzará la luz de nuevoComo estrella blanca,

La esperanza volverá al triste puebloY asomará al alba.

Guiados por el blanco corcelConoceremos otra vez la alegría

Las penas del ayerOlvidadas serán a la luz del día.

Escogerá a un valiente jineteLlevándonos a verdes prados,

El trueno ya no arremeteY el relámpago suena lejano.

Muy lejos volará TherionMás allá de la luna

Dejando en el olvidoLa más hermosa de nuestras leyendas.

Hubo silencio durante un tiempo hasta que Eldarion volvió a hablar con la mirada perdida en el paisaje que se extendía ante ellos:-Espero que vuestras leyendas sean ciertos y que Therion de Rohan pueda vencer a los dragones que vuelen desde Mordor y llenan nuestros corazones de miedo.-Jinetes, dragones, orcos, trolls y tantas bestias horribles que no puedo recordar. –suspiró Tásel-. ¿De qué ayuda disponemos para combatir a tamaño ejército?-El ejército de Gondor y el de Rohan. –dijo Elfwine acercándose al fuego-.-Sospecho que recibiremos más ayuda que esa. –dijo Eldarion-. Es posible que se unan a nosotros los hermosos guerreros de Dol Amroth, y el Príncipe Fínrail los guía, valiente y noble entre todos ellos. Y sí la fortuna está de nuestra parte se nos podrían unir un numeroso ejército de Enanos provenientes de Erebor. -¿Cómo puedes estar tan seguro? –preguntó Elfwine-.-Recuerdo las palabras de Gimli en el Concilio. Ellos habían sido atacados en varias ocasiones y sería bueno que ellos se encargasen de las huestes que se dirigen hacia el norte. De todos modos si han recibido noticias de lo que pasa en el Oeste no dudarán en venir aunque sólo sea por venganza contra Mordor y sus orcos. -Esas son palabras de aliento. –dijo Tásel-. Pues es bien sabido que no hay guerrero más fiero que un enano encolerizado. Nos serían en verdad de gran ayuda. ¿Qué me decís de la Gente Hermosa, de los Elfos?-En Rivendel son poco numerosos, pero los del Bosque Verde están atentos a lo que pasa más allá de sus fronteras. –dijo Eldarion-. El hijo del rey Thranduil, padre de Legolas, es un buen amigo nuestro. En cuanto al bosque de Lothlórien tengo mis dudas. Desde hace tiempo no quieren saber nada de lo que pasa a las afueras de su reino, están aislados. Ciertamente cuando fuimos allí nos ayudaron gustosos, nos proporcionaron buena comida y reposo durante muchos días. Admito que si no fuera por que la misión me perturba demasiado la cabeza me hubiese quedado allí una buena y placentera temporada, y sé que no soy el único. Pero quizás no deseen participar en una nueva batalla y arriesgarse a perder lo poco que conservan aún de la antigua belleza de su país que aman tanto. No les culpo por ello, me gustaría no tener las preocupaciones que tengo a cerca de la seguridad de mi país. Aunque si el Enemigo no es vencido, no tardará en atacar Lorien, pero creo que están bien enterados de eso. Hace tiempo que lo intenta. Sauron también lo intentó, pero no consiguió si quiera acercarse. Tristemente Lothlórien perdió su magia por propia voluntad, a pesar de resistir fuertemente el paso de los años. Sospecho sin embargo que están más enterados de lo que pasa más allá de sus fronteras más de lo que sospechamos, o quizás más que nosotros mismos. Sea como sea son libres de hacer lo que quieran con sus destinos. ¡Varios centenares de elfos encolerizados también nos serían de gran ayuda!

Cuando Eldarion terminó de hablar una sombra se agitó sobre el árbol y voló muy alto pero pudieron verla el suficiente tiempo para darse cuanta de que era un halcón el que los estaba vigilando, posiblemente desde hacía varios días, y había escuchado toda su conversación.-¡Un espía del Enemigo! –exclamó Elfwine-.-Así parece. –dijo Eldarion-. Pero ya no podemos hacer nada salvo llegar cuanto antes a Minas Tirith. Sería inútil intentar darle alcance a un ave tan veloz. Es mejor dormir, aún nos queda un largo camino.

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Durmieron algo intranquilos a pesar de que siempre había alguno de guardia y aquella noche vieron muchos halcones aterradores en sus sueños pero la mañana llegó clara y limpia. No había señales del halcón, y tras un desayuna frugal reemprendieron la marcha. La mañana pasó tranquila y sin cambios. Cada poco tiempo observaban al cielo, quizás esperando encontrar de nuevo una pequeña sombra negra, aunque Tásel aguardaba quizás a que Therion los recogiese sobre su lomo y los llevase rápido como el relámpago a Minas Tirith. Sin embargo no fue así, en ninguno de los dos casos. En dos días llegarían a las corrientes del Entaguas, uno de los grandes afluyentes del Anduin. Así fue que a mediodía cruzaron el río por un viejo puente de madera y piedra. Pasaron aquellos dos días lenta y pesadamente aunque no volvieron a ver ningún halcón ni ninguna otra ave que se le pareciese. Llegaron a la otra orilla cuando la tarde estaba algo pasada y se dispusieron a reanudar la cabalgata pero vieron que Elfwine miraba tras de sí como clavado sobre su montura en medio del puente con los ojos temerosos en el horizonte. Eldarion se acercó y a medida que lo hacía su preocupación aumentaba. Cuando estuvo a la altura de su compañero vio con temor como una gran compañía de lo que parecían ser orcos se acercaba a gran velocidad. No podrían decir cuántos eran exactamente pero rondaban varios miles aunque a medida que se acercaban parecían más y más. En un principio quedaron paralizados y sin saber que hacer. No podían ocultarse en ningún lugar, estaban en medio de la pradera, y tampoco enfrentarse a semejante compañía de orcos. Uno de la enorme compañía se acercó con un estandarte y lo agitó, Eldarion desmontó y se acercó pero con la mano posada en la empuñadura de su espada.

Eldarion fue con paso firme, cruzó el puente y fue avanzando hasta el lugar donde el mensajero que portaba el estandarte se había detenido. A medida que Eldarion se acercaba el murmullo del ejército aumentaba. Parecían llevar brillantes armaduras y cotas de malla y banderas de muchos colores. Eldarion estaba confuso, ese no era el aspecto común de una guarnición de orcos, y aún menos el hecho de que un mensajero se prestase al diálogo. Las dudas del joven fueron respondidas en cuanto se encontró frente al mensajero: era un enano. Y el resto de la compañía también estaba compuesta por Enanos de largas barbas trenzadas y cinturones de piedras preciosas. Cuando Eldarion estuvo frente a frente con el enano este habló con voz profunda y vehemente: -El pueblo de Erebor en la Montaña Solitaria os saluda extranjero, a vos y a tus amigos. Talin hijo de Durin, Rey bajo la Montaña os saluda. Pero también os pregunta qué hacéis por estas tierras.-Aceptamos sus saludos gustosamente y le respondemos de igual modo: Eldarion hijo de Aragorn, Rey de Gondor lo saluda; así como Elfwine hijo de Éomer, rey de Rohan. En cuanto a tu pregunta te diré que es asunto sólo de nuestra incumbencia y que sí Talin desea saberlo que venga él mismo a preguntárnoslo y le hablaré si gusta de nuestros planes, pero debe saber que soy yo quién debería preguntar primero pues ahora estáis en mis tierras.

El mensajero quedó sin habla y los ojos de Eldarion parecían decir la verdad y hablaba como un verdadero rey de Gondor o de más allá del Gran Mar. Y pos su noble faz se diría que lo era. El mensajero se inclinó en una profunda reverencia hasta que su barba tocó el suelo y luego se marchó para comunicar el mensaje al resto del ejército que esperaba impaciente. Mientras iba, Eldarion hizo señal a Elfwine y Tásel para que se acercasen. Ellos también descubrieron que estaban frente a una numerosa tropa de enanos y no de orcos, afortunadamente. El mensajero volvió después de que se levantase un gran murmullo entre los enanos y les comunicó la respuesta:-Talin os invita a pasar la noche en nuestro campamento y en su compañía y así responder a las preguntas de sus majestades. -Que así sea. –dijo Eldarion.- Aceptamos con gusto su invitación.

El mensajero agitó el estandarte y después los condujo hacia el ejército. Al llegar los tres hombres, los enanos abrieron un corrillo y de entre la multitud salió un enano vestido con una espléndida cota de malla de anillos de oro, cada anillo enlazado como sólo los enanos sabían hacerlo pues nadie es capaz de superar a los enanos en esta clase de trabajos y en cualquiera que se refiera a la metalurgia o a la talla de joyas. De un cinturón de rubíes colgaba una gran hacha y llevaba un casco sobre el que había dibujado un dragón de esmeraldas. Era de cabellos oscuros como la noche y sus ojos eran negros azabache pero brillaban como el carbón en llamas. Cuando los príncipes y Tásel estuvieron frente a él el enano hizo una gran reverencia y dijo solemnemente a la manera cortés de los Enanos:-Talin hijo de Durin a vuestro servicio. -Eldarion hijo de Aragorn al vuestro. –dijo de igual modo.--Elfwine hijo de Éomer a vuestro servicio.

Tásel sólo hizo una reverencia y se apartó pues comprendió que este era un asunto que no le incumbía por el momento y que sólo podía esperar. Talin los condujo en dirección a una gran fogata que se había estado preparando mientras tanto. La tarde caía pesadamente. Se sentaron alrededor y les ofrecieron comida y bebida. Aquella noche fue agradable, el fuego calentaba mucho más que sus pequeñas fogatas y en compañía de tan gran número de enanos no tenían miedo a que le enemigo pudiese surgir de alguna parte. Hablaron mucho con Talin aquella noche y él se alegró de recibir noticias de Gimli.-Gimli partió hace mucho de nuestra hermosa ciudad y hasta ahora no hemos recibido noticias suyas. No sabíamos que podía haberle ocurrido y hubiésemos enviado mensajeros a Rivendel sino fuera por que cualquier soldado me era imprescindible.-Gimli nos habló brevemente de lo acontecido en su país y de las batallas. –dijo Eldarion.--Desde antes de que se reuniera el Consejo éramos atacados. Al principio eran pequeñas compañías que eliminábamos sin problema alguno, pero fueron aumentado en número y en la frecuencia de atacarnos, aunque normalmente los orcos no se movían demasiado de sus campamentos, pienso que ni los mismos capitanes de los orcos sabían de esos ataques. Grandes ejércitos empezaron a sitiarnos y no sólo a nosotros, también a los Hombres del Lago. En el último ataque, hace nueve días, un extraño que iba cubierto con una capucha negra quiso hacer una tregua y hablar con nosotros. Se presentó a las puertas de nuestra ciudad con estandartes de paz y nos habló con palabras hermosas y hablaba con una música en los labios sin embargo otros prestamos más oídos a su mensaje oculto que a su música y a sus engaños. “Venimos en busca de una de los vuestros.”, dijo, “Nuestro Señor solicita su ayuda en las minas pues es sabido que no hay nadie como el venerable pueblo de los Enanos para trabajar el metal. Mi Señor desea que le aconseje con su sabiduría en ciertos trabajos.”. Aún así me pareció extraño que nos atacasen antes de preguntarnos aquello y sobre todo que Mordor pidiese a los Enanos esa clase de favores. “Si es eso lo que queréis, ¿por qué nos habéis atacado antes?”, respondí. El Jinete me respondió que no nos habían

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estado sitiando sino “analizando el terreno para nuevas fortalezas” y que no sabía nada de aquellos encuentros. Creo que el Jinete no esperaba que le preguntase acerca de eso y que tan sólo con su presencia podría intimidarme. Después me volvió a preguntar por el paradero de Gimli a lo que yo le respondí: “No lo sé, y aunque lo supiese no os lo daría aunque vuestro Señor me ofreciese trabajar para él por todas las riquezas del mundo.” El Jinete pareció muy disgustado y dejó que los orcos nos atacasen a su antojo. Pudimos repeler el ataque gracias a la ayuda de los Hombres del Lago, y los orcos y su General huyeron y decidimos seguirlos dejando algunos pocos enanos en la fortaleza en caso de que fuese una trampa. Pensamos que así nos desharíamos finalmente de ellos y salimos en su caza. Los seguimos durante cuatro días hasta que edificaron un pequeño campamento a mitad de camino entre los Saltos de Rauros y la Montaña Solitaria. Aunque por lo que me dijeron los Cuervos que nos acompañaban a modo de espías, un mensajero llegó al ejército esa misma noche del cuarto día y el Jinete marchó complacido con una compañía de unos cincuenta orcos hacia el oeste y no hemos vuelto a saber de él. Los hemos perseguido durante muchas millas y hemos perdido su pista poco después de cruzar desde la orilla oriental del Anduin desde hace cinco días.-Es muy probable que se hayan reunido con el ejército que atacará Gondor en breve y que atacó Rohan hace poco. –dijo Elfwine-. Ahora concentrarán todas sus fuerzas en hacer caer Minas Tirith. Seguramente en cuanto os derrotaran se reunieran con ellos. Por suerte ahora serán menos numerosos.-Así que formabais parte de la Compañía de Gimli... –dijo Talin pensativo-. No sabía que el asunto que lo había llevado a Rivendel era tan importante.-Tuvimos que separarnos de la Compañía al saber que la batalla era inminente. –dijo Eldarion-. Pero esperamos reunirnos con ellos en cuanto esta guerra haya terminado y dirigir nuestras tropas a Mordor. ¿No encontrasteis nada parecido a una Compañía al cruzar el Anduin, verdad?-No, aquella zona estaba desierta. Yo también creo probable que los orcos a los que perseguimos se hayan reunido con otros para atacar Gondor. El Enemigo desea Minas Tirith más que cualquier otra cosa. Pero los enanos no dejaremos que eso ocurra. Si me lo permitís nos uniremos a vuestro ejército y combatiremos a vuestro lado a las bestias de Gondor. Ahora es tiempo para la unión de las razas contra el enemigo común.-Es el mayor favor que podíais hacernos. –dijo Elfwine-. El Enemigo tiene ahora otra razón para temernos.-Pero lo que has dicho sobre el Jinete me perturba el pensamiento Talin. –dijo Eldarion-. El Jinete no abandonaría gustoso el campo de batalla sino fuera por una razón realmente importante y además acompañado de cincuenta orcos. Temo que algo tenga que ver con la Compañía, y aún más si iban en dirección oeste.-Esas son malas noticias. –dijo Talin-. Por lo que me habéis contado de la Compañía depende en gran parte nuestro destino y si son atrapados nos quedan pocas esperanzas, sino ninguna. Espero que sólo sea una suposición o que te equivoques, y que la Compañía haya seguido su camino sin problemas.-Yo también espero equivocarme. –dijo Eldarion.- En cuanto a nuestro mensajero yo partiré con Tásel mañana por la mañana e intentaremos llegar lo antes posible a nuestro destino. No podemos seguir vuestro paso, pues vamos a caballo y vosotros tampoco el nuestro ya que vais a pie. Y yo necesito hablar urgentemente con mi padre y comenzar los preparativos para la guerra. Tú deberás guiarlos a Minas Tirith.-De acuerdo. –dijo Elfwine-.

No hablaron mucho más, salvo Talin que preguntó por la Princesa de Gondor y si cuando llegase a Minas Tirith podría verla. Al hacer esta petición Talin enrojeció hasta las orejas. Había oído hablar mucho de Estel, la más bella de todas las joyas de Gondor y algunos enanos le habían contado que nunca ninguno de los suyos podría encontrar piedra alguna más hermosa y refulgente que los ojos de la princesa. Eldarion sonrió pero sólo dijo:-Mi hermana está ahora muy lejos, más de lo que me gustaría por cierto. Pero si salimos vivos y victoriosos de esta batalla con un poco de suerte podrás verla. Entonces verás con tus propios ojos que esos rumores son muy ciertos y que la hija de Aragorn es la más hermosa de las criaturas de la Tierra Media, al menos de esta edad y que muy pocas pueden comparársele.

El enano quedó maravillado al oír estas palabras e intentó imaginar en vano cuan hermosos serían entonces los ojos de la Princesa.

Antes de la salida del sol Eldarion y Tásel partieron como ya habían discutido la noche anterior. Antes de marchar Talin les deseó suerte:-¡Qué la Luz brille en vuestro camino!-¡Qué la Oscuridad se aparte del vuestro! –replicó Eldarion mientras se alejaba cabalgando-.

Pronto las dos figuras volvieron a cruzar el puente y se alejaron en la llanura. Elfwine se quedó observándolos largo rato. Su caballo blanco se acercó a él y le puso la boca en el hombro llamando su atención.-Yo también deseo volver a casa Pies de Fuego. –dijo Elfwine-. Pronto todo acabará.Pies de Fuego agitó la blanca cola y no hizo nada más. El campamento enano se levantó pronto y los enanos estuvieron listos para partir enseguida. Talin miró el sol que se alzaba entre jirones de nubes vespertinas, hizo agitar sus estandartes y sonar sus trompetas.

CAPÍTULO 13.

ECOS DE LA TORMENTA

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La mañana pasó fugaz bajo el rápido trote de los caballos de Eldarion y Tásel. Comieron más abundantemente que otros días, pues decidieron cabalgar durante toda la noche y así poder llegar a Minas Tirith en tres días, quizás algo entrada la tarde. La noche fue fría y húmeda, la tormenta se movía rápida hacia Minas Tirith y pronto estaría sobre ellos. El segundo día tras haber dejado a Elfwine fue muy frío y no pudieron hacer ningún fuego aún para calentarse, el viento helado lo apagaba todo a su paso. La noche fue aún más fría y húmeda. La pradera parecía un mar de plata bañada de pequeñas gotas. La mañana del tercer se levantó fría y gris anunciando la amenazadora tempestad. Tomaron un rápido desayuno y pocas horas después de haber reiniciado la marcha una lluvia fina comenzó a caer que al principio recibieron con alegría, pero tras un rato se hizo pesada e insoportable. Comieron poco y pareció que le cielo tuvo piedad de ellos un instante por que la lluvia cesó durante un momento. Sin embargo al volver lo hizo con renovada fuerza. Siguieron cabalgando aquel día bajo una torrencial lluvia siempre en dirección sudeste y siempre veían al suroeste una cadena de oscuras montañas llamadas las Nimrais. La lluvia prosiguió durante toda la noche y Eldarion pensó que volverían a repetirse las lluvias torrenciales de hace dos años y que no le habían permitido volver a Rivendel.

En mitad de la noche un gran trueno rugió y vieron no muy lejos de ellos la majestuosa Minas Tirith que se levantaba imponente luchando contra la tormenta. La ciudad se alzaba en siete niveles sobre una colina. Cada nivel estaba rodeado por una muralla circular. Cada muralla tenía una gran puerta que se encontraba en un lugar distinto al de la puerta del nivel anterior. Pero la Gran Puerta, en el primer nivel, miraba hacia el este. En el séptimo nivel estaba la ciudadela con la alta Torre Blanca en su interior, sobre la que ondeaban banderas al viento, aunque la oscuridad no permitía verla muy bien. Minas Tirith estaba construida de una piedra tan blanca como la espuma del mar y parecía de plata cuando el relámpago reflejaba su luz sobre sus muros. Eldarion fue invadido por una gran alegría cuando vio su ciudad natal frente a él, a pesar de que estuviese calado hasta los huesos y hambriento. Apremió a Tásel para llegar cuanto antes posible a las puertas. Cuando las cruzaron Eldarion se sintió en casa de nuevo y reconfortado de veras. Observó que la guardia sobre los muros había aumentado considerablemente desde que habían partido. Los ejércitos enemigos se habían retirado por el momento esperando recuperar fuerzas y la ciudad había tenido algunos días de tranquilidad. Cabalgaron algo más lentamente, los caballos estaban exhaustos y ahora parecía que la lluvia caía más pesadamente y con más fuerza que nunca. Cabalgaron con lentitud avanzando hacia el séptimo nivel. La gente, al oír los caballos caminar en las calles, se asomaba a las ventanas y cuando descubrían que se trataba de Eldarion salía bajo la lluvia a recibirlo entre vítores. Eldarion traía esperanza a los soldados y a las gentes de la ciudad que amaba tanto. Llegaron a la séptima puerta a medianoche. Los guardias se ocuparon de llevar los caballos al establo. Eldarion y Tásel entraron en la ciudadela y Eldarion pidió enseguida una habitación para Tásel y le dijo:-Descansa ahora amigo mío. Yo me ocuparé personalmente de que el Elessar Piedra de Elfo reciba el mensaje del rey Éomer de Rohan.

Tásel se retiró en verdad más animado al saber que después de tantos días de viaje dormiría al fin en una cómoda cama. Los guardias de palacio avisaron rápidamente al rey de la llegada de su hijo. Eldarion esperó unos instantes y poco después de cambiarse por unas ropas secas y nuevas lo condujeron al gran salón del trono. Era una sala amplia, la breve luz de la centella entraba por ventanas profundas que se alineaban en las naves laterales, más allá de las hileras de columnas que sostenían el cielo raso. Monolitos de mármol se elevaban hasta los soberbios capiteles de esculpidos con las más variadas y extrañas figuras de animales y follajes. Y arriba, en la penumbra de la gran bóveda, centelleaba el oro mate de tracerías y arabescos multicolores. No se veían en aquel recinto largo ni tapices ni colgaduras historiadas, ni había un solo objeto de tela o de madera; pero entre los pilares se erguía una compañía silenciosa de estatuas altas talladas en la piedra fría, antiguos reyes de tiempos memorables. El suelo era de una brillante piedra gris. En el otro extremo del salón, sobre un estrado precedido de muchos escalones un trono de piedra blanca, bajo un palio de mármol en forma de yelmo coronado. Y por sobre el trono, tallada en la pared y recamada de piedras preciosas, se veía la imagen de árbol en flor. Al pie del estrado, en el primer escalón que era ancho y profundo, había un sitial de piedra, negro y sin ornamentos sobre el que solía tomar asiento Eldarion. Opuesto a aquel asiento tres grandes sillones de piedra gris, destinados a la Reina y las dos Princesas

Sobre el trono blanco había un hombre, un rey de hombres, un descendiente de los grandes reyes de más allá del Mar. Su pelo era casi todo gris, y aunque ahora iba vestido con hermosas ropas con hilos de oro y plata sus manos aún guardaban las cicatrices de antiguas batallas, y su rostro las cicatrices del tiempo. Pero aún tenía un rostro hermoso, pues así es en los que tienen algo de sangre élfica en sus venas, con el paso de los años no envejecen, sino que se vuelven más hermosos y más sabios. Pero sus ojos no habían cambiado, seguían siendo tan grises y brillantes como los de antes y al alzarse hacia los de su hijo se llenaron de luz y de alegría. Así era Elessar Piedra de Elfo, Rey de Gondor y Arnor. Al ver a Eldarion se levantó del trono, bajó los escalones y abrazó a su hijo con fuerza como si hiciese años que no lo viese. Después el rey miró profundamente a los ojos de su hijo y los corazones de ambos se regocijaron al tenerse el uno enfrente del otro después de tanto tiempo.

Entonces Aragorn notó algo extraño y se dio cuenta de que su hija menor no estaba con ellos. Sus ojos se volvieron otra vez melancólicos pues también ansiaba mucho volver a ver a su hija. Aragorn hizo un gesto con la mano y los guardias de las puertas se retiraron dejando al padre y al hijo completamente solos en el gran salón.-¡Bienvenido seas Príncipe de la Ciudad Blanca! –exclamó Aragorn-. Te marchaste hace cinco meses con tu hermana Al fin vuelves acompañado por un Jinete de la Marca y escoltado por una feroz tormenta, pero sigo sin ver a mi hija por ninguna parte. No hemos recibido aquí ninguna noticia vuestra desde que partisteis. ¿Qué nuevas me traes hijo mío y que fue de aquel apresurado viaje a Rivendel? -Todo a su tiempo. –dijo Eldarion mostrando su cansancio-. Hemos hecho un viaje muy largo en el que han pasado muchos acontecimientos, buenos y malos. Creo que todos te serán de gran interés. –hizo una pausa y viento aulló en el exterior-. Como bien sabes Estel y yo marchamos a Rivendel a principios de septiembre apremiados por una corta carta de Gandalf. Finalmente llegamos y encontramos allí a muchos conocidos y a otros que serán conocidos tuyos. Gandalf nos había convocado a un Consejo que presidían él mismo y Glorfindel que es ahora el señor de la Última Morada. Estaban presentes Elfwine hijo de Éomer desde Rohan y su primo, también amigo nuestro, Barahir de Ithilien hijo de Faramir. Como supusimos también encontramos a Legolas. Había un enano llamado Gimli hijo de Froín desde Erebor. En Rivendel también conocimos a esas criaturas llamadas Hobbits. –Aragorn esgrimió una sonrisa-. Sus nombres son Frodo, Merry, Faramir y Estrella; no creo que te digan mucho, pero sí sus apellidos: Gamyi, Tuk y Brandigamo. En

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ese consejo se nos habló de Mordor y de la nueva fuerza que allí nace; y se nos llamó los Elegidos y así se formó nuestra Compañía de la que ahora me hallo separado.

Eldarion relató lo más importante de lo hablado el día del Consejo, pero ya fuese por el cansancio o por las ganas de olvidarlos no mencionó a los Jinetes Negros. Continuó su relato hablando del viaje y de la repentina unión de Barahir a la Compañía, lo que pasó en Moria y su llegada a Lothlórien. Entonces habló maravillado de los últimos elfos de Lorien, de su amabilidad y también del nuevo Señor del Bosque de Oro: Gades. Aragorn quedó maravillado, no esperaba esta noticia y le fue muy grata porque él amaba mucho a Lorien.

Eldarion siguió hablando de su viaje y de las muchas tretas del Enemigo como la misteriosa riada. Después habló de su casual encuentro con Tásel, el mensajero. Habló de las nuevas que este traía y Aragorn pareció complacido al saber que el ejército de Rohan estaría con ellos en esta nueva guerra por el pacto de alianza que unía a los dos países y la amistad de los dos monarcas. Entonces Eldarion contó tristemente el porqué de su separación de la Compañía y su decisión de dejar a su hermana con ellos-Me pareció lo más razonable. –dijo Eldarion-. Yo elegí mi destino y mi papel en esta misión y no me pareció justo arrastrarla a ella conmigo. Es libre de elegir su camino al igual que yo lo hice. Pienso que ayudará más a la Compañía quedándose con ellos que viniendo conmigo. De todos modos la guerra nos acecha y sabes tan bien como yo que Estel hubiese corrido a ella aunque la hubiésemos atado con cadenas en el más profundo de nuestros sótanos. Además Legolas y Gandalf están con ella. Ahora sólo me queda aguardar que mi madre, la Reina de Gondor, lo entienda.

Aragorn permaneció en silencio un rato y luego asintió, Eldarion supo entonces que había tomado la decisión acertada y un gran peso que había llevado desde entonces se lo quitó de los hombros. Continuó su relato hasta llegar a la noche en que sorprendieron a aquel halcón espiándolos. A Aragorn le perturbó este hecho, aunque más bien le extrañaba.-Me extrañaría mucho que halcones y águilas estuviesen al servicio del Señor Oscuro a menos que sea por medio de una magia negra. Aunque si os siguió durante tanto tiempo no se puede esperar nada bueno como bien dices.

Siguió relatando su encuentro con los Enanos de Erebor y las noticias que había traído Talin y recordó a los Jinetes Negros. Entonces relató a su padre con preocupación la existencia de nuevos Jinetes que les seguían con el fin de destruirlos. Contó los breves encuentros que habían tenido con ellos y la posibilidad de que estuviesen en la batalla próxima. Este hecho preocupó a Aragorn notablemente.-En ninguno de los ataques en las últimas semanas vimos a algún Jinete Negro. –dijo Aragorn-. Fueron más frecuentes desde que os marchasteis pero con el tiempo fueron disminuyendo y ahora sólo llegamos a enfrentarnos a pequeñas tropas de orcos. Eso da que pensar acerca de la estrategia del Enemigo. Pienso que está reuniendo fuerzas y las concentrará en atacarnos. Quizás fue por eso que aquel Jinete Negro de Erebor se marchó aunque no puedo asegurarte nada y también es posible que tu razonamiento sea el verdadero. Por lo que me cuentas disponemos con ayuda la de Rohan y la de Erebor. Envié mensajeros al Bosque Verde en busca de más ayuda pero parece ser que los Elfos tienen sus propios problemas. Ellos también han sido sitiados con fuerza y mucho me temo que no podrán romper el círculo que los rodea. Orcos, trolls y muchas de las grandes bestias del Enemigo los acechan. Hace varios meses que la colonia de Elfos de Ithlien de Legolas marchó al Bosque Verde en busca de refugio cuando supieron del Alzamiento de Mordor. También se han marchado las gentes de Faramir, y la Dama Éowyn está ahora en Edoras junto con su hermano Éomer. Sólo quedan allí los guerreros que aún vigilan las fronteras, permanecen escondidos en los bosques. -¿De cuántos soldados disponemos en la ciudad? –preguntó Eldarion-. Espero que no hayan caído muchos en los ataques tras nuestra partida.-De unos cinco mil. Lanceros y hombres de a pie la mayoría. Ahí tenemos una potente infantería y los Enanos nos serán de gran ayuda en las líneas defensivas. Por otra parte los caballos de Rohan se encargaran de cerrar el flanco noroeste. Aunque Gades y sus Elfos de Lorien nos serían de gran ayuda, disponemos de pocos arqueros entre nuestras tropas y las de los Rohirrim. Pero ya es demasiado tarde para enviarles cualquier mensaje. Supongo que ellos también tendrán problemas con sus fronteras. Por suerte hace dos días que llegó el Príncipe de Dol Amroth, Fínrail Yelmo de Plata. Eso suma dos mil soldados más, quinientos de ellos a caballo.-¿Cuándo crees que Mordor atacará mostrando sus verdaderas fuerzas? -Supongo que te refieres al tiempo disponible. Tres o cuatro días como mucho. Se están dando cuenta de que estamos juntando fuerzas, y atacarán antes de haberlas juntado por completo. En Ithilien ya han visto a los ejércitos de Mordor avanzar hacia aquí. Tendremos que reforzar bien los muros y no permitirles que entren en la ciudad. Tendremos que arriesgarnos y dejar pocos hombres aquí. Los necesitaremos todos en el campo de batalla. Si quiebran la puerta estaremos perdidos.-Yo me encargaré del flanco principal. Antes moriré aplastado en el suelo que permitirles entrar.-¡No hables de esas cosas! Traen mala suerte. Y créeme que no quiero verte muerto en el campo de batalla. Yo me ocuparé del flanco oeste entonces.

A Eldarion le sorprendieron mucho estas palabras. No esperaba que su padre fuese a luchar, más bien nunca se lo había planteado. Pero al mirar a su padre profundamente a los ojos relampagueantes comprendió que no habría manera de hacerle cambiar de parecer, al menos él no podría. Tuvo una extraña sensación, pero no dijo nada acerca de eso.-Muy bien. –respondió Eldarion-. Espero que los Jinetes de la Marca no tarden mucho, si ellos no cubren la retaguardia nadie lo hará. Después marcharemos sobre Mordor, o esta terrible pesadilla continuará hasta que no acabemos con el problema de raíz. Le prometí a la Compañía que nos volveríamos a unir a ellos en la Tierra Oscura. Si no está toda la Compañía frente al Señor Oscuro de nada habrá servido este largo camino. No los dejaré solos en el peor de los momentos. Además prometí que tanto Estel como yo volveríamos de este viaje que aún no ha terminado, acaba de empezar y cumpliré ambas promesas.-Ojalá cumplas ambas promesas con éxito hijo mío. –respondió Aragorn solemne-. No creo que veas a tu madre esta noche, no quise despertarla, está muy cansada. Percibe la guerra próxima y tiene muchos temores acerca del destino de muchos de nosotros. La verás mañana y le darás una gran alegría aunque permanecerá triste por la ausencia de tu hermana. Ahora descansa, te hará bien.

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Eldarion se retiró y marchó a su habitación por aquellos pasillos que echaba tanto de menos y que casi había olvidado. Abrió las puertas blancas de su cuarto y vio por la ventana que la tormenta amainaba poco a poco y los ecos de los truenos se alejaban. Miró sus ropas sobre una silla que ya estaban prácticamente casi secas y se hecho sobre la cama. Cayó en un sueño profundo como hacía tiempo que no tenía y soñó con la hermosa voz de una joven de cabellos dorados pero que cantaba tristemente encadenada en un sombrío calabozo. Se despertó agitado y vio que la tormenta había parado y se volvió a dormir con el suave repiqueteo de las gotas sobre las enredaderas de su balcón.

CAPÍTULO 14.

LA REINA DE GONDOR

Rondaban las diez de la mañana cuando Eldarion dejó su habitación y los hermosos sueños que lo habían acogido durante la noche. Después tuvo un buen desayuno como no los había tenido desde hacía tanto. Comió en abundancia y no negó repetir ningún plato que le fue ofrecido. Las gentes de palacio se sentían felices al ver volver al hijo del Rey que amaban tanto aunque no suponían por qué Laislen no había vuelto con él. Acogían al Príncipe con alegría, él también se sentía de buen humor encontrándose de nuevo entre sus gentes. Pensó que algún miembro de su familia lo acompañaría en el desayuno pero su padre había salido junto con una pequeña guardia a alertar a las gentes del inminente peligro de guerra. Después preguntó por su madre, la Reina Arwen.-La vimos esta mañana muy temprano, cuando vos aun dormíais. –respondió un viejo sirviente que conocía a Eldarion desde niño y que el Príncipe apreciaba mucho-. Desde hace un tiempo despierta con el alba y se va a los jardines de palacio a observar las flores con las primeras luces del amanecer. Pero cuando la mañana está más entrada sube a la Torre Blanca de la ciudad y allí se queda inmóvil como una estatua observando el horizonte, como si sus ojos pudiesen ver más allá de las montañas. Lo sé porque yo mismo la he visto cuando me ha mandado llamar y su hermoso rostro es sombrío, sin luz y parece que la asedia continuamente la tristeza, salvo cuando da largos paseos con vuestro padre. Yo la entiendo en cierto modo Señor, dentro de lo que mi entendimiento alcanza a ver. Desde que la Princesa Estel y vos partisteis al Oeste, Minas Tirith ha estado muy callada y tranquila, en exceso tranquila si llegáis a entenderme. Después de todo es vuestra madre y os hecha mucho en falta, lo mismo que todos nosotros. Pero creo que también se debe a la proximidad de la guerra, y más en concreto porque se rumorea que vuestro padre va a participar en ella y eso la apena más que nada. Yo también estoy triste, porque vuestro padre me es muy caro así como vuestra hermana, la más bella de las doncellas que mis viejos ojos han contemplado jamás. Sería triste que ninguno volviese nunca más a Minas Tirith. ¿Puedo preguntaros dónde está ella ahora? Me sentiría más seguro sí al menos supiese que la Luz de Gondor está a salvo de la Oscuridad. -En estos tiempos nadie está a salvo de la Oscuridad. –respondió Eldarion-. Aunque la Luz de Gondor la resistirá más tiempo que otros. Ahora está lejos de aquí, desempeñando una misión en la que yo también participo aunque de distinto modo al de ella. Pero le prometí que volveríamos a unirnos, y yo no juro cosas en balde. Temo que ese día aun está lejos. Sin embargo no te entristezcas más, la Luz de Gondor volverá a brillar en Minas Tirith y tú podrás volver a contemplarla mi buen amigo.

El viejo sirviente esgrimió una sonrisa y marchó más animado por las palabras del Príncipe. Tras aquella breve conversación que había informado de la situación a Eldarion, el Príncipe marchó a la Torre Blanca de Minas Tirith. Subió los peldaños de mármol blanco hasta que una tenue luz empezó a invadir las paredes. Subió el último peldaño y encontró frente a él a Arwen, con la mirada fija en el horizonte. Su madre se giró y Eldarion volvió a contemplar a la hermosa Reina de Gondor, su dulce madre. Su piel era blanca como la nieve, pero sus cabellos eran tan negros como la noche y caían en largas ondas sobre su espalda. Llevaba una diadema de plata en la frente resplandeciente, con un pequeño zafiro. La miró a los brillantes ojos grises y vio en ellos la mirada de Estel, pero también la de Lúthien, la más bella de todas las criaturas que hubo jamás sobre el mundo cuando este aun era joven. Y en verdad Arwen se le parecía mucho y era tan hermosa y grave como lo fue Lúthien una vez. Pero su mirada era triste ahora y parecía que un gran cansancio la acechaba. Eldarion se arrodilló ante ella y le besó la blanca mano. Arwen miró profundamente a su hijo y luego lo abrazó con ternura. -Nadie esperaba tu regreso tan prontamente, ha sido muy inesperado. –dijo Arwen-.-Fue una sorpresa para todos. –respondió Eldarion-. Nadie en la Compañía supuso jamás que llegaríamos a separarnos algún día.-Tu padre me habló algo de esa nueva Compañía que se ha formado en Rivendel para combatir al Enemigo.-Así es. Viajamos hasta la lejana Imladris donde celebramos un Consejo y se decidió nuestro cometido. Allí se formó la nueva Comunidad donde están presentes todas las razas que desean acabar con Él. Hemos recorrido un largo camino, y sin embargo nuestra misión aún no ha acabado.-Y bien dices que fuisteis. Marchaste junto con tu hermana y ahora vuelves son ella. Y parece ser que fue decisión tuya o eso me ha dicho tu padre, aunque admito que sus explicaciones han sido muy escuetas y quizás yo haya entendido mal.-Es cierto que yo influí en esa decisión pero las circunstancias me lo dictaron así, y también mi juicio, tanto como hermano y miembro de la Compañía.

Como en la noche anterior Eldarion habló de la Compañía, el largo viaje emprendido y la separación de la Comunidad.-Ahora entiendo la naturaleza de tu decisión. –dijo Arwen tras haber oído el relato-. Y el Enemigo os ha tendido numerosas trampas durante el duro trayecto, pero aun no es tiempo de descanso, preveo aun peores aventuras y retos para ti y para tu Compañía. Pero tu destreza y astucia serán probadas en gran parte en el campo de batalla frente a la ciudad que te vio nacer, Minas Tirith.-Yo también presiento que un combate decisivo se acerca. Una gran sombra me acecha y no sólo mi suerte se decidirá en ese combate, sino el destino de muchos.-Has heredado el antiguo poder de Númenor, tu vista llega más allá que la de muchos mortales. Yo también lo he visto, pero he mirado más allá aun. Tu misión te lleva a la Torre Oscura pero tu corazón también te llevará a ella.

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Eldarion permaneció en silencio un momento aunque sabía que su madre no le daría más detalles acerca de esa predicción.-Pero no temas por la Princesa de Gondor, madre. –dijo al fin-. Como prometí volveré a reunirme con ella.-En cuanto a Estel su destino también la lleva a Barad-dûr, junto a ti, pero no puedo ver más allá de un duro combate para todos, una batalla decisiva. Temo por lo que la espera después.-Pase lo que pase yo cuidaré de ella como siempre lo he hecho.-Ni si quiera tú, poderoso entre los Hombres, podrás salvarla de lo que el destino le depara. En cambio dependerá de alguien de gran poder, muy lejos de aquí que no alcanzo a ver.-Esas son palabras sombrías Señora de Gondor. –respondió Eldarion-. Me pregunto que será de la Compañía ahora.-A cada paso que dan se acercan más a su destino final y pronto tú te reunirás con ellos. Pero antes espera la guerra.-Será una dura y larga batalla. –Eldarion hizo una pausa-. ¿Sabes que padre está decidido a luchar en ella?-Hace tiempo que lo sé. Y desde que lo sé malos sueños me acosan cada noche, de sombra y muerte. He hablado con él de mis malos presentimientos pero rehúsa a aceptarlos.-Pienso que también los conoce y sabe que tienes razón. Conoce su suerte si va a la guerra, pienso que desea correr ese riesgo por su país. Pero a pesar de todo él os ama, Señora, más que a nada en el mundo, más que a su país.-Nunca lo he dudado. –dijo Arwen y sus ojos brillaron como dos estrellas en una noche clara.- Grandes sombras os esperan en el campo de batalla, y a ti el Rey de ellas. El Rey Brujo, Capitán de los Jinetes Negros.-Lo sé. Pero a nadie le está dado escapar a su destino y aunque intentase correr del Rey de las Sombras me seguiría a donde yo fuese. Estoy decidido a enfrentarme a él. -¿Después partirás a Mordor? –preguntó Arwen-.-Así lo espero.-Nada será igual tras la batalla. Todo cuanto conocimos será distinto. Pero así debe ser. Los días cambian y pronto tú deberás asumir el lugar que te fue asignado desde el principio.-Así será. –Eldarion no entendió por completo estas últimas palabras pero le parecieron sombrías.-

Hizo una reverencia, su madre le acarició el noble rostro y lo besó en la frente. Eldarion se retiró y comenzó a bajar los escalones de la torre. Pronto el ruido de sus pasos de sus pasos no fue más que un rumor para Arwen. Eldarion se había sentido de nuevo como un niño pequeño al que su madre cuenta leyendas antiguas.

Luego pensó en visitar a su hermana y se fue a buscarla a los jardines. Se dirigió a los jardines tras cruzar por varios pasillos. Abrió unas puertas de cristal y se apoyó en la barandilla de una escalera que se separaba en dos tramos de escalera que bajaban. Allí encontró a una joven de unos quince años. Eldarion era bien parecido a su padre, mientras que Estel era una hermosa mezcla de ambos padres; Arien era un tierno y dulce reflejo de Arwen. Sus negros cabellos estaban presos en una larga trenza. Sus ojos eran verdes con cierto reflejo grisáceo. Parecía pertenecer a los altos linajes de los Hombres de antaño. También era muy bella la segunda hija del Rey de Gondor, y aun no había revelado toda su belleza. Eldarion la descubrió cerca del gran árbol de los jardines. Alrededor de ella crecían las damas de noche, las aves del paraíso surgiendo entre las lilas, los rojos prunos cercados por blancas margaritas, las enredaderas fundiéndose con las jacarandas que dejaban caer sus pequeñas flores moradas. Y ahí estaba Arien, posada junto a un gran roble. Parecía que bordaba algún dibujo sobre unas ropas rojas con hilo de oro.- ¡Vanima imbe ilya i indil umir eselle! –dijo Eldarion acercándose a la joven-.

Arien alzó los ojos y al ver a su hermano la invadió una gran alegría y se lanzó a sus brazos.-Bienvenido seas hermano mío. –dijo ella-. Al fin has vuelto después de tan larga ausencia. Y te ves distinto. ¿Pero dónde está nuestra hermana?-Es una larga historia que te encantaría oír. –dijo Eldarion-. Pero en estos momentos donde la guerra se aproxima carezco de tiempo suficiente para contar historias. Pero puedes preguntarle a nuestra madre, eso la animará.-Se ha vuelto triste y callada. –dijo la joven con tristeza-. Intento alegrarla en lo que puedo, pero creo que es un dolor más allá de mi entendimiento.-Eso es cierto. Sólo hay una persona capaz de liberarla de su cárcel de soledad. Y no corresponde a nosotros. Pero todo irá bien, no tenemos porque temer a Mordor.-He oído decir que la guerra se aproxima por mucho que intenten mantenerlo en secreto. Ha llegado a oídos de todos. Y si tú luchas a su lado les darás confianza. Y me atrevería a decir conociendo a los soldados de Gondor que no se dejarán vencer fácilmente y lucharán hasta que les quede un soplo de vida.-De ello no hay duda. Y más nos temerán los orcos cuando tengan ante sí al Rey de Gondor blandiendo la Espada Rota que fue Forjada de Nuevo.-Así que es cierto, padre va a luchar. A madre eso no le agrada.-Lo sé, he hablado con ella.-Pero él es libre de elegir su destino. Supongo que tendrá ocasión de estrenar las vestiduras que madre le tejió con el Árbol Blanco sobre el pecho. Quizás hubiese preferido otra ocasión. Yo también he tejido unas, y espero terminarlas para la guerra.-Entonces deberás tejer rápido. Por que en menos de dos días recibiremos el primer ataque.-Ya casi están listas. Pero aun no te las enseñaré, mejor será que las veas cuando estén terminadas. Sólo te diré que son rojas y el hilo es de oro.-Seguro que serán hermosas ropas y las luciré con orgullo. Ojalá pudiera quedarme a conversar más tiempo pero tengo mucho que hacer.-Entiendo. El oficio de guerrero no es ocioso y menos en estos tiempos de guerra que corren. Márchate a tus quehaceres que yo me ocuparé de los míos. Tendremos tiempo de conversar esta noche y me contarás por que Estel no está contigo, si es que madre no me lo ha dicho antes. Es triste, tenía mucho de que hablarle y deseaba que me cantase canciones nuevas. Lo que me es más extraño es que Laislen no vaya a asistir a la guerra.

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-Asistirá, pero desde lejos y donde ella está ahora no es un lugar tranquilo. Me retiro Flor de Gondor, que vuestra labor os sea grata, dulce hermana.

Eldarion hizo una reverencia y cerró las cristaleras de los jardines. Dejó el palacio y se dirigió a las armerías. Al llegar a ellas todos los soldados y capitanes lo recibieron con alegría. Ya había corrido por la ciudad la noticia de su llegada la noche anterior. Y entre sus muchos amigos encontró a Gáldor, capitán de hombres, y muchos de los hombres que tenía a su mando decían que sus antecesores habían desembarcado desde Númenor cuando los Fieles huyeron. Era un hombre joven de cabello oscuro y ojos claros, de porte noble y orgulloso como todos los hombres de Minas Tirith.-¡Al fin de vuelta! –dijo Gáldor al ver que Eldarion entraba en las armerías donde los soldados se preparaban para la batalla-. Y justo a tiempo para el combate, como de costumbre. Sabía que no podías faltar. ¿No te lo dije, Narion? El Príncipe Eldarion no nos dejaría solos.-Claro que no. –dijo Eldarion-. Aunque el Señor Oscuro me retuviese en Barad-Dûr vendría a luchar con vosotros.-Ahora no podemos perder. –dijo Gáldor-. -No confíes tanto en mi destreza o en la suerte. –dijo Eldarion-. Nos hará falta mucho de ambas para impedir que lleguen a los muros.

En ese momento llegó Aragorn, le acompañaba el hermoso Príncipe Fínrail de Dol Amroth. Era de cabello oscuro y ojos grises, irradiando luz. Por sus venas corría sangre élfica. Y la mañana pasó entre estrategias y las noticias que traían los batidores de Gondor, y los mensajeros con nuevas de Rohan. Los hombres de Minas Tirith siempre miraban con esperanza al norte, a la tierra de los Señores de los Caballos, sus amigos y aliados desde que el mundo era mundo. -No llegarán a tiempo. –decían-. Pero Minas Tirith no caerá.

Pasado el mediodía el Rey marchó a comer junto con Fínrail. Eldarion prefirió ir a dar una vuelta por las murallas junto con Gáldor. Los dos amigos llegaron a las murallas y comieron sobre ellas, sentados en las almenas. Comieron en silencio y Gáldor habló de pronto tras haber observado a Eldarion largo rato.-No sé en qué lugares habrás estado o en compañía de quién, mi Señor, pero parece que haya sido una eternidad, y sin embargo estás igual que siempre pero a la vez hay distinto en ti. Como cuando los Elfos envejecen. No se han viejos sino más hermosos y más sabios. Creo que en cierto modo es lo que te está pasando. ¡Extraños días!-Si, en efecto son extraños días. –dijo Eldarion-. Tan sólo espero que pasen pronto, incluso si perdemos la guerra. Cuanto más me acerco a la Tierra Oscura más pesado me parece que el aire y me oprime el corazón. La hora está próxima, pronto habré de mostrarme al Señor Oscuro en un último y desesperado intento de vencer, vencer de una vez por todas al poder de Mordor. Y aunque muera, que al menos sepa que no volverá a renacer.-¿Crees que ganaremos la guerra, mi Señor?-No lo sé, Gáldor amigo mío. –dijo Eldarion mirando hacia el norte-. Pero pase lo que pase lucharé hasta el final para que la Ciudad Blanca no caiga en manos del Enemigo. Si el Príncipe de Minas Tirith cae será luchando junto a sus hombres.-El Príncipe de Minas Tirith no caerá. –dijo Gáldor-. ¡Ojalá Laislen estuviese con nosotros en estos días oscuros! Nunca vi doncella más hermosa que la Princesa de Minas Tirith, y tampoco arco más hábil y mano más diestra, excepto la de Legolas de Ithilien. Tan sólo espero volver a verla.-Yo también lo espero. –dijo Eldarion-. Ojalá vivamos todos para verla en un nuevo amanecer sin que la Torre Oscura no vigile desde Mordor.

Realmente Eldarion daba esperanzas aunque sus palabras fuesen sombrías por que en ellas podías ver que no decaería aunque ya no quedasen posibilidades. Gáldor miró hacia el norte y quedó quieto y sin habla, los ojos desorbitados. Vio una enorme sombra que se acercaba a la ciudad. Una multitud de dos mil soldados, orcos de pequeña estura, y a la cabeza un jinete.-¡Ya han llegado! –gritó Gáldor-. Ya están ahí los orcos y el Jinete. Es uno de esos Jinetes Negros.

Eldarion observó la masa y sus ojos penetrantes distinguieron al Jinete que cabalgaba velozmente hacia las puertas de la ciudad. Los gritos de Gáldor habían alarmado a muchos hombres y ya los arqueros tensaban sus arcos. Entonces Eldarion habló:-¡Alto Hombres de Minas Tirith! No disparéis contra nuestros aliados. No son orcos, sino Enanos de Erebor, y aquel no es otro

que Elfwine de Rohan.

Los gritos de temor se transformaron en vítores, aunque aquello era tan sólo para contentarlos por un momento, seguían sin ser suficientes. Aun así la ciudad los acogió con alegría. Al llegar a la ciudadela Eldarion los recibió y dio orden a los soldados de buscar un lugar donde los Enanos pudieran descansar, y que les procurasen comida y bebida. Eldarion estaba muy sorprendido. Él había tardado tres días a caballo desde que se separaran y aquel ejército de unos dos mil enanos a pie tan sólo había tardado un día más. Los Enanos pueden ser muy veloces si se lo proponen y no se cansan fácilmente. Acomodaron al ejército de Talin mientras que el Rey bajo la Montaña siguió a Eldarion y a Elfwine a palacio. Gáldor se despidió de ellos, debía ultimar los preparativos de la batalla, tenía a su cargo la tercera compañía más numerosa. Se alejó hacia las armerías y casas donde residían los soldados mientras Eldarion, Elfwine y Talin cruzaban las puertas de palacio. Allí los recibió Aragorn y la Reina Arwen. Y Talin la miró boquiabierto como si a través de su mirada pudiese ver el pasado de los días antiguos y el futuro de los días oscuros. La alabó y se arrodilló ante ella muchas veces. Pensó que ninguna dama podría ser más bella, pero no sería la primera vez que pensase eso. Tras la cena hablaron de la que acontecería en la mañana, y el semblante de Arwen se volvió triste, pero el de Aragorn era firme y sereno. Tras largas deliberaciones todos los invitados tomaron a gusto sus aposentos y cayeron en un sueño reparador y profundo.

Tras la cena Aragorn fue a pasear a los jardines y cuando Arwen se alejaba el Rey la llamó con voz dulce:-¿Pasearás conmigo mi Señora? Pues sin ti me siento perdido, esta noche tú serás mi estrella.-Pasearé contigo Aragorn hijo de Arathorn. –dijo ella-. Siempre seré tu estrella. Este será el último momento de paz antes de la guerra. No impediré que acudas a ella. Nuestros destinos están sellados entonces.

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Y pasearon hasta muy pasada la medianoche.

CAPÍTULO 15.

LA BATALLA DEL CENIT

La mañana se levantó clara y radiante y daba confianza a los soldados. Poco después de la salida del sol, los grandes generales del ejército de Gondor salieron a las almenas del primer nivel de la ciudad a otear el paisaje. Vestían con cotas de malla radiantes a la luz de los primeros rayos de la mañana y sobre sus ropas lucían el Árbol Blanco de Minas Tirith que ondeaba sobre las banderas orgullosamente. También llevaban yelmos con alas de aves marinas a los lados y largas y hermosas espadas colgando de los cinturones.

Antes que ningún otro salió Talin, Señor de los Enanos de Erebor, a las murallas. Llevaba aquella espléndida cota de malla dorada y el yelmo con un dragón de esmeraldas. El hacha colgaba ceñida al cinturón de rubíes. Miraba solemne y en silencio el horizonte y los cabellos negros bailaban al viento.

Poco después de él aparecieron Elfwine y Eldarion. Elfwine llevaba una gran lanza como las que utilizaban normalmente los Rohirrim antes de desenvainar la espada. Sobre el yelmo colgaba una cola de caballo blanca. Aquel yelmo era regalo de su padre que fue antes suyo. Y sobre el pecho la piedra azul de Lothlórien. Eldarion llevaba una cota de pequeños anillos de mithril que le llegaba hasta las rodillas y era resistente y a la vez liviana. Pero sobre esta portaba unas ropas rojas y sobre el pecho, tejida con hilo de oro por su hermana Arien, una enorme águila que desplegaba las alas sobre su pecho y miraba hacia abajo como si hubiese visto alguna presa y se dirigiese a ella en picado. En su vaina Erisna, una de las más temibles espadas que jamás esgrimió un hombre. Guardaba en las manos un casco que tenía alas de águila a los lados y una pequeña cabeza de águila surgía en el centro del yelmo con los ojos de rubí centelleante. Eldarion parecía un Señor de las Águilas y amaba mucho a estos animales y le dolía cuantiosamente la traición de aquel halcón hacía siete noches. Su rostro era hermoso y noble y miraba al horizonte como si pudiese ver aún más allá. Sus ojos grises brillaron con la luz del cálido sol y su cabello castaño ondeó al viento esperando la señal para lanzarse al campo de batalla.

El último en venir fue Aragorn que llevaba bordado sobre sus ropas verdes en hilo de plata el Árbol Blanco de Minas Tirith y sus siete estrellas sobre él. Andúril aguardaba paciente la batalla en la vieja vaina de cuero rojo de Lorien. De sus hombros pendía una capa, como en los demás soldados, pero la suya era tan blanca como la nieve al sol. Llevaba un casco halado como otros hombres pero el suyo llevaba incrustaciones de esmeraldas y diamantes. Se erguía como un soldado más, pero en su rostro había una belleza que sólo se adquiere con los largos años y denotaba sabiduría en la mirada calmada, brillante como las estrellas. No era más que un hombre mortal de larga vida, pero era un Rey de Hombres, más bello y noble que cualquier otro que se hubiese visto jamás.

Cuando la mañana avanzó un poco más los soldados fueron tomando posiciones y la puerta del Este se abrió para que el ejército saliese al exterior. Junto a la puerta se quedó una buena parte del ejército de los Enanos y algunas líneas de hombres. Al frente del ejército iba Talin a pie, y Elfwine, Fínrail, Eldarion y Aragorn a caballo. Tras ellos un bosque de estandartes de muchos colores; entre ellos el Caballo Blanco de Rohan, el Cisne Verde de Dol Amroth, el Árbol Blanco de Minas Tirith y el Dragón Rojo de Erebor. Tras ellos el inmenso ejército de Minas Tirith como un bosque de plata.

Comenzó a soplar un viento frío del Este y una gran mancha empezó a surgir en la lejanía. Se movía rápida y desunida. Al igual que Gondor no disponían de mucha caballería y la mayoría iba a pie. Llevaban estandartes negros y rojos y en ellos bailaba al viento un dragón blanco o a veces negro escupiendo fuego dorado. Desde el Este sonaban trompetas y voces profundas y roncas entonaban cantos terribles en la horrible lengua de los orcos y lúgubres aullidos de lobos. Entre ellos caminaban muchos trolls, trasgos y orcos que montaban enormes lobos negros que no temían a la luz del día. Dirigiéndolos iban dos figuras, una tras otra. Iban tapadas con largas capas negras y la primera era más alta. Montaban corceles negros que pisoteaban la hierba baja y amarillas de las praderas bajo sus cascos. Aún sin haberlos visto Eldarion y Elfwine sintieron un frío por dentro y supieron que aquellos Jinetes iban en su búsqueda y que el momento de enfrentarse a ellos había llegado.

Aragorn pidió que sonaran las trompetas doradas de Minas Tirith. Sonaron claras en la mañana y retumbaron como el trueno entre los orcos. Aragorn alzó la mano y comenzaron la marcha hacia el encuentro de la batalla. Cada vez avanzaban más rápido, hasta que se encontraron a varias yardas del ejército de Mordor. Aragorn desenvainó Andúril y la alzó alta y brillante sobre su cabeza reluciendo al sol. Algunos orcos retrocedieron y chillaron de locura al verla. -¡Qué la luz del Árbol Blanco de Minas Tirith brille sobre nosotros en la Oscuridad Sempiterna! –clamó tan fuerte que hasta los Enanos de las últimas filas lo oyeron.-

Su corcel blanco relinchó y se lanzó contra el ejército de Mordor y Eldarion, Fínrail, Elfwine y Talin lo siguieron entre clamores y todos los de Gondor y enanos de Erebor. Los de Gondor se dividieron en tres bandos: al sureste Aragorn, al noreste Eldarion y Fínrail, y en el centro Talin y Elfwine. Por su lado una gran parte del ejército de Mordor se precipitó sobre Dol Amroth, Eldarion y sus tropas, capitaneados por el Rey Brujo de los Jinetes Negros; mientras que una parte más pequeña se encargaba de retener a Aragorn y los suyos. En el centro el otro Jinete Negro aguardaba la embestida de Elfwine.

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Cuando el sol se hallaba en su cenit ambos ejércitos se entremezclaron en una tumultuosa multitud. Andúril y Erisna brillaban como llamas azules entre el ejército negro de orcos. Los trasgos y orcos más corpulentos no avanzaban mucho aún, esperaban a que los de Gondor rompiesen las primeras filas de orcos hasta llegar frente a ellos. En poco tiempo las praderas blancas y amarillas de Gondor comenzaron a teñirse de negro y rojo con la sangre de los caídos.

Eldarion comenzó a rodear al ejército enemigo por el flanco izquierdo y cuando sus filas cubrieron todo aquel flanco los de Gondor embistieron con tal fuerza y cólera contra sus enemigos y los hicieron retroceder y sólo unos pocos trasgos se atrevieron a contenerlos. Pero Erisna les causaba incluso gran temor a los más grandes trolls, y cuando los orcos veían a Eldarion acercarse radiante a caballo y vestido de rojo fuego muchos huían gritando “¡Ariac!”, sobrenombre que le habían dado los orcos. Con cada víctima la llama azul y blanca de Erisna era más terrible y más la odiaban y maldecían los del otro bando.

Fue tal la sorpresa del enemigo al ver a Aragorn cargar él mismo contra ellos que muchos quedaron paralizados por el terror que aquella espada y el hombre que la esgrimía les provocaba. Andúril danzaba en el aire y Aragorn parecía una estrella blanca, un trueno que mataba todo lo que encontraba delante de sí. Su ejército también se fue extendiendo y fue haciendo retroceder a los de Mordor hasta el centro del campo donde los esperaba Talin, sus enanos y Elfwine. Su tarea no fue menos fácil que la de los demás. Los trolls y grandes orcos se habían reagrupado en el centro y formaban una fuete defensa difícil de romper, incluso para las hachas de los enanos. Muchos trolls cayeron con las cabezas hendidas por la hoja de una hacha afilada, pero también lo hicieron muchos enanos y hombres con los huesos quebrados por las enormes mazas de estos.

La tarde fue avanzando y el ejército se replegaba cada vez más sobre sí mismo y retrocedía hacia el río. Muchos enanos de la retaguardia avanzaron para apurar el ataque final y así poder expulsar definitivamente al enemigo de sus tierras. Cuando el sol se hundió por completo tras la llanura como un disco rojo entre la bruma, Mordor comenzó a replegarse y a batirse en retirada. Los enanos y hombres avanzaron aún con más brío queriendo no dejar ni un solo orco vivo. Cuando la oscuridad fue completa los orcos y trolls huyeron hacia el río hasta perderse en la oscuridad. Muchos quisieron ir en su búsqueda pero Eldarion los detuvo.

-¡Esperad! El corazón me dice que nuestra victoria aún no es completa. –gritó-. Replegaos a la defensiva, que los muros de Minas Tirith no queden desnudos.

Aún no había terminado de hablar cuando de la oscuridad empezó a aproximarse un bosque de antorchas rojas que se dirigía hacia ellos a la carrera. Era como un bosque negro y las copas de los árboles eran rojas. Pero este bosque guardaba afiladas lanzas y cimitarras negras. Cargaron sobre los de Gondor, Dol Amroth y Erebor con más fuerza que en la mañana anterior y en aquel contraataque Gondor y Dol Amroth perdieron muchos buenos hombres y Erebor muchos nobles enanos. Se fueron replegando pero sus filas eran ahora débiles y todos habían sido sorprendidos por aquella repentina recuperación. Muchos enanos de la retaguardia habían dejado al descubierto grandes flancos del muro al avanzar en ayuda de sus compañeros. Sí rompían el débil cerco antes de llegar al muro, alcanzarían las murallas y pronto se servirían de los arietes para entrar en la ciudad.

-¡Una trampa! –exclamó Elfwine-. Antes era tan solo un anzuelo para alejarnos de los muros.-Ahora no hay tiempo para lamentaciones. –dijo Talin-. Aún en la oscuridad es la hora de las hachas y espadas. ¡Vamos!

Elfwine y Talin corrieron raudos empujando y haciendo retroceder a los orcos. Pero tras ellos aguardaban los trasgos de mayor tamaño y estaban todos muy cansados. Mordor había sido realmente muy astuto escondiendo su verdadero número de soldados y guardando los mejores para un ataque final. Los otros habían pulido al máximo sus fuerzas y ahora disponían de pocas. Talin llamó a sus enanos para formar un fuerte cerco si el enemigo conseguía romper las primeras filas de hombres:-¡A mí los Enanos de Erebor! –gritó-. ¡Qué las hachas canten y los orcos caigan!

Las filas de los enanos se cerraron fuertemente y los primeros orcos que cayeron en sus manos fueron exterminados rápidamente. Los hombres se sintieron reconfortados por la unión y fuerza de los enanos y cargaron nuevamente contra los grandes trasgos. Aragorn por su parte reagrupó a todos sus hombres y atacó con fuerza a los grandes trolls que cerraban los laterales del ejército de Mordor. Los trolls blandían grandes mazas y martillos y habían permanecido ocultos durante el día. Los de Gondor avanzaban lentamente con sus espadas y sólo Andúril los hacía retroceder. Así fue que Aragorn se encontró frente a frente con Glundung, el rey de los Trolls; el más grande y cruel de todos ellos.-Acércate rey de las ratas. –gruñó el enorme troll.- Ahora veremos si tu llama blanca es capaz de medirse a mi Martillo Negro.

Aragorn cabalgó orgulloso y erguido sobre su corcel blanco y se detuvo frente a Glundung y le dijo con mirada penetrante:-Ahora verás con que material está hecha la más temida de las espadas de los Hombres y pronto maldecirás haberme hecho tal ofrecimiento.

El troll cargó contra Aragorn con tal fuerza que el corcel blanco del rey no resistió la embestida y calló al suelo con los huesos quebrados. Glundung quiso aprovechar aquel desconcierto pero Aragorn fue más rápido y se apartó de la montura antes de que Glundung la aplastase de un martillazo. El combate prosiguió y Aragorn resistió todas las embestidas del enorme Martillo Negro y Andúril brillaba cada vez más intensamente y aquella luz cegaba al troll. Cuando Glundung estuvo demasiado cansado para volver a atacar y quiso dar un paso a atrás y avisar a sus congéneres pero en esta ocasión fue Aragorn quien atacó. Glundung detuvo el ataque con sorprendente rapidez, para tratarse de un troll, pero el Martillo Negro se quebró en dos partes bajo la brillante hoja de Andúril. El enorme troll quiso escapar pero tropezó con el cuerpo del caballo de Aragorn y entonces la espada del rey de Gondor se hendió en el corazón de Glundung, el rey de los Trolls, y así cayó la horrible bestia. Muchos trolls tuvieron miedo y retrocedieron amedrentados por

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la muerte de Glundung, pero otros hicieron acopio de valor e intentaron matar a Aragorn pero murieron antes incluso de poder acercársele por las espadas de los hombres de su Compañía. Este acto les había dado confianza y valor de nuevo.

Mientras tanto las filas de Talin y los suyos resistían con fuerza a los grandes trasgos, pero no podrían por mucho más tiempo. Los enemigos parecían no acabarse nunca y sin embargo su número si medraba. Un enorme orco estuvo a punto de abalanzarse sobre Talin pero una rápida espada se interpuso entre ellos y el orco cayó degollado ante los pies del enano.-¡Salve hijo de Éomer! –dijo con una reverencia-.-¡Salve Rey bajo la Montaña! –respondió Elfwine saliendo de las sombras.- Que tus enanos continúen resistiendo el paso a las murallas, pronto vendrá el ejército de Rohan a auxiliarnos. -Tan sólo espero que no tarden mucho más o caeremos bajo las riadas de orcos y trasgos. –dijo el Enano-.

Tan raudo como había aparecido Elfwine se marchó en busca de nuevas víctimas y los orcos corrían gritando “¡Rainal!”, pero al cabo de un rato sintió que un frío aterrador le traspasaba el corazón. Miró tras de sí y encontró a un Jinete Negro que le esperaba sobre su caballo negro con la espada bañada en sangre roja. Desmontó lentamente y caminó con serenidad hacia Elfwine que lo miraba paralizado con los ojos azules reflejando una mezcla de furia y miedo. El Jinete echó la capucha atrás y apareció un casco con cuernos y unos ojos brillantes bajo su sombra, pero ningún rostro visible, sólo oscuridad. Elfwine desmontó también avanzó desafiante con la hoja de la espada ennegrecida por la sangre de sus enemigos. El Jinete se detuvo frente a él y le dijo con una voz que surgía de las profundidades de un abismo pero a la vez amenazante:-Aquí encontrarás tu final y así uno de los Trece Elegidos caerá al fin bajo mi espada. Elfwine no prestó atención a estas palabras pero las recordó y fueron muy importantes en lo que ocurrió después como se verá más tarde.

El Jinete desató la capa de su cuello y dejo ver la armadura negra y plata que le cubría el cuerpo, empuñó la espada con ambas manos y se produjo la primera estocada que Elfwine detuvo a tiempo. El Jinete prosiguió su ataque, implacable e incansable. Sin embargo Elfwine sentía como un frío le helaba los miembros y un cansancio le adormecía la mente. Poco a poco el Jinete ganaba terreno y hacía retroceder cada vez más a su oponente a cada minuto más debilitado. En más de una ocasión el Jinete estuvo a punto de producirle una herida grave pero Elfwine aún se mantenía en pie y lo bastante despierto; y la cota de malla era resistente pero no por mucho más tiempo. En una de las veces el Jinete Negro quiso partirle en dos la cabeza pero la espada de Elfwine lo detuvo y también el yelmo de Rohan, aunque este se quebró en dos por que el Jinete había conseguido hendir en él su espada, pero no sobre los cabellos dorados del joven. El casco cayó partido en dos al suelo y la espada blanca de Elfwine se quebró también en su hoja, aquella estocada había sido demasiado fuerte para la hoja de Rohan y no pudo resistir más. Tras el golpe Elfwine cayó al suelo, desarmado y aturdido pues cuando la espada estuvo cerca de su cabeza sintió el casco vibrando sobre él y le pareció estar dentro de una campana. El Jinete vio que su victoria estaba cerca y alzó en alto la espada, empuñándola con ambas manos y así clavarla con todas sus fuerzas en el pecho de Elfwine. El Jinete no tenía rostro pero pudo ver en sus ojos una luz de malicia y mezquina felicidad. Elfwine se sintió al borde de un precipicio, cayendo lentamente, sin ninguna mano que se tendiese a sujetarle. Poco a poco el Jinete fue bajando su espada. En ese instante una voz gritó:-¡Elfwine!

Y de las sombras alguien le dio una larga lanza al príncipe de Rohan que empuñó con fuerza y clavó en el pecho del Jinete atravesándole la armadura de lado a lado. El Jinete soltó su espada que cayó clavándose en el suelo. Los brazos le colgaron de los costados como si estuviese muerto y de la armadura comenzó a brotar un humo negro y después un fuego blanco la quemó y no quedó mucho de ella, incluso la espada ardió en llamas blancas. El cadáver yació como un esqueleto chamuscado, pero nadie volvió jamás a vestir esa armadura o a empuñar aquella espada.

Elfwine respiró al fin más tranquilo viendo como el viento se llevaba las cenizas del Jinete, sentía los brazos helados. Miró a su alrededor y de entre las sombras surgió Talin el Enano.-Así pago mi deuda amigo mío. –dijo-. Pero la batalla aún no ha terminado aunque el alba está próxima.

Elfwine se irguió con una brillante luz en los ojos claros como el cielo del alba y retiró la lanza de entre las cenizas del Jinete, era la única arma que le quedaba, y corrió tras el enano adentrándose de nuevo en el núcleo de la batalla. El colgante de Lorien brillaba en su pecho como una estrella.

Eldarion y sus hombres seguían resistiendo en el flanco izquierdo, ahora los atacantes eran los de Mordor y ellos sólo podían formar un muro defensivo y esperar la llegada de Rohan. Pero temían que fuese demasiado tarde para cuando los Jinetes de la Marca apareciesen.

-Sí Rohan no nos socorre pronto llegaran a las murallas. –dijo Gáldor-.-Aguantad hasta el alba. –dijo Eldarion-.-De nada nos servirá el alba si Rohan no llega a tiempo. –dijo Gáldor-. Y el alba no ahuyentará a los orcos, por alguna magia no les incomoda la luz del sol.-Aún así el alba siempre ha traído esperanza a los Hombres. –dijo Eldarion-. Esperemos que el amanecer nos procure buenas nuevas.

En la oscuridad empezaron a surgir muchos hombres entre el ejército de Mordor y los de Gondor tuvieron esperanzas cuando los vieron, pero pronto se dieron cuenta de que estos eran aliados del Enemigo. De pronto se encendieron muchas flores rojas en el grupo de los hombres y un campo de flores rojas apareció en el centro de las fuerzas de Mordor. Poco después se oyó un fuerte silbido.

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Las flechas en llamas volaron en el aire hacia los enanos y hombres en la retaguardia. Muchos enanos y hombres cayeron, el alba surgió clara y brillante, los orcos y trasgos rompieron la retaguardia, un cuerno sonó a lo lejos.

CAPÍTULO 16.

EL CLAMOR DE LOS ROHIRRIM

Aquella lluvia de flechas permitió a los orcos, hombres y otras bestias emprender la carrera hacia los muros de la ciudad. Desesperados, los arqueros de la ciudad comenzaron a tensar sus arcos y preparar las flechas. Los orcos pueden correr muy velozmente si se lo proponen y mucho más si no tienen a nadie frente a ellos que les impida seguir.

Eldarion reunió a todos sus hombres para intentar dar alcance a los enemigos, pero un cuerno volvió a sonar algo lejano y profundo. Los de Gondor y Dol Amroth y los enanos miraron hacia el Norte desde donde provenía el sonido. Temieron una nueva embestida de Mordor. El cuerno sonó de nuevo, cada vez más cercano. Pero los de Mordor también estaban sorprendidos y no sabían que esperar de aquella sorpresa. Por el norte, en el flanco donde estaba Eldarion el cuerno bramó con renovada fuerza. Un enorme ejército de más de tres mil hombres a caballo se acercaba al galope. El sol dorado de la temprana mañana brillaba sobre sus lanzas y sus escudos verdes con caballos blancos encabritados. Sus cabellos dorados volaban al viento en largas trenzas hasta la espalda. Un hombre más alto que los otros se paró un momento e hizo sonar el cuerno. Todos los hombres lo siguieron y cargaron con sus largar lanzas contra los orcos y hombres de Mordor.

-¡Son los Jinetes de Rohan! –gritó Elfwine-. ¡Adelante Eorlingas!-¡Adelante Gondor! –clamó Eldarion-. Que la luz del alba nos guíe a la victoria.

Los de Gondor atacaron con nuevo entusiasmo esperanzados por la llegada de sus amigos de Rohan. Los enanos, ahora furiosos por la muerte de tantos compañeros a causa de las flechas, se reunificaron formando una nueva muralla defensiva y ningún orco pasó. Los Rohirrim se dividieron y formaron una larga línea de lanzas de norte a sur que cuando estuvo formada avanzó a galope reteniendo a Mordor y empujándolo hacia atrás. Los orcos que lograron pasar el cerco de los enanos fueron perseguidos por la otra parte de los Rohirrim, y por muy rápidos que fueran los orcos y pocos hombres los Jinetes de la Marca pronto los cerraron en un círculo que se fue estrechando poco a poco hasta que no quedó ninguno en le centro. La resistencia de los Rohirrim era considerable y los ejércitos de Mordor estaban cansados y les era difícil resistir a las poderosas lanzas de los Jinetes de Rohan. Los hicieron retroceder casi hasta llegar al río y aquello les costó todas las horas siguientes al amanecer hasta llegar al atardecer. Cuando la noche estaba a punto de caer el Rey Brujo hizo retroceder a sus fuerzas que se ocultaron en la oscuridad. La noche cayó por completo y los Rohirrim, los de Gondor, los de Dol Amroth y los de Erebor se retiraron alrededor de la muralla de la ciudad y a las afueras establecieron su campamento.

En una gran tienda blanca se reunieron Aragorn, Eldarion, Fínrail, Talin; y poco después Elfwine, Tásel y les seguía otro hombre casi tan alto como Elfwine con una trenza rubia hasta la espalda y ojos claros, muy parecido a Tásel. En efecto era el hermano mayor de este, y su nombre era Tágalen. Traía en las manos un objeto en un viejo paño que parecía ser una espada. La puso sobre la mesa que había en la tienda y se sentó. Cuando todos estuvieron sentados y acomodados Aragorn comenzó a hablar.-Saludos soldados de Rohan. –comenzó-. Una vez más habéis llegado justo a tiempo. Unas pocas horas más y nos abrían vencido por completo, estamos extenuados. La batalla comenzó ayer al mediodía y sin pausa hemos combatido. Afortunadamente ahora tendremos un breve descanso pero la acometida se reanudará al amanecer posiblemente. Tenemos poco tiempo y mucho de que hablar. Pero antes me gustaría saber por qué el rey de Rohan no ha venido a prestarnos su ayuda en persona y el porqué de esa demora por vuestra parte.-A eso, Majestad, os puedo responder de una sola vez. Hubiésemos llegado a tiempo si un ejército desconocido no nos lo hubiese impedido.-¿Desconocido? –exclamó Talin-. El único ejército que conozco que nos pueda hacer algún mal es el de Mordor.-También nosotros pensábamos eso y al verlos venir hacia nosotros creímos que era el de Mordor pero los estandartes no eran los de Mordor, sino los de un águila negra. Era un gran ejército, en su mayoría hombres, pero también orcos y lobos. Los hombres parecían del Este, como los que ha reclutado Mordor en sus filas. Altos y de tez oscura. Los orcos y lobos eran como los de Mordor pero no combatían en su nombre. Su capitán era un hábil guerrero que mató a muchos de los nuestros. Comenzaron a rodearnos enviando primero sobre nosotros a sus lobos y orcos. Después fueron los hombres los que nos atacaron. Nadie podía parar a su capitán, luchaba con una furia incontenible hasta que se encontró frente a frente con Éomer, nuestro rey. Lucharon hasta que el sol se ocultó tras el horizonte y allí, en las praderas de Rohan, cayó Éomer hijo de Eomund a manos de aquel capitán de hombres enfurecido.-todos quedaron sin habla y Elfwine bajó la cabeza.- La ira nos invadió y pudimos rechazarlos al fin y expulsarlos de nuestras tierras, no sin el sacrificio de muchos de los nuestros. Ellos se marcharon también y parece ser que ahora se dirigen a Mordor. Hubiésemos llegado antes y en mayor número sino hubiese sido por los Errantes.-¿Los Errantes? –preguntó Eldarion-.-Así se hacen llamar. –respondió Tágalen-. Reclaman una gran parte de nuestras tierras en su propio nombre y diciendo que sería mejor para nosotros someternos a ellos. Parece que ahora pretenden reclutar un mayor ejército en Mordor. Posiblemente son desertores del Este.

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“Temí mucho no llegar a tiempo, hemos cabalgado durante varias noches y casi hemos olvidado lo que es el sueño. Estamos cansados de cuerpo, pero también de espíritu. Aun seguimos llorando a nuestro rey.”-Secad esas lágrimas Eorlingas. –dijo Aragorn-. Aun no habéis perdido la esperanza, una luz se abre en el camino: la de un nuevo rey que guiará con valor y sabiduría al pueblo de Rohan en los años venideros, cuando hayamos expulsado la Oscuridad de todas las tierras. Pues Elfwine hijo de Éomer ha luchado valientemente en la batalla y se enfrentó al Jinete Negro que fue vencido.-¡Pocos podrán nunca igualar la hazaña de Elfwine Rey de Rohan! –exclamó Tásel-.-Vuestro padre cayó en las praderas de Rohan pero pudimos socorrerle por breve tiempo antes de que nos dejase y me pidió que os entregase un presente que sin duda ahora os será de gran ayuda. –dijo Tágalen y quitó el viejo trapo del objetó que había traído consigo: era una noble espada cubierta de gemas verdes y blancas y con una hoja tan blanca como la pluma de un cisne-. He aquí a Gúthwinë, la Espada de los Señores de Rohan.

Tágalen se arrodilló ante Elfwine ofreciéndole la espada radiante. Elfwine la prendió y la alzó en alto.-¡Salve a Elfwine Rey de Rohan! –gritaron todos-.

Muchos fuera de la tienda oyeron aquella salve y los Rohirrim se unieron a ella desde cualquier lugar del campamento alzando en alto las lanzas y espadas. También se oyeron muchos cantos y salves en la lengua de los Rohirrim que resonaron en todas partes. Todos los que estaban en la gran tienda blanca presentaron sus respetos al nuevo Rey de Rohan. Tras aquella pequeña ceremonia volvieron al plan de batalla, todavía quedaban varias horas para el amanecer. Hablaron de las fuerzas de las que disponían y también de cómo habían menguado las del enemigo. Se sintieron mucho más relajados por la muerte de uno de los Jinetes Negros. Elfwine escuchaba todo lo que se decía pero permanecía callado en una silla acariciando el filo de su espada. Hablaron del Jinete que quedaba y de las dificultades que podría traer consigo. Eldarion habló sobre aquel asunto con vehemencia:-El Jinete es de mi incumbencia, asunto de la Compañía de la que aún formamos parte Elfwine y yo. Busca a su presa predilecta, un miembro de la Compañía y viene a por mí. De igual manera que el otro Jinete estaba destinado a enfrentarse a Elfwine. Si yo no lo venzo nadie lo hará. Y aunque un centenar de guerreros le atacaseis a la vez nada podrías hacer contra ellos. Son criaturas de Mordor, creaciones del Señor Oscuro.

Elfwine despertó de repente de su sueño sobresaltado. Todos le miraron asustados pensando que el espíritu del Jinete Negro había vuelto a vengarse del que hubiese acabado con su vida. Hizo algunas cuentas con los dedos.

-¡La Compañía! –murmuró-. Los Trece Elegidos. –hizo una pausa y se dirigió a los demás.- Antes de desaparecer el Jinete me habló de los Elegidos y supuse que se refería a nosotros, pero habló de trece; y nuestra Compañía es de once tan solo. Temo mucho que Gandalf se equivocó. No llamó a dos miembros de la Compañía.-Quizás Gandalf no se equivocó. –dijo Eldarion-. Puede que supiese que somos trece y no once pero no nos lo mencionó.-¿Entonces dónde están los otros dos miembros que nos faltan? –preguntó Elfwine-.-Quizás sea nuestra misión encontrarlos. –respondió Eldarion-.Eldarion quedó pensativo un instante y recordó los versos que Gandalf pronunciase en el Consejo, entonces pareció comprender:

Al caminar hacia la OscuridadRetrocede dos pasos

No olvides en tu sombrío senderoLa Luz y la Esperanza.

-Creo que esos dos pasos que debemos retroceder se refieren a los miembros que nos faltan. –dijo Eldarion-. Luz y esperanza.-¿Pero cómo sabremos que son ellos? –preguntó Elfwine-.

Eldarion no dijo nada y Elfwine supo que para esa pregunta Eldarion no tenía respuesta alguna.

-Ahora que habláis de la Compañía a la que guiabais me ha venido a la memoria un hecho extraño que ocurrió hace cuatro días. –dijo Tágalen-.-¿De qué se trata? –preguntó Elfwine-. -La noche de hace cuatro días llegaron a nuestros establos nueve caballos, uno de ellos cargaba una carreta en la que habían dormidos una loba y siete cachorros. Uno de los caballos era Sombragrís, el bello corcel del Caballero Blanco.-Esas no parecen buenas nuevas. –dijo Fínrail-.-Me parece muy extraño que Sombragrís abandone a su amo. –dijo Eldarion-. No lo haría a menos que él se lo pidiese.-Y creo que así fue. –continuó Tágalen-. Pues en la pequeña carreta había una nota del mismísimo Gandalf. Nos encomendaba el cuidado de los caballos así como de la loba y sus cachorros. Parece ser que se dirigían hacia las Ciénagas de los Muertos.-Entonces están vivos y en buen camino. –dijo Eldarion-. Pero ninguno de nuestros caballos cargaba con una carreta, y menos una con una camada de cachorros.-Quizás no nos vayan tan mal las cosas después de todo. –dijo Elfwine-. Pero no debemos confiarnos.-Tan sólo podemos aguardar a encontrarlos en Mordor. –dijo Eldarion-.

Continuaron hablando de lo que sucedería al alba. El cielo empezó a aclararse poco a poco y las estrellas comenzaron a desaparecer dejando paso a las primeras luces del día. Todos salieron de sus tiendas y esperaron ver las primeras sombras negras en el horizonte pero la mañana siguió en silencio.

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Del Este vino un viento helado que les heló la piel pero también los corazones y a todos los invadió un terrible miedo y creyeron ver un terrible horror y una inmensa sombra negra que les acechaba. Pero la mañana siguió en calma. El sol tiñó de rojo del cielo y la llanura se volvió de fuego a las luces del alba. Oyeron unos enormes retumbos, como si un grupo de gigantes hubiese pateado el suelo a la vez. El retumbo se oyó de nuevo, pero la pradera seguía en silencio. Todos sintieron como si unos ojos les perforaran los corazones y leyeran lo que guardaban en sus corazones. Un escalofrío les recorrió de los pies a la cabeza y aquel viento helado sopló de nuevo con más fuerza. Los soldados salieron al campo de batalla con los Reyes de los distintos reinos a la cabeza a caballo, excepto Talin el Enano de Erebor. Llegaron al campo de batalla donde el día anterior habían caído tantos de ambos bandos.

El sol marcó el mediodía y no ocurrió nada. Mordor preparaba una nueva trampa sin duda. Todos estuvieron de acuerdo en que por las grandes bajas que había sufrido Mordor estaban aún reclutando soldados para un nuevo ataque, o quizás alguna sorpresa desagradable. Regresaron al campamento y lo levantaron en espera del ataque de inesperado de Mordor. Los Enanos se situaron alrededor de la muralla, delante de ellos los de Gondor y Dol Amroth y en las primeras filas la caballería de los Rohirrim.

La tarde sucedió al mediodía y el enemigo no dio señales de un ataque inminente. Los soldados aprovecharon para comer algo y reponer fuerzas. Pero temían que cuanto más largo fuese el descanso más terrible sería la vuelta de Mordor. Hubo murmullos y rumores a cerca de lo que se encontrarían en el próximo encuentro: gigantes, trolls de dos cabezas o dragones, incluso pensaron que el mismísimo Señor Oscuro se presentaría ante ellos y los hechizaría. Al hablar de los dragones los enanos sintieron escalofríos y murmuraron maldiciones entre dientes en la lengua de los Enanos. Más que nadie en el mundo los Enanos odian a los dragones y los consideraban ladrones de tesoros y mezquinamente astutos.

A medida que el sol se alejaba hacia el oeste el frío aumentaba y también aquel extraño temor a algo desconocido. Sentían como las sombras se alargaban lúgubremente y una desesperación les oprimía. En cualquier sombra creían ver unos ojos brillantes que les observaban y les traspasaba como una lanza de hielo.

El sol se iba fundiendo con el lejano horizonte y el silencio fue interrumpido por aquel estruendo similar a un trueno lejano, sin embargo no vieron ninguna luz en la lejanía. Una sombra negra comenzó a cubrir las praderas como en la noche anterior. Mordor volvía furioso de nuevo. Los soldados se pusieron en pie esgrimiendo lanzas, espadas y hachas. Aragorn alzó su espada y dio la señal para que las tropas comenzasen su avance al encuentro del ejército del Este. Cuando faltaban pocas yardas los Rohirrim bajaron sus lanzas a la altura de las cabezas y pechos de los orcos que venían a la carrera. La mayoría de los orcos de las primeras filas fueron ensartados en las lanzas de los Jinetes de Rohan pero, aprovechando su gran número, consiguieron poco a poco romper la resistencia de los Jinetes. Los orcos empujaban con fuerza y se servían de su baja altura para acribillar a los caballos en el vientre con sus cimitarras. Las filas de los Rohirrim se desunieron y abrieron brechas por las que los orcos iniciaron su avance. No lo hicieron desordenadamente sino abriendo un ancho pasillo en el centro de las filas de los soldados de Minas Tirith. Los enanos vieron acercarse la oleada de orcos y trasgos y tras ellos unos orcos de mayor tamaño que portaban unos grandes escudos negros formando un tejado y protegían algo grande y preciado bajo aquel impenetrable tejado negro.

Talin escudriñó la oscuridad y pudo entrever lo que escondían los orcos bajo sus escudos: era un enorme ariete ornado con la cabeza de un gran lobo negro y dorado. Los enanos vieron como los orcos avanzaban con velocidad hacia ellos cargando y arrollando todo lo que se interponía en su camino. Los enanos cerraron fuertemente sus filas y se protegieron con escudos. Los escudos enanos y orcos entrechocaron con un golpe seco que hizo vibrar el suelo y muchos cayeron al suelo por el impacto. Orcos y enanos lucharon pero ni los orcos avanzaban, ni los enanos los hacían retroceder. Talin soltó su escudo y se emprendió a hachazos contra los escudos orcos y llegó a quebrarlos aunque eran muy resistentes. Otros enanos golpearon con mazas y martillos los pies de los orcos y muchos de los portadores de escudos cayeron y entonces los portadores del ariete quedaron al descubierto. Estos empezaron a retroceder aterrados por los enanos llevando el ariete consigo. Sin embargo las huestes de los orcos y hombres continuaban avanzando poco a poco pero los Rohirrim no cedían fácilmente. Muchas lanzas estaban quebradas pero las espadas seguían mordiendo con fuerza y derramando sangre negra en las verdes praderas de Minas Tirith.

En el flanco norte Eldarion y Fínrail seguían reteniendo a los trolls y hombres que intentaban debilitar aquel flanco pero Eldarion infundía demasiado temor como para que los hombres osasen acercársele. Erisna brillaba como una estrella y el brillo cegaba a los orcos y los hacía retroceder. Aragorn seguía en el flanco sur y ya eran pocos los trolls que se acercaban a él después de la muerte de sur rey. Cabalgaba en un nuevo caballo blanco y relucía como una estrella fulgurante entre las armaduras negras de los enemigos. Poco a poco los flancos se fueron cerrando y Eldarion podía incluso ver a su padre vestido de blanco en la negrura de la noche. Elfwine luchaba con más ímpetu que la noche anterior, además la noticia de la muerte del Jinete Negro había volado rauda entre las filas contrarias. Parecía que por fin las cosas se encauzaban en el buen camino para los que marchaban contra Mordor, sus fuerzas estaban decayendo mientras ellos avanzaban con fuerza. Tenían la esperanza de que al amanecer todo abría terminado.

Inesperadamente el frío aterrador de la mañana surgió de nuevo y cada vez con más fuerza. Los hombres notaron aquel viento helado en sus cuerpos y mentes y muchos se quedaron paralizados. Los orcos aullaron y los hombres levantaron sus espadas al cielo oscuro. Eldarion no sabía que esperar de esta euforia por parte del enemigo, pero no podía ser nada bueno. El viento se convirtió en ráfaga y en poco tiempo en un ciclón de hielo. Después el sonido que algo que batía las alas, como si miles de murciélagos viniesen hacia ellos. Tras aquel sonido un rugido potente que llenó a los hombres de miedo y desesperación repentinas. Una sombra más oscura que la misma noche se alzó en el aire y cubría el cielo a medida que avanzaba hacia ellos, las estrellas se apagaban a su paso. De pronto una ráfaga de fuego blanco y frío abrió una gran brecha entre los hombres de Minas Tirith y los Rohirrim. La enorme criatura se posó en el suelo rugiendo de nuevo y levantando una gran polvareda. Hombres y enanos se llevaron las manos a la cabeza. Talin dejó

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escapar un grito: ante él se alzaba un inmenso dragón con escamas tan negras como pedazos de noche y ojos amarillos como el fuego mortecino. Así se presentó Ánglaumir, el Gran Dragón Negro de Mordor, la enorme mascota y sirviente del Señor Oscuro.

Muchos caballos se encabritaron e hicieron caer a sus jinetes y muchos hombres no pudieron apartar la mirada de los brillantes ojos del dragón. Sólo los enanos no se quedaron impasibles y se reorganizaron esperando la inminente embestida de la bestia. Recogieron sus escudos para protegerse del fuego y formaron una impenetrable muralla alrededor de la ciudad. Muchos hombres perecieron en aquel desesperado intento y Ánglaumir siguió avanzando impasible y escupiendo fuego blanco. Tras él una cascada de armaduras negras deshacía a las tropas de Gondor y Rohan. Los hombres estaban desconcertados y sentían que Ánglaumir era la oscuridad que los había dejado sin estrella guía. Eldarion gritó llamando a sus hombres:-¡Valor Hombres de Minas Tirith! Que los Enanos se encarguen del Dragón negro, los orcos y hombres son asunto nuestro. ¡Coraje!

Los hombres volvieron a sentir que el valor les brotaba en el corazón y que el frío se marchaba por momentos. Volvieron a unirse a sus compañeros de Rohan y Dol Amroth que también escucharon a Eldarion y se sintieron reconfortados por la entereza de Elfwine ante el Dragón. Aragorn también reagrupó a los suyos que consiguieron romper la defensa de los trolls en el flanco sur. Ánglaumir seguía escupiendo fuego y todo se llenaba de fuegos blancos y helados, la noche se iluminó.

Gondor y Rohan consiguieron dejar atrás a los orcos y hombres, momento aprovechado por los enanos para rodear al Dragón. Ánglaumir estaba cerca de las puertas del Este y si se acercaba los suficiente entraría en la ciudad sin mayor impedimento que el de derribar las puertas. Los enanos formaron un amplio círculo a su alrededor y lo fueron cerrando. Ánglaumir escupió fuego pero los enanos resistieron con fuerza tras sus escudos. La enorme bestia se enfureció cuando vio que no había modo de escapar de aquella encerrona, agitó la cola como una gran serpiente negra y muchos enanos cayeron.

Mientras tanto Eldarion, Elfwine, Fínrail y Aragorn seguían resistiendo el avance de los hombres. Elfwine gritó en la lengua de los Rohirrim los nombres de sus generales que pronto se reagruparon junto con sus compañías y formaron un bosque de lanzas que cargaron con renovado ímpetu sobre el enemigo. Ánglaumir se sentía cada vez más nervioso y casi intimidado por el valor de los enanos cargando sobre él con martillos y hachas. No le producían mucho más que rasguños pero los enanos cada vez parecían más y sentía que jamás podría escapar de aquella red que se iba cerrando. Ánglaumir rugió de nuevo y tomó aire y un humo blanco emanó de sus fosas nasales, de pronto escupió una cascada de fuego blanco y rompió la red de los enanos y entre los muchos que cayeron, murió Talis, el hijo mayor de Talin bajo el frío del fuego blanco. Un fuego más intenso que el rojo de las amapolas se encendió en los ojos de Talin. Corrió hacia el Dragón empuñando el hacha con ambas manos, alcanzó la pata trasera derecha, levantó el hacha hasta la cabeza y luego la clavó con todas sus fuerzas la hoja en la carne de Ánglaumir el Dragón Negro. Tal fue el alarido de la bestia que incluso los orcos se estremecieron. Ánglaumir se giró y volvió a escupir fuego contra Talin. El Rey bajo la Montaña resistió a la embestida para sorpresa de muchos, incluso del mismo Dragón. Pero la segunda embestida de las garras de Ánglaumir fue demasiado fuerte. La cota de malla se rajó y los anillos cayeron al suelo rodando. Algunos enanos se llevaron a Talin mientras que otros volvían a cerrar el círculo. Pero era demasiado tarde por que Ánglaumir avanzaba imparable hacia las puertas. Los arqueros de las murallas prepararon sus arcos pero las flechas rebotaban sobre la espalda de la bestia. Aragorn había contemplado la caída de Talin y como el Dragón se aproximaba a las puertas de la ciudad. Hizo dar la vuelta a su caballo y escapó al trote hacia las puertas. Como un rayo blanco llegó frente al Dragón y se presentó ante él con Andúril en alto. Ánglaumir dejó escapar una risa ronca:

-Nada puede acabar con el más temible sirviente del Señor Oscuro. –dijo-. Y Aragorn hijo de Arathorn es un poderoso enemigo pero vano será tu esfuerzo, e inútil tu muerte. Aunque mi Señor se sentirá feliz cuando sepa que he acabado contigo.-Quizás seas el más poderoso de los Dragones, –respondió Aragorn.- pero como cualquiera de ellos tienes puntos flacos. Aunque no pueda darte muerte al menos te daré algo para recordarme. Y una cosa te prometo, Ánglaumir Dragón Negro de Mordor, no cruzarás estas puertas.

El Dragón volvió a soltar una carcajada. Aragorn cogió de su caballo un gran escudo blanco y se ocultó tras él. Ánglaumir escupió fuego y Aragorn resistió el primer ataque. Ánglaumir adivinó que sería difícil helarle con su fuego con aquel escudo, así que optó por luchar empleando dientes y garras. Lanzaba terribles dentelladas con un aliento helado y muchas veces intentó aplastar a Aragorn pero aquel nuevo caballo era veloz como el viento. Ánglaumir intentó atrapar a Aragorn entre sus dientes pero Aragorn se movió rápidamente y agitó a Andúril que atravesó como un rayo blanco el ojo rasgado del Dragón. Tal fue el alarido del monstruo que el caballo de Aragorn se encabritó. Ánglaumir hizo retumbar el suelo aun más que cuando Talin le hendió en la pata con su hacha. La herida de su ojo sangraba y de ella manaba una sangre negra también. El Dragón se enfureció y fijó el único ojo que ahora poseía sobre el caballo blanco que se encabritó. Al instante el corcel cayó muerto por un poderoso hechizo. Aragorn se levantó raudo y esgrimió a Andúril es señal de amenaza. Ánglaumir fijó de nuevo su mirada en Aragorn que también lo miró fijamente. Aragorn cayó de rodillas apoyándose sobre su espada, se volvió a erguir aun temblando. El Dragón se sorprendió de su resistencia pero también vio en ese momento de debilidad una ocasión para acabar con el Señor de Minas Tirith. Lo embistió con su enorme cabeza y lo empujó contra las puertas de la ciudad. Al empujar a Aragorn enganchó sus dientes en sus ropas y rasgó el árbol blanco de hilos de plata, la cota de malla y también el costado izquierdo de Aragorn. Aragorn sintió un frío en el costado que comenzó a invadirle todo el cuerpo y sentía como el corazón que se paraba por momentos; sus manos comenzaron a temblar y Andúril cayó al suelo. La sangre comenzó a manar de la herida y la sentía fría y que se congelaba sobre su piel.

Los enanos contemplaron impotentes como el Rey de Gondor cayó ante la enorme bestia. Los enanos cargaron contra él y Ánglaumir fue de nuevo rodeado por un cerco aun mayor de enanos que embestían con hachas y martillos que producían profundas heridas en su piel. Unos enanos consiguieron recoger a Aragorn para llevarlo a un lugar seguro. Ánglaumir sabía que difícilmente podría ganar aquel combate, los enanos se unían cada vez más y golpeaban más fuerte; además la herida del ojo le restaba visibilidad y

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después del enfrentamiento con Aragorn se sentía debilitado. Sin embargo estaba tan cerca de las puertas. Pero el alba estaba próxima y su poder menguaría con la salida del sol.

Eldarion y Elfwine resistían aún empujando a Mordor hacia atrás para que no se uniese al Dragón. Eldarion no sabía nada de la suerte de su padre, pero sabía que los enanos cercaban al Dragón. De pronto algunas flechas negras surcaron el aire. Un enorme orco embistió a Eldarion con una gran lanza y lo rozó en el antebrazo. Eldarion retomó el ataque y rompió en pedazos la espada curva del orco que quedó aterrorizado ante Eldarion y vio en sus ojos grises una luz más brillante que la de las estrellas y esto fue lo último que vio. Luego Eldarion lo atravesó con la brillante hoja de Erisna. El alba comenzó a surgir y con ella el sonido de unas voces que cantaban y que provenían del río. En el Anduin navegaban muchos navíos y cuando el sol los iluminó descubrieron que sus velas eran blancas al igual que los barcos, brillantes como la espuma del mar. Los cantos se alzaban cada vez con más fuerza y llegaron a oídos de todos:

Cuando el mundo era jovenLa Dama con manos brillantes

Tejió árboles de plataCon el rocío de la mañana,

Y hojas de oroCon rayos de sol

Prendió estrellas del cieloBlancas y verdesTodas refulgentes

Y las plantó en el desnudo sueloY allí brotaron alegres

Las niphredils y las elanorsHermoso era Lorien

Cuando el mundo no era viejo.Hubo oscuridad,Noches sin luna,

Profunda tristeza,Batallas entre las razas,

Hasta que al fin terminó la guerraPero la Dama marchó

Tras la caída del Sin NombreHacia los Puertos Grises

Disminuyendo hacia el OesteLothlórien quedó solo

Y perdió su magiaNo había flores de oro

Ni troncos de plata.Mas un favor de la Dama

Nos fue concedidoBrillantes serán los árboles

Allá donde vivimosMientras no marchemos

Hacia el mar.¡Oscuridad del No Nombrado

Allí esperamos los ElfosLa última batalla!

Los barcos se acercaron a la orilla y muchos soldados armados con arcos y espadas comenzaron a bajar de ellos. Cuando todos estaban apostados en la orilla eran más de mil soldados. Los arqueros dispararon y una lluvia de flechas blancas cayó sobre los orcos acabando con muchos, con un ejército tan grande no era difícil encontrar un blanco. Los arqueros continuaron disparando y cubrieron la retaguardia. Eldarion alzó los ojos y una inmensa alegría le brilló en la mirada:

-¡Bienvenidos Gente Hermosa! –gritó-. Adelante Minas Tirith, Lothlórien nos espera a orillas del Anduin. ¡Adelante!

Efectivamente los navíos blancos eran los de los Elfos de Lorien, los Galadrim. Gades y los suyos habían venido ha combatir junto con Rohan, Gondor y Erebor. Los hombres de Minas Tirith y Rohan se sintieron con fuerzas renovadas por el canto de los elfos y embistieron con fiereza a los orcos y hombres que comenzaron a retroceder pero tras de sí se encontraron a los elfos y sus numerosos arqueros. Aunque sus fuerzas eran aun muy numerosas Mordor emprendió la retirada. Ánglaumir alzó las alas negras y emprendió el vuelo pasando por encima de todos y cruzando el Anduin. Gades lo miró y quedó quieto cuando pasó por encima de su cabeza. El Dragón sintió aquella mirada aunque no sabía de dónde provenía y él mismo sintió miedo cuando Gades le traspasó con los ojos. Cuando Ánglaumir se marchó los enanos se reagruparon alrededor de las puertas y los pocos orcos y hombres que habían llegado hasta ellos cayeron muertos rápidamente. Finalmente Mordor se retiró, por el momento. Pronto volvería más feroz y enfurecido que nunca.

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Cuando aquello por fin pasó los elfos se unieron a las huestes de Rohan y Gondor, los enanos permanecían quietos cerca de las puertas. Eldarion, Elfwine, Fínrail y Gades se encontraron al fin con alegría.

-¡Feliz encuentro Gente Hermosa! –exclamó Eldarion-. El alba nos ha vuelto a traer una grata sorpresa. Temimos que el Dragón fuese a atravesar las puertas de un momento a otro y que los orcos y hombres nos arrollarían. Aunque la guerra aun un no ha finalizado, no hasta que el Rey Brujo haya caído.-Y tampoco hasta que el Dragón Negro yazca muerto. –respondió Gades recordando la negra figura de la bestia sobrevolando los cielos de la mañana-. Mordor volverá al atardecer con más furia que la noche de ayer. Sin embargo me has decepcionado Eldarion, te dije en Lorien que si os podíamos prestar ayuda allí estaríamos, y nunca creíste que vendríamos.-Aun me es difícil creer que tú y todos los tuyos estéis aquí junto a nosotros. –respondió Eldarion-. Sigo sin comprender como sabias que una batalla se estaba desarrollando aquí, y ciertamente nunca pensé que nos encontraríamos en este lugar. ¿Acaso las noticias han volado tan rápido hasta tu país?-Quizás las noticias no vuelen tan rápido pero los pájaros si que pueden conseguirlo. –dijo Gades y dio un silbido-. Una pequeña sombra vino volando y se posó en su hombro.--¡El halcón! –exclamó Elfwine-. No era un sirviente del Enemigo sino un Mensajero de los Elfos.-Así es. –respondió Gades.- Lo envié tras vosotros pocos días después de que partieseis de Lorien. Os siguió a vosotros tras la disolución de la Compañía y me ha ido trayendo noticias. Me pareció que os encontrabais en dificultades numéricas y que cualquier ayuda os vendría bien. Así que partimos lo antes posible y navegamos río abajo hasta aquí. Afortunadamente no hemos llegado muy tarde, esta noche nos espera la última batalla.-Ahora es tiempo de breve descanso y del habla. –dijo Elfwine-. Volvamos con los demás, los enanos nos esperan en las murallas.-Me gustaría hablar con ellos acerca del Dragón. –dijo Gades-. Debemos estar preparados contra él.

Los tres guerreros caminaron hacia las murallas seguidos por hombres y elfos. Los enanos formaban un círculo y estaban de espaldas a ellos. Eldarion se internó en el círculo y encontró a Talin tirado en el suelo con la mano en el pecho y el hacha a su lado. A su lado yacía Aragorn con las vestiduras blancas teñidas de negro por la sangre del Dragón. Eldarion se arrodilló ante su padre y lo cogió en sus brazos, sintió que Aragorn se resintió pero no habló más. Elfwine cogió entre sus brazos a Talin con el que había contraído una gran amistad. Abrieron las puertas de la ciudad y se internaron en ella. Los soldados que habían permanecido en las almenas hicieron entrar a los otros y les ofrecieron comida y agua, y un lugar para dormir y descansar antes del próximo atardecer que demoraban tanto. Tágalen escogió a algunos hombres que aún se sentían con fuerzas y salieron al desolado campo de batalla.

Reagruparon a los Rohirrim muertos en combate y los enterraron en un gran túmulo y alrededor de este las lanzas de ellos. Entre los muchos caídos estaba Tásel, hermano de Tágalen. Tágalen lo lloró mucho. Su hermano había muerto en la embestida contra el Dragón como la mayoría de los Caídos. Aquel fue el Túmulo de los Caídos o el Túmulo del Mensajero Noire Nendar. Mientras tanto Eldarion, Elfwine, Fínrail y Gades se dirigían al nivel más alto de la ciudad donde estaban las Casas de Curación. Tras ellos había varios enanos, como Kalin el hijo menor de Talin; y también muchos heridos que necesitaban una ayuda urgente. Abrieron las puertas del sexto nivel, donde estaban las Casas de Curación y entraron. Se dirigieron a las Casas de Curación y la noticia pronto estuvo en boca de toda la ciudad. Allí les esperaba Arwen, de pie junto a las puertas. Eran unas residencias apacibles y hermosas, destinadas al cuidado de enfermos graves, aunque en tiempos de batalla también acogían a los heridos y moribundos. Se alzaban cerda del muro del Sur, y estaban rodeadas de jardines y un prado arbolado, uno de los pocos lugares donde se podía contemplar la naturaleza en la Ciudad. Llevaron a Aragorn a una cama y a Talin en otra mientras otros médicos se ocupaban de los otros muchos heridos. Eldarion se ocupó personalmente de atender a su padre mientras que Gades, que conocía las artes de curación, se ocupó de Talin. Algunos enanos se opusieron a que Gades se curase a Talin, pensaban que los embrujaría con magia élfica. Kalin calmó a sus amigos y dejó que Gades actuase como le pareciese conveniente.

El Elfo retiró la cota de malla y las ropas del enano, la herida no era profunda pero el golpe había sido fuerte. Gades limpió con agua la herida y la examinó de cerca. La sangre manaba del lado derecho del pecho. Algunas mujeres se acercaron a él preguntándole si necesitaba algo. Gades pidió agua caliente y hojas de una planta llamada athelas, que era de uso común en Gondor. En poco tiempo recibió lo que había pedido. Echó las athelas en el agua hirviendo y se fueron disolviendo. Gades buscó entre sus ropas hasta que encontró un pequeño saquito verde. Introdujo la mano en él y sacó unas pequeñas hojas doradas que desprendían un suave aroma. Las echó en el agua y también se disolvieron. Todos los que percibieron el olor del agua se sintieron reconfortados por el aroma de las hojas. Gades mojó el trapo y lo pasó sobre la herida. Talin se resintió pero no abrió los ojos. El Elfo cogió un trapo limpio, buscó en vano un puñal entre sus ropas y luego negó en silencio con la cabeza; así que lo rajó por la mitad con sus manos. Puso en él algunas hojas de athelas y de las hojas doradas que él mismo llevaba. Lo humedeció un poco y lo dobló por la mitad. Lo puso sobre la herida y luego al vendó sobre el trapo que quedó pegado a la herida. Terminó el vendaje y secó el sudor de la frente del Enano. Kalin lo miró profundamente a los ojos verdes y grises y sintió en la mirada del Elfo un gran poder y sabiduría de siglos de antigüedad. Gades adivinó la pregunta y dijo:-Sólo nos resta esperar. El Rey bajo la Montaña es fuerte, no temáis. Aun le espera una larga vida y muchas batallas que ganar.

De pronto Talin se agitó como en sueños y habló con voz débil:-Llamadla, llamadla... Quiero verla antes de morir.-¿A quién llama? –preguntó Gades-.-A la Princesa de Minas Tirith. –dijo Kalin-. Deseaba conocerla y mirarla a los ojos para poder decir que no existe criatura más hermosa que ella. Parece haber olvidado que ella no está aquí.

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Talin entreabrió los ojos y luego los cerró lentamente y pareció desfallecer por momentos. Los enanos se sobresaltaron. Gades se inclinó sobre sus oídos y le murmuró palabras que nadie más oyó. Talin abrió los ojos lentamente y un brillo comenzó a surgir en ellos. Sonrió y su respiración fue más tranquila. Los enanos cantaron y bailaron alrededor de la cama de Talin y le hicieron multitud de reverencias a Gades todas acompañadas de un “a vuestro servicio y al de su familia”. Gades se limitó a sonreír y a retirarse silencioso mientras los enanos velaban por el sueño tranquilo de Talin.

Gades se dirigió al lugar donde estaban Eldarion y Arwen junto a Aragorn. Eldarion había seguido el mismo procedimiento que Gades: limpió la herida con agua caliente con athelas. Gades echó algunas de las hierbas que había traído de Lorien. La herida de Aragorn estaba en el costado izquierdo y la sangre había sido envenenada con el aliento del Dragón. Eldarion vendó la herida del mismo modos que Gades, pero Aragorn permaneció en silencio.-Sólo podemos esperar. –dijo Gades-. Ojalá pudiera hacer algo más.

Gades se acercó a él y le susurró palabras en élfico.-Que estas palabras de esperanza te guíen hacia la luz, oh Rey Elessar. –dijo-. En las próximas horas conoceremos la suerte que el destino le prepara.-Márchate a descansar Eldarion. –dijo Arwen sentada junto a Aragorn-.

Eldarion comprendió que su madre necesitaba reposar en silencio junto a su esposo. Eldarion y Gades salieron de la estancia, allí los esperaba Elfwine.-Será mejor que comas algo. –le dijo Eldarion a Elfwine-.-Y tú deberías dormir. –dijo Elfwine-.-Ahora no puedo dormir. –respondió-. Me quedaré aquí.-Yo estaré abajo con los demás soldados. –dijo Elfwine que había entendido que no podría hacer cambiar a Eldarion de opinión-.

Comenzó a bajar la calle hasta que se perdió de vista. Eldarion se sentó en las escaleras junto a las puertas de las Casas de Curación. Tenía las piernas dobladas, la cabeza entre las piernas y las manos unidas alrededor de las piernas. Gades estaba junto a él y lo observó largamente. De pronto se fijó en la herida del antebrazo. Pasó la mano sobre la herida y Eldarion se resintió alzando la cabeza. Gades sacó un pañuelo del pecho. Lo puso sobre la herida, lo lió alrededor del brazo y lo ató con un pequeño nudo. Eldarion sonrió.-Gracias amigo mío. –respondió-. Te debo demasiados favores y la guerra aun no ha terminado.

Gades sonrió y miró al horizonte pensando en las palabras de Talin.

-¿La amas? –preguntó Eldarion repentinamente-.Gades lo miró a los ojos y entendió que había reconocido el pañuelo de su hermana.

-Lo que siento por ella es más fuerte que los cimientos de la tierra, no puede ser descrito con palabras de ninguna lengua.-Yo le regalé hace algunos años. Se lo lleva cada vez que va de viaje, dice que le trae suerte. Espero que no necesite de esa suerte durante su viaje. -Me lo ofreció el día que partisteis. –dijo-. No he vuelto a saber nada de ella desde entonces. Aquel día me parece que pasó hace una eternidad, sin embargo no fue hace tanto.-Por breve que sea el tiempo durante el que estás separado de las personas a las que quieres siempre es una eternidad. Eldarion calló durante largo rato y Gades adivinó mucho más en aquel silencio.-Temo por sus vidas. –dijo al fin Eldarion-. ¿Crees que estarán bien?-Lo están. –respondió Gades mirando el horizonte y su voz parecía sombría-. Pero no por mucho tiempo.

CAPÍTULO 17.

EL CAZADOR DE DRAGONES

Eldarion comenzó a cabecear en las escaleras, Gades permanecía quieto a su lado con los ojos fijos en el horizonte, hacia el este y muchos pensamientos terribles lo asediaban. Pero todos volvían siempre al mismo punto: a Estel y cuanto la echaba en falta. Lo estremecía la idea de que ella se dirigía a Mordor, “tierra de ratas” como él la había llamado en una ocasión, mientras que él esperaba el comienzo de la batalla que también sería el fin de la guerra contra Minas Tirith. Suspiró tristemente y recordó los buenos momentos pasados a su lado, el roce sus cabellos, la belleza de su mirada, el tacto de su piel y el de sus labios, que ahora le parecían sueños lejanos.

Eldarion se agitó en sueños y despertó y cuando miró al Elfo le pareció que lloraba. Miro el sol en el cielo: era mediodía y tiempo de bajar con los soldados a preparar un plan de ataque. Apretó los puños, se pasó la mano entre los cabellos castaños y se puso en pie. Entró en las Casas de Curación y Gades le siguió. Eldarion se dirigió a la cama donde reposaba Aragorn con Arwen a su lado, Gades fue a ver como se encontraba Talin.

El Enano estaba rodeado por otros tantos que permanecían sentados a su lado aunque sabían que pronto tendrían que volver a las praderas a hendir sus hachas cabezas en de orcos. Cuando Gades estuvo cerca de él Talin abrió los ojos.-Mil gracias amigo elfo. –susurró-. Estaré en deuda eterna con vos.

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-La eternidad es mucho tiempo y estoy seguro que tarde o temprano podréis devolverme el favor. Pero no os inquietéis ahora por eso, descansad. –dijo Gades-.-¿Habéis venido por el Dragón, verdad? –preguntó Talin-. Lo veo en vuestros ojos. Se dice que sólo ciertas personas pueden acabar con los Dragones Negros, que están destinadas y que sí los destinados no los matan nadie podrá jamás hacerlo. Pero a veces nunca llegan a encontrarse. Parece que la suerte está de nuestro lado. -Desde hace mucho sabía de la existencia de esa vil criatura aún cuando no tenía forma y tan sólo era un espíritu oscuro que vagaba sin rumbo; un mal me acechaba a menudo y por fin ha dejado descubrir bajo que forma, una bestia en verdad muy poderosa, ni si quiera Elessar Piedra de Elfo ha conseguido desafiar su mirada durante mucho tiempo. Su maldad y poder oscuro han vagado por mis sueños en muchas ocasiones, me busca y me teme. Pero tarde o temprano el momento del enfrentamiento habría de llegar, como el árbol que resiste al viento. No puedo escapar eternamente de él y tampoco él de mí, mi sino me lleva a hacia Ánglaumir. Y si yo soy el Elegido del que habláis, nadie mejor que un enano podría aconsejarme a cerca de tal asunto.–respondió Gades-. ¿Tiene el Dragón Negro de Mordor un punto flaco?-Es el más poderoso de los de su raza. –dijo Talin-. Pero como todos ellos su parte más débil es el vientre y el pecho donde las escamas no le protegen. Sí conseguís poneros frente a él si que os queme con su fuego u os atrape con su mirada y disparar una flecha o una lanza quizás podáis acabar con él. Pero Ánglaumir es rápido, y en extremo astuto. Cuidaos de sus ojos.

Talin calló y volvió a caer en el sueño profundo del cansancio. Gades lo besó en la frente e hizo una reverencia. Los enanos susurraron algunas palabras en su lengua y salieron de las Casas de Curación con algunos otros soldados que ya estaban recuperados. Gades se acercó a la cama de Aragorn que había comenzado a despertar. Aragorn notó la presencia de Gades a su lado, Eldarion lo presentó ante su padre.-Sostuve durante un tiempo la mirada del Dragón. –dijo Aragorn-. Y vi muchos horrores de muerte y maldad en su corazón, pero también vi por un instante la sombra del miedo. Un miedo a algo o a alguien que le arrastrará a los abismos de lo que él mismo es, la Oscuridad Sempiterna. Veo en vos, Señor de Lorien, el poder, la fuerza y la luz de los Altos Elfos. En vos reside la esperanza de la caída de Ánglaumir.-Caerá bajo mi mano, Elessar Piedra de Elfo, y si debo caer con él que así sea y que se cumpla al fin mi destino. –dijo Gades-. -Permaneced con vida tras la guerra, pues aun os debo encomendar al mayor de mis tesoros. –luego miró a Eldarion-. Y tú hijo mío, lucha con valor, no subestimes la hoja que se yergue delante de ti, mira más allá del presente incierto, con esperanzas en un futuro mejor, y nunca olvides que guardas en ti un poder más grande del que imaginas y una luz más brillante que el sol; ilumina con ella a los que amas cuando el sendero se vuelva oscuro, guarda la esperanza de encontrar la luz de Imladris, Eldarion, búscala. –sus últimas palabras fueron un susurro apenas audible por Eldarion-.

Aragorn cerró los ojos y volvió a quedar dormido, respirando pausadamente y con una sonrisa de satisfacción en los labios, como si lo que acababa de decir hacía mucho que deseaba decirlo. Eldarion le cogió la mano y la abrazó con fuerza, luego la beso. Se dirigió a su madre, de rodillas frente a ella y le dijo:- Marcho a la guerra de nuevo Señora de Gondor.

Arwen miró a Eldarion con ternura, como sí viese en él a un muchacho que juega a ser soldado. Pasó sus blancas manos por los cabellos de Eldarion y lo besó en la frente. Luego lo miró a los ojos y sonrió. Arwen se transformó en una luz blanca llena de bondad pero también de dolor y pena. -Que las estrellas brillen sobre tu espada hijo mío. –dijo Arwen-. Estaré lejos y a la vez cerca de ti.

Eldarion hizo una profunda reverencia y se marchó. Gades hizo de igual modo y vio en Arwen una belleza infinita más allá del tiempo y creyó ver en ella el tenue reflejo de Estel. Luego se retiró y siguió a Eldarion a través de las puertas. Eldarion se quedó de pie en el umbral mirando por última vez a su padre tendido en la cama. Después llamó a los soldados que aún estaban en las Casas de Curación. -Seguidme hombres de Minas Tirith y de Rohan. –dijo Eldarion-. Mordor nos espera dentro de algunas horas en las praderas. La última batalla aguarda, la gloria o la muerte. Sed valerosos y la esperanza os guiará lejos de la oscuridad.

Los hombres se reunieron cerca del umbral y gritaron salves en honor de Eldarion con los puños en alto como aquello fuese un desafío dirigido al mismo Señor de Barad-dûr.

-¡Salve Eldarion Señor de la Luz! –gritaron con fuerza-.

Luego cruzaron las puertas y se dirigieron al primer nivel de la ciudad donde esperaban los otros soldados junto con Elfwine, Fínrail, Tágalen y Kalin, que había tomado ahora el mando de los enanos de Erebor. Llegaron con ellos, allí estaban reunidos Hombres, Elfos y Enanos, las Tres Grandes Razas de la Tierra Media. Los jefes se reunieron mientras los soldados aun descasaban y reponían fuerzas. Eldarion, Elfwine, Fínrail, Gades y Kalin se cerraron en un círculo y comentaron las posiciones de cada uno. Gades apostaría doscientos de sus arqueros en las almenas y los otros cubrirían la retaguardia junto a las murallas, Elfwine se ocuparía del flanco norte, Kalin del flanco sur y en esta ocasión Eldarion y Fínrail esperarían en el centro. Comunicaron las posiciones a los generales y comenzaron a preparar la defensa en las almenas. Gades eligió a los arqueros que se quedarían en ellas. También les habló del Dragón y les advirtió sobre todo que no malgastasen flechas intentando acabar con él. Los doscientos elfos se dispusieron todo a lo largo de la muralla blanca.

Suponían que Mordor traería su artillería pesada como catapultas y más orcos y hombres en un último y desesperado intento de hacer caer la ciudad. El sol comenzaba a descender lentamente en el horizonte y un viento helado comenzó a soplar, aunque aquella

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tarde no oyeron retumbos ni sonidos que hicieran temblar el suelo. Eldarion sintió el frío, pero un frío más profundo que no sentía desde que había visto al Jinete Negro. Sabía que aquella noche lo volvería a ver, el combate final entre la luz y la oscuridad.

Cuando el sol comenzaba a fundirse con el horizonte Eldarion mandó abrir las puertas para que el ejército saliese a las praderas que parecían un mar de amapolas. Gades dispuso a sus soldados alrededor del muro blanco. Eldarion avanzó unas pocas yardas sobre su brioso caballo gris; Elfwine cabalgaba a su izquierda sobre un radiante corcel blanco; Kalin a su derecha, siempre a pie, portando el casco de su padre y en sus manos sostenía un gran martillo y en la espalda un escudo negro y dorado. Tras él caminaban unos dos mil enanos, con largas barbas trenzadas y sobre todo enfurecidos por Talin. Acogieron la noticia de la supervivencia de Talin con felicidad pero ahora odiaban al Dragón por el dolor causado, habían caído muchos enanos y entre ellos el hijo mayor de Talin, Talis, a quien amaban mucho. El odio de los hombres de Gondor no era menor. La caída de Aragorn les había llenado el corazón con una ira incombustible y que no se apagaría hasta que todos los orcos y hombres cayesen muertos ante ellos. Pero Eldarion los llenaba de esperanza y valor. Sobre él brillaba una luz y a pesar de su joven belleza rebosaba en sabiduría. Muchos que lo habían visto antes de partir a Rivendel vieron en él aquel cambio y notaron que se había convertido en un verdadero Rey de Hombres, alto, noble y hermoso como el alba.

El sol se ocultó por completo y la oscuridad empezó a surgir, una oscuridad sin estrellas. El cielo encapotado las cubría y el trueno resonaba lejano. Elfwine cubrió la parte norte y Kalin la parte sur. Eldarion repartió a sus soldados. Fínrail esperaba con sus hombres a su lado. Gades aguardaba tras todos ellos, paciente y serio, vestido de verde y gris, ocultando tras sus ropas una fina cota de malla. No llevaba más armas que su arco, un carcaj lleno de flechas y una espada en el cinturón. El viento agitó sus lacios cabellos negros y los elfos escucharon durante un instante: era un viento frío del este, como un grito de terror que ronda entre los vivos. Las huestes de Mordor comenzaron a llegar acompañados del frío y el comienzo de la tormenta. El Jinete Negro los dirigía. Grandes catapultas avanzaban con ellos y también miles de orcos, trolls, trasgos, lobos y hombres. Pero Ánglaumir no cubría el cielo aquella noche.

El trueno sonó más próximo y brillo sobre las armaduras y las hojas de las espadas y hachas. Eldarion alzó en alto a Erisna que centelleó en la oscuridad de la tormenta y las trompetas de Minas Tirith resonaron en la pradera. La lluvia comenzó a caer copiosamente sobre todos. Eldarion bajó su espada apuntando al enemigo y las huestes de Minas Tirith iniciaron su rápido avance. El trueno golpeó de nueva la tierra cuando las primeras espadas se entrechocaron.

Kalin rodeó todo el flanco sur impidiendo el avance de los trolls y grandes trasgos. Mientras tanto Elfwine impedía que las catapultas avanzasen hacia las murallas. Eldarion retenía la mayor parte de las fuerzas enemigas. No veía al Rey Brujo pero sentía su presencia y sabía que rondaba cerca. Los elfos de Gades se adelantaron un poco y Gades ordenó que disparasen la primera tirada de flechas. A su señal los arcos élficos de Lorien cantaron y las flechas volaron altas en el cielo oscuro. Todas encontraron un blanco, pero harían falta muchos miles de flechas para acabar con semejante ejército. En el lado norte los orcos no podían hacer nada con los Jinetes de Rohan y sus caballos. Eran rápidos y valientes, y sus lanzas les impedían el paso. En el sur los trolls, aunque eran grandes y temibles, no conseguían abrir brecha entre los enanos que eran aún más numerosos que los trolls y llevaban en ellos más rabia.

Sin embargo ninguna de las dos fuerzas mostraba superioridad sobre la otra, no avanzaban o retrocedían, permanecían forcejeando en el mismo lugar. El relámpago iluminó el cielo durante un instante, seguido del trueno, durante aquellos segundos Eldarion pudo ver al Jinete Negro que se erguía orgulloso sobre su corcel negro y levantaba en alto la cabeza de un hombre de Minas Tirith. Muchos otros hombres lo vieron y entonces dieron rienda suelta a su ira y cargaron con tanta fuerza contra el ejército de Mordor que las primeras filas de este cayeron al suelo tras el impacto. Eldarion se encontró al fin frente al Rey Brujo. Eldarion bajó de su caballo al igual que su oponente. El Jinete Negro retiró la capucha de su cabeza y sobre la más profunda oscuridad en la que brillaban únicamente dos luces rojas se erguía un yelmo que llevaba a los lados las alas de un dragón negro. Eldarion empuñó firmemente Erisna con ambas manos y corrió hacia el Rey Brujo, el más poderoso de los Jinetes Negros, el más temible de los Trece. La hoja negra de la espada del Jinete entrechocó al fin con la brillante hoja de Erisna. El Jinete aguardaba a la defensiva mientras que Eldarion atacaba con brío y parecía llevar las riendas del combate. El enfrentamiento prosiguió durante largo rato y Eldarion fue ganando terreno y veía como el Jinete se debilitaba poco a poco. En una ocasión consiguió empujarlo y estuvo a punto de hacerlo caer. -Mordor caerá pronto, y tu Señor y viles sirvientes caeréis junto con él. –gritó Eldarion lleno de ira-.

El Jinete tenía la cabeza inclinada, como si el cansancio le encorvase la espalda. Pero empezó a reírse con una risa siniestra y se irguió de nuevo y ahora parecía mayor y más terrible que antes. Alzó en alto la espada que brilló con una luz mortecina. Tras aquella señal sonaron a lo lejos unas trompetas. Comenzó a soplar un viento frío, seguido de un rugido. Como en la noche anterior se alzó una enorme figura en la noche y parecía más amenazadora y poderosa que antes. Los hombres sintieron un miedo terrible y muchos cayeron al suelo de bruces como si una terrible locura les hubiese invadido y no quisieron levantarse. Ánglaumir, el Dragón Negro de Mordor, había vuelto a surgir de la oscuridad con renovadas y acrecentadas fuerzas. Sobrevoló las huestes de Rohan y dejó caer sobre ellos su fuego blanco. Ánglaumir consiguió abrir un camino y los Jinetes quedaron separados en dos partes, Elfwine a un lado y Tágalen a otro. Los orcos avanzaron al fin irrumpiendo con velocidad en dirección a las murallas. Rohan sólo pudo contener a muchos de los que venían tras las catapultas, pero estas siguieron su avance. El sonido de la lluvia fue interrumpido por el de muchos aullidos. Una enorme manada de lobos se cernió sobre los enanos, lo que permitió a los Trolls acometer una pequeña avanzada y provocar muchas bajas entre los enanos. Los hombres de Minas Tirith se sintieron muy desesperanzados y sus tropas comenzaron a separarse mientras que los orcos y hombres encontraban caminos para llegar a la Puerta del Este. El Jinete volvió a reír. -Ahora es cuando realmente comienza el combate Eldarion hijo de Arathorn. –dijo el Jinete-. Y pronto yo agitaré en el aire tu cabeza al igual que hice con aquel guerrero.

La desesperanza también inundó a Eldarion. Y cuando el Capitán de Gondor perdió la luz de sus ojos los Hombres de Minas Tirith vieron como único camino el de la muerte y también se sintieron desesperados. El Jinete avanzó rápidamente hacia Eldarion con la espada en alto y Eldarion resistió la estocada a duras penas.

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Gades desde su posición había visto parte del combate entre el Rey Brujo y Eldarion y temía la desunión de los guerreros y la rápida avanzada de las fuerzas enemigas. Muchos orcos y trolls comenzaron a acercarse a ellos y Gades ordenó a las primeras filas que desenvainasen las espadas, mientras que las que estaban más atrás disparasen cuando Argail lo creyese necesario. Los elfos aguataban valientemente aquel ataque y los orcos les temían más que a cualquier otra criatura, no había otro oponente peor que un elfo. Y temían más aun a Gades que blandía con suma destreza su larga espada y los orcos caían bajo la brillante hoja de su espada como hojas de árboles en otoño. Pero no podrían resistir durante mucho más tiempo si las tropas del enemigo continuaban avanzando. Gades buscó al Dragón en la oscuridad de la tormenta hasta que al fin lo encontró: estaba apostado tras las catapultas, guardando que nadie se acercase a ellas, y a su alrededor un fuego blanco. Las catapultas estaban a pocas yardas de la ciudad y pronto dispararían sus primeros proyectiles. Gades intentó dirigirse a ellas con un grupo de elfos pero los trolls y hombres les impedían el paso. Las catapultas se dispararon y unas grandes piedras llegaron silbando a las murallas haciéndolas añicos. Otras volaban incendiadas en un fuego verde que se extendía rápidamente. A veces caían entre los soldados pequeños proyectiles y al verlos salían gritaban de terror y furia: eran cabezas humanas con los rostros desfigurados. Mordor estaba cerca de la victoria, las murallas caían bajo una lluvia de rocas y los hombres bajo el yugo de la desesperación.

Eldarion continuaba su combate y se sentía desfallecer. El combate había sido largo y Eldarion notaba como un cansancio más allá del entendimiento lo invitaba al sueño, un sueño eterno. El Jinete lo derribó al fin y cayó al suelo de rodillas. El Jinete se acercó a él y dijo:- Minas Tirith habrá caído al amanecer, así como tus hombres, y tú caerás con ellos. Estáis condenados a la oscuridad. –hizo una pausa-. Y ella está condenada a perecer en un podrido calabozo viviendo de vanas esperanzas. ¿Crees que te seguirá amando tras morir como un cobarde?

El Rey Brujo había leído la mente y el pensamiento de su contrincante. Eldarion no supo si lo que vio era por arte de magia del Rey Brujo o porque un rayo de verdad anidaba en lo que había hecho, pero vio delante de sus ojos a su Dama de cabellos dorados, su Estrella del Ocaso sentada en un calabozo con una pequeña ventana por la que entraba una luz verdosa. Cantaba tristemente y sus ojos estaban rebosantes de lágrimas, al igual que el sueño que había tenido la noche en que llegó a Minas Tirith. A Eldarion lo invadió una profunda pena y el Jinete la notó y comenzó a elevar en alto su espada. Pero de aquella pena se alzó el más profundo y verdadero amor que le trajo renovadas fuerzas y ahora su rostro rebosaba de luz y sus ojos desprendían un fulgor incandescente. Eldarion recogió a Erisna del suelo y paró a tiempo la mortal estocada del Jinete. Con gran asombro para todos los que allí se encontraban Eldarion se irguió de nuevo empujando con una misteriosa fuerza al Jinete hacia atrás. Los que estaban junto a él notaron aquella fuerza y aquel calor que emanaba de aquella hermosa figura. Los que lo notaron volvieron a sentir que la fuerza y el valor volvía a sus corazones. Eldarion alzó en alto a Erisna más centelleante que nunca y gritó con tanta fuerza que en todos los confines de las praderas de Gondor su voz fue oída:-¡Escucha esto Señor de Barad-dûr: la Oscuridad caerá frente a Minas Tirith y nadie me impedirá llegar a la Luz!

Todos los hombres de Gondor, Rohan y Dol Amroth; los enanos de Erebor y los elfos de Lothlórien sintieron una intensa luz en sus corazones y la fuerza de la esperanza. Volvieron a organizar sus filas y a cargar contra Mordor como no lo habían hecho nunca. Rohan cerró el paso a los hombres y Kalin y sus enanos acabaron con buena parte de los trolls y lobos.

Gades ordenó a sus elfos que avanzaran y que tensasen los arcos. El Elfo partió con un grupo de unos cincuenta elfos hacia el lado norte, donde aguardaban las catapultas. Los elfos lucharon contra las hordas de orcos que caían sobre ellos y consiguieron retenerlas a poca distancia de las murallas. Gades permaneció en la retaguardia y subió a un grupo de rocas blancas que habían caído de la muralla. Desde aquel pequeño pináculo el Dragón lo vio erguirse orgulloso al Señor de Lorien, el más hermoso de los Señores Elfos de aquellos días. Ánglaumir reconoció en su mirada el que estaba destinado a librar la batalla final con él. Gades tensó su arco y disparó un tiro certero hacia el pecho del Dragón. Ánglaumir abrió sus fauces y unas grandes llamaradas volaron en el aire quemando la flecha y haciéndola caer. Gades se ocultó tras las rocas blancas y el fuego le pasó por encima. Asomó la cabeza por entre las piedras y vio que el Dragón aguardaba quieto el próximo ataque. El único ojo que le restaba brilló como una luna negra decreciente en un cielo amarillo. Gades miró profundamente aquel ojo y sintió en él un poder más allá de lo inimaginable, como si se tratase de un Señor Oscuro bajo forma de un dragón. Ánglaumir rió y una mezquina sonrisa se dibujó en su rostro escamado de negro.-¡Tu magia es fuerte Señor del Bosque de Oro! –dijo Ánglaumir-. Eres en verdad muy poderoso, más que ningún otro adversario al que me haya enfrentado jamás. Pero aunque resistas mi mirada nada más puedes hacer. Tus flechas caen quemadas bajo mi fuego y temo que tu magia no te valdrá de mucho pasado un tiempo.

Tras decir esto el Dragón volvió a lanzar terribles llamaradas y Gades se ocultó de nuevo detrás de las rocas caídas. Ánglaumir tenía razón, cualquiera de sus flechas se quemaba antes de llegar a su destino, y aunque Gades era muy poderoso el cansancio pronto le agotaría. Miró su carcaj desilusionado y estuvo seguro de que no volvería a contemplar los hermosos ojos de plata de su amada. ¡Plata! ¡Una flecha de plata! Buscó en su carcaj y la encontró entre las flechas comunes: era una hermosa flecha de mithril, mucho más ligera que la plata, que había pertenecido a su padre. Pasó sus dedos por la punta, una pequeña raja se abrió en su dedo índice. Mojó la punta de la flecha con su sangre. Después la apretó con fuerza en su puño pronunciando unas palabras en élfico. Volvió a alzarse sobre el montículo. Ánglaumir vio que el temerario elfo volvía a tentar a la suerte. Llenó su boca de fuego y lo expulsó de nuevo contra el elfo. Gades tensó el arco fijando el corazón en el pecho gris de la bestia. La flecha salió disparada como un rayo de luna y se encontró frente al fuego. Gades observó como la flecha se perdía en las llamas blancas. Cuando había perdido la esperanza de volverla a ver la flecha surgió de las llamas y se clavó hasta la pluma en el pecho de Ánglaumir, Dragón Negro de Mordor. El Dragón lanzó un alarido que hizo quebrarse muchas ventanas en Minas Tirith. El relámpago brilló sobre el Dragón y después trueno resonó. Ánglaumir se desplomó sobre las catapultas que se partieron en pedazos y también los orcos y hombres que las manejaban.

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El Rey Brujo contempló desconcertado como Ánglaumir había caído, pero no se dejó acobardar. Siguió blandiendo su hoja negra con fiereza, pero Eldarion resistía con fuerza. El Jinete miró lo que se extendía tras Eldarion y vio la posibilidad de una victoria. Forzó a Eldarion a retroceder y lo hizo trastabillar con el cadáver de un hombre. Eldarion calló al suelo, el Jinete elevó en alto la espada pero alguien se interpuso ente Eldarion y la hoja negra de la espada. Era Gáldor, fiel amigo de Eldarion y valeroso capitán de muchos hombres. Muchos vieron aquella muerte. Gáldor miró con dulzura a Eldarion y sus ojos se llenaron de lágrimas. Murió llorando atravesado por la hoja negra del Rey Brujo. Eldarion se irguió terrible y en cólera. De una sola estocada quebró al espada negra del Rey Brujo. Después empuñó a Erisna con ambas manos y traspasó la armadura del Rey Brujo y cayó al suelo sobre él. La armadura se prendió con un fuego blanco y un humo negro se disipó entre la lluvia. Así cayó el más poderoso de los espíritus del Señor Oscuro.

Las huestes de orcos quedaron desorientadas y los hombres tuvieron miedo al mirar la ira de los hombres de Gondor. El ejército de Mordor comenzó a replegarse y Gondor y Rohan avanzaron sobre ellos en gritos de furia. Rohan los rodeó cabalgando sobre sus corceles blancos y los enanos les cerraron la huída al río por detrás. Gondor cerró el círculo frente a ellos y los elfos disparaban una lluvia de flechas contra los orcos. Los orcos y trasgos corrían llenos de pánico y los hombres se arrojaban al suelo esperando no ser vistos, pero nada escapaba a los Jinetes de Rohan que fueron estrechando el círculo. La lluvia cesó y el sol comenzó a surgir desgarrando las nubes grises con lanzas de luz. Gades miró al sol sentado sobre las rocas blancas, Eldarion apoyó sobre su frente la hoja fría de Erisna que brillaba con los primeros rayos del amanecer.

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