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1 OMAR LOPEZ MEMORIAS DE BOHEMIA, DE VIAJES Y DE JODA BARQUISIMETO, 2011

MAMORIAS DE BOHEMIA, VIAJES Y JODA

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MEMORIAS DE MIS VIAJES Y DE MIS AVENTURAS VITALES POR MAS DE 50 AÑOS

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OMAR LOPEZMEMORIAS DE BOHEMIA, DE VIAJES Y DE JODA

BARQUISIMETO, 2011

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DEDICATORIA.A YECENIA, A MIS HIJAS Y A MIS HIJOS Y A TODOS Y TODAS CON QUIENES HE PODIDO COMPARTIR EN LA BARRA DE UN BOTIQUIN………

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LOS HOMBRES Y LOS BARESEduardo Dermardirossian(Aporte teórico)

“Los viejos bares sirvieron de aguantadero a los marginales y de refugio a tahúres y camanduleros, pero no puede negarse que también acunaron a artistas e intelectuales que dieron lustre a la cultura urbana. Ese era un submundo holgazán y a veces delincuente, sí; pero también era un modelo de vida que no se había dejado devorar por el vértigo ni arrastrar por los vientos extranjerizantes. Cómo no iniciar estas líneas con los memorables versos de Discépolo, aquel apóstol del tango que retrató el alma del Buenos Aires profundo.“De chiquilín te miraba de afuera / como a esas cosas que nunca se alcanzan; / la ñata contra el vidrio, / en un azul de frío, / que sólo fue después, viviendo, / igual al mío...”Como todos los porteños nacidos en la primera década del siglo pasado, en esto soy ducho. Frecuenté esos templos profanos que olían a café y a tabaco antes de que cayeran bajo el embate de la modernidad, resignando su calor a las fluorescencias de los american bar. Filosofadores advenedizos, bohemios que ilustraban su sobaco con

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algún libro de Oliverio Girondo, atorrantes pintorescos que peinaban lacio, todos fueron víctimas de la impiedad de los tiempos”

A MANERA DE PROLOGO….

COMENTARIOS DE QUIENES TUVIERON LA GENTILEZA DE LEER Y COMENTAR POR ESCRITO ESTAS MEMORIAS.

ERWIN CADENAS Y ANITA Apreciado Omar. Tu propósito es digno de elogio por las pautas temáticas que tratas: la amistad y su dignificación, el disfrute de la vida en toda su amplitud, la solidaridad con los pueblos, la importancia de la academia y su interrelación con la extensión universitaria, la bohemia como el mejor invento del hombre por compartir, crear y producir, lo hermoso del ser familiar, los divertimentos que permite la vida (tú los llamas muy bien "las jodas" y así debe quedar plasmado en tu texto), los viajes y sus posibilidades culturales y recreativas y esa técnica vitalista de la conquista, que entre palos y lunas de medianoche,  el "hermano de Terepaima" llamó una vez la técnica de la mano muerta (acerca de ella te haré un comentario breve por si lo consideras pertinente para incorporarlo a tu

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trabajo)......... para este fin de semana espero enviarte las primeras observaciones y demás comentarios... espero confirmes recibido para continuar en línea de contacto. Abrazos afectuosos a toda la familia de mi parte y de Ana............Erwin..............

OMAR HURTADO RAYUGSENApreciado Tocayo No tengo palabras para expresarle lo agradecido que estoy por este extraordinario regalo. Usted no se imagina cuanto disfruté durante su lectura. Déjeme decirle que le hice una rápida revisión y, recuerde que soy educador, como suelo hacer con los materiales que considero importantes, (que modesto soy, ¡verdad!), lo coloqué en la lista de los que deben ser leídos más de una vez. No sé de dónde saca que usted no es nadie para estar escribiendo sobre usted. Me parece que allí, precisamente, radica la razón de fondo: "usted es usted"; y como dijo alguien, a quien ambos admiramos integralmente, "la vida es lo que uno recuerda para contar". Permítame hacerle una sólo observación. No espere veinte años para añadirle lo "que haya vivido, comido y bebido hasta entonces". Asuma desde ahora como una tarea permanente la reelaboración incesante de estas "Memorias de Bohemia, Viajes y Joda".

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Léalas y reléalas con parsimonia, corríjalas y reescríbalas con pasión de orfebre, (así dicen que escribía Don Francisco Tamayo), añádale y quítele lo que su corazón de padre que prohíja le dicte, y (sobre todo), déselas en letra menuda a un público mayor que anhela con ansias conocer estas historias de vida. Afortunadamente el proceso que nos involucra ha multiplicado las posibilidades de publicar, las mismas que antes eran tan reducidas para beneficio de unos pocos. Si considera que en algo puedo serle útil en esta vía, por supuesto que estoy a su orden. Un saludo afectuoso y solidario para usted y sus seres queridos, especialmente para mi estimada profesora y amiga Yecenia.

IVAN “CACHUPA” BRICEÑOCoño TIRABESITOS esa vaina esta del carajo; le he dado una sola lectura y no me he parado de la computadora ni a tomar agua. Me he reído más de la cuenta, en algunas ocasiones me puse nostálgico pero al final he disfrutado una enormidad de los relatos y el que más me impactó fue el primero. Fenomenal!!!!!!!!!!Pienso que no será el único y cuando vuelvas a tomar la pluma tecnológica recuerda narrar o incluir algunas cosas: Tienes que recordar más aspectos relevantes de los PAVONES. Consulta con Arnold, Francisco y Héctor la historia de Pepe Glamour.En una oportunidad hicimos un viaje con Pablo Zapata y el tipo demostró unas cualidades poéticas extraordinarias al recitar dos versos; ya tú nombraste uno de ellos:Morón pueblo oscuro Si el mundo tuviera cuerpo

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Tú fueras el hueco‘el culo    El otro es mucho más expresivo y dice así: Dijo el sabio alemán Que no coja vieja puta Porque le suena la cuca Como colmillo’ e caimánCreo que debes decirle a este poeta que te envíe unos versos para enriquecer tus relatos. Tengo otra cosa que decirte: me cuesta creer esa postura MONOCUCA durante el viaje de Beijing; más que todo recordando tus apreciaciones sobre las bondades de un BURDELITO SERIO. Ja, ja, ja.....Me tomé la libertad de hacerle llegar este correo a Mano Loca y Raúl López, quienes me lo solicitaron después que les conté al respecto.                    RAFAEL GUSTAVO GONZALEZ

...hasta que te decidiste a  echar los cuentos. Ya la parte más difícil la venciste atreverte a escribir esas vivencias, esas reflexiones. Ahora viene la carpintería, que requiere un poquito de paciencia. Te felicito...y ahora no te detengas. Un abrazo que incluye a Yecenia y a los chamos.

MIRIAM DECEDAAmigo, debo decirte que apenas comienzo a leer esas memorias de uno de mis panas queridos. Humberto lo ha leído completo y va y me cuenta y nos reímos con agrado. Cuando fui a cerrar el libro me encontré con el final y lo leí, me encantó por lo de los afectos, eso es lo más

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importante que tenemos en la vida, recibe un gran abrazo extensible a tus cuatro hijos y a Yece. Saludos. Miriam Deceda.

EVARDO CORCEGA

Chamìn, que reseña tan maravillosa en tus "Memorias de bohemia de viajes y de jodas", de verdad te felicito por esa forma jocosa y literaria, y la memoria prodigiosa, para relatar tus vivencias en el transcurrir de tu vida, en las etapas de niñez, adolescente, adulto y años dorados.  Mi hermano continúe así, recuerda que de esa forma se inició El Cabo, mira donde llegó, Premio Nobel.  Enhorabuena.  Pero como toda memoria es olvidadiza, algunas cosas no las relataste y para eso existen amigos de farra, como yo, para recordarte esos instantes que vivimos y que no aparecen en tus relatos y puedas incorporarlos en la segunda edición, tales como: lo que sucedió en el ascensor de la Torre Eiffel el Paris, junto con María Eugenia (hija), Pablo Zapata, Oscar Colmenares y yo, viste dos muñequitos y dijiste que solo cabían dos y de pronto  abrió el ascensor y tenía capacidad para treinta personas y nos reímos todos.  En el baño de la misma Torre, Pablo Zapata se secaba las manos en un rodillo de tela, quería arrancarlo como si fuera una servilleta y como la gente lo miraba con extrañeza exclamó "Indio me llama la gente".  Cuando atendiste el vendedor de ollas en el apartamento de la Fundación de Maracay, lo insultaste y una hora después el mismo vendedor volvió a tocar la puerta, abrió Yecenia y el tipo exclamó "Hija tu papá si es arrecho".  En el viaje que hicimos a China, regresamos a la Ciudad de Barcelona, al día siguiente te pusiste a llorar por la nostalgia que tenías por no ver a Vida (Yecenia) y te

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regresaste con Gallup y Mariano Crespo.  Un saludo fraternal,      Evardo.

YECENIA GARCIA VELAZQUEZ

Vida, ya le distes las últimas pinceladas a tú creación literaria, que mucho le puede servir a aquel que lo lea, a la luz de la solidaridad, la amistad verdadera, el trabajo responsable con ingenio, creatividad e innovación, para ser padre cariñoso siempre amigo de sus hijos, ser hermano, primo, tío, cuñado, yerno, suegro consecuente con los valores de amor y los principios católicos, sin serlo, sin ir a misa todos los domingos, un comprometido revolucionario desde temprana edad y en especial dedicado a una joda sana ( soy testigo de ello). Al escribir esas líneas, que relatan algunos hechos del pasar por esta vida terrenal, debes estar plenamente convencido de que has vivido intensamente y, finalmente, te digo que solo se vivencia lo que recordamos y vaya pues…. ¡qué increíble memoria para recordar cada detalle vivido¡Ahora tienes otro reto: escribir la segunda versión con los hechos que faltaron en este libro….. que son unos cuantos ¡

PARA: OMAR LÓPEZDE: DIEGO ANTONIO “TOÑO” RIVEROMIL PALABRAS PARA OMAR(O AMAR)*Bueno, Omar; debo comenzar por decirte, que leí y me gocé de cabo a rabo tus memorias, que más que memorias, es una sarta de vivencias tuyas con compañeras y compañeros muy propias y propios de tu entorno. De seguro, no están todas, pero, como buen orfebre de la

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escritura, aprehendiste las más resaltantes y valiosas consideradas por ti. Celebro tu ánimo, de contarnos cosas que te han ocurrido en el discurrir de tu vida; la mayoría de nosotros, pasamos esas vivencias por alto; es decir, no le paramos ni un soquete. Tú, eres el segundo de mis amigos jucheanos, que ha osado transitar y escribir sobre bohemia, viajes y joda. El primero fue Francisco Aguilar, nuestro amigo jucheano de Costa Rica. Contigo, no sólo he compartido barra de botiquines; también muchas vivencias que no están en tus memorias, aunque otras sí. Empero, no estás infringiendo ninguna norma, toda vez, que se trata de lo más afín a ti. Los relatos, tienen de todo un poquito; por un lado, alegrías, que son las que menos duran en la vida; por ello, cuando una vez le preguntaron a Facundo Cabral, que entre la felicidad y la depresión, cuál escogería, de inmediato contestó: la depresión, y acto seguido alegó: porque me dura más. Asimismo, hay tristezas, que de algún modo suelen acerarnos en la contingencia diaria; y arrecheras (como tú le llamas, a esos momentos insoslayables de la vida), que de igual forma, forman parte de la existencia. Sin embargo, entre marcharnos a ese mundo desconocido y quedarnos acá, llevando y echando vainas, parece que decidimos por lo segundo. ¿No es verdad, mi apreciado Omar? Así pues, continúo en el desmonte de tus memorias. Quienes con seguridad, están henchidas y atestados de felicidad, son: Yecenia, tu amada esposa, tus hijas y tus hijos, y todos aquellos y aquellas, que han podido compartir contigo la barra de un botiquín (me cuento entre ellos, y gozo la misma felicidad).También yo tuve la gentileza de leerte, y por ello comento estos buenos escritos tuyos. Era un compromiso contigo, y más que un compromiso, es el deber de un amigo, de leer las obras de los amigos. Te confieso, que cada vez que me

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regalan un libro, lo leo, y luego se lo comento al escribidor (o escritor, si prefiere), y por supuesto, con el halago pertinente, ya que, por muy poco que uno pueda apreciar de la lectura, alguna enseñanza queda. No es tu caso, mi querido memoriante; pues, por el conocimiento y el compartir que nos une desde hace años, hay muchas memorias en tu libro, de grata recordación. Capítulo aparte, y obligado, en esta reseña, es el comentario que hacen, dos, de tus dilectos amigos: Erwin Cadenas y Anita. Al igual que yo, no perdieron una línea. Ellos destacan, como de primordialidad, tu amistad y solidaridad con los pueblos del mundo (internacionalistas, al fin); sin segregar la “bohemía” (como la pronuncia un cantante caribeño) como el mejor invento del hombre. ¡Qué bueno es Erwin, escribiendo; me quito el sombrero! Al “hermano de Terepaima”, a él y a Alexander Moreno, les adjudico “la técnica de la mano muerta”, teorización que harán ellos en su debido momento, por lo erótico, humorista y atrevido del tema. “Yo no soy nadie para estar escribiendo de yo”; cuasi que de esta manera se expresa nuestro camarada Omar, y Omar Hurtado (un curruña del autor) lo describe. Coincido con Iván “Cachupa” Briceño; cuando le dice al autor: “Esa vaina está del carajo”. Creo que tenemos la misma impresión, sólo falta, la impresión del libro, para que lo disfruten un mayor número de amigos y camaradas del literato. No tendremos en este libro, la buena prosa y poesía que hubiera podido plasmar Pablo Emilio Zapata. Desde donde esté, estimado Omar, estará gozando de tu obra. Tal como era: dicharachero, jodedor, viajante, poeta escatológico, y por sobre todo, un camarada excepcional. ¡Omar! Sácame de esta disyuntiva: ¿Mano Loca y mano muerta, será lo mismo?

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Prosigo en la seriedad de este libro, Omar; que ya no es tuyo, sino de la humanidad que lo lea, y de la humanidad con que lo lean. Otro (tu amigo) que se honra y te honra en leer tus historias, Rafael Gustavo González. Es que tu libro, Omar, lo condensan quienes te hacen prólogos, prefacios, proemios, prolegómenos, presentaciones y hasta epílogos. No faltó el cariño de una dama que te quiere y aprecia: Mirian Deceda. Yo sí creo, que Evardo Córcega te dijo “Chamín”, porque de estatura tú eres muy pequeño, y eso, en esta sociedad de gigantes, es un hándicap; pero, eso lo anula tu gran corazón. Lo puedes tomar, Omar, como aquel pasaje en el libro “El General en su Laberinto” de Gabriel García Márquez, donde uno de los generales en el lecho de Bolívar, ya muriendo el Libertador, le dijo: Mi General, lo importante es que no se nos disminuya por dentro. Y como última pincelada para tu libro, querido Omar, la hermosa opinión de la mujer con la cual compartes todo en tu vida: Yecenia. Quien mejor que ella, para cerrar con broche de bohemia y jodas, éstos (tus memorias) relatos que nos han hecho alegrarnos, entristecernos y arrecharnos (por qué no, si es de humanos) al auscultar en tu obra cosas que sabíamos y otras que no. Bueno, Omar, así empecé este parecer mío sobre tu creación literaria. Imagino que ya hiciste tu propedéutico de nado; ya que, se metió en aguas profundas y el salvavidas es sólo un adminículo en estados de necesidad. Enhorabuena, mi novel escritor. De Toño Rivero y María Auxiliadora Álvarez. Nota. El escrito que deferentemente te lego, es producto del cariño que en familia profesamos hacia ti, y, quisimos hacerlo de solo mil palabras para Omar (o amar)*, y rememorar situaciones que hemos vivido en diferentes latitudes y longitudes, pero que todas nos han llevado a ser más amigos. Cordial y afectuosamente.

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BUENO…., AQUÍ VOY, COMO INTRODUCCION….

Comenzar a escribir, como dicen muchos escritores de renombre, siempre genera una angustia, es parecido al temor de lanzarse a una piscina, sobretodo, si no sabemos nadar. Hay temores iniciales y no encontramos la forma de encarar esta tarea. Esto es normal, pero para escribir sobre la vida de uno mismo, es más difícil, porque siempre surge la duda y la pregunta < ¿Quién carajo soy

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yo, para estar escribiendo sobre mí mismo?> Eso suelen hacerlo los notables, los que, supuestamente, tienen mucho que decir. Pasé tiempo pensando en eso y, al final me dije, <pal carajo todo el mundo, soy libre para contar mi vida a los míos>, pero, igual, surgió otra duda. < ¿Entenderán mis amigos que haga pública situaciones que sólo son parte de la historia de cada uno?> Bueno,… Aquí también me dije: <Lo que voy a narrar no tiene la intención de perjudicar a nadie y, quienes se arrepientan hoy de haber compartido conmigo, bohemia, viajes y jodas, que me perdonen, pero no podía callar eventos tan importantes para un trabajo como éste>. Hecha estas dos consideraciones necesarias, me lanzo en el camino de escribir sobre mi vida, respetando sólo aquellas incidencias que pueda crearle problemas a alguna amiga. No quiero hacerlo cronológicamente ni atado a ubicaciones geográficas, ordenadas por países o continentes. “Memorias de Bohemia, de Viajes y de Joda”, son relatos para que mi familia y mis amigos algún día me recuerden y mis hijos e hijas tengan elementos para discutir y rechazar los consejos que los viejos solemos dar, olvidando las vainas que echamos en la juventud y en la “vejentud”. Algunos de ellos pueden parecer inventados o imaginarios, pero les aseguro que todos son rigurosamente ciertos.

INICIACION EN LA JODA SERIAObligado es comenzar por mi primer viaje al extranjero, a la edad de 18 años, a la ciudad de Cúcuta, Colombia. Fue un viaje no planificado, sino producto de la aventura que se nos ocurrió a Orlando Sandoval, Gustavo Fernández, Alfredo y Juancito Sandoval y a mí. Todo comenzó con la propuesta de Juancito Sandoval de ir a San Cristóbal a vender Mentol “José Gregorio Hernández”, preparado por

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el mismo en su casa y que ya había sido comercializado en las barriadas de Valencia. La propuesta era que él nos cubría el pasaje, la comida y el hotel en San Cristóbal y nosotros vendíamos el mentol, casa por casa. La técnica de trabajo era pasar por cada casa, dejar las dos cajas de mentol y hacer una marca con una tiza, y luego regresarnos, por las marcas dejadas, para ver quien estaba interesado. Éramos unos muchachos que apenas habíamos salido por los alrededores de Valencia, pero la aventura nos alentó y emprendimos el viaje hacia San Cristóbal y nos alojamos en un hotel de nombre Valencia, por casualidad. Estaba ubicado cerca de los tribunales de San Cristóbal, en el centro. El negocio consistía en vender una caja por dos bolívares y le regalábamos una a quien la comprara. Salimos la primera mañana, bajo un intenso frío, a vender nuestro milagroso mentol y muchas viejitas nos reclamaban que nos habíamos perdido y que ya les hacía falta este mentol, lo que demuestra que otros embaucadores ya habían pasado por allí. La venta de este mentol era precedida por una explicación de sus bondades y por un milagro que se producía en cada casa visitada: La cajita del mentol tenía una imagen del rostro de José Gregorio Hernández, con un punto en la frente. Le pedíamos a las viejitas o viejitos, que miraran fijamente ese punto por unos segundos y luego mirara al cielo; como milagro, la imagen del santo se veía en el cielo producto de la fijación de la imagen en la vista y su proyección hacia el espacio (hagan la prueba con cualquier imagen y verán los resultados). El negocio marchaba exitosamente, para alegría de Juancito, quien era menor de edad para la época, pero era un “avión” para los negocios. Sin embargo, pensando que ya el mercado de San Cristóbal estaba agotado, se nos ocurrió la brillante idea de irnos para San Antonio del Táchira y allí se produjo la primera

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debacle. En primer lugar, me ocurrió que cuando regresaba a una casa donde había dejado las dos cajitas de mentol, ésta era habitada por un guardia nacional y me pidió permiso sanitario del producto, decomisó el maletín lleno de mentol y amenazó con llevarme preso. Como pude, ubiqué al grupo y les señalé que debíamos salir de San Antonio por lo del guardia nacional, en la alcabala de Peracal, nos pararon de nuevo y nos decomisaron toda la mercancía. Llegamos derrotados a San Cristóbal, pero al día siguiente reiniciamos la faena, y logramos recuperar el negocio. Debo informar de que quien administraba los recursos era Alfredo Sandoval, hermano mayor de Juancito. Una tarde se nos prendió el bombillo, con lo que habíamos acumulado de ganancias, y planificamos un viaje a Cúcuta, a conocer directamente lo que tanto habíamos oído de otros amigos mayores que nosotros: Visitar la casa de las Muñecas, el Hong Kong, ubicados en una zona llamada La Ínsula. Eran famosos prostíbulos de esa ciudad colombiana, que ningún miembro de nuestra generación dejó de conocer en algún momento. Llegamos a Cúcuta como a las tres de la tarde y ni siquiera miramos la ciudad, nos fuimos directo a la Casa de las Muñecas, el más famoso de todos. Éramos cuatro: Orlando Sandoval, Alfredo Sandoval, Gustavo Fernández y yo. Juancito no viajó porque era menor de edad. Cada uno escogió su pareja y se fue a su respectiva habitación, con una botella de brandy Martell. Fue un jolgorio que sobrepasó nuestros recursos y recurrimos y convencimos a Alfredo que los cubriera y con trabajo nosotros lo repondríamos en dos días. Recuerdo que salimos caminando de la Ínsula en la madrugada, hacia Cúcuta porque no había transporte ni taxi. Un taxista que venía en dirección contraria se paró y nos alertó acerca del peligro que significaba esa travesía y nos pidió que regresáramos a la Ínsula en su carro, donde

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él tenía que entregar una encomienda y luego nos llevaba a Cúcuta (Para esa época, la Ínsula estaba bastante alejada y aislada de Cúcuta). Cuando llegamos a San Cristóbal, limpios, enratonados y con hambre, la rabieta de Juancito era tremenda, nos cortó todo suministro y le quitó la administración a su hermano Alfredo. Desde ese momento, quedamos a su merced y tuvimos que fugarnos del hotel sin pagar unas noches que debíamos. Juancito se negó a pagar y nos planteó irnos a Mérida, así que la noche anterior, a escondidas sacamos la mercancía y la ropa y dejamos algunas maletas vacías y contratamos una camioneta que nos llevaría a Mérida en la mañana. Esa noche dormimos en el hotel y al levantarnos, desayunamos, después nos despedimos del señor del hotel, planteando que en la tarde de ese día cancelaríamos la deuda pendiente. La fuga se concretó en la mañana, al salir en una vieja camioneta hacia Mérida, por la carretera del páramo. Arribamos a Mérida como a las seis de la tarde, con un hambre de perro, pero Juancito nos negó recursos para comer, sólo pagó el hotel con la idea de que en la mañana produjéramos para nuestro sustento y para pagar la deuda de lo gastado en Cúcuta. Gustavo Fernández y yo nos negamos a aceptar estas condiciones y nos separamos del grupo con la idea de pedir cola para Valencia. En Mérida no había terminal de pasajeros oficial, sino unas viejas instalaciones, atendidas por un señor de apellido Hernández, quien nos informó de que de Mérida salía un solo autobús, todas las tardes, a las seis y ya eran las siete de la noche y tenía que cerrar el “Terminal”. Muertos de hambre y de frió, nos fuimos hasta la catedral de Mérida, pero todo estaba cerrado y nos quedamos a dormir en las escaleras. Como a las nueve de la noche, nos despertamos con las franelas mojadas por el frió y nos fuimos hasta la policía, que estaba cerca, Allí

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planteamos lo sucedido y pedimos que nos alojaran por esa noche. El policía de guardia, amablemente, nos dio asilo y una taza de café a cada uno. Dormimos plácidamente en el suelo pero sin frió y al despertarnos, caminamos hacia la salida de la recepción, para irnos a la calle, cuando nos detuvo otro policía que estaba de guardia. Le explicamos que el policía de guardia nocturna nos había permitido dormir allí por el frió de la calle y que no éramos unos detenidos. Sin embargo, su respuesta nos dejó más fríos que la noche merideña: <Aquí no hay ningún reporte de la guardia anterior, hay que esperar que ese policía llegue en la noche para resolver la situación.> El policía llegó como a las cinco de la tarde y nos soltaron, corrimos al “terminal de pasajeros” y hablamos con el señor Hernández, quien nos consiguió una cola en un bus hasta Valencia. Había un puesto vacío y alguien tendría que viajar encima de unas cajas de refrescos, en la llamada cocina del autobús. En efecto, a las seis de la tarde arrancó el bus, nos quedamos dormidos y yo me despierto, ya tarde y me percato que el bus está parado en medio de una oscuridad de lobos. Me levanto y salgo del bus, recibiendo un impacto del frió que hacía. El chofer me indicó que entrara, que estaban esperando que amaneciera para regresar a Mérida porque estaban accidentados. Subo y despierto a Gustavo para contarle lo sucedido y casi que lloramos de la arrechera. Como a las seis de la mañana regresó el bus a Mérida y cuando llegamos al Terminal, nos recibió el señor Hernández, muerto de la risa y nos dio para que desayunáramos, pero teníamos que esperar hasta la tarde, para saber si quedaba cupo para los dos. Por suerte, así fue y llegamos a Valencia, después de más de treinta días de aventura, limpios pero con esta experiencia vivida a plenitud y que no las hemos gozado por más de cuarenta años. Al

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reencontrarnos con el grupo no había ningún rencor y celebramos juntos lo que la mayoría había alcanzado y que constituye el balance final de esta aventura primigenia: Primer viaje al exterior, primera puta extranjera, primera experiencia de pagar caña con suficientes recursos, aunque la mayoría era de Juancito. Los testigos son, por supuesto los precitados amigos, todos viven en Valencia, Juancito es un próspero abogado y fotógrafo, Gustavo trabaja por su cuenta con un camión, Orlando vive jubilado en Valencia y Alfredo llegó a montar un buen negocio de venta de cauchos y otros equipos, lamentablemente murió muy joven, por problemas cardiacos. En mi caso, continúo, hasta ahora, festejando y disfrutando esta gran oportunidad de vivir con amor y afecto hacia todos. He predicado ante mi familia y mis panas que la vida se puede vivir sanamente, sin angustia y sobresaltos. Esto lo aprendí en mí ya lejana infancia.

VIVENCIAS DE LA ESCUELA NORMAL SIMON RODRIGUEZ DE VALENCIAEn esta época, estudiaba yo en la Escuela Normal Simón Rodríguez, de Valencia, de donde egresé como maestro de aula, mi primer título en el campo de la educación. Ingresé a la Normal, por la insistencia de Raúl Brito, quien ya había comenzado a estudiar allí. Venía de un fracaso en mis intentos de estudiar en la Escuela Técnica de Valencia, solo duré un año y no aprobé ninguna materia. José retiró mis papeles y me dieron otra oportunidad de estudiar, en una escuela artesanal, en Guacara, pero de allí me expulsaron también, por haber participado en una guerra de piedras que tuvimos con habitantes de Vigirima y un grupo de estudiantes de la referida escuela. Estos dos fracasos obligaron a José y a mi mamá a ubicarme en

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trabajos de ayudante de latonería y pintura, en varios talleres de Valencia. Fueron dos años de trabajo fuerte, aprendí las labores de ayudante de preparador de pintura y latonería de automóviles, en varios talleres de Valencia: Taller Universal, Taller Éxito, Taller Alpizt, entre otros. Después de más de dos años de trabajo, a los diecisiete años me decidí a reiniciar mis estudios, lo cual hice con un mayor grado de madurez y me convertí en un buen estudiante, tanto en el nivel medio, como en la Universidad. De la Escuela Normal Simón Rodríguez mantengo un vivo recuerdo de los profesores Pablo Mogollón, el “Gordo” Quintana, Víctor Herrera, Petrica Saldivia, Carmelo Flores, Carlos Herrera, Francisco Zapata, Marina Mora, El “Gordo” Emmanuel Miquelena, El “Negro Atencio”, Agar de Rendón, María Elena Monzón, Consuelo González, Eduardo Arroyo Álvarez, Irwin Ross, Manuel Cadenas, El Gocho Sánchez Vivas, Miguel Ángel González, Pedro “El Chino” Gramko, Juan Pastor Silva, Mery Acuña, Euclides González, Félix Octavio Aguilera, docentes de vieja escuela, algunos adecos confesos y no graduados, pero responsables y comprometidos con la formación docente. En esta misma época conocí a uno de los estudiantes más brillantes que he visto en mis años de estudio, me refiero a Jorge Preciado, quien en la Escuela Normal fue nuestro candidato en las elecciones para elegir el Centro de Estudiantes, era una plancha de izquierda, que enfrentaba a la plancha de Acción Democrática, liderada por Pedro Pablo Alcántara, el actual dirigente opositor. Los adecos le tendieron una trampa a Jorge, dejándose seducir por una estudiante, con la cual lo encontraron besándose en las instalaciones del Instituto, pecado mortal para la época. Fue expulsado y perdimos las elecciones con los adecos y Jorge tuvo que terminar sus estudios en la Escuela Normal

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Privada “El Pilar”, de Valencia. A pesar de que sigo respetando a Jorge, no le perdono que hoy sea militante de Acción Democrática. Eran años en los que también compartía con los grupos de mi barrio y con algunos amigos de Naguanagua, a través de Nelson Moreno. Ellos deben recordar que yo había profetizado la bajada de los barrios, quienes se harían justicia por sus propias manos, ante la situación de miseria en que vivían la mayoría de sus habitantes. Eso fue mucho antes del Caracazo de 1989. Recuerdo que mi amigo, Gustavo Moreno, fallecido muy joven, regentaba el club del Colegio de Médicos de Valencia y, en las noches, nos acercábamos nosotros, la plebe, a bañarnos en la piscina, que, para esa época, era exclusiva de los encumbrados médicos de la Valencia señorial. En medio de un ruidoso jolgorio, yo gritaba, < ¡mira, Almoldoni (Presidente del Colegio de Médicos para esa época), aquí está el pueblo en tu piscina, algún día te la vamos a arrebatar!> Quienes disfrutábamos de esos baños nocturnos en la piscina, Gustavo Moreno, Nelson Moreno, Camarán, Jorge Salcedo y yo, gozábamos, haciendo profecías en relación al momento en que el pueblo bajaría y arrasaría con los groseros privilegios de la burguesía. Incluso, señalábamos las paredes donde los íbamos a fusilar sumariamente. Hoy, todavía existen los privilegios, pero hemos avanzado algo y ojalá, algún día nuestro pueblo deje de ser marginado y excluido. Vale la pena narrar otro evento que me sucedió en mis años en la Escuela Normal Simón Rodríguez, de Valencia. En una época de carnaval, salió electa reina una estimada amiga, de nombre Josefina Quintero. La profesora de música de la institución, la recordada Profesora Petrica Saldivia, se le ocurrió la brillante idea de agregar un personaje a la reina del carnaval, que en la época de monarquía era muy conocido: El Arlequín, bufón que cumple un papel de

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alegrarle la vida a la reina y a sus allegados. La idea no era mala y muy original, lo malo fue que me escogieron a mí para representar este personaje. Al principio lo apoyé y quise disfrutar el personaje, pero cuando me dijeron cuál era la vestimenta, trate de zafarme de ese compromiso, lo cual resultó imposible: Una licra roja, ceñida al cuerpo, que me cubría desde los pies hasta el cuello, con un cierre larguísimo en la parte trasera. La indumentaria era complementada por un gorro de varias puntas y colores, con campañillas en cada punta. Se pueden imaginar lo ridículo que me veía, mis amigas y amigos, además de Josefina, Luisa Blanco, Judith Sánchez, Carmen Sánchez, Ofelia Parra, Nelson Moreno, Lenin Sánchez, Miguel Silva, Raúl Brito, gozaban un mundo, porque tenía que ingeniármelas para esconder “mis taparas”, como dicen algunos. Lograron convencerme con la oferta de que tenía abierta la cantidad de cerveza que quisiera, para mí y mis amigos. La fiesta se hizo en la sede del club de la Pepsicola, en la avenida Bolívar de Valencia. Pese a la incomodidad inicial, comencé a jugar mi papel de arlequín, saltando y haciendo bromas a quienes se acercaban a la reina. Muy frecuentemente, los panas me buscaban para ir a pedir las cervezas que quisiéramos. Cuando comenzaron las ganas de orinar, por la cantidad de cerveza consumida, me iba al baño con Nelson y este me abría el cierre y hacia mis necesidades, sin ningún problema. Lo que ocurrió después, fue el pago que tuve que hacer por haber aceptado este papel: En uno de esos innumerables viajes al baño, con Nelson, éste haló bruscamente el cierre y sobrevino lo inevitable, el cierre se dañó. Estuve en el baño casi todo el resto de la fiesta sin poder salir, enratonado por el tiempo que estuve allí, hasta que alguien consiguió un paltó o una chaqueta y pude salir a los salones de la fiesta, con todos mis amigos

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cagados de la risa En esos mismos años, junto a Raúl Brito, nos fuimos, entre colas y empujones, hasta El Tigre, ciudad de Anzoátegui donde vivía un viejo amigo, hoy próspero y feliz pana que trabaja en Puerto Ordaz. Me refiero al gago Omar Gutiérrez, quien tuvo después una pasantía por la cárcel de la Pica en el Oriente del país, por sus actividades políticas. Realmente, el viaje fue una aventura porque no teníamos ni para pagar el pasaje y, en esa época, finales de los sesenta, no había muchas opciones de viaje. Igual, salimos de Valencia y en la autopista conseguimos el primer empujón a Dos Caminos, donde tuvimos que dormir, rodeado de putas malas y borrachitos impertinentes, pero tomando anís con ellos para poder pasar la noche, ya que a las diez de la noche, las posibilidades de colas eran escasas para seguir. Pueden imaginarse el espectáculo de las putas, los borrachitos y los gandoleros, que llegaban también a dormir en esa encrucijada de Guárico. Casi sin dormir, conseguimos pasar la noche y en la mañana, por suerte, un señor de un Mercedes Benz viejo, nos llevó hasta El Tigre, pero todo no tenía que ser tan perfecto: En un momento en que el carro pasaba a una gandola que transportaba ganado, una res tuvo la ocurrencia de pisar su propia mierda y una enorme porción salió disparada hacia nosotros, alcanzándome a mí en pleno pecho, ya que yo venía en ese lado del carro: Les pido que se imaginen la jodedera de Raúl Brito y el señor del carro, cuando nos paramos a limpiar el asiento y mi camisa y la cara, llena de bosta de vaca. No obstante este percance, llegamos a El Tigre y pasamos dos semanas felices, bebiendo y comiendo, sin pagar una locha, en la casa de Omar Gutiérrez. Casi todas las noches visitábamos el club Nueva Esparta y nos brindaba un primo de Omar, que recuerdo era dirigente del partido FDP (Fuerza

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Democrática Popular, partido, ya desaparecido, organizado por Wolfgang Larrazábal y Jorge Dàger). Fue otra experiencia maravillosa pero que creo que marcó mi vida para tener encuentros cercanos con mierda, ya sea de humanos o animales, porque de ahí en adelante me han ocurrido cosas que, como decía al principio de estos relatos, parecen imposibles o inventadas.

ESTAS COSAS SOLO LE PASAN A OMAR LOPEZ.El primer y más famoso evento vinculado a la “mierda”, que muchas amigas y amigos me piden que les cuente y se vuelven a cagar de la risa, fue lo sucedido en Barquisimeto, al salir del edificio Nacional, sede de todos los poderes públicos, entre ellos, allí está la sede del Ministerio de Educación . Fue en la época en que me gradué de Licenciado en Educación, en la Universidad de Carabobo. Ya desde antes, me venía desempeñando como maestro de aula en Carabobo, concretamente, era maestro en la Escuela Nacional Mariara, en Mariara, cerca de Maracay. Al tener el título, me dispuse a buscar mi cargo de profesor en un liceo, pero la vaina no era tan fácil. Había que consignar una recomendación del comité de AD más cercano al domicilio que uno registraba (Cuando hoy veo jóvenes pidiendo una referencia del PSUV, para optar a un cargo o ayuda estudiantil, pienso que esa

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aberración no debe continuar en nuestro proceso político). Para mí, en ese momento militante del MIR y enemigo jurado de los adecos de mi barrio, era imposible conseguir tal referencia. La mamá de un pana, el Negro Torrealba, era empleada de la casa de un joven adeco de aquella época: Henry Ramos Allup (El hoy tristemente famoso carevieja). Ella habló con él y este me dio la referencia, señalando que me conocía y que agradecía a las autoridades de la Zona Educativa de Carabobo, que me ayudaran a resolver el problema del cargo como profesor. Muy ufano, me voy a la zona educativa y entregué los recaudos: Título de Licenciado, Fotocopias de cuanta vaina Dios creó y la referencia de Henry Ramos Allup. Me hicieron pasar a una sala de espera y, al rato, salió un personaje que me conocía de la Universidad y con la carpeta mía en sus manos, irónicamente preguntó < ¿Quién es Omar López?> Cuando me paré, me la soltó de frente y sin tapujos: <Profesor López, mientras yo sea autoridad educativa en este Estado, Ud. no entra a trabajar> y me regresó mis papeles. Se pueden imaginar la arrechera que cogí ese día, pero, bueno, me dije son vainas que pasan. Simultáneamente con este hecho, les cuento que para poder solicitar el cargo de profesor, tuve que renunciar al cargo de maestro, con el cual me mantenía y mantenía a mi corta familia: Miriam, mi esposa de esa época y mi primera y bella hija, Marielena. En medio de la desesperación, un compañero de estudios de la Universidad, que era de Barquisimeto, se ofreció en ayudarme, por sus conexiones con AD en Lara. Me manifestó que me fuera que él ya había hablado con un amigo en el Edificio Nacional, Director de la Zona Educativa, era un margariteño, creo que de apellido Utrera, que debe estar dando vueltas todavía en la quinta paila del infierno. Esperanzado, me vine a Barquisimeto y

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llegué hasta el octavo piso del Edificio Nacional, a esperar la entrevista con este tipo que les mencioné anteriormente. Cuando pude pasar a su oficina, me pidió la carpeta, la revisó cuidadosamente y me dijo que estaba conforme, pero tenía que entregar también un informe de un comité de AD de Carabobo, para poder procesar la solicitud. Caí tal como Condorito, me repuse y salí a la calle, arrecho. Caminé hacia la Plaza Bolívar y en la primera esquina que da con el Edificio Nacional, veo una bolsa marrón, de las usadas para envolver y le lanzo una patada, para drenar la arrechera. < ¿Se lo imaginan?> < ¡Sí!> La bolsa estaba llena de mierda y me saltó hasta la media pierna del pantalón. Era mierda humana, creo de borracho por lo hediondo. No me quedó más que sentarme en una fuente de agua a limpiar mi desgracia, lloré de la arrechera y me regresé a Valencia. Como ven ese fue mi segundo encuentro importante con la famosa caca, como dicen los colombianos. Otro hecho que me ocurrió y que está vinculado con la deposición humana, sucedió durante mis prácticas profesionales, para graduarme en la Universidad de Carabobo. Una de esas prácticas las realicé en la vieja sede del Liceo Enrique Tejera, que quedaba en el centro de Valencia. Estaba a la espera para iniciar mi clase de práctica, cuando, por los nervios, el estómago comenzó a rugir y a pedir baño. Veo uno cerca de donde yo estaba, abro la puerta y observo un rollo de papel sobre el tanque de la poceta. Me dije, estoy hecho, que suerte he tenido. Cumplo con mis necesidades y con mi brazo derecho intento agarrar el papel sanitario, pero no lo siento y cuando me volteo era un pote blanco de esos de avena, sin etiqueta, la vista y la necesidad me engañaron y me hicieron ver este pote como un rollo de papel. Ya faltaba poco para sonar el timbre de inicio de clases y yo encerrado en el baño. Medio abrí la puerta, como pude,

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me subí el pantalón y vi mi salvación: El diario El Carabobeño, que siempre cargaba conmigo. Di un salto hasta la silla donde estaba el periódico, volví al baño y resolví la situación pero se pueden imaginar lo sudado que estaba, los nervios a punta de estallar y tener que dar una clase de prácticas, con todo lo que ello significa, por eso siempre digo, esas vainas me pasan a mi nada y por eso se las cuento, para que vean que la vida no siempre es color de rosa y la caca siempre se nos atraviesa. En cuanto a mis siguientes relatos, no volveré sobre ella porque es bastante desagradable recordar cosas tan hediondas, ojalá que en lo que me reste de vida no tenga un nuevo encuentro de este tipo y si lo tengo, no se los voy a contar. La vida misma es ya un problema serio para tener que contar este tipo de cosas, pero a mis amigos les agrada recordar y nos reímos cuando yo les cuento y surgen comentarios de quienes han pasado por experiencias similares. La moraleja es que a pesar de que te llenes de mierda, en algún momento te servirá para reírte de ti mismo y para hacer reír a tus amigos, recuerda que no hay mal olor que dure cien años ni nariz que lo resista. Dicen que la vida está llena de las cosas que uno hace y las cosas que le hacen a uno. Lo ideal es el equilibrio, como dicen también, dando y llevando.

BEBER Y VIAJAR: ALIMENTO DE LA VIDA (LOS VIAJES A CUBA) En lo que tiene que ver con beber y viajar, los viajes a Cuba, iniciados en 1982, desempeñan un papel importante de las cosas que uno hace. En uno de esos viajes a Cuba, formamos un grupo con Yecenia, Evardo y Leticia, Humberto y Miriam, Pablo y Lelys, Ramón y Noris y el chino Hung, quien viajó solo y una hija de la profesora

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Belkis Izaguirre. Casi terminando nuestra estadía en Varadero, surgió un problema porque en uno de las habitaciones faltaba un paño y lo estaban reclamando. No sé si es cierto pero el paño estaba en el bolso de Evardo o alguien se lo colocó, lo cierto es que le agarramos una jodedera, por ladrón de paño, que hizo que una persona como él, no la aguantara y duró dos días arrecho y sin salir de la habitación en el hotel Deauville de La Habana. Dicen que verdugo no pide clemencia pero éste la pidió y tuvimos que pedirle disculpas para que se reintegrara al grupo. En otro viaje a La Habana, junto a Cruz González, Arnold Arias y Francisco Valdivieso, dimos una “lección” a varios amigos cubanos, de cómo se bebe cerveza. Para este viaje, los cuatro hicimos un pote de cuatrocientos dólares para gastos grupales, administrados por Cruz. El primer día, nos sentamos en la barra del Hotel Nacional y nos bebimos todas las cervezas que había en ese momento. El cubano que nos atendía, estaba asombrado, sin embargo, para rematar la faena de comportamiento, salimos del hotel por la parte trasera, unos jardines que conducen a la avenida del Malecón, muertos de la risa y nos salvamos de ir presos porque el conductor de una buseta de turismo nos recogió y nos llevó hasta el hotel. El fondo económico para toda la semana, se acabó en una tarde, gracias a la administración de Cruz González. Por feliz coincidencia, ese día encontramos en la barra del Hotel Nacional a Aníbal Nazoa, su bella esposa y a Arístides Medina Rubio, a quien sus amigos de Maracay, entre ellos Omar Hurtado, llaman Mondongo. Con estos personajes conversamos un rato y celebramos haberlos encontrado en Cuba. Con Cruz González, quienes lo conocen saben que es un personaje, viajé en otra oportunidad a La Habana, a llevar, junto con una funcionaria de la Embajada Cubana en Venezuela, una

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réplica de una espada de Simón Bolívar, que había sido donada a la Casa de Bolívar de La Habana. Todas estas gestiones las realizó nuestro eterno amigo Ernesto Wong, en cuya casa en La Habana compartimos parranda y comida, con Belkys y Carlitos, un niño para esa época. Durante el vuelo de Cubana de Aviación, Cruz conversó con uno de los sobrecargos del avión y en su clara verborrea revolucionaria, casi obligó al cubano a que nos trasladara para la parte reservada a los sobrecargos y aeromozas y allí comenzamos a beber cerveza, durante todo el vuelo. Al llegar al aeropuerto, Cruz hizo una faena similar con uno de los militares del aeropuerto y antes de chequear la salida, nos caímos a cerveza, en un barcito interno. Con nosotros se quedó un venezolano, valenciano por más señas, quien se empató a beber también y, cuando estaba de lo más emocionado, llegó su mujer, de 1.50 de estatura y flaquita y le armó tremendo peo y se lo llevó. El tipo nos explicaba que era su primer viaje a La Habana y vivía con esa cubana y su propósito era conocer a la familia. (Por lo ocurrido, creo que ya no deben estar juntos). Una vez que el tipo fue arrastrado por la mujercita, seguimos bebiendo y casi nos dejan sin chequear, el militar nos ayudó, pero ya el bus que trasladaba a la Habana ese vuelo se había marchado y el aeropuerto estaba a punto de cerrar. El militar nos consiguió una cola con una camioneta de Cubana de Aviación, pero igual, este personaje que es Cruz, lo hizo parar en todo sitio donde se consiguiera cerveza. Cuando llegamos al Hotel Sevilla, ya las habitaciones habían sido asignadas y tuvimos que esperar un rato para que nos ubicaran. Cerca de la recepción había un barcito y hasta allí llegamos, para seguir la parranda, que terminó con Cruz cantando con el grupo musical que tocaba en el bar., bajo fuertes aplausos de algunos turistas que estaban allí.

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Cuando digo que este Cruz González es un personaje, es porque con él he vivido, he bebido y he disfrutado más que con muchos de mis más antiguos amigos. Son muchas las anécdotas con Cruz pero la más famosa tiene que ver con la vida de uno de los cantantes cubanos más conocidos y queridos en el mundo: Barbarito Diez. En ese otro viaje a Cuba, con Cruz, su esposa Yoli y el hijo de esta pareja, Crucito, bien pequeño, visitamos a unos amigos cubanos en Víbora Park, famoso barrio de La Habana. Conversamos de todo y bebimos y comimos de todo. En un momento de la conversación, surgió el nombre de Barbarito y la importancia de su historia para Cuba y América Latina. El papá de Humberto, el amigo cubano que nos atendía, nos dice que Barbarito Diez vive muy cerca de su casa, pero que está muy enfermo. Cuando Cruz escuchó esto, se paró como un resorte y convenció al viejo para que fuéramos a visitar a Barbarito o por lo menos, conocer su casa. Bajo esta condición, sólo pasar por la casa, salimos Humberto, su papa, Cruz, Crucito, Yoli y yo, a visitar a este célebre cantante cubano. Realmente, apenas caminamos unas dos cuadras y llegamos hasta la cerca de la casa de Barbarito. Una persona que vio el movimiento, desde el interior de la casa, se acercó y nos preguntó qué deseábamos. De inmediato, Cruz le dijo que éramos venezolanos y que admirábamos mucho a Barbarito Diez y que nos gustaría conocerlo y saludarlo. Esta persona entró a la casa y salió con uno de los hijos de Barbarito, quien es médico. Nos explicó que su padre estaba bastante enfermo pero que iba a hacer lo posible porque nos saludara, ya que se trataba de unos venezolanos y Barbarito quería mucho a Venezuela. No obstante, nos pidió que no lo hiciéramos emocionar ni pedir canciones, por su estado de salud. Hicimos esa promesa y tranquilamente esperamos que

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arreglaran a Barbarito para esta visita inesperada. Salió en silla de ruedas, con un paño tapando parte del cuerpo, las piernas habían sido amputadas recientemente. Cruz, de la pea, se balanceaba de un lado a otro y cuando vio a Barbarito, comenzó a llorar y a gritar < ¡Barbarito! ¡Barbarito!> Y se le tiró encima y lo abrazó, bajo la consternación de su hijo y la pelea de Yoli y yo para sostener este borracho de más de cien kilos. La silla de ruedas rodó hacia atrás y el hijo de Barbarito apenas pudo contener el envión de Cruz. Superado este “pequeño” percance, a Barbarito le vino un momento de lucidez y preguntó por Venezuela, cantó Mujer Merideña, por solicitud de Cruz, ya que Yoli es de esa ciudad y luego hizo un profundo silencio, que nos obligó a salir de inmediato, con la urgencia de volver a la casa de Humberto, para reírnos de lo ocurrido. Pero no crean que este cuento termina aquí. Un año después, volvimos Cruz y yo a Cuba y fuimos a conocer el jardín botánico de La Habana, para buscar información para un jardín que se iba a instalar en Tucupita. Nos asignaron un botánico para hacer un recorrido por las instalaciones del jardín, quien nos explicaba claramente sobre cada una de las plantas, su procedencia, usos, y demás características. En un stand de exhibición, vendían ron cubano, nos detuvimos y, como siempre, Cruz compró una botella y comenzó a servir tragos puros tanto al botánico como a mí. Yo, que lo conozco, pasaba algunas veces, pero el botánico iba parejo con Cruz y casi se beben la botella completa. Como era de esperar, casi al final del recorrido el pobre tenía una pea que no podía ni sostenerse y nos pidió que nos despidiéramos nosotros de su jefa, porque se iba a dar cuenta de su situación. Así hicimos y salimos del Jardín Botánico dejando a un cubano con una tremenda rasca, para que no nos olvide más nunca. En el viaje de regreso a

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La Habana, vimos un aviso: A la derecha, Víbora Park. La luz se nos encendió a ambos y le dijimos al chofer, métase hacia Víbora Park y ubicamos la casa de Barbarito, otra vez. Cuando tocamos, salió el mismo hijo de la vez pasada, el médico y bajo una franca risa cubana, nos gritó, después de reconocernos, < ¡No, No, No, caballero!, esta vez, no!> Los tres, el hijo de Barbarito, Cruz y yo, lo que hacíamos era reírnos en la acera de la casa, como si nos hubiésemos conocido por mucho tiempo. Después de calmarnos, nos informó de que el viejo seguía mal, nos despedimos, siempre con las risas de rigor y a los meses nos enteramos de la muerte de Barbarito. Por supuesto, todos los testigos de este hecho están vivos, menos Barbarito Diez!

LA RUEDA DE PESCADO FAMILIAR EN VALENCIAEn la vida siempre compartimos con personajes que hacen que cualquier reunión de palos, cumpleaños, bautizos, velorios y las tradicionales fiestas de diciembre sean un verdadero jolgorio y la larga se constituyen en momentos gratos para disfrutar. En mi seno familiar, es una tradición, sobre todo el 31 de diciembre, esperar que cada persona salga a la sala con sus ropas de estreno, para iniciar una tanda de críticas y risas, por encontrar algún elemento jocoso en el vestido, los zapatos, la chaqueta o cualquier adorno que tenga elementos cursis o ridículos. Esta tradición es la más esperada, quizás por encima de la cena familiar, que ya es bastante decir. Todos pasamos el año pensando que comprar o que ponernos que no sea objeto de las burlas de los más jodedores del grupo familiar. Debo aclarar que nunca es ofensivo ni humillante y jamás ha habido roces o problemas por esto. Entre tantos momentos, recuerdo a Margot, con un vestido que parecía un chineco (Objeto musical de las parrandas tradicionales

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de Carabobo y Aragua, consistente en un palo, adornado de tiras de diversos colores y tamaños y con tapas de refrescos aplanadas, que, al moverlos, produce una sonoridad que acompaña a la parranda o agrupación musical). Incluso, Lisbeth, Carmencita, Daniela, Tania o Yuri, mis sobrinas, que son unas jodedoras de primera, sufren cuando tiene que salir del cuarto. Lo primero que hacen es vernos y se ríen, nerviosas, esperando una primera reacción de nosotros. Famosos también los anchos fluses de Teo, que hacía que Luís Felipe o Fernandito, bajo las carcajadas de todos, exclamaran que se habían agotado en Valencia, las telas del color del referido flux. Aunque nadie en la familia lo declare explícitamente, el momento de salir del cuarto, donde cada persona se ha vestido, es más expectante que el de una miss cuando sale a la exhibición, ante un jurado. En el rostro se nos ve la tensión y luego suspiramos, si pasan unos minutos y no ha surgido todavía un comentario o chiste, sobre nuestros atuendos. Unos de los últimos, que recuerdo y todavía me río, fueron los pantalones de Tamara, que parecían la parte de abajo de una piyama o pijama (rayas verticales rojas, sobre fondo gris). De inmediato surgió la chanza de que en la clínica donde trabaja Tamara, estaba un anciano reclamando el pantalón de su piyama, gritaba que se la entregaran o demandaría a la clínica. La alusión al pantalón de Tamara es obvia y la gozamos bastante. Esa misma noche se presentó Taymir y una de las morochas de Yuri, con una faja negra, ceñida a la cintura, parecidas a las que usan los trabajadores de ferreterías que levantan mucho peso en su trabajo diario. Igual, surgió la joda de que ambas trabajaban en Ferromat, nombre inventado de alguna ferretería y que venían directas del trabajo. En una oportunidad, en una barra de una tasca de Puerto Ordaz, Luís Felipe y Fernandito,

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ambos llorando de la pea, me confesaron que lo que más añoraban ellos de Valencia no eran la familia, ni los hijos, ni los amigos, ni el Magallanes o el Caracas, sino la “rueda de pescado” familiar que se armaba en la casa de Valencia, en cualquier momento del año. En una oportunidad, Teo y Alexis, ambos pesan más de 300 kilos juntos, hablaban de que iban a comenzar una dieta, consistente en pulverizar conchas de naranja y licuarlas con agua, para hacer un brebaje. De inmediato, la chispa de Fernando lo hizo exclamar: <Carajo! Las empresas que procesan naranjas en Carabobo van a quebrar>, en una clara alusión a la cantidad de naranjas que había que usar para hacer rebajar a estos dos gordos de la familia. Se pueden imaginar la explosión de risas que produjo este comentario. Muchos amigos me comentan que les encanta ir a nuestras fiestas, más por estas jodederas que por bailar, comer o beber. En muchos casos, creo que es cierto, salvo lo de la bebida, porque quienes han ido o han disfrutado de alguna de nuestras rochelas, cada vez que nos vemos, le dedicamos un rato largo a recordar estas jodas. Las diferentes generaciones de mi familia siguen disfrutando el espectáculo de Margot y José, bailando y jodiendo, como en los viejos tiempos. Mis dos hijas, que viven fuera de Venezuela, cuando hablamos por teléfono, me preguntan sobre los últimos chistes o inventos jocosos, ocurridos en fechas recientes. Es una tradición familiar que, ojalá, nunca se termine y soy optimista de su permanencia, porque los muchachos, mis hijos Fidel y Luís Omar y mis sobrinos Wilder, Wilson, Wilton, Luís Felipito, Adrián, Eduardo, parecen haber heredado este genio de joder sanamente en las fiestas familiares. Yo los observo, y me siento orgulloso, como el padre que ve a su menor hijo, hacer un buen lance, una actuación única en cualquier deporte o una interpretación musical estupenda.

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Me digo a mí mismo, estos chamos son la generación de relevo de la jodedera familiar!

SOBRE LA NO CONTRADICCION ENTRE BOHEMIA, ESTUDIO Y TRABAJO INTELECTUAL Creo que una moraleja que podemos desprender de lo contado hasta el momento, es que estudiar, trabajar, ser buen padre o buen esposo, tener responsabilidades profesionales y políticas, no está divorciado, ni debe estarlo, de la joda diaria ni de la bohemia. La hermandad y la familiaridad obligan a vivir y celebrar los momentos, sin necesidad de entorpecerlos con otros compromisos en la vida. Lo contrario es “vivir” y estar “muerto” para la esencia vital de compartir y conocer. Siempre he creído que los carajos serios, muy formales y circunspectos, ocultan algo muy “serio”. Cuando uno habla de estas cosas, nuestra generación recuerda aquel personaje de Joselo (Famoso comediante de la televisión venezolana), el Licenciado Esparragoza, quien manifestaba no beber ni llevar a sus labios, el pecaminoso licor, pero cuando alguien lo convencía de que probara un sorbito, por razones sociales, se emborrachaba rápidamente y comenzaba a buscarle bronca a todo el mundo, convirtiéndose en el hazmerreír de la fiesta o la reunión. Todo esto viene a cuento, porque a veces, en nuestro tránsito vital nos encontramos con este tipo de personaje. Yo recomiendo no tomarse ni un trago con ellos ni mucho menos, viajar en su compañía, ni siquiera a la esquina.

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Casi siempre, mi círculo de amigos han sido tipos jodedores, alegres, bohemios, buenas copas pero trabajadores y excelentes profesionales. No quiero que se trasmita la idea de que la bohemia y la joda es un ideal de vida, en desmedro de los estudios y el desempeño profesional. Quienes me conocen, saben que durante mucho tiempo he participado en actividades políticas, culturales, de investigación, de trabajo en barrios, zonas indígenas y campesinas y he contribuido, con muchos y valiosos camaradas, a generar políticas de inclusión social, solidaridad y de preparación política de los sectores más desposeídos del país. Testigo de ello han sido las comunidades de barrios de Valencia y Maracay, zonas indígenas de Delta Amacuro y Amazonas, sectores campesinos del municipio Torres del Estado Lara. Sin embargo, que sabroso es recordar las parrandas vividas y bebidas, en nuestra historia.

PARRANDAS INOLVIDABLES E IRREPETIBLESMuchos de mis amigos coinciden en que una de las más famosas fue la que tuvimos Cachupa Briceño, Arnold Arias, Francisco Valdivieso y yo, en la Tasca del Restauran la Tertulia, en la Candelaria, Caracas. Llegamos al sitio como a las once a.m. y nos tomamos unos aperitivos, antes del almuerzo: una botella de whiskey y unas cuantas cervezas. Debo aclarar que quien nos trasladó hasta el sitio, fue la pana Miriam Deceda, quien se quedó con el carro de Cachupa, con la idea de regresar después de almuerzo. Lo cierto fue que almorzamos, después de terminada la primera botella, continuamos con varias tandas de sambuca, anís y otros licores dulces, para bajar la comida. Después de haberlo logrado, pedimos otra botella de whiskey, creo que nos tomamos dos y luego pasamos a tomar vino blanco, para prepararnos para la

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cena, que tuvimos allí mismo, sin pararnos. Fueron varias botellas de vino blanco. Cerca de nosotros estaban unos españoles, discutiendo pendejeras de fútbol y tomando vino, como nosotros. Después de cenar con algunos pasapalos variados, pedimos una botella de vino tinto. Para sorpresa nuestra, el mesonero se negó a servirla, no porque tuviera dudas sobre el pago de la cuenta, sino por la cantidad de aguardiente que habíamos bebido. Asombrado, nos decía, < ¡Estos españoles, que están acostumbrados a beber vino, se han tomado dos botellas de vino blanco y Uds. se han bebido como cuatro de vino blanco y van a saltar para vino tinto, tengan cuidado!> A todas estas, Cachupa tenía la servilleta de tela, colocada en la frente y anudada en la parte trasera, como una pañoleta. En ese momento eran como las siete de la noche y Miriam no había llegado. Acordamos que todos nos fuésemos en Metro hasta Plaza Venezuela, donde estaba estacionado el carro de Cachupa, pero era tan espectacular la pea que llamamos a Miriam para que nos fuera a buscar a La Tertulia. Cuando ella llegó, el espectáculo que se armó fue para contarlo, como lo hago ahora. La Tertulia tiene dos niveles y nosotros estábamos en la parte alta. No podíamos pararnos y Miriam y los mesoneros tuvieron que bajarnos por la escalera, hasta la puerta, donde estaba estacionado el carro. Fue un show tremendo, que no terminó en Caracas, ya que al salir de ésta, nos desviamos por la carretera vieja, con Miriam manejando, afortunadamente. En la vía compramos otra botella de Whiskey y, a instancia mía, repetimos como cien veces, un viejo vallenato del Binomio de Oro (Grupo musical colombiano), hasta llegar a la casa de Miriam, en Maracay. Este es uno de los hitos cañerícos que yo más recuerdo y que no esperamos repetir, por las condiciones físicas actuales de los cuatro protagonistas. Es bueno, en

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este aspecto hacer resaltar que en esos círculos cañeros que hemos venido formando, a lo largo de nuestra historia de vida, siempre hemos tenido en cuenta, los descansos necesarios y los ejercicios y no competir en la ingesta alcohólica, porque ese es el camino hacia el alcoholismo o la muerte o una vejentud llena de enfermedades, pareciera contradictorio pero es así, hay que ayudarse con vitaminas, multivitamínicos, baños en las aguas termales de Las Trincheras. Quien agota su vitalidad cañera por abuso, después se queda, a partir de los cincuenta años, para dar consejos o se convierten en evangélicos. Por eso, la arenga fundamental que debemos gritar, es ¡Borrachos del mundo, uníos y organizaos, para que nuestra experiencia sea prolongada y duradera! Como dice Octavio Briceño, un egregio miembro de nuestros círculos cañeros, < ¡viva el amor, viva la vida, viva el aguardiente!,> pero yo le agregaría, < ¡viva también la parranda pero con patrón de mantenimiento, como los señalados anteriormente!>. Otra expresión emblemática de Octavio, celebrada por todos los que lo acompañamos en la parranda es: Si el aguardiente, la parranda y la rumba entorpecen el trabajo y limitan la estructura del hogar y la familia, abandona el trabajo y la familia. Siempre recuerdo las competencias cañeras entre Humberto Mejías (Matapato) y el Flaco Villarroel. En una oportunidad, comenzaron a beber un viernes y terminaron el día domingo, después de haber consumido no sé cuanta cantidad de diversos licores. Estos tipos de competencias están expresamente prohibidas en nuestros círculos de hoy y deben ser cuestionados por todos los cañeros del mundo. Beber debe ser un placer y debe hacerse hasta los límites que uno misma se ponga. Con el citado flaco Villarroel, lamentablemente fallecido, tuve una experiencia que vale la pena contar. Un día sábado, nos fuimos a Valencia,

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concretamente a Los Guayos, donde vive Guicho, viejo amigo del flaco. Bebimos todo el día y regresamos a Maracay, como a las once de la noche. Veníamos en un viejo Volkswagen del flaco y al llegar al peaje de Maracay, cuando estábamos como a cincuenta metros antes de entrar el peaje, el flaco me pregunta, <¿tú tienes sencillo para pagar?> Mientras buscaba en mis bolsillos y veía al flaco, nos quedamos dormidos! No sé en cuanto tiempo el guardia nacional se dio cuenta de la situación, pero recuerdo que me despertó primero a mí y yo golpeé al flaco, quien se despertó bruscamente y no pudo arrancar el carro (éste estaba encendido todavía). El guardia nos obligó a empujar el carro hacia la salida y a estacionarlo en los espacios reservados. Lo que siguió se lo pueden imaginar, < ¡Qué bolas tienen ustedes!> <Entréguenme los papeles y las cédulas> y se marchó hacia las oficinas del peaje. Nos salvó de ir presos los carnets del Pedagógico. Estuvimos conversando largo rato con el guardia nacional y después de las debidas disculpas, arrancamos hacia nuestras casas, pero al flaco se le vino a la memoria, ¡en ese momento!, un vaso que le había regalado la ex esposa de Cachupa, quien había muerto, lamentablemente, en esos días. Me decía que ese vaso estaba en la casa de Córcega y que fuéramos a buscarlo a esa hora. No pude convencerlo y hasta allá nos fuimos a rescatar ese “valioso recuerdo” que, según él, lo había dejado olvidado. Sé que llegamos a despertar a Evardo y a Leticia, no recuerdo si conseguimos el famoso vaso, pero allí seguimos la parranda con Evardo. Quienes conocieron al Flaco Villarroel, saben que esta anécdota es posible y está dentro de los límites de la joda de este querido amigo, ya ido. Todo borracho que se precie de tal, sabe que muchas de esas parrandas, terminan en lloraderas sin sentido y que, después negamos, así nos

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presenten un video. Una de las lloraderas más larga, fue protagonizada por Evardo Córcega. Estábamos bebiendo en la casa de Clementino, El Negro, que generaciones del Pedagógico de Maracay conocieron y todavía estiman por su don de gente. Evardo estaba recién llegado a la enfermedad de la gota, lo cual le producía un insoportable dolor en el dedo gordo del pie. Después de unas cuantas cervezas, compramos una media botella de ron y salimos hacia Maracay, en medio de un silencio insoportable. Decidido, le pregunté a Evardo, <¿Qué pasa, pana, que vas tan callado?> Más vale que no lo hubiera hecho, ya que comenzó a llorar, diciéndome que se iba a morir, porque él tenía cáncer y le dolía dejar a sus hijos todavía muchachos y a su esposa, a quien tanto quería, y quiere todavía. No hubo forma de convencerlo y todo el recorrido entre la casa de Clementino, en Palo Negro y Maracay, fue con ese llanto y gemidos, que él era tan joven y no merecía morir de esta forma. A pesar de que yo también iba prendido, no aguantaba las risas, porque sabía que todo era producto de los palos y que al día siguiente tendría elementos para joder a alguien tan acostumbrado a jorobar a los demás como Evardo. Después de varios años, todavía lo niega……...

EL EXILIO DORADO EN LA CASA DE INGRID EN CALICANTO EN MARACAY

Si hay algo impredecible en la vida, son las vainas que pueden derivarse de una larga parranda (acuérdense de los serios, que botan la segunda o son peleones cuando beben). En una oportunidad estábamos un grupo del

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Pedagógico de Maracay, celebrando algún triunfo electoral en la casa de Flor de Scribani, en la Andrés Bello, de Maracay. En esa época yo era un bebedor absoluto de cerveza, pero no sé por qué razón, comencé a beber ron y se me fueron los tapones, no tenía carro y alguien me dio la cola hasta la avenida Casanova Godoy, para tomar un taxi, hasta mi sitio de residencia, una vieja casona, en Calicanto. Hubo un momento en que perdí toda la lucidez y caminé en sentido contrario, por la misma avenida, hacia la salida a Turmero. Iba como sonámbulo y, por suerte, fui rescatado por dos apreciados amigos: Coromoto Bravo y Mari paz Regueiro, quienes estaban en la citada reunión y se marchaban a su casa, en Turmero. No sé cómo me reconocieron, pero, lo cierto es que si no hubiese sido por esta feliz circunstancia, quien sabe hasta dónde hubiera llegado. Amable y solidariamente, me llevaron hasta Calicanto y creo que conservaron este hecho, porque muy pocas personas me lo han referido, solo Jesús Elorza me hizo un comentario pero sin mucho picante. Desde esa época mi hice enemigo del ron, a pesar de ser una bebida nacional. Me declaro bebedor de whiskey, así me llamen pitiyanqui. Cuando se hace este tipo de narración, libremente, como lo indiqué al principio, los recuerdos acuden espontáneamente. En razón de lo anterior, me vino a la memoria esa vieja casona de Calicanto, que compartimos con una amiga, Ingrid, quien vivía con su hijo, muy pequeño para la época. Allí llegamos, asilados Julio Cesar Pérez, Ricardo Gutiérrez y yo, fue una época feliz, a pesar de la permanente pelazón. Los tres estábamos divorciados y éramos, como dice el Gabo, felices e indocumentados. En esa casona, sobrevivimos varios meses, ninguno tenía carro y las parrandas las armábamos en el famoso “Cerrito”, viejo bar ubicado en la avenida 19 de abril,

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cerca del correo de Maracay. Era un sitio de encuentro de cuanto borracho andaba suelto en Maracay y para nosotros era estratégico por la cercanía de la casa de Ingrid. El recuerdo viene porque allí surgió una de las anécdotas más definidoras del chino Enrique, camarada de siempre, quien se fue muy temprano de esta vida. Con él compartí miles de cosas, algunas de las cuales van formar parte de esta narración. El caso es que Enrique, mucho más joven que nosotros, pero una tremenda promesa de la joda y la parranda, veía con envidia que tres viejos profesores vivieran sin las ataduras de una esposa y sin límites para las parrandas, él nos frecuentaba los fines de semana y compartía con nosotros todas las noches de farra. Un día se me acerca, pues había más confianza conmigo, y me manifestó que tenía ciertos problemas con su esposa, gran amiga también. Traté de explicarle que tenía que hacer un esfuerzo y que nosotros no éramos el mejor ejemplo a seguir. Obstinadamente, continuó con sus planes de separarse y me pidió que hablara con Ingrid para ver si había una habitación disponible... Cuando le respondí que si había una habitación, se alegró mucho y se trajo algunas cosas personales y comenzó lo que para él era un paraíso. Por lo que ocurrió posteriormente, el chino había visto era la fachada de una supuesta felicidad, pero cuando estuvo dentro del monstruo, las cosas comenzaron a cambiar e hicieron crisis por el hecho de que estaba por comenzar el asueto de navidad. Ingrid se fue a El Sombrero, donde vivían sus padres, Ricardo y Julio, se marcharon a Turmero, a casa de una hermana de Julio y yo, me fui a Valencia, donde siempre he pasado los días navideños. Cuando el chino se vio solo, en una casona de más de seis habitaciones, sin vecinos, me llamó y me exclamó, < ¡Mira omalucho, yo no me calo esta, voy a comprar un regalo para el chamo y me voy para Palo Negro!> Se

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pueden imaginar la joda que armamos en enero, cuando volvimos a ver al chino. El negrito Antonio, uno de los mejores amigos del chino, siempre recuerda esto y las vainas que echábamos en Aponte, caserío cercano a Ocumare de la Costa, en Aragua. Allí tenían una casa los familiares de Antonio, ellos eran nacidos ahí, pero tenían mucho tiempo viviendo en Maracay. Las fiestas de San Juan, el 23 y 24 de junio, eran oportunidades para armar tremendas fiestas y de las cuales surgieron muchas anécdotas.

TODO SEA POR LA DEVOCION A SAN JUAN BAUTISTAEn una oportunidad, terminando la fiesta del día 24 de junio, nos disponíamos a regresar a Maracay, cuando nos avisaron de que un árbol había trancado la vía y no había paso hacia ningún lado. El jolgorio fue total pero volvimos a la realidad, al constatar que estábamos cortos de dinero. Hicimos un balance de cuánto quedaba y recogimos un pote para comprar caña y comida. Nos regresamos a Aponte y reiniciamos la parranda. El grupo estaba conformado por Ricardo Gutiérrez, Julio Pérez, El Chino, El Negrito Antonio y por mí. No menciono a algunas amigas presentes en el grupo, por evitarles problemas. Lo cierto es que la parranda duró dos días más e hicimos malabarismos con los reales, para poder continuar. Allí surgió una de las inventivas del Chino: La mamá del negrito necesitaba comprar una bombona de gas, cuyo costo era de diez bolívares o algo así, pero suficiente para comprar otra botella. El chino agarró la bombona vacía y bajó hasta el sitio de venta y de regreso, venia subiendo una cuesta que hay antes de llegar a la casa de Antonio y, teatralmente, hacía como que el peso de la bombona llena lo estaba forzando demasiado, no acepto

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ayuda y la colocó en la parte atrás de la cocina. El hecho es que no compró nada y se trajo la misma bombona vacía, ya que a la otra le quedaba un poco para poder cocinar. Cuando Mamá Dolores, éste era el nombre de la mamá del Negrito Antonio, fue a cambiar la bombona, reventó el peo, pero ya nos habíamos tomado la botella, producto de esta trampa del Chino. Por supuesto que había mucha confianza entre el chino y la familia del negrito y no ocurrió nada desagradable, sino las risas de todos por la salida del Chino. Cuando avisaron de que ya había paso hacia Maracay, Ricardo Gutiérrez tuvo una salida genial e hilarante: pidió un hacha para ir a tumbar otro árbol, para no parar la parranda. Todos reímos de esta ocurrencia, pero era verdad, nadie tenía ganas de irse pero no nos quedó más remedio que hacerlo y llegamos a Maracay, en horas de la noche, terminando la parranda en la casa de una de las amigas que no debo nombrar y en la mañana nos presentamos ante la Jefatura de Historia del Pedagógico de Maracay, para explicar la ausencia de dos días más, después del asueto del 24 de junio. La jefa de área era la cara amiga Edna Briceño, quien también tuvo otra salida genial, para hacer de este hecho un recuerdo imborrable en nuestras vidas. Sin pensarlo, nos gritó, < ¡Carajo, está bien, Uds. son una nueva Raiza Ruiz ¡>, haciendo alusión a una famosa doctora que se perdió por mucho tiempo en una zona montañosa del sur de Venezuela y fue dada como desaparecida por mucho tiempo, hasta que aparecieron unos restos y se le dio cristiana sepultura. Meses después, Raiza Ruiz apareció vivita y coleando y se descubrió que los restos enterrados eran de un chiguire (Roedor de gran tamaño, llamado también Capibara, en algunas regiones de Suramérica). Así funcionaban las cosas en la IV República. Mucho le costó a esta doctora para convencer que estaba viva y creo

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que aún sigue viviendo, ojalá no sea escuálida, sería el colmo!

LO VIVIDO, LO BEBIDO Y LO JODIDO COMO PATRIMONIO INEMBARGABLE DE TODO SER HUMANO QUE SE RESPETE

Las experiencias vividas, son, como dice el Gabo, para contarlas, sin ningún tipo de arrepentimiento. En todo caso, estos relatos personales son para mis amigos y mis familiares, poco importan las valoraciones de los moralistas. Con el Chino Enrique, la joda en Maracay se prolongó por muchos años y se mantuvo aun después de la graduación de él y del grupo que se formó en esa época. Recuerdo la organización del cineclub, que nos permitió viajar en varias oportunidades a Ocumare de la Costa, Curarigua y de la cual hicimos varios documentales. Este grupo lo conformaban, aparte del Chino, Alfredo Borceguí, Libia…., Cesar Girón, Rafael (Zaraza) Ramírez, Zaida Suárez, Teodomiro Aguilar, Judith y Nilce Acua, Abraham Medina, Carlos (Patuleco) Velarde, Arnoldo Solórzano, Carmen Torres. El único video que poseo de Don Pío Alvarado, fue filmado por este grupo, en uno de esos viajes, que todos todavía recordamos. El chino era un experto en montar cuentos para resolver situaciones

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económicas. En una oportunidad íbamos a ir a Altagracia de Orituco, en diciembre, pero estábamos cortos de dinero. La inventiva del chino hizo que abordáramos a Abraham Medina y le montamos el siguiente paquete: Un guardia nacional, amigo mío, había decomisado una cierta cantidad de fuegos artificiales y detonantes usuales en esta época del año y los estaba vendiendo en dos mil bolívares. Le propusimos a Abraham que nos prestara ese dinero y en enero se lo devolvíamos, con un determinado interés. Recuerdo que fuimos hasta Palo Negro, a una agencia bancaria, donde Abraham sacó esa cantidad de dinero, con la reiterada petición que se la devolviéramos en enero. Nuestra respuesta fue que no se preocupara, que eso estaba seguro, porque era un buen negocio y nos fuimos a buscar al supuesto guardia nacional. Casi de inmediato, salimos para Altagracia de Orituco y el hermanito Abraham, todavía espera su dinero, con los respectivos intereses. Nuestra pasantía por el Pedagógico de Maracay, de más de veinte años, coincidió con la etapa de divorciados de tres grandes amigos: Julio Pérez, Ricardo Gutiérrez y mi persona. Constituíamos una tripleta perfecta para la parranda y para la bohemia. No nos pudo vencer ni la pelazón de la época, vivíamos del fiado con Freddy, el de la planta. En medio de esa crisis, se nos ocurrió la brillante idea de alquilar un apartamento en la zona de Base Aragua, en Maracay. El alquiler era de dos o tres mil bolívares mensuales, que pudimos pagar los primeros meses, pero después tuvimos serios problemas de liquidez y comenzamos a practicar una estrategia de evasión con el dueño del apartamento, un señor colombiano que vivía en el sector donde estaba La planta de Freddy. Cada quien, cuando era encontrado por el dueño, le decía: <El dinero lo tiene Ricardo o Julio, mañana lo llamamos>, ellos también se salían del paquete,

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diciendo, <se la acabamos de entregar a Omar, búsquelo en el Pedagógico>. Esta táctica duró unos tres meses, hasta el día en que el dueño nos ubicó a los tres en el Departamento de Ciencias Sociales del Pedagógico: Allí no pudimos seguir evadiendo la responsabilidad y entregamos el apartamento. Esa fue la época en que nos mudamos a la casa de Ingrid, en Calicanto. Sin embargo, en este apartamento vivimos épocas felices y encuentros del tipo que no podemos contar completamente, por respeto a nuestras amigas. Cerca del apartamento, había una licorería que llevaba servicio a domicilio, lo cual facilitaba las parrandas y nos permitió hacer amistad con el mandadero, para establecer líneas de crédito, para los momentos de baja liquidez monetaria. La crisis económica del país, sumado a la crisis de cada una de nuestras economías, hizo que progresivamente cada uno fuese vendiendo el vehículo y nos quedamos a pie, haciendo uso de las camionetas de pasajeros. Al principio era medio embarazoso, encontrarnos con alumnos que hacían el mismo viaje al Pedagógico, pero después nos acostumbramos. Quizás Ricardo Gutiérrez, quien ha dado un fuerte viraje a su vida, tanto en lo político como en lo personal, no recuerde con mucho cariño esta época, pero así fue, vivíamos de los préstamos, de las trampas sanas a los amigos, como a Evardo Córcega, quien en una oportunidad puso una venta de libros usados en la puerta del edificio de Ciencias Sociales del Pedagógico de Maracay y, cuando ya había acumulado una suma cercana a los dos mil bolívares, nos los dio en préstamo, previa entrega por parte de nosotros, de un cheque por dos mil quinientos bolívares (Ese cheque creo que Evardo lo conserva todavía). Hasta allí le duró el negocio librero de Evardo Córcega. Recordar las épocas malas, desde el punto de vista económico, no es agradable, cuando se

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hacen cambios tan radicales, como los de Ricardo Gutiérrez. Recuerdo a una querida profesora, ya fallecida, que decidió hacer un pequeño negocio de préstamos, con el dinero de sus prestaciones sociales. Por supuesto que los primeros clientes fuimos Julio, Ricardo y yo. Imagínense que prospero puede ser un negocio que arranca con una clientela como nosotros. Al año ya había quebrado y le costó meses recuperar parte de esos préstamos. Hubo otros clientes peores que nosotros pero no los menciono por no crear problemas con estos relatos. En otra oportunidad, Mariano Crespo nos recomendó con una cuñada, en Caracas, que había iniciado también un negocio de pequeños préstamos, pero a profesionales serios y responsables. De inmediato, me fui con Ricardo, hasta la casa de esa persona y negocié un préstamo de tres mil bolívares, a ser pagado en viarias cuotas. Ricardo permanecía impasible, golpeando una agenda que cargaba, sobre su rodilla. Cuando terminamos de cerrar el negocio, la señora le preguntó a Ricardo, si no estaba interesado en un préstamo. No la dejó terminar, y tartamudeando, solicitó un préstamo similar al mío. Igual paso con Julio, quien a la semana siguiente me pidió ir hasta Caracas con él a solicitarle a la misma señora, un préstamo de cuatro mil bolívares. Nos fuimos en mi carro, hasta los Teques, dejamos el carro en la casa de Luís Rodríguez, homónimo del pana de Maracay, a quien Córcega llama Mono grandote. Lo de Julio fue cumbre, porque la mitad del préstamo nos lo bebimos en las tascas de la Candelaria y el resto, en la casa de Luís, y regresamos limpios a Maracay. Esta negociación terminó en un desenlace tragicómico: Julio y Ricardo se atrasaron en los pagos y, un sábado, en la mañana, después de un viernes de parranda bien largo, tocaron a la puerta del apartamento de Base Aragua y, cuando yo abrí, entró la cuñada de

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Mariano, formando un peo y reclamando su dinero. Fue un espectáculo, parar a Julio con esa pea y a Ricardo. Allí mismo llegaron a un acuerdo y no recuerdo si saldaron esa cuenta. Algún día se lo voy a preguntar a Mariano, quien debe haber recibido reprimendas por estos recomendados. Fueron años duros pero felices y, en lo personal, irrepetibles por las cantidades de anécdotas y cuentos y cosas que allí pasaron. Quienes hoy hablan de crisis económica, olvidan la vida que vivía un profesor de la época. Muchos dirán que en nuestro caso, la crisis era producto de la vida bohemia que llevábamos, cosa que puede ser cierta, pero siempre cuando discutimos estas cosas, ponemos un ejemplo que grafica tal situación: El estacionamiento de los profesores del Pedagógico de Maracay, para los años ochenta, estaba lleno de carros viejos, modelos descontinuados y las marcas de aceite derramado era común en el piso de esos estacionamientos. Obsérvese hoy, como ha cambiado la situación, la mayoría tiene carro nuevo y muchos, tienen carros lujosos y de marca. Es una referencia a considerar. Los proverbios o dichos populares, se evidencian más cuando están relacionados con hechos que le suceden a un mismo. En el caso que voy a referir, el dicho de que “a quien lo pica macagua, le coge miedo al bejuco”, se adapta plenamente: En esos días de crisis, iba yo subiendo las escaleras del Departamento de Ciencias Sociales del Pedagógico de Maracay y se me cayó, sin darme cuenta, una “letra de cambio”, ya cancelada, de algún préstamo de los que constantemente adquiríamos. Detrás de mí venía un alumno, quien amablemente me llama, para entregarme lo que se me había caído. Cuando veo la “letra de cambio”, calladamente le digo, <vamos a hablar a la oficina;> El estudiante, confundido, me dice que sólo quería darme un papel que se me había caído. De inmediato, sentí un alivio

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y cada vez que recuerdo este incidente, me río de las vainas que le pasan a uno, cuando está jodío. Este cuento se lo referí a Antonio Gallup, viejo amigo del Pedagógico de Maracay y siempre que nos vemos, lo recordamos. Ricardo y yo tuvimos que volver a Valencia, Ricardo a la casa de su padre y yo a la casa de una hermana y teníamos que viajar, cada quien por su lado, en sendos carros viejos, que mantuvieron por años a un mecánico ubicado en la avenida Bolívar de Maracay, cerca de la tabacalera (El viejo Chucho, era su nombre). Ricardo se compró una vieja camioneta Ranger Rover y yo tenía una camioneta Ford, parecida a un transporte funerario. Entre los dos nos gastábamos bromas, inventando que los gruèros nos esperaban como zamuros, para ver quién se accidentaba primero. De allí surgió una anécdota que todavía usamos como chanza en nuestra familia. Sucedió que mi camioneta se accidentó y me abordó un gruèro, quien rápidamente, me preguntó que le pasaba al carro. De inmediato le respondí que se había apagado en plena marcha y yo no sabía que había ocurrido. Profesionalmente, me indicó que abriera el capot y le pasara la llave para prender. Al primer intento, saltó hacia la puerta del carro donde yo estaba y me gritó, < ¡apágalo, que partió anillo! y lo iba a dañar más.> Por supuesto, bolsa como he sido para estas cosas, apagué el carro y le pregunté sobre el costo del traslado de la camioneta hasta Valencia. No recuerdo el monto, pero al llegar llamé a mi hermano José, nuestro mecánico y salvación para todo y al preguntarme lo que había pasado, le respondí que la camioneta había partido anillos y que me la traje en una grúa. Con ciertas dudas, me pidió esperar que él llegara para ver la situación. Cuando llegó, lo primero que hizo fue indicarme que tratara de prender la camioneta pero en un solo intento, para oír lo de los anillos partidos. La

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camioneta prendió como nunca y las risas de José todavía las oigo y se ha convertido en una jodedera el decir partió anillo, como significante de que alguien ha sido timado. Traté de encontrar al gruèro que me había jodido, pero nunca lo ubiqué. Los cuentos del viejo Chucho, el mecánico de Ricardo referido anteriormente, se hicieron famosos también, porque al momento de llegar cualquier cliente con una falla en el carro, éste, Chucho, le decía, <Dígame paisano, cómo es el ruido que hace el carro> y uno, por bolsa, repetía con sonidos de la boca, el tipo de ruido que identificaba la falla. Ello hacía reír a Chucho y sus ayudantes y uno quedaba como un pendejo. Esta autopista Maracay-Valencia la transitábamos todos los días y algunas veces, tarde en la noche, después de una parranda. Esto trae a mi memoria otros de los cuentos inolvidables y que tienen que formar parte de este anecdotario. En una oportunidad, cercana la fecha de diciembre, Julio Pérez y yo compramos varios pares de zapatos para nuestros hijos y sobrinos, fue un crédito otorgado en una zapatería que tenía relación con la caja de ahorros. Los zapatos los guardamos en mi camioneta y en la tarde iniciamos una parranda que culminó como a las doce de la noche. Como me sentía bien, me fui a Valencia pero no fui a trabajar al día siguiente. Para mi mala suerte, en la autopista se produjo un accidente, con varios muertos y una cantidad de zapatos regados en plena autopista. Como no me habían visto, Raquel Pérez, querida y recordada amiga de siempre, y Julio, se enteraron del accidente y les pareció curioso lo de los zapatos. A sus mentes vino la idea de que podría ser yo, uno de los muertos. En esa época no había teléfonos celulares y no había forma de comunicarse conmigo. Los dos se trasladaron hasta la morgue del hospital de Maracay y pidieron ver uno de los cadáveres del citado

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accidente. Cuando abrieron la cava y les mostraron el cadáver, Raquel y Julio, salieron de la morgue cagados de la risa, era un negro como de dos metros de estatura, los pies se le salían de la camilla y, evidentemente, no era yo el muerto. Al día siguiente, cuando llegué al Pedagógico, la mamadera de gallo y la jodedera duró todo el día. < ¡No estaba muerto, estaba de parranda!,> era la canción que todos me cantaban y terminamos celebrando mi regreso del otro mundo, con una nueva parranda. Este tipo de vainas, hizo que en otras oportunidades, después de una farra, me quedara en Maracay, en algún hotelucho o en casa de algún pana. Esta solución es muy buena, pero a veces crea situaciones complicadas, como la que voy a narrar de inmediato. MI VINCULACION HISTORICA CON BARQUISIMETO

Cuando me trasladé de Barquisimeto a Maracay, dejé un círculo de amigos, con los cuales había compartido por muchos años, lo que me obligaba con cierta frecuencia, a escaparme a Barquisimeto, para los consabidos encuentros etílicos. En una oportunidad, me encontré con Octavio Briceño, Franklin Lucena y Alexander Moreno y nos dispusimos a iniciar una larga faena con Baco, no sin previamente planificar el sitio donde iba a dormir yo esa noche. Cuadramos que yo durmiera en la casa de Alexander, en la carrera 21 de Barquisimeto, pero lo largo de la jornada y la cantidad de alcohol, trastocó los planes y yo amanecí en un cuarto desconocido, como ocurre a quien duerme en cama ajena, sobre todo con un ratón como el que yo tenía. Me despierto y me digo a mí mismo, bueno, estoy en la casa de Alexander, como habíamos convenido, abro la puerta con mucho cuidado y no veo a nadie que me pudiera abrir la puerta de la calle,

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para irme. Cuando abro la puerta, de nuevo, veo a una señora barriendo un patio interior de la casa, asomando la cabeza, le digo, <señora, puede llamarme al profesor Alexander.> El grito que la señora exteriorizó, me hizo cercar la puerta de inmediato. ¡<Franklin, en el cuarto del niño hay un tipo escondido!> < ¡Coño!>, estaba en la casa de Franklin Lucena, decisión que se tomó a altas horas de la madrugada y éste no le avisó nada a su esposa, se imaginan el peo que se armó y yo tuve que salir de carrera, acompañado de Franklin, los dos cagados de la risa. A este hecho, Octavio le puso aliño y todavía lo cuenta, en las reuniones de palo. Por cierto, con este grupo de Barquisimeto, integrado además por Erwin Cadenas, Héctor Saldivia, Argenis Sánchez, Justino Salcedo, Orlando Cardozo y otros, surgió la famosa teoría de la “mano muerta”, definida como parte de una práctica muy común entre hombres y mujeres, que no se atreven a abordarse directamente, para lograr un empate o para pasar el tiempo, cuando se trata de un encuentro fortuito, en un viaje muy largo, sobretodo, en autobús y en horas nocturnas. No me atrevo a asegurar quien es el teórico fundamental de la “mano muerta”, pero creo que ésta fue desarrollada y practicada entre Alexander, Erwin y Octavio. Su planteamiento teórico es muy simple: Cuando estés sentado(a) al lado de una mujer (o un hombre) y quieres intentar una aventura, en un viaje en autobús, como decía anteriormente o en un sitio donde obligatoriamente debes permanecer sentado mucho rato, una misa, por ejemplo, coloca tu mano, izquierda o derecha según sea la posición, en el muslo y déjala caer de improviso, como “muerta”, hacia el lado correspondiente. Es necesario tener la cara en sentido opuesto hacia donde va a caer la mano. Comienza a moverla lentamente, sin mirar el objetivo, y te puedes encontrar con la sorpresa de

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estar rozando la mano o la pierna de la o el acompañante. Las reacciones son variadas, en unos casos, las dos manos que se encontraron pueden comenzar a moverse y a chocar y frotarse con fuerza, lo cual indica que la teoría de la “mano muerta”, ha logrado su objetivo. Lo anterior es lo esperado, pero no todas las veces ocurre lo mismo. En otros casos, el objetivo puede reaccionar con cautela, lo cual obliga a un repliegue táctico, pero no un retiro definitivo, es volver a la posición inicial, la mano sobre el muslo, carraspear, ver hacia el objetivo directamente, y si se produce una sonrisita sospechosa, reiniciar el trabajo, hasta alcanzar la meta. La “mano muerta” puede ser ayudada con el codo, la rodilla y el pie de la pierna que corresponde. Una característica fundamental de esta teoría, es que mientras dure el proceso de aplicación práctica, nadie debe hablar, se aceptan solo suspiros y reacomodos del cuerpo, para hacer más intenso el ataque. Cuando se produce un rechazo muy brusco, hay que tener cuidado, porque suele ocurrir que dicha reacción sea un preparativo para una aventura más fuerte. En este tipo de eventos es donde se demuestra la pericia de los grandes teóricos de la “mano muerta”. Los cobardes se retiran, sin intentar una nueva acometida y fracasan definitivamente. Es casi seguro que nunca habrá un insulto o un carterazo, porque queda el recurso de disculparse por ese roce sin intención de molestar. Algunos teóricos señalan que en la aplicación de la “mano muerta”, muchas veces no importa el sexo, es decir, se puede practicar entre personas de un mismo sexo, sin el riesgo de que te digan maricón o lesbiana. Otro cuidado que hay que tener, es darse cuenta si la victima de la “mano muerta” está profundamente dormida, porque puede ocurrir que la despiertes y te confunda con un carterista y te armen tremendo peo, con luces del autobús prendidas y las miradas escrutantes de

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los otros pasajeros. ¡Mucho cuidado a los novatos!, ensayen con sus hermanas o amigas, antes de la iniciación práctica de la “mano muerta”. Otra recomendación es que nunca lo intente cuando estés borracho, porque las consecuencias pueden ser catastróficas y te puedes llevar un carterazo, bajos los improperios de ¡borracho, mal educado, abusador! Por último, uno de los avances prácticos de la “mano muerta” y no muy recomendada, es la de intentarlo, acompañado por la novia o por la esposa. Se necesita mucha experiencia para este lance, por lo cual recomiendo hacerlo con mucho cuidado y después de bastante experiencia acumulada. Erwin Cadenas tiene una deuda con la historia: prometió hace más de veinte años escribir un libro sobre la teoría de la “mano muerta” y no ha cumplido. < ¡Poeta, cumpla con su promesa” y satisfaga esta necesidad de las nuevas generaciones ¡>Todas estas recomendaciones y consejos, es para evitarles pasar por momentos como el que viví, hace muchos años. Me trasladaba entre Barquisimeto y Valencia, manejando mi carro y le había dado la cola a una amiga, que viajaba con su pequeño hijo, sentado en sus piernas. Eran como las cinco de la mañana, íbamos en total silencio y de improviso, cae sobre mi mano, colocada en la palanca de velocidades, otra mano, que suponía yo era una puesta en práctica de la mano muerta por parte de la citada amiga. Como era de esperarse, comencé a apretarle la mano, con fuerza y pasión, y seguro que se había iniciado algo que no terminaría sino en una relación más íntima. En un momento en que algo iluminó la carretera, no sé, otro carro o la luz de un poste de la vía, le veo las dos manos a mi amiga entre juntadas por el frió y colocadas en su rodilla. < ¡Coño, era la mano del chamo, que, dormido, la dejó caer sobre la mía!> La retirada fue rápida,

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aguantando la risa, por este error teórico-práctico cometido.Debo confesar que mi vida de parrandas ha sido muy intensa en Lara y, particularmente, en Barquisimeto. Mis primeras experiencias, se produjeron con mi intento frustrado de hacerme profesor, en el Pedagógico de Barquisimeto. La situación económica hizo que un noble profesor, de apellidos León Ávila, me recomendara irme a Valencia a estudiar en la Universidad de Carabobo. Por fortuna, le hice caso y después regresé a Barquisimeto en mejores condiciones. En esta primera etapa hice grupo con varios compañeros de estudio, entre ellos Lister Inciarte, Boanerges Castillo, Alirio Castellano, Hilde Adolfo Sánchez. Fueron momentos gratos y las pocas veces que nos vemos, disfrutamos recordando aquellos momentos felices de estudio y parranda. También formó parte de este grupo, Edgar Silva, La Hicotea (Morrocoy o tortuga), apodo ganado por haber sido enyesado en parte de su cuerpo, lo cual lo hacía parecer a este animal, llamado de esa forma en el Zulia. En una oportunidad fuimos a buscar a Hilde Adolfo, a su casa, para estudiar y su mamá nos dijo que esperáramos porque se estaba cepillando; Esto hizo que Alirio saliera con un chiste del cual todavía me acuerdo < ¡coño, tenemos que esperar bastante tiempo>, haciendo referencia a lo grande que es la boca de este querido amigo. Con Lister Inciarte, maracucho jodedor, viajaba mucho de Valencia a Barquisimeto, en un Volkswagen nuevecito, Lister vivía en Maracay y me pasaba buscando los domingos, al barrio Primero de Mayo, en Valencia, lugar de ubicación de mi casa familiar. De allí surgió uno de sus chistes que frecuentemente contaba a todo aquel que compartiera con él reuniones de palos, lo cual era muy frecuente. Lister inventó que mi barrio hizo una fiesta de despedida cuando

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yo me vine a estudiar a Barquisimeto, porque era el primer habitante del mismo que ingresaba a una universidad (No estaba tan lejos de la verdad). En medio de risas, decía que todavía había una pancarta que expresaba el júbilo por mi partida, a estudiar en Barquisimeto. A pesar de que mi duración como estudiante del Pedagógico de Barquisimeto fue muy corta, un año, este grupo de amigos se constituyó en un núcleo sólido de amistad y compañerismo, ello, a pesar de que yo había llegado a estudiar con unos amigos de Valencia, entre ellos mi posterior compadre Nelson Moreno, con quien debo escribir un capítulo aparte, por las vainas que echamos, cuando él era feliz e indocumentado (Aunque hay que reconocer que Blanca lo enderezó a tiempo). Los otros compañeros, de la Escuela Normal Simón Rodríguez, de donde habíamos egresados como maestros normalistas, eran Miguel Silva, el cocodrilo Francisco Rodríguez, Aarón Pinto y una amiga, que se calaba todas nuestras jodederas, graduada también en la Normal.

MIS VIVENCIAS COMO MAESTRO EN CARABOBO Y MI RETORNO A BARQUISIMETO

Cuando Salí de Barquisimeto a Valencia, para estudiar en la Universidad de Carabobo, comencé a trabajar como maestro, en Morón, en un cargo de maestro ganado en con curso nacional efectuado durante el primer gobierno de Caldera. Allí ingresamos Nelson Moreno y Luisa Blanco, eterna amiga de Valencia, con la cual también viví momentos de gloria en la jodedera y la bohemia. Trabajar

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en Morón fue una experiencia dura, por las características del entorno político donde nos manejábamos. De allí salimos casi expulsados Nelson y yo, por habernos enfrentado a las corruptelas de algunas autoridades educativas. A los dos nos trasladaron a Mariara, para cortar las denuncias diarias que hacíamos en una radio de Morón, todos los días al mediodía. Estas autoridades se confabularon con militantes adecos y nos acechaban a la entrada al trabajo, con insultos y amenazas de todo tipo. La visión que mantengo de este pueblo es muy negativa, por la experiencia vivida. En razón de ello, estuve de acuerdo con mi pana Pablo Zapata, cuando, muchos años después, gritara a todo pulmón, en el momento en que pasábamos por Morón, en un viaje de regreso de Curarigua a Valencia: < ¡Morón, pueblo oscuro, si el mundo tuviera cuerpo, tú fueras el hueco’ el culo!>. Esta expresión le fue comentada a Toño Rivero y le gustó tanto, que recientemente en su columna del diario el Informador de Barquisimeto, hizo referencia a la misma, cambiando algunas palabras. Ese traslado a Mariara, forma parte de lo contado al inicio de estos relatos cuando trate de trabajar en Barquisimeto y me pasó lo de la bolsa llena de mierda, pateada para descargar la frustración de quedar sin trabajo en educación media. Mi ingreso posterior a trabajar en el liceo Hermano Juan, se logró por la ayuda de Juan B. William, compañero de estudios de Universidad de Carabobo y dirigente adeco de Lara. Sólo me pidió que me mantuviera al margen de las luchas políticas de izquierda, mientras él me resolvía la situación, tuve que asistir a algunas reuniones de AD y así fue como pude conseguir mi trabajo de Orientador en el referido Liceo. De estas cosas no me arrepiento y, por el contrario, me permitió formar un grupo de parrandas, con gente de AD, a quienes todavía respeto y los considero mis amigos.

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Cabe destacar al director, José Pastor Zerpa, buen cantante y bohemio de los mejores sitios de Barquisimeto: El Farol de los Gauchos, El Bar del Teche, simpático portugués casado con una tocuyana, Bigotes I y II, El Gato Negro, El Piripire, El Salto Ángel, El Control, los Carpinteros y otros que no recuerdo en este momento. El grupo siempre estuvo conformado, en primera línea, por Luís Manuel Gutiérrez, Carlos Prieto, Naudi “Pone Vida” García, Otmaro González, Benito Moreno, sacerdote retirado y con cara de no joder a nadie, pero un día, cuando cayó preso por pasar un semáforo en luz roja, fue detenido bajo el decreto dictado por la ex gobernadora, ya fallecida, Doris Parra de Orellana. Esa noche se presentaron a buscarlo, en presencia nuestra, más de tres mujeres, con hijos cada una de ella, hijos de Benito. Se pueden imaginar la jodedera que se armó y que terminó en una tremenda farra, para celebrar la libertad del supuesto santo varón, como veíamos nosotros a este personaje, que recuerdo con mucho cariño. Otros integrantes del grupo, eran Álvaro Acosta, el cuervo, maracucho jodedor y parrandero insigne, El cachito Ledezma, profesor de carpintería, cuyo nombre no memorizo, pero en su apartamento de Bararida o Patarata, dormí más de una pea. Debo decir que muchas veces me tocó dormir en las casas de la mayoría de estos amigos, con esplendidos desayunos antes de irme al Liceo. Mis amigos y sus esposas, como lo es el larense, contrastaban con mis amigos de Valencia, en cuyas casas uno no pasaba de la sala. Entiendo que son dos culturas distintas, pero no dejaba de llamarme la atención, la generosidad de muchas familias de Lara, que reciben a uno sin tantos rollos ni prejuicios. Esta época también produjo también situaciones dignas de contar y compartir con quienes nos leen. En el liceo formamos un equipo de softbol que,

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como es costumbre, siempre terminaba, al finalizar un juego, en una tremenda parranda, sobre todo, los fines de semana. El manager era el perro Prieto y en una oportunidad, el cuervo Álvaro, cachito Ledezma y yo, amanecimos bebiendo en el famoso bar cercano al Obelisco, el Salto Ángel y cuando salimos, ya de día, nos acordamos que teníamos juego a las ocho de la mañana y yo cargaba en el carro todos los implementos del equipo. Salimos en mi carro para la casa de Carlos y en plena calle, frente a su casa, comenzamos a practicar con la pelota de softbol, cada uno con su guante. Carlos se despertó y nos dijo, desde la parte de arriba, < ¡Na guara, que bueno que se pararon tan temprano, ya bajo para que nos vayamos al campo de juego!> Cuando se dio cuenta que los tres estábamos todavía borrachos, armó tremendo lío y nos amenazó con suspendernos, pero la suerte se puso de nuestra parte y cayó un palo de agua que hizo posponer el juego y así salvamos los tres nuestro puesto en el equipo del Hermano Juan. No es necesario indicar que de todos modos, terminamos ese lluvioso sábado en una parranda y recordando lo ocurrido. A Luís Manuel, apodado “Puro Volumen”, por sus 1.80 de estatura y su corpulencia, siempre lo colocábamos de primer bate, para que asustara al pícher contrario, pero era un ponche seguro, de ahí su apodo, ganado por lo malo que era para la práctica de este juego. Fue un año de trabajo en el Hermano Juan, pero casi me alcoholizo de tantas parrandas. En otra ocasión, fuimos a jugar a Quibor y como el equipo estaba completo, yo me quede bebiendo con unos profesores del liceo con el cual teníamos el intercambio, pero a la hora de comenzar el juego, faltaba un jugador y me fueron a buscar a mí, para no perder por forfait. El bar se llamaba los Barrancos y a ese nivel de barranco estaba yo, cuando me fueron a buscar. A juro salí

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y llegué al campo de juego, medio pelao y me pusieron a jugar en el lado derecho (rihtfield). Todo sudoroso y enratonado, pedía a todos los santos que no batearan por ese lado, pero, como siempre ocurre, batearon un largo fly o elevado y la pelota se me perdió en el cielo, bajo los gritos de todos, de que la agarrara, <pero que va!, la pelota cayó como a tres metros de donde yo estaba y el corredor anotó la carrera.> Se pueden imaginar la arrechera de Carlos Prieto y la jodedera de los demás integrantes del equipo. Este grupo del Hermano Juan ocupa en mis recuerdos un lugar de privilegio, por las intensas parrandas desarrolladas y por las noches de bohemia que compartimos en ese Barquisimeto de los años setenta. De allí pasé al Pedagógico de Barquisimeto, donde comencé a formar parte de otro grupo de bohemios, jodedores pero con tendencia de intelectuales, tipo la República del Este, de Caracas. No era que imitábamos a aquellos insignes borrachos, pero es la visión que tengo, para establecer diferencias con otros grupos. Ese grupo ya fue mencionado, y a pesar del distanciamiento que se ha venido produciendo en los últimos años, su existencia y mi pertenencia a él, me permitió enriquecerme intelectual y políticamente. De este grupo surgió mi incorporación a la solidaridad con Corea, tarea que me ha venido acompañando por más de veinte años y que quizás no deje sino con la muerte. Todo surgió con una invitación que me hizo Alexander Moreno, para viajar a Corea, vía Habana-Moscú-Beijing. Fue un grupo que me hizo entender que la bebida y la discusión de temas políticos y sociales no están divorciadas. En casa de nuestra amiga Ivonne Fernández, hacíamos extraordinarias reuniones, acompañadas por buenas comidas y bebidas. Sin embargo, la condición de intelectuales y serios bohemios, no impidió que en una ocasión hiciéramos una gesta de

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reivindicación borracheril, digna de cualquier canapial de Lara. Estábamos en una tasca ubicada en la avenida Vargas y al pedir la cuenta, como a las dos de la mañana, nos percatamos que nos estaban atracando con el monto que aparecía en la factura. Discutimos, pataleamos pero los dueños de la tasca persistieron en cobrarnos una cantidad mayor de la consumida. Dada por cancelada toda discusión, optamos por retirarnos, agarrando cada uno, una silla de madera, bien pesada y caminamos hasta la casa de un compañero, que vivía cerca de la tasca. No supimos si los dueños de la tasca se dieron cuenta después, de la sustracción de más de cinco sillas, pero nos sentimos vengados y más nunca volvimos a ese sitio. Este grupo del Pedagógico de Barquisimeto, ya referido anteriormente en los relatos de la “mano muerta” en principio, estuvo constituido por Alexander Moreno, Octavio Briceño, Franklin Lucena, Erwin Cadenas, Orlando Cardozo (Extraordinario pana y camarada, ya fallecido. En homenaje a Orlando, la calle de acceso al Pedagógico del Oeste lleva su nombre. Creo que hemos sido mezquinos con este personaje, que murió tempranamente, con él compartí numerosas parrandas, su muerte dejó un vacío en la bohemia barquisimetana.), Fabricio Barrios (Inolvidable camarada, ya fallecido también y con el cual tuve un vínculo familiar, ya que uno de sus hermanos era marido de mi hermana Irma, lo que me permitió tener unas sobrinas y sobrinos, de los cuales, obviamente, Fabricio era tío también), Ivonne Fernández, Argenis Sánchez, Justino Salcedo, Héctor Saldivia, con breves pasantías de los hermanos Brice, Alvis y Orlando, por quienes guardo un buen recuerdo y cariño (breves pasantías, porque ambos no cumplían uno de los requisitos fundamentales del grupo: Beber y reverenciar a la bendita caña.). Sin embargo, esta condición de pocos amigos de la

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bohemia (<No se preocupen amigos, que nadie es perfecto>), no era óbice para que Alvis y Orlando participaran y jodieran con el grupo. Dado el carácter poco permeable de este grupo, yo formaba sub-grupo con José Millán y Ramoncito Monsalve, clientes conspicuos de algunos negocios de Pavia. Algunas veces yo los acompañaba y veía con asombro, que ellos tenían el privilegio de comer en las cocinas de esos conocidos negocios y eran atendidos de manera especial. Por esto y otras cosas, tengo también especial recuerdo por estos dos amigos. Mi ingreso al Pedagógico de Barquisimeto, coincidió con el de varios profesores, con los que desarrollé una amistad que se ha mantenido inalterable. Entre ellos, puedo citar a Rafael Valera, Alberto Merchán, Zully Yañez, Elba Belmonte, Paula Pernía. Simultáneamente, formé parte de otro grupo por el cual guardo un inmenso recuerdo y con el que compartí innumerables gestas alcohólicas, en diferentes clubes de Barquisimeto. Fue en la época en que trabajé en el Pedagógico del Este, cuando era parte del equipo de Servicios Estudiantiles. Me asignaron como enlace con los Departamentos de Educación Industrial y Agropecuaria. Ese grupo permaneció junto muchos años y siempre recordamos las tenidas en el club del Telegrafista, del cual nos hicimos socios. Igual solíamos ir al Club Cuatricentenerio, donde Wilfredo Giménez era socio. El núcleo fundamental de este grupo era: Pedro Juan Aponte, Henry Pacheco, Nolasco Gutiérrez, El Gocho Roberto Briceño, José Luís Páez, Benjamín Arrieta, Francisco Cabrita (Ya fallecido), El Conejo Freites, Isidro Luzardo, Argenis Guedez, Oswaldo Campos, El Chino Chang, Wilfredo Giménez, Jesús Valero, Juan Pastor Gutiérrez, Máximo Flores, En esa misma dirección, aparte del grupo formal, hice amistad con buenas gentes como Oswaldo

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Torrealba y José Rojas Túa, quienes siempre se mantuvieron a la altura, a pesar de las diferencias políticas y todavía se mantiene: Hoy, ellos en su posición antichavista y yo, en mi trinchera bolivariana, pero, para siempre, panas incondicionales. Igual respeto y cariño, conservo de Virgilio Franco, Omar Germán, Belkys Hernández, Magali Pantoja, Elizabeth Gutiérrez, Oswaldo Acosta, Saveria Constanzo, Edith de Marco, Mireya Hurtado, Cristóbal Padrón, Blanca de Urbáez, Hernán García. Otros infaltables en estos relatos de la bohemia barquisimetana, son el catire Nelson Díaz, extraordinario jodedor, Alexis Guerra, de la UCLA, el poeta Carlos Angulo, Rubén Darío Godoy, Miriam “La Chiva” de Godoy, Toño Rivero (con quien he venido construyendo una entrañable amistad, que obliga a hacer referencia más adelante, por nuestros viajes al exterior.) y Jorge Álvarez, a quien siempre recuerdo por su capacidad para el humor sano. En una oportunidad, después de una larga parranda nocturna, fuimos a almorzar a un restaurant que estaba frente a la Plaza Bolívar de Caracas y yo, por el ratón que tenía, no me provocaba comer nada. Al final me decidí por una sopa de tortuga, que me produjo una vomitadora de marca mayor. Ese hecho lo convirtió Jorge en una jodedera que todavía recordamos, cuando nos vemos.….OTRA VEZ DE BARQUISIMETO A MARACAY

Determinadas circunstancias, me obligaron a solicitar mi traslado de Barquisimeto a Maracay. Mi ida a Maracay, para trabajar en el Pedagógico, me permitió formar parte de varios grupos, uno de ellos ya referido en la parranda narrada al comienzo de estos relatos. El grupo lo constituían fundamentalmente: Cachupa Briceño, Arnol Arias, Francisco Valdivieso, Gonzalo Valdivieso, Luís Omaña, Jesús Elorza, Héctor Borges, La Negra..., esposa

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de Héctor, Toñito Valdivieso, Arturo León, Humberto Mejías, Miriam Deceda, Luís Villarroel, ya fallecido, Luís Guédez, también fallecido, quien era un gran melómano y en su cumpleaños, sólo invitaba a este grupo y disfrutábamos al oír todo tipo de música, que Luís tenía en su casa. Al decir de muchos, la cantidad de LP, casetes, discos en 45 rpm, y cintas magnetofónicas, (No recuerdo si ya había salido el CD), era la mejor colección de música del estado Aragua. Ojalá su familia la conserve, para bien de la bohemia. Las fiestas de cumpleaños de Luís, era todo un espectáculo y yo me conté entre los privilegiados que recibía invitación para esta fiesta especial. Era un momento de encuentro, de buena conversación, de oír cualquier tipo de canciones que uno pidiera e inmejorables pasapalos y bebidas de todo tipo. Por lo general, comenzaba en el día y duraba hasta altas horas de la noche. La familia de Luís dejaba el apartamento para que todo se desarrollara sin presiones. En una de esas fiestas, nació la idea de una de las pocas actuaciones teatrales que he tenido en mi vida: Consistía en una traducción simultánea que yo hacía del español al inglés, ante una intervención de Luís Guédez. Por supuesto, que era una traducción con un inglés tarzanérico y limitado (A pesar de los intentos que ha hecho mi entrañable amigo José Serrano, por ayudarme en el manejo del inglés), pero todos nos divertíamos. La última vez que la hicimos Luís y yo, fue en un cumpleaños de Cachupa. Al morir Luís, se acabó el show y nunca lo he repetido. Este también fue un grupo que me marcó mucho, por los grados de solidaridad que alcanzamos y a pesar de los problemas que surgieron posteriormente, lo jodido, lo tomado y lo comido no podemos borrarlo de nuestra historia personal. Este grupo se mantuvo incólume en la parranda, gracias a la contribución de uno de los “más grandes economistas” del

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Pedagógico de Maracay. Me refiero a Ángelo Gambino, quien, a pesar de los errores cometidos y las censuras recibidas de muchos miembros de la caja de ahorro, hizo que nuestro grupo se mantuviera unido: “la familia que bebe unida, permanece unida”. La parranda, la cumbiamba y la bohemia no tuvieron descanso, mientras Ángelo estuvo en la caja de ahorros. La contribución a la que hago referencia, fue la línea de crédito abierta en la mejor tasca de Maracay, el Riacho, donde sólo teníamos que presentar la cédula de identidad, para consumir y comer lo que quisiéramos. Las farras organizadas en ese sitio, fueron de magnitudes descomunales. Muchas veces, firmábamos sin saber lo consumido, pero nunca había problemas. La señora María, dueña y encargada del Riacho, entregaba a Ángelo las facturas consumidas y nos era descontado por nómina lo gastado. Muchos moralistas criticaban esta práctica, pero nuestra respuesta era, que lo que consumíamos era cancelado sin ninguna dilación y que, por el contrario, estábamos generando intereses para todos. De este sitio, El Riacho, salió Luís Guédez a buscar la muerte, en la avenida Casanova Godoy de Maracay. En el sitio donde lo mataron, hicimos vigilia y parranda, por muchos años y en ese sitio, en la fecha de cumpleaños de Luís, se reunían muchas personas, además de nuestro grupo. Sin rencor, sin arrepentimientos y con buen gusto por lo vivido, me fui incorporando a otro grupo, no excluyente del anterior, que en los últimos años se ha convertido como una familia. Siempre nos hemos mantenidos juntos, por más de veinticinco años, pero en el momento de la decantación de todo proceso, el último grupo se ha consolidado como la expresión de una amistad-familiaridad, que ojalá sea para siempre. Inicialmente, éramos Evardo Córcega, Gilberto Parra, Edna Briceño, Raquel Pérez, Zandra Pérez, Doris Hevia,

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José Requena, Juan Bautista Marcano Nancy Matheus, Panchita Colmenares, Carmencita Sánchez, Wilma Macllellan, Waldino Arriaga (fallecido) Leonardo Padrino (fallecido), Antonio León Pérez (fallecido), Hilda Márquez, Sonia Zúñiga, Solange Maluenga, Sonia Noya, Nancy Araujo, Pablo E. Hurtado (personaje fallecido también, de difícil trato, por su carácter, pienso que él me tuvo como su amigo y creo no haber estado en la lista que mandó a elaborar, para que quienes estuvieran en esa lista negra, no asistieran a su velorio y a su entierro, cuestión que cumplió su hijo, al pie de la letra), Julio Pérez, David Vargas, Ángel Sawens, Abilio Peñaloza, Rafael Carrillo, Carmen Elena Moncourt, Aniceto Laurent (Murió como él siempre lo quiso: Bailando), Ramón Zerpa, Eliécer Salinas, Jesús Vivas, Onel Salazar, Luís Rodríguez, Armando Rojas, Domingo La Rosa, Pablo Zapata(He consolidado una extraordinaria amistad con este pana, igual que con sus compañeras, especialmente con Maryenni), Manuel Moreno, extraordinario contador de anécdotas y al que he estimulado siempre para que las escriba, sobretodo sus vivencias de Quiriquire, Javier Castañón. Con los consabidos roces, es el grupo con el que comparto diversos momentos de parranda, ya sea en Curarigua, Margarita, Maracay, Mérida o cualquier país, ya que en los últimos tiempos hemos viajado juntos, cuyo anecdotario formará parte de un capítulo especial, por lo rico y variado de las vainas que hemos echado en esos viajes. Empujado por el proceso político actual, logramos la incorporación de una pana más joven pero igual de ladilla que todos nosotros, me refiero a Oscar Colmenares, llanero barinés con cara de gocho. Contar las parrandas juntos seria inagotable, aunque ya he referido algunas con Evardo y su lloradera y con Julio, cuando vivimos la

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época en que compartimos con Ricardo Gutiérrez. Así como Ángelo Gambino apadrino la cumbiamba en el Riacho, referida anteriormente, a este grupo lo mantuvo vivo Freddy Hernández, quien atendía el bar la Planta, de José Pérez. Allí comíamos y bebíamos casi todos los días y cuando no había fuerza económica, Freddy nos fiaba. Incluso, en una época, Ricardo Gutiérrez y yo llegamos dormir, en unas hamacas, en la Planta. Era un espectáculo ver a Freddy cobrándonos. A veces ocurría que alguien, al momento de cobrar en el Pedagógico, no iba a la Planta y se iban a otros restaurantes más caros, a pagar con efectivo. Cuando le contábamos eso a Freddy, éste, con su chillona y débil voz, imitada por cuanto jodedor llegara a la Planta, decía, < ¡Déjalo quieto, que cuando venga pelando, no le voy a fiar un coño!> Casi nunca cumplía con su promesa. Por esta Razón, Freddy debe ocupar un lugar de honor en el museo de los borrachos, si es que algún día se crea uno en Maracay.

CUCUTA DE MIS AMORESCon Caríñote Zerpa y Julio Pérez, es célebre la parranda armada en Cúcuta, de donde surgió una situación muy divertida, que Ramón cuenta cada vez que puede y está de por medio una borrachera. El caso fue que en esa ciudad colombiana, agarré yo una pea y comencé a ver bonita a una mesonera que nos atendía. Por joder y sin decirle nada a ella, según Ramón, comencé a decir que me iba a mudar para Cúcuta a vivir con esa mesonera. Ramón, que no estaba tan borracho, comenzó a joderme, preguntándome sobre lo que iba a pasar con Yecenia y los muchachos que dejaba en Venezuela y qué iba a pasar con el sueldo del Pedagógico y sobretodo cómo iba a vivir en esa ciudad. Mi respuesta, digna de un borracho que se respete, fue la siguiente: <Bueno, me traen a Yecenia y a los muchachos

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hasta la parte del Táchira del puente internacional Colombia-Venezuela y yo desde el otro extremo les hecho la bendición!> <Está bien>, continuaba Ramón con la jodedera, y <¿cómo hacemos con el pago del Pedagógico?> Mi respuesta fue también muy sencilla y produjo en Julio y Ramón risas que hoy todavía recordamos: <¡Bueno Vale, dile a Víctor Soto (En esa época, Director del Pedagógico de Maracay), que me deposite en el Banco Ganadero, todo mi sueldo!>. Las correrías en esta ciudad colombiana, con el grupo originario, produjeron una colección de anécdotas. Recuerdo que en una oportunidad fui con Evardo, a averiguar información de turismo, como a mí no me interesaba mucho esa gestión, le manifesté a Evardo que iba a ver algunas tiendas de música, cerca de la oficina de turismo. Evardo me dijo, <bueno Omar, nos vemos en la esquina.> Un tipo mayor, colombiano, de esos linces expertos en las trampas, para vivir de los demás, escuchó mi nombre, pronunciado por Evardo, al despedirnos, se me acercó y con mucha alegría, me gritó <¡hola, Omar, como estas!> Ante mi desconcierto, volvió a insistir, <¡Coño, Omar, no te acuerdas de mí, yo viví en Venezuela!> Con extremada familiaridad, seguía hablando y yo retrocediendo hacia la oficina de turismo donde estaba Evardo. <Omar, ¡Tu si estás gordo, vamos a hablar, no te preocupes que solo quiero saludarte!> Como pude, me zafé del tipo y entré a la oficina donde estaba Evardo, a quien le conté lo sucedido y nos fuimos de la zona, para evitar cualquier problema. Lo cómico de la situación, es que en otra oportunidad, volvimos a Cúcuta, Evardo, Pablo Zapata y yo, después de una larga parranda en las fiestas de Elorza, en marzo. Estando en el centro de Cúcuta, hice referencia de lo sucedido hacía más de dos años, cuando de pronto, como a cincuenta metros

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reconozco al tipo, que viene caminando hacia nosotros y le digo a Pablo, <ya vas ver que la vaina es verdad>. Cuando el tipo está cerca, le digo yo a Pablo, <mira Pablito, ya vengo, espérame en esta esquina.> Lo que ocurrió después parece de película, pero el tipo de inmediato abordó a Pablo, gritando, <¡Caramba, Pablito, cómo estas!, tanto tiempo sin verte, si estas gordo!> Se podrán imaginar el estallido de risas que tuvimos los tres, por este reencuentro fortuito con este sablista, cuya táctica es hacer ese teatro, para pedirte algo de dinero, cuestión que terminamos haciendo, para agradecerle su participación en esta curiosa anécdota. Como dije al principio, estos recuerdos no los contaré de manera cronológica ni geográfica, sino cuando surjan en mi memoria. Esto, para referir dos hechos, ocurridos en el mismo sitio de Cúcuta, en épocas diferentes. El sitio es el Partenón, cabaret muy famoso en Cúcuta, donde bellas mujeres se desnudaban, mientras bailaban música caribeña. Lo cierto es que era un espectáculo al que había que ir, dentro de los programas de turismo de esta bella ciudad colombiana. La primera anécdota es de José López, mi hermano, quien acompañado por Freddy Sepúlveda y mi persona, llegamos al Partenón, a disfrutar del referido baile de las mujeres que se desnudaban. En esa época era obligado pedir una botella de ron colombiano Viejo Caldas. Eso hicimos y José se prendió muy rápido y en vez de estar viendo a las mujeres desnudas, comenzó fue a soltar el enchufe del cable del presentador del espectáculo, quien a cada momento se quedaba sin sonido. En eso pasó toda la noche, disfrutando en halar el cable, que pasaba por nuestra mesa, para que el locutor se quedara mudo, todo esto, muerto de la risa, por esta tremendura de muchacho. A Dios gracias que no nos descubrieron y los tres gozamos un mundo

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bebiendo ron, viendo espectaculares mujeres bailando desnudas y al anunciador arrecho cada vez que José le halaba el cable! El otro momento en el Partenón, muchos años después del anterior, fue con Fernando, otro de mis hermanos y el Negro William Torrealba, viejo amigo de parrandas en Valencia. Llegamos al sitio y, como siempre, nos sentamos en una mesa cercana al espectáculo y pedimos una botella de Viejo Caldas. Mientras esperábamos el inicio del baile de las mujeres, comenzamos a beber y el Negro, expectante, me preguntaba sobre lo que íbamos a ver en ese sitio. Mi respuesta fue, <tranquilo, ya lo vas a ver>. Como conozco bastante al Negro y sé que es un parrandero de toda la vida, no me esperaba la reacción que tuvo, cuando la primera mujer comenzó a desvestirse. < ¡Qué bolas, Omar, cómo me traes a este sitio!> < ¡Esto es un mercado de carnes capitalista!> < ¡Qué tipo de comunista eres tú, que me traes a esta vaina, donde se ofende la dignidad de la mujer>. <Coño, me armó tremendo peo!> Yo, avergonzado y desmoralizado, estaba a punto de pedirle disculpas y que nos fuéramos del sitio, pero el Negro se calmó y seguimos bebiendo y viendo el espectáculo. Lo que ocurrió después es digno de narrar, propio del ya citado personaje de Joselo, el Licenciado Esparragoza. El Negro cogió una pea y en un descuido nuestro, se montó en la tarima a bailar con una de las mujeres, cuestión que estaba prohibida. A Fernando y a mí nos costó un mundo bajarlo de la tarima y sentarlo de nuevo en la mesa, bajo la amenaza de los dueños del sitio, de sacarnos si ocurría de nuevo. Los tres nos cagamos de la risa, recordando la pose moralista del Negro y lo que hizo después. Todavía recuerdo este hecho y las pocas veces que nos vemos con el Negro Torrealba, nos reímos como si acabara de suceder.

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MI LLEGADA AL PEDAGOGICO DE MARACAY

En todo este tránsito por el Pedagógico de Maracay, más de veinte años, hasta mi jubilación, me relacioné con muchos personajes, ubicados a uno y otro lado de la política, pero con quienes conservo buenos recuerdos de palos y de amistad. Mi llegada al Pedagógico de Maracay fue al desaparecido Ciclo Básico, donde compartí academia con Zenaida de Rodríguez, Francisco Pettit, Eduardo Campo, Flor de Scribani, Efraín Vásquez, Ilia Pérez, Pedro Muguerza, Eddy Alvarado, Consuelo Sánchez; Igual compartí con jodedores como Luís Turmero, apodado mantequilla, porque en una oportunidad fue al médico y éste le prohibió, entre otras cosas, la mantequilla. Dicen que Luís Turmero exclamó, asombrado: <Doctor, ¿Cómo voy a dejar de trabajar en el Pedagógico?>. En estos tiempos, por razones que tienen que ver con los servicios de seguro, me vinculé con Israel Verano, quien me enseñó una teoría genética que no falla. Estábamos en una fiesta, él, Yecenia y yo y una muchacha que Israel estaba atacando. Cuando le presentaron a la mamá de la novia, una vieja realmente fea, al verla, nos dijo: Voy a terminar con esta muchacha, cuando me vaya de la fiesta.

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Intrigado, le pregunté la razón, si todo, aparentemente marchaba bien. Su respuesta fue que, cuando a uno le gusta una mujer, primero hay que ver a la mamá, porque si la mamá es fea, así será la hija cuando llegue a vieja. Con esta teoría, Yecenia y yo hemos gozado por años, cosa que le agradezco a Israel y razón por la que está en estas memorias. Especial recuerdo conservo igualmente por tres mujeres, con las que desarrollé actividades políticas y gremiales, unas veces coincidiendo y otras no. Me refiero a Cecilia Villalobos y a Carmen Elena Storey (fallecida recientemente) y a unas de las personas más respetadas del Pedagógico de Maracay, Mercedes Quero, un monumento a la dignidad y a la lealtad política. Muy pocas personas saben que con Mercedes me une una coincidencia de la vida, que en una oportunidad le referí. Cuando era un muchacho de diez u once años, trabajé en labores de limpieza, en una venta de repuesto que se llamaba “Repuestos Quero”, ubicada muy cerca de mi casa, en la avenida Lisandro Alvarado de Valencia. El señor Quero era el dueño de este comercio y yo me encargaba de mantener limpio el local, durante todo el día. Recuerdo claramente a unas muchachas que llegaban al negocio, a visitar o a hablar con su padre. ¡Una de esas muchachas, era Mercedes Quero! Esto lo vine a saber, treinta años después, cuando conocí a Mercedes en el Pedagógico de Maracay. En una oportunidad lo hablamos y hoy quiero reafirmarlo, para demostrar mi respeto por Mercedes Quero. En esta época, inicie mis estudios de postgrado, en el Pedagógico de Maracay. Además del título de Magíster en Educación, estos estudios me permitieron relacionarme con dos amigas que, hasta el momento conservo y recuerdo con mucho afecto. Se trata de Marbella Camacaro y Omaira Figueroa. A través de ellas, conocí a Cristina Pérez, actual esposa de Julio Pérez. Entre las tres

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me armaron una “trampa”, en la que caí, por gafo. Las tres están vinculadas a cuestiones de salud, concretamente en bioanalisis. A una de ellas le referí que tenía una mancha blanca en la espalda y que me preocupaba. Me hicieron ir al laboratorio de Cristina y me pidieron que les mostrara la mancha y que me quitara los pantalones, para ver si había propagación del hongo. Esto sirvió para que gozaran, riéndose y haciendo diagnósticos de doble sentido, que supe mucho tiempo después, por confesión de Cristina. A través de Marbella, me relacioné con Gustavo, su compañero y por quien también guardo especial recuerdo. Otra querida amiga de este círculo es María Cristina González, quien fue mi vecina y de la que recuerdo un hecho que ella misma contaba siempre. Producto de un congreso internacional al que asistimos, en Mérida, ella inició un romance poético con un viejo camarada del Pedagógico de Maracay, el profesor Antonio León Pérez. María Cristina consultó con sus dos hijos sobre este romance y uno de ellos le respondió que le parecía bien, ya que ellos no habían conocido a sus abuelos, haciendo alusión a la edad y apariencia del viejo León. Esto me lo contó la misma María Cristina, muerta de la risa. Quiero referir también a alguien ya ido de esta vida, José Luís McClellan, buen amigo y conversador y mejor bebedor, con quien me unió una fraternal amistad, que aún conservo en el recuerdo. Raúl López, actual director del Pedagógico de Maracay y mejor músico y parrandero, prestado a esas actividades académicas, Arnoldo Rodríguez, gentil amigo, por encima de cualquier diferencia política, David Campo, un roble de la bohemia maracayera, Ángelo Gambino, solidario y ya referido anteriormente, Víctor Soto y Francia Celis, con los cuales hemos compartido, a pesar de las diferencias, Josefina Rondón, con quien me encontré en estos días, caminando,

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con su hija y la profesora María Auxiliadora Maldonado, en la playa de Copacabana de Río de Janeiro, Brasil, <¡Si, Brasil!, por una de esas casualidades gratas de la vida.> Estuvimos juntos, Yecenia, Yoli, Crucito y Cruz González, todo un día, dejando de lado las diferencias políticas y recordando los buenos ratos de Maracay. Por cierto, allí me enteré de la muerte de otro caro amigo, Cesar Bonilla, con quien compartí labores en la Asociación de Profesores de Maracay, cuando Rubén Trejo era presidente. Son tantos los amigos de Maracay y de la parranda, que temo dejar en el olvido a alguien, lo cual puede causar cierto malestar. A quienes no nombre es porque son abstemios y para mí ese tipo de persona es “enemigo” de la patria y del progreso de la humanidad. Saco de esa lista a Jorge Rojas, porque con él compartí muchos momentos de luchas gremiales y políticas y por quien guardo especial respeto, por su don de gente y su permanente solidaridad. No puedo olvidar a Francisco Pettit, con quien disfruté mi primera parranda en Maracay. También es digno de mencionarse al ex director Luís Alfredo Aldelnour, con quien compartimos una parranda de dimensiones macondianas, en Tucupita. Fue en la oportunidad en que Luís Alfredo fue a firmar un convenio entre la alcaldía de Tucupita y el Pedagógico de Maracay. Es un récord que todavía no he roto con otros grupos: Entre Luís Alfredo, Cruz González, El “Gordo” Nano, Ramón Yánez, Ramón Zerpa y otros compañeros del Delta, nos bebimos más de 18 botellas de Etiqueta Negra y nos comimos todos los perros calientes de los puestos del Paseo Manamo, que son bastantes puestos de comida rápida. Siempre recordamos, como Cruz González, en medio de la parranda y con su enrevesado lenguaje deltano-margariteño, gritaba < ¡adenur, adenur!>, para indicarle a Luís Alfredo el descubrimiento de una

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mata de coco, en la parte trasera del hotel Pequeña Venecia, donde estábamos alojados. En un santiamén, Luís Alfredo se despachó más de cincuenta cocos para sacarle el agua y acompañar las botellas de etiqueta negra. En otra oportunidad, durante un proceso electoral del Pedagógico de Maracay, Jesús Elorza, quien era el operador político de izquierda del grupo al que yo pertenecía, solicitó una reunión con Luís Alfredo, para negociar algunos cargos, cosa muy común en esa época. Jesús planteó hacer la reunión en Caracas, en una tasca cercana al Pedagógico de Caracas, en el Paraíso, por ser este un terreno nuestro, para tratar de sacarle algo a Luís Alfredo. Asistimos a la reunión Francisco Valdivieso, Jesús y yo. Luís Alfredo asistió solo. La conversación y la bebezón iban por buen camino y creíamos que la estrategia de Jesús iba a dar resultado. Después de la segunda botella de whiskey, Jesús agarró tremenda borrachera, se agachaba y metía la cabeza debajo de la mesa, gritando como un lobo herido. Francisco y yo no aguantábamos la risa y Luís Alfredo se paró de la mesa, como si no hubiera tomado ningún trago, se marchó, ganándole la pelea política y etílica a todos nosotros. Tuvimos que recoger a Jesús y regresarnos a Maracay, con Francisco manejando por el hombrillo, por el sueño que traíamos y Jesús durmiendo en el asiento trasero su curda y su derrota. Pido a Dios que mantenga a Luís Alfredo en la parranda, por muchos años. En verdad siento la obligación de tratar de nombrar a todos aquellos colegas que, aun existiendo diferencias políticas, en la Venezuela de hoy, siempre tienen la mano tendida y la sonrisa franca, cuando nos vemos dentro o fuera del Pedagógico de Maracay. Fue una etapa donde se concentraron diversos personajes que hacían de la vida académica un espectáculo constante. Inolvidables los escritos de Manuel

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Martínez (Sadelas), asesorados, según los rumores de esa época, por Joaquín Marcial Castillo y Pedro González. (Este tipo de publicaciones, fueron hechas después por personajes como Aldo Colmenares y otro, cuya identidad todos conocían pero se hacían los locos: Mariano Crespo y su pluma incisiva). Recuerdo siempre una anécdota que involucra a Manuel Aular y a Alfredo Navarro. Estábamos conversando sobre los jubilados que no querían salir del Pedagógico. Entre los tres, coincidimos, en broma, en buscar unos perros pastor alemán y entrenarlos para que hicieran correr a todo jubilado que estuviera ladillando por los pasillos del Pedagógico. Después me enteré que las malas lenguas, le atribuían esta “maldad” a Alfredo Navarro, pero lo cierto es que fue una conversación en broma, entre los referidos anteriormente. Reiterándonos siempre respeto y amistad, todavía hoy mantengo buenas relaciones con profesores como Numa Millán , Edgar Bello, Rosita González, Euclides Semidey, Margarita Cabrera, Noira Loaiza, Héctor Raúl Salazar, el orgullo de Carupano, Víctor Hermoso, firme en sus convicciones políticas, Isilio Parra, rey de la bohemia aragüeña, Raúl Vázquez, quien junto con Carmencita de Lara, tuvimos varias parrandas criollas, Víctor Salazar, quien hizo historia en Componente Docente con la micro enseñanza, junto a Arnoldo Solórzano. Con José Requena compartí innumerables parrandas y conversaciones políticas de su pasado por la “República del Este”, en Caracas. Mi intensa actividad política y académica me permitió vincularme con todos los departamentos del Pedagógico y hacer amistades en todos los sectores. Son relaciones perdurables y gratos los reencuentros con personajes como Miguel Ángel Colmenares, Tilio Bolívar y la negra Marlene Oraá, siempre cordiales en su trato conmigo, Inolvidable el trato que siempre me dispensan Julián

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Rojas, Urbana de Rojas, Dayselys Figuera, Freddy González, salsómano “prestado” a la docencia, Antero Burgos, quien debe ser declarado “jardinero Insigne” del Pedagógico, Yselhian Silva, Osman González, a quien ya habíamos visto en labores gremiales, Tibisay Esteves, Gustavo Muñoz Cuenca, Rafael Pacheco, Crucita de Dotti, Víctor Muñoz, Maristela Salazar, Rafael Cedeño, Yismenia de Álvarez, Eugenia Bravo, Judith Buitriago, Vilma de Dobbersan, Julián Riera, los hermanos Álvarez (Paco y Pedro), con quienes compartí muchas actividades en Lara, El Negro Cheo, Ennio Romero, Ricardo Rodríguez, eterno compañero de Luis Rodríguez en la bohemia aragüeña, Yamil Rodríguez, Asunción Soler, María García, Sonia Amin, Sonia Isso, Diana Martínez, Magali Freites, Magalli y Josefina Caraballo, dos margariteñas aragueñizadas, Maximina Villegas, Manuel Terrero, quien ha puesto muchos huesos en su sitio, Marina Toro, felizmente en Cubiro, Leopoldo Márquez y Martina, con los que mantengo una inalterable amistad, Marín Damianoff, vecino e iniciador de la computación en el Pedagógico, Violeta Sánchez, Maritza Moncourt, compañera de muchas andanzas de la bohemia maracayera, junto a Ricardo Gutiérrez y Julio Pérez, Alfredo Estraño, a quien ya había conocido en Barquisimeto, Gladis Dávila, con quien compartí clases en la Universidad de Carabobo, Fidias Tovar, con quien he coincidido en Tucupita en varias oportunidades, Rafael Valera, con quien me une el recuerdo de su hermano Pablo, compañero de trabajo en Mariara y vilmente asesinado. Siempre le preguntaba por él y al recibir la noticia, sentí gran dolor porque fuimos grandes amigos, Alexis Escobar, siempre pendiente de nuestros malos hábitos posturales. De las “nuevas” generaciones, siento especial trato de profesoras y profesores como Maira

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Rondón, sobrina de mi pana Josefina, Luisa Cristina Álvarez, hermana de Zenaida, María Elena Quintero, Maritza Lomelli, las hermanas Richter, Nahima Tahan, William Reinoso, Armando Ríos, invencible ante los avatares de la vida, Rosita de D’amico y Ciro, Grisel Bolívar. Mis círculos amistosos se construyeron sin ningún tipo de diferencias políticas, gremiales o de cualquier otro orden. Considero como mis amigos de siempre a profesores, ya nombrados casi todos, con sus obvias omisiones involuntarias, secretarias y personal administrativo como Alicia España, hija y copia exacta de su jodedora madre Josefina, Lilian, la eterna jefa de las comunicaciones y parte importante del Grupo Amazonas, Cecilia Chacón, quien se inició en el Pedagógico cuando formamos parte de la directiva de la Asociación de Profesores, con Rubén Trejo, Eddy Alvarado, Ricardo Gutiérrez, Cesar Bonilla y Norman Severyn, La gorda Elis, los choferes Clementino, Hugo, Eulises, siempre celoso por que Clementino era el chofer preferido de Ciencias Sociales., Josefina, la verdadera decana del post grado del Pedagógico de Maracay. Mención aparte, merecen algunos personajes del Pedagógico, cuya vida y actividad política y comercial, hicieron historia, a pesar de que no eran empleados del Pedagógico, de ninguna manera. Uno de ellos, inolvidable, es Goyito Marcano, margariteño y fiel comunista, que mantuvo una venta de libros, en las cercanías del Departamento de Educación Física. Era un orientador político, de todo militante de izquierda y, en los momentos de crisis que vivíamos muchos profesores de esa época, era un banco seguro, para pequeños préstamos. Cuando uno se atrasaba en los pagos, sin ningún tipo de interés, recibía tremenda reprimenda de Goyito. Ricardo y yo, fuimos muchas veces “víctimas” de esos “juicios revolucionarios” a los que nos

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sometía este viejo camarada, parte de la pequeña historia del Pedagógico de Maracay. Infaltable también, el camarada Alberto Bertrand, viejo cubano, con muchos años de residencia en Venezuela y distribuidor exclusivo de revistas cubanas en Venezuela. Recuerdo aún su anciana figura, recorriendo los pasillos del Pedagógico, entregando las revistas, las cuales, la mayoría de las veces, no le eran canceladas, pero él se conformaba con que fuesen leídas por todos. Las cantinas del Pedagógico, para la época de mi permanencia, eran centros de conversaciones políticas, de bohemia, cuentos y chismes de profesoras y profesores “descarriados” y centro de convergencia de toda la actividad y la dinámica de la institución. Claves en esta historia, el Viejo Blanco, hermano del converso Agustín Blanco Muñoz, Pedro, socio del viejo Blanco y quien fundó aparte un cafetín, que creo todavía mantiene. Los chilenos, que llegaron a Maracay, después de la caída de Allende, en 1973. Uno de ellos ya falleció y tenía su cafetín en la entrada del Ciclo Básico. El otro, Leo, con quien tengo una sólida amistad, junto con su esposa, mantiene un próspero cafetín en el pasillo de la antigua biblioteca del Pedagógico. Otro personaje importante era el Negro Calzadilla, competencia de Goyito, por tener un puesto de venta de libros, casi itinerante. Este personaje era muy amigo mío, igual del Chino Enrique y de Abraham Medina. Otro espacio inolvidable, era la sala de reproducción, donde se podía “tranzar” cualquier negocio, con linces como Pelón y Oswaldo, aderezado con las risas francas de Víctor, Sergio y Reinita... Digo “negocios”, en cuanto a la habilidad de Pelón para hacernos trabajos extras, con una amigable bajada de mula. Esta parte de mis memorias no pueden terminar sin mencionar los templos al Dios Baco que, profesores y alumnos, reverenciábamos, cuando las

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finanzas no estaban en condiciones de ir al Churchill o al Riacho. Obligado empezar por el “Iupebar”, en la parte trasera de las canchas deportivas del Pedagógico. Quien no estuvo en su sede, recibió una formación pedagógica deficitaria e irrecuperable. Otros sitios inolvidables eran “Las Piedritas”, sitio ubicado hacia la avenida las Delicias, caracterizado porque sus sillas eran enormes piedras del lecho seco del río que atraviesa el zoológico de Maracay. Igual el Toro de las Delicias, ubicado en la redoma del zoológico y el viejo Antonio, en el castaño arriba., El bar del Colegio Nacional de Periodistas, ubicado en la avenida las Delicias, donde hoy hay un centro comercial y está la sede de la farmacia Locatel. El viejo autocine, en las Delicias, en la esquina de la avenida hacia el hospital. El restaurant las Delicias, donde todas las autoridades del Pedagógico, con sus excepciones, tenían una cuenta abierta, para gastos de “representación”. Por cierto, es justo reconocer que Tilio Bolívar, Oscar, La Negra Juana Curbelo, Freddy González y Robín Ruiz acabaron con esa práctica, para dolor de muchos. .El Círculo Militar de Maracay, en cuya sede organizábamos todo tipo de parranda y reuniones políticas. El bar de la Facultad, la sede vieja, inolvidable sitio de la bohemia aragüeña. El restaurant La Cumbre, en la parte alta de la avenida Las Delicias, sitio de uso exclusivo cuando las finanzas lo permitían. Otros imborrables, ya los he nombrado: La Planta, de Freddy y el Cerrito, en la avenida 19 de abril, casi siempre regentado por unas hermanas que se caracterizaban por un enorme trasero, que eran el atractivo para muchos profesores del Pedagógico. Igual de importancia tiene un bar ubicado donde está hoy la panadería Royal, en Calicanto, casa de permanente visita de Luis Rodríguez, Ricardo Gutiérrez, Rubén Bueno, Julio Pérez y yo. De esta institución me fui, sin rencores y creo

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haber hecho alguna contribución académica, a pesar de mis parrandas. Creo que una cosa no contradice la otra.

REITERACION DE LA NO CONTRADICCION ENTRE BOHEMIAYTRABAJO INTELECTUAL Y ACADEMICO Mis mejores años de docencia los realicé en Maracay. Muchos me consideran fundador de las actividades de extensión en el Pedagógico, labor que realicé, junto con Armando Rojas, desde el Departamento de Ciencias Sociales, actividad continuada con Evardo Córcega y Rafael Carrillo. Fueron innumerables los congresos, eventos de investigación, encuentros estudiantiles, foros, conferencias, que organizamos desde el área de extensión. Nadie puede quitarme ese mérito, corroborado por los grupos de investigación y de trabajo que coordiné, entre ellos el Grupo Amazonas, conjuntamente con el Negro Aniceto Laurent, lamentablemente fallecido, que produjo liderazgos como el de Isabel Gómez, Marcos Sosa, Petra Aponte, Sandra Castillo, María Antonieta Rubicondo, Yecenia García, Katti Farías, Leonardo Ortega, Marcos Vegas, Nelly Revilla, Marcos Villamizar, Juan Valladares, Ana Torres. Al grupo Amazonas se integró la profesora Marián de Alegría, quien tuvo un papel muy importante en los talleres de ciencias, dictados a los maestros indígenas, aún recuerdo sus acertados ejercicios sobre física, como el uso de la palanca, ejemplos que ella extraía de la propia experiencia de los indígenas: La flecha y el arco, los remos de las canoas, a diferencia de muchos educadores, que dan explicaciones a sus alumnos, con objetos que muchas veces no forman parte de su cultura. El trabajo en Amazonas se hacía con la coordinación de Juan Carlos García y la cooperación de Miriam Dávila,

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egresada del Pedagógico de Maracay y residente y nativa de Puerto Ayacucho, fue una experiencia que enriqueció la formación docente de los alumnos que se integraron a esta experiencia. Por muchos años, organizábamos cursos de enseñanza de la historia, ciencias naturales, castellano y literatura, que se desarrollaban en las comunidades indígenas. Parte de los cursos se desarrollaron en la comunidad de Caño Grulla, ubicada en el Orinoco medio. Eran jornadas diarias de trabajo, con pernocta en la casa del cura, un sacerdote holandés a quien se acusaba de contrabandear minerales de Amazonas a Europa. Era un compartir con maestros indígenas yecuanas, piaroas y yanomamis. En una de esas jornadas de trabajo, al final de los cursos, se organizó una despedida por parte de la comunidad, que conservo en video y en mi alma, como uno de los gestos de agradecimientos más sublimes que yo haya vivido: De cada una de las viviendas, por distintos caminos, fueron llegando señoras y niños y niñas, con platos variados, de todo tipo de cacería, base de su alimentación y jugos de frutos de una gran variedad, que convirtieron la comida en un acto poético, humano, difícil de volver a vivir. Nuestra relación de trabajo con esas comunidades estaba basada en la reciprocidad, en el entender la formación como un compartir de aprendizajes, basados en los principios freirianos de que nadie enseña a nadie y nadie aprende de nadie, sino que todos enseñamos y aprendemos, en una relación dialéctica humana. Aparte de los estudiantes fijos del Grupo Amazonas, tuvieron una participación destacada los profesores Miguel Tovar, quien incluso adelantó un trabajo de diccionario Piaroa, José Sierra, Jorge Díaz Pozo, Evardo Córcega, Manuel Moreno, Manuel Rivas Zorrilla, Jesús Morín, Siempre contamos con la cooperación de amigos como Henry Rosales y Nelson González., Este grupo se mantuvo

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activo después de mi salida del Pedagógico de Maracay, bajo la coordinación de Ramón Zerpa, Yecenia García e Isabel Gómez. Otro centro de actividades importante del Grupo Amazonas fue Isla de Ratón, considerada la isla fluvial más grande de Venezuela, ubicada también en el Estado Amazonas, en pleno río Orinoco. El viaje entre Puerto Ayacucho, embarcando en Samariapo, hasta Caño Grulla o Isla de Ratón, es un espectáculo único, que ningún venezolano debe dejar de conocer. Es espectacular pasar por los raudales y convivir con la naturaleza virgen del Orinoco, el llamado Río Padre. Por cierto, en uno de esos raudales, Raudal del Muerto, fue donde se sacrificó el Grupo Madera, por la irresponsabilidad que caracterizaba a los gobiernos de la IV República y la desvalorización de los grupos populares (Se estableció que la embarcación que los trasladaba no estaba en condiciones de hacer ese recorrido) Igual importancia, le asigno al grupo de Investigación Curarigua, conformado por Yecenia García, mi actual esposa, relación que produjo mi encuentro feliz con una extraordinaria familia, de la cual soy parte y a la que dedicaré largas líneas, por lo que ellos significan para mí y mi familia. Otros importantes integrantes del Grupo de Investigación de Curarigua, son: Gladis Corro, Evelyn Rivas, Yolanda Flores, Ángela González, Yanetzi Benavente, Gioconda Perdomo, Brígida Carmona, Gladis Herrera, tan malamente asesinada, Gilberto Gil, Marcos Guzmán, Alexis Veliz, José Luís García, Juan Carlos Salazar, Mariíta Rojas, Emilia Nieves, Yoleida Blanco, Juanita Silva, Thais Correa, María Mora, Aixa Sotillo. El trabajo de este grupo, en el cual participaron también amigos como Antonio Santaella y el poeta Burgos, produjo una estrecha relación afectiva, humana y espiritual entre el grupo y esta población del Municipio

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Torres, en el Estado Lara. Tuvimos aliados importantes con Don Antonio Crespo (Ya fallecido), papá de Toño Crespo, quien permanentemente era el guía y orientador del trabajo que teníamos que hacer. Igual de importante fue la cooperación de Doña Lolina Campos (Ya fallecida), Dilcia Maldonado y Apolonia Silva, quienes facilitaban sus casas, para alojar a los grupos de trabajo. Las entrevistas hechas a Don Candelario Oropeza, Catalino Álvarez, Cruz María Álvarez, Dilia Graff, Rafael Torres, Nelson Oropeza, Bernardo Yépez, Tello Dorante, aportaron muchísimos datos para tener una comprensión de esta comunidad. En lo personal, esta relación con Curarigua me ha permitido tener como amigos a dos personajes sobre los cuales algún día escribiré unas notas especiales. El primero de ellos, Rafael Torres, encierra en sí mismo un cuentacuentos extraordinario, conversador de los mejores, deportista, captador de talentos deportivos, músico, cantante y, para rematar, un excelente pintor y paisajista, cuya obra ya ha recorrido varias exposiciones en Venezuela y otros países. Su familia goza de un especial respeto por parte de nosotros. En uno de mis viajes a China, con Ramón Zerpa, llevé un cuadro de Rafael como regalo a J.J. Montilla, embajador de Venezuela en Beijing, para esa época. El cuadro es una recreación de la calle y de la casa familiar de los Montilla, en Cuicas, Estado Trujillo. El otro personaje es Tello Dorante, viejo comunista indoblegable, artesano y maestro de obra, un artista del trabajo en adobe y la construcción de techos de caña brava y tejas, cantante, sobre todo de música mexicana, un cuentacuentos de esos que no aburren, a pesar de repetir las anécdotas y vivencias de su vida y su trabajo, agricultor, pero una de sus mayores peculiaridades fue haber regentado un cine en Curarigua, entre 1962 y 1980, donde las películas mexicanas tenían

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un papel fundamental. El mismo Tello me contó que la preponderancia de las películas mexicanas surgió porque cuando presentaba películas en inglés u otro idioma, con títulos en español, los que no sabían leer, se molestaban y exigían la devolución del pago de la entrada. Quienes vivieron y cuentan esta bella e inolvidable historia del cine de Tello, jamás olvidan la costumbre de este hacedor de cultura, de presentar cantantes aficionados de música ranchera, antes de proyectar la película, asignándole cualquier nombre, que los ha identificado para siempre, por ejemplo, el Charro de Piedras Negras, o el Charro de la Sabanita de la Rinconada, nombre que les era asignado, de acuerdo con su lugar de procedencia. Los que se atrevían a cantar en público, a instancia de Tello, quedaban marcados para siempre, por esta oportunidad de cantar en público, cuestión que nunca habían podido hacer. Aun después de más de veinte años en que cerró el cine de Tello, todavía deambulan por ahí, unos cuantos charros, añorando aquellos tiempos de esplendor de las actuaciones en el cine de Tello. Incluso, en Maracay vive un famoso charro, el Charro de Campo Alegre, que viste a la usanza de los tradicionales charros mexicanos, producto de esta práctica musical del famoso Tello Dorante.Otro elemento importante, y que demuestra que la bohemia y la parranda, no está divorciada de la academia y el trabajo docente, fue el grupo organizado en el Estado Delta Amacuro, (Este grupo se formó a partir de unos acuerdos entre El Colegio Nacional de Entrenadores y la Alcaldía de Tucupita) que involucró a numerosos profesores de varias universidades del país y tuvo su colofón más importante con la planificación y desarrollo de una Maestría en Historia, auspiciada por la Universidad Yacambu, con el solidario apoyo de Juan Pedro Pereira, Wilma Alvarado y Pastor Mendoza, Autoridades

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Universitarias y del Profesor Ramón Yánez, Alcalde de Tucupita para la época. Todo este proyecto fue coordinado por mí y por Cruz González, e incluso, fui padrino de la promoción de esa Maestría en Historia, que tuvo como docentes a personalidades como María Victoria López, Luisa Marrufo de Rodríguez, Pablo Zapata, Ricardo Gutiérrez, Alexander Moreno, Yecenia García, Gustavo González, Oscar Colmenares, Ramón Zerpa, Eliezer Salinas, Ulises Torrealba, Marina Toro. La coordinación de Cruz González fue muy valiosa, porque resolvía toda la logística y la atención a los profesores. Todos los domingos, evaluábamos por teléfono, el trabajo realizado. En una oportunidad, después de un curso ejecutado por Gustavo González, Cruz me informa de que el profesor es muy bueno, muy profesional pero lo único malo es que no bebía mucho, uno de los aspectos donde Cruz “más exigía” a los invitados. En otra oportunidad, fue a Tucupita otro camarada, Eliécer Salinas, de poco beber y aguante cañero. Cruz, una vez terminado el curso, se fue con Eliezer y compró cuatro botellas de Etiqueta Negra, para celebrar el éxito del trabajo. Eliécer me contó que antes de terminar la primera botella, él se quedó dormido, para desconsuelo de Cruz González. El grupo de profesores cursantes de la maestría, con un 98% de prosecución y terminación, fueron Luisa Bastardo, Negda Romero, Víctor Sánchez, Yuraima Romero, Loa Tamaronis, Lidia Reina, Flor María Mata, Aida Lacourt, Gaspar Mendoza y José Chacoa. En la parte deportiva, hubo una destacada labor de Francisco Valdivieso, Arnol Arias, Cachupa Briceño. Este intenso trabajo en Delta Amacuro, se tradujo en muchas situaciones simpáticas, dignas de contar por su contenido humorístico. En una oportunidad, llevamos a Tucupita a un joven concertista de guitarra clásica, quien requería de ayuda para irse a

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Europa a estudiar. Como era de esperarse, le montamos un concierto en Tucupita, pero por las características del repertorio, la gente no asistió y hubo que suspender el referido concierto. Ante tal situación, le dijimos al joven que no se preocupara, que le íbamos a dar la ayuda, porque no era su culpa la suspensión del evento cultural. Nos fuimos a la casa del papá de Cruz, Sixto Morgado, viejo margariteño ya fallecido, un personaje con una capacidad humorística inigualable. Nos sentamos en el patio y el concertista, cuyo nombre es Esteban Ojeda, nos indica que de todas maneras él va a ejecutar algunas de las piezas que había preparado para el concierto. De inmediato, nos informa de que va a tocar el concierto para guitarra del siglo dieciocho, numero “tal” y se manda con una interpretación muy bonita, pero muy extraña a nuestros oídos, sobre todo al papá de Cruz, acostumbrado a oír música margariteña y boleros románticos. Esteban continúa con su concierto y nos dice que va a tocar una pieza del siglo diecinueve, compuesta por……. En ese momento Sixto interrumpe a Esteban y le dice <Epa Esteban, cuando llegues al siglo veinte, me tocas una de los Panchos>, lo cual produjo una explosión de risas de todos los que disfrutábamos esta tenida musical de altura. Afortunadamente, Esteban se manejaba muy bien con la música popular y por ahí se armó tremenda parranda. Otro protagonismo importante lo tuve en la génesis de los Encuentros Nacionales de Educadores, que surgieron en la Escuela de Educación de la UCV. Formé parte por muchos años de estos encuentros y tuve responsabilidades organizativas de los eventos efectuados en Caracas, Maracay, Carora, Ciudad Bolívar, Barinas y San Cristóbal. Mantuve una estrecha relación de trabajo con Carlos Lanz, Carlos Manterola, Luís Bigott, Jorge Díaz Piña, Luz Fernández (Entrañable amiga ya fallecida),

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Igual de importante, fue mi desempeño como Coordinador General de la Secretaría de Cultura del Estado Aragua, durante el gobierno de Carlos Tablante, cuando el MÁS era un partido serio. A este cargo llegué, por la confianza que depositó en mí, Toñito Valdivieso, Secretario de Cultura del Estado. Allí mi trabajo fue tan intenso, que después de más de diez años de haberme separado del mismo, los funcionarios, promotores, secretarias y artistas que formaban parte del equipo de trabajo, todavía me recuerdan con amistad y cariño. Con muchos de ellos mantengo relaciones de amistad y cuando tengo oportunidad, los visito y comparto un rato de conversación muy placentera. No nombro a nadie, para evitar que un olvido de nombre, hiera a alguien.

A MANERA DE BUSQUEDA DE MIS RAICES POLITICAS Y DE LA BOHEMIA

A estas alturas de mi vida, con bastante recorrido que hacer todavía, me doy cuenta que en la mayoría de los grupos, políticos, académicos y de la bohemia en los que he participado, no he sido un invitado de piedra, siempre he tenido un papel importante, porque le pongo corazón, como decimos popularmente, a lo que hago. Desde muy temprano, mi vinculación con la política fue algo natural. Esto se inició en mi casa materna de Valencia, por la influencia ejercida por un viejo comunista, venido de las filas de la AD que enfrentó a Pérez Jiménez, llamado José Bruda Lara, a quien quise como un padre y padre biológico de una de mis hermanas, Irma. A Bruda lo acompañaba yo, vendiendo mercancía seca, por varios caseríos de Carabobo y Cojedes, a pie, con una bolsa repleta de peines, agujas, hilo, ganchos de pelo, anzuelos y carretes de nylon para pescar, gomas de pantaletas,

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dedales, juguetes y cuanta cosa había creado Dios. Cuando Acción Democrática se divide, en un mitin en Maracaibo, en 1961, en mi casa se funda lo que después sería el MIR. Una vieja tela, con el nombre de Acción Democrática de Izquierda, colocada en la pared de mi casa, en el Barrio Primero de Mayo de Valencia, marca el inicio de nuestra militancia de izquierda, potenciada en el presente político nacional con el proceso revolucionario que lideriza Chávez. Se puede decir que nacimos con el MIR, en mi barrio, con apenas 14 ó 15 años de edad, yo coordinaba el Comité de Base José Félix Ribas, forma organizativa del MIR, para la época. Toda nuestra actividad política era coordinada por dirigentes universitarios del MIR, que estudiaban en la Universidad de Carabobo. Justo es mencionar a quienes hoy se mantienen en la lucha y en la militancia revolucionara: Nelson Arenas, prestigioso economista a quien el éxito no le ha hecho olvidar sus raíces, Olivero, los hermanos Marrero, un camarada de apellido Silva, de Tinaquillo, El Gordo Liscano, con quien me reencontré después de más de 25 años, en las instalaciones vacacionales de la UPEL, en Chichiriviche. Ese encuentro lo propició Gustavo González, quien es amigo de Liscano. Ellos conversaban muy animadamente, a la orilla de la piscina, yo me acerqué a saludar a Gustavo. Cuando Alirio dijo su apellido y su procedencia, Barinas, le manifesté que yo había conocido a un camarada al que le decíamos el Gordo Liscano y quien era el enlace de nuestro Barrio con la Universidad. Mi sorpresa fue mayúscula, cuando este me dijo, < ¡No jodas, vale!, yo soy el Gordo Liscano, lo que pasa es que la cárcel, la tortura y el trato que me dieron los gobiernos adecos-copeyanos, casi me matan y por eso estoy tan delgado.> Por supuesto que recordamos tantas cosas y celebramos que todavía estemos en el

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mismo lado de la política. Igual, vale recordar a los hermanos Pacheco, hijos del director de la escuela primaria donde estudiamos la mayoría de nosotros y militantes también del MIR. Infaltable en estos relatos, el camarada Arsenio González, cuyo nombre o seudónimo era Chirinos y con quien tuve muchos encuentros posteriores y sé que todavía milita en las filas de la revolución. Hay dos personajes que debo mencionar, sin recriminarles las posiciones que hoy mantienen, no referidas al antichavismo, cuestión que puede ser discutida, sino, posiciones francamente de derecha y reaccionarias. Uno de ellos es Douglas Max Hernández, con quien siempre converso sobre esto, para recordarle ese pasado de militancia política en la izquierda venezolana. El otro, con quien me reencontré, ya como alto dirigente de Acción Democrática, es Ontivero, realmente no recuerdo su nombre, pero fue un importante líder estudiantil de la UC. Igual papel jugo Casiano Díaz, viejo amigo de la militancia, con quien trabajé, muchos años después de esta época del MIR, en la Asociación de Derechos Humanos, en los años 70-80, en la Facultad de Derecho de la UC., junto con Orlando Trovat, Edgar Pérez Rueda, Sarita Mier y Terán, Enrique (No recuerdo su apellido) y otro camarada más joven, cuyos nombres tampoco recuerdo, que era estudiante de Derecho de la UC. En la época referida al MIR, todavía recordamos con Fernando, mi hermano y Raúl Brito, como me costaba hacer las reuniones cuando eran el día viernes, ya que ese día era sagrado, por las reuniones etílicas que organizábamos en el Bar del Viejo Pedro. Casi nunca lo lograba y le pedía al camarada que venía de la UC, que no hiciéramos reuniones esos días, por lo que significaba para quienes nos estábamos iniciando en la bohemia de los viernes: Beber y consagrar los días viernes a la cerveza.

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Creo que fue a Octavio Briceño, a quien le oí por primera vez, la proclama de que “Beber y luchar es la primera responsabilidad de todo revolucionario”. Como han visto, he tratado de seguir estos consejos al pie de la letra. Esto se puede traducir de varias formas, como “Beber y Estudiar”, o “Beber y trabajar”, lo importante es el equilibrio, que si lo pierdes físicamente o espiritualmente, te jodes.

INTRODUCCION A LA CONTRADICCION DE BEBER Y VIAJAR. TEORIZACION SOBRE EL VIAJAR.Todo esto para llegar al que considero la proclama más importante para quienes ya pasamos hace rato de los cuarenta años: “Beber y viajar”, el cual voy a tratar de explicitar más, para que nos entendamos y podamos corregir, lo que considero un error muy común de los borrachos que viajan, ya sea en Venezuela o hacia el exterior. El referido error, del cual Cruz González es un clásico, es el de viajar a cualquier sitio y sentarse en un bar, tasca, pub o lo que sea, y permanecer horas y horas bebiendo, sin conocer nada del sitio visitado. La teorización de esta proclama la viví en la práctica con Cruz, quien, como he dicho, es el prototipo de turista-borracho-encerrado. Mucho me costó para que lo entendiera, pero en un viaje que hicimos juntos a Ecuador, lo entendió y lo internalizó. Después de varios días caminando, conociendo las bellezas de Quito, La Mitad del Mundo, el teleférico de Quito y otras bellezas de este hermoso país, una tarde, como una revelación parecida a la de José Arcadio Buendía cuando toco la panela de hielo, me dijo, <¡Coño Omar López, que sabroso es viajar y conocer, sin beber tanto!.> Para mí fue una gran alegría, el haber convertido a Cruz, de un turista-borracho-

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encerrado, en un bohemio, que deja la caña en su país y disfruta de un viaje. Como esta revelación le surgió el último día del viaje, lo celebramos, junto con Crucito, su hijo, y un pana de Tucupita, Goyo Martínez y su hija y nos metimos tremenda pea, cuestión que no contradice la proclama. Recientemente, estuvimos juntos en Perú y Brasil y de verdad que se nota un cambio en su conducta. Aprovecho para sugerir a quienes vayan a Perú, conocer una zona que se llama Paracas, donde hay facilidades para paseos muy económicos, hacia una reserva muy interesante, donde hay una formación de desiertos y unas playas bellísimas, muy frías pero acogedoras. Igual el paseo hasta las islas Ballesta, donde se puede observar una variedad de fauna, entre ellos, lobos de mar, un tipo de pingüino de esa zona, diversas aves, entre ellas gaviotas, pelícanos y otras, que posibilitan un negocio sustentable para la zona, con la producción de guano, que es comercializada una vez al año. La prueba de fuego para Cruz, será cuando vayamos juntos a La Habana. No me atrevo a hacer pronósticos, por el conocimiento que de él tengo. Lo anterior, me permite enlazar la parte, quizás, de lo que ha sido mi vida en los últimos diez años: Cero ahorros, cero carros nuevos y lujosos, cero en gastaderas superfluas, como arreglar casas, comprar ropa de marca y costosa. Lo único que mantengo, es la solidaridad con mis hijos e hijas y con mi esposa, familiares y con los amigos que se ganan ese derecho. Todo lo que ingresa como salarios, pagos de bonos atrasados de la Universidad, cajas de ahorros, créditos de la caja de ahorro y de los fondos de la Universidad, lo dedico, desde el año 2000, a viajar, a cualquier parte del mundo. Debo aclarar que, en algunos viajes, he tenido la cooperación del gobierno de la RPD de Corea, cuando se trata de viajes para asistir a reuniones o congresos. El resto, es sufragado por mí y el chuleo que a

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veces le hago a Yecenia o los préstamos de Teo, mi sobrino, de mi querida suegra Lina o de alguno de mis amigos. Antes del 2000, mis viajes fueron a Cuba, en 1982, durante la celebración de unos juegos Centroamericanos y del Caribe. Este primer viaje a Cuba lo hice solo y estando allí, formé grupo con unos tipos de Caracas, de apellidos López y Linares y un señor italiano que vivía en Guacara. Fuimos juntos al cabaret Tropicana y allí conocí a unas hijas de Miguel Matamoros, a quien le hacían un homenaje esa noche. El otro viaje fue a Corea en 1988, por invitación coordinada por Alexander Moreno. Este fue mi primer viaje al otro lado del océano. La ruta, también referida, fue Caracas-La Habana-Moscú-Pyongyang, capital de Corea. Fue un viaje que hice con 50 dólares en el bolsillo, por la crisis que vivíamos Yecenia y yo, recién casados. Quizás sin el apoyo de Yecenia, no hubiese podido viajar, porque eran dos meses fuera. La delegación la conformábamos Reinaldo Rojas y yo. Para esa época, los compañeros coreanos cubrían todos los gastos de Cuba en adelante. Yo estaba limpio de bola, el pasaje Caracas-Habana me lo financió el camarada Arsenio González, de quien hablé anteriormente y que se dedicó al negocio de turismo. No recuerdo como compré los 50 dólares, que llevaba como capital, pero estos se redujeron, porque tuve que pagar la visa coreana en La Habana. Llegué a Moscú con 30 dólares y sobrevivimos porque en la embajada coreana en Moscú nos daban las comidas y el alojamiento. Todavía recuerdo las burlas de los policías rusos, en el aeropuerto, cuando me dijeron que declarara cuántos dólares llevaba: 30 dólares y varias monedas venezolanas, entre ellas un fuerte, que causó mucha gracia a estos policías, por su tamaño, comparado con las moneditas de Rusia, para la época. Entre risas, se las mostraban a otros policías, lo cual me hizo dárselas,

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para facilitar la entrada. Debo informar, que llevé y entregué en La Habana, un paquete a una persona que no conocía, lo cual me facilitó una parranda monumental, que referiré más tarde. En Moscú estuvimos dos días, caminando por el centro de la ciudad, lo que nos permitió tener una visión amplia de esta compleja urbe. Dos hechos recuerdo de este viaje, compartidos ambos con Reinaldo: Uno, histórico, porque era el momento del derrumbe del sueño de la Unión Soviética. Incluso, presenciamos el desfile de carros oficiales, que trasladaban a Reagan y a Gorbachov, quienes se reunían ese año (1988), para planificar lo que se produjo después, ya conocido por todos. La otra situación, que fue divertida, gracias a un favor que le hicimos a una profesora rusa que trabajaba en el Pedagógico de Barquisimeto. Ella nos pidió que lleváramos un paquete, creo que una ropa, a un hijo, que vivía en Moscú. Escribió la dirección en ruso, con el nombre del hijo y nos dijo que usáramos un taxi, que sería cancelado por su hijo, señalándolo por escrito en ruso en el sobre. Así hicimos, paramos un taxi y le mostramos el paquete. El taxi tenía taxímetro, lo que facilitaba la entrega de la encomienda. Salimos y al llegar al sitio con el paquete, el taxista se bajó a entregarlo y nos quedamos en el carro, ya que era un procedimiento rápido, creíamos nosotros. Lo que nos sorprendió, fue que vimos al chofer discutiendo con el tipo, se gritaban vainas en ruso, desconociendo nosotros lo que pasaba, el chofer se viene hasta el carro y trataba de explicarnos algo, como que bajáramos a explicar al tipo, que el paquete lo enviaba su mamá, para que lo recibiera. Nos bajamos y fuimos con el chofer y el tipo, al ver a un par de tipos raros, se negó a pagar el taxi, que era lo que el chofer trataba de decirle y cerró de un trancazo la puerta. Ante esta situación, para nosotros era difícil pagar lo consumido por el taxímetro,

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lo cual le hicimos saber al chofer, con el lenguaje de las señas. El tipo se arrechó, se llevó el paquete y nos dejó botados, en una zona bien lejos del sitio donde estaba la embajada coreana, y nos costó una bola conseguir un bus que nos llevara. La estadía en Corea fue de primera. Nos alojaron en la sede de la Asociación de Científicos Sociales de Corea, con todas las comidas y habitaciones particulares para cada uno. Eran reuniones diarias, de discusiones sobre la política coreana, la Idea Zuche. Por cierto, el traductor que nos atendió, nuestro amigo “latinoamericanizado”, Kim Chol Bom, acaba de fallecer en su país, cuestión que lamentamos mucho, por la amistad que establecimos con él por más de veinte años. Dentro del programa de trabajo, se incluyó una visita a Panmunzon, en el paralelo 38, que divide a la península coreana, desde la firma del armisticio de la guerra de Corea, que se tradujo en la primera gran derrota del imperialismo. Allí me ocurrió un hecho curioso y hasta cómico. A una distancia bastante cerca, se ven las tropas norteamericanas que ocupan la parte sur de la península coreana. Yo cargaba una pequeña cámara fotográfica y le consulto a KimChol Bom si podía tomar fotos. La respuesta de Chol Bom, < ¡Tómale fotos a esos guebones!> Cuando enfoco a un militar, que estaba en una ventana, me doy cuenta que el tipo también me estaba fotografiando a mí, gráfica que debe reposar en los archivos de los gringos. La experiencia de este viaje, marcó para siempre mi vida y creo que, como dije en líneas anteriores, solo la muerte me separara de ella: La solidaridad con Corea. De regreso, por la misma ruta, con una parada inesperada en Beijing, China, llegamos a La Habana, al hotel Habana Libre. La estadía en La Habana era de tres días, para regresar a Caracas. Al llegar, ya en el hotel, recibo una llamada a la habitación, indicándome la

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persona que bajara hasta el Lobby, ya que quería agradecerme haberle traído el paquete desde Caracas. No supe lo que contenía el paquete, pero supongo que era algo muy importante, porque el tipo me dijo que me preparara para asistir esa misma noche, al show del cabaret del hotel Habana Libre. Le consulte si podía lleva a Reinaldo y me dijo que no había problemas. Sin embargo, Reinaldo me manifestó que estaba muy cansado y que prefería dormir. Le indiqué que me dejara la puerta abierta, pero no fue necesario, porque amanecí en el referido cabaret, con la familia del tipo, bebí y comí hasta el cansancio y todo por el paquete que llevé. Ese mismo día, en la tarde, me fueron a buscar para comer en el Floridita, el famoso bar de Hemingway. Allí, armamos otra parranda, para preocupación de Reinaldo, a quien casi no vi, sino hasta el día que nos veníamos a Caracas. A pesar de que volví a Cuba, más de 6 veces, después de esta experiencia, no pude ubicar más a esta familia, algunos me decían que se habían ido a Miami, pero realmente, les perdí contacto. Ojalá que alguien de ellos me pida de nuevo llevar un paquete similar, sobre todo por la situación económica en que me encontraba, cuando llegué a La Habana, de regreso de Moscú: 0 dólares, 0 pesos cubanos y 0 bolívares. Los viajes han sido una constante en mis últimos 10 años, para desquitarme, o “descobrarme”, como decíamos cuando éramos muchachos. Realmente, la situación económica de mi casa, nunca estuvo bien como para emprender ningún tipo de viaje. Si recuerdan, mi primer viaje, como tal, fue el emprendido hacia la ciudad de Cúcuta, con todas las peripecias contadas al principio. Recuerdo con mucha nostalgia, mi primer viaje en avión, creo que tenía como 28 años, fue una invitación que me hizo Pedro Juan Aponte, amigo y profesor del Pedagógico de

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Barquisimeto. Íbamos en una misión de trabajo, a la sede de la Universidad, en Gato Negro. Ni el mismo Pedro Juan sabía que ese era mi primer viaje en avión: Barquisimeto-Caracas-Barquisimeto. Por casualidad, en ese viaje ocurrió algo que puede catalogarse de insólito: Al salir a la avenida Sucre, en Catia, para ir al centro de Caracas, vimos a un indigente o loco de carretera, con una chaqueta con las insignias del Pedagógico de Barquisimeto, cosa que nos llamó la atención, pero cuando lo vimos por detrás, al seguir caminando, la sorpresa fue aún mayor, ya que el nombre impreso en la espalda era el de Erwin Cadenas, nuestro amigo de Barquisimeto. Es realmente insólito, encontrar, en Caracas, a alguien con una chaqueta de jugar softbol con tales características. Por supuesto, que le contamos este hecho a Erwin y ni él mismo pudo encontrarle una explicación lógica a esta casualidad. El tiempo perdido sin poder viajar, lo he tratado de recuperar y creo que lo he superado con creces, como podrán ver más adelante. A partir del año dos mil, inicié estos viajes, que espero concluirlos cuando ya mi cuerpo y mi mente no puedan responderme. Tales propósitos se iniciaron con un viaje organizado por mí, para ir a Corea, con unas paradas en Ámsterdam, Paris, Beijing y Barcelona, del cual se desprenden muchas experiencias para no cometer errores típicos de todo viajero novato. El grupo estaba integrado por Evardo Córcega, Oscar Colmenares, Tilio Bolívar, Edgardo Britapaz, Ninoska Vegas, Pablo Zapata, Mariano Crespo, Antonio Gallup, Ilse Camacaro y yo. Este recuento de nombres, como pueden ver, es el primer error cometido. Un montón de viejos, cada quien con sus manías, que siempre generan conflictos. Se debe viajar máximo con cuatro personas, incluido uno mismo, pero mejor es con tres personas, aunque lo ideal es con dos

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personas, pero lo mejor de todo es viajar solo, para que usted decida donde ir, que comer, que beber y que comprar, sin estar discutiendo a cada momento con sus amigos. El otro aprendizaje, que lo internalicé con sangre, sudor y lágrimas, es el equipaje. Este debe contener lo menos posible de ropas y otros enseres. Uno o dos pantalones, si bluejean o de pana, mejor, el par de zapatos que llevas puesto y franelas, si no es tiempo de invierno. Un sweater grueso resuelve la situación del frió. En este viaje, cada persona llevaba una o dos maletas pero de las más grandes, lo cual se convirtió en un calvario, cuando nos trasladábamos del aeropuerto de Paris, al centro de la ciudad. Llegamos de noche y era imposible tomar taxis por lo costoso y por las cantidades de maletas que llevábamos. A empujones y sudorosos, logramos montarnos en un bus que nos dejó en una estación de metro, para dirigirnos hacia una zona de hoteles, donde Ninoska decía que se encontraban uno al lado de otro y económicos. Ni una cosa ni la otra. Para entrar al metro, ya de madrugada, sin ubicar las taquillas de compra de tickets, tuvimos que valernos unos tickets viejos, tirados en el piso, que a algunos les funcionaba, otros pasaban por debajo de las manivelas, lanzando las maletas por encima de las mismas, dignas de un espectáculo cirquense de mala calidad. Cuando encontramos hotel, no había cupo para todos y se convirtió en un drama, encontrar habitación para todos. Ese fue el otro error que no debemos cometer: viajar a ciudades donde no tengamos algún contacto, sin reservaciones de hotel. Es más costoso llegar directamente al hotel que cuando se hace la reservación, cuestión que comprobamos en un hotel que yo había contactado previamente. Al día siguiente, la consabida discusión de dónde ir, complaciendo a todos. Optamos por separarnos para que cada quien hiciera lo

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suyo. Todo lo sufrido en Paris, se multiplicó en Beijing, pero fue un viaje del que no podemos arrepentirnos, por las experiencias vividas, que marcan de una u otra forma nuestras vidas. Cuando llegamos al aeropuerto de Beijing, el guía que yo había contactado desde Venezuela, no aparecía por ningún lado. Se pueden imaginar la incertidumbre de unos viajeros novatos, en un aeropuerto atiborrado de chinos, con los problemas naturales del idioma. Ya estábamos a punto de desespero, cuando observamos a un chino como de 1.80 de estatura, con un cartel con mi nombre escrito. Todos nos abalanzamos sobre él, por el alivio que significaba su llegada. Aunque era mi segundo viaje a Beijing, el primero cuando en 1988 viaje a Corea, realmente fue mi primer encuentro con esta cultura milenaria, facilitada por el guía, a quien bautizamos como Juan, ya que su nombre en chino es Wang. Con él conocimos la Muralla China y todos los sitios turísticos de Beijing: La Ciudad Prohibida, la plaza Tiannanmen, el Palacio de Invierno del Emperador y la calle peatonal, enorme boulevard que, a las horas pico es un espectáculo al caminar con los miles de chinos, que se acercan a mirar y con los que van o vienen de sus trabajos. Es una enorme multitud, todos los días, que desconcierta a quienes venimos de ciudades relativamente pequeñas. En Beijing de verdad que la pasamos bien y el grupo ya se había organizado para evitar los roces que siempre suelen suceder entre ellos. Vale la pena resaltar la visita diaria que hacíamos a la calle del hambre, cerca del hotel, en la avenida peatonal. Fue un deslumbramiento ver y comer cuanto animal existe en el mundo: ranas, taras, monos, pinchos de cuanta vaina Dios creó. En este sitio, era donde Juan pagaba la cena, contemplada en el paquete turístico que habíamos comprado. En una oportunidad, Pablo, Mariano y yo, estábamos frente al hotel, después de haber

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comido cerca del mismo, ya que Juan se había retrasado un poco. La mayoría del grupo había salido o estaban en sus habitaciones. No quisimos despreciar la invitación de Juan, de ir a la calle del hambre y llegamos al sitio, con la barriga repleta, pensando en que podíamos comer que no nos ocasionara un colapso estomacal. Me dirigí a Juan y le dije que comprara un pincho para los tres, porque ya habíamos comido. Por las limitaciones del español de Juan, el entendió lo contrario y nos compró a cada uno tres pinchos de cordero, que tragamos a juro, muertos de la risa. Es oportuno decir que el turismo hacia china es muy barato, los hoteles de cuatro o cinco estrellas, son sumamente accesibles, comparados con Venezuela o en Europa. El común de la gente, no se arriesga a ir a China, pensando en gastos elevados, pero de verdad es sorpresivo comer en un restaurant, a unos precios increíbles. Quizás lo que más nos sorprendió a todos, fueron los contrastes que se observan entre los diferentes estratos sociales. Puedes ver personas con las mismas características del pueblo chino, de décadas anteriores y una generación de jóvenes, con lujosos autos y ropas de marca internacional. Igual, observamos cómo ha proliferado la prostitución entre bellas muchachas, quienes sin el menor rubor, se te acercan y utilizan un término, que después supimos que era una palabra inglesa: Look, look (mira), para invitarnos a hacernos un masaje. En ellas se escuchaba: luki, luki, masage. Todos tuvimos comportamiento monocuco, ya sea por el sida o por el miedo al robo o por convicción monocucal. La estadía en Pyongyang, capital de Corea, fue extraordinaria, fuimos atendidos como diplomáticos, alojados en el famoso hotel Korio, donde teníamos asegurada las tres comidas. Aparte de las reuniones de trabajo y conferencias, se nos condujo a múltiples

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actividades culturales y sociales, como el circo de Corea, hermoso espectáculo, a la altura de cualquier circo del mundo, igualmente, fuimos al Palacio de los Niños, donde disfrutamos diversas presentaciones culturales de los niños que asisten a este tipo de instituciones culturales y deportivas, después de sus clases normales. El concierto musical que nos brindaron los niños, es una experiencia única, por su calidad y por las edades de los ejecutantes. Este grupo tuvo el privilegio de asistir a una presentación de gimnasia masiva, en el estadio 1ro de Mayo, con capacidad para más de 100 mil personas. Lo visto en esa gimnasia masiva, con personas que imitan movimientos de aviones, aves, camiones, tanques de guerra, combate de aviones, tractores en faenas agrícolas, de una manera tan coordinada, que solo es posible con un pueblo bien entrenado y bien educado. Es necesario verlo, ya que su descripción no es suficiente como para tener una idea cercana a la magnificencia de este acto. Puedo decir con responsabilidad que ni siquiera la inauguración de muchos juegos olímpicos se acerca a la maestría de los coreanos, en este arte de la gimnasia masiva. Las bellezas naturales del Monte Myojansan y el hotel donde fuimos alojados, cerca de la montaña, compensa cualquier malestar grupal que haya surgido. Fue una estadía sana, ajustada a lo planteado anteriormente, con respecto a lo de encerrarse a beber en los viajes de placer o turísticos. Como no se trata de una narración exhaustiva de estos viajes, solo referiré los aspectos simpáticos, jocosos y que valen la pena recordar. A nuestro regreso a Paris, donde estaba residenciada mi hija María Eugenia, hicimos un grupo pequeño: Pablo Zapata, Evardo Córcega, Oscar Colmenares, María Eugenia y yo. Caminamos hasta el cansancio, desde la torre Eiffel hasta el Arco del Triunfo, disfrutando las riberas del río Sena y los famosos Campos

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Elíseos, donde nos ocurrió un hecho que merece ser conocido por todos. Cuando veníamos caminado por los Campos Elíseos, con las jodederas de Evardo y Pablo, las risas de María Eugenia, sentimos cierta incomodidad en Oscar, porque supuestamente la conducta de estos panas, nos hacía ver como fuera de lugar, en un lugar tan exclusivo y tan “chip”, como los Campos Elíseos parisinos. Oscar iba caminando delante de nosotros, como quien no quiere que lo vinculen con los locos que vienen jodiendo y bebiendo cerveza de una forma inadecuada (Yo también me sentía desconcertado, por las risotadas de Evardo y Pablo, pero no le paraba mucho y me gozaba, junto con María Eugenia, las referidas jodederas); A cada momento nos parábamos a comprar latas de cervezas, a unos precios elevados. Estas cervezas las consumíamos, caminando y jodiendo, sin tener que ver con lo que pensara Oscar o cualquier otra persona. En un momento en que nos detuvimos a destapar las latas de cerveza, se nos acercó un tipo más o menos contemporáneo con nosotros, vestido elegantemente, como lo hacen los acartonados pequeños burgueses de aquí y de allá. Lo cierto es que el señor nos aborda y nos pregunta en perfecto español: <Disculpen, ¿de dónde son Uds.?> Al responderles que éramos de Venezuela, nos dijo, <Caramba, Uds. si son felices, no le hacen caso a las supuestas etiquetas de comportamiento en las que nos han envuelto a nosotros>, nos felicitó y siguió su camino, con la misma prestancia que nos había abordado. Por un momento, quedamos perplejos, pensando en lo que este tipo había dicho y lo celebramos, comprando cuatro latas de cervezas más, mientras Oscar seguía raudo, camino a la estación del metro de Paris, ubicada en el Arco de Triunfo. No hicimos ninguna valoración, positiva o negativa, sobre la conducta de Oscar y lo entendimos

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como una de las necedades que todos tenemos, en el grupo en el cual estamos. Lo que nos ha cohesionado, precisamente, es reconocer que cada uno de nosotros, de una u otra forma, tiene temas o caprichos, que de acuerdo con su intensidad, crean molestias, pero que son superadas, al valorar más las cosas positivas que cada persona tiene. Este viaje terminó, con una aventura que tomaron Evardo, Pablo, Ilse, Ninoska, Mariano y Antonio, quienes se fueron en Bus hasta Ámsterdam, con paradas en Luxemburgo, pero espero que sea alguno de ellos, quien cuente esta experiencia. Yo me fui hasta Lyon, con María Eugenia, donde ella estaba residenciada para esa época. Como siempre he sostenido que los viajes hay que aprovecharlos hasta el máximo, decidimos ir hasta Torino, Italia, en un tren que sale de Lyon, pasamos todo el día caminando, bajo una pertinaz lluvia, pero conociendo parte de esta ciudad industrial de Italia. Oscar, Britapaz y Tilio se quedaron en Paris, donde nos vimos de nuevo, a mi regreso de Lyon, para irnos juntos a Ámsterdam, donde nos reencontramos con el resto del grupo. Una parte del grupo, viajó directo de Ámsterdam a Caracas y otros, nos fuimos a Barcelona, donde la pasamos de la mejor, pero con los problemas señalados con respecto a los numerosos del grupo. No encontrábamos hoteles para todos, nos dividimos y, por último, cada quien hizo lo suyo, para evitar más problemas. Evardo cerró este viaje, con dos anécdotas propias de él: Llegó con el tobillo inflamado por la gota (el mismo “cáncer” narrado al principio, que lo hizo llorar en la casa de Clementino), tuvimos que llevarlo Pablo y yo, al hospital y después, botó el pasaporte y tuvo que quedarse solo, unos días, mientras le daban un nuevo pasaporte.

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Antes del golpe de estado de abril de 2002, intentamos organizar en Caracas, un congreso mundial de la Idea Zuche de cuyo comité organizador era el presidente. Este congreso se frustró por esa circunstancia, Sin embargo, los compañeros coreanos nos invitaron a Ramón Zerpa y a mí, cubriendo ellos todos los gastos, a varias reuniones en Pyongyang, para coordinar todo lo relativo a ese evento. La ruta hecha fue la misma del viaje anterior a Corea: Caracas-Paris-Beijing-Corea. Fue un viaje sin incidentes en lo que concierne a Beijing, salvo las peleas de Ramón con Juan, el guía chino conocido en el primer viaje y con quien establecí una relación de amistad, que se ha venido rompiendo, por su actitud con otros viajeros venezolanos, que han solicitado sus servicios de guía turístico. Era el primer viaje de Ramón a China y vivimos varias experiencias dignas de contar. Lo nuevo para mí, fui la visita realizada a Xiam, para conocer el Ejército de Terracota de esa región y que está considerada como una de las maravillas de hoy. Es un museo, en las excavaciones hechas, espectacular, por los tamaños de los guerreros y la cantidad de figuras que permanecen intactas, después de tantos siglos enterradas. Lo curioso de este viaje, fue que lo hicimos a través de un tren, que tarda más de catorce horas entre Beijing y Xiam. Viajamos de noche, durmiendo en unos camarotes donde había más de 6 literas unas al lado de las otras, con un estrecho pasillo. A nosotros nos tocó dormir arriba y para subir era un espectáculo vernos, con sendas voluminosas barrigas, subir y bajar, para comer o resolver cualquier otra necesidad. Puedo decir que un 98% de los pasajeros eran chinos, nosotros éramos una curiosidad para los chinos no muy acostumbrados a convivir con extranjeros. A pesar de la barrera del idioma, establecimos relación con una pareja de muchachos chinos, que iban a Manchuria, con más de

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veinticinco horas de viaje. Ellos se reían, cuando amaneció, por los ronquidos de Ramón y los míos, que son muy famosos. Fue un viaje interminable pero rico en este tipo de experiencias, de compartir con personas que no te entienden y tú tampoco los entiendes. Vale decir, que viajábamos con Juan, el chino, pero éste se nos perdió y se fue a un camarote, con unos amigos y venía a buscarnos para comer, en el restaurant del tren, que solo servía comida china, sin ninguna alternativa posible de sándwiches, pasteles, galletas o algo distinto a unos fideos blancos, servidos en sobres, como los de las sopas instantáneas que conocemos en Venezuela, y una taza de agua caliente. No tuvimos más alternativa que comer esa sambumbia, a las once de la noche. Durante el viaje, nos salvó la pareja de chinos, que nos dieron frutas y galletas. Durante el día, faltando como cuatro horas para llegar a Xiam, estábamos en el pasillo, conversando, con señas, con un chino, intercambiando monedas y riéndonos de la imposibilidad de establecer un diálogo verdadero. De improviso, llegó un tipo, chino, mal encarado y viéndonos de frente, comenzó a hablar, como insultándonos y reclamándonos algo. Por los gestos de los otros chinos, intuíamos que eran insultos y groserías, los que el tipo nos decía y no nos quedó más remedio, que insultarlo también, diciéndoles cuantas groserías sabíamos, con la ventaja que ni él las entendía ni nosotros tampoco entendíamos las que nos decía. Al rato se marchó y recibimos de los chinos que nos rodeaban, gestos de disculpas, cuestión que le hicimos saber a Juan, cuando llegó al oír los ruidos de la discusión. Juan habló con el tipo, que parecía un vigilante del tren y nos dio a nosotros una explicación, que ninguno de los dos aceptó. Juan nos tradujo que el tipo lo que quería era intercambiar monedas con nosotros, pero, sabíamos que era mentira, porque el lenguaje gestual es

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universal y no da espacio para la duda, al traducir esos gestos. El trabajo en Corea fue muy productivo, dentro de las atenciones de primera, que los coreanos nos dispensan cada vez que viajamos a ese extraordinario país. Vale la pena narrar la experiencia que tuvimos, en un restaurant coreano, donde fuimos invitados por el gobierno, como despedida de nuestra estadía en Corea. Dada la amistad que teníamos con el camarada Kim Chol Bom, de quien informé anteriormente, sobre su sorpresiva muerte, le pedí si era posible, que nos llevaran comer perro (No “hot dog”, precisamente), comida tradicional coreana. Más por curiosidad que otra cosa, hice tal solicitud, Chol Bom nos indicó que iba a consultar y que en la tarde nos informaba. Cuando llagaron al hotel, para ir al restaurant, nos dijo que nos iban a complacer con la comida de perro. Cuando estábamos ya sentados, en el restaurant, previo el consumo de varias cervezas, el mesonero se acercó, con un bandeja de vidrio, que contenía lo que parecía una carne de res guisada. Aun humeante, Chol Bom nos indicó que era un guisado de perro y que podíamos comer. De inmediato, me lleve el primer bocado a la boca y no sentí nada distinto de cualquier carne de otro animal. Ramón dice que no la comió porque estaba picante, pero estoy seguro de que tuvo cierta aprehensión por la comida. En todo caso, puedo decir que comí perro en Corea, en un restaurant de lujo. Este viaje con Ramón produjo mucho material para estos relatos y de los cuales se desprenden muchos aprendizajes para quienes se dediquen a viajar, como placer, por si solos y no a través de esos fastidiosos tours, donde cargan a uno como un borrego, con el tiempo a cuestas, todo planificado por alguien que se hace pasar por simpático, solo por mantener su negocio. La única y última experiencia de este tipo, la tuve en un viaje que hice con Yecenia y Fidel y Luís Omar, muy pequeños, a

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Austria. Marielena, mi hija, estaba residenciada en Viena, donde estudiaba música, y nos alquiló un pequeño apartamento en esa difícil ciudad de Austria, difícil por las actitudes racistas que se observan cuando uno anda por su cuenta. Sin embargo, a eso le dimos poca importancia y nos disfrutamos las bellezas de Viena, sus parques, teatros, museos y castillos y, lo mejor de todo, sus cervezas, de todo tipo y tamaño. Decía lo de la experiencia de los tours, porque un día, a Yecenia y a mí, se nos ocurrió comprar un paquete turístico hasta Praga, saliendo en la mañana y regresando en la tarde. Así lo hicimos, pero previamente tuve yo que pasar por la penuria de la aprobación de la visa checa, y el maltrato de algunos funcionarios, creo porque en mi pasaporte estaban señaladas entradas a Cuba, China, Corea del Norte y este país acababa de salir del sistema comunista, a raíz de la caída de la URSS. No obstante esta situación, en la mañana del día indicado, salimos a Praga, con un tipo hablando en alemán y checo y nosotros, como unos pendejos viendo hacia los lados, contemplando el paisaje, muy bonito, por cierto. Cuando llegamos a la ciudad de Praga, el guía levantó una banderita, para que no nos perdiéramos. De verdad que me sentía incómodo, en lo cual coincidí con Yecenia. En mi inglés tarzanérico, le pregunté a un tipo joven, que iba en el tour, si el bus regresaba desde el mismo sitio donde había llegado y al responderme que sí, nos apartamos de ese viejero fastidioso y nos dedicamos a caminar y conocer por nuestra cuenta, lo poco que permitía el tiempo, a esta bella ciudad. Al regresar a Viena, nos ocurrió un hecho, que para Marielena y otros amigos venezolanos que vivían allí, les parecía insólito. Cuando salimos del sitio donde llegaba el bus de Praga, era ya casi de noche y corrimos para tomar un tranvía que nos dejaba cerca de donde

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estábamos alojados. Cuando estábamos llegando a la parada, corriendo a toda máquina, el tranvía comenzó a rodar y el conductor, que nos observaba por la ventanilla, detuvo la marcha, para que nos montáramos en el tranvía. Este gesto contrasta con las incomodidades que nos hicieron pasar algunos viejos austriacos, resabios, quizás, del nazismo que vivieron durante la segunda guerra mundial. En una oportunidad, bajando nosotros del tranvía, coincidimos con un anciano, que venía con su hija o su nieta, y cuando nos vio comenzó a insultarnos, en alemán, por supuesto, y a la muchacha se le notaba en la cara, vergüenza por lo que el viejo decía. Sin embargo, como por los gestos del viejo se entendía el insulto, como en el caso del chino referido en el viaje a Xiam, China, yo comencé a decirle <¡viejo marico, guebon, nazi!> Y Yecenia me pedía que me callara, yo le respondí que era la forma de drenar la arrechera que tenía ese día. Los contrastes, es justicia decirlo, sorprende a uno y hace ver con esperanza que el racismo, la intolerancia y la discriminación dejarán de ser por siempre parte de la conducta del ser humano. Una noche, asistimos a un concierto Yecenia, Marielena y los muchachos, en un espacio abierto, sentados Yecenia, Marielena y yo y los muchachos, éstos, como es de esperarse, se durmieron y una señora austriaca, que estaba sentada a mi lado, colocó las piernas de Fidel en sus piernas, de la manera más natural, cosa que aún recuerdo con mucho cariño. Retomando lo del viaje de regreso a Paris, de Ramón y yo, después de una estadía de varios días en Beijing y Corea, llegamos con la idea de ir hasta Istres, pequeña ciudad de Francia, donde María Eugenia, mi hija menor vivía y estudiaba danzas contemporáneas. El viaje lo hicimos desde Paris hasta Marsella, donde debíamos tomar otro tren hasta Miramar, allí nos esperaba un taxi, contratado

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por María Eugenia. El chofer era un francés caribeñizado, con música de salsa a todo volumen y tratando de comunicarse con nosotros, no obstante, éste ya tenía todas las indicaciones para llevarnos hasta la casa de María Eugenia. En Istres estuvimos tres días y el día de la despedida le ocurrió a Ramón un hecho que poca gente sabe y que ya no puedo seguir callando. No sé por qué Ramón insistía tanto en que no lo contara, a pesar de que no es nada grave y le pasa a cualquier borracho. Para despedirnos de María Eugenia, hicimos en su casa una comida y yo comencé a tomar vino tinto, pero Ramón, por terco, se antojó de beber Whiskey 12 años, una botella que él cargaba desde hacía días. Puedo decir que se la bebió completa y, por supuesto, agarró tremenda pea. Ya cerca la hora de salir hacia la estación del tren de Istres, Ramón pidió permiso para bañarse, cuestión que de inmediato comenzó a hacer, pero de repente oímos María Eugenia y yo, un estruendo muy fuerte en el baño, cuando llegamos, vimos a Ramón, enredado con la cortina de plástico del baño, muerto de la risa, indicándonos que se había resbalado y no tuvo más remedio que agarrarse del tubo de la cortina. Afortunadamente no pasó nada que lamentar y salimos a tomar el tren de Istres, que hacia un recorrido hasta Miramar, para tomar otro hasta Marsella. En este trayecto ocurrieron cosas como para ser llevadas al cine cómico mexicano. Primero, debíamos tener cuidado en no pasarnos de Miramar, porque ese era el punto donde podíamos tomar el tren a Marsella. Con varias maletas, no tan grandes, íbamos nerviosos y le preguntamos a un pajuo, cuando el tren se paró en un pueblo, si estábamos en Miramar, el tipo nos dijo que s y salimos a la carrera, ya con las puertas del tren cerrándose y avanzando a poca velocidad. Cuando el maquinista se da cuenta, comienzan los gritos de alarma, pensando que

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estaba ocurriendo algo extraño, el vigilante de la estación también corrió hacia donde estábamos nosotros tirando las maletas y gritaba en francés que esa no era nuestra parada. Aquello era un enredo y tuvimos que subir al tren a toda carrera, cagados de la risa y el maquinista y el vigilante, arrechos, quizás diciendo < ¡Estos sudacas* de mierda si joden!> Volvimos a nuestros asientos, todos sudorosos y arrechos con el tipo que nos había informado mal. Al rato llegamos a Miramar, para esperar el tren a Marsella. Era una enorme estación, con tres vías de líneas férreas. No sabíamos por dónde iba a pasar el tren nuestro y era difícil la comunicación ya que solo se expresaba en francés. Desaprensivos y tranquilos, porque ya teníamos la información, Ramón se va a caminar en vía contraria donde venía nuestro tren y yo me paro en la línea amarilla, casi al borde de la fosa donde están las líneas férreas. A lo lejos veo unas luces y unos pitos del tren, que suenan insistentemente y oigo, por los altavoces de la estación, algún anuncio, en francés, que no entendíamos ni Ramón ni yo. Afortunadamente, un policía de la estación corrió hasta donde yo estaba y me sacó a la fuerza hacia el andén, cuando nos dimos cuenta de lo que pasaba. Era un tren de gran velocidad que no se paraba en esa estación y lo que el tren indicaba con sus pitos y lo que decían a través de los parlantes, era que había alguien, parado en plena vía y que era peligroso, por la alta velocidad que llevaba el tren. Al pasar, fue cuando me di cuenta que si me quedaba parado allí, el tren me hubiera lanzado hacia un lado, por la presión que ejerce la velocidad que desarrollaba. En medio de la tribulación por lo ocurrido, pudimos saber a ciencia cierta, por donde salía el tren a Marsella. Como siempre ocurre, era en el andén opuesto a donde estábamos. Por ser de noche y por distraídos, no nos dimos cuenta que había un pasadizo subterráneo, para

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ir al otro lado. Optamos por bajar al foso de las líneas férreas, lanzando las maletas, cosa que evitó de nuevo el policía, quien ya arrecho, nos llevó hasta la entrada del referido pasadizo subterráneo. Se pueden imaginar la pena y vergüenza que ambos sentíamos por estas novatadas, pero también hay que aclarar la poca información y señalización en inglés o español que hay en esas estaciones francesas, considerando que la Unión Europea se jacta de aceptar varios idiomas en su territorio para su precisa comunicación. Después de estas peripecias, llegamos a Marsella, para tomar un tren a Barcelona, España. Aquí también nos ocurrió otro incidente jocoso, sin malas consecuencias. El hecho fue que compramos nuestros boletos, ubicamos el andén de salida y cuando llegó el tren, lo abordamos en la primera puerta que se abrió. Al sentarnos, le comento yo a Ramón, <coño, pana, estos asientos si son cómodos, creo que vamos a descansar sabroso, después de tantos peos>, y caímos como un plomo en las cómodas butacas. Ya a punto de partir, se sube un guardia y nos pide los boletos, cuando los vio, nos indicó, en español, que esta era la sección de primera y que habíamos comprado boletos de tercera, los más baratos. A toda carrera, bajamos, para buscar el compartimiento donde estaban nuestros asientos. Cuando los encontramos, vimos con tristeza, la diferencia entre estos puestos y los de primera, pero igual nos sentamos y nos quedamos dormidos. Ramón, por confianzudo, dejó un bolso en un compartimento bien alejado de los asientos. Cuando despertamos, Ramón se levantó a buscar algo en el bolso y se dio cuenta que lo habían robado. Allí tenía la cámara, algunas cosas pequeñas, pero lo más importante, era el boleto de salida de Barcelona-Caracas (con los boletos electrónicos esto no es ya un problema). Se imaginan la arrechera de Ramón, tuvimos que llamar al

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mismo guardia que nos cambió de asientos, para denunciar el hecho. Nos dijo que cuando llegáramos a la frontera con España, en Pau, creo que así se llama la población fronteriza, hiciéramos la denuncia. Al llegar a Barcelona, Ramón fue al aeropuerto y le dieron un nuevo boleto. Esto lo dejó tranquilo y pudimos disfrutar de una estadía de varios días en Barcelona, ciudad de la cual nos despedimos, recorriendo todas las tascas de la Rambla, comiendo tapas y bebiendo vino y sangrías, como unos cosacos. Como ven, este viaje con Ramón, que no es el último, generó muchas cosas buenas y simpáticas, pero también dejó varios aprendizajes: No beber el día de salida de una ciudad a otra, llegar a tiempo a las estaciones de tren, así sean pequeñas, no cargar más de una maleta, revisar bien los boletos, para estar seguro de los puestos asignados, no confiar mucho, porque ladrones hay en todas partes, tratar de dormir por turnos, en esos viajes en tren que suelen ser muy distantes.

VIAJE A COREA Y SUECIA: RESPONSABILIDADES POLITICAS.Tres años después de los hechos del once de abril de dos mil dos, se retomó la organización en Caracas, del congreso de la Idea Zuche, evento que se realizó con todo éxito, en el antiguo hotel Hilton, hoy hotel Alba. Al mismo asistieron más de 100 países de América, Europa, Asia y África. De nuevo, yo presidí el comité organizador. Para efecto de organización previa, fuimos invitados a Corea, con todos los gastos cubiertos, Ramón Zerpa, Toño Rivero y yo. Este viaje lo hicimos vía Paris-Beijing, donde, de nuevo, fuimos atendidos por el chino Juan. Fue

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un viaje que me permitió afianzar mi amistad con Toño Rivero. Es necesario puntualizar que Toño es un destacado músico y arreglista, intérprete de canciones comprometidas y, además, tiene una enorme facilidad para el aprendizaje de idiomas como el coreano (Canta, habla y escribe coreano con suma facilidad). Disfrutamos de dos días en Paris, bajo la guía de mi hija María Eugenia y de su esposo, Stephan. Una de esas noches compartimos en la casa de los padres de Stephan, un apartamento cercano a la torre Eiffel, allí dormimos, previo consumo de más de dos cajas de vino tinto, por invitación del papá de Stephan. Fue una noche agradable, donde Toño Rivero nos deleitó a todos, tocando cuatro y cantando música venezolana. La estadía en Beijing y Corea fue extraordinaria, tuvimos la oportunidad de recorrer sitios ya conocidos y la agenda de trabajo en Corea no fue óbice para que visitáramos sitios de interés de Pyongyang, capital de Corea del Norte. De regreso de Corea, Toño Rivero, Ramón Zerpa, María Eugenia y yo, nos fuimos a Estocolmo, viaje ya referido anteriormente, donde compartimos con un grupo de venezolanos y latinoamericanos que trabajan y estudian en Suecia. Esta estadía en Estocolmo fue aprovechada para que cada uno de nosotros dictara una conferencia sobre el proceso político venezolano. A la actividad asistió el embajador venezolano en Suecia, quien había recibido críticas por no promover este tipo de eventos. Su asistencia fue bien vista y tuvo una participación, donde nos agradecía el trabajo que estábamos haciendo por dar a conocer los logros del proceso venezolano. Cabe destacar que dentro del equipo de apoyo organizado para atendernos, estaba una camarada boliviana, Danitza Alba, extraordinaria y sencilla mujer, de raíces indígenas, quien se convirtió en nuestra acompañante permanente. Con ella, después de

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nuestro regreso, compartimos correos electrónicos, para saber de nuestras vidas. Cuando Evo Morales se convierte en presidente de Bolivia, Danitza regresa a su patria y comienza a trabajar en apoyo a las comunidades indígenas. Recientemente murió, su corazón, lleno de alegría por lo que estaba viviendo, no resistió y en un viaje en autobús, desde una comunidad indígena hacia La Paz, se quedó dormida para siempre. Nos enteramos, por un correo que nos enviaron de Estocolmo. Realmente, me dolió esta muerte y después me enteré por qué Danitza estaba exiliada en Suecia: Ella fue una de las mujeres que acompañaron al Che en las luchas revolucionarias desarrolladas en Bolivia. En el tiempo que estuvimos juntos, en Estocolmo y Upsala, jamás hizo alardes de esa relación, contrario a lo que hacen muchos bocones, disfrazados de revolucionarios. Tengo pensado, algún día visitar su tumba en Bolivia. Junto a Danitza, en Suecia, compartimos con el grupo que dirige José “Cheo” Sánchez; El nombre del grupo es RESOLVER (Red de Solidaridad con la Venezuela Revolucionaria). Este grupo mantiene varias publicaciones en Estocolmo y un programa de radio en Upsala, ciudad universitaria de Suecia.

VIAJE A SRI LANKA Y TAILANDIA

En razón del trabajo que hemos venido realizando, vinculado a la solidaridad con la RPD de Corea, Ramón Zerpa y yo, fuimos invitados al Congreso Mundial Juche, efectuado Colombo, Sri Lanka, enigmático país de Asia, muy cerca de la India. Esta también fue una experiencia extraordinaria, que hicimos vía Paris-Beijing, donde

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estuvimos varios días, peleando con Juan y yo discutiendo con Ramón, sobre un término usado por él, que yo decía que era inventado. Se trataba de una jugada de fútbol, parecida a la chilena, que le dicen chalaca. Yo nunca había oído ese término y comencé a burlarme con Juan de las supuestas culerías de Ramón. Juan se reía y decía < ¡Chalaca, que vaina es esa!>, para mayor arrechera de Ramón, años después, me convenció de la existencia del término y no me quedó más remedio que reconocer que Juan y yo éramos los equivocados. Este viaje se hizo en pleno campeonato mundial, que marcó un récord de Ramón y yo en cuanto a observación por TV de estos juegos: ver más juegos por TV, en diferentes sitios (Caracas, Paris, Marsella, Barcelona, Beijing, Bangkok, Colombo). Siguiendo con la ruta, de Beijing tomamos un avión hacia Sri Lanka. Con una parada en Tailandia. Al llegar al aeropuerto, nos dimos cuenta que el tránsito en el aeropuerto de Bangkok era de veinticuatro horas y tratamos de salir, pero nos pedían el certificado de fiebre amarilla. De mil formas y con mi limitado inglés, pudimos convencer a un policía para que nos ayudara. Este nos llevó hasta la enfermería, para que nos pusieran la vacuna de la fiebre amarilla, por un pago de quince dólares cada uno. Nos sentamos a esperar un rato y, al tiempo, salió el policía con el permiso de salida, sin ponernos ninguna vacuna (¡Allá también practican la bajada de mula!). Al salir de inmigración, fuimos a un stand de turismo y compramos un paquete por setenta y cinco dólares los dos, que incluía taxi, hotel, desayuno, y paseo por el río de Bangkok. El primer chasco fue que yo trate de montarme en el lado derecho del carro, sin darme cuenta que aquí los autos son tipo inglés, con el volante al lado derecho, lo cual produjo risas en Ramón y el chofer. Llegamos al hotel como a las once de la noche, nos chequeamos en

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recepción y, sin subir a la habitación, pedimos un taxi, para aprovechar el tiempo. Le explicamos al taxista, en mí inglés, que queríamos ir a un sitio abierto, a tomar unas cervezas y que nos buscara en unas dos horas. El tipo arrancó a millón, hablando de varios boxeadores venezolanos (ya le habíamos dicho que éramos de Venezuela) que han peleado en Tailandia, se refería a Betulio y otros que él mencionó. También nos habló de las reinas de belleza, e incluso, en una tienda vimos una foto de Alicia Machado, en una propaganda. Cuando el taxi se detuvo, no vimos ningún sitio como el que habíamos indicado y nos hizo entrar en un prostíbulo, a oscuras y sin un alma bebiendo o bailando. Cuando nos dimos cuenta, a media luz, vimos a más de treinta mujeres, sentadas en un semicírculo, esperando ser llamadas por los únicos clientes que habían llegado esa noche. Pedimos un par de cervezas, riéndonos de las bolas del taxista y, de improviso, se nos acercaron dos mujeres, las más viejas y comenzaron a sonreírnos. No nos quedó más remedio que invitarles unas cervezas, tratando de explicarles que no andábamos en ese tipo de búsqueda. Pedimos la cuenta y salimos del sitio, era una calle oscura y, por la paranoia que uno carga encima, sentimos miedo, se veía peligrosa. Al rato llegó el chofer, muerto de la risa y preguntándonos, con gestos y con un término parecido a “bum-bum”, si habíamos hecho eso, “bum-bum”. Entendimos a que se refería y le pedimos que nos trasladara al hotel. En la mañana, después de un buen desayuno, nos fueron a buscar para el paseo por el río, en una barcaza vieja, acompañados por una guía, con la cual pasé todo el viaje hablando inglés, con la seguridad que ella no me entendía ni yo tampoco, pero ambos nos hacíamos los locos. Pasamos por sitios de variada pinta, vimos amaestradores de culebra, vendedores de cuanta

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vaina existe en el mundo, que se acercaba, en cada parada que hacia la barcaza. En muchas ocasiones, bajamos a sitios pintorescos, donde vendían artesanía, en uno de ellos ocurrió algo que me sirvió para joder un rato a Ramón. Estábamos comprando una artesanía y yo le pedí a Ramón que pagara con su tarjeta, que eran pasadas por esas máquinas antiguas, que troquelan el recibo de la tarjeta. Ramón, que se ufanaba de tener todas sus tarjetas al día y con mucha disponibilidad, sacaba una y otra tarjeta, que le era rechazada por la máquina. Yo no sacaba la mía porque, por lo general, era rechazada, pero hice un intento para no dejar pasar la oportunidad. Le entrego mi humilde tarjeta verde, palidecida, en comparación con las tarjetas doradas de Ramón, y ¡suaz!, la mía pasó y pudimos comprar las artesanías. La jodedera que le monté a Ramón duró el resto del viaje por el río. Esa misma tarde salimos de Bangkok, para Colombo, capital de Sri Lanka. Llegamos a medianoche y allí tuve yo un incidente con el tipo de inmigración, porque él no se explicaba y era sospechoso, que yo viniera del otro lado del mundo con una maletica plástica, que había comprado en Beijing, para llevar solo lo indispensable, un flux negro para el protocolo y dos pantalones bluejean (Incluso, el flux negro se lo regalé a Myong Chol, otro coreano jodedor, quien nos esperaba en el aeropuerto). Me costó explicarle esto, pero los miembros del comité organizador salvaron la situación y pude salir. Nos alojaron en un lujoso hotel, frente al mar, donde meses después se produciría el famoso tsunami que arrasó el hotel y parte importante de esta ciudad. El congreso fue una oportunidad para conocer gente de todo el mundo y reencontrarnos con camaradas de otros países que siempre asisten a estos eventos. El solo hecho de estar en Sri Lanka, antiguo reino del Ceilán, es una experiencia extraordinaria. Si observan el mapa de

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Asia, este país está ubicado en el extremo sur, una islita casi pegada a la monumental India. Lo ocurrido una tarde, casi de noche, dibuja las cosas curiosas que pasan y las actitudes del pana Ramón, que forman parte de su forma de ser. El hecho es que, al salir del hotel, para hacer un recorrido por la ciudad de Colombo, se nos acercó un borrachito, con intenciones de hablar y sacarnos unos dólares. El tipo comenzó a hablar en diversos idiomas, ya que no ubicaba nuestra procedencia ni nuestro idioma. Se paseó por inglés, árabe y otros idiomas, en medio de risas, mientras Ramón, que no soporta que alguien se le acerque a conversar, en esas condiciones, caminó más rápido que yo. El tipo estaba intrigado con nosotros, pero cuando Ramón, en una de sus típicas salidas, me dijo < ¡Ahí te dejo con tu loco!> Y se me adelantó, caminando, como dije, más rápido, todo se aclaró. Cuando el borrachito lo escuchó, exclamó, < ¡Concha de la madre, es español!> < Yo hablo también italiano y español, porque trabajo en el puerto y aprendo con los marineros que llevo a pasear.> De verdad que a mí me pareció un tipo simpático y que no tenía más que la intención de ganarse un dinero, sirviendo de improvisado guía. A pesar de la reticencia de Ramón, el tipo nos conversó y nos acompañó por un largo rato, dándonos información sobre los guerrilleros tamiles y la situación de su país. Nos dijo que su nombre era Antonio. Cuando regresamos al hotel, porque era muy tarde y debíamos ir a una cena, yo le doy al tipo dos dólares, pero él insistía en que eran cinco, mientras Ramón se reía, como queriendo decir, ¡Te lo dije, bolsa! Después de una breve discusión, sin ninguna alteración, más bien con risas, le di tres dólares y nos despedimos. Al día siguiente, salimos otra vez, hacia el centro, a comprar alguna artesanía y té de Ceilán, volvimos a encontrar al tipo, pero la actitud de Ramón, me hizo sacarle el cuerpo. Quienes

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conocen a Ramón saben que lo que estoy contando es verdad. Manuel Moreno lo llama “déspota”, cuando trata mal a algún mendigo o a alguien que se acerca a pedir algo. Córcega y Oscar lo llaman Cariñote, porque así le decían unos alumnos a Ramón, según confesión hecha por ellos, recientemente. Lo que vivimos Ramón y yo en esta ciudad, con respecto al tránsito automotor, es para coger palco. Nos movilizábamos en unas pequeñas motos de tres ruedas, que hacen de taxi. En las calles transitan “millones”, moviéndose de acuerdo con la circulación inglesa, lo cual nos causaba sorpresas a cada momento, pensando que podían chocar. Es toda una odisea, montarse en estas motos taxis, por lo alocado que son los choferes y, sobre todo por la cantidad que transitan (Allá también hay “locos del volante”) en la calle, sin sufrir ninguna colisión, por lo menos mientras nosotros estuvimos allí. Las horas de viajes y de vuelo que tenemos Ramón y yo, juntos, son bastantes y, ojalá, sigan acumulándose, porque entre él y yo hay un acuerdo tácito: viajar hasta que el cuerpo aguante y las cajas de ahorro del Pedagógico soporten nuestras solicitudes de crédito.

MIS VIAJES CON RAMON ZERPA Hemos viajado por toda Venezuela, en eventos, programas de cursos indígenas en Amazonas y Delta Amacuro. Otro viaje que hicimos juntos fue a Perú, para asistir a un congreso organizado por los coreanos. Nuestros organismos de solidaridad con Corea se hicieron presente con una amplia delegación, formada por Toño Rivero, Aura Contreras, Alexander Moreno, Marisol Ruiz, William Jiménez, Ramón Zerpa y yo. Fue mi primer viaje a Perú y, al término del congreso, Ramón y yo, como un par de carajitos, decidimos irnos en bus, treinta y seis horas de viaje, hasta Machupichu. Ninguno de los demás

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compañeros se atrevió a hacer este recorrido. Realmente es fuerte, pero es una experiencia extraordinaria, por los múltiples contactos que se hacen y los lugares que se conocen. En resumen, salimos de Lima, como a las diez de la noche, viajando sin parar, hasta Arequipa. Los buses son muy cómodos y dan atención de comida y refrigerios. De esta ciudad, salimos en otro bus hasta Cuzco, donde nos alojamos en un hotel, en pleno centro histórico de esta ciudad, Dormimos una noche y, en la mañana, viajamos en un carro contratado, con un guía extraordinario, de ascendencia inca, quien nos dio una clase magistral sobre la cultura de este pueblo. Fue un viaje muy agradable, incluso estuvimos en un sitio, donde el chofer y los moradores de la casa, nos hicieron participar de una ceremonia en honor de la Pacha Mama, tomando una rica chicha fermentada, con la orientación de este señor. La parada para comer, fue en un restaurant típico, con una comida de primera y a precios solidarios. En el recorrido, llegamos hasta Ollantaitambo, ciudad inca, de donde sale el tren hasta Aguas Calientes, última parada antes de subir a Machupichu. En Aguas Calientes, nos alojamos en un sencillo hotel, donde nos dieron a tomar mate de coca, por el frío y la altura de la zona. En la mañana, subimos en una buseta hasta la primera estación de Machupichu, para iniciar una caminata que todo ser humano debe hacer algún día. Casi como ir la Meca, aunque sea un solo día, igual debe hacerse con Machupichu. Es un sitio sobrecogedor, donde realmente nos damos cuenta de lo avanzado que estaba esta cultura, con respecto a Europa y la barbarie que España cometió allí y en muchos sitios de nuestra América. En el recorrido me ocurrió una situación simpática, que vale la pena contarles. Íbamos caminando Ramón, el guía y yo, explicándonos en las hipótesis que hay sobre la desaparición de la cultura inca en

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Machupichu y las razones para que ellos abandonaran esta majestuosa ciudad. Hablaba el guía, sobre lo negativo de la colonización hispana para nuestras culturas, lo cual me hizo recordar el chiste del tipo que le cayó a golpes a un español y, cuando le preguntaron por qué hacía tal cosa, respondió: < ¡Estos tipos nos colonizaron, mataron a nuestros indígenas!>. El otro le dice, <bueno vale, eso paso hace muchos años> y él responde, <si, ¡pero yo me enteré fue hoy ¡>. En medio de las risas, yo le digo al guía, que deberíamos hacer lo mismo con los españoles que visitan a Machupichu, lanzarlos por los precipicios que observábamos desde esas alturas de la ciudad, sin darme cuenta que detrás de nosotros, muy cerca, venia un grupo de turistas españoles, quienes muertos de la risa, nos dijeron que ellos no tenían la culpa y que eso había sucedido realmente hace siglos, fue un momento realmente embarazoso pero simpático. Para variar, el regreso de Machupichu a Aguas Calientes, es en una buseta y de Aguas Caliente hasta Cuzco es en tren (muchos turistas, con preparación física, lo hacen a pie, especialmente, los llamados mochileros). Es un tren que sale únicamente en la tarde, de cinco a seis p. m, y Ramón y yo estuvimos a punto de perderlo, por estar bebiendo cervezas en un barcito, en el pueblo de Aguas Calientes. Cuando oímos el pito del tren y nos fijamos en la hora, tuvimos que salir corriendo, a millón, para no perder el tren. Vueltos leña, pudimos llegar a tiempo y montarnos a la carrera en el bendito tren. Por lo visto, no aprendemos, el pana Ramón y yo.

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ACERCA DE LA CONTRADICCION ENTRE VIAJERO Y TURISTA

Todos estos recuentos de viajes, anécdotas, percances, situaciones tragicómicas, discusiones y arrecheras, pero que se superan con facilidad, no tienen otro objetivo que sacar de ellos diversos aprendizajes, para que las nuevas generaciones de bohemios y viajeros, no turistas, no cometan los mismos errores. Para mi viajero es una categoría totalmente diferente, y quizás antagónica, con turista. Turistas son ese bojete de japoneses y viejas europeas, que uno ven que van detrás de un tipo, con una banderita, a toda carrera y que no dejan tiempo para vivirse una ciudad. Viajero que se respete, no se somete a este ridículo tan grande. Igual que el viajero con el síndrome beber-encerrado-sin vivir el viaje, es el viajero que pierde su tiempo recorriendo museos, castillos y cuanta ruina han inventado, sobre todo los europeos, para agarrar incautos. Por supuesto que esta es una posición muy personal, pero yo creo que es más productivo irse a un mercado, recorrer barrios típicos, conocer y beber en bares con cierto renombre, por algún hecho histórico, real o ficticio, no importa. Lo que contiene el Louvre lo puedo saber por folletos, publicaciones de lujo o documentales, pero lo que ocurre en un bar del boulevard de Saint Michel o en una caminata por los Campos Elíseos, bebiendo cerveza y jodiendo, no tiene comparación. Con todo el respeto que tengo por la Revolución Cubana, yo prefiero una noche en el malecón habanero, viendo pasar y bailar a tantas cubanas lindas, conversar con jóvenes músicos cubanos, que hacer un recorrido por el Museo de la Revolución o reunirme con pioneros y miembros de la juventud comunista. Se conoce más la cultura cubana, montado en una guagua repleta que en una conferencia en

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la Universidad de La Habana. Es mi punto de vista y así trato de hacerlo en mis viajes. Por supuesto que respeto la visión que otros tienen del placer de viajar. Son opciones validas, de acuerdo con las características de cada persona. Recuerdo que la única vez que he ido a Moscú, en el viaje referido anteriormente, a Corea, vía La Habana, llegamos Reinaldo y yo a la Plaza Roja y observamos una larga cola. Al preguntar de qué se trataba, nos dijeron que era la cola para ver el cadáver de Lenin. Era tan larga, que yo le dije a Reinaldo, <no, pana, yo no me calo esa cola>, sobre todo por el poquito tiempo que teníamos para caminar en Moscú. Él estuvo de acuerdo conmigo y preferimos patearnos toda la Plaza Roja, sus alrededores, por la orilla del río Moscú. No me arrepiento de no haber visto el cadáver de Lenin y creo que no me hubiera aportada nada, comparado con lo que vimos de Moscú, en un par de días. Alguien puede decirnos, <si, eso se aprende, pero cuando ya estamos viejos.> Es verdad, pero no importa cuando lo vamos a practicar, sino que hay que hacerlo, si esa es una opción para uno. Recuerdo también, que una noche, como a las doce de la noche, en Beijing, Ramón y yo, nos fuimos solos, caminando y metiéndonos en cada tugurio y botiquín que encontráramos, bebiendo todo tipo de cervezas, pidiéndolas con señas, lo cual nos permitió tener una vivencia más rica del pueblo chino que las que uno puede obtener caminando por la Ciudad Prohibida. Recuerdo que en un barcito, encontramos a una pareja de novios chinos, ella llorando a moco tendido y nosotros nos la gozamos, inventando traducciones de lo que la muchacha decía, en medio de sus lloriqueos. En todos los sitios donde llegábamos a tomar, la gente se extrañaba por nuestra presencia, porque son zonas donde poco van los viajeros y, mucho menos, los turistas. Por culerías, como dicen los orientales, nunca me ha

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interesado ir a los Estados Unidos, salvo Nueva York, para ver un juego de béisbol, (perdónenme este otro pitiyankismo, pero no debo ocultarlo). Siento repulsión por Miami, porque no le veo sentido ir a una ciudad a ver centros comerciales, adelantos tecnológicos de juegos y diversiones y sentármele en las piernas a Mickey Mouse. Respeto a quien le encante eso, pero no lo entiendo y no lo hago. (Aclaro que esta ha sido mi posición desde mucho antes de llegar Chávez al poder, Porsia). Los viajes que uno mismo planifica, organiza y ejecuta, es el que más se le saca provecho. Cuando uno controla el tiempo, y no el guía o el operador turístico, las cosas se disfrutan y puedes improvisar, recortar tiempo en un sitio, para quedarte en otro, donde surgieron mejores posibilidades de conocer cosas o disfrutar una comida, una expresión cultural o lo que sea. Hace unos tres años, Yecenia y yo organizamos un viaje a Centroamérica, que se desarrolló desde Ciudad de México, hasta Panamá. Salimos los dos en avión, hasta Ciudad de México y allí abordamos un bus que nos condujo, en el mismo México, hasta el Estado de Chiapas. Pasamos una noche maravillosa en un pueblo llamado San Cristóbal, muy frío, con un ambiente andino como Mérida o Trujillo. Tuvimos la oportunidad de compartir con los compañeros zapatistas, en un evento organizado en la plaza principal del pueblo. Estuvimos también en Puebla, lugar en el cual conocimos una cantina, con música norteña y con la característica de que te sirven las cervezas en un tobo de aluminio, con hielo, lo cual evita estar esperando al mesonero, como ocurre en muchos sitios. Es un lindo lugar, con profusión de fotos de personajes famosos que han estado en el sitio, muy alegre y muy bien ubicado. Su nombre es La Cantina de los Remedios (Restaurant y Botanas). Si no me equivoco, botanas son pasapalos variados, como decimos en

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Venezuela o tapas, como dicen los españoles. De México, en bus, pasamos hasta Guatemala, donde nos hospedamos en un pequeño hotel y con el mismo taxista que nos llevó al hotel, planificamos una salida por Ciudad de Guatemala. Fueron toques de ráfaga, para ir a algunos sitios específicos y conocer algo de estos nuestros países, que requerirían meses y años para lograr una visión más completa. Sin embargo, la conversación con el taxista nos hizo ver, por ejemplo, que en el imaginario popular sigue viva la imagen de Jacobo Arbenz, presidente guatemalteco, derribado por los gringos, como han hecho durante tanto tiempo y en tantos lugares del mundo. El recorrido con el taxista, lo hicimos con su esposa, joven maestra, que nos explicó parte del sistema educativo de su país. Fue un tiempo rico en intercambios, que nos permite preparar el terreno para un viaje más largo. A Antigua, vieja ciudad que fue capital de Guatemala, nos fuimos en unos buses, cuyos conductores son más locos que los que hacen el recorrido entre Maracay y Choroni, costa aragueña. Viajar con ellos es una aventura peligrosa, pero vale la pena hacerlo. Entre Ciudad de Guatemala y Antigua, hay un trayecto de una hora, no preciso bien, pero estos locos del volante, la reducen en media hora, por lo menos. Estuvimos en Antigua, todo el día, zona volcánica que fue destruida en una oportunidad, por un evento natural serio y terrible. Es una ciudad de pequeños museos y sitios de interés, que vale la pena recorrer. De Guatemala, pasamos, en otro bus a El Salvador. A pesar de la fama de peligroso que es su capital, San Salvador, desde un restaurant ubicado cerca del Terminal, pedimos un taxi, que nos hizo un recorrido nocturno por la ciudad. Por las pocas referencias que tenemos de estos pueblos, culpa nuestra y de la política sistemática de ocultamiento por parte de los medios de comunicación, solo se me

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ocurrió que nos llevara a la capilla donde asesinaron al Monseñor Romero. Era ya tarde y estaba cerrada, pero estuvimos allí, reflexionando sobre la real diferencia entre la conducta de la gente de derecha y de quienes nos ubicamos en el campo de la izquierda, de la revolución, de los cambios. Solo a una mentalidad de derecha se le puede ocurrir asesinar a un hombre como Monseñor Romero, cuyo único delito era predicar por los más pobres y no al servicio de los poderosos, como ocurre con las autoridades eclesiásticas de Venezuela. Da pena ajena comparar a Monseñor Romero con estos curas venezolanos de la Conferencia Episcopal. En ese mismo sitio, compartimos y comimos algunas exquisiteces preparadas por unas señoras, las cuales nos atendieron con mucho cariño. La base de esa comida es el maíz, como ocurre en casi toda Centroamérica. El mismo taxista, nos llevó a algunos parques de la ciudad, que a esa hora, diez de la noche, ya estaban desiertos. En la mañana, salimos en el mismo bus, hacia Nicaragua, con una parada entre la frontera del Salvador, Nicaragua y Honduras, que con mucha pena, no pudimos visitar. Llegamos a Nicaragua, en la tarde de ese mismo día y de inmediato contratamos un taxista, para conocer los sitios más emblemáticos, que para nosotros, es en primer lugar, la Plaza de la Revolución Sandinista, conocer el centro de Managua y fuimos a un bello parque, enclavado en una colina, con una vista estupenda de toda la ciudad. Igual que en el Salvador, en Nicaragua se siente uno amedrentado por los cuentos de los maras, pandillas de jóvenes delincuentes que le hacen la vida imposible a quienes visiten estas ciudades. En nuestro caso, con las debidas previsiones, recorrimos ambos países, conociendo en el poco tiempo de estadía, las cosas que de una u otra forman parte de la pequeña historia de estos pueblos. De Nicaragua, pasamos a Costa Rica, donde pusimos en

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práctica lo que planteaba anteriormente, con respecto a controlar uno mismo el tiempo. Leyendo un correo, en Nicaragua o Salvador, nos enteramos que un viejo amigo de Costa Rica y vinculado a nosotros por la solidaridad con Corea, vivía en Liberia, ciudad fronteriza con Nicaragua. Le avisamos al chofer del bus, para que nos dejara en Liberia y no proseguir hasta San José de Costa Rica, ese día. El referido amigo es Francisco Dávila, quien, junto con su bella esposa, tiene una finca en Liberia y allí nos alojamos. Fuimos tratados como reyes, nos llevaron a un exclusivo club, cerca de la costa del pacífico, donde pasamos el día completo, bañándonos en el mar y en las piscinas del referido club. Todo esto fue posible porque el tiempo dependía de nosotros. A los dos días, nos trasladamos a San José, donde fuimos recibidos y atendidos por dos amigos entrañables, vinculados también con nosotros por Corea del Norte. No son otros que José Francisco Aguilar Bulgarelli y su esposa, Doña Lolita, quienes permanecieron con nosotros hasta la hora de salida del bus para Panamá, fin de nuestra ruta en bus. Fue una tarde lluviosa en San José, pero eso no impidió que José Francisco nos hiciera un recorrido por la ciudad, con una fabulosa cena, en un restaurant de San José. Tarde, en la noche, salimos para Panamá, donde me ocurrió quizás el hecho más curioso de todo el viaje. Para ingresar a Panamá, nos exigían a cada uno, quinientos dólares en efectivo y ya nosotros veníamos con menos de trescientos dólares, los dos, ya que lo previsto era comprar algunas cosas en Panamá y pagar el hotel con tarjeta de crédito. Nos costó un mundo convencer a los agentes aduanales de que en las tarjetas de crédito, teníamos efectivo, por las políticas cambiarias de nuestro país. Hubo que sobornar y pagar veinte dólares a un funcionario que se nos ofreció a resolver la situación, porque el bus

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esperaba ya largo rato por nosotros y ya se estaban impacientando, tanto los choferes como los pasajeros. Al final, pudimos resolver la situación. Otro hecho que recuerdo con alivio hoy, fue lo ocurrido con los agentes aduanales de Costa Rica, país conocido por su vinculación de su gobierno con los Estados Unidos. Cuando entregamos nuestros pasaportes, para el respectivo control, cada pasajero pasaba y salía con prontitud, pero en mi caso, me hicieron esperar un largo rato, que comenzó a preocuparnos a Yecenia y a mí. Después de varias consultas y entradas y salidas de funcionarios de diverso rango, me entregaron mi pasaporte y, al indagar la razón de la tardanza, un funcionario me comunicó, calladamente, que era que mis datos habían arrojado una alarma al sistema. En ese momento y ahora también, pensamos que todo se debió a los sellos de entrada a Corea del Norte y China, que tienen mi pasaporte actual. Con estos dos incidentes a cuestas, llegamos a Panamá, sin más problemas. Como en casi toda la ruta, aquí también contratamos los servicios de un taxista, quien nos llevaba a diversos sitios con costos realmente sorprendentes, si los comparamos con Venezuela. Cada carrera, como decimos nosotros, costaba dos dólares, en recorridos por la ciudad. Con el mismo taxista nos fuimos hasta el Canal de Panamá, para ver el espectáculo que significa el paso de enormes barcos de un océano a otro. Realmente es una extraordinaria obra de ingeniería, que vale la pena conocer. El momento en que se abren las compuertas y comienza a subir el agua, para facilitar el paso interoceánico, es sobrecogedor, tanto que quienes van en los barcos, ya sean cruceros o enormes barcos petroleros, saludan alborozados a quienes, desde tierra los observamos. Gritos y saludos van y viene, como si se tratara de la llegada de unos amigos. Cosas raras de los

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seres humanos, que tienen una actitud diferente cuando algún vecino sale de su casa o de su apartamento: Nos escondemos o esperamos que se vayan, para evitar el encuentro y el saludo, pero bueno…. Así somos. En este momento de la visita al canal, ocurrió un hecho que documenta y corrobora lo planteado con respecto al control del tiempo y en manos de quien están las decisiones. Hubo cierto retraso para hacer las operaciones de abrir compuertas y hacer pasar los barcos. Hubo que esperar largo rato, lo cual produjo un incidente entre unos turistas, que habían llegado en una buseta, y el conductor de la misma, que obstinadamente señalaba que el tiempo se había agotado y debían volver a la ciudad. Tuvieron que irse, bajo protesta, pero, en todo caso, no pudieron ver realmente el paso de los petroleros y el enorme crucero que estaban esperando ciertas condiciones favorables, para pasar del Atlántico al Pacífico. Fue un enorme recorrido el que hicimos en bus, Yecenia y yo, desde México, Guatemala, El Salvador, Nicaragua, Costa Rica y Panamá, país del cual salimos en avión hasta Caracas. Recomiendo hacerlo en buses, ya que este sistema está bien organizado, son muy cómodos y prestan inmejorables servicios al pasajero. Es una dolorosa crítica que hacen, quienes tienen la oportunidad de salir de Venezuela y comparar lo que ocurre con nuestro servicio de autobuses. En el viaje a Brasil, referido anteriormente, viajamos en bus, entre Sao Paulo y Río de Janeiro. Los boletos los compramos una noche antes, en un moderno Terminal, sin que nadie nos gritara ¡Rió de Janeiro! Río de Janeiro!, en medio de empujones y peleas para quitarse un pasajero, como ocurre en casi todos nuestros terminales terrestres. Un tipo, en una computadora, nos pidió escoger los asientos y al día siguiente, salimos muy temprano, para Río. El primer contraste con Venezuela, lo decimos con

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dolor y con la esperanza que algún día cambiemos, fue que nos entregaron una bolsa plástica, con jugos, sándwiches, chocolates y una bolsa de maní. El otro contraste, fue la parada que hizo el bus, a mitad de recorrido entre Sao Paulo y Río. ¡Un restaurant limpio, con baños aseados y con variedad de comidas y bebidas! ¿Es mucho pedir, para nuestro país? Como han podido observar, este y otros viajes que he hecho, no contienen anécdotas de caña, porque de verdad he internalizado y aprendido lo de dejar los palos para Venezuela y disfrutar los viajes, con poca bebida y comiendo los platos de cada zona o país. Sé que muchos me dirán que me volví viejo, pero es así como creo que funciona mejor viajar por el mundo.

EL PLACER DE VIAJAR SOLO: LA EXPERIENCIA EN JAPON, CHILE Y ARGENTINA El otro elemento a considerar es el viajar solo, lo que permite, como dije en líneas anteriores, planificar uno mismo lo que quiere hacer. En ese sentido, vale la pena señalar algunas experiencias que he tenido últimamente, en cuanto a viajar solo. La primera, ocurrió fortuitamente, porque se produjo la deserción de la totalidad de quienes habíamos planificado el viaje. Se trataba de una invitación a Japón, hecha por el Instituto Internacional de Idea Zuche (I.I.J.I: Siglas en inglés del Internacional Institute Juche Idea)), que tiene su sede en Tokio. La idea era cubrir nosotros los pasajes y ellos nos cubrían lo referido a alojamiento y comida. Al final, de 8 ò 9 personas que pensaban viajar, solo yo pude hacerlo. Lo hice vía Paris-

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Bruselas, donde vive mi hija María Eugenia, lo cual me permitió permanecer unos días en esa bella ciudad de Bélgica. Aproveché para irme con mi hija hasta Brujas, la ciudad de la cual se enamoró mi pana Pablo Zapata, cuando estuvo ahí, durante su regreso a Caracas, después de haber estado en Corea. Este viaje a Japón produjo unas incidencias que vale merecen ser contadas. En el trayecto Caracas-Paris, tuve como compañera de viaje, a una hermosa muchacha, de origen libanés, pero venezolana, residenciada en Valencia. Era casi una Miss, muy joven, pero embustera como ella sola. Me venía contando de sus constantes viajes a Europa y a Asia, ya que sus padres permanentemente la enviaban a estudiar modelaje y cosa propias de su oficio de modelo. Me sentía abrumado por la larga experiencia que tenía esta niña en cuanto a viajar por el mundo, pero cuando el avión aterrizó en Paris y ya íbamos hacia las puertas de inmigración, se puso nerviosa, porque no sabía qué hacer para hacer la conexión de su vuelo o destino final, que era el Líbano. Tuve que explicarle que con toda seguridad iba a estar en la puerta un funcionario de la línea aérea, que le iba a explicar todo, pero, tomándome del brazo, casi llorando, me pidió que la acompañara hasta tener clara la información. Seguí con ella por unos pasillos y cuando terminé de orientarla, veo que estoy fuera del aeropuerto Charles de Gaulle, sin mi equipaje grande. < ¡Había salido del aeropuerto, sin pasar por control de equipajes!>, todo esto en momentos en que habían aumentado las medidas de seguridad, por los auto-atentados de las torres gemelas. Afortunadamente, María Eugenia se vino de Bruselas, a esperarme en el aeropuerto y, en francés, le explicó a una policía de inmigración, que yo había salido sin mi equipaje y sin control. La tipa se quedó muda y llamó a otro policía, que no entendían como había salido yo del

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aeropuerto, imagínense, yo, con esta cara de árabe y un pasaporte remendado, porque no pude sacar uno nuevo, cuestión que también critico de mi querida Venezuela. A las mil y tantas, los policías tuvieron que admitir que las medidas de seguridad habían fallado y que no era mi culpa y me dejaron entrar a buscar mi maleta en las transportadoras de equipajes. Lo del pasaporte remendado es digno de mención, porque con él hice todo ese recorrido entre Caracas-Paris-Bruselas-Tokio-Okinawa y retorno a casa. El hecho es que hice gestiones para sacar un pasaporte nuevo, porque el que tenía estaba casi lleno y muy deteriorado en la portada, de color marrón. Lo cierto es que no pude hacer nada con las gestiones del pasaporte nuevo y se ocurrió quitarle con sumo cuidado, la cubierta marrón a un pasaporte de Marielena, mi hija, que ella nunca usó y, con pega blanca, se la puse a mi viejo pasaporte. Por supuesto que los bordes se veían blancos de la pega que se había salido hacia los bordes y cuando estaba en Paris, con la tipa revisándolo, bajo el shock de mi salida inadvertida del aeropuerto, casi me daba un infarto, porque ella levantaba uno de los bordes y casi despega el nuevo forro, pero al final, me lo devolvió y pudimos salir sin problemas, muertos de la risa, María Eugenia y yo. Por supuesto, que con ese mismo pasaporte entre a Tokio, ciudad en la cual me esperaban dos traductoras, una en inglés y otra en español. El impacto de esta ciudad sólo es comparable con la impresión que tuve en Beijing y que les comenté anteriormente. Mi estadía fue como de ejecutivo, alojado en un lujoso hotel, en cuyo baño daba lástima sentarse a hacer cualquier necesidad. Tiene un sistema tecnológico, propio de la cultura japonesa, que casi limpia a uno, después del uso. Fui atendido con suma gentileza, por parte del Señor Ogami Ken Ichi, Presidente del IIJI. Dicté en Tokio dos

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conferencias, una en la sede del IIJI y otra en la Universidad Coreana de Tokio, donde estudian hijos de inmigrantes coreanos, que viven en Japón y ostentan doble nacionalidad (coreana y japonesa). Por supuesto que degusté la rica comida japonesa, pero con una limitación que hacía reír a mis amigos japoneses: No podía sentarme como ellos, en esas mesas ubicadas a ras del suelo, donde hay que sentarse con las piernas cruzadas. El primer intento que hice fue en vano, me fui de espalda y casi que levanto la mesa, con los variados platos servidos. Para otras visitas a restaurantes, buscaron la alternativa de algunos que tienen un hueco y uno se sienta como si estuviera agachado, como lo hacen ellos. Es asombroso como el ser humano se compenetra con otros, cuando no median intolerancias ni racismo. En una oportunidad, mi traductora me explicó que me iba a dejar con unos amigos, ya que era muy tarde y tenía que trabajar temprano. Me quedé con grupo de tres profesores, bebimos hasta casi amanecer, recorriendo diversos bares de Tokio, sin entendernos entre ellos y yo. Sin embargo, la pasamos bien y disfrutamos una noche de farra en Japón, cuestión que no es contradictoria con lo que he venido planteando, con respecto a beber durante los viajes: Aquí fui obligado a beber. Entre conferencias, visitas a centros educativos y centros de trabajos del IIJI, tuve la oportunidad de ir a un bar, donde una cubana da clases de salsa. Como es obvio, allí me lucí yo bailando salsa y explicando a las traductoras y otras amigas y amigos que nos acompañaban, cómo debe bailarse la salsa. Esto lo hacíamos en los intermedios de las clases de salsa de la cubana. Las muchachas y muchachos japoneses que estudiaban salsa, casi montaban una coreografía, ya que sólo repetían los pasos que la instructora hacía, bailando de una manera determinada. En un momento de descanso,

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una de las estudiantes de salsa, se acercó al grupo y le dijo a la traductora que ella quería bailar conmigo. Gustoso me pare a bailar y traté de conducirla con mis propios pasos, pero la muchacha, deteniendo el baile, me indicaba, < ¡salsa! ¡salsa!>, pidiéndome que bailara como ella lo hacía, de acuerdo con las enseñanzas de la profesora cubana. Por supuesto que tuve que adaptarme a sus pasos, porque no podía explicarle que la salsa se baila de la forma que la pareja decida o de acuerdo con el ritmo que imponga quien mejor baila. Fue una experiencia extraordinaria, conjugar en un baile, dos culturas tan distantes y tan distintas, como las de un caribeño y unos jóvenes japoneses. Por solicitud del IIJI, fui invitado a dar una conferencia sobre la política venezolana y el proceso de la Revolución Bolivariana, en la sede de la Universidad de Okinawa. El viaje hasta esta ciudad estuvo precedido por una anécdota que permite ver como los seres humanos actuamos de forma parecida, a pesar de las diferencias culturales que referíamos líneas atrás. Ocurrió que el Señor Ogami no podía ir a Okinawa y ya había comprado un boleto a su nombre. Eso hizo que yo pasara en el aeropuerto nacional de Tokio, donde no se exige pasaporte, como si fuera el señor Ogami, para evitar el gasto de comprar un boleto a mi nombre. Pasamos la traductora, muchacha coreana que vive en Japón, un profesor de la Universidad Coreana y yo, con el boleto del Señor Ogami, El tipo que recibía los boletos observó el nombre y preguntó algo que yo no entendí, pero mis amigos japoneses contestaron por mí, y después me explicaron: La explicación es que yo era un indígena japonés que hablaba otra lengua. No sé si el tipo se la comió, ¡pero viaje a Okinawa como un indio japonés! En esta ciudad pude palpar la resistencia que los sectores progresistas de Japón, sienten ante la presencia de la base

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gringa en esa ciudad. Frente a la base hay un mirador donde, a cada instante, se miden los decibeles que producen los constantes salidas y llegadas de los aviones de guerra de Estados Unidos. Es una afrenta para este país, la permanencia de esta base militar, sobre todo por el recuerdo que aún sigue vivo de la famosa batalla de Okinawa. Hay un museo, donde se explica el horror de esta batalla y sobrevive una alumna de una escuela que fue bombardeada y masacrados, la mayoría de los alumnos y maestros, que en ese momento estaban en actividades de clase (Lo que hicieron en Vietnam, Iraq, Libia, y un largo y doloroso etcétera).Esta sobreviviente, sirve hoy de vocera del horror vivido durante el bombardeo de la escuela. Por todas partes, hay fotos espeluznantes de los momentos vividos, durante esta famosa batalla de Okinawa. Una nota curiosa surgió cuando, en momentos en que paseábamos por los alrededores de Okinawa, observé unas fundaciones de caña de azúcar. Al preguntar sobre el uso que le daban al cultivo, me trasladaron a un pequeño trapiche, donde producen papelón, en forma de pequeños dados y con él producen diversos tipos de dulces, que venden en un local ubicado en el área del trapiche. Es un trapiche tradicional como los conocemos en Venezuela, con la diferencia que los trabajadores tienen que usar obligatoriamente guantes, gorros, botas de seguridad, braga blanca y el área de moldeo está recubierta por ventanales de vidrio. De verdad que no esperaba encontrar en el país del supe desarrollo tecnológico, un humilde trapiche, como los que hoy promovemos en Curarigua. En los momentos finales de mi estadía en Tokio y Okinawa, al observar que para mí traslado al aeropuerto se iba a utilizar un enorme bus de turismo, el señor Ogami explicó que éste ya había sido pagado, porque ellos esperaban a un grupo grande de

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venezolanos. Como decimos en Venezuela, hicieron una “vaca” entre todos los profesores, para cubrir los gastos de 10 personas, pero como solo llegó una, yo mismo, se hizo posible que me alojaran en el hotel referido anteriormente y se me invitara a buenos restaurantes con profusión de comidas y bebidas. La experiencia vivida en Japón, con las atenciones de los compañeros del IIJI, formará parte de mi vida para siempre. Otra experiencia de viajar solo la hice a Chile y Argentina. En Santiago de Chile estuve dos días y pude ver y conocer el contraste entre una ciudad europea, con señoras y señores bien vestidos, con abrigos, a pesar de que no había un frió tan intenso y un pueblo, empobrecido por las políticas neoliberales, herencia de Pinochet y que tanto se alaba en el mundo. El transporte urbano, del centro de la ciudad, no tiene nada que envidiarle a cualquier país desarrollado, pero los sectores populares carecen de transporte y deben caminar largas distancias, para llegar al sitio donde comienza la “civilización”. Caminé la Alameda, como referencia a la canción de Silvio Rodríguez, visité la Universidad de Chile, donde todo venezolano debe ir y posar en las estatuas, una externa y otra interna, de Don Andrés Bello. Sitio que debe visitarse también, es el Mercado Central de Santiago, donde se come de primera. Igual, conocí la casa de Pablo Neruda, en Santiago y aproveché para subir en el teleférico y apreciar desde la altura, esta bella capital de Chile. Antes de salir de viaje, se me ocurrió la idea de tratar de ubicar a una hija chilena de mi amigo Raúl Brito, quien vivió en Chile, durante el gobierno de Allende. Él se vino a Venezuela, a raíz del golpe de Pinochet y se trajo a su esposa chilena, con una niña recién nacida. Poco después, la mujer de Raúl se regresó a Chile y jamás volvimos a saber de ella y su hija. Yo tenía la información de que la niña se llamaba Tania y debía llevar el apellido

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de Raúl, Brito. Busqué por Internet el nombre Tania Brito y conseguí varios, unos en Chile y otros en Brasil. Les escribí a todos y, para mi sorpresa, una de las respuestas era que una fotógrafa de Chile, llamada Tania Brito, era la hija de Raúl Brito, se alegró mucho y me invitó a que la visitara, cuando fuera a Santiago. Le informé de que pronto iba a Chile, en tránsito a Buenos Aires y que la visitaría. Cumplí con mi misión y conocí de nuevo, a una bella y morena chilena, que tenía más de treinta años sin ver (Cuando ella se fue a Chile, tenía como dos años). La otra sorpresa era que acababa de parir unos mellizos, me tomé fotos con ellos, con Tania y me enteré que su mama, Marieliana, estaba viviendo en Estocolmo, desde hace muchos años. Cuando estaba en la casa de Tania, llamó su mamá y pude conversar con ella un largo rato, explicándole que un año antes había estado yo, junto con Ramón Zerpa, Toño Rivero y mi hija María Eugenia, en Suecia, dictando unas conferencias sobre el proceso político venezolano, en Estocolmo y Upsala, invitados por un grupo de venezolanos y latinos que dirigen una institución de apoyo a la Revolución Venezolana. Después de permanecer dos días en Santiago, partí para Buenos Aires, donde fui recibido por un camarada, Miguel Julián, quien debía llevarme al apartamento de José Luís Domínguez, camarada argentino pero con una visión latinoamericanista cabal. El camarada Miguel llegó un poco retrasado al aeropuerto y me comuniqué con la hermana de José Luís, Susana, quien lamentablemente falleció hace poco. Le manifesté que me iba del aeropuerto en un taxi, para ir a un hotel y en la mañana, me iba al apartamento. Ella me informó de que esperara a Miguel, que él ya había salido hacia el aeropuerto y ya venía de regreso. Lo espere en el hotel, donde no había habitaciones disponibles. Miguel llegó a la una de la

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madrugada y de inmediato nos fuimos al apartamento, donde estaría durante mi permanencia en Buenos Aires. Todo este largo y detallado relato, es para contarles la incómoda situación que viví, al llegar al apartamento. Subimos Miguel y yo, me instalé con mi equipaje y deje la chaqueta que cargaba, con la lista de teléfonos de los amigos de Buenos Aires. Miguel me pide que baje con él, ya que no tiene llaves de abajo, cosa que hago de inmediato, sin darme cuenta que el pequeño edificio tenía dos entradas laterales, una un tanto alejada de la otra. Cuando regreso, después de despedir a Miguel, entré muy confiado, en la primera entrada y subo los dos pisos, para llegar al apartamento (Es una escalera en caracol y el apartamento esta al final de la escalera). Meto mis llaves, son dos cerraduras de seguridad, una en el centro y la otra, más abajo y la puerta no me abre, vuelvo a intentar y nada. Ya eran como las dos de la mañana y el frío de Buenos Aires era ya insoportable. Vuelvo a subir e intento de nuevo abrir la puerta y desde adentro abre una señora, asustada, pensando que era algún ladrón, como pude le expliqué mi situación y ella, muy nerviosa y cagada, cerró la puerta de un trancazo. Bajé de nuevo, para llamar a Miguel, pero, como dije antes, los teléfonos estaban en la chaqueta que había dejado en al apartamento. Temblando de frío, casi al borde del llanto, me preguntaba, < ¿Cómo coño me pasan estas vainas a mí?> Volví al pasillo donde estaba la entrada del apartamento, totalmente oscuro y busco hacia la parte trasera, para ver si había alguna residencia de conserje y < ¡Bendito sea el coño!,> veo la otra entrada, donde estaba mi apartamento. Subí corriendo y cuando pude abrir la puerta, sentí un alivio tremendo. Después de eso, la pasé de maravillas, el apartamento está ubicado en el famoso Barrio de San Telmo, lugar donde ocurre cualquier cosa, para placer de los turistas y los

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viajeros como yo. Noches arrabaleras, tangos, bailes, restaurantes y bares de cientos de años, es realmente un espectáculo este bendito barrio de la Gran Buenos Aires. Obviamente, estuve en el estadio de Boca Júnior, acompañado por mi amigo Miguel, mi guía durante esos días en Buenos Aires. En esta bella ciudad, fui atendido también por dos bellas mujeres, militantes de la solidaridad y el socialismo. Me refiero, en primer lugar, a Susana, hermana de José Luís. Estuve en la casa paterna de José Luís y Susana y compartí con su viejo, quien, a pesar de sus problemas de salud, me invitó, junto con Susana, a visitar una zona que se llama Tigre, es una zona muy acogedora, con venta de artesanías de todo tipo y muchos canales de navegación, la llaman la Venecia de Argentina, realmente es muy bonita esta zona. Poco después de regresar a Venezuela, me enteré de la muerte de esta amiga, hecho que lamenté profundamente por las atenciones y solidaridad que de ella recibí. La otra mujer, es Adriana Zerdin, mujer vinculada a todo lo que signifique impulsar cambios sociales y revolucionarios. Fue muy grata su compañía y aun mantenemos contacto a través de correos electrónicos. Debo decir que en esta estancia en Buenos Aires, aproveché para ir hasta Montevideo, Uruguay, en unos ferris que deben servir de ejemplo, para acabar con la sirvenguezura de conferry en Margarita. No es que uno sale a criticar lo nuestro, pero son cosas que no pueden callarse. El Gobierno Revolucionario debe tomar el control, tanto del servicio de buses y terminales, como el de este sistema de ferris, que han enriquecido a una familia, en desmedro de quienes viajan a Margarita. En la cuarta República se entendía esta cabronería, por las relaciones de Fucho Tovar con los gobiernos adecos-copeyanos, pero hoy no tiene sentido ni explicación alguna. Son unos servicios públicos donde

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viajan los pobres y la clase media. La oligarquía y los ricos tienen sus avionetas y yates para trasladar a sus familiares, cosa que nos alegra, pero no podemos dejar de decir estas cosas, en momentos de revolución. Lo cierto fue que pasé un día maravilloso en Montevideo, caminé todo el centro histórico y tuve la suerte que ese día se celebraba en esa ciudad, el día de la diversidad cultural o algo así, había espectáculos folklóricos por todas partes y pude conocer la profundidad del movimiento de la negritud y de los afro descendientes en Uruguay. Al día siguiente de mi regreso de Montevideo, me fui con un indígena argentino, Guanuco, a Claromecó, región del sur de la provincia de Buenos Aires, donde se celebraba un encuentro de pueblos indígenas de argentina. Allí fui recibido, junto con Guanuco, con mucho cariño, es una zona de playas exquisitas, pero en la época en que fui, había un frío muy fuerte para uno. Claromecó es parte del municipio Tres Arroyo, ciudad donde fui entrevistado, en torno a la Revolución Bolivariana, en el periódico más importante y en la televisora de la localidad. También nos entrevistamos con el Intendente de la ciudad, quien competía en ese momento, para las elecciones municipales de Argentina. Fue una intensa jornada, que no impidió compartir unos buenos vinos y exquisita comida argentina. En Claromecó, fui entrevistado en una radio comunitaria y posteriormente, tuve una sesión de trabajo con una especie de Consejo de Ciudadanos de Claromecó, quienes tenían interés en conocer algunos logros del proceso político venezolano.

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MI GRATIFICANTE EXPERIENCIA CON MARIA EUGENIA, STEPHAN Y MARIELENA: BARCELONA-BRUSELAS-VENECIA-MARRUECOS

La otra experiencia de salir solo de Venezuela, la tuve recientemente, por invitación de mis dos hijas que estudian y trabajan en Europa, como ya he informado anteriormente. Marielena está haciendo un postgrado en Barcelona y María Eugenia vive en Bruselas desde 1999. Llegué primero a Barcelona, a reencontrarme con esta bella ciudad de España. Este viaje lo hice con la línea portuguesa TAP, con el fin de aprovechar la escala en Lisboa y quedarme dos noches en esa encantadora ciudad. Siempre recomiendo aprovechar las escalas, aunque se pague un poco más, para conocer algo de la ciudad en tránsito y no permanecer horas en un aeropuerto, mientras esperas la conexión de tu viaje. Cuando las estadías son cortas, es recomendable comprar un boleto de este tipo de transporte que hace un recorrido completo por la ciudad, en el cual puede uno bajarse, hacer algunas compras o comer y, con el mismo boleto, tomar de nuevo el bus. Este boleto se compra por horas, 12 o 24 horas, y te ahorras los gastos de taxis. En Barcelona, con los obligados paseos por la Rambla, tuve una experiencia bastante agradable, al volver a ver a Fidel Ernesto Mejías, hijo de Humberto y Miriam, dos panas ya mencionados en estos relatos. Yo sabía ya de su permanencia en esa ciudad, pero fue grato verlo, hecho un hombre y, además, amigo de Marielena, mi hija. Conversando, me informó de que cerca de donde estábamos, en la Rambla, había una tasca, propiedad de Jesús López, español que vivió en Venezuela largos años, especialmente en Maracay, donde compartí con él varias parrandas espectaculares, que debo detallar, para que vean está feliz coincidencia. A Jesús lo conocí en una simpática

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Tasca de Maracay, llamada Costa Vasca, ubicada en el edificio Venaragua, en el centro de Maracay. En una oportunidad, al cancelar con mi tarjeta de crédito, una de las tantas faenas bohemias, Jesús me dice, < ¡Oye, Hermano, tú tienes mis mismos apellidos, López Pérez, de ahora en adelante nos trataremos como tal, como hermanos!> Pensé que era una joda de Jesús, pero resulta que este simpático hispano-venezolano, siguió creciendo en sus negocios y se le reconoce como el fundador de las mejores tascas de Maracay. Recuerdo su paso por el Bodegón de Sevilla, que todavía existe, El Lar de VJ, linda experiencia, que duró muy poco y donde mi pana Ernesto Tarkani filmó escenas de un documental sobre José Vicente Gómez, protagonizado por el fallecido Rafael Briceño. El lugar se llamaba así, porque estaba ubicado en una antigua casa de Gómez, de allí su nombre, invertido los dos primeros nombres de este caudillo que hizo de Maracay su hogar: VJ. El otro sitio, y el último de Jesús en Maracay, fue una tasca en las instalaciones del Hotel Maracay. En todos estos sitios, cuando yo llegaba y era visto por Jesús, de inmediato se acercaba y me abrazaba, llamándome hermano. Tomándonos unas cervezas, Fidel me dice que él tiene el número telefónico de Jesús y que iba a llamarlo para saber si podíamos vernos esa noche. Al llamarlo, de inmediato obtuvimos respuesta y nos invitó a ir a un sitio cercano a la Rambla, donde él y su esposa estaban festejando algo que no preciso en este momento, era ya tarde y al llegar, después de los consabidos abrazos, nos invitó unas cervezas y una provisión de carnes de todo tipo, ya que es la especialidad de este sitio. Quedamos pendientes de vernos en su negocio, que se llama El Tobogán. Fui solo, ya que iba a esperar a Marielena y a un amigo brasileño que vive en Barcelona. Cuando llegué, Jesús me presento a unos

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mesoneros, indicándoles que me atendieran como su hermano de Venezuela y allí comenzó un desfile de tapas o pasapalos de todo lo que ustedes puedan imaginar. Cuando llegaron Marielena y Vicente, que es el nombre del amigo brasileño, después de probar varios tipos de cervezas, pasamos a vino tinto, botellas que llegaban casi antes de terminar la anterior. Demás está decir que la mesa estaba llena de pasapalos y aun así, continuaban llegando más y de variados tipos. Ya cerca de las doce de la noche, llegó uno de los mesoneros con la cuenta, por un monto de diecisiete euros y al preguntar si era el monto correcto, porque habíamos consumido tres o cuatro veces esa cifra, la respuesta que recibí fue que esa era una orden del jefe, Jesús, y que así debían acatarla. Nos despedimos con mucho cariño, con mi advertencia de que mi idea no era aprovecharme de él. De Barcelona salí para Bruselas, donde estuve varios días con María Eugenia, saboreando las ricas y variadas cervezas de Bélgica y comiendo en varios sitios, entre ellos, un sitio español que está en el centro de Bruselas donde se come exquisitamente. Es fácil ubicarlo por su carácter español. María Eugenia había planificado previamente un viaje conmigo a Venecia. Conseguimos un boleto aéreo bastante económico, con esas líneas aéreas internas de Europa. Conocer a Venecia, vivir la experiencia de viajar en los vaporettos, sistema de transporte acuático, que funciona casi perfectamente, con el cual se puede recorrer toda Venecia: Giudeca, Murano, Burano, Lido. Estos transportes se usan a través de unas tarjetas adquiridas en sitios especiales y pueden ser por varios días o semanas, con costos diferentes, por supuesto. Nosotros no usamos las góndolas, primero, por lo costoso y segundo, porque me parecen ridículas y en ella viajan los ingenuos turistas y yo me considero un viajante. Realmente, andar por las calles de Venecia es un placer

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del cual no debe privarse ningún ser humano. Insisto en que debe ser un viaje hecho y organizado por uno mismo, pero teniendo cuidado para evitar lo que a mí me ocurrió y que ha servido para reírnos, mis hijas y yo y a todos a quienes se lo he contado. Antes de salir de Bruselas, María Eugenia, por su experiencia y por los limitados recursos que poseíamos, reservó la estancia en un hostal, con un costo de veintidós euros diarios. A mí me pareció una extraordinaria idea, porque no sabía con lo que me iba a encontrar. Cuando arribamos a la recepción del hostal, me informan de que las mujeres van de un lado y los hombres de otro lado, cosa que me extraño pero consideré poco importante. Lo mejor vino cuando me informaron de que iba a compartir habitación, en literas cercanas unas a otras, con varias personas. Por algunos problemas de salud y por sobrepeso, mis ronquidos son muy fuertes y creo que solo los superan mi sobrino Alexis, Ramón Zerpa, Cruz González y el ingeniero Pedro Rodríguez. Cerca de las once de la noche, me despido de María Eugenia y me voy a mi habitación, estaba sola y pensé que no había más huéspedes. Sin embargo, al rato llegaron tres muchachos con pintas de alemanes, muy flacos y altísimos. A uno de ellos le tocó en la parte arriba de mi cama y, los otros dos en una litera ubicada como a dos metros. Me sentía incomodísimo y me dije a mí mismo, < ¡Por favor, Omar, no ronques tan duro!,> pero que va, esa noche tenia las calderas más recias y apenas me dormí comenzó el espectáculo de los muchachos diciendo groserías, en un idioma que no era inglés. Los tres conversaban entre ellos y creía entender que se referían a su mala suerte de que les tocara en su habitación Omar López y sus ronquidos. Yo trataba de no dormirme, pero era imposible y al rato me despertaban los ruidos que hacia ellos, para despertarme, se paraban, iban al baño y tiraban la puerta, hacían de todo

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para vengarse, cosa que lograban, al despertarme; así pasamos casi toda la noche. Cuando creí que ya era casi el amanecer, recogí mis cosas y me salí de la habitación. Todavía estaba oscuro, eran las cinco de la mañana, por suerte, la puerta del hostal ya estaba abierta y salí a la calle, pero la vida me recompensó este sacrificio: Frente al hostal, en pleno canal de navegación, comenzó a salir el sol y se iniciaba el movimiento de los vaporettos. Fue un amanecer que todo ser humano debe ver. Es indescriptible lo que vieron mis ojos, como compensación de esa noche de terror que tuve que pasar con esos chamos, a causa de mi condición de roncador. Cuando se hizo de día, le explique al señor del hostal, que habla perfecto español sobre mi situación y me cambió para una habitación de minusválidos, que tenía dos camas. La condición era que María Eugenia se pasara a esta habitación y la pobre tuvo que calarse el mismo show de los muchachos, pero es mi hija y no le quedaba más remedio. Al día siguiente, el tipo del hostal me anuncia que debo dejar la habitación de minusválidos y volver al de las literas, cuestión que rechacé y le dije a María Eugenia que buscáramos un hotel para yo pasar la noche, ya que al día siguiente salíamos de Venecia. Así hice y tuve que pagar, con mi ya desguarnecida tarjeta de crédito, noventa euros por una habitación pequeñísima y con Internet a cinco euros la hora, pero ni modo, como dicen los mexicanos, tuve que hacerlo. El plan de mis hijas era, al llegar a Bruselas, ciudad a la que llegaría Marielena desde Barcelona, ir a Marrueco, donde ya estaba Stephan, el esposo de María Eugenia. Igual que para Venecia, conseguimos una razonable oferta en avión, para llegar hasta ese país de África del Norte. En Marrakech, capital de Marruecos, nos esperaba Stephan con un taxista amigo y allí comenzó mi

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pertenencia física y espiritual con el mundo árabe. El taxista iba hablando en francés con Stephan sobre la dirección de la casa donde llegaríamos y cuál sería la ruta más conveniente, para eludir las colas de la ciudad, de pronto se voltea hacia atrás, donde yo iba sentado con María Eugenia y Marielena y en árabe me dice algo que, por supuesto, no entiendo. Se refería a que la ruta que el proponía era mejor que la de Stephan y me lo estaba diciendo a mí en árabe. Todos reímos y el taxista preguntó por qué nos reíamos, él creía que yo era árabe, marroquí. Cuando le explicamos que yo era venezolano y que hablaba español, no quería creerlo y se reía insistentemente. Esto se repitió en todas partes donde iba y todos se asombraban por mi cara de árabe. Me saludaban y me hablaban en árabe y no me quedaba más remedio que reírme y tratar de explicar lo mismo a todos: No soy árabe, soy venezolano. Estar en este país es para nosotros los venezolanos de mi generación, el cumplimiento de un sueño, trasmitido por el cine: caminar y comprar por angostas callejuelas, donde debes cuidarte de motorizados, ciclistas y carros pequeños, que circulan a toda velocidad. No sé cómo hacen, pero no vi ningún accidente, entre tanta locura, igual como me ocurrió a Ramón y a mí en Colombo, Sri Lanka. Llegamos a la casa de un amigo francés, que tiene una linda casa en Marrakech y fuimos atendidos por una simpática señora, que cada mañana y en la tarde, nos servía un té de menta, que difícilmente pueda conseguir en otra parte. Para llegar a esta casa es necesario andar con un baquiano, ya que sus pequeñas calles parecen un laberinto interminable. Incluso, con Stephan, que viaja constantemente a esta ciudad, una noche nos perdimos y caminamos como dos horas sin encontrar la zona donde vivíamos. Un muchacho se ofreció a guiarnos y ya nos estábamos poniéndonos

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nerviosos, porque parecía que nos conducía hacia un sitio, para atracarnos o robarnos. No es paranoia, sino que se hacía interminable la llegada a una zona que fuese conocida por Stephan y el muchacho hablaba en árabe con otros amigos que veía en los callejones. Al fin Stephan se ubicó y cuando quiso darle al muchacho unas monedas de Marrueco, insistía en cobrar en euros, hubo una discusión y al final le dimos algo más pero en moneda de ese país. Este no fue el único incidente desagradable que nos ocurrió, ya que en el mercado central de Marraquech, una amplísima plaza, donde venden de todo, vimos a un encantador de serpientes, de esos que hemos visto en películas, tocando una larga flauta y la serpiente comienza a levantarse. Nos acercamos y Marielena le tomó una foto y seguimos, pero el tipo se paró, exigiendo que le pagáramos por haber tomado la foto. Aquí si no nos jodieron, seguimos caminando rápidamente y el tipo se regresó porque había dejado solo su negocio: La cesta y la serpiente. No obstante estos dos hechos, la pasamos muy bien, comimos hasta el cansancio comida árabe, propia de Marruecos: Cus cus, preparada con trigo, papa y en diversas presentaciones de carnes de res, pollo, ovejo. Es un guiso asopado, servido en recipientes de barro cocido, todavía caliente por ser preparado al instante, sobre una parrilla o budare tradicional. Después de dos días de estar en Marrakech, salimos en bus para otra importante ciudad de Marruecos, Issaouira, zona turística de playas friísimas, pero de una gran belleza. Fría para nosotros, porque la gente de la ciudad disfrutaba un baño de mar, con sus hijos y otros familiares. Lo curioso era observar la llagada de mujeres, vestidas con los atuendos que ellas usan y que para nuestra cultura son raras, sobre todo para ir a la playa. Algunas si usaban traje de baños de los usuales, pero eran muy pocas. Pasamos la tarde en la orilla de la

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playa, sin atrevernos a meter siquiera un pie en las gélidas aguas. Vale señalar que en esta ciudad llegamos a un palacio, < ¡si ¡un palacio, que es usado por un amigo francés de Stephan para alquiler, en época de vacaciones.>. Las habitaciones remontan a uno a esas viejas películas de odaliscas y harenes de príncipes árabes. La lencería y las camas, antiguas, parecen de decorado, pero ahí dormimos y ahí pasamos varias noches. Es otro lugar para volver, pero teniendo contactos que faciliten la estadía.

MIS “PENULTIMOS” VIAJES: Entre 2009 y 2010, continuando con este peregrinar que se ha convertido en mi forma de vida, volví a Europa, al amparo domiciliario de mis hijas y a la anuencia y solidaridad de Yecenia. En pleno verano, con temperaturas de 40 grados o más, me fui con Marielena a Valencia, ciudad homónima de mi ciudad natal, fue una experiencia agradable por lo económico de esta ciudad, comparada con Venezuela. Sin embargo, el sofocante calor hacía insoportable los recorridos por esta bella ciudad. Recomiendo visitar el Centro Cívico y el zoológico de Valencia, único en el mundo, por las características de mantenimiento y custodia de los animales. La experiencia en Barcelona, con el calor no fue diferente pero la opción de las playas de la Barceloneta, ayuda a pasar mejor el tiempo. En esta oportunidad, fui de nuevo a Bruselas, donde vive María Eugenia y tuve la dicha de visitar una pequeña ciudad belga, de donde se origina el nombre de los sitios de relax y aguas termales, diseminados por el mundo de hoy: Spa. Es una pequeña localidad a la que se llega por tren desde Bruselas y posee unas instalaciones de aguas termales, de alta tecnología, para pasar unas vacaciones de primera. Realmente vale la pena conocerla. Igualmente, con María

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Eugenia, aproveché una oferta en bus, para conocer Berlín, ciudad a la que tenía que ir por mi afinidad con la historia de la cuna de una de las experiencias más terribles de la humanidad: El nazismo y toda su historia de terror. Puerta de Brandemburgo, el Reistach, los puestos fronterizos entre los dos Berlín, el Muro de Berlín, son pedazos de historia que impactan enormemente. Sin embargo, es sobrecogedor visitar el Museo Judío, dedicado a las víctimas del nazismo y elemento de reflexión por las atrocidades que el Estado de Israel comete ahora contra el pueblo palestino. Es incompresible como un pueblo que sufrió el terror del nazismo, aplique esta misma política contra otro pueblo. El año 2010 comenzó con buenos augurios de viajes, ya que el Instituto Internacional de la Idea Zuche me invitó a una reunión en ciudad México, para el 10 de febrero de ese año. Volver a esta ciudad, en compañía de amigos como Ramón Jiménez López, diputado del Congreso Nacional mexicano, Milton Burbano, compañero ecuatoriano que viajó con su esposa, la delegación japonesa, presidida por el señor Ogami Ken Ichi, presidente del Instituto Internacional de la Idea Zuche. Fue una extraordinaria experiencia vital. La reunión se efectuó en la sede del referido congreso, una obra arquitectónica única en el mundo y propia de la grandiosidad mexicana. De esta reunión surgió una invitación para ir de nuevo a Japón, a un congreso en Okinawa, en rechazo a la permanencia de las bases norteamericanas en esta bella ciudad nipona. Durante los preparativos de este viaje, me informaron de que ellos cubrían en Japón, alojamiento, comida y movilización interna. La propuesta era para una sola persona, pero surgió la idea de consultar si se podría agregar un compañero, Evardo Córcega, en las mismas condiciones en que yo viajaría. La respuesta desde Tokio

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fue que ello sólo era posible sí el acompañante era mi cónyuge. Esta circunstancia hizo que Yecenia se incorporara a este viaje y tuviera una experiencia única y enriquecedora. Siempre hacemos broma con dos hechos que se originaron con este viaje. El primero está referido a la reticencia de Yecenia de hacer el viaje, por razones económicas y por las actividades académicas de la universidad. Tratando de convencerla, le pedí que consultara a sus amigas de trabajo y una de ellas le dio la siguiente respuesta: Bueno, no vayas tú y yo te suplanto como esposa de Omar, porque una oportunidad como esa no puede perderse. Demás está decir que este argumento fue suficiente para convencerla. El otro tiene que ver con las bajas económicas que siempre se producen a quienes vivimos de un salario. Cuando la oigo refunfuñar, le digo: Recuerda lo bello de la ciudad de Tokio y Okinawa y la favorable circunstancia que se produjo en nuestro regreso de Japón. El vuelo hacía escala en Paris, ciudad donde nos esperaban María Eugenia y Roge, un entrañable amigo catalán que vive en Bruselas. Sin haberlo planificado, llegamos a Paris el 14 de febrero, día de los enamorados. A pesar del fuerte frío, apenas llegamos al hotel para dejar unos equipajes, nos fuimos a cenar los cuatro en un pequeño restaurant de la Plaza de la República. Hago bromas en el hecho de que pocas personas cumplen ese sueño de estar en Paris y en esas circunstancias. Esa es la “ganancia” de una “cuenta corriente” en el “banco de la vida”

DE DONDE VENGO: MIS RAICES

Como pueden ver, en unas cuantas páginas esta condensada toda una vida, compartida con amigos, familiares, camaradas de lucha, lugares y países de los

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más variados. Así como le dijo Al Pacino, en Perfume de Mujer, a la dama a quien invitaba a bailar tango: < ¡En un minuto se vive una vida!,> puedo decir yo, que en estas páginas escritas, he vivido toda una vida. Lo que falte por vivir, serán contados en otra oportunidad. Todo este ciclo vital se inició en los años cincuenta, en el Barrio Primero de Mayo, en Valencia. Llegamos allí, desde el callejón Prebol de Valencia, donde nacimos todos. A pesar de tener para esa época cinco o seis años, recuerdo muchas cosas de esa zona. Detrás de mi casa pasaba una quebrada, donde mi papa tenía una vega y sembraba diversos cultivos. Muy cerca de la casa estaban los llamados terrenos de Valencia, donde se jugaba béisbol y había un espacio donde botaban desperdicios de caramelos, por parte de una fábrica cercana. Era un deslumbramiento, cuando Fernando y yo íbamos a buscar esos desperdicios, no estaban dañados ni malos, sino que eran pedazos que se partían y los arrojaban en esos espacios. Fernando y yo recordamos la vía del tren que estaba en medio de la avenida Bolívar de Valencia, cerca de donde estuvo por años la arepera Mayantigo. Mi papá, Simón López, campesino nativo de Nirgua (Debe haber un núcleo de familia de mi papá en esa ciudad de Yaracuy, sus apellidos eran López Noguera), por razones que yo desconozco, decidió vender la parcela donde vivíamos y compró en esta parte de Valencia, que estaba comenzando a desarrollarse (Barrio Primero de Mayo, entre el Hospital Central de Valencia y el cementerio municipal). Éramos mi mamá, Elena Pérez, venida de Cabudare, estado Lara, José, Ángela, Margot, Fernando y yo, y más tarde llego Irma. Ese es mi núcleo original, del cual surgieron las siguientes ramas familiares: José López se casó con Carmen Briceño, de donde surgieron Tamara, Tania, Taymir y Teo, de ellos, a su vez, llegaron Carmencita,

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Luís Felipe y Waldo, producto del matrimonio de Tamara con Luís Felipe, mi sobrino y mi pana caraqueño. De Tania, provienen tres candelas, Raúl, Daniel y Daniela. De Teobaldo, salieron dos joyitas, Adrián y Mauricio de su matrimonio con Nubia. De Taymir y Raúl, el aporte es de tres chamitas lindas, Eudys, Estefanía y María Laura. Fernando y Noemí nos legaron dos querubines, Fernandito y Daniela. Para no quedarse atrás, Fernandito y su media naranja Ilka acaban de aportar dos angelitos, por su comportamiento, Patricia y Diego. Margot y su eterno amor, Lito, mi amigo de infancia, no podían fallar y han dejado como herencia para la humanidad tres perfectas joyas, Yuri, Lisbeth y Alexis. Entre Lisbeth y Yuri, como si fuera poco con tenerlos a ellas, procrearon a Wilder, Wilton, Wilson, Juan Carlos, La Gorda Yurian y La Flaca Yurianny. Alexis está a la espera de su hijo, pero casi ha criado a su esposa, Lérida, cuya presencia en el seno de mi familia, me recuerda la llegada y permanencia de Santa Sofía de la Piedad en la casa de los Buendía, en Cien Años de Soledad. Irma contribuyó enormemente con el crecimiento familiar, procreando a Vivian, David, Yuli, La Negra, Tuve tres hermanos fuera del matrimonio de Simón y Elena, hijos de mi mamá en otras relaciones. Dos han muerto, Eufemia y Emilio y el otro, primer hijo de mi mamá, Alberto, es médico, de 82 años y vive en Maracaibo, donde formó una sólida familia, que visité recientemente con Yecenia y Fidel y Luís Omar. Entre todos hemos generado una familia que hará perdurar por años la estirpe de los López, en sus diferentes variantes. En el caso de Emilio, con quien tuve una estrecha relación, por su bondad y la de su esposa Edda, con quien aún mantengo relación de amistad, se formó una extensa familia. Con todos, de alguna manera, mantengo vínculos de amistad: Pepe,

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Beatriz, Yajanira, Fanny, Gioconda, Elena, Chato, las Morochas, Emilito, son el núcleo inicial de Emilio y Edda. Después de ellos, la familia se ha extendido hasta el infinito. En cuanto a Eufemia, también tuve con ella una relación muy estrecha, bastante nos ayudó cuando éramos muchachos. De su seno surgieron tres sobrinos con los cuales la familiaridad y la relación han sido inalterables en el tiempo: Ellos son Toñito, Fabiola y Ulises. Incluso, con el marido de Fabiola, Antonio, siempre he mantenido una cordial relación y con los hijos procreados por ellos. Igual relación mantengo con las esposas de Ulises y Toño: Virginia e Irma. La historia de mi mamá haría necesario escribir un libro especial, por las circunstancias de sus primeros años de vida. Como dije, ella nació en Cabudare, producto de una relación extramarital de su papá, en cuyo matrimonio ya había procreado dos hijos: Josefa y Manuel. En esa relación extra, mi abuelo Manuel también tuvo otra hija, María, que forma parte del cuento fantástico que voy a narrar. Al morir la madre de estas dos niñas, mi mamá y María, ellas quedaron a merced de las decisiones de otros, que las trasladaron a escondidas, a Valencia, Maracay y Caracas, como servidumbres de algunas familias de renombre, para esa época. Su único familiar era una tía, que infructuosamente buscó a sus sobrinas pero nunca pudo hallarlas. Mi mamá siempre me hablaba que ella tenía unos hermanos en Cabudare y que les gustaría conocerlos. Por nuestra situación económica, viajar de Valencia a Barquisimeto no era fácil y, así fueron pasando los años, sin que mi mamá conociera a sus hermanos. La oportunidad se presentó cuando yo me fui a estudiar al Pedagógico de Barquisimeto, incidencias ya narradas en este trabajo. Cuando me instalo en Barquisimeto, le dije a Nelson Moreno que me acompañara a Cabudare, para conocerlo y ver si podía

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averiguar algo sobre mi mamá y para intentar sacarle una partida de nacimiento, ya que no tenía cédula. Llegamos a Cabudare y comenzamos a caminar por la Avenida Libertador y preguntamos por la prefectura y tratar de sacar la partida de nacimiento referida. Entré a una vieja oficina, frente a la Plaza de la Cruz, donde hoy funciona la alcaldía de Palavecino. Me atendió una secretaria y me pidió los datos y fecha de nacimiento de mi mama, ésta se quedó perpleja y me preguntó si yo venía de Valencia. Al responder que sí, buscó en el libro, muy deteriorado por cierto, los datos de Elena Pérez, y solo aparecía como presentante, mi abuela, Teresa Pérez. Este dato confirmó las sospechas de la secretaria y de inmediato me pidió que lo acompañara al frente, donde ella vivía. Llegamos a su casa y en medio de gritos, llamó a su mamá, < ¡mamaíta! ¡Mamaíta!, ven para que oigas esto.> < Este muchacho dice que su mamá se llama Elena y es hija de Teresa Pérez, la que era mujer de Manuel López, tu papá.> Nos sentamos a conversar, más calmadamente y les expliqué lo que yo sabía de mi mamá y de su otra hermana, María. La señora comenzó a llorar y me decía que ella pensaba que estaban muertas, que ellas eran sus hermanas y que jamás volvieron a saber de ellas. De allí me llevaron hasta la casa del otro hermano de mi mamá, Manuel, quien también se alegró mucho al saber que sus dos hermanas vivían. Para que vean lo asombroso de todo, habían pasado más de cincuenta años que ellos no se veían. Los cuatro eran unos niños, cuando se llevaron a mi mamá y a su hermana para Valencia. Cuando salí de Cabudare, no aguantaba los deseos de hacerle saber a mi mamá que había encontrado a sus hermanos. Llegué el viernes y de inmediato se lo conté. Las escenas eran de novela rosa, por el llanto de mi mamá y por su insistencia de que planificáramos un viaje a Cabudare, para tal fin. Así lo

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hicimos y lamento que para esa época no había facilidades de videocámaras, porque me hubiera ganado un óscar, con la filmación del abrazo de mi mamá y mi tía Josefa y mi tío Manuel. En viajes posteriores fuimos descubriendo cantidades de primos y primas, que hoy forman parte de mi gran familia de Cabudare, que ha sido un enorme apoyo para mi reintegración, junto a Yecenia y Fidel y Luís Omar, a Lara. Es mi obligación rendir tributo a toda esta pandilla de primos y primas, en diversos grados, con los que cada día me vínculo más, a pesar de que muchas veces, con algunos, nos veamos infrecuentemente: De la relación de mi tía Josefa y su esposo Lucindo Morillo, se desparramaron Pastora, Chepita, Dora, Teresa, Dilia, Esteban, Sinencio (ya fallecido) y Juanita. A partir de ellos, surgieron Jorge y Margelys (con Carmen incluida), Mariana y Milko, Doris, Rosalina, Marcialito, Eduardo, La China, Lida, La Nena, Cesar, Dilay, María Alejandra, Kike, María Teresa, Lianita, Luisito, Duglita, Daver, Paola, Gabrielito, Gustavo Adolfo “Cachete”, Cebhastian y Rafael Eduardo, ultimo aporte a la estirpe. Igual con los consortes de algunas de ellas, con los cuales mantengo una cordial amistad: Marcial, Johnny, Douglas, Jaime, Parchita Edgar, Oswaldo, Beto Rivero. Mi tío Manuel, trabajador honesto y bohemio y taurino de respeto, que se paseó por todas las plazas de toro de Venezuela, hizo surgir, en su matrimonio con Chepina Pérez, a Tomás, Manuel, Abelardo, Lucía, Beatriz, Magali, Gladis, Benilde, Pastorita, Egdy, Dilcia y Flor. Yo me sentía como un héroe, por haber hecho reencontrar a tres hermanos, después de más de cincuenta años de separación. (Digo tres, porque mi tía María había muerto unos cuantos años antes y sólo sus hijos Miguel Ángel, Teresa, Orlando, Carlos, participaron de este reencuentro y muchas veces estuvieron en Cabudare.). En otro viaje a

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Cabudare, se produjo el reencuentro de mi mamá con su tía, la que referí anteriormente y que estuvo buscando a sus muchachas por más de cincuenta años. Era ya una anciana de más de ochenta años, cuando vio a mi mamá, comenzó a llorar y a abrazarla, contando los viajes que hizo a Valencia, Maracay y Caracas, donde le habían dicho que estaban sus sobrinas y que habían quedado bajo su custodia, a raíz de la muerte de su hermana, Teresa Pérez.

LO QUE HOY SOY Y LO QUE FALTA POR SER….

Lo que uno es en la vida adulta, comienza a formarse en esos grupos iniciales de nuestra vida. El grupo de la esquina es la primera referencia de amistad, solidaridad, pertenencia y socialización. En mi caso, mi grupo inicial estuvo conformado por Fernando, mi hermano, el gordo Ortega, Larry Páez, Tolo Aquino, Oswaldo Liendo, El Chana José Villanueva, Lito Hernández, el negro Kimbo, José Luís Páez, Pelusa, Raúl Brito, Carlos Agudo, Luís Botello, y otros que se agregaban y se iban, pero no eran permanentes. Este fue el grupo de los juegos tradicionales, hoy ya desaparecidos: Policías y ladrones, La “E”, pelota de goma, metras, trompo, perinolas, gurrufíos, zamuras, El escondido, El fusilado, tonga, bicicletas; Los baños furtivos en canales y ríos prohibidos, las salidas a buscar mangos, mamones, otras diversas frutas, y las burras, si se atravesaban en el camino. Era el grupo que, en las noches, nos reuníamos en el cine Miranda, para colearnos o pedir para completar las entradas, ya que no estaba a nuestro alcance, comprarlas. Ya dentro del cine, comenzar a correr, saltando los bancos, mientras no se había iniciado la proyección de la película y después de iniciada, era el grupo que comenzaba a gritar groserías por cualquier

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motivo: Cuando alguien iba al baño, se le gritaba < ¡paja! ¡paja!> o a Miguelón, el dueño del cine, < ¡ladrón!, ¡ladrón!,> porque se saltaba alguna escena de la película (Decíamos, se robó los cuadros). Era el grupo que, una vez terminada la película, salía a ver los cuadros que habían salido en la película y cuáles no. Los cuadros eran fotografías en blanco y negro con escenas de las películas. Era divertido descubrir una escena que antes habíamos visto. En muchas ocasiones, nos robábamos los cuadros o las fotos, con la consabida arrechera de Miguelón y la persecución del policía del cine, a quien le decíamos “Come Niños”, por su manía de corrernos de los alrededores del cine, cuando ya había comenzado la función y alguno no había podido entrar, por la falta de recursos indicada arriba. La convivencia con este grupo se inició desde los ocho años, promedio, hasta los dieciocho años. Seria inagotable narrar todas las incidencias vividas en esos diez años, aproximadamente. Con la mayoría de ellos todavía tengo contactos y en diciembre, casi seguro que nos vemos. Sólo uno ha muerto, José Luís Páez, el chiguire. Las primeras cervezas, los primeros bailes, las primeras novias y las primeras peleas callejeras las vivimos intensamente en este grupo. A pesar de que nos formamos en una zona donde ya se había iniciado el consumo de marihuana, todos nos mantuvimos alejado de ese vicio. Lo que si hacíamos era “tumbar borrachos”, que consistía en buscar a los borrachitos que se quedaban dormidos, para sacarles del bolsillo, lo poco que les quedaba, después de una noche de parranda. Había clientes fijos, como Tiberio, un trabajador del cementerio municipal, que todos los fines de semana, no salía de una borrachera. Como decía en líneas anteriores, muchos muchachos y otros no tanto, se incorporaban a nuestro grupo y con ellos compartimos miles de jodederas y

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parrandas. Uno de ellos es Luís Sivira, mayor que nosotros, pero con quien organizábamos viajes y parrandas dignas de contar. Unas de las jodederas más usuales, organizadas con el negro Sivira, era salir en un carro prestado, a pedir documentos, haciéndonos pasar por policías. Gozábamos una bola, cuando abordábamos a grupos de muchachos y les pedíamos la cédula. En una oportunidad, en la calle Carabobo, cerca del cine Candelaria de Valencia, detuvimos a una pareja de novios para solicitar sus documentos. Nosotros estábamos en el carro y el gordo Ortega era quien llevaba a cabo el procedimiento. Sin darnos cuenta, estábamos trancando el paso de una patrulla de la policía y cuando el tipo la vio, salió hacia la patrulla, gritando, y nos detuvieron a todos, nos pasaron para la policía en la Navas Spinola, pero el tipo y la mujer solo pidieron que detuvieran al Gordo Ortega y a los demás nos soltaron. Estuvo preso como tres días, pero igual, seguimos jodiendo con estos procedimientos policiales. Ya a estas alturas, fue cuando surgió el viaje a Cúcuta, narrado al inicio de estos relatos. También fue la época de la iniciación política, como militante del MIR y que ya fue también narrada. En mi memoria permanece indeleble, las jodederas diarias en la esquina del barrio. Una de ellas era decirle care`leona, a una anciana, abuela de mi amiga la Catira, que se llamaba Pantaleona. Cuando ella pasaba, alguien gritaba, muy disimuladamente, < ¡care`leona!> Ella se regresaba, con un palo en la mano, y se nos quedaba viendo, para ver quien se reía primero. Se pueden imaginar a un grupo de muchachos, conteniendo las risas, apretábamos la boca, pero siempre era Larry quien no aguantaba y soltaba una carcajada, corriendo, con la vieja atrás tirándoles palazos. Eso era casi todos los días, en la tarde. Nos metíamos en la bodega de Orlando, a joder a cuanta vieja o mujer

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llegara, lo cual molestaba a Orlando, porque los clientes se iban para otra bodega. Todavía recuerdo a Orlando, saliendo de la bodega y gritando, < ¡Señora Elena! ¡Simón!,> llamando a mi mamá o al hermano del gordo Ortega, para que vinieran a poner orden en su bodega. Hoy somos grandes amigos y recordamos con mucho cariño estas cosas. En esa época estaban bien delimitados los periodos de lluvia y el periodo seco o verano, como lo llaman erróneamente algunos, para arrechera de Córcega. Esta situación permitía que Segundo, habitante de nuestro barrio, nunca perdiera su clientela, ya que para el calor, vendía una deliciosa chicha y para el frío, cambiaba a un carato caliente, que aún recuerdo con nostalgia. Él se ubicaba todas las noches frente al cine Miranda, ubicado en la avenida Lisandro Alvarado. Era nuestro cine y muchas veces, celando nuestros espacios, teníamos enfrentamientos con muchachos, de otras zonas, que se atrevían a venir hasta este cine. Creo que en todas nuestras grandes ciudades y pueblos, era habitual que cada sector tuviera un cine y así se convertía en un territorio particular de diversas pandillas, era un centro de encuentro, independientemente que se entrara o no a ver una película. Así sucedía en el cine Plaza, territorio de las pandillas del matadero, calle Plaza y todo el sector donde está ubicado hoy el Mercado Periférico de la Candelaria. Igual el cine Cantaura y el cine Candelaria, ubicados ambos en la calle Cantaura de Valencia. Existía el cine San Blas, donde era una aventura acercarse y ser descubierto por alguno de los pandilleros de ese sector. Santa Rosa también tenía su cine, con las mismas características. En el centro Valencia, estaban el cine Centro, el Camoruco, el Cine Lid, el Tropical, todos ya desaparecidos desde hace años. La modernidad fue acabando con ellos y hoy solo existen las cadenas impersonales de los cines unidos y otras

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cadenas gringas. Quien va a ellos no siente ninguna identificación ni sentido de pertenencia, como los populares cines de antes. No sé si estos de hoy son mejores o peores, pero como recuerdo las noches del Cine Miranda. Siempre le comento a Fernando, mi hermano, que reiterativamente, tengo sueños referidos a la reapertura del cine Miranda. Quizás por eso es que nuestra generación fue impactada enormemente, por la película italiana “Cinema Paradiso”, ya que la historia de este cine, punto central de esta bella película, es la misma que sentimos nosotros, ante la desaparición de nuestros cines particulares. Recuerdo que cuando era imposible comprar entrada o colearse en el cine, nos instalábamos en unos árboles que estaban en el patio de la escuela, donde estudiábamos la mayoría. En una oportunidad, uno de nuestros amigos, llamado Ricardo, se desprendió desde una considerable altura, con un saldo de varias fracturas. La pasamos muy mal, porque tuvimos que llamar a la casa del Director de la escuela, el Profesor Pacheco, para poder sacar a Ricardo hacia el hospital. Obviamente, al día siguiente tuvimos que soportar el regaño y el castigo por estar usando estos árboles, como asientos del cine. Incluso, la vida útil del cine llegó hasta el día en que dos muchachos, no contentos con montarse en los árboles, se montaron en el techo del cine y, acostados al borde del mismo, veían la película de turno. El techo era de asbesto, con muchos años de instalado y, en el momento en que intentaron moverse a otro sitio, el techo cedió y ambos cayeron sobre los respaldos de los asientos de madera. Uno murió en el sitio y el otro perdió una pierna. Este accidente lamentable, acabó con la vida de un muchacho y con la vida del cine, que fue clausurado y jamás volvió a abrirse.

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Imborrables también para mí eran los juegos de béisbol, que se desarrollaban en la Ceibita, terrenos ubicados en los alrededores de la urbanización Cabriales de Valencia. Todos los domingos se jugaban allí tres y cuatro partidas de béisbol y nosotros éramos espectadores fijos, ya que quienes jugaban eran mayores que nosotros y los de nuestra misma edad, jugaban mejor. De nuestro grupo, solo Tolo Aquino, Larry, El Chana José Villanueva, Lito, Kimbo, jugaban en esas partidas. Eran encuentros entre los habitantes de la zona, pero a veces venían de otros barrios y caseríos de Carabobo. Nuestras estrellas eran Nonito, el maracucho Zárraga, Bemba Ayala, Osio, El flaco Biyule, El Niño, El Negro Linares, Mojarrita, Beto Hernández, Ulloa, El Choro Luís, Biloy, Coco Duran, Misael, Carlos Hernández, Melecito, el Negro Batey. Un caso particular era el Choro Luís, quien desgraciadamente desvió sus pasos hacia el delito, ya que cuando venía un equipo visitante, era seguro que se perdiera un guante, una pelota o un bate de ese equipo. Era un mago para hacerlos desaparecer y se pueden imaginar cómo terminaban esos partidos, después de agrias discusiones. Otra actividad fundamental de este grupo primigenio, era ir al estadio de béisbol de la Michelena, para ver a nuestro equipo, Los Industriales o los Pericos de Valencia. La mayoría de las veces, nos coleábamos por el lado del rihgfield (Lado derecho), ya que cuando entonaban el Himno Nacional, los policías se quedaban firmes y aprovechábamos de entrar corriendo y muertos de la risa, a escondernos de los policías, quienes al terminar de entonar el himno, salían a buscarnos, pero, por debajo de las cercas divisorias, nos pasábamos a otras tribunas. Nuestros ídolos aquí, eran Teolindo Acosta, Teodoro Obregón, Luís Rodríguez, Julián Ladera, Emilio Cueche, Colorao Monasterio, Gustavo Gil, entre otros. Era una época en que las guerras

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de vasos de cerveza eran comunes y muchas veces los fanáticos saltaban al terreno de juego a pelear con los árbitros, cuando había una sentencia errada, de acuerdo con la visión del espectador. El regreso a casa era otro espectáculo, nos veníamos a pie o nos montábamos todos, en la parte trasera de cualquier camioneta o camión que pasara cerca, muchas veces, bajo la protesta del chofer, pero al final lo convencíamos. Infaltable también en estas vivencias, es la afición que teníamos por la lucha libre, que era trasmitida por televisión, todos los domingos, a las nueve de la noche. Vale decir que era el único día que mi mamá nos dejaba estar más allá de las nueve de la noche, porque salíamos a ver las luchas en otra casa, porque en la nuestra no había televisor. Nuestro ídolo fundamental era El Dragón Chino, quien murió en situación económica lamentable, en Barquisimeto, hace unos años. Otros ídolos eran Bernardino La Marca, Dark Búfalo, El Gladiador Croata, El Tigrito del Ring, El Bello Califa, los hermanos Batah, El Cóndor de los Andes, El Chiclayano y El Apolo Venezolano, cuyo nombre es Víctor Jiménez y debe vivir aún en Valencia, ciudad en la que había nacido. El Apolo vivía cerca de mi barrio, frente al Hospital Central de Valencia. En una ocasión, iba pasando por su casa, donde él practicaba boxeo con unos de sus hijos. Muchos muchachos nos acercábamos, admirados, a ver este espectáculo particular, de ver a nuestro ídolo, practicando boxeo con uno de sus pequeños. Recuerdo con orgullo que en una oportunidad, él propuso que alguno de los presentes se pusiera los guantes y peleara con su hijo. Me dispuse a hacerlo y en los primeros segundos de la pelea, le propiné un derechazo al carajito, que lo hizo llorar, para alegría de quienes de mi barrio observaban la pelea. Lo que hoy soy, a los sesenta y un años, es producto de toda esta evolución. En mis inicios como maestro, me

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casé por primera vez, con Miriam, relación en la cual procreé mis dos hijas mayores y, junto con mis hijos varones, mi mayor orgullo y mi permanente estímulo para seguir viviendo, bebiendo, viajando y jodiendo. Este matrimonio, lamentablemente, se vino abajo, pero dicha ruptura fue la que permitió abrir ese espacio de bohemia y parranda, que forma parte de estos relatos. Creo que mi ruptura familiar fue asumida por Miriam y por mí con bastante madurez, mis hijas no pasaron por ese trauma que uno oye hablar de otros divorcios. Ambas vivieron una infancia feliz, dentro de las limitaciones económicas naturales en los educadores de esa época. Siempre he mantenido con ellas una excelente relación y ambas fueron distinguidas estudiantes de bachillerato y han construido su vida profesional, con el permanente apoyo de Miriam y el mío. Esta madurez de la que hablo, en mi ruptura matrimonial y en mi posterior matrimonio con Yecenia, se pone de manifiesto por la relación de afecto que siempre ha habido entre mis hijas y Yecenia y el cariño y amor que siente Miriam por mis hijos. Mis hijas han sido un permanente apoyo en mi vida, incluso cuando eran niñas y aún no habían nacido ni Fidel ni Luís Omar, ellas compartían con Yecenia y conmigo algunos viajes, entre ellos, a Mérida y Maracay. Me mantuve soltero unos cuantos años, hasta el momento en que me atrapo Yecenia, lo cual me permitió, junto con la madurez adquirida, darle cierto orden a mi vida. Me volví un borracho más serio y organizado, sin abandonar la bohemia. Mi relación con Yecenia, diecisiete años menor que yo, produjo una serie de hechos que han servido para que mis amigos gocen una bola, recordándolos, agregándoles cosas, pero que, en todo caso, forman parte de la historia de uno. Uno de los cuentos más repetidos, se refiere al hecho de que Lina, mi querida suegra, no

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aceptaba mi relación con su hija, porque las referencias que tenia de mí no eran las mejores. Eso hacía que para hablar con Yecenia, por teléfono, yo recurría a Julio, Ricardo o Córcega, para que marcaran el número y luego me pasaran la llamada a mí. Según ellos, yo les comentaba después que: < ¡Esa vieja del coño no me deja hablar con Yece!> Cuando ya las cosas se habían normalizado y mi relación fue aceptada por la familia de Yecenia, se hizo frecuente nuestra visita con ellos y armábamos tremendas parrandas. La primera vez, cuando conocieron a Lina, me recriminaron, con una jodedera que será eterna, < ¡Mire, camarada, tú le decías a Lina, vieja del coño, pero ella es menor que tú, no me jodas!> Realmente, Lina es un año mayor que yo y Víctor, el papá de Yecenia, acaba de cumplir sesenta y cuatro años, pero estos carajos inventaron también, que Víctor me pedía la bendición a mí, cada vez que yo llegaba a la casa. Cada fiesta y cada encuentro hacen inevitable que surja esta jodedera, que, de paso a mí nunca me ha molestado y disfruto como se ríen quienes oyen por primera vez estos cuentos. Como decía en líneas anteriores, mi encuentro con Yecenia, hace veinte años, me hizo ganar una familia maravillosa, que quiero y respeto y con la cual no he tenido ningún problema serio. Mi relación vivencial con Víctor, Lina, Narli, Evelyn, Víctor el Chamo ha sido enriquecedora y cada día se consolida más. Hoy, los hijos de ellos, las bellas niñas Yoise y Andrea y los chamines Víctor Luís y Víctor Guillermo, son mis sobrinos de verdad verdad y ellos me sienten como su tío. Esta relación se ha ampliado hasta los hermanos de Víctor, Guillermo García (la nena Puerta, su esposa), quien vive en Barquisimeto, Tito García y Luz García, a los cuales considero mis amigos. Por cierto, el esposo de Luz fue uno de los desaparecidos por la Digepol, durante los gobiernos “democráticos” de

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AD-Copei. La familia de Lina, sobre todo las mujeres, son mis amigas de siempre. Siento especial afecto por Jenny, Alonso y Luís Alonso y las mujeres que viven en Ciudad Bolívar: Carmen, Petra, Lala, Delvalle. Incluso, con los matrimonios de ellas y de Víctor, he ganado otros familiares que multiplican al infinito, el marco de relación familiar adquirido por mí. Me refiero a Mary, la esposa de Víctor, quien me profesa un cariño sincero, que siento cada vez que nos vemos y a mis hijos, los adora. Igual Cheo Salerno, mi compadre y amigo de mis hijos. Derby, el papá de Andrea, sigue siendo mi amigo y las veces que lo molesto para algún trabajo, no duda en ayudarme, eso lo valoro mucho. En fin, el balance de mi matrimonio con Yecenia, aparte de la solidez de nuestras vidas juntas, es bastante positivo y valió la pena las peleas con Lina, incluso hay un vallenato de Diomedes Díaz, que parece ser inspirado en estas peleas. Se llama “No me la molestes más”, Cuando Lina la escuchó, me robó el CD y lo hizo desaparecer. Como para no salirme de lo que ha sido un patrón en mi vida, mi luna de miel con Yecenia estuvo caracterizada por un hecho que puede uno contar, después de sucedido. Como no teníamos carro, Lina nos prestó el suyo y nos fuimos hasta Curarigua, a pasar un par de días, para regresar a Maracay, ya que era semana santa y toda la familia tenía planificado un viaje al Estado Apure. La primera noche en Curarigua, nos tomamos unos palos con Enrique Ramos y el Puyuo, ambos amigos de Curarigua. Estábamos en la casa del Puyuo y Yecenia y yo decidimos irnos a dormir, pero estos amigos decidieron salir a comprar más caña y se llevaron el carro de Lina, sin avisarnos. Al rato sentimos una conversación y, cuando salimos, vimos lo sucedido: Habían chocado el carro, cogimos tremenda arrechera y decidimos venirnos de Curarigua, a esa hora, dos o tres de la mañana. El sueño

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casi me vencía y Yecenia manejó hasta Nirgua, donde dormimos un rato y en la mañana, llegamos a Valencia, al taller de mi compadre Luís Botello, para que reparara el carro y seguir hasta Maracay. La reparación fue perfecta y le contamos a Lina lo sucedido. En la noche salimos para San Fernando de Apure, para pasar semana santa, y nuestra luna de miel, en medio de la inmensa llanura de Apure. El inicio del viaje para el Capanacaro, sitio a donde nos dirigíamos, no fue tan normal: todos íbamos en la parte trasera de un camión de volteo, íbamos más de veinte personas, llevando coñazos, por la poca amortiguación que tiene este tipo de transporte. Lo mejor vino, cuando el camión salió de la vía asfaltada y se adentró hacia la sabana, por picas irregulares, que hacían que las ollas y maletas que iban en el camión, saltaran hacia todos los lados, nosotros mismos teníamos que agarrarnos fuerte, porque el bamboleo era constante, los saltos del camión hacían que todos también saltáramos. Fue un viaje interminable, como de cinco horas, donde todos íbamos callados, mentándole la madre a quien había inventado este viaje. Lo peor vino, cuando llegamos a la fulana finca, donde íbamos a pasar toda la semana santa. No había electricidad ni agua, las cavas con el poco hielo que quedó, nos duró un día y no había ningún negocio cerca. Aquello era un infierno, por las constantes peleas y discusiones que se formaban entre nosotros mismos. No había forma de salir de allí y tuvimos que esperar hasta el viernes santo, cuando estaba previsto que fuera el camión a buscarnos. Yecenia y yo dormíamos en una hamaca, bajo un inmenso árbol de mango, con ruidos de todo tipo de animales. El único sitio para bañarse era una madre vieja, corriente de agua que sale hacia la sabana, como un brazo del río principal. Estábamos Víctor y yo, en la orilla, bañándonos por el insoportable calor del llano en esa

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época. De repente, llego un llanero y se acercó hasta donde estábamos nosotros, en la orilla de la quebrada. Con su cariñoso tono llanero, nos dijo: <Buenos días, primo, ¿qué hacen bañándose en esa madre vieja?> Al contestarle que era por el calor, nos dijo, <pija compadre, tengan cuidado que por ahí hay un caimán cebao.> No había terminado de hablar, cuando Víctor y yo saltamos hacia la tierra, asustados. De verdad que fue una experiencia muy dura, este primer viaje llano adentro. Después he vuelto, en otras condiciones y tuve una visión distinta de esta ruda geografía. Siempre recordamos a un gordo, que iba en el viaje con nosotros, que en medio de los golpes y empujones que se producían en el camino, por las incomodidades del camión volteo, gritaba, < ¡coño, cuando llegue a Maracay y vea a un llanero cantando sobre la belleza de mi sabana, le voy a dar un coñazo!>. De este viaje nació el apodo de Carlos Calvetti (Cunaviche), quien insistentemente pedía que lo sacara hasta Cunaviche porque no aguantaba un día más en esas sabanas. Así se inició nuestro matrimonio, con una luna de miel, que se convirtió en luna de hiel. Afortunadamente, después hemos hecho viajes que compensan este tragicómico viaje a Apure. Es oportuno referir que nuestro hogar lo establecimos en la urbanización Fundación Maracay II, donde se consolidó mi disposición a fusilar a cuanto escuálido se me apareciera en el camino, cuando regresaba al apartamento, después de una de las parrandas de Maracay. Era genial ver a Yecenia tapándome la boca, muertos de la risa los dos, para que yo no continuara fusilando a mis vecinos de la Fundación, incluso señalaba el sitio de fusilamiento. Al día siguiente, todos reíamos, fusilador y fusilados. Esto se hacía reiterativo, cada vez que yo regresaba medio jumo, como dicen en Lara. Teníamos de vecina a una bella

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anciana, ya fallecida, mamá y suegra de dos grandes amigos, Egilda y Alejandro Toro, que creía realmente que yo era un funcionario de algún batallón de milicianos, ya que el día de la segunda rebelión militar de 1992, la del 27 de noviembre, cuando yo regresaba a mi casa, después de haber estado dentro de la Universidad Central de Venezuela, en Agronomía, esta anciana me abordó, llorando, para que yo intercediera por un hijo de ella, que era funcionario de la Disip en esos años. Hubo que explicarle que mis “fusiladeras”, eran una jodedera y que se quedara tranquila, porque a su hijo no le iba a pasar nada. Esto que llamó mi “hoy”, comenzó hace veinte años, tiempo en el cual ocurrieron muchos de los hechos narrados hasta el momento.

NUESTRO COMPROMISO CON LA REVOLUCION Y SUS CONSECUENCIAS POSITIVAS Y NEGATIVASA partir de 1999 y 2000, comenzó para mí una nueva experiencia, conjuntamente con Yecenia, que nos ha producido momentos muy satisfactorios, que me hacen ser optimista en cuanto a los logros del proceso revolucionario que se inició también en esos años, concretamente en 1998, con el triunfo electoral de Chávez. Si bien es cierto que se produjeron algunos hechos que nos hicieron pasar momentos muy duros, esto sirvió también para decantar algunas amistades, que con su miseria a cuesta, me demostraron hasta que profundidad de abyección puede llegar el ser humano. Afortunadamente, no fueron muchos y hoy los he arrojado en el basurero de la historia. Todo comenzó con una decisión política que tomamos Yecenia y yo, en cuanto a

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asumir nuestro rol en el proceso político que comenzaba a vivir Venezuela. Teníamos que hacerlo, porque siempre he sido un crítico de los llamados revolucionarios de botiquín o de oficinas, que critican todo, pero en la práctica no mueven un dedo para las políticas que impulsa la revolución. Han pasado sus vidas hablando paja y jamás se comprometen ni se acercan a un barrio, a una comunidad indígena o a cualquier espacio, con el propósito de empujar y ser realmente protagonista de lo que sucede. Fue así como comenzamos a hacer unas reuniones en Curarigua, convocando a autoridades de instituciones financieras y de apoyo al sector rural y a sectores campesinos de la parroquia Antonio Díaz. Del conjunto de ideas, acuerdos y proyectos que surgieron de esas reuniones, salió material para que Yecenia culminara su trabajo de ascenso para asistente en el Pedagógico de Maracay. En una justa evaluación retrospectiva, considero que lo más importante que hemos logrado Yecenia y yo, ha sido la amistad sincera de un grupo de campesinos del caserío La Rinconada. Es una amistad que los trasciende a ellos y llega hasta sus familiares. Tengo el deber de mencionar sus nombres, porque considero que ellos han sido un puntal del trabajo que, después de diez años ha dado frutos, bajo el ataque artero de enemigos gratuitos, frustrados y dolidos, porque las cosas que emprendo, por ponerle corazón, como dije en páginas anteriores, siempre tienen algún resultado positivo. Ellos son Baudilio Campos, Valerio Rodríguez, Goyo Aranguren, Gabriel Aldazoro, Chico Aldazoro, Luís Pernalete, Desiderio Álvarez, Toño Vásquez, Rupertico Vásquez, Raúl Vásquez, Honorio Lucena, Juan Carlos López, Moisés Silva, Moisés Silva (hijo), Alirio Campos, Maritza, la esposa de Goyo, Flor, la esposa de Baudilio, Julián Pérez, Ángel Dorante, Omar Dorante, Américo

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Crespo. Este es el grupo inicial del trabajo que se emprendió en La Rinconada. En diversas discusiones, se llegó a la conclusión de que había que organizarse, para poder buscar las salidas a la situación económica en que vivían todos. Ellos estaban formados en una empresa Campesina, productora de caña de azúcar, pero habían pasado toda su vida arrimando la caña a los centrales de Carora, en condiciones desventajosas, que los mantenía en la miseria y con condiciones de vida terribles. Hubo la conjunción de esfuerzos de muchas personas, que permitieron que este trabajo se fuese encaminado. Justo es nombrar al Ingeniero Eddy Catarí, a Emma Ortega, Julio Chávez, Daniel Bermúdez, Teodoro Lucena, Rufo Silva, Tello Dorante, Raúl Dorante, Blas Rivero, Balbino Guedez, Armando Pernalete, Rafael Ramos. El paso inicial fue organizar la cooperativa Don Félix Campos, en homenaje a este valioso folklorista y músico, eterno acompañante de Don Pío Alvarado. A través de ella, se solicitó un crédito a Fondafa, para los cultivos de cebolla, pimentón y melón. Por múltiples problemas, que en su momento han tratado de explicarse a Fondafa, los cultivos y su cosecha, no permitieron cumplir cabalmente con el crédito otorgado. Casi simultáneamente con este crédito, tramitamos otro, a través de Fundapyme, para la instalación de los trapiches. Con esta institución nos fue peor, ya que el financiamiento fue otorgado de una manera irresponsable, sin evaluar la importancia de la materia prima, caña de azúcar y sólo se financió maquinarias e infraestructura. Ambas experiencias fueron desastrosas, pero creemos que a pesar de que nosotros asumimos la responsabilidad que nos corresponde, los burócratas de ambas instituciones incumplieron con su deber y nos dejaron solos, sobretodo Fundapyme, cuya presidenta, para la época, merece un monumento a la

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desidia y a la falta de sensibilidad social. Jamás, en los años en que estuvimos debatiéndonos en una tremenda crisis, se apersonó a nuestra comunidad, como era su responsabilidad. Debemos destacar el papel jugado por la Comisión de Desarrollo Económico del Consejo Legislativo del Estado Lara. Ante ellos fuimos denunciados como responsables de un mal manejo de los fondos de ambos proyectos, se nos expuso ante la vindicta pública, a través de los medios de comunicación, alentados por politiqueros de oficio, que, como buitres, se lanzaron sobre nosotros, para intentar sacar provecho político en los procesos electorales del Municipio Torres. Los integrantes de la referida Comisión, los diputados Nelson Pineda y Víctor Martínez, se avocaron a hacer las averiguaciones correspondientes. Para suerte nuestra, tal tarea le fue encomendada a un personaje que, para la época, yo no conocía ni de referencia. Se trata de José Antonio Leal, quien era el asesor de esa comisión. Su trabajo demostró que, a pesar de los errores que cometimos, jamás lo hicimos para provecho propio. En todo este trajín, de años, peleando contra miles de amenazas e infamias, en la radio, en la prensa y hasta en las televisoras regionales, la nobleza de Leal Carreño, su experiencia, su honestidad y su convicción de que yo no era un ladrón, fue un soporte moral de incalculable valor para mí y Yecenia. Hoy es mi amigo y comparte conmigo los triunfos de los campesinos de La Rinconada. El mentís a toda esta tramoya montada por un conjunto de miserables, fue nuestra permanencia en Curarigua, dando la cara y sin abandonar nuestras responsabilidades. Los principales actores de esta infamia, fracasados profesionales, ya no están en Curarigua y se fueron a otras zonas a medrar de los organismos públicos, como siempre lo han hecho. Siempre me dije, como Fidel, la historia me

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absolverá y hoy, cuando veo los trapiches funcionar y más de sesenta campesinos trabajando en una empresa socialista, donde ellos mismos administran los ingresos y devengando salarios decentes, muy por encima de cualquier trabajador de la parroquia, siento que se ha reivindicado mi nombre y el de Yecenia. Atrás quedaron mis enemigos gratuitos, rumiando su miseria y su baja condición humana. Lo que ellos trataron de hacerme a mí, a mi familia y a mis amigos, sin mediar ningún conflicto, sólo porque su incapacidad no les permite el éxito, no es una conducta decente de un ser humano normal. En verdad, hoy siento lastima por ellos y reivindico a quienes siguieron creyendo en nosotros, que son la mayoría de mis amigos. En todo este camino de infamia, se quedaron a un lado alguno de los que yo creía que eran amigos sinceros. Allá ellos con su conciencia y su miseria. Así como perdí amigos, la compensación que me dio la vida, es el haber incorporado como amigos solidarios a una pareja, que ya conocía de antes, pero no con la intensidad de los últimos seis o siete años. Me refiero a Jorge Salcedo y a Susana Maristany, quienes han tenido un papel estelar en toda historia de luchas con los campesinos de La Rinconada y de la parroquia Antonio Díaz. Son parte importante de este proceso y con ellos vengo compartiendo casi todos los asuetos del año, en nuestra casa de Curarigua. Incluso, también forman parte del equipo de apoyo a Corea, ya que por invitación coordinada por mí con la Embajada de Corea en La Habana, ellos viajaron a Corea en el mes de septiembre de 2008, junto a Morella Maristany, profesional de la medicina y la jodienda y otro pana que ya forma parte de mis querencias, me refiero a Alberto Zambrano, cuya calidad humana fue resaltada por todos los miembros de la delegación que fue a Corea. Por fortuna, la solidaridad, la confianza y el respaldo de

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muchos amigos, estuvo por encima de quienes sacaron a relucir sus bajas pasiones, su cobardía, porque incluso hubo algunos muy cercanos, que nos dieron la espalda, al ver con horror que a ellos los involucraran conmigo, con Yecenia y con todos los que nos habíamos comprometido con este proyecto político, social y económico, en Curarigua. Rafael Torres y su familia completa, Dilcia Piña, valiente al enfrentar a la jauría que me atacaba en una asamblea que Leal Carreño recuerda siempre, Tello Dorante y toda su familia, María Alvarado y su familia, Chiro Sosa, La amiga Talita, ……. Mis hijos, a quienes reuní en un sitio de Barquisimeto, junto con Yecenia, en momentos en que la prensa regional aparecía a cada momento noticias sobre desfalcos, robos y estafas cometidas por mí y mis camaradas y amigos, en la ejecución de los proyectos. Les explicamos la situación y les pedimos que evaluaran en qué momento había entrado dinero en la casa, que no fuese producto de nuestro trabajo en la Universidad. Nadie más que ellos saben el origen de nuestros ingresos, porque viven los momentos en que no alcanzan para complacerlos. A mis hijas, afortunadamente, las mantuve alejada de este conflicto, pero ellas también me conocen. Incluso, a nuestras familias de Valencia y Maracay, las alejamos de las infamias que se habían tejido sobre nosotros. Obligado es también mencionar la solidaridad de Pablo Zapata, quien por conocerme de tantos años, me manifestó su respaldo. Igual, Ramón Zerpa, Manuel Moreno, Córcega, Oscar Colmenares, Julio Pérez, Eliécer Salinas, quienes en más de una oportunidad se acercaron hasta Barquisimeto a compartir conmigo esos momentos aciagos. Los camaradas Julio Chávez, Johnny Murphy, Antonio Chávez, Nelson Pineda, Víctor Martínez, Emma Ortega, quien con solo llamarla, se vino de Caracas, hasta

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Curarigua y me acompañó y participó, en la famosa asamblea de septiembre de 2005, que dije que Leal Carreño nunca olvida, el Ingeniero Catarí, eterno aliado de este movimiento campesino, el ingeniero Trinidad Pérez, cuya comprensión y aliento, nos ayudó mucho. Octavio Briceño, quien me visitaba frecuentemente, para darme respaldo. Especial reconocimiento al camarada Camilo Di Cola y al equipo del Imdest, Douglas Pire, Leonardo Martínez, Wilfredo, Francisco Piña, Howard, Lina, Estela Lameda, Arisol, Elena, Julio, Jenny, La Chiqui, Oscar, quienes de una u otra forma, se echaron al hombro el proyecto de los trapiches, que hoy son una realidad, gracias al empeño de toda esta gente y a los diferentes equipos de Fonendogeno, institución que hizo posible lograr el financiamiento para la consolidación definitiva de este sueño de los campesinos de La Rinconada: el ingeniero Ramón Isea, quien con su visión, hizo posible convencer a la directiva de Fonendogeno, de las potencialidades de esta zona, Rubén Ugueto, Ali, María Victoria López, José Ruiz, Andreina Soler, La ingeniera Gabriela, Siempre me decía que era injusto que, a estas alturas de mi vida, tuviera que pasar por esta situación, después de haberme jubilado y haber vivido, como lo he descrito en esta narración. En ningún momento me sentí derrotado o arrepentido, si dolido y preocupado por los destinos de más de treinta familias campesinas que se han comprometido con nosotros y con el proceso político venezolano, que lidera el comandante Chávez y en Carora, el camarada Julio Chávez. Aunque no soy creyente religioso, siempre me dije que los infames que trataron de perjudicarnos, tendrían aquí mismo, su propio infierno. Dejo en manos de sus dioses o sus creencias su abyecta conciencia y su poca calidad humana. Uno de los

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aprendizajes que más quiero internalizar es el de desconfiar de la gente; A pesar de la insistencia de Yecenia, me cuesta asimilarlo, porque creo en el ser humano y si alguien que recibe nuestra solidaridad y nuestra ayuda, nos traiciona, bueno.. Allá ellos, yo seguiré avanzando en la solidaridad porque no hay otra forma de ser revolucionario. Lo demás es puro discurso y creo que eso lo he dejado muy claro, hasta el momento. Dejo estas memorias hasta aquí, con el compromiso de que dentro de veinte años, las revisaré e incorporaré todo lo que pueda vivir, beber y joder. Como obligado balance, debo agradecer a la vida, haber hecho posible consolidar una familia, como la que hoy tengo, dos hijas y dos hijos que se dirigen hacia un futuro mejor, una compañera de vida que cada día nos unimos más, un grupo de amigos, que son un tesoro que cuido con mucho celo, un proceso político que acompaño comprometidamente, pero que debe corregir muchas deficiencias, un país como pocos, con una eterna primavera, paisajes de diversos tipos y un pueblo que cada día asume con más conciencia su rol histórico, hacia la construcción del socialismo.

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BREVE ENSAYO SOBRE LA MANO MUERTA(APORTE TEORICO DE ERWIN CADENAS)

Esta manera, técnica o forma de galanteo y conquista es tan antigua, que animales y hombres la han aplicado para lograr sus mejores fines. Se cuenta incluso que Adán, aquel primer proyecto de la vida humana, la aplicó en el edén. El solía invitar a Eva a recostarse en aquellos idílicos parajes, a orillas de bellos ríos y extensos lagos. En una tarde veraniega, muy veraniega, sobre todo para él, descansaba la bíblica pareja, cerca del dichoso manzano, nuestro travieso varón, cual si durmiera profundamente y con los ojos idos “encaminó” la mano izquierda (¡Siempre la izquierda de traviesa ¡) hacia la pierna derecha (Cómo olvidar aquellos años sesenta, que nos tocaba conquistar tu y yo, izquierdista picarón, nuestras derechistas amigas copeyanas y no tan copeyanas también, que se asustaban con un camarada por “dizque” éramos sinverguenzones, escribíamos poemas indecentes y las incitábamos a la “rebelión”, la sorpresa de Adán fue mayúscula pues de pronto le toco un “tuyuyo” a Eva, allá arriba donde comienza la pierna. “Coño”, se dijo a sí mismo Adán, que vaina es esta, que tiene mi única nave espacial y compañera en la pierna o más allá de la pierna? Y la curiosidad siguió estimulando a Adán y Eva quieta, con sus ojitos cerrados, hecha la pende, pende, permitió que Adán tocara, palpara mejor el “tuyu” y se dio cuenta de que era una vaina redonda que ella sabía apretar muy bien

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con su pierna y su “no pierna”. Adán tocó, palpó, comió, disfrutó y aquí estamos todos nosotros, los que se han ido y los que vendrán y así el proyecto adánico se hizo realidad, sino que lo diga mejor la “culebra-manguera” que tenía Adán (Como me cambiaron el cuento en el catecismo, carajo¡) Estamos, seguimos y seguiremos y por eso somos eternos y de paso bendecidos (“Creced y multiplicaos, “Son mis hijos e imagen de mi ser”, Deus dixit) y porque somos siempre de la mejor entrega que es el amor. Y no lo digo yo. También lo pensó Tolomeo, lo planteó Copérnico, lo propuso Galileo y hasta los filósofos Kant y Hegel lo consideraron el grado absoluto y todos concluyeron:“Oh, muchachas y muchachotasQue lees estas notas, recuerdaQue el mundo gira alrededor de tiY podemos hacer siempre el paraísoAlrededor de nosotros, para que nazcanMariposas hermosas de nuestra unión

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