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María Arely López Juárez

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El gallo pelón

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El gallo pelón

Ésta es la historia del gallo Alex, el gallo más guapo, con las plumas más hermosas

y con la mejor voz de toda la granja. Su voz era tan bonita que el viejo gallo don

Ramón, al quedar afónico por despe�ar a la granja con su canto durante tantas y

tantas mañanas, lo eligió como suplente.

La mamá del gallo Alex, doña Maruca, siempre se la pasaba hablando de lo

hermoso que era su hijo. Solía decir:

—¡Uy! Si lo vieran. Tiene unas plumas largas y hermosas que brillan bajo el sol.

Además, posee una voz privilegiada. Mi hijo canta como los mismos ángeles.

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Efec�vamente, la mamá gallina tenía razón. Su hijo era dueño de una voz única.

No había exis�do en la granja o en sus alrededores voz tan armoniosa como la

del gallo Alex. Pero, nuestro querido amigo tenía grandes defectos. Era grosero,

orgulloso y trataba con desprecio a los demás animalitos de la granja.

Cie�o día, se inauguró la nueva presa de la granja y todos los animales se

levantaron temprano para asis�r a tan impo�ante evento. Estuvieron presentes

todos, excepto el gallo Alex, quien sólo se preocupaba por mirarse en el reflejo del

agua del recipiente donde los pollitos mi�gaban su sed.

—¿Qué pasó, guapo? Ya te dije que te ves hermoso hoy. Claro, no es necesario

que te lo diga, ya sé que eres perfecto —se decía a sí mismo el gallo Alex.

Tres jóvenes gallinitas, que pasaban por ahí para ir a la fiesta de la presa, al

verlo, decidieron detenerse para hablar con él.

—Está bien guapo —dijo una gallinita.

—Sí, es el hijo de doña Maruca. Cuentan que es un presumido —dijo la segunda.

—Ay, no lo creo, vamos a invitarlo —contestó la más pequeña.

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Después de tanto discu�rlo, la

gallina más pequeña se armó de

valor para hablar con Alex.

—Este, es que, pues…

nosotras… queremos saber, si

tú quieres ir con nosotras a la

inauguración de la presa de la

granja.

El gallo, sin prestarles

mucha atención, se volteó

repen�namente y afirmó:

—Perdón, ¿me hablabas a mí?

¿Qué me decías?

La gallinita volvió a preguntarle:

—¿Que si querías ir con nosotras a la inauguración de la presa?

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Alex con un tono sarcás�co, soltó una muy

entonada carcajada.

—!Jo, jo, jo, jo, jo! ¡Pretenden que yo, el

gallo más guapo de toda esta granja, salga

con este trío de gallinas tan, pero tan feas!

¡Por favor! ¿Cómo pueden pensar que el

gallo mejor entonado salga con una gallina

tan gorda, o con ésta que en lugar de tener

plumas de gallina �ene plumas de zopilote, o con

ésta tan enana que parece un pollo todavía? ¡Jo, jo, jo! —rió el gallo.

Después de insultar a las tres gallinitas, el gallo Alex volvió a su labor de siempre:

contemplarse en el reflejo del agua. Mientras, las gallinas indignadas se fueron a la

presa murmurando:

—Yo no estoy tan gorda. Lo que pasa es que tengo las plumas muy pesadas

—dijo una.

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—Yo no tengo plumas de zopilote.

Lo que sucede es que estoy

cambiando de plumas —protestó

la segunda.

—Y yo, yo… —pensó la

tercera— yo soy pequeñita y a

mí me gusta como soy.

Al guapo gallo poco le

impo�ó lo que ellas dijeron. No

tenía la intención de hacerle caso

a alguien que no fuera él. Así que regresó a

hablar con la única persona que le impo�aba en el mundo:

—¡Vaya guapo, necesitamos un espejo más grande! Desde aquí no puedo

contemplar tu hermoso rostro. Tal vez, si me acerco más…

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Al intentar acercarse más, Alex no se dio cuenta de que había puesto una pata

en el borde del balde de agua y éste, al desequilibrarse, se vino encima de nuestro

amigo.

—¡Oh no, mis plumas, mis plumas! —gritó.

Se limpiaba, pero sólo conseguía

ensuciarse más, pues el agua y

la �erra del granero se habían

conve�ido en un lodo

negro casi imposible de

quitar.

Un cochinito, que

desde lejos había visto

toda la escena, decidió

acercarse a él para ayudarle.

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—Pero, ¿qué te pasó? —dijo el cochinito.

—¡Nada que te impo�e cochino gordinflón! —gritó Alex.

—¡Vaya! Si este gallo fuera más humilde, yo podría ayudarlo —pensó el cochinito.

—¡Deja de verme, cochino gordinflón! —afirmó el gallo.

El puerquito, cansado de que Alex le dijera gordinflón, decidió darle una lección.

—¡Oh! Te has ensuciado, hermoso gallito —dijo el cochinito— yo puedo

ayuda�e.

Y diciéndole esto, sacó de la bolsa de su pantalón un jaboncito.

—Mira, con esto �enes que lavar tus plumas. Debes ir a la presa porque esa

agua es la más pura de todo el lugar y sólo plumas tan bellas como las tuyas merecen

ser lavadas ahí. Para que queden más limpias, debes quita�e todas tus plumas, una

por una.

—¿Quitarme todas mis plumas? ¿Cómo? Nunca me las he quitado —preguntó Alex.

—¡Qué barbaridad! ¡No puede ser! Todos los gallos, tan guapos como tú, deben

quitarse sus plumas para lavarlas de vez en cuando —prosiguió el marranito.

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—¿Cómo me las quitó? —preguntó el gallo.

—Pues muy fácil…. ¡Así! —dijo el cochinito arrancándole una pluma.

—¡Ay, ay ,ayyyyyyy, duele, duele, duele! —gritó Alex.

El cochinito le afirmó que la belleza merecía sacrificios y que, si quería ser

guapo como antes, debía hacer lo que él le decía. Estas palabras convencieron al

gallo Alex y tomando el jabón se dirigió a la presa para lavar sus plumas.

—Gracias —le dijo Alex mientras salía camino a la presa— pero aún sigues

siendo un cochino gordinflón.

El cochinito, seguro de que el gallo ya se había ido y no lo escuchaba, exclamó:

—¡No me impo�a ser un cochino gordinflón porque él va a ser un gallo pelón!

¡Ja, ja, ja! —y se fue a su cochinero, mue�o de la risa, por la travesura que acababa

de hacer.

Ya en la presa, nuestro gallo siguió al pie de la letra las indicaciones del cerdito.

Se fue a una orilla de la presa para que los demás animales no pudieran verlo, se

quitó todas las plumas, las lavó y las puso a secar extendidas al sol.

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Mientras esperaba que sus plumas se

secaran, se acercó a la orilla del agua

para verse.

—¡Ay, qué feo me veo pelón!

Lo bueno es que sólo será por un

momento —exclamó.

Cuando se cercioró de que

sus plumas estaban ya secas,

intentó ponérselas. ¡Oh! Terrible

sorpresa se llevó al ver que no podía

colocárselas de nuevo. Intentó de mil

maneras: ponérselas una por una y todas

juntas, amarrárselas. Nada daba resultado. Sus

plumas no se podían poner de nuevo. Cansado de tanto intentarlo, se sentó en una

piedra y se puso a llorar.

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El atardecer llegó y los animales, que estaban en la presa, decidieron regresar a

la granja. Gran sorpresa se llevaron al encontrar un gallo pelón llorando encima de

una piedra.

—¿Quién es? —dijo una gallina.

—¡Es el hijo de doña Maruca! —dijo otra.

—¿Mi hijo? ¿Cómo va a ser? El mío

es un gallo guapo —contestó doña

Maruca.

Al oír las palabras de su

mamá, el gallo Alex levantó la cara

y se fue corriendo a los brazos de

doña Maruca.

—¡Ay madre, ay madre! ¡Sí, soy

yo! Ha ocurrido una desgracia —dijo

Alex.

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—Mi vida, ¿qué hiciste? —preguntó doña Maruca.

—Es que me ensucié y un cochino gordinflón me dijo que me tenía que quitar

las plumas para lavarlas —contó el gallo llorando.

—¡Ja, ja, ja, ja, ja! —rieron las tres gallinitas.

—Tan guapote y tan burro que resultaste —dijo la más gordita.

—Todos en la granja sabemos que no se deben quitar las plumas —murmuró la

segunda.

—¡Qué va a saber un cochino de plumas! ¡Ja,

ja, ja! —afirmó la más pequeña.

Doña Maruca, ya muy alterada por la

situación, pidió que la dejaran sola con su hijo.

Todos los animales obedecieron a la mamá

gallina y se fueron riéndose a carcajadas de la

desgracia del gallo.

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—¡Mi pequeño, todavía te queda tu hermosa voz! —consolaba doña Maruca

a su retoñito.

—¡No, nunca más volveré a cantar! —gritó el gallo Alex y salió a esconderse al

viejo granero que ya nadie ocupaba desde hacía mucho �empo.

Nuestro amigo se pasó toda la noche lamentándose por sus plumas. No paraba

de llorar.

—¡Ay, qué feo soy! ¡Ya no tengo nada! ¡Pobre de mí! —decía.

El viejo gallo don Ramón andaba haciendo su inspección por la granja y, al

escucharlo, decidió entrar.

—¿No piensas salir a cantar hoy? —preguntó don Ramón.

—Yo no puedo salir a cantar nunca más, que no ve cómo estoy. Soy muy feo

—dijo Alex.

—Por favor, yo no te elegí como el gallo cantor por tus hermosas plumas; te

elegí por tu melodiosa voz —reprochó el viejo sabio.

—Pero, todos se han burlado de mí —insis�ó el gallo pelón.

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—Déjate de excusas gallo, todos se han burlado de � porque has sido muy egoísta

y grosero con ellos; si fueras un poco humilde, todos en la granja te aceptarían. ¡Qué

impo�a si tus plumas ya no son las de antes! ¡Tu voz es la misma y eso es lo que

impo�a! ¡Deja de lamenta�e y ponte a trabajar! Si estás arrepen�do de tus acciones,

pide disculpas —dijo firmemente don Ramón.

—Pero, ¿cómo me disculpo? —preguntó el gallo, pues nunca en su vida había

hecho algo parecido.

El gallo don Ramón, sin �tubear, le dijo que cantara, que despe�ara a todos los

animales de la granja y que con eso sería suficiente. Diciendo esto, salió del viejo

granero y con�nuó con su labor.

—¿Cantar? ¡Claro, voy a cantarles y así me perdonarán! —reflexionó Alex—.

¡Gracias don Ramón!

Alex subió a lo alto del granero, afinó su voz y emi�ó un melodioso:

—¡Kikiriki, kikiriki, kikiriki!

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Todos los animales se

sorprendieron mucho

de que Alex

se hubiera

animado a

cantar,

después de

haberse quedado

pelón y salieron a

verlo.

Una vez que

todos los animales

de la granja se

reunieron, el gallo Alex

exclamó desde lo alto:

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—Animales de toda esta granja, estoy aquí para pedirles una disculpa. Sé que

fui un gallo muy grosero con todos ustedes, pero comprendí que unas plumas

hermosas no lo son todo y que todos en esta granja cumplimos con una función. Si

me perdonan, trataré de ser un mejor gallo y cantaré para ustedes todas las mañanas.

Lo prometo.

Los animalitos de la granja se pusieron a discu�r si lo perdonaban o no; realmente

era una decisión difícil de tomar.

—Parece que está arrepen�do —decían unos.

—Pero fue muy grosero y yo no quiero perdonarlo —dijo una gallinita.

—¡Sí, y a mí no me gusta que me digan gordinflón! —exclamó el cochinito.

Fue tanta la discusión que el gallo don Ramón tomó la palabra y dijo:

—Este gallo aprendió su lección y ya se ha reformado. Recordemos que todos

podemos equivocarnos en esta vida. Lo impo�ante es reconocer todos nuestros

errores y no cometerlos otra vez. Como buenos animales, es necesario aprender a

perdonar y a no vivir con rencores.

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Las sabias palabras del gallo don Ramón conmovieron a todos los animales y

acordaron disculpar al gallo pelón.

—Te perdonamos —dijeron todos juntos.

—¡Ahora hijo, canta, canta! —conmovida gritó doña Maruca.

—¡Kikiriki, kikiriki, kikiriki! —cantó Alex.

Ese día todos los animalitos de la granja festejaron bailando con la hermosa voz

del gallo pelón, quien prome�ó al cerdito no volverlo a llamar gordinflón. De hecho,

desde ese día el gallo Alex y el pequeño cerdito se convi�ieron en los mejores

amigos y su amistad perduró toda la vida.

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