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LUCA SIGNORELLI CAPELLA DI SAN BRIZIO- ORVIETO- Pintor italiano del renacimiento. Nació en Cortona y su nombre completo era Luca d’Egidio di Ventura de Signorelli. Fue uno de los grandes maestros de la escuela de Umbría y estuvo asociado con el pintor toscano Piero della Francesca, quizás como su discípulo, de quien derivó su tratamiento de la perspectiva. Su maestría en el dibujo de la anatomía humana estuvo inspirada en el trabajo de Antonio del Pollaiuolo. La Virgen y el niño con cuatro santos y un ángel (1484), retablo firmado para la capilla de la catedral de Perugia, revela su manera de representar la figura humana. Sus obras maestras son los frescos con las escenas del infierno, purgatorio y cielo (1499-1504) para la capilla de San Brizio de la catedral de Orvieto. Inspiradas en la Divina Comedia de Dante Alighieri, están representados con un dramatismo profundo El fin del mundo y El Juicio Final, destacando los cuerpos violentamente retorcidos. Estas enérgicas figuras, con sus realistas detalles anatómicos, ejercieron gran influencia en la obra posterior de Miguel Ángel y Rafael. 1

LUCA SIGNORELLI CAPELLA DI SAN BRIZIO- ORVIETO- · LUCA SIGNORELLI CAPELLA DI SAN BRIZIO- ORVIETO-Pintor italiano del renacimiento. Nació en Cortona y su nombre completo era Luca

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LUCA SIGNORELLI

CAPELLA DI SAN BRIZIO- ORVIETO-

Pintor italiano del renacimiento. Nació en Cortona y su nombre completo era Luca

d’Egidio di Ventura de Signorelli. Fue uno de los grandes maestros de la escuela de

Umbría y estuvo asociado con el pintor toscano Piero della Francesca, quizás como su

discípulo, de quien derivó su tratamiento de la perspectiva. Su maestría en el dibujo de

la anatomía humana estuvo inspirada en el trabajo de Antonio del Pollaiuolo.

La Virgen y el niño con cuatro santos y un ángel (1484), retablo firmado para la capilla

de la catedral de Perugia, revela su manera de representar la figura humana. Sus obras

maestras son los frescos con las escenas del infierno, purgatorio y cielo (1499-1504)

para la capilla de San Brizio de la catedral de Orvieto. Inspiradas en la Divina Comedia

de Dante Alighieri, están representados con un dramatismo profundo El fin del mundo y

El Juicio Final, destacando los cuerpos violentamente retorcidos. Estas enérgicas

figuras, con sus realistas detalles anatómicos, ejercieron gran influencia en la obra

posterior de Miguel Ángel y Rafael.

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En lo que se refiere al contenido, es uno de los temas más importantes de la iconografía

cristiana. Es probable que en los frescos del techo (El grupo de apóstoles, ángeles,

profetas, patriarcas, Doctores de la Iglesia, mártires y vírgenes) Signorelli simplemente

completara el programa originalmente ideado por Fra Angélico. Pero los frescos de las

paredes laterales, aunque el tema habría sido planeado de acuerdo con los

administradores y los teólogos de la Catedral, son el producto de la fértil imaginación de

Signorelli, inspirados en el Apocalipsis y la Divina Comedia.

Los frescos de Signorelli en Orvieto están llenos de humor, invenciones grotescas,

alusiones eróticas y bromas obscenas, y no hay necesidad de hacer referencia al espíritu

profano del Renacimiento para explicar esto. Por el contrario, estas escenas encajan

muy bien con la idea de la Catedral como “mundi theatrum” (teatro del mundo), como

el reflejo de todo el universo, y están inmersas en el espíritu de las obras religiosas de su

época. Básicamente, ni Signorelli ni sus clientes querían dejar de narrar estas historias

con cierto toque de humor, con ese estilo típicamente italiano basado en detalles

humorísticos e imaginativos. Pero esto no invalida la verdad dogmática de las profecías

relacionadas con el fin del mundo, que, sobre todo en aquellos años turbulentos, se

veían como una amenaza aterradora. Se comprende que Miguel Ángel se mostrara muy

interesado en estos frescos, pero no imitó la obra de Signorelli, como Vasari nos quiere

hacer creer, ya que la espiritualidad y el contenido moral del Juicio Final de la Capilla

Sixtina no tiene absolutamente nada en común con la representación teatral de Orvieto.

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Miguel Ángel encontró en estos frescos un repertorio iconográfico útil, un catálogo de

inventos sorprendentes e inusuales.

Según Giorgio Vasari, en su libro “Vida de los más excelentes pintores, escultores y

arquitectos”

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Luca Signorelli, pintor de Cortona - excelente pintor, fue en su tiempo considerado tan

famoso en Italia, y sus obras fueron tan altamente valoradas que superó a cualquier otro

maestro, no importa de qué período; pues mostró la manera de representar en pintura las

figuras desnudas de suerte que parecían vivas, haciendo uso de destreza y arte. Fue

alumno de Pietro dal Borgo y en su juventud se esforzó por igualar y aun sobrepasar a

su maestro. Cuando estaba trabajando en Arezzo con éste, y viviendo con su tío Lazzaro

Vasari, como se ha dicho, imitó tan bien el estilo de Pietro, que era casi imposible

distinguir alguna diferencia entre las obras de uno y otro. Sus primeros trabajos los

realizó en San Lorenzo de Arezzo, donde decoró con frescos la capilla de Santa Bárbara,

en 1472, y pintó al óleo sobre tela el estandarte llevado en las procesiones por la

compañía de Santa Catalina; también hizo el de la Trinità, que más parece obra de Pietro

del Borgo, que suya. En la misma ciudad, en Sant'Agostino, hizo la tabla de San Nicolás

de Tolentino, con hermosas y pequeñas escenas ejecutadas con buen dibujo e inventiva.

En la capilla del Sacramento, en el mismo lugar, hizo dos Ángeles al fresco. En la

capilla de los Accolti, en la iglesia de San Francesco, hizo para Messer Francesco,

doctor en leyes, su retrato y los de algunos miembros de su familia. En esta obra hay un

admirable San Miguel pesando almas, que muestra la capacidad de Luca, por el brillo de

las armas, los reflejos, y toda la pintura en general. San Miguel sostiene una balanza en

cuyos platillos oscilan desnudos hermosamente escorzados. Entre otras cosas hay una

figura desnuda ingeniosamente transformada en un demonio, mientras un lagarto lame

la sangre que fluye de su herida.

Hay también una Virgen con el Niño, San Esteban, San Lorenzo y Santa Catalina, dos

ángeles que tocan, uno el laúd y otro un rabel, estando estas figuras muy bien logradas,

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especialmente los pliegues de los paños y los maravillosos adornos. Pero lo más notable

es la predella, llena de pequeñas figuras que representan a los frailes de Santa Catalina.

En Perusa, Luca hizo muchas obras, entre otras una tabla en la Catedral, por encargo de

Messer Jacopo Vannucci, de Cortona, obispo del lugar, con Nuestra Señora, San

Onofrio, San Herculano, San Juan Bautista y San Esteban y un hermoso Ángel pulsando

el laúd. En Volterra pintó al fresco, sobre el altar de un oratorio en San Francesco, una

Circuncisión de Cristo, considerada muy notable, aunque la figura del Niño, estropeada

por la humedad, fue restaurada por Sodoma, que empeoró el original. En verdad, a

veces es preferible conservar algo destruidas las obras de los hombres famosos que

hacerlas retocar por artistas inferiores. En Sant'Agostino, en la misma ciudad, pintó al

temple una tabla con una peana de pequeñas figuras representando escenas de la Pasión

de Cristo, la cual es considerada extraordinariamente hermosa. Para los señores de

Monte de Santa María pintó un Cristo muerto y una Natividad en San Francesco, Città

di Castello, y otra tabla con un San Sebastián en San Domenico. En Santa Margherita de

Cortona, su ciudad natal, en la casa de los frailes descalzos, pintó un Cristo muerto, una

de sus obras más bellas, y para la Compañía de Jesús, en la misma ciudad, hizo tres

tablas; es maravillosa la que está cerca del altar mayor, la cual representa a Cristo dando

la comunión a los Apóstoles mientras Judas guarda la Hostia en su escarcela. En la

iglesia parroquial, ahora llamada Vescovado, pintó al fresco en la capilla del Sacramento

algunos profetas de tamaño natural, y alrededor del tabernáculo, unos ángeles

desplegando un pabellón; a ambos lados puso a San Jerónimo y Santo Tomás de

Aquino. En el altar mayor de esta iglesia hizo una hermosa Asunción y dibujó la

vidriera para el rosetón principal, ejecutada luego por Stagio Sassoli de Arezzo. En

Castiglione Aretino pintó un Cristo muerto con las Marías sobre la capilla del

Sacramento, y en San Francesco di Lucignano, las puertas de un armario en que se

guarda un árbol de coral con una cruz en la cúspide. Para la capilla de San Cristofano,

en Sant'Agostino de Siena, hizo una tabla con varios santos en torno a San Cristóbal,

que está ejecutado en relieve. De Siena se trasladó a Florencia para ver las obras de los

maestros de su tiempo y del pasado. Aquí pintó sobre tela algunos dioses desnudos, por

encargo de Lorenzo de Médicis, los cuales fueron muy elogiados, y un cuadro con

Nuestra Señora y dos profetas de pequeño tamaño; este último se encuentra actualmente

en Castello, en la villa del duque Cosme. Luca regaló ambas obras a Lorenzo, quien

jamás quiso que nadie le aventajara en liberalidad y magnificencia. También pintó en un

cuadro redondo una Virgen bellísima, que se encuentra actualmente en la sala de

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audiencia de los capitanes del Partido Güelfo. En Chiusuri, Siena, en la casa principal

de los monjes de Monte Oliveto, pintó en un costado del claustro once escenas de la

vida y obras de San Benito. Desde Cortona envió algunas de sus obras a Montepulciano,

y para Foiano hizo la tabla que está sobre el altar mayor de la Pieve; envió otras a

Valdichiana. En la Madonna, iglesia principal de Orvieto, terminó la capilla comenzada

por Fra Giovanni da Fiesole, representando todas las escenas del fin del mundo con

curiosa y fantástica imaginación: ángeles, demonios, ruinas, terremotos, incendios,

milagros del Anticristo, muchas otras cosas por el estilo y, además, desnudos, escorzos y

un sinnúmero de hermosas figuras, en cuyos rostros se pinta el terror de ese postrer y

tremendo día. De esta suerte abrió el camino para sus sucesores, quienes encontraron

salvadas las dificultades que presenta esta manera. Por ello no me extraña que los

trabajos de Luca fueran siempre altamente alabados por Miguel Ángel, quien, para su

divino Juicio Final de la Capilla, se inspiró en parte en la obra de Luca, en cosas tales

como ángeles, demonios y la disposición de los cielos, y otros detalles en los cuales,

como todos pueden ver, siguió los pasos del pintor de Cortona. En esta obra, Luca

introdujo muchos retratos de amigos, incluso el suyo y los de Niccolò, Paolo y

Vittelozzo Vitelli, Giovan Paolo y Orazio Baglioni, y otros cuyos nombres ignoro. En la

sacristía de Santa María de Loreto pintó al fresco a los cuatro Evangelistas, los cuatro

Doctores y otros santos, que son muy hermosos, por lo cual fue generosamente

recompensado por el Papa Sixto. Se cuenta que un hijo suyo, de rostro y figura

sumamente hermosos, a quien amaba mucho, fue asesinado en Cortona; y Luca, con

extraordinaria fortaleza, sin derramar una lágrima, lo desnudó y dibujó para poder

contemplar siempre en esta obra de sus manos lo que la Naturaleza le había otorgado y

la Fortuna enemiga le arrebataba. Llamado por el Papa Sixto para trabajar con otros

pintores en la capilla del palacio, hizo dos escenas que se consideran entre las mejores,

una de las cuales representa a Moisés entregando su testamento a los hebreos después de

haber visto la Tierra de Promisión; la otra muestra su muerte. Finalmente, después de

trabajar para casi todos los príncipes de Italia, anciano ya, regresó a Cortona, donde

pasó sus últimos años trabajando más por placer que por cualquier otra cosa, como si no

pudiera permanecer ocioso después de haber consumido su vida en el trabajo. En esta

época pintó una tabla para las monjas de Santa Margherita de Arezzo, y otra para el

oratorio de San Girolamo, parte de la cual fue pagada por Messer Niccolò Gamurrini,

doctor en leyes y auditor de la Rota, que está retratado de rodillas ante la Virgen, a quien

lo presenta San Nicolás. También están representados San Donato y San Esteban y, más

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abajo, San Jerónimo desnudo y David cantando con un salterio. Asimismo, hay dos

profetas que, a juzgar por los pergaminos que tienen en sus manos, discuten acerca de la

Concepción. Esta obra fue trasladada a hombro por los miembros de esa Compañía

desde Cortona hasta Arezzo, y Luca, aunque anciano, quiso asistir a la colocación de la

misma. Durante su estada en la ciudad, deseó volver a visitar a sus parientes y amigos.

Se hospedó en la casa de los Vasari, siendo yo un niño de ocho años, y recuerdo al

bondadoso anciano, tan gracioso y fino, que cuando oyó decir al maestro que me

enseñaba las primeras letras que yo, en la escuela, sólo me ocupaba en dibujar figuras,

se volvió hacia mi padre diciéndole: «Antonio, si no quieres que Giorgino se convierta

en un inútil, hazle estudiar dibujo; pues aunque estudie las letras, el dibujo sólo puede

serle útil y darle honor y placer, como a todos los hombres de bien». Luego,

dirigiéndose a mí, dijo: «Estudia, pequeño pariente». Habló de muchas otras cosas, que

no repetiré, pues sé que no he realizado, ni remotamente, las esperanzas que el buen

viejo puso en mí. Al saber Luca que yo sufría de fuertes hemorragias nasales, las cuales

a menudo me producían desvanecimientos, me puso con mucha ternura un amuleto en el

cuello. Eternamente me quedará grabado este recuerdo de Luca. Una vez colocada la

pintura, Luca regresó a Cortona, acompañado en gran parte del camino por ciudadanos,

amigos y parientes, como lo merecía su gran talento, pues siempre vivió más bien como

un gran señor y caballero respetado que como un pintor. En esta época, Benedetto

Caporali, pintor de Perusa, había construido un palacio para Silvio Passerini, cardenal

de Cortona, a media milla de la ciudad. Como Benedetto era aficionado a la

arquitectura, había escrito anteriormente un comentario sobre Vitruvio. El cardenal

deseaba que se decorara todo el palacio, y Benedetto comenzó a trabajar con la ayuda de

Maso Papacello de Cortona, su discípulo (que también había estudiado bajo la dirección

de Giulio Romano, como se dirá) y de Tommaso, y otros alumnos y garzones y pintó

casi todo al fresco. Pero el cardenal deseaba tener alguna pintura de Luca, quien, viejo y

paralítico como estaba, pintó al fresco la pared del altar en la capilla del palacio, donde

representó a San Juan bautizando al Salvador. No pudo terminarlo, pues murió cuando

aún estaba trabajando en él, a la edad de ochenta y ocho años. Luca era un hombre de

excelentísimo carácter, sincero y cordial con sus amigos, gentil y agradable en la

conversación, cortés con quienes necesitaban sus servicios y buen maestro para sus

discípulos. Vivió magníficamente y le gustaba vestir bien. Pondré fin a esta segunda

parte de las Vidas con la muerte de Luca, que ocurrió en el año 1521, pues es el hombre

que, por su conocimiento del dibujo, y especialmente de los desnudos, por la gracia de

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su ingenio y la composición de sus pinturas, preparó el camino para la perfección final

del arte, seguido por la mayoría de los artistas de quienes trataremos ahora y que

hicieron culminar el arte. Según consta en el blog mencionado a continuación:

(blogs.enap.unam.mx/asignatura/adriana_raggi/wp.../VasariVidas.)

En Orvieto se refugió Clemente VII tras el saqueo de Roma por las tropas de Carlos V,

y, para proveerse de agua, encargó la construcción del Pozo de San Patricio, destinado a

convertirse en una obra maestra de la ingeniería del siglo XVI.

El interior de la catedral está en penumbra y la luz invita a caminar hacia el altar mayor.

Ocurre en otras iglesias con grandes frescos. Los de aquí son una obra maestra, un

conjunto imprescindible en el país de los grandes frescos. También, como casi siempre,

están en un pequeño espacio, a la derecha, en una capilla que en su día denominaron

Nueva y hoy de San Bricio. Una pared contiene la predicación del Anticristo y otra el

juicio final y la resurrección de los muertos. Fueron realizados por un artista de Cortona

bastante peculiar, Luca Signorelli, a finales del siglo XV, inspirándose en Dante,

Marsilio Ficino y hasta en las prédicas de Savonarola.

Su potencia es tal que muchos estudiosos sostienen que este Juicio final es superior al

de Miguel Ángel del Vaticano, pintado 35 años después y, por cierto, claramente

influido por Signorelli. La escena más perturbadora es la que representa al Anticristo.

Uno mira y al principio parece un sermón convencional; sin embargo, hay algo que no

funciona... hasta que se aprecia que es el diablo quien susurra al oído a "Cristo" lo que

tiene que decir y se empiezan a apreciar los detalles. Por ejemplo, en primer plano, a la

izquierda, vestidos de negro, vemos al propio pintor, Luca Signorelli, y Fra Angélico,

que también intervino en esta capilla, contemplando a los espectadores que contemplan

su obra.

Más allá de los temas, lo que verdaderamente deslumbra es el tratamiento de ellos,

cientos de figuras perfectamente dibujadas, muchas de ellas desnudas -incluida la

amante infiel del artista, obviamente en el infierno-, arquitecturas minuciosas y colores

intensos, componiendo un conjunto de escenas que parecen al mismo tiempo realistas y

fantásticas. Tanto, que se eclipsan el ábside y la capilla del otro lado, también repletos

de frescos, pero hay que acercarse, por sí mismas y por una alhaja de oro que reproduce

la misma catedral y contiene el llamado corporale, un lienzo de lino blanco donde cayó

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sangre de una sagrada hostia en 1263, lo que verificaba el misterio de la eucaristía y

daba origen a la fiesta del Corpus Christi.

Escatología cristiana

El Cristianismo afirma saber cosas bastante concretas sobre el mañana del hombre, de la

historia y del cosmos. Quizás resida en eso el meollo de su mensaje que es evangelio y

buena noticia para todos: la vida vence sobre la muerte, el sentido triunfa sobre el

absurdo, donde abundó el pecado sobreabunda la gracia; el hombre no se encamina

hacia una catástrofe biológica llamada muerte, sino hacia una realización plena del

cuerpo-espíritu; el mundo no marcha hacia un fin dramático en una conflagración

cósmica, sino hacia la consecución de su meta y hacia la floración global de las semillas

que germinan ya en él. En una palabra: El Cristianismo anuncia de antemano el Cielo

como convergencia realizadora de todas las pulsiones humanas. Se refiere al Infierno

como a la frustración absoluta creada por la libertad del hombre mismo. Promete la

Resurrección de los muertos como cristalización radical de los dinamismos latentes en

la naturaleza humana. Asegura la transformación de este mundo material. “Porque los

buenos frutos de la naturaleza y de nuestro trabajo nunca se pierden, sino que los

encontramos de nuevo, limpios de toda impureza, iluminados y transfigurados…

cuando el Señor regrese” (Vaticano II.- GS, 39)

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“La Escatología no constituye un tratado más entre otros. No es la doctrina acerca de

los momentos finales del hombre, más para amedrentarlo que para consolarlo. La

Escatología es una reflexión sobre la Esperanza cristiana: esto significa el saborear a

Dios en la fragilidad humana y festejarlo en la caducidad del mundo” a/ La muerte “En

cuanto al tiempo y las circunstancias, no tenéis hermanos, necesidad de que os escriba.

Sabéis muy bien que el día del Señor vendrá como un ladrón en plena noche. Cuando

los hombres hablen de paz y seguridad, entonces caerá sobre ellos la ruina de improviso,

igual que los dolores de parto sobre la mujer embarazada, y no podrán escapar. Pero

vosotros hermanos no vivís en tinieblas. Por tanto el día del Señor no debe sorprenderos

como si fuera un ladrón. Todos vosotros sois hijos de la luz, hijos del día; no somos de

la noche ni de las tinieblas. Por consiguiente no durmamos como hacen los demás, sino

que vigilemos y vivamos sobriamente.” (I Tes 5, 1 – 6). La muerte tránsito hacia la

luz eterna. La muerte es una realidad presente siempre en el mundo y que ha suscitado

en todas las culturas expresiones diversas, marcadas muchas veces por sentimientos de

impotencia, de pesimismo o de resignación; pero también ha venido a ser un estímulo

para que el hombre se hiciera preguntas trascendentes y cultivara el sentido del misterio,

que está arraigado en lo más profundo de su ser. En la constitución Gaudium et Spes del

Concilio Vaticano II se afirma que “la semilla de eternidad que el hombre lleva en sí,

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por ser irreductible a la sola materia, se levanta contra la muerte”, y se añade que “la fe

cristiana enseña que la muerte corporal que entró en la historia a consecuencia del

pecado, será vencida cuando el omnipotente y misericordioso Salva - dor restituya al

hombre en el estado de salvación perdida por el pecado”. Esta visión positiva y reconfor

- tante es fruto singular de la acción salvífica de Cristo y de las palabras de vida eterna

(Jn 6, 68) que brotaron de su boca. En los libros del A.T., aunque ya se vaya

manifestando progresivamente la esperanza en una retribución de feli - cidad eterna,

abundan frente a la muer - te las reflexiones de carácter sapiencial que comparten otras

corrientes religio - sas y filosóficas. La muerte viene a ser una maestra para el hombre,

dado que le enseña a reflexionar y a valorar debi - damente el curso de la vida y el

conjun - to de bienes y males que la acompañan. El enfoque pascual de la muerte, que

se halla marcada por la luz del Cristo Sal - vador resucitado de entre los muertos, es una

visión enraizada en la “novedad” característica del Evangelio.

San Ignacio de Antioquía en su “Carta a los romanos”, VII, 1-3, manifiesta con palabras

sencillas una hondura y una serenidad incomparables, antes de afrontar el martirio

diciendo: “El príncipe de éste mundo quiere saquearme y corromper mis sentimientos

hacia Dios. Así pues, ninguno de los que están con vosotros le preste ayuda. Sed mas

bien míos, es decir, de Dios. No habléis de Jesucristo y deseéis el mundo. Y si, cuando

yo esté presente, os lo pido, no me hagáis caso. Obedeced mejor a esto que os escribo.

Pues os escribo vivo, aunque deseo morir. Mi deseo está crucificado y en mí no hay

fuego que ame la materia. Pero un agua viva habla dentro de mí y, en lo íntimo, me

dice: “Ven al Padre”. No siento gusto por el alimento de corrupción…”.

Brevedad e incertidumbre de la vida ( San Agustín, Sermones) “¿Qué es la vida del

hombre?. La Escritura la define diciendo que “es un poco de humo que se deja ver por

un instante y al momento se desvanece” (Sant 4, 15). Los años que a ti te parecen

interminables son un instante para Dios; Dios no cuenta los días como tú los

cuentas.”… “Todo lo que tiene fin es siempre breve”. b/ El Juicio Final “La

Resurrección de todos los muertos, precederá al Juicio Final. Esta será están en los

sepulcros oirán su voz…y los que hayan hecho el bien resucitarán para la vida, y los que

hayan hecho el mal, para la condenación > (Jn 5, 28 – 29). Entonces Cristo vendrá (Mt

25, 33 ss)”. (CIC Num 1038) “Frente a Cristo, que es la Verdad, será puesta al desnudo

definitivamente la verdad de la relación de cada hombre con Dios. El Juicio Final

revelará hasta sus últimas consecuencias lo que cada uno haya hecho de bien o haya

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dejado de hacer durante su vida terrena”. (CIC Num 1039) San Agustín (Sermón 18,

4.4): “Todo el mal que hacen los malos se registra y ellos no lo saben. El día en que

Dios “no se callará” (Sal 50, 3)… se volverá hacia los malos y dirá: Yo había colocado

sobre la tierra —dirá Él— a mis pobrecitos, para vosotros. Yo, su cabeza, gobernaba en

el cielo a la derecha de mi Padre, pero en la tierra, mis miembros tenían hambre. Si

hubierais dado a mis miembros algo, eso habría subido hasta la cabeza. Cuando coloqué

a mis pequeñuelos en la tierra, los constituí comisionados vuestros para llevar vuestras

buenas obras a mi tesoro: como no habéis depositado nada en sus manos, no poseéis

nada en Mí”.

Luca Signorelli, Coronación de los elegidos. Capella San Brizio.

Las cosas humanas y los ocultos juicios de Dios :

Dice San Agustín: “En esta vida aprendemos a soportar con paciencia los males porque

también los buenos los soportan. Y a no dar mucho aprecio a los bienes porque también

los malos los consiguen. Así hasta en las cosas en que la justicia de Dios no se trasluce

nos encontramos una enseñanza divina y saludable. Es verdad que ignoramos por qué

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juicio de Dios este hombre de bien es pobre y aquel malo es rico; por qué vive éste

alegre que, a nuestro parecer, debería estar haciendo expiación por medio de crueles

sufrimientos de la corrupción de sus costumbres, y por qué está triste aquél, cuya vida

ejemplar debería tener por recompensa la alegría. No sabemos por qué al inocente no

sólo no se le hace justicia sino que hasta lo condenan, víctima de la injusticia del juez o

de falsos testimonios de los testigos; mientras tanto el culpable triunfa impune y,

triunfando, insulta al inocente. Ignoramos por qué el impío goza de salud envidiable y el

piadoso es consumido por pestilente enfermedad; por qué salteadores y ladrones tienen

su salud de hierro mientras que hay niños, incapaces de ofender a nadie ni aún de

palabra, que son víctimas de dolores crueles. No sabemos por qué aquél, cuya vida

podría ser útil a los hombres, es arrebatado por una muerte prematura, cuando otros, que

ni haber nacido merecerían, viven muchos años. Ignoramos también por qué el cargado

de crímenes se ve rodeado de honores mientras las tinieblas de la deshonra cubren al

hombre irreprensible. ¿Quién finalmente será capaz de discernir y enumerar situaciones

semejantes?. Si tal paradoja fuese constante en la vida en la que, como dice el salmo

sagrado “el hombre se ha hecho semejante a la vanidad y sus días pasan como una

sombra”, y si únicamente los malos obtuvieran los bienes terrenos y transitorios y

solamente los buenos padeciesen de los males, esa disposición podría ser atribuida al

juicio del Dios justo o, por los menos, benigno. Así la gente podría pensar que los que

no van a conseguir los bienes eternos son engañados a causa de su malicia con los

bienes efímeros y temporales o, gracias a la misericordia de Dios son consolados con

ellos, mientras que los que no van a sufrir los tormentos eternos son afligidos en razón

de sus pecados, por pequeños que sean, con los males temporales o ejercitados en el

perfeccionamiento de sus virtudes. Como sin embargo, hoy en día, no solo los buenos

sufren males y los malos tienen bienes, cosa al parecer injusta, sino que también con

frecuencia los malos sufren sus males y los buenos tienen sus alegrías, los juicios de

Dios se hace más inescrutables y sus caminos son incomprensibles. A pesar de que

ignoramos por qué juicio Dios hace o permite esto, él, en quien reside la virtud soberana

y la soberana sabiduría y la soberana justicia y en quien no hay debilidad, ni temeridad,

ni injusticia alguna, aprendemos a no hacer demasiado aprecio de los bienes y males

comunes a buenos y malos y a buscar los bienes propios de los buenos y, sobre todo, a

huir de los males característicos de los malos. Cuando lleguemos al juicio de Dios, ese

tiempo propiamente llamado Día del Juicio y a veces Día del Señor, reconoceremos la

justicia de los juicios de Dios, no solo de los emitidos en ese último día, sino también de

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los emitidos desde el principio y de los que emitirá hasta el momento referido. Allí

aparecerá también por qué justo juicio hace Dios que todos los justos juicios se oculten

a nuestros sentidos y a nuestra razón, aun cuando en este punto no se le oculta a la fe de

las almas religiosas que es justo lo que se oculta”.

“Entonces podremos ser llevados al cielo y habitar en este cuerpo que tenemos ahora”

(Julián de Toledo.- Siglo VII): “Debatiendo ampliamente contra los platónicos, que

dicen que el cuerpo humano no puede ascender a los cielos, San Agustín afirma que sí, y

prueba con ejemplos extraordinarios que nuestros cuerpos inmortales después de la

resurrección estarán en un habitáculo en los cielos. Pues a los santos. Si pues somos

miembros de la cabeza y Cristo es uno en sí mismo y en nosotros, donde Él ascendió

también nosotros ascenderemos”

“Los ángeles separarán a los buenos de los malos” (Julián de Toledo. Autor del siglo

VII): “Se debe creer que la distinción o la separación, de los buenos respecto a los

malos puede llevarse a cabo por medio de los ángeles. Pues, como dijo el salmista, (Sal

49, 4), lo que dijo, , corresponde a la separación de los buenos de los malos. Y al

instante añade. ¿A quiénes, sino a los ángeles se lo dice? Ciertamente, un encargo tan

grande debe ser hecho por el ministerio de los ángeles”.

El Purgatorio, es entendido en la reflexión teológica como un proceso de plena

maduración ante Dios; La muerte es el paso del hombre a la eternidad. Por ella, el

hombre acaba de nacer totalmente y, si es para bien, se llamará cielo en cuanto plenitud

humana y divina en el amor, en la amistad, en el encuentro y participación de Dios.

Toda la vida humana es una tendencia amorosa para educarse con este fin, el de llegar a

un proceso de maduración personal que, al morir, ha de brotar totalmente. Esto es válido

para todos los hombres, paganos y cristianos, niños y adultos. Biológicamente el

hombre se va agotando; a nivel personal debe, por el contrario, crecer y madurar hasta

irrumpir en la esfera divina. Mientras tanto, y en esto consiste la fatalidad de la

condición humana, el hombre sólo puede realizar de forma aproximada una tarea

semejante ¿Qué sucede con el hombre cuando llega al fin de su vida y tiene que

adentrarse en el ámbito del absoluto perfecto y santo, siendo él pecador e imperfecto?.

Con Dios no convive nadie que no sea totalmente de Dios. Aquí debe situarse el lugar

teológico del Purgatorio. El hombre inmaduro es alguien carente de madurez personal y

el pecador carece de la santidad divina.

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El Purgatorio significa la posibilidad graciosa que Dios le concede al hombre de poder y

deber madurar radicalmente al morir. El Purgatorio es ese proceso, doloroso como todos

los procesos de ascensión y educación, por el que el hombre al morir actualiza todas sus

posibilidades, se purifica de todas las marcas con las que la alienación pecaminosa ha

ido estigmatizando su vida, sea mediante la historia del pecado y sus consecuencias (aún

después del perdón), sea por los mecanismos de los malos hábitos adquiridos a lo largo

de la vida.

Históricamente la base bíblica del purgatorio ha sido un permanente punto de fricción

entre católicos y protestantes. Es conveniente hacer una reflexión de carácter

hermenéutico: en vano buscaremos un pasaje bíblico que hable formalmente del

purgatorio. De esto no se sigue que no exista ningún fundamento bíblico. La tendencia

de los textos a los que vamos a aludir sugieren que Dios quiere que nos acordemos y

recemos por los muertos; que aunque invisibles, no están ausentes; que formamos una

única familia de vivos, unos peregrinando, otros en la patria, todos alabando a Dios. Por

eso la teología empleará otro lenguaje y dirá: existe el Cuerpo Místico de Cristo y la

Comunión de los Santos. Es justamente eso lo que nos enseña el texto más claro en 2

Mac 13, 39 – 46: Al sepultar a los soldados caídos en la batalla, Judas Macabeo (160 a.

C.) encontró bajo sus túnicas pequeños ídolos que aquellos llevaban como amuletos, lo

cual estaba prohibido por la Ley. Entonces “mandó hacer una colecta en la que recogió

la cantidad de dos mil dracmas. La envió a Jerusalén para que fuera empleada en un

sacrificio expiatorio. ¡Bella y noble acción inspirada por el recuerdo de la resurrección!.

Pues si no hubiese creído que aquellos soldados iban a resucitar habría sido algo

superfluo y ridículo orar por los difuntos. Pero además pensaba que les está reservada

una hermosa recompensa a los que se duermen en la piedad. Esta es la razón por la que

hizo ese sacrificio expiatorio por los muertos, a fin de que fuesen liberados de sus

pecados”. El texto no hace alusión alguna al Purgatorio, sino que formalmente se refiere

a la resurrección de los muertos. Atestigua sin embargo la solidaridad entre vivos y

muertos y la responsabilidad que aquéllos tienen sobre éstos, pudiendo ofrecer

sacrificios en previsión de su resurrección futura Ese mismo espíritu de comunión con

los fallecidos se capta en 1 Cor 15, 29 cuando se habla de hacerse bautizar por los

muertos que no pudieron ser bautizados. Los textos sinópticos de Mt 5, 25 – 26; 12, 31

– 32; Lc 12, 59: “No saldrás de la cárcel antes de pagar toda la deuda”, se encuentran en

un contexto de parábolas. Apuntan a un carácter más general y global que el del

15

purgatorio: antes que lleguemos a ver al Señor, deberemos purificarnos hasta el fin. El

texto de 1 Cor 3, 11- 15 no habla directamente del Purgatorio; aparece, en verdad, la

temática del fuego. Su sentido es que, aun los fieles menos fervorosos podrán salvarse;

sin embargo habrán de pasar por una prueba, lo mismo que se prueba la consistencia del

oro, de la plata, de las piedras preciosas, de la madera, del heno y de la paja,

haciéndolos pasar por el fuego. El que soporta el fuego y no es consumido por él, se

salvará. El fuego tiene aquí un valor exclusivamente figurativo. El texto integro dice así:

“Nadie puede poner otro fundamento distinto del que ya está puesto: Jesucristo. Si

alguien construye sobre este fundamento utilizando oro, plata, piedras preciosas,

madera, heno, paja, la obra de cada uno aparecerá claramente. En efecto, el día del

Señor la dará a conocer, pues se revelará por el fuego y el fuego probará la calidad de la

obra de cada uno. Si la obra construida subsiste, el operario recibirá una recompensa. Si,

por el contrario, la obra de alguno se consume, el operario perderá su recompensa. El, a

pesar de todo, se salvará pero como a través del fuego”. San Pablo, en vez del

Purgatorio, prefiere hablar de un proceso de crecimiento hacia la perfección que él

mismo “persigue corriendo, sin haberla aún alcanzado” (Flp 3, 12 – 16). En otro lugar

escribe que “tiene la esperanza de que Dios, que comenzó la obra buena, también la

completará hasta el día de Jesucristo” .

, que es el día de la gran crisis. Llama a esa perfección la “madurez del varón perfecto”

y “la medida plena de la edad de Cristo” (Ef 4, 13). A partir de estos textos,

reflexionando teológicamente, es como podemos hablar responsablemente acerca del

Purgatorio en cuanto proceso de maduración verdadero al que el hombre debe llegar

para poder participar de Dios y de Jesucristo. Siempre a la luz de los textos y la doctrina

del CIC.

El Infierno y el Anticristo “Salvo que elijamos libremente amarle no podemos estar

unidos con Dios. Pero no podemos amar a Dios si pecamos gravemente contra Él,

contra nuestro prójimo o contra nosotros mismos. (I Jn 3, 14 -15). Nuestro Señor nos

advierte que estaremos separados de Él si omitimos socorrer las necesidades graves de

los pobres y de los pequeños que son sus hermanos. Morir en pecado mortal sin estar

arrepentidos ni acoger el amor misericordioso de Dios, significa permanecer separados

de Él para siempre por nuestra propia y libre elección. Este estado de autoexclusión

definitiva de la comunión con Dios y con los bienaventurados es lo que se designa con

la palabra “infierno”. (CIC Num 1033) “La Muerte y el Infierno devolvieron los

16

muertos que guardaban, y cada uno fue juzgado según sus obras… y el que no se halló

inscrito en el libro de la Vida fue arrojado al lago de fuego” (Ap 20, 13. 15). “Si el justo

se salva a duras penas, ¿en qué pararán el impío y el pecador?” (I Pe 4, 18). Jesús habla

con frecuencia de la y del reservado a los que, hasta el fin de su vida rehúsan creer y

convertirse, y donde se puede perder a la vez el alma y el cuerpo. Jesús anuncia en

términos graves que (Mt 13, 41 – 42), y que pronunciará la condenación: (Mt 25, 41).

“La enseñanza de la Iglesia afirma la existencia del infierno y de su eternidad. Las

almas de los que mueren en estado de pecado mortal descienden a los infiernos

inmediatamente después de la muerte y allí sufren las penas del infierno, La pena

principal del infierno consiste en la separación eterna de Dios en quien únicamente

puede tener el hombre la vida y la felicidad para las que ha sido creado y a las que

aspira” (CIC Núm. 1035).

L. Signorelli, El juicio Final,

17

Los textos que hablan de una ida de Cristo a los infiernos son los siguientes: • 1 Pe 3,

19: “Cristo en el Espíritu fue a predicar a los espíritus que estaban encarcelados”. El

texto hace referencia a hombres rebeldes, como en tiempo de Noe, que ahora pueden oír

la predicación salvadora de Cristo. Por eso todos “tendrán que rendir cuentas al que está

preparado para juzgar a vivos y muertos, pues para eso se anunció la Buena Nueva a los

muertos, para que, aunque condenados en la carne según los hombres, vivan en el

Espíritu según Dios” (1 Pe 4, 5 -6). • San Pedro, en los Hechos, dice que Jesús con su

muerte (Hch 2, 31). San Pablo menciona un descenso de Jesús al abismo (Rom 10, 7).

En la carta a los Efesios se dice que (Ef 4, 9 –10). El Apocalipsis presenta a Cristo como

el que es el Señor de los infiernos: “Yo tengo la llave de la muerte y de los infiernos”

(Ap 1, 18). Todos doblan la rodilla ante él, “los que habitan en los cielos, en la tierra y

en los infiernos” (Flp 2, 10). Como se desprende de estos textos, Cristo con su muerte

fue a los infiernos y no al Infierno. Los infiernos o el Hades constituían para el mundo

antiguo la situación de todos los muertos. Estos vivían en los infiernos o en el Hades

una vida de sombras para algunos, para otros feliz en tono menor. Infiernos signifi- ca

simplemente las partes inferiores o ínfimas de la tierra. Cristo habla de sí mismo

diciendo que, a semejanza de Jonás en el vientre de la ballena, pasará “tres días y tres

noches en el corazón de la tierra” (Mt 12, 40). Estos infiernos no deben confundirse con

el Infierno que es la radical ausencia de Dios, la situación de los que se han aislado a sí

18

mismos y voluntariamente de Dios y de Cristo. Cristo no a ese infierno. Cristo asumió

la última soledad que es la muerte humana. Cuando recitamos “Cristo descendió a los

infiernos” profesamos la muerte en soledad de Cristo y al mismo tiempo su muerte

victoriosa.. Su solidaridad hasta los infiernos de nuestra situación nos ha liberado para

siempre. Ya no moriremos solos.

El texto de S. Pedro (1 Pe 3, 19) sobre la ida de Cristo a los infiernos para predicar a los

espíritus que estaban encadenados se debe a una representación mitológica. La tradición

griega conoce varios descensos de personajes mitológicos, como Perseo, a los infiernos.

La tradición apócrifa judía conoce en especial la bajada de Henóc. La interpretación

tradicional del descenso de Cristo a los infiernos no es menos mitológica. Supone un

encuentro del alma de Cristo, entre el Viernes Santo y el Domingo de Pascua, con los

justos del Antiguo Testamento y de todos los pueblos y tiempos, que aguardaban en un

lugar sombrío la venida de Cristo y de su redención para ser liberados y llevados a los

cielos. Esta representación no es ilegítima. No podemos menos de imaginar y

representar ¿Cuál es el de la representación referida por San Pedro? La bajada y la

predicación de Cristo en los infiernos contiene y expresa esta verdad salvífica y

dogmática: la redención de Cristo es universal. Él es el único y gran sacramento de

salvación. Por eso todos los justos, también los del tiempo anterior a Cristo, se salvaron

en virtud de y por medio de Jesucristo. Como decían los Santos Padres, los hombres

anteriores a Cristo lo eran únicamente en razón del amor, de la fe, de la esperanza.

Donde quiera que existan éstas realidades salvíficas, ahí está presente la salvación de

Jesucristo. En el descenso de Cristo a los infiernos, se realiza la conjunción y el enlace

entre las generaciones humanas, entre el Antiguo y el Nuevo Testamento. En ella se

manifiesta la unidad del plan redentor. Cuando los artistas representan a Cristo saliendo

al encuentro, en las regiones subterráneas, de nuestros primeros padres y de la larga

procesión de los patriarcas, no hacen más que traducir para nuestra imaginación esta

verdad dogmática: que no hay cielo sin Cristo y que donde esté Cristo también está el

cielo. Pero Cristo no era únicamente hombre; era también Dios. Y en cuanto Dios, y en

virtud de su encarnación redentora futura, alcanzaba a todos los hombres de todas las

épocas. Dice además San Pedro que la Buena Nueva fue anunciada a los muertos para

su juicio (1 Pe 4, 5 – 6). Esta afirmación puede muy bien interpretarse dentro de la

concepción de la muerte en cuanto decisión final y radical del hombre. En ella se realiza

el gran encuentro con Dios y con la gracia que Cristo nos da. Esto es válido para todos

19

los hombres. Los niños inocentes que murieron antes de cualquier decisión libre, entran

al morir en la situación de “predicación de Cristo a los muertos en los infiernos”. Con

ello afirmamos que tampoco éstos quedan al margen de la salvación aportada por

Jesucristo; se salvan por él. Por su muerte, Cristo “penetró en el corazón de la tierra”

(Mt 12, 40). La penetró en cuanto Dios encarnado. La materia, a partir de la muerte y

resurrección de Cristo, conquistó así una nueva dimensión que antes no tenía: dentro de

ella germina y fermenta una nueva realidad actuante y viva que todo lo llena y lo dirige

hacia su meta final. En cuanto resucitado, Cristo está en el mundo en su núcleo y en sus

estratos más ínfimos (infiernos). Ya ha comenzado la transfiguración del Cosmos. “Las

afirmaciones de la Escritura y las enseñanzas de la Iglesia a propósito del Infierno son

un llamamiento a la responsabilidad con la que el hombre debe usar de su libertad en

relación con su destino eterno. Constituyen al mismo tiempo un llamamiento apremiante

a la conversión: (Mt 7, 13 – 14).

La figura del Anticristo: La palabra “anticristo” aparece sólo en I Jn 2, 18 – 22; 4, 3 y

en 2 Jn 7, donde designa a los adversarios de la Iglesia; pero la idea del enemigo

supremo de Cristo aparece también en 2 Ts 2, 1 – 12, donde se dice que “el hombre

impío”, “el hombre sin ley”, tiene que manifestarse antes de que tenga lugar la

“Parusía” o Segunda Venida de Cristo, y se ha identificado por algunos exegetas con el

imperio romano o con el emperador Nerón (el llamado “número de la Bestia”: 666).

Pero más allá de la dimensión histórica, el Anticristo es símbolo de la rebelión continua

contra Cristo y su Reino hasta el Juicio Final, aunque la sublevación se encarne en

personas históricas concretas, tales como algunos señalan a Judas Iscariote. También

presentan las tentaciones y pruebas actuales (herejías, falsos mesianismos,

persecuciones…) como episodios y como el inicio germinal de un conflicto

fundamental intrahistórico, cuyo paroxismo representará la venida del Anticristo. Por

eso los autores sagrados quisieron desvelar los envites y la gravedad del tiempo presente

e indicar con ello a los fieles la necesidad y urgencia de un compromiso incondicional

de lucha contra el mal.

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L. Signorelli, El Anticristo (1499 – 1504) (Detalle del fresco) Catedral de

Orvieto.

El Anticristo está en la Historia:

El Anticristo no se inscribe en un futuro lejano sino que constituye una realidad del

presente. Está activo en la manipulación del poder político y religioso: su espíritu vive

en las injusticias universales de orden estructural; se entremezcla en los proyectos

humanos mejor intencionados en forma de egoísmo, voluntad de autopromoción e

instinto de discriminación. El Anticristo es una realidad de cada persona en la medida en

que cada uno es simultáneamente pecador y agraciado por Dios, descentrado de Dios y

centrado sobre sí mismo, teísta y ateo. Por eso nos es necesario vigilar y no dejarnos

engañar por el mal bajo la máscara de bien. El choque entre Cristo y Anticristo no es

sólo la lucha entre religión e irreligión. Del NT aprendemos que la religiosidad es una

de las características del Anticristo: “vino a los nuestros pero no era de los nuestros” (1

Jn 2,19). La lucha entre Cristo y Anticristo se opera entre la humildad de quien se siente

apoyado en el misterio de Dios y que por lo tanto no puede ser jamás orgulloso, ni

autoafirmarse, ni instaurarse a sí mismo como medida para los demás, y la voluntad de

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poder que se rebela contra Dios en la medida en que el hombre se olvida de su

fundamento divino, se cierra sobre sí mismo y establece un mundo fundado en criterios

impuestos por esa voluntad suya de poder. Surge entonces una humanidad en la que

Dios ha sido ahogado y la fe narcotizada. Una de las consecuencias de esto se

manifiesta en la falta de jovialidad y en la tragedia de la muerte de Dios en el corazón

del hombre. Cuando se proclama a la tierra como realidad última, cuando el poder del

hombre es considerado como el factor decisivo y determinante de todo, aparecen

utopías que prometen el cielo y en su lugar traen el infierno, anuncian solidaridad y

consiguen soledad, proclaman un orden nuevo y un mundo nuevo pero no nos quitan el

sabor amargo de las cosas viejas ni nos reducen la ilusión de orden en el desorden

establecido. La fe nos consuela diciendo: “Confiad, Yo he vencido al mundo” (Jn 16,

33); “con la manifestación de su venida el Señor Jesús aniquilará al inicuo con un soplo

de su boca” (2 Tes 2, 8).

Las paredes laterales están cubiertas con siete escenas:

El Sermón y las obras del Anticristo.

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Es muy probable que las obras del Anticristo hagan referencia a Savonarola, el fraile

dominico ahorcado y quemado en la hoguera en Florencia el 23 de mayo de 1498. En

una ciudad 'papista' como Urbino, y en el caso de un artista como Signorelli, protegido

por los Medici y que pensaba que había sido víctima de la persecución del gobierno

democrático florentino (hecho que aprendemos de Miguel Ángel), esta identificación de

Savonarola con el Anticristo es muy plausible; también se inspiró en un famoso pasaje

de la Apología de Marsilio Ficino, publicado en 1498, donde el monje Ferrarense se

identifica con el falso profeta.

Signorelli nos da una interpretación convincente de la atmósfera siniestra y misteriosa

evocada en las profecías de los Evangelios. Contra un vasto y desolado fondo,

dominado a la derecha por un edificio de estilo clásico, y representado con una

perspectiva distorsionada, el falso profeta se encuentra difundiendo sus mentiras y su

mensaje de destrucción. Tiene un rostro que evoca el de Cristo, pero es Satanás

(retratado detrás de él) quien le dice qué decir. Las personas a su alrededor acumulan

regalos a sus pies, han sido corrompidos por sus iniquidades.

A la izquierda en primer plano vemos la representación de una masacre brutal, una

joven que vende su cuerpo a un viejo comerciante y un grupo de hombres que escuchan

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atentos al Maligno. En el fondo de esta escena se mezclan todo tipo de horrores con

eventos milagrosos. Por un lado el Anticristo ordena la ejecución de un grupo de

hombres y por otro resucita a un hombre anciano; mientras que un grupo de clérigos,

apiñados como una ciudadela fortificada, resiste las tentaciones rezando. Por último,

arriba a la izquierda, Signorelli nos muestra cómo el tiempo del Anticristo se acaba, con

el falso profeta arrojado desde el cielo por el Arcángel San Miguel junto con todos sus

seguidores derrotados y destruidos por la ira de Dios.

Esta escena es la obra maestra de todo el conjunto, por lo menos en términos de

originalidad, contenido y ejecución. Signorelli se incluye a la izquierda junto con un

monje (tradicionalmente identificado como Fra Angélico), se encuentran fuera de los

acontecimientos como espectadores.

La Resurrección de Cristo y su Segunda venida.

La Resurrección, en la concepción cristiana, no es la vuelta a la vida de un cadáver sino

la realización exhaustiva de las capacidades del hombre cuerpo-alma. El teólogo

húngaro Ladislao Boros reflexiona: “Mediante la resurrección todo se volverá inmediato

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al hombre: el amor florece en persona, la ciencia se convierte en visión, el conocimiento

se transforma en sensación, la inteligencia se hace audición. Desaparecen las barreras

del espacio: la persona humana existirá inmediatamente allí donde esté su amor, su

deseo y su felicidad. En Cristo Resucitado todo se ha vuelto inmediato y todas las

barreras terrenas desaparecen. El penetró en la infinitud de la vida, del espacio, del

tiempo, de la fuerza y de la luz”. La resurrección expresa el punto final del proceso de

hominización, iniciado en los oscuros orígenes de la evolución ascendente y

convergente; es la realización —alcanzada por Cristo— de la utopía humana “injertada”

por Dios en todo corazón humano. “Nos hiciste Señor para Ti y nuestro corazón no

descansará, hasta que no descanse en Ti” (San Agustín).

La pregunta crucial, acerca de la muerte, es respondida por la Iglesia en el Catecismo

de la Iglesia Católica afirmando que con la muerte —separación del alma y el cuerpo—

mientras que el cuerpo cae en la corrupción, el alma, que es inmortal, se enfrenta al

juicio de Dios y aguarda el unirse de nuevo al cuerpo cuando, con la segunda venida de

Cristo, resurja transformado. La comprensión de cómo tendrá lugar la resurrección de la

carne supera las posibilidades de nuestra imaginación y de nuestra inteligencia. Por eso,

para fundamentar la fe en la resurrección de la carne, el CIC afirma que “así como

Cristo ha resucitado verdaderamente de entre los muertos y vive para siempre, así

también Él resucitará a todos en el último día, con un cuerpo incorruptible: “los que

hayan hecho el bien resucitarán para la vida, y los que hayan hecho el mal, para la

condenación” (Jn 5, 29). Pero ¿cómo será el cuerpo resucitado? Ya San Pablo planteaba

esta cuestión (1 Cor 15, 35). Siendo consecuentes con nuestras reflexiones debemos

decir que el “yo personal” (que siempre incluye relación con el mundo) será resucitado

y transfigurado. Al morir cada uno conseguirá el cuerpo que merece; éste será la

expresión perfecta de la interioridad humana, sin las limitaciones que posee nuestro

actual cuerpo carnal.

El cuerpo glorioso tendrá las cualidades del hombre-espíritu como son la universalidad

y la ubicuidad. El cuerpo transfigurado será con plenitud lo que ya realiza

deficientemente en su expresión temporal: comunión, presencia, relación con todo el

universo… Con todo, la resurrección mantendrá la identidad personal de nuestro

cuerpo; pero no en su identidad material, que cambia cada siete años aproximadamente.

Si se conservase la misma identidad material, ¿cómo sería entonces el cuerpo de un feto

que haya muerto al tercer mes de gestación, o el del anciano, o el de un minusválido?La

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Resurrección conferirá a cada uno la expresión corporal propia y adecuada a la

estructura del hombre interior, según el modelo Cristo Resucitado.

Al salir, la fachada del Duomo es tan espectacular que se queda a un paso del exceso.

Acabamos de verla en una maqueta dorada y ahora, delante del original, nos parece

imposible un uso tan desmedido del color en un edificio medieval. Sobre la piedra

blanca se despliegan todas las formas del gótico: arcos, columnas, espirales, mosaicos,

bajorrelieves y otros cientos de detalles caprichosos aglutinados por cuatro columnas

estriadas. A la altura de nuestra mirada, en la base, junto a las puertas de entrada, hay

cuatro paneles de mármol del siglo XIV cubiertos de pequeñas esculturas aleccionando

a la población con plagas, hambrunas, juicios y otras calamidades.

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