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    Manuel M.aCarreira

    EL CREYENTE

    A N T E

    LA CIENCIA

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    Cuadernos BAC

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    M anu el M .a Carreira Verezes profesor de Filosofía de la Ciencia en la

     

    Universidad Pontificia Comillas (Madrid) y en 

    el Departamento de Física de la Universidad John Carroll (Cleveland, Estados Unidos).

    © Biblioteca de Autores Cristianos, de La Editorial Católica, S.A. Madrid 1982 

    Mateo Inurria, 15. Madrid-16 

    Depósito legal M-27.421-1982 

    ISBN 84-220-1061-5Imprime: Mateu Cromo. S.A. Pinto (Madrid)

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    La literatura popular de nuestra época y las ideas presentadas enlos medios de comunicación (revistas, radio, TV) nos dan unaimpresión casi contradictoria de la actitud intelectual de la gente decultura media. Por una parte se estima la ciencia, entendida casiexclusivamente como el estudio de la materia (física, química, biología). Por otra se insiste en presentar como válido, aunquedebatible, lo a-científico, en todas sus formas, desde la puerilidad dela astrología del horóscopo diario en los periódicos hasta las

    afirmaciones más solemnes del ocultismo, las «filosofías» orientales ylas innumerables formas de conocimiento cósmico más o menosritualizadas. Y dentro de este campo se incluye la fe religiosa. Eldiluvio constante de imágenes y opiniones, de afirmaciones tajantesde los «maestros» más diversos y la atmósfera de «mesa redonda»,en que se discute todo sin aclarar apenas nada, lleva consigo unaatmósfera de relativismo intelectual, en que todo parece tener igualvalor y nada es definitivamente cierto. Ni la misma ciencia experi

    mental se libra de esta acción corrosiva: sus datos mejor comprobados se desechan sin vacilar cuando se oponen a otras ideas másatrayentes. Y en el campo de lo no experimentable, en la filosofía yteología se considera casi axiomático que o no hay verdad fija o esimposible distinguirla entre tantas opiniones.

    Así se forma una actitud de desprecio y rechazo de todo lo que seafirme como verdadero e inmutable: la fe «dogmática» (que llega anombrarse así con significado peyorativo). Nada es definitivamentecierto ni nadie puede considerarse en posesión de verdad alguna. Y seconvierte en virtud de tolerancia y apertura humana al decir quetodas las religiones son de igual valor si llevan a igual proceder socialy a mutuo respeto y ayuda entre los hombres. Como casi todoengaño, también éste se basa en la formulación inexacta de problemas reales o ficticios y en respuestas parciales a ellos. Es necesarioentender correctamente cuál es el ámbito de aplicación de la ciencia ycuál el de la fe; distinguir sus métodos propios y la certeza que

     pueden producir; buscar los límites de cada una en problemas que se

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    extienden a ambos campos y, sobre todo, distinguir de las teorías,opiniones o formulaciones pasajeras lo que es parte cierta de laciencia o el dogma.

    A este fin se dirigen estas páginas. Al escribirlas tengo gratamente presente el recuerdo de dos grandes científicos y creyentes, con cuyo

    trato me honré durante mis años de estudio para obtener el doctorado en física: el doctor Karl Herzfeld, físico eminente, que abrazó lafe católica a partir del judaísmp y la vivió hasta su muerte conuna sinceridad y profundidad que siempre admiré. Y el doctor ClydeCowan, codescubridor del neutrino y director de mi tesis, cuyoentusiasmo por la armonía entre ciencia y fe se manifestaba con todanaturalidad en sus interesantísimas charlas y en su diario dejar ellaboratorio para asistir a misa en una iglesia cercana. Ambos

    maestros y amigos, ya en la vida eterna que tan firmemente espera ban, son prueba real de que, si poca ciencia aparta de Dios, muchalleva a El.

    F u e n t e s  d e l  c o n o c im ie n t o  h u m a n o

    Sólo el hombre, entre todos los seres vivientes de la Tierra, conocesu propio conocer: «sabe que sabe». Esta consciencia y autorrefle-

    xión es la base de nuestra capacidad de desarrollarnos como personas, de actuar libre y responsablemente y de confrontar conocimientos diversos para alcanzar una síntesis verdaderamente personal. Noes nuestro conocer el de un fichero inerte, ni tampoco el de unordenador electrónico, simple almacén de datos. El conocimientoconsciente es lo más valioso que tenemos, y la persona que no puedeejercitar esta función no vive realmente una existencia plenamentehumana.

    Al nacer, según el dicho aristotélico, nuestro entendimiento escomo un papel en blanco. Tal vez los datos más recientes de la psicología experimental nos lleven a modificar ligeramente estaafirmación: es muy probable que ya antes de nacer se registrenimpresiones más o menos concretas de los datos sensoriales. Peroaún no hay consciencia: el niño reacciona a los estímulos de la luz, elsonido, el calor, el contacto de una forma aparentemente idéntica ala que se observa en animales recién nacidos. Los estímulos externosde los primeros meses y años van llenando rápidamente las hojas en

     blanco del cerebro y la mente infantil, y la misma actividad de eseconocimiento primitivo favorece la mayor capacidad subsiguiente. Elcerebro crece en número de neuronas y en riqueza de conexionesentre ellas; la inteligencia se despierta y pronto alcanza la expresiónde identidad y espontaneidad propia: el niño se sabe persona, YO.Y con el constante refuerzo de esta autonomía en clesarrollo va elhambre de conocer más y más: la curiosidad insaciable, el deseo

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    instintivo de llenar el vacío inicial y tener cada vez mayor fondo dedatos, de experiencias, de respuestas al infinito interrogante que es elmundo en que nos encontramos. «Nada hay en el entendimiento queno haya llegado a él por los sentidos». El dicho bien conocido de lafilosofía tradicional sigue en pie, avalado por la ciencia más moder-

    na. No se dan en nosotros «memorias raciales», ni conocimientosinnatos, ni sabidurías mágicas, de origen desconocido. Cuantoscasos se han querido presentar como prueba de alguna de estasfuentes esotéricas de conocimiento, se han visto rechazadas por elexamen imparcial de la ciencia. Aun sin negar de forma absoluta su

     posibilidad teórica, la actitud natural que exige pruebas de todaafirmación contraria a la experiencia común nos lleva a considerarcomo única fuente cierta  de nuestro conocimiento la actividadsensorial, bien como ventana por la que nos ponemos en contacto

    con la realidad externa, bien como medio de hacer nuestro elconocimiento obtenido por los que nos rodean.En un proceso incesante, que durará toda la vida, nuestro entendi-

    miento nos enriquece con tres tipos de actividad: la asimilación dedatos sensoriales propios; la incorporación de datos e ideas recibidos

     por testimonio ajeno, y la reflexión sobre el contenido de estas dosfuentes. A la primera actividad corresponde más estrictamente lo quellamamos conocer por propia experiencia; a la segunda, conocer porfe; a la tercera, conocer por raciocinio propio. Nadie puede dejar de

    utilizar, en mayor o menor grado, todos estos métodos, según lo permite o exige la naturaleza del conocimiento que se busca y surelación al individuo que conoce.

    La propia experiencia, fuente de conocimiento

     Nada hay tan ineludiblemente convincente como el ver y palparalgo. Contra el testimonio de los sentidos se estrellan todos los

    raciocinios y todos los testimonios adversos.Tal vez sea ésta la característica más obvia y positiva del conoci-miento sensible. Se presenta como inmediato, personal, intuitiva-mente cierto y satisfactorio. Creo que todos sentimos simpatía por elapóstol Felipe cuando interrumpe un largo discurso de sublimeteología con la interpelación directa a Cristo: «Señor, muéstranos alPadre, y con eso basta». También San Juan, en el comienzo de su

     primera carta, insiste en la base sensible, experimental, de su mensa- je: «Lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que contemplamos y

     palparon nuestras manos tocando al Verbo de vida ... lo que hemosvisto y oído, os lo anunciamos a vosotros». Y el último argumentode Santo Tomás, ante el entusiasmo de los que anunciaban laresurrección de Cristo: «Si no veo en sus manos la señal de los clavosy meto mi dedo en el lugar de los clavos y mi mano en su costado, nocreeré».

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    Entre los sentidos, la vista es por excelencia el camino principal delconocer, y «ver» se hace sinónimo en todas las lenguas de «conocer»y entender. Tal vez más del 90 por 100 de nuestro conocimiento delmundo sea adquirido por las impresiones visuales. Aun así, laexperiencia más irrefutable es la del tacto: palpar algo es dejarlo

    fuera de toda duda, aunque se confiese que a veces «la vista engaña».¿Qué valor tienen estos datos de la experiencia sensible ante unexamen crítico? ¿Qué ámbito de conocimiento es realmente alcanza- ble por medio de nuestra propia experiencia?

    Lo primero que se hace notar es la incomunicabilidad de nuestrasensación. Lo que yo veo o palpo tiene valor irrefutable para mí,

     pero no para otro. No puedo transmitir a nadie esa conviccióndirecta de mi experiencia. Todavía más inquietante: no puedo sabersi lo que yo percibo es lo mismo que otros sienten ante el mismo

    estímulo. Si veo el cielo azul, no puedo en modo alguno comparar misensación de «azul» con la de otro observador. Ni puedo sabernunca si lo que todos llamamos áspero, o frío, o duro, o pesado, oruidoso, o dulce es percibido por los demás como lo es por mí. Muy pronto establecemos una correspondencia de lenguaje a los diversosestímulos, y así todos decimos que el hielo es frío y duro, pero nadie puede hacer suya la sensación de otro para comparar el efecto de unmismo estímulo en las diversas consciencias.

    Tampoco es posible dar una valoración exacta de una sensación:no son cuantíficables. No es posible decir que un sonido es un 25 por100 más intenso que otro, o que una sustancia tiene dureza otemperatura mayor o menor en una proporción exacta. Por estarazón, aun las ciencias puramente experimentales exigen el uso dealgún instrumento «impersonal» para obtener datos fiables y numéricos. Mientras la descripción de la naturaleza se limita a lo que nosda directamente la sensación, sólo puede obtenerse un conocimientocualitativo, y la ciencia no puede desarrollarse.

    Desde un tercer punto de vista, nuestros sentidos se muestrancomo muy limitados. Si se nos preguntase acerca de la concepcióndel mundo que se forma un daltónico (que no distingue el color rojodel verde), ¿la consideraríamos verdadera? Menos válida aún nos

     parecería la del que no percibe color alguno, y todavía menos la deun ciego de nacimiento. En mayor o menor grado, todas estascondiciones patológicas nos limitan en lo que podemos conocer, y,en ese sentido, deforman lo que conocemos. Es una sorpresa untanto humillante el que la ciencia moderna nos descubra fallossemejantes en la actividad de todos nuestros órganos, aunque seencuentren en perfecto estado. El mundo sonoro de un perro o unmurciélago vibra con ultrasonidos totalmente indetectables paranosotros. Mientras que, en pleno vigor juvenil, el oído humanoreacciona a vibraciones entre los 20 y los 20.000 ciclos por segundo,el perro oye perfectamente 30.000 y aún más. Otros animales oyen

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    infrasonidos (por debajo de 20 ciclos), y así se explica el desasosiegode muchos animales domésticos y salvajes poco antes de que se produzca un terremoto: vibraciones de baja frecuencia preceden ala sacudida sísmica.

    Con experimentos muy sencillos se puede comprobar que las

    abejas ven el ultravioleta, un «color» totalmente indetectable einimaginable para nosotros. Ciertas especies de serpientes ven elinfrarrojo, igualmente inexistente para nuestros ojos. Tampoco po-demos darnos cuenta de la polarización de la luz, una propiedad quelas abejas utilizan para orientarse con respecto al sol, aun en díasnublados,..

    El sentido del olfato apenas nos parece contribuir a nuestroconocimiento del mundo que nos rodea. Sin embargo, un perro viveen un entorno primariamente olfativo, en que cada objeto y cadasituación es sobre todo un estímulo nasal. Ante su propia foto,

     proyectada en una pantalla, un perro no reacciona porque no huele.En cambio, podrá rastrear el camino seguido por una liebre, o por suamo, aun horas después de haberlo recorrido. Algunas mariposasdetectan la presencia de otra de su especie ja varios kilómetros dedistancia!

    Si en todos estos ejemplos tenemos que confesar que nuestroconocimiento sensible es muy limitado, simplemente porque otros

    seres vivos nos aventajan en cada sentido, más todavía subrayanuestra limitación el saber que hay otros estímulos que simplementedesconocemos por completo y que sólo podemos detectar medianteaparatos muy recientes. No podemos saber qué siente un pez queencuentra su presa por variaciones de su campo electromagnético;sin contacto alguno, reacciona de distinta forma ante un trozo dehierro y ante un imán, o ante un hilo de cobre y un aislante. Ni podemos sentir las ondas de radio o TV, los rayos X y gamma, las partículas emitidas por cuerpos radiactivos. Nuestra «ventana» delos sentidos, por la cual nos asomamos al mundo, no es más que unarendija muy estrecha que sólo nos permite reaccionar a una partemuy limitada de la actividad física que nos rodea.

    La descripción del mundo basada tan sólo en lo que podemos percibir por los sentidos posiblemente sea tan parcial e inexactacomo la descripción del elefante en la fábula de los ciegos, quesolamente pueden tocar o la trompa, o la cola, o una pata.

    Más importante todavía, como freno a la afirmación espontánea

    de que el conocimiento por experiencia propia es la mejor base decerteza, es la constatación de su inexactitud en lo que percibimos. Lasolidez de un bloque de hierro o mármol es sólo aparente: la ciencianos demuestra que casi todo su volumen es vacío. De no ser por lasfuerzas electromagnéticas de repulsión, los cuerpos podrían pasar através de paredes «sólidas». Las mismas partículas atómicas, queconsideramos como la parte «maciza» en ese enjambre esponjoso

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    que es la materia, muy probablemente no tienen diámetro real; son puntos sin dimensiones, y la física moderna nos indica que no haylímite a la compresibilidad de la materia. Es parte normal de laastrofísica el describir situaciones en que la densidad de un astrollega hasta los mil millones de toneladas por centímetro cúbico.

    Estos y otros ejemplos semejantes subrayan la imprecisión de losdatos sensoriales. Nos dan una descripción superficial, utilitaria, dela realidad de la materia. Necesitamos de los sentidos para llenar elvacío del entendimiento cuando nacemos, y necesitamos siempre delos sentidos como canales de entrada para nuevos datos, perotenemos que darnos cuenta de que el mundo es mucho más rico ycomplejo que lo que los sentidos muestran; incluso que, en suverdadera estructura, es muy distinto de lo que percibimos.

    El propio raciocinio, fuente de conocimiento

    Para completar la presentación de lo que es más directamenteactividad cognoscitiva propia, pensemos en el papel del raciocinio.Sobre los datos de los sentidos construimos nuestras ideas. Procesosde abstracción, analogía, deducción e inducción llevan espontáneamente a formar esquemas interpretativos, generalizaciones, intuicio

    nes de relación entre elementos aparentemente dispares. Así sedesarrolla el conocimiento intelectual abstracto y exclusivamentehumano. Mientras que nuestros sentidos son esencialmente comunescon los de los animales que nos rodean, el entendimiento capaz deraciocinio abstracto es peculiar al hombre, definido desde la antigüedad como «animal racional», homo sapiens.

    El desarrollo de nuestra capacidad discursiva es todavía unmisterio. Se entra en los primeros esfuerzos del niño, que ya dice porqué quiere algo o hace algo. Se manifiesta en las preguntas incesantes a los mayores, para conocer razones de normas de conducta, derestricciones o acciones cuyo significado se escapa a la simpleobservación. Y cuanto más se ejercita, más penetrante se vuelve lainteligencia, hasta llegar al asombroso desarrollo de la matemática yla física teórica, o a la creación de belleza literaria o musical.

    El grado de certeza de todo este conocimiento racional varíaenormemente según su conexión con los datos básicos y el procesomás o menos inmediato de las conclusiones. La certeza suma se da

    en raciocinios lógico-matemáticos, en que la comprensión de losconceptos lleva consigo necesariamente la verdad de los enunciados.«Dos y dos son cuatro», «El todo es mayor que sus partes», sonafirmaciones que tienen absoluta certeza en todo tiempo y para toda persona que conozca el significado de las palabras. Como es obvio, nose trata de que todos los hombres usen los mismos vocablos-sonidos,sino de que todos estén de acuerdo en la conclusión una vez que

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    se haya conseguido un lenguaje común. Todo el desarrollo de lageometría euclidiana, de la matemática pura, es una demostraciónimpresionante de la capacidad de la mente humana para alcanzarconocimientos ciertos por puro raciocinio lógico, partiendo de datosque se afirman o aceptan como postulados razonables. Tal es la

    fuerza de esta evidencia, que se convierte en prototipo de convicción:«¡Estoy tan seguro de ello como de que dos y dos son cuatro!»

    En el campo de la lógica y la filosofía, el desarrollo del raciocinioes igualmente cierto en sus comienzos, pero no en las ramificacionesmás finas. Se dan sofismas: afirmaciones con toda la evidenciaaparente de la lógica, pero que llevan a resultados absurdos. Se dandilemas que desembocan en callejones sin salida, porque ambas posiciones contradictorias parecen tener consecuencias inaceptables.

    Se requiere mucho conocimiento y mucha madurez intelectual paraconfesar, como hacía el gran filósofo Suárez, que hay muy pocasafirmaciones de las que podamos tener completa certeza. Muestra deello es la abundancia casi caótica de opiniones filosóficas en todoslos campos, que lleva a muchos a la convicción derrotista de que lafilosofía es pura lucubración subjetiva, sin verdad ni falsedad com- probable.

    Las ciencias de la materia, aunque tienen que desarrollarse tam- bién a base de raciocinios más o menos claros, buscan siempre un

    refrendo experimental que sirve de piedra de toque. En toda cienciade este tipo se excluye por principio lo que no es experimentable.Toda construcción teórica tiene que basarse en datos comprobados,con sus límites conocidos de exactitud y aplicabilidad. Luego debellevar a predicciones concretas, comprobables asimismo por observa-ción o experimentación. Lo que no se ajuste a tales normas no esciencia, aunque no por ello deje necesariamente de ser verdad.

    Es muy importante que nos demos cuenta de cuál es el valor delconocimiento científico y cuáles son sus limitaciones. Tiene valor loque se observa, como acervo de datos que extiende y completa lo quenos dan los sentidos en su ejercicio normal de la actividad cognosci-tiva. Pero, además de los datos, la ciencia tiene que buscar conexio-nes, explicaciones, estructuras que los hagan inteligibles. Y estasexplicaciones —«teorías»— son más ciertas cuanto más datosengloban y predicen con éxito, pero nunca se toman como definitivasen todos sus detalles. Siempre cabe la posibilidad y la esperanza deuna síntesis más profunda y completa. Tal vez el caso más típico de

    este desarrollo científico lo presenta la concepción de la gravedadsegún Newton y su refinamiento por Einstein, que realmente cambia por completo el punto de vista en que se basa la explicación, peroincorpora en sus resultados todos los datos bien comprobados enque se basó Newton.

    Es digno de mencionar explícitamente que todo el esfuerzo cientí-fico se basa en una doble convicción no demostrable científicamente:

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    que el mundo extramental existe y no es caótico, y que la mentehumana puede descubrir en él un orden inteligible. Esto, que parecetan obvio, era causa de admiración constante para Einstein: «¡Lomás incomprensible del Universo es que es comprensible!» «Allíestaba ese mundo enorme que existe independientemente de nosotros

    los hombres y que se nos presenta como un gran acertijo eterno, almenos en parte accesible para nuestro estudio».

    Tal vez aquí encontremos la raíz histórica de que la ciencia se hayadesarrollado en la cultura occidental, greco-cristiana, y no en lasgrandes culturas orientales. Como vemos todavía en sus formascontemporáneas, las filosofías orientales desdibujan la realidad, contendencia a fundir el entendimiento consciente con el mundo externo, a reunir lo contradictorio en una unidad superior no-racional, a

     buscar ciclos en lugar de avances lógicos. Con tal actitud, consciente o subconsciente, el trabajo científico en sentido moderno es im posible.

    Además de lo dicho sobre la certeza y el método científico,debemos subrayar sus límites. Sólo lo experimentable,  al menos en principio, puede ser objeto de ciencia, en el sentido técnico de esta palabra. Y dentro de lo experimentable, lo que se puede medir yexpresar cuantitativamente por cualquier observador. Por eso no esobjeto de la ciencia «otro universo», que, por definición, no tiene

    ningún contacto con nosotros. Ni lo es tampoco la experiencia propia e incomunicable de una alegría, ni toda la trama ético-moralde las relaciones humanas, ni los valores estéticos. Tampoco puedeser objeto del método científico la pregunta sobre finalidad o razónde ser. Y, sin embargo, todos estos campos no sólo son legítimos,sino incluso los de mayor importancia para el hombre. La ciencia dela materia sólo nos dice cómo ocurren las cosas y su concatenaciónfactual, nunca por qué   o para qué   o qué valor  tienen.

    Se le preguntó a Einstein si pensaba que toda la realidad podríaser expresable en términos científicos. Einstein contestó: «Sí, podríaser, pero no tendría sentido. Sería como intentar representar la Novena Sinfonía de Beethoven como una curva de presión del aire».O en las palabras de Cari F. von Weizsácker, describiendo entérminos físicos el acto de contemplar una manzana roja y darla a unniño: «En ninguna parte de esta descripción se menciona el placer delniño ni mi placer en su placer». Y a continuación: «... oigo lossonidos: ‘la manzana es roja’. No hay nada en esta frase que indique

    que intenta expresar un conjunto de hechos y que esos hechos sonverdaderos. Nada se ha dicho del acto de juicio, que puede comprender una serie de hechos de acuerdo con la verdad». Hablando de larelación entre las características del Universo y la existencia de vidaconsciente, J. A. Wheeler se pregunta algo que es difícilmentecuantificable: «¿Ha tenido que adaptarse el Universo desde sus primeros días a los futuros requisitos para la vida y la muerte? Hasta

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    que comprendamos por dónde va la respuesta verdadera en estecampo, podemos estar de acuerdo en que no sabemos ni la primeraverdad acerca del Universo». Y poco después, en una especie deinvocación poética a Copérnico: «Recuérdanos cada día el mayormisterio de todos: por qué existe algo más bien que nada».

    Incluso en su propio campo, el científico moderno se da cuenta,con humildad, de lo parcial y tentativo que es nuestro conocimiento.Dice E. P. Wigner: «En contenido y utilidad, el conocimientocientífico es una fracción infinitesimal del conocimiento natural».Y Einstein, ya cerca de sus últimos años: «Una cosa que he apren-dido en una larga vida: que toda nuestra ciencia, contrapuesta a larealidad, es primitiva y pueril, y aun así, es la cosa más preciosa quetenemos». De su propio trabajo y su certeza, añadía en una carta:

    «Pensará que miro el trabajo de toda mi vida con una tranquilasatisfacción. Pero, mirando las cosas de cerca, son muy distintas. Nohay un solo concepto del que tenga la convicción de que semantendrá firme, y me siento con dudas de si estoy, en general, en elcamino correcto... Yo no pretendo tener razón... Sólo quiero saber sitengo razón».

    Podríamos aducir muchos más testimonios de los científicos máseminentes, que son los que más cuenta se dan de las limitaciones desu conocimiento. Aunque este esfuerzo de la inteligencia por com-

     prender y ahondar más allá de los datos de los sentidos es lo másnoble y digno del hombre como ser racional, ¡qué pocas cosas

     podemos decir que conocemos con certeza como fruto del propioraciocinio! ¡Qué pocas veces podemos estar orgullosos de una nuevaidea, realmente fruto de nuestro esfuerzo, que verdaderamente añadaalgo valioso y cierto al conocimiento humano!

    Conocimiento indirecto: el testimonio ajeno

    Hasta este momento hemos descrito la propia actividad comofuente de conocimiento sensorial o racional. Pero, aunque esteacervo de datos y su elaboración directa sea nuestro orgullo máslegítimo y la fuente de certeza más satisfactoria, es de un ámbito muyrestringido. En realidad, casi todo lo que sabemos lo sabemos

     porque nos lo han dicho otros.Comenzando con las respuestas de los padres y maestros, a las

    innumerables preguntas del niño, nos ponemos en comunicación conel gran tesoro de experiencia y cultura de toda la humanidad.Cuanto se ha hecho y aprendido en milenios nos sirve de base sobrela que construir. Precisamente por esto el hombre avanza; como decía

     Newton: «Si he alcanzado a ver más lejos es porque me apoyé sobrelos hombros de los gigantes que me precedieron». Nadie tiene quereinventar el lenguaje, la escritura, el álgebra... En unos breves años

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    adquirimos la sabiduría de siglos, contrastada y purificada por milesy miles de datos, comprobaciones y discusiones llevadas a cabo porlas inteligencias más eminentes.

    Todo el ámbito de la historia, los hechos ya pasados, se nos hace

    asequible por testimonio ajeno, ya que el pasado es inobservabledirectamente. Todo lo factual es también, por su misma naturaleza,indemostrable por raciocinio teórico. Pensemos en cuanto conocemosde orden geográfico, histórico, concreto: o lo sabemos por experiencia directa, o por experiencia ajena, comunicada por testimonioescrito u oral.

    Sobre esta trama de confianza en lo que nos dicen otros se basacasi toda nuestra actividad. Pero el que no haya prueba lógica oexperiencia propia no significa que no haya certeza. La existencia de

    la Antártida o del Everest la aceptamos, con certeza,  sin otra baseque el testimonio ajeno, la fe humana. Nadie duda de hechoshistóricos, como la batalla de Waterloo, aunque sea imposibledemostrarla por un proceso mental de evidencia matemática. Inclusocosas tan personales como la identidad propia y de nuestros padresdependen de la certeza que proporciona el testimonio acorde detestigos dignos de crédito, por su capacidad mental y su honradez.

    En un mundo ideal, donde no hubiese deficiencias de observación,ni errores de raciocinio, ni prejuicios o preferencias inconscientes, nifalsedad interesada, el testimonio humano sería siempre fiable ycierto. La realidad es muy distinta. Aun testigos presenciales de unsimple hecho que no les afecta (por ejemplo, un accidente deautomóvil) difieren drásticamente en su descripción de lo que vieron.Si se une el propio interés, se dan versiones contradictorias (porejemplo, de una falta en un partido de fútbol), aun con totalsinceridad. No en vano exigen todos los tribunales de justicia que seexaminen los testigos para encontrar discrepancias, intereses, fallos

    de observación, etc.Aun con todas las condiciones necesarias, el testimonio ajeno

    nunca nos da la satisfacción interna de lo que conocemos poractividad propia, sensorial o racional. Nunca se percibe esa claridadde la evidencia lógico-matemática. Es posible inferir con certeza, perono demostrar   los hechos concretos, y lo mismo se aplica a lo queotros nos comunican. Incluso es digna de tener en cuenta la distinción entre inferencia cierta  y demostración  cuando tratamos deobjetos del mundo físico que no son directamente perceptibles, comolas partículas de la física moderna.

    Ante la absoluta necesidad de aceptar el conocimiento por fehumana como condición necesaria para el avance cultural, el últimofundamento en que nos apoyamos es la calidad del testigo y suacuerdo con otros testigos igualmente fiables. Los expertos en cadacampo son dignos de crédito, al menos si no tienen intereses o pasiones que desvirtúen su testimonio. Así sucede cuando aceptamos

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     por fe humana lo que dicen los científicos  en el tema en que sonautoridades reconocidas como tales. La palabra de un Einstein enfísica o de un Ramón y Cajal en fisiología del cerebro son basesuficiente para que una persona normal tenga certeza racional aunde lo que se opone a sus convicciones más intuitivas.

    Si una serie de datos históricos o geográficos se encuentra siempreen todos los libros que se manejan en niveles profesionales, sólo unescepticismo absurdo puede poner en duda su veracidad. No caemosahora en el peligro infantil de tomar como cierto cuanto apareceimpreso, sobre todo en periódicos y revistas sin refrendo profesionalen cada campo, ni tampoco en el absoluto magister dixit   («lo dijo elmaestro») de tiempos pasados. Aun así, aceptamos la estructura casivacía de la materia, la existencia de neutrinos sin masa ni diámetro,la curvatura del espacio hacia una cuarta dimensión por el testimo

    nio de los físicos modernos, cuyo consenso no tiene explicaciónlógica sin una objetividad cierta de lo que nos dicen.

    Aquí llegamos al extremo más sorprendente: creemos que las cosas son como nos dice la ciencia, aun contra el testimonio de los sentidos, y  cuando lo que se nos dice resulta totalmente inimaginable.  Tal es lafuerza persuasiva de testimonios concordes y fiables. Un posibledesvío de la certeza basada en el testimonio concorde se encontraríaen buscar en una especie de consenso democrático el criterio de

    verdad. En lo humano, es legítimo buscar la mayoría para decidircursos de acción que no se imponen por sí mismos, debido aresponsabilidades ético-morales. Pero la convicción de la mayoría, por aplastante que ésta sea, no es jamás criterio de verdad, ni cuandose trata de hechos ni cuando se trata de ideas. Durante siglos, laforma de la Tierra se consideró plana, y apenas alguna voz se alzó enfavor de su esfericidad. Sin embargo, la Tierra es redonda, y ningunavotación puede cambiar este hecho. Se cuenta que en un estado de Norteamérica, durante el siglo pasado, se intentó legislar que el valor

    de 7r fuese exactamente 3, en lugar de 3,141592, para facilitar lasoperaciones matemáticas en las escuelas. Ni que decir tiene que esevalor resulta de dividir la longitud de la circunferencia por sudiámetro, y jamás se obtiene 3, sin más. No sólo en un país terrestre,sino en todo el Universo en que se estudie la geometría plana, elcociente será siempre 3,141592...

    Otro caso histórico de un esfuerzo inútil por doblegar la verdadfactual a los prejuicios de diversos grupos lo encontramos en lasreacciones a la teoría de la relatividad. Tanto en la Alemania nazicomo en la Rusia soviética se denunció a la teoría de Einstein comoun tipo de ciencia «judía», incompatible con la mentalidad aria omarxista. En ambos casos, físicos de prestigio se vieron obligados ahacer declaraciones en tal sentido, probablemente a sabiendas delsuicidio intelectual que suponía el cerrarse a una de las concepcionesmás geniales en la historia de la ciencia. Todavía se leen a veces

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    diatribas contra la ciencia capitalista o de cualquier otro signo, comosi la naturaleza tuviese distintas leyes según el matiz político o laconveniencia estatal de quienes la observan.

     No es, pues, el testimonio humano una fuente de evidencia ycerteza del mismo orden que la propia experiencia y el raciocinio.

    Sólo sirve para constatar hechos, no ideas. Sólo tiene el valor de lostestigos: de su propia fiabilidad, basada en conocimiento y honradez.Pero, dentro de tales límites, es ésta la fuente de conocimiento másamplia y rica, y a ella debemos casi todo lo que sabemos y lo queutilizamos como base de nuestro proceder. El hombre es un sersocial también en este sentido; aun el mismo desarrollo orgánico delcerebro exige la comunicación constante con nuestros semejantes.

    La fe como base de la religión

    Dentro del apartado que nos ocupa, del conocimiento derivadodel testimonio ajeno, entra la mayor parte del contenido conceptualde las religiones monoteístas de Occidente. En el judaismo, cristianismo e islamismo se presentan cuerpos de doctrina aceptados comociertos no por su comprobación experimental o raciocinio lógico,sino por fe en un testimonio verídico. Tal situación implica dos

    facetas muy distintas: por una parte, la realidad de comunicacionessobrenaturales, por las cuales Dios manifiesta al hombre verdadesque éste desconocía. Por otra, la existencia histórica de testigosfiables, que nos comunican a su vez el hecho y el contenido de larevelación divina, bien por tradiciones orales, bien por textos que seconsideran sagrados e inmutables.

    Dejando a un lado el problema, más bien artificial, de la posibilidad de tal revelación (que queda resuelto en cuanto se parte de laexistencia de un Dios inteligente, creador del hombre), lo que tiene

    que establecerse con certeza suficiente es que la revelación de hechose ha producido y que su mensaje se transmite fielmente. Si esto

     puede hacerse con una inferencia cierta  (no demostración lógico-matemática ni comprobación experimental, ambas inaplicables ahechos pasados), el conocimiento obtenido por revelación gozará dela máxima certeza posible, por apoyarse en el testigo de máximaautoridad: Dios mismo. Ninguna clase de ignorancia o limitación ni

     prejuicio o falta de objetividad u honradez pueden desvirtuar el valor

    de su testimonio. Ante aquel que todo lo conoce y que es la mismaVerdad, el hombre  puede  y debe,  sin perder nada de su dignidadracional, creer con absoluta firmeza cuanto se le comunique, porincomprensible que sea.

    En cuanto al contenido mismo de la revelación, puede esperarseque se refiera a Dios mismo y a nuestras relaciones con El, no atemas científicos ni otros campos que están a nuestro alcance. La

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    revelación no debe suplantar el esfuerzo humano por conocer elUniverso; debe suplir nuestra incapacidad esencial para conocer aDios en su mismo Ser y sus planes para nosotros. Este caráctertrascendente de la revelación religiosa, que tiene por objeto algohumanamente inalcanzable, lleva consigo la probabilidad de que se

    den problemas de expresión. No es posible explicar la física nuclearen el lenguaje de una clase de párvulos, ni debemos esperar que loque Dios es y hace sea expresable totalmente en lenguaje humano.De ahí nace la necesidad de interpretar la revelación en su formahistórica, de tal modo que la fe requerida no sea fe en expresioneshumanas parciales, sino en el mensaje que encierran. En principio,toda forma de comunicar ideas: narraciones, símbolos, ejemplos,acciones significativas, cantos poéticos, puede servir de vehículo apto

     para la revelación. Sería imprudente y miope el querer entender toda

    esa variedad de formas como una sola, la formulación árida y precisa de un libro de texto.

    También es de esperar, en toda lógica, que las verdades reveladas,aun después de todas las explicaciones, resulten incomprensibles pormanifestar algo que excede nuestra experiencia e imaginación. Perosi tenemos que renunciar a una imagen satisfactoria al hablar de lamateria (recordemos lo dicho acerca de partículas sin masa nidimensiones o de espacios curvos), mucho más debemos aceptar que

    lo que se nos dice de Dios sea inimaginable. El único límite,impuesto por la misma esencia de todo lo real, es el principio decontradicción: no es posible que algo sea y no sea al mismo tiempo y bajo el mismo respecto. Lo contradictorio no puede ser real ni puede, por tanto, ser parte de una revelación divina. Es la mismarazón que nos obliga a afirmar que, aun siendo Dios omnipotente,no puede hacer que exista otro Dios, que sería automáticamenteDios y no-Dios, por ser creado. Esto, tan evidente, se interpretacomo limitación teológica arbitraria cuando algún científico se ponea discutir, sin base alguna, excepto sus prejuicios, ¡los llamados fallos de la religión!

    Resumiendo lo dicho hasta aquí, la adquisición de conocimientos por fe divina es posible siempre que haya certeza humana de que sedio la revelación y que su contenido se transmitió sin alterarlo.  De estas dos condiciones no puede ser prueba la misma revelación.  Esnecesario partir de fe humana (histórica) para alcanzar la fe divina.

    Y esa fe humana tiene que ser satisfecha no con demostraciones evidentes (que no son aplicables a hechos), sino con razones deinferencia normalmente satisfactoria. Para concretar más: una exigencia de certeza lógico-matemática es irrealizable, pero una convicción semejante a la que se requiere en un juicio criminal es posible ynecesaria. Una vez alcanzada, y bien sentado el hecho de la revelación y su integridad, se da certeza absoluta con fe divina, apoyada

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    en la autoridad infinita de Dios, sobre el contenido del mensaje re-velado.

    El asentimiento por el que se acepta la revelación no evita eldesasosiego intelectual que acompaña la falta de claridad, de eviden-cia propia, en lo que se cree. Creer sin entender no es nunca

    agradable ni en física moderna ni en teología. Pero este desasosiegoes una reacción natural, aun en lo que sabemos más cierto, cuando seexige un proceder contra nuestros instintos. Incluso después de verante nosotros un estadio enorme, con pistas perfectamente lisas, sin posible obstáculo, ¡qué difícil nos sería lanzarnos a correr a todavelocidad con los ojos vendados! Nuestros instintos nos exigen ver   para correr; de forma semejante, nos exigen entender   para asentir.Y en esta dificultad radica también el mérito humilde de la fe reli-giosa: creemos aun sin entender, porque el testimonio de Dios nos

     basta.Finalmente, si hemos alcanzado la certeza de que ha habido unarevelación divina y de que su contenido religioso es interpretadofielmente, nuestro asentimiento será inmutable. No hay lugar paracambios ni correcciones a lo dicho por Dios. Necesariamente será larevelación una serie de dogmas, sin posible alteración ni por racioci-nio humano ni por consenso mayoritario. Negar esta firmeza dog-mática es negar la revelación misma como fuente de conocimiento yconsiderar lo religioso como un simple esfuerzo humano, siempre

    cambiante. La mejor refutación de que una religión se proclamecomo revelada será el que acepte la relatividad completa de sudoctrina.

    Es verdad que el mensaje revelado debe transmitirse por canaleshumanos, que siempre son imperfectos y falibles. Por eso la revela-ción aparecerá como provisional o mudable, a no ser que incluya unagarantía divina de firmeza. Tal es el caso de la revelación cristiana presentada por la Iglesia católica. No se apoya simplemente en lasSagradas Escrituras, que, como mera colección de escritos, no tienen

     propia garantía de autenticidad ni verdad. Se apoya en la comunidadapostólica que recibió la revelación de Cristo y la promesa deasistencia divina para su transmisión. La Iglesia primitiva, antes deescribirse los evangelios, sirvió de fuente humana de certeza para elhecho de la revelación y de intérprete auténtico para su contenido.Esa Iglesia reconoció algunos escritos como fieles presentaciones delmensaje cristiano, mientras rechazó a otros como apócrifos porfalsearlo. Esta misma Iglesia, iluminada por el Espíritu Santo, estodavía hoy el único depositario e intérprete cierto de la revelación,ya completa. Sería absurdo aceptar como verdad la Escritura negan-do al mismo tiempo el magisterio eclesial, que es la última base delvalor de esa misma Escritura como revelación divina.

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    Hemos establecido brevemente la necesidad y características de lostres canales por los que adquirimos conocimiento. Y hemos prestadoespecial atención a la fe humana y divina como medio para salvar las

    limitaciones de cada esfuerzo individual: podemos enriquecernos contodo lo que otros hombres han conseguido aprender durante mile-nios, e incluso podemos alcanzar conocimientos que superan lacapacidad de todo entendimiento creado si éstos son comunicados ala humanidad por Dios. Tal es, por ejemplo, el saber que hay tres

     personas en una sola naturaleza divina, o el saber que el hombre estállamado a contemplar a Dios directamente en su gloria.

    De estos temas, ni puede decir nada la ciencia experimental ni

     puede alcanzar comprensión completa el raciocinio filosófico o aunteológico. Son simplemente objeto de nuestra fe, jamás podrán sercuestionados por ningún tipo de ciencia humana sin que éstatraspase sus fronteras y su metodología propia.

    Hay, en cambio, otras afirmaciones dogmáticas que rozan loscampos de la astrofísica, la biología, las ciencias de la materia engeneral. Tales son las enseñanzas de la Iglesia sobre el origen delUniverso por creación divina, la existencia y creación del almahumana, la supervivencia del hombre, en alma y cuerpo, después de

    la muerte. Aquí se han dado y se dan polémicas desde los datos yteorías científicas, contrapuestas a formulaciones o interpretacionesde la revelación. Sin volver sobre el tristemente célebre caso deGalileo, todavía puede sentirse un cierto posible antagonismo entreciencia y fe. Creo que vale la pena presentar cuáles son las posicionesque nuestra época permite tomar a un cristiano, con el sentimientogozoso de que nunca ha estado tan de acuerdo el conocimientocientífico más exacto con nuestros dogmas.

    Existencia de Dios

    Aunque con poca frecuencia, todavía se encuentran frases des- pectivas, con relación a la existencia de Dios, en algunos autorescientíficos. No vale la pena detenerse en algo tan pueril y absurdocomo el comentario del astronauta ruso que quiso congraciarse conel ateísmo oficial de su Gobierno afirmando que, viajando en suórbita a 100 kilómetros de altura, no había visto a Dios..., como siesperase encontrarlo a bordo de otro Sputnik.  Sólo una personatotalmente sin cultura religiosa podría dejar de reírse con pena antetal falta de seriedad y lógica. /

    Otras afirmaciones de ateísmo muestran también que el Dios quese niega es una caricatura que el autor piensa corresponde al Dios

     bíblico, concebido antropomórficamente como un anciano iracundo

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    y caprichoso, divinidad tribal de unos nómadas israelitas. Nuestra fecomienza con las palabras solemnes: «Creo en un solo Dios, Padretodopoderoso, Creador del cielo y tierra, de todo lo visible y loinvisible». Tal descripción de la divinidad la distingue inmediata-mente de cuantos «dioses» han sido propuestos en las mitologías de

    diversas culturas: superhombres con rivalidades mutuas, nacidos dela materia y parte de ella. El Dios cristiano se revela como único, creador   de todo cuanto existe, eterno, no-material, inmutable.  A suactividad se atribuye cuanto hay de positivo en el Universo y a suinteligencia y bondad infinitas se recurre como razón explicativa delorden y finalidad que se entrevé en el cosmos. Dios, como serinfinito distinto de la materia y superior a ella, automáticamentequeda fuera del ámbito de las ciencias experimentales. Ni puedenéstas encontrarlo con sus aparatos ni vale lógicamente el tomar laausencia de prueba como prueba de ausencia. Como tampoco es

     posible dar prueba experimental de una cosa tan importante como laintención con que nosotros hacemos algo; ya hemos indicado que laciencia explica cómo funciona la naturaleza, pero no por qué o paraqué. Es, consecuentemente, imposible el que haya oposición entreciencia y fe acerca de la existencia de Dios. La ciencia no tiene nadaque decir, ni en pro ni en contra, mientras se mantenga dentro de sus límites de objeto y método.

    Por su parte, la fe no debe usar el concepto de Dios comorespuesta científica que cubre nuestra ignorancia en lo que esexperimentable. No es legítimo hablar de actividad divina paraexplicar el rayo, como en las mitologías primitivas, ni para explicarla sucesión de las estaciones o del día y la noche. Con razón se hareprochado una actitud incompatible con la ciencia a ese espíritu primitivo que parecía concebir a la materia como totalmente inerte,sin leyes ni proceder propio. Tal es el trasfondo de esas «explicacio-nes» religiosas en que se busca la actividad explícita de los dioses para todo lo que ocurre en la naturaleza. Si el Universo fuese así, no podría esperarse regularidad alguna ni verdadero conocimiento de lamateria.

     No es lo mismo concebir a la naturaleza como inerte que admitirla posibilidad de una intervención extraordinaria de la divinidad: elmilagro. Quien niegue a Dios el poder intervenir en el Universo, conel pretexto de que sería imposible la ciencia, hace una extrapolaciónexorbitada de aceptar excepciones a negar toda regla. La actitud

    animista primitiva negaba la regularidad esencial de la materia; laactitud cristiana la afirma, pero admite la libertad del Creador paraintervenir en forma excepcional. Porque se admite la regularidad, laciencia es posible; pero nunca puede ser una atadura para Dios.

    Volviendo a la idea de Dios como explicación demasiado fácil defenómenos naturales, dice C. F. von Weizsácker: «Cuando Newtonexplicó las leyes de Kepler en términos de la mecánica, se sostuvo

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    que el funcionamiento del sistema planetario había sido ya explicadoen términos profanos, por así decir, y se presentó la pregunta extrañade si esta visión del mundo dejaba algún puesto para Dios» ... «Unhueco en el conocimiento se convirtió en un argumento para laexistencia de Dios. Esta es probablemente la peor forma posible de

    k probar la existencia de Dios. Porque los huecos en nuestro conocimiento suelen llenarse, y Dios no es una tapadera provisional».

    ¿Quiere decir esto que no hay nada en el mundo que nos lleve aencontrar a Dios como su explicación? Conviene matizar la respues-

    * ta. Dios no se encuentra como un eslabón más de una cadena deexplicaciones físicas. El no será ni una ley física más general ni unafuerza material más profunda. No puede entrar en las categorías dela física, la química, la biología. Estas ciencias deben buscar y

    comprobar experimentalmente todo cuanto la mente humana puede preguntarse respecto al funcionamiento de la materia, desde laúltima partícula elemental hasta la estructura del Universo. Encambio, Dios podrá aparecer como única razón suficiente cuandonos preguntemos por qué existe el Universo, qué finalidad puedehacer inteligible su desarrollo, qué responde en la realidad a nuestrosanhelos de superación, inmortalidad, felicidad. Todas estas preguntas se salen de las ciencias naturales, pero son tan espontáneas eimportantes como las preguntas científicas. El ignorarlas o negarse a

    estudiarlas es restringir arbitrariamente el ámbito intelectual. No puede reducirse el Universo a simple física.

    Por esta razón decía Einstein: «Si la religión sin ciencia es ciega, laciencia sin religión cojea». Nos hacen falta todos los puntos de vista,todas las aportaciones de diversos campos, para obtener una síntesiscompleta de lo que es el Universo y nuestro papel en él. Y nada estan básico a este esfuerzo como conseguir entender por qué y paraqué existe el cosmos y nosotros mismos; con las palabras ya citadas

    de J. A. Wheeler: «¿Por qué existe algo en lugar de nada?» En el casode Einstein, su deseo de comprender el Universo en todos sus nivelesse refleja también en expresiones semejantes: «Yo quiero saber cómoDios creó este mundo. No me interesa este fenómeno o el otro, elespectro de este elemento o de aquel. Quiero saber sus pensamientos;

    , lo demás son detalles».

    En ténninos más generales escribe W. Heisenberg: «Aunque estoyconvencido ahora de que la verdad científicá es inexpugnable en su

     propio campo, nunca me ha sido posible el descartar el contenido del' pensamiento religioso como simplemente parte de una fase pasada

    de moda en la consciencia de la humanidad, una parte a la que deahora en adelante debemos renunciar». No es ésta una actitudexcepcional en nuestro tiempo. Cuando más se profundiza en elestudio científico, más se siente la presencia de un ser superior, capazde producir tanta belleza. Citando a C. F. von Weizsácker: «... el

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     primer sorbo de la copa del conocimiento nos. separa de Dios, peroen el fondo de la copa Dios espera a los que le buscan».

     No es la existencia de Dios una valla contra el desarrollo científi-co, ni pide la religión que la ciencia se ponga a su servicio para probar que Dios existe. Ambas posturas se han dado históricamente

    con resultados negativos tanto para la ciencia como para la fe. Enlos altercados más o menos agrios sobre el tema, la posición religiosa

     puede parecer más débil, porque se admite que el científico hable dereligión (¡todo el mundo se cree un experto en religión y en política!), pero no que el teólogo hable' de ciencia. La posición correcta es demutuo respeto y de circunscribirse al propio terreno. Así no hayconflicto, y la presencia en todos los campos de la ciencia dehombres eminentes que profesan su fe sin rebozo es prueba vivientede que ambas formas de conocimiento se complementan y ayudan.

    El origen del Universo

    Entre los temas fronterizos, con implicaciones científicas y religio-sas, tal vez sea el origen del Universo el más concreto y analizabledesde ambos puntos de vista. Y es precisamente el desarrollocientífico moderno el que lo pone en primer plano. Podríamos decir,

    en líneas generales, que el siglo xix desarrolló una astronomía basada en la aceptación implícita o explícita de un universo eterno einfinito, esencialmente inmutable. La pregunta sobre su origen serelegaba a la categoría del mito más o menos simbólico. No ayudabaa superar esta actitud la concepción estrecha de la Biblia como librototalmente factual, sin lugar a símbolos o estructuras literarias. Lainsistencia de muchos expositores del Génesis en el significado literalde los seis días de la creación y en las cronologías que daban almundo una edad de unos cuatro mil años estaban claramente encontradicción con nuevos datos geológicos que exigían millones deaños para la formación de rocas terrestres. Se desarrolló, en conse-cuencia, una doble postura irreconciliable: por un lado, creación poractividad divina de un mundo ya estructurado desde su comienzo,con edades comparables a la historia humana. Por el otro, ün mundoeterno, increado, que tiene en sí mismo las causas de su desarrollo yque con sus leyes produce soles, planetas, etc.

    Hacia finales del siglo xix y comienzos del xx, las posiciones

    comenzaron a evolucionar en un sentido convergente. Los estudios bíblicos subrayaron la importancia de distinguir el mensaje religiosode las formas literarias usadas en los libros sagrados: narraciónhistórica, parábolas, poesía, sistematización artificial, etc. El relatodel Génesis se vio como una presentación esquemática de cuanto hayen el mundo, como debido a la acción de Dios; no un intento deenseñar astrofísica, sino una afirmación religiosa contra las doctrinas

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    de otros pueblos orientales que daban primacía al mundo y contra ponían al dios-ordenador (no creador) otros dioses rivales y destructores. El autor bíblico usa imágenes de su vida para indicar que todoestá hecho con sabiduría y orden, que se refleja en los sucesivos

     pasos por los que se completa la creación. El mensaje total es sencilloy sublime: Dios es la única fuente de existencia. Nada se resiste a su poder, y todo está hecho y ordenado por El con sabiduría y amor.

    Por su parte, la astronomía se vio obligada a considerar aparentes paradojas que resultan de la infinitud y eternidad del Universo. Lallamada «paradoja de Olbers» deducía, por leyes físicas de propagación de la luz, que un Universo eterno e infinito, con un númeroinfinito de estrellas, debería presentar un cielo nocturno tan brillantecomo la superficie del sol. No habría espacio oscuro entre estrella y

    estrella; la vida sería imposible. Otra forma, todavía más apremiante,de la paradoja llegaba a la conclusión de que un mundo con unacantidad infinita de materia daría lugar en cualquier punto a un potencial gravitatorio infinito y a fuerzas gravitatorias infinitas onulas. Tales consecuencias, en flagrante contradicción con los hechos, parecían inevitables. Pero también parecía imposible concebirun mundo finito en un espacio limitado.

    Con respecto a la edad del Universo, se presentaba el problema de

    su evolución. Las estrellas (incluido el Sol) producen energía por latransformación del hidrógeno en helio, y del helio en carbono,oxígeno y los demás elementos. De ser el Universo eterno, ya sehabría agotado el hidrógeno, mientras que el uso del espectroscopionos permite comprobar que todavía el 90 por 100 de todos losátomos del Universo es hidrógeno. Parece que debemos aceptar laidea de que la edad cósmica es relativamente corta; el Universo estan joven, que apenas ha usado una pequeña parte de su combustiblenuclear. Es veidad que las edades geológicas y estelares se miden en

    miles de millones de años, totalmente inimaginables para nosotros, pero quedaba la conclusión sorprendente de que la edad del Universo puede ser del mismo orden que la duración típica de una estrella,como el Sol.

    En 1916 Einstein propuso su genial teoría de la relatividadgeneralizada, cuyas consecuencias cosmológicas se formularon en eldecenio siguiente. La idea más nueva y difícil de aceptar fue la de quela masa curva del espacio que la rodea permitió concebir un universo

     finito pero ilimitado, en un modo semejante (en una dimensión más) ala superficie terrestre, también finita pero sin bordes (sin límites). Asíse resolvían las paradojas de la luminosidad del cielo nocturno y de lafuerza gravitatoria. Todavía supuso Einstein que el Universo seríaestático y eterno, y llegó a modificar artificialmente sus ecuaciones para evitar el resultado a que conducían naturalmente: un Universoevolutivo.

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    Poco tiempo después, los estudios de E. Hubble con el grantelescopio de Monte Wilson (en California) introdujeron comohecho experimental la expansión del Universo, tal vez la sacudidamás violenta de la ciencia moderna. Las ecuaciones de Einstein,devueltas a su lógica forma original, describían exactamente lo quese observaba: un Universo evolutivo, cuyo comienzo podía encontrarse en el momento en que toda la masa de las galaxias seencontraba en un punto.

    Después de varios reajustes de distancias y velocidad galácticas, seha llegado a la descripción actual del cosmos: un espacio finito, enque se observan aproximadamente 100.000 millones de galaxiasdentro de un radio de unos 15.000 millones de años-luz (año-luz =distancia recorrida por la luz en un año, equivalente a unos diez

     billones de kilómetros). Todas estas galaxias comenzaron a separarsecomo resultado de una gran explosión, hace unos 18.000 millones deaños. La explosión marca el comienzo del Universo como sistemafísico observable y regido por leyes que explican su evolución

     posterior: es el momento de la creación, entendiendo esta palabra enun sentido técnico de límite de lo cognoscible.

    La reacción ante tal concepto del Universo y su origen ha sidointensa. Los físicos se consideran frustrados en su deseo de siempre

     preguntar más allá, por etapas previas y situaciones que expliquen loque luego se observa. La gran explosión pone una barrera a talesfuerzo: si hubo una época anterior, no queda ningún rastro de ella.Los filósofos y teólogos vieron en estas ideas la justificación científica de una creación divina. Y astrónomos empeñados en evitar todahipótesis que llevase a un comienzo temporal intentaron presentarotras explicaciones compatibles con la expansión actual, pero dentrode un mundo inmutable en gran escala, eterno e infinito.

    Hoyle, Gold y Bondi son los tres nombres asociados con lahipótesis del Universo estacionario, contrapuesto al evolutivo de lagran explosión. Según ellos, el Universo tiene siempre el mismoaspecto y la misma composición; no hubo momento inicial nicreación hace miles de millones de años. En cambio, para mantenerconstante la densidad y la abundancia de hidrógeno mientras lasestrellas evolucionan y las galaxias se separan, se ven obligados aintroducir la creación continua de nuevos átomos. Y aquí sí que tieneque utilizarse la palabra «creación» en su sentido estricto: comenzar

    a existir, producción de la nada. Queriendo evitar un comienzo (queen toda lógica lleva a la idea de Dios Creador), se encuentran estosautores rodeados de creaciones parciales, pero que filosóficamenteson tan imposibles de explicar sin un Creador omnipotente como lacreación total en un principio único. Donde no hay nada, solamenteun poder infinito y una sabiduría infinita pueden hacer que existaalgo.

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    En 1965, los radio-astrónomos americanos Penzias y Wilsondetectaron, sin proponérselo, un fondo de ondas de radio que llenatodo el espacio. Exactamente esa «estática» universal había sido predicha como resultado de la gran explosión por G. Gamow. Nuevas medidas de distancias de quasars (núcleos super-luminosos

    de galaxias primitivas), y de abundancia de helio y deuterio, confirmaron independientemente la misma teoría: el Universo, de acuerdocon todos los datos de nuestra ciencia, comenzó su evolución haceunos 18.000 millones de años. Antes, no podemos saber nada. Másexactamente, según la manera de concebir el espacio y el tiempo en lateoría de la relatividad, no hubo «antes». El espacio y el tiempo son

     propiedades de la materia, y no puede hablarse de ellos sino cuandola materia existe.

    Ante tal concepción, podemos sentirnos inclinados a pensar que la

    ciencia ha demostrado la existencia de Dios Creador. Pero recordemos los límites y métodos científicos: sólo lo experimentable esobjeto de las ciencias de la materia. No hay ninguna ecuación ni leyfísica que presente en uno de sus términos a un Creador inmaterial;no es posible llegar a él sin salimos de la ciencia. Pero sí es posible ylógico ver que una vez que la ciencia llega a ese punto cero, todavíaqueda una pregunta legítima más allá de la física, en la meta-física:¿cuál es la causa de que el Universo comience a existir? Y a esa

     pregunta, o no se le da una contestación (con lo que no se resuelvenada), o se tiene que admitir un Creador.Un astrónomo que trabaja para la NASA, V. R. Jastrow, ha

     publicado recientemente un libro con el título  Dios y los astrónomos. Aunque se confiesa agnóstico, escribe: «En el momento actual parece que la ciencia nunca podrá levantar la cortina del misterio dela creación». Para el científico que ha vivido con la fe en el poder dela razón, el libro termina como una pesadilla. Ha escalado lasmontañas de la ignorancia; está a punto de conquistar la cima más

    elevada; cuando se remonta sobre la última roca, le saluda un grupode teólogos que están sentados allí desde hace siglos.

    ¿Qué alternativa científica puede ofrecerse? Hablando con propiedad, ninguna. Es posible especular acerca de una fase previa decontracción, que llevaría a la gran explosión con que comienzanuestra ciencia. Pero el postular algo inobservable, aun en principio,viola las normas de la actividad científica. Si esa fase de contracciónfuese eterna, se encuentran toda clase de absurdas matemáticas. Sifue limitada, o se busca una creación a su comienzo, o hay que

     postular un Universo cíclico, con períodos alternos de expansión ycontracción. Nada hay en la física moderna que permita prever unaexpansión si la materia sufre el colapso gravitatorio a partir de unasituación difusa. Y es posible también calcular que la distribuciónactual de energía impide un número infinito de ciclos previos. Decualquier manera se llega a un comienzo, y tras él, a la creación.

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    Es triste constatar que los prejuicios de algunos autores científicosles obcecan en este punto hasta extremos pueriles: «¿De dónde vieneDios? Si respondemos que Dios es infinitamente antiguo, o presentesimultáneamente en todas las épocas, no hemos resuelto nada»...Excepto, podemos contestar, que ese Dios no es material, ni muta

     ble, ni sujeto a las leyes físicas de un Universo en evolución. Portanto, aun desde un punto de vista estrictamente científico, elconcepto de tiempo no puede aplicarse a El. Y la comparaciónse muestra como una falta total de profundidad filosófica y auncientífica.

    También indica un desconocimiento de la naturaleza de la cienciael objetar que la creación es inadmisible porque hay una ley físicaque dice que en el Universo «nada se crea y nada se destruye». En

     primer lugar, la ley física supone la existencia de la materia, pero no puede decir nada sobre su origen. Ni es tampoco la ley  física unanorma impuesta por los científicos, sino simplemente la constatación del modo de proceder de la materia. Esta ley describe lo que ocurreen todas las reacciones físico-químicas: antes de la reacción existeexactamente la misma cantidad de masa-energía que después de lareacción. Ningún esfuerzo nuestro ni reacción natural puede crear nianiquilar nada; sólo transformarlo. La creación, aun de un soloátomo, exige un poder infinito, exige la acción de Dios.

    ¡Qué bien encajan con la ciencia moderna las palabras del Génesis:«En un principio creó Dios el cielo y la tierra»!

    El fin del Universo

    Como el origen, también el fin del Universo cae naturalmentefuera de lo experimentable. Incluso nos encontramos con un cambio

    de sentido en las palabras: si «origen» llega a significar «creación»aun para la ciencia moderna, la palabra f in  no significa aniquilación(dejar de existir), sino, en forma más restringida, la cesación deactividad física. Será el fin de la evolución del cosmos, llevada a lasúltimas consecuencias de las leyes físicas.

     Nada hay en la fe que nos indique la duración futura de lamateria; el «fin de los tiempos», «fin del mundo», que se menciona enla Escriturares solamente el fin de la vida humana. Y ésta puede sermuy efímera a escala cósmica. Ni influye en la evolución de losastros el que el hombre desaparezca del mundo viviente. Sin embargo, unido a este tema del fin del Universo, entendido como estadoúltimo, se encuentra el problema de la finalidad,  la razón de ser detodo cuanto existe, y especialmente de la Tierra y el hombre. ¿Porqué y para qué existe la creación? ¿Qué razón suficiente puedeaducirse para su enorme riqueza de galaxias y soles, para las etapasde miles de millones de años de su evolución? ¿Tiene sentido el

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    Universo? Es interesante comprobar que estas preguntas, totalmenteajenas a las ciencias experimentales, son hoy objeto de artículos enrevistas de astronomía y física. Autores de gran prestigio discutenlas características del mundo material en relación al hombre, comocumbre consciente de su desarrollo. Esta actitud  — el principio 

    antrópico — no es aceptada umversalmente, pero se estudia comodigna de respeto y de análisis. El futuro del Universo.—Trataremos primero del futuro del Uni-

    verso. En líneas generales, las leyes físicas predicen el agotamiento defuentes de energía en las estrellas y de los gases interestelares de losque pueden formarse nuevas generaciones de soles. Inexorablemente,el hidrógeno se va transformando en elementos más pesados, y cadaestrella deja parte de su masa en astros superdensos, oscuros y fríos.Las galaxias tendrán cada vez menos estrellas activas, hasta que en

    un tiempo del orden de un billón de años, ya todo el universo seráuna colección de astros muertos, todavía girando inútilmente en susórbitas, mientras las galaxias continúan su fuga alejándose cada vezmás unas de otras.

    ¿Continuará indefinidamente la expansión? No hay todavía unarespuesta cierta, pero cada vez más los astrónomos se inclinan a daruna respuesta afirmativa. El Universo parece tener solamente el 10 por 100 de la masa necesaria para que las fuerzas gravitatoriasfrenen y paren la expansión. Así como un cohete espacial se escapadefinitivamente de la Tierra si se lanza verticalmente con unavelocidad superior a los 11 kilómetros por segundo (velocidad deescape), las galaxias se alejan á una velocidad superior a la de escape

     para la masa conocida en el cosmos. Y cada vez parece menos probable que exista, escondida a nuestros instrumentos, el 90 por100 que todavía no se ha encontrado.

    Si nos preguntamos qué ocurrirá una vez que se apaguen lasestrellas, la física nos da respuestas en escalas de tiempo tan

    enormes, que la duración del Universo hasta ese momento resultainsignificante. En una cifra de años que se escribe con la unidadseguida de 30 ceros, la mayor parte de la masa del Universo estarácondensada en «agujeros negros», cuya atracción gravitatoria impideque aun la luz pueda escaparse de su interior. Por un fenómenoconocido como «efecto de túnel», estos agujeros negros, terminan porevaporarse, y en una escala de años escrita como la unidad seguidade 100 ceros, la materia y energía del cosmos será simplemente unfondo difuso de partículas y radiación débilísima, en un espacio

    vacío, oscuro y frío. Podría decirse que eso es el fin, en cuanto aactividad física se refiere.

    De encontrarse la cantidad de masa necesaria para frenar laexpansión, el futuro es más dramático, pero igualmente pesimista.Dentro de unos 40.000 millones de años, las galaxias se habránfrenado, y comenzarán a caerse hacia un centro común. Allí se

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    aplastarían unas contra otras, deshaciendo estrellas, planetas y hastalos mismos átomos. Todo quedaría en un enorme agujero negrodentro de unos 120.000 millones de años. Sería el fin de todas lasestructuras conseguidas durante la evolución cósmica, el volver a uncaos irreversible. Porque ninguna ley física conocida permite un

    rebote y un nuevo ciclo. Y, como decíamos antes, si hubiese ciclos,no podrían darse indefinidamente, pues la energía se disipa en parteen cada expansión y no se recupera en la contracción.

    De cualquier manera, la astrofísica predice como cierta la destruc-ción de cuanto hay de orden y estructuración de la materia. No sólono es eterno el Universo, sino que va hacia su muerte. Es esto algoque produce verdaderas crisis de angustia para quienes ven en lamateria la única realidad. Se opone especialmente la ciencia a losdogmas marxistas de una materia en continua superación: no es asícomo la describe la física y astronomía más de acuerdo con todos losdatos experimentales.

    Sentido del Universo.—Si se acaba el Universo y se destruyentodos los logros de su evolución, ¿qué sentido tiene su existencia?Parece de una futilidad trágica el que la naturaleza se desarrolledando tantas maravillas como observamos para luego deshacertodo una vez más. Incluso en un universo cíclico, ¿qué puede

     pensarse más sin sentido que un eterno hacer y deshacer las mismas

    estructuras? El deseo natural de encontrar una razón satisfactoria delo que existe exige una respuesta menos cínica y desesperada quedecir que el Universo no tiene sentido. Y aquí es donde entran comonuevos factores el sentido de finalidad y los datos de la fe.

    Desde el punto de vista puramente natural, el principio antrópico, antes mencionado, busca una relación entre la estructura y evolucióndel Universo y la existencia de la vida inteligente, de la consciencia,al menos aquí en la Tierra. Una serie de relaciones numéricas

     propuestas por Dirac hace unos cincuenta años parecían indicar quelos valores de las fuerzas fundamentales del cosmos podrían depen-der de su masa y de su edad. Hace unos veinte años, Dicke amplióesta posible dependencia en el sentido de que sólo en un Universocon características muy peculiares sería posible la vida inteligente.Y, más recientemente, J. A. Wheeler ha propuesto una serie de«coincidencias» que no parecen necesarias en el cosmos para queexista, pero sí para que el hombre pueda aparecer en un planeta comola Tierra.

    El estudio detallado de los argumentos nos exigiría una discusiónmuy técnica de las estructuras biológicas, la evolución estelar y

     planetaria, las reacciones nucleares, etc. Sin entrar en todos estosdetalles, será suficiente apuntar las consecuencias a que llegan estosautores: si la masa del Universo fuese apreciablemente mayor omenor de lo que es, la vida consciente sería imposible. Lo mismo puede aplicarse a las propiedades de las partículas elementales, la

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    intensidad relativa de las diversas fuerzas, la distancia de la Tierra alSol, su masa y composición, etc. Cuando se analizan las consecuencias de variaciones relativamente pequeñas en estos parámetros, elresultado es que la vida consciente sería imposible. Resumiendo este

     punto de vista, dice Wheeler: «¿Por qué es el Universo como es?¡Porque nosotros existimos!»

    De esta posición a la idea de finalidad, no hay más que un paso. Siel Universo pudo haber sido de infinidad de maneras distintas yexigió un «ajuste cuidadoso» (Wheeler) para que se diesen lascondiciones necesarias para el hombre, parece lógico ver en ese ajuste el plan de un Creador inteligente, que prepara su creación para queculmine en el hombre, hecho a su imagen y semejanza. Así se

     justifica la existencia de la materia, de su evolución multimilenaria,de la enorme riqueza de astros que observamos a nuestro alrededor.

    Todo ha sido necesario para que aparezca el hombre; no un derrocheinútil.Aun así, quedaría la falta de sentido más profunda si dijésemos

    que también el hombre, obra maestra y justificación del Universo,terminaría por desaparecer, sin dejar rastro ni de su persona ni de susobras más admirables. Tal es el vacío absurdo de quienes piensanque el hombre no es sino materia, y con la materia se destruye en elfinal previsto por la ciencia.

    La fe nos da una respuesta más coherente. Ni es el hombre pura

    materia ni va a desaparecer con ella. Aparte de razones científicas degran peso, que dan una base legítima para admitir la existencia delespíritu humano, la fe cristiana nos enseña que el hombre esesencialmente superior a la materia, aun en los animales másdesarrollados. La consciencia, la racionalidad, la espontaneidadlibre, no se sujetan a leyes físico-químicas ni son medibles ointercambiables con energías del mundo material. Hay un procederesencialmente distinto, que exige una raíz también distinta de lamateria.

    Se habla a veces de la «inteligencia» de un ordenador electrónico, pero este uso de la palabra es aún más inexacto que cuando se aplicaal proceder de un perro. La inteligencia propiamente dicha no puededarse sin espontaneidad y libertad: ningún ordenador electrónicomuestra jamás iniciativa para solucionar un problema, ni sabe si larespuesta obtenida en sus cálculos tiene valor alguno, ni encuentrasentido en las operaciones.

    Solamente el hombre puede, con sus programas, iniciar una serie

    de computaciones, y puede interpretar luego los resultados. Aunquefuncione a gran velocidad y en forma invisible, la corriente eléctricaen los transistores de los circuitos electrónicos no es más inteligenteque la corriente de agua en una serie de tuberías y válvulas, o que lasruedas dentadas, de una máquina de calcular de hace cincuentaaños.

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    Por eso es también absurdo atribuir inteligencia al cerebro comoórgano material. Sus neuronas funcionan como los transistores, conminúsculas corrientes eléctricas en las ramificaciones que enlazan lascélulas nerviosas entre sí. Toda su actividad se reduce, finalmente, aun paso de señal o su bloqueo, como en el ordenador electrónico. El

    que esa señal lleve consigo la luz de una intuición matemática, elgozo de una creación artística o literaria, la profundidad de unateoría física, es algo totalmente nuevo y distinto de la materia. Tandistinto como el chorro ciego de electrones que cae sobre la capafosforescente de una pantalla de TV es distinto de la imagen que seobserva y de su contenido informativo y emocional.

    En las palabras del gran físico E. P. Wigner, «uno tiene razón paraadmirarse de que el materialismo, la doctrina de que la vida(consciente) puede explicarse por combinaciones sofisticadas de leyes

    físico-químicas, haya podido ser aceptado durante tanto tiempo porla mayoría de los científicos». Ahora bien, si el materialismo esinsuficiente y la inteligencia humana exige una explicación supra-material, es perfectamente lógico aceptar la posibilidad de que elespíritu humano no se destruya ni desaparezca aunque se destruyanlas estructuras materiales. Este es el sentido de la inmortalidad,siempre entrevista y anhelada por el hombre, y afirmada por nuestrafe. Aun la muerte propia no es el fin de nuestra existencia; ni es el fin

    de la actividad física del Universo la total destrucción de lo que ledio sentido, la vida consciente.Así se obtiene una respuesta total a la pregunta acuciante: ¿para

    qué todo esto? El Universo está hecho para el hombre, y el hombre para Dios. No sólo no hay contradicción entre ciencia y fe, sino quemutuamente se ayudan y complementan.

    El origen del hombre

    Para terminar esta breve exposición de temas en que ciencia y fe seenfrentan con problemas comunes, será útil añadir algunas consideraciones más específicamente dirigidas a la peculiar naturaleza delhombre, parte del mundo físico y biológico, pero parte también deotra esfera superior, la del espíritu.

    El hombre, según la ciencia, aparece claramente emparentado conla materia de todos los vivientes terrestres. Los mismos átomos,

    regidos por las mismas leyes físico-químicas, se encuentran en una bacteria, un insecto, una flor, y también en nuestro cuerpo. Todavíano es posible a la paleontología explicar el origen de la vida en latierra. Generaciones de estrellas sintetizaron el carbono, el oxígeno,el calcio, el nitrógeno... necesarios para las moléculas biológicas.Esta ceniza de estrellas, concentrada en un planeta donde la gravedad pudo retener una atmósfera no corrosiva y la temperatura

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     permitió el agua en estado liquido, comenzó a reaccionar según lasleyes de la química para dar lugar a moléculas complejas. Nosabemos cuándo o cómo se dio el paso a una estructura tan rica quefue capaz de reproducirse. Ni hay ley conocida que explique por quéesa estructura tenía ya la espontaneidad y tendencia a la propia

    conservación que es característica de todo ser viviente.A fines del siglo xix se formuló como antagónica a la existencia deDios la idea de «generación espontánea». Nada más ilógico: lageneración espontánea lo será solamente si la materia ha sido creadacon las propiedades y tendencias necesarias para organizarse en unser viviente. Dios no debe buscarse como un agente inmediato, acada paso interviniendo para suplir deficiencias de su obra; ya SantoTomás admitía que la orden del Génesis: «produzca la tierra todaclase de seres vivientes», implicaba que la materia inerte, en circuns

    tancias apropiadas, daría lugar a seres vivientes capaces de evolución posterior.La teoría de la evolución de Darwin propone un mecanismo de

    cómo  se da el paso de una forma viviente a otra por el juego defactores naturales: las mutaciones genéticas y la adaptación al medioambiente. Como teoría científica experimental, no puede tratar de loque es indetectable: una finalidad y dirección posible en la evolución. Ni pueden resolverse, con los pocos datos de fósiles siempre escasos,los problemas concretos de la formación de órganos tan complejos y

    especializados como la estructura interna del oído o algunos sistemasde defensa que se encuentran aun en insectos y otros animalesinferiores. En realidad, hay tantas lagunas en los datos de laevolución terrestre, que pocas veces es posible dar más que la ideageneral de que los organismos más antiguos son menos complejosy variados que sus sucesores más modernos. Dentro de esta unidad yvariedad de la vida, el hombre aparece muy tarde, y muy distintoaun de los primates. Hay la semejanza de estructuras y de composición bioquímica que implica un parentesco con el resto de las formasvivientes. Al mismo tiempo, hay diversidad, aun en lp corporal, queno puede salvarse con certeza. No sabemos cuál es la línea genealógica que culmina en el organismo humano.

    Pero aun si esta laguna se colmase, queda fuera de lo demostrablela aparición del espíritu. Solamente la presencia de herramientas,fuego, pinturas, son clara prueba de una inteligencia que nos separadel resto del mundo viviente. Tal inteligencia, fruto y manifestacióndel espíritu no-material, no puede ser resultado simplemente de la

    evolución de la materia, ni hay en absoluto ninguna razón científicaque lo exija o apoye. Si la fe nos dice que el alma humana tiene quecomenzar a existir por creación directa de Dios, la ciencia no puedecontradecirla.

     No sabemos en qué momento comenzó a existir el hombre, pero sí podemos decir que en épocas remotas ya hay pruebas impresionan-

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    en nuestros cuerpos y en el cuerpo de Cristo, Dios hecho hombre.Tal tipo de vida, después de la resurrección, queda por siempre fuerade los datos de las ciencias, y nada pueden decir éstas ni en pro ni encontra. Es posible, sin embargo, esclarecer un posible conflicto entrela idea de materia y el comportamiento que la Sagrada Escritura

    atribuye al cuerpo resucitado. Leemos en los evangelios que Cristoresucita y entra en un recinto cerrado sin abrir las puertas. Queaparece y desaparece instantáneamente, y parece desplazarse enforma invisible a cualquier distancia. Y, al mismo tiempo, que tieneun cuerpo tangible, que Santo Tomás ve y palpa. Que puede comercon sus discípulos y lo hace varias veces. Como El mismo dice, no es«un fantasma, que no tiene carne y hueso», como El tiene.

    ¿Puede ser verdadera materia la que se mueve sin obstáculos através de paredes sólidas? ¿La materia que no necesita esfuerzo para

    trasladarse, la que es impasible e inmortal?Al hablar de las limitaciones de nuestros sentidos, indicábamos

    cómo los objetos más sólidos y macizos no son apenas más que vacío para la física moderna. Sabemos que es posible comprimir la materiahasta densidades de más de mil millones de toneladas por centímetrocúbico. En realidad, no hay límite a tal compresión en un agujeronegro.

     Nos dice también la física que las partículas más elementales son probablemente puntiformes, con radio cero. Ni se tocan jamás entresí: la apariencia de solidez e impenetrabilidad se debe tan sólo a lasfuerzas de repulsión. Nada hay de contradictorio en que un cuerpo

     pase a través de otro sin que choquen ni se confundan sus partículas.También vislumbra la física la posibilidad de cambios de lugar

    instantáneos. Una partícula nuclear puede «salir» de un recintocerrado y aparecer fuera de él, sin gasto de energía y sin pasar por el medio. En este «efecto de túnel» se basan muchos aparatos electrónicos de uso diario. Y en el caso de objetos macroscópicos, la teoría de

    la relatividad parece llevar a la conclusión de que pueden darse«túneles» entre agujeros negros, de tal modo que serían posiblesviajes instantáneos de millones de kilómetros sin pasar nunca porlas posiciones intermedias.

    Aun la misma necesidad de estar en un lugar  parece discutible a laluz de la física contemporánea. Las partículas elementales se difractan, como si pudiesen pasar a la vez por dos orificios distintos. Y seadmite que la materia puede quedar «fuera del espacio y del tiempo»dentro de un agujero negro. En tales circunstancias, queda también

    fuera del alcance de toda alteración, pues las leyes físicas exigen elentorno espacio-temporal para actuar.

    Si así es la materia en nuestros laboratorios, tan incomprensible ytan flexible, ¿qué lógica podrá negar el poder de Dios para darle tales

     propiedades cuando la eleva al nivel del espíritu? No seamos tímidosen admitir que Dios puede hacer mucho más que nosotros podemos

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    imaginar o comprender. «Ni ojo vio ni oído oyó, ni puede caber en elentendimiento humano lo que Dios tiene reservado para los que leaman», según la frase de San Pablo.

    Este es, pues, el mensaje de la fe, perfectamente compatible con laciencia más estricta. Dios Creador nos ha dado la existencia y lainteligencia para encontrarle y adorarle en sus obras. El ha querido,además, manifestarnos su naturaleza y amor, revelándose por mediode sus profetas y, sobre todo, por su Hijo. En El, en Jesucristo, nosda también el modelo de cuanto tiene reservado para el hombre y elcamino para conseguirlo. Cristo, cumbre de la creación, es el finsupremo hacia el cual se dirige todo el Universo, para que en El todoencuentre su razón de ser y su culminación, y así lleguen las criaturasa participar de la misma vida de Dios.

     NOTA BIBLIOGRAFICA

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    Es necesario entender correctamente cuál es elámbito de aplicación de la ciencia y cuál el de lafe; distinguir sus métodos propios y la certeza

    que pueden producir; buscar los límites de cadauna en problemas que se extienden a amboscampos y, sobre todo, distinguir de las teorías,opiniones o formulaciones pasajeras lo que es parte cierta de la ciencia o el dogma.

    A este fin se dirigen estas páginas. Al escribirlastengo gratamente presente el recuerdo de dosgrandes científicos y creyentes, con cuyo trato

    me honré durante mis años de estudio paraobtener el doctorado en física: el doctor KarlHerzfeld, físico eminente, que abrazó la fe católica a partir del judaismo y la vivió hasta sumuerte con una sinceridad y profundidad quesiempre admiré. Y el doctor Clyde Cowan, co-descubridor del neutrino y director de mi tesis,cuyo entusiasmo por la armonía entre ciencia y

    fe se manifestaba con toda naturalidad en susinteresantísimas charlas y en su diario dejar ellaboratorio para asistir a misa en una iglesiacercana. Ambos maestros y amigos, ya en lavida eterna que tan firmemente esperaban, son prueba real de que, si poca ciencia aparta de